Resumen 1 Abstract Espacio y género en la antigüedad. La ciudad

XMU
XORNADAS MULLER E URBANISMO
Outubro 2014
Espacio y género en la antigüedad.
La ciudad de Roma1.
Rosa María Cid López
Universidad de Oviedo
Space and Gender in Antiquity.
The City of Rome.
Rosa María Cid López
University of Oviedo
Resumen 1
Desde la perspectiva de género, la ciudad de la Roma antigua ofrece uno de los primeros y magníficos
ejemplos de la marginación real y simbólica de los espacios femeninos. En su planificación urbana, los edificios
destinados a las actividades públicas, como la política, los negocios o la religión, eminentemente masculinas,
se ubicaban en el centro, en torno a una plaza. A estos lugares las mujeres tenían prohibido o limitado el
acceso, y la población femenina debería vivir recluida en los ambientes domésticos, que también compartían
con los varones. Sin embargo, en la práctica las antiguas romanas nunca permanecieron encerradas en los
muros de sus hogares; salieron a la calle y ocuparon los espacios pensados para uso masculino. La ciudad
antigua, como evidencia el caso de Roma, también fue habitada por las mujeres más allá de los enclaves de
la domus y las insulae, aunque se controló que nunca alcanzaron los centros de poder, incuestionablemente
masculinos.
Palabras clave: Género, Roma antigua, ciudad, espacio público, espacio doméstico.
Abstract
From a gender perspective, the city of ancient Rome offers one of the first and most remarkable examples
of the real and symbolic marginalization of female spaces. In this urban planning, the buildings destined to
public activities, such as politics, business or religion, male eminently, were located at the city centre, around a
square. Women’s access to these sites was limited or forbidden. The female population had to live segregated
in domestic settings, which were also shared with men. However, in practice ancient Roman women never
remained secluded behind the walls of their homes; they went out on the streets and occupied those spaces
that were thought to be used only by men. As evidenced by the case of Rome, women also inhabited the
ancient city. Women went beyond the domus and the insulae, although they never accessed the centres of
power, which were unquestionable male-defined.
Keywords: Gender, ancient Rome, city, public space, domestic space.
1
Este texto se inscribe en el proyecto de I + D, “Maternidades y familias. Permanencias, cambios y rupturas
en la historia. Entre las sociedades antiguas y la sociedad contemporánea”, concedido por el Ministerio de
Economía y Competitividad, ref. HAR2013-42371R.
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esde hace tiempo, la ciudad y la organización del territorio del Mediterráneo antiguo, sobre todo
en el caso romano, han interesado a los historiadores, disponiendo en el presente de un abundante
repertorio bibliográfico sobre la cuestión. Sin embargo, resulta comparativamente llamativo el
escaso número de publicaciones sobre el papel de las mujeres en los ambientes urbanos de las
sociedades antiguas, pese a los inequívocos avances de los estudios sobre el género, en especial
los vinculados al análisis de los espacios simbólicos y reales atribuidos a la población femenina2.
En realidad, gracias a las aportaciones de especialistas en geografía, sociología o arquitectura
y, en menor medida, de las historiadoras, en la actualidad somos conscientes del papel que ha
desempeñado el género en la articulación de los espacios urbanos3. Y el caso de Roma es ejemplar
en el sentido de que la ciudad evoca el orden patriarcal de manera inequívoca, representando
además uno de los mejores y más tempranos modelos de planificación urbanística en el área
mediterránea. Al margen de que, evidentemente, el espacio urbano de la antigua Roma refleja
un modelo social en toda su complejidad, con sus marcadas jerarquías, también es una muestra
de quién detenta el poder, concebido siempre como masculino. Por ello, los lugares destinados al
ejercicio de la política y otras actividades públicas, propias de varones ciudadanos, se ubican en las
zonas más destacadas del espacio urbano; concretamente en torno a la plaza, que se convertirá
en el lugar más notable de la ciudad. En este sentido, las mujeres parecen estar ausentes de la
ciudad, ya que no se destinan zonas públicas específicas para ellas, marginando su presencia a los
ambiente domésticos4.
Tal división de espacios en el marco de la ciudad antigua se realizó a partir de la oposición
público-privado, o mejor público-doméstico, y pretendía diferenciar lo masculino y lo público, por un
lado, frente a lo femenino y lo doméstico, por el otro. Desde la antigüedad hasta nuestros días, mucho
se ha escrito sobre esta confrontación, que parece haber marcado decisivamente la planificación de
Roma y otras ciudades del Mediterráneo5. Sin embargo, como la misma urbe romana nos muestra,
tal compartimentación de espacios no siempre se ajustó a la realidad. Las mujeres permanecieron
mucho tiempo en la domus y los hombres en el exterior, pero ellas lograron acceder a los espacios
concebidos para uso y disfrute de los varones; sin olvidar hasta qué punto el poder masculino
alcanzaba también a la casa, igualmente un lugar habitado por varones. Así ocurrió en el caso de
Roma y las comunidades del área mediterránea creadas a imagen y semejanza de la capital del
Imperio.
2
Aunque la situación está cambiando, e interesa cada vez más el tema del espacio, como se observa en
el trabajo de P. Galland-Hallyn y C. Lévy (2006) y J.-A. Dickmann (2010) o en la revisión de los espacios
domésticos, sobre todo del oikós griego (L. Nevett, 2010), entre otros. Véanse también C. Martínez López
(1995a y 1995b) y R. M. Cid López (2007).
3
En especial, destacan el trabajo de L. Mcdowell (1999). Véanse también Ch. Rubio Alférez y otras (1996) y
Ana Sabaté y otras (1995).
4
Una marginación que no siempre implica exclusión, sino que una posición en los márgenes, que permiten
la integración femenina según los intereses del momento (C. Monteapone, 1999).
5
Entre la abundante bibliografía sobre el tema, para el caso de la antigüedad, véanse, entre otros, R. Frei
Stolba y otras (2003) y M. Trümper (2012).
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1. la ciudad de Roma y la vida civilizada. Espacio urbano y poder masculino.
Al igual que otros autores de la antigüedad pero de manera destacada, Estrabón se enorgullecía
de vivir en una sociedad civilizada como la romana, porque las gentes habitaban en ciudades, no
como los bárbaros que desconocían los modelos de comunidades urbanas. Al geógrafo griego
le sirve precisamente el caso de la ciudad para oponer civilización y barbarie, pero también para
justificar la presencia romana en territorios que aún no conocían formas avanzadas de organización
social6. Estrabón lo hace también para congraciarse con la clase dirigente de turno, que en su
época dirigía Augusto, cuándo las conquistas romanas entraban ya en una fase menos intensa.
Desde tales planteamientos, han de comprenderse sus afirmaciones sobre las poblaciones de la
Península Ibérica, como cuándo afirma:
Porque ni la naturaleza del país puede admitir muchas ciudades por su escasez de recursos ni por su
aislamiento y primitivismo, ni su modo de vida ni sus acciones, salvo los de la costa del Mar Nuestro,
sugieren nada de esto; son salvajes los que viven en aldeas, y como ellos la mayoría de los pueblos
íberos; y tampoco dulcifican fácilmente las costumbres las ciudades cuando son multitud los que viven
en los bosques para daño de sus vecinos. (Estrabón, Geografía, III, 13)
Sin duda, el modelo de ciudad en el que pensaba Estrabón se inspiraba en la división de
espacios que habían propuesto el griego Jenofonte o el latino Columela, entre otros, quienes
habían reflexionado sobre la importancia de que el varón saliera habitualmente al exterior y la mujer
permaneciera en el interior. En este sentido, la población femenina debía permanecer en el ambiente
doméstico, protegida de los peligros potenciales que la acecharían si traspasaba los muros de la
casa, mientras los hombres se encargaban de la defensa del territorio, de buscar el sustento de la
familia, o de participar en las actividades políticas fuera del hogar7. De ahí derivó, luego, la creación
de un discurso patriarcal muy elaborado, que defendía la oposición entre lo público-masculino y
lo doméstico-femenino, y otorgó mayor relevancia a lo que hacían los hombres frente a lo que se
atribuía a las mujeres. Tales construcciones de espacios tuvieron una enorme influencia, más allá de
la antigüedad, si pensamos en las concepciones de lo masculino y lo femenino en el pensamiento
ilustrado del siglo XVIII, que mantienen las visiones de la llamada cultura clásica8.
Bajo tales consideraciones, la ciudad concebida como un espacio de relación social,
entre otras muchas cosas, sería ante todo un ámbito masculino, creado por los hombres para
desarrollar actividades que los identifican en función de su género9. Ante todo, debía contar con
lugares para el desarrollo de las tareas políticas, la gestión de sus negocios, la realización de sus
oficios o el desempeño de cargos sacerdotales, que solían ejercerse en los lugares más notables
y monumentales del conjunto urbano; tampoco conviene olvidar la importancia de acudir a actos
lúdicos como los espectáculos circenses o, de manera destacada, a las carreras de caballos. Tales
enclaves destacaban por su monumentalidad, expresaban el poder de la misma ciudad o de la clase
dirigente, que se solía identificar con la población masculina.
A la vez, los hombres tenían familias, esposas e hijas, cuyo espacio natural se identificaba
con la domus. Por ello, en las ciudades de la antigüedad, los ámbitos verdaderamente femeninos
no existen en la estructura urbana, salvo la excepción de algún templo dedicado a una diosa, que
acogía a las matronas en determinados días del año, cuándo se celebraban las fiestas en honor de
la divinidad. Para las mujeres de la antigüedad, como también ocurrió con las habitantes de Roma,
6
Sobre esta cuestión, muy conocida, véase el trabajo pionero de D. Plácido (1987-88).
7
Un análisis y revisión de tales concepciones, sobre todo en Jenofonte, en A. Iriarte Goñi (2001).
8
Véanse, entre otras. L. Mcdowell (1999) y M. Trümper (2012).
9
Véase, entre otras, R. M. Cid López (2007, 83-86).
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su espacio había de ser el hogar. De hecho, si hacemos caso a Vitrubio (VI, 7), en la sociedad
griega, en el propio interior de la casa, las mujeres de la familia tenían su propia estancia, el llamado
gineceo, que no figuraría en las casas romanas. En cualquier caso, ni el oikós griego ni la domus
romana eran zonas exclusivas para la población femenina, ya que convivían hombres y mujeres
como integrantes de la unidad familiar, además de la población servil. Unos y otras debían asumir
la autoridad masculina10.
Por consiguiente, en las sociedades antiguas, los conceptos de civilización y urbanismo
mantuvieron una intrínseca relación, desde el momento en que la vida civilizada implicaba que
los varones disfrutaban de su posición preeminente y la exhibían en los ambientes públicos, que
destacaban en la ciudad. Es decir, junto a la incidencia de otros factores sociales y culturales, las
ciudades también eran concebidas como espacios masculinos, que fomentaban las identidades
y la sociabilidad de los varones, de las que, en principio, se marginaba y excluía a las mujeres.
Los edificios emblemáticos de la ciudad de Roma, cuyo modelo se intentó imitar en el resto del
Mediterráneo antiguo, así parecían mostrarlo, si bien el dominio masculino superaba el ámbito
urbano para prolongarse en los ambientes domésticos.
2. Roma y su planificación urbana. Entre el foro y la “domus”.
Pensar en la estructura de las ciudades romanas, incluida la propia capital imperial no resulta difícil
ante los destacados ejemplos del urbanismo romano que aún hoy podemos contemplar, pero también
por la información que nos proporcionan autores como Pausanias, quien describe los elementos
más característicos y opone la comunidad urbana al hábitat rural, cuándo plantea:
¿Puede llamarse ciudad un lugar que no tiene edificios públicos, ni gimnasio, ni teatro, ni plaza, ni
traída de aguas de alguna fuente y donde las gentes viven en cabañas o chozas, encaramadas al
borde del barranco?. (Pausanias, X, 4, 1)
De hecho, tal era la importancia otorgada a la urbs, que Rómulo, el primer rey de Roma,
comienza su reinado con la fundación de la ciudad, en la mañana del día 21 de abril del año
753 a. d. C., el primer año de la era de los romanos. Al margen de la compleja simbología del rito
fundacional de la urbe, son curiosos algunos elementos de la leyenda que ampliamente se recrean
en la literatura grecolatina por autores como Tito Livio, Ovidio, Virgilio o Plutarco, entre otros. Ante
todo se destaca que Rómulo conducía el arado, al que estaban uncidos una vaca y un buey, ambos
de color blanco, que iban marcando el surco que fijaba los límites de la primitiva Roma; cada
animal se colocaba a cada lado del surco, de modo que la hembra se desplazaba por el interior
y el macho por el exterior. Al margen de la importancia otorgada a las labores agrícolas que se
habían impuesto frente a las actividades pastoril y ganadera, el rito quizá evoque la fecundidad;
en concreto, se ha pensado en la recreación de una hierogamía entre el cielo y la tierra, entre lo
femenino representado por el surco y lo masculino por el arado de bronce11. Una vez definido el
límite, quedaba perfectamente delimitado el espacio sagrado, protegido por el surco, y se imponían
prohibiciones estrictas sobre el uso del suelo ya urbano; figuraban, por ejemplo, no usarlo como
necrópolis, entre otras muchas, que afectaban a prácticas religiosas y políticas. Esta línea que
acabó siendo imaginaria se conocía como pomerium. Con el paso del tiempo, cuándo los romanos
procedieron a la creación de ciudades, siempre repetían este rito fundacional.
Al margen de la importancia concedida al límite que enmarcaba el núcleo urbano, lo cierto es
que las ciudades romanas debían disponer siempre de una espectacular plaza pública, el llamado
10
Véanse especialmente A. Iriarte Goñi (2001) y L. Nevett (2010).
11
Sobre estas interpretaciones, de tono muy psicoanalítico, véase J. Rykwert (1985, 60, 75, 150-152).
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foro; que en el caso griego se conocía como ágora12. En la urbe de Roma hubo más de un foro,
aunque el más antiguo, el foro Boario, es precisamente el elemento que ilustra sobre el surgimiento
de la ciudad a fines del siglo VII a. d. C. En torno a esta plaza pública se construyen los edificios
destinados a los dioses y al ejercicio de las actividades no solo religiosas, sino también políticas,
judiciales o económicas. En el caso de la gestión de los asuntos públicos, la Domus Regia también
es uno de los primeros edificios, aunque luego pasó a tener una función religiosa. Lo significativo es
que la curia, dónde se reunía el senado, permaneció en el mismo lugar a lo largo de la historia de
Roma. Cerca del enclave de reunión de los senadores, destacan los conocidos rostra, o la tribuna
desde la que los principales líderes romanos, en los siglos que duró la República, se dirigían a los
ciudadanos, quienes les escuchaban reunidos en la plaza. Para resolver los asuntos legales, la
basílica acogía a los jueces. Sin duda, a esta serie de edificios que servían para el desarrollo de las
tareas políticas sólo se permitió el acceso a la población masculina y ciudadana, que se preocupó
también de que representasen el poder de la ciudad, dando lugar a construcciones de notable
solidez y cierta grandiosidad.
Mayor monumentalidad se otorgó a los santuarios dedicados a los dioses que protegían al
Estado, como evidencia el caso del Capitolio, destinado a Júpiter, Juno y Minerva, que disponían de
un sacerdocio masculino para atender su culto, cuyo edificio estaba situado en un lugar estratégico
de la ciudad. Los nombres de las divinidades masculinas suelen presidir los templos que están en
el centro de la ciudad, mientras que los erigidos a las diosas se construyen a las afueras, quizá
porque aquí acudían las mujeres en celebraciones reservadas a la población femenina13. Fuera del
pomerium, ciertamente, también se erigió el templo a Marte, ya que su culto y calendario festivo
se relacionaba con la muerte. De igual modo, en el interior se ubicó el templo de Vesta, con un
sacerdocio femenino específico.
El ejercicio de la actividad política y del sacerdocio se consideraba indudablemente una
tarea propia de los varones ciudadanos, de ahí que se reservasen los espacios privilegiados de la
ciudad, como el foro. Pero en el entorno de esta plaza, emergieron también otras construcciones
que no fueron de uso exclusivo de varones, ya que necesariamente también debían utilizarse por
las mujeres. Ciertamente, a este enclave acudían los ciudadanos de manera habitual a reunirse
con sus colegas; de hecho se consideraba conveniente que saliesen de casa, como correspondía
a su condición masculina. Pero este emblemático lugar acogía también tabernas o tiendas muy
variadas, además de mercaderes y vendedores, sobre todo en los días de mercado. En estos
espacios convivían hombres y mujeres en su calidad de trabajadores, pero también como potenciales
compradores. Como caso especial, han de mencionarse las termas, que se repartían por la ciudad,
a las que acudían unos y otras, si bien en horarios distintos, o si las dimensiones lo permitían,
separando las estancias femeninas y las masculinas.
A la vez, los romanos eran amigos de los espectáculos, algunos como promotores pero
la mayoría como simples espectadores. Ha de señalarse que para evitar los peligros de las
aglomeraciones, los teatros, anfiteatros y los circos que acogían a miles de personas se situaban
siempre en las zonas suburbanas o en los límites del núcleo urbano. Si bien se pensaba que las
mujeres respetables no debían contemplar este tipo de actividades, da la impresión de que solían
hacerlo, como se deduce de una cita de Suetonio a propósito de ciertas disposiciones de Augusto:
En cuanto a las mujeres, no les permitió presenciar ni siquiera los combates gladiadores, que desde
hacía tiempo era habitual que presenciaran mezcladas con el público, sino desde las gradas más altas
y ellas solas. (...) Pero del espectáculo de los atletas excluyó de tal forma a todo el sexo femenino
que, cuando el público reclamó una pareja de púgiles durante sus juegos pontificales, la aplazó a la
De la abundante bibliografía sobre los elementos de la ciudad romana, véanse las referencias en R. M. Cid
López (2007, 86-92) y también F. Kolb (1992), entre otros.
12
13
A propósito de la ubicación de los santuarios dedicados a las diosas, véase R. M. Cid López (2014).
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mañana siguiente, haciendo saber por un edicto que no quería que las mujeres fueran al teatro antes
de la hora quinta. (Suetonio, Augusto, 44, 2-3)
En esta estructura de la ciudad y de los elementos que la caracterizan, aunque los centros
de poder son masculinos, en especial los dedicados a la actividad política y judicial, también
observamos otra serie de edificios de tipo público, a dónde podían acudir las mujeres. Es decir, la
población femenina también estaba presente en las ciudades.
Pero, en realidad, una ciudad no puede concebirse sin la existencia de los barrios
residenciales, que acogen las viviendas particulares, marcándose una clara oposición entre la zona
de las domus aristocráticas y la correspondiente a las insulae o bloques de apartamentos en los
que malvivían las gentes más humildes14. Esta serie de edificios conforman los llamados espacios
domésticos, en los que transcurría gran parte de la vida privada de los romanos y las romanas,
dónde fundamentalmente convivían las familias, los padres y las madres con su descendencia.
Aunque las mujeres pudieron pasar la mayor parte del tiempo en las dependencias domésticas,
los hombres también permanecían en el hogar, que utilizaban como lugar que exhibía su condición
social, aún más si pertenecían a las familias pudientes. Como dato significativo, muchas casas
de los ambientes más desfavorecidos no disponían siempre de agua corriente, por lo que las
fuentes abundaban en los distintos lugares de la ciudad y las mujeres solían ser las encargadas
de transportar el agua. Por ello, las romanas de baja extracción social eran la que salían más de
casa, porque debían realizar trabajos extradomésticos, o simplemente porque se encargaban del
aprovisionamiento de agua en el hogar. Las ciudadanas de posición social elevada eran las que
menos razones tenían para abandonar el espacio doméstico, y se toleraba que lo hicieran bien
para visitar a sus familias o acudir a los templos; estas matronas debían respetar las normas de
comportamiento honorable que recomendaba Jenofonte, en el siglo IV a. d. C.
Para la mujer es más decoroso permanecer en el interior que salir fuera y más vergonzoso para el
hombre permanecer en el interior que ocuparse de los asuntos de fuera. (Jenofonte, Económico, VII,
30)
En cualquier caso, las mujeres y precisamente las de posición elevada, no siempre aceptaron
la exclusión de los espacios públicos de poder. Ocurrió que en determinados momentos las mujeres
accedieron al foro, y se dice que lo hizo Hortensia, en el año 42 a. d. C., cuándo desde la tribuna
de los oradores reclamó la anulación de leyes que atentaban contra su patrimonio en nombre de
las matronas más ricas del momento; en otra ocasión, en los comienzos del siglo II a. d. C., las
matronas de origen aristocrático también se habían manifestado por las calles aledañas al foro
para protestar contra las normas legales que perjudicaban sus intereses15. Son sólo dos ejemplos,
pero una muestra de que las romanas quizá concibieron la ciudad de Roma como un espacio que
también les pertenecía, aunque determinados lugares les estuvieron vedados.
Sobre las domus y las insulae en la ciudad de Roma y la bibliografía más destacada, véase R. M. Cid López
(2007, 92-95).
14
Sobre el acceso de las ciudadanas romanas a los espacios masculinos y de poder, véanse sobre todo R.
M. Cid López (2010).
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3. Reflexiones sobre la ciudad de Roma desde el género. El alcance de la
intersección entre lo público y lo doméstico.
Sin duda, tal y cómo señalaron acertadamente algunas notables geógrafas, la ciudad se nos
presenta como una magnífica metáfora de la sociedad y de las relaciones entre los hombres y las
mujeres. En este sentido, el protagonismo masculino frente a la población femenina se pretenda
expresar en la ordenación del espacio urbano, como revela la identificación de los espacios públicos
identificados con lo masculino. Sin olvidar el hecho de que no se conciban espacios propios y
exclusivos para las mujeres, síntoma evidente de su ausencia en la planificación de la ciudad.
En el fondo, la ciudad interesa para destacar las labores masculinas, siempre productivas, frente
a las atribuidas a las mujeres, reproductivas, de menor consideración social. Algunas geógrafas,
refiriéndose al presente, lo expresan así:
En cualquier sociedad, y aunque con características distintas, existe una división fundamental del
espacio, es decir, una compartimentación del territorio en lugares destinados a diferentes funciones
o actividades. En muchas sociedades, esta división funcional se relaciona con una adscripción a
los espacios de simbolismos de carácter mágico, religioso o de poder. La división del trabajo según
el género hace que, al menos en nuestra cultura, las mujeres sean adscritas al espacio privado
de la reproducción y los hombres al público de la producción. Así, nos encontramos con espacios
´femeninos´ y espacios ´masculinos´. (A. Sabaté Martínez y otras, 1995, 296)
No obstante, en este sentido ha de señalarse que los espacios laborales o productivos ocupan
zonas muy definidas de la ciudad, pero no se ubican en el centro urbano; basta recordar los barrios de
artesanos, organizados en función de su especialidad. En el caso de las ciudades antiguas, primaba
además el campesino como modelo de trabajador varón, que no vivía ni acudía apenas a la ciudad.
En realidad, el habitante de la urbe romana era sobre todo el ciudadano que honraba a los dioses
para propiciar el bienestar colectivo, acudía a las sesiones del senado, se reunía delante de los rostra
o presenciaba los procesos judiciales en las basílicas, pero sobre todo paseaba por el foro y visitaba
regularmente las termas, dónde disponía de bibliotecas; ocasionalmente, aunque alguno con asiduidad,
disfrutaba de espectáculos teatrales, de gladiadores o circenses en general, sin olvidar las carreras
de caballos. Para practicar o contemplar tales actividades, la ciudad disponía de notables edificios,
aunque los religiosos llamaban la atención por su monumentalidad, sin olvidar ciertos elementos que
expresaban el poder de determinados individuos, como sucedió con los arcos de triunfo o los pórticos,
Frente a la serie de las elaboradas construcciones arquitectónicas, algunas verdaderamente
extraordinarias como el Coliseo, entre otras muchas, aparece la domus, que no siempre se puede
contemplar como un espacio cerrado, y dónde, al parecer, se recluía a la población femenina. No
deben olvidarse el lujo y refinamiento que podían caracterizar a muchas viviendas de la aristocracia,
que evidencian hasta qué punto un espacio privado puede utilizarse para exhibir su posición
preeminente y facilitar la proyección social. Por ello, la domus como espacio doméstico oscila entre
lo público y lo privado, es el lugar dónde se prefiere que estén las mujeres, que comparten ambientes
con los varones, colaborando además de manera eficaz en el uso público que los varones de su
familia hacen del hogar En este sentido, solo hace falta recordar a las mujeres que utilizan la casa
para promocionar las carreras políticas de sus parientes masculinos, dando lugar a la imagen de la
conspiradora, no muy del gusto de la sociedad romana16. Como territorios domésticos sin proyección
pública destacarían los hogares de las insulae, donde la condición humilde de sus moradores influye
decisivamente en la consideración de tales espacios; pero serían precisamente, estas mujeres que
habitaban las insulae las que frecuentemente transitaban por la ciudad, para acudir a las fuentes, a
las termas o para desarrollar una actividad laboral.
En general, se piensa en las famosas conspiradoras de la etapa final de la república. Véase R. M. Cid López
(en prensa).
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La antigua Roma, sin duda, ejemplifica perfectamente la desigualdad entre hombres y mujeres e
inspiró modelos sociales perdurables en el tiempo, que se reflejan en la configuración del espacio
urbano. Pero esta gran urbe también nos ofrece magníficos ejemplos de cómo las ciudades están
habitadas por hombres y mujeres, que interactúan en los distintos edificios, plazas o barrios. Hubo,
sin duda, espacios exclusivamente masculinos que definen los enclaves de la ciudad, pero también
destacan otros, la mayoría, que compartían hombres y mujeres en la vida cotidiana, dentro y fuera del
hogar. Incluso se dio el caso de que las mujeres irrumpieron en el foro y se apropiaran de la tribuna
de oradores, es decir de los espacios que simbolizaban el poder masculino.
Como metáfora de lo social, la ciudad romana parece reproducir la división de espacios
masculino y femenino, atribuyendo lo público a los hombres y lo doméstico a las mujeres, aunque
la marginación de las romanas no es absoluta, porque sus vidas transcurrieron también entre la
domus y el foro. En realidad, las mujeres de la ciudad de Roma transitaron por la ciudad casi como los
varones de su entorno, aunque siempre desprovistas de las parcelas de poder, público y doméstico,
otorgadas a los varones y ciudadanos.
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Trümper, Monika (2012). Gender and Space, “Public” and “Private. En Sharon L. James y Sheila
Dillon. A Companion to Women in the Ancient World. Malden-Oxford-Chichester: Blackwell,
, 288-303.
Nota: Se han utilizado las ediciones de la Biblioteca Clásica Gredos para las obras de Estrabón, Jenofonte,
Pausanias, Suetonio y Vitrubio.
xornadas muller e urbanismo
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Espacio y género en la Antigüedad. La ciudad de Roma.
CID, R.M.
ROSA MARÍA CID LÓPEZ
Universidad de Oviedo
Rosa María Cid López es Profesora Titular de Historia Antigua, acreditada como catedrática en septiembre
de 2011 y coordinadora del Grupo de Investigación: Deméter, Historia, Mujeres y Genero en la Universidad
de Oviedo. Sus líneas de investigación se vinculan con la historia social y cultural de las mujeres en Roma
antigua, con especial atención a los temas del trabajo, la religión y el poder, así como la historiografía sobre
los estudios de mujeres y/o de género. En la actualidad está analizando la maternidad y las madres en el
Mediterráneo antiguo, como investigadora principal de un proyecto de I + D titulado, Maternidades y familias.
Permanencias, cambios y rupturas. Entre las sociedades antigua y la contemporánea, en el que participan
profesoras de diferentes universidades españolas (entre otras, Vigo) y europeas.
De su casi centenar de publicaciones, entre las más recientes destacan la edición de las obras,
Madres y maternidades. Construcciones culturales en la civilización clásica. Ed. KRK, Oviedo, 2009 y Maternidad/
es: representaciones y realidad social. Edades Antigua y Medieval. Ed. Almudayna, Col. Laya, Madrid, 2010;
Mujeres en la Historia. Ed. Ambitu, Oviedo, 2011; Horas de radio sobre mujeres e Historia, Ed. Trabe, Oviedo,
2013; En colaboración con Yvonne K nibiehler y Francesca Arena, ha dirigido La maternité à l´epreuve du genre.
Metamorphoses et permanences de la maternité dans l´aire méditerranéenne, Rennes, 2012 ; coeditora, junto a
Estela García Fernández, Debita Verba. Estudios en homenaje al profesor Julio Mangas, Manjarrrés, Ed. Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 2013.; editora y coautora, Parir y nacer en el Mediterráneo antiguo.
Entre el mito y la historia, ed. Trea, Oviedo (en prensa).
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