VAPOR MANUEL CALVO,

EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015
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EL QUISISANA, icono de los
colegios en la capital tinerfeña. cumple
75 años. Antonio Salgado, exalumno,
recuerda la historia del centro. 6/7
del domingo
revista semanal de EL DÍA
RECUERDOS DEL PASADO
VAPOR MANUEL CALVO,
EL MATUSALÉN DE LOS MARES
Texto: Manuel Marrero Álvarez
(exdelegado de la Compañía
Trasatlántica Española en Canarias)
M
anuel Calvo Aguirre
fue uno de los numerosos vascos que en
el siglo XIX emigraron a América y se enriquecieron participando de la carrera
desenfrenada hacia el negocio y la acumulación de capital, base sobre la cual
se erigieron en personalidades destacadas de la época, convirtiéndose
en sus pueblos natales en un ejemplo a seguir. Nació en Portugalete, municipio de la provincia de Vizcaya, en
diciembre de 1816, y desde siempre
estuvo muy ligado a la mar y los barcos, ya que su padre, Matías Calvo,
gallego, era marino y mandaba un pequeño buque que ejercía el servicio
de guardacostas por la zona cantábrica.
A los 18 años, el joven Manuel Calvo
emigró a Cuba en busca de fortuna,
y a buen seguro que la consiguió. La
llegada a La Habana se produjo en el
año 1834, teniendo la suerte, al poco
tiempo de llegar a tierras americanas,
de conocer a Antonio López y López,
que también había emigrado a la isla
caribeña y luchaba por abrirse paso
en los difíciles caminos de los negocios marítimos. Su amistad se asentó
en Santiago de Cuba y desde sus inicios las vidas de los dos corrieron paralelas.
En 1841 fletaron un pequeño barco que llenaron de harina en Santander,
produciéndoles importantes beneficios y siendo la catapulta que los lanzaría en los ambientes comerciales de
Cuba. Antonio López plantaría poco
más tarde la semilla de la que sería
la naviera más importante de España,
la Compañía Trasatlántica, y Manuel
Calvo crearía asimismo la compañía
de vapores Sindicato de Navegación del Sur, que monopolizaba gran
parte del servicio de cabotaje de la
isla.
Personalidad de gran prestigio comercial en Cuba, la amistad entre ambos fue inquebrantable y duró toda
la vida, prestando Manuel Calvo valiosos servicios como agente general
de Trasatlántica y siendo el máximo
responsable durante varios años de
la lonja de La Habana. Juntos colaboraron en la obra de defender la bandera de España en Cuba y juntos conquistaron la fortuna en noble lucha,
como también juntos la pusieron muchas veces al servicio de la tierra en
la que nacieron.
En 1876 se creó en La Habana la Sociedad Manuel Calvo y Compañía, cuyo
único socio era Antonio López, con
el 50% del capital. Calvo Aguirre, rico
y poderoso, no dudó en momento alguno dirigir su actividad y su dinero
al servicio de España, y en los días
turbulentos de la revolución dio las
máximas pruebas de patriotismo, realizando campañas contrarias a la
insurrección y en favor de una Cuba
española. Fue socio fundador y uno
de los mayores accionistas del Banco
Español de Cuba, además de uno de
los más activos miembros del Casino
Español de La Habana. Asimismo, se
distinguió como un empresario que
cuando otros indianos vendían sus
posesiones en Cuba para regresar a
España, dedicó parte de sus ingresos
a adquirir nuevas propiedades en la
isla.
Pero, lamentablemente, el 19 de abril
de 1898, después de grandes rebeliones
e insurrecciones cubanas, el gobierno
El vapor Manuel
Calvo como buque
mixto, en 1930. Foto:
archivo CTE Madrid.
Abajo, con un último
nombre, Drago. Foto.
Teo Dietrich.
de los Estados Unidos de América toma
parte directa en el conflicto, argumentando la explosión de su buque de guerra Maine en el puerto de La Habana
y acusando unánimemente a España
de haber colocado una mina bajo el
casco, hecho que jamás fue demostrado. Otros sectores abrigaron la sospecha de que la catástrofe hubiera sido provocada por los rebeldes cubanos para involucrar a los Estados Unidos en la lucha. No obstante, los americanos buscaban un pretexto para disputar la isla a España y el hundimiento
del Maine se lo dio. La tragedia se produjo la noche del 15 de febrero de 1898
y murieron dos oficiales y 258 marineros. El Congreso estadounidense
aprueba la declaración de guerra a España y proclama la libertad y la independencia del pueblo de Cuba. La guerra terminó con la derrota de los españoles, por el Tratado de París, firmado
el 10 de diciembre de 1898, donde España renunciaba a Cuba, al mismo
tiempo que cedía a los Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas.
También para Manuel Calvo Aguirre esta cruenta guerra fue el principio
del final de su vida. Su corazón, con
82 años, sufrió una tremenda pena
al ver cómo aquel pedazo de tierra española, que tanto defendiera, se
perdía para siempre. Tras firmarse la
paz entre España y Estados Unidos,
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domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA
EN PORTADA
muchos de los españoles que residían
en Cuba volvieron a España, entre ellos
Manuel Calvo, que inmediatamente
se deshizo de sus propiedades y regresó
para residir en Portugalete, pueblo que
le vio nacer, aunque pronto cambió
de domicilio buscando un clima
más templado por razones de salud.
Se traslada a vivir primero a Barcelona y finalmente a Cádiz, donde su
siempre férrea salud solo pudo soportar la ausencia de su amada Cuba seis
años más. En la ciudad gaditana, en
el número 3 de la calle Isabel la Católica, edificio propiedad de Trasatántica
y sede de sus oficinas en aquel puerto durante más de un siglo, falleció
el 16 de marzo de 1904, a los 88 años
de edad, como consecuencia de un
ataque cardiaco, siendo sus restos mortales trasladados poco más tarde al
cementerio de Portugalete, en cuya
tumba fue levantada una cruz en su
memoria por parte de Claudio López,
segundo marqués de Comillas, su amigo y albacea.
Allí dejó una profunda huella por
su labor benefactora, en la cual hay
que incluir que legó la propiedad de
su palacio a la Villa y en su testamento
hacía constar que en su día se convirtiera en un hotel y sus beneficios fueran a paliar las penurias de los vecinos más pobres del municipio y al personal que estaba a su servicio le quedara un sueldo vitalicio. Su esposa,
María Rosario Caballero, con la que
no tuvo descendencia, había fallecido
en La Habana en marzo de 1887.
La amistad de Antonio López –y después la de su hijo Claudio– con Manuel Calvo fue tan profunda que al
morir éste último, viudo y sin hijos
legítimos, decidió nombrar como
heredero universal a Claudio López
Brú, segundo marqués de Comillas,
“por lo que le debo de cariño y atenciones durante toda la vida y por ser
hijo del mejor amigo que conté en el
mundo”, decía el testamento.
En cuanto al trasatlántico Manuel
Calvo, que honraba su figura, tuvo una
vida muy larga, pero aciaga, agitada
y llena de incertidumbres. Soportó dos
guerras mundiales y una civil, al tiempo
que sufrió las peores humillaciones
que barco alguno pueda padecer, como
fue el estar totalmente abandonado
y amarrado en Mahón, uno de los puertos naturales más grandes del mundo,
situado en la costa Este de la isla de
Menorca, durante ocho largos años,
debido a las especiales circunstancias
en que se desarrollaba la vida en España, como consecuencia de la llegada de la II República y posterior guerra civil. Téngase en cuenta que
desde su fundación hasta el advenimiento de la citada Segunda República, en 1931, pasaron por Trasatlántica
tres generaciones de catolicismo
militante y monarquismo fervoroso,
amén del patriotismo vivo demostrado
por todos los miembros responsables
de la empresa, y ello resultaba demasiado lastre para unas normales relaciones y constituía un factor político
adverso para resolver sus problemas
con el nuevo gobierno republicano.
El Manuel Calvo,
también como
buque mixto, ahora
en 1920. Foto:
archivo CTE Madrid.
A la derecha, efecto
de la explosión de la
mina. Foto. revista
Cataluña Marítima.
Fueron amarrados nueve barcos pertenecientes a la naviera española y,
debido al largo abandono, terminaron notoriamente averiados y muy
deteriorados, por lo cual acabaron por
ser desguazados. Solo se salvó el Manuel Calvo, que a pesar de sus múltiples averías pudo ser recuperado,
llevado a los astilleros de Cádiz y transformado en carguero en 1940. A partir de aquí, con solo dos mástiles, comenzaron las escalas regulares en Canarias, en las que el viejo pero remozado barco llegaba con sus bodegas
abarrotadas, en especial de cereales
y leche en polvo, que servían para calmar las necesidades de sus habitantes, que añadían a las penurias de los
peninsulares el aislamiento y abandono en que se hallaban las Islas. “¡La
próxima semana llega el Calvo! ¡ya
podremos comer leche y gofio!”, se
decía entonces. Eran los tiempos de
las cartillas de racionamiento y del
Mando Económico establecido en el
Archipiélago en 1941, bajo la jefatura
del capitán general de Canarias
Ricardo Serrador, y a su muerte en
1943, la del también capitán general
Antonio García Escámez.
Otros que celebraban la llegada del
barco Manuel Calvo eran los cambulloneros, porque el buque procedía
de América, la tierra de promisión,
en la que se pensaba había de todo
en abundancia, y porque a bordo adquirían los artículos sobrantes de gambuza (despensa), que aquí eran totalmente
inaccesibles para la gran mayoría de
los ciudadanos, como azúcar blanco,
café, mantequilla y algunos medicamentos, en especial la penicilina.
Por todo ello, el buque era muy querido entre la gente portuaria de Tenerife, aunque la mayoría ignoraba
por qué se llamaba así y se comentaba que el nombre era lo que menos
les gustaba; más bien se tenía cierto
recelo de él, porque los perseguidores de los cambulloneros eran precisamente los calvos, que es como conocían ellos a los inspectores de Hacienda.
Las escalas en nuestro puerto del
Manuel Calvo siempre procedían de
América, y desde Canarias navegaba
a Cádiz para hacer la tradicional recorrida de fin de viaje y acondicionar
el buque para la próxima travesía. Por
ello, nunca hubo polizones canarios
a bordo de este barco, a pesar de que
entre los años 1940 y 1950 se originó
la emigración clandestina a América,
en especial a Venezuela, y fue también cuando este buque efectuó más
escalas en Tenerife.
El emigrante clandestino canario
solo quería llegar a América, y en ocasiones los cargueros o petroleros ele-
gidos para embarcar como polizón no
tocaban puerto venezolano alguno,
desembarcando en lugares muy alejados del destino deseado, como
Canadá o Estados Unidos, pero para
él lo importante era que había llegado
a América, porque pensaba que allí
se encontraba la riqueza y la abundancia, y solo había que ir a recogerla.
La mayoría, hombres jóvenes, casi adolescentes, pobres y muchos de ellos
reflejando el sufrimiento de la miseria de su existencia, marchaban llenos de ilusión a descubrir y conquistar
América; a hacer fortuna.
Pero allí comenzaban sus tribulaciones. Para algunos el viaje era
una aventura, para otros, una odisea,
pero, sin la menor duda la mayoría
de las veces, bastante mejor que la
arriesgada y larga travesía del Atlántico en aquellos reducidos barcos, la
mayoría pequeños veleros, inhabitables
y abarrotados de personas, en los que
sabías cuándo partías pero nunca cómo
ni cuándo llegabas.
Y es que la cercana Europa no era
atrayente para el emigrante canario,
porque pensaba que allí no se hacía
fortuna y era un lugar al que sólo se
iba a buscar los medios indispensables de subsistencia, llevando siempre consigo el billete de retorno. El
canario solo pensaba en América, porque seguía soñando en la fábula de
la riqueza. Era un impulso de fe que
le daba seguridad a su propio esfuerzo
para lograr su sueño dorado: regresar algún día a su tierra en primera
clase, rico, con su Cadillac y deslumbrar
a sus antiguos paisanos con su fortuna, tal como hacía el indiano que venía
solamente de América y no de Europa.
La última vez que el Manuel Calvo
hizo escala en Santa Cruz de Tenerife fue el 27 de diciembre de 1949,
procedente de Baltimore, con una partida de maíz a granel para las Islas.
Permaneció atracado en el muelle Sur
hasta el 31 del mismo mes, en que zarpó
con destino a Las Palmas, para continuar allí con el resto de la descarga.
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EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015
EN PORTADA
Era la época de vacas flacas, en que
alternaba con el vapor Habana sus frecuentes escalas en Canarias, con
cargamentos de maíz, trigo y leche
en polvo que los gobiernos argentino
y norteamericano enviaban a este archipiélago para mitigar las necesidades
que nos invadían. Fue esta su definitiva despedida, porque nunca más volvió a las Islas Canarias.
El barco, que traía ya sobre sus cuadernas cerca de sesenta años de
vida, dejaba ver en sus dependencias
el señorío y la gran clase de su origen, a pesar de que en aquellos momentos era ya un modesto buque de
carga. Tanto el capitán como los oficiales lucían sus uniformes reglamentarios a la llegada a puerto, siguiendo
con la tradición de sus armadores, y
a bordo se respiraba el ambiente del
antiguo barco de pasaje que fue, donde
las paredes del salón estaban aún recubiertas de caoba y la mayoría del mobiliario, confeccionado con la misma rica
madera. Tuvo una larguísima e intensa
vida de cerca de setenta años; una barbaridad en la historia de un barco, en
la cual quedaba demostrada la alta calidad de su construcción y posterior
mantenimiento, pudiéndose escuchar
con frecuencia a su capitán en los últimos tiempos decir que estaba mandando “el matusalén de los mares”
y que se sentía muy orgulloso de ello,
por su fortaleza, su seguridad y porque era muy marinero.
El barco había sido construido en
los famosos astilleros Armstrong
Mitchell de Low Walker, Newcastle,
Reino Unido, en 1891, con el nombre
de Lucania, para el armador inglés
Maclver and Co. de Liverpool, pero
fue vendido antes de salir a navegar
a la compañía alemana Norddeutscher
Lloyd de Bremen, rebautizándolo H.H.
Meier, en honor de su primer presidente, siendo asimismo el primer buque
de esa naviera impulsado por dos hélices. Su entrega se produce en marzo
de 1892 y pasa a servir la línea New
York-Baltimore. Nueve años más
tarde, en 1901, Trasatlántica lo adquiere
y es renombrado Manuel Calvo, en
homenaje a la persona que en aquellos tiempos ostentaba la vicepresidencia de la compañía y que siempre
fuera íntimo amigo de Antonio López,
fundador y primer presidente de la
naviera española, fallecido en enero
de 1883 a la edad de 66 años.
El buque, con capacidad para
transportar 1.375 pasajeros, se hallaba
matriculado en Cádiz y tenía un registro bruto de 5.741 toneladas y 4.705
netas; desplazaba 11.210 toneladas y
medía 135 metros de eslora, 15,60 de
manga y 10 de puntal. Disponía de una
sola chimenea, tres mástiles y dos máquinas alternativas de triple expansión que movían dos hélices que le
proporcionaban una velocidad de 15
millas por hora.
Después de su acondicionamiento
en los astilleros de Matagorda, en Cádiz,
comienza su primera etapa con Trasatlántica y se le destina a la línea Mediterráneo, New York, Habana y Veracruz, donde estaría prestando servicios
hasta 1932, año en que, como se ha
dicho, es retirado y amarrado en el
puerto de Mahón, a la espera de que
la tempestad que en esos momentos
agitaba la vida política de España amainase.
En su larga vida, el vapor Manuel
Calvo se vio inmerso en serios contratiempos, como también en acciones heroicas de salvamento a otros
buques, pero una de las más grandes
repercusiones de su extensa historia
fue su participación en la que se dio
en llamar “rusos indeseables en la España de los 20”, o la “expulsión de
extranjeros indeseables de la España
contemporánea”. Se trataba de un grupo de unos 800 refugiados rusos, turcos, búlgaros y polacos que, al final
de la Primera Guerra Mundial y al inicio de la revolución soviética, convirtieron Barcelona en una zona
ideal para esperar el término de ambas contiendas. Eran grupos de diferentes estratos sociales, aunque la
mayoría lo componían marineros
rusos de barcos abandonados o desertores.
Debido a la falta de control y de
medidas de seguridad, aquello desembocó en un periodo de conflictividad
laboral y social en la Ciudad Condal,
obligando a las autoridades españolas a otorgar expedientes de expulsión a 202 de esos indeseables, cuya
etiqueta no fue difícil de colocar, toda
vez que el solo hecho de proceder de
Rusia o de Polonia convertía a una persona en sospechosa e indeseada. Una
vez incoados dichos expedientes,
embarcaron a bordo del Manuel Calvo, buque elegido por el Ministerio
de la Gobernación para la repatriación,
que zarpó del puerto de Barcelona el
21 de marzo de 1919 para Constantinopla y Odessa, destino final de los
refugiados, llevando a bordo, además
de a los citados expulsados por el
Gobierno español, una tripulación
reforzada con 40 marineros del acorazado Alfonso XIII, encargados de
la custodia de la nave, comandados
por el teniente de navío Hermenegildo
Franco Salgado-Araujo.
El 29 del mismo mes, ocho días después de su partida, el barco, que estaba
bajo el mando del capitán malagueño
Manuel Morales Muñoz, navegaba por
el estrecho de Los Dardanelos, a cinco
El vapor como
buque de carga en
los astilleros de
Santander, en 1950.
Foto: CTE Madrid.
millas de la isla Tenedos, cerca de la
entrada del paso, al noroeste del mar
Egeo, siguiendo instrucciones de las
autoridades francesas de Tolon,
que fueron quienes fijaron el itinerario, a todas luces equivocado,
cuando, a las diez y media de la noche
se adentró en un campo de minas,
chocando con una de ellas y produciéndose una terrible explosión en
la banda de estribor, a la altura de
la bodega número uno, ocasionando
una gran vía de agua que inundó la
zona e hizo que el buque comenzara
a hundirse de proa. El pánico fue indescriptible y como consecuencia de
la espantosa explosión fallecieron 105
personas; 26 tripulantes, 8 marineros del Alfonso XIII y 71 de los súbditos expulsados. Por suerte, el
mamparo de la bodega número dos
resistió y evitó que el barco siguiera
hundiéndose, permaneciendo a la deriva durante toda la noche.
Algunos buques mercantes recibieron la señal de socorro, pero se
negaron a entrar en la zona minada
por los riesgos que ello entrañaba.
Sí lo hizo el destructor inglés Sportive, cuyo comandante, ante el
riesgo de hundimiento del Manuel
Calvo, pidió al capitán Morales
abandonar el barco lo más rápidamente posible, pero éste, junto a su tripulación se negó. Más tarde se presentaron dos remolcadores, también
de nacionalidad inglesa, que llevaron al buque siniestrado hasta la cercana playa de Jukery Bay, donde
quedó varado, ya que continuaba haciendo agua y el peligro de zozobrar
era inminente. Por tal motivo, el capitán ordenó el abandono del barco,
permaneciendo él a bordo, junto al
primero y segundo oficial. Días más
tarde, fue reflotado y remolcado a
Constantinopla, donde fue reparado, para retornar a Barcelona, a donde
llegaría el 17 de mayo del mencionado
año 1919, con los supervivientes de
su tripulación y marineros del Alfonso
XIII. Los súbditos expulsados que salvaron sus vidas fueron desembarcados
en Constantinopla, aunque el gobierno
español de la Restauración no quiso
dar explicaciones al respecto, ni nunca
más se informó sobre su estado ni
su origen.
El barco fue reparado en Barcelona
y siguió prestando servicios como carguero, y en sus últimos años, debido
a su edad sexagenaria y la poco rentabilidad en largas travesías, se empleó
como carbonero, y en estas postrimerías de su vida realizó viajes
desde Avilés a Barcelona, con carga
completa de carbón para la industria
catalana.
En 1950, el vetusto vapor fue
amarrado en Santander con la idea
de pasar al desguace, pero dos años
más tarde aún le quedaban admiradores y era adquirido por la Sociedad Mercantil Transoceánica Hispana
y rebautizado con el nombre de Drago,
que lo tendrían siete años más, navegando hasta 1959, en que, ahora
sí, se desguazó con más de 68 años
de mar.
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domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA
Preparando la fiesta en Punta de Abona a principios del siglo XX.
ARICO, AÑO DE 1904:
un virtuoso peregrinar
Para la presente conmemoración, viene al recuerdo una memorable peregrinación llevada a cabo por la
Virgen Patrona del Sur de Tenerife, a través de toda su feligresía, por estas bandas sureñas, entonces tan
alejadas del resto del territorio insular como desconocidas por sus moradores externos.
F
inalizaba agosto. El pueblo
amanecía envuelto en una
cortina de luz iridiscente,
augurio claro de cuanto habría de acontecer en aquellas venideras jornadas en torno a la
muy venerada imagen de la Virgen de
Abona, titular indiscutible de estas bandas del sur tinerfeño.
Ese luminoso día, desde su templo,
partía la comitiva religiosa, en regulada procesión, con destino a todas las
parroquias y ermitas de su comarca.
El primer destino previsto era la parroquia de San Antonio de Padua, en
La Granadilla. En Chimiche, previamente, donde tantas vocaciones profesaba, no recaló ni a la ida ni al regreso.
Allí no había labrada todavía ermita alguna; pero sus devotos salieron con gran
regocijo, en ambos periplos, a recibirla
desde las bocanas del sendero. El siempre emblemático caserío de Las Vegas
quedó también al margen de esta peregrinación por la premura de tiempo,
y por las comunicaciones, entonces con
muchos impedimentos.
Al pueblo de La Granadilla llegó al
atardecer; no para descansar, como
pudiera sospecharse, sino para disfrutar
de una sacra vigilia. Hubo triduos vespertinos y de amanecer. Aquellos
tres días de estancia en esta localidad
resultaron de intensas devociones
espirituales. Los creyentes de mayor
fervor llegaron a proponer que debiera
durar un septenario como poco. Se les
había hecho muy corta la estancia, pero el sagrado andar debía continuar en
dirección al Sur más profundo. Arona
Texto: Emiliano Guillén Rodríguez
(cronista oficial)
Foto: Fondo Ossuna
era su nueva meta pretendida. En este
momento, por razones ajenas al evento, fue preciso cambiar la programación. La piadosa comitiva se resguarda en la ermita del valle de El Ahijadero, de Arona, o de San Lorenzo, que
así también se le conoce. En este modesto oratorio recibió incontables parabienes. Luego, procesionada, regresa
a San Miguel. Desde esta hermosa localidad asciende en halo de majestuosidad hasta la parroquia matriz de Vilaflor, la cuna primigenia del devocionario comarcal. Los sacerdotes de la
zona se turnaban para predicar en las
parroquias distintas a las que tenían
oficialmente asignadas.
El histórico y populoso pago de Chiñama-Charco del Pino también fue visitado. Allí predicó el titular de Arico.
Para su honra, reunió tantos asistentes como en cualquiera de las cabeceras parroquiales.
Para el día octavo de la ofrenda se
programó una multitudinaria excursión proveniente de Adeje y Arona,
dos enclaves donde no había podido
llegar; desde San Miguel y La Granadilla.
Hacia las dos de la tarde, el profuso
cortejo penetró de retorno en el municipio ariquero, por la vía natural, hasta
El Río de Arico. La muchedumbre acompañante era importante, y creciendo
a medida que cruzaba nuevos pagos.
Desde todos los lugares, la devota
peregrinación –devota y festera– se despedía con clamoreo de campanas y quema de voladores, cosa que se mantuvo
a lo largo de todo el recorrido. En los
pueblos, para mayor solemnidad, se
hacía acompañar por hermandades y
cofradías con sus estandartes.
En algunas esperas la impaciencia
por ver a la santa patrona y la ansiedad sentida por la demora eran palpables entre los que le aguardaban.
Muchos hicieron travesía para salir
a su encuentro.
Camino del regreso, el multitudinario
séquito llega al Lomo de la Cisnera. Toma
respiro junto a una bandera estratégicamente colocada desde donde se
divisaba un amplio panorama. Allí aconteció el momento más álgido de todas
las jornadas. El nivel de espiritualidad
alcanzó la apoteosis mística. Hombres
y mujeres lloraban ante la Patrona sin
poderse contener. Con humildad y veneración, le pedían por sus hijos, por ellos
mismos, por su felicidad; en fin,
imploraban el amparo de quien amaban, y en quien confiaban plenamente. Pan, salud y gloria fueron sus
principales rogativas. La marcha hacia su tradicional morada fue lenta.
A lo largo del camino se fueron desgranando, con gran recogimiento, los
padrenuestros y las avemarías del santo
rosario. La manifestación religiosa
resultó ejemplar.
En la plaza de El Lomo –Arico no ostentaba aún el honorario título de Villa–,
le esperaba un pueblo entusiasmado
y fervoroso, animado por el notable éxito
alcanzado con semejante celebración. Imagen, fe, pueblo, cruz alta, estandartes, vivas, voladores, lágrimas,
repiques de campana... Pareciera que
la voluntad de Dios se derramara en
toda su magnificencia sobre aquellos
campos y sobre todos sus feligreses.
En el templo tuvo lugar una procesión
claustral. Dos de cada tres asistentes
no pudieron acceder al sagrado recinto.
Ni con nueve naves que hubiese
tenido como la que posee hubiesen sido
suficientes para acogerles a todos en
su seno.
Por estas fechas el santuario se
hallaba en situación lamentable por deterioro. Con mucho sacrificio y dedicación fue posible redimirle a un estado
digno, a la altura de la celebración que
se practicaba. Nada faltó a la solemnidad perseguida.
Después de un breve descanso, los
sacerdotes recibieron confesiones y desconsuelos de parte de los asistentes por
la finalización de los actos litúrgicos
tan excelsamente logrados. Al día
siguiente se administraron quinientas
diecisiete sagradas formas. Pudieron
haber sido muchas más, si el tiempo
sacramental lo hubiese permitido.
Tras la conclusión eucarística se repartió, asimismo, un elevado número de
escapularios bendecidos de la Virgen
del Carmelo, especialmente solicitados por los granadilleros, en donde la
festividad de la Virgen de la mar era
relevante.
Alcanzado ya el día 8 de septiembre,
el día señalado para la conclusión del
novenario, hacia las once de la mañana
volvió a salir la Sagrada Imagen en santa
procesión por el recorrido tradicional,
rodeada de las pompas y devociones
acostumbradas. El sacerdote de turno
despide a los peregrinos y feligreses
con un saluda de agradecimiento en
nombre de Dios y de la Santa Patrona
de este territorio.
Las ofrendas que en aquellas memorables jornadas se le ofrecieron fueron
cuantiosas. Muchos de los devotos cruzaban el templo hincados de rodillas,
portando ramos de flores, velas y exvotos de cera, en agradecimiento por los
beneficios recibidos; o en súplica por
los deseos precisos y la superación de
las necesidades presentes en cada uno
de los demandantes.
El broche final a estas intensas jornadas marianas lo pone el grupo de teatro de la localidad. Un elenco de
artistas aficionados a las artes escénicas.
Para la ocasión, representó, en el
proscenio de la plaza, con bastante
acierto, el auto sacramental titulado
“El hijo pródigo”, de contenido muy
similar al bíblico.
De esta suerte concluye un novenario
que resultó pleno de satisfacción para todos los creyentes de este terruño
insular; entonces para el resto de la isla,
tan alejado como desconocido.
Referencia bibliográfica:
Adaptación muy libre de una carta
que el venerable vura de Arico Manuel
Cabrera envía al Obispado de Tenerife
con fecha 11 de septiembre de 1904, finalizado ya el señalado periplo mariano.
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EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015
INVESTIGACIÓN
EN PORTADA
TURISMO
Gumersindo
Robayna Lazo
(Santa Cruz de Tenerife, 1829–
1898). Su padre era natural de Fuerteventura, y su madre de La Laguna.
Ingresó muy joven en la escuela de
dibujo de la Junta de Comercio,
donde fue discípulo de Lorenzo Pastor y Castro. Se involucró también en
la Escuela de la Sociedad de Bellas Artes de 1846, participando ya con obra
propia en la exposición celebrada por
esta institución en 1847.
Al poco se trasladó a estudiar en París,
con Garnier, aunque regresando
pronto a Madrid para seguir su adiestramiento con Eugenio Lucas Padilla. Más tarde marchó a Sevilla, donde proseguirá sus avances en el arte
de la pintura. Tras este periplo, regresó
a Tenerife en 1854 y presentó en la
exposición celebrada entonces por la
Junta de Comercio su gran lienzo de
carácter histórico sobre el desembarco
de Alonso Fernández de Lugo en la
playa de Añaza para iniciar la conquista
de Tenerife.
Inmediatamente, ya el 2 de enero
del 55, fue propuesto para académico
de número de la RACBA, donde se votó
su incorporación tres meses después,
y fue nombrado profesor de dibujo
y figura de la escuela de la Academia.
Su vinculación y presencia en los plenarios desde entonces fue constante
hasta el final de la corporación. En esta
etapa de su vida se casó con Carmen
Marrero, cuyo primer hijo, nacido en
1864, fue el también pintor y numerario de la RACBA en su segunda etapa
Teodomiro Robayna.
Tras el cierre de la Academia, se organizó en 1880 la Escuela Municipal de
Dibujo, de la que Gumersindo fue nombrado profesor, docencia que impartirá ininterrumpidamente hasta su fallecimiento, acaecido 18 años después.
Participó durante todos estos años en
cuantas exposiciones se organizaron,
y ganó merecido prestigio, así como
numerosos galardones.
Su obra está representada en instituciones como el Cabildo Insular de
Tenerife, el Museo Municipal y el Ayuntamiento de Santa Cruz, la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel
Arcángel, el Obispado de La Laguna,
la Capitanía General de Canarias o las
iglesias del Santísimo Cristo de Tacoronte, San Francisco y la Concepción
de Santa Cruz de Tenerife, así como
en colecciones particulares.
Cultivó la pintura histórica (género
en el que nos legó muy llamativas
muestras), y también la religiosa, la
pintura decorativa y el retrato, generalmente utilizando el óleo y ocasionalmente el temple. Menos le interesó la acuarela, de la que dejó alguna
muestra esporádica.
Serie “Pintores Canarios”, cuadro Nº26
(técnica mixta sobre papel de acuarela)
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domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA
EL QUISISANA, ANTE SUS DOCENTES
BODAS DE BRILLANTES (1940-2015)
Texto: Antonio Salgado Pérez
(antiguo alumno. 11º Promoción)
Fotos: A. Benítez
El padre Rufino, el padre Marco y el padre
Luis, tres inolvidables pilares.
5
de diciembre de 1904. Se
inaugura el Gran Hotel Quisisana. Durante décadas será
el más lujoso de la capital. Y
uno de los edificios más
singulares de Santa Cruz, por su estética, por su antigüedad y por su estratégico emplazamiento, en una atalaya
sobre la ciudad. El arquitecto de la obra
fue Mariano Estanga, quien diseñó una
edificación de estilo neogótico, con su
torre de homenaje, torre cilíndrica, almenas y torreones, semejante a un castillo victoriano, por expreso deseo de
su propietario, Enrique Wolfson Ossipoff, un rico hacendado de origen ruso, nacionalizado inglés.
17 de octubre de 1940. Un hotel, el
citado Quisisana, ahora vacío de frivolidad transeúnte, iba a albergar la
escolaridad de unos pequeños huéspedes estables. Desde aquel entonces,
las Escuelas Pías iban a ser otro
baluarte de hospitalidad en la vertiente
feliz de aquella sólida montaña, coronada por la familiar carretera de Los
Campitos. Y vinieron el padre Rufino
y el padre Marco, entre otros fundadores. Y un poquito más tarde, el padre
Julián. Todos portaban sotana y un albo
cuello duro. Sacerdotes escolapios y
algunos profesores seglares formaban
el claustro. Pero para nosotros, pipiolos de aquel entonces y quizás por un
incontenible deseo de concisión, los
tres citados, sencillamente, eran las
Escuelas Pías. Era un trío muy familiar, muy querido y apreciado por todos.
Los tres, en efecto, seguían siendo
“nuestras Escuelas Pías”.
Pero el hogareño trío, por el paso inexorable del tiempo, empezó a desaparecer, pero no en el recuerdo. El desgajamiento de aquel limitado árbol
genealógico comenzó una cálida
noche del verano de 1971, cuando nació
para la muerte el padre José Marco,
aquella figura enjuta, de espíritu
inundado de afecto, de bondad y comprensión. ¿Para quién no era algo íntimo
y entrañable la figura del padre
Marco, con aquel cigarrillo blanqueándole el labio; con aquella diestra dura como el pedernal, con orgullo de antiguo pelotari; con sus aficiones
ornitológicas, ubicadas en un cuarto
sorpresa, donde existía de todo,
incluso microsurcos, para incentivar
el trino de sus mimados canarios?
Los que tuvimos la oportunidad de
observarle detenidamente como in-
Desde el año
1940, el Quisisana
ha sido las Escuelas
Pías, el Colegio San
Pablo-CEU, la
Fundación Padre
Anchieta, el San José
de Calasanz... A la
derecha, año de
1940, sacerdotes,
benefactores y
algunos alumnos de
las Escuelas Pías. De
izquierda a derecha:
en primera fila, padre
Jesús
Echanojáuregui,
padre Luis María
Eguiraum, Miguel
Llombet, padre José
Marco, padre Rufino
Gutiérrez y José Ruiz,
hermano de la
orden; sentados:
Cándido Luis García
Sanjuán, J.P. Alonso,
el rector Andrés
Moreno, Tomás
Zerolo, padre
Eusebio Gómez,
Belisario Guimerá y
padre Federico
Alonso; en el suelo:
Pedro Fernández
Morán, Antonio
Cervós, Lorenzo
Machado Mario
Moreno, Carlos
Moreno y Luis
Fernández Morán.
terno del centro docente comprendimos
aún más la dimensión de su sensibilidad, el valor de su compañerismo,
lejos, muy lejos, de la confianza mal
entendida. Era, como ya hemos dicho,
la bondad personificada. Alardeaba de
un lema: ni complicarse su existencia ni complicársela a los demás. Por
eso se llevó perfectamente con todos;
por eso, cuando salimos de las aulas
del bachillerato y le encontrábamos
en cualquier lugar, a todos nos gustaba hablar con el padre Marco, porque era una puerta abierta al diálogo
sencillo y estimulante. Con aquella
mesurada sonrisa, el padre Marco rubricaba la mayoría de las veces la charla
con una selección de anécdotas estudiantiles. En definitiva, fue, posiblemente, lo más humanamente sencillo del colegio, prudente y disimulador de su ciencia, siguiendo fielmente
los pasos del fundador de la Orden Escolapia, San José de Calasanz, que había iniciado su carismática docencia
en los albores del siglo XVII.
En la primavera de 1984 nos abandonó para siempre el padre Julián Peña.
Había sido un personaje bullicioso y
agitado; y siempre sonriente. Descubrió y practicó durante muchos años,
por todas las vías santacruceras, el
“jogging”, aunque él lo interpretaba
con una peculiar cadencia. Fue un
pañuelo de lágrimas y de consuelo para
enfermos irreversibles. Fue un confesionario ambulante, un atleta pedestre en busca de la carrera del bien, del
alivio y de la esperanza. Su voz…¡La
voz del padre Julián! Aquel tono
explicándonos latín, griego y francés.
¿Quién puede olvidar sus notas y calificaciones? Marcó un hito en la historia pedagógica porque nunca, en plan
rígido, se conformó con el cero,
habiendo cifras más negativas y
sintomáticas como, por ejemplo, el
menos uno o el menos cinco, guarismos que luego vertía en un cuadernillo indescifrable, que muchos confundieron con frases griegas.
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EL DÍA, domingo, 30 de agosto de 2015
En el mes de enero de 1991 terminó
de desgajarse aquel trío. Se nos fue, a
sus 86 años, el padre Rufino Gutierrez
Sedano, tenacidad norteña que ocultaba su ternura en una brava cerrazón
cantábrica, con faz y tórax de practicante
de lucha libre americana, que tras el óbito
del padre Julián Peña Isla, nos escribió
agradeciendo las líneas que le habíamos
dedicado al desaparecido, haciéndonos
esta matización: “Un pero pondría yo
a tu afectivo artículo; y sería que, donde
aludes al padre de la “pipa y zapatillas”,
refiriéndote a mi persona, hubiera sido más exacto decir el padre de la “pipa
y la chancleta”; no hubiera sido tan fino,
pero sí más histórico”.
La pipa y la chancleta eran, obviamente, sinónimos del padre Rufino,
que, tras nuestra lejanía de las aulas
escolapias, se convirtió en un insustituible nexo, en un embajador que con
una peculiar diplomacia nos hablaba,
nos reunía, nos convertía en contertulios, haciéndonos recordar –siempre envuelto por la olorosa nubecilla
de su cachimbo– nuestras más importantes vivencias estudiantiles. Quedaba en nuestro recuerdo, para siempre, aquel sacerdote escolapio, profesor incansable de francés, inglés, alemán y religión, que al mismo tiempo
era el ecónomo de la casa, el administrador y, más tarde, como veremos,
el rector de las Escuelas Pías.
Cuando sus piernas le respondieron
“como Dios mandaba”, fue peregrino que tocó en todas aquellas
puertas que le ofrecían hospitalidad
y diálogo, ya que siempre fue buscando
la concordia, la comprensión y el apego
entre todos nosotros, entre todos sus
numerosísimos exalumnos, a los que
luego casaba en las iglesias y parroquias más variopintas.
El 17 de octubre de 1940, con
media docena de sacerdotes y 256 alumnos, el padre Rufino era uno de los fundadores del Colegio del Quisisana. O
sea que el próximo otoño –como ya
hemos recordado en otros reportajes–
habrá bodas de brillantes. Y es que el
Quisisana, como centro docente,
cumple 75 años, efemérides que no ha
pasado desapercibida para la Asociación
de Antiguos Alumnos, que preside
Celestino Concepción, con las firmes
colaboraciones de Jesús Pedreira,
Jaime Merelo, Jesús García Serrera, José
Bastarrica, José Hernández y otros compañeros que sabrán sacarle partido a
tan señalada conmemoración.
El primer rector que tuvo las Escuelas Pías, en el año de 1940, fue el padre
Andrés Moreno Gilabert. Nuestra
edad no nos permitió conocerle, pero
sí conocimos desempeñando tal
cometido la bondad del padre Turiel,
la delicadeza del padre Gonzalo y la
enérgica presencia del inolvidable padre
Rufino, que en su importante cargo
consiguió realizar la mayor ampliación
del colegio, con nuevas aulas, el teatro y la gran capilla, cotas que se produjeron cuando ya habíamos abandonado el Quisisana.
En estas mismas columnas de EL DÍA,
y con motivo del fallecimiento del padre
Rufino, y en un sentido artículo,
nuestro querido y recordado compañero Luciano Lemus Izquierdo apuntaba: “Quedaba en medio Santa Cruz,
en muchas familias, el recuerdo del confesor de los mayores de la casa. También el recuerdo del capellán de La Pureza
y de las Siervas de María. Pero por mucho más tiempo que la efímera vida de
los hombres, si no llega la sierra mecánica y lo corta, quedará arriba, al final
de la carretera del Quisisana, delante
de la gran escalera de aquel hotel que
fuera, otrora, el orgullo de Santa
Cruz, en medio de un pequeño jardín-plazoleta, donde los coches dan la
vuelta, quedará, repito, el gran árbol,
el flamboyán que, plantado por el padre
Rufino, nos lo recordará para siempre”.
También en El DÍA, y en un
documentado trabajo periodístico, María
Jesús Riquelme Pérez, profesora escolapia, decía, entre otras cosas, que “para
sorpresa de muchos, la Orden de las Escuelas Pías deja la enseñanza en Tenerife, vendiendo todos sus centros educativos, menos el Quisisana, que alquila
al Colegio San Pablo-CEU, en 1977; en
los años 80, dicho centro educativo pasó
a llamarse oficialmente Fundación Padre Anchieta, aunque todos seguíamos
conociéndolo por el CEU”.
La cruel e implacable piqueta
El padre Rufino nunca pudo ocultar su desazón por la desaparición, en
Santa Cruz, de la Orden Escolapia, que
conllevó la liquidación del magnífico
edificio del Pious School, de la plaza
de Los Patos , así como del Colegio
enclavado en la Rambla del General
Franco, haciendo esquina con la calle
Robayna. A renglón seguido, la cruel
e implacable piqueta municipal los hizo
desaparecer del mapa urbanístico. Sobre
estas “desapariciones”, y recabando
su autorizada opinión, nuestro amigo
el reputado arquitecto e historiador
Sebastián Matías Delgado nos ha
informado de “que el derribo del Pious
School fue una aberración”. Se demolió porque “no era un edificio protegido”. Era una obra del reconocido
Mariano Estanga, también autor del
hotel Quisisana. Con respecto al colegio que estaba situado en la Rambla
hay que añadir que era un caserón de
estilo colonial con una amplia terraza.
Su estilo era victoriano. Se empezó a
usar a principios de la década de los
El inolvidable
padre Rufino,
exrector de las
Escuelas Pías; arriba,
colegio que estuvo
situado en la Rambla
General Franco,
esquina a la calle
Robayna; a la
derecha, bajando del
Quisisana con rumbo
a las procesiones de
Semana Santa.
veinte del pasado siglo. Aún se conservan algunas de estas similares
estructuras en Las Mimosas”.
En el año 1945, y dado el número
creciente de alumnos y con el afán de
facilitar el acceso a los más pequeños,
la Orden Escolapia adquirió un edificio emplazado entre las calles Pérez
de Rozas y 25 de Julio de Santa Cruz.
Lo denominaron Colegio del Niño Jesús.
Hoy son dependencias militares.
Según Matías Delgado, “este edificio
fue obra del arquitecto Antonio Pintor. Posee un estilo ecléctico con detalles modernistas. Aún se conserva pero
tiene unos desafortunados añadidos
por la calle Pérez de Rozas”.
La Encomienda de Alfonso X
A raíz del óbito del padre Rufino,
y de una forma un poco apresurada,
intuimos que se nos había ido lo único
que nos quedaba de las Escuelas Pías.
Y con su fallecimiento afloraron
aquellos recuerdos de sus clases de
inglés, de su innata inclinación radiofónica por la BBC de Londres, que allá
arriba, entre las almenas y torreones
del Quisisana “se oía como una
bomba”; vino a nuestra memoria su
algarabía contenida cuando, con
todo merecimiento, se le impuso la
Encomienda de Alfonso X El Sabio.
Tras leer su austera nota necrológica,
comprendimos que se nos había ido
algo especial y, con su partida, por ejemplo, aquella cancioncilla de “el reloj
lo hizo el relojero y, el mundo, lo hizo
Dios”; y aquellos ejercicios espirituales
donde el fuego del infierno hasta nos
quemaba; aquellos rosarios matinales y aquellos desfiles, serpenteantes,
con todos nosotros uniformados, de
pantalón blanco y chaqueta negra, botones dorados y escudo plateado,
bajando del Quisisana con rumbo a
las procesiones de Semana Santa, casi
entonando el himno del Colegio:
“Los niños son tu herencia/ le dijo Dios
un día…”.
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domingo, 30 de agosto de 2015, EL DÍA
www.eldia.es/laprensa
Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 995
BALCÓN DE VENEZUELA
Partiendo de la base del conocimiento empírico, el turismo se ha desarrollado en el mundo convirtiéndose en una necesidad de la
sociedad que busca adaptar su gestión a la práctica del mismo y a su evolución, para hacer que sea lo más exitosa posible
La historia de la
profesionalidad turística
UN LARGO CAMINO PARA UN DESARROLLO EJEMPLAR
Texto: Antonio-Pedro Tejera Reyes
(del Grupo de Expertos de la
Organización Mundial del Turismo, de
las Naciones Unidas)
C
uando en 1965 fundamos
las Escuelas de Turismo,
en las Islas Canarias, veníamos de estar trabajando en
un mundo turístico en
evolución, que estaba sacando de la
pobreza a España, y con ella a los canarios. Un mundo donde estábamos rodeados de gentes del turismo con un
prestigio ganado a base de trabajo y
el conocimiento empírico de unos principios básicos donde la profesionalidad era la meta segura para ascender
a los más exigentes puestos directivos, unido a unos valores intrínsecos
donde el trato amable, la justicia y la
razón tenían su trono.
Fuimos actores principales en toda
esta historia y son miles los graduados que obtuvieron su preparación en
estas escuelas, que siempre tuvieron
presente, desde su fundación, la necesidad de una formación integral donde la práctica fuese el principal objetivo, con el imprescindible apoyo del
conocimiento académico necesario para
entender el porqué y el cómo, en el
desarrollo del trabajo que se necesitaba para que la “operación turismo”
fuese rentable para la persona, para
la familia, para la comunidad y para
el mundo entero, como diría en 2003
la Organización Mundial del Turismo.
Era lo que se pretendía.
Pasaron los años y, viviendo una ajetreada vida dentro siempre del mundo
de las enseñanzas del turismo, hemos
sido actores y sufrido las más extrañas y esperpénticas situaciones, salpicadas de los más sublimes momentos de gloria, empañados por la percepción de la envidia que generaba actuaciones modélicas, en las cuales siempre tuvimos importantes e impagables
apoyos, como el caso de la presencia
en Canarias, entre otros ilustres gestores del turismo –atendiendo a una
invitación para participar en nuestros
programas– del ilustre gestor del turismo español Manuel Fraga Iribarne.
Momentos estelares tuvimos como
presidente de las Escuelas de Turismo
de España, y más tarde como miembro afiliado de la Unión Internacional
de Organismos Oficiales de Turismo,
UIOOT, hoy Organización Mundial del
Turismo, de cuyo comité de miembros
privados fuimos vicepresidente hasta
su transformación, en el año 1975.
Miles de horas hemos empleado en
nuestra lucha por hacer entender a los
poderes públicos las necesidades y las
fórmulas eficaces para conseguir una
perfecta y útil formación de quienes
deban ofrecer su trabajo en el sector
turismo. La gran pirámide de estos estudios tuvo un escenario ideal en España,
en esos años setenta-ochenta del siglo pasado, con las Escuelas Profesionales de Hotelería y Turismo –la mayoría dependiendo de Gobierno español– y las escuelas de turismo privadas, que llegaron a ser unas cincuenta.
Todo este espectro, que funcionó
en Canarias de una forma modélica,
casi perfecta, se desmoronó un buen
día con la ocurrencia del Gobierno de
España de pasar los estudios de
turismo a la universidad, junto a lo cual
dejó de ser obligatoria la exigencia de
un titulado en las Escuelas de Turismo
al frente de las empresas turísticas reconocidas, tal como requería la legislación vigente hasta esos momentos y
su Estatuto de Directores, nacido en
España como una garantía para el perfecto funcionamiento de las estructuras de un turismo que se fue convirtiendo en el poderoso sector que sacó
de la pobreza al país.
El panorama no se podía poner más
negro. Apoyada esta gestión por
quienes en las escuelas de turismo privadas no veían otra cosa que un fin
para progresar económicamente, la
formación profesional turística paso
a denominarse “académica”, y con ello
a desaparecer muchos de los valores
–si no todos– en los que se apoyaba,
donde el conocimiento tenía que ir
unido a lo que más tarde conoceríamos de cerca: la cultura de paz, algo
que veníamos practicando desde
nuestros principios y que nos abriera
las puertas de la Universidad para La
Paz, de las Naciones Unidas, creando
un programa de la máxima altura práctico-académica, desgraciadamente
hoy desaparecido por torcidas manipulaciones.
De los miles de profesionales que
obtuvieron su graduación en nuestras
escuelas de turismo, algunos han llegado a los más altos puestos directivos en las más prestigiosas empresas
internacionales del sector. Están repartidos por el mundo, y desde las costas de Brasil hasta los hoteles de Viena
hemos encontrado físicamente ex alumnos agradecidos por las enseñanzas
recibidas en Canarias. Cientos de
ellos que en los pasados años obtuvieron estas graduaciones los tenemos
por toda América, Europa, África, Qatar… y hasta navegando profesionalmente en los más lujosos cruceros de
turismo por todo el mundo
Algo que no se puede tapar con un
dedo, al igual que el sol, y que demuestra a las claras la bondad de una
filosofía en las enseñanzas del turismo
que va unida a la aplicación de los métodos y el conocimiento de la evolución
sociológica de la Humanidad y su influencia en el movimiento turístico.
En la Asamblea
Mundial del
Turismo, Robert C.
Lonati, secretario
general de la UIOOT,
y, a la izquierda, el
autor de este
artículo, presentando
el proyecto de la
pirámide de los
estudios turísticos,
que ya se seguía en
Canarias. Año 1972,
en Nairobi, Kenia.
Esas poderosas razones y las experiencias recogidas en muchos de los
más importantes acontecimientos y
empresas mundiales del sector, nos
llevaron en muchas ocasiones a sostener encuentros con las más altas autoridades políticas de algunos países,
donde nuestros conocimientos y programas eran reconocidos, pero “políticamente” inaplicables.
Un escenario lamentable
El pasado 28 dejulio, ante la primera
página de este mismo periódico,
donde un gran titular publicaba:
“Turismo, un título con poca salida”,
recordamos con tristeza, aquellas
constantes bolsas de trabajo que
funcionaban en nuestras escuelas, hasta
los años 2010-2011 del presente siglo,
donde gestionábamos junto a la infatigable Petri –la mejor gestora que ha
habido dentro de estas escuelas– un
cúmulo de peticiones de personal que
iban de abajo a arriba, dentro de los
escalafones de las empresas turísticas y que muchas veces no podíamos
atender por la falta de alumnos que
ofrecer. El problema fue, durante
muchos años, que los alumnos no terminaban su carrera porque antes
conseguían un empleo seguro y,
poco a poco, el trabajo y el poder de
lo que ganaban les hacía perder el interés por acabar sus estudios, lo que se
remediaba en la mayoría de los casos
con la necesidad de obtener el título
para poder, más tarde, ejercer al
cargo de director de la empresa.
La gravedad del problema que se vive
ahora está ligada a la falta de profesionalidad en el sector, pues desde recepcionistas que no saben informar
al cliente dónde queda una farmacia
o una parada de taxis, hasta un
director-gerente –impuesto como
figura decorativa del capital– que cree
que su labor es pasearse por los
pasillos, hasta los relacionistas públicos –que de eso saben menos que nosotros del idioma japonés– que solo saben
vestir prendas de marca y sonreír al
cliente, todo el sistema está pervertido, sin que apenas se atisben posibilidades o fórmulas de regeneración
en el sector.
Lo perdido está perdido. Como
siempre, no habrá culpables de nada.
Seguiremos pendientes del aumento
de número de turistas que nos visitan y poniendo parches por todos lados, mientras, la calidad y la excelencia
van, cada vez más, deteriorándose, sufriendo las consecuencias de la injusta
valoración en el mundo del turismo,
de lo “académico” ante lo “profesional”.
El denodado esfuerzo del empresario
local, enamorado de su empresa, de
los valores del turismo y de su entorno
natural, se pierde ante el poder de las
multinacionales y los gráficos de la renta
del capital.