CONVENTOS DE SANTA FE DE BOGOTÁ

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CONVENTOS DE SANTA FE DE BOGOTÁ SIGLOS XVI Y XVII TRABAJO DE INVESTIGACIÓN PARA POSESIONARME COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA
ACADEMIA DE HISTORIA ECLESIÁSTICA DE BOGOTÁ, EN OCTUBRE DE 2014
MERCEDES MEDINA DE PACHECO
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Conventos de Santa Fe de Bogotá, siglos XVI y XVII A. Introducción B. Los conventos de frailes. C. Los conventos de monjas. A. Introducción El móvil que de manera definitiva estimuló a Isabel de Castilla para apoyar el Descubrimiento y la Conquista de América, fue el hacer llegar la religión de Cristo a las tierras que se descubrieran. Este hecho, entre otros, justifica el título que ella y su esposo Don Fernando de Aragón recibieran, de “Reyes Católicos”. Con Cristóbal Colón llegó al Nuevo Mundo un dominico: Fray Bartolomé de Las Casas; con la Expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada al interior de nuestro país vino otro fraile de esta misma orden: Domingo de Las Casas; un franciscano, Fray Juan de Los Barrios, llegó a ser el primer Obispo de Santa Marta y el primer Arzobispo de Santa Fe de Bogotá; el segundo capellán del ejército de Nicolás de Federmán fue un agustino: Fray Vicente de Requexada. 3
Los frailes de estas tres órdenes, dominicos, franciscanos y agustinos, en pocos años cumplieron el sueño de los Reyes Católicos: sembrar la religión católica en las nuevas tierras. Concretamente en la capital del Nuevo Reino de Granada, Santa Fe de Bogotá, antes de 1650 ya se habían levantado conventos pertenecientes a las tres órdenes religiosas mencionadas, como también conventos femeninos: el de las Concepcionistas, el de las Carmelitas, el de las Clarisas y el de las dominicas de clausura o Inesitas. La arquitectura de los conventos santafereños y neogranadinos fue similar: alrededor de un gran patio de raigambre andaluza con jardín y pila de agua que surtía las necesidades del convento, se levantaba el claustro generalemente de tres o de cuatro alas, con arcos románicos o de medio punto sostenidos por columnas toscanas que trazaban los corredores alrededor del patio. La construcción casi a manera de fortaleza, solía tener gruesos muros a veces de cal y canto, a veces de mampostería; altos techos y cubierta de teja sostenida por alfarjes de vigas entretejidas. Las paredes se enjalbengaban; las puertas y ventanas claveteadas se construian con maderas de la región y se aseguraban con fuertes herrajes. Las iglesias, capillas y ermitas de Santa Fe de Bogotá llegarían a ser en la época de la Colonia, 24. Ellas recibieron la vida de los conventos cuyos monjes evangelizaron a españoles, criollos, e indios y los hicieron devotos fieles. 4
B. Los Conventos de Frailes Convento de Santo Domingo Los dominicos como comunidad llegaron al Nuevo Reino de Granada en el año de 1550 por disposición del Emperador Carlos V. El primer convento dominicano en el país fue el de Cartagena; cabe recordar que la torre de su templo fue abatida por los cañonazos del corsario inglés Francis Drake cuando se tomó la ciudad en 1586. Luego Fray Francisco de la Resurrección, fundó el convento de Santo Domingo en Santa Fe de Bogotá pues el Cabildo de esta ciudad le asignó lugar para que lo levantara: el costado oriental de lo que hoy es el parque Santander. El convento dominico de Santa Fe de Bogotá estuvo adscrito a la provincia de San Antonino cuya sede estaba en Lima, Perú. Muy pocos años después de fundado, los dominicos construyeron su propio claustro y su templo en la calle Real, hoy carrera 7ª entre calles 12 y 13. El Templo del Convento de Santo Domingo, dedicado a Nuestra Señora del Rosario, desde su comienzo se enriqueció con tallas y lienzos de gran valor. 5
Cuenta Doña Soledad Acosta de Samper en sus “Biografías de hombres ilustres o notables”, que el español Francisco de Tordehumos, uno de los hombres que llegó al Altiplano con la expedición de Quesada, al morir sin hijos dejó su caudal para construir parte del convento de Santo Domingo. Y Don Guillermo Hernández de Alba, cronista de esta ciudad, anota que Tordehumos, después de regresar a España volvió a Santa Fe y “trajo a la ciudad los primeros lienzos españoles […] Trocose el aguerrido luchador en apóstol del Rosario y el 20 de octubre de 1573, en memorable documento, rinde joyas y preseas, damasquinadas telas y repujada plata para la iglesia de los dominicos que tiene como patrona a la Virgen del Rosario”. Cabe preguntarnos cuál fue la causa de la inmensa generosidad de Francisco de Tordehumos con la Virgen del Rosario. La respuesta la encontramos en algunos de los versos de Don Joan de Castellanos en su obra “Elegías de Varones Ilustres de Indias”. En efecto allí se relata la increíble aventura de Francisco de Tordehumos, soldado de la expedición de Quesada que, en plenas selvas del Carare, sintiéndose moribundo resolvió quedarse sólo pues ya no podia andar; pero entonces ocurrió algo milagroso. Dice así el cronista de Las Elegías: “…Y en la mañana triste y asombrada se quedaron no pocos compañeros, de los cuales fue Tordehumos uno[…]” 6
Cuenta Castellanos más adelante, que algunos días despúes los expedicionarios que habían continuado la marcha fueron alcanzados por Francisco de Tordehumos. “Admirada quedó toda la junta que lo vieron quedar en un riachuelo, no menos que persona ya difunta, sin habla, sin resuello, sin consuelo […]” “ Más él responde si se le pregunta cómo tuvo favor del alto cielo […]” “ Cercado de mortíferas peleas, una bella señora me decía: no morirás agora, ni lo creas; levántate que yo seré tu guía para que puedas ir donde deseas […]” 7
“y ansí por este tiempo que lo escribo -­‐continúa el cronista-­‐ que son 84 de la era -­‐1584-­‐ el dicho Tordehumos está vivo, teniendo su visión por verdadera”. Después de que este piadoso expedicionario tuvo tanta generosiad con el templo de Santa Domingo en el siglo XVI, los muros del convento continuaron enriqueciéndose en el siglo XVII con hermosos óleos del gran pintor santaferño Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Entre ellos es de admirar aquel que representa a Santo Domingo recibiendo su casulla de manos de la Virgen, cuadro que tuvo un marco de madera dorada en el que estaban incrustadas 12 conchas de nácar en cada una de las cuales plasmó el mismo artista la imagen de uno de los 12 apóstoles. Como triste anécdota recodamos que estas singulares piezas fueron vendidas a peso cada una por un poco letrado fraile en el siglo XIX. El incendio que sufrió el templo de Santo Domingo en 1760 y el terremoto de 1785 deterioraron su hermosa construcción. En el siglo XIX, por carecer la ciudad de un edificio propio para importantes actos de carácter civil, el templo del convento de Santo Domingo tuvo que servir de sede para la celebración de diferentes eventos, entre ellos la azarosa elección del presidente José Hilario López en 1849. 8
Vendría luego en la primera mitad del siglo XX la más grande desventura sucedida al convento y al templo de Santo Domingo de esta ciudad. Y sucedió, paradójicamente, bajo la presidencia del Doctor Eduardo Santos gran conocedor y admirador del arte colonial: para construir en ese lugar el Edificio Murillo Toro, se demolieron no solamente el templo sino también el convento de Santo Domingo, la más valiosa joya de nuestra arquitectura Colonial. Hoy las singulares columnas apareadas de raigambre mudéjar que enmarcaron el claustro, se conservan en el Parque Nacional sosteniendo una pérgola o emparrado circular en cuyo centro se levanta la pila de agua que cantó durante cuatro siglos en el señorial patio del convento. Algunas de las valiosas obras pictóricas y escultóricas del templo y del convento están salvaguardadas en el Museo del convento Dominico del Jordán de Sajonia en esta ciudad y en el Museo de Arte Religioso del Banco de la República. 2. Convento de San Francisco Lo mismo que los dominicos, los franciscanos llegaron al Nuevo Reino Granada en el año de 1550 por disposición del Emperador Carlos V. El Cabildo de la ciudad les asignó provisionalmente lugar para su convento en el barrio 9
de Las Nieves; pero muy pronto, con el apoyo del Arzobispo Fray Juan de los Barrios, franciscano, fueron trasladados al lugar en donde levantaron su convento y su templo: costado occidental de la Plaza de la Hierba -­‐
hoy parque de Santander-­‐ y orilla norte del río que los indios llamaban Vicachá y que desde entonces se llamó río San Francisco. El mismo arzobispo bendijo el nuevo convento con su templo aledaño en el año de 1566. El primer custodio que tuvo el convento fue Fray Francisco de Victoria; hasta el año de 1670 se habían fundado en el Nuevo Reino 49 doctrinas y 26 conventos franciscanos. En las afueras de la ciudad y hacia el norte, se fundó en 1650 la Recoleta Franciscana de San Diego en predios que habían pertenecido a la Hacienda La Burburata de don Antonio Maldonado de Mendoza. Cien años después en esta recoleta el Virrey José Solis Folch de Cardona profesaría como fraile franciscano, por causas sobre las que se han tejido múltiples consejas. Entre los provinciales que rigieron el convento Franciscano de Santa Fe mencionaremos 2 de gran relevancia: Fray Pedro de Aguado, venido de España al Nuevo Reino en 1561 siendo ya sacerdote. Con gran celo misionero y espíritu de pobreza fue cura doctrinero de algunos pueblos de indios como Cogua, Pesca, Zipaquirá, Pacho, Chocontá y Bosa. Al lado de sus quehaceres pastorales escribió la importante crónica que tituló “Recopilación Historial Resolutoria de Santa Marta y del Nuevo Reino de Granada sobre la conquista y colonización de tierra firme del Nuevo Reino de Granada y Venezuela” (Conocida hoy con el nombre abreviado de “Recopilaciones”). Esta obra fue escrita entre 1568 y 1575 y, según afirma el franciscano e historiador Luis Carlos Mantilla, la crónica 10
de Fray Pedro de Aguado se caracteriza “tanto por la cercanía de los hechos que narra como por la credibilidad que les confiere”. Otro provincial que regentó el convento hacia 1623 fue Fray Pedro Simón, también importante cronista español de la época de la conquista y de la colonización del Nuevo Reino de Granada; su obra se titula “Noticias historiales de la Conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales” ( conocida con el nombre abreviado de “Noticias Historiales”). Fray Pedro Simón cuenta de sí mismo que dos años antes de su nacimiento, el Supremo Consejo de Indias habíá mandado una Cédula Real a la Audiencia de Santa Fe de Bogotá ordenándole enviar a ese Consejo las fuentes escritas o los testimonios orales de carácter histórico y antropológico para que “quede la memoria de los hechos y cosas sucedidos en estas partes y se conserven”. Así pues él hace ver que su vocación de escritor y cronista de Indias correspondió a una justa inquitud del gobierno peninsular. Se cree que Fray Pedro Simón murió en el convento franciscano de San Diego de Ubaté en 1627. Lo más meritorio de su obra es que en ella el autor dejó muchos datos no solamente de importancia histórica sino también de importancia antropológica, lingüística, religiosa y social gracias al continuo contacto que el cronista tuvo con los descendientes de los muiscas en los pueblos en donde fue enviado por la comunidad.. 11
Al lado del convento franciscano de Santa Fe de Bogotá se levantó el templo que hoy constituye una verdadera cátedra visual de Arte Colonial: su alfarje de vigas en forma de artesa invertida y el cielo raso de la entrada debajo del coro o sotocoro, son exponentes del arte mudéjar que dejaron los árabes en España y cuya influencia llegó a estas tierras; con razón el crítico de arte Santiago Sebastián llama a Colombia, “Colombia la mudéjar”. Al fondo del templo está el retablo mayor formado por tres cuerpos horizontales y cinco calles verticales separadas por hermosas columnas barrocas. A lado y lado del retablo, sobre las paredes laterales del presbiterio existen alto relieves de madera dorada y policromada, ejemplos clásicos del arte manierista porque están llenos de remembranzas de mitologías grecolatinas y orientales como son la figuras de dragones y unicornios. En algunos de estos altorelieves se introducen por primera vez en el arte colombiano los paisajes de nuestra tierra como en el que se representa el Bautismo de Jesús en un torrente rodeado de la vegetación del trópico. Durante mucho tiempo se desconoció quíen había sido el autor de esta obra, pero según hallazgo del maestro Guillermo Hernández de Alba en los viejos folios de la Notaria Primera de Bogotá, el tallador fue un célebre asturiano: Igancio García de Ascucha. Entre las obras escultóricas notables en este templo figura también un Crucifijo labrado magistralmente por el español Martínez Montañez y el Señor Caído “de debajo de la torre” talla posiblemente inglesa. 12
En cuanto a la riqueza pictórica del templo existen en él lienzos de Gaspar de Figueroa, de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, una serie de óleos sobre latón de la escuela flamenca y un excepcional San Francisco de Asís en oración del español Francisco de Zurbarán. La Sacristía del convento es un verdadero recinto museo en donde el retablo de San José y el retablo del Nazareno enfrentados, lucen todo el esplendor del arte barroco. En el de San José, tallado por un genial y humilde lego llamado “el lego anónimo franciscano” hay un pequeño cristo de marfil y hermosas pinturas de Gregorio Vásquez alusivas a la vida del padre putativo de Jesús. En la sacristía de servicio pueden verse cuadros de Joaquín Gutierrez como el retrato del Virrey Solís en su hábito de fraile. El terremoto de 1785 dejó en el suelo la torre de la iglesia que luego fue reconstruida por el arquitecto catalán Domingo Esquiaqui. Los frailes del Convento de San Francisco fueron activos independentistas y exortaban a los fieles en sus prédicas a unirse a la causa patriota. 13
A mitad del siglo XIX cuando se promulgó el “Decreto de Desamortización de Manos Muertas”, el convento de San Francisco fue convertido en edificio público y en él funcionó la Gobernación de Cundinamarca; pero después de los temblores de 1917 al quedar averiada la estructura del antiguo convento, se demolió y en su lugar se construyó el edificio de la Gobernación del departamento diseñado por el arquitecto francés Gastón Lelarge. Hoy en día, restaurado, es llamado con justa razón “Palacio San Francisco”. El templo aledaño sigue siendo el corazón de la piedad y del arte colonial de esta ciudad. 3. Convento de San Agustín El convento de San Agustín de Santa Fe de Bogotá se fundó el día 11 de octubre de 1575 en virtud de cédula real que trajo consigo el agustino Fray Luis Prosperotinto. Era Arzobispo del Nuevo Reino Fray Luis Zapata de Cárdenas y presidente de la Real Audiencia Don Francisco Briceño. El convento y el templo se levantaron en el predio que se extendía desde la carrera 7ª hasta la carrera 9ª de la nomenclatura actual. Entonces el río Manzanares pasó a llamarse río San Agustín y es el que hoy canalizado pasa por debajo de la sinuosa calle 7ª. Este convento fue el primero que los agustinos tuvieron en el Nuevo Reino de Granada y quedó sujeto a la Provincia agustina de Quito hasta el año de 1600 cuando se celebró en la ciudad de Cali un Capítulo Provincial de Agustinos y en él quedaron separadas la provincia agustina de Quito y la de Santa Fe que quedó regida por Fray 14
Alonso Ovalle Escobar. Setenta años después, en 1670, contaba con 74 religiosos sacerdotes y 13 conventos y recoletas. Hubo conventos agustinos en Tunja, en el Desierto de la Candelaria en Ráquira, en Villa de Leyva, en el Cerro de La Popa en Cartagena y en muchas otras ciudades y poblaciones del país. La orden agustina también construyó en Santa Fe de Bogotá un claustro situado en la carrera 9ª con calle 7ª. Alli, Fray Gregorio Agustín Salgado fundó a finales del siglo XVII el Colegio-­‐Universidad San Nicolás de Mira. Fue un bello edificio colonial en donde funcionó en la segunda mitad del siglo XX el Museo de Artes y Tradiciones Populares. En el lugar que ocupó el antiguo convento de San Agustín se construyó en el siglo XX el Edificio que se llamó “Edificio de los Ministerios” El templo de San Agustín, vecino al convento, formó parte del alma religiosa de la ciudad. Se levantó en 1637 bajo la dirección del maestro Bartolomé de La Cruz siguiendo los planos de la iglesia de Jesús en Roma. Al lado de otras muchas imágenes piadosas, en el templo de San Agustín se veneraba a “La Virgen de los sastres”, imagen que ostenta en sus manos el metro usado por quienes formaban parte de esta cofradía. Pero ninguna imagen de esta iglesia ganó tanta devoción de los fieles como el famoso “Nazareno de San Agustín”, comovedora talla de 15
Jesús en su camino hacia el Calvario; según dice una tradición fue obra del escultor santafereño Pedro de Lugo Albarracín; y según otra, fue traído de Inglaterra cuando la reforma religiosa abolió allí el culto a las imágenes piadosas. Tanta piadosa devoción despertaba en los fieles este Jesús Nazareno, que fue nombrado por el General Antonio Nariño como Jefe de sus ejércitos en la guerra entre centralistas y federalistas entre 1812 y 1813. Guarda también la parroquia de San Agustín un precioso óleo de “La Huída a Egipto” ejecutado por Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y que, según la crítica, supera al del mismo tema pintado en Holanda por Pedro Pablo Rubens. También forman parte del tesoro artístico del templo una serie de pasos procesionales como “La Dolorosa”, “El Señor de la Columna” y “El Judío de la trompeta”, que fueron tallados en el siglo XIX por los escultores Toribio Martínez y por Bernabé Martínez, hijo del primero. El templo de San Agustín de Bogotá en 1814 fue teatro de la espontánea acción de gracias que el pueblo santafereño organizó para dar gracias a Jesús Nazareno por el triunfo de Antonio Nariño contra las fuerzas españolas al sur del país en la Batalla de Palacé. Al conocerse tal noticia, según relata el historiador David Rubio Rodríguez, el domingo 24 de enero de 1814, se dieron repiques de campanas y hubo música de las milicias patriotas. Entonces la multitud con inmenso regocijo hizo abrir las puertas del templo en donde el padre Merchán cantó solemne Te Deum. 16
Fracasada la primera república y establecido el Régimen del Terror, vinieron las represalias contra quienes servían a la causa independentista; una de esas represalias fue el fusilamento de la joven patriota guaduera Policarpa Salavarrieta bajo el gobierno de Juan Sámano y tuvo lugar en la Plaza mayor de la ciudad el 14 de noviembre de 1817; cuenta la historiadora Alicia Hincapíe Borda que, en consideración a que Policarpa tenía dos hermanos frailes del Convento de San Agustín, sus despojos mortales no fueron a dar a la fosa común que se había excavado bajo las lozas del panteón de la Veracruz; sino que fueron enterrados en este templo; así lo recuerda la placa que puede leerse sobre una de las columnas del templo. C. Los conventos de monjas El primer convento de monjas que se fundó en el Nuevo Reino de Granada fue el convento de Santa Clara la Real de Tunja construido a finales del siglo XVI por el Capitán Francisco de Salguero, fundador de la segunda ciudad de Valledupar y establecido después en la ciudad de Tunja a la que mucho amó. La esposa del Capitán Salguero, Doña Juana Macías de Figueroa obtuvo permiso eclesiástico para hacerse monja del convento de Santa Clara 17
junto con sus hijas. En este convento vivió en la primera mitad del siglo XVIII Sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara, pionera de las escritoras colombianas, autora de “Afectos Espirituales”. De ella dijo el poeta: “Noche oscura del alma; Sor Francisca moja un plumón de arcángel con su llanto y lo convierte en duelos y quebrantos” El Convento de Santa Clara la Real en Tunja, como lo veremos adelante, fue la semilla de la que nacieron los conventos santafereños de monjas de clausura: el de La Concepción, el del Carmen, el de Santa Clara y el de las dominicanas de clausura o Inesitas. Convento de La Concepción Estuvo ubicado en el lugar que hoy corresponde a la calle 10ª entre carreras 9ª y 10ª. La fundación de este claustro se debió a Cristóbal Rodríguez Cano quien al morir dejó su hacienda para la construcción de un convento de monjas. Al morir Rodríguez Cano se asoció a la piadosa empresa el rico comerciante Luis López de Ortiz que había hecho fortuna en la ciudad gracias a la importación de productos ultramarinos. 18
Se puso la primera piedra para la edificación del convento de La Concepción en septiembre de 1583. Tenía entonces la ciudad 45 años de haber sido fundada, era Arzobispo de la Arquidiósesis Fray Luis Zapata de Cárdenas y Presidente del Nuevo Reino de Granada Don Antonio González. Fue éste quien recibió del Rey Felipe II la licencia para establecer este convento que se acogió a la regla de las monjas Concepcionistas del Viejo Mundo. A él ingresaron en 1595 algunas hijas o nietas de conquistadores españoles: Doña Catalina de Céspedes, Úrsula de Villa Gómez e Isabel Campuzano y fueron trasladadas del Convento de Santa Clara de Tunja las religiosas Juana de La Cruz y Ana de La Cruz, que por conocer ya del manejo de conventos, fueron Abadesa y Vicaria respectivamente del de la Concepción en Santa Fe de Bogotá. Una hija de Luis López de Ortiz, benefactor del Convento de La Concepción, estaba casada con el encomendero de Tocaima, Juan Díaz de Jaramillo, cuya casa en esa población había sido construida por maestros traidos de España y expertos en la carpintería mudéjar. Pero esta lujosa mansión quedó semidestruída en un duro invierno por el desbordamiento del río Bogotá. Luis López de Ortiz trajo entonces la espléndida techumbre mudéjar de la casa de su yerno y la mandó instalar sobre el presbiterio de la iglesia del convento de La Concepción. Allí luce todavía con sus molduras doradas que trazan estrellas sobre un enatablado blanco. Esta iglesia se embelleció más tarde con su retablo y su arco toral barrocos y con lienzos pintados por los maestros Gaspar y Baltasar Figueroa. 19
Existen curiosas leyendas sobre el convento de La Concepción como la que relata que cuando una monja iba a morir se escuchaban misteriosos golpes en el coro bajo de la iglesia, cuyo suelo servía de cementerio de las religiosas. En el piso de la entrada de la iglesia vemos hoy una piedra con una inscripción que señala que bajo ella fue enterrado por su propia y humilde voluntad Luis López de Ortiz, el benfactor del convento. Durante muchos años las mojas concepcionistas oraron sin descanso en este claustro hasta cuando les fue expropiado en cumplimiento del famoso decreto “De Desamotización de Manos muertas”. El lugar en donde estuvo el convento de La Concepción fue ocupado despues en parte por una gran plaza de mercado demolida en el siglo XX. El templo es hoy regentado por la comunidad de los padres capuchinos. Convento del Carmen 20
Habiendo quedado dos veces viuda Doña Elvira de Padilla, primero de Don Francisco de Albornoz y luego de Don Lucas de Espinosa, y con hijas de ambos matrimonios, levantó en los solares que correspondían a sus casas en lo que hoy es la carrera 5ª entre calles 8ª y 9ª un convento que se acogió a la regla del Carmelo que acababa de ser reformado en España por la gran Santa Teresa de Avila. Comenzando apenas el siglo XVII, el 10 de agosto de 1606, tomaron el hábito Doña Elvira de Padilla que se llamó Elvira de Jesús y María, la hija de su primer matrimonio Elvira de San José, y la hija de su segundo matrimonio Ana Manuela de la Concepción. Ingresaron también en ese día dos sobrinas de Doña Elvira, hermanas entre sí: Doña Francisca y Doña Isabel de Pimentel. Con licencia del Arzobispo Bartolomé Lobo-­‐Guerrero, para priora y para vicaria del convento se designaron, como ya se había hecho anteriormente, dos monjas con experiencia en manejo de conventos: fueron ellas Doña Juana de Poveda y Damiana de San Francisco, procedentes del Convento de La Concepción. La primera capilla que tuvo este convento fue costeada por Don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, Oidor de Quito que estuvo en Santa Fe de Bogotá como visitador de la Real Cancillería. Años después otro gran benefactor del convento fue Don Pedro de Arandia que fabricó una nueva iglesia desde sus cimientos. Antes de 21
morir Don Pedro de Arandia dejó a su sobrino Don Miguel Henriquez Mancilla el encargo de dotar la iglesia que había construido, de un digno retablo principal y de otro dedicado a las almas del purgatorio junto al cual pidió ser enterrado. En cumplimiento de la promesa hecha a su tío, en 1659 Don Miguel Henríquez Mancilla contrató la ejecución de los dos altares mencionados con el gran artista que había construido el majestuoso retablo de la iglesia de San Francisco de esta ciudad: el asturiano Ignacio García de Ascucha. Igulamente encargó la hermosa talla del Señor de La Columna al escultor Pedro de Lugo Albarracín, autor también de la de Jesús Caído para la iglesia de Monserrate; la confección del púlpito la encargó a Marcos Carvajal y para pintar el lienzo de las Almas del Purgatorio contrató al pintor santafereño Baltasar de Vargas Figueroa. Uno de los elementos arquitectónicos que tuvo la iglesia del convento del Carmen fue un camarín u hornacina profunda que emergía exteriormente sobre el muro norte que da a la calle 9ª. Este camarín, que albergaba la talla de la Virgen del Carmen subsiste hoy junto con la espadaña para las campanas. Cien años después del Decreto de “Manos Muertas” que obligó a las monjas a abandonar su claustro, el Camarín del Carmen fue cantado bellamente por la poetiza bogotana Isabel Lleras de Ospina en un soneto que comienza así: En una calle estrecha y empinada que un tiempo se llamó “De La Agonía” el Camarín del Carmen todavía 22
se agarra a la pared destartalada. Entre las monjas que vivieron en este convento hubo dos que se hicieron famosas: la hermana Juana de San Pablo, una indiecita traida a Santa Fe de Bogotá por el Presidente de la Real Audiencia Don Juan de Borja cuando fue al Tolima para apaciguar a la tribu de los pijaos; murió Juana de San Pablo con fama de santidad pues predijo el día de su muerte; cuenta Don Guillermo Hernández de Alba, cronista de la ciudad, que el hábito de esta religiosa se convirtió en reliquia apreciada por lo más granado de la sociedad santafereña. Otra monja inolvidable que vivió en este convento, fue la madre Francisca María, nacida en Santa Fe de Bogotá en 1665; por sus virtudes alcanzó a ser considerada canónicamente como “Sierva de Dios”; dice el ya mencionado cronista Hernández de Alba, que desafortunadamente su causa de beatificación quedó para siempre archivada entre los folios del Archivo Nacional y por esto no llegó a ser otra gran figura femenina de la Época Colonial en Hispano América, como lo fueron Santa Rosa de Lima en el Perú, Santa Mariana de Jesús Paredes “La Azucena de Quito” en Ecuador y la gran literata Sor Juana Inés de La Cruz en México. Convento de Santa Clara 23
Don Hernando Arias de Ugarte, Arzobispo de Santa Fe de Bogotá desde 1618 hasta 1625, dispuso la fundación en la ciudad de un convento de monjas que siguieran la regla franciscana de Santa Clara de Asís. Con gran generosidad compró varias casas situadas en la calle 9ª entre carreras 8ª y 9ª, algunas de ellas para la construcción de la iglesia y del convento y otras para dotarlo de renta a perpetuidad. El convento contó con la licencia del Rey Felipe III en 1619 y con la licencia del Papa Urbano VIII por una bula de 1628. La inauguración del claustro se llevó a cabo en 1629 cuando en solemne procesión fueron traídas las religiosas desde el Monasterio del Carmen. De allí salieron Damiana de San Francisco, Juana de Jesús e Isabel de La Trinidad, hermana y sobrinas del fundador Arias de Ugarte, quienes cambiaron el hábito de carmelitas por el de clarisas. La primera, Damiana de San Francisco, antes de ser carmelita había sido monja del convento de La Concepción de donde había salido para fundar como prelada el convento del Carmen. Por la experiencia que ella ya tenia en vida conventual, el Arzobispo Don Julián de Cortazar y Azcarete la nombró Priora de Santa Clara, dándole al convento como vicaria a su sobrina Juana de Jesús, que por elección, al morir la tía, quedó como abadesa. Las primeras 24 monjas de este convento pudieron entrar sin pagar dote. A fines del siglo XVII habitaban el claustro 60 monjas. 24
El convento de Santa Clara de Bogotá cuyos muros exteriores de mampostería y cal y canto semejan los de una verdadera fortaleza, albergó muchas veces, además de las monjas y las novicias, a damas y doncellas que por alguna circunstanica eran puestas bajo su protección y tutela. Tal fue el caso sucedido al finalizar el siglo XVII con la joven María Teresa de Orgaz, a quien su familia quiso separar del mundo para impedirle seguir en amoríos con el Oidor Bernardino de Angel Isunza, caballero que era casado en España. Sin embargo este oidor logró convencer a dos pintores que por su relación de trabajo artístico con el convento conocian todos los vericuetos del claustro, de que raptaran una noche a la joven María Teresa de Orgaz. Descubierto el hecho que las autoridades religiosas y civiles calificaron como sacrílego robo, los dos artistas fueron llevados a prisión; fueron ellos Nicolás de Gracia y el más grande pintor santafereño, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos quien no sólo pagó el escándalo a que dio lugar con la cárcel, sino con la pérdida de su honor y de la importante clientela religiosa que tenía, constituida por jesuitas, dominicanos, franciscanos y agustinos. Mientras tanto Bernardino de Angel Isunza, el causante de tanto daño, estuvo protegido por su fuero de Oidor del Nuevo Reino de Granada. También se cuenta que cuando el Virrey Don José Solis Folch de Cardona se alejó del poder y de la vida mundana que hasta entonces había llevado para hacerse fraile franciscano en el año de 1761, su adolorida y abandonada amante María Lugarda de Ospina, a quien la gente llamaba despectivamente “La Marichuela”, se refugió en el 25
convento de Santa Clara con la esperanza de poder abrazar algún día la vida religiosa; sin embargo no logró sentir esa vocación y al salir del convento fue confinada a vivir en destiero en la población de Usme. Pero alejándonos de la crónica y volviendo a la historia del convento y del templo de Santa Clara, cabe recordar que éste, durante los siglos XVII y XVIII se enriqueció con hermosas joyas de arte religioso. El recinto arquitectónico del templo, constituido por una sóla nave, fue cubierto con una bóveda de medio cañón con superficie blanca salpicada de motivos florales dorados y policromados. El coro de las monjas que cantaban y el recinto de las que oraban estaban integrados al templo pero separados de él por hermosas celocías mudéjares en madera calada con figuras de estrellas. El arco que separaba la nave del presbiterio tuvo forma de ojiva guarnecida por tallas barrocas de motivos fitomórficos y los muros del templo fueron recubiertos por altares y por lienzos pintados por los más destacados pintores de la época especialmente los pintores Gaspar de Figueroa y Baltazar de Vargas Figueroa. Uno de esos interesantes cuadros de este artista es el retrato del fundador del convento, Arzobispo Hernando Arias de Ugarte. Magníficas tallas en madera como la de La Inmaculada Concepción y las de San Francisco y Santa Clara de Asís enriquecieron este templo que bien restaurado constituye hoy una hermosa iglesia-­‐museo. Después del “Decreto de Desamortización de Manos Muertas” el claustro de Santa Clara fue utilizado por el gobierno 26
durante algún tiempo como Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional; en época reciente fue sede del Centro de Restauración Artística y hoy lo es del Ministerio de Cultura junto con el Palacio Echeverry. Convento de Santa Inés de Montepulciano El 2 de noviembre de 1638 en Madrid, España, su Majestad Felipe IV dio aprobación a la fundación de un convento en la capital del Nuevo Reino de Granada, “para acoger a algunas mujeres principales descendientes de conquistadores”, según lo expresó el monarca en la correspondiente cédula real. La fundadora fue Doña Antonia Chaves, viuda del Capitán Juan de Céspedes, compañero de Gonazlo Jiménez de Quesada en la fundación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Ella había heredado de su hermano Juan Clemente Chaves una cuantiosa herencia que aseguraba la construcción y mantenimiento del convento que él había soñado fundar. Este rico y piadoso caballero en unos retiros espirituales había tenido la oportunidad de leer la vida de Santa Inés de Montepulciano; en esta santa religiosa dominica del siglo XIII, nacida en un pequeño pueblo de La Toscana, encontró Don Juan Clemente Chaves el ejemplo perfecto que debían seguir las religiosas del convento que habría de fundarse en Santa Fe de Bogotá. 27
El claustro, situado en lo que hoy es la calle 9ª con carrera 10ª, quedó fundado oficialmente el día 31 de diciembre de 1644 siendo arzobispo de Santa Fe de Bogotá el dominico Fray Cristóbal de Torres y presidente del Nuevo Reino de Granada Don Martín de Saavedra Guzmán, Caballero de la Orden de Calatrava en España. Las monjas se dirigieron al nuevo claustro desde el vecino convento de la Concepción el día 19 de julio de 1645. Llevadas en solemne procesión con repique de campanas y música, cada una iba acompañada por un alto clérigo que hacía de padrino. Fueron ellas: la fundadora Antonia Chaves, quien tomó el nombre de Beatriz de La Concepción; su sobrina la madre Francisca Eufrasia de Cristo; la madre Paula de La Trinidad, quien reemplazó a Ana de San Jerónimo que había muerto y que era hermana de Beatriz, la fundadora. Una vez que las monjas ingresaron al Claustro, cerró la puerta por dentro la madre Beatriz de La Concepción; ella quedó como Priora y como Vicaria la Madre Francisca Eufrasia. Las fisonomías de algunas de las monjas Inesitas de los siglos posteriores, el XVIII y el XIX, quedaron inmortalizadas en su lecho de muerte con su hábito de dominicas y con corona de rosas como esposas de Cristo, en los óleos del pintor bogotano José Miguel Figueroa, perteneciente al segúndo “clan de pintores Figueroa”; como ejemplos de esos retratos tenemos el de la madre María de Santa Teresa y el de la madre Rosalía de San José. Otra monja cuya fisonomía también retrató al óleo José Miguel Figueroa fue la de la madre María Josefa del Espíritu Santo, que en el mundo tuvo los apellidos Porras de La Torre; en el cuadro de Figueroa ella aparece de 28
pie, también coronada de rosas y cantando frente al atril. Según el dato que trae el padre José Ignacio Perdomo Escobar en su libro “Historia de la Música en Colombia”, al pie del óleo de esta monja cantante, se lee: “la dotó Nuestro Señor de particular talento y abilidades (sic) especialmente de una finísima voz con que alabó a N.S. en el coro toda su vida pues entendió con perfección las leyes del canto”. Y así como los rostros de algunas monjas dominicas de clausura o Inesitas fueron inmortalizados por el pincel de José Miguel Figueroa, también un rincón del convento y uno del templo quedaron perpetuados en magníficos óleos del pintor bogotano Luis Núñez Borda. Como un gran número de conventos del país, el de las monjas Inesitas pasó a ser propiedad del estado a mediados del siglo XIX; entonces fue convertido en cuartel y años más tarde en Facultad de Medicina. Y aún cuando el templo subsitió como tal hasta la mitad del siglo XX, también cayó bajo la piqueta “del progreso” para ensanchar la carrera 10ª. Para fortuna de nuestro Arte Colonial todos los elementos de la arquitectura interior del templo de Santa Inés fueron trasladados a una iglesia que se levantó para reemplazar al primero: la iglesia de San Alfonso María de 29
Ligorio, en el Barrio de La Soledad en Bogotá, atendida por la comunidad de los padres Redentoristas. En este templo están el arco toral y los retablos barrocos, la techumbre y las celosías mudéjares y las tallas y los óleos de famosos artistas santafereños como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Jerónimo López, que hacia 1670 pintó varias escenas de la vida de la patrona del antiguo convento: Santa Inés de Montepulciano. Los restos mortales del sacerdote, médico, botánico y matemático José Celestino Mutis, Director de la Expedición Botánica, muerto en esta ciudad en 1808, fueron enterrados en el Templo de Santa Inés, pero al ser demolido el templo, se exhumaron y desde entonces reposan en la capilla de Nuestra Señora La Bordadita de la Universidad del Rosario cuyas aulas tuvieron el privilegio de escuchar las sabias lecciones de este hombre de ciencia. “Tiempos que no volverán”. Este podría ser el epígrafe de nuestro trabajo: no solamente porque en los siglos XVI y XVII la religiosidad era un valor que las familias se esforzaban por conservar; era también porque en esa época los padres consideraban un privilegio darle a Dios hijos sacerdotes o hijas religiosas; era también porque por aquel entonces una joven sólo tenían tres opciones de vida: casarse, quedar bajo la tutela de un familiar, o ingresar a formar parte de una nueva familia: la comunidad religiosa y era así mismo porque algunas mujeres preferian ser esposas de Cristo a ser esposas de un hombre elegido por sus padres. 30
Las mujeres que por cualquiera de estas causas decidieron entregar su vida para alabar a Dios, para pedirle por las necesidades del mundo y para servir a los más necesitados, merecen, al igual que los frailes de los conventos santafereños, ser recordadas con admiración y gratitud. Por ésto hoy, al ser aceptada como Miembro Correspondiente de la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá, quiero dedicar a su memoria este modesto trabajo. Mercedes Medina de Pacheco 30 de octubre de 2014 31
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Mercedes Medina de Pacheco
30 de octubre de 2014