Nilo, Cundinamarca Anda r e s po r el terri tori o na cio n al y memori as de po b l a m ie nto e n Alto Ni lo Salvaguardia integral de las culturas campesinas Ministerio de Cultura Mariana Garcés Córdoba Ministra María Claudia López Sorzano Viceministra Enzo Ariza Ayala Secretario general Juan Luis Isaza Londoño Director de Patrimonio Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial Adriana Molano Arenas Coordinadora Norma Constanza Zamora Nicolás Lozano Asesores de la estrategia Investigaciones locales desarrolladas en el marco de la estrategia Salvaguardia integral con énfasis en culturas campesinas Convenio sobre Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo Autores Equipo de Investigación PCI Nilo Alto Alba Ruth Peñaranda Suescún Moisés García Fotografías Alba Ruth Peñaranda Suescún Moisés García Parra Tropenbos Internacional Colombia Carlos A. Rodríguez Director de programa Coordinadoras del proyecto María Clara van der Hammen Sandra Frieri Coordinación editorial Catalina Vargas Tovar Vanessa Villegas Solórzano Comunidad Veredas Buenos Aires, Pueblo Nuevo, Balunda, Batavia y Nilo, Cundinamarca Equipo de trabajo PCI Nilo María Genis Díaz Alfredo Ballesteros Inocencia Faustino Escamilla Eva Maldonado Ana Betulia Gutiérrez Antonio Rubiano Gladis Borda Ezequiel Borda Rosa Gaona Apóstol León Blanca Aurelia Acosta Luz Oliva Acosta Diana Paola Téllez Peñaranda Luisa Fernanda Téllez Peñaranda Impresión Torre Blanca Agencia Gráfica Bogotá D.C., 2014 Equipo de investigación y acompañamiento (TBI Colombia, Cundinamarca) Carlos Alberto Benavides Mora Julieth Rojas Guzmán Mónica Velasco Olarte Esta obra es el resultado de un proceso de investigación local apoyado por Tropenbos Internacional Colombia en el marco del convenio 342/14 con el Ministerio de Cultura; los contenidos no representan ni comprometen la posición u opinión oficial del Ministerio de Cultura o el gobierno colombiano y solo recoge la opinión de sus autores. Corrección de estilo María del Pilar Hernández Diseño Machete estudiomachete.com Citación sugerida Equipo de Investigación PCI Nilo Alto. (2014). Andares por el territorio nacional y Memorias de poblamiento en Alto Nilo. Convenio Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local. Bogotá: Ministerio de Cultura & Tropenbos Internacional Colombia. ISBN 978-958-9365-65-6 A ndar e s por e l ter r i torio n acio n al y m emo rias de p oblamie n to e n A lto Nilo Alba Ruth Peñaranda Suescún Moisés García Nilo, Cundinamarca Tabla de c ont eni do 7 Introducción 10 La vida en las haciendas 12 Las haciendas cafeteras 14 Nilo: zona cafetera en el centro del país 15 Con don Antonio y sus relatos 18 Con la señora Ana Betulia y sus relatos 24 Relatos de migraciones y poblamiento 26 Moisés: mi vida entre Güicán y Nilo, tradiciones de lucha y memorias de colonización 42 Nuestras historias se conectan con el café 42 Historia de la señora Alba 48En fiestas 50Historias de violencia en la zona - Calendario solar panche - Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo I ntr o du cci ón Recorriendo los caminos por la vereda Balunda nos encontramos con unas piedras talladas y nos contó don Alfredo que desde siempre se ha dicho que las piedras eran de los indígenas panches, que eran las tribus que vivían antiguamente en esta zona. Eran descendientes de los caribes, habitaban la vertiente oriental de los ríos Negro y Sumapaz y estaban repartidos en provincias gobernadas por caciques. Conchimá gobernó en los territorios que abarcan lo que hoy conocemos como Viotá y Nilo. Como cuentan los textos de Fray Pedro Simón, Gonzalo Jiménez de Quesada envió en 1537 al capitán Juan Céspedes con 55 soldados y al capitán Juan de San Martín con 45 soldados más para entrar a territorio panche, que siguieron la ruta Santa Fe de Bogotá-PascaFusagasugá-Tibacuy, donde se aliaron a los españoles los dos caciques muiscas que les advirtieron sobre la fiereza de los panches que frecuentemente y de manera sangrienta atacaban a los muiscas. En el sitio que hoy conocemos como Cumaca se dio un enfrentamiento sangriento entre los españoles apoyados por los muiscas contra los panches, que concluyó con un trágico saldo para los panches. Muy conmovidos por esta historia, hicimos contacto con la Universidad Sergio Arboleda, para que nos ayudaran a interpretar todos estos símbolos. Así, se organizó una velada en el cerro Kualamaná y con telescopios vimos las estrellas y sus posiciones. Frente al cerro Kualamaná se encuentra Media Luna, una montaña que sirve como referencia para ver claramente el movimiento de las estrellas, como nos lo explicaron luego otras personas de la Universidad de San Buenaventura. Mediante estas observaciones, los indígenas lograron construir el calendario solar, nos dicen ellos que es uno de los más exactos y que probablemente era una universidad de astrología a la que llegaban alumnos de distintas partes a estudiar la posición de los astros y determinar el equinoccio y el solsticio, que les permitieran saber cuándo 7 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 8 iniciaban las épocas aptas para la siembra y la cosecha y prendiendo una fogata en la cima del Kualamaná le avisaban a los indígenas lo que se hallaba bajando la montaña, es decir, todo lo que hoy es el Tolima, zona cafetera y más abajo, así que la indiamenta –como nos decía el profesor–, se prendía en una fiesta, con músicas, danzas y borrachera con chicha que podía durar hasta ocho días. Luego, vendrían la siembra y la cosecha, es decir, la abundancia. Pese a la fuerza aguerrida de los indígenas panches, el capitán español Hernán Vanegas Carrillo de Monsalve, conquistó las provincias de los panches y el territorio fue repartido en grandes extensiones entre los soldados que participaron en la campaña conquistadora, bajo la figura de encomiendas que otorgaban la posesión y la posibilidad de contar con la mano de obra existente en los asentamientos indígenas que ellos contenían. Más adelante, a mediados de 1600, se tramitaron y fueron autorizadas solicitudes de reconocimiento de tierras ante el cabildo de Tocaima. Para el siglo XVIII las haciendas se fueron consolidando en la medida en que adquirían mayor territorio, destinado a la siembra de monocultivos. De acuerdo con los textos de Luis Ángel Acero Duarte (1953), en Nilo se ubicaron con cultivos de añil, que más tarde fueron remplazados por cultivos de café, aprovechando el auge que tuvo este cultivo desde la mitad del siglo XIX, cuando empezó nuestra patria a distinguirse como productor de uno de los mejores cafés del mundo. En los años 1900, en especial de la década del treinta en adelante, como resultado de la presión de las luchas campesinas por la posesión de la tierra, se dieron los procesos de parcelación en las grandes haciendas del Estado. Es allí donde se enfoca nuestro trabajo, con el ánimo de recoger, a nuestro modo, parte de la historia que transcurrió en nuestro territorio. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 9 - Cerro Kualamaná - Salvaguardia integral de las culturas campesinas L a v ida en la s ha c i e nda s 10 Antes de 1870, Nilo era principalmente un municipio productor de añil. Sin embargo, y debido al temor por el fracaso reciente dejado por la empresa de los añiles (más de veinte establecimientos de añil de la región quedaron en la completa ruina), Nilo vivió una rápida transformación después de 1860. Las haciendas que contaban con la infraestructura para procesar el añil sirvieron también para el beneficio del café, los terrenos eran aptos para la producción y la cercanía al puerto de Girardot ayudaba mucho y facilitaba el transporte. Las primeras haciendas cafeteras en el municipio fueron Pagüey, Campo Alegre, Balunda, Fragua, Agua Dulce, Lucía, Buenos Aires, Bella Vista, Ensillada, Palermo, El Oso, Paradero, Batavia, San Vicente y San Antonio. El café no era el único cultivo en Nilo, también se producía cacao de excelente calidad, plátano, banano y ganadería, tanto en la zona cafetera como en las partes bajas. La caña de azúcar se cultivaba para la producción de aguardiente o chirrinche, de azúcar y de panela para autoconsumo, así que no había muchos trapiches importantes. Las grandes haciendas dividían los terrenos en parcelas que les eran entregadas a familias que se hacían cargo de cuadrillas, grupos de recolectores y trabajadores y entregaban cuentas a los administradores o patrones. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 11 - Mapa. Nilo cafetero antes de 1936 - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 12 Las haciendas cafeteras Las primeras haciendas cafeteras iniciaron un proceso de colonización, ya que necesitaban mucha mano de obra y en la zona no la tenían, así que Boyacá fue el departamento de adonde llegó más gente, ya que los agricultores boyacenses no tenían el poder económico para sostener trabajadores y los cafetales eran una gran oportunidad para mejorar sus condiciones. Los trabajadores provenían de diferentes lugares de Boyacá, como por ejemplo el papá de la señora Rosa Gaona era de Caparrapí, el papá de don Apóstol León también era de Caparrapí y su mamá de otro pueblo de Boyacá. Ellos llegaron a la hacienda Buenos Aires y el dueño les dejó unas mejoras en las que él empezó a sembrar café y pastos. Allí pagaba un arriendo por el usufructo de esas tierras. Algunas personas fueron llegando ya en familias conformadas, que asumían la tierra como arrendatarias o contratistas, pero la gran mayoría eran hombres solos como peones, cuadrilleros o jornaleros; las mujeres como cocineras o cuadrilleras, más tarde se les llamó chapoleras. Pedro Daza se acuerda de que su papá le contaba que su abuelo por ejemplo, en la hacienda La Lucía, hoy en día San Ignacio, les entregaban parcelas que ellos cultivaban en café y luego les vendían las mejoras a los dueños de la hacienda, así hicieron la mayoría de los cafetales. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 13 - Casa de antigua Hacienda San Ignacio. Foto: Alba Ruth Peñaranda - Salvaguardia integral de las culturas campesinas Nilo: zona cafetera en el centro del país 14 La diferencia de pisos térmicos es una bondad de nuestro municipio, ya que tiene territorio plano hacia el costado suroccidente con alturas que oscilan entre 200 y 500 msnm en veredas como La Yucala, La Esmeralda, La Sonora, Malachí-Belén, Malachí, Cajón y La Palmita. Después del casco urbano del municipio, la altura empieza a aumentar de manera constante de 500 a 1000 msnm donde se encuentran las veredas San Jerónimo, Bella Vista, Pajas Blancas, Pradito, Margaritas, Agua de Diosito, Limones y el centro Poblado de Pueblo Nuevo. Entre los 1000 y los 1800 msnm están las veredas Batavia, Balunda y Buenos Aires. Estas son tierras aptas para los cultivos de café y de banano. Existe una vereda que tiene todos los pisos térmicos, San Bartolo, que tiene 200 msnm en la parte baja, limita con Melgar y Boquerón, asciende hasta los 1500 msnm, donde está la hacienda Agua Dulce, que también produce café y macadamia. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo Con don Antonio y sus relatos Don Antonio Rubiano nació en 1931 en Guachetá, Cundinamarca, pero llegó a Nilo de tres años. Su mamá compró un pedazo de tierra de la hacienda Buenos Aires y le puso como nombre Cabañas. 15 -Don Antonio Rubiano- Salvaguardia integral de las culturas campesinas Según su relato recuerda que: 16 Estudié mis primeros años en la escuela El Madroño, pues me quedaba fácil ir allí, en la hacienda Balunda. La escuela que tenía era para los hijos de los trabajadores, allí fue donde aprendí lo poco que hoy en día sé: a leer y a escribir. Cuando tenía como 17 años iba en mula a traer un café de un lote en la hacienda La Albania, iba con otros trabajadores y preciso nos encontramos con la Policía y así como estábamos nos hicieron bajar de las mulas y nos pusieron a cargar una vara con unas gallinas que habían recogido de las fincas de los campesinos que había por ahí. [Don Antonio Rubiano] Cómo comenzó su vida como caficultor: Fui a pagar el servicio militar y cuando volví, como era juicioso y ahorrativo, le compré un pedazo de tierra a don Moisés Sierra que le había comprado antes a don Jaime Londoño, el dueño de la hacienda Buenos Aires y a la que le llamé Aguaditas. Yo seguí en la finca, producíamos casi de todo: yuca, maíz, malanga, jamaico y lo que no, lo comprábamos a los vecinos y lo que era la carne y el arroz, la sal y la ropa, se compraba en Pueblo Nuevo o Cumaca que nos quedaba más cerca. Vivía una vida muy tranquila, gracias a dios por aquí no pasaban cosas malas, la gente siempre ha sido buena. Más adelante le compré otro pedazo ya a don Ramiro Avilés y le llamé Cabañas. Por aquí no había electricidad, nos alumbrábamos con mechas de querosén o con velas, aunque uno se acostaba temprano y a las cinco y media ya había comido, escuchaba un rato algo de radio en uno de pilas que tenía. Ya cuando llegó la electricidad todo empezó a cambiar. Al pueblo se bajaba a vender el cafecito y el jamaico y la platica alcanzaba, se veía. Todo se cargaba en mulas por el camino real que era la carretera de esa época. La compra de café era donde hoy es el supermercado El July y como necesitábamos Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo construir una casa para la compra de café, entonces la Federación nos propuso que nosotros buscáramos el terreno y ellos construían la edificación, entonces los cafeteros nos pusimos a la tarea de buscar el terreno, pusimos plata, ¡yo tengo acciones ahí. ¡Ahora que me acuerdo, yo puse una platica que para la época era bastantica! y así cada uno puso una parte de acuerdo con sus capacidades y la federación nos construyó lo que hoy en día es la Casa del Café. Esto fue más o menos en 1972 o 1973 y en 1974 se formó el primer Comité Municipal y por intermedio de este se empezaron a construir escuelas, electrificación, carreteras, incluso el equipo de odontología lo donó el comité, eso sí que ayudó y todavía como que es el que se sigue usando, eso era muy bueno. Fui uno de los primeros fundadores de la Junta de Acción Comunal de la vereda Buenos Aires en 1982. Todo ahora ha cambiado mucho, yo ya vendí mi finca y ahora es una reserva natural y yo vivo cerca del pueblo. [Don Antonio Rubiano] El transporte de la época en Nilo: Si uno quería viajar a Girardot, lo debía hacer en chiva, que a Pueblo Nuevo llegaron como más o menos en el año sesenta, ahí era el único medio de transporte que uno conocía. Bueno, yo monté por primera vez cuando tenía como 17 años en uno de los viajes que hice de Nilo al puerto de Girardot sobre el río Magdalena. [Don Antonio Rubiano] Hoy en día se le encuentra a don Antonio caminando a paso lento por la carretera, lo hace para hacer ejercicio, va desde su casa hacia el pueblo o caminando hacia una finquita que formó parte de la antigua hacienda Pagüey. Tal como lo manifiesta el testimonio de don Antonio: «la zona era muy tranquila, cuando ocurría algo sangriento era todo un acontecimiento y era comentado en todas partes. Fueron muy pocas las víctimas fatales durante nuestros primeros años de nuestras vidas en estas tierras». 17 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 18 Con la señora Ana Betulia y sus relatos La señora Ana Betulia, vecina de la zona, nos contó que había nacido en 1927 en la hacienda Pajas Blancas, ya que su papá trabajaba allí, pero que por el trascurrir de los años manifiesta no saber el origen de sus padres. Ella recuerda que siendo muy pequeña, más o menos a los 7 años, se la llevó una tía para Bogotá donde una señora para que le ayudara y le sirviera de compañía, pero esos recuerdos no son muy agradables por el trato que recibía; con esa señora apenas duró un año y al año siguiente se la devolvió a la tía donde vivió un año más, hasta que fue encontrada por su padre que luego de conseguir la dirección de la señora –adonde la tía la había llevado inicialmente–, pero allá le dijeron que efectivamente la señora había vivido allí y que la señora vivía con una niña con las mismas características de su hija, pero que lo último que sabían era que se había ido para Faca, sitio al cual se dirigió su papá y fue allí donde encontró nuevamente a su hija. También cuenta la señora Ana Betulia, que su tía la puso a estudiar y que alcanzó a hacer dos años de primaria donde aprendió a leer y a escribir. Regresó nuevamente a la hacienda Pajas Blancas cuatro años después, justo al sitio donde vivían sus padres, pero como en su momento la única escuela que existía era la de Pueblo Nuevo y le quedaba a 4 kilómetros de distancia y necesariamente Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo tenía que pasar por la casa del administrador de la hacienda de Pajas Blancas –un señor que tenía muy mala reputación por su trato con las niñas–, de manera que sus padres decidieron que no podía estudiar más, situación que la obligó a dedicarse a los haberes de la casa y a ir por comida, hasta que conoció a su primer esposo, el señor Sanabria, con quien convivió varios años y tuvo sus seis hijos y quien lamentablemente murió después de un accidente, al caer de un techo. Ella recuerda que la iglesia estaba ubicada al frente de donde está hoy en día, era una choza de bajareque y palma, las clases se recibían en un cuarto ubicado enseguida de lo que hoy es el puesto de salud que prestaban para capacitar a las personas que querían estudiar y donde solo se preparaban hasta el grado tercero de primaria. Para la misma época se conoce con un señor que había llegado de tierras boyacenses, a quien llamaban don Rafael, que junto con los señores Héctor, Arturo, don Pedro, don Camilo y la señora Ana Betulia, entre otros muchos, siempre colaboraban y organizaban los juegos de tejo, las riñas de gallos, la venta de la cerveza y la comida que no podía faltar, eventos en los que al igual que en la fiestas de Nilo siempre resultaban los problemas, gracias a dios, sin saldos fatales. De la misma forma, mediante la Federación Nacional de Cafeteros, los cafeteros participaban activamente en el arreglo de caminos, la electrificación de veredas, la construcción de escuelas en las veredas cafeteras y la construcción de la casa del café en el centro del pueblo con la colaboración de sus agremiados, tal como lo corroboran dos personajes que nacen, se crían y viven aún del producto por el cual somos reconocidos en todo el mundo: el café. Ellos son don Antonio Rubiano 19 Salvaguardia integral de las culturas campesinas y don Alfredo Ballesteros, quienes siempre han estado vinculados al cultivo de café por medio de su agremiación nacional: la Federación Nacional de Cafeteros. En este documento presentaremos algunos relatos de las personas que vivieron en esas haciendas o que tuvieron algo que ver con quienes trabajaban en ellas. Son historias contadas por las mismas personas y que registramos tal como las describieron. 20 -Don Alfredo Ballesteros. Foto: Alba Ruth Peñaranda- Recuerda que escuchó que unos de las hacendadas más grandes de Nilo fue la familia Holguín, propietaria de las haciendas Batavia, Balunda y la Concepción, una de las pocas haciendas que no producía café a pesar de encontrarse muy cerca del pueblo. En su lugar, producía pastos para alimentar a las recuas de mulas que utilizaban para transportar el café desde las haciendas hasta el puerto de Girardot y trasladar las mercancías traídas desde Fusagasugá. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo Para 1900 en lo que hoy es la vereda Batavia estaban las haciendas Batavia, La Fragua y El Palmar; en la vereda San Bartolo las haciendas Agua Dulce y Careaga; en la vereda Agua de Diosito la Hacienda San Luis; en la vereda Pajas Blancas la hacienda Pajas Blancas; en la vereda Margaritas las haciendas Margaritas, San Antonio y Palermo; en la vereda Buenos Aires las haciendas Buenos Aires, Pagüey, Campo Alegre, San Ignacio, La Lucía, La Turena y La Guayacana; en la vereda Bella Vista la hacienda Bellavista y en la vereda Pradito la hacienda La Cajita. Don Faustino Escamilla nació en 1929 en la Hacienda San Antonio, allí creció y aprendió el oficio de hacer canastos de bejuco de guayacán y también a arrear ganado; nos cuenta algunas experiencias significativas que vivió y que nos sirven para entender un poco la historia de nuestro territorio: Viví la Guerra Gallinera, fui perseguido por ser liberal pues lo primero que aprendí a decir fue: «soy liberal», me llevaron al Ejército muy joven y allí todo el tiempo fui coquí, es decir cocinero. Llegué a la hacienda El Palmar más o menos en los años cincuenta, ya con mi esposa Inocencia, que yo me topé por allá en Chaparral. [Faustino Escamilla] Doña Inocencia nació en 1924 y con voz lenta y baja nos contó que fue partera, una práctica conocida como acomadramiento, arreglaba huesos y sobaba descuajados, si el parto era demorado o difícil, preparaba agua de toronja u hojas de papayo para acelerarlo. Recuerda que la llamaban a cualquier hora del día o de la noche, la venían a buscar en mula y se la llevaban donde estaba la parturienta. Según relata llevó el registro de cien niños recibidos y dice que en la primera etapa recibió 65 niños y en la segunda 35, esto lo registró en un 21 Salvaguardia integral de las culturas campesinas cuaderno, pero alguna vez una muchacha se lo pidió prestado para hacer un trabajo y nunca se lo regresó. Así es su relato: 22 - Don Faustino Escamilla, Doña Inocencia y una niña. Foto: Moisés García - Yo misma recibí a mis hijos, todos nacieron aquí en Nilo, en la hacienda. Yo hacía mis propias cremas con plantas, sobaba a las señoras que tenían entuertos y las fajaba con un pedazo de sábana, ojalá blanca, esto para que no se les cayera la matriz y ella se acomodara. Luego les hacía tres baños cada tercer día con naranjo, mastranto o guaba. A los bebés los bañaba con agua y unas gotas de alcohol o alhucema (menticol). Cuando los niños tenían parásitos les mandaba paico, lo machacaba y les daba el zumo, eso les sacaba todas las lombrices… Yo lavaba con jabón de la tierra que yo misma hacía con ceniza y cebo, pero ya casi no me acuerdo bien de la fórmula. Para lavar la loza usábamos hojas de mosquero o cucubo, eran espinositas y lavaban bueno la loza, lo mismo que para brillar las ollas usábamos hojas de chaparro y quedaban bien brillositas. [Doña Inocencia] Doña Inocencia nos contó también que don Alfredo se iba para el pueblo y duraba de rumba unos tres días, además Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo le gustaba tocar la guitarra, era parrandero y volvía con sonrisa picarona. Nos detalló, además, cómo mezclaba el chirrinche con el aguardiente y les ofrecía a los recolectores, pues casi siempre en época de recolección estaba lloviendo y así les vendía la media de aguardiente. Don Alfredo, que nos acompañó durante toda la visita, hace referencia a doña Inocencia como una señora que conoció desde muy pequeño y dice que es un ser humano excepcional, que nunca tuvo problemas con nadie y siempre fue muy servicial. También nos refieren en las entrevistas realizadas en esta visita que hace más o menos 60 años había mucho movimiento en la plaza de Pueblo Nuevo: en las veredas de la parte alta de Nilo, la gente ponía toldos donde vendían sus productos. Así lo expresa don Faustino: La gentecita bajaba arracacha, platanito, jamaico (banano verde), yuca, guatilas y hasta verdura y todo lo vendían. Yo con cinco centavos compraba una mogolla y cuando era pequeño me acuerdo que uno veía al padrino con otros guámbitos, uno le decía: «padrino, la bendición» y él le daba cinco centavos y uno compraba un chichero, un pan muy rico... La dueña antigua del Palmar era doña Isabel Díaz de Palencia. Don Carlos Palencia fue el primer dueño de esta hacienda, que se la heredó a doña Isabel y ella se la vendió a don Luis Hernández. Yo le trabajé a él la tierra, ¡uf, por muchos años! luego él se la dio al Incora y la parceló, entonces me dieron una parcela con cuotas de $5000 y la última cuota fue de $4000. A mí me tocaron 17 hectáreas. Cuando mis hijos eran pequeños no había casi escuelas, solo la de Pueblo Nuevo y El Madroño, así que se le solicitó a la Federación de Cafeteros que nos ayudara a construir una escuela y como ya habían parcelado la hacienda Batavia, entonces construyeron la escuela en donde se encontraba la casa de la hacienda. También nos tocó ir varias veces a Bogotá a la Gobernación y a la Federación de Cafeteros, para que nos ayudaran con dinero para instalar la luz eléctrica y así lo logramos, nos ponían el punto y nosotros instalábamos el interior de la casa, esto lo hacíamos con los vecinos y a veces terminábamos tomándonos unos aguardienticos… [Don Faustino Escamilla] 23 Salvaguardia integral de las culturas campesinas Re l a t os de m ig r aci ones y p o b l am i ento 24 Doña Luz y doña Blanca nacieron en Pueblo Nuevo, pero muy pequeñas sus padres se las llevaron para Villa Rica y allí se criaron hasta que doña Luz cumplió 14 años y doña Blanca, 16. Según cuentan, llegaron al pueblo cuando la iglesia era en cuatro palos, con paredes de bajareque y techo de palma. La escuelita funcionaba en un salón en donde hoy en día es la bodega del comité y el puesto en el que se comercializaba el café era donde hoy es la casa de Julián Devia. El padrecito reunía a toda la comunidad y convocaba para hacer bazares, rifas y comida para vender en la plaza. Esto fue más o menos en 1955. Según el relato de las señoras, estas fiestas duraban dos o tres días y se vendía guarapo, chicha, tamales y se amenizaba con música de cuerda porque casi en todas las veredas había músicos. Doña Blanca, con una carcajada, recuerda el terror que le tenían a la Policía: «siempre que venían, uno se escondía o salía corriendo, dejando tirado lo que tenía que hacer». Con su semblante más serio, recordaban cómo su mamá las tuvo que sacar a escondidas de Villa Rica durante la noche y las llevó a Girardot donde una amiga, ya que la Policía junto con los conservadores perseguían a los contrarios al partido y además se llevaban a las muchachas jóvenes y las ponían de cocineras o las violaban: Veíamos por la ventana de nuestra casa, sin que ellos nos vieran, cómo pasaban los camiones con muertos, iban policías y campesinos porque iban con pantalón y alpargatas o descalzos. ¡Ese olor a sangre! [Doña Blanca] Con un suspiro de tristeza, doña Luz continúa: Era aterrador, era muy pequeña pero aún me acuerdo. Como mis padres estaban en la finca en Villa Rica y nosotras en Girardot, fue cuando decidieron Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo venirse para Pueblo Nuevo y le compraron el lotecito a don Hernando Vidal. Doña Blanca cuenta: «Yo tenía catorce años y Luz tenía doce años, aquí nos quedamos porque era muy tranquilo.» Bueno, dice doña Luz, solo cuando se tomaba mucho y había peleas que no pasaban de borrachos. Hasta hace unos 15 años el clima era muy diferente, había pulgas en las casas, uno sacaba a los chinitos a Nilo o Girardot y eso llegaban rosaditos, esos cachetes parecían una remolacha. Pues si acá dormíamos arropados con cobijas y en invierno, ni se diga, teníamos que usar saco. [Doña Luz] Doña Blanca recuerda que a la gente le salían en los dedos de los pies los llamados sotes o chiribicos, que eran como una pulguita en medio de los dedos y otros que formaban unas bolsas de agua, a esos se les llamaba niguas. Para sacarlas tenían que hacerlo con una aguja, extirpar la bolsa y sacar el animalito, luego le echaban alcohol. Pero según cuenta, ya eso no se ve porque el clima ha cambiado muchísimo. 25 - Doña Luz y Doña Blanca en su casa - Salvaguardia integral de las culturas campesinas Mo i s é s: m i v i da e n tre G ü icá n y N i lo, tradicion es d e l ucha y m emo rias de co l o n i z aci ón 26 Domingo 12 de octubre de 2014, “el día de la raza”, que según los padres de la patria es la conmemoración del día en que el señor Cristóbal Colon descubrió América, en 1492 y yo me pregunto: ¿acaso debemos estar orgullosos de que nos hayan conquistado? Digo “nos hayan” sin saber si nuestros antepasados sean de la descendencia de aquellos que algún día llegaron a conquistar las razas de indígenas que habitaban lo que hoy llamamos nuestra patria, quienes se fueron mezclando sin saber con certeza dónde se cruzan nuestros destinos. Prueba de ello son nuestras vidas: acabamos de llegar apenas hace unos días de la tierra de mi suegra, una señora de 75 años, oriunda de tierras lejanas y que hacía ya 53 años, más de medio siglo de su existencia, que no había vuelto a su patria chica, uno de los sitios más hermosos de nuestro país y orgullo de todos nosotros los colombianos, Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo ese paraíso llamado Güicán de la Sierra en el norte de la provincia de Gutiérrez en el departamento de Boyacá, sitio habitado en su mayoría por los indígenas u’wa y territorio de mis ancestros y que por esas terquedades de la vida es la misma tierra de mi esposa y mi familia. Si hay cosas que marquen a un ser humano son las expresiones de amor y felicidad y fue lo que experimentamos todos los que acompañamos a esa señora ya de avanzada edad, a volver a su territorio a preguntar por sus compañeros de estudio, sus vecinos y sus familiares, aunque muy pocos todavía viven en su tierra, al verle sus ojos brillar como a un niño cuando destapa un regalo en su cumpleaños o verla llorar por saber que algunos de sus contemporáneos ya partieron al otro mundo. Ella, acompañada de sus siete hijos con sus respectivas esposas (os), sus nietos y su primer bisnieto, un total de 42 personas, compartimos una felicidad desbordante de quien, por motivos de la violencia que se dio en la mayor parte del territorio colombiano en la mitad del siglo pasado, se tuvo que separar de su familia y empezar a vivir su propia historia, que de una u otra manera y por las necedades de la vida tiene que ver necesariamente con la mía. Conocimos los lugares donde vivió su infancia, la casa donde nació, los lugares que recorrió, dónde estudió. Su rostro reflejaba cada una de las diferentes emociones asociadas a cada recuerdo, a medida que caminaba y hacía el recorrido, cambiaban las facciones en su rostro y parecía que todo en su cabeza, ya canosa por el paso de los años, volviera a revivir lo vivido más de medio siglo antes. Al día siguiente el recorrido necesariamente tenía que ser al municipio continuo, El Cocuy, patria chica de mi padre y al que yo no regresaba hacía 39 27 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 28 - Güicán - Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo años y donde experimenté la misma sensación que mi suegra el día anterior, ya que en mi infancia, cuando apenas tenía 5 años, cada fin de año mi padre me llevaba a visitar a mis tíos y su tierra y así sucedió por varios años seguidos hasta la muerte de mi abuelo a comienzos de los años setenta. Mi abuelo había nacido a finales del siglo anterior en 1888 y por las mismas necedades de la vida le tocó vivir la crueldad de la llamada guerra de los mil días. Él debía llevar razones a algunos de los diferentes frentes poniendo en peligro su integridad, aún antes de conseguir su mayoría de edad. Tiempo después, una vez ya adulto, se dedicó a la producción y comercialización de productos agrícolas que vendían en los pueblos cercanos, los que hoy son los municipios de Tame, Saravena, Fortul y Arauca. Estos recorridos los hacían con las recuas de mulas que mantenían en las fincas de su propiedad y se demoraban varios días en los trayectos, por tanto, tenían varios sitios que utilizaban de “llegaderos”, lugares donde descansaban ellos y los animales y además ofrecían a los pobladores sus mercancías: papa, cebolla, lentejas, frijol, harina de trigo, cebada y sal para consumo humano y para el ganado, de la que se aprovisionaban en el municipio de La Salina. Uno de esos llegaderos era el pueblo de San Lope en el municipio de Tame, allí descansaban en casa de unos señores oriundos de Socotá, Boyacá: don José Benítez y su señora Cleotilde Leal, quienes por las cosas de Dios y sus misterios, terminarían siendo mis bisabuelos maternos. Mi madre, que tendría 7 años en ese momento, cuando veía que llegaban las mulas, sabía que llegaba buen pan, ya que mi abuelo paterno – el que para mí fortuna tenía mi nombre: Moisés–, como buen boyacense y persona 29 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 30 siempre agradecida, llevaba dentro de la mercancía los famosos amasijos cucuyanos que consistían en mogollas de tamaño gigante amasadas al horno de leña, que alcancé a conocer cuando les ofrecía a sus paisanos como presente por recibirlos en su casa. La niña, apenas partían las mulas, se inventaba una visita a su abuela, pero su verdadera intención era comer el delicioso pan de El Cocuy, el que volvió a probar hace algunos días en nuestra visita y pude observar cómo sus ojos cambiaron al ver a la señora Rosita, propietaria de Las delicias de la abuela en Güicán, cuando empacaba las mogollas que compramos de presente para nuestras familias. Así fue como mi padre, acompañando a mi abuelo, aprendió la ruta para salir de Boyacá a los llanos orientales de Arauca y el Casanare. Ruta que después, a sus 30 años y años siguientes, utilizó para salvar su vida y la de muchos paisanos suyos, después del 9 de abril de 1948, cuando los colombianos se empezaron a matar unos a otros simplemente por el hecho de ser conservadores o liberales, luego de resistir por varias semanas atrincherados en las entradas y salidas de El Cocuy para no permitir que sus vecinos conservadores entraran para eliminarlos por ser liberales. A mi padre durante varias noches le asignaron el puesto de vigía en el cementerio del pueblo, ya que para ese sitio no era fácil de conseguir guardia, supongo que por el hecho de estar con los difuntos y recuerdo que él decía: «el miedo solo a los que están vivos, los difuntos ya no hacen daño.» Según como me lo comentó mi padre, a medida que pasaban los días la cosa se ponía complicada ya que había retenes en las diferentes vías de acceso al pueblo y no permitían ni la entrada de víveres ni la salida de personas Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 31 - Familia de visita en Boyacá - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 32 - Pueblo Güicán hoy - Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo de filiación liberal, solo transitaban personas conservadoras. Mi abuelo de filiación liberal reconocida, y ya con más de sesenta años, no resistiría la travesía hacia los llanos por el nevado, por tal razón intentaron sacarlo en medio de un cargamento de papa dentro de un ataúd en un camión de un amigo conservador, situación de gran riesgo, pero era eso o morir a manos enemigas cuando desalojaran el pueblo por falta de provisiones y armas. Gracias a dios el hecho resultó tal como se planeó. Una vez mi abuelo en Bogotá decidió mandar adelante a los niños y a las señoras del pueblo buscando el nevado para pasar a los llanos araucanos y luego a Venezuela. Recuerda mi madre que para la época ya era una joven de unos 12 a 15 años, que llamaban Los parameros a todos lo que bajaban del nevado huyendo de la persecución de los conservadores. Dice ella que llegaban todos al llano con sus caras coloradas por el calor, sobre todo los niños en compañía de sus madres y uno que otro hombre con una herida o dificultad, los otros continuaban sosteniendo la resistencia. Más adelante cuando la violencia se incrementó, mi abuelo materno llamado Nicanor tomó a todas sus hijas que vivían en San Lope y se internó con ellas en las selvas cercanas al río Casanare, les improvisó un cambuche y las dejó a todas en compañía de una vecina suya, con algunos perros y animales para su consumo, por si las cosas se dificultaban más de lo que ya estaban. Luego él volvió al pueblo a cuidar de mi abuela Micaelina y a buscar cómo la proveía de alimentos. Por ello, salió del pueblo al anochecer y volvió ya en horas de la madrugada para darse cuenta dónde estaban sus hijas, ya que los gobiernistas 33 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 34 hacían incursiones en el pueblo y se llevaban a las muchachas. Mientras vivían en la selva tenían que cocinar en la noche para que no las descubrieran con el humo del fuego al preparar los alimentos, ya que cuentan que por eso bombardearon a unos vecinos. Los animales los mantenían con bozal para que no emitieran ruido alguno que los delatara. En una ocasión se les soltó un perro que empezó a ladrar al sentir la presencia de alguien, cuando se dieron cuenta ya habían sido descubiertas por un joven bien parecido que resultó siendo mi primo Guillermo, quien no se había comido el cuento de que sus primas se habían ido para Venezuela y llevaba ya varios días buscándolas. La situación en esa época fue muy compleja en esos territorios, se cometieron muchas masacres de familias completas, tal fue el caso de lo que pasó en una finca llamada Las Queseras, a orillas del río Tame, llegaron una noche y asesinaron a toda la familia por ser liberal. De allí se salvó solo una persona que después contó cómo los marranos se comían los cadáveres en descomposición de sus parientes. A mi tía Obdulia, que practicaba la enfermería, le tocó el destierro forzado y fue a parar a Popayán, es por eso que hoy en día vive en esas tierras, solo porque prestaba sus servicios a las personas liberales que resistían y defendían sus predios. A un señor Víctor y otros tres, se los llevaron del pueblo y después se les encontró abandonados por el camino, sin orejas. Las hijas de mis tías Carmen y Cenovia, también vivieron un año en la selva sometida a los peligros. Cuentan que cuando llegó la pacificación y tomó el poder el General Rojas Pinilla salieron y se dedicaron a celebrar con un gran baile que duró tres días. Ya en 1958 mi madre decidió buscar nuevos Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo horizontes y se fue a trabajar a El Amparo en Venezuela, terminó luego en Caracas y estando allí en 1960 y tan solo a cinco días de viajar a México con sus patrones, recibió un telegrama en el que le informaron que mi abuela Micaelina estaba grave y debía volver a San Lope. Ella regresó al pueblo y decidió trasladarla a la cabecera municipal de Tame, le compró una casa, la instaló y ya cuando vio que mi abuela estaba mucho mejor intentó nuevamente volver a Venezuela en 1961. Pero por problemas de ilegalidad de muchos colombianos desplazados por la violencia, la cosa no fue fácil y tuvo que esperar muchos días en Arauca, la frontera, esperando la oportunidad, hasta que llegó de la mano de una señora que comerciaba mercancías y tenía arreglados a los de la Policía venezolana y fue ella quien le autorizó el ingreso al vecino país. La señora vivía con un señor Horacio que tenía un socio colombiano llamado José García. Después de haber enviado a las señoras y a los niños de El Cocuy, los hombres que tomaron la decisión de no esperar en sus casas, y aunque ya casi sin municiones para sus armas, siguieron por la vía del nevado, la misma que mi abuelo paterno don Moisés usaba cuando comerciaba con productos agrícolas y sal por los pueblos del llano. Mi padre, en compañía de mi tío Marco Aurelio, salió a Yopal, Casanare, y allí mi tío tomó un vuelo hacia Bogotá para reunirse con mi abuelo. Mientras, mi padre siguió su camino rumbo a los llanos a reunirse con unos hombres que resistían y defendían los pueblos que se consideraban liberales, al mando de un señor que se llamaba Guadalupe Salcedo. Con él estuvo varios años hasta que los convencieron de que debían hacer entrega formal de armas porque ya no las 35 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 36 necesitaban porque el país ya se había pacificado. Una noche en Bogotá en el barrio San Carlos, mi padre reunido con algunos viejos amigos al calor de unos aguardientes, comentaron que él mismo le había advertido a Guadalupe que no se dejara reseñar por el Gobierno porque tarde o temprano se lo cobrarían, él había resistido y había desafiado a todo un establecimiento, que por favor, si quería que se fueran para Venezuela pero que no se entregara, que lo que era él ni siquiera se presentara en el aeropuerto de Tame, lugar donde se realizó la tal entrega de armas y se firmó un pacto con el Gobierno que cubrieron varios medios de comunicación del país. Lamentablemente mi padre tenía razón: después de la entrega, el mandante, como le decía al señor Guadalupe, viajó y se radicó en Bogotá donde fue vilmente asesinado algún tiempo después en la Calle 14 con Carrera 15, en el centro de la capital. Pero si somos un poco observadores de nuestra historia no ha sido el único, pero sí espero que la historia no se repita ya que hay seres humanos que aun conociendo las posibles consecuencias de sus actos siguen adelante con sus propósitos, ya que es tal su convicción que llegan a entregar sus vidas por ello. Tal fue el caso tiempo después de Carlos Pizarro Leongómez, Jaime Pardo Leal, José Antequera, Manuel Cepeda, Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara Bonilla y Jaime Garzón, dentro de los más conocidos y publicitados, pero también existen varios casos de abogados y de muchos sindicalistas que ofrendaron su vida únicamente con la convicción de estar defendiendo causas, para ellos, justas. Mi padre, como se lo había dicho a Guadalupe Salcedo, no se presentó ni se dejó reseñar, más bien, Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 37 - El Cocuy - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 38 se puso de acuerdo con un paisano suyo que andaba con él desde cuando había sido liberado de un tren, cuando era conducido preso de Tunja a Bogotá para ser juzgado como delincuente, por ser cachiporras, como los llamaban. La historia es que este amigo de mi papá, cuando iba preso en el tren, unos amigos liberales atravesaron varios vehículos en la carrilera y liberaron a los que iban en el camión. Luego de eso se conoció con mi papá y de allí en adelante siempre anduvieron juntos, primero en todo el llano y luego por Venezuela, donde rápidamente consiguieron cédulas de ese país. Mi padre se llamó José García y su paisano don Horacio; como todos los boyacenses que yo conozco, se pusieron a trabajar duro. Para 1961 ya tenían un supermercado, una estación de gasolina y un pequeño camión. Don Horacio se había casado con una señora que comerciaba prendas de vestir en el vecino país. Mi padre conoció a una joven colombiana de escasos 21 años que fue mi madre, se enamoraron y fueron varias la veces que mi padre tuvo que ir a la Policía Técnica Judicial de Venezuela (PTJ) a pagar para que la dejaran libre ya que su delito era no tener cédula de ese país. Tal fue el acoso de la Policía de inmigración que a finales de 1962 viajaron a Colombia, primero a Bogotá y luego a Girardot donde vivía mi tío Marco Aurelio, el que se había embarcado en el avión en Yopal, Casanare, quien ya se había graduado como abogado y se había casado con la hermana de un compañero de estudio, que lo había invitado a pasar un fin de semana a su casa. En 1963 nació mi hermana Carmen Eliza y para el año siguiente, mi tío buscó una finca cerca de Girardot para que su hermano Rafael, que era su verdadero nombre, viviera con su esposa y su hija. Así, llegaron a Nilo a la finca La vuelta de la araña, contigua Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo a la finca llamada Prado, de la que luego se supo que fue de un músico italiano que cultivaba quina y añil y que por pedido del presidente cartagenero Rafael Núñez, había compuesto la música de un himno a Cartagena, que después fue himno nacional de la República de Colombia. Además de las tierras que mi tío le dio en compañía a mi padre, le entregó 20 pollitos, un marrano y un par de machetes para desmontar la tierra. Ese fue su capital inicial ya que los negocios de Venezuela quedaron en poder de su entrañable amigo Horacio a quien nunca se le buscó. En 1965 nació en la finca un hermoso niño al que llamaron Moisés, o sea yo, en honor a su abuelo a quien conocí cuando tenía apenas 7 cortos años. Recuerdo que a Nilo se llegaba desde Girardot después de casi tres horas de recorrido en unos buses de escalera, que siempre llamamos chivas, incluso hoy y para la época existían tres, que cubrían esa ruta cuyos números eran 39, 44 y 45. Nuestra infancia en la finca que se encontraba situada en la mitad del recorrido entre Nilo y Pueblo Nuevo fue muy tranquila, crecimos como cualquier niño criado en el campo en medio de gallinas, marranos, caballos, vacas de leche y algunos cultivos de pancoger como maíz, plátano y tomate. La leche y el tomate se comercializaban en Girardot, que era el centro poblado comercial más cercano. Nilo, la cabecera municipal, era un poblado con un pequeño parque que mantenía con muchos burros sueltos, la mayoría de sus casas era de bajareque con sus techos de zinc, que daban la apariencia de un pueblo donde nunca pasaba nada. Pueblo Nuevo fue nuestro eje de actividades, debido a su cercanía, además que registraba la mayor 39 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 40 actividad económica, ya que dos veces por semana siempre llegaban camiones provenientes de Viotá y Girardot, que salían cargados de café y plátano. También había buses de la línea Cootransfusa hacia Viotá los fines de semana. Por tanto, siempre había algo nuevo, se veía cómo se transaban mercancías y la gente se sentaba a tomarse sus cervezas en las cantinas del pueblo, que casi siempre terminaban en riñas de gallos y luego en riñas de vecinos, pero muy pocas veces terminaron con saldos que lamentar. Los estudios de primaria los realicé en Pueblo Nuevo y los primeros cuatro años de secundaria en Nilo, ya que allí no había sino hasta ese grado. Para culminar los estudios tocó recurrir a los internados, el más cercano en Tibacuy para los hombres y Liberia, en Viotá, para las mujeres. Para la misma época y por las mismas cosas de la vida llegó a la casa una familia proveniente de la capital del país buscando a un señor oriundo del Cocuy, Boyacá. Era una familia compuesta por un señor que se dedicaba a la carpintería y una señora de aproximadamente 40 años de edad con siete niños que venían a vivir en la vereda Buenos Aires, en la finca San Juan que le habían comprado a un señor Monroy. Como llegaron en horas de la tarde le pidieron a mi padre que les permitiera guardar las cosas para irlas llevando por partes a la finca, en viajes al hombro o al lomo de mula o mejor de burro, ya que mi padre le dio uno que tenía al señor para que tuviera medio de transporte y que se lo fuera pagando como pudiera. A este burro lo llamaron cariñosamente Platero. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 41 - Chiva - Salvaguardia integral de las culturas campesinas N u e str as hi st o rias s e co ne c ta n con el café Historia de la señora Alba 42 La esposa del carpintero había nacido en 1939, un 13 de mayo, el día de la Virgen, en el norte del departamento de Boyacá, en Güicán de la Sierra, pueblo casi en su totalidad de estirpe conservadora a tal extremo, comenta ella, que su padre oriundo de Chiscas y de origen liberal vivió en el pueblo pero que nunca dejó saber su inclinación política. Él había llegado al pueblo para comienzos de 1900, a la edad de doce años, solo, en busca de su madre, quien se había venido del pueblo a pagar una promesa a la Virgen morenita y se demoró más de lo que él estaba dispuesto a esperarla, razón por la cual tomó un bus y llegó a Güicán a preguntar por su madre, la señora María. La situación fue tan delicada que en tiempos de la violencia él fue utilizado como baquiano por ser conocedor de caminos de las diferentes veredas del municipio en las incursiones que realizaron a las casas de los que eran considerados liberales, situación que aprovechó para salvar la vida de muchos copartidarios ya que les avisaba para que huyeran antes de que los conservadores llegaran, aun poniendo en riesgo su vida si era descubierto. La señorita Natividad estudió en el Colegio del Rosario de Nuestra Señora de Güicán, de las hermanas terciarias dominicas hasta cuarto grado de secundaria a mediados de los años cincuenta. En los años siguientes trabajó como profesora en varias veredas del municipio, entre ellas Tabor por la vía al nevado, que conocimos en nuestra visita El Juncal, El Carrizal y La Cueva. Estando allí, decidieron Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo visitar en una de las escuelas a otra compañera profesora, junto con su prima hermana Adelina y vivieron una de las experiencias más difíciles por culpa de su filiación política ya que los vecinos se enteraron de que eran contrarias políticas y habían tomado la decisión de eliminarlas, al caer la noche, pero se salvaron gracias a la información de un padre de familia de uno de los estudiantes, porque lograron abandonar la escuela por la parte trasera y huir por entre los potreros contiguos y esconderse entre los pastizales, hasta que renunciaron a la búsqueda. Tan solo en ese momento pudieron salir ya avanzada la noche. Para 1960 fue nombrada en el municipio de San Mateo y tomó la decisión de volarse para Bogotá ya que habían averiguado que en ese municipio las profesoras antecesoras habían sido hechizadas hasta causarles la muerte y ellas por ningún motivo seguirían exponiendo sus vidas. Cosa que había sido coincidencia y por la habladuría de los pueblos generaban esa clase de historias. Ya en la capital trabajó algunos años y por prescripción médica le recomendaron vivir en clima caliente. Entonces, viajó a Tibú, Norte de Santander, en busca de su tío Nepomuceno, quien rápidamente la ubicó en un colegio de la localidad. Al año siguiente se fue a enseñarles a unos adultos propietarios de una finca a orillas del río Sardinata. Allí conoció a la persona que hasta hoy la acompaña, un señor oriundo de Gramalote, Norte de Santander. Se casaron. Luego de un año nació su primer hijo a quien bautizaron con el nombre de Alba Ruth. Viajaron a Bogotá en donde nacieron sus dos siguientes hijos. Su esposo hizo curso de carabinero y se enlistó en la Policía Nacional y fue trasladado a Bucaramanga donde nació su cuarta hija. Se retiró de la Policía y regresaron a Tibú, luego viajaron a Restauración a colonizar unos terrenos que les escrituró más tarde el entonces Incora. Allí nacieron sus otros dos hijos, pero luego de varios 43 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 44 intentos de desalojo, tomaron la decisión de vender y volver a Bogotá. Compraron una casa lote en el barrio La Alquería. Allí su esposo aprendió la profesión de carpintero y conoció a un señor de Nilo, quien lo convenció de comprar una finca en ese municipio. Así, llegaron a la finca San Juan en la vereda Buenos Aires. Para esa época, comienzos de los ochenta, su hija mayor fue matriculada interna en el Instituto de Promoción Social de Liberia y sus hermanos matriculados en la escuela de Pueblo Nuevo, a hora y media de la finca. Después de dos años, la niña regresó a Bogotá a terminar sus estudios y con ella sus hermanos. Terminó sus estudios, se vinculó al Sena y se graduó como Técnica en Administración Agropecuaria y regresó a Nilo a desarrollar un proyecto de apicultura en la finca. Se vinculó a la Alcaldía, por medio de la Umata, luego trabajó en el municipio de Nariño y regresó a la finca a comienzos del 2000 de donde tuvo que irse por miedo y para proteger a sus hijos llegó nuevamente a Bogotá de donde regresó a mediados del 2009, a reiniciar una nueva vida alejada del bullicio de la capital del país. En aquella época la economía de la parte alta del municipio, al igual que la de gran parte del territorio nacional, se basaba en el café, cultivo que estuvo asociado al plátano, que en nuestra zona se conoce con el nombre de Jamaico y que también se comercializaba en carga de dos bultos y es aún la base de nuestra alimentación; se consume verde y se prepara cocido como una papa, a diferencia de la mayoría del territorio nacional que lo consume ya maduro o amarillo. La mayoría de nuestros paisanos antiguos trabajaba como empleado en las grandes haciendas cafeteras de la zona como Batavia, Balunda, Buenos Aires, El Palmar, La Fragua, Agua Dulce, Cariaga, San Luis, Pajas Blancas, Pagüey, Palermo, Las Margaritas, La Cajita, San Antonio, San Ignacio, Campo Alegre y La Guayacana que proveían los trabajos más estables y para tiempos de Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 45 - Libra de café - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 46 - Foto de la familia - Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo las cosechas del fruto de café llegaban de diferentes departamentos los llamados enganches, que consistían en gran número de foráneos que reclutaban principalmente en el Valle y Boyacá. Con ellos llegaban también sus costumbres y también sus mañas, lo que generaba algunos conflictos con los locales por las influencias negativas que generalmente se aprenden más fácil que las positivas. Mis primeros ingresos hasta ahora se han derivado del cultivo del café. Primero, llenando las bolsas de tierra para hacer los germinadores y luego recolectando las cerezas maduras del fruto, trabajo que hacíamos adultos y niños por igual. La sensación más satisfactoria era la del sábado en la tarde cuando se recibía el pago por el trabajo de la semana o por los días trabajados, ya que se laboraban los fines de semana mientras no había estudio. Recuerdo que un amigo de nombre Gregorio en tiempos de cosecha dejaba de estudiar al menos quince días para aprovechar, ya que en el tema de la recolección casi nadie le ganaba. Él hablaba con la maestra y conseguía el permiso con la condición de que todas las noches pasara por los cuadernos de algunos de nosotros y se pusiera al día y mandara las tareas para que fueran revisadas. Eran muy buenas épocas, todo el mundo manejaba dinero, hasta al más pequeño de la casa algo lo ponían a hacer y era recompensado. Más tarde apareció una enfermedad que llamaron la roya y empezó el deterioro de la producción y por tanto de la economía. Los propietarios de las haciendas las fueron vendiendo para ser parceladas y otros fueron cambiando de cultivos, principalmente fueron convirtiendo los cafetales en potreros para mantener ganado y la destrucción de los bosques, de los árboles que sombreaban el café se dio sin control cambiando el paisaje y así mismo el adorable clima de nuestra zona, a tal punto que hoy ya no existen sino tres veredas en donde se cultiva nuestro producto insignia del país, el café. 47 Salvaguardia integral de las culturas campesinas En fiestas 48 Recuerdo que para las festividades de la Virgen de Nuestra Señora de la Salud en Nilo, celebrada todos los 8 de septiembre, se organizaban los paisanos de las veredas de la parte alta, productores de café y plátano, quienes contrataban un camión de los que cargaban los productos, para que pasara tocando las cornetas, apurando a la comunidad que quisiera bajar a darle gracias a la Virgen por su estado de salud. Una vez estaba ya lleno el camión, la gente salía por la vía a Nilo haciendo sonar las cornetas para que los que estuvieran en la ruta salieran, el ambiente era de algarabía y compañerismo total, les advertían a todos que si alguno tenía algún problema les comunicara a los demás. Yo no entendía muy bien de qué se trataba, cuando llegaban a Nilo no dejaban de hacer sonar las cornetas y además al entrar al pueblo se armaba una algarabía dentro del camión, que realmente asustaba. Luego de dar una vuelta al parque, el camión se estacionaba y empezaba a bajar toda la gente, los lugareños comentaban: «se pusieron buenas la fiestas, llegaron los de la plata.» Los visitantes se repartían, unos para la iglesia, los otros a comprar cosas a los toldos, otros se estacionaban en los diferentes juegos como el cacho o las mesas de cartas, los demás entraban a las cantinas a beber con sus amigos y tal cual buscaban las “casas de las niñas”, que traían solo para esas ocasiones al pueblo. Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo En horas de la tarde se disponía todo el mundo a ver las corridas de toros criollos que lidiaba una cuadrilla contratada por los organizadores. Nadie se movía del sitio antes de que se anunciara un ejemplar para el público, ya que siempre salía algún espontáneo con sus tragos en la cabeza a dárselas de torero y por supuesto siempre había la participación de un paisano al que el toro aporreaba. Apenas comenzaba la noche ya se avizoraban los problemas ya que la mayoría ingería licor y se prendían esos zafarranchos entre los cotudos de Nilo y los guatileros de Pueblo Nuevo, como se apodaban unos a otros. Recuerdo cómo corría la gente de tienda en tienda buscando los paisanos gritando y avisándoles a los demás: «le están pegando a fulano» y, ¡madre mía!, se formaban grupos grandes, unos contra otros y los policías tratando de controlar los disturbios, pero como eran tantos difícilmente lo conseguían, pero siempre cogían a alguien y era el que pagaba el pato por el pleito. Las señoras buscaban a sus maridos intentando agruparlos para volver al camión, hasta que se cansaban y resolvían volver algunas sin ellos y durante el regreso, por todo el camino, se burlaban del que le habían echado mano, lo cierto era que jamás se regresaba como se había comenzado y el comentario sobre las fiestas duraba al menos unos 15 días. En Pueblo Nuevo solo había una pequeña escuela que era el centro de formación, el puesto de salud que era improvisado, la oficina de Telecom que era manejada por una dama a quien llamaban la señorita Cecilia y el puesto de Policía que quedaba en la cabecera del parque donde siempre permanecían dos policías y un comandante. La comunidad se organizó con el fin de hacer un buen puesto de salud y una mejor escuela, para lo cual planearon bazares de tres días lo que parecían unas ferias y fiestas, esto para obtener los recursos. 49 Salvaguardia integral de las culturas campesinas Historias de violencia en la zona 50 La guerra de los conservadores (chulavitas) y los liberales (cachiporros) en esta zona, no fue la excepción como cuentan los hermanos Borda, en especial doña Gladys, una mujer de 70 años y que nació en la finca que su papá, un hombre que había llegado de Ráquira a trabajar como recolector, le compró años atrás al señor Jaime Londoño, dueño de la hacienda Buenos Aires y a la que le llamaron finca La Unión. Ella es la menor de su familia y recuerda que aún era muy pequeña cuando llegaba la Policía o la plaga, como le llamaban y salían y se desterraban en la parte alta de la montaña. Ella afirma: Recuerdo que nos tocaba salir corriendo cafetal arriba y dejábamos lo que estábamos haciendo. Llegaban de repente y como mi mamá tenía un reguero de gallinas le hacían preparar caldo con gallina, chocolate, arepas y huevos, pero nos hacían probar primero la comida no fuera que estuviera envenenada. Cuando papá y mamá alcanzaban a darse cuenta de la llegada de ellos, nos escondían a nosotras, pues ellos se llevaban a las muchachas y a las señoras si eran jóvenes, no importaba si tenían esposo, para que les cocinaran o las hacían mujeres de ellos. Me acuerdo que un día uno de los policías le dijo a otro: «esa chinita ya sirve para cocinar», pero el otro le dijo que estaba muy pequeña, que no les servía o si no me hubieran llevado. Los policías siempre nos decían que éramos unos cachiporros guerrilleros, entraban a las casas y si había varias camas decían que era para albergar a los guerrilleros, como mis papás eran liberales siempre estaban muy temerosos. Si llegaban a la finca y encontraban a los muchachos o los mismos señores, les obligaban a cargar las gallinas, los marranitos colgados de las patas en una vara y los hacían que los llevaran hasta el pueblo. Allí, si no les iba mal, los encerraban un rato o se los llevaban para el Ejército si ya tenían la edad. [Doña Gladys] Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 51 - Panorámica - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 52 Al año siguiente, en febrero de 1980, mi padre contrató un camión Dodge 300 en el que llevamos las cosas para la nueva etapa de nuestras vidas de internos, mientras terminábamos los estudios de secundaria. Recuerdo que, como comentamos que íbamos a hacer el viaje, se pegaron algunos paisanos nuestros, que como ocurre en la mayoría de pueblos a esa edad de adolescentes, no tenían mucho por hacer, además era la posibilidad de hacer algo diferente y lo más importante, gratis. Conmigo viajaron mi padre, mi madre y cuatro paisanos más y mi hermana se quedaría interna en Liberia. El trasteo incluía un baúl de madera con un pequeño candado que sería como mi caja fuerte, ya que nos habían advertido que teníamos que cuidar nuestros objetos personales porque al igual que en el Ejército, “el que se duerme la lleva”; un catre plegable, un colchón y varias cobijas que mi padre me había comprado en su tierra El Cocuy, porque para ese entonces Tibacuy era muy frío. Al momento de despedirnos fue algo entre melancólico y traumático ya que a pesar de que para esa época yo ya había salido de la casa a trabajar en vacaciones en el municipio de Viotá con un señor Carlos, que vendía pan en una chiva que él llamaba La Consentida, con la que hacía recorridos por todos los pueblos cercanos como San Gabriel, El Triunfo, El Piñal, Liberia, Cumaca, Pueblo Nuevo, pero esta vez no sé si fue por la cantidad de bromas que mis paisanos hicieron o por el clima que continuamente se nublaba y quedaba todo el pueblo en una espesa niebla dando una sensación de un espacio lúgubre que hoy en día adoro cuando en la finca amanece así ya que me imagino sin saberlo del todo que me traen a mi mente esos recuerdos de las mejores épocas de casi todo adolescente entre los 15 y 16 años de edad. El regreso a casa era cada 15 días y uno hacía cuenta regresiva. Los viernes a eso de las 3:00 de la tarde Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo abordábamos el bus de la Cootransfusa que hacía el recorrido de Fusa a Viotá, nos quedábamos en Liberia en busca de mi hermana mayor que también estudiaba interna en el Instituto de Formación Social, manejado por monjas y en el que estudiaban cerca de 200 niñas internas; nos acercábamos a la malla que protegía el colegio y ya se pueden imaginar el gusto nuestro al ver tantas niñas juntas, a la edad de 15 años donde fluyen de manera innata las feromonas masculinas. Mi hermana salió del internado seguida de una hermosa niña, que comparada con esa no le daba ni a los hombros, pero que tenía una figura muy armónica, pequeña pero bien hecha. Yo esperaba que se despidiera de mi hermana, pero no fue así: seguía ahí detrás de ella. Cogimos el camino para Pueblo Nuevo más o menos de dos a tres horas en medio de cafetales sombreados con inmensos árboles, que para nosotros eran los más gigantes que hayamos visto. Mi hermana no permitía que nos chanceáramos con su nueva e inseparable amiga. Más adelante cuando pudimos hablar con ella me enteré de quién se trataba: era la hija del señor carpintero y de su señora, la paisanita, como la llamaba mi padre, ya que la señora era nacida en Güicán de la Sierra. Después de caminar por una hora llegamos al sitio llamado Los Vientos que es la parte más alta del recorrido y por donde se atraviesa la montaña, seguimos el trayecto por la carretera y cuando arriamos a un corte que hace la vía en la montaña conocido como Cresta de Gallo, no se alcanzan a imaginar la cantidad de sensaciones que se dieron en mi ser al divisar desde ese sitio todo el valle del río Pagüey con su esplendor de verdes cubriendo los cafetales de las diferentes haciendas de San Ignacio, Buenos Aires, Campo Alegre, Pagüey, Palermo, La Guayacana, Margaritas, Pajas Blancas y más al fondo se divisaban las casas de mi cabecera 53 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 54 - Gallos - Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo municipal, de mi patria chica Nilo, más al fondo los planes de Tolemaida con la base aérea del Ejército Nacional, Flandes y Espinal. La imagen era espectacular, era un atardecer de lo más hermoso que yo haya visto jamás, no sé si era por la compañía que llevaba o las sensaciones que tenía y sentía en mi estómago, como si tuviera mariposas volando dentro de mí, es un recuerdo que jamás se ha borrado de mi mente, el sol desplegaba unos matices por encima del verde de los árboles, era una imagen de fantasía que me embrujó y me hacía sentir como si caminara en el aire. Ese fin de semana no podía esperar a que llegara el domingo para regresar al internado y poder ver a esa dulce compañera de mi hermana. No sé si se me notaba pero en la medida que me acercaba a la zona donde ella se debía subir yo me ponía más nervioso y miraba insistentemente por la ventana del bus para ver si había salido y efectivamente allí estaba. Me apresuré a limpiar el puesto de la tierra que entraba por las ventanas cuando un grito de mi hermana me detuvo: «¡Albita aquí está su puesto!», dijo ella. Así sucedió por los próximos dos años. Mi hermana se convirtió en guardaespaldas de esa pequeña, total no se podía acercar demasiado ya que con un grito de ella todos quedábamos quietos. Lo mismo sucede aun hoy, tenemos la mejor hermana del mundo pero ¡vaya carácter!, lo que ella dice jamás se discute; tiene el corazón más grande que yo haya conocido pero da la impresión de tener una roca en él. Debió ser heredado de mi padre que en muy pocas ocasiones se le vio expresar sus verdaderos sentimientos y daba la apariencia siempre de bravo pero era una persona de lo más tierna. Total fueron dos años en los que lo máximo que se pudo fue cruzar algunas sonrisas o hacer algún guiño de ojo, pero la respuesta fue siempre 55 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 56 la misma: nada. El día del grado fue todo un acontecimiento familiar y además había unas fiestas en el pueblo, yo casi no termino de llegar a la casa cuando ya quería ir al centro para ir a ver lo que había programado. Nunca se me olvida que me había graduado con vestido de paño y con botas texanas, ya que era un deseo que tenía desde hacía algún tiempo, que por temas económicos si había para zapatos de vestido no había para botas, ya podrán imaginarse cuál sería mi decisión: me quité el vestido de paño, me puse un jean y quedé listo para las fiestas con botas nuevas. Pasando las festividades de fin de año tuve que enfrentar la realidad de la mayoría de los bachilleres: ¿qué estudiar? ¿Dónde estudiar? ¿Cómo estudiar? ¿Qué hacer? Cierto día, sentado en una banca enfrente de la casa de don Leonidas, me puse a escribir cómo sería mi vida a los 35 años, qué debía tener, cómo debía ser, de una manera muy a lo Moisés, escribí todo lo que a mí se me ocurría de qué quería yo a esa edad. Hoy lamento no haber planificado mucho más a corto tiempo mi vida ya que lo consignado en ese papel que guardé por años, todo, absolutamente todo, salió tal cual. Una de las primeras cosas que anoté o que escribí fue el llegar a ser profesional y para eso tenía que viajar a Bogotá que era donde tenía la mayor cantidad de familiares adonde poder llegar, por lo menos al principio. Fue así como a mediados de febrero llegué a Bogotá a la casa de una tía. Era un pueblo de lo más grande y en mi mente me dio inicialmente la impresión de que siempre lloviznaba, por tanto se debía uno cubrir ya que el frío era impresionante, al menos para mí que iba de una altura de 950 metros sobre el nivel del mar. Para empezar a trabajar me tocó pedir permiso al Ministerio de Trabajo ya que apenas tenía Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 17 años de edad y por tanto no tenía cédula de ciudadanía. Comencé en el puro centro de la capital en un sector llamado San Victorino, un sitio que para mi experiencia siempre vivía como si estuviera en ferias y fiestas, ya que siempre había muchísima gente y muchísimo ruido. La verdad, me costaba demasiado desplazarme, me estrellaba con la gente que caminaba de un lado a otro, no podía respirar bien por el exceso de humo de los carros, en fin, no fue nada fácil la adaptación del campo a la cuidad. Pero como la idea estaba clara en la cabeza se fueron dando las cosas, hasta que pude ingresar primero a un instituto técnico a estudiar auxiliar de contabilidad, esto porque las personas que me hacían inventario periódicamente eran contadores y siempre olían a rico, usaban corbata y permanecían limpios, tenían su propio escritorio y eso me gustaba, por eso me decidí. La idea inicial era estudiar ingeniería de petróleos en la Universidad de América por una beca que le había ofrecido a mi padre uno de esos políticos con los que él trabajaba en la zona, cosas de la vida digo yo, Dios lo va a uno guiando y le va presentando las oportunidades a todo el mundo, siempre que tenga claro y definido qué es lo que cada uno quiere. Ya con conocimiento en contabilidad ingresé a la Universidad Libre de Colombia para hacerme profesional, pero como todo en la vida, no faltan los problemas, que yo he aprendido a ver como pruebas para saber si uno está fijo en lo que quiere: se dio la muerte de mi padre en febrero de 1989. Mi padre se había trasladado para Bogotá ya que la mayoría de mis hermanos se habían hecho bachilleres y él tenía que brindarles la oportunidad de estudiar, así que compró una casa en el barrio Siete de Agosto que era de propiedad de don Jesús, un vecino de Pueblo Nuevo. Allí vivíamos todos 57 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 58 cuando se agravó su salud por efecto de una diabetes que le fue mermando paulatinamente hasta ocasionarle la muerte. La muerte de mi padre la cogí como excusa para abandonar mis estudios, hasta que nuevamente algún día revisando unos papeles, encontré la hoja donde tenía escrito cuál sería mi futuro o qué quería ser. Y volví a leer, primer punto ser profesional, en ese momento me convencí de que tenía que lograrlo, que yo podía hacerlo y nuevamente me enfoqué y reanudé, con todos los problemas que eso trae, ya que habían cambiado el pensum y de cuarto semestre, que había abandonado, me tocó devolverme a repetir y nivelar materias de primero, segundo, tercero y cuarto semestres. Total duré un año para nivelarme nuevamente, pero por fin logré el primer objetivo de mi lista cuatro años después de la muerte de mi padre a quien extrañé inmensamente ese día de la graduación, ya que como le sucede a todo padre, esos triunfos son más de ellos que de uno mismo y ¿cuál padre no se siente orgulloso de que sus hijos alcancen sus metas? Para 1997 conseguí algunas otras cosas de mi lista de objetivos trazados en aquella banca de mi pueblo, como tener un carro nuevo, un apartamento y tener un buen trabajo que me diera alguna estabilidad económica. Fueron buenos tiempos, los mejores, ya que la seguridad económica permite darse gustos que son apenas eso, gustos, pero como nada es eterno para el 2003 liquidaron la empresa donde trabajaba, algo que nadie hubiera imaginado en circunstancias normales, pero esa es la vida y hay que afrontarla como venga. Ya sin empleo un día organizando papeles nuevamente encontré mi lista, al revisarla uno de los últimos puntos decía: «trabajar duro para tener cómo comprar una finca en mi pueblo.» Ese día entendí qué debería hacer. Esperé algún tiempo mientras sucedió todo el proceso de liquidación de la empresa que duró tres años. Mientras tanto, en los viajes de visita que hacía a mi pueblo con frecuencia, recomendé una finca para Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo 59 - Festival del retorno marrano engrasado - Salvaguardia integral de las culturas campesinas 60 comprar, viajaba con mucha regularidad por esas cosas del apego a la tierra. Ni aun en las épocas más difíciles suspendí esas visitas. Se comentaba que la tierra estaba intervenida por gente extraña y armada, que yo nunca pude ver con mis propios ojos, lo cierto es que como nunca había sucedido antes en una cantina del pueblo, una noche, acabaron con la vida de dos hermanos en una de las tantas riñas de gallos. Las riñas de gallos son una cosa cultural y que difícilmente lograrán cambiar en mi comunidad, ya que desde niños nacemos viendo a nuestros padres criando parvadas de gallos finos en los patrios de nuestras casas y el fin de semana es un ritual ir a la gallera a ver las riñas y acompañar al padre. Por tanto, se va creando el gusto por imitar a su progenitor y para acabar de completar el hijo empieza a presionar para que le sea regalado alguno de la camada, para tener uno propio para cuidar con mucho esmero y se convierte en una de sus primeras responsabilidades en la vida y en su primer activo: es lo primero que tiene de su propiedad, lo que genera un apego que difícilmente dejará: aprender a ser gallero de profesión. Por la misma época en una visita me abordaron tres personajes paisanos míos don Egidio, don Hernando y don José, con los que me crie y me comentaron que querían hacer unas ferias y fiestas en el pueblo, que necesitaban revivir ese ambiente que se había perdido desde hacía ya algún tiempo por diferentes razones, que necesitaban de mi presencia en el evento y de mi ayuda económica para el tema de la pólvora, tema al que inmediatamente estuve dispuesto. Así, nació el Festival del Retorno en el municipio de Nilo, con un presupuesto oficial de $2’500.000 para cubrir los costos de sonido durante los tres días que duró el evento. Se programó del 21 al 24 de diciembre fecha que causó algún inconformismo, porque la idea era que los que habían salido del pueblo por la razón que fuera, volvieran a reunirse algún fin de Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo semana con sus amigos y familiares, pero como las navidades son así como el fin de año, son fechas muy importantes para la mayoría de mujeres que quieren pasarla con sus familias. Navidad con su familia, año nuevo con la mía y los Reyes para todos. Por eso la fecha se trasladó para el primer puente del año y el resultado es el de una de las mejores fiestas de la zona, a la que todo el mundo viene a divertirse sin que se presenten problemas de ninguna clase, salvo dos o tres excepciones pero que la misma comunidad se ha encargado de controlar. Los seis primeros festivales se hicieron sin presencia de la fuerza pública, los demás se ha solicitado la colaboración y la hemos tenido ya que es demasiada la gente que viene a divertirse en cualquiera de las actividades programadas, porque hay para todos los gustos: desde competencias atléticas para adultos y niños, competencias de vacas, de perros, de gallos, corridas de toros, de marranos, cabalgatas, alboradas con agua y maicena, artistas, papayeras y orquesta. A mi manera de ver es una forma que tiene la administración de devolver parte de lo recaudado por impuestos a su comunidad para que el que quiera lo disfrute. Para finales del 2006 ya con disponibilidad de recursos, me dediqué a buscar la finca de mi lista, vi cualquier cantidad de ellas pero siempre había un pero, hasta que un amigo que trabajaba en la Alcaldía me dijo que en Buenos Aires estaban vendiendo una propiedad de un señor Julio, investigué y me puse una cita con él para mirarla. Llegué al sitio que yo ya conocía, porque de joven había acompañado a mi padre en sus recorridos. Se trataba de la hacienda San Ignacio. Primero la casa no era casa, era una acumulación de auxilios de las alcaldías anteriores, o sea, eran tres cuartos unidos sin ninguna planeación con un planchón cubierto por un plástico que daba la apariencia de una casa de una familia desplazada, con todo respeto, los cultivos eran una mezcla de todo, en un desorden total, más 61 Salvaguardia integral de las culturas campesinas 62 una caficultura vieja que habían recibido desde la parcelación 20 años atrás. La distribución de la tierra era bien curiosa ya que la casa de habitación quedaba a un lado de los terrenos de la finca y como es ladera la verdad no me entusiasmó nada. El señor me dijo: «vamos le muestro hasta dónde llega la finca, acompáñeme.» La verdad me dio pena y por eso lo acompañé, para ese entonces yo tenía exceso de peso y se me dificultaba el ascender por la ladera, pero lo hice bien despacio y dentro de mí pensaba: debo estar loco para comprar por aquí. Salimos a la carretera que de Pueblo Nuevo conduce a Viotá y caminamos por ella hasta que al llegar a los linderos de la finca se paró allí y me dijo: «hasta aquí es lo que puede ser suyo.» Cuando tomé aire y levanté mi vista vi el esplendor de todo el valle del río Pagüey y fue como si estuviera viviendo lo mismo que experimenté muchos años atrás, cuando con mi hermana y su inseparable amiguita de regreso del internado, sentí las mismas mariposas en mi estómago y por alguna extraña razón que no comprendo del todo, tomé la decisión y me dije: esto es mío. Se hizo la negociación y la entrega para diciembre de ese año y así fue: en enero siguiente, después de ferias y fiestas, recibí lo que había comprado y comencé una nueva etapa de mi vida, alejado del bullicio de la cuidad, de los trancones interminables y todo lo que conlleva vivir en la capital de país. Para mediados de abril empezó la cosecha de café en la finca y como era alguna de las cosas que yo había hecho cuando joven, me radiqué en la finca y me dispuse a hacer mi papel. Convine con algunos vecinos para que me ayudaran a la recolección de las cerezas de café, era una mañana despejada y nos fuimos para el lote a recolectar, cuando de repente se vino un aguacero grande que no nos dio tiempo a correr a protegernos del agua y por tanto continuamos con nuestra tareas en plena lluvia. Más tarde, después de una hora, continuamos todos mojados en un lote de donde se veía la carretera que conducía a la casa de la hacienda y a la mía que queda Andares por el territorio nacional y memorias de poblamiento en Alto Nilo contigua, cuando escuchamos unos gritos de unos niños, eran ocho niños que llegaban acompañados de sus señoras, inmediatamente pregunté de quién era esa escuela, mi paisano Germán que estaba junto a mí se agachó y miró por entre la ramas del cafeto que estaba cogiendo y me dijo: «son las hijas de don Benedo», inmediatamente le pregunté: «la de verde cómo se llama, está como buena», y me respondió: «esa es Albita, la mayor, pero tiene cuatro hijos» «Entonces me jodí», le dije, y allí terminó la conversa. Pero en mi mente siguió rondando algo y de pensar que me daba en mi cabeza recordé el episodio del bus y las palabras de mi hermana: «Albita aquí está su puesto.» Claro, era la misma niña pequeña que nunca me permitió nada, cuando por dos años caminamos juntos de regreso del internado de Liberia y que mi hermana siempre cuidó como si fuera su hija. Era ella, era la misma pero 26 años después y con cuatro hijos. Hoy doy gracias a Dios por todas las bendiciones que me ha dado, en especial por mi familia, por mi esposa y por esos cuatro hijos tan maravillosos que de una manera tan extraña me regaló. Me pregunto cómo tuvieron que pasar tantas cosas para que a lo mejor yo me mereciera todo esto. Recuerdo que en los quince años de mi hija mayor, que le celebramos en la hacienda en compañía de toda la familia de ella y de la mía, más algunos amigos, lo manifesté cuando me dijeron que dijera algunas palabras por la ocasión y dije: «nunca dejen de pedirle a Dios que los ilumine y que los guie, él siempre nos escucha desde que tengamos claro lo que queremos y estemos dispuestos a pagar el precio, pero tengan cuidado con lo que piden porque él siempre da en exceso, yo pedí una familia pero nunca pensé que fuera tan grande, me regaló la mejor familia del mundo y soy completamente feliz.» Gracias Dios por todo. 63 www.pcilocal.com
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