EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015 p1 EL QUISISANA, icono de los colegios en la capital tinerfeña. cumple 75 años. Antonio Salgado, exalumno, recuerda la historia del centro. 6/7 del domingo revista semanal de EL DÍA RECUERDOS DEL PASADO VAPOR MANUEL CALVO, EL MATUSALÉN DE LOS MARES Texto: Manuel Marrero Álvarez (exdelegado de la Compañía Trasatlántica Española en Canarias) M anuel Calvo Aguirre fue uno de los numerosos vascos que en el siglo XIX emigraron a América y se enriquecieron participando de la carrera desenfrenada hacia el negocio y la acumulación de capital, base sobre la cual se erigieron en personalidades destacadas de la época, convirtiéndose en sus pueblos natales en un ejemplo a seguir. Nació en Portugalete, municipio de la provincia de Vizcaya, en diciembre de 1816, y desde siempre estuvo muy ligado a la mar y los barcos, ya que su padre, Matías Calvo, gallego, era marino y mandaba un pequeño buque que ejercía el servicio de guardacostas por la zona cantábrica. A los 18 años, el joven Manuel Calvo emigró a Cuba en busca de fortuna, y a buen seguro que la consiguió. La llegada a La Habana se produjo en el año 1834, teniendo la suerte, al poco tiempo de llegar a tierras americanas, de conocer a Antonio López y López, que también había emigrado a la isla caribeña y luchaba por abrirse paso en los difíciles caminos de los negocios marítimos. Su amistad se asentó en Santiago de Cuba y desde sus inicios las vidas de los dos corrieron paralelas. En 1841 fletaron un pequeño barco que llenaron de harina en Santander, produciéndoles importantes beneficios y siendo la catapulta que los lanzaría en los ambientes comerciales de Cuba. Antonio López plantaría poco más tarde la semilla de la que sería la naviera más importante de España, la Compañía Trasatlántica, y Manuel Calvo crearía asimismo la compañía de vapores Sindicato de Navegación del Sur, que monopolizaba gran parte del servicio de cabotaje de la isla. Personalidad de gran prestigio comercial en Cuba, la amistad entre ambos fue inquebrantable y duró toda la vida, prestando Manuel Calvo valiosos servicios como agente general de Trasatlántica y siendo el máximo responsable durante varios años de la lonja de La Habana. Juntos colaboraron en la obra de defender la bandera de España en Cuba y juntos conquistaron la fortuna en noble lucha, como también juntos la pusieron muchas veces al servicio de la tierra en la que nacieron. En 1876 se creó en La Habana la Sociedad Manuel Calvo y Compañía, cuyo único socio era Antonio López, con el 50% del capital. Calvo Aguirre, rico y poderoso, no dudó en momento alguno dirigir su actividad y su dinero al servicio de España, y en los días turbulentos de la revolución dio las máximas pruebas de patriotismo, realizando campañas contrarias a la insurrección y en favor de una Cuba española. Fue socio fundador y uno de los mayores accionistas del Banco Español de Cuba, además de uno de los más activos miembros del Casino Español de La Habana. Asimismo, se distinguió como un empresario que cuando otros indianos vendían sus posesiones en Cuba para regresar a España, dedicó parte de sus ingresos a adquirir nuevas propiedades en la isla. Pero, lamentablemente, el 19 de abril de 1898, después de grandes rebeliones e insurrecciones cubanas, el gobierno El vapor Manuel Calvo como buque mixto, en 1930. Foto: archivo CTE Madrid. Abajo, con un último nombre, Drago. Foto. Teo Dietrich. de los Estados Unidos de América toma parte directa en el conflicto, argumentando la explosión de su buque de guerra Maine en el puerto de La Habana y acusando unánimemente a España de haber colocado una mina bajo el casco, hecho que jamás fue demostrado. Otros sectores abrigaron la sospecha de que la catástrofe hubiera sido provocada por los rebeldes cubanos para involucrar a los Estados Unidos en la lucha. No obstante, los americanos buscaban un pretexto para disputar la isla a España y el hundimiento del Maine se lo dio. La tragedia se produjo la noche del 15 de febrero de 1898 y murieron dos oficiales y 258 marineros. El Congreso estadounidense aprueba la declaración de guerra a España y proclama la libertad y la independencia del pueblo de Cuba. La guerra terminó con la derrota de los españoles, por el Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, donde España renunciaba a Cuba, al mismo tiempo que cedía a los Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas. También para Manuel Calvo Aguirre esta cruenta guerra fue el principio del final de su vida. Su corazón, con 82 años, sufrió una tremenda pena al ver cómo aquel pedazo de tierra española, que tanto defendiera, se perdía para siempre. Tras firmarse la paz entre España y Estados Unidos, p2 domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA EN PORTADA muchos de los españoles que residían en Cuba volvieron a España, entre ellos Manuel Calvo, que inmediatamente se deshizo de sus propiedades y regresó para residir en Portugalete, pueblo que le vio nacer, aunque pronto cambió de domicilio buscando un clima más templado por razones de salud. Se traslada a vivir primero a Barcelona y finalmente a Cádiz, donde su siempre férrea salud solo pudo soportar la ausencia de su amada Cuba seis años más. En la ciudad gaditana, en el número 3 de la calle Isabel la Católica, edificio propiedad de Trasatántica y sede de sus oficinas en aquel puerto durante más de un siglo, falleció el 16 de marzo de 1904, a los 88 años de edad, como consecuencia de un ataque cardiaco, siendo sus restos mortales trasladados poco más tarde al cementerio de Portugalete, en cuya tumba fue levantada una cruz en su memoria por parte de Claudio López, segundo marqués de Comillas, su amigo y albacea. Allí dejó una profunda huella por su labor benefactora, en la cual hay que incluir que legó la propiedad de su palacio a la Villa y en su testamento hacía constar que en su día se convirtiera en un hotel y sus beneficios fueran a paliar las penurias de los vecinos más pobres del municipio y al personal que estaba a su servicio le quedara un sueldo vitalicio. Su esposa, María Rosario Caballero, con la que no tuvo descendencia, había fallecido en La Habana en marzo de 1887. La amistad de Antonio López –y después la de su hijo Claudio– con Manuel Calvo fue tan profunda que al morir éste último, viudo y sin hijos legítimos, decidió nombrar como heredero universal a Claudio López Brú, segundo marqués de Comillas, “por lo que le debo de cariño y atenciones durante toda la vida y por ser hijo del mejor amigo que conté en el mundo”, decía el testamento. En cuanto al trasatlántico Manuel Calvo, que honraba su figura, tuvo una vida muy larga, pero aciaga, agitada y llena de incertidumbres. Soportó dos guerras mundiales y una civil, al tiempo que sufrió las peores humillaciones que barco alguno pueda padecer, como fue el estar totalmente abandonado y amarrado en Mahón, uno de los puertos naturales más grandes del mundo, situado en la costa Este de la isla de Menorca, durante ocho largos años, debido a las especiales circunstancias en que se desarrollaba la vida en España, como consecuencia de la llegada de la II República y posterior guerra civil. Téngase en cuenta que desde su fundación hasta el advenimiento de la citada Segunda República, en 1931, pasaron por Trasatlántica tres generaciones de catolicismo militante y monarquismo fervoroso, amén del patriotismo vivo demostrado por todos los miembros responsables de la empresa, y ello resultaba demasiado lastre para unas normales relaciones y constituía un factor político adverso para resolver sus problemas con el nuevo gobierno republicano. El Manuel Calvo, también como buque mixto, ahora en 1920. Foto: archivo CTE Madrid. A la derecha, efecto de la explosión de la mina. Foto. revista Cataluña Marítima. Fueron amarrados nueve barcos pertenecientes a la naviera española y, debido al largo abandono, terminaron notoriamente averiados y muy deteriorados, por lo cual acabaron por ser desguazados. Solo se salvó el Manuel Calvo, que a pesar de sus múltiples averías pudo ser recuperado, llevado a los astilleros de Cádiz y transformado en carguero en 1940. A partir de aquí, con solo dos mástiles, comenzaron las escalas regulares en Canarias, en las que el viejo pero remozado barco llegaba con sus bodegas abarrotadas, en especial de cereales y leche en polvo, que servían para calmar las necesidades de sus habitantes, que añadían a las penurias de los peninsulares el aislamiento y abandono en que se hallaban las Islas. “¡La próxima semana llega el Calvo! ¡ya podremos comer leche y gofio!”, se decía entonces. Eran los tiempos de las cartillas de racionamiento y del Mando Económico establecido en el Archipiélago en 1941, bajo la jefatura del capitán general de Canarias Ricardo Serrador, y a su muerte en 1943, la del también capitán general Antonio García Escámez. Otros que celebraban la llegada del barco Manuel Calvo eran los cambulloneros, porque el buque procedía de América, la tierra de promisión, en la que se pensaba había de todo en abundancia, y porque a bordo adquirían los artículos sobrantes de gambuza (despensa), que aquí eran totalmente inaccesibles para la gran mayoría de los ciudadanos, como azúcar blanco, café, mantequilla y algunos medicamentos, en especial la penicilina. Por todo ello, el buque era muy querido entre la gente portuaria de Tenerife, aunque la mayoría ignoraba por qué se llamaba así y se comentaba que el nombre era lo que menos les gustaba; más bien se tenía cierto recelo de él, porque los perseguidores de los cambulloneros eran precisamente los calvos, que es como conocían ellos a los inspectores de Hacienda. Las escalas en nuestro puerto del Manuel Calvo siempre procedían de América, y desde Canarias navegaba a Cádiz para hacer la tradicional recorrida de fin de viaje y acondicionar el buque para la próxima travesía. Por ello, nunca hubo polizones canarios a bordo de este barco, a pesar de que entre los años 1940 y 1950 se originó la emigración clandestina a América, en especial a Venezuela, y fue también cuando este buque efectuó más escalas en Tenerife. El emigrante clandestino canario solo quería llegar a América, y en ocasiones los cargueros o petroleros ele- gidos para embarcar como polizón no tocaban puerto venezolano alguno, desembarcando en lugares muy alejados del destino deseado, como Canadá o Estados Unidos, pero para él lo importante era que había llegado a América, porque pensaba que allí se encontraba la riqueza y la abundancia, y solo había que ir a recogerla. La mayoría, hombres jóvenes, casi adolescentes, pobres y muchos de ellos reflejando el sufrimiento de la miseria de su existencia, marchaban llenos de ilusión a descubrir y conquistar América; a hacer fortuna. Pero allí comenzaban sus tribulaciones. Para algunos el viaje era una aventura, para otros, una odisea, pero, sin la menor duda la mayoría de las veces, bastante mejor que la arriesgada y larga travesía del Atlántico en aquellos reducidos barcos, la mayoría pequeños veleros, inhabitables y abarrotados de personas, en los que sabías cuándo partías pero nunca cómo ni cuándo llegabas. Y es que la cercana Europa no era atrayente para el emigrante canario, porque pensaba que allí no se hacía fortuna y era un lugar al que sólo se iba a buscar los medios indispensables de subsistencia, llevando siempre consigo el billete de retorno. El canario solo pensaba en América, porque seguía soñando en la fábula de la riqueza. Era un impulso de fe que le daba seguridad a su propio esfuerzo para lograr su sueño dorado: regresar algún día a su tierra en primera clase, rico, con su Cadillac y deslumbrar a sus antiguos paisanos con su fortuna, tal como hacía el indiano que venía solamente de América y no de Europa. La última vez que el Manuel Calvo hizo escala en Santa Cruz de Tenerife fue el 27 de diciembre de 1949, procedente de Baltimore, con una partida de maíz a granel para las Islas. Permaneció atracado en el muelle Sur hasta el 31 del mismo mes, en que zarpó con destino a Las Palmas, para continuar allí con el resto de la descarga. p3 EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015 EN PORTADA Era la época de vacas flacas, en que alternaba con el vapor Habana sus frecuentes escalas en Canarias, con cargamentos de maíz, trigo y leche en polvo que los gobiernos argentino y norteamericano enviaban a este archipiélago para mitigar las necesidades que nos invadían. Fue esta su definitiva despedida, porque nunca más volvió a las Islas Canarias. El barco, que traía ya sobre sus cuadernas cerca de sesenta años de vida, dejaba ver en sus dependencias el señorío y la gran clase de su origen, a pesar de que en aquellos momentos era ya un modesto buque de carga. Tanto el capitán como los oficiales lucían sus uniformes reglamentarios a la llegada a puerto, siguiendo con la tradición de sus armadores, y a bordo se respiraba el ambiente del antiguo barco de pasaje que fue, donde las paredes del salón estaban aún recubiertas de caoba y la mayoría del mobiliario, confeccionado con la misma rica madera. Tuvo una larguísima e intensa vida de cerca de setenta años; una barbaridad en la historia de un barco, en la cual quedaba demostrada la alta calidad de su construcción y posterior mantenimiento, pudiéndose escuchar con frecuencia a su capitán en los últimos tiempos decir que estaba mandando “el matusalén de los mares” y que se sentía muy orgulloso de ello, por su fortaleza, su seguridad y porque era muy marinero. El barco había sido construido en los famosos astilleros Armstrong Mitchell de Low Walker, Newcastle, Reino Unido, en 1891, con el nombre de Lucania, para el armador inglés Maclver and Co. de Liverpool, pero fue vendido antes de salir a navegar a la compañía alemana Norddeutscher Lloyd de Bremen, rebautizándolo H.H. Meier, en honor de su primer presidente, siendo asimismo el primer buque de esa naviera impulsado por dos hélices. Su entrega se produce en marzo de 1892 y pasa a servir la línea New York-Baltimore. Nueve años más tarde, en 1901, Trasatlántica lo adquiere y es renombrado Manuel Calvo, en homenaje a la persona que en aquellos tiempos ostentaba la vicepresidencia de la compañía y que siempre fuera íntimo amigo de Antonio López, fundador y primer presidente de la naviera española, fallecido en enero de 1883 a la edad de 66 años. El buque, con capacidad para transportar 1.375 pasajeros, se hallaba matriculado en Cádiz y tenía un registro bruto de 5.741 toneladas y 4.705 netas; desplazaba 11.210 toneladas y medía 135 metros de eslora, 15,60 de manga y 10 de puntal. Disponía de una sola chimenea, tres mástiles y dos máquinas alternativas de triple expansión que movían dos hélices que le proporcionaban una velocidad de 15 millas por hora. Después de su acondicionamiento en los astilleros de Matagorda, en Cádiz, comienza su primera etapa con Trasatlántica y se le destina a la línea Mediterráneo, New York, Habana y Veracruz, donde estaría prestando servicios hasta 1932, año en que, como se ha dicho, es retirado y amarrado en el puerto de Mahón, a la espera de que la tempestad que en esos momentos agitaba la vida política de España amainase. En su larga vida, el vapor Manuel Calvo se vio inmerso en serios contratiempos, como también en acciones heroicas de salvamento a otros buques, pero una de las más grandes repercusiones de su extensa historia fue su participación en la que se dio en llamar “rusos indeseables en la España de los 20”, o la “expulsión de extranjeros indeseables de la España contemporánea”. Se trataba de un grupo de unos 800 refugiados rusos, turcos, búlgaros y polacos que, al final de la Primera Guerra Mundial y al inicio de la revolución soviética, convirtieron Barcelona en una zona ideal para esperar el término de ambas contiendas. Eran grupos de diferentes estratos sociales, aunque la mayoría lo componían marineros rusos de barcos abandonados o desertores. Debido a la falta de control y de medidas de seguridad, aquello desembocó en un periodo de conflictividad laboral y social en la Ciudad Condal, obligando a las autoridades españolas a otorgar expedientes de expulsión a 202 de esos indeseables, cuya etiqueta no fue difícil de colocar, toda vez que el solo hecho de proceder de Rusia o de Polonia convertía a una persona en sospechosa e indeseada. Una vez incoados dichos expedientes, embarcaron a bordo del Manuel Calvo, buque elegido por el Ministerio de la Gobernación para la repatriación, que zarpó del puerto de Barcelona el 21 de marzo de 1919 para Constantinopla y Odessa, destino final de los refugiados, llevando a bordo, además de a los citados expulsados por el Gobierno español, una tripulación reforzada con 40 marineros del acorazado Alfonso XIII, encargados de la custodia de la nave, comandados por el teniente de navío Hermenegildo Franco Salgado-Araujo. El 29 del mismo mes, ocho días después de su partida, el barco, que estaba bajo el mando del capitán malagueño Manuel Morales Muñoz, navegaba por el estrecho de Los Dardanelos, a cinco El vapor como buque de carga en los astilleros de Santander, en 1950. Foto: CTE Madrid. millas de la isla Tenedos, cerca de la entrada del paso, al noroeste del mar Egeo, siguiendo instrucciones de las autoridades francesas de Tolon, que fueron quienes fijaron el itinerario, a todas luces equivocado, cuando, a las diez y media de la noche se adentró en un campo de minas, chocando con una de ellas y produciéndose una terrible explosión en la banda de estribor, a la altura de la bodega número uno, ocasionando una gran vía de agua que inundó la zona e hizo que el buque comenzara a hundirse de proa. El pánico fue indescriptible y como consecuencia de la espantosa explosión fallecieron 105 personas; 26 tripulantes, 8 marineros del Alfonso XIII y 71 de los súbditos expulsados. Por suerte, el mamparo de la bodega número dos resistió y evitó que el barco siguiera hundiéndose, permaneciendo a la deriva durante toda la noche. Algunos buques mercantes recibieron la señal de socorro, pero se negaron a entrar en la zona minada por los riesgos que ello entrañaba. Sí lo hizo el destructor inglés Sportive, cuyo comandante, ante el riesgo de hundimiento del Manuel Calvo, pidió al capitán Morales abandonar el barco lo más rápidamente posible, pero éste, junto a su tripulación se negó. Más tarde se presentaron dos remolcadores, también de nacionalidad inglesa, que llevaron al buque siniestrado hasta la cercana playa de Jukery Bay, donde quedó varado, ya que continuaba haciendo agua y el peligro de zozobrar era inminente. Por tal motivo, el capitán ordenó el abandono del barco, permaneciendo él a bordo, junto al primero y segundo oficial. Días más tarde, fue reflotado y remolcado a Constantinopla, donde fue reparado, para retornar a Barcelona, a donde llegaría el 17 de mayo del mencionado año 1919, con los supervivientes de su tripulación y marineros del Alfonso XIII. Los súbditos expulsados que salvaron sus vidas fueron desembarcados en Constantinopla, aunque el gobierno español de la Restauración no quiso dar explicaciones al respecto, ni nunca más se informó sobre su estado ni su origen. El barco fue reparado en Barcelona y siguió prestando servicios como carguero, y en sus últimos años, debido a su edad sexagenaria y la poco rentabilidad en largas travesías, se empleó como carbonero, y en estas postrimerías de su vida realizó viajes desde Avilés a Barcelona, con carga completa de carbón para la industria catalana. En 1950, el vetusto vapor fue amarrado en Santander con la idea de pasar al desguace, pero dos años más tarde aún le quedaban admiradores y era adquirido por la Sociedad Mercantil Transoceánica Hispana y rebautizado con el nombre de Drago, que lo tendrían siete años más, navegando hasta 1959, en que, ahora sí, se desguazó con más de 68 años de mar. p4 domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA Preparando la fiesta en Punta de Abona a principios del siglo XX. ARICO, AÑO DE 1904: un virtuoso peregrinar Para la presente conmemoración, viene al recuerdo una memorable peregrinación llevada a cabo por la Virgen Patrona del Sur de Tenerife, a través de toda su feligresía, por estas bandas sureñas, entonces tan alejadas del resto del territorio insular como desconocidas por sus moradores externos. F inalizaba agosto. El pueblo amanecía envuelto en una cortina de luz iridiscente, augurio claro de cuanto habría de acontecer en aquellas venideras jornadas en torno a la muy venerada imagen de la Virgen de Abona, titular indiscutible de estas bandas del sur tinerfeño. Ese luminoso día, desde su templo, partía la comitiva religiosa, en regulada procesión, con destino a todas las parroquias y ermitas de su comarca. El primer destino previsto era la parroquia de San Antonio de Padua, en La Granadilla. En Chimiche, previamente, donde tantas vocaciones profesaba, no recaló ni a la ida ni al regreso. Allí no había labrada todavía ermita alguna; pero sus devotos salieron con gran regocijo, en ambos periplos, a recibirla desde las bocanas del sendero. El siempre emblemático caserío de Las Vegas quedó también al margen de esta peregrinación por la premura de tiempo, y por las comunicaciones, entonces con muchos impedimentos. Al pueblo de La Granadilla llegó al atardecer; no para descansar, como pudiera sospecharse, sino para disfrutar de una sacra vigilia. Hubo triduos vespertinos y de amanecer. Aquellos tres días de estancia en esta localidad resultaron de intensas devociones espirituales. Los creyentes de mayor fervor llegaron a proponer que debiera durar un septenario como poco. Se les había hecho muy corta la estancia, pero el sagrado andar debía continuar en dirección al Sur más profundo. Arona Texto: Emiliano Guillén Rodríguez (cronista oficial) Foto: Fondo Ossuna era su nueva meta pretendida. En este momento, por razones ajenas al evento, fue preciso cambiar la programación. La piadosa comitiva se resguarda en la ermita del valle de El Ahijadero, de Arona, o de San Lorenzo, que así también se le conoce. En este modesto oratorio recibió incontables parabienes. Luego, procesionada, regresa a San Miguel. Desde esta hermosa localidad asciende en halo de majestuosidad hasta la parroquia matriz de Vilaflor, la cuna primigenia del devocionario comarcal. Los sacerdotes de la zona se turnaban para predicar en las parroquias distintas a las que tenían oficialmente asignadas. El histórico y populoso pago de Chiñama-Charco del Pino también fue visitado. Allí predicó el titular de Arico. Para su honra, reunió tantos asistentes como en cualquiera de las cabeceras parroquiales. Para el día octavo de la ofrenda se programó una multitudinaria excursión proveniente de Adeje y Arona, dos enclaves donde no había podido llegar; desde San Miguel y La Granadilla. Hacia las dos de la tarde, el profuso cortejo penetró de retorno en el municipio ariquero, por la vía natural, hasta El Río de Arico. La muchedumbre acompañante era importante, y creciendo a medida que cruzaba nuevos pagos. Desde todos los lugares, la devota peregrinación –devota y festera– se despedía con clamoreo de campanas y quema de voladores, cosa que se mantuvo a lo largo de todo el recorrido. En los pueblos, para mayor solemnidad, se hacía acompañar por hermandades y cofradías con sus estandartes. En algunas esperas la impaciencia por ver a la santa patrona y la ansiedad sentida por la demora eran palpables entre los que le aguardaban. Muchos hicieron travesía para salir a su encuentro. Camino del regreso, el multitudinario séquito llega al Lomo de la Cisnera. Toma respiro junto a una bandera estratégicamente colocada desde donde se divisaba un amplio panorama. Allí aconteció el momento más álgido de todas las jornadas. El nivel de espiritualidad alcanzó la apoteosis mística. Hombres y mujeres lloraban ante la Patrona sin poderse contener. Con humildad y veneración, le pedían por sus hijos, por ellos mismos, por su felicidad; en fin, imploraban el amparo de quien amaban, y en quien confiaban plenamente. Pan, salud y gloria fueron sus principales rogativas. La marcha hacia su tradicional morada fue lenta. A lo largo del camino se fueron desgranando, con gran recogimiento, los padrenuestros y las avemarías del santo rosario. La manifestación religiosa resultó ejemplar. En la plaza de El Lomo –Arico no ostentaba aún el honorario título de Villa–, le esperaba un pueblo entusiasmado y fervoroso, animado por el notable éxito alcanzado con semejante celebración. Imagen, fe, pueblo, cruz alta, estandartes, vivas, voladores, lágrimas, repiques de campana... Pareciera que la voluntad de Dios se derramara en toda su magnificencia sobre aquellos campos y sobre todos sus feligreses. En el templo tuvo lugar una procesión claustral. Dos de cada tres asistentes no pudieron acceder al sagrado recinto. Ni con nueve naves que hubiese tenido como la que posee hubiesen sido suficientes para acogerles a todos en su seno. Por estas fechas el santuario se hallaba en situación lamentable por deterioro. Con mucho sacrificio y dedicación fue posible redimirle a un estado digno, a la altura de la celebración que se practicaba. Nada faltó a la solemnidad perseguida. Después de un breve descanso, los sacerdotes recibieron confesiones y desconsuelos de parte de los asistentes por la finalización de los actos litúrgicos tan excelsamente logrados. Al día siguiente se administraron quinientas diecisiete sagradas formas. Pudieron haber sido muchas más, si el tiempo sacramental lo hubiese permitido. Tras la conclusión eucarística se repartió, asimismo, un elevado número de escapularios bendecidos de la Virgen del Carmelo, especialmente solicitados por los granadilleros, en donde la festividad de la Virgen de la mar era relevante. Alcanzado ya el día 8 de septiembre, el día señalado para la conclusión del novenario, hacia las once de la mañana volvió a salir la Sagrada Imagen en santa procesión por el recorrido tradicional, rodeada de las pompas y devociones acostumbradas. El sacerdote de turno despide a los peregrinos y feligreses con un saluda de agradecimiento en nombre de Dios y de la Santa Patrona de este territorio. Las ofrendas que en aquellas memorables jornadas se le ofrecieron fueron cuantiosas. Muchos de los devotos cruzaban el templo hincados de rodillas, portando ramos de flores, velas y exvotos de cera, en agradecimiento por los beneficios recibidos; o en súplica por los deseos precisos y la superación de las necesidades presentes en cada uno de los demandantes. El broche final a estas intensas jornadas marianas lo pone el grupo de teatro de la localidad. Un elenco de artistas aficionados a las artes escénicas. Para la ocasión, representó, en el proscenio de la plaza, con bastante acierto, el auto sacramental titulado “El hijo pródigo”, de contenido muy similar al bíblico. De esta suerte concluye un novenario que resultó pleno de satisfacción para todos los creyentes de este terruño insular; entonces para el resto de la isla, tan alejado como desconocido. Referencia bibliográfica: Adaptación muy libre de una carta que el venerable vura de Arico Manuel Cabrera envía al Obispado de Tenerife con fecha 11 de septiembre de 1904, finalizado ya el señalado periplo mariano. p5 EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015 INVESTIGACIÓN EN PORTADA TURISMO Gumersindo Robayna Lazo (Santa Cruz de Tenerife, 1829– 1898). Su padre era natural de Fuerteventura, y su madre de La Laguna. Ingresó muy joven en la escuela de dibujo de la Junta de Comercio, donde fue discípulo de Lorenzo Pastor y Castro. Se involucró también en la Escuela de la Sociedad de Bellas Artes de 1846, participando ya con obra propia en la exposición celebrada por esta institución en 1847. Al poco se trasladó a estudiar en París, con Garnier, aunque regresando pronto a Madrid para seguir su adiestramiento con Eugenio Lucas Padilla. Más tarde marchó a Sevilla, donde proseguirá sus avances en el arte de la pintura. Tras este periplo, regresó a Tenerife en 1854 y presentó en la exposición celebrada entonces por la Junta de Comercio su gran lienzo de carácter histórico sobre el desembarco de Alonso Fernández de Lugo en la playa de Añaza para iniciar la conquista de Tenerife. Inmediatamente, ya el 2 de enero del 55, fue propuesto para académico de número de la RACBA, donde se votó su incorporación tres meses después, y fue nombrado profesor de dibujo y figura de la escuela de la Academia. Su vinculación y presencia en los plenarios desde entonces fue constante hasta el final de la corporación. En esta etapa de su vida se casó con Carmen Marrero, cuyo primer hijo, nacido en 1864, fue el también pintor y numerario de la RACBA en su segunda etapa Teodomiro Robayna. Tras el cierre de la Academia, se organizó en 1880 la Escuela Municipal de Dibujo, de la que Gumersindo fue nombrado profesor, docencia que impartirá ininterrumpidamente hasta su fallecimiento, acaecido 18 años después. Participó durante todos estos años en cuantas exposiciones se organizaron, y ganó merecido prestigio, así como numerosos galardones. Su obra está representada en instituciones como el Cabildo Insular de Tenerife, el Museo Municipal y el Ayuntamiento de Santa Cruz, la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, el Obispado de La Laguna, la Capitanía General de Canarias o las iglesias del Santísimo Cristo de Tacoronte, San Francisco y la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, así como en colecciones particulares. Cultivó la pintura histórica (género en el que nos legó muy llamativas muestras), y también la religiosa, la pintura decorativa y el retrato, generalmente utilizando el óleo y ocasionalmente el temple. Menos le interesó la acuarela, de la que dejó alguna muestra esporádica. Serie “Pintores Canarios”, cuadro Nº26 (técnica mixta sobre papel de acuarela) p6 domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA EL QUISISANA, ANTE SUS DOCENTES BODAS DE BRILLANTES (1940-2015) Texto: Antonio Salgado Pérez (antiguo alumno. 11º Promoción) Fotos: A. Benítez El padre Rufino, el padre Marco y el padre Luis, tres inolvidables pilares. 5 de diciembre de 1904. Se inaugura el Gran Hotel Quisisana. Durante décadas será el más lujoso de la capital. Y uno de los edificios más singulares de Santa Cruz, por su estética, por su antigüedad y por su estratégico emplazamiento, en una atalaya sobre la ciudad. El arquitecto de la obra fue Mariano Estanga, quien diseñó una edificación de estilo neogótico, con su torre de homenaje, torre cilíndrica, almenas y torreones, semejante a un castillo victoriano, por expreso deseo de su propietario, Enrique Wolfson Ossipoff, un rico hacendado de origen ruso, nacionalizado inglés. 17 de octubre de 1940. Un hotel, el citado Quisisana, ahora vacío de frivolidad transeúnte, iba a albergar la escolaridad de unos pequeños huéspedes estables. Desde aquel entonces, las Escuelas Pías iban a ser otro baluarte de hospitalidad en la vertiente feliz de aquella sólida montaña, coronada por la familiar carretera de Los Campitos. Y vinieron el padre Rufino y el padre Marco, entre otros fundadores. Y un poquito más tarde, el padre Julián. Todos portaban sotana y un albo cuello duro. Sacerdotes escolapios y algunos profesores seglares formaban el claustro. Pero para nosotros, pipiolos de aquel entonces y quizás por un incontenible deseo de concisión, los tres citados, sencillamente, eran las Escuelas Pías. Era un trío muy familiar, muy querido y apreciado por todos. Los tres, en efecto, seguían siendo “nuestras Escuelas Pías”. Pero el hogareño trío, por el paso inexorable del tiempo, empezó a desaparecer, pero no en el recuerdo. El desgajamiento de aquel limitado árbol genealógico comenzó una cálida noche del verano de 1971, cuando nació para la muerte el padre José Marco, aquella figura enjuta, de espíritu inundado de afecto, de bondad y comprensión. ¿Para quién no era algo íntimo y entrañable la figura del padre Marco, con aquel cigarrillo blanqueándole el labio; con aquella diestra dura como el pedernal, con orgullo de antiguo pelotari; con sus aficiones ornitológicas, ubicadas en un cuarto sorpresa, donde existía de todo, incluso microsurcos, para incentivar el trino de sus mimados canarios? Los que tuvimos la oportunidad de observarle detenidamente como in- Desde el año 1940, el Quisisana ha sido las Escuelas Pías, el Colegio San Pablo-CEU, la Fundación Padre Anchieta, el San José de Calasanz... A la derecha, año de 1940, sacerdotes, benefactores y algunos alumnos de las Escuelas Pías. De izquierda a derecha: en primera fila, padre Jesús Echanojáuregui, padre Luis María Eguiraum, Miguel Llombet, padre José Marco, padre Rufino Gutiérrez y José Ruiz, hermano de la orden; sentados: Cándido Luis García Sanjuán, J.P. Alonso, el rector Andrés Moreno, Tomás Zerolo, padre Eusebio Gómez, Belisario Guimerá y padre Federico Alonso; en el suelo: Pedro Fernández Morán, Antonio Cervós, Lorenzo Machado Mario Moreno, Carlos Moreno y Luis Fernández Morán. terno del centro docente comprendimos aún más la dimensión de su sensibilidad, el valor de su compañerismo, lejos, muy lejos, de la confianza mal entendida. Era, como ya hemos dicho, la bondad personificada. Alardeaba de un lema: ni complicarse su existencia ni complicársela a los demás. Por eso se llevó perfectamente con todos; por eso, cuando salimos de las aulas del bachillerato y le encontrábamos en cualquier lugar, a todos nos gustaba hablar con el padre Marco, porque era una puerta abierta al diálogo sencillo y estimulante. Con aquella mesurada sonrisa, el padre Marco rubricaba la mayoría de las veces la charla con una selección de anécdotas estudiantiles. En definitiva, fue, posiblemente, lo más humanamente sencillo del colegio, prudente y disimulador de su ciencia, siguiendo fielmente los pasos del fundador de la Orden Escolapia, San José de Calasanz, que había iniciado su carismática docencia en los albores del siglo XVII. En la primavera de 1984 nos abandonó para siempre el padre Julián Peña. Había sido un personaje bullicioso y agitado; y siempre sonriente. Descubrió y practicó durante muchos años, por todas las vías santacruceras, el “jogging”, aunque él lo interpretaba con una peculiar cadencia. Fue un pañuelo de lágrimas y de consuelo para enfermos irreversibles. Fue un confesionario ambulante, un atleta pedestre en busca de la carrera del bien, del alivio y de la esperanza. Su voz…¡La voz del padre Julián! Aquel tono explicándonos latín, griego y francés. ¿Quién puede olvidar sus notas y calificaciones? Marcó un hito en la historia pedagógica porque nunca, en plan rígido, se conformó con el cero, habiendo cifras más negativas y sintomáticas como, por ejemplo, el menos uno o el menos cinco, guarismos que luego vertía en un cuadernillo indescifrable, que muchos confundieron con frases griegas. p7 EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015 En el mes de enero de 1991 terminó de desgajarse aquel trío. Se nos fue, a sus 86 años, el padre Rufino Gutierrez Sedano, tenacidad norteña que ocultaba su ternura en una brava cerrazón cantábrica, con faz y tórax de practicante de lucha libre americana, que tras el óbito del padre Julián Peña Isla, nos escribió agradeciendo las líneas que le habíamos dedicado al desaparecido, haciéndonos esta matización: “Un pero pondría yo a tu afectivo artículo; y sería que, donde aludes al padre de la “pipa y zapatillas”, refiriéndote a mi persona, hubiera sido más exacto decir el padre de la “pipa y la chancleta”; no hubiera sido tan fino, pero sí más histórico”. La pipa y la chancleta eran, obviamente, sinónimos del padre Rufino, que, tras nuestra lejanía de las aulas escolapias, se convirtió en un insustituible nexo, en un embajador que con una peculiar diplomacia nos hablaba, nos reunía, nos convertía en contertulios, haciéndonos recordar –siempre envuelto por la olorosa nubecilla de su cachimbo– nuestras más importantes vivencias estudiantiles. Quedaba en nuestro recuerdo, para siempre, aquel sacerdote escolapio, profesor incansable de francés, inglés, alemán y religión, que al mismo tiempo era el ecónomo de la casa, el administrador y, más tarde, como veremos, el rector de las Escuelas Pías. Cuando sus piernas le respondieron “como Dios mandaba”, fue peregrino que tocó en todas aquellas puertas que le ofrecían hospitalidad y diálogo, ya que siempre fue buscando la concordia, la comprensión y el apego entre todos nosotros, entre todos sus numerosísimos exalumnos, a los que luego casaba en las iglesias y parroquias más variopintas. El 17 de octubre de 1940, con media docena de sacerdotes y 256 alumnos, el padre Rufino era uno de los fundadores del Colegio del Quisisana. O sea que el próximo otoño –como ya hemos recordado en otros reportajes– habrá bodas de brillantes. Y es que el Quisisana, como centro docente, cumple 75 años, efemérides que no ha pasado desapercibida para la Asociación de Antiguos Alumnos, que preside Celestino Concepción, con las firmes colaboraciones de Jesús Pedreira, Jaime Merelo, Jesús García Serrera, José Bastarrica, José Hernández y otros compañeros que sabrán sacarle partido a tan señalada conmemoración. El primer rector que tuvo las Escuelas Pías, en el año de 1940, fue el padre Andrés Moreno Gilabert. Nuestra edad no nos permitió conocerle, pero sí conocimos desempeñando tal cometido la bondad del padre Turiel, la delicadeza del padre Gonzalo y la enérgica presencia del inolvidable padre Rufino, que en su importante cargo consiguió realizar la mayor ampliación del colegio, con nuevas aulas, el teatro y la gran capilla, cotas que se produjeron cuando ya habíamos abandonado el Quisisana. En estas mismas columnas de EL DÍA, y con motivo del fallecimiento del padre Rufino, y en un sentido artículo, nuestro querido y recordado compañero Luciano Lemus Izquierdo apuntaba: “Quedaba en medio Santa Cruz, en muchas familias, el recuerdo del confesor de los mayores de la casa. También el recuerdo del capellán de La Pureza y de las Siervas de María. Pero por mucho más tiempo que la efímera vida de los hombres, si no llega la sierra mecánica y lo corta, quedará arriba, al final de la carretera del Quisisana, delante de la gran escalera de aquel hotel que fuera, otrora, el orgullo de Santa Cruz, en medio de un pequeño jardín-plazoleta, donde los coches dan la vuelta, quedará, repito, el gran árbol, el flamboyán que, plantado por el padre Rufino, nos lo recordará para siempre”. También en El DÍA, y en un documentado trabajo periodístico, María Jesús Riquelme Pérez, profesora escolapia, decía, entre otras cosas, que “para sorpresa de muchos, la Orden de las Escuelas Pías deja la enseñanza en Tenerife, vendiendo todos sus centros educativos, menos el Quisisana, que alquila al Colegio San Pablo-CEU, en 1977; en los años 80, dicho centro educativo pasó a llamarse oficialmente Fundación Padre Anchieta, aunque todos seguíamos conociéndolo por el CEU”. La cruel e implacable piqueta El padre Rufino nunca pudo ocultar su desazón por la desaparición, en Santa Cruz, de la Orden Escolapia, que conllevó la liquidación del magnífico edificio del Pious School, de la plaza de Los Patos , así como del Colegio enclavado en la Rambla del General Franco, haciendo esquina con la calle Robayna. A renglón seguido, la cruel e implacable piqueta municipal los hizo desaparecer del mapa urbanístico. Sobre estas “desapariciones”, y recabando su autorizada opinión, nuestro amigo el reputado arquitecto e historiador Sebastián Matías Delgado nos ha informado de “que el derribo del Pious School fue una aberración”. Se demolió porque “no era un edificio protegido”. Era una obra del reconocido Mariano Estanga, también autor del hotel Quisisana. Con respecto al colegio que estaba situado en la Rambla hay que añadir que era un caserón de estilo colonial con una amplia terraza. Su estilo era victoriano. Se empezó a usar a principios de la década de los El inolvidable padre Rufino, exrector de las Escuelas Pías; arriba, colegio que estuvo situado en la Rambla General Franco, esquina a la calle Robayna; a la derecha, bajando del Quisisana con rumbo a las procesiones de Semana Santa. veinte del pasado siglo. Aún se conservan algunas de estas similares estructuras en Las Mimosas”. En el año 1945, y dado el número creciente de alumnos y con el afán de facilitar el acceso a los más pequeños, la Orden Escolapia adquirió un edificio emplazado entre las calles Pérez de Rozas y 25 de Julio de Santa Cruz. Lo denominaron Colegio del Niño Jesús. Hoy son dependencias militares. Según Matías Delgado, “este edificio fue obra del arquitecto Antonio Pintor. Posee un estilo ecléctico con detalles modernistas. Aún se conserva pero tiene unos desafortunados añadidos por la calle Pérez de Rozas”. La Encomienda de Alfonso X A raíz del óbito del padre Rufino, y de una forma un poco apresurada, intuimos que se nos había ido lo único que nos quedaba de las Escuelas Pías. Y con su fallecimiento afloraron aquellos recuerdos de sus clases de inglés, de su innata inclinación radiofónica por la BBC de Londres, que allá arriba, entre las almenas y torreones del Quisisana “se oía como una bomba”; vino a nuestra memoria su algarabía contenida cuando, con todo merecimiento, se le impuso la Encomienda de Alfonso X El Sabio. Tras leer su austera nota necrológica, comprendimos que se nos había ido algo especial y, con su partida, por ejemplo, aquella cancioncilla de “el reloj lo hizo el relojero y, el mundo, lo hizo Dios”; y aquellos ejercicios espirituales donde el fuego del infierno hasta nos quemaba; aquellos rosarios matinales y aquellos desfiles, serpenteantes, con todos nosotros uniformados, de pantalón blanco y chaqueta negra, botones dorados y escudo plateado, bajando del Quisisana con rumbo a las procesiones de Semana Santa, casi entonando el himno del Colegio: “Los niños son tu herencia/ le dijo Dios un día…”. p8 domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 995 BALCÓN DE VENEZUELA Partiendo de la base del conocimiento empírico, el turismo se ha desarrollado en el mundo convirtiéndose en una necesidad de la sociedad que busca adaptar su gestión a la práctica del mismo y a su evolución, para hacer que sea lo más exitosa posible La historia de la profesionalidad turística UN LARGO CAMINO PARA UN DESARROLLO EJEMPLAR Texto: Antonio-Pedro Tejera Reyes (del Grupo de Expertos de la Organización Mundial del Turismo, de las Naciones Unidas) C uando en 1965 fundamos las Escuelas de Turismo, en las Islas Canarias, veníamos de estar trabajando en un mundo turístico en evolución, que estaba sacando de la pobreza a España, y con ella a los canarios. Un mundo donde estábamos rodeados de gentes del turismo con un prestigio ganado a base de trabajo y el conocimiento empírico de unos principios básicos donde la profesionalidad era la meta segura para ascender a los más exigentes puestos directivos, unido a unos valores intrínsecos donde el trato amable, la justicia y la razón tenían su trono. Fuimos actores principales en toda esta historia y son miles los graduados que obtuvieron su preparación en estas escuelas, que siempre tuvieron presente, desde su fundación, la necesidad de una formación integral donde la práctica fuese el principal objetivo, con el imprescindible apoyo del conocimiento académico necesario para entender el porqué y el cómo, en el desarrollo del trabajo que se necesitaba para que la “operación turismo” fuese rentable para la persona, para la familia, para la comunidad y para el mundo entero, como diría en 2003 la Organización Mundial del Turismo. Era lo que se pretendía. Pasaron los años y, viviendo una ajetreada vida dentro siempre del mundo de las enseñanzas del turismo, hemos sido actores y sufrido las más extrañas y esperpénticas situaciones, salpicadas de los más sublimes momentos de gloria, empañados por la percepción de la envidia que generaba actuaciones modélicas, en las cuales siempre tuvimos importantes e impagables apoyos, como el caso de la presencia en Canarias, entre otros ilustres gestores del turismo –atendiendo a una invitación para participar en nuestros programas– del ilustre gestor del turismo español Manuel Fraga Iribarne. Momentos estelares tuvimos como presidente de las Escuelas de Turismo de España, y más tarde como miembro afiliado de la Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo, UIOOT, hoy Organización Mundial del Turismo, de cuyo comité de miembros privados fuimos vicepresidente hasta su transformación, en el año 1975. Miles de horas hemos empleado en nuestra lucha por hacer entender a los poderes públicos las necesidades y las fórmulas eficaces para conseguir una perfecta y útil formación de quienes deban ofrecer su trabajo en el sector turismo. La gran pirámide de estos estudios tuvo un escenario ideal en España, en esos años setenta-ochenta del siglo pasado, con las Escuelas Profesionales de Hotelería y Turismo –la mayoría dependiendo de Gobierno español– y las escuelas de turismo privadas, que llegaron a ser unas cincuenta. Todo este espectro, que funcionó en Canarias de una forma modélica, casi perfecta, se desmoronó un buen día con la ocurrencia del Gobierno de España de pasar los estudios de turismo a la universidad, junto a lo cual dejó de ser obligatoria la exigencia de un titulado en las Escuelas de Turismo al frente de las empresas turísticas reconocidas, tal como requería la legislación vigente hasta esos momentos y su Estatuto de Directores, nacido en España como una garantía para el perfecto funcionamiento de las estructuras de un turismo que se fue convirtiendo en el poderoso sector que sacó de la pobreza al país. El panorama no se podía poner más negro. Apoyada esta gestión por quienes en las escuelas de turismo privadas no veían otra cosa que un fin para progresar económicamente, la formación profesional turística paso a denominarse “académica”, y con ello a desaparecer muchos de los valores –si no todos– en los que se apoyaba, donde el conocimiento tenía que ir unido a lo que más tarde conoceríamos de cerca: la cultura de paz, algo que veníamos practicando desde nuestros principios y que nos abriera las puertas de la Universidad para La Paz, de las Naciones Unidas, creando un programa de la máxima altura práctico-académica, desgraciadamente hoy desaparecido por torcidas manipulaciones. De los miles de profesionales que obtuvieron su graduación en nuestras escuelas de turismo, algunos han llegado a los más altos puestos directivos en las más prestigiosas empresas internacionales del sector. Están repartidos por el mundo, y desde las costas de Brasil hasta los hoteles de Viena hemos encontrado físicamente ex alumnos agradecidos por las enseñanzas recibidas en Canarias. Cientos de ellos que en los pasados años obtuvieron estas graduaciones los tenemos por toda América, Europa, África, Qatar… y hasta navegando profesionalmente en los más lujosos cruceros de turismo por todo el mundo Algo que no se puede tapar con un dedo, al igual que el sol, y que demuestra a las claras la bondad de una filosofía en las enseñanzas del turismo que va unida a la aplicación de los métodos y el conocimiento de la evolución sociológica de la Humanidad y su influencia en el movimiento turístico. En la Asamblea Mundial del Turismo, Robert C. Lonati, secretario general de la UIOOT, y, a la izquierda, el autor de este artículo, presentando el proyecto de la pirámide de los estudios turísticos, que ya se seguía en Canarias. Año 1972, en Nairobi, Kenia. Esas poderosas razones y las experiencias recogidas en muchos de los más importantes acontecimientos y empresas mundiales del sector, nos llevaron en muchas ocasiones a sostener encuentros con las más altas autoridades políticas de algunos países, donde nuestros conocimientos y programas eran reconocidos, pero “políticamente” inaplicables. Un escenario lamentable El pasado 28 dejulio, ante la primera página de este mismo periódico, donde un gran titular publicaba: “Turismo, un título con poca salida”, recordamos con tristeza, aquellas constantes bolsas de trabajo que funcionaban en nuestras escuelas, hasta los años 2010-2011 del presente siglo, donde gestionábamos junto a la infatigable Petri –la mejor gestora que ha habido dentro de estas escuelas– un cúmulo de peticiones de personal que iban de abajo a arriba, dentro de los escalafones de las empresas turísticas y que muchas veces no podíamos atender por la falta de alumnos que ofrecer. El problema fue, durante muchos años, que los alumnos no terminaban su carrera porque antes conseguían un empleo seguro y, poco a poco, el trabajo y el poder de lo que ganaban les hacía perder el interés por acabar sus estudios, lo que se remediaba en la mayoría de los casos con la necesidad de obtener el título para poder, más tarde, ejercer al cargo de director de la empresa. La gravedad del problema que se vive ahora está ligada a la falta de profesionalidad en el sector, pues desde recepcionistas que no saben informar al cliente dónde queda una farmacia o una parada de taxis, hasta un director-gerente –impuesto como figura decorativa del capital– que cree que su labor es pasearse por los pasillos, hasta los relacionistas públicos –que de eso saben menos que nosotros del idioma japonés– que solo saben vestir prendas de marca y sonreír al cliente, todo el sistema está pervertido, sin que apenas se atisben posibilidades o fórmulas de regeneración en el sector. Lo perdido está perdido. Como siempre, no habrá culpables de nada. Seguiremos pendientes del aumento de número de turistas que nos visitan y poniendo parches por todos lados, mientras, la calidad y la excelencia van, cada vez más, deteriorándose, sufriendo las consecuencias de la injusta valoración en el mundo del turismo, de lo “académico” ante lo “profesional”. El denodado esfuerzo del empresario local, enamorado de su empresa, de los valores del turismo y de su entorno natural, se pierde ante el poder de las multinacionales y los gráficos de la renta del capital.
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