Hélène TROPÉ, ed., S’opposer dans l’Espagne des XVI e et XVIIe siècles. Perspectives historiques et représentations culturelles, París, Presses Sorbonne Nouvelle, 2014, 270 pp. ISBN 978-2-87854-630-9 Este libro es el producto de las pesquisas llevadas a cabo entre 2009 y 2011 por los miembros y asociados del Centro de investigación sobre la España del Siglo de Oro (CRES – LECEMO) de la Universidad de la Sorbonne Nouvelle. La portada cita un cuadro del pintor flamenco Louis de Caulery, que representa un jinete dotado de un arco y de insignias reales, enfrentándose con una fiera que lo está acometiendo. Esta imagen evoca el propósito del volumen: estudiar “las diversas formas de oposición en la España de los siglos XVI y XVII”, como lo indica la contraportada. En cuanto a su composición, el libro comienza con un prefacio (p. 7-14) de la editora que desemboca en una bibliografía razonada (p. 15-17). Se analizan las diversas formas de oposición en dos partes equilibradas. La primera, centrada en un punto de vista histórico, contiene nueve estudios (p. 21-121); la segunda (p. 125-231), enfocada desde el punto de vista de las representaciones culturales, posee ocho. El volumen propone cinco ilustraciones en blanco y negro del pirata turco Barbarroja (p. 227-233), seguidas de una consecuente bibliografía general (p. 234-259). Viene después un índice de lugares y personas (p. 261-263), y otro temático (p. 265-266), ambos útiles cuando se consulta esta pulida publicación cuya perspectiva pluridisciplinaria hubiera sido aún más evidente si se hubiera añadido una breve nota biográfica sobre cada uno de los autores. Pasando al contenido del volumen, Hélène Tropé precisa, en su presentación introductoria, que la oposición no debe entenderse anacrónicamente como un proyecto revolucionario con miras al derrocamiento del poder imperante (p. 7). Esta noción busca destacar el carácter conflictivo de la sociedad española bajo los Habsburgos, la cual, a pesar de sus tendencias monolíticas, contó con espíritus que hicieron acto de resistencia en los ámbitos político, social, religioso, estético (p. 14), entre otros. El primer apartado se abre con el trabajo de Sarah Voinier (p. 21-29) que analiza dos libelos, uno anónimo de 1591 y otro atribuido a Iñígo Ibáñez de Santa Cruz de 1599. La autora hace resaltar que ambos panfletos interpretan como un síntoma de decadencia el asentamiento de la monarquía en San Lorenzo de El Escorial, bajo “la fatal constelación de la tierra” (p. 23) inhóspita y distante de Madrid. El artículo de Camille Philippe (p. 31-40) considera más de cerca el panfleto de Ibáñez y su refutación por parte de un llamado Navarrete. Este pugilato refleja la lucha de facciones durante el ascenso y la caída de los privados del rey (p. 40): si Ibáñez maltrata al difunto Felipe II es para posicionarse a favor de su sucesor (p. 33). El tono cáustico del secretario del duque de Lerma y la impunidad en que quedó su acto difamatorio muestran que cuanto más respaldado se siente el panfletista tanto más virulenta es su ofensiva (p. 36). Ricardo Saez ofrece luego un estudio (p. 41-53) sobre el De monetae mutatione que publica Juan de Mariana en Colonia, en 1609. Este texto de “combate y debate” (p. 45) rechaza la política de Felipe III y su valido, el duque de Lerma, estigmatizándola como una “cleptocracia” (p. 41) alimentada con la “sangre de los pobres” (p. 50). El jesuita español, ejemplo de la “resistencia eclesiástica”, no estima ser un opositor mal pensante, sino el portavoz de “verdades públicas” (p. 47). En cuarto lugar (p. 55-65), Pablo Jauralde presenta la figura de Luisa de Carvajal, aristócrata nacida en 1566 que, animada por la espiritualidad combativa de los jesuitas (p. 61), abandonó su fortuna para instalarse en 1605 en Inglaterra. Aprendió inglés para afrontar a los herejes londinenses y alcanzar el martirio (p. 58). Tras algunas encarcelaciones, y convertida en “un verdadero problema diplomático” (p. 63), murió de enfermedad en 1614. Seguidamente (p. 67-77), Françoise Jiménez explora la correspondencia privada de Jerónimo de Barrionuevo (16541658) enfatizando en sus denuncias contra la política financiera de Felipe IV. Las cartas del tesorero de la catedral de Sigüenza (p. 76) subrayan, con pesimismo, las incoherencias del rey que, al borde de la bancarrota, impone donativos y tributos para malgastarlos en fiestas fastuosas (p. 70). En el sexto artículo (p. 79-91), Héloïse Hermant examina las diatribas de don Juan José de Austria contra Nithard, el valido de la reina Mariana, durante la minoría de edad de Carlos II. En 1668 y 1669, para proteger sus intereses, el hijo bastardo de Felipe IV clama que este valido jesuita es un extranjero, y por ende un hereje y un tirano. Aunque inverosímiles, estas acusaciones cristalizan la hostilidad de la aristocracia contra “una criatura sin clientela” (p. 86). Al aparecer como el defensor de los oprimidos, don Juan logra “resistir sin desobedecer” para forzar a la regente a apartarse de Nithard (p. 91). Las dos contribuciones siguientes giran en torno a la oposición entre el centralismo de los Austrias y la periferia aragonesa. Por un lado (p. 93-102), Remedios Ferrero Micó estudia las tensiones entre el absolutismo monárquico y el “pactismo” característico del reino de Valencia. Subraya que la estrategia del rey y sus virreyes era no respetar las leyes pactadas que limitaban la autoridad real, aduciendo, como Felipe II en 1585, la lucha contra el bandolerismo nobiliario (p. 99). Por otro lado (p. 103-112), Vicente Graullera Sanz toma el caso de Juan Lorenzo de Vilarrasa, que gobernó Valencia de 1529 hasta su muerte en 1570. Esta longevidad deriva de su conocimiento del terreno, de su lucha contra los enemigos de la monarquía, aun pasando por encima de los fueros locales (p. 108), y de un sentimiento general de impotencia ante sus múltiples abusos, que jueces complacientes dejaron siempre impunes, a pesar de múltiples quejas. Por último (p. 113-121), dado el rigor de la censura literaria, el peso de los mecanismos de control de los impresores y libreros, y la severidad de los castigos en caso de infracción, José María Díez Borque destaca, en la España de los Siglos de Oro, tres “caminos poéticos de la heterodoxia y la protesta” (p. 114): la oralidad, los manuscritos y los pasquines como “formas de poesía mural” (p. 120). El segundo apartado adopta la perspectiva de las representaciones culturales y inicia con el trabajo de Françoise RicherRossi (p. 125-137) sobre la descripción de la comunidad morisca propuesta por Andrea Navagero, embajador de Venecia en España, de 1525 a 1528, para quien lo bello en este reino venía o de los conquistadores romanos o de los moros (p. 128). Il viaggio di Spagna valora la vitalidad inquietante de los moriscos para desvalorizar la política de cristianización forzada del emperador Carlos V en una sociedad que despreciaba a los cristianos nuevos (p. 135) y que los miraba como aliados potenciales de los turcos en caso de desembarco en el litoral español (p. 131). A continuación, Nathalie Peyrebonne (p. 139-148) analiza el Tratado de las supersticiones y hechicerías, publicado en 1529 por Martín de Castañega. Este manual de demonología insta a combatir con prudencia a los ministros de Iglesia diabólica, definida como una “réplica maldita” (p. 145) de la verdadera. Castañega, que no es un inquisidor fanático, señala que las supuestas brujas podían ser sólo mujeres enfermas (p. 147) y que la lucha contra los hechiceros no justificaba que se remedaran sus maldades. Los cuatro estudios siguientes abordan el contenido crítico de la literatura picaresca. Cécile Bertin-Elisabeth plantea (p. 149-159) que el pícaro es un tipo de héroe, marginal y humorístico, que emerge de la tensión entre la “ideología innatista dominante” (p. 149) y la utopía como propuesta de una sociedad alternativa (p. 154). Dos trabajos exploran el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Por un lado (p. 161-173), Michèle Guillemont-Estela comenta, en la segunda parte de este relato picaresco (1604), el episodio en que el protagonista entra al servicio del embajador de Francia en Roma, interpretándolo como “una lección política sobre el valimiento” (p. 173) del duque de Lerma. Por otro lado, Philippe Rabaté (p. 175-185) se interesa por el manejo y significado de la oposición geográfica entre España e Italia en dicha novela de Mateo Alemán, resaltando que el elogio de Florencia sugiere una fascinación por la inventiva política de las ciudades toscanas (p. 183) que contrasta con la rigidez de la sociedad castellana del momento. María Luisa Lobato (p. 187-199) analiza un corpus de tres jácaras que servían, en palabras de Quevedo, para “honestar lo malo con buenas palabras” (p. 188). En estas obritas poéticas o dramatizadas, acontece una inversión burlesca que transforma a los maleantes en héroes y a los miembros de la justicia en villanos (p. 193). Florence Dumora ofrece luego un estudio de los refranes españoles de los siglos XVI y XVII (p. 201-214) que revelan múltiples sociabilidades conflictivas en las esferas familiares y vecinales, y que nos recuerdan el carácter inevitable del conflicto entre parientes y semejantes, como lo ilustra el proverbio “entre hermano y hermano, tres testigos y un escribano” (p. 207). Encarnación Sánchez García cierra el segundo apartado mostrando (p. 215-231) cómo Paolo Givio, obispo de Nocera incluyó en sus Elogia virorum bellica retratos de Hayreddin Barbarroja, célebre almirante de la flota turca bajo el Imperio de Solimán. Givio es el inventor de un Museo universal de hombres ilustres, antiguos y modernos, europeos y orientales. Se procuró en 1535 un retrato del corsario e hizo, en 1551, de los Elogia un “museo de papel” (p. 221) en donde la imagen de Barbarroja se acompaña de una biografía que narra las hazañas del peor enemigo de los españoles en el Mediterráneo. Tonatiuh USECHE SANDOVAL Miembro asociado del CRES-LECEMO Universidad de Sorbonne Nouvelle
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