VUELTA A MATUSALÉN (Pentateuco Metabiológico) BERNARD

VUELTA A MATUSALÉN
(Pentateuco Metabiológico)
BERNARD SHAW
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Vuelta a Matusalén
Bernard Shaw
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PREFACIO
EL MEDIO SIGLO INFIEL
LA AURORA DEL DARWINISMO
Un día, allá por el año 1860 y pico, yo, que era entonces un niño, estaba con mi niñera
comprando algo en una modesta papelería y librería de Camden Street, Dublín, cuando entró
un caballero de cierta edad, grave y solemne, que avanzó hasta el mostrador y preguntó
pomposamente:
-¿Tiene usted las obras del celebrado Bufón? Mis propias obras no habían sido escritas
todavía; si no, es posible que la empleada hubiera tenido de mí una idea tan errónea como
para ofrecerle un ejemplar de Hombre y Superhombre. Pero sabía perfectamente lo que se le
pedía, pues eso ocurrió antes de que la Ley de Educación de 1870 hubiera producido
empleados de comercio que saben leer y no saben nada más. El celebrado Bufón no era un
humorista, sino el famoso naturalista Buffon. Todo chico que sabía leer en aquel tiempo
conocía la Historia Natural de Buffon tan bien como las fábulas de Esopo. Y ninguno había
oído el nombre que desde entonces ha borrado a Buffon en la mente popular: el nombre de
Darwin.
Pasaron diez años. El celebrado Buffon quedó olvidado; yo había duplicado mis años y
mi estatura y prescindido de la religión de mis antepasados. El más ricoy más
consecuentemente dogmático de mis tíos entró un día en un restaurante donde yo estaba
comiendo y se encontró, muy contra su voluntad, en conversación con el más discutible de sur
sobrinos. Yo, tratando de hacerme agradable, le hablé del pensamiento moderno y de Darwin.
Mi tío dijo:
-¡Ah!, ése es el individuo que quiere demostrar que todos tenemos cola, como los
monos.
Intenté explicarle que en lo que Darwin había insistido a ese respecto era que algunos
monos no tienen cola. Pero mi tío era tan impermeable a lo que Darwin dijo realmente, como
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lo es en nuestros tiempos cualquier neodaruwiniano. Murió impenitente y no me mencionó en
su testamento.
Pasaron veinte años. Si mi tío hubiera vivido habría sabido de Darwin todo lo que se
podía saber, y lo habría sabido mal. A pesar de los esfuerzos de Grant Allen para poner a
Dartoin en el sitio que le correspondía, mi tío lo hubiera aceptado como el descubridor de la
Evolución, de la Herencia y de la modificación de las especies por la Selección. Pues la era
predarwiniana había llegado a ser considerada como una Edad Oscura en que los hombres
seguían creyendo en el libro del Génesis como en un tratado científica standard, y en que las
únicas adiciones a dicho libro eran la demostración que hizo Galileo de una simple
observación de Leonardo de Vinci, cuando dijo que la tierra es una luna del sol; la teoría de
Newton sobre la gravitación; la invención de la lámpara de seguridad por Sir Humphry; el
descubrimiento de la electricidad; la aplicación del vapor en la industria, y el franqueo de
cartas de un penique. Igualmente, las dos o tres personas en cuyas manos cayeron los escritos
de Nietzsche lo tuvieron por el primer hombre a quiense le ocurrió que la mera moralidad,
legalidad y urbanidad no llevan a ninguna parte, como si Bunyan jamás hubiera escrito
Badman. A Schopenhauer se le atribuyó la invención entre el Pacto de Gracia y el Pacto de
Obras que turbó a Cromwell en su lecho de muerte. La gente hablaba como si no hubiera
habido música dramática o descriptiva antes de Wagner; ni pintura impresionista antes de
Whistler; en cuanto a mí mismo, yo estaba encontrando que la manera más segura de producir
un efecto de audaz innovación y originalidad era la de reavivar la antigua tradición de los
largos discursos retóricos, seguir muy de cerca los métodos de Moliére, y sacar físicamente
los personajes de las páginas de Charles Dickens.
EL ADVENIMIENTO DE LOS NEODARWINIANOS
Esta clase especial de ignorancia no importa siempre o a menudo. Pero en el caso de
Darwin tuvo importancia. Si Darwin hubiera llevado realmente al mundo de un salto desde el
libro del Génesis hasta la Herencia, la Modificación de las Especies por la Selección, y la
Evolución, habría sido un filósofo y un profeta a la vez que un eminente naturalista
profesional, con la geología como entretenimiento. La falsa ilusión de que realmente había
logrado esa hazaña no hizo daño al principio, porque si bien las opiniones de la gente son
sólidas, sobre la evolución o cualquier otra cosa, importa un bledo que a quien les revela sus
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opiniones lo llamen Tom o Dick. Pero esos errores, aparentemente desdeñables, traen más
tarde extrañas consecuencias. La inmensa mayoría que no lee sus libros dió a Darwin una
impresionante fama no sólo como a un evolucionista, sino como al evolucionista. Y llevó a
los que no leen otros libros a concentrarse exclusivamente en la Selección Circunstancial
como explicación de todas las transformaciones y adaptaciones que eran la prueba de la
Evolución. Pronto su especialización aisló a estos últimos de la mayoría que no conocían a
Darwin sino por su espuria reputación, de tal manera que se vieron obligados a distinguirse,
no como darwinianos, sino como neodarwinianos.
Antes de que pararan otros diez años, los neodarwinianos estaban dirigiendo
prácticamente la ciencia del momento. Estábamos en 1906, yo tenía cincuenta años; había
publicado mi propia opinión sobre la evolución en una comedia titulada Hombre y
Superhombre; y veía que la mayoría de la gente era incapaz de comprender cómo podía ser yo
un evolucionista y no neodarwiniano, o por qué me burlaba habitualmente del
neodarwinismo, como de una espantosa idiotez y atacaba despiadadamente a sus profesores
en los debates públicos. En la esperanza de que yo aclarara el asunto, la Fabian Society, que
estaba entonces organizando una serie de conferencias sobre los profetas del siglo XIX, me
pidió que diera una sobre el profeta Darwin. La di; y trozos de aquella conferencia, que nunca
se han publicado, dan variedad a estas páginas.
EL ANIMAL HUMANO ES INADECUADO POLÍTICAMENTE
Pasaron diez años más. El neodarwinismo en política había producido una catástrofe
europea de una magnitud tan espantosa y de un alcance tan imprevisible, que cuando yo
escribo estas líneas, en 1920, sigue estando muy lejana la seguridad de que nuestra
civilización sobreviva. Las circunstancias de esta catástrofe, el romanticismo de adolescentes
nutridos en películas cinematográficas que hizo posible imponerla a la gente como una
cruzada, y especialmente la ignorancia y los errores de los victoriosos de la Europa occidental
cuando pasó su fase violenta y llegó la hora de la reconstrucción, confirmaron una duda que
había ido creciendo constantemente en mi espíritu durante los cuarenta años que yo llevaba
trabajando públicamente como socialista: la duda de si el animal humano, tal como existe
actualmente, es capaz de resolver los problemas sociales planteados por su propia agregación,
o, como él dice, su civilización.
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COBARDIA DE LOS IRRELIGIOSOS
Otra observación que yo había hecho era que los hombres de buen carácter y sin
ambiciones son cobardes cuando carecen de religión. Los dominan y explotan no sólo los
hombrecitos codiciosos y a menudo medio tontos que no viven más que a medias, que hacen
cualquier cosa por tener cigarros de hoja, champaña y automóviles y poder gastar dinero de la
manera más infantil y egoísta, sino también los gobernantes competentes y sensatos que lo
único que pueden hacer con aquéllos es dominarlos y explotarlos. Los términos gobierno y
explotación se convierten en sinónimos en esas circunstancias; y el mundo lo gobiernan
finalmente los infantiles, los bandidos y los canallas. A los que se niegan a hacer lo que se les
dice se les persigue y en ocasiones se los ejecuta cuando molestan a los explotadores; y los
explotados caen en la pobreza cuando carecen de específicas habilidades lucrativas. En el
momento actual media Europa, que ha tumbado a la otra media, trata de matarla a puntapiés, y
es posible que lo consiga; procedimiento que, en pura lógica, es sólidamente neodarwiniano.
Y la mayoría de personas de buen carácter contempla eso horrorizada y sin poder hacer nada,
o se deja persuadir, por los diarios de sus explotadores, de que el pateo es no sólo una sólida
inversión comercial, sino también un acto de divina justicia de que ellos son ardorosos
instrumentos.
Pero si el hombre es realmente incapaz de organizar una gran civilización y no puede
organizar bien, ni mucho menos, una aldea o una tribu, ¿para qué sirve darle una religión?
Una religión puede darle hambre y sed de justicia; pero, ¿lo dotará de la capacidad práctica
para satisfacer ese apetito? Las buenas intenciones no llevan consigo ni un grano de ciencia
política, que es una ciencia muy complicada. Que yo sepa, los estudiosos más incansables,
desinteresados y dedicados a esta ciencia en Inglaterra son mis amigos Sydney y Beatrice
Webb. Y les ha llevado cuarenta años de trabajo preliminar, en el curso de los cuales han
publicado varios tratados comparables con La riqueza de las naciones, de Adam Smith,
el formular una construcción política adecuada a las necesidades existentes. Si esta es la
medida de lo que pueden conseguir en toda una vida una extraordinaria capacidad, una
penetrante aptitud natural, unas oportunidades excepcionales y la falta de preocupación de
tener que ganarse el pan, ¿qué vamos a esperar del parlamentario para quien la ciencia política
es tan remota y de tan mal gusto como el cálculo diferencial y para quien una cuestión tan
elemental, pero vital, como la ley de la renta económica es un pons asinorum al que no
hay que acercarse y mucho menos cruzar? ¿O de los electores corrientes, la mayoría de los
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cuales tienen que trabajar tanto para ganarse la vida que no pueden ponerse a leer sin que a los
cinco minutos les entre el sueño?
¿HAY ALGUNA ESPERANZA EN LA EDUCACIÓN?
La respuesta habitual es que debemos educar a nuestros maestros, esto es, que debemos
educarnos nosotros mismos. Debemos enseñar ciudadanía y ciencia política en la escuela.
Pero, ¿debemos enseñarla? No hay "debemos" que valga, pues la dura realidad es que no
debemos enseñar ciencia política o ciudadanía en la escuela. El maestro que intentara
enseñarla se vería pronto en la calle sin dinero y sin alumnos, si no en el banquillo de los
acusados y defendiéndose contra una acusación, pomposamente redactada, de sedición contra
los explotadores. Nuestras escuelas enseñan la moral del feudalismo corrompida por el
comercialismo y defendida por el conquistador militar, por el barón bandido y por el especulador, como modelos de personas ilustres y triunfantes. Los profetas que ven a través de esta
impostura predican y enseñan en vano un evangelio mejor: los individuos a quienes
convierten desaparecen fatalmente al cabo de pocos años; y las nuevas generaciones se ven
llevadas otra vez en las escuelas a la moral del siglo XV y se creen liberales cuando defienden
las ideas de Enrique VII y caballerosos cuando oponen a ellas las ideas de Ricardo III. Así, el
hombre educado es un fastidio mucho mayor que el ineducado: en realidad, es la ineficiencia
y la falsía del aspecto educativo de nuestras escuelas (a las que, de no ser por obligación, los
padres no mandarían a sus hijos si las escuelas no sirvieran de prisiones donde los inmaduros
no pueden molestar a los maduros) la que nos salva de estrellarnos contra las rocas de la falsa
doctrina en vez de ir a la deriva en la corriente de la mera ignorancia. A través del maestro no
hay salida.
EDUCACIÓN HOMEOPÁTICA
En verdad, a la humanidad no se la puede salvar desde fuera, ni por maestros de escuela
ni por ninguna otra clase de maestros; lo único que pueden hacer esos maestros es lisiarla y
esclavizarla. Dicen que si se lava a un gato, no se vuelve a lavar jamás: lo que es cierto es que
si a un hombre se le enseña algo, no lo aprenderá nunca; y si se le cura de una enfermedad no
sabrá curarse la próxima vez que la enfermedad lo ataque. Por lo tanto, quien quiera ver
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limpio a un gato debe volcarle encima un balde de barro, y el gato se tomará entonces un trabajo extraordinario para limpiarse a lengüetazos y acabará por quedar más limpio que antes.
De la misma manera, cuando los médicos que "están al día" (digamos un 0,0005 por ciento de
los autorizados a ejercer, y el 20 por ciento de los no autorizados) quieren librarnos de una
enfermedad o un síntoma, nos inoculan esa enfermedad o nos dan una droga que produce el
síntoma, para provocar nuestra resistencia, como el barro provoca al gato para que se lave a sí
mismo.
Ahora bien, una persona aguda preguntará instantáneamente por qué, si eso es así,
nuestra falsa educación no provoca a nuestros hombres cultos para que encuentren la verdad.
La respuesta es, en parte, que los provoca. Voltaire fué discípulo de los jesuitas; Samuel
Butler fué discípulo de un sacerdote rural irremediablemente convencional y equivocado.
Pero Voltaire era Voltaire, y Butler era Butler, es decir, tenían una mentalidad tan
anormalmente poderosa que pudieron eliminar todas las dosis de veneno que paralizan a las
mentalidades ordinarias. Cuando los médicos inoculan y los homeópatas dosifican, dan una
dosis infinitamente atenuada. Si dieran un virus de plena potencia vencerían nuestra
resistencia y producirían su efecto directo. Las dosis de doctrina falsa que se dan en las
escuelas preparatorias y en las universidades son tan grandes que vencen la resistencia que
una dosis diminuta provocaría. El estudiante normal se corrompe irremisiblemente, y al genio
que resiste no le queda más remedio que irse del país, si puede. Byron y Shelley tuvieron que
huir a Italia mientras Castlereagh y Eldon dirigían los asuntos. A Rousseau lo acosaron en
frontera tras frontera; Karl Marx pasó hambre en el exilio en una habitación de Sobo; a
Ruskin le rechazaron artículos las revistas (era demasiado rico para que lo pudieran perseguir
de otro modo). Mientras tanto, unos don nadie ya olvidados gobernaban el país, mandaban a
la gente a las cárceles o al cadalso por blasfemia y sedición (por decir la verdad acerca de la
Iglesia y del Estado) y laboriosamente acumulaban el mal y la corrupción social que de vez en
cuando estallaba en unos diviesos gigantescos que había que sajar con un millón de
bayonetas. Este es el resultado de la educación alopática. No se ha ensayado oficialmente
todavía la educación homeopática, que sería evidentemente un asunto delicado. Un cuerpo de
maestros de escuela que incitara a sus discípulos a pecaditos infinitesimales con objeto de
provocarlos a exclamar "¡Atrás Satanás!", o que les dijera inocentes mentirillas sobre historia
para que contradijeran, insultaran y refutaran, haría ciertamente menos daño que nuestros
actuales educadores alópatas; pero entonces nadie abogaría por la educación bomeopática. La
alopatía ha producido la venenosa ilusión de que ilumina en vez de oscurecer. Lo que sugiero
puede explicar, sin embargo, por qué mientras la mente de la mayoría de las personas
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sucumbe a la inculcación y al ambiente, unos pocos -las personas sinceras y decentes
procedentes de tugurios propios de ladrones, y los escépticos y realistas procedentes de
casas rurales- reaccionan vigorosamente.
LA DIABÓLICA EFICIENCIA DE LA EDUCACIÓN TÉCNICA
Entretanto —y ahora viene lo horrible de todo ellonuestra instrucción técnica es
honrada y eficiente. Al chico que asiste a las escuelas preparatorias para estudios
universitarios se le ciega, engaña y corrompe minuciosamente en lo referente a una sociedad
basada en aprovecharse de todo para hacer dinero; y el chico aprende a disparar tiros y a
cabalgar y a mantenerse en buen estado físico, con toda la ayuda y guía que se le pueden
procurar con el sincero deseo de que haga esas cosas bien y, si es posible, superlativamente
bien. En el ejército aprende a volar, a tirar bombas y a manejar ametralladoras lo mejor que
pueda. El descubrimiento de explosivos potentes trae recompensas y honores; la instrucción
en la manufactura de armas, acorazados, submarinos y baterías terrestres que aplican
destructivamente aquellos explosivos es muy sincera: los instructores saben lo que enseñan
y se proponen que los aprendices aprendan de verdad. El resultado es que los poderes de
destrucción que no se podrían confiar sin cierta intranquilidad ni a la infinita prudencia
unida a la infinita benevolencia, se ponen en manos de patriotas románticos con alma de
chicos de escuela, quienes, por generosos que sean por naturaleza, son por educación unos
ignorantones, unos engañados, unos snobs y unos deportistas para quienes la lucha es una
religión y el matar una hazaña; mientras que el poder político, inútil en esas circunstancias,
excepto para los imperialistas militaristas presas de crónico terror de la invasión y la
subyugación, los imbéciles pomposos y vacuos, los aventureros comerciales para quienes la
organización de los servicios industriales de la nación por ella misma equivaldría a perder la
partida, los financieros parásitos del mercado del dinero, y los simplemente estúpidos
conservadores de todo lo que existe por la mera razón de que están acostumbrados a ello, se
obtiene mediante la herencia, la simple compra, sosteniendo periódicos y fingiendo que son
órganos de la opinión pública, mediante arterías de mujeres seductoras, y prostituyendo el
talento ambicioso para llevarlo al servicio de los especuladores, quienes son los que marcan
el paso porque, después de haberse asegurado todo el botín que han podido, son los únicos
que pueden pagar al gaitero. Ni los gobernantes ni los gobernados entienden la alta política.
No saben ni siquiera que es una rama de la ciencia política; pero entre todos pueden
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coaccionar y esclavizar con una eficacia fatal y llegar hasta borrar una civilización, por
haber sido instruidos sincera y eficazmente para matar. En esencia, todos los gobernantes
son deficientes; y no hay nada peor que el gobierno de deficientes que cuentan con
irresistibles poderes de coacción física. Las personas vulgares y sensatas se someten y
obligan a los demás a someterse porque se les ha enseñado eso como un artículo de f e o
puntillo de honor. Aquellos en quienes unas luces naturales han reaccionado contra la
educación artificial se someten porque se ven obligados a someterse, pero si no fueran unos
cobardes se resistirían y acabarían por resistirse eficazmente. Son unos cobardes porque, no
profesando ninguna religión oficial o establecida ni un puntillo de honor reconocido
generalmente, forcejeando contra sus convicciones particulares se ven obligados a mandar a
sus hijos a escuelas donde los corromperán, porque no hay otras. Los gobernantes se sienten
igualmente intimidados por la inmensa extensión y abaratamiento de los medios de matanza y
destrucción. El gobierno inglés teme a Irlanda, ahora que los submarinos, las bombas y los
gases venenosos son baratos y fáciles de hacer, más de lo que temía al Imperio alemán antes
de la guerra; en consecuencia, la antigua cautela inglesa, que mantenía un equilibrio de
fuerzas mediante su dominio de los mares, se intensifica hasta convertirse en un terror que no
ve seguridad más que en el absoluto dominio militar sobre el mundo entero, es decir, en una
imposibilidad que en detalle les parecerá, sin embargo, posible a los soldados y a los insulares
y parroquiales patriotas civiles.
ENDEBLEZ DE LA EDUCACIÓN
Esta situación se ha planteado ya tan a menudo en lo pasado, siempre con el mismo
resultado de un hundimiento de la civilización (el profesor Flinders Petrie ha revelado el
secreto de previos hundimientos), que los ricos gritan instintivamente: "Comamos y bebamos,
pues mañana moriremos", y los pobres: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Esto no
significa que si el hombre no puede encontrar el remedio no se va a encontrar un remedio: la
fuerza que produjo al hombre cuando el mono dejó que desear puede producir un ser de más
talla que el hombre si el hombre deja que desear. Lo que significa es que si se ha de salvar el
hombre, se debe salvar él mismo. Le falta mucho para ser un ser ideal.
Dentro de lo mejor que sea actualmente, muchos de sus modos de obrar son tan
desagradables que no se pueden mencionar en la sociedad cortés, y padece tanto que se ve
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obligado a fingir que el dolor es a veces un bien. La naturaleza se desentiende del
experimento humano, que se mantendrá o caerá por sus propios resultados, Si el hombre no
sirve, la naturaleza ensayará otro experimento.
¿Qué esperanza hay en la mejoría humana? Según los darwinianos, y llegando hasta los
mecanicistas, ninguna, pues la mejoría no puede producirse sino mediante un accidente sin
sentido, que, según el promedio de estadísticas de accidentes, quedará pronto eliminado por
algún otro accidente que igualmente carecerá de sentido. EVOLUCIÓN CREADORA
Pero este triste credo no desalienta a quienes creen que el impulso productor de
evolución es creador. Han observado el simple hecho de que la voluntad de hacer una cosa
cualquiera, al llegar a cierto punto de intensidad provocado por la convicción de su necesidad
crea y organiza un nuevo tejido biológico para hacerla. Para ellos, por lo tanto, la humanidad
no está acabada todavía, ni mucho menos. Si el atleta que levanta pesas puede "hacerse un
músculo" cuando lo mueve el trivial estímulo de la competencia atlética, parece razonable
creer que un filósofo igualmente convencido y que se ponga a ello en serio pueda "hacerse un
cerebro". Ambos siguen una dirección vital para un propósito determinado. La evolución nos
indica esa dirección haciendo toda clase de cosas: da al centípedo cien pies y priva totalmente
de pies al pez, construye pulmones y brazos para su uso en tierra
y agallas y aletas para el mar, hace que el mamífero geste sus hijos dentro de su cuerpo
y que el ave incube los suyos fuera de sí; y nos ofrece a elección, por decirlo así, toda clase de
medios corporales para mantener nuestra actividad y aumentar nuestros recursos.
LONGEVIDAD VOLUNTARIA
Entre otros asuntos aparentemente cambiables a voluntad está la duración de la vida
individual. Weismann, biólogo muy inteligente y sugestivo a quien desgraciadamente el
neodarwinismo redujo a la idiotez, señaló que la muerte no es una eterna condición de la vida,
sino un expediente introducido para producir una continua renovación y evitar el exceso de
población. Ahora bien, la Selección Circunstancial no explica la muerte natural; sólo explica
la sobrevivencia de especies cuyos individuos tienen suficiente sentido común para decaer y
morir deliberadamente. Pero los individuos no parecen haber calculado muy razonablemente:
nadie puede explicar por qué un loro vive diez veces más tiempo que un perro y que una
tortuga sea casi inmortal. En el caso del hombre se ha pasado de la raya, y el hombre no vive
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bastante tiempo; para todos los fines de la civilización el hombre es simplemente un niño
cuando muere; y nuestros Primeros Ministros, considerados como hombres hechos y
derechos, dividen su tiempo entre el campo de golf y la banca de la Tesorería en el
Parlamento. Es de presumir, sin embargo, que la misma fuerza que cometió este error pueda
remediarlo. Si, por razones de oportunismo, el Hombre fija ahora el término de su vida en
setenta años, lo mismo puede fijarlo en trescientos o en tres mil, o hasta el límite fijado por la
auténtica Selección Circunstancial, que sería hasta que un accidente, tarde o temprano
inevitablemente fatal, termine con el individuo. Todo lo que se necesita para hacerle extender
su término actual es que las tremendas catástrofes, como la de la última guerra, lo convenzan,
si la raza se ha de salvar, de la necesidad de dejar atrás su afición al golf y a fumar puros. Esto
no es una especulación fantástica; es biología deductiva, si existe la ciencia llamada biología.
Aquí, pues, hay una piedra a la que hemos dejado sin darle vuelta y es posible que valga la
pena de dársela. Para hacer que la sugestión sea más entretenida que lo que sería para la
mayoría de la gente en forma de un tratado de biología, he escrito Vuelta a Matusalén como
contribución a la Biblia moderna.
Sin embargo, muchas personas pueden leer tratados y no pueden leer Biblias. Darwin no
podía leer a Shakespear. A algunos que pueden leer a Shakespear y Biblias les gusta conocer
la historia de sus ideas. A otros su ignorancia en historia los enmaraña tanto en la actual
confusión entre la Evolución Creadora y la Selección Circunstancial, que cualquier distinción
entre las dos les deja perplejos. En consideración a ellos debo exponer aquí una breve historia
del conflicto entre el criterio sobre Evolución adoptado por los darwinianos (aunque no del
todo por el propio Darwin) y llamado Selección Natural, y el que está emergiendo, bajo el
título de Evolución Creadora, como la genuina religión científica que todos los hombres
discretos esperan con ansiedad.
LOS PRIMEROS EVOLUCIONISTAS
La idea de la Evolución, o Transformación, como ahora se le llama a veces, no fué
concebida por primera vez por Charles Darwin o por Al f red Russel Wallace, quien
observó el funcionamiento de la Selección Circunstancial al mismo tiempo que Charles.
El celebrado Buffon fué mejor evolucionista que ninguno de los dos; y, dos mil años
antes de que naciera Buffon, el filósofo griego Empódocles opinaba que todas las formas
de la vida son transformación de cuatro elementos: Fuego, Aire, Tierra y Agua,
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efectuada por dos fuerzas innatas de atracción y repulsión, o amor y odio. Tan tarde
como 1860, a mí mismo, siendo un chico, me enseñaron que todo se componía de esos
cuatro elementos. Los empedocleanos y los evolucionistas se oponían a quienes creían
en la creación separada de todas las formas de vida tal como la describe el Génesis. Este
"conflicto entre la religión y la ciencia", como se decía entonces, no dejó absolutamente
nada perpleja a mi mente infantil; yo sabía perfectamente, sin saber que lo sabía, que la
validez de una explicación no es lo mismo que la ocurrencia de un hecho. Pero a medida
que f uí creciendo me encontré con que tenía que elegir entre la Evolución y el Génesis.
Si se creía que los perros, los gatos, las serpientes, los pájaros, los escarabajos, las
ostras, las ballenas, los hombres y las mujeres fueron ideados y hechos y se les puso un
nombre en el Paraíso Terrenal en el comienzo de los tiempos, no se era evolucionista. Si
uno creía, por el contrario, que las distintas especies son modificaciones, variaciones y
elaboraciones de un material primario, o hasta de unos pocos materiales primarios, uno
era evolucionista. Pero no era
necesariamente darwiniano; pues se podía haber sido evolucionista moderno
veinte años antes de que naciera Darwin y durante el término de toda una vida antes de
que publicara su Origen de las Especies. En cuanto a eso, cuando Aristóteles agrupó
como parientes consanguíneos a los animales con columna vertebral, inició el género
de clasificación que, llevada por Darwin hasta el mono y el hombre, disgustaba tanto a
mi tío.
El Génesis fué dueño del terreno hasta la época del famoso botánico Linneo
(1707-1778). Entretanto, se había inventado el microscopio, que reveló un mundo
nuevo de seres hasta entonces invisibles, llamados infusorios, porque se pudo saber que
el agua era una infusión de ellos. En el siglo XVIII los naturalistas se interesaron
mucho por las amebas infusorias y les sorprendió muchísimo la manera de portarse y
desarrollarse de los miembros de esa antigua familia. Pero todavía siguió siendo
posible que Linneo empezara un tratado diciendo: "Hay exactamente tantas especies
como fueron las formas creadas en el principio", aunque entonces vivían centenares de
vulgares jardineros escoceses y de criadores de palomas y de ganado que estaban mejor
informados que él. El propio Linneo llegó a estar mejor informado antes de morir. En
su última edición de su Sistema de la Naturaleza empezó a preguntarse si no sería
posible la transmutación de las especies por la variación. Entonces apareció el gran
poeta que saltó por encima de los hechos a la conclusión. Goethe dijo que todas las
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formas de la creación eran primas; que debía de haber un común material primario del
que procedían todas las especies; y que fué el ambiente aéreo el que produjo el águila,
el ambiente acuático el que produjo la foca, y el ambiente terrestre el que produjo el
topo. No podía decir cómo había ocurridoeso, pero adivinó que había ocurrido.
Erasmus Darwin, abuelo de Charles, llevó mucho más adelante la teoría ambiental,
señalando caso tras caso de modificaciones ocurridas en las especies, al parecer
para adaptarlas a las circunstancias y al ambiente; por ejemplo, diciendo que los
brillantes colores del leopardo, que lo hacen tan conspicuo en Regent's Park, lo
ocultan en una selva tropical. Finalmente escribió como declaración de fe: "El
mundo es producto de evolución, no de creación; ha surgido poco a poco de un
principio pequeño y ha aumentado mediante la actividad de fuerzas elementales
encarnadas en sí mismo, por lo que más que producto completo del conjuro de una
palabra todopoderosa es resultado de un crecimiento. íSublime idea del infinito
poder del gran Arquitecto, Causa de todas las causas, Padre de todos los padres, Ens
Entium! Porque si comparáramos el Infinito, seguramente se necesitaría un Infinito
más grande para producir las causas y los efectos que para producir los efectos
mismos." En esto, publicado en el año 1794, está definida con precisión la
Evolución tal como se la entendía en el siglo XIX. No fue Erasmus Darwin su único
apóstol, La evolución estaba entonces en el aire. Un biólogo alemán llamado
Treviranus, cuyo libro apareció en 1802, escribió: "En todo ser vivo existe una
capacidad. para infinitas diversidades de forma. Cada uno posee el poder de adaptar
su organización a las variaciones del mundo externo." Ahí tienen ustedes la
evolución del Hombre desde la ameba, completa mientras todavía navegaba Nelson.
Y en 1809, antes de la batalla de Waterloo, un soldado francés llamado Lamarck,
que convirtió su mosquetón en un microscopio y se hizo zoólogo, dijo que las
especies eran una ilusión producida por la brevedad de nuestras vidas individuales y
que están constantemente cambiando y fundiéndose unas con otras para convertirse
en nuevas formas, lo que se podía decir con tanta seguridad como que las agujas de
un reloj se mueven continuarnente aunque por moverse muy despacio nos parezca
que están quietas. Desde entonces hemos empezado a pensar que su actividad no es
tan continua; que el reloj se para por mucho tiempo y de pronto le "da cuerda" una
mano misteriosa. Pero no nos ocupemos de esto por el momento.
ADVENIMIENTO DE LOS NEOLAMARCKIANOS
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Llamo especialmente la atención sobre Lamarck porque más tarde hubo
neolamarckianos así como neodarwinianos. Yo fui neolamarckiano. Lamarck fué más
adelante en el concepto de la Evolución como ley general en el sentido que la expuso
Charles Darwin, que era el método evolutivo. Mientras hacía muchas ingeniosas sugestiones acerca de la reacción de las causas externas sobre la vida y las costumbres,
tales como los cambios de clima, abastecimiento de alimentos, trastornos geológicos
y demás, Lamarck sostuvo seriamente, como proposición fundamental, que los
organismos vivos cambiaban porque querían cambiar. Tal como lo expuso, el gran
factor en la Evolución es el uso y el desuso. Si no se tienen ojos y se quiere ver y se
insiste en intentar ver, se acaba teniendo ojos, Si, como el topo o pez subterráneo, se
tienen ojos y no se quiere ver, se acaba perdiendo los ojos. Si le gustan a uno las
hojas tiernas de la punta de los árboles lo suficiente para hacerle concentrar todas sus
energías en alargar el cuello, acabará teniendo un cuello largo, como la jirafa. Esto
les parece absurdo a quienes, en el primer rubor, no se paran a pensar; pero todos
sabemos, por propia experiencia, que, exactamente por este mismo proceso, un niño que
anda dando tumbos en el suelo acaba por ser un chico que camina erguido; o que un
hombre de bruces en la carretera con una barbilla contusionada, o en posición supina sobre
el hielo con un occipucio estropeado, se convierte en un ciclista o en un patinador. El
proceso no es continuo, como lo sería si la mera práctica tuviera algo que ver en él, pues
aunque durante la lección pueda uno progresar en cada una de las lecciones de ciclismo, al
empezar la siguiente no se empieza en el punto en que quedó la anterior, sino que, al
parecer, se retrotrae uno al comienzo. Finalmente se consigue de pronto montar bien y no
hay recaída. Más milagroso aún: los nuevos conocimientos se aplican inconscientemente,
Aunque uno esté adaptando la rueda delantera al propio equilibrio con tanto cuidado y
actividad que si se agarrota el manubrio por un segundo la bicicleta lo tira a uno al suelo, y
aunque cinco minutos antes le era imposible hacerlo, lo hace uno tan inconscientemente
como le crecen a uno las uñas. Tiene uno una nueva facultad, y hay que crear un nuevo
tejido corporal para que le sirva de órgano. Y lo ha conseguido simplemente con la
voluntad. Porque en esto no se puede hablar de la Selección Circunstancial o de la
supervivencia de los más aptos. El hombre que está aprendiendo a andar en bicicleta no
tiene en la lucha por la vida ninguna superioridad sobre el no ciclista. Ha adquirido un
nuevo hábito, un hábito automático e inconsciente, simplemente porque quería adquirirlo
y no ha cesado de quererlo hasta que se le ha añadido.
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CÓMO
Vuelta a Matusalén
SE
HEREDAN
LOS
Bernard Shaw 15
CONOCIMIENTOS
ADQUIRIDOS
Pero cuando su hijo, a su vez, intenta patinar o andar en bicicleta, su habilidad no
empieza allí donde terminó la del padre, como no nace con seis pies de estatura, barba y
sombrero de copa. Y de nuevo vuelve a ocurrir el salto atrás que ocurría entre lección y
lección. La raza aprende exactamente igual que el individuo, El hijo del ciclista tiene una
recaída, no hasta el mismísimo principio, pero sí hasta un punto que ningún método
mortal de medidas puede distinguir del comienzo. Ahora bien, esto es extraño; porque
ciertos hábitos de uno, igualmente adquiridos (para el Evolucionista, por supuesto, todos
los hábitos son adquiridos), igualmente inconscientes, igualmente automáticos, se
trasmiten sin ninguna perceptible recaída. Por ejemplo, el primer acto de su hijo cuando
entra en el mundo como individuo separado es berrear con indignación, con el berrido
que según Shakespear es el más trágico y lamentable de todos los sonidos, En el acto de
berrear empieza a respirar: otro hábito que ni siquiera es necesario, pues el fin de respirar
se puede alcanzar de otros modos, como lo alcanzan los peces de profundidades marinas.
El niño hace que circule su sangre bombeándola con su corazón. Pide de comer y
procede inmediatamente a efectuar con la comida que traga las más complicadas
operaciones químicas. Manufactura dientes, prescinde de ellos y los reemplaza con otros
nuevos. Comparados con estas hazañas habituales, el andar, el tenerse erguido y el
montar en bicicleta son meras bagatelas; sin embargo, si puede estar erguido, andar o
montar en bicicleta es porque quería y ha insistido en quererlo, mientras que los otros
hábitos, mucho más difíciles y complejos, no sólo no los quiere ni los intenta
conscientemente, sino que se opone a ellos consciente y vigorosamente. Fíjense en el
temprano hábito de echar dientes; ¿los echaría el niño si pudiera evitarlo? Fíjense en el
otro hábito más tardío, de decaer y eliminarse mediante la muerte-otro hábito adquirido,
recuérdenlo. ¡Cómo lo aborrece el hombre! Sin embargo, el hábito ha llegado a estar tan
enraizado y a ser tan automático, que debe cumplirlo a pesar de sí mismo y aun a costa
de su propia destrucción.
Tenemos aquí una rutina que, si se le da tiempo bastante para que opere, acabará por
producir las formar más complicadas de vida organizada siguiendo las líneas lamarckianas
sin ninguna intervención de la Selección Circunstancial. Si se puede transformar a un
peatón en un ciclista o a un ciclista en un pianista o violinista, sin intervención de la
Selección Circunstancial, se puede transformar a una ameba en un hombre o a un hombre
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en un superhombre sin aquella intervención. Todo lo cual es una crasa herejía para el
neodarwiniano, quien imagina que si se detiene la Selección Circunstancial, no sólo se
detiene el desarrollo, sino que se inaugura una rápida y desastrosa degeneración.
Grabemos bien en la mente el proceso evolutivo lamarckiano. Uno está vivo y
quiere estar más vivo. Quiere una extensión de la conciencia y de las facultades, En
consecuencia, quiere nuevos órganos, o nuevos usos de los órganos que tiene, es decir,
nuevos hábitos. Uno los adquiere porque los desea con tal intensidad que no cesa de tratar
de conseguirlos hasta que los consigne. Nadie sabe cómo, nadie sabe por qué; lo único que
sabemos es que eso ocurre. Entre esfuerzo y esfuerzo recaemos triste mente hasta que se
modifica el antiguo órgano o se crea uno nuevo, momento en que lo imposible se hace
posible y se forma el hábito. En el momento que lo formamos queremos desprendernos de
lo que tiene de consciente, para economizar nuestra conciencia para nuevas conquistas en
la vida, pues todo lo consciente significa preocupación y obstrucción. Si tuviéramos que
pensar en respirar, en digerir o en hacer que circule la sangre, no podríamos fijar la
atención en nada más, como nos damos cuenta, a nuestra costa, cuando algo no anda bien
en esas operaciones. Tanto queremos ejecutarlas inconscientemente como queríamos
adquirirlas, y finalmente conseguimos lo que queríamos. Pero la inconsciencia en nuestros
hábitos la ganamos a costa de perder nuestro dominio sobre ellos; y también nos hacemos
una nueva costumbre y la correspondiente modificación funcional de nuestros órganos en
otros, y así llegamos a depender de nuestros viejos hábitos. La consecuencia es que tenemos que persistir en ellos aunque nos hagan daño. No podemos dejar de respirar para
evitar un ataque de asma o para no ahogarnos. Podemos perder una costumbre o descartar
un órgano cuando ya no lo necesitamos, exactamente igual que como los adquirimos; pero
este proceso es lento e interrumpido por recaídas; y las reliquias del órgano y el hábito
sobreviven mucho tiempo a su utilidad. Y si sobre los órganos de que queremos descartarnos se han construido otros hábitos y modificaciones todavía indispensables, antes
de demoler el antiguo órgano debemos suministrar la base para ellos. Este es también un
proceso lento y muy curioso.
EL MILAGRO DE LA RECAPITULACIÓN CONDENSADA
Las recaídas entre los esfuerzos para adquirir un habito son importantes porque, como
hemos visto, no sólo ocurren entre esfuerzo y esfuerzo en el caso del individuo, sino entre
generación y generación en el caso de la raza, La recaída de generación en generación es
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una invariable característica en el caso de la raza. Aunque Rafael, por ejemplo, descendía de
ocho ininterrumpidas generaciones de pintores, tuvo que aprender a pintar como si ningún
Sanzio hubiera manejado jamás un pincel, Pero también tuvo que aprender a respirar, a
digerir y a hacer que le circulara la sangre. Aunque su padre y su madre eran adultos
plenamente desarrollados cuando lo concibieron, no lo concibieron ni nació completamente
crecido; tuvo que volverse atrás y empezar por un puntito de protoplasma y luchar a través
de toda una vida embriónica durante parte de la cual no se le distinguia de un perro
embriónico y carecía de cráneo y de columna vertebral. Cuando al fin adquirió estos
artículos le quedó durante algún tiempo la duda de si era un pájaro o un pez, En nueve
meses tuvo que comprimir incontables siglos de desarrollo antes de ser lo suficientemente
humano como para desprenderse y empezar una vida independiente. Y aun entonces era tan
incompleto que sus padres hubieran podido muy bien exclamar: "¡Santos cielos! ¿No has
aprendido nada de nuestra experiencia, puesto que vienes al mundo en este estado
ridículamente elemental? ¿Por qué no sabes hablar, andar, pintar y portarte decentemente?"
El niño Rafael no tenía respuesta para estas preguntas, Lo único que podía haber dicho es
que así es como ocurre la evolución o transformación. Quizá llegue la época en que la
misma fuerza que comprime el desarrollo de millones de años en nueve meses pueda
comprimir muchos más millones en un espacio aún más breve; por lo que es posible que
nazcan Rafaeles pintores como nacen ahora sabiendo respirar y hacer circular la sangre,
Pero siempre empezarán por ser puntitos de protoplasma, y la facultad de pintar la
adquirirán en el seno de su madre en una etapa muy posterior de su vida embriónica.
Tendrán que condensar la historia de la humanidad en sus propias personas, por muy brevemente que la condensen.
Nada hubo en los descubrimientos de los embriólogos tan asombroso y
significativo, ni tan absurdamente poco apreciado, como esta recapitulación, como se le
llama ahora: este poder de apresurar en unos meses un proceso que en otro tiempo fué
tan largo y tedioso que el contemplarlo se les hace insoportable a los hombres cuya vida
dura setenta años. Amplió las posibilidades humanas hasta el punto de darnos la
esperanza de que las operaciones más largas y difíciles de nuestra mente puedan
efectuarse un día instantáneamente, o, como decimos nosotros, instintivamente. Dirigió
también nuestra atención a ese acumular siglos en segundos que nos salta a los ojos en
todas direcciones. En el momento en que escribo estas líneas los diarios se ocupan de las
hazañas de un niño de ocho años que acaba de derrotar a veinte ajedrecistas adultos en
veinte partidas simultáneas y que después ha podido reconstruir las veinte sin ningún es17
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fuerzo aparente de memoria. La mayoría de las personas, incluso yo mismo, juegan al
ajedrez (si juegan) de una jugada a otra y apenas si pueden recordar la penúltima 0
prever las dos siguientes. Igualmente, cuando yo tengo que hacer un cálculo aritmético lo
tengo que hacer paso a paso con lápiz y papel, y con tan poca confianza en el resultado,
que no me atrevo a basarme en ese cálculo sin "hacer la prueba" de la suma con más
cálculos que implican más cifras. Pero hay hombres que no saben leer ni escribir
palabras ni cifras, para quienes la respuesta a las sumas que yo soy capaz de hacer es
instantáneamente obvia sin ningún cálculo consciente; y el resultado es infalible. Pero
algunos de estos aritméticos natos tienen un vocabulario reducido, se sienten perdidos
cuando tienen que encontrar palabras para todo lo que no sean las ocasiones cotidianas
más simples, y ni poniendo toda su alma pueden describir las operaciones mecánicas que
efectúan diariamente en el curso de su oficio o profesión; mientras que a mí todo el
vocabulario de la literatura inglesa, desde Shakespear hasta la última edición de la
Enciclopedia Británica, me acude tan completa e instantáneamente que jamás he tenido
que consultar ni siquiera un diccionario de sinónimos más que una o dos veces cuando
por alguna razón quería un tercero o cuarto sinónimo. Igualmente, aunque he intentado,
fracasando, dibujar retratos reconocibles de personas a quienes he visto diariamente
durante muchos años, Bernard Partridge obtiene un parecido exacto y lleno de vida sin
más que ver a una persona una vez ni más esfuerzo que el necesario para comer un
sandwich. El teclado de un piano es para mí un dispositivo que nunca he podido
dominar, pero Cyril Scott lo usa con la misma exactitud que yo mis dedos; y para Sir
Edward Elgar una partitura orquestal es tan inteligible a primera vista como para mí una
página de Shakespear. Un hombre no puede, después de intentarlo muchos años, tocar
con facilidad la flauta. Otro toma una flauta cuyas llaves están ordenadas según una
nueva invención, y la toca en el acto sin cometer una pifia. Todos conocemos personas
para quienes el escribir es tan difícil que prefieren firmar su nombre con un signo, y al
lado de ellas hay otras que dominan la taquigrafía e improvisan nuevos sistemas propios
con la misma facilidad con que aprendieron el alfabeto. Estos contrastes se ven a derecha
e izquierda y no tienen nada que ver con diferencias de inteligencia general, ni siquiera
con la inteligencia especial correspondiente a la facultad en cuestión: por ejemplo,
ningún compositor o autor dramático ha pretendido jamás ser capaz de ejecutar todas las
partes que escribe para los cantantes, actores e instrumentistas que son sus ejecutantes.
Eso sería lo mismo que esperar que Napoleón fuera un buen esgrimista o que el
Astrónomo Real sepa mejor que su contable cuántos porotos suman cinco. Ni siquiera el
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excepcional dominio del lenguaje implica la posesión de ideas: Mezzofanti, que
dominaba cincuenta y ocho idiomas, tenía menos que decir en ellos que Shakespear con
su poco latín y menos griego; y la vida pública es el paraíso de los hueros volubles.
Todos estos ejemplos, que se podrían multiplicar por millones, son casos en que el
largo, laborioso, consciente y detallado proceso de la adquisición de hábitos se ha
condensado en uno instintivo e inconsciente con el cual se nace. Factores que antes había
que considerar uno por uno se integran en lo que parece un factor único y simple. Series
de problemas difícilmente solubles se han comprimido en uno que se resuelve a sí mismo
en el momento que se plantea, Es más: se los ha empujado atrás (o adelante, si se
prefiere) y de ser prenatales pasan a ser prenatales, El niño puede tardar, en la matriz,
tiempo en resolverlos, pero un tiempo milagrosamente corto.
El fenómeno implicado en cuanto al tiempo es curioso y sugiere que, o estamos
equivocados acerca de nuestra historia, o exageramos enormemente los períodos requeridos por la adquisición prenatal de hábitos. En el siglo XIX hablábamos con gran
volubilidad sobre períodos geológicos y de la manera más señorial tirábamos millones de
monedas en nuestra reacción contra la cronología del arzobispo Ussher. Teníamos la
manía de las grandes cifras y nos gustaba positivamente creer que el progreso que hacía el
niño en la matriz estaba representado por eras y eras en la época prehistórica. Insistíamos
en que la Evolución avanzaba más despacio de lo que se arrastra un caracol y que la
Naturaleza no procede a saltos. Todo eso estaba muy bien mientras nos ocupábamos de
hábitos adquiridos tales como los de respirar y digerir. Era posible creer que la lenta
adquisición de esos hábitos había durado docenas de épocas. Pero cuando tenemos que
considerar el caso de un hombre que nace no sólo como un perfecto metabolista, sino con
tal aptitud para manipular con la taquigrafía o el teclado de un piano, que para cuando
puede dirigir inteligentemente sus manos tiene ya por lo menos cinco sextos de taquígrafo
o pianista, nos vemos obligados a sospechar que el teclado del piano y la taquigrafía son
invenciones más antiguas de lo que suponemos, o que esas "adquisiciones" se pueden
asimilar y almacenar como dotes congénitas en mucho menos tiempo del que creemos; por
lo que, como entre Lyell y el arzobispo Ussher, es posible que Lyell no pueda reírse tan
estrepitosamente como parecía hace cincuenta años.
LA HERENCIA ES UN VIEJO ASUNTO
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Es evidente que el proceso evolutivo es hereditario, o, para decirlo menos
secamente, que la vida humana es continua e inmortal. Los evolucionistas tomaron la
herencia como la cosa más natural. Lo mismo hizo todo el mundo. La mente humana
está empapada de herencia desde los tiempos a los que podemos remontarnos. La
aristocracia hereditaria, las monarquías hereditarias y las castas, profesiones y clases
hereditarias eran las instituciones sociales más conocidas, y en algunos casos engorros
páblicos. Los hombres con pedigree contaban los perros con pedigree entre sus
posesiones más apreciadas. Lejos de sentirse inconscientes o escépticos acerca de la
herencia, se tenía en ella una credulidad loca: no sólo se creía en la trasmisión de las
cualidades y los hábitos de generación en generación, sino que se esperaba que el hijo
empezara mentalmente donde se había detenido su padre.
Esta creencia en la herencia llevó naturalmente a practicar la Selección
Intencionada. La buena sangre y el buen origen eran buscados ávidamente en el
matrimonio. Tratándose de plantas y animales, la selección con vistas a la producción
de nuevas variedades se venía ya practicando desde que los hombres los cultivaban y
criaban. Mi predarwiniano tío sabía tan bien como Darwin que el caballo de carreras y
el caballo de tiro no eran creaciones separdas procedentes del Paraíso Terrenal, sino la
adaptación, mediante la deliberada selección hecha por el hombre, del caballo guerrero
medieval al moderno transporte deportivo e industrial. Sabía que hay cerca de
doscientas clases distintas de perros, todos ellos capaces de producir uno con otro
variedades que Adán no conocía. Sabía que lo mismo ocurre con las palomas. Sabía
que los jardineros habían pasado la vida tratando de producir tulipanes negros, claveles
verdes y orquídeas inverosímiles y habían producido flores que a Eva le hubieran
parecido tan extrañas como ésas. Su disputa con los evolucionistas no consistía en que
no admitía las pruebas de la evolución: la había aceptado, antes de haber oído hablar de
ella, lo suficiente para probar más de diez veces que existía. Lo que repudiaba era el parentesco con el mono, que implicaba la sospecha de que tenía una cola rudimentaria,
porque le ofendía en su sentido común y dignidad y pensaba que los monos eran
ridículos y que las colas eran diabólicas cuando se las asociaba a la postura erecta.
Creía también que la Evolución era una herejía que implicaba la destrucción del
cristianismo, del que, como miembro de la Iglesia Irlandesa (la seudoprotestante), se
consideraba como un pilar. Pero eso no se debía más que a su ignorancia; porque un
hombre puede negar que desciende de un mono y ser elegible para el cargo de
churchwarden, sin dejar por eso de ser un convencido evolucionista.
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EL
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DESCUBRIMIENTO
ANTICIPADO
POR
LA
ADIVINACIÓN
Es más, las personas religiosas pueden decir que se contaron entre los primeros
evolucionistas. Weismann, con todo lo neodarwiniano que era, dedicó un largo pasaje en
su Historia de le Evolución a la Filosofía de la Naturaleza, de Lorenz Oken, publicada en
1809, Oken definió la ciencia natural como "la ciencia de las sempiternas trasmutaciones
del Espíritu Santo en el mundo".
Su religión lo puso desde un principio en el buen camino, y no sólo lo llevó a
pensar todo un esquema de Evolución en términos abstractos, sino que le guió la puntería
en un disparo científico significativamente bueno que lo llevó dentro de la esfera de
Weismann. No sólo definió como protoplasma, o, como él decía, limo primitivo
(Urschleim),la sustancia original de que se han desarrollado todas las formas de la vida,
sino que dijo que este limo tomó la forma de vesículas, de las cuales procede todo el
universo. Aquí estaba la moderna célula morfológica adivinada por un pensador religioso
mucho antes de que el microscopio y el escalpelo la impusieran a la visión de los meros
trabajadores de laboratorio incapaces de pensar y carentes de religión. Los trabajadores
de laboratorio trabajaban muchísimo para averiguar lo que le ocurriría a un perro al que
le obturaran los conductos biliares, o al mono si la mitad de sus sesos se los quemaba un
hombre que carecía totalmente de ellos, del mismo modo que un niño le arranca las patas
a una mosca para ver lo que le pasa a su vuelo, Lorenz Oken pensó mucho para averiguar
lo que le pasaba al Espíritu Santo, y de ese modo aportó una contribución de extraordinaria importancia a nuestra comprensión de los seres que no tienen nada anormal en
sus conductos biliares o en su sesera. El hombre que era suficientemente científico para
ver al Espíritu Santo en todos los hechos más prosaicos de la vida se puso fácilmente a la
cabeza de los zoquetes que no saben más que pecar contra Él. De ahí que mi tío, al
burlarse de la Evolución, volviera la espalda a una compañía muy respetable, y, si
alguien le hubiera señalado el solecismo que cometía, se habría retractado y disculpado
inmediatamente.
El lado metafísico de la Evolución no era, pues, una novedad cuando llegó Darwin.
Aunque Oken no hubiera vivido jamás, siempre habría habido millones de personas a
quienes desde la niñez se les había enseñado a creer que a todos nos lleva continuamente
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hacia arriba una fuerza llamada Voluntad de Dios. Schopenhauer publicó en 1819 su
tratado El mundo como voluntad y representación, que es el complemento metafísico de la
historia natural de Lamarck, pues demuestra que la fuerza impulsora que actúa detrás de la
Evolución es la voluntad de vivir, y de vivir, como dijo Cristo mucho antes, más
abundantemente. Y los primeros filósofos, desde Platón hasta Leibniz, habían mantenido la
mente humana abierta al pensamiento de que tras las transformaciones físicamente
perceptibles del universo hay una idea.
FECHAS CORREGIDAS ACERCA DEL DESCUBRIMIENTO DE LA
EVOLUCIÓN
Todo esto, recuérdenlo, era el estado de cosas en el período predarwiniano, que a
muchos nos sigue pareciendo que es un período preevolutivo. El evolucionismo se
puso en boga antes de que la reina Victoria subiera al trono. Permítaseme, para fijar
esta cronología, repetir lo que contó Weismann de la revolución de julio de 1830 en
París, cuando los franceses se desembarazaron de Carlos X. Goethe vivía todavía, y un
amigo francés que f fué a visitarlo lo encontró muy agitado.
-¿Qué piensa usted del gran acontecimiento? -le preguntó Goethe-. El volcán está
en erupción, es todo llamas. Ya no puede haber conversaciones a puertas cerradas.
El francés contestó que la cosa era terrible; pero, ¿qué se podía esperar de tal
ministerio y de tal rey?
-No diga bobadas -contestó Goethe-. No estoy pensando en esa gente, sino en la
franca ruptura entre Cuvier y St. Hilaire en la Academia Francesa, Tiene una
grandísima importancia para la ciencia.
La ruptura a que se refería Goethe era acerca de la Evolución; Cuvier sostenía
que había cuatro especies, y St. Hilaire que no había más que una.
Entre 1830, cuando Darwin era un chico de diecisiete años que aparentemente no
prometía nada, y 1859, en que lió vuelta al mundo con su Origen de las Especies, el
Evolucionismo decayó algo. La primera generación de sus entusiastas iba envejeciendo
y muriéndose; y a sus sucesores se les enseñaba el libro del Génesis, exactamente igual
que a Eduardo VI (y que a Eduardo 'VII, si vamos a eso). Ninguno de los que conocían
la teoría le añadió nada. Este decaimiento no sólo realzó la impresión de completa
novedad cuando Darwin puso otra vez la cuestión en primer término; probablemente le
impidió también comprender lo mucho que habían hecho ya otros, incluso su propio
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abuelo, contra quien se le acusó de ser injusto. Además, no sólo prosiguió el negocio
familiar. Era un trabajador completamente original y seguía una nueva pista, como
veremos en seguida. En todo caso, jamás hubiera pensado mucho, como naturalista
práctico que era, en las especulaciones más o menos místicas de los deístas de 17901830. Los trabajadores científicos estaban entonces muy cansados del leísmo. Habían
dejado de lado el enigma de la Gran Causa Primera por considerarlo insoluble y, en
consecuencia, se llamaban a sí mismos Agnósticos. Abandonando la inescrutable
cuestión de por qué existían las cosas, se habían puesto al trabajo de azada de descubrir
qué ocurría realmente en el mundo y cómo ocurría,
Con toda su atención puesta en esa dirección, Darwin notó pronto que de una
manera totalmente no mística y hasta sin sentido ocurrían muchas cosas que los antiguos
deisto-evolucionistas habían tenido muy poco o nada en cuenta. Hoy, cuando disgustados
y desilusionados nos volvemos del Neodarwinismo y el Mecanicismo al Vitalismo y a la
Evolución Creadora, es difícil imaginar cómo este nuevo punto de partida de Darwin
pudo parecerles a sus contemporáneos emocionante, agradable y, sobre todo, lleno de
esperanzas. Permítaseme, pues, evocar un poco del ambiente de aquel tiempo, describiendo una escena, muy característica de sus supersticiones, en que yo tomé una parte
que entonces fué considerada como inmencionable e indignante.
EL DESAFIO AL RAYO: UN EXPERIMENTO FRUSTRADO
Una noche de hacia 1878, estando yo, que tenía entonces veinte y pico de años, en
una reunión de solteros en casa de un médico en el barrio de Kensington, en Londres, se
pusieron a hablar del reavivamiento del fervor religioso y alguien contó la anécdota de
un hombre a quien, por haberse burlado incautamente de la misión de Moody y Sankey,
entonces famoso dueto de evangelistas norteamericanos, lo tuvieron que llevar
subsiguientemente en camilla a casa, herido, por blasfemo, por la venganza divina. Una
tímida minoría, sin llegar a aventurarse a poner en tela de juicio que el incidente fuera
cierto -pues, naturalmente, no querían correr el riesgo de que también a ellos los tuvieran
que llevar a casa en camilla- se pusieron a buscarles las cosquillas a quienes les parecía
magnífico; y empezó algo que se acertaba a una discusión. Al fin, el más evangélico de
los discutidores adujo que en una ocasión Charley Bradlaugh, el ateo más formidable de
la tribuna secularista, sacó su reloj en público y desafió al Todopoderoso a que, si
realmente existía y desaprobaba su ateísmo, lo hiciera caer muerto antes de que pasaran
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cinco minutos. El principal bromista rechazó eso acaloradamente como una torpe
calumnia, diciendo que Bradlaugh lo había contradicho repetidamente con indignación, e
implicando que el paladín del ateísmo era un hombre demasiado piadoso para proferir tal
blasfemia. La exquisita confusión de ideas despertó en mí el sentido de lo cómico. Para
mí era muy claro que el desafío atribuído a Charles Bradlaugh era un experimento
científico simple, directo y adecuado para comprobar si la expresión de opiniones ateas
llevaba consigo algún riesgo personal. Era ciertamente el método que enseña la Biblia,
donde Elías confundió a los profetas de Baal exactamente de la misma manera,
zahiriendo burlonamente a su dios cuando dejó de mandar fuego desde el cielo.
Conforme a eso, yo dije que si la cuestión que se debatía era la de si el castigo por poner
en duda la teología de Moody y Sankey consistía en que una deidad indignada lo hiciera
a uno caer muerto, de ninguna otra manera podía quedar zanjada más convenientemente
que mediante el obvio experimento atribuído a Bradlaugh; y que, por lo tanto, si no lo
hizo debía haberlo hecho. La omisión, añadí, se podía remediar fácilmente en aquel
mismo momento, pues daba la casualidad de que yo compartía las opiniones de
Bradlaugh en cuanto a lo absurdo de creer en esas violentas intromisiones de una deidad
supernatural, y de cutis demasiado fino, en el orden de la naturaleza. Por lo tanto, al
llegará eso saqué mi reloj.
El resultado fué electrizante. Ni los escépticos ni los devotos estaban preparados
para soportar el resultado del experimento. Yo insté en vano a los piadosos a que
confiaran en la buena puntería de su deidad con el rayo y en la justicia de su
discriminación entre los inocentes y el culpable. En vano di ;e también a los escépticos
que aceptaran el lógico resultado de su escepticismo. Pronto se vió que cuando se
trataba de rayos no había escépticos. Nuestro anfitrión, viendo que sus huéspedes
desaparecían precipitadamente si se profería el impío desafío, dejándolo solo con un
solitario infiel bajo sentencia de exterminación en cinco minutos, intervino y prohibió
el experimento, rogando al mismo tiempo que se cambiara de tema de conversación.
Yo, por supuesto, accedí, pero no pude menos de decir que aunque no se habían pronunciado las temibles palabras, ya que las había formulado en mi mente era muy
dudoso que las consecuencias se pudieran evitar sellando mis labios. Sin embargo, los
demás dieron la impresión de que estaban seguros de que el juego se jugaría conforme
a las reglas y que, mientras no dijera nada, importaba muy poco lo que yo pensara. Pero
a mí me pareció que el principal del grupo evangélico estuvo un poco preocupado hasta
que pasaron los cinco minutos y el tiempo siguió en calma.
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EN BUSCA DE LA PRIMERA CAUSA
Otro recuerdo. En aquellos tiempos pensábamos en términos de tiempo y espacio,
de causa y efecto, como seguimos pensando, pero ahora no pedimos a la religión que
explique completamente el universo en términos de causa y efecto y nos presente el
mundo como artículo fabricado y propiedad particular de su Fabricante, Entonces sí,
Nos inspiraba compasión el engaño en que vivían los paganos que creían que al mundo
lo sostiene un elefante a quien sostiene una tortuga. Mahoma decidió que las montañas
son pesos grandes que impiden que el mundo desaparezca volando en el espacio, Pero a
aquellos orientales los refutábamos triunfalmente preguntándoles sobre qué se sostenía
la tortuga. Los librepensadores preguntaban qué vino primero; la gallina o el huevo. A
nadie se le ocurrió decir que, puesto que el problema final de la existencia es
evidentemente insoluble y hasta impensable en términos causales, el problema de causa
y efecto no podía existir, Para los religiosos esto hubiera sido puro ateísmo, pues
partían de que Dios debe ser una Causa, y a veces lo llamaban la Gran Causa Primera,
o, en lenguaje más selecto, la Causa Primaria. Para los racionalistas hubiera equivalido
a renunciar a la razón, Aquí y allí, un hombre confesaría que estaba como con una
linterna mortecina entra una densa niebla y que veía muy poco en ninguna dirección
hacia el infinito. Pero no creía realmente que lo infinito fuera infinito o que la causa
eterna fuera sempiterna; y suponía que todas las cosas, las conocidas y las
desconocidas, obedecían a una causa.
De ahí que yo me encontrara un día, a fines de la séptima década del siglo pasado,
en una celda del antiguo Oratorio de Brompton, discutiendo con un jesuita a quien había
llamado uno de su rebaño para que intentara convertirme al catolicismo, El universo
existe, me dijo el Padre; alguien ha debido hacerlo. Si ese alguien existe, contesté,
alguien ha debido hacerlo a él. Se lo admito para seguir discutiendo, dijo el jesuita. Le
concedo que haya quien ha hecho a Dios. Le concedo la larga lista de autores de Dios
que usted quiera, pero es impensable y absurdo que el número de ellos sea infinito: no es
más difícil creer en el primero que en el cincuenta milésimo o en el cincuenta
millonésimo. ¿Por qué no aceptar el primero y no seguir más, puesto que el intentar
seguir adelante no va a eliminar su dificultad lógica? Con permiso de usted, le repliqué, a
mí se me hace tan difícil creer que el universo se ha hecho a sí mismo como que su autor
se hizo a sí mismo; en realidad, mucho más fácil, pues el universo existe visiblemente y
se va haciendo a medida que sigue existiendo, mientras que lo de su hacedor es una
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hipótesis. Naturalmente, no pudimos seguir discutiendo. El jesuita se levantó y dijo que
él y yo éramos como dos hombres que manejaban una sierra, uno empujándola hacia
adelante y otro tirando de ella hacia atrás, y sin cortar nada; pero después que habíamos
dejado de hablar de aquel tema, y cuando atravesábamos el refectorio, el jesuita volvió a
hablar de lo mismo y dijo que él se volvería loco si perdiera la fe. Yo, regodeándome en
la robusta indiferencia de la juventud y el espíritu de lo cómico, me sentía muy a gusto y
se lo dije; pero su evidente sinceridad no dejó de emocionarme.
Estas dos anedotas son superficialmente triviales y hasta cómicas, pero debajo de
ellas hay un abismo de terror. Revelan un estado de ánimo tan totalmente irreligioso, que
la religión no significa sino la creencia en el fantasma del cuarto de niños, y su
incongruencia se demuestra por un dilema lógico planteado en broma, pues ni el
fantasma ni el dilema tienen nada que ver con la religión, ni son lo suficientemente serios
para impresionar o confundir a ningún niño de más de seis años debidamente instruido.
Apenas sabe uno qué es más espantoso: si lo abyecto de la credulidad o la frivolidad del
escepticismo. El resultado era intevitable. Todos los que tenían el suficiente vigor mental
se quedaron aislados en una negación vacuamente desdeñosa y discutieron, si
discutieron, como yo con el jesuita. Pero su posición no era cómoda intelectualmente. Un
miembro del Parlamento expresó lo incómodo que se sentía cuando, oponiéndose a que
se admitiera a Charles Bradlaugh en el Parlamento, dijo: "íQué caramba, un hombre debe
creer en algo o en alguien!" Era fácil tirar el fantasma al tacho de basura, pero, así y
todo, el mundo, nuestro rincón del universo, no parecía ser un puro accidente:
manifestaba en todas direcciones pruebas de que existía un designio. Detrás de él había
una mente y un propósito. Como hubiera dicho el parlamentario que se oponía a
Bradlaugh, detrás de algo debe haber alguien: ningún ateo podía saltar por encima de
eso.
EL RELOJ DE PALEY
Paley había expuesto el argumento en una forma al parecer incontrovertible. Si uno
encontrara un reloj lleno de un mecanismo exquisitamente adaptado para producir una
serie de operaciones conducentes a cumplir un propósito central midiendo para la
humanidad el trascurso del día y la noche, ¿podría creer que no era la obra de un hábil
artífice que lo había ideado y hecho para aquel fin? Pues bien, aquí teníamos algo más
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admirable que un reloj: un hombre con sus órganos maravillosamente dispuestos, con
cuerdas y equilibradores, vigas y pilares, sistemas circulatorios con caños y válvulas,
membranas indicadoras, retortas químicas, carburadores, ventiladores, enchufes y
desenchufes, trasmisores telefónicos en los oídos, lentes y registradoras de luz en los
ojos; ¿era concebible que fuera la obra del azar, que ningún artífice hubiera intervenido,
que no hubiera en él ningún propósito, designio ni inteligencia rectora? Eso era increíble,
En vano dijo Helmholtz que "el ojo tiene todos los defectos que se pueden encontrar en
un instrumento óptico y hasta algunos que le son peculiares" y que "si un óptico intentara
venderme un instrumento que tuviera todos esos defectos, yo me consideraría muy justificado para reprocharle en los términos más fuertes su desidia y devolverle su
instrumento". Desacreditar la destreza del óptico no era desembarazarse de ¿l. El ojo
podría no estar hecho tan inteligentemente como pensaba Paley, pero se hizo de algún
modo, y lo hizo alguien.
Y en ese punto volvía a repetirse mi discusión con el jesuita. Era fácil decir que todo
hombre se hace sus propios ojos; en realidad, los embriólogos lo habían sorprendido
cuando se los estaba haciendo. Y del evidente propósito que lo movía a hacérselos, ¿qué?
¿Para qué quería ver sino para extender su conciencia, su conocimiento y su poder? Ese
propósito actuaba en todas partes, y tenía que ser algo más grande que el hombre individual que se hacía sus propios ojos, Pero el admitir eso parecía implicar que al fantasma
se le permitía volver; tan inextricablemente habíamos conseguido mezclar la creencia en la
existencia del fantasma con la creencia en que en el universo existía un designio.
EL IRRESISTIBLE GRITO DE ¡ORDEN, ORDEN!
Los jóvenes y desdeñosos leones científicos y filosóficos de hoy no deben reprochar a
la Iglesia Anglicana el ser la causa de esta confusión ideológica, En 1562, convocada en
Londres "para evitar la diversidad de opiniones y establecer el consenso acerca de la
verdadera religión", proclamó en primer término, como artículo de fe, que Dios carece de
"cuerpo, partes o pasiones", o, como decimos nosotros, que es un Elan Vital o Fuerza Vital,
Desgraciadamente, ni a los padres de familia, ni a los sacerdotes, ni a los pedagogos, se les
pudo inducir a que adoptaran ese artículo. San Juan pudo decir que "Dios es espíritu"; nuestra
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reina Elizabeth pudo ratificar dicho artículo una y otra vez; nuestros teólogos serios podían
pensar, con toda la hondura de que eran capaces, que un Dios con cuerpo, partes y pasiones
no podía ser más que un ídolo antropomórfico, Nada de eso importaba; la mayoría de la gente
no podía concebir un Dios que no fuera antropomórfico, y, aferrándose a las leyendas del
Antigo Testamento acerca de un Dios cuyas partes vió uno de los patriarcas, finalmente
opuso contra la Iglesia un Dios que, lejos de carecer de cuerpo, partes y pasiones, no se
componía más que de eso, y las pasiones eran además muy malas. Aquella gente le impuso
en la práctica este ídolo a la Iglesia misma, a pesar del Primer Artículo, y con ello produjo
homeopáticamente el ateo, cuyo rechazo de Dios era simplemente un rechazo del ídolo y una
manifestación contra una idolatría insoportable y nada cristiana. El ídolo, como señaló
Shelley, a quien por eso lo echaron de Oxford, era un malvado todopoderoso con mala fama y
un ilimitado poder, rencoroso, cruel, celoso, vengativo y físicamente violento, Los maestros
de escuela más viles y los padres de familia más tiránicos se quedaban muy cortos al intentar
imitarlo. Pero no fueron sus defectos sociales los que desacreditaron aquella idea, Lo que la
hizo intolerable científicamente es que estaba dispuesta a trastornar en cualquier momento
todo el orden del universo con la provocación más insolente, bien deteniendo el sol en el
valle de Ajalón, bien mandando muerto a casa al ateo sobre una camilla improvisada (la
camilla improvisada era indispensable para recalcar que el ateo no estaba preparado y que, no
pudiendo salvarse arrepintiéndose en su lecho de muerte, subsiguientemente se achicharró
por toda la eternidad en llamas sulfurosas). Fué ese desorden, esta negativa a obedecer las
leyes de la naturaleza, la que creó la necesidad científica de destruirlo, La ciencia no podía
tolerar un dios injusto; y la naturaleza estaba llena de padecimientos e injusticias. Pero un
dios desordenado era imposible. En la Edad Media se llegó a una transacción mediante la
cual se reconocieron dos clases diferentes de verdad, la religiosa y la científica, para que un
hombre ilustrado pudiera decir que dos y dos eran cuatro sin que por eso lo quemaran por
hereje. Pero el siglo XIX se imbuyó de una ignorancia entrometida, presuntuosa, de simple
saber leer y escribir, social y políticamente poderosa, pero que ni Santo Tomás de Aquino ni
siquiera Roger Bacon hubieran podido concebir; y la ciencia fué estrangulada por unos
fanáticos ignorantones que invocaban la infalibilidad para su interpretación de la Biblia, que
era considerada, no como literatura, ni siquiera como libro, sino en parte como un oráculo
que respondía a todas las cuestiones y las zanjaba, y en parte como un talismán que los
soldados tenían que llevar en sus bolsillos del pecho o que las personas que temían a los
fantasmas debían poner debajo de la almohada, En las vidrieras se exhibían Biblias marcadas
por balazos, regalos hechos por madres a sus hijos y con los que les salvaron la vida, pues los
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fusiles de aquel tiempo, que se cargaban por la boca, no podían perforar con un proyectil
tantas páginas.
EL MOMENTO Y EL HOMBRE
Esta superstición de un continuo y caprichoso desorden en la naturaleza, de un
legislador que era también un infractor de las leyes, creó ateos en todas direcciones
entre la gente inteligente y de mente ágil, Pero el ateísmo no explicaba el reloj de
Paley. El ateísmo no explicaba nada, e incumbía a la ciencia explicar todo lo que fuera
fácilmente explicable. A la ciencia no le servía para nada la mera negación; lo que se
quería entonces, sobre todo, era la demostración de que las pruebas de un designio se
podían explicar sin recurrir a la hipótesis de un artífice personal. El genio que
admitiendo los hechos de Paley le demostrara su insensatez descubriendo un m¿todo
por el que los relojes pueden existir sin relojero, podía estar seguro de que los
pensadores de su tiempo lo acogerían como jamás se había acogido hasta entonces a
ningún filósofo natural.
Cuando maduró el tiempo apareció el genio: se llamaba Charles Darwin. Ahora
bien, ¿qué fué lo que Darwin descubrió realmente?
Me temo que aquí voy a necesitar una vez más la ayuda de la jirafa, o
camileopardo, como se le llamaba en tiempo del celebrado Buffon, No recuerdo cómo
se impuso ilustrativamente este animal en la controversia sobre la Evolución, pero
entonces no se podía prescindir de él y yo soy lo suficientemente anticuado para no poder prescindir de él ahora, ¿Cómo llegó a tener su cuello largo? Lamarck hubiera dicho
que queriendo alcanzar las hojas más tiernas de la copa de un árbol e intentándolo hasta
que consiguió el cuello largo que quería tener. Había también otra respuesta posible:
que algún criador Prehistórico quiso producir una curiosidad natural y seleccionó los
animales de cuello más largo que pudo encontrar y siguió produciéndolos hasta que al
fin la selección intencionada, exactamente igual que en los caballos de carrera o en los
pavos reales, produjo un animal con un cuello anormalmente largo. Pero observarán
ustedes que ambas explicaciones implican una idea consciente, voluntad, designio,
propósito, bien por parte del propio animal, bien por parte de una inteligencia superior
que fiscaliza su destino. Darwin señaló -y eso nada más f ué su famoso descubrimiento29
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que había una tercera explicación que no implicaba ni propósito ni designio por parte
del animal ni por parte de nadie. Si el cuello de uno es demasiado corto para alcanzar el
alimento, uno se muere. Esta puede ser la simple explicación del hecho de que todos los
animales que han sobrevivido y que se alimentan de hojas de árboles tienen un cuello o
una trompa suficientemente larga para alcanzarlas. Ahí queda destruida la creencia de
que los cuellos han tenido que ser ideados para que alcancen la comida. Pero Lamarck
no creía que los cuellos hubieran sido ideados así en un principio, sino en que fueron
producto del deseo y de los esfuerzos. No necesariamente, dijo Darwin. Consideren el
efecto de la multiplicación natural del número de jirafas según Malthus. Supongan que
la estatura media de los animales que comen hojas es de cuatro pies y que su numero va
aumentando hasta que llega un momento en que ya se han comido todos los árboles que
no se alzan más que cuatro pies del suelo. Entonces los animales a los gane les faltan
una o dos pulgadas para tener la estatura media se morirán de hambre. Los demás, que
tienen una o dos pulgadas más de estatura que el promedio, se alimentarán mejor y
serán más fuertes que los otros. Se asegurarán las parejas más fuertes y altas, y su
progenie sobrevivirá mientras los que tienen una estatura media y por bajo de la media
se extinguirán. Este proceso, mediante el que las especies ganan, digamos, una pulgada
en alcance, se repetirá hasta que el cuello de la jirafa sea tan largo como para poder
encontrar siempre comida a su alcance, punto en el que, por supuesto, el proceso
selectivo se detiene y se detiene también el crecimiento del cuello de la jirafa. De otro
modo, crecería hasta que pudiera mordiscar los árboles de la luna. Y esto, obsérvenlo
ustedes, sin intervención de un criador divino o humano y sin intención, propósito,
designio, ni siquiera idea consciente más allá del ciego deseo de saciar el hambre. Es
cierto que este ciego deseo, que en realidad es voluntad de vivir, pone todo al descubierto, pero, en fin, comparado con el desear e intentar con los ojos abiertos, de
Lamarck, el proceso darwiniano se puede describir como un capítulo de accidentes.
Como tal, parece sencillo porque no se comprende desde un principio todo lo que
implica. Pero en cuanto empieza uno a ver todo lo que significa, el corazón se le convierte a uno en un montoncito de arena. Encierra un horrible idealismo, reduce
espantosa y condenablemente la belleza e inteligencia de la fuerza y del propósito, del
honor y la aspiración, a cambios tan pintorescamente accidentales como los de un alud
en un paisaje o un accidente ferroviario en una figura humana. Llamar a eso Selección
Natural es una blasfemia, posible para muchos para quienes la Naturaleza no es sino
una agregación casual de materia inerte y muerta, pero eternamente imposible para los
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espíritus y almas de los justos. Si no es una blasfemia, sino una verdad científica, no
podemos seguir invocando las estrellas del cielo, las lluvias y el rocío, el invierno y el
verano, el fuego y el calor, las montañas y las colinas, para exaltar al Señor con
nuestro encomio, La obra de todos esos elementos consiste en rnodificar todas las
cosas haciendo que se muera de hanibre o asesinando todo lo que no tenga
suficiente suerte para sobrevivir en la lucha universal por la pitanza.
EL BORDE DEL ABISMO SIN FONDO
Así llegó el cuello de la jirafa a cruzar todos los cielos y a hacer creer a los
hombres que lo que veían era el crepúsculo de los dioses, Pues si este género de
selección podía transformar a un antílope en una jirafa, era concebible que
transformara a un pozo lleno de amebas en la Academia Francesa. Aunque la manera
de Lamarck, la manera de vivir, la voluntad, la aspiración y el logro seguían siendo
posibles, también era posible la nueva manera indicada del hambre, la muerte, la
estupidez, la falsa ilusión, la casualidad y la mera supervivencia, que era ciertamente
la
manera
en
que
habían
ocurrido
muchas
transformaciones
al
parecer
inteligentemente ideadas. Si yo no hubiera empezado por el preludio de la
aparentemente ociosa narración de cómo verifiqué el método controversional de
Elías, se me preguntaría cómo fué que al explorador que abrió ese abismo de
desesperación, lejos de lapidarlo o crucificarlo como destructor del honor de la raza y
del propósito del mundo, se lo aclamó como Liberador, Salvador, Profeta, Redentor,
Iluminador, Rescatador, Esperanzador y Hombre que hizo Época, mientras al pobre
Lamarck se le dejó de lado como tosco y fracasado adivinador que apenas era digno
de que se le mencionara como a un precursor equivocado, A la luz de mi anécdota, la
explicación es obvia.
Lo primero que hizo el abismo fue, tragarse a Paley, y al Desordenado Ideador
y al Enemigo Todopoderoso de Shelley, y a todo el resto de estupideces
seudorreligiosas que habían obstruido el camino arriba y adelante desde que todas las
esperanzas del hombre se habían vuelto hacia la ciencia como Salvadora. Parecía una
tumba tan conveniente que al principio nadie notó que no era sino un abismo sin
fondo, que ahora se ha convertido en un verdadero terror. Porque aunque Darwin
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dejó a su alrededor un sendero para su alma. sus seguidores cavaron en seguida en
toda su amplitud. Pero por el momento no hubo más que una loca alegría, una festiva
celebración científica. Nos había oprimido tanto la idea de que todo lo que ocurría en
el mundo era el acto personal y arbitrario de un dios de carácter tan peligrosamente
celoso y y cruel, que hasta el aliviar los dolores de parto y utilizar el cloroformo en
la mesa de operaciones era considerado como algo a que había que oponerse como
una intromisión en sus disposiciones, que lo disgustaría, que nos precipitamos al
encuentro de Darwin, Cuando le preguntaron a Napoleón qué iba a ocurrir cuando
muriera, dijo que Europa expresaría su intenso alivio con un gran "¡Uf!" Pues bien;
cuando Darwin mató al dios que se oponía al cloroformo, todos los que habían
pensado en eso exclamaron; "¡Uf!" Paley quedó enterrado a mucha profundidad con
su reloj, al que ya se le había encontrado una explicación completa sin ningún
artífice. Todos nos alegramos tanto de habernos desembarazado de los dos, que no
nos paramos a pensar en las consecuencias. Cuando un preso ve abierta la puerta de
su mazmorra, se apresura a salir sin pararse a pensar dónde conseguirá la comida
afuera. En el momento que averiguarnos que podíamos prescindir intelectualmente
del enemigo todopoderoso de Shelley, el preso se dirigió al abismo, que no parecía ser
más que un tacho de basura, con una decisión que hizo de nuestras vidas uno de los
períodos más asombrosos de la historia. Si yo le hubiese dicho a mi tío que antes de
que pasaran treinta años desde el día de nuestra conversación me expondría yo a las
sospechas de la más grosera superstición poniendo en tela de juicio la suficiencia de
Darwin, manteniendo la realidad del Espíritu Santo, y declarando que el fenómeno del
Verbo que se hace Carne ocurre todos los días, me hubiera tenido por el loco más
absurdo que jamás había producido nuestra familia. Pero así era. En 1906 podía yo
haber vituperado a Jehová hasta con más vehemencia que Shelley, sin provocar
protesta alguna en ningún círculo de pensadores ni sorprender desagradablemente a
ningún público acostumbrado a las discusiones modernas; pero cuando describí a
Darwin como "un inteligente y diligente criador de palomas", esa irreverencia
blasfema, como pareció, fué recibida con horror e indignación. La marea ha cambiado,
y cualquier atrevidillo puede decir lo que quiera sobre Darwin; pero quien quiera saber
lo que era ser lamarckiano en el último cuarto del siglo XIX, no tiene más que leer los
recuerdos que de Samuel Butler escribió Festing Jones, para ver basta qué punto un
hombre genial podía quedar aislado por ser antagonista de Darwin, por un lado, y de la
Iglesia por otro.
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POR QUÉ DARWIN CONVIRTIÓ A LA MULTITUD
Me doy perfecta cuenta de que al describir el efecto que Darwin produjo en los
naturalistas y las personas capaces de reflexionar sobre la naturaleza y atributos de Dios
dejo de lado a la vasta masa del público inglés.
He dicho en otra parte que la nación inglesa no se compone de ateos y Plymouth
Brothers; y no voy a pretender que alguna vez se compuso de darwinianos y lamarckianos. El ciudadano medio es irreligioso y acientífico; se le puede hablar de cricket y de
golf, de precios de mercado y de política de partidos, pero no de evolución y relatividad,
de transustanciación y predestinación. Nadie le meterá en la cabeza la fatal distinción
entre la Evolución, como la promulgó Erasmus Darwin, y la Selección Circunstancial
(llamada Natural) que reveló su nieto. Con todo, la doctrina de Charles le llegó al ciudadano medio, mientras que la de Erasmus le pasó por encima de la cabeza. ¿Por qué no
popularizó Erasmus Darwin la palabra Evolución con tanta eficacia como Charles?
La razón fué, creo yo, que la Selección Circunstancial es más fácil de entender, más
visible y concreta que la evolución lamarckiana, La evolución como filosofía y fisiología
de la voluntad es un proceso místico que sólo puede comprender el pensador preparado,
apto y comprensivo. Aunque los fenómenos del uso y desuso, del querer algo e intentar
conseguirlo, de la manufactura de hombres forzudos transformando hombres de fuerza
corriente, son bastante familiares como hechos, son extremadamente desconcertantes
como temas de pensamiento y lo llevan a uno a la metafísica en el momento en que trata
de encontrarles una explicación. Pero los aficionados a las palomas y a los perros, los
jardineros, los criadores de ganado y los mozos de cuadra pueden comprender la
Selección Circunstancial porque se ocupan de producir transformaciones imponiendo
sobre flores y animales una Selección Desde Afuera. Lo único que Darwin tenía para
decirles era que el mero capítulo de accidentes está haciendo constantemente en una
inmensa escala lo que ellos hacen en una escala muy pequeña. Apenas hay en ninguna casa
de campo inglesa un peón que no haya llevado una lechigada de gatitos o perritos al balde
para ahogarlos a todos menos al que le parece más prometedor. Lo único que un hombre de
ésos tiene que aprender en cuestión de supervivencia de los más aptos es que actúa de más
maneras que las que él ha observado; porque sabe perfectamente, como lo pueden comprobar
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ustedes si no son demasiado orgullosos para hablar con él, que esta clase de selección ocurre
también naturalmente (en el sentido darwiniano); y que, por ejemplo, un invierno duro matará
a un niño débil como el balde de agua mata a un cachorro débil. Además, allí está el labrador.
El Touchstone shakesperiano se llevó una desagradable sorpresa al ver en el pastor un
filósofo natural y dijo que por nada del mundo tomaría él parte en la selección sexual de
carneros y ovejas. En cuanto a la producción de nuevas especies mediante la selección de
variaciones, no es nada nuevo para el jardinero. Por eso, para quien le sean familiares estos
tres procesos -la sobrevivencia de los más aptos, la selección sexual, y la variación que lleva
a nuevas especies, no hay en Darwin nada que lo deje perplejo.
Ese fué el secreto de la popularidad de Darwin. Nunca dejó perplejo a nadie. Si
pocos hemos leído El origen de las especies del principio al fin, no es porque recargue
demasiado nuestro cerebro, sino porque lo vemos en conjunto y estamos dispuestos a
aceptarlo mucho antes de que hayamos llegado al último de los innumerables casos e
ilustraciones en que principalmente consiste el libro. Darwin llega a hacerse aburrido de
la misma manera que un hombre que insiste en seguir demostrando su inocencia después
que lo han absuelto. Se le asegura que no queda ni una mancha en su reputación y se le
ruega que se vaya del juzgado, pero le parecerá que las pruebas siguen siendo
insuficientes y le hará oír a uno todas las que existen en el mundo. Darwin era un hombre
diligentísimo. Su paciencia, su perseverancia, su conciencia, llegaban al límite humano.
Pero nunca penetró debajo de los hechos ni se elevó por encima de ellos más de lo que lo
pudiera seguir un hombre corriente. No se dió cuenta de que suscitó una cuestión
estupenda, porque, aunque se suscitó instantáneamente, no era eso lo que le interesaba.
Tenía plena conciencia de haber descubierto un proceso de transformación y
modificación que explicaba gran parte de la historia natural. Pero no lo expuso como si
explicara toda ella. Lo puso bajo el título de Evolución, aunque, aun en el mejor de los
casos, no era sino una seudoevolución; pero lo reveló como un método de la evolución,
no como el método de la evolución. No pretendía que excluía otros, ni que fuera el
principal. Aunque demostró que muchas transformaciones que habían sido consideradas
como adaptaciones funcionales (la frase corriente para la evolución lamarckiana) se
debían ciertamente o era concebible que se debieran a la Selección Circunstancial, puso
cuidado en no proclamar que había reemplazado a Lamarck o que desaprobaba la
Adaptación Funcional. En pocas palabras, no era darwiniano, sino un honesto naturalista
que trabajaba en su tarea con tan poca preocupación por la especulación teológica, que
jamás disputó con la pequeña secta evangélica en cuya f e había nacido, y siguió siendo
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hasta el fin el alma simpática y de fácil trato social que había sido en su adolescencia,
cuando sus padres dudaban de si serviría para gran cosa en el mundo.
CÓMO CORRIMOS HACIA ABAJO POR UNA PENDIENTE MUY
INCLINADA
No nos pasó lo mismo a nosotros, los demás intelectuales. Todos empezamos a
irnos al diablo con la mayor alegría. Todo el que tenía una mentalidad capaz de cambiar
de modo de pensar, cambió. Sólo Samuel Butler, sobre quien Darwin actuó
homeopáticamente, reaccionó furiosamente contra él, izó al tope del mástil la bandera
lamarckiana, manifestó con penetrante exactitud que Darwin había "desterrado del
universo a la mente", y hasta, no pudiendo soportar el hecho de que el autor de una
doctrina tan aborrecible fuera un hombre simpático y recto, atacó su fama personal,
Nadie le prestó atención. La creciente marea del darvinismo lo sumergió tan completamente, que cuando Darwin quiso aclarar la confusión en que Butler basaba sus
ataques personales, sus amigos, muy tontamente y por snobismo, lo convencieron de que
Butler era un hombre de demasiada mala intención y demasiado desdeñable para que se
le contestara. Importaba poco que fueran incapaces de reconocer que Butler era un
hombre genial; lo que importaba era que no podían comprender la provocación que lo
enfurecia. Entendían que desterrar del universo a la mente era una gloriosa iluminación y
emancipación que hacía que Butler fuera un ignorante desagradecido. Aun hoy, cuando
la eminencia de Butler es indiscutible y su biógrafo, Destin Jones, goza de una boga
como la de Boswelll o Lochart, sus memorias lo muestran más bien como un
desagradable ejemplo de los malos modales polémicos de un sacerdote rural que como
un profeta que intentó llevarnos atrás cuando, bailando alegremente, íbamos a nuestra
condenación por el puente de arco iris que el darwinismo había tendido sobre el abismo
que separa a la vida y la esperanza de la muerte y la desesperación. Nosotros éramos
unos intelectuales embriagados con la idea de que el mundo podía hacerse a sí mismo sin
designio, propósito, destreza o inteligencia: en pocas palabras, sin vida. Pasábamos
completamente por alto la diferencia entre la modificación de las especies mediante la
adaptación a su ambiente y la aparición de nuevas especies: añadíamos la palabra
"variaciones" o la palabra "deportes" (es curioso que un científico llamara deporte a un
factor desconocido, en vez de llamarlo x) y dejábamos que se "acumularan" y nos
explicaran la diferencia entre una cacatúa y un hipopótamo. Frases así nos dejaban en
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libertad de regodearnos demostrando a los Vitalistas y adoradores de la Biblia que en
cuanto admitimos la existencia de cualquier clase de fuerza y estiramos el pasado hasta
considerarlo como un tiempo ilimitado en que esa fuerza pueda actuar accidentalmente,
se puede concebir que, por acción de la Selección Circunstancial, esa fuerza produzca un
mundo en que cada función tenga un órgano perfectamente adaptado para ejercerla y
que, por lo tanto, presente todo el aspecto de haber sido ideado para ese fin, como el reloj
de Paley, por un artífice consciente e inteligente. Encontrábamos un perverso placer en
alegar, sin sospechar lo más mínimo que nos reducíamos a nosotros mismos al absurdo,
que todos los libros de la biblioteca del Museo Británico pudieron haber sido escritos
palabra por palabra, tal como estaban en los estantes, aunque ningún ser humano hubiera
tenido jamás conciencia de ellos, exactamente igual que los árboles, sin darse cuenta,
hacen cosas admirables en los bosques.
Y los darwinianos fueron mucho más allá al negar conciencia a los árboles,
Weismann insistió en que el pollito sale automáticamente de su cáscara; en que la mariposa, al lanzarse al aire para evitar el ataque del lagarto "no quiere evitar la muerte,
ignora la muerte", y que lo que ocurre es simplemente que un instinto de vuelo, producido
por la Selección Circunstancial, reacciona prontamente a una impresión visual producida
por los movimientos del lagarto. Su prueba es que la mariposa se posa inmediatamente
otra vez sobre la flor y repite su actuación cada vez que se le abalanza el lagarto, con lo
que indica que en la experiencia no aprende nada -termina Weismann- y que hace
inconscientemente lo que hace.
A un observador tan curioso no se le debía haber escapado que cuando el gato salta
a la mesa del comedor, si se le pone en el suelo, instantáneamente vuelve a subir a ella, y
finalmente establece su derecho a un puesto sobre el mantel, convenciéndolo a uno de
que si se lo pone en el suelo cien veces, subirá de un salto a la mesa una vez más; de
modo que el que quiera tener su compañía durante la comida, no la puede tener más que
aceptando sus propias condiciones, Si Weismann pensaba realmente que los gatos obran
así inconscientes de todo propósito, inmediato o ulterior, debía de conocer muy poco a
los gatos. Un weismannista concienzudo, si de aquellos tiempos de locura sobrevive
alguno, argüiría que en este momento no tengo yo plena conciencia de lo que estoy
haciendo; que el que yo escriba estas líneas y ustedes las lean son efectos de la Selección
Circunstancial; y que la prueba de que estoy escribiendo inconscientemente es que,
llevando ya cuarenta años de escribir de esta misma manera, sin producir, que yo vea,
ningún efecto visible en la opinión pública, debo de ser incapaz de aprender en la
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experiencia, y por lo tanto un mero autómata. Y la demostración weismannista de esto
sería, por supuesto, otro efecto, igualmente inconsciente, de la Selección Circunstancial.
EL DARWINISMO ES IRREFUTABLE EN ÚLTIMA INSTANCIA
No se apresuren a decir que eso es inconcebible. Para la Selección Circunstancial
todas las reacciones mecánicas y químicas son posibles, con tal que se acepten los
cálculos de los geólogos acerca de la gran era de la tierra y, por lo tanto, se conceda
tiempo suficiente para que actúen las circunstancias. Es cierto que la mera sobrevivencia de los más aptos en la lucha por la existencia, más la selección casual, fracasa tan
irremisiblemente al explicar la obra de toda la vida del propio Darwin como al explicar
mis habilidades como ciclista; pero, ¿quién puede probar que no hay otros factores sin
alma inobservados e indescubiertos, que no requieren sino imaginación suficiente para
ajustarlos a la evolución de un Jesús o un Shakespear automáticos? Cuando le dicen a
uno que es producto de la Selección Circunstancial, no lo puede uno refutar
definitivamente. Lo único que puede uno decirle, desde el fondo de su convicción, al
que se lo dice, es que es un necio y un embustero. Pero como esto, aunque sea inglés,
es descortés, es más prudente ofrecerle la contraseguridad de que uno es producto de la
evolución lamarckiana, que antes se llamaba Adaptación Funcional y ahora Evolución
Creadora, y desafiarlo a que lo refute, cosa que él no puede refutar mejor de lo que
puede uno refutar la Selección Circunstancial, pues es
concebible que ambas fuerzas sean capaces de producir cualquier cosa si se les da
suficiente tiempo. También se le puede desafiar a que obre, nada más que por una hora,
partiendo de la suposición de que puede cruzar Oxford Street en un estado de
inconsciencia, confiando en que sus reflejos reaccionarán automáticamente y con
prontitud a la impresión visual producida por un autobús y a la audible producida por su
claxon. Pero si se permite uno desafiarle a que explique mediante la Selección
Circunstancial un acto cualquiera de uno mismo, si el contradictor es bastante ingenioso y
se esfuerza en encontrar una explicación, debería poder encontrar alguna que se ajustara
bien al caso. Darwin encontró varias de esas explicaciones en sus controversias, Todo el
que realmente quiere creer que el universo ha sido producido por la Selección
Circunstancial en colaboración con una fuerza tan inhumana como a nosotros nos parece
el magnetismo, puede encontrar, si se esfuerza, una excusa lógica para su creencia.
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TRES RATONES CIEGOS
El entontecimiento y la estupidez resultantes se pueden ilustrar comparando la
facilidad y certidumbre con que Butler llegó a conclusiones humanas e inspiradoras
partiendo de las grotescas estupideces y crueldades de la ociosa y tonta controversia que
se suscitó entre los darwinianos acerca de si los hábitos adquiridos se pueden trasmitir de
padres a hijos. Consideren ustedes, por ejemplo, cómo se puso a trabajar Weismann
sobre este asunto. Un evolucionista dotado de una mente viva tendría que empezar por
dejar caer la expresión popular "hábitos adquiridos", porque para él no hay ni puede
haber otros, pues un hombre no es sino una ameba con adquisiciones. Después tendría
que considerar detenidamente el proceso mediante el cual él mismo ha adquirido sus
hábitos. Tendría que suponer que los hábitos con que nació debieron ser adquiridos por
un proceso similar. Tendría que saber qué es un hábito, es decir, un acto intentado
voluntariamente hasta que ha llegado a ser más o menos automático e involuntario; y
nunca debería ocurrírsele que exista la posibilidad de que lesiones o accidentes causados
por fuentes externas, contra la voluntad de la víctima, puedan establecer un hábito; que,
por ejemplo, una familia adquiera el de morir en accidentes ferroviarios.
Sin embargo, Weismann se puso a investigar ese punto portándose como la mujer
del carnicero del viejo cuento. Juntó una colonia de ratones y les cortó la cola. Luego
esperó a ver si sus hijos nacían sin cola. No nacieron así, como se lo podía haber dicho
Butler de antemano. Entonces les cortó la cola a los hijos y esperó a ver si los nietos
nacían al menos con colas más cortas. Tampoco ocurrió así, como se lo podía haber
vaticinado yo; y, con la paciencia y diligencia de que los científicos se jactan, les cortó
también la cola a los ratones nietos y esperó, lleno de esperanzas, a que los bisnietos
nacieran sin cola. Pero las colas que trajeron al mundo fueron las corrientes, como se lo
podía haber profetizado a Weismann cualquier lerdo. Weismann infirió entonces que
los hábitos adquiridos no se pueden trasmitir. Sin embargo, Weismann no era un
imbécil nato. Era un hombre excepcionalmente inteligente y estudioso que no carecía
de raíces de imaginación y filosofía, que el darvinismo había matado en él como malas
hierbas. ¿Cómo pudo ser que no viera que no estaba experimentando con hábitos o
características? ¿Cómo se le pasó por alto el hecho evidentísimo de que su experimento
se había hecho durante muchas generaciones en China con los pies de las mujeres, sin
que produjera la menor tendencia por su parte a nacer con pies anormalmente
pequeños? Debía de estar enterado de lo de los pies fuertemente vendados, aunque
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ignorara las mutilacions y el corte de orejas y de rabos que los criadores de perros y de
caballos venían practicando durante muchas generaciones de desdichados animales.
Esa asombrosa ceguera y estupidez, por parte de un hombre que no era ciego ni
estúpido por naturaleza, es una expresiva ilustración de lo que Darwin hizo
inintencionadamente en las mentes de sus discípulos cuando dirigió su atención tan
exclusivamente hacia el principio de que la parte que la Evolución desempeña en la
Evolución por accidente y violencia opera con total indiferencia hacia el padecimiento
y el sentimiento.
Una vital concepción de la Evolución le hubiera enseñado a Weismann que los
problemas biológicos no se resuelven agrediendo a ratones. La forma científica de su
experimento debía haber sido algo como lo siguiente: Primero, debía haberse procurado
una colonia de ratones muy susceptibles a la sugestión hipnótica. Después, debía
haberlos hipnotizado hasta inculcarles la urgente convicción de que el destino del mundo
ratonil dependía de la desaparición de su cola, como algún antiguo y olvidado
experimentador parece que convenció a los gatos de la isla de Man. Habiendo así
conseguido que los ratones desearan con una intensidad de vida-o-muerte perder sus
colas, pronto habría visto unos pocos ratones nacidos con una cola corta o sin cola. Éstos
hubieran sido reconocidos por los demás ratones como seres superiores y hubieran
gozado de privilegios en la distribución de comida y en la selección sexual. Finalmente,
a los ratones con cola los ejecutarían sus compañeros por monstruos, y quedaría
completamente logrado el milagro de los ratones rabones.
La objeción a este experimento no es que parezca demasiado gracioso para que se
lo tome en serio, ni suficientemente cruel para espantar a la plebe, sino simplemente
que es imposible, porque el experimentador humano no puede llegar a la mente del
ratón. Y eso es lo que tienen de malo todas las crasas crueldades de los laboratorios.
Los secuaces de Darwin no pensaron en eso. Su única idea de la investigación consistía
en imitar a la "Naturaleza" perpetrando violentas e insensatas crueldades, y en observar
su efecto con un fatalismo paralizante que les impedía el esfuerzo mas pequeño para
utilizar sus cuchillos y sus ojos, con lo que establecieron la abominable tradición de que
el hombre que titubea en ser tan cruel como la propia Selección Circunstancial es un
traidor a la ciencia. Porque el experimento de Weismann con los ratones era una mera
broma en comparación con las atrocidades cometidas por otros darwinianos en sus
ensayos para demostrar que las mutilaciones no se podían trasmitir. No hay duda de
que los peores de estos experimentos no tenían nada de tales, sino que eran crueldades
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cometidas por hombres crueles a quienes atraía al laboratorio el hecho de que era un
refugio secreto, tolerado por la ley y la superstición pública, para el aficionado a
torturar apasionadamente. Pero no hay razón para sospechar de que Weismann era un
sádico. El cortar la cola a varias generaciones de ratones no es bastante voluptuoso para
tentar a un Nerón científico. No era más que una muestra de lo que produce el ver sólo
con un ojo; y fué Darwin el que le saltó a Weismann el ojo humano y sensato. Darwin
cegó y paralizó también a otros muchos ojos. Desde que proclamó que el creador y
gobernador del universo es la Selección Circunstancial, el mundo científico ha sido la
ciudadela de la estupidez y la crueldad. Por mucho que los hebreos temieran al dios
tribal, ninguno se estremecía al pasar por delante de la pequeña Bethel o de la más
orgullosa catedral que consagra las guerras, como nos estremecemos nosotros ahora al
pasar por delante de un laboratorio fisiológico. Si temíamos al sacerdote y desconfiábamos de él, por lo menos le podíamos impedir la entrada a nuestra casa; pero, ¿qué
podemos hacer con el moderno cirujano darwinista a quien tememos y de quien desconfiamos diez veces más, pero en cuyas manos tenemos que ponernos de cuando en
cuando? La religión la habían envilecido lamentablemente, pero al menos proclamaba
que las relaciones de cada uno de nosotros con nuestros semejantes eran las de un
compañerismo en que todos éramos iguales y miembros uno de otro ante la justicia de
nuestro padre común. El darvinismo proclamó que nuestra verdadera relación es de
competidores y combatientes en una lucha por la mera sobrevivencia, y que todo acto
de compasión o de lealtad al antiguo compañerismo es una vana y pícara tentativa para
amenguar la severidad de la lucha y preservar variedades inferiores frente a los
esfuerzos de la Naturaleza para extirparlas. Hasta en las Sociedades socialistas que
existían únicamente para sustituir a la ley de la competencia con la del compañerismo y
al método de precipitarse violentamente por una pendiente al mar con el de la previsión
y prudencia, me vi yo considerado como un blasfemo y un sentimental ignorante,
porque cuando se predicaba la doctrina neodarwiniana yo no intentaba ocultar mi
desdén intelectual hacia su ciega tosquedad y su superficialidad lógica, ni mi natural
aborrecimiento de lo que tiene de asqueantemente inhumana.
LA
MÁS
GRANDE
DE
LAS
CUALIDADES
ES
EL
AUTODOMINIO
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Como en el darvinismo no hay sitio para la voluntad libre, ni para ninguna clase
de libertad, los neodarwinianos sostienen que lo que se conoce con el nombre de
autodominio no existe. Sin embargo, la única cualidad que la Selección Circunstancial
debe invariable e inevitablemente desarrollar a la larga es el autodominio. Las
cualidades no fiscalizadas se pueden seleccionar para la sobrevivencia y desarrollo
durante ciertos períodos y bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, siendo los glotones
ingobernables quienes más se esfuerzan para conseguir comida y bebida, sus esfuerzos
desarrollarían su fuerza y astucia en un período de gran escasez en que por más que se
esforzaran no conseguirían comer demasiado. Pero un cambio de circunstancias que
implicara una abundante provisión de comida los destruiría. Vemos que eso mismo
ocurre bastante a menudo en el caso del hombre pobre sano y vigoroso que en uno de
los accidentes de nuestro comercio competitivo se hace millonario e inmediatamente
procede a cavar su fosa con sus dientes. Pero el hombre que se domina a sí mismo
sobrevive a todos esos cambios de circunstancias, porque se adapta a ellas y no come,
ni tanto como lo que le cabe ni tan poco como para ir simplemente tirando, sino la
cantidad que le sienta bien. ¿Qué es el autodominio? No es sino un sentido vital muy
desarrollado que domina y regula los meros apetitos. Pasar por alto la existencia misma
de este supremo sentido, no caer en la obvia inferencia de que es la cualidad que
distingue a los más aptos para sobrevivir; en pocas palabras, omitir el más alto título
moral de la Selección Evolutiva: todo esto, que los neodarwinianos hacían en nombre
de la Selección Natural, demostraba la más lamentable falta de dominio de su propio
asunto, la más pobre falta de observación de las fuerzas sobre las que actúa la Selección
Natural.
UNA
MUESTRA
DE
INVECTIVA
LAMARCKO-
SHAWIANA
Los filósofos vitalistas no cometieron errores como ésos. Nietzsche, por ejemplo,
cuando estaba incubando su gran verdad central de la Voluntad de Poder, en vez de
ponerse a cortar colas a los ratones no encontró ninguna dificultad para llegar a la
conclusión de que el objetivo final de esta Voluntad era el poder sobre uno mismo, y que
los que buscan el poder sobre otros y bienes materiales seguían una pista falsa.
Naturalmente, el entontecimiento se fué agudizando a medida que iban muriendo
los primeros darwinianos. El prestigio de estos exploradores, que para construir dis41
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ponían de la precedente cultura evolutiva y en realidad no eran más darwinianos, en el
sentido moderno, que el propio Darwin, dejó de deslumbrarnos cuando murieron Huxley,
Tyndall, Spencer y Darwin y no nos quedaron más que personas de menor cuantía que
aquéllos, que empezaron en Darwin y no tomaron nada más. En consecuencia, veo que
en el año 1906 me dejé llevar por mi temperamento para lanzar invectivas a los neodarwinianos en los siguientes términos:
"Realmente no quiero insultar, pero cuando pienso en estos pobres lerdos que se
asen precariamente al ángulo de la evolución que hasta un escarabajo puede comprender,
con su cortejo de Torquemadas de tres al cuarto que chapalean en las infamias del
laboratorio del vivisector y nos ofrecen solemnemente, como descubrimientos que hacen
época, sus demostraciones de que los perros se debilitan y mueren si no se les da de
comer, que el dolor intenso hace sudar a los ratones y que si a un perro se le amputa una
pata el perro de tres patas tiene un hijo de cuatro, me pregunto qué es lo que ha hechízado a hombres inteligentes y humanos para dejarse impresionar por esta pandilla de
necios, granujas, impostores, falsarios, mentirosos, y, aún peor, tontos conscientemente
crédulos, Sería mil veces mejor que volvieran Moisés y Supergeon (un famoso
predicador de entonces). Al fin y al cabo, a Moisés no se le puede entender sin
imaginación ni a Spurgeon sin metafísica; pero sin imaginación, metafísica, poesía,
conciencia o decencia se puede ser un perfecto neodarwiniano. Porque la Selección
Natural carece de significación moral: trata de la parte de la evolución que carece de
propósito y de inteligencia y a la que mejor se le podría llamar selección accidental, y,
aún mejor, Selección No Natural, pues nada hay menos natural que un accidente. Si se
pudiera demostrar que todo el universo es producto de una selección así, sólo los tontos y
los granujas podrían soportar la vida."
LOS HUMANITARIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL
Pero los humanitarios se pusieron al principio tan contentos como el que más. Estaban
perplejos ante el Problema del Mal y la Crueldad de la Naturaleza. Eran shelleyanos, pero no
ateos. Quienes creían en Dios se encontraban en gran desventaja con los ateos, No podían
negar la existencia de hechos naturales tan crueles, que atribuírselos a la voluntad de Dios es
hacer de Dios un demonio. A toda persona que pensara un poco se le hacía imposible creer en
Dios sin creer también en el Diablo. El Diablo pintado, con sus cuernos, su cola barbada y su
morada de azufre ardiente, era un fantasmón increíble, pero el mal que se le atribuía era real;
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y los ateos argüían que o el autor del mal, si existe, tenía fuerza bastante para triunfar de
Dios, o Dios es responsable moralmente de todo lo que le permite al Diablo hacer. Ninguna
de estas conclusiones nos libraba del horror de atribuir la crueldad de la naturaleza a la
actuación de una mala voluntad, ni la conciliaba con nuestros impulsos hacia la justicia, la
caridad y una vida superior.
La Selección Circunstancial ofreció una completa liberación, es decir, un método
mediante el que, teniendo los horrores todo el aspecto de ser elaboradamente planeados
por un arbitrista inteligente, no son sino accidentes que carecen totalmente de significado
moral. Supongamos que un observador ve desde una estrella un espantoso accidente de
dos trenes que, llenos de viajeros, chocan a toda velocidad, ¿Cómo podría suponer que una
catástrofe producida por unas maquinarias tan complicadas, tan ingeniosamente
preparadas, tan hábilmente dirigidas y con un espíritu tan vigilante, había sido inintencionada? ¿No llegaría a la conclusión de que los señaleros eran unos diablos?
Pues bien, la Selección Circunstancial es en gran parte una teoría de choques, esto
es, una teoría de la inocencia de muchas cosas al parecer diabólicamente ideadas. De esta
manera les trajo Darwin a los humanitarios un gran alivio, así como un conocimiento más
amplio de los hechos, Destruyó, para ellos, la omnipotencia de Dios,
pero también disculpó a Dios de la horrible acusación de que era cruel.
Reconozcamos que el consuelo fue superficial, y que una reflexión más honda
mostraría que peor que todas las diabólicas deidades es un ciego, sordo, mudo,
desalmado e insensato cúmulo de fuerzas que golpean como golpea un árbol cuando
lo derriba el viento, o como hiere un rayo al propio árbol. Esto no se les ocurrió por el
momento a los humanitarios: la gente no reflexiona mucho en el primer transporte de
alegría por haber escapado de una situación intolerablemente opresiva. Como el
peregrino de Bunyan, no podían ver el portón de mimbre, ni el Cenagal del
Abatimiento, ni el castillo del Gigante Desesperación; pero vieron al fin del sendero la
luz brillante y se dirigieron alegremente hacia ella como Evolucionistas.
Y tenían razón, porque el problema del mal se somete fácilmente a la Evolución
Creadora. Si el poder impulsante detrás de la Evolución no es impotente sino en el
sentido de que no parece haber límite a lo que puede lograr en último extremo, y si
entretanto debe luchar con la materia y las circunstancias por el método de tanteo y
error, el mundo debe de estar lleno de experimentos fracasados. Cristo puede
encontrarse con un tigre, o un Gran Sacerdote mano a mano con un Gobernador romano, y ser los menos aptos para sobrevivir en esas circunstancias. Mozart puede ser
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un hombre genial que prevalece sobre emperadores y arzobispos, y tener unos
pulmones que sucumben frente a una deletérea cualidad de un aire viciado, Si nuestras
calamidades son accidentes o errores de quienes su autor se arrepiente sinceramente,
no hay ninguna malicia en la Crueldad de la Naturaleza ni un Problema del Mal en el
sentido en que se entendía en tiempo de la reina Victoria. A la teología de las mujeres
que nos dijeron que se hicieron ateas cuando miraron a las cunas de sus hijos y los
vieron estrangulados por la mano de Dios, le ha sucedido la teología de Blanco
Posnet, con su: "Me figuro que f ué al principio cuando Hizo el crup. No se Le ocurrió
entonces nada mejor; pero cuando se le estropeó en Sus manos, nos hizo a ti y a mí
para que lucháramos en Su nombre contra el crup."
CÓMO
UN
TOQUE
DE
DARWINISMO
ESTABLECE
EL
PARENTESCO DE TODAS LAS COSAS
Otro interés humanitario en el darvinismo era que Darwin popularizó la Evolución
en general, además de aportar su propia contribución. Ahora bien, el concepto general de
la Evolución proporciona al humanitario una base científica porque establece la igualdad
fundamental de todos los seres vivos, Hace que el matar un animal sea un crimen,
exactamente en el mismo sentido que hace que el matar a un hombre sea un crimen. Es
necesario a veces matar hombres, como es siempre necesario matar a los tigres; pero la
Evolución ha borrado la antigua distinción teórica entre esos dos actos. Cuando yo era
niño y me dijeron que nuestro perro y nuestro loro, con quienes yo estaba en las
relaciones más íntimas, no eran seres como yo sino seres brutos, mientras yo era
racional, no sólo no lo creí, sino que consciente e intelectualmente me formé la opinión
de que la distinción era falsa; tanto que más tarde, cuando me revelaron por primera vez
las opiniones de Darwin, dije inmediatamente que todo aquello lo había averiguado por
mí mismo antes de cumplir diez años; y estoy muy lejos de tener la seguridad de que mi
arrogancia juvenil no estaba justificada, pues lo único que se necesita para hacer que la
Evolución sea no sólo una teoría concebible, sino también inspiradora, es este sentido del
parentesco de todas las formas de la vida. San Antonio estaba maduro para la teoría de la
Evolución cuando predicó a los peces, y San Francisco cuando llamó hermanitos a los
pájaros. Nuestra vanidad y nuestro concepto snob de que la Divinidad, como la realeza
terrenal, es una suprema distinción de clase en vez de ser la roca sobre que se asiente la
Igualdad, nos han llevado a insistir en que Dios nos ha ofrecido unas condiciones
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especiales al ponernos aparte y por encima del resto de sus criaturas. La Evolución nos
quitó esa vanidad, y aunque ahora matemos una pulga sin el menor remordimiento, al
menos sabemos que hemos matado a una prima nuestra. Indudablemente, la pulga se
lleva una horrorosa sorpresa cuando el ser a quien una todopoderosa Pulga Celestial creó
para que sirva de alimento a las pulgas destruye a la saltarina señora de la creación con
su cortante y enorme uña del dedo pulgar; pero ninguna pulga será tan necia como para
predicar que el Hombre, al matar pulgas, aplica un método de Selección Natural que
acabará por producir una pulga tan veloz que no habrá hombre capaz de atraparla, y con
una constitución tan vigorosa que el polvo matainsectos no le hará más efecto que la
estricnina a un elefante.
POR QUÉ DARWIN CONTENTÓ A LOS SOCIALISTAS
No fueron los humanitarios los únicos, entre los agitadores, en acoger bien a
Darwin. Darwin tuvo la suerte de complacer a todo el que quería ventilar algunas opiniones. Los militaristas fueron tan entusiastas como los humanitarios, los socialistas y
los capitalistas. A los socialistas los animaba especialmente la insistencia de Darwin en
la influencia del ambiente, Quizá el baluarte moral más firme del capitalismo sea la
creencia en la eficacia del sentido individual de lo justo, Robert Owen hizo
desesperados esfuerzos para convencer a los ingleses de que sus masas de criminales,
borrachos, ignorantes y estúpidos eran víctimas de las circunstancias; de que si
estableciéramos su nuevo mundo moral veríamos que las masas nacidas en una
colectividad ilustrada y moral serían también ilustradas y morales. La respuesta natural
a esto se encuentra en la Vida de Goethe, por Lewes. Lewes se burló de la idea de que
al carácter lo gobiernan las circunstancias, La semejanza de las circunstancias difícilmente se puede llevar a un nivel más desoladamente muerto que en el caso de los
individuos que nacen en casas de campo inglesas y luego los mandan primero a Eton o
Harrow y después a Oxford o Cambridge para que les formen la mente y los hábitos. Si
algo pudiera destruir la individualidad, sería eso. Sin embargo, de una educación como
ésa salen individuos tan distintos como Pitt y Fox, Lord Russell y Lord Curzon,
Winston Churchill y Lord Robert Cecil. Si la jirafa puede desarrollar su cuello a fuerza
de intentarlo, un hombre puede desarrollar su carácter de la misma manera. La vieja
frase de que "querer es poder" condensa en un proverbio la teoría lamarckiana de la
adaptación funcional. Esto les pareció a los espíritus fuertes alentadoramente moral, y
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tranquilizadoramente piadoso a los espíritus débiles. Entonces la réplica más eficaz a
un socialista era decirle que se reformara a sí mismo antes de pretender reformar la
sociedad, Al rico le era muy agradable pensar que su superioridad la debía a su propio
carácter, La revolución industrial había hecho monstruosamente ricos a numerosos
codiciosos sin ningún talento. Nada podía ser para ellos más humillante y amenazador
que la opinión de que la lluvia de oro que les había entrado en sus bolsillos era tan
meramente accidental, en nuestro sistema industrial, como la lluvia de agua que caía
sobre sus paraguas, Nada, tampoco, más halagador y fortificante que la suposición de
que eran ricos porque eran virtuosos.
El darwinismo barrió ese concepto individual de lo justo, e hizo más que justificar
a Robert Owen: descubrió que el ambiente ejerce en un organismo una influencia más
patente que la que decía Owen, Esa influencia implica que los haraposos callejeros son
producto de tugurios y no del pecado original; que las prostitutas son producto de
salarios de hambre y no de la concupiscencia femenina. Volcó también la autoridad de la
ciencia sobre el socialista que dijo que quien quiera reformarse a sí mismo debe empezar
por reformar la sociedad. Sugirió que para que haya ciudadanos sanos y ricos se necesitan ciudades sanas y ricas, y que éstas no pueden existir sino en países sanos y ricos,
Así se podía llegar a la conclusión de que el tipo de persona indiferente al bienestar de
sus vecinos mientras su propio apetito quede satisfecho es un tipo desastroso, y que el
tipo de persona que se preocupa hondamente de su ambiente es el único posible para una
colectividad permanentemente próspera, Mostró que los sorprendentes cambios que
Robert Owen produjo en niños que trabajaban en fábricas, cambios que ahora no nos
parecen demasiado generosos, no era nada en comparación con los cambios -no sólo de
hábitos sino de especies, no sólo de especies sino de órdenes- concebibles por la
actuación del ambiente sobre los individuos sin carácter y sin que intelectualmente se
den cuenta de que ocurren. No es de extrañar que los socialistas recibieran a Darwin con
los brazos abiertos.
DARWIN Y KARL MARX
Además, los socialistas tenían su propio profeta evolutivo, que desacreditó a
Manchester como Darwin desacreditó al Paraíso Terrenal. Karl Marx había proclamado
en 1848, en su Manifiesto Comunista (que ahora goza de autoridad evangélica en
Rusia), que la civilización es un organismo que evoluciona irresistiblemente bajo la
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selección circunstancial. En 1867 publicó el primer tomo de Das Kapital. La rebelión
contra la idolatría antropomórfica, que fué, como hemos visto, el secreto del éxito de
Darwin, fu¿ acompañada de una rebelión contra la respetabilidad convencional que
cubría no sólo el bandidaje y piratería de los barones feudales, sino también la
hipocresía, lo inhumano, el snobismo y la codicia de la burguesía, corrompida hasta el
tuétano por identificar diabólicamente el éxito en la vida con las grandes ganancias. En el
momento en que Marx mostró que la relación de la burguesía con la sociedad era crasamente inmoral y desastrosa y que la encalada pared de las pecheras almidonadas
ocultaba y defendía la más infame de las tiranías y el más vil de los latrocinios, se
convirtió en un profeta inspirado para todas las almas generosas a quienes les llegó el
libro. Marx dijo y demostró lo que esas almas querían que demostrara, y después no
estaban dispuestas a oír nada contra él, Ahora bien, Marx no era infalible: sus principios
económicos, medio tomados de otros, medio hechos en casa por un amateur literario, no
eran, si se seguían, ni siquiera favorables al socialismo. Su teoría de la civilización la
había promulgado ya Buckle en su Historia de la Civilización, libro que para sus
lectores fu¿ tan trascendental como Das Kapital. En el primer tomo de Das Kapital,
que se leyó mucho, no se hablaba de socialismo; sus referencias a los obreros y a los
capitalistas mostraban que Marx no había respirado jamás el aire industrial, y que su
argumentación la había extraído de publicaciones oficiales en el Museo Británico.
Comparado con Darwin, no parecía tener facultades de observador: en Das Kapital no
había ni un solo hecho que no hubiera sacado de algún libro, ni un argumento no iniciado
por otro en algún folleto. Eso no tenía ninguna importancia, pues Darwin expuso a la
burguesía y acabó con su prestigio moral. Bastaba con eso para que por el momento,
como Darwin, tuviera a la Voluntad Mundial agarrada de una oreja. Marx tenía, además,
lo que Darwin no tenía: un implacable y fino don literario judío, con una terrible fuerza
de odio, invectiva, ironía y todas las amargas cualidades engendradas por la opresión que
un sistema social incompatible con él sometió a un joven genial y un tanto mimado
(Marx era el hijo mimado de una familia de buena posición) y después por el exilio y la
pobreza. Así, Marx y Darwin derribaron juntos dos ídolos estrechamente relacionados y
se convirtieron en profetas de dos nuevos credos.
POR
QUÉ
DARWIN
GUSTó
TAMBIÉN
A
LOS
APROVECHADORES
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Pero, ¿cómo, si eso era así, consiguió Darwin triunfar también entre los
capitalistas? No es fácil contentar a dos mundos cuando uno de ellos predica la guerra de
clases y el otro la practica vigorosamente, La explicación es que el darwinismo estaba
tan estrechamente ligado con el capitalismo, que Marx lo consideró más como un producto económico que como una teoría biológica, Darwin tomó su principal postulado -la
presión de la población sobre los medios de subsistencia disponibles -del tratado de
Malthus sobre la Población, como tomó del geólogo Lyell, quien deshizo el cálculo
bíblico que el arzobispo Ussher hizo de la edad de la tierra, diciendo que contaba 4004
años anteriores a Cristo más los años posteriores, el otro postulado de que para que
aquella presión sea efectiva se necesita un tiempo prácticamente ilimitado. Los tratados
de los economistas ricardianos sobre la Ley de la Renta Decreciente, que no era más que
la versión que la escuela manchesteriana dió de la jirafa y los árboles, fueron atacados
violentamente cuando Darwin era un hombre joven. En realidad, el descubrimiento de
los fisiócratas franceses en el siglo XVIII sobre el efecto económico de la Selección
Comercial en los suelos y los sitios, y el de Malthus acerca de la competencia por la
subsistencia -que se atribuía a la presión de la población sobre los medios disponibleshabía llevado ya la ciencia política al irrespirable ambiente de fatalismo que es la plaga
característica de Darwin. Mucho antes de que Darwin publicara ni una línea, los
economistas ricardo-malthusianos predicaban la doctrina fatalista del Fondo de Salarios
y aseguraban a los obreros que el sindicalismo es un vano desafío a las inexorables leyes
de la economía política, como los neodarwinianos nos aseguraron poco después que la
legislación contra el alcoholismo era un vano desafío a la Selección Natural y que la
verdadera manera de combatir el alcoholismo consiste en dejar que la ginebra barata
inunde el país y que sobrevivan los más aptos. El cobdenismo no consiste, al fin y al
cabo, sino en encomendar el comercio a la Selección Circunstancial.
Sería difícil exagerar la importancia que una vasta propaganda política y clerical
del ambiente moral del darwinismo tuvo para su preparación. Nunca en la historia, que
yo sepa, se había intentado persuadir a la especie humana tan resueltamente, con tantos
subsidios, con tal organización política, de que todo el progreso, toda la prosperidad,
toda la salvación, individual y social, dependen de una incontenida lucha por comida y
dinero, de la supresión y eliminación de los débiles por los fuertes, del Librecambio, de
la Libertad de Contratar y Competir, de la Libertad Natural, del Laisser-faire: en suma,
de "hundir impunemente al prójimo" declarando que son "contrarias a las leyes
económicas" toda intromisión de un gobierno guía, toda organización excepto la policial
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para proteger el fraude legalizado si la gente empieza a pegar puñetazos, todo intento de
introducir en el torbellino industrial un designio, una previsión y un propósito humanos,
Hasta los proletarios simpatizaban con eso, aunque para ellos la libertad capitalista sólo
significaba la esclavitud del salario sin las salvaguardias legales de que gozaban los
siervos. La gente estaba cansada de gobiernos, reyes, sacerdotes y providencias y quería
ver cómo arreglaría la Naturaleza las cosas si se le dejara sola, Y lo vieron, a su propia
costa, cuando Lancashire consumió nueve generaciones de esclavos asalariados en una
generación de amos, Pero sus amos, que cada día eran más ricos, estaban muy contentos;
y Bastiat demostró convincentemente que la Naturaleza había establecido Armonías
Económicas que resolverían los problemas sociales mucho mejor que las teocracias, las
aristocracias y las plebecracias, pues el verdadero deus ex machina era la plutocracia sin
frenos.
LA POESIA Y LA PUREZA DEL MATERIALISMO
Así lucharon las estrellas, en su curso, a favor de Darwin. Toda facción extrajo
de él una moral: todo católico, que odiaba las facciones, basó en él una esperanza; todo
canalla se sintió justificado por él; todo santo se sintió estimulado por él. La idea de que
una doctrina tan espléndidamente luminosa pudiera producir algún daño parecía tan
tonta como la de que los ateos nos iban a robar las cucharas. Los físicos fueron más allá
que los darwinianos. Tyndall dijo que veía en la Materia la promesa y potencia de todas
las formas de vida, y con su gráfica lucidez irlandesa pintó un cuadro de un mundo de
átomos magnéticos, cada uno con un polo positivo y otro negativo, que se organizaba a
sí mismo, mediante la atracción y la repulsión, en una ordenada y cristalina estructura.
Un cuadro así es peligrosamente fascinador para los pensadores oprimidos por los
sangrientos desórdenes del mundo que conocemos. Ansiosos de temas de meditación
más puros, encuentran en la contemplación de cristales y magnetismos una felicidad
más dramática y menos infantil que la que encuentran los matemáticos en los números
abstractos, porque ven en los cristales belleza y movimiento sin los corruptores apetitos
de la vitalidad carnal. En un materialismo como el de Lucrecio y de Tyndall hay una
nobleza que produce poesía: John Davidson encontró en él su más alta inspiración. Ni
el pesimismo que contempla el enfriamiento del sol y el retorno de los hielos degrada al
pesimista; por ejemplo, los Quincy Adams, con su insistencia en que la moderna
degradación democrática es un inevitable resultado del achicamiento del sol, no son tan
inhumanos como los viviseccionistas. Quizá nadie sea en el fondo tan bobo como para
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creer que la vida está a merced de la temperatura: a Dante le tuvo sin cuidado la
objeción de que ni Brunetto pudo haber vivido en el fuego ni Ugolino en el hielo.
Pero los físicos se encontraron con que su visión intelectual del mundo era
incomunicable a quienes no hubieran nacido teniéndola. Al público le llegó simplemente
como Materialismo, y el materialismo perdió su peculiar pureza y dignidad cuando entró
en la reacción darwiniana contra el fetichismo de la Biblia. Entre los dos hicieron cisco
la religión; y donde había habido un dios, una causa, una f e en que el universo era un
universo ordenado, por inexplicable que su orden nos pudiera parecer, quedó un vacío
total. El caos volvió otra vez. Su primer efecto fue embriagador: nosotros sentimos la
impresión de la libertad que siente el niño que se escapa de casa, antes de que empiece a
sentir hambre, soledad y miedo. En esta fase no queríamos que volviera nuestro Dios.
Imprimimos los versos en que William Blake, el más religioso de nuestros grandes
poetas, llamó Viejo Papádenadie al ídolo antropomórfico y lo escarneció en términos que
el impresor tuvo que dejarnos adivinar en espacios en blanco. Oíamos al sacerdote que
tronaba diciendo que no hay que burlarse de Dios, y nos divertimos mucho riéndonos de
Él a gusto sin que nos ocurriera nada malo, Pero no se nos ocurría que, en vez de ser una
ficción ridícula, el Viejo Papádenadie podía ser sólo un impostor, y que el poner de
manifiesto a este Capitán Koespenick de los cielos, lejos de demostrar que no existía un
verdadero capitán, más bien demostraba lo contrario; y que, para resumir, Papádenadie
no habría podido personificar a nadie si no hubiera habido un Papádealguien a quien
personificar. No veíamos el significado del hecho de que en la última ocasión en que a
Dios se le "expulsó con un bieldo", hombres tan distintos como Voltaire y Robespierre
dijeran: uno, que si Dios no existe habría que inventarlo, y el otro, que después de
intentar sinceramente prescindir de un Ser Supremo en la política práctica, la hipótesis de
su existencia era completamente indispensable y no se le podía reemplazar con la simple
Diosa Razón. Si se citaban estas dos opiniones, se citaban como bromas a costa de
Papádenadie. Por el momento estábamos seguros de que cualquiera que fuese el resto de
superstición que obsesionara a aquellos hombres del siglo XVIII, nosotros, los
darwinianos, podíamos vivir sin Dios y nos habíamos desembarazado de él para siempre.
LOS VIRREYES DEL REY DE REYES
Ahora bien, en política es mucho más fácil prescindir de Dios que prescindir de
sus virreyes, vicarios y lugartenientes; y mucho antes de que empezáramos a echar de
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menos a su principal empezamos a echar de menos a sus lugartenientes. Los católicos
hacen lo que les dicen sus confesores, sin molestar a Dios; y los monárquicos se
contentan con adorar al rey y llamar al agente de policía. Pero a los más fieles
lugartenientes de Dios les faltan a veces credenciales, Pueden ser unos ateos declarados,
que son también hombres honrados y dotados de un alto espíritu público. La vieja
creencia de que a Dios le importa mucho que un hombre se crea ateo o no, y que la
importancia que a eso da se puede expresar con exactitud con una sola maldición, era un
error; porque la divinidad está en la honra y en el espíritu público, no en un credo o non
credo de labios afuera. Las consecuencias de este error fueron graves cuando la aptitud
de un hombre para un cargo público se probaba, no con su honradez y espíritu público,
sino preguntándole si creía en Papádenadie o no. Si decía que sí, se le consideraba apto
para el cargo de Primer Ministro, aunque, como dijo nuestro sacerdote más competente,
lo que aquella afirmación implicaba era que quien la profería era un lerdo, un fanático o
un mentiroso. Darwin destruyó esa prueba de aptitud, pero cuando impensadamente se
prescindió de ella no quedó ninguna otra; y la puerta de acceso a la confianza pública
quedó abierta para el hombre que no tenía sentido de Dios porque no tenía sentido de
nada que no fueran sus propios intereses, apetitos personales y ambiciones. El resultado
fu¿ que la gente que no veía ningún inconveniente en no ser gobernada más por Papádenadie, se encontró de pronto ante la seria inconveniencia de que le gobernaran
tontos y aventureros comerciales. Se habían olvidado no sólo de Dios, sino también de
Goldsmith que les advirtió de que "allí donde el comercio prevalece mucho tiempo se
hunde la decencia".
Los lugartenientes de Dios no siempre son personas: algunos de ellos son
ficciones legales y parlamentarias. Uno de ellos es la Opinión Pública. A los estadistas y
publicistas predarwinianos no los frenaba directamente Dios; se frenaban a sí mismos
levantando una imagen de una Opinión Pública que no toleraría ninguna tentativa de
intromisión en las libertades inglesas. Su manera favorita de decirlo era que un gobierno
que se propusiera infringir tal o cual libertad inglesa no duraría ni una semana, Esto no
era cierto; no había tal opinión pública, ni límite alguno a lo que el pueblo inglés aguantaría en abstracto; ni privaciones, dentro de no empezar inmediatamente a pasar hambre,
que no aguantaría en concreto. Pero este mismo desvalimiento del pueblo había obligado
a sus gobernantes a fingir que el pueblo no era impotente y que la certidumbre de la
resistencia popular impedía que se jugara con la Carta Magna o los derechos individuales
o la autoridad del Parlamento. Ahora bien, la realidad detrás de esta ficción era que la
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libertad es una necesidad vital para el progreso humano. En consecuencia, aunque era un
tanto difícil efectuar una reforma política, a su adversario más exaltado no le quedaba,
después de aprobada por el Parlamento, ninguna esperanza en que el gobierno la
abrogaría o la archivaría, o de que se le pudiera sobornar para que dejara de aplicarla.
Desde Walpole hasta Campbell Bannerman, no hubo ningún Primer Ministro a quien se
le hubiera podido ocurrir que se podía renegar de una política o recurrir al soborno,
aunque fueron muchos los que recurrieron a corromper, sin pararse en barras, para conseguir los votos de miembros del Parlamento para su política.
OPORTUNISMO POLITICO IN EXCELSIS
En el momento en que Papádenadie murió asesinado por Darwin, la Opinión
Pública, como delegada de la divinidad, perdió su santidad. Los políticos dejaron de
decirse que el público inglés no toleraría esto o aquello; y se permitieron saber que para
sus propios fines personales, que se limitan a permanecer diez o veinte años en las
primeras bancas del Parlamento, al público inglés se le puede llevar con supercherías a
creer y aguantar todo lo que a los políticos les resulta lucrativo imponerles, y que
cualquier falsa disculpa puede servir para un paso impopular si no se da el brazo a torcer
durante una quincena, es decir, hasta que se olviden los términos de la disculpa. El pueblo,
al que no se le ha enseñado o se le ha enseñado mal, es políticamente tan ignorante e
incapaz que esto no importaría mucho en sí; porque a un político que les dijera la verdad
no lo entenderían, y de hecho los desorientaría más que si hablara teniendo en cuenta su
ceguera en vez de su propia sabiduría. Pero aunque en este respecto no hay ninguna
diferencia entre el mejor demagogo y el peor, puesto que los dos tienen que exponer su
caso en iguales términos melodramáticos, hay una enorme diferencia entre el estadista que
con supercherías induce al pueblo a que le dejen hacer la voluntad de Dios, sea cualquiera
el disfraz con que se le pueda presentar, y el que con supercherías no persigue sino su
ambición personal y los intereses comerciales de los plutócratas dueños de los diarios y
que lo apoyan en términos de reciprocidad. Y hay casi una diferencia tan grande entre el
estadista que hace eso ingenua y automáticamente, o que hasta lo hace diciéndose a sí
mismo que es ambicioso, egoísta e inescrupuloso, y el que lo hace por principios,
creyendo que si todos siguen la línea de menor resistencia el resultado será la sobrevivencia de los más aptos en un universo perfectamente armonioso. En cuanto se produce un
ambiente de fatalismo por principio, poco importa cuáles puedan ser las opiniones o
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supersticiones de los estadistas individuales en cuestión. Los ejecutantes de la política
pueden ser un Kaiser lector devoto de sermones, un Primer Ministro que canta himnos
emocionado, o un general católico fanático; pero la política será de un oportunismo
carente de principios; y todos los gobiernos serán como el vagabundo que siempre camina
a favor del viento y acaba en la miseria, o como la piedra que rueda por una montaña y
acaba siendo un alud: su camino es el camino a la destrucción.
LA TRAICIÓN DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL
Antes de que pasaran sesenta años desde la publicación de El origen de las
especies, de Darwin, el oportunismo político había llevado al descrédito a los Parlamentos; había creado una demanda popular de acción directa por los obreros organizados
("Sindicalismo"); y había destruído el centro de Europa en un paroxismo de terror
crónico mutuo, de la cobardía de los irreligiosos, que, tras la máscara de bravura del
patriotismo militar, había dominado a las potencias como una pesadilla desde la guerra
franco-prusiana de 1870-71. El antiguo y recio liberalismo cosmopolita desapareció casi
inadvertidamente. En el momento actual todas las ordenanzas para el gobierno de
nuestras colonias de la Corona contienen, como la cosa más natural, prohibiciones de
toda crítica, hablada o escrita, de sus funcionarios gobernantes, prohibiciones que
hubieran escandalizado a Jorge III y provocado folletos liberales de Catalina II. Los
estadistas temen a los suburbios, a los diarios, a los especuladores, a los diplomáticos, a
los militaristas, a las casas de campo, a los sindicatos obreros, a todo lo efímero del
mundo, salvo a las revoluciones que provocan; y temerían a éstas si no ignoraran
demasiado la sociedad y la historia para apreciar el riesgo y saber que una revolución
siempre parece sin esperanzas e imposible el día antes de que estalle y en realidad no
estalla hasta que parezca imposible y sin esperanzas; porque los gobernantes a quienes
les parece posible se aseguran contra el riesgo gobernando razonablemente. Esto trae una
situación fatal para la estabilidad política: la de que no se sabe dónde poner a los
políticos, Si sintieran temor de Dios, tal vez sería posible llegar a un acuerdo general
acerca de lo que Dios desaprueba; y Europa podría organizarse sobre esa base. Pero el
pánico actual, en que los Primeros Ministros van a la deriva de elecciones en elecciones,
sea luchando, sea escapándose de todo el que les muestra el puño, hace que una
civilización europea sea imposible. La paz y prosperidad de que gozamos antes de la
guerra dependía de la lealtad de los Estados occidentales a su propia civilización.
Aquella lealtad no podía encontrar expresión práctica sino en una alianza de las
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Potencias occidentales altamente civilizadas contra las primitivas tiranías del Este.
Inglaterra, Alemania, Francia y los Estados Unidos hubieran podido imponer la paz en el
mundo y fomentar la civilización moderna en Rusia, Turquía y los Balcanes. Toda
mezquina consideración debía haber dejado paso a esta necesidad de solidaridad de la
civilización más alta. Lo que ocurrió de hecho fué que Francia e Inglaterra, a través de
sus empleados los diplomáticos, hicieron una alianza con Rusia para defenderse contra
Alemania; Alemania se alió con Turquía para defenderse contra los tres; y esas dos
combinaciones suicidas y nada naturales chocaron en una guerra que se acercó más a ser
la guerra de exterminio que ninguna otra desde los tiempos de Timur el Tártaro; mientras
que los Estados Unidos se mantuvieron apartados todo el tiempo que pudieron y los
demás Estados hicieron lo mismo o se unieron a la refriega llevados por la coacción, el
soborno o su propio juicio acerca de cuál era el sol que más iba a calentar, Y en el
momento actual, aunque la lucha principal ha cesado después de la rendición de
Alemania en condiciones que los victoriosos nunca han soñado en cumplir, subsiste la
exterminación por el bloqueo y el hambre, que fué lo que obligó a Alemania a rendirse,
aunque se puede tener la seguridad de que si los vencidos se mueren de hambre también
se van a morir de hambre los victoriosos y Europa liquidará sus asuntos, no declarándose
en quiebra, sino en el caos.
Se observará que, fundamentalmente, todo esto no era sino una idiota tentativa por
parte de cada país beligerante para asegurarse para sí la ventaja de la supervivencia de los
más aptos a través de la Selección Circunstancial. Si las Potencias occidentales hubieran
seleccionado a sus aliados inteligentemente, vitalmente, con un fin, ad majorem Dei
gloriam, como buenos europeos, como decía Nietzsche, hubiera habido una Sociedad de
Naciones y no hubiera habido una guerra. Pero como la selección que se buscó fué una
selección oportunista puramente circunstancial, por lo que las alianzas fueron simplemente
matrimonios de conveniencia, han resultado, no sólo tan malas como se podía esperar, sino
mucho peores de lo que el pesimismo más sombrío hubiera podido imaginar.
LA SELECCIÓN CIRCUNSTANCIAL EN LAS FINANZAS
No sabemos todavía cómo terminará todo eso. Cuando los lobos se conciertan para
matar un caballo, la muerte del caballo no hace sino ponerlos a luchar uno con otro por
los pedazos más sabrosos. Los hombres no son mejores que los lobos cuando no tienen
mejores principios, por lo que vemos que el armisticio y el Tratado no nos
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han sacado de la guerra. Un puñado de asesinos serbios nos la echó encima, como un
hombre tosco que quiere divertirse echa un perro de presa a un gato; pero el Consejo
Supremo, con todas sus victoriosas legiones y su prestigio no sabe sacarnos del atolladero,
aunque estamos hartos y cansados de todo ello y ahora sabemos muy bien que no se debió
haber permitido que estallara la guerra. Pero ante un pizarrón lleno de cifras de las Deudas
Nacionales nos encontramos impotentes. Como no hay dinero para pagarlas, porque todo
se gastó en la guerra (las guerras se pagan al contado), lo sensato sería pasar el trapo por el
pizarrón y dejar que los Estados forcejeantes distribuyan lo que puedan, partiendo del sano
principio comunista de "de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus
necesidades". Pero, no: no nos quedan principios, ni siquiera comerciales, pues ¿qué
comercialista cuerdo decretaría que Francia no debe pagar por no haber sabido defender su
territorio; que Alemania debe pagar por haber conseguido llevar la guerra a territorio
enemigo; y que como Alemania no tiene dinero para pagar y bajo nuestro sistema
comercial no puede hacerlo sino convirtiéndose de nuevo en el competidor comercial de
Inglaterra y Francia, cosa que ninguno de estos dos países permitirá, tiene que pedir
prestado el dinero a Inglaterra, o a Estados Unidos, o hasta a Francia: arreglo mediante el
cual los victoriosos acreedores se pagarán uno a otro y esperarán, a que les devuelvan su
dinero, hasta que Alemania sea bastante fuerte para negarse a pagar o arruinada hasta el
punto de que le sea imposible pagar? Entretanto, Rusia, reducida a un pedacito de pescado
y a un poco de sopa de repollo al día, ha caído en manos de gobernantes que ven que el
Comunismo Materialista es en todo caso más eficaz que el Nihilismo Materialista, y están
intentando avanzar de una manera inteligente y ordenada, poniendo en práctica una
enérgica Selección Intencionada de obreros como más aptos para sobrevivir que los
ociosos; entretanto las Potencias occidentales van a la deriva entre choques y naufragios
contra rocas, en la esperanza de que, si siguen haciendo lo peor que puedan, conseguirán
que sobrevivan los Seleccionados. Naturalmente sin tomarse la molestia de pensar en ello.
LA HOMEOPÁTICA REACCIÓN CONTRA EL DARWNISMO
Cuando la fuerza bruta de una subida de salarios que no alcanza a la subida de
precios les haga ver a nuestros nihilistas, como les hizo ver a los rusos, que se están
seleccionando naturalmente para la destrucción, tal vez recuerden aquello de "el
despreocuparse llevó a un triste final", y empiecen a buscar una religión. El único propósito de este libro es indicarles dónde la pueden encontrar. Porque, a través del chapaleo
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sin dios del infiel del siglo XIX, el darwinismo ha venido actuando no sólo directamente,
sino homeopáticamente, y su veneno ha congregado nuestras fuerzas vitales no sólo para
resistirlo y expulsarlo, sino para llegar a una nueva Reforma y poner en su lugar una
religión creíble y sana. Samuel Butler fué el primero en reaccionar contra el desprenderse
de creencias, pero la cuestión la complicaron los fisiólogos, que en este asunto se
dividieron en Mecanicistas y Vitalistas. Los mecanicistas dijeron que la vida no es sino
acción física y química; que eso lo han demostrado en muchos casos de fenómenos
llamados vitales; y que no hay razón para dudar de que, mejorando los métodos, pronto
podrán demostrarlo en todos los casos. Los vitalistas dijeron que un cuerpo muerto y un
cuerpo vivo son idénticos física y químicamente, ya que la diferencia no se puede explicar
más que con la existencia de una Fuerza Vital. Esto parece simple, pero los
antimecanicistas se opusieron a que les llamaran vitalistas (evidentemente el nombre más
adecuado para ellos) Por dos razones contradictorias. Primero, porque la vitalidad es
inadmisible científicamente, pues no se puede aislarla ni experimentar con ella en el
laboratorio. Segundo, porque la fuerza, que por definición es todo lo que puede alterar la
velocidad o dirección de la materia en movimiento (en pocas palabras, que puede vencer a
la inercia) es un concepto esencialmente mecanicista. Con esto vimos al Nuevo Vitalista
medio librándose del Antiguo Vitalista, oponiéndose a que se le llamara de ninguna de las
dos maneras, e incapaz de orientar claramente en la nueva dirección. No podía haber un
antagonismo más profundo. Al postular una fuerza vital, los Antiguos Vitalistas
establecían un concepto relativamente mecánico contra la divina idea de la vida que se le
insufló a Adán por la nariz de arcilla, con lo que adquirió un alma viva. Los nuevos
vitalistas, imbuídos, por sus experimentos de laboratorio, de un sentido de lo milagroso de
la vida, que iba mucho más allá que la imaginación, relativamente mal informada, de los
autores del Libro del Génesis, miraron a los Antiguos Vitalistas como a mecanicistas que
habían intentado llenar el abismo que hay entre la vida y la muerte con una frase huera que
denotaba una fuerza física imaginaria, Estas luchas profesionales entre facciones son
efímeras, y no tenemos por qué ocuparnos aquí de ellas. El antiguo vitalista, que en
esencia era materialista, evolucionó hasta convertirse en el nuevo vitalista, quien, como en
último término debe ser todo científico genuino, es en último término un metafísico. Y a
medida que el nuevo vitalista se vuelva de las disputas de su juventud al futuro de su
ciencia, dejará de resistirse al nombre de vitalista o al inevitable, antiguo, popular y buen
uso del término Fuerza, para denotar lo que metafísica y físicamente vence a la inercia.
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Desde el descubrimiento de la Evolución como método de la Fuerza Vital, la
religión del vitalismo metafísico ha venido ganando la precisión y determinación que se
necesitaba para hacer que pueda asimilarla el hombre ilustrado y crítico. Pero en
realidad siempre ha existido entre nosotros. Las religiones populares, desacreditadas
por sus cardenales y obispos oportunistas, han podido mantener su prestigio gracias a
santos canonizados cuyo secreto era el concepto que tenían de sí mismos de ser los
instrumentos y vehículos de una aspiración y un poder divinos, concepto que en
algunos momentos se convierte en una experiencia real de que están en estática
posesión de dicho poder. Y encima y debajo de todo ello ha habido millones de
personas humildes y oscuras, a veces totalmente analfabetas, a veces inconscientes de
que tenían una religión, a veces creyentes, en su sencillez, en que los dioses, los
templos y los sacerdotes defendían el concepto que ellos instintivamente tenían de lo
justo, y que han conservado viva la tradición de que los buenos siguen a una luz que
brilla dentro, encima y delante de ellos, que los malos no se ocupan más que de sí
mismos, y que los buenos se salvan y son bienaventurados y los malos se condenan y
desgracian. El protestantismo fué un movimiento hacia la consecución de una luz
llamada luz interior, porque todo hombre debe verla con sus propios ojos y no aceptar
la explicación que de ella le dé ningún sacerdote ni ninguna religión. Para resumir: no
se trata de una nueva religión, sino más bien de redestilar el eterno espíritu de la religión y extraerla de los pringosos restos de temporalidades y leyendas que hacen
imposible el creer aunque en ellas descansan todas las Iglesias y todas las escuelas.
RELIGIÓN Y ROMANCE
Es la adulteración de la religión por la romántica palabrería sobre milagros y
paraísos y cámaras de tortura la que hace que se tambalee al impacto de todo progreso
científico, en vez de aclararla. Si a un chico de una aldea inglesa se le enseña que
profesar una religión significa creer que los cuentos del Arca de Noé y del Paraíso Terrenal son literalmente ciertos por autoridad del propio Dios, y ese chico se hace artesano
y va a la ciudad a vivir entre el escéptico proletariado de las ciudades, cuando las burlas
de sus compañeros de trabajo le hacen pensar y ve que aquellos cuentos no pueden ser
literalmente ciertos y se entera de que ni siquiera ningún obispo ingenuo finge que cree
en ellos, no hace distinciones finas: inmediatamente dice que la religión es un fraude y
que los sacerdotes y los maestros son unos hipócritas y unos mentirosos. Si tiene poca
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conciencia se vuelve indiferente, y si tiene mucha, su indignación lo hace hostil a la
religión.
La misma rebelión contra las falsas doctrinas predicadas desenfrenadamente está
ocurriendo todos los días en las clases profesionales cuyo recreo es la lectura y cuyo
deporte intelectual es la controversia. Destierran la Biblia de sus casas y a veces ponen
en manos de sus desdichados hijos unos tratados de ética y racionalismo, obligando a los
desgraciados niños a tragarse de una sentada discursos de conferenciantes secularistas
(yo mismo he pronunciado algunos de ellos) que los matan de aburrimiento por ser de
una longitud que la costumbre prohibe ahora en los púlpitos regulares. Nuestras mentes
han reaccionado con tal violencia hacia teoremas demostrablemente lógicos y hacia
hechos mecánicos o químicos demostrables, que hemos llegado a ser incapaces de comprender la verdad metafísica y tratamos de desprendernos de mentiras increíbles y
estúpidas, recurriendo a mentiras creíbles e inteligentes, llamando a Satanás para que expulse a Satanás y cayendo cada vez más en sus garras en el proceso. Así, al mundo lo
conservan cuerdo no tanto los santos como la vasta masa de los indiferentes, que ni
actúan ni reaccionan en este asunto. La predicación que Butler hizo del evangelio de
Laodicea fu¿ una muestra de sentido común basada en que había observado eso.
Pero la indiferencia no guiará a las naciones a través de la civilización hasta que se
establezca la perfecta ciudad de Dios. Un estadista indiferente es una contradicción de
términos; y un estadista que es indiferente por principio, un doctrinario Laisser-Faire o
Avanzar a Trancas y Barrancas, nos hace a la larga una mala pasada. Nuestros estadistas
deben tener una religión por las buenas o las malas, y, como hemos aceptado el sufragio
universal, debe ser una religión que se pueda vulgarizar. El pensamiento expresado por
primera vez con palabras por los Mill cuando dijeron: "No hay Dios, pero esto es un
secreto de familia", y que los estadistas y los diplomáticos aristocráticos han sostenido
mucho tiempo, sin decirlo, no nos sirve ahora; porque a la civilización no se la puede
reavivar, después de la guerra, mediante la respiración artificial: es indispensable la
fuerza impulsante de un consentimiento popular que no esté engañado; y será imposible
hasta que el estadista pueda apelar a los instintos vitales del pueblo en términos de una
religión común. El éxito del grito de "¡Ahorcad al Kaiser!" en las últimas elecciones
generales, nos indica, y da miedo, cómo la demagogia miope puede utilizar una irreligión
común; y la irreligión común destruirá la civilización, a menos que se le oponga la
religión común.
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EL PELIGRO DE LA REACCIÓN
Y aquí surge el peligro de que cuando comprendamos eso haremos exactamente lo
mismo que hace medio siglo y que lo que hizo Pliable en The Pilgrim's Progress cuando
Christian lo desembarcó en el Fangal del Abatimiento; es decir, volver corriendo y llenos
de terror a nuestras antiguas supersticiones. Saltamos de la sartén al fuego, y, ahora que
sentimos más calor que nunca, tan probable es que volvamos a saltar a la sartén. La
historia registra muy pocas cosas acerca de la actividad mental de las masas humanas,
excepto una serie de carreras desde los errores afirmativos hasta los errores negativos y
vuelta a empezar. Por lo tanto, hay que decir con mucha precisión y claridad que la
bancarrota del darwinismo no significa que Papádenadie sea Papádealguien con "cuerpo,
partes y pasiones"; que, después de todo, el mundo f ue hecho en el año 4004 antes de
Cristo; que la condenación significa una eternidad de azufre ardiente; que la Inmaculada
Concepción significa que el sexo es pecaminoso y que a Cristo lo trajo partenogenéticamente al mundo una virgen que, de la misma manera, descendía de Eva en una
larga línea de vírgenes; que la Trinidad es un monstruo antropomórfico de tres cabezas
que, sin embargo, no son más que una; que en Roma el pan y el vino se convierten en el
altar en carne y sangre, y que en Inglaterra, de un modo aun más místico, se convierten y
no se convierten; que la Biblia es un manual científico infalible, una crónica histórica
exacta y una guía completa para la conducta; que podemos mentir, estafar y asesinar y
después volver a ser inocentes lavándonos en la sangre del cordero el domingo al precio
de un credo y un penique puesto en la bandeja, y así sucesivamente. A la civilización no
la puede salvar una gente que, además de ser tan rudimentaria como para creer esas
cosas, es suficientemente irreligiosa para creer que esas creencias constituyen una
religión. La educación de los niños no se puede dejar con seguridad en sus manos. Si
sectas languidecientes como la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia de Roma, la Iglesia Griega
y las demás, persisten en atiborrar la mente humana dentro de los límites de estas
grotescas perversiones de verdades naturales y metáforas poéticas, hay que expulsarlas
inexorablemente de las escuelas hasta que perezcan envueltas en el desprecio general o
descubran que el alma se oculta detrás de todos los dogmas. La verdadera guerra de
clases será una guerra de clases intelectuales; y sus conquistas serán las almas infantiles.
UNA PIEDRA DE TOQUE PARA EL DOGMA
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La prueba de un dogma es su universalidad. Mientras la religión anglicana siga
predicando una única doctrina que el brahmán, el budista, el musulmán, el parsi y otros
sectarios que son súbditos ingleses no pueden aceptar, carece de un puesto legítimo en
los consejos de la Comunidad Británica de Naciones y seguirá siendo lo que es ahora:
una corruptora de la juventud, un peligro para el Estado y un obstáculo para la
fraternidad del Espíritu Santo. Esto no se ha sentido nunca con tanta fuerza como ahora,
después de una guerra en que a la Iglesia le faltó totalmente el valor de la doctrina que
profesa y vendió sus lirios por los laureles de los soldados condecorados con la Cruz
Victoria. Todos los gallos de la cristiandad han cantado la vergüenza de eso; y no se
salvará a causa de los dos o tres fieles que se encontraron aun entre los obispos. ¡Que la
Iglesia se guíe por autoridades en la materia, incluso por la mía (como fabricante
profesional de leyendas) si no puede ver la verdad por sus propias luces: ningún dogma
puede ser una leyenda!
Una leyenda puede pasar como tal una frontera étnica, pero no como verdad;
mientras que la única frontera para la moneda de un dogma sensato es la de la
capacidad para comprenderlo.
Esto no significa que debamos tirar la leyenda, la parábola y el drama: son los
vehículos naturales del dogma; pero, ¡ay de las Iglesias y los gobernantes que sustituyen el dogma con la leyenda, la historia con la parábola y la religión con el drama!
Es mucho mejor declarar que el trono de Dios está vacío, que sentar en él a un
mentiroso y lerdo, Las llamadas guerras de religión son siempre guerras para destruir la
religión, afirmando la verdad histórica o la realidad material de alguna leyenda y
matando a quienes se niegan a aceptarla como histórica o real. Pero, ¿quién se ha
negado jamás a aceptar con deleite una leyenda como leyenda? Las leyendas, las
parábolas, los dramas, se cuentan entre los tesoros más selectos de la humanidad. Nadie
se cansa nunca de oír narraciones de milagros. En vano repudió Mahoma los que se le
atribuían; en vano regañó furiosamente Cristo a quienes le pidieron que los hiciera
como demostración de un ilusionista; en vano manifestaron los santos que Dios no los
elogió por sus facultades, sino por sus flaquezas, para exaltar al humilde y repudiar al
orgulloso. La gente quiere tener sus milagros, sus cuentos, sus héroes y heroínas y
santos y mártires y divinidades, para ejercer sus dones de afecto, admiración, asombro
y adoración, y sus judas y diablos que les permitan indignarse y pensar que hacen bien
en indignarse. Cada una de estas leyendas es la herencia común de la raza humana, y
para su sano disfrute no ponen más que una inexorable condición: que nadie crea en
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ellas literalmente. El leer cuentos y deleitarse en ellos hizo de Don Quijote un
caballero: el creer literalmente en ellos hizo de él un loco que mató ovejas en vez de
darles de comer. En la Inglaterra de hoy se leen ávidamente los buenos libros de
leyendas religiosas orientales; y los protestantes y los ateos leen con placer leyendas
católicas. Pero ese manjar lo rechazan los hindúes y los católicos, Los librepensadores
leen la Biblia; en realidad, parecen ser actualmente sus únicos lectores, además de los
sacerdotes que la leen a regañadientes en las iglesias comunicando su desagrado a los
feligreses al gargarizar con palabras de una manera tan poco natural como repulsiva e
ininteligible. Y esto es porque el imponer las leyendas como verdades literales las
transforma instantáneamente de parábolas en falsedades. El sentimiento contra la Biblia
ha llegado al fin a ser tan fuerte, que las personas ilustradas no sólo se niegan a ofender
a su conciencia intelectual leyendo la leyenda del arca de Noé con su divertido
principio sobre los animales y su exquisito final sobre los pájaros, sino que ni siquiera
leen la crónicas del rey David, que muy bien pueden ser ciertas, y son ciertamente más
sinceras que las biografías de nuestros monarcas contemporáneos.
QUÉ HACER CON LAS LEYENDAS
Lo que deberíamos hacer, pues, es juntar nuestras leyendas y hacer una deliciosa
colección de folklore religioso sobre una base honesta para toda la humanidad. Liberadas
nuestras mentes de ficciones y falsedades, podríamos aceptar la herencia de todas las
religiones. China compartiría sus sabios con España y España sus santos con China. El
ulsteriano que ahora da implacablemente una paliza a su hijo si tiene tan poco tacto como
para preguntar cómo pudo anochecer y amanecer en el primer día, antes de que fuera
creado el sol, o si revela un inocente amor de adolescente a la Virgen María, le compraría
un libro lleno de leyendas de la creación y de las madres de Dios de todas partes del
mundo y se alegraría de ver que esas cosas le interesaban tanto como las bolitas o el juego
de policías y ladrones. Eso sería mejor que sacar del chico a palos todo buen sentimiento
acerca de la religión y entenebrecerle el espíritu enseñándole que los adoradores de las
santas vírgenes, sean las del Partenón o la de San Pedro, son unos paganos e idólatras que
están condenados al fuego eterno. Toda la dulzura de la religión pasa al mundo a través de
las manos de los cuentistas e imaginistas. Sin sus ficciones, las verdades de la religión no
serían para la multitud inteligibles ni asequibles; y los profetas profetizarían y los maestros
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enseñarían en vano. Y al pueblo y las ficciones sólo los separa la estúpida falsedad de que
las ficciones son verdades literales y que en la religión hay sólo ficciones.
UNA LECCIÓN DE LA CIENCIA A LAS RELIGIONES
Que se pregunten las Iglesias por qué no hay una rebelión contra los dogmas
matemáticos, aunque hay una contra los dogmas religiosos. No es que los dogmas
matemáticos sean más comprensibles. La ley de la atracción física en razón inversa
al cuadrado de la distancia entre los cuerpos es para el hombre corriente tan incomprensible como el credo atanasiano. No es que en la ciencia no haya leyendas,
brujerías, milagros, desaforadas biografías de charlatanes como si fueran héroes y
santos o de granujas como si fueran exploradores y descubridores. Al contrario: la
iconografía y la hagiografía del cientificismo son tan copiosas como sórdidas en gran
parte. Pero a ningún estudiante de ciencias se le ha enseñado aún que la gravedad
específica consiste en creer que Arquímedes saltó de la bañera y corrió desnudo por
las calles de Siracusa gritando Eureka, Eureka, o que la ley de la atracción física en
razón inversa del cuadrado de la distancia entre los cuerpos hay que descartarla si
alguien puede probar que Newton no estuvo en su vida en un manzanal. Cuando un
bacteriólogo inusitadamente concienzudo o emprendedor lee los folletos de Jenner y
descubre que hubiera podido escribirlos cualquier niñera ignorante pero observadora,
y que no era posible que los hubiera podido escribir ninguna persona que tuviera una
preparación científica, no piensa que todo el edificio de la ciencia se ha hundido y
reducido a escombros y que no haya viruela. Es posible que llegue a eso, pues a
medida que la higiene se va abriendo el camino a nuestras escuelas, se enseña en
ellas tan falsamente como la religión; pero en las matemáticas y la física la fe se
conserva pura, y, sin que le sospechen a uno de hereje,
se
puede tomar la ley y dejar
las leyendas. En consecuencia, la torre del matemático se sostiene inconmovible,
mientras el templo del sacerdote tiembla hasta en sus cimientos.
EL ARTE RELIGIOSO DEL SIGLO XX
La
Evolución
Creadora
es
ya
una
religión,
hasta
el
punto
de
ser
inconfundiblemente la religión del siglo XX, surgida de nuevo de las cenizas del
seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas
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negaciones de los mecanicistas y neodarwinia-nos. Pero no puede llegar a ser una
religión popular hasta que tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros. Y cuando
digo popular no quiero decir que sea comprensible únicamente para los aldeanos.
Quiero decir comprensible también para los ministros. Es irrazonable buscar en el
político y administrador profesional una luz y una guía en religión. No es un filósofo
ni un poeta: si lo fuera, estaría filosofando y profetizando, y no descuidando eso por
la aburrida rutina del gobierno práctico. Sócrates y Coleridge no siguieron siendo
soldados, ni John Stuart Mill pudo seguir siendo el representante de Westminster en
la Cámara de los Comunes, aunque estaba dispuesto a ello. Los electores de Westminster admiraban a Mill porque les dijo que gran parte de la dificultad en ocuparse
de ellos provenía de que eran unos empedernidos mentirosos. Pero no tuvieron ganas
de votar por segunda vez a favor del hombre que no temía romper la corteza de la
mendacidad sobre la que todos estaban bailando, pues careciendo de su filosófica
convicción de que a fin de cuentas el terreno más firme es la verdad, les parecía que
debajo había un abismo volcánico. El gobernante será siempre un explotador de la
religión o irreligión popular. Como no es un perito, debe tomarla tal como la encuentra,
y antes de tomarla necesita que en la infancia se le hayan contado cuentos sobre esa
religión o irreligión y tener ante sí durante toda su vida una complicada iconografía de
ellas producida por escritores, pintores, escultores, arquitectos de templos y artistas de
las artes más elevadas. Aun si, como ocurre a veces, tiene un poco de amateur en metafísica, como en su calidad de político profesional, debe seguir gobernando de acuerdo a
la iconografía popular, y no de acuerdo a sus propias interpretaciones personales, si
ocurre que éstas son heterodoxas.
Se verá, pues, que el reavivamiento de la religión sobre una base científica no
significa la muerte del arte, sino su glorioso renacimiento, En realidad, el arte nunca ha
sido grande cuando no ha proporcionado una iconografía para una religión viva. Y
nunca ha sido totalmente despreciable más que cuando ha imitado a la iconografía
después que la religión se había convertido en superstición. Toda la pintura italiana
desde Giotto hasta Carpaccio es religiosa; y nos emociona profundamente y tiene
verdadera grandeza. Compáresela con las tentativas de nuestros pintores de hace un
siglo para conseguir mediante la imitación los efectos de los antiguos maestros, cuando
debían haber estado ilustrando una religión propia, Contemplen, si pueden soportarlos,
los apagados brochazos de Hilton y Haydon, quienes de dibujo, amortiguación de
colores, relleno de superficies, perspectiva, anatomía y del "maravilloso escorzo", sabían
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mucho más que Giotto, a quien, sin embargo, eran indignos de desatarle los cordones de
los zapatos. Compárese la Flauta Mágica de Mozart, la Novena Sinfonía de Beethoven,
el Anillo de Wagner, que se dirigían hacia el nuevo arte vitalista, con los aburridos y
seudosagrados oratorios y cantatas compuestos por no mejor razón que la de que Handel
llegó de ese modo a alturas espléndidas, o con los rancios caramelos de Spohr y
Mendelssohn, Stainer y Parry, en su mayoría demasiado aspirantes a la piedad para
poder gustarlos alegremente, que difundieron la indigestión en nuestros festivales de
música, hasta que yo le dije públicamente a Parry la apabullante verdad sobre su Job y lo
desperté a la convicción de que estaba pecando, Compárese a Flaxman y Thorwaldsen y
Gibson con Fidias y Praxiteles, a Stevens con Miguel Ángel, la Virgen de Bouguereau
con la de Cimabue, o los mejores Cristos de ópera de Sche f f er y Müller con los peores
Cristos que los peores pintores pudieron pintar antes del siglo XV, y se llega a la
impresión de que hasta que tengamos un gran movimiento religioso no podemos esperar
un gran movimiento artístico. El desilusionado Rafael pudo pintar una madre y su hijo,
pero no una reina del Cielo que hombres mucho menos hábiles pudieron pintar en
tiempos de su bisabuelo; sin embargo, adelantarse hasta el siglo XX y pintar una
Transfiguración del Hijo del Hombre como aquéllos no hubieran podido. Hagan también
el .favor de observar que pudo decorar bellísimamente para un cardenal una casa de
placer con voluptuosas imágenes de Cupido y Psique; Porque este género sencillo de
vitalismo nos acompaña siempre y, como la pintura de retratos, proporciona temas al
artista en los intervalos entre los períodos de fe ; por lo que los escépticos Rembrandt y
Velázquez no se ven obligados a pintar fachadas de tiendas a falta de otras cosas en que
pueden creer realmente.
LOS ARTISTAS-PROFETAS
Y siempre hay ciertas anticipaciones raras, pero interesantísimas. Miguel Angel
no podía creer realmente en Julio II o León X, o en mucho de lo que ellos creían;
pero pudo pintar el Superhombre trescientos años antes de que Nietzsche escribiera
Así hablaba Zaratustra y Strauss le pusiera música. Miguel Angel ganó la primacía
entre todos los pintores y escultores modernos sólo con su poder de mostrarnos sus
personas sobrehumanas. Sólo por el vigor de su sentido decorativo y su colorido
apenas hubiera podido sobrevivir veinte años a su propia muerte, y ni su dibujo
hubiera tenido más que un interés académico; pero como pintor de profetas y sibilas
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es el más grande entre los más grandes de su arte, porque nosotros aspiramos a un
mundo de profetas y sibilas. Beethoven jamás oyó hablar de radioactividad ni de
electrones que bailan en vórtices de inconcebible energía; pero, ¿puede alguien
explicar su sonata para piano Opus 106 más que como un cuadro musical de esos
electrones en torbellino? Sus contemporáneos dijeron que estaba loco, en parte
porque era muy difícil para tocar; pero nosotros, que podemos hacer que una pianola
nos la toque tantas veces como queramos hasta que nos sea tan familiar como Pop
Goes the Weasel, sabemos que era cuerda y metódica. Somo tal, debe representar
algo; y como todas las obras serias de Beethoven representan algún proceso que se
efectuaba dentro de sí mismo, alguna tempestad de nervios o de alma, y la tormenta
en esa sonata es claramente de movimiento físico, me gustaría mucho saber qué otra
tormenta que no fuera la atómica pudiera haberlo llevado a la más rara de las
muchas expresiones de energía ciclónica que le han granjeado entre los músicos
la misma distinción de que goza Miguel Ángel entre los dibujantes.
En tiempo de Beethoven se entendía que el tema del arte era "lo sublime y
hermoso". En nuestros días ha caído a ser lo imitativo y voluptuoso. En ambos
períodos se ha empleado libremente la palabra "apasionado", pero en el siglo XVIII
la pasión significaba un irresistible impulso del género más elevado, por ejemplo la
pasión por la astronomía o por la verdad. Para nosotros ha llegado a significar
concupiscencia, y nada más. Al arte europeo se le podría decir lo que dijo Antonio al
cadáver de César; "¿Y todas tus conquistas, glorias, triunfos y botines se han
encogido hasta esto tan pequeño?" Pero de hecho es la mente de Europa la que se ha
encogido, por estar, como hemos visto, totalmente preocupada con una afanosa
limpieza de primavera para librarse de sus supersticiones antes de ajustarse al nuevo
concepto de la Evolución.
LA EVOLUCIÓN EN EL TEATRO
En el escenario (y aquí llego al fin a mi función particular en el asunto) la
comedia, como arte destructor, burlón, crítico, negativo, mantuvo el teatro abierto
cuando la tragedia sublime pereció. Desde Moliére hasta Oscar Wilde tuvimos una
serie de comediógrafos que si no tenían nada fundamentalmente positivo que decir,
por lo menos se rebelaron contra la falsedad y la impostura, y no sólo, como
proclamaron, "castigaron la moral con el ridículo", sino que, según frase de Johnson,
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limpiaron de hipocresías las mentes, mostrando así en presencia del error una
inquietud que es el síntoma más
seguro de la vitalidad intelectual. Entretanto tomaban el nombre de tragedias las obras
en que todos se morían en el último acto, como, a pesar de Moliére, tomaron el nombre de
comedias las obras en que todos se casaban en el último acto. Shakespear no hizo Hamlet con
la matanza final, ni La doceava noche con el casamiento final, Y no pudo ser el iconógrafo
consciente de una religión, porque carecía de religión consciente. Tuvo, pues, que ejercitar sus
extraordinarios dones naturales en el entretenidísimo arte de la imitación, dándonos su famosa
"delineación de carácter" que hace que sus obras, como las novelas de Scott, Dumas y
Dickens, sean tan deliciosas. Desarrolló también el curioso y discutible arte de hacernos un
refugio contra la desesperación, disfrazando de bromas las crueldades de la Naturaleza, Pero,
con todos sus dones, subsiste el hecho de que jamás tuvo inspiración para escribir una obra
original. Rehizo obras viejas, adaptó cuentos populares y capítulos de historia de la Crónica
de Holinshed y de las biografías de Plutarco, y los llevó a escena. Todo esto lo hizo (o no lo
hizo, pues en el álgebra del arte hay cantidades negativas) con un desenfado que mostró que
su oficio quedaba muy lejos de su conciencia. Es cierto que nunca toma sus personajes de un
relato ajeno, porque se le hacía menos trabajoso y más divertido crearlos de nuevo; pero, no
obstante, mete sin escrúpulo los crímenes y villanías del relato ajeno en sus propias
creaciones, esencialmente mansas, por incongruentes que puedan ser. Y en todo ese tiempo su
vital necesidad de una filosofía lo empuja a buscar una por el extraño procedimiento de
introducir filósofos como personajes de sus obras y hasta haciendo que sus héroes sean
filósofos; pero cuando salen al escenario no tienen filosofía que exponer: son única mente
pesimistas y burlones; y sus ocasionales tiradas con aspiraciones a filosóficas, como Las siete
edades del hombre y el Soliloquio sobre el suicidio, indican cuán a oscuras estaba Shakespear
en lo tocante a filosofía. Se impuso a que se le contara entre los grandes dramaturgos, sin
haber entrado jamás en la región en que son grandes Miguel Ángel, Beethoven, Goethe y los
poetas dramáticos de la antigua Grecia. Realmente no hubiera tenido nada de grande si no
fuera porque era lo suficientemente religioso para darse cuenta de que su situación de
irreligioso era una situación desesperada, Su obra más grande, Lear, no sería más que un
melodrama, a no ser por su expresa admisión de que del universo no se puede decir más que
lo que Hamlet tiene que decir, "como las moscas para el chico travieso somos nosotros para
los dioses; nos matan para divertirse".
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Desde Shakespear, los dramaturgos han venido luchando con la misma falta de religión;
y muchos de ellos se han visto obligados a dar gusto con el sensacionalismo, aunque tenían
ambiciones más altas, porque no han podido encontrar mejores asuntos. Desde Congreve
hasta Sheridan fueron tan estériles a pesar de su ingenio, que entre todos ellos no produjeron
en tanta cantidad como en el tiempo que vivió Moliére; y todos ellos se avergonzaban de su
profesión (no sin motivo) y prefirieron que se les tuviera simplemente como hombres que
seguían la moda en una profesión pícara. La única alma que se salvó en aquel pandemonium
fué Goldsmith.
Los principales de mis propios contemporáneos (actualmente veteranos) se agarraron a
problemas sociales menores prefiriéndolos a escribir sin ningún otro fin que el de ganar
dinero y fama. Uno de ellos me expresó su envidia de los antiguos dramaturgos griegos
porque los atenienses no les pedían un disfraz "nuevo y original" de la media docena de
argumentos pelados del teatro moderno, sino la lección más profunda que pudieran
extraer de las leyendas familiares y sagradas de su país. "Pongámonos todos a escribir
una Electra, una Antígona, un Agamenón -me dijo-, y demostremos lo que podemos
hacer con esos temas." Pero no escribió ninguna de esas obras porque esas leyendas no
son ya religiosas: Afrodita, Artemis y Poseidón están más muertos que sus estatuas.
Otro, que ocupaba una posición de predominio y conocía al dedillo todas las triquiñuelas
de la farsa inglesa y del drama parisiense, acabó por no poder escribir sin un sermón que
predicar, y sin embargo no podía encontrar textos más fundamentales que las hipocresías
de un puritanismo hipocritón o las especulaciones sobre el matrimonio que hacen que
nuestras actrices jóvenes se preocupen tanto de su reputación como de su cutis. Un
tercero, de corazón demasiado tierno, para domarnos el espíritu con las realidades de la
amarga experiencia, extraía del nuboso país de hadas que existe entre él y el cielo vacío
un angustiado patetismo y una fina gracia. Los gigantes del teatro de nuestro tiempo,
Ibsen y Strindberg, no ofrecían al mundo más consuelo que el que les ofrecemos
nosotros; en realidad le ofrecían menos, pues nos negaban hasta el consuelo
shakesperiano-dickensiano de la risa ante las dificultades que se llama certeramente
alivio cómico. Nuestros emancipados y jóvenes sucesores nos desprecian con mucha
razón. Pero no podrán hacer nada mejor que nosotros mientras el drama siga siendo
preevolutivo. Que consideren la gran excepción de Goethe. No más rico que Shakespear,
Ibsen o Strindberg en el talento específico de dramaturgo, Goethe está en el empíreo
mientras ellos están rechinando los dientes en una furia impotente en el barro, o, en el
mejor de los casos, encontrando un amargo placer en la ironía de su situación. Goethe es
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olímpico: los otros gigantes son infernales en todo menos en su veracidad y su repudiación de la irreligión de su tiempo; es decir, están llenos de amargura y desesperación.
No se trata simplemente de fechas. Goethe era evolucionista en 1830; a muchos dramaturgos, incluso a los jóvenes, no les ha tocado todavía, en 1920, la Evolución
Creadora. Ibsen se darwinizó hasta el punto de explotar la herencia en escena tanto
como los antiguos dramaturgos griegos explotaron las Euménides; pero en sus obras no
hay huella de ninguna religión ni conocimiento de la Evolución Creadora como hecho
científico moderno, aunque la aspiración poética se ve claramente en su Emperador o
Galileo; y como urna de las grandes distinciones de Ibsen es que para él nada más que la
ciencia era válida, dejó detrás de él como un sueño utópico aquella visión del futuro, que
su augur romano llama "el tercer Imperio", cuando se puso a afrontar seriamente las
realidades en sus obras acerca de la vida moderna con las que se impuso en Europa y
rompió las polvorientas ventanas de todos los teatros podridos que existían desde Moscú
hasta Manchester.
MI PROPIA PARTE EN EL ASUNTO
Este estado de cosas me pareció intolerable en mis propias actividades como
dramaturgo. El teatro de moda prescribía un tema serio, el adulterio clandestino, el más
aburrido de los temas para un autor serio, sea lo que sea para los auditorios que leen las
noticias policiales y se saltan las reseñas y los artículos importantes. Yo probé a escribir
comedias sobre la propiedad de tugurios, elamor libre doctrinario (seudoibsenismo), la
prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo
natural, el carácter individual y nacional, las cuestiones de conciencia, los engaños e imposturas profesionales, y produje una serie de comedias de costumbres a la manera clásica,
que entonces se consideraba muy anticuada, pues en el teatro eran de rigueur las triquiñuelas
parisienses de "construcción". Pero esto, que me ocupó y me estableció profesionalmente, no
hizo de mí un iconógrafo de la religión de mi tiempo, con lo que hubiera cumplido mi
función natural como artista. Yo me daba plena cuenta de ello, porque siempre había sabido
que tener una religión es cuestión de vida o muerte para la civilización; y a medida que se fué
desarrollando el concepto de la Evolución Creadora, vi que al fin estábamos a la vista de una
fe que cumplía la primera condición de todas las religiones que se han apoderado de la
humanidad: que debe ser, en primer lugar y fundamentalmente, una ciencia metabiológica.
Este fu¿ para mí un momento culminante, porque había visto que el fetichismo bíblico,
después de resistir a las baterías racionalistas de Hume, Voltaire y los demás, se hundió ante
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el ataque de evolucionistas mucho menos dotados, simplemente porque lo desacreditaron
como documento biológico; por eso desde aquel momento perdió su fuerza y dejó a la
cristiandad ilustrada sin fe. Mi irlandesismo siglo XVIII hizo que me fuera imposible creer en
algo hasta que pudiera concebirlo como una hipótesis científica, aun cuando las
abominaciones, charlatanerías, imposturas, venalidades, credulidades y falsas ilusiones del
campo de los seguidores de la ciencia, y las crasas mentiras y las ficciones sacerdotales de los
curanderos seudocientíficos, todas ellas arteramente inculcadas en la "en señanza
secundaria", eran tan monstruosas que a veces me vi obligado a hacer una distinción verbal
entre la ciencia y el conocimiento, para no descarriar a mis lectores. Pero nunca olvidé que,
sin conocimiento, hasta la sabiduría es más peligrosa que la mera ignorancia oportunista, y
que alguien tiene que hacerse cargo del Paraíso Terrenal y limpiarlo bien de cizaña.
En consecuencia, en 1901 tomé la leyenda de Don Juan en su forma mozartiana y la
transformé en parábola dramática de la Evolución Creadora. Pero como entonces estaba en la
cúspide de mi inventiva y talento de comediógrafo, la decoré con demasiada brillantez y
riqueza. La rodeé con una comedia de que sólo era un acto (era un sueño que no afectaba a la
acción de la obra) y ese acto era tan episódico que la comedia podía desprenderse de él y
representarse sola: en realidad la obra no se podía representar entera, por sus enormes
dimensiones, aunque esa hazaña la realizó cinco veces en Escocia el señor Esme Percy, que
dirigió una de las perdidas esperanzas del teatro avanzado de aquel tiempo. Al publicar la
obra la puse en un impresionante marco que consistía en un prólogo, un apéndice titulado
Manual del revolucionario y un despliegue final de fuegos artificiales aforísticos. El efecto
fué tan vertiginoso, al parecer, que nadie notó la nueva religión en el centro del remolino
intelectual, Ahora lamento no haber cortado aquellas cabriolas cerebrales que hice por mera
exuberancia inconsiderada. Las hice porque el peor convencionalismo de la crítica del teatro
corriente en aquel tiempo era que la seriedad intelectual estaba fuera de su sitio en el
escenario; que el teatro era un lugar de entretenimiento superficial; que la gente iba al teatro
para descansar de la tremenda tensión intelectual de haber pasado un día en la City: en pocas
palabras, que el oficio del dramaturgo consiste en hacer caramelos malsanos con emociones
baratas. Mi respuesta a esto fué poner todos mis bienes intelectuales en la vidriera bajo el
rótulo de Hombre y Superhombre. Esa parte de mi designio tuvo éxito. Con buena suerte y
buenos actores, la comedia triunfó en el escenario, y del libro se habló mucho. Desde
entonces el punto de vista caramelero del teatro ha ido perdiendo prestigio y sus exponentes
críticos se han visto obligados a adoptar una actitud intelectual que, aunque a veces más
cargante que su antigua y nihilista vulgaridad intelectual, reconoce al menos la dignidad del
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teatro, para no mencionar la utilidad de quienes viven de criticarlo. Y los comediógrafos
jóvenes no sólo toman en serio su arte, sino que también a ellos se les toma en serio, El crítico
que debería ser vendedor de diarios es ahora relativamente raro.
Ahora me siento inspirado para escribir una segunda leyenda de la Evolución Creadora
sin distracciones y embellecimientos, Se me va acabando mi arena; la exuberancia de 1901 ha
envejecido y se ha convertido en la garrulería de 1920; y la guerra ha sido una seria intimación de que es un asunto que no se debe tomar en broma. Abandono la leyenda de Don
Juan, con sus asociaciones eróticas, y me vuelvo a la leyenda del Paraíso Terrenal. Exploto el
eterno interés de la piedra filosofal que permite a los hombres vivir eternamente, Espero que
no me hago más ilusiones que las humanamente inevitables en cuanto a la tosquedad de este
mi comienzo de una Biblia de la Evolución Creadora. Hago lo mejor que puedo a mi edad.
Mis facultades se van desvaneciendo; tanto mejor para quienes me encontraban insoportablemente brillante en mi mejor tiempo. Tengo la esperanza de que centenares de parábolas más
aptas y elegantes escritas por manos más jóvenes dejarán pronto las mías tan atrás como los
cuadros religiosos del siglo XV dejaron los primeros ensayos iconográficos de los primeros
cristianos, En esa esperanza, me retiro y levanto el telón.
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PARTE I
EN EL PRINCIPIO
ACTO 1
El Paraíso Terrenal. Por la tarde, Una inmensa serpiente está durmiendo con la
cabeza hundida en un espeso lecho de plantas Johnswort y su cuerpo enroscado en
anillos, al parecer sin fin, en las ramas de un árbol ya grandecito; pues los días de la
creación fueron muchos más que los que nosotros calculamos. La serpiente no es
aún visible para nadie que no haya notado su presencia, porque sus colores verde y
pardo hacen un camouflage perfecto, Cerca de su cabeza se ve sobre el lecho de
plantas una roca baja.
La roca y el árbol están al borde de un claro donde yace de costado un cervato
muerto que se ha roto el cuello. Adán, apoyándose con una mano sobre la roca,
contempla consternado el cadáver. No ha notado la serpiente a su izquierda. Vuelve
la cabeza hacia la derecha y grita excitado,
A D Á N . - ¡Eva! ¡Eva!
L A V O Z D E E V A . - ¿Qué pasa? A D Á N . - V e n . Pronto. Ha
ocurrido algo.
E V A (aparece corriendo). -¿Qué? ¿Dónde? (Adán le señala el cervato.) ¡Oh!
(Se acerca al cervato; Adán se envalentona para acercarse con ella.) ¿Qué le pasa
en los ojos?
ADÁN.-No sólo en los ojos. Mira. (Da un puntapié al cervato.)
EVA.-No le hagas eso. ¿Por qué no se despierta? ADÁN.-No sé. No está
dormido.
EVA. - ¿No está dormido? ADÁN. - Pruébalo.
EVA (tratando de sacudir y dar vuelta al cervato). - Está rígido y frío.
ADÁN. -Nada lo despertará.
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EVA. -Huele raro. ¡Pah! (Se limpia el polvo de las manos y se aparta.) ¿Lo has
encontrado así? ADÁN.-No. Estaba jugando, ha dado un traspié y se ha caído de
cabeza. No se ha vuelto a mover. Se ha hecho algo en el cuello. (Se agacha para
levantar el cuello al cervato y mostrárselo a Eva.)
EVA,-No lo toques. Apártate de ahí. (Se apartan los dos y lo contemplan desde
unos pasos de distancia con creciente repulsión.) ¡Adán!
ADÁN. - ¿Qué?
EVA. - Supón que tú das un traspié y te caes. ¿Te pasaría lo mismo?
ADÁN. - ¡Uf! (Se estremece y se sienta en la roca.) EVA (tirándose al suelo al
lado de Adán y agarrándole una rodilla),-Ten cuidado. Prométeme que tendrás
cuidado.
ADÁN. - ¿Para qué sirve tener cuidado? Tenemos que vivir aquí para siempre.
Piensa en lo que eso significa. Tarde o temprano daré un traspié y me caeré. Puede
ser mañana; puede ser al cabo de tantos días como hojas hay en el paraíso y granos
de arena a la orilla del río. No importa; un día me distraeré y tropezaré.
EVA. -Yo también.
ADÁN (horrorizado). - ¡Oh!, no, no. Me quedaría
solo. Solo para siempre. Nunca debes ponerte en peligro de dar un traspié.
No debes andar de un lado para otro. Debes estar sentadita. Yo te cuidaré y traeré
todo lo que necesitas.
EVA (apartándose de él con un encogimiento de hombros y acariciando sus
propios tobillos). - Pronto me cansaría de eso. Además, si te ocurriera a ti, yo me
quedaría sola. Entonces no podría quedarme sentada. Y al fin me ocurriría a mí
también.
ADÁN. -¿Y después?
EVA. -Después no existiríamos más. No quedarían más que los animales de cuatro
patas, y los pájaros, y las serpientes.
ADÁN. -Eso no debe ocurrir.
EVA. -No; no debe ocurrir. Pero puede ocurrir.
ADÁN. -No. Te digo que no debe ocurrir. Sé que no debe ocurrir.
EVA.-Los dos lo sabemos. ¿Cómo lo sabemos?
ADÁN. - En el paraíso hay una voz que me dice cosas.
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EVA. - A veces el paraíso está lleno de voces. Me hacen pensar en toda clase de
cosas.ADÁN. -Para mí no hay más que una voz. Es muy baja, pero tan cercana que
parece un susurro dentro de mí mismo. No se la puede confundir con voces de pájaros o
animales, ni con la tuya.
EVA.-Es extraño que yo oiga voces de todos lados y tú no oigas más que una
de adentro. Pero yo tengo pensamientos que me vienen de adentro, y no de las
voces. El pensamiento de que no debemos dejar de existir me viene de adentro.
ADÁN (en tono desesperado). -Pero dejaremos de existir. Nos caeremos
como el cervato y nos rorriperemos. (Levantándose y dando unos pasos agitado.)
No
puedo soportar pensar en eso. No quiero pensarlo. Te digo que no debe
ocurrir. Pero no sé cómo impedirlo. EVA. -Eso es lo que siento yo también, pero es
muy raro que tú lo digas. No hay manera de complacerte. Cambias de ideas muy a
menudo.
ADÁN (regañándola). - ¿Por qué dices eso? ¿En qué he cambiado de modo de
pensar?
EVA. -Dices que no debemos dejar de existir. Pero solías quejarte de tener
que existir para siempre. A veces estás sentado horas y horas meditando
sombríamente en silencio y me odias en el fondo de tu corazón. Cuando te pregunto
qué te he hecho dices que no estás pensando en mí, sino en el horror de tener que
estar aquí para siempre. Pero yo sé muy bien que a lo que te refieres es al horror de
tener que estar aquí conmigo para siempre.
ADÁN. - ¡Oh! Eso es lo que piensas, ¿eh? Pues bien, estás equivocada. (Se
sienta otra vez, enfurruñado.) Es el horror de tener que estar aquí conmigo mismo
para siempre. Tú me gustas; pero yo no me gusto a mí mismo. Quiero ser distinto,
mejor, empezar una y otra vez, desprenderme de mi piel como se desprende la
serpiente de la suya. Estoy cansado de mí mismo. Y, sin embargo, tengo que
soportarme, no un día o muchos días, sino para siempre. Es un pensamiento
espantoso. Eso es lo que me hace pensar sombríamente en silencio y lleno de odio.
¿Nunca piensas en eso?
EVA.-No; no pienso en mí misma. ¿Para qué? Soy la que soy, y nadie puede
cambiarme. Yo pienso en ti.
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ADÁN.-No deberías pensar en mí. Siempre me estás espiando. Nunca puedo
estar solo. Siempre quieres saber lo que he estado haciendo. Eso es una carga.
Deberías procurar tener tu propia existencia en vez de ocuparte con la mía.
EVA. -Tengo que pensar en ti. Eres perezoso; eres sucio; te descuidas;
siempre estás soñando; si yo no te vigilara y me ocupara de ti comerías
porquerías y acabarías dando asco. Y ahora, un día, a pesar de todos mis
cuidados, te caerás de cabeza y te morirás.
ADÁN. -¿Que me moriré? ¿Qué palabra es ésa?
EVA (señalando el cervato). - Como ése. Yo digo que está muerto.
ADÁN (levantándose y acercándose despacio al ce-vato). - Hay algo
impresionante en esto.
EVA (acercándose a Adán). - ¡Oh! Se está convir-tiendo en gusanitos.
ADÁN.-Tíralo al río. Es inaguantable.
EVA.-No me atrevo a tocarlo.
ADÁN. - En ese caso, por mucho asco que me dé, tendré que tirarlo yo.
Está envenenando el aire. (Toma las patas del cervato en una mano, lo alega de sí
cuanto puede y lo lleva a rastras hacia donde vino Eva. Eva los sigue un momento
con la mirada; luego, estremecida de asco, se sienta en la roca y medita. Se hace
visible el cuerpo de la serpiente, que brilla con admirables colores nuevos. La
serpiente retira lentamente la cabeza del lecho de plantas Johnswort y habla al
oído de Eva en un susurro musical extrañamente seductor.)
LA SERPIENTE. - ¡Eva!
EVA (sobresaltada). - ¿Quién es?
LA SERPIENTE. -Yo. He venido para mostrarte mi nueva capucha. Mírala.
(Despliega una magnífica capucha color amatista.)
EVA (admirándola). - ¡Oh! Pero, ¿quién te ha enseñado a hablar?
LA SERPIENTE. -Tú y Adán. Arrastrándome en el pasto, escondida, os he
escuchado.
EVA. - ¡Qué inteligente debes de ser!
LA SERPIENTE.-Soy la más sutil de todas las criaturas de la tierra.
EVA.-Tu capucha es preciosa. (Le pasa la mano por la capucha y acaricia a la
serpiente.) ¡Qué linda! ¿Quieres a tu madrina Eva?
LA SERPIENTE. -La adoro. (Le lame el cuello con su doble lengua.)
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EVA (acariciándola). - ¡La preciosura de Eva! Ahora que la serpiente le puede
hablar, nunca estará sola.
LA SERPIENTE. -Puedo hablar de muchas cosas. Soy muy lista. Yo fui quien
te susurró la palabra que no conocías. Muerto. Muerte. Muere.
EVA (estremeciéndose).- ¿Por qué me lo recuerdas? Lo había olvidado al ver
tu hermosa capucha. No debes recordarme cosas tristes.
LA SERPIENTE. - La muerte no es una desgracia cuando se ha aprendido
cómo vencerla.
EVA. - ¿Cómo puedo vencerla?
LA SERPIENTE. - Con otra cosa, llamada nacer.
EVA.- ¿Cómo? (Intentando pronunciar.) ¿Nacer?
LA SERPIENTE. -Sí, nacer.
EVA. - ¿Qué es nacer?
LA SERPIENTE. -La serpiente no muere nunca. Un día me verás salir de esta
preciosa piel y seré una serpiente nueva con una piel aun más hermosa. Eso es nacer.
EvA. -Eso ya lo he visto. Es admirable.
LA SERPIENTE.-Si puedo hacer eso, ¿qué no puedo hacer? Te digo que soy
muy sutil. Cuando habláis Adán y tú te oigo preguntar "¿Por qué?" Siempre "¿por
qué?" Tú ves cosas y preguntas "¿por qué?" Pero yo sueño cosas que nunca han
existido y pregunto "¿por qué no?" Inventé la palabra muerto para describir mi viejo
pellejo, del cual me desprendo cuando me renuevo. A ese renovarse llamo yo nacer.
EVA.-Nacer es una palabra hermosa.
LA SERPIENTE. -¿Por qué no nacer una y otra vez tal como soy, nueva y
hermosa cada vez?
EVA. - ¿Yo? Eso no ocurre; ese es el porqué.
LA SERPIENTE.- Eso es cómo; no es por qué. ¿Por qué no?
EVA. - No me gustaría. Sería agradable ser nueva otra vez; pero mi vieja piel
yacería en el suelo con el mismo aspecto que yo, y Adán vería que iba encogiéndose y...
LA SERPIENTE. -No. No necesita verlo. Hay un segundo nacer.
EVA. -¿Un segundo nacer?
LA SERPIENTE. - Escucha. Te voy a decir un gran secreto. Yo soy muy sutil
y he pensado y repensado. Y soy muy voluntariosa y debo tener lo que deseo; y he
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deseado, y deseado, y deseado. Y he comido cosas raras: piedras y manzanas que a
ti te da miedo comer. EVA. -¿Te has atrevido?
LA SERPIENTE.-Me he atrevido a todo. Y al fin he encontrado una manera
de juntar parte de la vida en mi cuerpo...
EVA. - ¿Qué es la vida?
LA SERPIENTE.-Lo que hace la diferencia entre el cervato muerto y uno vivo.
EVA. - ¡Qué palabra más hermosa! ¡Y qué cosa más hermosa! La palabra más
deliciosa de todas es vida.
LA SERPIENTE. -Sí; meditando sobre la Vida fué como adquirí el poder de
hacer milagros.
EVA. - ¿Milagros? Otra palabra nueva.
LA SERPIENTE.-Un milagro es una cosa imposible
que sin embargo es posible. Algo que jamás podría ocurrir y que sin embargo
ocurre.
EVA. - Díme algún milagro que hayas hecho.
LA SERPIENTE. -Junté una parte de la vida en mi cuerpo, y la puse dentro de una
cajita blanca que había hecho con las piedras que comí.
EVA. - ¿Con qué fin?
LA SERPIENTE.-Puse la cajita al sol y la dejé bajo su calor. Y se abrió, y de
adentro salió una pequeña serpiente que de día en día se fué haciendo mayor y mayor
hasta llegar a ser tan grande como yo. Ese fué el segundo nacer.
EVA. - ¡Oh! Es demasiado maravilloso. Se agita dentro de mí. Me hace daño.
LA SERPIENTE. -A mí casi me abrió en dos. Pero estoy viva y puedo hacer
que reviente mi piel y renovarme como antes. Pronto habrá en el Paraíso tantas serpientes como escamas en mi cuerpo. Entonces la muerte no tendrá importancia: esta
serpiente y aquella serpiente morirán, pero las serpientes seguirán viviendo.
EVA, -Pero los demás nos moriremos tarde o temprano, como el cervato. Y
entonces no habrá más que serpientes, serpientes y serpientes por todas partes.
LA SERPIENTE, -Eso no debe ser. Te adoro, Eva. Necesito algo a que adorar.
Algo muy distinto de mí misma, como tú. Debe haber algo más grande que la
serpiente.
EVA.-No; eso no debe ser. Adán no debe perecer. Eres muy sutil; díme qué
debo hacer.
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LA SERPIENTE. -Piensa. Desea. Come polvo. Lame la piedra blanca;
mordisca la manzana que te da miedo. El sol dará vida.
EvA. - No confío en el sol. Yo misma daré vida.
Sacaré de mi cuerpo otro Adán aunque al sacarlo haga pedazos mi cuerpo.
LA SERPIENTE. -Hazlo. Atrévete. Todo es posible, todo. Escucha. Soy vieja.
Soy la vieja serpiente, más vieja que Adán, más vieja que Eva. Me acuerdo de Lilith, que vino antes que Adán y Eva. Fuí su favorita, como lo soy la tuya. Lilith
estaba sola: no había ningún hombre con ella. Vió la muerte como la has visto tú
cuando se cayó el cervato; y comprendió que tenía que encontrar la manera de
renovarse y desprenderse de su piel como yo. Tenía una voluntad poderosa y se
esforzó y se esforzó y deseó y deseó durante más lunas que hojas hay en todos los
árboles del Paraíso. Su dolores fueron terribles; sus gemidos ahuyentaron del
Paraíso el sueño. Dijo que aquello no se repetiría, que el dolor de renovar la vida
era más que insoportable, demasiado para una persona sola. 'Y cuando se
desprendió de la piel apareció, no una nueva Lilith, sino dos: una como ella misma
y otra como Adán. Tú eras una: Adán era la otra.
EVA, - Pero, ¿por qué se dividió en dos y nos hizo distintos?
LA SERPIENTE. -Ya te he dicho que el esfuerzo es demasiado grande para
una persona sola. Deben compartirlo dos.
EVA, - ¿Quieres decir que Adán debe compartirlo conmigo? No querrá. No
puede aguantar el dolor ni preocuparse de su cuerpo.
LA SERPIENTE. -No necesita preocuparse. Para él no habrá dolor. Te
suplicará que le dejes hacer su parte. Estará en tu poder a través de su deseo.
EVA. -Entonces, lo haré. Pero, ¿cómo? ¿Cómo hizo Lilith ese milagro?
LA SERPIENTE, - Lo imaginó.
EVA. - ¿Qué es imaginar?
LA SERPIENTE.-Me lo contó como una maravillosa narración de algo que nunca
le ocurrió a una Lilith que nunca existió. Entonces no sabía que la imaginación es el
comienzo de la creación. Uno se imagina lo que desea; desea lo que imagina, y al fin
crea lo que desea.
EVA. - ¿Cómo puedo crear yo de la nada?
LA SERPIENTE.-Todo ha tenido que ser creado de la nada. Mira ese rollo grueso
de carne dura en tu brazo fuerte. No siempre estuvo ahí; cuando te vi por primera vez no
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podías encaramarte a un árbol. Pero deseaste y probaste y deseaste y probaste; y tu
voluntad creó de la nada el rollo de tu brazo hasta que llegaste a tener lo que deseabas y
pudo levantarte con una mano y sentarte en la rama que había sobre tu cabeza.
EVA.-Eso fué práctica.
LA SERPIENTE.-Las cosas se desgastan, no crecen con la práctica. Tu pelo ondea
en el viento como si intentara estirarse más y más. Pero no se hace más largo a pesar de
todo lo que practica en ondear, porque tú no lo has querido. Cuando Lilith me dijo en
nuestro silencioso lenguaje (entonces no había palabras) lo que había imaginado, le
animé a desearlo y quererlo; y después, con gran asombro nuestro, lo que había deseado
se creó en ella al impulso de su voluntad. Luego también yo quise renovarme en dos, en
vez de en una, y después de muchos días ocurrió el milagro e irrumpí de mi piel con
otra serpiente entrelazada conmigo; y ahora hay dos imaginaciones, dos deseos, dos
voluntades para crear.
EVA. - Desear, imaginar, querer, crear. Eso es demasiado largo. Tú, que eres
tan lista en cuestión de palabras, encuéntrame una para todo ello.
LA SERPIENTE. -En una palabra, concebir. Esta es
la palabra que significa el principio en la imaginación y el fin en la
creación.
EVA. - Encuéntrame una palabra para lo que imaginó Lilith y te dijo en
vuestro lenguaje silencioso: para aquello que era demasiado admirable para ser
cierto, pero que resultó cierto.
LA SERPIENTE.-Un poema.
EVA. -Encuéntrame otra palabra para lo que Lilith era para mí.
LA SERPIENTE. - Lilith fué tu madre.
EVA, - ¿Y la madre de Adán?
LA SERPIENTE. -Sí.
EVA (a punto de levantarse). -Voy a decir a Adán que conciba. (La serpiente se
ríe. Eva, molesta y sobresaltada).- Qué ruido más odioso. ¿Qué te pasa? Nadie ha hecho
ese ruido hasta ahora.
LA SERPIENTE. -Adán no puede concebir.
EVA. - ¿Por qué?
LA SERPIENTE. - Lilith no lo imaginó así. Adán no puede imaginar;
puede querer; puede desear; puede juntar su vida para un gran salto hacia la
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creación; puede crear todas las cosas excepto una; y esa excepción es su propio
género.
EVA. - ¿Por qué no le dió eso Lilith?
LA SERPIENTE. - Porque si pudiera hacer eso podría prescindir de Eva.
EVA. -Es verdad. Soy yo quien debe concebir.
LA SERPIENTE. -Sí. Pero Adán está atado a ti.
EVA. - y yo estoy atada a él.
LA SERPIENTE. - Sí; hasta que crees otro Adán.
EVA. - No se me había ocurrido eso. Eres muy sutil. Pero si creo otra Eva,
quizá Adán se vuelva hacia ella y prescinda de mí. No crearé ninguna Eva; sólo
crearé Adanes,
LA SERPIENTE. -No se pueden renovar sin Evas. Más tarde o más temprano tú
morirás como el cervato; y los nuevos Adanes no podrán crear sin nuevas Evas.
Puedes imaginarte ese fin, pero no puedes quererlo, no puedes desearlo, y por lo
tanto no puedes crear sólo Adanes.
EVA. -Si yo he de morir como el cervato, ¿por qué no han de morir los demás
también? ¿A mí qué me importa?
LA SERPIENTE.-La vida no debe cesar. Eso es lo primero de todo. Es una
bobada decir que no te importa. Te importa. Ese importarte moverá tu imaginación,
inflamará tus deseos, hará que tu voluntad sea irresistible; y crearás de la nada.
EVA (pensativamente).-No puede haber eso que llamas nada. El Paraíso está
lleno, no vacío.
LA SERPIENTE.-No había pensado en eso. Es un gran pensamiento. No, no
hay eso que se llama nada, no hay sino cosas que no podemos ver. El camaleón come
aire.
EVA.-Tengo otra idea: se la debo decir a Adán. (Llamando.) Adán. Adán. ¡Eh!
LA VOZ DE ADÁN. - ¡Eh!
EVA. - Le va a gustar. Además le va a curar sus murrias.
LA SERPIENTE. -No se lo digas todavía. No te he dicho el gran secreto.
EVA. - ¿Qué más hay que decir? Soy yo quien tiene que hacer el milagro.
LA SERPIENTE.-No. También él tiene que desear y querer. Pero tiene que
entregarte a ti su deseo y su voluntad.
EVA. - ¿Cómo?
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LA SERPIENTE. - Ese es el gran secreto. ¡Sh! . . . Ahí viene.
ADÁN (volviendo). -¿Hay otras voces en el Paraíso además de nuestras voces
y la Voz? Creí oír una voz nueva.
EVA (levantándose y corriendo a él).-Fíjate, Adán. Nuestra serpiente ha
aprendido a hablar oyéndonos. ADÁN (muy satisfecho). -¿De veras? (Pasa al lado
de Eva para llegar hasta la piedra y acaricia a la serpiente.)
LA SERPIENTE (respondiendo afectuosamente).-Así es, querido Adán.
EVA. - Tengo noticias más maravillosas que ésa. Adán: no necesitamos vivir
eternamente.
ADÁN (dejando caer la cabeza de la serpiente, en su emoción), -¿Qué? No
juegues conmigo sobre eso, Eva. Si pudiera haber un día un fin, y sin embargo no lo
hubiera. Si se me pudiera aliviar del horror de tener que soportarme eternamente a
mí mismo. Si el cuidar este terrible jardín pudiera descargarse en otro jardinero. Si
se pudiera relevar al centinela puesto por la Voz. Si el descanso y el dormir que me
permiten soportarlo día tras día pudiera al cabo de muchos días convertirse en un
descanso eterno, en un dormir eterno, podría afrontar mis días por mucho que
duraran. Sólo que tiene que haber un fin, un fin: no soy bastante fuerte para aguantar una eternidad.
LA SERPIENTE.-No necesitas vivir para ver otro verano; y sin embargo no
habrá fin.
ADÁN.-Eso no puede ser.
LA SERPIENTE. -Puede ser. EVA. - Será.
LA SERPIENTE. - Es. Mátame, y mañana encontrarás
otra serpiente en el Paraíso. Encontrarás más serpientes que dedos tengo yo en
las manos.
EVA.-Yo haré otros Adanes, otras Evas.
ADÁN. -Te digo que no debes inventar cuentos sobre eso. No puede ocurrir.
LA SERPIENTE. -'Yo puedo acordarme de cuando tú mismo eras algo que no
podía ocurrir. Sin embargo, existes.
ADÁN (sorprendido). -Debe de ser cierto. (Se sienta en la roca.)
LA SERPIENTE. -Yo diré a Eva el secreto y Eva te lo dirá a ti.
ADÁN. - ¿El secreto? (Se vuelve rápidamente hacia la serpiente, y al volverse
pisa algo afilado.) ¡Oh!
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EVA. - ¿Qué te ha pasado?
ADÁN (frotándose un pie). - Un cardo. Y al lado hay una zarza. Y también ortigas.
Estoy cansado de arrancar estas cosas para que el jardín sea agradable para siempre.
LA SERPIENTE. -No crecen muy pronto. No se apoderarán del Paraíso en
mucho tiempo; no hasta que hayas dejado tu carga y te eches a dormir para siempre.
¿Por qué te tomas la molestia? Deja que los nuevos Adanes abran claros para ellos
mismos.
ADÁN. -Tienes mucha razón. Debes decirnos tu secreto. Eva: es espléndido
no tener que vivir para siempre. EVA (tirándose al suelo descontenta y arrancando
hierbas). -Eso es hablar como hombre. En el momento en que te enteras de que no
es preciso que vivamos para siempre hablas como si fuéramos a acabar hoy. Tienes
que hacer una limpieza de estas cosas horribles, o nos arañaremos y nos picarán
siempre que no nos fijemos en dónde ponemos los pies.
ADÁN. -De algunas, sí, por supuesto. Pero sólo de algunas. Mañana las
arrancaré. (La serpiente se ríe.) ¡Qué ruido más raro haces! Me gusta.
EVA. - A mí no. ¿Por qué lo vuelves a hacer?
LA SERPIENTE. -Adán ha inventado algo nuevo. Ha inventado el mañana. Ahora
que te has descargado del peso de la inmortalidad inventarás cosas todos los días. EvA.
-¿La inmortalidad? ¿Qué es eso?
LA SERPIENTE.-Mi nueva palabra para tener que vivir eternamente.
EVA. -La serpiente ha hecho una palabra preciosa para expresar la vida. La
vida.
ADÁN. - Hazme una palabra hermosa para hacer cosas mañana, porque eso es
seguramente un invento grande y bendito.
LA SERPIENTE. -Demorar.
EVA.-Es una linda palabra. Ya quisiera yo tener la lengua de la serpiente.
LA SERPIENTE.-También eso puede venir. Todo es posible.
ADÁN (dando un salto, presa de súbito terror). - ¡Oh!
EVA. - ¿Qué te pasa ahora?
ADÁN. - Mi descanso. Mi escape de la vida.
LA SERPIENTE. - En demorar hay un peligro terrible. EvA. -¿Qué peligro?
ADÁN. -Si demoro la muerte hasta mañana, no me moriré nunca. No hay ni
puede haber un mañana.
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LA SERPIENTE. -Yo soy muy sutil, pero el Hombre es más profundo que yo
en su pensamiento. La mujer sabe que la nada no existe: el hombre sabe que no hay
mañana. Hago bien en adorarlos.
ADÁN.-Si he de afrontar la muerte debo fijar un día determinado, no un
mañana. ¿Cuándo me moriré?
EVA. -Te puedes morir cuando yo haya hecho otro Adán. No antes. Pero
entonces, cuando quieras. (Se levanta y, pasando por detrás de Adán, avanza
indiferentemente hasta el árbol y se apoya en él acariciando un anillo de la serpiente,)
ADÁN. -No hay por qué tener prisa ni aun entonces.
EVA.-Ya te veo dejándolo para mañana.
ADÁN. - ¿Y tú? ¿Te morirás en el momento en que hayas hecho otra Eva?
EVA, - ¿Por qué me voy a morir? Tienes muchas ganas de librarte de mí. Hace
un momento querías que estuviera sentada y que no me moviera, para evitar que
diera un traspié y muriera como el cervato. Ahora ya no te importa.
ADÁN.-Ahora no importa tanto.
EVA (enojada, a la serpiente). -Esta muerte que tú has traído al Paraíso es mala
cosa. Adán quiere que me muera.
LA SERPIENTE (a Adán), -¿Quieres que se muera?
ADÁN.-No. Soy yo quien va a morir. Eva no debe morir antes que yo. Me
sentiría muy solo.
EVA, - Podrías conseguir una de las nuevas Evas.
ADÁN, - Es verdad. Pero es posible que no fueran lo mismo. No podrían ser;
estoy seguro de eso. No tendrían los mismos recuerdos. Serían... necesito una palabra
nueva para ellas.
LA SERPIENTE, - Extrañas.
ADÁN.-Sí; esa es una palabra difícil y buena. Extrañas.
EVA. - Cuando haya nuevos Adanes y Evas viviremos en un Paraíso de
extraños. Nos necesitaremos uno a otro, Adán. (Se le acerca rápido a la espalda y le
hace volver la cabeza,) No lo olvides. No lo olvides nunca.
ADÁN, - ¿Por qué voy a olvidarlo? Soy yo quien ha pensado en eso.
EVA,-También a mí se me ha ocurrido algo. El cervato tropezó, cayó y
murió. Pero tú podrías acercarte a mí furtivamente por detrás (bruscamente lo
empuja hacia abajo por los hombros y lo hace caer de bruces) y tirarme para que
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me muera. No me atrevería a dormir si no hubiera alguna razón por la que no
quisieras hacerme morir.
ADÁN (incorporándose horrorizado). - ¡Hacerte morir! ¡Qué pensamiento
más espantoso!
LA SERPIENTE.- Matar, matar, matar, matar. Esa es la palabra.
EVA. - Los nuevos Adanes y Evas pueden matarnos. No los voy a hacer. (Se
sienta en la peña, tira de Adán para ponerlo a su lado y lo ase fuertemente con el
brazo derecho.)
LA SERPIENTE. - Debes hacerlos. Porque si no habrá un fin.
ADÁN,-No; no nos matarán; sentirán lo que sentimos nosotros. Hay algo
contra esa. La Voz del Paraíso les dirá que no deben matar, como me dice a mí.
LA SERPIENTE. - La voz del Paraíso es tu propia voz.
ADÁN, -Es y no es. Es algo más grande que yo; yo no soy más que parte de
ella.
EVA. -La Voz no me dice que no te mate a ti. Sin embargo, no quiero que
mueras antes que yo. No hace falta ninguna voz para hacerme sentir eso.
ADÁN (rodeando el hombro de Eva con un brazo y con una expresión de
angustia).- ¡Oh, no!; eso está claro sin ninguna voz. Hay algo que nos retiene
juntos, algo para lo que no hay una palabra.
LA SERPIENTE.-Amor. Amor. Amor.
ADÁN. -Esa es una palabra demasiado corta para una cosa tan larga. (La
serpiente se ríe.)
EVA (volviéndose impaciente hacia la serpiente). - Otra vez ese ruido
hiriente. No lo hagas. ¿Por qué lo haces?
LA SERPIENTE. -Quizá la palabra amor sea pronto demasiado larga para una
cosa tan breve. Pero cuando sea breve será muy dulce.
ADÁN (cavilando).-Me desconciertas. Mi antigua preocupación era seria, pero
simple. Esas maravillas que prometes hacer me pueden enmarañar la vida antes de
que me traigan el regalo de la muerte. Antes me preocupaba la carga de vivir
eternamente, pero no tenía ninguna confusión en mi mente. Si no sabía que amaba a
Eva, por lo menos no sabía que ella podía dejar de amarme y enamorarse de otro
Adán y desear mi muerte. ¿Puedes encontrar una palabra para ese conocimiento?
LA SERPIENTE. -Celos. Celos. Celos.
ADÁN. -Horrible palabra.
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EVA (sacudiéndolo).-Adán: no debes cavilar. Piensas demasiado.
ADÁN (enfadado). -¿Cómo no voy a cavilar cuando el futuro se ha convertido
en incierto? Cualquier cosa es mejor que la incertidumbre. La vida se ha hecho
incierta. El amor es incierto. ¿Tienes una palabra para esta nueva calamidad?
LA SERPIENTE. -Miedo. Miedo. Miedo.
ADÁN. - ¿Tienes un remedio para el miedo?
LA SERPIENTE. -Sí. Esperanza. Esperanza. Esperanza.
ADÁN. - ¿Qué es esperanza?
LA SERPIENTE. -Mientras no conozcas el futuro no sabes que no será más
feliz que el pasado. Eso es esperanza.
ADÁN.-No me consuela. En mí el miedo es más fuerte que la esperanza.
Necesito certidumbre. (Se levanta amenazador.) Dámela; o te mataré en cuanto te
vea dormida.
EVA (rodeando con sus brazos a la serpiente). -¡Mi preciosa serpiente! ¡Oh,
no! ¿Cómo puedes ni siquiera pensar en ese horror?
ADÁN. -El miedo me llevará a cualquier cosa. La serpiente me ha dado miedo.
Que me dé ahora certidumbre, o que me tenga miedo.
LA SERPIENTE. - Ata el futuro con tu voluntad. Haz un voto.
ADÁN. - ¿Qué es un voto?
LA SERPIENTE. -Elige un día para morir; y decide morir en ese día. La muerte no
será entonces incierta, sino cierta. Que Eva haga el voto de quererte hasta que te mueras.
Entonces el amor no será incierto.
ADÁN.-Sí; eso es espléndido; eso atará el futuro.
EVA (disgustada, apartándose de la serpiente).-Pero destruirá la esperanza.
ADÁN (enojado).-Calla, mujer. La esperanza es mala. La felicidad es mala. La
certidumbre es una bendición.
LA SERPIENTE. - ¿Qué es malo? Has inventado una palabra.
ADÁN. - Todo lo que temo es malo. Escúchame, Eva; y escúcharne tú también,
serpiente, para que tu memoria retenga mi voto. Viviré mil series de las cuatro estaciones ...
LA SERPIENTE. - Años. Años.
ADÁN. - Viviré mil años; y después no aguantaré más; y me moriré para descansar.
Y querré a Eva, y a ninguna otra mujer, durante todo ese tiempo.
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EVA. - Y si Adán cumple su voto, yo no querré a ningún otro hombre hasta que
me muera.
LA SERPIENTE. -Entre los dos habéis inventado el matrimonio. Y lo que él
será para ti, y no para ninguna otra mujer, es marido; y lo que tú serás para é1, y no
para ningún otro hombre, es esposa.
ADÁN (moviendo instintivamente la mano hacia Eva). -Marido y mujer. (La
serpiente se ríe.)
EVA (desprendiéndose bruscamente de Adán),-Te digo que no hagas ese ruido
odioso.
ADÁN.-No le hagas caso, serpiente; ese ruido es bueno; me alegra el corazón.
Eres una serpiente alegre, pero todavía no has hecho ningún voto. ¿Cuál vas a hacer?
LA SERPIENTE.-Yo no hago votos. Corro el albur.
ADÁN. -¿Albur? ¿Qué significa eso?
LA SERPIENTE. -Que yo temo la certidumbre tanto como tú la incertidumbre.
Significa que lo único cierto es la incertidumbre. Si ato el futuro ato mi voluntad. Si
ato mi voluntad estrangulo la creación.
EVA.-No hay que estrangular la creación. Te digo que yo crearé, aunque al
crear me deshaga en pedazos.
ADÁN.-Callaos los dos. Yo ataré el futuro. Me libraré del miedo. (A Eva.)
Hemos hecho nuestros votos; y si tú creas, crearás dentro de los límites de esos
votos. No escucharás más a esa serpiente. Ven. (Agarra a Eva del pelo y se la lleva.)
EVA. -Suéltame, tonto. Todavía no me ha dicho el secreto.
ADÁN (soltándola). -Es verdad. ¿Qué es un tonto?
EVA. -No sé; se me ha ocurrido la palabra. Ser tonto es lo que eres tú cuando
olvidas y cavilas y te llenas de miedo. Quiero que escuchemos a la serpiente.
ADÁN.-No; me da miedo. Cuando habla siento como que se va abriendo el
suelo bajo mis pies. Quédate tú y escucha. (La serpiente se ríe.)
ADÁN (alegrándose). -Ese ruido se lleva el miedo. ¡Qué raro! La serpiente y
la mujer van a hablar de secretos en voz baja. (Suelta una risita y se aleja despacio,
riéndose por primera vez.)
EVA.-Ahora el secreto, el secreto. (Se sienta en la roca y estrecha en sus
brazos a la serpiente, que empieza a hablarle en voz queda. La cara de Eva se ilumina
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con un gran interés, que aumenta hasta que lo sustituye una expresión de invencible
repugnancia. Hunde la cara en las manos.)
ACTO II
Unos pocos siglos después. Un oasis en Mesopotamia. Muy cerca asoma en una
huerta el extremo de una cabaña de troncos. Adán está cavando en medio de la huerta.
A su derecha está sentada Eva en un taburete a la sombra de un árbol cerca de la
entrada. Hila lino. Su rueca, que mueve a mano, es un gran disco de madera dura,
prácticamente un volante. En el lado opuesto de la huerta hay un seto espinoso en que
hay un espacio cerrado por una tranquera.
Los dos están escasa y descuidadamente vestidos con lienzo áspero de lino y
hojas. Han perdido su juventud y su gracia, y Adán tiene una barba mal cuidada y un
pelo mal cortado, pero son fuertes y están en pleno vigor. Adán tiene la cara de
preocupado de los campesinos. Eva, de mejor humor (ha dejado de preocuparse), hila y
piensa.
UNA VOZ DE HOMBRE.- Hola mamá.
EVA (mirando hacia la tranquera). -Ahí está Caín. (Adán, profiriendo un gruñido de
disgusto, sigue cavando sin levantar la cabeza. Caín patea la tranquera para abrirse paso y
entra en la huerta. Por su actitud, su voz y su vestimenta, es marcadamente guerrero. Viene
equipado con una enorme lanza y una adarga de cuero con borde de metal; su casco es una
cabeza de tigre con cuernos de toro; viste una capa escarlata coca un broche de oro sobre
una piel de león con las garras colgantes; calza sandalias con adornos de latón; tiene
tobilleras de latón: y su erizado bigote militar brilla con aceite. Con sus padres tiene la
actitud del hijo rebelde que quiere imponerse, no las tiene todas consigo y sabe que ni lo
perdonan ni lo aprueban.)
CAÍN (a Adán). - ¿Siempre cavando? Cavar, cavar, cavar. Aferrarse a los
viejos surcos. Nada de progreso, nada de ideas avanzadas, nada de aventuras. ¡Qué
sería yo si me hubiera empeñado en seguir cavando, como me enseñaste?
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ADÁN. - ¿Qué eres ahora con tu adarga y tu lanza y la sangre de tu hermano
que clama contra ti desde la tierra?
CAÍN.-Yo soy el primer asesino; tú no eres más que el primer hombre.
Cualquiera podría ser el primer hombre; es tan fácil como ser el primer repollo.
Para ser el primer asesino hay que ser hombre de temple.
ADÁN. - Véte. Déjanos en paz. El mundo es bastante grande para que
podamos estar aparte.
EVA. - ¿Por qué quieres que se vaya? Es mío. Lo hice yo en mi cuerpo.
Quiero ver mi obra de vez en cuando.
ADÁN. -También hiciste a Abel. Caín lo mató. ¿Eres capaz de mirarlo
después de aquello?
CAÍN. - ¿Quién tuvo la culpa de que yo matara a Abel? ¿Quién inventó el
matar? ¿Yo? No; lo inventó él mismo. Yo seguía tus enseñanzas. Cavaba, cavaba,
cavaba. Hice limpieza de cardos y zarzas. Comía los frutos de la tierra. Vivía del
sudor de mi frente, como tú. Era un tonto. Pero Abei era un descubridor, hombre
con
ideas, con espíritu: un verdadero progresista. Él fué quien descubrió la sangre.
Inventó el matar. Averiguó que con una gota de rocío se podía atraer el calor del
sol. Inventó el altar para mantener vivo el fuego. Transformaba en carne, mediante
el fuego del altar, las bestias que mataba. Se mantenía vivo comiendo carne. Su
comida le costaba un día glorioso de deporte sano y una hora de divertirse jugando
con el fuego. Tú no aprendiste nada de él y seguiste con tu aburrida rutina, cavando,
cavando, cavando y haciéndome a mí también cavar. Yo le envidié su felicidad, su
libertad. Me despreciaba a mí mismo por no hacer lo que hacía él en vez de lo que
hacías tú. Llegó a ser tan feliz que compartía su comida con la Voz, que le
susurraba todos sus inventos. Decía que la Voz era la Voz del fuego que le hacía la
comida, y que el fuego que la hacía podía también comerla. Era cierto: yo vi que el
fuego consumía la comida en el altar de Abel. Entonces hice yo también un altar y
en él ofrecí mi comida, mis granos, mis raíces, mis frutos. Inútilmente; no ocurrió
nada. Abel se rió de mí, y entonces se me ocurrió la gran idea: ¿por qué no matar a
Abel como él mataba las bestias? Lo golpeé y se murió como se morían las bestias.
Entonces abandoné tu estúpida rutina y me puse a vivir como vivía él: de la caza, de
matar y del fuego. ¿No soy mejor que tú, más fuerte, más feliz, más libre?
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ADÁN.-No eres más fuerte; no tienes tanta resistencia como yo; no puedes
durar. Has hecho que las bestias nos teman; y la serpiente ha inventado un veneno
para protegerme contra ti. Yo mismo te tengo miedo. Si das un paso hacia tu madre
con esa lanza en la mano, te golpearé con mi azada como golpeaste tú a Abel.
EVA. -No me va a atacar. Me quiere.
ADÁN. - También quería a su hermano. No obstante, lo mató.
CAÍN. -No quiero matar mujer. No quiero matar a mi madre. Y aunque podría
atravesarte con esta lanza sin ponerme al alcance de tu azada, en consideración a mi
madre no te mataré. Si no fuera por ella, no podría resistirme a la diversión de matarte
a pesar de mi temor de que pudieras matarme tú... He luchado con un jabalí y con un
león para ver quién iba a matar a quién. He luchado con un hombre; lanza contra lanza
y adarga contra adarga. Es terrible, pero no hay alegría parecida. Yo le llamo luchar.
Quien nunca ha luchado, nunca ha vivido. Esto es lo que me ha traído hoy a ver a mi
madre.
ADÁN. -¿Qué tenéis ahora que ver uno con otro? Ella es la creadora; tú eres el
destructor.
CAÍN.-¿Cómo puedo yo matar a menos que ella cree? Quiero que cree más y
más hombres, y más y más mujeres, para que ellas, a su vez, creen más hombres. He
imaginado un glorioso poema de muchos hombres, de más hombres que hojas en mil
árboles. Los dividiré en dos grandes grupos. Uno de ellos lo dirigiré yo; el otro lo
dirigirá el hombre con quien más ganas tengo de pelear para matarlo. Y cada grupo
intentará matar al otro. Imagínate a todas aquellas multitudes luchando, peleando,
matando, matando. Los cuatro ríos fluyendo sangre. Los gritos de triunfo, los alaridos
de furia, las maldiciones de desesperación, los gemidos de tormento. Eso sí que será
vivir hasta con el tuétano mismo, esa sí que será una vida ardorosa, impresionante.
Todo el que no la haya visto, oído, sentido, arriesgado, se sentirá como un imbécil en
presencia del hombre que lo haya conocido.
EVA. -¿Y yo? ¿No soy sino una mera conveniencia que hace hombres para que tú
los mates?
ADÁN. - O para que te maten a ti, tonta.
CAÍN. -Madre: el hacer hombres es tu derecho, tu riesgo, tu agonía, tu gloria, tu
triunfo. Para eso haces de mi padre una mera conveniencia para ti, como tú dices. Tiene que
cavar para ti, sudar para ti, arar para ti, como el buey que le ayuda a abrir la tierra o el burro
que le lleva las cargas. Ninguna mujer me hará vivir como vive mi padre. Cazaré, lucharé y
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me esforzaré hasta que se rompan mis tendones. Cuando mate un jabalí con riesgo de mi vida
se lo tiraré a mi mujer para que lo cocine y le daré un pedazo por su trabajo. No tendrá otra
comida, y eso la hará mi esclava. Y el hombre que me mate puede quedarse con ella como
botín. El hombre será el amo de la mujer, no su cría y su sirviente. (Adán tira la azada y se
queda mirando sombríamente a Eva.)
EVA. -Je tienta eso, Adán? ¿Te parece mejor que el cariño que nos tenemos?
CAÍN. - ¿Qué sabe él de cariño? Sólo después de luchar, después de afrontar el
terror y la muerte, después de gastar hasta la última gota de su fuerza, puede saber lo que
es descansar en el amor en brazos de una mujer. Pregunta a la mujer que hiciste, que es
también mi mujer, si me prefería como era en el tiempo en que seguía las enseñanzas de
Adán y era un cavador y un sirviente.
EVA (enfadada y tirando el huso). - ¿Cómo? ¿Te atreves a venir a jactarte de esa
Lua que no sirve para nada, la peor de las hijas y la peor de las esposas? ¿Que tú eres su
amo? Eres más esclavo de ella que el buey de Adán o tu propio perro pastor. Cuando
mates el jabalí con riesgo de tu vida le tirarás un pedazo por su trabajo. ¡Ja! Pobre
infeliz: ¿crees que no la conozco y te conozco a ti mejor que eso? ¿Arriesgas la vida
cuando atrapas en un cepo al armiño, a la marta y al zorro azul para que cuelguen en sus
hombros holgazanes y hagan que parezca más un animal que una mujer? Cuando tienes
que !atrapar tiernos pajaritos porque para ella es demasiado trabajo masticar una comida
decente, ¿te sientes como un gran guerrero? Matas el tigre arriesgando tu vida; pero,
¿quién se queda con la piel a rayas que te ha hecho correr el riesgo? Se queda ella para
tumbarse encima y te tira la carne podrida que no puedes comer. Tú luchas porque
piensas que la lucha hace que te admire y te desee. Tonto: te hace luchar porque le traes
los adornos y los tesoros de tus víctimas y porque las personas que te temen la cortejan y
propician con poder y oro. Dices que yo hago de Adán una mera conveniencia: yo, que
hilo y traigo hijos al mundo y los crío, y que soy una mujer y no un animalito doméstico
para gustar y explotar a los hombres. ¿Qué eres tú, pobre esclavo de una cara pintada y
un montón de pieles de zorrino? Eras un hombre-niño cuando te parí; Lua era una mujerniña cuando la parí. ¿Qué habéis hecho de vosotros mismos?
CAÍN (dejando caer su lanza al codo doblado con que sostiene la adarga y
retorciéndose el bigote). -Hay algo más alto que el hombre. Hay un héroe y un superhombre.
EvA. -¡Superhombre! Tú no eres un superhombre; eres el anti-hombre; eres a otros
hombres lo que el armiño es al conejo; y Lua es a ti lo que la sanguijuela es al armiño.
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Desprecias a tu padre; pero cuando tu padre muera el mundo será más rico porque él vivió.
Cuando te mueras tú, los hombres dirán: "Fué un gran guerrero, pero para el mundo habría
sido mejor si no hubiera
nacido." Y de Lua no dirán nada; pero cuando piensen en ella escupirán.
CAÍN.-Es mejor mujer que tú para vivir con ella. Si Lua me regañara como me
estás regañando y regañas a Adán, le pondría negro y azul el cuerpo a golpes, de pies
a cabeza. Por muy esclavo que dices que soy, ya le he pegado antes de ahora.
EVA.-Sí, porque miró a otro hombre. Y luego te humillaste a sus pies, y
lloraste, y le suplicaste que te perdonara y fuiste diez veces más esclavo que antes; y
ella, cuando terminó de gemir y se le calmó un poco el dolor, te perdonó, ¿verdad?
CAÍN. -Me amó más que nunca. Ese es el verdadero carácter de la mujer.
EVA (compadeciéndolo ahora maternalmente). - ¡Amor! Llamas amor a
eso. Dices que ese es el carácter de la mujer. Hijo mío: eso no es ser hombre, ni mujer,
ni es amor, ni vida. No tienes verdadera fuerza en tus huesos ni savia en tu carne.
CAÍN. - ¡ Ja! (Blande la lanza y la agita muscularmente.)
EVA.-Sí; para sentir tu fuerza tienes que retorcer un palo; no puedes gustar de la
vida sin hacerla amarga y ardiente; no puedes amar a Lua hasta que tenga pintada la
cara, ni sentir el calor natural de su cuerpo hasta que le hayas puesto encima una piel de
ardilla. No puedes sentir nada más que los tormentos ni creer nada más que las
mentiras. No levantarás la cabeza para mirar los milagros de la vida que te rodea, pero
correrás diez millas para ver una pelea o una muerte.
ADÁN.-Ya has hablado bastante. Deja al chico en paz.
CAÍN.-¿Chico? ¡Ja, ja!
EVA (a Adán). -Es posible que pienses que, al fin y al cabo, su manera de vivir es
mejor que la tuya. Todavía te tienta. Bueno, me mimarás tú a mí como él mima a su
mujer. Matarás tigres y osos hasta que yo tenga un montón de pieles para tenderme
encima. Me pintaré la cara, y dejaré que se me ablanden los brazos, y comeré perdices y
palomas y la carne de los cabritos a quienes les robarás la leche para mí.
ADÁN.-Ya es bastante difícil aguantarte tal como eres. Sigue siendo como eres, y
yo seguiré siendo como soy.
CAÍN. -Ninguno de los dos sabéis nada de la vida. Sois unos simples campesinos.
Sois los enfermeros y criados de los bueyes y los perros y los burros que habéis
domesticado para que trabajen para vosotros. Yo puedo hacer que seáis más que eso.
Tengo un plan. ¿Por qué no domesticar a hombres y mujeres para que trabajen para
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nosotros? ¿Por qué no criarlos desde su niñez de modo que no conozcan otra cosa y
crean que somos dioses y que ellos están aquí únicamente para hacer que la vida sea
gloriosa para nosotros?
ADÁN (impresionado). - Gran idea. Como solía decir la serpiente: ¿por qué no?
EVA. - Porque yo no quisiera tener a esos desdichados en mi casa. Porque detesto
los seres con dos cabezas, o con miembros atrofiados, o que no son naturales o están
desfigurados y deformados. Ya he dicho a Caín que no es un hombre y que Lua no es
una mujer: son monstruos. Y tú quieres ahora hacer monstruos aun menos naturales, para
que tú puedas ser un perfecto haragán e inútil y que tus domesticados animales humanos
se encuentren con que el trabajo es una maldición. ¡Hermoso sueño, verdaderamente! (A
Caín.) A tu padre la tontería no le penetra más allá de la piel; pero tú eres un tonto
hasta la médula; y el fardo de tu mujer es aún peor.
ADÁN.-¿Por qué soy yo un tonto? ¡Cómo!, ¿soy más tonto que tú?
EVA.-Tú me dijiste que no habría muertes, porque la Voz diría a nuestros
hijos que no deben matar. ¿Por qué no le dijo eso a Caín?
CAÍN.-Se lo dijo; pero yo no soy un niño para asustarme de una Voz. La Voz
pensaba que yo no era sino el guardián de mi hermano. Yo descubrí que yo era yo,
y que Abel debía ser Abel y protegerse a sí mismo. Yo no era más guardián de él
que él mi guardián. ¿Por qué no me mató él a mí? Nada se lo impedía más que a mí;
era cuestión de hombre contra hombre, y gané yo. Yo fuí el primer vencedor.
ADÁN. -¿Qué te dijo la Voz cuando pensaste todo eso?
CAÍN.-Me dió la razón. Me dijo que lo que había hecho me puso una marca,
una marca de fuego como la que Abel ponía en sus ovejas, y que nadie me mataría.
Y aquí estoy sin que nadie me haya matado, mientras a los cobardes que nunca han
matado y se contentan con ser los guardianes de sus hermanos, en vez de ser sus
amos, se los desprecia y rechaza y se los mata como si fueran conejos. Quien lleve
la marca de Caín gobernará el mundo. Si cae lo vengarán siete veces; lo ha dicho la
Voz; de modo que cuidado con conspirar, vosotros y los demás, contra mí.
ADÁN.-Déjate de jactancias y matonismos y di la verdad. ¿No te dice la Voz
que ya que ningún hombre puede atreverse a matarte porque asesinaste a tu
hermano te deberías matar a ti mismo?
CAÍ N. - No.
ADÁN. -Entonces, la justicia divina no existe, a menos que estés mintiendo.
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CAÍN,-No estoy mintiendo; me atrevo a decir las verdades. Hay una justicia
divina. Porque la Voz me dice que debo ofrecerme a todos para que me maten si pueden. Sin peligro no puedo ser grande. Así es como pago la sangre de Abel. El peligro
y el miedo me siguen los pasos por todas partes. Sin peligro y miedo el valor no
tendría sentido. Y es el valor, el valor, el valor, lo que eleva la sangre de la vida a un
esplendor escarlata.
ADÁN (recogiendo su azada y disponiéndose otra vez a cavar). -Entonces, quítate
la vida. Esa vida espléndida de que hablas no durará mil años; y yo debo durar mil
años. Cuando vosotros, los peleadores, no os matáis luchando uno contra otro o
contra las fieras, morís como resultado del mal que lleváis dentro. Vuestra carne cesa
de crecer como carne de hombre: crece como un hongo en un árbol. En vez de
respirar estornudáis, o toséis vuestras entrañas y perecéis. Se os pudren los
intestinos; se os cae el pelo, se os ennegrecen y caen los dientes; y morís antes de
tiempo, no porque queráis, sino porque debéis morir. Yo cavaré y viviré.
CAÍN. -Bien, pero haz el favor de decirme: ¿para qué te sirven a ti, viejo
vegetal, mil años de vida? ¿Cavas mejor porque hace cientos de años que estás
cavando? Yo no he vivido tanto tiempo como tú, pero del oficio de cavar sé todo lo
que se puede saber. Dejando ese oficio me he hecho libre para aprender otros oficios
que tú desconoces por completo. Sé cómo luchar y cómo cazar, en una palabra, cómo
matar. ¿Qué certidumbre tienes tú de tus mil años? Yo podría mataros a los dos, y no
sabríais defenderos mejor que un par de ovejas. Os dejo vivir, pero otros quizá os
maten. ¿Por qué no vivir
valientemente y morir pronto para dejar sitio a otros? ¿Por qué yo, yo, que tengo
más habilidades que ninguno de vosotros dos, me canso de mí mismo cuando no estoy
peleando o cazando? Antes que afrontar mil años de ese fastidio me mataría como a
veces me tienta la Voz.
ADÁN.-Mentiroso. Acabas de negar que te dijo que pagaras la vida de Abel con la
tuya.
CAÍN. -La Voz no me habla a mí como a ti. Yo soy un hombre; tú eres un niño
crecido. No se habla a un niño como se le habla a un hombre. Y un hombre no escucha y
tiembla en silencio. Replica; se hace respetar por la Voz y acaba por dictar lo que la Voz
le dirá.
ADÁN. - Maldita sea tu lengua por esa blasfemia.
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EVA. -Contén la lengua, Adán, y no maldigas a mi hijo. Fué Lilith quien hizo mal
al compartir tan desigualmente entre el hombre y la mujer el trabajo de crear. Si tú, Caín,
hubieras tenido el trabajo de hacer a Adán o a otro hombre para que lo reemplazara
cuando desapareciera, no lo hubieras matado; hubieras arriesgado tu vida para salvar la
suya. Por eso es por lo que toda vuestra charlatanería, que acaba de tentar a Adán cuando
ha tirado la azada y te ha escuchado por un rato, ha pasado a mi lado como un viento
podrido que ha pasado por encima de un cadáver. Por eso hay enemistad entre la Mujer,
la creadora, y el Hombre, el destructor. Yo te conozco: soy tu madre. En crear vida se
tarda mucho, y es duro y penoso; en robar la vida que otros han hecho se tarda poco y es
fácil. Por eso es por lo que Lilith os libró de parir, no para que robéis y matéis.
CAÍN. - Que se lo agradezca el Diablo. Yo podría emplear mejor el tiempo que
jugando a marido de la arcilla que piso.
ADÁN. - ¿El diablo? ¿Qué palabra nueva es ésa?
CAÍN. -Escúchame, viejo imbécil. Nunca te ha escuchado de buena gana mi alma
cuando me has hablado de la Voz que te susurra al oído. Debe de haber dos Voces: una
que te engaña y te desprecia, y otra que confía en mí y me respeta. A la tuya llamo yo
Diablo. A la mía le llamo la Voz de Dios.
ADÁN. - La mía es la Voz de la Vida; la tuya, la Voz de la Muerte.
CAÍN. -Dejémoslo así. Porque a mí me susurra que la muerte no es realmente
muerte; que es la puerta de otra vida; una vida infinitamente espléndida e intensa; una vida
del alma sola; una vida sin terrones o azadas, hambre o fatiga...
EVA. - Egoísta y ociosa, Caín. Ya lo sé.
CAÍN. -Egoísta, sí: una vida en que ningún hombre es el guardián de su hermano
porque su hermano sabe guardarse a sí mismo. Pero, ¿soy haragán yo? ¿No he abrazado, al
rechazar vuestras faenas, males y agonías de que vosotros no sabéis nada? La flecha es más
liviana en la mano que la azada; pero la energía que la empuja a través del pecho de un
peleador es como el agua comparada con el fuego, cuando se le compara con la fuerza que
mete la azada en la sucia e inofensiva arcilla. Mi fuerza es como la de diez porque mi corazón
es puro.
ADÁN. - ¿Qué quiere decir esa palabra?
¿Qué es puro?
CAíN. - Lo hecho de arcilla. Lo que se vuelve hacia el sol, hacia el cielo claro y
limpio.
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ADÁN.-El cielo está vacío, hijo mío. La tierra es fructífera. La tierra nos alimenta.
Nos da la fuerza con la que te hemos hecho a ti y a toda la humanidad. Apartado de la
arcilla que desprecias perecerías tristemente.
CAÍN. —Me rebelo contra la arcilla. Me revelo contra la comida. Dices que da
fuerza, ¿no se transforma también en inmundicia y nos trae enfermedades? Me revelo
contra esos nacimientos de que tanto os enorgullecéis tú y mi madre. Nos rebajan al
nivel de las bestias. Si eso va a ser 1_o último como ha sido lo primero, que perezca la
humanidad. Si he de comer como un oso, si Lua ha de parir cachorros como una osa,
prefiero ser un oso y no un hombre; porque el oso no se avergüenza; no conoce nada
mejor. Si tú estás contento, como el oso, yo no lo estoy. Quédate con la mujer que te
da hijos; yo iré a la mujer que me da sueños. Hurga en la tierra para sacar comida; yo
la traeré del cielo con mis flechas, o la derribaré cuando vague en la tierra con el
orgullo de vivir. Si debo comer o morir, al menos conseguiré la comida lo más lejos
que pueda de la tierra. El buey hará que sea más noble que la hierba antes de que me
llegue. Y como el hombre es más noble que el buey, un día permitiré que mi enemigo
se coma el buey; y luego lo mataré a él y me lo comeré.
ADÁN.- ¡Monstruo! ¿Has oído eso, Eva?
EVA. -En eso acaba lo de volver la cara hacia el cielo limpio y claro. En comer
hombres. En comer niños. Porque en eso acabaría, como acabó en comer corderos y
cabritos cuando Abel empezó con las ovejas y las cabras. Después de todo eres un pobre
tonto. ¿Crees que a mí, que tengo el dolor de parir, que tengo el trabajo de hacer la
comida, nunca se me han ocurrido esas cosas? Por un momento he pensado que quizá este
hijo mío valiente y fuerte, capaz de imaginar algo mejor y de desear lo que imagina,
podría también querer lo deseado hasta llegar a crearlo. Y a lo que hemos venido a parar
es a que quiere ser oso y comer niños. Ni un
oso comería a un hombre si pudiera conseguir miel. CAíN. - No quiero ser oso.
No quiero comer niños. No sé lo que quiero, salvo que quiero ser algo más alto y
noble que este estúpido y viejo cavador a quien Lilith hizo para que te ayudara a
traerme al mundo y a quien desprecias ahora que te ha servido para lo que querías.
ADÁN (en un acceso de furia). -Me dan ganas de hacerte ver que mi azada te
puede abrir tu ingrata cabeza a pesar de tu lanza.
CAÍN.-¿Ingrata? ¡Ja, ja! (Blandiendo la lanza.) Pruébalo, viejo padre de todos.
Prueba lo que es pelear. EVA. - Paz, paz, tontos. Siéntate, calla y escúchame,
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(Adán, encogiéndose cansadamente de hombros, tira la azada. Caín, riéndose al
encogerse de hombros, tira la lanza y la adarga. Los dos se sientan en el suelo.) No sé
quién de vosotros dos me satisface menos: tú con tus sucios azadonazos, o él con sus
sucias muertes. No puedo pensar que para esas dos pobres maneras de vivir os dejara
libres Lilith. (A Adán.) Tú extraes raíces y haces que los granos que siembras se
multipliquen. ¿Por qué no extraes del cielo una manutención divina? Caín roba y
mata para comer; y compone unos hueros poemas sobre la vida después de la muerte;
y cubre con bellas palabras su vida llena de terror y con buena ropa su cuerpo roído
por las enfermedades, para que los hombres lo glorifiquen y honren en vez de
maldecirlo por asesino y ladrón. Todos vosotros, los hombres, con la única excepción
de Adán, sois hijos míos, o hijos de mis hijos, o hijos de los hijos de mis hijos: todos
venís a verme; todos os pavoneáis ante mí; todas vuestras pequeñas sabidurías y
habilidades las exhibís ante la madre Eva. Vienen los cavadores; vienen los
peleadores y matadores; todos me aburren mucho, porque o se me quejan de
la última cosecha o se me jactan de la última pelea. ¡Oh, lo he oído mil veces!
Me hablan también del último hijo que han tenido; la agudeza que dijo ayer el
angelito, y cuánto más listo, o admirable, o delicado es que ningún otro niño nacido
antes. Y yo tengo que fingir que me sorprende, que me encanta, que me interesa,
aunque el último hijo es como el primero y no ha dicho nada que no nos encantara a
Adán y a mí cuando lo decíais Abel o tú. Porque vosotros fuisteis los primeros niños
que hubo en el mundo y nos asombrasteis y encantasteis como no se asombrará y
encantará otra vez ninguna otra pareja mientras dure el mundo. Cuando no puedo
aguantar más voy a nuestro antiguo Paraíso, que ahora es una masa de ortigas y
cardos, en la esperanza de encontrarme con la serpiente para conversar. Pero vosotros
habéis hecho de la serpiente un enemigo; se ha ido del Paraíso o ha muerto; no la veo
más. Y después tengo que volver y escuchar a Adán diciendo las mismas cosas por
diezmilésima vez o recibir la visita de su tataranieto, que ha crecido y quiere
impresionarme con su importancia. ¡Oh!, es aburridísimo, aburridísimo. Y todavía
me quedan cerca de setecientos años en que tengo que soportarlo.
CAíN. - ¡Pobre mamá! Ya ves, la vida es demasiado larga. Uno se cansa de
todo. No hay nada nuevo bajo el sol.
ADÁN (a Eva, rezongando). - ¿Por qué sigues viviendo si no encuentras nada
mejor que hacer que quejarte? EVA. - Porque todavía hay esperanza.
CAíN. -¿En qué?
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EVA. - En que tu sueño y el mío sean una realidad. En cosas nuevas. En cosas
mejores. No todos mis hijos y los hijos de mis hijos son cavadores y peleadores. Algunos no quieren cavar ni pelear; son más útiles que ninguno de vosotros dos; son flojos
y cobardes; son vanidosos; pero también sucios y no se quieren tomar el trabajo de
cortarse el pelo. Piden dinero prestado y no lo devuelven; pero se les da lo que piden,
porque dicen bellas mentiras con bellas palabras. Recuerdan sus sueños. Pueden soñar
sin dormir. No tienen bastante voluntad para crear en vez de soñar; pero la serpiente
dijo que la voluntad de los que tienen suficiente fe para creer en ello puede hacer que
los sueños sean realidad mediante la creación. Hay otros que cortan cañas de diferentes
tamaños y soplando por ellas lanzan al aire deliciosas formas de sonidos; y otros juntan
esas formas haciendo que tres cañas suenen al mismo tiempo y llevan mi alma a alturas
en que veo cosas que no puedo describir con palabras. Y otros hacen pequeños mamuts
con arcilla, o hacen que aparezcan caras en piedras lisas y me piden que les cree
mujeres que tengan aquellas caras. Yo he mirado a ellas y he deseado; y después he
hecho una mujer-niña que al crecer se les ha parecido mucho. Y otros piensan en
números sin tener que contar con los dedos, y contemplan el cielo a la noche, y dan
nombres a las estrellas, y pueden predecir cuándo el sol quedará cubierto por una tapa
negra de puchero. Y ahí anda Túbal, que me hizo esta rueca y me ahorró mucho trabajo.
Y Enoch, que camina por la montañas y oye continuamente la Voz y ha renunciado a su
voluntad para hacer la voluntad de la Voz y tiene algo de la grandeza de la Voz.
Siempre que viene hay una nueva maravilla, o una nueva esperanza; algo que hace que
vivir valga la pena. No quieren morir porque siempre están aprendiendo y creando cosas
o logrando sabiduría, o al menos soñando con esas cosas. Y luego tú, Caín, vienes a mí
con tus
estúpidas peleas y destrucciones y tus tontas jactancias; y quieres que te diga
que todo eso es espléndido, y que tú eres heroico, y que nada más que la muerte o el
temor a la muerte hace que vivir valga la pena. Véte de aquí, niño travieso, y tú,
Adán, sigue trabajando y no pierdas el tiempo escuchándolo.
CAÍN. - Quizá no sea yo muy inteligente, pero ...
EVA (interrumpiéndolo). - Quizá no lo seas, pero no empieces a jactarte de
eso. No te hace ningún favor. CAÍN.-Así y todo, madre, tengo un instinto que me
dice que la muerte desempeña una parte en la vida. Díme: ¿quién inventó la muerte?
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(Adán se pone de pie de un salto. Eva deja caer el huso. Los dos se muestran muy
consternados.)
CAÍN. - ¿Qué os pasa?
ADÁN.-Chico, nos has hecho una pregunta terrible.
EVA.-El asesinar lo inventaste tú. Te debe bastar con eso.
CAÍN. - El asesinato no es la muerte. Ya sabes lo que quiero decir. Aquellos a
quienes maté morirían aunque yo no los hubiera matado. Aunque a mí no me maten,
tendré que morir. ¿Quién me impuso eso? ¿Quién inventó la muerte?
ADÁN.-Tienes que ser razonable. ¿Podrías soportar el vivir eternamente?
Piensas que sí porque sabes que nunca tendrás que hacer que tu pensamiento sea
una realidad. Pero yo he sabido lo que es estar sentado y meditando bajo el terror de
la eternidad, de la inmortalidad. Piensa en lo que es no tener escape, ser Adán,
Adán, Adán, durante más días que granos de arena hay en las orillas de los dos ríos
y entonces estar tan lejos del fin como siempre. Yo, que tengo en mí mismo tantas
cosas que detesto y de que estoy deseando desprenderme.
Ya puedes dar gracias a tus padres, que te han permitido que traspases tu
carga a hombres nuevos y mejores y te han ganado un descanso eterno; porque
fuimos nosotros quienes inventamos la muerte.
CAÍN (levantándose). -Hicisteis bien; tampoco yo quiero vivir eternamente.
Pero si inventasteis la muerte, ¿por qué me hacéis reproches a mí, que soy el
ministro de la muerte?
ADÁN. -YO no te hago reproches. Véte en paz. Déjame a mí con mi azada y
deja a tu madre con su rueca. CAÍN. -Bueno; aunque os he indicado un camino
mejor, os dejo con vuestras tareas. (Recoge su adarga y su lanza.) Me voy adonde
mis valientes amigos los guerreros y sus espléndidas mujeres. (Avanza hacia el seto
espinoso.) ¿Dónde estaba el caballero cuando Adán cavaba y Eva hilaba? (Se aleja
riéndose a carcajadas, que terminan cuando grita desde lejos.) Adiós, madre.
ADÁN (rezongando). -El muy gandul podía haber cerrado el portillo. (Pone el
trozo de portillo en la abertura del seto.)
EVA. -Mediante él y los que son como él, la muerte va ganando terreno a la
vida. Ya la mayoría de nuestros nietos mueren antes de tener sentido común para
saber vivir.
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ADÁN. - No importa. (Se escupe a las manos y agarra otra vez la azada.) La
vida, por muy corta que la estén haciendo, es todavía bastante larga para aprender a
cavar.
EVA (cavilando). - Sí, para cavar. Y para pelear. Pero es bastante larga para
otras cosas, para grandes cosas. Vivirán lo suficiente para comer maná.
ADÁN. - ¿Qué es maná?
EVA.-Comida extraída del cielo, hecha de aire, no cavada suciamente de la
tierra. ¿Aprenderán en el poco
tiempo que vivan los caminos de todas las estrellas? Enoch tardó doscientos años
en aprender a interpretar la voluntad de la Voz. Cuando era un simple niño de ochenta
años, sus infantiles intentonas para entender la Voz eran más peligrosas que la cólera de
Caín. Si acortan sus vidas cavarán, y pelearán, y matarán, y morirán; y sus Enoch niños
les dirán que la voluntad de la Voz es que sigan cavando, y peleando, y matando, y
muriendo, por toda la eternidad.
ADÁN. -Si son haraganes y desean la muerte, yo no puedo impedirlo. Yo viviré
mis mil años; y si ellos no los viven, que se mueran y condenen.
EVA. - ¿Que se condenen? ¿Qué es eso?
ADÁN. -El estado en que se sienten quienes aman la muerte más que la vida. Sigue
hilando; y no estés quieta sin hacer nada mientras yo canso mis músculos para ti.
EVA (levantando lentamente su huso). - Si no fueras un majadero encontrarías para
que pudiéramos vivir una manera mejor que esta de hilar y cavar.
ADÁN.-Te digo que sigas trabajando; o te quedarás sin pan.
EVA. - No es necesario vivir siempre sólo de pan. Hay algo más. Todavía no
sabemos lo que es, pero un día lo averiguaremos; y entonces viviremos sólo de aquello, y
no se cavará, ni se hilará, ni se peleará, ni se matará más. (Eva hila con resignación,
Adán cava nervioso.)
PARTE II
EL EVANGELIO DE LOS HERMANOS BARNABAS
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En los primeros años después de la guerra un caballero de cincuenta años y
aspecto impresionante está sentado, escribiendo, en un despacho espacioso y bien
amueblado. Viste de negro, de chaqué y corbata blanca; aunque su chaleco no es
exactamente un chaleco de clérigo y el cuello de la camisa se abotona delante y no
detrás, se combinan con la prosperidad indicada por su ambiente, y con su aire de
distinción personal, para sugerir que es un dignatario eclesiástico. Con todo, no es
claramente ni deán ni obispo; es más bien un intelectual demasiado sombrío para ser
un entusiasta de la Iglesia Libre; y no tiene la cara de suficientemente preocupado
como para ser el director de un colegio.
Las ventanas del despacho, provistas de anchos y cómodos asientos, dan a
Hampstead Heath y hacia Londres. En consecuencia, como hace una hermosa tarde de
primavera, el despacho está soleado. Mirando de cara a las ventanas, a la derecha está
el hogar con unos pocos leños que se van quemando lentamente, y un par de cómodas
sillas de biblioteca sobre una alfombra delante del hogar; más allá, y al lado del hogar,
la puerta; delante del mirón está el escritorio a que está sentado, un poco a la
izquierda, el caballero sacerdotal, frente a la puerta y mostrando su perfil del lado
derecho; a la izquierda un diván, y a la derecha un par de sillas Chippendale. Hay
también en medio de la habitación, contra el escritorio, un taburete cuadrado y
tapizado. Las paredes están cubiertas de estantes de libros, arriba, y armarios abajo.
Se abre la puerta y se asoma otro caballero más bajo que el sacerdotal, con un
año o dos de diferencia en edad, con barbita, vestido con un traje de tweed muy
usado, y con mucho menos estilo que aquél en su porte y actitudes,
EL CABALLERO SACERDOTAL, - Hola. No te esperaba hasta el tren de las
cinco.
EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (entrando muy despacio). Pensando en una cosa, se me ha ocurrido venir más temprano.
EL CABALLERO SACERDOTAL (dejando la pluma), - ¿Qué es lo que te
preocupa?
EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (sentándose en el taburete y muy
preocupado con sus pensamientos),Al fin he decidido acerca del tiempo. Lo calculo
en trescientos años.
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EL CABALLERO SACERDOTAL (irguiéndose enérgicamente en su silla). Eso sí que es extraordinario. Muy extraordinario. Las últimas palabras que acabo
de escribir cuando me has interrumpido son: "por lo menos tres siglos". (Toma el
manuscrito de la mesa y se las señala,) Aquí está (leyendo): "el término de la vida
humana debe alargarse por lo menos tres siglos".
EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED, - ¿Cómo has llegado a ese
cálculo? (Una sirvienta abre la puerta y anuncia a un joven sacerdote.)
LA SIRVIENTA. -El señor Haslam. (Sale, El visitantees tan mal acogido,
que su anfitrión se olvida de levantarse; y los dos hermanos se quedan mirando
fijamente al intruso sin poder ocultar su disgusto. Haslam, que no tiene nada de
sacerdotal en su aspecto, más que el cuello de su camisa, y viste un traje color
rapé, sonríe con una franca sonrisa de escolar que hace imposible que se pueda ser
poco amable con él, y estalla en una frase evidentemente impremeditada.)
HASLAM. - Me temo que soy muy fastidioso. Soy el rector, y me figura que
tengo que hacer visitas.
EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (en tono fantasmal). -Nosotros
no somos gente de Iglesia. HASLAM. - ¡Oh!, a mí no me importa eso, si a ustedes
no les importa. La mayoría de la gente de Iglesia de aquí es tan insípida como el
agua. He oído hablar mucho de ustedes, y hay muy poca gente con quien hablar. He
pensado que tal vez no tuvieran ningún inconveniente en que los visitara. ¿Les
importa? Porque si les estorbo me alejaré con la velocidad del rayo, por supuesto.
EL CABALLERO SACERDOTAL (levantándose, desarmado). - Siéntese, señor
...
HASLAM. - Haslam.
EL CABALLERO SACERDOTAL. - Señor Haslam.
EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (levantándose y ofreciéndole su
taburete),-Siéntese. (Se retira hacia las sillas Chippendale.)
HASLAM (sentándose en el taburete). - Muchísimas gracias.
EL CABALLERO SACERDOTAL (sentándose otra vez en su silla). - Le
presento a mi hermano Conrad, profesor de biología en la Universidad de
Jarrowsfield: el doctor Conrad Barnabas. Yo me llamo Franklyn: Franklyn Barnabas.
Yo mismo fui sacerdote durante algunos años. HASLAM (simpatizando). -Sí; no lo
puede uno evitar. Si la familia dispone de un curato, o el viejo conoce a un protector,
los padres lo meten a uno en el sacerdocio.
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CONRAD (sentándose en la silla Chippendale más distante y con un gruñido
de que Haslam le ha hecho gracia). - Mp ...
FRANKLYN. - A veces la conciencia lo echa a uno del sacerdocio.
HASLAM. -Sí; pero, ¿adónde va a ir un individuo como yo? Me temo que no
soy bastante intelectual para discutir pequeñeces cuando me sale un empleo y no
tengo otra cosa mejor. Me figuro que a usted se le haría un poco duro, pero para mí
no está mal. Por lo menos me durará toda la vida. (Se ríe de buen talante.)
FRANKLYN (con renovada energía). - Ya estamos con lo mismo. Ya lo ves,
Con. Le durará toda la vida. La vida es demasiado corta para que los hombres la
tomen en serio.
HASLAM. -Esa es una manera de ver, indudablemente.
FRANKLYN.-A mí no me empujaron al sacerdocio, señor Haslam. Yo sentí
que mi vocación era caminar con Dios, como Enoch. Al cabo de veinte años
comprendí que no estaba caminando con Dios sino con mi propia ignorancia y
vanidad, y que no estaba ni a cincuenta años de distancia de la experiencia y
sabiduría que fingía.
HASLAM. -Ahora que me paro a pensar, el viejo Matusalén debió de pensar
dos veces antes de aceptar algo para toda la vida. Si yo pensara que voy a vivir
novecientos sesenta años, no creo que seguiría en la Iglesia.
FRANKLYN, - Si los hombres vivieran por lo menos un tercio de ese tiempo, la
Iglesia sería muy distinta de lo que es.
CONRAD, - Si yo pudiera contar con novecientos sesenta años podría llegar a
ser un verdadero biólogo en vez de lo que soy ahora: un niño que intenta andar. ¿Está
usted seguro de que no llegaría a ser un buen sacerdote si dispusiera de unos pocos
siglos para llegar a serlo?
HASLAM. -No me faltan muchas cosas para serlo; ser un buen cura es bastante
fácil. Es la Iglesia la que me repele. No podría aguantarla durante novecientos años.
Me iría. A veces, cuando el obispo, que es el más inapreciable de los fósiles; larga
algo aun más anticuado que lo que tiene por costumbre, el pájaro se pone a piar en mi
jardín.
FRANKLYN. -¿Qué pájaro?
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HASLAM. -Hay un pájaro que en primavera no cesa de repetir en una hora:
"Sigue o déjalo, sigue o déjalo." ¡Ojalá me hubiera encontrado mi padre otro
oficio. (Aparece otra vez la sirvienta.)
LA SIRVIENTA. -¿Hay alguna carta para el correo?
FRANKLYN. - Estas. (Le alarga un canasto con cartas. La sirvienta se acerca
al escritorio y se las lleva.)
I HASLAM (a la sirvienta). -¿Se lo ha dicho usted ya al señor Barnabas?
LA SIRVIENTA (resistí¿adose un poco), -No, señor.
FRANKLYN. - ¿Qué es lo que me tenía que decir? HASLAM, -Se va de esta
casa.
FRANKLYN. -¿De veras? Lo siento. ¿Es culpa nuestra, señor Haslam?
HASLAM,-Nada de eso. Aquí está muy bien.
LA SIRVIENTA (enrojeciendo),-Nunca lo he negado,
señor. No podría pedir una casa mejor. Pero no voy a vivir más que una vez y
quizá no se me presente otra oportunidad. Dispénseme, señor, pero las cartas deben
alcanzar el correo. (Se va con las cartas. Los dos hermanos dirigen miradas de
interrogación a Haslam.)
HASLAM. - ¡Qué boba! Se va a casar con un leñador de la aldea y a vivir con
él en una choza con unos cuantos críos que tropiezan unos con otros, simplemente
porque el individuo tiene ojos de poeta y bigote.
CONRAD (con gravedad). - Ella ha dicho que porque no va a vivir más que
una vez.
HASLAM. - Es igual. ¡Pobre chica! El del bigote la ha convencido de que deje
la casa; y cuando se case con él tendrá que quedarse. Yo digo que las cosas están
mal organizadas.
CONRAD. -Lo que le pasa es que aun no ha tenido tiempo para averiguar lo
que la vida significa realmente. Tiene que morir antes de saberlo.
HASLAM (agradablemente).-Así es. FRANKLYN.-No tiene tiempo para
formarse una conciencia bien ilustrada.
HASLAM (aun más agradablemente). -Exacto.
FRANKLYN. -La cosa es más profunda. Esa chica no tiene tiempo para
formarse una verdadera conciencia. Unos cuantos puntillos románticos de honor y
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unos pocos convencionalismos, un mundo inconsciente; ese es el horror de nuestra
situación.
HASLAM (radiante). -Simplemente estúpido. (Levantándose.) Bueno, creo
que lo mejor que puedo hacer es largarme. Han sido ustedes muy amables
aguantando mi visita.
CONRAD (en su tono fantasmal de antes),-Si está usted realmente interesado
no necesita irse.
HASLAM (harto). -Tengo que irme ... de veras ... tengo algo que hacer en ...
FRANKLYN (sonriendo benévolamente y levantándose para darle la mano).Adiós.
CONRAD (ásperamente, dejándolo). -Adiós.
HASLAM. -Adiós. Siento que ... (Cuando el sacerdote da unos pasos para
darse la mano con Franklyn, convencido de que se ha hecho un lío al despedirse,
entra impetuosamente una señorita vigorosa y tostada por el sol, con el pelo castaño
claro cortado al nivel del cuello como un joven italiano de un cuadro de Gozzoli. No
parece llevar encima más que su falda corta, su blusa, sus medias y un par de
zapatos noruegos: en suma, es una entusiasta de la 'Vida Simple.)
LA ENTUSIASTA DE LA VIDA SIMPLE (abalanzándose hacia Conrad y
dándole un beso). - Hola, Nunk. Has venido antes de tiempo.
CONRAD. - A ver si te portas bien. Tenemos una visita. (La chica se vuelve
rápidamente y ve al sacerdote e instintivamente lleva una mano a su melena Gozzoli,
pero la deja por imposible.)
FRANKLYN. -El señor Haslam, nuestro nuevo rector. (A Haslam.) Mi hija
Cynthia.
CONRAD. -A quien habitualmente llamamos Savvy, abreviatura de Salvaje.
SAVVY.-Yo llamo habitualmente Bill al señor Haslam. Es abreviatura de
William. (Avanza hasta la estera que hay delante del hogar y los mira tranquilamente
desde aquella posición dominante.)
FRANKLYN. - ¿Lo conoces?
SAVVY.-Ya lo creo. Siéntate, Bill.
FRANKLYN.-El señor Haslam se va, Savvy. Tiene un compromiso.
SAVVY. - Ya lo sé. Su compromiso soy yo.
CONRAD. - Si es así,
¿quieres
llevártelo
al
jardín mientras yo
hablo con tu padre?
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SAVVY (a Haslam). - ¿Tenis?
HASLAM. -Muy bien.
SAVVY. -Ven. (Sale como bailando. Haslam la sigue como un chico.)
FRANKLYN (apartándose de su escritorio y poniéndose a caminar de un lado para
otro con expresión de descontento). -Los modales de Savvy me dan dentera. A su
abuela la hubieran horrorizado.
CONRAD (con obstinación). - Son modales de más felicidad que los de nuestra
madre.
FRANKLYN. -Sí; más francos, más sanos, mejores de cien maneras. No
obstante eso, los miro un poco de reojo. No se me quita de la cabeza que nuestra
madre era mujer de buenos modales, y Savvy carece de ellos.
CONRAD. -En los buenos modales de nuestra madre no había ningún placer.
Eso hace que haya una diferencia biológica.
FRANKLYN, -Pero había belleza, gracia, estilo, y, sobre todo, decisión. Savvy
es un cachorro.
CONRAD. -Eso debería ser a la edad que tiene.
FRANKLYN.-Ya estamos otra vez. ¡Su edad! ¡Su edad!
CONRAD. -Tú quieres que a los dieciocho años sea completamente crecida.
Quieres imponerle un dominio de sí misma rígido, artificial y prematuro, antes de que
tenga una personalidad que dominar. Déjala en paz; para los años que tiene está bien.
FRANKLYN. -La he dejado en paz, y mira el resultado. Como todos los demás
a quienes se les ha dejado en paz, se ha vuelto socialista, es decir, se ha desmoralizado completamente.
CONRAD. - ¿No eres tú socialista?
FRANKLYN. -Sí, pero no es lo mismo. Tú y yo nos criamos en la antigua
moral burguesa. Nos enseñaron modales burgueses y puntillos de honor burgueses.
Los modales burgueses podrán ser snob; es posible que no contengan ningún
placer, como dices tú, pero son mejores que el no tenerlos. Muchos puntillos de
honor burgueses son quizá falsos, pero al menos existen. Las mujeres saben qué es
lo que esperan y qué es lo que se espera de ellas. Savvy no sabe. Es una
bolchevique, y nada más. Tiene que improvisar sus modales y su conducta según se
le presenten las cosas. A menudo es deliciosa, no hay duda, pero a veces mete la
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pata espantosamente; y yo tengo entonces la impresión de que me culpa a mí por
no haberla educado mejor.
CONRAD. - Bueno, ahora tienes, de todos modos, algo mejor para enseñarle.
FRANKLYN. - Sí, pero es demasiado tarde. Ya no confía en mí. No me habla
de esas cosas. No lee nada de lo que yo escribo. Nunca viene a mis conferencias. En
cuanto le concierne a ella, yo quedo fuera. (Vuelve a su silla ante el escritorio.)
CONRAD. -Tengo que hablar con ella.
FRANKLYN.-Tal vez te escuche. Tú no eres su padre. CONRAD. - Como le
mandé mi último libro, puedo romper el hielo preguntándole qué (e ha parecido.
FRANKLYN. - Al entetarse de que venías, me pregunté si ya estaban cortadas
todas las páginas del libro, por si caía en tus manes No ha leído ni una palabra.
CONRAD (levantándose indignado). -¿Cómo?
FRANKLYN (inexorablemente .- Ni una palabra.
CONRAD (vencido). -Bueno, quizá sea muy natural. La biología es una
materia muy árida para una chica; y yo soy un viejo un tanto chiflado. (Se sienta otra
vez resignadamente.)
FRANKLYN. -Hermano: si eso es así, si la biología, tal como tú la consideras,
y la religión, tal como yo la considero, son materias áridas, como lo eran las antiguallas que nos enseñaron a nosotros con esos nombres, y si nosotros somos dos viejos
un tanto secos y chiflados, como los antiguos predicadores y profesores, el
evangelio de los hermanos Barnabas es un engaño. A menos que esa cosa marchita
que es la religión y esa cosa árida que es la ciencia adquieran en nuestras manos una
vida intensa interesante, lo mismo da que vayamos al jardín y nos pongamos a cavar
la tierra hasta que nos llegue el momento de cavar nuestra fosa. (La sirvienta vuelve.
Franklyn se impacienta con la interrupción.) Bueno, ¿qué pasa ahora?
LA SIRVIENTA. -Lo llama por teléfono el señor Joyce Burge. Quiere hablar
con usted.
FRANKLYN (asombrado). - ¿El señor Joyce Burge?
LA SIRVIENTA. -Sí, Señor.
FRANKLYN (a Conrad). - ¿Qué diablos querrá ese hombre? Hace mucho que
no sé nada de él y que no hemos hablado. Renuncié la presidencia de la Asociación
Liberal y me sacudí de los pies el polvo de la política antes de que lo nombraran
Primer Ministro del gobierno de coalición. Naturalmente, me dejó caer como una
papa caliente.
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CONRAD. -Ahora que la coalición le ha echado y que no es sino uno de la
media docena de jefes de la oposición, es muy posible que quisiera recogerte nuevamente.
LA SIRVIENTA (en tono de advertencia).-Está esperando en el teléfono.
FRANKLYN. -Bueno; ya voy. (Sale apresuradamente. La sirvienta va hasta la
estera para avivar el fuego del hogar. Conrad se levanta, avanza hasta el centro de la
habitación y se detiene mirando perplejo a la sirvienta.)
CONRAD. - De modo que no va usted a vivir más que una vez, ¿eh?
LA SIRVIENTA (cayendo de rodillas en su consternación).-No quise ofender
a nadie.
CONRAD.-No ofendió a nadie. Pero, ¿sabe que podría vivir Dios sabe cuánto
si lo quisiera usted de veras? LA SIRVIENTA (sentada sobre sus talones).-No diga
eso; señor. Intranquiliza mucho.
CONRAD. - ¿Por qué? ¿Ha estado usted pensando en eso?
LA SIRVIENTA. -Si no me lo hubiera usted puesto en la cabeza no se me
habría ocurrido nunca. La cocinera y yo dimos un vistazo a su libro.
CONRAD. - ¿Qué? ¿Usted y la cocinera dieron un vistazo a mi libro? ¡Y mi
sobrina ni lo ha abierto siquiera! Bien, ¿qué le parece eso de vivir varios cientos de
años? ¿Va a intentarlo?
LA SIRVIENTA.-No lo dice usted en serio, por supuesto, pero le hace a una
pensar, especialmente cuando va a casarse.
CONRAD. - ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Es posible que su marido
viva tanto como usted.
LA SIRVIENTA.-Ahí está la cosa, señor. Ya sabe usted que me tomará para lo
bueno y lo malo, hasta que la muerte nos separe. ¿Le parece a usted que estaría tan
dispuesto a casarse si pensara que podría ser para varios cientos de años?
CONRAD. -Es verdad. ¿Y usted qué piensa?
LA SIRVIENTA. - Se lo diré claramente. Yo nunca prometería vivir con el
mismo hombre tantos años. Nunca soportaría a mis propios hijos tanto tiempo. La
cocinera calculó que, sin tener más de doscientos años, quizá se casara una con su
propio tatara-tatara-tataranieto y no supiera siquiera quién era.
CONRAD. - ¿Y por qué no? Que usted sepa, el hombre con quien va a casarse
puede ser el tatara-tataranieto de la tatarabuela de usted.
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LA SIRVIENTA. - ¿Y cree usted que eso parecería respetable algún día?
CONRAD. -Amiga mía, nos guste o no nos guste hay que hacer que todas las
necesidades biológicas sean respetables; no necesita usted preocuparse de eso. (Franklyn vuelve, cruza la habitación y llega hasta su silla, pero no se sienta. La sirvienta
sale.) ¿Qué quiere Joyce Burge?
FRANKLYN. -Ha habido una confusión tonta. Yo había prometido hablar en un
mitin en Middlesborough; y algún imbécil ha puesto en los diarios que "voy a
Middlesborough", sin ninguna explicación. Naturalmente, ahora que estamos en
vísperas de unas elecciones generales, los políticos piensan que voy a luchar por el
acta de diputado del distrito. Burge sabe que tengo partidarios y piensa que yo podría
salir elegido y encabezar un grupo en la Cámara de los Comunes. Está en casa de
unos amigos en Dollis-Hill y dice que puede plantarse aquí en cinco o diez minutos.
CONRAD. - ¿No
le
has dicho
que
era
una alarma?
FRANKLYN. -Claro que se lo he dicho, pero no me cree.
CONRAD. -En realidad te ha llamado mentiroso, ¿no es cierto?
FRANKLYN.-No. Ojalá me lo hubiera llamado. Cualquier léxico claro es mejor
que esa nauseabunda farsa del compañerismo que nuestros hombres públicos
representan en público. Finge no creerme y me asegura que su visita es totalmente
desinteresada; pero, ¿para qué va a venir si no tiene ascua para arrimar a su sardina?
Estos individuos nunca creen nada de lo que dicen ellos mismos y es muy natural que
no puedan creer lo que dicen otros.
CONRAD (levantándose). -Bueno, me largo. Ya antes de la guerra era difícil
aguantar a los políticos, pero ahora que se las han arreglado entre todos para matar a
media Europa, no puedo ser cortés con ellos y no veo por qué he de serlo.
FRANKLYN. -Espera un poco. Tenemos que averiguar cómo va a acoger el
mundo nuestro nuevo evangelio. (Conrad se sienta otra vez.) Desgraciadamente, los
políticos son todavía una parte importante del mundo. ¿Qué te parece que ensayemos
con Joyce Burge?
CONRAD. - ¿Cómo vas a ensayar con él? No se puede hablar de algo más que
con personas que quieren escuchar. Joyce Burge ha hablado tanto que ha perdido la
facultad de escuchar. No escucha ni en la Cámara de los Comunes. Savvy entra
jadeante, seguida por Haslam, que se detiene tímidamente en cuanto franquea el
umbral.)
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SAVVY (corriendo basta donde está Franklyn). -Oye, ¿quién crees que acaba de
llegar en un automóvil grande?
FRANKLYN. -Tal vez el señor Joyce Burge.
SAVVY (desilusionada). -Ya lo saben, Bill. ¿Por qué no nos has dicho que
venía? No estoy vestida.
HASLAM. – Lo mejor que puedo
hacer es irme, ¿verdad?
CONRAD. -Quédense los dos. Cuando usted empiece a bostezar, quizá
Joyce Burge se dé por aludido.
SAVVY (a Franklin). -¿Podemos quedarnos?
FRANKLYN. - Si prometes portarte bien, sí.
SAVVY (haciendo una mueca). -¡Qué bien lo vamos a pasar!
LA SIRVIENTA (entrando y anunciando). -El señor Joyce Burge. (Haslam
va apresuradamente a la chimenea; y la sirvienta sale y cierra la puerta después
que ha pasado el visitante.)
FRANKLYN (pasando de prisa al lado de Savvy para ir al encuentro del
visitante con la falsa cordialidad que acaba de estar denunciando). - ¿Ya está
usted aquí? Mucho gusto en verlo. (Estrecha la mano de Burges y le presenta a
Savvy.) Mi hija.
S A V V Y (sin atreverse a acercarse). -Es usted muy amable visitándonos.
(Joyce Burge, inmóvil, no dice nada, pero a cada presentación sus mejillas se
retuercen con movimiento de tornillo hasta formar una sonrisa y hace que le
brillen los ojos de una manera muy atractiva. Es ¡in hombre bien alimentado
que ha doblado los cincuenta, con una frente ancha y un pelo canoso que, como
tiene cuello corto, le llega casi hasta el cuello de la camisa.)
FRANKLYN. -El señor Haslam, nuestro rector. (Burge produce la
impresión de que brilla como una ventana de iglesia; y Haslam agarra la silla de
biblioteca que le queda más cerca y con un solo movimiento en círculo se la
pone a Burge entre el taburete y Conrad. Después retira el asiento de la
ventana, al otro lado de la habitación, donde se le une Savvy. Y los dos se
quedan sentados allí, uno al lado del otro, encogidos y con los codos apoyados
en las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, constituyendo para Burge
algo así como la tribuna publica durante la sesión que va a empezar.) Se me
olvida si conoce usted a mi hermano Conrad. Es biólogo.
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BURGE (iniciando de pronto una actividad enérgica y estrechando
cordialmente la mano de Conrad). - N o lo conozco más que de fama, pero muy
bien, por supuesto. ¡Cuánto me hubiera gustado a mí también poder dedicarme a
la biología! Siempre me han interesado las rocas y los estratos y los volcanes y
cosas así: proyectan una luz muy clara sobre la edad de la tierra. (Con convicción.) No hay nada como la biología. "Las torres cubiertas de nubes, los
solemnes pináculos, los suntuosos templos, el gran globo mismo: sí, toda esa
herencia se disolverá, y, como este influente y ajado desfile, no dejará ni rastro."
Eso es biología, biología sólida. (Se sienta. También los demás se sientan;
Franklyn en el taburete, y Conrad en su Chippendale.) Bueno, querido Barnabas,
¿qué piensa usted de la situación? ¿Cree que ha llegado la hora de dar algún
paso?
FRANKLYN. - La
hora
de dar
pasos ha
llegado siempre.
BURGE. -Tiene usted mucha razón. Pero, ¿qué paso vamos a dar? Usted es
un hombre que tiene una influencia enorme. Ya lo sabemos. Lo hemos sabido
siempre. Nos guste o no, tenemos que consultarlo.
FRANKLYN
(interrumpiéndolo
con
firmeza).-Ahora
no
me
meto
absolutamente en política.
S A V V Y . - N o tiene objeto decir que no tienes influencia. Tienes una
enormidad de partidarios.
BURGE (mirándola radiante).-Ya lo creo. Vamos, permítame que le
demuestre lo que pensamos de usted.
un puesto de una responsabilidad tan enorme, ni yo ni nadie sabe cuáles son sus
creencias, o siquiera si tiene usted creencias o principios. Lo que supimos fué que su
gobierno estaba constituido en gran parte por hombres que lo tenían a usted por ladrón de
gallineros y a quienes usted consideraba enemigos del pueblo.
BURGE (directamente, como piensa).-Estoy de acuerdo con usted. Totalmente de
acuerdo con usted. No creo en los gobiernos de coalición.
FRANKLYN, -Muy bien. Pero formó usted dos. BURGE. - ¿Por qué? Porque
estábamos en guerra. Eso es lo que ustedes no comprenderían nunca. El huno estaba a la
puerta de casa. Entraban en juego nuestro país, nuestras vidas, el honor de nuestras
mujeres, madres e hijas. ¿Era hora de discutir sobre principios? FRANKLYN. -Yo diría
que era precisamente la mejor hora para confirmar la decisión de nuestros hombres y ganar
la confianza y el apoyo de la opinión pública en todo el mundo mediante una declaración
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de principios. ¿Piensa usted que el huno hubiera venido a la puerta de nuestra casa si
hubiese sabido que cumpliendo unos principios le íbamos a dar con ella en las narices?
¿No se mantuvo firme contra ustedes hasta que los Estados Unidos proclamaron
audazmente los principios democráticos y vinieron a salvarnos? ¿Por qué dejaron ustedes
que nos arrebataran ese honor?
BURGE. - Barnabas: a los Estados Unidos los arrastraron las palabras, y tuvo que
tragárselas en la Conferencia de la Paz. ¡Cuidado con la elocuencia! Es ponzoña para los
oradores populares como usted.
FRANKLYN
¡Caramba!
SAVVY
¡Vaya una gracia!
HASLAM
¡Estupendo
BURGE (prosiguiendo sin remordimientos), -
(Los tres a un tiempo)
Hable-mos
de hechos. La guerra no la
ganaron los principios; la ganaron la escuadra inglesa y el bloqueo. Los Estados Unidos
encontraron las palabras; yo encontré las granadas. Las guerras no se pueden ganar con
principios, pero las elecciones sí. Ahí estoy de acuerdo con usted. Usted quiere que en las
próximas elecciones se luche por principios, ¿no es eso?
FRANKLYN. - No quiero que se luche por nada. Moralmente las elecciones son un
error, casi tan malas como las batallas, salvo en la sangre; son un baño de lodo para todas
las almas que participan. Usted sabe muy bien que no se luchará por principios.
BURGE. -Al contrario; no se luchará más que por principios. Yo creo que un
programa es un error. Estoy de acuerdo con usted en que lo que necesitamos son
principios.
FRANKLYN. - Principios sin un programa, ¿eh? BURGE, - Exactamente. Lo ha
dicho usted con cuatro palabras.
FRANKLYN. - ¿Por qué no decirlo con dos? Lugares comunes. Eso, eso es lo que
significan los principios sin un programa.
BURGE (perplejo, pero con paciencia, tratando de ver qué es lo que mueve a
Franklyn, para comprobar su precio). - No me he expresado con claridad. Escúcheme.
Estoy poniéndome de acuerdo con usted. Estoy de su lado. Acepto su proposición. Las
coaliciones se han acabado. Esta vez no habrá ni un conservador en el gabinete. Cada
candidato tendrá que comprometerse a defender el librecambio, levemente modificado en
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consideración a nuestros Dominios de Ultramar, la separación de la Iglesia y el Estado, la
reforma de la Cámara de los Lores, un plan de revisión de los impuestos territoriales, y a
hacer algo para que los irlandeses estén quietos. ¿Le satisfaría eso?
FRANKLYN. -Ni siquiera me interesa. Supóngase que sus amigos se comprometen
a todo eso. ¿Qué probaría eso acerca de sus amigos, sino que han quedado muy
anticuados hasta en política, que no han aprendido ni olvidado nada desde 1885? ¿A mí
qué me importa que odien a la Iglesia y a los propietarios rurales, que envidien a la
aristocracia y que tengan acciones de compañías navieras en vez de tener fábricas en los
Midlands? Yo le puedo encontrar a usted cientos de granujas o de reaccionarios
perfectamente estúpidos y que reúnen todas esas cualidades.
BURGE. - Con insultar no se demuestra nada. ¿Supone usted que todos los
conservadores son ángeles porque son miembros de la Iglesia anglicana?
FRANKLYN. -No; pero forman un bloque como miembros de la Iglesia anglicana,
mientras que los amigos de usted se desparraman al atacar a la Iglesia. Quienes la
defienden piensan de la misma manera en cuestiones de religión; sus enemigos piensan
de doce maneras distintas. Los clérigos son una falange; los amigos de usted son una
plebe en que a los ateos les dan codazos los Plymouth Brethren y a los positivistas se los
dan los Pilares del Fuego. Están con ustedes los descreídos más toscos y los fanáticos
más toscos.
BURGE.-Nosotros defendemos, como Cromwell, la libertad de conciencia, si es a
eso a lo que se refiere usted.
FRANKLYN. - ¿Cómo puede decir esas tonterías sobre la tumba de los que por
motivos de conciencia se negaron a guerrear? Todas las leyes limitan la libertad de
conciencia. Si su conciencia le permite a un hombre robarle a usted el reloj o
eludir el servicio militar, ¿cuánta libertad le va usted a conceder? Yo no me refiero a la
libertad de conciencia.
BURGE (tratando de averiguar). -Me gustaría saber qué es lo que está
sosteniendo. La mitad del tiempo dice usted que necesita principios; y cuando yo se los
ofrezco dice que no sirven en la práctica.
FRANKLYN. -No me ha ofrecido usted ningún principio. Sus garrulerías de
partido no son principios. Si sube usted otra vez al poder se va a encontrar a la cabeza
de una morralla de socialistas y antisocialistas, de imperialistas patrioteros y de
partidarios de la Pequeña Inglaterra, de férreos materialistas y extáticos cuáqueros, de
Científicos Cristianos y de defensores de la vacunación obligatoria, de sindicalistas y
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burócratas; en pocas palabras, de hombres que discrepan feroz e irreconciliablemente
acerca de todos los principios que llegan hasta la raíz de la sociedad humana y del
destino del hombre; y la imposibilidad de mantener unido ese equipo le obligará otra
vez a vender el paso a la sólida oposición conservadora.
BURGE
(levantándose indignado). - ¿A vender el paso? ¿Me acusa usted de
haber vendido el paso?
FRANKLYN. -Cuando el terrible impacto de la verdadera guerra barrió la
farsantería de su guerra parlamentaria y la tiró al tacho de basura, usted tuvo que hacer, a
espaldas de sus partidarios, un convenio secreto con los jefes del partido de la oposición,
para que lo sostuvieran en el poder bajo la condición de que no propondría leyes que ellos
no aprobaran. Y ni siquiera pudo usted hacer que cumplieran lo pactado, pues poco después revelaron el secreto y le impusieron la coalición.
BURGE. -Declaro solemnemente que esa es una acusación falsa y monstruosa.
FRANKLYN. - ¿Niega que ocurrió lo que he dicho? ¿Fueron falsos los
informes que nadie desmintió? ¿Eran falsas las cartas que se publicaron?
BURGE.-No, señor. Pero lo que usted dice no lo hice yo. Yo no era entonces
Primer Ministro. El Primer Ministro era ese viejo chocho y farsante de Lubin, no yo.
FRANKLYN. -¿Quiere decir que usted lo ignoraba? BURGE (sentándose y
encogiéndose de hombros).Me lo tuvieron que decir, pero, ¿qué podía hacer yo?
Es posible que si nos hubiésemos opuesto hubiéramos tenido que salir del gobierno.
FRANKLYN. - Exactamente.
BURGE. - ¿Podíamos abandonar al país en una situación como aquélla? El
huno estaba a las puertas. Todos teníamos que sacrificar algo por el país en aquel
momento. Tuvimos que ponernos por encima de la política de partido, y yo me
enorgullezco en decir que no pensé para nada en el partido. Nos aferramos...
FRANKLYN. - ¿A los cargos?
BURGE (revolviéndose contra Franklyn). - Sí, señor, a los cargos; es decir, a
la responsabilidad, al peligro, al desalentador trabajo, a los insultos y falsas
interpretaciones, a un martirio que hizo que envidiáramos a los soldados que
estaban en las trincheras. Si durante meses y meses hubiera tenido usted que vivir
a fuerza de aspirina y bromuro de potasio para conseguir dormir un poco, no
hablaría usted del cargo de ministro como si fuera una canonjía.
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FRANKLYN. -Bien, pero usted reconoce que Lubin no pudo menos de
aprovecharse de nuestro sistema parlamentario.
BURGE. -Sobre ese asunto no diré ni pío. Nada me inducirá a decir una
palabra contra el viejo. Ni la he dicho ni la diré nunca. Lubin es sordo; nunca ha
sido un verdadero estadista; es tan perezoso como un gato sentado delante de una
chimenea; no hay quien consiga que se concentre en nada; no sirve más que para
levantarse y discursear con una dicción que llega hasta las bancas del fondo. Pero no
diré nada contra él. Me parece que usted no tiene una gran opinión de mí como
estadista, pero, de todos modos, yo consigo que se hagan cosas. Hasta usted
reconocerá que soy enérgico. Pero Lubin. Lubin. Si supiera usted que. . .
LA SIRVIENTA. -El señor Lubin.
BURGE (levantándose de un salto). - ¿Lubin? ¿Qué es esto? ¿Una
encerrona? (Todos se levantan asombrados y se quedan mirando fijamente a la
puerta. Entra Lubin, hombre que está cerca de los setenta años, de Yorkshire, con
los áltimos restos de lino escandinavo en su pelo blanco, poco distinguido por su
estatura, sencillo, que no hace gala de su dignidad, pero admirablemente tranquilo
y muy seguro de sí mismo, en contraste con la inquietud intelectual de Franklyn y
la hipnotizante manera de imponerse de Burge. Su presencia revela de pronto que
Franklyn y Burge son hombres desdichados, que no se sienten a gusto, tarugos
cuadrados en agujeros redondos, mientras Lubin luce como una prímula. La
sirvienta sale.)
LUBIN (acercándose a Franklyn). - ¿Cómo está usted, señor Barnabas? (Habla
cómoda y amablemente, como si el dueño de casa fuera él, y Franklyn un visitante
azarado y mal acogido.) Tuve el placer de conocerlo un día en la residencia del
alcalde. Creo que se celebraba el centenario de la paz con los Estados Unidos.
FRANKLYN (estrecbándole la mano),-Mucho antes que eso; nos conocimos en
una reunión sobre Venezuela cuando estábamos a punto de ir a la guerra contra los
Estados Unidos.
LUBIN (sin desconcertarse), -Sí, tiene usted razón. Ya sabía yo que se trataba
de algo con los Estados Unidos. (Acaricia la mano de Franklyn,) ¿Y qué tal le ha ido
durante todo este tiempo? Bien, ¿eh?
FRANKLYN (sonriendo para dulcificar el sarcasmo). En tanto tiempo es
natural que haya tenido unos altibajos de salud.
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LUBIN. -Es natural, es natural. (Volviéndose y mirando a Savvy.) ¿Esta
señorita es ... ?
FRANKLYN. -Mi hija Savvy. (Savvy avanza desde la ventana y se pone entre su
padre y Lubin.)
LUBIN (tomando cariñosamente una mano de Savvy entre las dos suyas,) ¿Y por
qué no ha venido nunca a vernos?
BURGE.-No sé si ha notado usted, Lubin, que estoy aquí. (Savvy aprovecha esta
interrupción para deslizarse hasta el diván, donde pronto se le une Haslam, que se
sienta a su izquierda.)
LUBIN (sentándose en la silla de Burge con una tranquilidad inefable).-No,
querido Burge; si se imagina que es posible estar dentro de un radio de diez millas de
su enérgica presencia sin advertirla, es usted muy injusto consigo mismo. ¿Cómo está
usted? ¿Y cómo están los buenos amigos que tiene entre los periodistas? (Burge hace
un movimiento explosivo, pero Lubin sigue tranquila y agradablemente.) ¿Y me
permite que le pregunte qué es lo que hace aquí con mi antiguo amigo el señor
Barnabas?
BURGE (sentándose en la silla de Conrad y dejándolode pie y un poco inquieto
en el rincón). -Yo quisiera saber qué es lo que está haciendo usted. Yo estoy tratando de conseguir la valiosa ayuda del señor Barnabas para mi partido.
LUBIN. -Para su partido, ¿eh? ¿Para el partido de los diarios?
BURGE, -Para el partido liberal. El partido de que tengo la honra de ser el
jefe.
LUBIN. - ¿Tiene de veras esa honra? Porque yo pensaba que el jefe del
partido liberal era yo. Sin embargo, es usted muy amable al quitarme la jefatura de
las manos, si se lo permite el partido.
BURGE, - ¿Pretende usted sugerir que no gozo del apoyo y la confianza del
partido?
LUBIN. -No sugiero nada, querido Burge. El señor Barnabas le dirá que
todos tenemos una alta opinión de usted. El país le debe mucho. Durante la guerra
quedó bien en la cuestión de las municiones; y si no tuvo tanto éxito en la paz,
nadie dudó de sus buenas intenciones.
BURGE. -Es usted muy amable, Lubin. Permítame que le diga que no se
puede dirigir un partido progresista sin ir avanzando.
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LUBIN. -¿Usted quiere decir que no puede? Yo lo dirigí durante diez años
sin la menor dificultad. Y fueron unos años muy cómodos, prósperos y agradables.
BURGE.- Sí, pero, ¿en qué acabaron? LUBIN.-En usted. No se quejará de eso,
¿eh? BURGE (ferozmente). - En plagas, pestes, hambre, batallas, asesinatos y
muertes repentinas.
LUBIN (con una risita de apreciación), -Ya veo que el no conformista puede
citar para sus propios fines el libro de oraciones. ¡Cómo disfruto usted en todo
aquello! ¿Recuerda el Golpe del Knock-Out?
BURGE. - Dio resultado, no lo olvide. ¿Recuerda lo de guerrear hasta la
última gota de sangre?
LUBIN (impasible, a Franklyn),-A propósito, recuerdo que un día su hermano
Conrad, gran cerebro y gran persona, me dijo que no podría guerrear hasta la última
gota de sangre porque habría muerto mucho antes. Muy interesante y muy cierto.
Me lo presentaron en un mitin en que las sufragistas no cesaron de molestarme.
Hubo que sacarlas pataleando y armando un escándalo espantoso.
CONRAD. -No; fue después, en un mitin en apoyo de la ley que les concedió
el voto.
LUBIN (descubriendo por primera vez la presencia de Conrad), - Tiene usted
razón. Ya sabía yo que tenía algo que ver con las mujeres. La memoria no me engaña nunca. Barnabas, ¿quiere usted presentarme a este señor?
CONRAD (sin ninguna afabilidad).-Yo soy el Conrad en cuestión.
LUBIN. -¿Es usted? (Mirándolo agradablemente.) Sí, claro que sí. Nunca olvido
una cara. Pero (volviendo la mirada de sus ojos muy abiertos a Savvy) su linda
sobrina ha monopolizado todas mis facultades de visión.
BURGE. - Podría ser usted un poco más serio, Lubin. Dios sabe que hemos
pasado por tiempos bastante terribles para hacer serio a cualquiera.
LUBIN. -No creo necesitar que se me recuerde eso. En tiempos de paz solía
conservarme fresco para mi trabajo desterrando todas las consideraciones humanas
los domingos; pero la guerra no tuvo ningún respeto para el descanso sabático; y en
los últimos años hubo domingos en que tuve que jugar hasta sesenta y seis partidas de
bridge para distraerme de las noticias del frente.
BURGE (escandalizado). - ¡Sesenta y seis partidas de bridge en un domingo!
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LUBIN. - Probablemente usted hubiera cantado sesenta y seis himnos. Pero
como yo no puedo jactarme de tener una voz tan admirable como la de usted ni su
fervor espiritual, tenía que recurrir al bridge.
FRANKLYN. -Si puedo volver al tema de su visita, me parece que es posible
que el partido laborista los elimine a ustedes dos.
BURGE. - Pero si yo, en el verdadero sentido de la palabra, soy un jefe
laborista. Yo... (Se calla porque Lubin se ha levantado sofocando un bostezo y se
ha puesto a hablar tranquilamente, pero sin fingir que el tema le interese.)
LUBIN. - ¿El partido laborista? ¡Oh, no!, señor Barnabas. No, no, no, no, no.
(Se mueve en dirección hacia donde está Savvy.) Eso no creará ninguna dificultad.
Claro que tendremos que darles unas cuantas bancas; más, lo reconozco, que las
que hubiéramos soñado en darles antes de la guerra; pero ... (Ahora ha llegado ya
al sofá donde están sentados Savvy y Haslam y, sentándose entre los dos, agarra de
una mano a Savvy y deja caer el tema del laborismo.) Bien, querida señorita.
¿Cuáles son las últimas noticias? ¿Qué pasa? ¿Ha visto la última comedia de
Shoddy? Hábleme de ella, y de los últimos libros, y de todo.
SAVVY. -No le han presentado al señor Haslam, nuestro rector.
LUBIN (que había pasado completamente por alto a Haslam). - No he oído
nunca hablar de él. ¿Es hombre que vale?
FRANKLYN. -Yo se lo iba a presentar. Aquí está el señor Haslam.
HASLAM. - ¿Cómo está usted?
LUBIN. - Dispénseme, señor Haslam. Encantado de conocerlo. (A Savvy.)
Bueno, ¿cuántos libros ha escrito usted?
SAVVY (un tanto abrumada, pero atraída). - Ninguno. No escribo.
LUBIN.-No me diga que no. ¿Qué hace usted? ¿Compone música? ¿Baila?
SAVVY. - No hago nada.
LUBIN. -Gracias a Dios. Usted y yo nacimos el uno para el otro. ¿Cuál es su
poeta favorito, Sally?
SAVVY. - Savvy.
LUBIN. - ¿Savvy? Nunca he oído hablar de él. Hábleme usted. Póngame al
día.
SAVVY. -No es un poeta. Yo soy Savvy, no Sally.
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LUBIN. - Savvy. ¡Qué nombre tan raro! Es muy bonito. Savvy. Suena a chino.
¿Qué significa?
CONRAD. -Es abreviatura de Savage.
LUBIN (acariciando una mano de Savvy). -La belle Sauvage.
HASLAM (levantándose y entregando a Savvy a Lubin, dirigiéndose hacia la
chimenea). - Me figuro que la Iglesia no tiene realmente nada que ver en la política
progresista.
BURGE. - ¡Qué bobada! La idea de que la Iglesia se opone al progreso es una de
las majaderías de que nuestro partido tiene que prescindir. En el fondo, a la Iglesia no
se le puede reprochar nada. Separándola del Estado, desembarazándose de los obispos,
desembarazándose de los candelabros, desembarazándose de los treinta y nueve
artículos, la Iglesia Anglicana es tan justa como cualquier otra; y a mí no me importa
quién me oiga eso.
LUBIN. -No importa un bledo quién se lo oiga, querido Burge. (A Savvy.)
¿Quién ha dicho usted que es su poeta favorito?
SAVVY.-Yo no hago de los poetas animalitos domésticos. ¿Quién es el suyo?
LUBIN. - Horacio.
SAVVY. - ¿Qué Horacio?
LUBIN. - Quintus Horatius Flaccus; el más noble de todos los romanos,
querida mía.
SAVVY.- ¡Ah!, si ha muerto, se lo explica uno. Yo tengo una teoría de que
todos los muertos que nos interesan especialmente han debido de ser nosotros
mismos. Usted debe ser la reencarnación de Horacio.
LUBIN (satifechísimo). - Eso es lo más delicioso, penetrante e inteligente que
me han dicho jamás. Barnabas, ¿quiere que cambiemos de hijas? Le doy dos a
elegir.
FRANKLYN. - El hombre propone y Savvy dispone.
BURGE. - Lubin, yo he venido aquí a hablar de política.
LUBIN.-Sí; usted no tiene más que un tema, Burge. Yo he venido a hablar con
Savvy. Llévese a Burge a la otra habitación, Barnabas, y que se desahogue.
BURGE (medio enojado, medio indulgente). -La verdad, Lubin, estamos en
crisis ...
LUBIN. -Querido Burge, la vida es una enfermedad; y la única diferencia entre
un hombre y otro es la fase de la enfermedad en que vive. Usted está siempre en
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crisis; yo estoy siempre en la convalecencia. Disfruto en la convalecencia. Es la
parte que hace que las enfermedades valgan la pena.
SAVVY (levantándose a medias). -Quizá lo mejor que puedo hacer es
escaparme. Los estoy distrayendo. LUBIN (haciendo que se vuelva a sentar). -Nada
de eso, querida. Al único a quien distrae es a Burge. Y no
le sentará nada mal que lo distraiga una chica bonita. Es lo que necesita.
BURGE. - A veces lo envidio, Lubin. El gran movimiento de la humanidad,
los gigantescos pasos de las épocas, pasan al lado de usted y lo dejan en pie.
LUBIN.-Me dejan sentado, y muy cómodamente, gracias. Siga generalizando.
Cuando se canse, vuelva; y se encontrará con que Inglaterra está donde estaba y me
encontrará a mí en mi sitio habitual, oyendo a Savvy hablarme de toda clase de
cosas interesantes.
SAVVY (que se ha ido poniendo más y más nerviosa). -No se deje atropellar,
señor Burge. Mire usted, señor Lubin: yo estoy interesadísima en el movimiento
laborista, y en la teosofía, y en la reconstrucción después de la guerrea, y en toda
clase de cosas. Me atrevo a decir que a las jovencitas del elegante círculo en que se
mueve usted les halaga muchísimo que usted se siente a su lado y sea agradable con
ellas como lo es conmigo ahora; pero yo no soy elegante, y como jovencita no valgo
nada; soy cursi y seria. Quiero que usted sea serio. Si se niega, me sentaré al lado
del señor Burge y le pediré que me agarre de una mano.
LUBIN.-No sabría cómo agarrarla, querida. Burge tiene fama de calaverón ...
BURGE (sobresaltándose). - Lubin, eso es monstruoso. Yo ...
LUBIN (prosiguiendo). - . . . pero en realidad es un modelo de domesticidad.
Su nombre va unido a los de las bellezas más celebradas, pero para él no hay más
que una mujer, y no es usted, querida, sino su propia mujer.
BURGE. - Fingiendo salvar mi reputación está usted destrozándola. Tenga la
bondad de limitarse a la suya y a su propia mujer. Las dos necesitan su atención.
LUBIN. -Tengo el privilegio de mi edad y de mi transparente inocencia. No
necesito luchar con su volcánica energía.
BURGE (con un inmenso sentido de potencia). - Desde luego que no.
FRANKLYN. - Creo que hablo en nombre de mi hermano, en el mío propio y
posiblemente en el de mi hija, si digo que, puesto que el objeto de su visita y la del
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señor Joyce Burge es hasta cierto punto político, oiríamos con el mayor interés algo
acerca de sus objetivos políticos, señor Lubin.
LUBIN (asintiendo de muy buen talante y en tono de prestar atención, claro y
práctico).-No tengo ningún inconveniente, señor Barnabas. Lo primero que tenemos
que considerar, creo yo, es qué posibilidades hay de que lo veamos a nuestro lado en
la Cámara después de las elecciones.
FRANKLYN. -Cuando hablo de política, señor Lubin, no pienso en
elecciones, ni en distritos disponibles, ni en los fondos del partido, ni en padrones,
ni, siento mucho decirlo, en el Parlamento tal como es actualmente. Por cierto que
me gustaría mucho más que hablara usted de bridge que de elecciones: es el juego
más interesante de los dos.
BURGE. -Quiere discutir principios, Lubin.
LUBIN (muy fría y claramente).-Comprendo perfectamente al señor
Barnabas. Pero las elecciones son cosas no fijas, y los principios son cosas fijas.
CONRAD (impaciente). - ¡Santos cielos! ...
LUBIN (interrumpiéndolo con tranquila autoridad). - Un momento, doctor
Barnabas. La gente ilustrada comprende bastante bien los principios básicos en que
se funda la sociedad civilizada. Eso es lo que nuestras masas, peligrosamente medio
ilustradas, y sus demagogos favoritos... dispénseme la expresión, Burge.
BURGE. -No se preocupe de mí. Siga. Yo tendré algo que decir en seguida.
LUBIN. -Eso es lo que nuestra gente peligrosamente medio ilustrada no
comprende. Ahí tienen ustedes todos los aspavientos acerca del partido laborista, con
sus nuevos principios imaginarios y su nueva política. Los diputados laboristas se
encontrarán con que las inmutables leyes de la economía política no hacen más caso de
sus ambiciones y aspiraciones que de la ley de la gravedad. Hablo, si puedo decirlo, a
sabiendas; porque he hecho un estudio especial de la cuestión laborista.
FRANKLYN (con interés y cierta sorpresa). - ¿De veras?
LUBIN. -Sí. Lo hice al principio de mi carrera. Se me pidió que perorara ante el
Colegio Universitario de trabajadores y se me aconsejó vigorosamente que accediera,
porque Gladstone y Morley y otros estaban haciendo eso en aquel momento. El tema
era fastidioso para mí porque por entonces no me había ocupado de economía política.
Como saben ustedes, en la Universidad hice estudios clásicos; y era abogado de
profesión. Pero busqué libros de texto y estudié detenidamente el asunto. Me encontré
con que el punto de vista justo era que el sindicalismo, el socialismo y demás se
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basaban en la ignorante y falsa ilusión de que los salarios y la producción y distribución
de la riqueza se pueden regular mediante leyes o actos humanos. Obedecen a leyes científicas fijas, que han sido fijadas y precisadas definitivamente por las más altas
autoridades en la materia. Naturalmente, a esta distancia no recuerdo exactamente el
proceso del razonamiento; pero en un par de días puedo recordarlo exactamente si me
pongo a ello; y pueden estar ustedes seguros de que, si se presenta otra vez la ocasión,
me ocuparé de toda esa gente ignorante y poco práctica de una manera definitiva y
convincente, salvo, claro está, en cuanto no sea aconsejable halagarlos un poco para no
desacreditarlos sin predisponer en contra a los electores de entre la clase trabajadora. En
pocas palabras, aquella conferencia la puedo rehacer con gran rapidez.
SAVVY. -Pero, señor Lubin, también yo he estudiado en la Universidad; y todo
eso de que los salarios y la distribución los fijan unas leyes inmutables de la economía
política es una perfecta sandez.
FRANKLYN (impresionado). -Hija mía, hay que ser cortés.
LUBIN.-No, no, no. No la regañe. No hay que regañarla. (A Savvy.) La entiendo
perfectamente. Usted es discípula de Karl Marx.
SAVVY.-No, no. Los principios económicos de Karl Marx son una sandez.
LUBIN (al fin un poco desconcertado).- ¡Caramba! SAVVY. - Dispénseme,
señor Lubin; pero es como oír a un hombre que habla del paraíso terrenal.
CONRAD. -¿Por qué no va a hablar del paraíso terrenal? Al fin y al cabo fué la
primera tentativa en biología.
LUBIN (recobrando el dominio de sí mismo).-Del paraíso terrenal sé
mucho. He oído hablar de Darwin.
SAVVY. -Darwin es un sandio.
LUBIN. - ¡Cómo! ¿Ya?
SAVVY.-No vale sonreírme como un gato de Cheshire, señor Lubin; y yo no
voy a estar calladita como una anticuada mujer de su casa que es muy bonachona,
mientras ustedes, los hombres, monopolizan la conversación y dicen las estupideces
más espantosas como si fueran la última palabra en política. Yo no le estoy exponiendo
mis ideas, señor Lubin, sino la ciencia ortodoxa y regular de hoy. Sólo los fósiles más
secos piensan que la economía socialista es mala y que Darwin inventó la evolución.
Pregúnteselo a mi padre. Pregúnteselo a mi tío. Pregúnteselo a la primera persona que
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encuentre en la calle. (Se levanta y cruza la habitación para ir al lado de Haslam.) ¿Me
das un cigarrillo, Bill?
HASLAM. - ¡Estupendo! (Le da un cigarrillo.)
FRANKLYN. - Savvy no ha vivido todavía bastante tiempo para tener modales de
ninguna clase, señor Lubin; pero ahí es donde estamos en relación con la nueva
generación. No fumes, hija mía. (Savvy, con un encogimiento de hombros que expresa
una resignación un tanto rebelde, tira el cigarrillo al fuego. Haslam, que iba a
encender otro, no lo enciende.)
LUBIN (ladino y serio). - Señor Barnabas, confieso que estoy sorprendido; y no
voy a fingir que no lo estoy. Pero siempre estoy dispuesto a que me convenzan. Es
posible que yo esté equivocado.
BURGE (en una explosión de ironía). - ¡Oh, no! Imposible. Imposible.
LUBIN. - Sí, señor Barnabas, aunque carezco del talento de Burge para estar
siempre equivocado, me he visto una o dos veces en esa situación. No podría ocultar,
aunque quisiera, que me ha absorbido totalmente mi profesión de abogado, y después mis
obligaciones de líder de la Cámara de los Comunes en los tiempos en que los Primeros
Ministros eran también líderes...
BURGE (picado). -Para no mencionar el bridge y la sociedad elegante.
LUBIN. para no mencionar mis continuos y fatigosos esfuerzos para conseguir
que Burge se porte bien, que no he podido tener al día mis lecturas académicas. A mis
clásicos los he refrescado por puro amor a ellos; pero es posible que mi economía y mi
ciencia se hayan anticuado un poco. Con todo, pienso que puedo decir que si usted y su
hermano tienen la bondad de ponerme en la pista de los documentos necesarios, me
comprometeré a plantear el caso en la Cámara o al país a entera satisfacción de ustedes.
Ya saben ustedes que si a esa gente medio ilustrada y fastidiosa que quiere dar vuelta el
mundo se le hace ver que está diciendo tonterías, no importa mucho que se le haga ver en
términos de los que la señorita Barnabas dice que son una sandez anticuada o en términos
de los que su nieta dirá que son una perfecta imbecilidad. No tengo absolutamente nada
que denunciar en Karl Marx. Lo que pueda decir contra Darwin gustará a muchos
electores sinceramente piadosos. Si va a ser más fácil administrar los asuntos del país en
la inteligencia de que al actual estado de cosas se le debe llamar socialismo, no tengo
ningún inconveniente en llamarlo socialismo. Existe el precedente del emperador
Constantino, que salvó a la sociedad de su tiempo accediendo a llamar cristianismo a su
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imperialismo. Pero, fíjense bien: no debo adelantarme al cuerpo electoral. Al elector no
hay que llamarlo socialista hasta...
FRANKLYN. -Hasta que lo sea. Conforme.
LUBIN. -No, no; no necesita esperar a eso. No hay que llamarlo socialista hasta
que quiera que se le llame socialista: eso es todo. Seguramente, ustedes no dirían que
yo no debo llamar caballeros a mis electores hasta que lo sean. Yo me dirijo a ellos
llamándolos caballeros porque les gusta. (Se levanta del sofá, va al lado de Franklyn
y le pone una mano tranquilizadora en el hombro.) No se asuste del socialismo,
señor Barnabas. No necesita temblar por sus bienes, su posición o su dignidad.
Inglaterra seguirá siendo lo que es, aunque se pongan de moda muchos nombres
políticos nuevos. Yo no tengo la intención de oponerme a la transición al socialismo.
Pueden ustedes descansar en mí para guiarlo, para dirigirlo, para dar la adecuada
expresión a sus aspiraciones, y para que no choque contra absurdos utópicos. Puedo
pedirle a usted honradamente su ayuda basándome en los principios socialistas más
sólidos, no menos que en los principios liberales más sólidos.
BURGE. -En pocas palabras, es usted incorregible, Lubin. Usted no cree que nada
vaya a cambiar. Millones de personas deben seguir trabajando penosamente. . . el
pueblo... mi pueblo, porque yo soy un hombre del pueblo ...
LUBIN (interrumpiéndolo desdeñosamente).-No sea ridículo, Burge. Usted es un
abogado rural, más distante del pueblo, más extraño al pueblo, más celoso de dejar que
lleguen hasta su nivel, que un duque o un arzobispo.
BURGE (ardorosamente).-Lo niego. Usted cree que yo nunca he sido pobre. Usted
cree que nunca me he limpiado las botas. Usted cree que mis dedos no han pasado nunca
por sus agujeros cuando las estaba limpiando. Usted cree...
LUBIN. -Creo que está usted incurriendo en el error, muy extendido, de que es la
pobreza la que hace al proletariado, y el dinero el que hace al caballero. Está usted
completamente equivocado. Usted no ha pertenecido nunca al pueblo; usted estuvo en la
inopia. En el sino de la clase media que no triunfa entran la inopia
y las botas rotas, que son corrientes durante los primeros esfuerzos de las clases
profesionales y de los segundones. Yo lo desafío a que encuentre en Inglaterra a un
peón de campo que tenga rotas las botas. Llámele pobre a un mecánico, y le dará un
puñetazo. Cuando usted les habla a los trabajadores de los millones de hombres que
pasan penas, no piensan que se refiere usted a ellos. Todos son primos terceros de
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alguien que tiene un título o un parque. Yo soy de Yorkshire, amigo mío. Conozco a
Inglaterra, y usted no. Si la conociera sabría que...
BURGE. - ¿Qué sabe usted que no sepa yo?
LUBIN. - Sé que le estamos ocupando demasiado tiempo al señor Barnabas.
(Franklyn se levanta.) ¿Puedo atreverme a pensar, señor Barnabas, que puedo contar
con su apoyo si conseguimos que se vaya a elecciones antes de que los nuevos padrones
estén bien completos para que rijan?
BURGE (levantándose también), - ¿Puede el partido contar con su apoyo? No
hablo de mí mismo. ¿Puede el partido esperarlo de usted? ¿Hay alguna pregunta de
usted que yo haya dejado sin respuesta?
CONRAD. - No le hemos hecho ninguna.
BURGE. - ¿Puedo tomar eso como una prueba de confianza?
CONRAD. - Si yo fuera un trabajador de su distrito le haría una pregunta
biológica.
LUBIN. - No se la haría usted, querido doctor Conrad. Los trabajadores nunca
hacen preguntas.
BURGE.- Hágala ahora. Nunca he parpadeado ante las preguntas e interrupciones
en los mítines. Venga. ¿Se trata de la tierra?
CONRAD, - No.
BURGE, - ¿De la Iglesia?
CONRAD. - No.
BURGE. - ¿De la Cámara de los Lores?
CONRAD. - No. BURGE.-¿De la representación proporcional?
CONRAD. - No.
SURGE. - ¿Del librecambismo?
CONRAD. -NO.
BURGE. - ¿Del sacerdote en la escuela?
CONRAD. - No.
BURGE. - ¿De Irlanda?
CONRAD. - No.
BURGE. - ¿De Alemania?
CONRAD. - NO.
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BURGE. - ¿De republicanismo? Venga. No me inmutaré. ¿Se trata de la
monarquía?
CONRAD. - No.
BURGE.-Bueno, ¿de qué diablos se trata?
CONRAD. -Ya comprenderá usted que le hago la pregunta en el carácter de
un trabajador que una semana antes de la guerra ganaba trece chelines y ahora gana
treinta, cuando los gana.
BURGE. - Sí; lo comprendo. Estoy listo para contestarle. Venga la pregunta.
CONRAD. - Y a quien usted se propone representar en el Parlamento.
BURGE. -Sí, sí, sí. Venga.
CONRAD. - La pregunta es ésta. ¿Permitiría usted a su hijo casarse con mi
hija, o a su hija con mi hijo? BURGE (desconcertado). -Esa no es una pregunta
política.
CONRAD. -Entonces a mí, como biólogo, no me interesa absolutamente nada su
política y no estoy dispuesto ni a cruzar la calle para votar por usted ni por ningún
otro en las elecciones que ya están próximas.
LUBIN. - Lo tiene usted merecido, Burge. Doctor Barnabas: le doy la
seguridad de que mi hija se casará con el hombre que ella elija, sea un lord o sea
un trabajador. ¿Puedo contar con su apoyo?
BURGE (tirándole el epíteto).- ¡Farsante!
SAVVY. -Alto. (Todos se detienen en sus movimientos de despedida y
miran a Savvy.) Papá, ¿los vas a dejar que se vayan así? ¿Cómo se van a enterar
de algo si nadie se lo dice? Si no hablas tú, hablaré yo.
CONRAD. -Tú no puedes hablar. No has leído mi libro y no sabes nada de
eso. Cállate.
SAVVY.-No me voy a callar. Cuando cumpla treinta años tendré voto, y
debería tenerlo ahora. ¿Por qué vamos a permitir que estos dos tipos ridículos
vengan y nos pisoteen como si el mundo existiera únicamente para que ellos
jueguen su estúpido juego parlamentario?
FRANKLYN (severamente). - Savvy: no debes ser grosera con nuestros
huéspedes.
SAVVY. -Lo siento. Pero el señor Lubin no ha guardado muchas ceremonias
conmigo, ¿verdad? Y el señor Burge no me ha dirigido ni una palabra. No estoy
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dispuesta a aguantarlos. Tú y Nunk tenéis un programa mucho mejor que el de
ninguno de ellos. Es por el único que vamos a votar; y para honra de la familia y el
bien de sus propias almas se les debería explicar. Tú lárgale un capítulo del
evangelio de los hermanos Barnabas. (Lubin y Burge miran inquisidoramente a
Franklyn, sospechando que se trata de un paso hacia la formación de un partido
nuevo.)
FRANKLYN. - Es cierto, señor Lubin, que mi hermano y yo tenemos un
programita nuestro que- . .
CONRAD (interrumpiéndolo).-No es un programita; es un programazo. No
es nuestro; es el de toda la civilización.
BURGE. -Entonces, ¿para qué dividir el partido antes de exponérnoslo? ¡Por
Dios, no tengamos más divisiones! Yo estoy aquí para aprender. Para recoger sus
opiniones y representarlas. Yo lo invito a que me las expongan. Me ofrezco a que se
metan conmigo. No me ha hecho usted más que una pregunta absurda y que no tenía
nada de política.
FRANKLYN. -Sinceramente, me temo que exponerle a usted nuestro programa
sea perder el tiempo. No le interesaría.
BURGE (con desafiante audacia). -Pruébelo. Lubin se puede ir si quiere. Yo
sigo estando abierto a nuevas ideas, si las encuentro.
FRANKLYN (a Lubin). - ¿Está usted dispuesto a escuchar, o voy a darle las
gracias por su amable y bien venida visita y despedirlo?
LUBIN
(sentándose
resignadamente
en
el
sofá,
pero
haciendo
involuntariamente un ademán como de querer sofocar un bostezo). -Con mucho
gusto, señor Barnabas. Claro está que antes de adoptar una nueva plataforma en el
programa del partido, tendrá que llegarme a través de la Federación Nacional Liberal,
con la que puede usted ponerse en contacto mediante la Asociación Liberal y Radical
local.
FRANKLYN. - Y O podría recordarle varios casos en que se han añadido a su
programa de partido medidas con que la rama local de su Federación ni siquiera había
soñado. Pero comprendo que no está realmente interesado. Le evitaré la molestia, y
no hablaré del asunto.
LUBIN (animándose un poco).-Me ha interpretado mal. Por favor, no lo tome
así. Yo ...
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BURGE (impidiéndole seguir).-No se preocupe de la Federación. Yo
responderé por la Federación. Siga, Barnabas, siga. No se preocupe de Lubin. (Se
sienta en la silla de que Lubin lo había expulsado antes.)
FRANKLYN. -Nuestro programa consiste únicamente en que el término de la
vida humana debiera extenderse a trescientos años.
LUBIN (suavemente). - ¿Eh? BURGE (explosivamente). - ¿Qué?
SAVVY.-Nuestro grito electoral es: "Vuelta a Matusalén."
HASLAM. -¡Estupendo! (Lubin y Burge se miran.)
CONRAD. - No; no estamos locos.
SAVVY. -Tampoco están bromeando. Lo dicen en serio.
LUBIN (cautelosamente). -Suponiendo que, por algún motivo que por el
momento no puedo penetrar, hable usted en serio, señor Barnabas, ¿puedo preguntarle
qué tiene que ver eso con la política?
FRANKLYN. - La conexión es muy evidente. Usted, señor Lubin, está ahora a
punto de cumplir setenta años. El señor Joyce Burge es once años más joven que
usted. Usted pasará a la posteridad como uno de un grupo de políticos europeos
inmaduros que, haciendo para sus respectivos países lo mejor que eran capaces de
hacer, consiguieron casi destrozar la civilización europea y barrieron de la existencia
a muchos millones de habitantes.
BURGE. -Menos de un millón.
FRANKLYN, -Esos los perdimos sólo nosotros.
B U R G E . - ¡ A h , si cuenta usted a los extranjeros! . . .
HASLAM. - Ya sabe usted que Dios cuenta a los extranjeros.
S A V V Y (con satisfacción).- ¡Muy bien dicho, Bill!
FRANKLYN. -No le reprocho nada. Su tarea era superior a las fuerzas humanas.
Con nuestros tremendos armamentos, nuestras terribles máquinas de destrucción,
nuestros sistemas de coacción dirigidos por una policía irresistible, le encomendaron a
usted que fiscalizara fuerzas tan gigantescas que uno se estremece hasta al pensar que se
las encomienden a un Dios infinitamente experimentado y benévolo, para no mencionar a
hombres mortales cuya vida no dura cien años.
BURGE. -Ganamos la guerra, no lo olvide.
FRANKLYN. -No; la ganaron los soldados y los marinos y les dejaron a ustedes
terminarla. Y fueron ustedes tan totalmente incompetentes que las multitudes de niños
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muertos de hambre en los primeros años de paz nos hacen desear que ojalá estuviéramos
en guerra otra vez.
CONRAD.-No tiene objeto discutir sobre eso. Ahora es absolutamente cierto que
los problemas políticos y sociales planteados por nuestra civilización no los pueden
resolver unos simples hongos humanos que decaen y mueren en el momento que
empiezan a vislumbrar la sabiduría y los conocimientos necesarios para gobernarse a sí
mismos.
LUBIN. -Es muy interesante esa idea, doctor. Extravagante. Fantástica. Pero muy
interesante. Cuando yo era joven sentía muy intensamente mis limitaciones.
BURGE. -Dios sabe que he tenido muy a menudo la impresión de que no podía
seguir sino porque sentía que no era más que un instrumento en manos de un Poder que
está sobre nosotros.
CONRAD. -Me alegro de que estén ustedes de acuerdo con nosotros y uno con
otro.
LUBIN. -Me parece que yo no he ido tan lejos. Al fin y al cabo hemos tenido
muchos políticos muy competentes aun en la época que recordamos ustedes y yo.
FRANKLYN. - ¿Ha leído usted las biografías recientes -la de Dilke, por ejemploque revelan la verdad acerca de aquellos políticos?
LUBIN. - No necesito descubrir ninguna nueva verdad en esos libros, señor
Barnabas.
FRANKLYN. - ¡Cómo! ¿Ni la verdad de que Inglaterra fué gobernada durante
todo ese tiempo por una mujercita que sabía lo que quería?
SAVVY. - ¡Bravo! ¡Bravo!
LUBIN.-Eso ocurre a menudo. ¿A qué mujer se refiere?
FRANKLYN.-A la reina Victoria, con quien los Primeros Ministros de que
usted habla estaban en la relación de niños traviesos a los que daba coscorrones
mutuos con sus propias cabezas cuando su mal humor y sus disputas se hacían
insoportables. A los trece años de su muerte, Europa se convirtió en un infierno.
BURGE.-Cierto. Pero aquello obedecía a que la educaron piadosamente y se
tenía a sí misma por instrumento. El estadista que recuerda que no es sino un instrumento y se siente seguro de que interpreta rectamente la voluntad divina sale
siempre adelante.
FRANKLYN. - El Kaiser se sintió así; pero, ¿salió adelante?
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BURGE.-Bueno, seamos justos hasta con el Kaiser. Seamos justos.
FRANKLYN. - ¿Fue usted justo con él cuando ganó unas elecciones con el
programa de ahorcarlo?
BURGE. - ¡Qué bobada! Nadie tan lejos como yo de colgar a nadie; pero la gente
no atendía razones. Además, yo sabía que los holandeses no lo entregarían.
SAVVY. - ¡Oh!, no empiecen ahora a discutir sobre el pobre Bill. No te desvíes de
lo tuyo, papá. Deja que estos dos señores zanjen ese asunto ellos solos. Señor Burge:
¿usted opina que el señor Lubin está capacitado para gobernar a Inglaterra?
BURGE.-No; francamente, no.
LUBN (protestando). - ¡Caramba!
CONRAD, -¿Por qué?
BURGE. - Porque no tiene conciencia; eso es todo.
LUBIN (disgustado y asombrado). - ¡Oh!
FRANKLYN. - Señor
Lubin: ¿usted considera que Joyce Burge está calificado
para gobernar a Inglaterra?
LUBIN (con digna emoción, dolido, pero sin amargura). - Dispénseme, señor
Barnabas, pero antes de contestar su pregunta quiero decir una cosa. Burge: hemos tenido
diferencias de opinión, y sus amigos los periodistas me han dicho cosas muy duras. Pero
hemos trabajado juntos durante varios años, y espero no haber hecho nada que lo justifique
en la asombrosa acusación que acaba de hacer contra mí. ¿Se da cuenta de que ha dicho
que no tengo conciencia?
BURGE. - Lubin: soy muy accesible cuando se apela a mis emociones; y usted apela
a ellas muy ladinamente. Estoy de acuerdo con usted hasta cierto punto. No quiero decir
que sea usted un mal hombre. No quiero decir que no me sea simpático, a pesar de sus
continuos intentos de desalentarme y deprimirme. Pero tiene una mente que parece un
espejo. Es usted muy claro y terso y lúcido en cuanto a lo que está delante. Pero carece de
previsión y retrovisión. No tiene ni visión ni memoria. No tiene continuidad, y un hombre
sin continuidad no puede tener conciencia ni honor de un día para otro. El resultado es que
siempre ha sido usted un ministro rematadamente malo, y a veces ha sido un amigo rematadamente malo. Ahora puede contestar la pregunta de Barnabas y quitármela muy a gusto.
Barnabas le ha preguntado si yo estoy calificado para gobernar a Inglaterra.
LUBIN (recobrando el dominio de sí mismo).-Después de lo que acaba de pasar
quisiera sinceramente decir honradamente que sí. Pero me parece que se ha condenado
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usted con sus propias palabras. Usted representa algo que ha tenido demasiada
influencia y popularidad en este país desde que Joseph Chamberlain trajo la moda: la
mera energía sin intelecto y sin conocimientos. Su mente carece de preparación; no ha
acumulado la mejor información ni cultivado el trato con espíritus educados en ninguna
de nuestras grandes instituciones del saber. De que da la casualidad de que yo he
gozado de esa ventaja se sigue que usted no comprende mi espíritu. Sinceramente,
opino que eso lo descalifica. La paz reveló sus puntos flacos.
BURGE. - ¿Y qué reveló en usted?
LUBIN.-Usted y sus confederados los periodistas me arrancaron la paz de las
manos. La paz no reveló nada en mí porque yo no tomé parte en ella.
FRANKLYN. -Vamos, confiésenlo los dos. Eran ustedes ejes en la rueda. La
guerra siguió el camino de Inglaterra, pero la paz siguió su propio camino, no el de
Inglaterra ni ninguno de los que fácilmente 1e habían trazado ustedes. Su tratado de paz
fué un pedazo de papel antes de que en él se secara la tinta. Los estadistas europeos eran
incapaces de gobernar a Europa. Lo que necesitaban era un par de cientos de años de
adiestramiento y experiencia, y no tenían más que unos pocos en el foro, o en algún
Banco, o en los cotos de caza o canchas de golf. Y ahora estamos esperando, mientras
unos cañones monstruosos apuntan a todas las ciudades y puertos, y unos aviones
enormes se disponen a saltar al aire y tirar bombas de esas que cada una de ellas
puede borrar toda una calle, y se almacenan gases venenosos que nada más que con
aspirar una bocanada traen la muerte a muchedumbres enteras, a que uno de ustedes
se levante en su impotencia y nos diga, a nosotros que somos tan impotentes como
él, que estamos otra vez en guerra.
CQNRAD, - ¡Ja! ¿Qué consuelo va a ser entonces para nosotros que ustedes dos
sean capaces de decirse uno a otro tan inteligentemente qué defectos tienen?
BURGE (enfadado).-Si vamos a eso, ¿qué consuelo es que ustedes dos, que no
han tenido responsabilidades, que no han levantado ni un dedo, que yo sepa, para ayudarnos en esa espantosa crisis que me ha hecho envejecer diez años, puedan, sentados
aquí, condenarnos de ese modo? ¿Puede usted mencionar una sola cosa que hayan
hecho en aquel período infernal?
CONRAD.-No les estamos reprochando nada: no habían vivido ustedes bastante
tiempo. Tampoco nosotros. ¿No comprende usted que setenta años, que pueden ser
bastantes para una tosca vida de aldea, pueden no serlo para una civilización
complicada como la nuestra? Flinders Petrie ha contado nueve tentativas de civiliza129
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ción hechas por personas exactamente como nosotros; y todas fracasaron como está
fracasando la nuestra. Fracasaron porque los ciudadanos y los estadistas se murieron
de vejez o por comer demasiado, antes de que hubieran dejado atrás los juegos de
escolares, los deportes salvajes, los cigarros y el champaña. Los signos del fin son
siempre los mismos: democracia, socialismo y el voto para las mujeres. Nosotros nos
estrellaremos dentro del actual término de la vida del hombre, a menos que reconozcamos que debemos vivir más tiempo.
LUBIN.-Me alegro de que esté conforme conmigo en que el socialismo y el
voto de las mujeres son signos de decadencia.
FRANKLYN. -Nada de eso; no son sino dificultades que sobrecargan la
capacidad de usted. Si no se puede organizar el socialismo no se puede organizar la
vida civilizada; y el resultado es que se recae en la barbarie.
SAVVY. - ¡Bravo! ¡Bravo!
BURGE.-Ese punto es útil. No podemos atrasar el reloj.
HASLAM. -Yo sí. Lo he atrasado muchas veces. LUBIN. - Querido Burge, ¿qué
está soñando? Señor Barnabas, soy hombre de mucha paciencia; pero, ¿quiere
decirme qué utilidad terrena o interés hay en una conclusión tan irrealizable? Le
concedo que si pudiéramos vivir trescientos años seríamos todos quizá más sabios,
seguramente más viejos. ¿Me concederá usted, a su vez, que si se hunde el cielo todos
atraparemos alondras?
FRANKLYN. - Ahora te toca a ti, Conrad. Sigue.
CONRAD.-No creo que tenga objeto. No creo que quieran vivir más que lo de
costumbre.
LUBIN.-Aunque yo sea un simple niño de sesenta y nueve años, soy también
bastante viejo para haber perdido la costumbre de llorar pidiendo la luna.
BURGE. - ¿Han descubierto ustedes el elixir de la vida, o no? Si no, convengo
con Lubin en que nos están haciendo perder el tiempo.
CONRAD. - ¿Vale algo su tiempo?
BURGE (no pudiendo creer a sus propios oídos), - ¿Si vale algo mi tiempo?
¿Qué quiere usted decir?
LUBIN (sonriendo cómodamente). -Desde su elevado punto de vista científico, me
figuro que nada, profesor. De todos modos, opino que una breve y perfectamente ociosa
discusión le sentaría bien a Burge. Al fin y al cabo, lo mismo da que nos hablen del elixir
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de la vida, o que leamos novelas, o que hagamos lo que sea que haga Burge cuando no
está jugando al golf en Walton Heath. ¿Cuál es su elixir, doctor Barnabas? ¿Limones?
¿Leche agria? ¿Cuál es la última panacea?
BURGE. - Empezábamos a hablar seriamente, y ahora aprovecha usted una
ocasión para decir bobadas. (Se levanta.) Buenas tardes. (Se dirige hacia la puerta,)
CONRAD (groseramente), - Muérase cuando quiera. Buenas tardes.
BURGE (titubeando),-Mire, yo tomé leche agria dos veces al día hasta que se
murió Metchnikoff. Él creía que lo haría vivir eternamente, y murió de tomarla.
CONRAD. - Hubiera sido igual si hubiese tomado cerveza agria.
BURGE. -¿Cree usted en los limones? CONRAD,-No me comería un limón
aunque me pagaran.
BURGE (volviendo a sentarse). - ¿Qué me recomienda?
CONRAD (levantándose, con un gesto de desesperación). - ¿De qué sirve
continuar, Frank? Como soy médico, y como ellos creen que puedo darles un frasco que
los hará vivir eternamente, me escuchan por primera vez con la boca abierta y los ojos
cerrados.
SAVVY. - ¡Calma, Nunk! No abandones la fortaleza. (Conrad gruñe y se sienta.)
LUBIN. -Usted ofreció voluntariamente la consulta, doctor. Tengo que decirle que,
lejos de compartir la
credulidad que ahora está de moda en cuanto a la ciencia, me siento dispuesto a
demostrar que durante los últimos cincuenta años, si bien la Iglesia se ha equivocado a
menudo, y aunque ni siquiera el partido liberal ha sido infalible, los hombres de ciencia
se han equivocado siempre.
CONRAD. - Sí, los individuos que ustedes llaman hombres de ciencia. La gente
que gana dinero con ésta y sus parásitos medicinales. Pero, ¿acaso hubo alguno que estuviera en lo cierto?
LUBIN. - Los poetas y los narradores, especialmente los poetas y los narradores
clásicos, han estado, en general, en lo cierto. Le pediré que no repita esto públicamente
como opinión mía, porque no se puede jugar con el voto de la profesión médica y sus
adoradores.
FRANKLYN. -Tiene razón; el poema es nuestra verdadera clave para la ciencia
biológica. El documento más científico que poseemos en la actualidad es, como su
propia abuela le habría dicho muy correctamente, la historia del jardín del Edén.
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BURGE (aguza el oído). - ¡Cómo! Si puede dejar establecido eso, Barnabas,
estoy dispuesto a escucharlo con mi mejor atención. Lo escucho. Continúe.
FRANKLYN. - Bien, sin duda recordará, ¿no es cierto?, que, en el Jardín del
Edén, Adán y Eva no fueron creados mortales, y que la muerte natural, como nosotros
la llamamos, no formaba parte de la vida, sino que fué una invención posterior y
separada.
BURGE, -- Ahora que lo menciona, es cierto. La muerte vino después.
LUBIN. - ¿Qué hay de la muerte accidental? Eso era siempre posible.
FRANKLYN, -Precisamente. Adán y Eva vacilaban
entre dos espantosas posibilidades. Una era la extinción del género humano por
muerte accidental. La otra, la perspectiva de vivir por siempre. No podían tolerar ninguna
de las dos. Decidieron que vivirían un breve período de mil años, y que entretanto
entregarían su obra a una nueva pareja. Por consiguiente tuvieron que inventar el
nacimiento natural y la muerte natural, que, en fin de cuentas, son sólo modos de
perpetuar la vida sin poner sobre una sola criatura la terrible carga de la inmortalidad.
LUBI N. -Entiendo. Lo viejo debe dejar paso a lo nuevo.
BUR GE. -La muerte no es nada más que dejar paso. Eso es todo lo que hay en la
cuestión, y nunca ha habido nada más.
FRAN KL YN. -Sí, pero lo viejo no debe abandonar su puesto hasta que lo nuevo
esté maduro para ocuparlo. Ahora lo abandona con doscientos años de anticipación.
SAV VY. - YO creo que la gente nueva es la gente vieja reencarnada, Nunk.
Sospecho que yo soy Eva. Me gustan mucho las manzanas, y siempre me sientan mal.
CON RAD . - En cierto sentido, eres Eva. La Vida Eterna persiste. Sólo que
desgasta sus cuerpos y mentes y se consigue otros nuevos, como si fueran ropa nueva. Tá
no eres más que un sombrero y un vestido nuevos de Eva.
FRAN KL YN. - Sí, cuerpos y mentes cada vez mejor adaptados para llevar a
cabo Su objetivo.
LUBI N
(con tranquilo escepticismo). - ¿Qué objetivo, si se puede preguntar,
señor Barnabas?
FRAN KL YN. -El objetivo de la omnipotencia y la omnisciencia. Mayor poder y
mayores conocimientos: esto es lo que todos buscamos, aun a riesgo de nuestra vida y
con el sacrificio de nuestro placer. El objetivo es
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la Evolución, y ninguna otra cosa. Es el camino de la divinidad. Un hombre difiere
de un microbio sólo en que está más avanzado en el camina.
LUBI N. - ¿Y cuándo espera que se alcance esa modesta meta?
FRANKL YN. - ¡Nunca, gracias a Dios! Como no hay límite para el poder y los
conocimientos, no puede haber fin. "El poder y la gloria, mundo sin fin." ¿Estas
palabras no tienen ningún sentido para usted?
BUR GE (sacando un sobre viejo).-Me gustaría anotar eso. (Lo hace.)
CON RAD . -Siempre habrá algo por lo cual vivir. BURGE (guardando el
sobre y tornándose cada vez más práctico). -Muy bien, ya lo anoté. Y ahora, ¿qué me
dice del pecado? ¿Qué de la Caída? ¿Cómo encaja eso?
CON RAD . -La Caída no la encajo en ninguna parte. La Caída está fuera de la
ciencia. Pero apuesto a que Frank podrá darle alguna ubicación.
BUR GE (a Franklyn). - Me gustaría que lo hiciera, ¿sabe? Es importante. Muy
importante.
FRAN KL YN. -Bueno, considérelo así. Está claro que cuando Adán y Eva eran
inmortales, les resultaba necesario hacer que la tierra fuese un lugar sumamente cómodo
para vivir.
BUR GE, - Es cierto. Si se toma una casa en un arriendo de noventa y nueve
años, se gasta mucho dinero en ella. Si se la alquila por tres meses, generalmente al
final hay que pagar una buena cuenta por deterioros.
FRAN KL YN. -Precisamente. Por consiguiente, cuando Adán tuvo el jardín del
Edén en arriendo eterno, cuidó de hacer de él lo que los agentes de bienes raíces llaman
una residencia campestre altamente deseable. Pero en cuanto inventó la muerte y se
convirtió sólo en arrendatario de por vida, el lugar no valía ya la pena. Entonces
dejó crecer las zarzas. La vida era tan corta, que hacer algo minuciosamente bien
no tenía ya valor.
BURGE. -¿Le parece que eso es suficiente para constituir lo que el elector
medio consideraría una Caída? ¿Es bastante trágico?
FRANKLYN. -Ese es sólo el primer paso de la Caída. Adán no cayó ese
único escalón; cayó todo un tramo de escalones. Por ejemplo, antes de inventar el
nacimiento no se atrevía a perder los estribos, porque si hubiera matado a Eva
habría quedado estéril y solo durante toda la eternidad. Pero cuando inventó el nacimiento y cualquiera que era muerto podía ser reemplazado, pudo darse el lujo de
salirse de las casillas. Indudablemente fue él quien inventó las zurras a la esposa, y
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ese es otro escalón de descenso. Uno de sus hijos inventó el comer carne. El otro
se horrorizó ante la innovación. Con la ferocidad característica de los toros y otros
vegetarianos, mató a su hermano comedor de biftecs, y así inventó el asesinato.
Ese fué un escalón bastante empinado. Era tan excitante, que todos los otros
empezaron a matarse entre sí por deporte, y así inventaron la guerra, el peldaño
más empinado de todos. Se dedicaron incluso a matar animales, como medio de
matar el tiempo, y entonces, es claro, los comieron para ahorrarse el largo y difícil
trabajo de la agricultura. Les pido que contemplen a nuestros padres mientras bajan precipitadamente los peldaños de esta escala de Jacob que llegaba desde el
paraíso hasta un infierno en la tierra, infierno en el que habían multiplicado las posibilidades de muerte por violencia, accidente y enfermedad, hasta el punto de que
apenas podían tener la seguridad de contar con setenta años de vida, ¡y mucho
menos con los mil que Adán había estado dispuesto a enfrentar! Con ese cuadro
ante usted, ¿todavía quiere preguntarme dónde fué la Caída? Sería lo mismo que si
se detuviese al pie del Snowden y me preguntase dónde está la montaña. Los niños
lo ven tan claramente, que han concentrado esa historia en este dístico:
La mantis no quiere decir sus oraciones; puez hazla caer de todos los
escalones.
LUBIN (aún inconmoviblemente escéptico). - ¿Y qué dice la Ciencia sobre
este cuento de hadas, doctor Barnabas? Sin duda la Ciencia no sabe nada del
Génesis, ni de Adán y Eva.
CONRAD. - Pues entonces no es Ciencia, y está todo dicho. La ciencia tiene
que explicarlo todo, y en el todo está incluída la Biblia.
FRANKLYN. -El libro del Génesis es parte de la naturaleza, como cualquier
otra parte de ella. El hecho de que el relato del jardín del Edén haya sobrevivido y
mantenido extasiada durante siglos la imaginación de los hombres, en tanto que
cientos cíe narraciones más plausibles y divertidas han pasado de moda y perecido
como la canción popular del año pasado, es un hecho científico. Y la Ciencia debe
poder explicarlo. Usted me dice que la Ciencia no sabe nada de eso. Entonces la
Ciencia es más ignorante que los niños de cualquier escuela de aldea.
CONRAD. -Es claro que si le parece más científico decir que no estamos
hablando de Adán y Eva, sino de la filogenia del blastodermo.. .
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SAVVY. - No tienes por qué maldecir, Nunk. CONRAD. -Cállate, no estoy
maldiciendo. (A Lubin.) Si quiere la patraña profesional de reescribir la Biblia en
palabras de cuatro sílabas y fingir que se trata de algo nuevo, puedo ofrecerle
patrañas hasta que se canse. Puedo llamar filogénesis al Génesis. Que el Creador diga, si
le parece: "Estableceré una simbiosis antipática entre la hembra y tú, y entre tu
blastodermo y el de ella." Nadie lo entenderá, y Savvy creerá que está echando
maldiciones. El significado es el mismo.
HASLAM. -Inapreciable. Pero es muy sencillo. Una versión es poesía; la otra es
ciencia.
FRANKLYN. -Una es jerga escolar; la otra es inspirado lenguaje humano.
LUBIN (serenamente reminiscente). -Uno de los pocos autores modernos que he
leído de vez en cuando es Rousseau, que fué una especie de deísta como Burge. . .
BURGE
(interrumpiéndolo
enérgicamente).
-Lubin,
¿es
que
esta
comunicación tremendamente importante que acaba de hacernos el profesor Barnabas,
por la que le quedaré agradecido toda la vida, no ha tenido sobre usted un efecto más
profundo que el de impulsarlo a hacerme bromas, tratando de hacer creer que soy un
pagano?
LUBIN. -Es sumamente interesante y divertido, Burge, y creo que veo algo de
cierto en ella. Pienso que podría defenderla ante un tribunal eclesiástico. Pero
"importante" resulta difícilmente una palabra con que se la pueda describir.
BURGE. - ¡Buen Dios! Aquí está este profesor, un hombre absolutamente alejado
del torbellino de nuestra vida política, dedicado al conocimiento puro en sus fases más
abstractas, y yo declaro solemnemente que es el más grande político, el más inspirado
dirigente de partido del reino. Me saco el sombrero ante él. Yo, Joyce Burge, lo aclamo.
¡Y usted se está sentado ahí, ronroneando como un gato de Angora, y no ve nada en todo
ello! CONRAD (abriendo grandemente los ojos). -¡Vaya! ¿Qué he hecho para
merecer este tributo?
BURGE. -¿Hecho? Ha puesto al partido liberal en el poder hasta dentro de treinta
años, doctor; eso es lo que ha hecho.
CONRAD. - ¡Dios me ampare!
BURGE. -Ahora todo está en manos de la Iglesia. Gracias a usted, ahora
vamos a las elecciones con un lema, uno solo: "¡Volvamos a la Biblia!" Piense en el
efecto que eso tendrá sobre los votantes inconformistas. Tome eso por un lado, y por
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el otro lado está el voto moderno, científico, escéptico y profesional. El ateo de aldea
y el primer corneta del Ejército de Salvación local se encuentran en el prado aldeano
y se estrechan la mano. Usted lleva a los escolares, a los niños de la escuela dominical, según la cláusula Cowper-Temple, al museo. Les muestra a los chiquillos el
cráneo Piltdown y les dice: "Este es Adán. Este es el esposo de Eva." Lleva al
estudiante de ciencias, gafas y todo, al laboratorio del colegio Owens, y cuando él le
pide una historia realmente científica de la Evolución, usted le pone en las manos la
Marcha de los peregrinos. Usted... (Savvy y Haslam estallan en alegres
risotadas.) ¿De qué se ríen?
SAVVY. - ¡Oh!, siga, señor Burge. No se interrumpa. CONRAD. ¡Inapreciable!
FRANKLYN. - ¿Le parecerían tan importantes treinta años de ocupación de un
puesto oficial para el partido liberal, señor Burge, si tuviera que vivir otros dos siglos y
medio?
BURGE (decidido).-No. Tendrá que dejar de lado esa parte del asunto. Los
electores no se lo tragarán.
LUBIN (serio). -No estoy tan seguro de ello, Burge.
No estoy seguro de que no resulte en realidad el único punto que se traguen.
BURGE. -Aunque así fuera, no nos serviría de nada. No es un punto del
partido. Es tan bueno para el otro bando como para nosotros.
LUBIN. - No necesariamente. Si nosotros somos los primeros en presentarlo,
el pensamiento del público lo vinculará con nuestro partido. ¡Supóngase que
presento como un punto de nuestro programa la defensa de la extensión de la vida
humana a trescientos años! Dunreen, como dirigente del partido opositor, tendrá que
rivalizar conmigo; me tachará de visionario y demás. Al hacer tal cosa, se colocará
en la posición del que quiere despojar al pueblo de doscientos treinta años de su vida
natural. El Unionista se convertirá en el partido de la Muerte Prematura; y nosotros
seremos el partido de la Longevidad.
BURGE (conmovido). - ¿De veras le parece que el electorado se lo tragará?
LUBIN. -Mi querido Burge, ¿hay algo que el electorado no llegue a tragarse, si
le es presentado adecuadamente? Pero tenemos que estar seguros del terreno que
pisamos. Necesitamos el respaldo de los hombres de ciencia. ¿Hay un serio acuerdo
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entre ellos, doctor, en cuanto a la posibilidad de una evolución como la que usted ha
descrito?
CONRAD. -Sí. Desde que la reacción contra Darwin cobró firmeza a comienzos
de este siglo, toda la opinión científica digna de mención ha ido convergiendo rápidamente hacia la Evolución Creadora.
FRANKLYN. - La poesía ha ido convergiendo hacia ella; la filosofía ha ido
convergiendo hacia ella; la religión ha ido convergiendo hacia ella. Será la religión
del siglo XX, una religión que tiene sus raíces intelectuales en la filosofía y la ciencia,
así como el cristianismo medieval tenía sus raíces en Aristóteles.
LUBIN. - Pero sin duda cualquier cambio sería tan lentamente gradual que ...
CONRAD, -No se engañe. Solamente los políticos mejoran al mundo en forma
tan gradual que nadie advierte la mejoría. La idea de que la naturaleza no avanza a
saltos es una de las más plausibles mentiras de lo que denominamos educación
clásica. La naturaleza siempre avanza a saltos. Puede pasarse veinte mil años sin
decidirse a saltar, pero cuando finalmente adopta la resolución, el brinco es lo
bastante grande como para transportarnos a una nueva era.
LUBIN
(impresionado).- ¡Imagínenme como dirigente del partido durante
los próximos trescientos años!
BURGE. - ¿Cómo?
LUBIN. - Quizá sea molesto para algunos de los hombres más jóvenes. Pienso
que, para ser equitativo, tendré que apartarme, más o menos al cabo de un siglo, para
dejar lugar a otra persona. Es decir, siempre que pueda convencer a Mimí para que
abandone la casa de la calle Downing.
BURGE, -Esto es demasiado. Su colosal engreimiento le impide ver la
necesidad más evidente de la situación política.
LUBIN. - ¿Se refiere a mi retiro? . . . En realidad no creo que se trate de una
necesidad. No lo creía cuando ya era casi un anciano ... o por lo menos un hombre
de edad. Pero ahora que parece que soy un jovencito, la cuestión no tiene el mínimo
peso. (A Conrad.) ¿Puedo preguntar si existe alguna otra teoría que aparezca como
alternativa? ¿Hay una Oposición científica?
CONRAD. -Bien, algunas autoridades sostienen que la raza humana es un
fracaso y que una nueva forma de vida, mejor adaptada a una civilización elevada,
nos reemplazará, así como nosotros hemos reemplazado al mono y al elefante.
BURGE. -El superhombre, ¿eh?
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CONRAD. -No, algún ser completamente distinto de nosotros.
LUBIN. -¿Es eso tan de desear?
FRANKLYN. -Me temo que sí. Sea como fuere, podemos estar seguros de
una cosa. No quedaremos solos. La fuerza que hay detrás de la evolución,
llámesela como se quiera, está decidida a solucionar el problema de la civilización.
Y si no puede hacerlo por medio de nosotros, producirá otros agentes menos
capaces. El hombre no es la última palabra de Dios; Dios todavía puede crear. Si
ustedes no pueden realizar Su obra, Él producirá algún ser que pueda hacerla.
BURGE (con devota reverencia). - ¿Qué sabemos sobre Él, Barnabas? ¿Qué sabe
nadie sobre Él?
CONRAD. -Sobre Él sabemos esto con absoluta certeza: el poder que mi
hermano llama Dios actúa por el método de Prueba y Error, y si nosotros resultamos
ser uno de los errores, seguiremos el camino del mastodonte, del megaterio y de todos
los otros experimentos desechados.
LUBIN (se pone de pie y comienza a pasearse por la habitación, meditando). Admito que me siento impresionado, caballeros. Llegaré hasta el punto de decir que
esa teoría resultará más interesante de lo que fue la separación de la Iglesia galesa.
Pero como política práctica... ¡hmmm! ¿Eh, Burge?
CONRAD. -Nosotros no somos políticos prácticos.
Queremos que se haga algo. Los políticos prácticos son gente que ha
dominado el arte de utilizar el Parlamento para impedir que se hagan cosas.
FRANKLYN.-Cuando consigamos estadistas y ciudadanos maduros...
LUBIN (deteniéndose). -¡Ciudadanos! ¡Oh! ¿Es que los ciudadanos también
vivirán trescientos años, como los estadistas?
CONRAD. -Por supuesto.
LUBIN.-Confieso que no había pensado en eso. (Se sienta con brusquedad; es
evidente que esta nueva idea lo ha afectado muy desfavorablemente. Savvy y
Haslam se miran con inexpresables sentimientos.)
BURGE. - ¿Le parece que sería prudente ir tan lejos al comienzo?
Indudablemente resultaría más adecuado empezar con los mejores hombres.
FRANKLYN.-No se preocupe por eso. Empezará con los mejores hombres.
LUBIN.-Me alegro de saberlo. ¿Sabe?, tenemos que darle a esto una forma
parlamentaria práctica.
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BURGE. -Hay que redactar una ley; esa es en definitiva la cuestión. Hasta
que no se ha redactado la ley no se sabe lo que se está haciendo; me lo indica la
experiencia.
LUBIN. -Muy cierto. Yo pienso que si bien tenemos que interesar al
electorado en esto, como una especie de aspiración religiosa y de esperanza
personal, usándolo al mismo tiempo para eliminar sus prejuicios contra aquellos de
nosotros que estamos envejeciendo, sería en máxima medida inquietante y
peligroso permitir que todos vivan más de lo habitual. ¡Ahí está el problema de la
fabricación del específico, sea éste el que fuere! Hay cuarenta millones de
personas en el país. Permítanme suponer, con fines ilustrativos, que cada persona tuviera que consumir ciento
cincuenta gramos diarios de elixir. Eso representaría... veamos... ciento cincuenta
por trescientos sesenta y cinco es... este... cincuenta y cinco kilos por año.
BURGE. - Dos millones de toneladas anuales, en números redondos, de
material para todo el que lo exigiera a gritos; los hombres pisotearían en la calle a
las mujeres y a los niños para conseguirlo. Y usted no podría producirlo. Habría
asesinatos en masa. Imposible. Debemos conservar el secreto entre nosotros.
CONRAD (mirándolos fijamente).- ¡El secreto! ¿De qué está hablando este
hombre?
BURGE. -Del material. El polvo. El frasco. La tableta. Lo que sea. Usted dijo
que no se trataba de limones.
CONRAD,-Mi buen señor, no tengo polvo, ni botella, ni tabletas. No soy un
charlatán; soy un biólogo. Esto es algo que ocurrirá.
LUBIN (completamente desilusionado). - ¡Que ocurrirá!... ¡Oh! ¿Eso es
todo? (Mira su reloj.)
BURGE. - ¡Que ocurrirá! ... ¿Qué quiere decir? ¿Significa eso que usted no
puede hacerlo ocurrir?
CONRAD. - Así como no habría podido hacer que usted ocurriera.
FRANKLYN. -No podemos hacer entender a la gente que nada impedirá que
eso ocurra, salvo la voluntad de ellos de morir antes de haber terminado con su tarea
y su ignorancia de la espléndida labor que deben realizar.
CONRAD. -Difundan ese conocimiento y esa convicción, y, con tanta
seguridad como que el sol saldrá mañana, la cosa sucederá.
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FRANKLYN. -No sabemos cuándo, cómo o a quién
le sucederá. Puede que le ocurra a algunos de los que estamos en esta
habitación.
HASLAM. - Me sucedería a mí, eso es absolutamente seguro.
CONRAD. -Puede ocurrirle a cualquiera. Incluso a la criada. ¿Cómo
podríamos saberlo?
SAVVY.- ¡A la criada! ... ¡,Oh!, eso es una tontería, Nunk.
LUBIN (otra vez a sus anchas).-Creo que Miss Savvy ha pronunciado el
veredicto definitivo.
BURGE. -¿Quiere decir que no tiene nada más práctico que ofrecer que el
simple deseo de vivir más tiempo? ¡Pero si la gente pudiese vivir con sólo
desearlo, ya estaríamos todos viviendo eternamente! A todos les gustaría vivir
siempre. ¿Por qué no lo hacen?
CONRAD. - ¡Bah! A todos les gustaría tener un millón de libras. ¿Por qué no
lo tienen? Porque los hombres a quienes les agradaría ser millonarios no quieren
ahorrar seis peniques, ni siquiera aunque tengan a la vista las posibilidades de
pasar hambre. Los hombres que quieren vivir eternamente no dejan de beber
cerveza o de fumar su pipa, aunque crean que los abstemios y los no fumadores
viven más tiempo. Esa forma de querer no es querer. Ahí tienen lo que hacen
cuando saben que deben hacerlo.
FRANKLYN, -No confundan simples fantasías ociosas con la tremenda
fuerza milagrosa de la Voluntad empujada a crear por la convicción de la
Necesidad. Les aseguro que los hombres capaces de semejante esfuerzo lo realizan
a desgano, por compulsión interior, como se hacen todos los grandes esfuerzos. Se
ocultan a sí mismos lo que hacen, cuidan de no saber lo que están haciendo.
Vivirán trescientos años, no porque lo quieran, sino porque el alma, muy en lo
hondo de su ser, sabe que deben hacerlo, si se quiere que el mundo sea salvado. LUBIN
(volviéndose hacia Franklyn y palmeándolo casi paternalmente). - Bien, mi querido
Barnabas, durante los últimos treinta años mi puesto me ha vinculado por lo menos una
vez por semana con cierto plan de algún chiflado que quiere establecer el milenario.
Creo que usted es el más loco de todos los chiflados, pero, con mucho, el más
interesante. Tengo conciencia de experimentar una curiosísima mezcla de alivio y desilusión al descubrir que su plan es todo fantasía y que no tiene nada práctico que
ofrecernos. Pero, ¡qué lástima! ¡Una idea tan fascinante! Creo que es usted demasiado
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duro para con nosotros, los hombres prácticos; pero en todos los gobiernos, incluso en
el palco de los ministros, hay gente que merece todo lo que usted dice. Y ahora, antes de
dejar de lado el tema, ¿puedo hacerle una pregunta? Una pregunta ociosa, ya que nada
puede resultar de ella; sin embargo...
FRANKLYN. -Haga su pregunta.
LUBIN. - ¿Por qué fija trescientos años como la cifra exacta?
FRANKLYN. - Porque hay que establecer algún límite. Menos no sería suficiente,
y más estaría por encima de lo que nos atrevemos a encarar por ahora.
LUBIN. - ¡Bah! Estoy completamente dispuesto a encarar tres mil, y no hablemos
de tres millones. CONRAD. -Sí, porque no cree que tenga que cumplir con lo que dice.
FRANKLYN (con suavidad). -Y también porque nunca lo han inquietado
semejantes visiones del futuro. BURGE (con intensa convicción). -El futuro no existe
para Henry Hopkins Lubin.
LUBIN. - Si por futuro se refiere a las ilusiones del milenario, que usted emplea
como el manojo de zanahorias para atraer al ignorante asno británico al local de la
votación, para que vote por usted, ciertamente, no existe para mí.
BURGE. -Puedo ver el futuro, no sólo porque, si se me permite decirlo con toda
humildad, he sido dotado de cierto poder de visión espiritual, sino porque he ejercido mi
profesión de abogado. Un abogado tiene que aconsejar a las familias. Debe pensar en el
futuro y conocer el pasado. Entre otras cosas, tiene que redactar los testamentos de la
gente. Debe enseñarle a proveer lo necesario para sus hijas después de muerta. ¿Se le ha
ocurrido, Lubin, que si vive trescientos años sus hijas tendrán que esperar muchísimo
tiempo para recibir su dinero?
FRANKLYN. -Puede que el dinero no las espere a ellas. Pocas inversiones
florecen durante trescientos años.
SAVVY.- ¿Y qué me dices del período de vida del padre? ¡Suponte que ellas no
se casen! ¡Imagínate una muchacha viviendo en casa, con su madre, de lo que le dé el
padre, durante trescientos años! La asesinarían, si ella no los asesinaba primero...
LUBIN. -De paso, Barnabas: ¿su hija seguirá siendo bonita durante todo el
tiempo?
FRANKLYN. - ¿Qué importancia tendría eso? ¿Puede concebir a la coqueta más
empedernida coqueteando tres siglos enteros? Al cabo de la mitad del tiempo, apenas
nos daremos cuenta si estamos hablando con un hombre o con una mujer.
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LUBIN (a quien no le agrada mucho esta ascética Perspectiva).- ¡Hmmm! (Se
pone de pie.) ¡Oh!, bueno.. . Tiene que venir a hablar de eso a mi esposa y
a mis hijos. Y lleve a su hija consigo, naturalmente. (Estrecha la mano a
Savvy,) Adiós. (Estrecha la mano a Franklyn.) Adiós, doctor. (Estrecha la mano a
Conrad.) Vamos, Burge; tiene que decirme qué actitud piensa adoptar respecto de la
Iglesia durante las elecciones.
BURGE. - ¿No se ha enterado? ¿No asimiló la revelación que nos ha sido
otorgada? La actitud que pienso adoptar es "Vuelta a Matusalén".
LUBIN con decisión).-No sea ridículo, Burge. ¡Indudablemente no supondrá
que sus amigos, aquí presentes, hablaban en serio, o que nuestra agradabilísima
conversación tuvo nada que ver con la política práctica! Nos han estado tomando el
pelo muy ingeniosamente. Venga. (Sale. Franklyn lo acompaña con cortesía, pero
meneando la cabeza en muda protesta.)
BURGE (estrechando la mano de Conrad). - El viejo no lo entiende, doctor. No
tiene nada de espiritual; únicamente posee una especie de faceta clásica, que va desapareciendo junto con el círculo al cual pertenece. Además está listo, frito,
liquidado, reventado, terminado; cree ser nuestro dirigente y sólo es uno de nuestros
desechos. Pero en mí puede usted confiar. Haré que acepten esa treta suya. Entiendo
el valor que tiene. (Comienza a caminar hacia la puerta con Conrad.) Es claro que no
puedo expresarlo exactamente como lo hace usted, pero tiene mucha razón en
cuanto a que necesitamos algo nuevo. Y creo que se puede luchar en la elección
sobre la base de la tasa de mortalidad y de que Adán y Eva son hechos científicos.
La oposición quedará completamente apabullada. Y si ganamos habrá una Orden del
Mérito para alguien, cuando llegue la primera lista de honores. (Para este momento
ya ha salido, hablando, de la habitación, y no se le escucha. Conrad lo acompaña.
Savvy y Haslam, a solas, se abrazan en éxtasis de alearla y se dirigen bailando
hacia el canapé, en el que se sientan juntos.)
HASLAM (acariciándola). - ¡Querida! ¡Qué inapreciable farsante es el viejo
Lubin!
SAVVY. - ¡Oh, es adorable!
¡Me
encanta!
Burge
es
un
interesante
charlatán, si te parece.
HASLAM. - ¿Te diste cuenta de una cosa? Me pareció bastante curioso.
SAVVY. - ¿Qué?
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HASLAM. - Lubin y tu padre han sobrevivido a la guerra. Pero sus hijos
murieron en ella.
SAVVY (apaciguada). -Sí. Y la muerte de Jim mató a mamá.
HASLAM.- ¡Y no dijeron ni una palabra al respecto! SAVVY. -¿Por qué
habrían de hacerlo? El tema no se presentó en la conversación. Yo también me
olvide de ello, y eso que quería mucho a Jim.
HASLAM. -Yo no me olvidé, porque estoy en edad militar; y si no hubiese
sido sacerdote, habría debido ir también, y me hubieran matado. Para mí lo más
espantoso de la incompetencia política de ellos es que tuvieran que matar a sus
propios hijos. Las listas de bajas de la guerra y el hambre posterior fueron lo que
hizo que yo terminara con la política, la Iglesia y todo lo demás, menos contigo.
SAVVY.- ¡Oh!, yo fui tan pésima como cualquiera de ellos. Vendía banderas
en las calles, ataviada con mis mejores ropas, y... ¡Shh! (Se pone en pie de un salto
y finge buscar un libro en los anaqueles que hay detrás del canapé. Vuelven
Franklyn y Conrad, con aspecto fatigado y lágubre.)
CONRAD. - ¡Bien, así será recibido el evangelio de los hermanos Barnabas!
(Se desploma en la silla de Burge.)
FRANKLYN (volviendo a su asiento, delante de la mesa).-Es inútil. ¿Se sintió
usted convencido, señor Haslam?
HASLAM. - ¿Acerca de que se puede vivir trescientos años? Francamente, no.
CONRAD (a Savvy). - ¿Ni tú, supongo?...
SAVVY.-iOh!, no sé. Durante un momento me pareció que sí. En cierto modo
puedo creer que la gente consiga vivir durante trescientos años. Pero cuando llegaste a las
cosas prácticas y dijiste que la criada podía vivir ese lapso, me di cuenta de cuán absurdo
era todo.
FRANKLYN. - Exacto. Será mejor que no hablemos de eso, Con. Nos
convertiríamos en el blanco de las risas y perderíamos el poco mérito que conquistamos
bajo falsas apariencias en los días de nuestra ignorancia.
CONRAD. - Ya lo creo. Pero la Evolución Creadora no se detiene mientras la gente
se ríe. Y hasta es posible que la risa lubrique el trabajo de aquélla.
SAVVY. - ¿Qué quiere decir eso?
CONRAD. - Quiere decir que es posible que el primer hombre que viva
trescientos años no tenga ni la más mínima noción de lo que le sucederá, y puede que
sea el que más se ría de todos.
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SAVVY.-¿O la primera mujer?
CONRAD (asintiendo), -O la primera mujer.
HASLAM. -Bueno, de cualquier modo, no será ninguno de nosotros.
FRANKLYN. - ¿Cómo lo sabe? (Esto no puede ser contestado. Ninguno de
ellos tiene nada más que decir.)
PARTE III
LA COSA OCURRE
Una tarde de verano del año 2170. La salita oficial del Presidente de las Islas
Británicas. Una mesa, suficientemente larga para colocar tres sillas a cada lado, aparte del
sillón presidencial, que está a la cabecera, y de una silla común que hay al pie, ocupa el
ancho de la habitación. Sobre la mesa, frente a cada asiento, un tablero con un dial. No hay
hogar. La pared del fondo es una pantalla plateada, del tamaño de un par de puertas. La
puerta está a la izquierda del espectador que mira la pantalla, y junto a ella hay una hilera
de gruesos colgaderos acolchados y cubiertos de terciopelo.
Entra un hombre corpulento, de edad mediana, bien parecido y generalmente vivaz,
ataviado con una bata de seda, calcetines, sandalias hermosamente adornadas y una cinta
dorada en la frente. Se parece a Joyce Burge, pero también se parece a Lubin, como si la
naturaleza hubiese hecho una fotografía combinada de los dos. Se quita la cinta y la pone
en uno de los colgaderos. Luego se sienta en el sillón presidencial, a la cabecera de la mesa,
que se encuentra en el rincón más alejado de la puerta. Inserta una clavija en su tablero,
hace girar el indicador del dial, pone otra clavija y oprime un botón. Inmediatamente
desaparece la pantalla y en su lugar aparece otra oficina similarmente amueblada, pero
invertida de derecha a izquierda. Sentado a la mesa hay un hombre delgado, nada afable,
similarmente vestido, pero con colores menos vivos, que hojea algunos documentos. Su
cinta dorada cuelga de un perchero similar, junto a la puerta. Se parece bastante a Conrad
Barnabas, pero es más joven y mucho más vulgar.
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BURGE-LUBIN. -¡Hola, Barnabas!
BARNABAS (sin levantar la vista), - ¿Qué número?
BURGE-LUBIN,-Cinco doble X tres dos. Burge-Lubin. (Barnabas pone una clavija en
el número cinco; mueve el indicador hacia la doble X, pone otra clavija en el treinta y dos,
oprime un botón y mira a Burge-Lubin, ;que ahora, además de serle claramente audible, le es
también visible.)
BARNABAS (con sequedad), - ¡Ah!, ¿es usted, presidente?
BURGE-LUBIN,-Me dijeron que quería que lo llamara. ¿Acaso hay algo que anda
mal?
BARNABAS (áspero y malhumorado). -Quiero formular una protesta.
BURGE-LUBIN (bonachón y burlón), -¡Cómo! ¿Otra? ¿Qué sucede ahora?
BARNABAS, -Si supiera todas las protestas que no he hecho, se sorprendería de mi
paciencia. Usted es quien siempre me trata con la más grosera falta de consideración.
BURGE-LUBIN, -¿Qué hice esta vez?
BARNABAS.-Me ha designado para ir al Archivo a recibir a ese individuo
norteamericano y para hacer los honores de una ridícula función cinematográfica. Esos no
son los deberes del Contador General, sino los del Presidente. Es hacerme perder
ofensivamente el tiempo y eludir injustificablemente sus deberes a mi costa. Me niego a
ir. Tiene que ir usted.
BURGE LUBIN. - Mi querido muchacho, nada me proporcionaría más placer que
sacarle la tarea de entre las manos...
BARNABAS. - Pues hágalo. Eso es todo lo que quiero. (Está a punto de cortar la
comunicación.) BURGE-LUBIN.-No corte. Escuche. Ese norteamericano ha inventado un
método para respirar debajo del agua.
BARNABAS. - ¿Y a mí qué me importa? Yo no quiero respirar debajo del agua.
BURGE-LUBIN. - Es posible que en cualquier momento necesite hacerlo, mi
querido Barnabas. Ya sabe que nunca mira adónde va, cuando está absorto en sus
cálculos. Algún día se meterá en el Serpentine. Puede que el invento de ese hombre le
salve la vida.
BARNABAS (colérico). - ¿Quiere decirme qué tiene que ver eso con el hecho de
que deposite sobre mis hombros los deberes ceremoniales que le corresponden a usted?
No permitiré que se juegue conmigo... (Desaparece y es reemplazado por la pantalla.)
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BURGE-LUBIN (aprieta, indignado, su botón). -No nos corte la comunicación, por
favor; no hemos terminado. Soy el Presidente y estoy hablando con el Contador General.
¿En qué pensaba?
UNA VOZ DE MUJER. - Perdón. (La pantalla muestra a Barnabas, como antes.)
BURGE-LUBIN.-Ya que lo toma de ese modo, iré en su lugar. Es una lástima,
¿sabe?, el norteamericano piensa que usted es la más grande autoridad en materia de
duración de la vida humana y. . .
BARNABAS (interrumpiéndolo). - ¡El norteamericano piensa. . . ! ¿Qué significa
eso? Soy la más grande autoridad viviente en materia de la duración de la vida humana.
¿Quién se atreve a discutirlo?
BURGE-LUBIN. -Nadie, mi querido muchacho, nadie. No se encolerice. Es
evidente que no ha leído el libro del norteamericano.
BARNABAS. - No me diga que usted sí lo ha leído, o que leyó algún otro libro,
salvo novelas, durante los veinte últimos años, porque no lo creeré.
BURGE-LUBIN. -Muy cierto, amigo; no lo leí. Pero leí lo que dice de él el
suplemento literario del Times. BARNABAS. -Me importa un comino lo que diga sobre
él. ¿Dice algo de mí?
BURGE-LUBIN. - Sí. BARNABAS. - ¡Ah!, ¿sí? ¿Qué?
BURGE-LUBIN. -Señala la extraordinaria cantidad de personas de primera fila,
como usted y yo, que han muerto ahogadas durante los dos últimos siglos, y afirma que
cuando se ponga en práctica ese invento para respirar debajo del agua, el cálculo que hace
usted de la duración media de la vida humana perderá validez.
BARNABAS (alarmado). - ¡Mi cálculo, perder validez! ¡Cielos! ¿Se da cuenta ese
tonto de lo que significa eso? ¿Se da cuenta usted?
BURGE-LUBIN. - Supongo que significa que tendremos que enmendar la ley.
BARNABAS. - ¡Enmendar mi ley! . . . ¡Monstruoso! BURGE-LUBIN. - Pero será
obligatorio. No podremos pedirle a la gente que siga trabajando hasta los cuarenta y tres
años a menos que nuestras cifras sean indiscutibles. Ya sabe el alboroto que se armó por
esos tres años de más, y cuán cerca estuvieron de ganar los demasiadoviejos-a-loscuarenta.
BARNABAS. - Si hubieran triunfado, habrían llevado a la bancarrota a las Islas
Británicas. Pero a usted eso no le importa; sólo le interesa ser popular.
BURGE-LUBIN. - ¡Oh!, bueno; yo en su lugar no me preocuparía. Porque la
mayoría de la gente se queja de que no hay bastante trabajo para ella, y se alegraría de
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continuar, en lugar de retirarse a los cuarenta y tres, si se lo pidieran como un favor en
vez de obligarla.
BARNABAS. -Gracias, no necesito consuelos. (Se pone decididamente de pie y se
coloca la cinta en la frente.)
BURGE-LUBIN. -¿Se va? ¿Adónde?
BARNABAS. - A esa tontería de la exhibición cinematográfica, por supuesto.
Pondré a ese impostor norteamericano en su lugar. (Sale.)
SURGE-LUBIN (antes de que se vaya).- ¡Bendito sea, viejo! (Con una risita
ahogada, corta la comunicación, y la pantalla queda desnuda. Oprime un botón y lo
mantiene apretado mientras llama.) ¡Hola!
UNA VOZ DE MUJER.- ¡Hola!
SURGE-LUBIN (con tono formal). -El Presidente solicita respetuosamente el
privilegio de una entrevista con el Secretario en jefe, y se pone enteramente a la augusta
disposición de Su Señoría.
UNA VOZ CHINA. -Ya voy.
BURGE-LUBIN. - ¡Ah! ¿Es usted, Confucio? Muy amable. Pase. (Suelta el botón.
Entra un hombre de bata amarilla, con todo el aspecto de un sabio chino. Jocosamente.)
Bien, ilustre Salvia y Cebollas, ¿cómo están sus pobres pies doloridos?
CONFUCIO (grave). - Le agradezco su amable averiguación. Me siento bien.
BURGE-LUBIN. -¡Magnífico! Siéntese y póngase cómodo. ¿Tiene algo para mí
hoy?
CONFUCIO (sentándose cómodamente en la primera silla, en la esquina de la mesa,
a la derecha del Presidente). - Nada.
BURGE-LUBIN. - ¿Se ha enterado del resultado de las elecciones
complementarias?
CONFUCIO.-Triunfo absoluto. Un solo candidato.
BURGE-LUBIN. - ¿Es bueno?
CONFUCIO. -Hace dos semanas lo dieron de alta de la Casa de Locos del distrito.
No era lo bastante demente como para la cámara letal, ni lo bastante cuerdo como para
ponerlo en ningún otro lugar que la camarilla del departamento. Un orador sumamente
popular.
BURGE-LUBIN. -Ojalá la gente se interesara con seriedad por la política.
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CONFUCIO.-No estoy de acuerdo. El inglés, por su naturaleza, no está adaptado
para entender la política. Desde que los servicios públicos son dirigidos por chinos, el
país ha sido gobernado honestamente y bien. ¿Qué más se necesita?
BURGE-LUBIN.-No entiendo por qué China es uno de los países peor gobernados
de la tierra.
CONFUCIO.-No. Estaba mal gobernado hace veinte años; pero desde que
prohibimos que chino alguno participase en los servicios públicos e importamos para
ello nativos de Escocia, nos ha ido bien. Las informaciones de que disponen aquí tienen
siempre veinte años de atraso.
BURGE-LUBIN, - La gente parece no saber gobernarse por sí misma. No lo
entiendo. ¿Por qué es así?
CONFUCIO. -justicia es imparcialidad. Sólo los extranjeros son imparciales.
BURGE-LUBIN. -Resulta que los servicios públicos son tan buenos, que el
gobierno no tiene otra cosa que hacer sino pensar.
CONFUCIO, -Si no fuera así, el gobierno tendría mucho que hacer para poder
pensar.
BURGE-LUBIN. -¿Es una excusa para que el pueblo inglés elija un parlamento de
lunáticos?
CONFUCIO, -El pueblo inglés ha elegido invariablemente parlamentos de
lunáticos. ¿Qué importa eso, si sus funcionarios permanentes son honrados y competentes?
BURGE-LUBIN.-Usted no conoce la historia de este país. ¿Qué habrían dicho mis
antepasados ante la cáfila de degenerados que todavía se llama Cámara de los Comunes? Confucio, usted no quiere creerme, y no lo culpo; pero Inglaterra salvó otrora
las libertades del mundo al inventar el gobierno parlamentario, que fue su gloria
particular y suprema.
CONFUCIO.-Conozco perfectamente la historia de su país. Y ella demuestra
exactamente lo contrario.
BURGE-LUBIN. - ¿Cómo es eso?
CONFUCIO, -El único poder que su parlamento tuvo jamás fué el de negarle las
asignaciones al rey.
BURGE-LUBIN. -Precisamente. El gran inglés Simon de Montfort…
CONFUCIO. -No era inglés; era francés. Importó los parlamentos de Francia.
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BURGE-LUBIN (sorprendido). - ¡No me diga! CONFUCIO. - El rey y sus leales
súbditos mataron a Simon de Montfort por haberles endosado su parlamento francés. Lo
primero que hicieron siempre los parlamentos ingleses fué conceder asignaciones al rey,
con entusiastas expresiones de lealtad, no fuese que, por tener algún poder, se esperara
de ellos que hiciesen algo.
BURGE-LUBIN, -Vea, Confucio, usted sabe más que yo de historia, es claro, pero
la democracia ...
CONFUCIO, - Es una institución peculiar de China. Y allí nunca se la consideró como
un éxito.
BURGE-LUBIN. - Pero, ¿y la ley de hábeas corpus?
CONFUCIO, - Los ingleses siempre la suspendieron cuando amenazaba con ser de la
más mínima utilidad.
BURGE-LUBIN. -Bueno, entonces el juicio por jurado; no podrá negar que
establecimos eso. . .
CONFUCIO. - Todos los casos peligrosos para las clases gobernantes eran juzgados en
el Tribunal de las Estrellas o por el Tribunal Militar, salvo cuando no se juzgaba al prisionero
en modo alguno, sino que, por el contrario, se lo ejecutaba después de haberlo insultado lo
suficiente como para tornarlo impopular.
BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vaya! Puede que tenga razón en esos pequeños detalles; pero
en general hemos conseguido establecernos como una gran raza. Personas que no podían
hacer nada no habrían podido hacer eso, ¿sabe usted?
CONFUCIO.-No he dicho que no pudiesen hacer nada. Sabían comer. Sabían. luchar.
Sabían beber. Hasta el siglo XX sabían hacer hijos. Sabían jugar. Sabían trabajar cuando se
los obligaba a hacerlo. Pero no supieron gobernarse.
BURGE-LUBIN. - ¿Yentonces cómo conseguimos nuestra reputación de precursores
de la libertad?
CONFUCIO. -Con su firme negativa a ser gobernados en modo alguno. Un caballo que
cocea a todos los que tratan de ponerle el arnés y guiarlo puede ser un precursor de la
libertad, pero no es un precursor del gobierno. En China sería fusilado.
BURGE-LUBIN. - ¡Pavadas! ¿Insinúa usted que la administración de la cual soy
presidente no es un gobierno?
CONFUCIO. - Lo insinúo. Yo soy el gobierno.
BURGE-LUBIN. -¡Usted! ¡Usted! ¡Gorda y engreída masa amarilla!
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CONFUCIO. -Sólo un inglés puede ser tan ignorante de la naturaleza del gobierno
como para suponer que un estadista capaz no puede ser gordo, amarillo y engreído. Muchos
ingleses son delgados, de nariz roja y modestos. Póngalos en mi lugar y en el término de un
año estarán todos ustedes de vuelta en la anarquía y el caos de los siglos XIX y XX.
BURGE-LUBIN. - ¡Oh!, si retrocede a la edad oscura, no tengo nada más que decir.
Pero no hemos perecido. Salimos del caos. Y ahora somos el país mejor gobernado del
mundo. ¿Cómo logramos eso, siendo tan tontos como usted afirma?
CONFUCIO.-No lo consiguieron hasta que la matanza y las ruinas producidas por la
anarquía los obligaron, al cabo, a reconocer dos hechos inexorables. Primero, que el gobierno
es absolutamente necesario para la civilización y que no podían mantener la civilización con
sólo aplastar al prójimo, como ustedes lo llamaban, y cortarle la cabeza al rey cada vez que
éste resultaba ser un escocés legítimo y trataba de tomar su puesto en serio. Segundo, que el
gobierno es un arte para el que ustedes están congénitamente incapacitados. Por consiguiente,
importaron negros y chinos educados para que los gobernaran. Desde entonces les ha ido
bien.
SURGE-LUBIN. - Y también a usted, viejo farsante. De todos modos, no sé cómo
soporta el trabajo que hace. Me da la impresión de que los negocios públicos le agradan
realmente. ¿Por qué no me deja que lo lleve uno de estos fines de semana a la costa, para
enseñarle a practicar el golf marino?
CONFUCIO,-No me interesa. No soy un bárbaro.
BURGE-LUBIN. - ¿Quiere decir que yo lo soy?
CONFUCIO.-Es evidente.
SURGE-LUBIN. - ¿Cómo?
CONFUCIO. -La gente lo quiere a usted. A la gente le gustan los bárbaros alegres y
bonachones. Lo han elegido cinco veces sucesivas. Lo elegirán cinco veces más. Usted
también me gusta a mí. Es mejor compañía que un perro o un caballo, porque sabe hablar.
BURGE-LUBIN. - ¿Soy un bárbaro porque le gusto?
CONFUCIO. -Indudablemente. Yo no le gusto a nadie; me tienen miedo. A las
personas capaces nadie las quiere. No soy agradable, pero sí indispensable.
SURGE-LUBIN. - ¡Oh!, anímese, viejo; nada hay en usted desagradable. A mí no
me desagrada, y si cree que le temo es porque no conoce a Burge-Lubin; nada más.
CONFUCIO. - Usted es valiente, sí. Es una forma de estupidez.
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BURGE-LUBIN. -Puede que usted no sea valiente; no se puede esperar tal cosa de
un chinito. Pero tiene una desfachatez del demonio.
CONFUCIO.-Tengo la firme seguridad del hombre que ve y sabe. Las
fanfarronerías bonachonas de usted, su alegre confianza en sí mismo, son agradables
como el aire libre. Pero son ciegas; son vanas. Me parece ver a un perrazo meneando la
cola y ladrando gozosamente. Pero si se separa de mí está perdido.
BURGE-LUBIN. -Gracias por el hermoso cumplido. Tengo un perrazo, y es la
mejor criatura que conozco. Pero si supiera cuánto más feo es usted que uno de sus perros
chinos, no haría esas comparaciones. (Poniéndose de pie,) Bueno, si no tiene nada que
darme para hacer, lo abandonaré por el resto del día, para divertirme un poco. ¿Qué me
recomienda que haga?
CONFUCIO. -Dedíquese a la contemplación y se le ocurrirán grandes
pensamientos.
BURGE-LUBIN. -¿De veras? Si piensa que me quedaré sentado aquí en un hermoso
día como el de hoy, con las piernas cruzadas, esperando los grandes pensamientos, le
aseguro que exagera mi gusto por ellos. Prefiero el golf. (Interrumpiéndose.) ¡Ah!, de
paso: me olvidaba de algo. Tengo que decirle una o dos palabras a la Ministra de
Salubridad. (Vuelve a su silla.)
CONFUCIO. - El número de ella es…
BURGE-LUBIN. -Lo conozco.
CONFUCIO (poniéndose de pie).-No entiendo por qué le resulta tan atrayente. Para
mí una mujer que no es amarilla no existe, salvo como funcionaria. (Sale. Surge-Lubin
manipula el tablero como antes. La pantalla desaparece y en su lugar se presenta una
primorosa habitación con una cama, un ropero y un tocador con espejo, y un tablero
similar al de Burge-Lubin. Ante el tocador está sentada una hermosa negra que se prueba
un pañuelo de cabeza, de vivos colores. Su bata se encuentra colocada sobre la silla. Está
en corsé, calzones y medias de seda.)
BURGE-LUBIN (horrorizado). - Le pido mil perdones... (La negra, sobresaltada,
saca la clavija de su tablero y desaparece.)
LA VOZ DE LA NEGRA, - ¿Quién es?
BURGE-LUBIN.-Yo. El Presidente. Burge-Lubin. No tenía idea de que su
dormitorio estuviese conectado. Le ruego que me perdone. (La negra reaparece. Se ha
echado negligentemente la bata sobre los hombros y continúa sus experimentos con el
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pañuelo, en modo alguno desconcertada, y más bien divertida por la mojigatería de
Burge.)
LA NEGRA. -Una tontería mía. Esta mañana estuve hablando con otra señora y dejé
la clavija puesta.
BURGE-LUBIN, -Pero yo lo siento mucho.
LA NEGRA (risueña, todavía atareada con el pañuelo). - ¿Por qué? La culpa fué
mía.
BURGE-LUBIN (turbado). -Bueno ... este... Pero supongo que en África estaría
acostumbrada a eso.
LA NEGRA. -Su delicadeza es conmovedora, señor Presidente. Sería graciosa, si no
fuese tan desagradable, porque, como toda la delicadeza de los blancos, está fuera de
lugar. ¿Le parece que esto me sienta bien con el color de la tez?
BURGE-LUBIN. - ¿Cómo es posible que cualquier color realmente vívido vaya mal
con una piel negra satinada? Los desdichados rostros pálidos de nuestras mujeres son los
que necesitan colores que les hagan juego y los iluminen. El suyo siempre está bien.
LA NEGRA. - Sí, es una lástima que sus bellezas blancas tengan siempre el mismo
rostro ceniciento, el mismo parduzco incoloro, la misma edad. ¡Pero esas hermosas
narices, esos labios pequeños! Son físicamente insípidas, no tienen belleza, no se las
puede amar; ¡pero cuán elegantes!
BURGE-LUBIN. - ¿Puede hallar algún pretexto oficial para venir a verme? ¿No es
ridículo que no nos hayamos encontrado nunca? Me resulta tan atormentador el verla y
hablar con usted, sabiendo que se halla a doscientos kilómetros de distancia y que no
puedo tocarla.. .
LA NEGRA. -No puedo vivir en la costa Este; ya es bastante difícil para mí tratar
de mantener caliente mi sangre viviendo aquí. Además, amigo mío, no sería prudente.
Estos coqueteos distantes son encantadores y le enseñan a uno a dominarse.
BURGE-LUBIN, - ¡Maldita sea esa enseñanza! Quiero tenerla en mis brazos. . .
quiero. . . (La negra saca la clavija del tablero y desaparece. Todavía se la oye reír.)
¡Diablesa negra! (Arranca furiosamente su clavija; la risa de ella ya no se oye.) ¡Oh, estos
episodios sexuales! ¿Por qué no puedo resistirlos? ¡Deshonroso! (Reaparece Confucio.)
CONFUCIO. - Me olvidé. Hay algo para usted, esta mañana. Tiene que ir al
Archivo, a recibir al bárbaro norteamericano.
BURGE-LUBIN, - Confucio, de una vez por todas, me opongo a esa costumbre
china de describir a todos los blancos como bárbaros.
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CONFUCIO (formalmente de pie al extremo de la mesa, con las manos unidas
palma con palma). -Tomo nota mentalmente de que no quiere que los norteamericanos
sean descritos como bárbaros.
BURGE-LUBIN. - De ningún modo. Los norteamericanos son bárbaros. Pero
nosotros no. Supongo que ese bárbaro de que habla es el norteamericano que ha inventado
el medio de respirar debajo del agua.
CONFUCIO. -Dice que ha inventado un método así. Por cierto motivo que no
resulta inteligible en China, los ingleses siempre creen en cualquier afirmación hecha por
un inventor norteamericano, especialmente cuando dicho inventor jamás ha inventado
nada. Por consiguiente cree usted en esa persona, y le ha preparado una recepción
pública. El Archivo lo agasajará hoy con una exhibición de los documentos
cinematográficos de todos los ingleses eminentes que han muerto ahogados desde que se
inventó el cinematógrafo. ¿Por qué no va a verlo, si no tiene nada que hacer?
BURGE-LUBIN. -¿Qué interés puede ofrecer el contemplar una película sobre una cantidad de personas, sólo porque se ahogaron? Lo
más probable es que, si hubieran tenido un poco de sensatez, entonces no se habrían
ahogado.
CONFUCIO.-No es así. Nadie se había dado cuenta, pero el Archivo acaba de hacer
dos notables descubrimientos en cuanto a los hombres y mujeres públicos del siglo
pasado que mostraron una capacidad extraordinaria. Uno es el de que se mantuvieron
insólitamente jóvenes hasta una edad avanzada. El otro es el de que todos murieron
ahogados.
BURGE-LUBIN. - Sí, ya lo sé. ¿Y usted puede explicarlo?
CONFUCIO. - No es posible explicarlo. No es razonable. Y por lo tanto no lo creo.
(En ese momento irrumpe el Contador General, palidísimo, Llega, tambaleándose, hasta
la mesa.)
BURGE-LUBIN. - ¿Qué le pasa? ¿Está enfermo?
BARNABAS (ahogándose).-No. Yo. . . (Se derrumba en la silla del centro.) Tengo
que hablarle en privado. (Con f ocio se retira tranquilamente.)
BURGE-LUBIN. - ¿Qué diablos ocurre? Tome un poco de oxígeno.
BARNABAS.-Ya he tomado. Vaya al Archivo. Allí verá a hombres desmayándose
una y otra vez, revividos con oxígeno, como lo he sido yo. Han visto con sus propios ojos
lo que vi yo mismo.
BURGE-LUBIN. - ¿Qué?
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BARNABAS. - Han visto al arzobispo de York.
BURGE-LUBIN. -¿Y por qué no habrían de ver al arzobispo de York? ¿Por qué se
desmayan? ¿Acaso lo han asesinado?
BARNABAS. -No, se ha ahogado.
BURGE-LUBIN. - ¡Cielos!
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Pobre hombre!
BARNABAS. - ¿Pobre hombre? ¡Pobre ladrón! ¡Pobre estafador! ¡Pobre despojador
del fisco de este país! ¡Pobre hombre, vaya una gracia! Espere usted hasta que lo pesque.
BURGE-LUBIN. - ¿Cómo puede pescarlo, si ha muerto ahogado? Está loco.
BARNABAS. - ¿Muerto? ¿Quién
dijo que
estaba muerto?
BURGE-LUBIN, -Usted: que murió ahogado.
BARNABAS (exasperado). - ¿Quiere escucharme? El viejo arzobispo Haslam, el
cuarto a contar del actual, hacia atrás, ¿se ahogó o no?
BURGE-LUBIN.-No sé. Búsquelo en la Enciclopedia Británica.
BARNABAS, - ¡Bah! Y el arzobispo Stickit, el que escribió Stickit de los Salmos,
¿se ahogó o no?
BURGE-LUBIN. -Sí, afortunadamente. Se lo merecía.
BARNABAS. - ¿Y no se ahogó el presidente Dickenson? ¿No se ahogó el general
Bullyboy?
BURGE-LUBIN. - ¿Quién lo niega?
BARNABAS. -Bien, pues hoy ese norteamericano exhibió en la pantalla películas
sobre los cuatro; y todos ellos y el arzobispo son la misma persona. Y ahora dígame que
estoy loco.
BURGE-LUBIN. -Pues se lo digo. Loco de atar, de remate.
BARNABAS. - ¿No puedo creer en lo que ven mis ojos?
BURGE-LUBIN. -Puede hacer lo que le plazca. Lo único que puedo decirle es que
yo no creo lo que ven sus ojos, si no distinguen diferencia alguna entre un arzobispo vivo
y dos muertos. (Se oye el timbre del aparato y él oprime el botón.) ¿Sí?
LA VOZ DE MUJER.-El arzobispo de York quiere ver al Presidente.
BARNABAS (ronco de ira). -Que venga. Yo hablaré con el pillastre.
BURGE-LUBIN (soltando el botón). -Mientras se encuentre en este estado, no.
BARNABAS (apretando furiosamente el botón de su propio aparato).-Haga pasar al
arzobispo de inmediato.
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BURGE-LUBIN. -Si pierde los estribos, Barnabas, recuerde que seremos dos contra
uno. (Entra el arzobispo. Tiene una cinta blanca en torno al cuello, sobre un alzacuello
negro. Lleva una especie de faldita de cintas negras, y botas negras de cuero blando, altas,
abotonadas en la pantorrilla. Su atavío no difiere, por lo demás, de la vestimenta del
Presidente y el Contador General, salvo en el color, que es blanco y negro. Es mayor que
el reverendo Bill Haslam cuando cortejaba a Savvy Barnabas, pero se reconoce
claramente que es el mismo hombre. No parece tener ni un día más de cincuenta años, y
aun así está bastante bien conservado. Pero ha desaparecido ya, del todo, su juventud de
modales. Tiene ahora completa autoridad y dominio de sí mismo; en rigor, el Presidente
le muestra un poco de miedo, y parece natural e inevitable que sea el primero en hablar.)
ARZOBISPO. -Buenos días, señor Presidente.
BURGE-LUBIN. -Buenos días, arzobispo. Siéntese.
ARZOBISPO (sentándose entre ellos). -Buenos días, señor Contador General.
BARNABAS (malévolo). -Buenos días. Tengo una pregunta que formularle, si no le
molesta.
ARZOBISPO (mirándolo con curiosidad, extrañado por el tono descortés de la
frase),-Por supuesto. ¿De qué se trata?
BARNABAS. - ¿Cuál es su definición de un ladrón?
ARZOBISPO.-Una palabra bastante anticuada, ¿no es cierto?
BARNABAS. - En mi departamento sobrevive oficialmente.
ARZOBISPO. -Nuestros departamentos están llenos de supervivencias. ¡Mire mi
corbata, mi faldita, mis botas! Son simples supervivencias; y sin embargo parece que sin
ellas no es posible ser un arzobispo como Dios manda.
BARNABAS. - ¿De veras? Bueno, en mi departamento la palabra ladrón sobrevive
porque en la comunidad sobrevive el ladrón. Y por cierto que se trata de una cosa
sumamente despreciable y deshonrosa.
ARZOBISPO (con frialdad). - Por supuesto.
BARNABAS. -En mi departamento, señor, un ladrón es una persona que vive más
allá de lo que le permiten los cálculos de vida estatutarios, una persona que continúa
recibiendo dineros públicos cuando, si fuese un hombre honrado, estaría muerto.
ARZOBISPO. - Entonces permítame que le diga, señor, que su departamento no
conoce sus obligaciones. Si ustedes han calculado mal la duración de la vida humana, la
culpa no es de las personas cuya longevidad ha sido erróneamente calculada. Y si esas
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personas continúan trabajando y produciendo, tienen derecho a vivir, aunque vivan dos o
tres siglos.
BARNABAS.-No sé si trabajan y producen, o si no lo hacen. Eso no es cosa de mi
departamento. A mí me interesa la duración de la vida, y afirmo que ningún
hombre tiene derecho a continuar viviendo y recibiendo dinero cuando tendría que
estar muerto.
ARZOBISPO. - Es que no entiende la relación existente entre ingresos y
producción.
BARNABAS. -Entiendo mi especialidad.
ARZOBISPO. - Eso no basta. Su especialidad es parte de una síntesis que abarca
todas las especialidades.
BURGE-LUBIN. -¡Síntesis! Esta es una dificultad intelectual. Tarea para Confucio.
El otro día le oí emplear la misma palabra, y me pregunté qué diablos había querido decir.
(Enchufa el tablero.) ¡Hola! Déme con el Secretario en jefe.
LA VOZ DE CONFUCIO. -Está hablando con él.
BURGE-LUBIN. -Una dificultad intelectual, viejo. Algo que no entendemos. Venga
a ayudarnos. ARZOBISPO. - ¿Puedo preguntar de dónde surge la pregunta?
BARNABAS. - ¡Ah! Comienza a olfatear algo sucio, ¿eh? Creía estar
completamente a salvo. Pero...
BURGE-LUBIN. -Calma, Barnabas. No se apresure. (Entra Confucio.)
ARZOBISPO (poniéndose de pie).-Buenos días, señor Secretario en jefe.
BURGE-LUBIN (levantándose, en inconsciente imitación del arzobispo). Háganos el honor de sentarse, oh sabio.
CONFUCIO. -Dejemos de lado la ceremoniosidad. (Hace una inclinación de cabeza
a los presentes y ocupa una silla al pie de la mesa. El Presidente y el Arzobispo vuelven
a sentarse.)
BURGE-LUBIN. -Queremos presentarle un caso, Confucio. Supóngase que un
hombre, en lugar de adaptarse a la estimación oficial de su duración de vida, viviese
durante más de dos siglos y medio; en ese caso, ¿estaría justificado el Contador
General si lo llamara ladrón?
CONFUCIO. - No. Pero estaría justificado si lo llamase mentiroso.
ARZOBISPO. -Creo que no, señor Secretario en jefe. ¿Qué edad me supone?
CONFUCIO. - Cincuenta.
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BURGE-LUBIN.-No los representa. Cuarenta y cinco; y es bastante joven para su
edad.
ARZOBISPO. -Tengo doscientos ochenta y tres años de edad.
BARNABAS (malhumoradamente triunfante).- ¡Hmm! Estoy loco, ¿eh?
BURGE-LUBIN. -Los dos están locos. Perdóneme, arzobispo, pero esto se está
poniendo un poquito... bien...
ARZOBISPO (a Confucio), -Señor Secretario en jefe, ¿quiere hacerme el favor de
suponer que he vivido aproximadamente tres siglos? Como hipótesis.
BURGE-LUBIN. - ¿Qué es una hipótesis?
CONFUCIO.-No importa. Entiendo. (Al Arzobispo.) ¿Tengo que suponer que ha
vivido en sus antepasados, o por metempsícosis ... ?
BURGE-LUBIN,-Me-Tem-Psi... ¡Cielos! ¡Qué cerebro, Confucio! ¡Qué cerebro!
ARZOBISPO.-Nada de eso. Suponga, en el sentido corriente, que nací en el año
1887 y que he trabajado continuamente, en una profesión u otra, desde el año 1910. ¿Soy
un ladrón?
CONFUCIO.-No sé. ¿No fue esa una de sus profesiones?
ARZOBISPO.-No. Nunca he sido nada peor que arzobispo, presidente y general.
BARNABAS. -¿Ha robado o no al fisco, recibiendo
cinco o seis ingresos, cuando sólo tenía derecho a uno? Contésteme eso.
CONFUCIO. - Por supuesto que no. La hipótesis es que ha trabajado continuamente
desde 1910. Ahora estamos en el año 2170. ¿Cuál es la duración oficial de la vida?
BARNABAS. -Setenta y ocho años. Naturalmente, se trata de un término medio, y
no nos importa que, aquí y allá, un hombre llegue a los noventa, o incluso, como
curiosidad, a centenario. Pero afirmo que el que va más allá de eso es un estafador.
CONFUCIO. - Setenta y ocho en doscientos ochenta y tres es más de tres veces y
media. Su departamento le debe al arzobispo dos educaciones y media, y tres pensiones y
media de retiro.
BARNABAS. - ¡Pavadas! ¿Cómo puede ser eso?
CONFUCIO. -¿A qué edad empieza nuestra gente a trabajar para la comunidad?
BURGE-LUBIN.-A los tres. Cuando tienen tres años hacen algunas cositas todos
los días. Para ir adiestrándolos, ¿sabe? Pero sólo pueden mantenerse por sí mismos, o
casi, a los trece.
CONFUCIO. -¿Y a qué edad se retiran?
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BARNABAS. - A los cuarenta y tres.
CONFUCIO. - O sea que trabajan treinta años; y reciben sustento y educación, sin
trabajar, durante los trece años de la niñez y los treinta y cinco de la jubilación, es decir,
en total, cuarenta y ocho años por cada treinta de trabajo. El arzobispo les ha dado
doscientos sesenta años de trabajo y recibido una sola educación y ninguna jubilación.
Por lo tanto le deben más de trescientos años de descanso y casi ocho educaciones.
Tienen, en consecuencia, una fuerte deuda contraída con él. En otras palabras, al vivir
durante tanto tiempo, él ha realizado una enorme economía nacional, y ustedes, al vivir
sólo setenta y ocho años, se benefician a costa de él. Él es un benefactor; el ladrón es
usted. (Levantándose a medias.) ¿Puedo ahora retirarme y volver a mis serias ocupaciones, ya que mi vida es, en relación, tan corta?
BURGE-LUBIN.-No se apresure, viejo. (Confucio vuelve a sentarse.) Esa hipoteca,
o como se llame, ha sido planteada seriamente. Yo no lo creo, pero si el arzobispo y el
Contador General piensan insistir en que es real, no nos quedará más que esta alternativa:
encerrarlos o estudiar el asunto hasta el fin.
BARNABAS. -Es inútil que me vengan con esas sutilezas chinas. Soy un hombre
sencillo, y aunque no entiendo nada de metafísica, ni creo en ella, conozco cifras. Y si el
arzobispo sólo tiene derecho a setenta y ocho años, y utiliza doscientos ochenta y tres,
afirmo que utiliza más de lo que le corresponde. Y a ver si solucionan eso.
ARZOBISPO. -No he utilizado doscientos ochenta y tres años; he tomado veintitrés
y entregado doscientos sesenta.
CONFUCIO. - Sus cuentas, ¿muestran una falta o un sobrante?
BARNABAS. -Una falta. Eso es lo que no puedo entender. Ahí está la astucia de
esa gente.
BURGE-LUBIN. - Solucionado, entonces. ¿De qué sirve discutir? El chino dice que
usted se equivoca, y eso es todo.
BARNABAS. -No puedo decir nada contra los argumentos del chino. Pero, ¿y los
hechos que yo presento?
CONFUCIO. -Si los hechos que usted presenta incluyen el caso de un hombre que
ha vivido doscientos ochenta y tres años, le aconsejo que se tome unas semanas de
vacaciones en la costa.
BARNABAS.-Terminemos de una vez con estas insinuaciones de que estoy fuera de
mis cabales. Vengan a ver el documento cinematográfico. Les digo que este hombre es el
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arzobispo Haslam, el arzobispo Stickit, el presidente Dickenson, el general Bullyboy y,
además, él mismo: cinco en total.
ARZOBISPO.-No lo niego. jamás lo he negado. Nadie me lo preguntó nunca.
BURGE-LUBIN. -Pero, ¡maldición!, hombre ... perdón, arzobispo. Pero, ¿de veras,
de veras ...?
ARZOBISPO. -No es nada. ¿Qué iba a decir?
BURGE-LUBIN. - Que usted se ahogó cuatro veces; y no creo que sea un gato.
ARZOBISPO. -Es muy fácil entenderlo. ¡Considere mi situación cuando hice el
sorprendente descubrimiento de que estaba destinado a vivir trescientos años! Yo...
CONFUCIO
(interrumpiéndolo).
-Perdóneme.
Semejante
descubrimiento
es
imposible. Todavía no lo ha hecho. Puede vivir un millón de años, si ya ha vivido
doscientos. No hay ni que hablar de trescientos años. Ha cometido un error en el
comienzo de su cuento de hadas, señor arzobispo.
BURGE-LUBIN. - ¡Muy bien, Confucio! (Al arzobispo.) Lo pescó. No veo cómo
hará para salir del paso.
ARZOBISPO. -Sí, es un buen argumento. Pero si el Contador General quiere ir a la
biblioteca del Museo Británico y buscar el catálogo, encontrará allí, bajo su propio
nombre, un curioso libro, ya olvidado, editado en 1924 y titulado El evangelio de los
hermanos Barnabas, Ese evangelio afirmaba que los hombres debían vivir trescientos
años si se quería que la civilización fuese salvada. Demostraba que esa extensión de la
vida humana era posible, y cómo se produciría, probablemente. Yo me casé con la hija de
uno de los hermanos.
BARNABAS. - O, dicho de otro modo, ¿pretende ser un pariente mío?
ARZOBISPO. - No pretendo nada. Como para esta fecha tengo indudablemente
unos tres o cuatro millones de primos de uno u otro grado, he dejado de visitar a la
familia.
BURGE-LUBIN. -¡Cielos! ¡Cuatro millones de parientes! ¿Es correcto ese cálculo,
Confucio?
CONFUCIO. - En China podrían ser cuarenta millones, si no se impusieran
limitaciones a la población.
BURGE-LUBIN. -Esto es anonadador. Lo obliga a uno a darse cuenta de... pero...
(Recobrándose.) Pero no es cierto. Conservemos la sensatez.
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CONFUCIO (al Arzobispo). -¿Usted quiere que entendamos que los ilustres
antepasados del Contador General le comunicaron un secreto gracias al cual podría
alcanzar la edad de trescientos años?
ARZOBISPO.-No. Nada de eso. Esos antepasados creían, sencillamente, que la
humanidad podría vivir durante todo el tiempo que considerara absolutamente necesario
para salvar a la civilización de la extinción. Yo no compartía esa creencia; por lo menos
no tenía conciencia de compartirla. Creía sentirme solamente divertido por ella. Para mí,
mi suegro y el hermano de éste no eran más que un par de chiflados inteligentes, que se
habían convencido mutuamente, hasta el punto de adquirir una idea fija que se les había
convertido en monomanía. Sólo comencé a sospechar la verdad cuando me encontré en
serias dificultades con las autoridades encargadas de las pensiones, después de los setenta
años.
CONFUCIO. -¿La verdad?
ARZOBISPO. -Sí, señor Secretario en jefe, la verdad. Al igual que todas las
verdades revolucionarias, comenzó como una broma. Ya que después de los cuarenta y
cinco años no mostraba señales de envejecimiento, mi esposa se burlaba de mí,
diciéndome que seguramente viviría hasta los trescientos años. Ella tenía sesenta y ocho
cuando murió, y lo último que me dijo, mientras me encontraba a su lado, junto a la
cabecera de la calva, teniéndole la mano, fue: "Bill, de veras, no pareces tener cincuenta
años. Me pregunto si..." Se interrumpió, se quedó dormida con la pregunta y no volvió a
despertar. Luego yo también comencé a preguntármelo. Y esa es la explicación de los
trescientos años, señor secretario.
CONFUCIO. - Muy ingenioso, señor arzobispo. Y muy bien narrado.
BURGE-LUBIN. -Naturalmente, ya se dará cuenta de que yo no sugiero ni por un
momento la más mínima duda en cuanto a la absoluta veracidad de lo que ha dicho,
arzobispo. Supongo que se dará cuenta perfectamente de ello ...
ARZOBISPO. -Perfectamente, señor Presidente. Sólo que no me cree, eso es todo.
No apero que me crea. En su lugar, yo tampoco lo creería. Será mejor que eche un vistazo
a las películas. (Señalando al Contador General.) É1 sí lo cree.
BURGE-LUBIN. -Pero, ¿y lo de las muertes? ¿Qué me dice de eso? Uno puede
ahogarse una vez, y hasta dos veces, si es excepcionalmente descuidado. Pero no puede
ahogarse cuatro veces. Huiría del agua como un gato escaldado.
ARZOBISPO. - Quizá el señor Secretario en jefe pueda adivinar la explicación.
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CONFUCIO. - Para guardar el secreto, usted tenía que morir.
BURGE-LUBIN. - Por favor, hombre, no está muerto.
CONFUCIO. -Es socialmente imposible no hacer lo que hacen todos. Uno tiene que
morir en el momento habitual.
BARNABAS. -Por supuesto. Es una simple cuestión de honor.
CONFUCIO. -- De ningún modo. Una simple necesidad.
BURGE-LUBIN. -Bueno, pues maldito si lo entiendo. Yo, si pudiera, viviría
eternamente.
ARZOBISPO.-No es tan fácil como le parece. Usted, señor Secretario en jefe, se ha
dado cuenta de las dificultades de la situación. Permítame que le recuerde, señor
Presidente, que yo tenía ya más de ochenta años antes de que la ley de 1969 para la
Redistribución de los Ingresos me diera derecho a una bonita pensión de retiro. Debido a
mi, aspecto juvenil, cuando la solicité fui enjuiciado por tratar de obtener dineros
públicos con falsas declaraciones. No pude demostrar nada, porque el registro de mi
nacimiento había sido hecho añicos por una bomba que cayó sobre una iglesia de aldea,
en la primera de las grandes guerras modernas. Se me ordenó que volviera al trabajo,
como un hombre de cuarenta años, y tuve que trabajar otros quince, ya que la edad de la
jubilación era entonces de cincuenta y cinco.
BURGE-LUBIN. - ¡Cincuenta y cinco! ¿Tanto? ¿Cómo lo aguantaba la gente?
ARZOBISPO. - Incluso entonces me pusieron dificultades para jubilarme; todavía
parecía demasiado joven. Durante algunos años me vi en continuos líos. La policía
industrial me detuvo una y otra vez, negándose a creer que ya había pasado el límite de
edad. Empezaron a llamarme judío Errante. Ya ven cuán imposible era mi situación. Preví
que veinte años después mis documentos oficiales demostrarían que tenía setenta y cinco
años, mi aspecto haría imposible creer que tuviese más de cuarenta y cinco y mi
verdadera edad sería de ciento diecisiete. ¿Qué podía hacer? ¿Teñirme el cabello de
blanco? ¿Caminar vacilantemente, apoyado en dos bastones? ¿Imitar la voz de un
centenario? Mejor matarme.
BARNABAS. -Tendría que haberse matado. Como hombre honrado, no tenía
derecho más que a la duración de vida de un hombre honrado.
ARZOBISPO. - ¡Pero si me maté!.. . Fué muy fácil. Durante la temporada veraniega
dejé un traje junto a la costa, con documentos en los bolsillos, para que me identificaran.
Después aparecí en un lugar cualquiera, fingiendo que había perdido la memoria y no
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sabía mi nombre, mi edad ni nada de lo relacionado con mi persona. Bajo tratamiento,
recobraba la salud, pero no la memoria. Después que empecé esta rutina de vida y muerte
tuve varias carreras. He sido arzobispo tres veces. Cuando convencí a las autoridades de
que destruyeran todas nuestras ciudades y las reconstruyeran desde los cimientos o las
cambiasen de lugar, ingresé en la artillería y llegué a ser general. Y he sido presidente.
BURGE-LUBIN. - ¿Dickenson? ARZOBISPO. - Sí.
BURGE-LUBIN. - Pero el cadáver de Dickenson lo encontraron; sus cenizas se
encuentran en la catedral de San Pablo.
ARZOBISPO.-Casi siempre encontraban el cadáver. Durante la temporada
veraniega hay muchos. He sido cremado varias veces. Al principio solía asistir,
disfrazado, a mis propios funerales, porque en una antigua novela de un autor llamado
Bennett, a quien recuerdo haberle pedido prestadas cinco libras en 1912, había leído algo
acerca de un hombre que hizo eso. Pero después me cansé. Y ahora no cruzaría la calle
para leer mi último epitafio. (El Secretario en Jefe y el Presidente tienen un aspecto
sumamente lúgubre. Su incredulidad ha desaparecido por fin.)
BURGE-LUBIN. - Un momento. ¿Se dan cuenta ustedes de cuán espantoso es esto?
Henos aquí tranquilamente sentados en presencia de un hombre cuya muerte está
demorada en dos siglos. En cualquier momento puede convertirse en polvo ante nuestra
vista.
BARNABAS. - No. Seguirá cobrando su pensión hasta el fin del mundo.
ARZOBISPO. -No tanto. Viviré sólo trescientos años.
BARNABAS. - De cualquier modo, me sobrevivirá; y eso me basta.
ARZOBISPO (fríamente). - ¿Cómo lo sabe?
BARNABAS (desconcertado). -¿Cómo lo sé?
ARZOBISPO. -Sí. ¿Cómo lo sabe? Yo ni siquiera empecé a sospecharlo hasta que
estuve cerca de los setenta. Sólo me sentía envanecido por mi aspecto juvenil. No tomé la
cosa en serio hasta que llegué a los noventa. Y ni siquiera ahora estoy muy seguro, de un
momento para el siguiente, aunque ya les he explicado los motivos que tengo para pensar
que, sin intención alguna de mi parte, me esperan trescientos años de vida.
BURGE-LUBIN. - Pero, ¿cómo lo consigue? ¿Con limones? ¿Con habas de soya?
¿Con...?
ARZOBISPO. -No lo consigo. Sucede. Puede sucederle a cualquiera. Puede
sucederle a usted.
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BURGE-LUBIN (dándose cuenta de toda la importancia
que eso tiene para él). -¿Entonces es posible que los tres nos veamos en la misma
situación que usted?
ARZOBISPO. - Es posible. Y por lo tanto les aconsejo que tengan mucho cuidado si
piensan tomar alguna medida que me coloque en una situación incómoda.
BURGE-LUBIN. - ¡Bueno, que me condenen! Una de mis secretarias me hizo
observar esta misma mañana qué buen aspecto tengo, cuán juvenil me veo. Barnabas, tengo la absoluta convicción de que yo soy uno de los ... de... ¿digamos una de las víctimas?
... de este extraño destino.
ARZOBISPO.-Su tatarabuelo tenía la misma convicción cuando se encontraba entre
los sesenta y los setenta. Yo lo conocí.
SURGE-LUBIN (deprimido),- ¡Ah!, pero él murió.
ARZOBISPO. - No.
BURGE-LUBIN (esperanzado), - ¿Quiere decir que todavía vive?
ARZOBISPO.-No. Lo mataron. Bajo la influencia de su convicción de que viviría
trescientos años, se convirtió en otro hombre. Empezó a decirle a la gente la verdad, y a la
gente le disgustaba tanto esto, que aprovecharon ciertas cláusulas de una ley del
Parlamento, que él mismo había promulgado durante la Guerra de Cuatro Años y
olvidado, intencionalmente, de derogar después. Lo llevaron a la Torre de Londres y 1o
fusilaron. (Se oye el timbre del aparato.)
CONFUCIO (contestando).- ¿Sí? (Escucha.)
VOZ DE MUJER.-Ha llamado la Ministra de Asuntos Domésticos.
SURGE-LUBIN (que no ha entendido bien la respuesta). - ¿Quién dice que llamó?
CONFUCIO, - La Ministra de Asuntos Domésticos.
BARNABAS. - ¡Ah, caramba!
¡Esa espantosa mujer!
BURGE-LUBIN. - Verdaderamente es aterradora. No sé con certeza por qué,
porque no es nada mal parecida.
BARNABAS (con la paciencia agotada), - ¡Por favor, no sea frívolo!
ARZOBISPO. -No puede evitarlo, señor Contador General. Tres de sus dieciséis
retatarabuelos se casaron con miembros de la familia Lubin.
BURGE-LUBIN. -¡Vamos, vamos! No estoy diciendo nada frívolo. Yo no le pedí a
esa mujer que viniera aquí. ¿Quién de ustedes fué?
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CONFUCIO. -Entre los deberes oficiales de ella figura el de informar
personalmente al Presidente una vez cada tres meses.
BURGE-LUBIN. - ¡Ah, es cierto! Entonces supongo que tengo el deber oficial de
recibirla. Será mejor que la hagan pasar. A ustedes no les molesta, ¿no es cierto? Nos
traerá de vuelta a la vida real. No sé qué piensan ustedes, pero yo me estoy volviendo
loco.
CONFUCIO (al teléfono). -El Presidente recibirá en el acto a la Ministra de Asuntos
Domésticos. (Contemplan la puerta en silencio, esperando la entrada de la Ministra,)
BURGE-LUBIN (de pronto, al Arzobispo). -Supongo que se habrá casado varias
veces.
ARZOBISPO, -Una. No se hacen votos hasta la muerte, cuando la muerte está a
trescientos años de distancia. (Vuelven a caer en un inquieto silencio. Entra la Ministra.
Es una hermosa mujer, aparentemente en la flor de la vida, de figura elegante, tensa,
erguida, con el andar de una diosa, su expresión y su porte son graves, rápidos, decididos,
aterradores, incontestables. Lleva una túnica de Diana en lugar de blusa, y una coronita de
plata en lugar
de la cinta dorada. Por lo demás, su vestimenta no es notoriamente distinta de la de los
hombres, que se ponen de pie al entrar ella e inclinan su cabeza con instintivo respeto
atemorizado. Ella se acerca a la silla desocupada que hay entre Barnabas y Confucio.)
BURGE-LUBIN (resueltamente afable y cortés).-Encantado de verla, MRS. Lutestring.
CONFUCIO. -Nos sentimos honrados por su celestial presencia.
BARNABAS. -Buenos días, señora.
ARZOBISPO. - No tengo el placer de conocerla. Soy el arzobispo de York.
MRS. LUTESTRING.-Sin duda nos hemos encontrado, señor arzobispo. Recuerdo su
cara. Nosotros. . . (Se interrumpe bruscamente.) ¡Ah, no!; ahora me acuerdo. Era otra
persona. (Se sienta. Todos los demás la imitan.)
ARZOBISPO (también intrigado). - ¿Está segura de equivocarse? Yo también recuerdo
su rostro, MRS. Lutestring. Algo como una puerta que se abriera continuamente y la dejara
ver a usted. Y una sonrisa de bienvenida cuando me reconoce. Me pregunto si no me habrá
abierto alguna vez la puerta.
MRS. LUTESTRING. - He abierto a menuda la puerta a la persona que usted me
recuerda. Pero hace muchos años que ha muerto. (Los demás, salvo el Arzobispo, se miran
rápidamente.)
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CONFUCIO. - ¿Puedo preguntar cuántos años?
MRS. LUTESTRING (asombrada por el tono de la pregunta, lo mira un instante con
desagrado. Luego contesta). -No tiene importancia. Hace ya mucho tiempo.
BURGE-LUBIN.-No debe llegar a conclusiones precipitadas acerca del arzobispo,
MRS. Lutestring. Es un
pájaro de más edad de lo que usted sospecha. Más viejo que usted, por lo menos.
MRS. LUTESTRING (con una sonrisa melancólica).No lo creo, señor Presidente. Pero
el tema es delicado. Será mejor que no prosigamos.
CONFUCIO. -Hay una pregunta que no ha sido formulada.
MRS. LUTESTRING (sumamente decidida), -Si es una pregunta sobre mi edad, señor
Secretario en Jefe, preferiría que no se formulase. Todo lo que a usted le concierne en cuanto
a mis cuestiones personales puede encontrarlo en los libros del Contador General.
CONFUCIO. - La pregunta en que pensaba no le será dirigida a usted. Pero permítame
que le diga que su sensibilidad en ese sentido resulta sumamente extraña, viniendo de una
mujer tan superior a todas las debilidades comunes, como sabemos que usted lo es.
MRS. LUTESTRING. - Puedo tener motivos que no guarden relación ninguna con las
debilidades comunes, señor Secretario en jefe. Espero que usted los respete.
CONFUCIO (después de dirigirle una inclinación de cabeza, en señal de asentimiento).
-Y ahora formularé mi pregunta. ¿Tiene usted, señor arzobispo, algún motivo para suponer,
como parece suponerlo, que lo que le ha sucedido a usted no le ocurrió igualmente a otras
personas?
BURGE-LUBIN. - ¡Sí, caramba! No había pensado en eso.
ARZOBISPO.-Nunca conocí otro caso, aparte del mío.
CONFUCIO. - ¿Cómo lo sabe?
ARZOBISPO. -Bueno, nadie me ha dicho que se encontrara en tan extraordinaria
situación.
CONFUCIO. -Eso no demuestra nada. ¿Le dijo usted
alguna vez a alguien que se encontraba en ella? A nosotros no nos lo dijo. ¿Por qué?
ARZOBISPO.-Me sorprende la pregunta, viniendo de una mentalidad tan astuta
como la de usted, señor Secretario. Cuando se llega a la edad a que llegué yo antes de
descubrir lo que me sucedía, se tiene la suficiente para conocer y temer el odio feroz con
que los animales humanos, como todos los demás animales, se lanzan sobre cualquier
desdichado individuo que ha tenido la desgracia de diferenciarse de ellos en todo sentido,
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la desgracia de no ser natural, dicen ellos. Todavía encontrará entre los relatos de Wells,
ese clásico del siglo XX, uno sobre una raza de hombres que llegó a tener el doble de
tamaño que sus congéneres, y otro sobre un hombre que cayó en las manos de una raza de
ciegos. Los gigantes tuvieron que luchar por su vida contra los más pequeños, y al
hombre con ojos se los habrían arrancado los ciegos si no hubiese huído al desierto,
donde pereció miserablemente. No eché en saco roto la enseñanza de Wells, en esa y otras
cuestiones. De paso, una vez me prestó cinco libras, que nunca le devolví, y eso todavía
me pesa en la conciencia.
CONFUCIO. - ¿Y fué usted el único lector de Wells? Si había otros como usted,
¿no habrían tenido el mismo motivo para mantener el secreto'?
ARZOBISPO, -Es cierto. Pero yo lo sabría. Ustedes, la gente de vida corta, son tan
pueriles ... Si me encontrara con un hombre de mi edad, lo reconocería en el acto. Nunca
me sucedió.
MRS. LUTESTRING. -¿Y le parece que podría reconocer a una mujer de su edad?
ARZOBISPO, - Yo... (Se interrumpe y le lanza una mirada escudriñadora,
sobresaltado y suspicaz.)
MRS. LUTESTRING. - ¿Qué edad tiene, señor arzobispo?
BURGE-LUBIN. - Dice que doscientos ochenta y tres. Es una bromita de él. ¿Sabe,
MRS. Lutestring, que estaba casi a punto de convencernos, cuando entró usted y aclaró el
ambiente con su robusto buen sentido?
MRS. LUTESTRING. - ¿De veras, señor Presidente? Percibo en su voz una nota de
airosa afirmación. Pero no escucho la nota de convicción.
BURGE-LUBIN (poniéndose en pie de un salto). - Escuche, dejémonos de decir
tonterías. No quiero mostrarme desagradable, pero esto ya me está poniendo nervioso. La
mejor broma no soporta que la lleven más allá de cierto punto. Y ya hemos llegado a ese
punto. Yo. . . esta mañana estoy un tanto atareado. Estamos muy ocupados. Confucio
puede decirles que me espera un día de mucho trajín.
BARNABAS. - ¿Tiene acaso algo más importante que este problema, si es como él
dice?
BURGE-LUBIN. - ¡Oh, sí, sí, sí! ... Pero no es como él dice.
BARNABAS. - ¿Pero es que realmente tiene algo que hacer?
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BURGE-LUBIN. -¡Algo que hacer! ¿Se ha olvidado, Barnabas, que por casualidad
soy el Presidente y que todo el peso de los asuntos públicos de este país descansa sobre
mis hombros?
BARNABAS. - ¿Tiene él algo que hacer, Confucio?
CONFUCIO. -Tiene que ser el Presidente. BARNABAS. -Eso significa que no tiene
nada que hacer.
BURGE-LUBIN (sombrío).-Muy bien, Barnabas. Siga haciendo el tonto. (Se
sienta.) Siga.
BARNABAS. -No pienso salir de aquí hasta que no lleguemos al fondo de este
timo.
MRS. LUTESTRING (volviéndose hacia el Contador General y observándolo con
mortífera gravedad),-¿Al fondo de este qué, dijo?
CONFUCIO.-Estas expresiones no pueden ser probadas. Al emplearlas, enturbia la
discusión.
BARNABAS (contento de escapar de la mirada de ella, hablando a Confucio).Bueno, este horror antinatural, entonces. ¿Lo conforma eso?
CONFUCIO, -Eso está bien. Pero no respaldamos las inferencias que se puedan
extraer de la palabra horror.
ARZOBISPO.-Con la palabra horror, el Contador General se refiere sólo a algo que
se sale de lo común. CONFUCIO.-Advierto que la honorable Ministra, al enterarse de la
avanzada edad del venerable prelado, no ha dado señales de sorpresa o incredulidad.
BURGE-LUBIN. -No lo toma en serio. ¿Y quién lo tomaría en serio? ¿Eh, MRS.
Lutestring?
MRS. LUTESTRING. - Lo tomo muy en serio, señor Presidente. Ahora veo que no
me había equivocado. Me he encontrado anteriormente con el arzobispo.
ARZOBISPO. -Estaba seguro de ello. Esta visión de una puerta que se abre ante mí
y de un rostro de mujer que me da la bienvenida tiene que ser una reminiscencia de algo
que realmente ocurrió, aunque ahora la veo como un ángel abriéndome las puertas del
cielo.
MRS. LUTESTRING. - ¿O como una criada abriendo la puerta de la casa de la
joven de quien estaba usted enamorado?
ARZOBISPO (con una mueca). -¿Es esa la realidad? ¡Cómo se transforman estas
cosas en la imaginación! Pero puedo decirle, MRS. Lutestring, que la transfiguración de
una criada en ángel no es más sorprendente que su transfiguración en la digna y
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competente Ministra de Asuntos Domésticos con quien estoy hablando. En usted
reconozco al ángel. Francamente, no reconozco a la criada.
BURGE-LUBIN. - ¿Qué es una criada?
MRS. LUTESTRING. -Una especie extinguida. Una mujer de vestido negro y
delantal blanco que abría la puerta de calle cuando la gente golpeaba o tocaba el timbre, y
que era, o bien la tirana o bien la esclava del hogar. Yo fuí criada en la casa de uno de los
remotos antepasados del Contador General. (A Confucio.) Usted me ha preguntado mi
edad, señor Secretario en jefe. Tengo doscientos setenta y cuatro años.
BURGE-LUBIN (cortés).-No los representa. Se lo aseguro: no los representa.
MRS. LUTESTRING (volviendo gravemente el rostro hacia él). -Míreme otra vez,
señor Presidente.
BURGE-LUBIN (la contempla valientemente hasta que la sonrisa desaparece de su
rostro, y de pronto se cubre los ojos con las manos),-Sí, los representa. Estoy convencido. Es cierto. Y ahora llame al manicomio, Confucio, y dígales que vengan a
buscarme en una ambulancia.
MRS. LUTESTRING (al Arzobispo). - ¿Por qué ha revelado el secreto, nuestro
secreto?
ARZOBISPO. -Ellos lo descubrieron. Las películas cinematográficas me
traicionaron. Pero jamás se me ocurrió que hubiese otros. ¿Y a usted?
MRS. LUTESTRING. - Conocía a otra persona. Era una cocinera. Se cansó y se
suicidó.
ARZOBISPO, - ¡Caramba! Pero su muerte simplifica la situación, ya que he podido
convencer a estos caballeros de que no hay que llevar las cosas más adelante.
MRS. LUTESTRING. - ¡Cómo! ¡Si el Presidente lo sabe! Antes de que termine la
semana estará enterado todo el mundo.
BURGE-LUBIN (ofendido), - ¿De veras, MRS. Lutestring?... Habla como si yo
fuese una persona reconocidamente indiscreta. Barnabas, ¿tengo semejante reputación?
BARNABAS (resignado), -Imposible evitarlo. Lo lleva en la sangre. Es
constitucional.
CONFUCIO. - Es absolutamente anticonstitucional. Pero, como usted ha dicho,
resulta imposible evitarlo.
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BURGE-LUBIN (solemne). -Niego que un secreto de Estado haya pasado jamás por
mis labios... salvo, quizás, ante la Ministra de Salubridad, que es la discreción en persona.
La gente cree que porque es una negra...
MRS. LUTESTRING. -Ahora no tiene mayor importancia. Antes habría importado
mucho. Pero mis hijos han muerto todos.
ARZOBISPO.-Sí, los hijos deben de ser una terrible dificultad. Afortunadamente
para mí, no tuve ninguno.
MRS. LUTESTRING.-Yo tuve una hija que era la niña de mis ojos. Unos años
después de la primera vez que me ahogué, me enteré de que había perdido la vista. Fuí a
visitarla. Era una anciana de noventa y seis años, ciega. Me pidió que me sentase y le
hablara, porque mi voz era como la de su madre muerta.
BURGE-LUBIN, -Las complicaciones tienen que ser espantosas. De veras, no se si
me gustaría vivir mucho más tiempo que los demás.
MRS. LUTESTRING. -Siempre es posible suicidarse, como hizo la cocinera. Una
vida larga es complicada y aun terrible, pero, de cualquier manera, es gloriosa. No me
cambiaría por una mujer común, como no me cambiaría con una de esas mariposas que
viven una hora.
ARZOBISPO. - ¿Qué fué lo que le hizo pensar por primera vez en eso?
MRS. LUTESTRING. -El libro de Conrad Barnabas. La esposa de usted me había
dicho que era más maravilloso que El libro del destino de Napoleón y el Almanaque del
viejo Moore, que la cocinera y yo solíamos leer. Yo era muy ignorante; no me parecía tan
imposible como a una mujer educada. Pero me olvidé de todo ello, me casé, hice la vida
de la esposa de un pobre. Crié varios hijos y parecía veinte años mayor de lo que en
realidad era, hasta que un día, mucho después de la muerte de mi esposo y de que mis
hijos estaban dispersos por el mundo, trabajando para mantenerse, advertí que parecía
veinte años más joven de lo que en realidad era. Y me di cuenta instantáneamente de la
verdad.
BURGE-LUBIN. -Sorprendente momento. Sus sentimientos deben de haber sido
indescriptibles. ¿Cuál fué su primer pensamiento?
MRS. LUTESTRING. - Un puro terror. Vi que no me alcanzaría el poco dinero que
tenía, y que debía volver a trabajar. Entonces había una cosa llamada Pensión a la Vejez,
miserables pitanzas para que los obreros viejos y agotados murieran de hambre. El horror
de enfrentar otra vida de trajín, de perderme mi descanso tan duramente ganado y mis
pobres ahorritos, expulsó todo otro pensamiento de mi mente. Ustedes no pueden tener
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idea del temor a la pobreza que entonces pendía sobre nosotros, o del absoluto cansancio
de cuarenta años de interminable exceso de trabajo y esfuerzos para conseguir que un
chelín hiciera las funciones de una libra.
ARZOBISPO. -Me extraña que no se haya matado. A menudo me pregunto por qué
los pobres, en esos terribles
tiempos pasados, no se suicidaban. Ni siquiera mataban a otras personas.
MRS. LUTESTRING.-Uno nunca se suicida porque siempre se puede esperar el día
de mañana. Y no existe la energía ni la convicción suficientes para matar a otros.
Además, ¿cómo se puede culpar a otras personas, cuando uno haría lo mismo si estuviera
en el lugar de éstas? BURGE-LUBIN. -¡Pobrísimo consuelo!
MRS. LUTESTRING. - En esa época había otros consuelos para gente como yo.
Bebíamos cosas preparadas con alcohol, para aliviar la tensión del vivir y conseguir una
felicidad artificial.
BURGE-LUBIN
(¡Alcohol!
CONFUCIO
¡Puf!
BARNABAS
¡Repugnante!
Diciendo juntos
y haciendo muecas
MRS. LUTESTRING. -Un poco de alcohol mejoraría su talante y modales, y haría
que resultara más fácil vivir junto a usted, señor Contador General.
BURGE-LUBIN (riendo). - ¡Caray, creo que sí! Pruébelo, Barnabas.
CONFUCIO. - No. Pruebe el té. Es el veneno más civilizado de los dos.
MRS. LUTESTRING.-Usted, señor Presidente, nació embriagado con su propia y
bien alimentada exuberancia natural. No puede imaginarse lo que era el alcohol para una
pobre mujer subalimentada. Había dividido cuidadosamente mis ahorritos de modo de
poder emborracharme, como lo llamábamos, una vez por semana, y mi único placer era
esperar esa pobre y pequeña orgía. Eso fué lo que me salvó del suicidio. No podía
soportar la idea de perderme la parranda siguiente. Pero cuando dejé de trabajar y vivía
sólo con mi pensión, la fatiga de mi vida de trajín comenzó a disiparse, porque, en
realidad, ¿saben?, yo no era tan vieja. Me repuse. Cada vez parecía más joven. Y al cabo
me sentí lo bastante descansada, con bastante valor y fuerzas como para empezar nuevamente la vida. Además, los cambios políticos lo hacían más sencillo: la vida era un poco
más digna de ser vivida para las nueve décimas partes de los que antes solían ser meros
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trafagones. Después de eso nunca retrocedí ni vacilé. Mi única pena, ahora, es que moriré
cuando tenga trescientos años, aproximadamente. Una sola cosa hacía que la vida fuese
dura, y esa cosa ha desaparecido.
CONFUCIO. - ¿Y podemos preguntar qué era esa cosa?
MRS. LUTESTRING. - Si se lo digo es posible que lo ofenda.
BURGE-LUBIN. - ¡Ofenderme! ... Mi querida señora, ¿acaso supone, después de
tan estupenda revelación, que nada que no sea un mazazo podría producir en nosotros la
más mínima impresión?
MRS. LUTESTRING. -Bueno, la verdad, ha sido tan penoso para mí no encontrar a
ninguna persona madura ... Todos ustedes son tan chiquillos. . . Y nunca me gustaron los
niños, salvo esa chica que despertó en mí la pasión maternal. A veces me he sentido muy
sola.
BURGE-LUBIN (nuevamente cortés). - Pero sin duda, MRS. Lutestring, eso ha
sido culpa suya. Si me permite decirlo, una dama de sus atractivos no tendría por qué
estar sola nunca.
MRS. LUTESTRING. -¿Por qué?
BURGE-LUBIN. - ¿Por
qué?
Bueno...
Bueno ... este... Es decir...
¡Bueno! (Abandona el intento.) ARZOBISPO. -Quiere decir que habría podido casarse.
Es curioso lo poco que entienden nuestra situación.
MRS. LUTESTRING. - Me casé. Volví a casarme cuando cumplí ciento un años.
Pero, por supuesto, tuve que casarme con un hombre de edad, de más de sesenta años. Era
un gran pintor. En su lecho de muerte me dijo: "He necesitado cincuenta años para
aprender mi oficio y para pintar todos los tontos cuadros que un hombre debe pintar y
olvidar antes de llegar, a través de ellos, a las grandes cosas que debería producir. Y
ahora que tengo ya el pie en el umbral del templo, descubro que también estoy pisando
con él el borde de mi tumba." Ese hombre habría sido el más grande pintor de todos los
tiempos si hubiese podido vivir tanto como yo. Lo vi morir de vejez cuando todavía era,
como él mismo decía, un caballero aficionado, como todos los pintores modernos.
BURGE-LUBIN. -Pero, ¿por qué tuvo que casarse con un hombre de edad? ¿Por
qué no con un joven? ¿O, digamos, con un hombre de edad mediana? Si mi propio
corazón no tuviera ya dueña, y si, para decirle la verdad, no sintiese un poco de miedo
hacia usted -porque es una mujer superior, como todos lo reconocemos-, me consideraría
sumamente feliz de... este...
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MRS. LUTESTRING. -Señor Presidente, ¿ha intentado alguna vez aprovecharse de
la inocencia de un chiquillo para la satisfacción de sus sentidos?
BURGE-LUBIN. - ¡Cielos,
señora!,
¿por quién me toma? ¿Qué derecho
tiene a hacerme semejante pregunta?
MRS. LUTESTRING.-Actualmente tengo doscientos setenta y cinco años de edad.
¿Sugiere que me aproveche de la inocencia de un chiquillo de treinta y me case con él?
ARZOBISPO. - ¿No entienden ustedes, los de vida corta, que, visto que la
confusión, inmadurez y primitivo animalismo en que vivimos durante los primeros cien
años de nuestra vida son peores en esta cuestión del sexo que en ninguna otra,
ustedes nos resultan intolerables en ese sentido?
BURGE-LUBIN. - ¿Quiere decir eso, MRS. Lutestring, que me considera un niño?
MRS. LUTESTRING. -¿Acaso espera que lo considere como un alma acabada?
¡Oh!, está bien que me tenga miedo. Hay momentos en que su liviandad, su ingratitud, su
hueca jovialidad, hacen que sienta tales náuseas, que si no pudiera recordar que es un
niño, me sentiría tentada a dudar de su derecho a vivir.
CONFUCIO. - ¿Nos mezquina los pocos años que tenemos? ¿Usted, a quien le
esperan trescientos?
BURGE-LUBIN. - ¡Me acusa de liviandad! ... ¿Tengo que recordarle, señora, que
soy el Presidente, y que usted no es más que la jefa de un departamento?
BARNABAS. -¡Y también de ingratitud! Recibe una pensión durante trescientos
años, cuando sólo le debemos setenta y ocho. . . ¡Y nos llama ingratos!
MRS. LUTESTRING. -Precisamente. ¡Cuando pienso en las mercedes que han
llovido sobre ustedes y las comparo con la pobreza, las humillaciones, las angustias, la
pena, la insolencia y la tiranía que eran el pan cotidiano de la humanidad cuando yo
aprendía a sufrir en lugar de aprender a vivir! ¡Cuando veo con cuánta ligereza aceptan
todo esto, y cómo disputan por los pétalos arrugados de sus lechos de rosas, y cómo se
muestran delicados en cuanto al trabajo, que a menos que les resulte interesante o
placentero lo dejan en manos de negras y chinos, me pregunto si aun trescientos años de
pensamiento y experiencia podrán salvarlos de ser arrumbados por el Poder que los creó y
los puso a prueba!
BURGE-LUBIN.-Mi querida señora, nuestros amigos
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chinos y de color son perfectamente dichosos. Están veinte veces mejor de lo que lo
estarían en China o Liberia. Cumplen admirablemente con su labor, y al hacerlo nos dejan en
libertad para más altas ocupaciones.
ARZOBISPO (contagiado de la indignación de ella). - ¿Para qué altas
ocupaciones están capacitados ustedes, que a los setenta años son jubilados y están muertos a
los ochenta?
MRS.
LUTESTRING.
-En
realidad
no
realizan
ninguna
labor
superior.
Supuestamente, deben adoptar las decisiones e impartir las órdenes. Pero las negras y los
chinos les sugieren las decisiones y les dicen qué órdenes tienen que dar, tal como mi
hermano, que era sargento de la Guardia, lo hacía con sus oficiales de otra época. Cuando yo
quiero que en el Ministerio de Salubridad se haga algo, no acudo a ustedes: me dirijo a la
dama de color que ha sido la verdadera presidenta durante el actual período, o a Confucio,
que siempre está en su puesto mientras los presidentes van y vienen.
BURGE-LUBIN. -Esto es insultante. Esto es traición a la raza blanca. Y permítame
que le diga, señora, que nunca en mi vida me encontré con la Ministra de Salubridad y que
protesto contra el vulgar prejuicio racial con que se menosprecia su gran capacidad y sus
eminentes servicios al Estado. Mis relaciones con ella son puramente telefónicas,
gramofónicas, fotofónicas y, desearía agregar, platónicas.
ARZOBISPO. -De cualquier manera, no hay motivo para que se avergüence de ellas,
señor Presidente. Pero contemplemos la situación en forma impersonal. ¿Puede negar que lo
que está ocurriendo es que el pueblo inglés se ha convertido en una Compañía de Capital
Social que admite como accionistas a asiáticos y africanos?
BARNABAS. -Nada de eso. Sé todo lo que concierne a las antiguas compañías de
capital social. Los accionistas no trabajaban.
ARZOBISPO. -Es cierto. Pero nosotros, como ellos, recibimos nuestros dividendos
trabajemos o no. Trabajamos, sí; en parte porque si nos negamos a hacerlo se nos considera
como deficientes mentales y se nos lleva a la cámara letal. Pero, ¿en qué trabajamos? Antes
de los pocos cambios que nos vimos obligados a introducir por las revoluciones que siguieron
a la Guerra de Cuatro Años, nuestras clases gobernantes eran tan ricas, como se decía, que se
habían convertido en la gente más intelectualmente perezosa y estrecha que existe en la tierra.
Todavía tenemos mucha de esa pereza y esa estrechez mentales.
BURGE-LUBIN. -Como presidente, no debo escuchar críticas antipatrióticas acerca de
nuestro carácter nacional, señor arzobispo.
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ARZOBISPO. - Como arzobispo, señor Presidente, mi deber oficial consiste en criticar
sin retaceos el carácter nacional. En la canonización de San Henrik Ibsen, usted mismo
descubrió el monumento de éste que lleva en el pedestal la noble inscripción: "No vengo a
llamar a los pecadores al arrepentimiento, sino a los justos." La prueba de lo que digo es que
nuestro trabajo de rutina, y lo que podría llamarse nuestro trabajo ornamental y de exhibición,
son cada vez más buscados por los ingleses, en tanto que el trabajo de pensar, organizar,
calcular y dirigir lo realizan cerebros amarillos, morenos y negros, tal como en mis primeros
días lo hacían los cerebros judíos, escoceses, italianos, alemanes ... Los únicos hombres
blancos que todavía trabajan seriamente son los que, como el Contador General, carecen de
capacidad para la diversión y de dones sociales para que sean bien recibidos fuera de sus
oficinas.
BARNABAS. - ¡Maldito sea su descaro! Aun así, parece que he tenido suficientes
dones para descubrirlo a usted.
ARZOBISPO (haciendo caso omiso del estallido). - Si me mataran en este
momento, tendrían que designar a un indio en mi reemplazo. Hoy me tomo la
precedencia, no como inglés, sino como un hombre con más de un siglo y medio de plena
experiencia adulta. Estamos dejando que todo el poder caiga en manos de la gente de
color. Dentro de cien años seremos simplemente los animalitos mimados de ellos.
BURGE-LUBIN (reaccionando alegremente). -No hay el más mínimo peligro.
Admito que les dejamos a ellos la parte más enojosa del trabajo. Y está bien que así sea.
¿Por qué habíamos de extenuarnos nosotros con eso? ¡Pero piensen en las actividades de
nuestro ocio! ¿Hay acaso en la tierra un lugar más agradable para vivir que Inglaterra
fuera de las horas de oficina? ¿Y a quién se lo debemos? A nosotros, no a los negros. El
negro y el chino están bien de lunes a viernes; pero de viernes a lunes no existen. Y la
verdadera vida de Inglaterra transcurre de viernes a lunes.
ARZOBISPO.-Eso es terriblemente cierto. Para idear diversiones insensatas, para
dedicarse a ellas con enorme vigor y para encararlas con ávida seriedad, nuestro pueblo
inglés es la maravilla del mundo. Siempre lo fue. Y es mejor así, porque de lo contrario
su sensualidad se tornaría mórbida y lo destruiría. Lo que me aterra es que sus diversiones
los diviertan. Son pasatiempos de chicos y jovencitas. Resultan perdonables hasta los
cincuenta o sesenta años; más allá de esa edad son ridículos. Lo que tenemos de malo es
que no somos una raza adulta; y los irlandeses y los escoceses, los negros y los chinos,
como usted los llama, aunque tienen una vida tan corta como la nuestra, o más corta aún,
consiguen, quién sabe cómo, crecer un poco antes de morir. Nosotros crecemos durante la
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juventud; la madurez, que debería convertirnos en la más grande de las naciones, está,
para nosotros, al otro lado de la tumba. O nos hundimos como ancianos, empuñando palos
de golf, o tenemos que querer vivir más tiempo.
MRS. LUTESTRING. -Sí, eso mismo. Yo no habría podido expresarlo con
palabras; pero usted lo ha hecho por mí. Yo sentía, incluso cuando era una ignorante esclava doméstica, que teníamos la posibilidad de llegar a ser una gran nación; pero
nuestros errores y locuras me empujaron a una cínica desesperación. Todos terminábamos
así. Las más elevadas criaturas son las que necesitan más tiempo para madurar, las más
indefensas durante su inmadurez. Ahora sé que necesité todo un siglo para crecer.
Empecé mi vida seria cuando tenía ciento veinte años. Los asiáticos no pueden
fiscalizarme; no soy un niño en manos de ellos, como lo es usted, señor Presidente. Y
tampoco lo es, estoy segura, el arzobispo. Me respetan. Ustedes no están lo bastante
crecidos ni siquiera para eso, aunque tuvieron la bondad de decir que yo les daba miedo.
BURGE-LUBIN. -Sinceramente, nos lo da. ¿Y le pareceré demasiado grosero si le
digo que, si tuviera que elegir entre una mujer blanca con suficiente edad para ser mi
abuela y una negra de mi edad, probablemente me parecería más simpática la negra?
MRS. LUTESTRING. - ¿Y de color más atrayente, quizá?
BURGE-LUBIN. -Sí. Puesto que me lo pregunta, más. . . bueno, no más atrayente.
No niego que usted tiene un excelente aspecto... pero más sabrosa. Más veneciana.
Tropical. "La umbría librea del bruñido sol."
MRS. LUTESTRING.-Nuestras mujeres y sus cuentistas favoritos comienzan ya a
hablar de los hombres de tez dorada.
CONFUCIO (con una sonrisa que le ensancha la cara y el cuerpo). -¡Aaaah! ...
BURGE-LUBIN. -Bien, ¿y qué hay con eso, señora? ¿Ha leído usted un libro muy
interesante, del bibliotecario de la Sociedad Biológica, que sugiere que el futuro del
mundo pertenece a los mulatos?
MRS. LUTESTRING (poniéndose de pie).-Señor arzobispo, si queremos que la raza
blanca sea salvada, nuestro destino resulta evidente.
ARZOBISPO.-Sí, nuestro deber está clarísimo.
MRS. LUTESTRING. - ¿Tiene tiempo para venir a casa conmigo, para discutir el
asunto?
ARZOBISPO (levantándose). - Encantado.
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BARNABAS (también se pone de pie y pasa corriendo ante MRS. Lutestring, en
dirección a la puerta, donde se vuelve para impedirles salir). - De ningún modo. Burge, ha
entendido, ¿verdad?
BURGE-LUBIN.- No. ¿Qué ocurre?
BARNABAS. -Estos dos piensan casarse.
BURGE-LUBIN. - ¿Y por qué no habrían de hacerlo, si así lo desean?
BARNABAS. -No lo desean. Lo harán a sangre fría, porque los hijos que tengan
vivirán trescientos años. No hay que permitirlo.
CONFUCIO. -No es posible impedirlo. No hay ley alguna que le confiera poderes
para intervenir en eso.
BARNABAS. - Si me obligan, haré que se promulgue una legislación contra los
casamientos a partir de los setenta y orl=o años.
ARZOBISPO. - No tendrá tiempo para conseguirlo antes de que nos casemos, señor
Contador General. Tenga la bondad de salirse del paso de la señora.
BARNABAS. -Pero habrá tiempo para enviar a la señora a la cámara letal antes de
que el matrimonio dé frutos. No se olvide de eso.
MRS. LUTESTRING. - ¡Qué tontería, señor Contador General! Buenas tardes,
señor Presidente. Buenas tardes, señor Secretario en jefe. (éstos se ponen de pie y devuelven el saludo con una inclinación de cabeza. MRS. Lutestring se encamina directamente
hacia el Contador General, que instintivamente se encoge y aparta de su paso mientras ella
sale.)
ARZOBISPO.-Me sorprende su actitud, señor Barnabas. Su tono fué como un eco
de la Edad Oscura. (Sigue a la Ministra. Confucio menea la cabeza y chasquea la lengua,
lamentando el penoso episodio, se acerca a la silla que acaba de desocupar el arzobispo y se
queda de pie detrás de ella, con las manos entrelazadas, mirando al Presidente. El Contador
General amenaza con el puño a los visitantes que se han marchado y estalla en salvajes
insultos.)
BARNABAS. - ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones! ¡Vampiros! ¿Qué piensa hacer,
Burge?
BURGE-LUBIN, - ¿Hacer?...
BARNABAS. -Sí, hacer. Seguramente existen docenas de personas como éstas.
¿Piensa permitirles que hagan lo que quieren hacer los dos que acaban de salir, para que
por la fuerza del número nos expulsen de la tierra?
BURGE-LUBIN (sentándose). - Oh, vamos, Barnabas!
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¿Qué daño hacen? ¿No tiene interés en ellos? ¿No los quiere?
BARNABAS. - ¿Quererlos? Los odio. Son monstruos, monstruos antinaturales. Para
mí son lo mismo que el veneno.
BURGF-LUBIN. - ¿Qué objeción puede oponerse a que vivan todo el tiempo que
puedan? Eso no acorta nuestra vida, ¿no es verdad?
BARNABAS.- Si yo tengo que morir a los setenta y ocho años, no veo por qué otro
hombre debe gozar del privilegio de llegar a los doscientos setenta y ocho. En un sentido
relativo, nos acorta la vida. Nos pone en ridículo. Si crecieran hasta tener tres metros y
medio de altura, nosotros quedaríamos convertidos en enanos. Nos han hablado como si
fuéramos chiquillos. Aquí no hay cariño alguno; el odio que nos tienen surgió muy
pronto. ¿No oyó lo que dijo esa mujer, y cómo la respaldó el arzobispo?
BURGE-LUBIN. -Pero, ¿qué podemos hacer con ellos?
BARNABAS. - Matarlos.
BURGE-LUBIN. - ¡Bobadas!
BARNABAS. - Encerrarlos. Esterilizarlos, no sé cómo, de algún modo.
BURGE-LUBIN. - ¿Y qué razones podríamos dar para eso?
BARNABAS. - ¿Qué razones se pueden dar para matar a una víbora? La naturaleza
le dice a uno que lo haga.
BURGE-LUBIN. -Mi querido Barnabas, ha perdido el uicio.
BARNABAS. - ¿No le parece que ya lo ha dicho bastantes veces esta mañana?
BURGE-LUBIN.-No creo que nadie se ponga de su parte.
BARNABAS. - Entiendo. A usted lo conozco bien. Cree ser uno de ellos.
CONFUCIO. - Señor Contador General, también usted puede ser uno de ellos.
BARNABAS. - ¿Cómo se atreve a acusarme de tal cosa? Soy un hombre honrado,
no un monstruo. Me gané mi puesto en la vida pública demostrando que la verdadera
duración de la vida es de setenta y ocho corra seis. Y me resistiré a toda tentativa de
alterar o suprimir esa demostración. Hasta la última gota de sangre, si es necesario.
BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vamos, vamos! ¡Por favor! Modérese. ¿Cómo es posible
que usted, un descendiente del gran Conrad Barnabas, el hombre a quien todavía se
recuerda por su magnífica Biografía de un escarabajo negro, sea tan absurdo?
BARNABAS. -¡Vaya y escriba usted la biografía de un asno! Levantaré al país
contar ese horror, y contra usted, si muestra la mínima señal de debilidad al respecto.
CONFUCIO (con gran solemnidad).-Si lo hace lo lamentará.
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BARNABAS. - ¿Qué es lo que hará que lo lamente?
CONFUCIO. -Todos los hombres y mujeres de la comunidad empezarán a abrigar la
esperanza de vivir tres siglos. Ocurrirán cosas que usted no prevé. La familia se disolverá;
padres e hijos no serán ya los viejos y los jóvenes; hermanos y hermanas se encontrarán,
como desconocidos, después de cien años de separación. Los vínculos de sangre perderán
su inocencia. La imaginación de los hombres, desatada en cuanto a las posibilidades de
tres siglos de vida, los enloquecerá y destruirá la sociedad humana. Este descubrimiento
debe ser mantenido en secreto. (Se sienta.)
BARNABAS. - ¿Y si me niego a mantenerlo en secreto?
CONFUCIO. -En cuanto abra la boca lo pondré a salvo en un manicomio.
BARNABAS. -Se olvida de que puedo presentar al arzobispo para demostrar mi
afirmación.
CONFUCIO.-Yo también puedo presentarlo. ¿A cuál de los dos le parece que
apoyará, cuando le explique que el objetivo que usted persigue al revelar la edad de él es
conseguir que lo maten?
BARNABAS (desesperado). - Burge, ¿piensa ponerse de parte de esa abominación
amarilla contra mí? ¿Somos hombres públicos y miembros del gobierno, o somos unos
condenados pillastres?
CONFUCIO (inconmovible). -¿Conoció usted alguna vez a un hombre público que
no fuese lo que la gente maldiciente llama un condenado pillastre cuando una persona
irreflexiva quiere decirle al público más de lo que al público le conviene?
BARNABAS. - ¡Cierre el pico, pagano insolente! Burge, le he hablado a usted.
BURGE-LUBIN. -Bueno, la verdad, mi querido Barnabas... Confucio es un
individuo sumamente inteligente. Estoy de acuerdo con los argumentos que presenta.
BARNABAS. - ¿Sí? Entonces permítame que le diga que, a no ser por motivos
oficiales, no volveré a dirigirle la palabra. ¿Me oye?
BURGE-LUBIN (alegremente). -Me la dirigirá, me la dirigirá.
BARNABAS.-Y no se atreva a hablarme nunca más. ¿Me oye? (Se vuelve hacia la
puerta.)
BURGE-LUBIN. - Le hablaré, le hablaré. Adiós, Barnabas. Bendito sea.
BARNABAS. - ¡Ojalá que usted viva eternamente y se convierta en el hazmerreír
del mundo entero! (Sale precipitadamente, furioso.)
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BURGE-LUBIN (riendo con indulgencia). - Conservará el secreto, no me cabe
duda. Conozco a Barnabas. No se preocupe.
CONFUCIO (preocupado y grave). -No existen secretos, salvo los que se guardan
por sí mismos. Fíjese. Ahí están esas películas del Archivo. No tenemos poderes para
impedir que el jefe del mismo publique ese descubrimiento hecho en su departamento. No
podemos hacer callar al norteamericano... ¿quién puede acallar a un norteamericano? ... ni
a la gente que estuvo hoy allí para recibirlo. Afortunadamente una película no puede
probar más que un parecido.
BURGE-LUBIN, -Muy cierto. En fin de cuentas todo el asunto es una tontería, ¿no
es cierto?
CONFUCIO (levantando la cabeza para mirarlo),Ha resuelto no creer en ello, ahora
que se da cuenta de todos los inconvenientes que traerá. Ese es el método inglés. Puede
que en este caso no resulte bien.
BURGE-LUBIN, - ¡Déjeme de métodos! Es buen sentido. ¿Sabe?, esos dos nos
hipnotizaron, no cabe duda. Deben de haber estado burlándose de nosotros. ¿No le
parece?
CONFUCIO, -Usted miró a esa mujer a la cara y creyó.
BURGE-LUBIN. -Exactamente. Ahí fué donde me atrapó. Si se hubiera vuelto de
espaldas a mí, no le habría creído nada. (Confucio menea la cabeza varias veces, con
lentitud,) ¿De veras le parece que... ? (Vacila.)
CONFUCIO, - El arzobispo siempre ha sido un enigma para mí. Desde que aprendí
a distinguir entre una cara
inglesa y otra, me di cuenta de lo que hizo observar la mujer: el rostro inglés no es
un rostro adulto, así como el cerebro inglés no es un cerebro adulto.
BURGE-LUBIN. -Basta de eso, Juan Chino. Si hubo alguna vez una raza divina
elegida para ponerse al frente de las razas no adultas para guiarlas, educarlas e impedirles que cometieran travesuras hasta que llegasen a ser capaces de adoptar nuestras
instituciones, esa raza es la inglesa. Es la única raza del mundo que tiene esa característica. ¡Qué me dice!
CONFUCIO. -Esa es la fantasía de un niño que juega con una muñeca. Pero diez
veces más pueril es rechazar el más elevado cumplido que jamás se le haya hecho.
BURGE-LUBIN. - ¿Clasificarnos como niños crecidos es un cumplido?
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CONFUCIO. - No como niños crecidos, sino como niños a los cincuenta, sesenta,
setenta años. La madurez de ustedes es tan tardía, que nunca llegan a ella. Tienen que
ser gobernados por razas que maduran a los cuarenta. Eso significa que, en potencia,
son la raza más altamente desarrollada de la tierra y que serían en realidad la más
grande si pudieran vivir el tiempo suficiente para alcanzar la madurez.
BURGE-LUBIN (entendiendo finalmente la idea). ¡Caramba, Confucio; tiene
razón! No se me había ocurrido. Eso lo explica todo. No somos más que un puñado de
escolares, imposible negarlo. Hable a un inglés de cualquier cosa seria, y lo escuchará
con curiosidad durante un momento, del mismo modo que escucha a un sujeto que
interpreta música clásica. Y después vuelve a su golf marino, a sus paseos en automóvil
o en avión, o a las mujeres, como un trozo de goma puesto en tensión, cuando se lo
suelta. (Poniéndose a la altura del tema.) ¡Oh!, tiene muchísima razón. Estamos en la
infancia. Yo tendría que andar en un cochecillo para niños, con una nodriza que lo
empujara. Es cierto, absolutamente cierto. Pero algún día creceremos, y entonces,
¡vaya!, entonces les enseñaremos.
CONFUCIO, -El arzobispo es un adulto. Cuando yo era un niño, me dominaban e
intimidaban personas que ahora sé que eran más débiles y tontas que yo, porque había,
en el solo hecho de ser ellas mayores, cierta misteriosa cualidad que me apabullaba.
Confieso, aunque he guardado las apariencias, que siempre he tenido miedo del
arzobispo.
BURGE-LUBIN. - Entre nosotros, Confucio, también yo.
CONFUCIO. -Eso fué lo que me convenció. El rostro de esa mujer lo convenció a
usted. El nuevo camino que han emprendido en el camino de la raza no es un fraude. Ni
siquiera me sorprende.
BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vamos! ¡Que no lo sorprende! Su postura consiste en no
sorprenderse nunca de nada; pero si no le sorprende esto quiere decir que no es un ser
humano.
CONFUCIO.-Me conmueve como podría conmover a un hombre una explosión
cuya carga él mismo ha puesto y cuya mecha ha encendido. Pero no me sorprende,
porque, como filósofo y estudiante de la biología evolutiva, he llegado a considerar
inevitables ciertos acontecimientos como ése. Si no me hubiese preparado de ese modo
para creerlo, la simple prueba de las películas y de relatos bien presentados no habría
podido convencerme. Pero tal como están las cosas, no puedo menos que creer.
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BURGE-LUBIN. -Bueno, aclarado eso, ¿qué demonios sucederá ahora? ¿Cuál será
nuestro próximo paso?
CONFUCIO. -El próximo paso no lo daremos nosotros. Lo darán el arzobispo y la
mujer.
BURGE-LUBIN. - ¿Casándose?
CONFUCIO. - Algo más. Han realizado el trascendental descubrimiento de que no
se encuentran solos en el mundo.
BURGE-LUBIN. - ¿Le parece que hay otros?
CONFUCIO.-Tiene que haber muchos otros. Cada uno de ellos cree que es el único
a quien le ha sucedido el milagro. Pero ahora el arzobispo sabe que no es así. Y difundirá
el descubrimiento en términos que sólo los de larga vida entenderán. Los reunirá y
organizará. Acudirán desde todos los rincones de la tierra. Y se convertirán en un gran
Poder.
BURGE-LUBIN (un tanto alarmado). - ¿De veras? Supongo que sí. Me pregunto si,
en fin de cuentas, Barnabas no tendrá razón ... ¿Tenemos que permitirlo?
CONFUCIO.-No podemos hacer nada para impedirlo. Y en el fondo del alma no es
posible que queramos impedirlo. La fuerza vital que ha producido este cambio paralizaría
nuestra oposición, si es que somos lo bastante dementes como para oponernos. Pero no
nos opondremos. Es posible que usted y yo seamos también de los elegidos.
BURGE-LUBIN. - Sí, eso es lo que nos detiene a cada rato. ¿Y qué cuernos
deberíamos hacer? Porque hay que hacer algo.
CONFUCIO. - Ouedémonos sentados, tranquilos, y meditemos en silencio sobre las
perspectivas que se abren ante nosotros.
BURGE-LUBIN. -Caramba, creo que tiene razón. Hagámoslo. (Meditan, el chino
con naturalidad, el Presidente con visible esfuerzo e intensidad. En verdad, está
contemplando el futuro. En ese momento se oye la voz de la negra.)
LA NEGRA. -Señor Presidente ...
BURGE-LUBIN (alborozado). - Sí. (Toma una clavija.) ¿Está en su casa?
LA NEGRA.-No. Omega, cero, X al cuadrado. (El presidente pone rápidamente la
clavija en el tablero, mueve el dial y oprime el botón. La pantalla se vuelve transparente y
la negra, brillantemente ataviada, se deja ver en lo que parece ser el puente de un yate, en
medio de un glorioso paisaje marino. La instalación por medio de la cual se comunica se
encuentra al lado de la bitácora.)
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CONFUCIO (mirando en torno y retrocediendo con un chillido de disgusto). - ¡Aj!
¡Qué asco! (Sale corriendo de la habitación,)
BURGE-LUBIN. - ¿Qué parte de la costa es ésa?
LA NEGRA. -Bahía Fishguard. ¿Por qué no viene y me hace compañía durante la
tarde? Por fin me siento dispuesta a mostrarme abordable.
BURGE-LUBIN. - ¡Pero en Fishguard, a doscientas setenta millas!
LA NEGRA. - A las dieciséis y treinta hay un expreso superveloz del Servicio
Aéreo Irlandés. Lo dejarán caer sobre la bahía en paracaídas. El chapuzón le hará bien.
Yo lo recogeré, lo secaré y le haré pasar un rato divertidísimo.
BURGE-LUBIN. -Delicioso. Pero un poco arriesgado, ¿no es cierto?
LA NEGRA. - ¡Arriesgado! Me pareció que no le tenía miedo a nada.
BURGE-LUBIN,-No se trata de que tenga miedo, pero ...
LA NEGRA (ofendida). -Pero le parece que no vale la pena. Muy bien. (Levanta la
mano para sacar la clavija del tablero.)
BURGE-LUBIN (implorante).-No, espere, déjeme que me explique. No corte. ¡Oh,
por favor!
LA NEGRA (esperando, con la mano sobre la clavija). - ¿Y bien?
BURGE-LUBIN. -El hecho es que en estos últimos tiempos he estado
comportándome muy irreflexivamente, bajo la impresión de que mi vida sería tan corta
que no valía la pena preocuparse por ella. Pero acabo de enterarme de que es posible que
viva... bueno, mucho más de lo que esperaba. Estoy seguro de que su buen sentido le dirá
que esto modifica las circunstancias. Yo. . .
LA NEGRA (con ira contenida). - ¡Oh, entiendo! No arriesgue su preciosa vida por
mí. Lamento haberlo molestado. Adiós. (Saca la clavija y desaparece.)
BURGE-LUBIN (ansioso). - No, por favor, aguarde. Puedo convencerla... (Un
fuerte zumbido.) ¡Ocupado! ¿A quién estará llamando? (Oprime el botón y pide.) El
Secretario en jefe. Dígale que quiero volver a verlo, un momento nada más.
VOZ DE CONFUCIO. - ¿Se ha ido la mujer?
BURGE-LUBIN. - Sí, sí, está bien. Un momento, sí ... (Vuelve Confucio.)
Confucio, tengo un importante asunto que atender en Fishguard. El Servicio Aéreo
Irlandés puede dejarme caer sobre la bahía en paracaídas. Supongo que no habrá peligro,
¿verdad?
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CONFUCIO. - Nada es completamente seguro. El servicio aéreo es tan de fiar como
cualquier otro servicio de transporte. El paracaídas es seguro, pero el agua no.
BURGE-LUBIN. - ¿Por qué? Me proporcionarán un traje insumergible, ¿no es
cierto?
CONFUCIO. -Usted no se sumergirá, pero el agua es muy fría. Puede enfermar de
reumatismo para toda la vida.
BURGE-LUBIN. -- Para toda la vida? Entonces está decidido: no me arriesgaré.
CONFUCIO. - Bien. Por fin se ha vuelto prudente; ya no es lo que se llama un
deportista; es un cobarde sensato, casi un hombre maduro. Lo felicito.
BURGE-LUBIN (resuelto). -Cobarde o no, no me expondré a una eternidad de
reumatismo por ninguna mujer viviente. (Se levanta y va hacia el perchero para tomar su
cinta,) He cambiado de idea; me voy a casa. (Se coloca la cinta en la frente, un tanto
ladeada, lo que le da un aire disoluto.) Buenas tardes.
CONFUCIO. - ¿Tan temprano? Si llama la Ministra de Salubridad, ¿qué le digo?
BURGE-LUBIN. -Dígale que se vaya al demonio. (Sale.)
CONFUCIO (meneando la cabeza, escandalizado ante la grosería del Presidente),No. No, no, no, no, no. ¡Ah, estos ingleses! ¡Estas toscas civilizaciones jóvenes! ¡Qué
modales! Cerdos. Son cerdos.
PARTE IV
LA TRAGEDIA DE UN CABALLERO DE EDAD MADURA
ACTO I
El muelle Burrin, en la costa sur de la bahía de Galway, en Irlanda, región de colinas
pedregosas y campos graníticos. Es un hermoso día estival del año 3000. En un antiguo
poste de piedra, de un metro de altura y espesor aproximadamente igual, utilizado para
amarrar los barcos y llamado bita, se encuentra sentado un caballero maduro, de espaldas a
la costa, con la cabeza gacha y el rostro entre las manos, sollozando. Su atezado cutis contrasta con sus blancas cejas y patillas. Lleva una levita negra, un chaleco blanco, pantalones
color espliego, una brillante corbata de seda con un alfiler enjoyado, sombrero de copa de
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fieltro gris y zapatos de charol con polainas blancas. Sus puños almidonados sobresalen de
las mangas de la levita, y el cuello de la camisa, también de hilo almidonado, es del tipo
gladstoniano. A su derecha, tres o cuatro sacos llenos, colocados uno al lado del otro sobre
las baldosas, sugieren que el muelle, a diferencia de muchos remotos muelles irlandeses, es
en ocasiones útil además de romántico. A la izquierda, detrás de él, un tramo de escalones
de piedra desciende hasta el nivel del mar, desapareciendo de la vista.
Una mujer de túnica de seda y sandalias, que casi no lleva puesto nada más, aparte de
un gorro con el námero 2 bordado en oro, sube los escalones desde el mar y contempla
asombrada al hombre que- llora. No es posible calcular su edad; su rostro es firme y de
facciones juveniles, pero su expresión no tiene nada de juventud en su severidad y
decisión.
LA MUJER. - ¿Qué sucede? (El caballero maduro levanta la vista, se recobra
apresuradamente, saca un pañuelo de seda y se enjuga brevemente las lágrimas, haciendo
una valiente tentativa de sonreír a través de ellas. Luego trata de ponerse cortésmente de
pie, pero vuelve a desplomarse.) ¿Necesita ayuda?
EL CABALLERO.-No. Muchas gracias. No. No es nada. El calor. (Puntáa las
frases sorbiendo con la nariz, y se lleva el pañuelo a ésta y a los ojos,)
LA MUJER.-Es extranjero, ¿verdad?
EL CABALLERO. -No. No debe considerarme extranjero. Soy britano.
LA MUJER.-¿Viene de alguna parte de la comunidad británica?
EL CABALLERO (afablemente pomposo),-De su capital, señora.
LA MUJER, -¿De Bagdad?
EL CABALLERO. -Sí. Puede que no sepa, señora, que estas islas fueron otrora el
centro de la comunidad británica de naciones, durante un período que ahora se conoce
como El Exilio. Aquí estaba, hace mil años, el cuartel general. Pocas personas conocen
este interesante dato, pero le aseguro que es verdad. He venido aquí en piadoso
peregrinaje, a una de las numerosas tierras de mis antepasados. Somos de la misma cepa,
usted y yo. La sangre es más espesa que el agua. Somos primos hermanos.
LA MUJER.-No entiendo. Dice que ha venido en peregrinaje piadoso. ¿Se trata
de algún nuevo medio de transporte?
EL CABALLERO (mostrando otra vez señales de congoja). -Me resulta sumamente
difícil hacerme entender. No me refería a una máquina, sino a... a. . . un viaje sentimental.
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LA MUJER. -Me temo que siga estando tan a oscuras como antes. Dijo usted que la
sangre es más espesa que el agua. No cabe duda, pero, ¿y qué con eso?
EL CABALLERO.-El sentido de la frase es evidente. LA MUJER.-Muy bien.
Pero le aseguro que ya estaba enterada de que la sangre es más espesa que el agua. EL
CABALLERO (sorbiéndose nuevamente los mocos, casi llorando). - Dejémoslo ahí,
señora.
LA MUJER (acercándose más a él y observándolo con cierta preocupación), -Me
parece que no se encuentra bien. ¿No le advirtieron que para los de vida corta es peligroso
venir a este país? Existe aquí una mortífera enfermedad llamada desaliento, contra la cual
los de vida corta tienen que tomar precauciones sumamente estrictas. El trato con nosotros
los somete a una tensión demasiado excesiva.
EL CABALLERO (recobrándose altaneramente).-Eso no produce efecto alguno
sobre mí, señora. Tengo la impresión de que mi conversación no le interesa. En ese caso el
remedio está en sus manos.
LA MUJER (mirándoselas y contemplando luego interrogativamente al caballero). ¿Dónde?
EL CABALLERO (desesperado). - ¡Oh, esto es espantoso! Nada de comprensión,
nada de inteligencia, nada de simpatía... (Los sollozos le ahogan la voz.)
LA MUJER. - ¿No ve?, está enfermo.
EL CABALLERO (galvanizado por la indignación), No estoy enfermo. En toda mi vida no tuve un día de enfermedad.
LA MUJER. - ¿Me permite que le aconseje?
EL CABALLERO. -No necesito ninguna médica. Gracias, señora.
LA MUJER (meneando la cabeza).-Me temo que no entiendo. Yo no hablé de
mariposas.
EL CABALLERO. -Bueno, y yo tampoco.
LA MUJER. -Mencionó a una médica. La palabra se conoce aquí sólo como nombre
de una mariposa.
EL CABALLERO (con tono de demencia). -Me rindo. Ya no puedo soportar más.
Más fácil será enloquecer ahora mismo. (Se levanta y baila, cantando.):
Si yo fuera mariposa
nacida en un cenador,
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libaría las manzanas y dejaría la flor.
LA MUJER (sonriendo con gravedad). -Hacía por lo menos ciento cincuenta años
que no me reía. Pero si sigue haciendo eso, con seguridad que estallaré como una primaria
de sesenta. Su vestimenta es tan extraordinariamente ridícula. . .
EL CABALLERO (interrumpiendo bruscamente sus cabriolas). - ¡Ridícula mi
vestimenta! Puede que no esté vestido como un empleado del Ministerio de Relaciones
Exteriores, pero mi ropa está perfectamente de moda en mi metrópolis nativa, donde su
atavío -y perdóneme por decirlo- sería considerado sumamente extravagante y muy poco
decente.
LA MUJER.-¿Decente? Esa palabra no existe en nuestro idioma. ¿Qué quiere decir?
EL CABALLERO.-No sería decente que se lo expli
cara. La decencia no puede ser discutida sin indecencia. LA MUJER. - No entiendo
nada. Temo que no ha observado las reglas establecidas para los visitantes de vida breve.
EL CABALLERO.-Sin duda, señora, no regirán para las personas de mi edad y
posición. No soy un niño ni un peón de campo.
LA MUJER (con severidad). -Rigen para usted también, y muy estrictamente. Tiene
que limitarse al trato con niños de menos de sesenta años. Le está absolutamente
prohibido abordar, bajo pretexto alguno, a nativos completamente adultos. No puede
conversar durante mucho tiempo con personas de mi edad, sin ser víctima de un peligroso
ataque de desaliento. ¿No se da cuenta de que ya está mostrando graves síntomas de esa
dolencia, tan penosa y generalmente fatal?
EL CABALLERO, - De ningún modo, señora. Por suerte no corro riesgo alguno de
contraerla. Estoy bastante acostumbrado a conversar íntima y prolongadamente con las
personas más distinguidas. Si usted no puede distinguir entre la fiebre del heno y la
imbecilidad, sólo puedo decir que su avanzada edad ha sido acompañada por el inevitable
castigo de la chochez.
LA MUJER. -Soy una de las guardianas de este distrito y, por lo tanto, responsable
por el bienestar de usted ...
EL CABALLERO,- ¡Guardiana! ... ¿Acaso me toma por un vagabundo?
LA MUJER.-No sé qué es un vagabundo. Tiene que decirme quién es, siempre que
le resulte posible expresarse inteligiblemente... (El caballero lanza un bufido de
indignación, La mujer continúa.) . . . y por qué anda sin niñera.
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EL CABALLERO (ofendido). - ¿Niñera?
LA MUJER. -Los visitantes de vida breve no pueden ir de un lado a otro, aquí,
sin niñeras. ¿No sabe que los reglamentos están hechos para ser respetados?
EL CABALLERO. -Por las clases inferiores, sin duda. Pero para las personas de
mi posición existen ciertas cortesías que nunca son negadas por la gente bien educada,
y...
LA MUJ ER. -Aquí hay sólo dos clases de seres humanos: los de vida breve y los
normales. Las reglas rigen para los primeros, y están destinadas a la protección de los
mismos. Y ahora dígame, en seguida, quién es usted.
EL CABALLERO (con tono impresionante). - Señora, soy un caballero retirado,
ex presidente del Trust Británico de Huevos Sintéticos y Quesos Vegetales, con sede
en Bagdad, y actual presidente de la Sociedad Británica de Historia y Arqueología y
vicepresidente del Club de Viajeros.
LA MUJER. -Todo eso carece de importancia.
EL CABALLERO (con otro bufido).- ¡Hmmm! ¡Vaya!
LA MUJER. -¿Lo han enviado aquí para que le flexibilicemos el entendimiento?
EL CABALLERO. - ¡Qué pregunta extraordinaria! Dígame, por favor, ¿es que
encuentra mi entendimiento muy notoriamente lento?
LA MUJER. - Quizá no sepa que se halla en la costa occidental de Irlanda y que
los nativos de la Isla Oriental tienen por costumbre pasar unos años aquí para adquirir
flexibilidad mental. El clima tiene ese efecto.
EL CABALLERO (con altanería). - Yo nací, no en la Isla Oriental, sino, gracias a
Dios, en la vieja y querida Bagdad británica, y no necesito para nada un balneario para
recuperar la salud mental.
LA MUJER. - ¿Y entonces por qué está aquí?
EL CABALLERO. - ¿Constituye eso alguna transgresión? No lo sabía.
LA MUJER. - ¿Transgresión? No entiendo esa palabra.
EL CABALLERO. -Esta tierra, ¿es propiedad privada? En ese caso no digo nada.
Le ofrezco un chelín en pago de los perjuicios, si es que existen, y estoy dispuesto a
retirarme, si tiene la bondad de indicarme la salida más próxima. (Le tiende un chelín.)
LA MUJER (tomando la moneda y examinándola sin mucho interés).-No entiendo
una sola palabra de lo que acaba de decir.
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EL CABALLERO. - He hablado en el inglés más sencillo. ¿Es usted la propietaria
de estas tierras?
LA MUJER (meneando la cabeza).-En esta parte del país existe una tradición que
habla de un animal llamado así. En las épocas de barbarie solían cazarlo y matarlo. La
raza se ha extinguido por completo.
EL CABALLERO (abrumado otra vez). -Es espantoso encontrarse en un país
donde nadie conoce las instituciones civilizadas. (Se derrumba sobre la bita, luchando
contra los sollozos que pugnan por salir.) Perdóneme. Fiebre del heno.
LA MUJER (saca un diapasón de su ceñidor y se lo lleva a la orea. Luego habla
al espacio con tono uniforme, como un corista que entonara un salmo). -Muelle de
Burrin Galway manden por favor a alguien que se encargue de uno de vida breve
desalentado que no está en compañía de su enfermero inofensivo balbucea
ininteligiblemente con algunos momentos de sensatez acongojado histérico vestimenta
extranjera muy graciosa tiene una curiosa orla de algas blancas bajo la barbilla.
EL CABALLERO. -Esto es una grosera impertinencia. Un insulto.
LA MUJER (guardando el diapasón y hablando al caballero).-Esas palabras no
significan nada para mí. ¿En calidad de qué está aquí? ¿Cómo obtuvo el permiso para
visitarnos?
EL CABALLERO (con aire de importancia). -Nuestro Primer Ministro, Mr. Badger
Bluebin, ha venido a consultar al oráculo. Es mi yerno. Nos acompañan la esposa e hija de
él, o sea mi hija y mi nieta. Puedo mencionarle también al general Aufsteig, que forma
parte de nuestro grupo y que en realidad es el emperador de Turania, que viaja de
incógnito: Entiendo que tiene que formularle una pregunta extraoficial al oráculo. Yo he
venido solamente a visitar el país.
LA MUJER. - ¿Y por qué viene a un lugar donde no tiene nada que hacer?
EL CABALLERO. - ¡Cielos! Señora, ¿hay algo más natural que eso? Seré el único
miembro del Club de Viajeros que ha pisado estas playas. ¡Imagínese! Un caso único.
LA MUJER. -¿Y eso es una ventaja? Aquí tenemos una persona que ha perdido
ambas piernas en un accidente. También es un caso único. Pero él preferiría parecerse a
todos los demás.
EL CABALLERO.-Esto es enloquecedor. No existe analogía alguna entre los dos
casos.
LA MUJER. -Los dos son únicos.
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EL CABALLERO. - La conversación en estos lugares parece consistir en ridículos
retruécanos. Francamente, estoy cansado de esto.
LA MUJER.-Mi conclusión es que su Club de Viajeros es una reunión de personas
que buscan encontrarse
en situación de decir que han estado en algún lugar donde nunca estuvo nadie.
EL CABALLERO.-Es claro que si quiere mostrarse despectiva ...
LA MUJER. - ¿Qué quiere decir despectiva?
EL CABALLERO (con un sollozo incontenible). -¡Me ahogaré! (Se precipita,
desesperado, hacia el borde del muelle, pero le sale al paso un hombre que lleva en el
gorro el número 1 y que ha subido en ese momento. Va vestido como la mujer, pero un
pequeño bigote proclama su sexo.)
EL HOMBRE (al caballero). - ¡Ah, helo aquí! Tendré que ponerle un collar y una
traílla si insiste en continuar escapándose.
LA MUJER. - ¿Usted es el guardián de este forastero?
EL HOMBRE. -Sí. Y estoy muy cansado de él. Si le quito la vista de encima, se
escapa y habla con todo el mundo.
LA MUJER (después de sacar el diapasón y de hacerlo sonar, canturrea como antes).
-Muelle Burrin. No manden a nadie. (Guarda el diapasón y encara al hombre.) Había
llamado, pidiendo que viniera alguien a hacerse cargo de él. He estado tratando de
hablarle, pero entiendo muy poco lo que dice. Cuídelo un poco mejor; ya está sumamente
desalentado. Si me necesita para algo más, Fusima, de Gort, sabrá dónde encontrarme. (Se
va.)
EL CABALLERO. - ¡Si me necesita para algo más! A mí no me ha sido de ninguna
utilidad. Me habló sin presentación previa, como cualquier hembra incorrecta. Y se ha ido
con mi chelín.
EL HOMBRE. - Por favor, hable con lentitud, no puedo seguirlo. ¿Qué es un chelín?
¿Qué es una presentación? Hembra incorrecta no tiene sentido para mí.
EL CABALLERO. -Aparentemente, aquí nada tiene sentido. Lo único que puedo
decirle es que se trata de la mujer más impenetrablemente estúpida que haya conocido
en toda mi vida.
EL HOMBRE.-No puede ser. No puede parecerle estúpida. Ya que estamos en
eso, es una secundaria y va para terciaria.
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EL CABALLERO. - ¿Qué es una terciaria? Aquí todo el mundo habla de
primarios, secundarios y terciarios, como si las personas fuesen estratos geológicos.
EL HOMBRE. - Los primarios se encuentran en su primer siglo. Los secundarios,
en el segundo. Yo todavía soy un primario. (Señala su número,) Pero ya casi puedo
considerarme un secundario: en enero próximo tendré noventa y cinco años. Los
terciarios se encuentran en el tercer siglo de edad. ¿No vió el número dos en el distintivo de ella? Es una secundaria avanzada.
EL CABALLERO. -Eso lo explica. Está en su segunda infancia.
EL HOMBRE.- ¡Segunda infancia! Está en su quinta infancia.
EL CABALLERO (recurre nuevamente a la bita). - ¡Oh! No puedo soportar estas
cosas tan antinaturales. EL HOMBRE (impaciente e impotente).-No tendría que haber
venido. Este no es un lugar para usted.
EL CABALLERO (con la energía que le presta la indignación). - ¿Puedo
preguntar por qué? Soy vicepresidente del Club de Viajeros. He estado en todas partes;
en el club nadie ha superado nunca mi marca para los países civilizados.
EL HOMBRE. - ¿Qué es un país civilizado?
EL CABALLERO. -Es ... bueno, es un país civilizado. (Con desesperación.) No sé
... Yo... yo... me enloqueceré si continúa preguntándome acerca de estas cosas que
todo el mundo conoce. Países por los cuales se puede viajar con comodidad. Donde
hay buenos hoteles. Perdóneme, pero aunque dice tener noventa y cinco años, con sus
eternas preguntas es más molesto que un chiquillo de cinco. ¿Por qué no me llama
papito?
EL HOMBRE. -No, sabía que su nombre fuese Papito.
EL CABALLERO.-Mi nombre es Joseph Popham Bolge Bluebin Barlow, O. M.
EL HOMBRE. -Son cinco nombres. Papito es más corto. Y O. M. no sirve para
estos lugares. Así llamamos a ciertas criaturas salvajes, descendientes de los habitantes
aborígenes de estas costas. Antes se llamaban O'Mulligan. Nos quedaremos con Papito.
EL CABALLERO. -La gente pensará que soy su padre.
EL HOMBRE (escandalizado). - ¡Shhh! Aquí nunca mencionamos esas
relaciones. No es muy delicado, ¿verdad? ¿A quién le importa si es mi padre o no?
EL CABALLERO.-Mi digno y nonagenario amigo, sus facultades mentales se
encuentran en total decadencia. ¿No puede encontrarme un guía de mi propia edad?
EL HOMBRE, - ¿Una persona joven?
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EL CABALLERO. -Por supuesto que no. No puedo mostrarme en compañía de
una persona joven.
EL HOMBRE. - ¿Por qué?
EL CABALLERO. - ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ¿Es que carece de sentido de
la moral?
EL HOMBRE,-Tendremos que dejar de conversar. No le entiendo nada.
EL CABALLERO. - ¿No se refería a una mujer joven?
EL HOMBRE, -Me refería, sencillamente, a alguien de su edad. ¿Qué importa si
la persona es un hombre o una mujer?
EL CABALLERO. -Jamás habría imaginado la existencia de tan escandalosa
insensibilidad en punto a las decencias elementales de las relaciones humanas.
EL HOMBRE. - ¿Qué son las decencias?
EL CABALLERO (chillando). -¡Todos me preguntan lo mismo!
EL HOMBRE (sacando un diapasón y usándolo como lo hizo la mujer). - Zozim en
muelle Burrin a Zoo Ennistymon he encontrado al desalentado de vida breve estuvo
conversando con una secundaria y ha empeorado yo soy demasiado viejo pide alguien de su
edad o más joven venga si puede. (Guarda el diapasón y se vuelve hacia el caballero.) Zoo
es una muchacha de cincuenta años, bastante pueril. De modo que es posible que lo haga
dichoso.
EL CABALLERO.- ¡Hacerme dichoso! ¡Una marisabidilla cincuentona! ¡Muchas
gracias!
EL HOMBRE. - ¿Marisabidilla? Resulta fatigoso el esfuerzo que hay que hacer para
entenderlo. Además está hablando demasiado conmigo; yo tengo suficiente edad como para
desalentarlo. Guardemos silencio hasta que llegue Zoo. (Vuelve la espalda al caballero y se
sienta al borde del muelle, con las piernas colgando sobre el agua.)
EL CABALLERO. -Perfectamente. No tengo deseos de imponer mi conversación a
nadie que no quiera compartirla. Quizá le agrade echar un sueñito. En ese caso, por favor, no
haga cumplidos.
EL HOMBRE. - ¿Qué es un sueñito?
EL CABALLERO (exasperado, acercándose a él y hablando con gran precisión y
claridad).-Un sueñito, amigo mío, es un breve período de sueño que se apodera de las
personas de edad muy avanzada, cuando tratan de
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agasajar a visitantes mal recibidos o escuchar disertaciones científicas. Duerma.
Duerma. (Gritándole al oído.) ¡Duerma!
EL HOMBRE. -Ya le he dicho que soy casi un secundario. Nunca duermo.
EL CABALLERO (anonadado).- ¡Caramba! (Una joven que ostenta el número 1 en
el gorro llega por tierra. No parece mayor de lo que Savvy Barnabas, a quien en cierto
modo se asemeja, lo era hace mil años. En todo caso, da la impresión de ser más joven.)
LA JOVEN. - ¿Este es el paciente?
EL HOMBRE (poniéndose en pie de un salto).-Esta es Zoo. (A Zoo.) Llámalo Papito.
EL CABALLERO (vehemente). - ¡No!
EL HOMBRE (haciendo caso omiso de la interrupción). - ¡Bendita seas por
quitármelo de encima! Ya estoy harto de él. (Baja rápidamente los escalones y desaparece.)
EL CABALLERO (quitándose irónicamente el sombrero y haciendo un amplio
saludo con él, desde el borde del muelle, en dirección del Atlántico). -Buenas tardes, señor,
y muchísimas gracias por su extraordinaria cortesía, su exquisita consideración hacia mis
sentimientos y sus afables modales. Le agradezco desde el fondo del corazón. (Volviendo a
ponerse el sombrero.) ¡Cerdo! ¡Asno! (Zoo ríe cordialmente. El caballero se vuelve con
brusquedad hacia ella.) Buenas tardes, señora. Lamento haber tenido que poner a su amigo
en el lugar que le corresponde, pero veo que aquí, como en cualquier otra parte, tengo que
imponerme si deseo que se me trate con la debida consideración. Tenía la esperanza de que mi
condición de invitado me protegería de insultos.
ZOO. -Poner a mi amigo en el lugar que le corresponde.. . Esa es una expresión
poética, ¿verdad? ¿Qué quiere decir?
EL CABALLERO. -Por favor, dígame, ¿no hay en estas islas nadie que entienda el
inglés?
ZOO.-Bueno, nadie, salvo los oráculos. E incluso éstos tienen que hacer un estudio
histórico especial de lo que llamamos pensamiento muerto.
EL CABALLERO.- ¡Pensamiento muerto! He oído hablar de lenguas muertas, pero
no de pensamiento muerto.
ZOO.-Pero los pensamientos mueren antes que las lenguas. Yo entiendo su idioma,
pero no siempre entiendo sus pensamientos. Los oráculos lo entenderán perfectamente.
¿Los ha consultado ya?
EL CABALLERO,-No he venido a consultar el oráculo, señora. Estoy aquí
simplemente como un caballero que viaja por placer, en compañía de mi hija, que es la
esposa del Primer Ministro Británico, y del general Aufsteig, quien, se lo digo
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confidencialmente, es en verdad el emperador de Turania, el más grande genio militar de
la época.
Zoo.-¿Por qué habría de viajar por placer? ¿No se encuentra a gusto en su casa?
EL CABALLERO, -Quiero conocer el mundo.
ZOO. - Es demasiado grande. En cualquier sitio puede ver una parte de él.
E L CABALLERO (impaciente). - ¡Maldición, señora, no quiero pasarme la vida
contemplando la misma porción del mundo! (Conteniéndose.) Le ruego que me perdone
por haber blasfemado en su presencia.
ZOO.- ¡Ah! Eso es blasfemar, ¿eh? He leído algo al respecto. Parece muy bonito.
Maldiciónseñora, maldiciónseñora, maldición señora... Dígalo todas las veces que
quiera; me gusta.
EL CABALLERO (hinchándose, con inmenso alivio). - ¡Bendita sea por esas
palabras groseras, pero familiares! Gracias, gracias. Por primera vez desde que
desembarqué en este terrible país, empiezo a sentirme a mis anchas. Ya disminuye la
tensión que me enloquecía; me siento casi como si estuviese en el club. Perdone que
ocupe el único asiento disponible. No soy tan joven como solía serlo. (Se sienta en la
bita.) Prométame que no me pondrá en manos de uno de esos espantosos terciarios, o
secundarios, como se llamen.
Z O O . - N o tema. N o tenían por qué confiarlo a Zozim. Él está a punto de ser un
secundario, y estos adolescentes siempre se dan aires de terciarios. Naturalmente, uno
siempre se siente más a gusto con una pollita como yo. (Se acomoda en los sacos.)
EL CABALLERO. -¿Pollita? ¿Qué quiere decir eso? Zoo.-Es una palabra arcaica
que todavía utilizamos para describir a una hembra que ya no es una chiquilla y que
todavía no ha llegado a la edad adulta.
EL CABALLERO. -Una edad, opino, sumamente agradable para personas como
yo. Estoy recobrándome rápidamente. Tengo la sensación de estar abriéndome como una
flor. ¿Puedo preguntarle su nombre?
Z O O . - Zoo.
E L CABALLERO.
-MISS ZOO. Zoo.
-Miss Zoo, no. Zoo.
EL CABALLERO. -Exactamente. Este... ¿Zoo qué?
Z O O . -No. Zoo qué, no. Zoo. Nada más que Zoo.
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EL CABALLERO (intrigado).-Mrs. Zoo, quizá.
ZOO.-No. Zoo. ¿No lo entiende? Zoo.
EL CABALLERO.-Es claro. Créame, no pensé verdaderamente que estuviese
casada; es evidente su juventud. Pero aquí resulta tan difícil sentirse seguro de... este...
Zoo (absolutamente confundida). -¿De qué?
EL CABALLERO. -El matrimonio cambia la situación, ¿no es cierto? A una mujer
casada se le pueden decir cosas que quizá serían de dudoso gusto para la que careciese
de esa experiencia.
ZOO. -Esto se está poniendo complicado; no entiendo una palabra de lo que dice.
Matrimonio y dudoso gusto no me dicen nada. Pero, un momento. ¿Matrimonio no es
una forma antigua de la palabra maternidad?
EL CABALLERO.-Es probable. Cambiemos de tema. Perdóneme por haberla
turbado. No habría debido mencionarlo.
ZOO. - ¿Qué significa turbar?
EL CABALLERO. -¡No, de veras! Estaba seguro de que un estado tan natural y
común sería entendido mientras perdurara la naturaleza humana. Turbar es hacer que
acuda el rubor a las mejillas.
Zoo. - ¿Y qué es el rubor?
EL CABALLERO (pasmado). - ¿Es que usted no se ruboriza?
Zoo. -Jamás oí hablar de eso. Tenemos una palabra, color, que se refiere a un
aflujo de sangre a la piel. Lo he advertido en mis hijos, pero sólo hasta que tuvieron dos
años.
EL CABALLERO. - ¡Sus hijos! Me temo que estoy pisando en un terreno
sumamente delicado, pero su aspecto es muy juvenil, y si me permite preguntarle
cuántos ...
ZOO. -Hasta ahora solamente cuatro. Entre nosotros es un asunto muy largo. Yo
me especializo en niños. El primero fué tan exitoso, que me hicieron seguir. Entonces...
EL CABALLERO (vacilando en la bita). - ¡Ay, caramba!
ZOO. - ¿Qué ocurre? ¿Sucede algo?
EL CABALLERO. -En nombre del cielo, señora, ¿qué edad tiene?
ZOO.-Cincuenta y seis.
EL CABALLERO.-Me tiemblan las rodillas. Me parece que estoy realmente
enfermo. No soy tan joven como antes.
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ZOO. -He advertido que sus piernas no son todavía muy fuertes. Tiene muchas de
las costumbres y debilidades de un chiquillo. Sin duda por eso experimento hacia usted
sentimientos maternales. La verdad, es usted un papito sumamente tontuelo.
EL CABALLERO (estimulado por la indignación), - Le repito que mi nombre es
Joseph Popham Bolge Bluebin Barlow, O. M.
ZOO. - ¡Qué nombre ridículamente largo! No puedo llamarlo de ese modo. ¿Cómo
lo llamaba su madre?
EL CABALLERO.-Esto me recuerda las luchas más amargas de mi niñez. Yo era
muy sensible al respecto. Los niños sufren intensamente por culpa de los apodos
absurdos. Mi madre, irreflexivamente, me llamaba Josiposi. Me llamaron Josi hasta que
comencé a ir a la escuela, en donde efectué mi primera defensa de mis derechos
infantiles, insistiendo en que por lo menos me llamasen Joe. A los quince años me negué
a responder a nada más breve que Joseph. A los dieciocho descubrí que el nombre
Joseph parecía indicar una mojigatería nada viril, a causa de no sé qué vieja historia
sobre un José que rechazó las insinuaciones de la esposa de su patrono, cosa que, en mi
opinión, estuvo muy bien. Entonces me convertí en Popham para mi familia y mis
amigos íntimos, y en Mr. Barlow para el resto del mundo. Mi madre volvió a lo de Josi,
cuando empezó a chochear, ¡pobre mujer! Pero no podía ofenderme con ella, a su edad.
ZOO. - ¿Quiere decir que su madre continuó ocupándose de usted aun después de
que cumplió los diez años?
EL CABALLERO.-Naturalmente, señora. Era mi madre. ¿Qué le parece que debía
hacer?
ZOO.-Ocuparse del siguiente, por supuesto. Después de los ocho o nueve años, los
niños pierden por completo el interés, salvo para sí mismos. Yo no reconocería a mis dos
hijos mayores, si los encontrara.
EL CABALLERO (desplomándose nuevamente). -Estoy muriéndome. Déjeme
morirme. Quiero morir.
ZOO (acercándose rápidamente a él y sosteniéndolo). Enderécese. Siéntese
derecho. ¿Qué le ocurre?
EL CABALLERO (con voz débil).-La columna vertebral, creo. Un golpe. Una
conmoción.
ZOO (maternal). - ¡Bueno, bueno, bueno! ¿Qué puede haberlo conmovido?
(Sacudiéndolo juguetonamente.) ¡Ahí está! Enderécese y pórtese bien.
EL CABALLERO (todavía con voz débil).-Gracias. Ya estoy mejor.
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Zoo (volviendo a sentarse en los sacos). - Pero, ¿para qué era todo el resto de ese
largo nombre? Blops Booby, o algo por el estilo.
EL CABALLERO (con tono altanero). - Bolge Bluebin, señora: un apellido
histórico. Permítame que le informe que puedo seguir los rastros de mis antepasados hasta
más de mil años atrás, desde el Imperio Oriental hasta su antigua sede en estas islas, hasta
una época en que dos de mis antecesores, Joyce Bolge y Hengist Horsa Bluebin, lucharon
entre sí por el puesto de Primer Ministro del Imperio británico y ocuparon el cargo
sucesivamente rodeados de una gloria de la cual en esta época de degeneración sólo
podemos formarnos una leve idea. Cuando pienso en esos hombres poderosos, leones en la
guerra, sabios en la paz, no parlanchines y charlatanes como los pigmeos que ahora
ocupan sus puestos en Bagdad, sino hombres fuertes y silenciosos, gobernando un imperio
en el cual jamás se ponía el sol, mis ojos se llenan de lágrimas, mi corazón estalla de
emoción; siento que haber vivido nada más que hasta la aurora de la virilidad en la época
de ellos y luego muerto por ellos habría sido un destino más noble y dichoso que el
ignominioso ocio de mi actual longevidad.
ZOO. - ¡Longevidad! (Ríe.)
EL CABALLERO. -Sí, señora, una relativa longevidad. Pero, dadas las
circunstancias, tengo que sentirme contento y orgulloso de saber que desciendo de esos
dos héroes.
ZOO. -Seguramente será descendiente de todos los britanos que vivieron en los
mismos tiempos que ellos. ¿No lo sabía?
EL CABALLERO, - No haga retruécanos, señora. Llevo los apellidos de ellos,
Bolge y Bluebin, y abrigo la esperanza de haber heredado algo de su majestuoso espíritu.
Y bien, nacieron en estas islas. Repito que estas islas eran entonces, por increíble que
parezca, el centro del Imperio británico. Cuando ese centro se desplazó a Bagdad y los
ingleses volvieron por fin a la verdadera cuna de su raza, Mesopotamia, las islas
occidentales fueron separadas, como lo habían sido antes por el Imperio romano. Pero el
más grande milagro de la historia le ocurrió a la raza británica, y en estas islas.
ZOO. - ¿Milagro?
EL CABALLERO. - Sí, el primer hombre que vivió
trescientos años fue un inglés. Es decir, el primero desde los contemporáneos de
Matusalén.
ZOO. - ¡Ah, eso!
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EL CABALLERO. -Sí, eso, como dice usted con tanta ligereza. ¿Tiene usted noción,
señora, de que en ese momento la raza inglesa había perdido su reputación de inteligencia
hasta el punto de que los ingleses se llamaban habitualmente bobos unos a otros? Y sin embargo Inglaterra es ahora un santo sepulcro al que acuden estadistas de todos los rincones de
la tierra para consultar a los sabios ingleses, que hablan con la experiencia de dos siglos y
medio de vida. El país que antiguamente exportaba camisas de algodón y quincallería, ahora
no exporta otra cosa que sabiduría. Ante su vista tiene, señora, a un hombre totalmente
cansado de los hoteles de fin de semana de las orillas del Eufrates, los ministriles y payasos de
las arenas del Golfo Pérsico, los toboganes y funiculares del Hindu - Kush. ¿Es de extrañar,
entonces, el que vuelva, con el corazón ávido, al misterio y belleza de estas playas encantadas,
habitadas por los espectros de un mágico pasado, consagradas por las huellas de los pasos de
los sabios de Occidente? Piense en esta isla en que nos encontramos, la última tierra firme
para el hombre a este lado del Atlántico, ¡esta Irlanda descrita por los primeros burdos como
una joya de esmeralda engastada en un mar de plata! ¿Es posible que yo, descendiente de la
ilustre raza británica, olvide jamás que cuando el Imperio trasladó su sede al Este y dijo a la
turbulenta raza irlandesa, a la que había oprimido pero nunca conquistado, "por fin los
dejamos tranquilos, y que les aproveche", los irlandeses, como un solo hombre, lanzaron el
histórico grito de "No, si lo hacen no nos perdemos", y emigraron a los países en que todavía
existía una cuestión nacionalista, a la India, Persia, Corea, Marruecos, Túnez y Trípoli? En
esos países estuvieron siempre en primera fila en la lucha por la independencia nacional, y el
mundo resonó continuamente con la historia de sus sufrimientos y errores. ¿Y qué poema
puede hacer justicia al final, cuando el final llegó realmente? Apenas transcurrieron
doscientos años y ya las exigencias de nacionalidad fueron tan universalmente concedidas,
que no quedaba en la superficie de la tierra un solo país con reclamaciones nacionales o
movimientos nacionales. Piense en la situación de los irlandeses, que habían perdido todas sus
facultades políticas por falta de empleo de las mismas, salvo la de la agitación nacionalista, ¡y
que su condición de raza la más interesante de la tierra se debía sólo a sus sufrimientos! Los
mismos países que ellos habían ayudado a liberar los boicotearon, considerándolos gente
insoportablemente aburrida. Las comunidades que otrora los habían idolatrado como
encarnación de todo lo que es adorable en el calor del corazón y el ingenio del cerebro,
huyeron de ellos como de una peste. Para recuperar su perdido prestigio, los irlandeses
reclamaron la ciudad de Jerusalén, basándose en que eran las tribus perdidas de Israel. Pero al
acercarse a la ciudad, los judíos abandonaron ésta y se redistribuyeron por toda Europa. Y
entonces un arzobispo inglés, el padre de los oráculos, aconsejó a los devotos irlandeses que
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volviesen a su país. Eso jamás se les habría ocurrido, porque no había nada que les impidiera
volver y nadie que les prohibiera hacerlo. Aceptaron de inmediato la sugestión.
Desembarcaron aquí; aquí, en la bahía de Galway, en este mismo lugar. Y cuando llegaron a
la costa, los hombres de más edad y las mujeres cayeron de rodillas y besaron
apasionadamente el suelo de Irlanda, ordenando a los jóvenes que besaran la tierra hollada
por sus antepasados. Pero los jóvenes los miraron lúgubremente y contestaron: "No hay
tierra; sólo hay piedras." Si usted echa una mirada en torno, verá por qué dijeron tal cosa:
los campos son aquí de piedra; las colinas están coronadas de granito. Al día siguiente
partieron rumbo a Irlanda, y ningún irlandés volvió a confesar que lo era, ni siquiera a sus
propios hijos, de modo que cuando pasó esa generación, la raza irlandesa desapareció del
conocimiento humano. Y los judíos dispersos hicieron lo propio, no fuese que los enviaran
de vuelta a Palestina. Desde entonces, el mundo, carente de judíos e irlandeses, se ha
convertido en un lugar gris y aburrido. ¿No encuentra nada patético en esta historia?
¿Entiende ahora por qué he venido a visitar la escena de esa trágica desaparición de una
raza de héroes y poetas?
ZOO. - Todavía les contamos a nuestros chiquillos relatos por el estilo, para
ayudarlos a entender. Pero tales cosas no ocurren en la realidad. Esa escena del desembarco irlandés aquí, y de los hombres besando el suelo, habría podido ocurrirle a unas
cien personas; pero no a cien mil, eso lo sabe tan bien como yo. ¡Y qué ridículo decir que
la gente es irlandesa porque vive en Irlanda! Con el mismo criterio podría llamárselos
aireses porque viven en el aire. Sin duda son iguales que todas las demás personas. ¿Por
qué ustedes, los de vida breve, insisten en idear todos esos relatos tontos acerca del mundo
y en proceder como si fueran ciertos? El contacto con la verdad los hiere y asusta; huyen
de él, hundiéndose en un vacío imaginario, en el que pueden dedicarse a sus deseos,
esperanzas, amores y odios sin que los recios hechos de la vida les presenten obstáculo
alguno. Les agrada echarse ustedes mismos tierra a los ojos.
EL CABALLERO.-Y ahora me toca a mí, señora, informarle que no entiendo una
sola palabra de lo que dice. Siempre pensé que el empleo del vacío para limpiar el polvo
era una señal de civilización, no de salvajismo.
ZOO (abandonándolo por imposible). - ¡Oh, papito, papito! ... Apenas puedo
creer que sea humano, tan estúpido es ... Bien se decía de su pueblo, en épocas pasadas:
"Polvo eres y al polvo volverás."
EL CABALLERO (con nobleza).-Mi cuerpo es polvo, señora; mi alma no. ¿Qué
importa de qué esté hecho mi cuerpo: del polvo del suelo, de las partículas del aire o del
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fango del arroyo? Lo importante es que cuando mi Creador lo tomó, fuese lo que fuere, le
insufló en el cuerpo el aliento vital. Y el Hombre se convirtió en un alma viviente. Sí,
señora, un alma viviente. Yo no soy el polvo del suelo; soy un alma viviente. Y ese es un
pensamiento sublime, magnífico. Y es también un gran hecho científico. No me interesa la
química ni los microbios; los dejo para los tontos y los imbéciles, para los zoquetes y los
que revuelven en el estiércol porque son incapaces de su propio destino glorioso y no
tienen conciencia de su propia divinidad. Me dicen que en mi sangre hay leucocitos, y en
mi carne carbono y sodio. Les agradezco por la información y les digo que en mi cocina
hay cucarachas, soda en mi lavadero y carbón en mi sótano. No niego que existan, pero
los mantengo en el lugar que les corresponde, que no es, si se me permite el empleo de
una forma de expresión anticuada, el templo del Espíritu Santo. Sin duda usted piensa que
estoy retrasado con respecto a los tiempos, pero yo me alegro por mi ilustración y huyo de
su
ignorancia,
su
ceguera,
su
imbecilidad.
Humanamente,
los
compadezco.
Intelectualmente, los desprecio.
ZOO. - ¡Bravo, papito! En usted está la raíz de la materia. En fin de cuentas no morirá
de desaliento.
EL CABALLERO.-No tengo la más mínima intención de morir, señora. Ya no soy
joven, y paso por momentos de debilidad; pero cuando encaro ese tema, se enciende y brilla
en mí la divina chispa, lo corruptible se torna incorruptible y el mortal Bolge Bluebin Barlow
se reviste de inmortalidad. En ese sentido soy el igual de usted, aunque me sobreviva en diez
mil años.
Zoo.- Sí; pero, ¿qué sabemos acerca de ese aliento vital que tanto lo hincha y lo exalta?
Nada. De modo que démonos las manos como agnósticos cultos y cambiemos de tema.
El CABALLERO. - ¡Cultos, mis narices, señora! No puede cambiar de tema hasta que
desaparezcan los cielos y la tierra. No soy un agnóstico; soy un caballero. Cuando creo en una
cosa, digo que creo en ella; cuando no creo digo que no creo. No eludo mis responsabilidades
fingiendo que no sé nada y que por lo tanto no puedo creer en nada. No podemos rechazar el
conocimiento y eludir la responsabilidad. Debemos basarnos en suposiciones de alguna clase,
o si no podremos formar una sociedad humana.
ZOO. -Las suposiciones tienen que ser científicas, papito. A la larga es preciso vivir de
acuerdo con la ciencia.
EL CABALLERO.-Tengo el mayor respeto, señora, por los magníficos descubrimientos
que debemos a la ciencia. Pero cualquier tonto puede hacer un descubrimiento. Cualquier
chiquillo tiene que descubrir en sus primeros años de vida más cosas de las que Roger Bacon
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jamás descubrió en su laboratorio. Cuando yo tenía siete años de edad descubrí la picadura de
las avispas. Pero no le pido que me muestre adoración por eso. Le aseguro, señora, que
cualquier mediocridad puede descubrir los hechos más sorprendentes acerca del universo
físico, en cuanto son lo bastante civilizados como para disponer de tiempo para estudiar esas
cosas, y para inventar instrumentos y aparatos con vistas a la investigación. Pero, ¿cuál es la
consecuencia? Sus descubrimientos desacreditan los sencillos relatos de nuestra religión. Al
principio no teníamos idea alguna del espacio astronómico. Creíamos que el cielo no era más
que el techo de una habitación tan grande como la tierra y que encima había otra habitación.
La muerte era para nosotros un subir a esa habitación de arriba, o, si no obedecíamos a los
sacerdotes, un descender a la carbonera. En esa sencilla creencia basábamos nuestra religión,
nuestra moral, nuestras leyes, nuestras lecciones, poemas y oraciones. Y bien, en cuanto los
hombres se hicieron astrónomos y construyeron telescopios, esa creencia pereció. Cuando ya
no pudieron creer en el cielo, descubrieron que ya no podían creer tampoco en su Dios,
porque siempre se lo habían imaginado viviendo en el cielo. Y cuando los sacerdotes mismos
dejaron de creer en Dios y comenzaron a creer en la astronomía, cambiaron de nombre y
vestimenta y se llamaron doctores y hombres de ciencia. Establecieron una nueva religión, en
la que no había Dios alguno, sino sólo milagros y prodigios, con instrumentos y aparatos
científicos para realizarlos. En lugar de adorar la grandiosidad y la sabiduría de Dios, los
hombres contemplaban boquiabiertos los millones de billones de kilómetros del espacio y
adoraban al astrónomo como infalible y omnisciente. Construyeron templos para los
telescopios. Luego se estudiaron el propio cuerpo con microscopios y encontraron en él, no el
alma en que creían anteriormente, sino millones de microorganismos. Y entonces los
contemplaron con tanto embobamiento como a los millones de kilómetros, y construyeron
para los microscopios templos en los que se ofrecían horribles sacrificios. Entregaron
incluso sus cuerpos para que fuesen sacrificados por el hombre del microscopio, que fue
adorado, al igual que el astrónomo, como infalible y omnisciente. Y así nuestros descubrimientos, en lugar de aumentar nuestra sabiduría, no hicieron más que destruir la
pequeña y pueril sabiduría que poseíamos. Lo único que puedo concederle es que
aumentaron nuestros conocimientos.
ZOO. - ¡Simplezas! La conciencia de un hecho no es conocimiento del mismo. Si lo
fuera, los peces sabrían del mar más que los geógrafos y los naturalistas.
EL CABALLERO. - Esa es una observación sumamente aguda, señora. El más tonto
de los peces no puede saber menos acerca de la majestuosidad del océano que muchos de
los geógrafos y naturalistas que conozco.
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ZOO. -Precisamente. Y el más grande tonto de la tierra, con sólo mirar la brújula del
navegante, puede llegar a tener conciencia del hecho de que la aguja señala siempre el
polo. ¿Es acaso menos tonto, con la conciencia que tiene de ellos
EL CABALLERO.-Más engreído, señora, sin duda. Aun así, no entiendo cómo se
puede tener conciencia de la existencia de una cosa sin conocerla.
ZOO. -Bueno, uno puede ver a un hombre sin conocerlo, ¿no es así?
EL CABALLERO (entendiendo), - ¡Ah, cuán cierto! Es claro, es claro. Hay un
miembro del Club de Viajeros que ha puesto en duda la veracidad de un experimento que
realicé en el Polo Sur. Veo a ese hombre casi todos los días, cuando estoy en casa. Pero
me niego a conocerlo. Zoo. -Si pudiese verlo con más claridad a través de
una lente de aumento, o examinar una gota de su sangre al microscopio, o disecarle
todos los órganos y analizarlos químicamente, ¿lo conocería entonces?
EL CABALLERO. - Por supuesto que no. Cualquier investigación de ésas no haría
más que aumentar el disgusto que me inspira y afirmarme más que nunca en mi decisión
de no conocerlo bajo pretexto alguno.
ZOO. -Y sin embargo tendría mucha más conciencia de él, ¿no es cierto?
EL CABALLERO. -No permitiría que eso me comprometiese a ninguna familiaridad
con el individuo. He concurrido dos veces a los Deportes Estivales del Polo Sur, y ese
hombre pretende que ha estado en el Polo Norte, que apenas puede decirse que exista, ya
que se encuentra en medio del mar. Afirma que colgó su sombrero en él.
ZOO (riendo). - ¿Sabe que los viajeros son divertidos cuando dicen mentiras?
Quizá si usted lo estudiara por medio del microscopio encontraría en él algo de bueno.
EL CABALLERO, - No quiero encontrar nada de bueno en él. Además, señora, lo
que acaba de decir me alienta a formular una opinión` tan avanzada, tan intelectualmente
osada, que jamás me he atrevido a exponerla anteriormente, temiendo que me
encarcelasen por blasfemia o aun que me quemaran vivo.
ZOO. - ¿De veras? ¿Y qué opinión es ésa?
EL CABALLERO (luego de mirar con cautela en derredor).-No apruebo los
microscopios. Nunca los he aprobado.
ZOO. - ¿Y eso es avanzado? ¡Oh, papito, eso es puro oscurantismo!
EL CABALLERO. -Llámelo así, si le parece, señora; pero yo afirmo que es
peligroso mostrarle demasiadas cosas a la gente que no sabe lo que está viendo. Creo
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que un hombre que está cuerdo mientras contempla el mundo con sus propios ojos,
puede convertirse en un loco peligroso si se dedica a observar el mundo a través de
telescopios y microscopios. Aun cuando narre cuentos de gigantes y enanos, es mejor que los
gigantes no sean demasiado grandes, ni los enanos demasiado pequeños y maliciosos. Antes
de la aparición del microscopio, nuestros cuentos de hadas sólo hacían que a los chicos se les
pusiese agradablemente la carne de gallina, y no asustaban de ningún modo a los mayores.
Pero los hombres del microscopio se aterrorizaron a sí mismos y a todos los demás, hasta
perder y hacerles perder la chaveta, con los monstruos invisibles que veían, ¡pobres cositas
inofensivas, que mueren al contacto de un rayo de sol y que son, ellas mismas, víctimas de las
enfermedades que supuestamente producen? Digan los hombres de ciencia lo que dijeren, la
imaginación sin microscopios era bondadosa y a menudo valiente, porque trabajaba con cosas
de las cuales tenía verdadero conocimiento. Pero la imaginación con microscopios, trabajando
con un espeluznante espectáculo de millones de grotescas criaturas, acerca de cuya naturaleza
no tenía conocimiento, se convirtió en un delirio de persecución, cruel y aterrado. ¿Se da
cuenta, señora, de que en el siglo XXI de la era seudo cristiana ocurrió una matanza general
de hombres de ciencia, en la cual quedaron demolidos todos sus laboratorios y destruídos
todos sus aparatos?
ZOO.-Sí, los de vida breve son tal salvajes en sus progresos como en sus retrocesos.
Pero cuando la ciencia reculó, ya se le había enseñado cuál era su lugar. Los simples
coleccionistas de hechos anatómicos o químicos no podían saber sobre la ciencia -se suponíamás que el coleccionista de sellos usados sobre el comercio internacional o la literatura. El
terrorista científico que tenía miedo de usar una cuchara o un vaso antes de haberlos
sumergido en algún ácido venenoso, para matar los microbios, no recibía ya títulos, pensiones
y monstruosos poderes sobre el cuerpo de las demás personas; era enviado a un manicomio y
tratado allí hasta que recuperaba el juicio. Pero todo eso es historia antigua: la extensión de la
vida a trescientos años ha proporcionado a la raza humana jefes capaces y aniquilado todas
esas tonterías.
EL CABALLERO (quisquilloso). - Por lo que parece, todos los progresos de la
civilización se deberían a los de vida exageradamente larga. ¿No sabe que este problema era
familiar ya a los hombres que morían antes de haber alcanzado mi edad?
ZOO. - ¡Oh, sí!; uno o dos de ellos lo insinuaron débilmente. Un antiguo escritor cuyo
nombre nos ha llegado bajo distintas formas, tales como Shakespear, Shelley, Sheridan y
Shoddy, tiene un notable pasaje en cuanto a que el talante de ustedes es horriblemente
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conmovido por pensamientos que están más allá del alcance del alma. No es gran cosa,
¿verdad?
EL CABALLERO, - De cualquier
manera, señora, si trata de comparar edades
recordarle que, sean los secundarios y los terciarios 1o q u e - fueren, usted es más joven que
yo.
ZOO. - Sí, papito; pero no es la cantidad de años que queda detrás, sino la que tenemos
por delante que nos hace cuidadosos, responsables y decididos a descubrir la verdad acerca de
todo. ¿Qué le importa a usted si algo es verdad o no? Su carne es como la hierba; usted crece
como una flor y se marchita en la segunda infancia. Una mentira dura toda la vida de usted,
pero no toda la mía. Si supiese que tengo que morir dentro de veinte años, no valdría la pena
adquirir educación; no me molestaría por nada que no fuese gozar un poco en vida.
EL CABALLERO. -Jovencita, está equivocada. Por breve que sea nuestra vida,
nosotros -los mejores de nosotros, por supuesto- consideramos la civilización y la cultura, el
arte y la ciencia, como una antorcha eternamente ardiente, que pasa de manos de una
generación a la de la siguiente. Y cada generación la enciende con llama más viva, más
orgullosa. De ese modo cada vida, por breve que sea, contribuye con un ladrillo al vasto y
creciente edificio, con una página al volumen sagrado, con un capítulo a la Biblia, con una
Biblia a la literatura. Puede que seamos insectos, pero, como el insecto del coral, construímos
islas que se convierten en continentes; como la abeja, acumulamos alimentos para futuras comunidades. El individuo perece, pero la raza es inmortal. La bellota de hoy es el roble del
próximo milenario. Yo arrojo mi piedra al túmulo funerario y muero; pero los que vienen
detrás añaden otra piedra y otra. ¡Y de pronto ... una montaña! Yo... (Zoo lo interrumpe
riéndose cordialmente de él. El caballero, con dignidad ofendida.) ¿Puedo preguntarle qué
cosa de las que dije le provoca esa hilaridad?
ZOO. - ¡Ay, papito, papito. . . es usted un hombrecito gracioso, con todas sus
antorchas y llamas, y sus ladrillos y edificios y páginas y volúmenes y capítulos y corales e
insectos, y abejas y bellotas y piedras y montañas... !
EL CABALLERO. - Metáforas, señora. Simplemente metáforas.
ZOO. - Imágenes, imágenes, imágenes. Pero yo hablaba de hombres, no de imágenes.
EL CABALLERO. -Quise ejemplificar -en forma no del todo desdichada, espero- la
gran marcha del Progreso. Le he mostrado cómo, a pesar de lo breve que es nuestra vida de
orientales, la humanidad cobra estatura de generación en generación, de época en época,
desde la barbarie a la civilización, de la civilización a la perfección.
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ZOO.-Ya entiendo. El padre llega a tener un metro ochenta de estatura y entrega su
metro ochenta al hijo, quien le agrega otro tanto, con lo que mide tres metros sesenta. Entrega
esos tres metros y pico a su hijo, que en su madurez alcanzará los cinco metros cuarenta. Y así
siguiendo. Dentro de mil años tendrán todos unos tres o cuatro kilómetros de altura. A ese
ritmo, sus antepasados Bilge y Bluebeard, a quienes usted llama gigantes, debían de tener uno
o dos centímetros de estatura.
EL CABALLERO. -No estoy aquí para intercambiar retruécanos y paradojas con una
muchacha que no sabe pronunciar los más grandes apellidos de la historia. Hablo en serio.
Estoy tratando en serio un tema solemne. Nunca dije que el hijo de un hombre de un metro
ochenta tuviese que tener tres metros sesenta.
ZOO. - ¿No es eso lo que quiso decir?
EL CABALLERO. -Indudablemente, no.
ZOO. - Entonces no quiso decir nada. Y ahora escúcheme un poco, cosita efímera. Sé
perfectamente a qué se refería cuando habló de su antorcha entregada de generación a
generación. Pero cada vez que la antorcha pasa de mano en mano, se apaga hasta convertirse
en la chispa más minúscula, y el que la recibe sólo puede volver a encenderla con su propia
luz. Usted no es más alto que Bilge o Bluebeard, ni es más sabio que ellos. La sabiduría de
ellos, fuese cual fuere, murió cuando murieron ellos. Y también murió su energía, si es que
esa energía existió alguna vez fuera de la imaginación de usted. No sé qué edad tiene
usted; parece tener unos quinientos años.. .
EL CABALLERO. - ¡Quinientos! Vamos, señora. . .
ZOO (continuando).- . . . pero sé, naturalmente, que es una vulgar persona de vida
breve. Y bien, su sabiduría es apenas la que puede tener uno antes de haber adquirido
suficiente experiencia para distinguir su sabiduría de su tontería, su destino de sus
ilusiones, su. . .
EL CABALLERO.-En una palabra, dones como los de usted.
ZOO.-No, no, no, no. ¿Cuántas veces tengo que decirle que lo que nos vuelve más
sabios no es el recuerdo de nuestro pasado, sino las responsabilidades de nuestro futuro?
Cuando sea una terciaria seré más irreflexiva de lo que soy ahora. Si no puede entender
eso, por lo menos tiene que admitir que he aprendido de los terciarios. Los he visto
trabajar y he vivido bajo las instituciones de ellos. Como todos los jóvenes, me he rebelado contra ellos, y en su avidez de nuevas luces y nuevas ideas, me escucharon y me
alentaron a rebelarme. Pero mis ideas no dieron resultado y las de ellos sí; y ellos me
explicaron por qué. No tienen sobre mí otro poder que ése; rechazan todo otro poder, y
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por consiguiente tienen sobre mí un poder sin límites, salvo el que ellos mismos quieran
ponerle. Usted es un niño gobernado por niños que cometen tantos errores y son tan
perversos, que usted se rebela continuamente contra ellos. Y como ellos no pueden
convencerlo
de
que
tienen
razón,
sólo
consiguen
gobernarlo
castigándolo,
encarcelándolo, torturándolo, matándolo, si los desobedece sin ser lo bastante fuerte
para matarlos o torturarlos a ellos.
EL CABALLERO. -Puede que eso sea un hecho desdichado. Lo condeno y lo
deploro. Pero nuestra inteligencia es más grande que los hechos. Sabemos más. Los más
grandes maestros de la antigüedad, seguidos por la galaxia de cristos que surgió en el
siglo XX, para no hablar de dirigentes espirituales tan relativamente modernos como
Pamplino, Bobox y Burrasno, enseñaron, todos, que el castigo y la venganza, la coerción
y el militarismo, son errores, y que la regla áurea ...
ZOO (interrumpiendo). -Sí, sí, sí, papito; nosotros, los de vida larga, lo sabemos
perfectamente. Pero, ¿alguno de los discípulos de ellos consiguió gobernarlos un solo
día basándose en sus cristianos principios? No basta saber qué es bueno; hay que estar
en condiciones de practicarlo. Y ellos no pudieron porque no vivieron lo suficiente para
averiguar cómo, ni para superar las infantiles pasiones que les impedían desearlo
realmente. Usted sabe de sobra que sólo consiguieron mantener el orden- si se puede
llamar orden- gracias a la coerción y el militarismo que denunciaban y deploraban. Y en
rigor tuvieron que matarse entre sí para predicar su propio evangelio e impedir que los
mataran.
EL CABALLERO.-La sangre de los mártires, señora, es la simiente de la Iglesia.
ZOO. - ¡Más imágenes, papito! La sangre de los de vida corta cae en terreno
pedregoso.
EL CABALLERO (poniéndose de pie, malhumorado). - Lo que pasa es que le
molesta el tema de la longevidad. Me gustaría que lo dejáramos. Es más bien personal y
de mal gusto. La naturaleza humana es la naturaleza humana, de vida larga o de vida
breve, y siempre lo será.
ZOO.-¿Entonces abandona la idea del progreso?
¿Deja de lado la antorcha, el ladrillo, la bellota y todo lo demás?
EL CABALLERO.-En modo alguno. Soy partidario del progreso y de la libertad
que se amplía de precedente a precedente.
ZOO.-No cabe duda: es un verdadero britano.
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EL CABALLERO. - Y estoy orgulloso de ello. Pero siento que en su boca el
cumplido oculta algún insulto, de modo que no le agradezco por él.
Zoo. -Sólo quise decir que si bien los britanos dicen a veces cosas muy agudas y
cosas muy profundas, así como cosas tontas y superficiales, siempre las olvidan a los
diez minutos de haberlas dicho.
EL CABALLERO. -Dejemos las cosas como están, señora; dejémoslas así.
(Vuelve a sentarse.) Ni siquiera de un Papa podría esperarse que estuviese todo el
tiempo pontificando. Nuestros relámpagos de inspiración demuestran que tenemos el
corazón en el lugar adecuado.
ZOO.-Por supuesto. No se puede tener el corazón en ningún lugar que ro sea el
correcto.
EL CABALLERO. - ¡Bah!
ZOO.-Pero se pueden poner las manos en el lugar inadecuado. En los bolsillos del
prójimo, por ejemplo. De modo que ya ve: las manos son lo que realmente importa.
EL CABALLERO (agotado). -Bueno, es inevitable que una mujer pronuncie la
última palabra. No quiero discutir con usted.
ZOO. - Magnífico. Y ahora volvamos al aspecto realmente interesante de nuestra
conversación. ¿Recuerda? El dominio que sobre los de corta vida ejercen las imágenes y
las metáforas.
EL CABALLERO (aterrado). - ¿Quiere decir, señora,
ZOO. - ¡Kiplinguizado! ¿Qué quiere decir eso?
EL CABALLERO. - Hace unos mil años existían dos autores llamados Kipling. Uno era
un oriental y escritor de mérito; el otro, por ser occidental, era, naturalmente, apenas un
bárbaro divertido. Se dice que inventó el cerco eléctrico. Considero que al usarlo conmigo se
han tomado ustedes una libertad demasiado grande.
ZOO. - ¿Qué es una libertad?
EL CABALLERO (exasperado). -No se lo explicaré, señora. Creo que lo sabe tan bien
como yo. (Se sienta en la bita, colérico.)
Zoo. -No, hasta una persona como usted puede decirme cosas que no conozco. ¿No se
ha dado cuenta de que desde que está aquí no hacemos más que formularle preguntas?
EL CABALLERO. -¡Que si me he dado cuenta! ¡Si casi me ha vuelto loco! . . . ¿Ve
estas canas? Pues cuando desembarqué apenas tenía el cabello gris; todavía se podían ver con
claridad mechones del color castaño rojizo de antes.
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ZOO.-Ese es uno de los síntomas del desaliento. Pero, ¿ha advertido algo mucho más
importante para usted: que nunca nos ha hecho una sola pregunta, a pesar de que sabemos
mucho más que usted?
EL CABALLERO.-No soy un chiquillo, señora. Creo que ya he tenido ocasión de
afirmarlo. Y soy un experto viajero. Sé que lo que el viajero observa tiene que existir
realmente, porque de lo contrario no podría observarlo. Pero lo que le dicen los nativos es
invariablemente pura fantasía.
ZOO. -Aquí no, papito. Nuestra vida es demasiado larga para que digamos mentiras. Se
descubren todas. Será mejor que me formule preguntas, mientras pueda.
EL CABALLERO.-Si se me presenta la ocasión de consultar al oráculo, hablaré con
uno verdadero, no con una pollita primaria que pretende serlo. Si es usted una nodriza, atienda
sus obligaciones y no tenga la osadía de imitar a sus mayores.
ZOO (poniéndose de pie, ominosa, y ruborizándose). - ¡Pedazo de tonto!...
EL CABALLERO (con voz de trueno). - ¡Silencio! ¿Me oye? ¡Cierre la boca!
Zoo.-Me está ocurriendo algo muy desagradable. Siento que un calor me recorre todo el
cuerpo. Tengo un horrible deseo de injuriarlo. ¿Qué me ha hecho?
EL CABALLERO (triunfante). - ¡Ahá! La he hecho ruborizarse. Ahora sabe lo que es
el rubor. ¡Enrojecer de vergüenza!
ZOO. - Lo que ha hecho, sea lo que fuere, es algo tan absolutamente malvado, que si no
deja de hacerlo lo mataré.
EL CABALLERO (dándose cuenta del peligro que corre). -Sin duda le parecerá que
está bien amenazar a un anciano...
ZOO (con ferocidad),- ¿Anciano? ¡Usted es un chiquillo, un chiquillo perverso! Y aquí
matamos a los niños malos. Lo hacemos aun contra nuestra voluntad, por instinto. Tenga
cuidado.
EL CABALLERO (levantándose, con alicaída cortesía). -No tenía la intención de
herir sus sentimientos. Yo... (Disculpándose con esfuerzo.) Le ruego que me perdone. (Se
quita el sombrero y hace una inclinación de cabeza.) ZOO.-¿Qué significa eso?
EL CABALLERO.-Retiro lo que dije. Zoo.-¿Cómo puede retirar lo que ha dicho? EL
CABALLERO.-Sólo le digo que lo siento.
ZOO. - Y con motivo. Está desapareciendo esa repugnante sensación que hizo
presa de mí, pero usted se ha escapado por un pelo. No haga otro intento de matarme,
porque a la primera señal de su voz o su rostro lo dejaré muerto.
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EL CABALLERO. - ¡Yo, tratar de matarla! ... ¡Qué monstruosa acusación! (Zoo
frunce el entrecejo. El caballero se corrige con prudencia.) Quiero decir malentendido.
Jamás se me habría ocurrido nada por el estilo. No puede usted creer que sea un
asesino...
ZOO. -Sé que lo es. Y no sólo porque lance palabras contra mí como si fuesen
piedras, tratando de herirme. Usted despertó en mí el instinto de matar. No sabía que ese
instinto existiese en mi naturaleza; jamás fué despertado y lanzado contra mí,
advirtiéndome que debía matar o ser muerta. Ahora tengo que reconsiderar toda mi
posición política. Ya no soy conservadora.
EL CABALLERO (dejando caer el sombrero). - ¡Cielos, ha perdido el juicio! Estoy
a merced de una demente; tendría que haberme dado cuenta de ello desde el comienzo.
Ya no puedo aguantar más. (Ofreciendo su pecho al sacrificio.) Máteme de una vez, ¡y
que mi muerte le haga provecho!
ZOO. -Sería inútil, a menos de que todos los otros de vida breve fuesen muertos al
mismo tiempo. Además, es una medida que tiene que decidirse política y constitucionalmente, no por una sola persona. Ello no obstante, estoy dispuesta a discutirlo
con usted.
EL CABALLERO.-No, no, no. Preferiría discutir su intención de retirarse del
partido conservador. Me resulta imposible imaginarme cómo los conservadores han tolerado sus opiniones hasta ahora. Lo único que se me ocurre es que usted debe de haber
hecho importantes contribuciones a los fondos del partido. (Recoge el sombrero y vuelve
a sentarse.)
ZOO. - Déjese de parloteos insensatos; nuestra principal controversia política es la
más trascendental del mundo para usted y sus semejantes.
EL CABALLERO (interesado), - ¿De veras? Por favor, ¿puedo preguntarle de qué
se trata? Me interesa mucho la política, y quizá pueda ser de alguna utilidad. (Se pone el
sombrero, ladeándolo levemente.)
ZOO. -Tenemos dos grandes partidos: el conservador y el de la colonización. Los
colonizadores opinan que debemos crecer en número y colonizar. Los conservadores
sostienen que tenemos que seguir siendo lo que somos, una raza aparte, limitada a estas
islas, envuelta en la majestad de su sabiduría, establecida en un país considerado como
tierra sacra por un mundo que nos adora, con nuestra frontera sagrada trazada
indisputablemente por el océano. Afirman que nuestro destino es gobernar el mundo, y
que ya lo hacíamos incluso cuando nuestra vida era breve. Dicen que nuestro poder y
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nuestra tranquilidad dependen de nuestra lejanía, nuestro aislamiento y la restricción de
nuestro crecimiento en número. Hace cinco minutos, ese era mi credo político. Ahora no
creo que deba seguir existiendo ninguna persona de vida breve. (Se deja caer otra vez,
negligentemente, sobre los sacos.)
EL CABALLERO, - ¿Debo inferir de ello que me niega el derecho a vivir sólo
porque -tal vez imprudentemente- la he censurado un poco?
ZOO. - ¿Vale la pena vivir tan poco tiempo? ¿Son ustedes de alguna utilidad para
sí mismos?
EL CABALLERO (estupefacto). - ¡Vaya, por mi alma! Zoo, -Es un alma muy
pequeña. Ustedes no hacen más que fomentar en nosotros el pecado de orgullo y
nos obligan a bajar la vista para verlos, en lugar de permitirnos dirigirla hacia arriba,
hacia algo más alto que nosotros mismos.
EL CABALLERO.-¿No es esa una opinión egoísta, señora? ¿Piense en el bien que nos
hacen con los consejos oraculares!
ZOO.-¿De qué les sirven nuestros consejos? Vienen a consultarnos cuando saben que se
encuentran en dificultades. Pero no se dan cuenta de tales dificultades hasta veinte años
después de que cometieron los errores que las provocaron, y entonces ya es demasiado tarde.
No entienden nuestros consejos; con frecuencia hacen más daño al obrar basándose en ellos
que si actuaran de acuerdo con sus propios recursos infantiles. Si no fuesen tan pueriles no
vendrían a consultarnos; la experiencia les diría que esas consultas al oráculo no les son nunca
de verdadera utilidad. Pintan maravillosos cuadros imaginarios de nosotros y escriben
narraciones y poemas ficticios sobre nuestras benéficas acciones del pasado, sobre nuestra
sabiduría, nuestra justicia, nuestra piedad; narraciones en las que a menudo aparecemos como
juguetes sentimentales de las oraciones y sacrificios de ustedes. Pero sólo lo hacen para no ver
la verdad: que son incapaces de utilizar nuestra ayuda. El Primer Ministro de ustedes finge
haber venido a ser guiado por nuestro oráculo, pero no nos engaña. Sabemos de sobra que ha
venido para que, a su vuelta, pueda estar investido de la autoridad y dignidad del que ha
visitado las islas sagradas y hablado cara a cara con los inefables. Pretenderá que todas las
medidas que quiere tomar para sus propios fines le han sido recomendadas por el oráculo.
EL CABALLERO.-Pero usted olvida que las respuestas del oráculo no pueden ser
mantenidas en secreto ni
tergiversadas. Son escritas y promulgadas. El jefe de la oposición puede conseguir
copias. Todas las naciones las conocen. La diplomacia secreta ha sido totalmente abolida.
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ZOO. - Sí, ustedes publican documentos, pero son mutilados o fraguados. Y aun
cuando publicaran las verdaderas respuestas, sería lo mismo, porque los de vida breve no
pueden interpretar los escritos más sencillos. Sus escrituras les ordenan, en los términos más
simples, que hagan exactamente lo contrario de todo lo que las leyes y los gobernantes
elegidos por ustedes ordenan y ejecutan. No pueden desafiar a la naturaleza. La ley de la
naturaleza dice que existe una relación fija entre la conducta y la duración de la vida.
EL CABALLERO. -Jamás oí hablar de tal ley, señora. Zoo. -Pues lo está oyendo ahora.
EL CABALLERO. - Permítame que le diga que nosotros, los de vida breve, como nos
llama, hemos prolongado considerablemente nuestra vida.
ZOO. - ¿Cómo?
EL CABALLERO.-Ahorrando tiempo. Capacitando a los hombres para cruzar el
océano en una tarde y para hablar unos con otros a miles de kilómetros de distancia.
Abrigamos la esperanza de que dentro de poco podremos organizar el trabajo y pondremos las
fuerzas naturales al servicio del hombre, en forma tan científica, que la carga del trabajo
dejará de ser perceptible, proporcionando al hombre común tanto tiempo libre, que no sabrá
qué hacer con él.
ZOO. - Papito, el hombre cuya vida es prolongada de ese modo estará más atareado que
un salvaje. Pero la diferencia entre esos hombres que viven veinte años y los que viven
trescientos será mayor aún, porque para un hombre de vida breve, el aumento de edad es sólo
aumento de fatigas, en tanto que para uno de vida larga cada año de más es una
perspectiva que lo obliga a tender sus facultades al máximo. En consecuencia le digo que
los que vivimos trescientos años no podemos servirles de nada a los que viven menos de
cien, y que nuestro verdadero destino no es aconsejarlos y gobernarlos, sino suplantarlos y
reemplazarlos. En esa convicción, ahora me declaro colonizadora y exterminadora.
EL CABALLERO. - ¡Oh, despacio, despacio! ¡Por favor, por favor! Reflexione, se
lo imploro. Es posible colonizar sin exterminar a los nativos. ¿Quiere tratarnos con menos
misericordia de lo que nuestros bárbaros antepasados trataron a los pieles rojas y los
negros? ¿Acaso nosotros, los britanos, no tenemos derecho a ocupar por lo menos algunos
terrenos reservados?
ZOO. - ¿De qué sirve prolongar la agonía? Perecerán lentamente en nuestra
presencia, no importa lo que hagamos para conservarlos. Usted mismo estaba casi muerto
hoy, cuando me encargué de usted, y sólo por haber hablado durante unos minutos con un
secundario. Además, tenemos que basarnos en nuestra propia experiencia. ¿No oyó decir
jamás que nuestros hijos retroceden a veces al tipo ancestral y nacen con vida breve?
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EL CABALLERO (ansioso).-Nunca. Espero que no se ofenderá si le digo que sería
para mí un gran consuelo que me pusieran al cuidado de uno de esos individuos normales.
ZOO. -Anormales, querrá decir. Lo que pide es imposible; los aniquilamos.
EL CABALLERO. -Cuando dice que los aniquilan, un estremecimiento me recorre
la espalda. Espero que no querrá decir que... que... ayudan a la naturaleza en alguna
forma...
ZOO. - ¿Por qué no? ¿No conoce el dicho del sabio chino Dee Ning, de que un buen
jardín necesita que le extirpen las malezas? Pero no es necesario que nosotros
intervengamos. Por supuesto, somos más bien exigentes en cuanto a las condiciones en
que consentimos vivir. A uno no le molesta la pérdida accidental de un brazo, una pierna o
un ojo; en fin de cuentas, nadie, con dos piernas, se siente desdichado por no tener tres. Y
entonces, ¿por qué un hombre con una sola habría de sentirse desgraciado por no tener
dos? Pero las enfermedades de la mente y el carácter son otra cosa. Si uno de nosotros
carece de dominio de sí mismo, o es demasiado débil para soportar la tensión de nuestra
vida sin ceder, o es atormentado por apetitos y supersticiones depravados, o le resulta
imposible liberarse del dolor y la depresión, entonces, naturalmente, se desalienta y se
niega a vivir.
EL CABALLERO. - ¡Buen Dios! ¿Se rebana la cabeza, quiere decir?
ZOO.-No, ¿por qué habría de rebanársela? Se muere, simplemente. Quiere morir.
Está descorazonado, decimos nosotros.
EL CABALLERO. -¡Vaya! Pero supongamos que sea lo bastante depravado para no
querer morir y que soluciona la dificultad matándolos a todos ustedes. . .
ZOO.- ¡Oh!, entonces será uno de los de vida breve completamente degenerados
que de tanto en tanto aparecen. En ese caso emigra.
EL CABALLERO. -¿Y qué sucede con él luego? ZOO. -Ustedes, los de vida corta,
tienen muy elevada opinión de ellos. Los aceptan como grandes hombres. EL
CABALLERO,-Usted me asombra. Y sin embargo tengo que admitir que lo que me dice
explica muchas cosas de las pocas que conozco en cuanto a la vida de los
grandes hombres. Tenemos que resultarles muy convenientes a ustedes como vaciadero
de fracasados.
ZOO. - Efectivamente.
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EL CABALLERO. - Bien. Entonces, si llevan a cabo su plan de colonización y no
dejan en el mundo ni un solo país de gente de vida breve, ¿qué harán con los indeseables de
ustedes?
ZOO. -Matarlos. Nuestros terciarios no son muy remilgados en ese sentido.
EL CABALLERO.- ¡Válgame Dios!
ZOO (mirando el sol).-Venga. Son las cuatro de la tarde y usted tiene que unirse a su
grupo a las cuatro y media en el templo de Galway.
EL CABALLERO (poniéndose de pie). - ¡Galway! ¿Podré por fin jactarme de haber
visto esa magnífica ciudad? Zoo. - Se llevará una desilusión. No tenemos ciudades. Hay un
templo del oráculo, eso es todo.
EL CABALLERO. - ¡Ay! ¡Y yo que vine aquí para ver realizados dos sueños
largamente acariciados! ... Uno era ver Galway. Se ha dicho: "Ver Galway y después morir."
El otro era contemplar las ruinas de Londres.
ZOO. - ¿Ruinas? No toleramos ruinas. ¿Era Londres un lugar importante?
EL CABALLERO (sorprendido). - ¡Cómo! ¿Londres? Fue la ciudad más poderosa de
la antigüedad. (Retórico.) Situada precisamente donde la carretera de Dover cruza el
Támesis, era...
Zoo (interrumpiéndolo con sequedad).-Allí no hay nada ahora. ¿Por qué habría nadie
de elegir semejante lugar para vivir? Las casas más cercanas están en un lugar llamado Costasobre-el-Prado; es muy antiguo. Venga. Cruzaremos el agua. (Baja los escalones.)
EL CABALLERO. - Sic transit gloria mundi.
ZOO (desde abajo). - ¿Cómo dice?
EL CABALLERO (desesperado). -Nada. No me entendería. (Baja los escalones.)
ACTO II
Atrio ante el pórtico de columnatas de un templo. La puerta del templo se encuentra
en el centro del pórtico. Una mujer de majestuoso porte, cubierta por un velo y una larga
túnica, pasa por detrás de las columnas en dirección a la entrada. Por el lado opuesto
entra, caminando con pasos medidos, un hombre de figura maciza, afeitado, melancólico
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y aplomado, muy parecido a Napoleón I, ataviado con un uniforme militar de corte napoleónico, Se lleva la mano a la solapa, al modo tradicional, y clava la mirada en la
mujer. Ésta se detiene, en actitud que expresa altanero asombro ante la audacia de él. El
hombre está a la derecha de ella, ella a la izquierda de él.
NAPOLEÓN (solemne). -Soy el Hombre del Destino.
LA MUJER DEL VELO (sin impresionarse).- ¿Cómo entró aquí?
NAPOLEÓN.-Caminando. Camino hasta que me detienen. Pero nunca me detienen.
Le digo que soy el Hombre del Destino.
LA MUJER DEL VELO. -Si se mete aquí sin que lo guíe uno de nuestros niños, su
destino será muy corto. Supongo que pertenecerá a la comitiva del enviado de Bagdad.
NAPOLEÓN. -Vine con él, pero no le pertenezco. Me pertenezco a mí mismo. Haga
el favor de decirme cómo llego hasta el oráculo, si puede. Si no, no me haga perder el
tiempo.
LA MUJER DEL VELO. -SU tiempo, pobre criatura, es breve. No lo derrocharé. Su
enviado y el grupo de él estarán aquí muy pronto. La consulta al oráculo ha sido dispuesta
para ellos y se realizará de acuerdo con el ritual prescrito. Puede esperar aquí hasta que
lleguen. (Se vuelve para entrar en el templo.)
NAPOLEÓN. -jamás espero. (Ella se detiene,) Supongo que el ritual prescrito será
el clásico: la pitonisa con su trípode, los vapores embriagadores elevándose del abismo,
las convulsiones de la sacerdotisa cuando trasmite el mensaje del dios, etcétera. Esas
cosas no me engañan; yo mismo las empleo para engañar a los bobos. Creo que lo que es,
es. Sé que lo que no es, no es. Las cabriolas de una mujer sentada en un trípode y
fingiendo estar borracha no me interesan. Las palabras se las pone en la boca, no un dios,
sino un hombre de trescientos años de edad que ha tenido capacidad de aprovechar su
experiencia. Quiero hablar con ese hombre cara a cara, sin mascaradas ni imposturas.
LA MUJER DEL VELO. - Usted parece ser una persona extraordinariamente
sensata. Pero no existe tal anciano Yo soy el oráculo de turno hoy. Ahora mismo iba a
ocupar mi lugar en el trípode, para realizar la habitual mascarada, como usted, con
justicia, la llama, a fin de impresionar a su amigo el enviado. Como usted está por encima
de esas cosas, puede consultarme ahora. (Lo conduce al centro del atrio.)
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NAPOLEÓN (siguiéndola). - Señora, no he hecho este lago viaje para discutir
asuntos de Estado con una mujer. Tengo que pedirle que me ponga en comunicación con
uno de sus hombres más ancianos y capaces.
EL ORÁCULO. -Ninguno de nuestros hombres o mujeres más ancianos y capaces
soñaría siquiera con perder su tiempo en usted. Porque usted se moriría de desaliento, en
presencia de ellos, en menos de tres horas.
NAPOLEÓN. -Reserve esa fábula ociosa del desaliento para personas lo bastante
crédulas como para dejarse intimidar por ella, señora. No creo en las fuerzas metafísicas.
EL ORÁCULO.-Nadie le pide que crea en ellas. Un campo es algo físico, ¿verdad?
Bien, pues yo tenga un campo.
NAPOLEÓN. - Y O
tengo varios millones de campos. Soy emperador de
Turania.
EL ORÁCULO.-No me entiende No hablo de un campo de cultivo. ¿No sabe que
toda masa de materia en movimiento lleva consigo un campo de gravitación, invisible;
que cada imán lleva un campo magnético invisible y cada organismo vivo un campo
mesmeriano? Usted mismo tiene un campo mesmeriano perceptible. Aunque débil, es el
más fuerte que he observado hasta ahora en un hombre de vida breve.
NAPOLEÓN. -De ningún modo débil, señora. Ahora la entiendo, y permítame que
le diga que las personalidades más fuertes se doblegan en mi presencia y se someten a mi
dominio. Pero no llamo a eso fuerza física.
EL ORÁCULO. - ¿Y qué nombre le da, por favor? Nuestros físicos lo estudian.
Nuestros matemáticos lo expresan en ecuaciones algebraicas.
NAPOLEÓN. - ¿Eso quiere decir que podrían medir mi campo?
EL ORÁCULO.-Sí, con una cifra infinitamente próxima a cero. Incluso en nosotros
esa fuerza es insignificante durante nuestro primer siglo de vida. En el segundo siglo se
desarrolla con rapidez y se vuelve peligrosa para los de vida breve que se arriesgan a
penetrar en su campo. Si yo no estuviese ataviada con un velo y una túnica de material
aislante, usted no podría soportar mi presencia, y eso que todavía soy una mujer joven:
ciento setenta años, si quiere saberlo con exactitud.
NAPOLEÓN (cruzándose de brazos).-No me intimida; ninguna mujer viviente,
vieja o joven, puede desasosegarme. Quítese el velo, señora. Sáquese la túnica. Tan fácil
le será mover este templo como conmoverme a mí.
EL ORÁCULO.-Muy bien. (Se echa el velo hacia atrás.)
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NAPOLEÓN (chillando, tambaleándose y cubriéndose los ojos). -¡No! ¡Basta!
¡Vuelva a cubrirse el rostro! (Cierra los ojos y se aprieta frenéticamente la garganta y el
corazón.) ¡Déjeme! Socorro! ¡Me muero!
EL ORÁCULO. - ¿Todavía quiere consultar a una persona de más edad?
NAPOLEÓN. - ¡No, no! ¡El velo, el velo, se lo ruego!
EL ORÁCULO (volviendo a ponérselo). -Muy bien.
NAPOLEÓN. - ¡Uf! No siempre puede uno estar de
buenas. Sólo dos veces en mi vida he perdido el valor y me he portado como un
cobarde. Pero le prevengo que no debe juzgarme por esos momentos involuntarios.
EL ORÁCULO.-No tengo por qué juzgarlo. ¿Quiere consultarme?. . . Pues hable en
seguida o me iré a mis ocupaciones.
NAPOLEÓN (al cabo de un momento de vacilación hinca respetuosamente una
rodilla en el suelo),-Yo...
EL ORÁCULO. - ¡Oh!, levántese, levántese. ¿Es usted tan tonto para ofrecerme
esta farsa que antes despreció?
NAPOLEÓN (incorporándose). -Me arrodillé a pesar mío. La felicito, señora; es
usted impresionante.
EL ORÁCULO (impaciente). - ¡El tiempo, el tiempo, el tiempo urge!
NAPOLEÓN.-No me mezquinará el tiempo necesario, señora, cuando conozca mi
caso. Soy un hombre dotado de cierto talento específico, en grado absolutamente
extraordinario. En todo otro sentido no soy un hombre muy fuera de lo común: mi familia
no es influyente, y sin ese talento no haría mucho viso en el mundo.
EL ORÁCULO. - ¿Y por qué habría de hacer viso en el mundo?
NAPOLEÓN. -La superioridad se hace sentir, señora. Pero cuando digo que poseo
ese talento no me expreso con precisión. La verdad es que ese talento me posee a mí. Es
el genio. Me empuja a emplearlo. Y tengo que hacerlo. Cuando lo empleo soy grande. En
otros momentos no soy nadie.
EL ORÁCULO. -Pues bien, empléelo. ¿Necesita un oráculo para saber esto?
NAPOLEÓN. -Espere. Ese talento implica el derramamiento de sangre humana.
EL ORÁCULO. - ¿Es usted cirujano, dentista... ?
NAPOLEÓN. - ¡Bah! Usted no me aprecia, señora. Me refiero al derramamiento de
océanos de sangre, a la muerte de millones de hombres.
EL ORÁCULO. - Y supongo que éstos se oponen a ello.
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NAPOLEÓN.-De ningún modo. Me adoran.
EL ORÁCULO. - ¡Vaya!
NAPOLEÓN. -Jamás he derramado sangre con mis propias manos. Ellos se matan
entre sí; mueren con gritos de triunfo en los labios. Los que mueren maldiciendo, no me
maldicen a mí. Mi talento consiste en organizar
esa matanza, en proporcionarle a la humanidad esa terrible alegría que llaman
gloria, en liberar en ellos el demonio que la paz ha amarrado con cadenas.
EL ORÁCULO. -¿Y usted? ¿Comparte la alegría de ellos?
NAPOLEÓN.-En absoluto. ¿Qué satisfacción puedo experimentar en ver a un tonto
perforando las entrañas de otro con una bayoneta? Soy un hombre de carácter
principesco, pero de gustos y costumbres personales muy sencillos. Tengo las virtudes de
un trabajador: industriosidad e indiferencia a las comodidades personales. Pero necesito
apandar, porque soy tan superior a los demás hombres, que me resulta intolerable ser
desgobernado por ellos. Pero sólo como matador puedo llegar a ser gobernante. No puedo
ser grande como escritor; lo he intentado y fracasé. Carezco de talento como escultor o
pintor. Y como abogado, predicador, médico o actor, veintenas de hombres de segunda
fila resultan tan buenos como yo, o mejores. Ni siquiera soy diplomático: no sé más que
jugar mi carta de triunfo de fuerza. Lo único que puedo hacer es organizar la guerra.
¡Míreme! Parezco un hombre como cualquier otro porque nueve décimas partes de mi ser
son de humanidad corriente. Pero el décimo restante es una facultad que ningún otro hombre posee: la de ver las cosas tales como son.
EL ORÁCULO. - ¿Quiere decir que carece de imaginación?
NAPOLEÓN (enérgico). -Quiero decir que tengo la única imaginación digna de
tenerse: el poder de imaginar las cosas tales como son, aun cuando no pueda verlas. Usted
se siente superior a mí, ya lo sé; mejor dicho, es superior a mí. ¿No me puse acaso de
rodillas ante usted, por instinto? Y sin embargo la desafío a que pongamos a prueba
nuestros respectivos poderes. ¿Puede calcular lo que los matemáticos llaman vectores, sin
poner en el papel un solo signo algebraico? ¿Puede lanzar diez mil hombres a través de una
frontera y una cadena de montañas, y saber con exactitud, con un margen de un kilómetro,
dónde estarán al cabo de siete semanas? Lo demás no tiene .importancia: lo aprendí todo de
los libros, en la escuela militar. Y bien, ese gran juego de la guerra, ese jugar con ejércitos
como otros hombres juegan con bolos, tengo que continuarlo, en parte porque, si me inte-
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rrumpo, pierdo inmediatamente mi poder y me convierto en un mendigo en el país en que
ahora emborracho a los hombres de gloria.
EL ORÁCULO. - Sin duda querrá saber, entonces, cómo salir de esa desdichada
situación. . .
NAPOLEÓN. - Por lo general no se la encuentra desdichada, señora. Más bien se
piensa que es supremamente afortunada.
EL ORÁCULO. - Si usted también lo piensa así, continúe embriagándolos de gloria.
¿Por qué viene ahora a molestarme con la locura de ellos y los vectores de usted?
NAPOLEÓN.-Por desgracia, señora, los hombres no son sólo héroes; son también
cobardes. Desean la gloria, pero temen la muerte.
EL ORÁCULO. - ¿Por qué habrían de temerla? Su vida es demasiado breve para ser
digna de vivirla. Por eso es que creen que su juego de la guerra vale la pena de ser jugado.
NAPOLEÓN.-No ven las cosas de ese modo. El soldado más indigno quiere vivir
eternamente. Para obligarlo a correr el riesgo de ser muerto por el enemigo he tenido que
convencerlo de que, si vacila, será fusilado
inevitablemente al alba, por sus propios camaradas, por cobardía.
EL ORÁCULO. - ¿Y si sus camaradas se niegan a fusilarlo?
NAPOLEÓN. -Serán fusilados también ellos, por supuesto.
EL ORÁCULO. - ¿Por quiénes?
NAPOLEÓN. -Por sus camaradas.
EL ORÁCULO, - ¿Y si éstos se niegan?
NAPOLEÓN. - Hasta cierto punto, no se niegan.
EL ORÁCULO. -Pero cuando se llega a ese punto, usted mismo tiene que realizar el
fusilamiento, ¿eh?
NAPOLEÓN. - Desdichadamente, señora, cuando se llega a ese punto me fusilan ellos
a mí.
EL ORÁCULO. - ¡Mmmm! Me parece que sería mejor que lo fusilaran desde un
principio. ¿Por qué no lo hacen?
NAPOLEÓN. - Porque su amor por la pelea, su deseo de gloria, su temor a ser
tachados de cobardes, su instinto de someterse a terribles pruebas, su miedo a ser muertos o
esclavizados por el enemigo, su convicción de que defienden sus hogares, superan su
cobardía natural y los predispone, no sólo a arriesgar la vida, sino, además, a matar a todos
los que no quieran correr ese riesgo. Pero si la guerra se prolonga demasiado, llega un momento en que los soldados, y también los contribuyentes que los mantienen y los proveen de
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municiones, se encuentran en un estado que ellos describen diciendo que están hartos. Las
tropas han demostrado su valor y quieren volver a sus casas, a gozar en paz de la gloria que
esa valentía les ha conquistado. Además, el peligro de muerte se convierte en certidumbre
para cada soldado si la lucha continúa interminablemente; durante seis meses abriga la
esperanza de eludirlo, pero sabe que no podrá evitarlo durante seis años. De la misma
manera, el riesgo de la bancarrota se convierte también en certidumbre para el ciudadano.
Ahora bien, ¿qué significa todo eso para mí?
EL ORÁCULO, - ¿Tiene mucha importancia lo que signifique para usted, en medio
de tanta calamidad?
NAPOLEÓN. - ¡Bah, señora! Es lo único que importa. El valor de la vida humana
es el valor del más grande hombre viviente. Destruya esa capa infinitesimal de materia
gris que distingue mi cerebro del cerebro del hombre común, y habrá reducido la estatura
de la humanidad de la de un gigante a la de un cualquiera. Mi importancia es suprema;
mis soldados no importan en modo alguno: siempre se pueden conseguir más. Pero si me
mata a mí, o si pone fin a mi actividad (es lo mismo), entonces perece la parte más noble
de la vida humana. Tiene que salvar al mundo de esa catástrofe, señora. La guerra me ha
hecho popular, poderoso, famoso, históricamente inmortal. Pero preveo que si sigo hasta
el fin seré execrado, destronado, encarcelado y quizás ejecutado. Y, por otra parte, si dejo
de luchar me suicido como grande hombre y me convierto en un hombre común. ¿Cómo
puedo solucionar este trágico dilema? Estoy seguro de la victoria: soy invencible. Pero el
costa de la victoria es la desmoralización, la despoblación, la ruina de los triunfadores
tanto como la de los vencidos. ¿Cómo puedo satisfacer mi genio, luchando hasta la
muerte? Esa es la pregunta que formulo.
EL ORÁCULO.-Bien, ¿no le parece que ha sida demasiado arriesgado aventurarse a
venir a estas islas con semejante pregunta en los labios? Los guerreros no son muy
populares aquí, amigo mío.
NAPOLEÓN. - Si un soldado se dejase intimidar por
eso, señora, no sería ya un soldado. Además, no he venido desarmado. (Saca una
pistola.)
EL ORÁCULO. - ¿Qué es eso?
NAPOLEÓN.-Es un instrumento de mi profesión, señora. Levanto el percutor, la
encañono y oprimo este disparador que tengo baja mi dedo. Y usted cae muerta.
EL ORÁCULO. -Muéstremelo. (Tiende la mano para sacársela.)
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NAPOLEÓN (retrocediendo), -Perdóneme, señora. jamás confío mi vida en manos
de una persona sobre la que no tengo dominio.
EL ORÁCULO (con severidad). -¡Démela! (Se lleva la mano al velo.)
NAPOLEÓN (dejando caer la pistola y cubriéndose los ojos). - ¡Cuartel! Kamerad!
Tómela, señora. (La empuja hacia ella con el pie.) Me rindo.
EL ORÁCULO. -Déme eso. ¿Acaso espera que me incline a recogerlo?
NAPOLEÓN (sacándose, con esfuerzo, las manos de sobre los ojos). - Una pobre
victoria, señora. (Recoge la pistola y se la entrega.) No ha necesitado una estrategia
vectorial para conquistarla. (Convirtiendo su humillación en una postura.) Pero usted
goza con su triunfo. ¡Ha hecho que yo, Yo, Caín Hijodeadán Carlos Napoleón, emperador
de Turania, pidiese cuartel!
EL ORÁCULO. -La solución a su dificultad, Caín Hijodeadán, es muy sencilla.
NAPOLEÓN (ansioso).-Muy bien. ¿Cuál es?
EL ORÁCULO. -Morir antes de que descienda la marea de la gloria. Permítame.
(Le dispara un tiro. Napo.'eón cae con un grito. Ella arroja la pistola y entra altivamente
en el templo.)
NAPOLEÓN
(poniéndose
trabajosamente
de
pie).
-¡Asesina!
¡Monstruo!
¡Diablesa! ¡Arpía inhumana y antinatural! Mereces que te ahorquen, que te guillotinen,
que te desmiembren en la rueda, que te quemen viva! ... ¡No sabes cuán sagrada es la
vida humana! ¡No piensas en mi esposa e hijos! ¡Perra! ¡Cochina! ¡Ramera! (Recoge la
pistola.) ¡Y me erró a cinco metros de distancia! Es una mujer, por supuesto.
(Se va por donde vino, pero antes de salir se topa con Zoo, que llega a la cabeza de
un grupo formado por el Enviado británico, el caballero, la esposa del Enviado y su hija,
de unos dieciocho años de edad. El Enviado, un típico político, parece un criminal
imperfectamente reformado y disfrazado por un buen sastre. La vestimenta de las damas
es contemporánea de la del caballero y cuada para las ceremonias páblicas, oficiales, en
las capitales occidentales de fines del siglo XIX. Pasan en fila por el pórtico. Zoo se
coloca inmediata e imperiosamente a la derecha de Napoleón, en tanto que la esposa del
Enviado se apresura a ponerse efusivamente a la izquierda de aquél. Entretanto, el
Enviado pasa por detrás de las columnas, en dirección a la puerta, seguido por su hija. El
caballero se detiene al entrar, para ver por gané' Zoo se ha lanzado tan bruscamente sobre
el emperador de Turania.)
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ZOO (a Napoleón, con severidad). - ¿Qué está haciendo aquí, a solas? No tiene por
qué andar sin compañía. ¿Qué fué ese ruido que se escuchó hace un instante? ¿Qué tiene
en la mano? (Napoleón la contempla airado, enmudecido por la cólera, se guarda la
pistola y saca un silbato.)
LA ESPOSA DEL ENVIADO. - ¿NO viene con nosotros a ver al oráculo, sire?
NAPOLEÓN. -El oráculo se puede ir al demonio, y usted también. (Se vuelve para
irse.)
LA ESPOSA DEL ENVIADO
juntas
ZOO
¡Oh,
sire!
¿Adónde va?
NAPOLEÓN. - A buscar a la policía. (Pasa ante Zoo, empujándola casi y soplando
en el silbato,)
ZOO (saca su diapasón y canturrea). - ¡Hola Galway Central. (Los silbidos
continúan,) Listos para aislar. (Al caballero, quien contempla al emperador que silba.)
¿Hasta dónde ha llegado?
EL CABALLERO, -Hasta esa curiosa estatua de un viejo obeso.
ZOO (rápidamente, entonando), -Aíslen el monumento de Falstaff aíslen con
energía. Paralicen... (Los silbidos se interrumpen.) Gracias. (Guarda el diapasón.) No
podrá mover un músculo hasta que yo vaya a buscarlo.
LA ESPOSA DEL ENVIADO, - ¡Oh, se enojará terriblemente! ¿No oyó lo que
me dijo?
ZOO. - ¡Por lo que nos importa su enojo!
LA HIJA (colocándose entre su madre y Zoo).-Por favor, señora, ¿de quién es esa
estatua? ¿Y dónde puedo comprar una postal de ella? ¡Es tan graciosa! ... Cuando
volvamos sacaré una foto; lo que pasa es que a veces salen mal.
ZOO. -En el templo le darán grabados y juguetes para que se los lleve. La historia
de la estatua es demasiado larga. La aburriría. (Cruza el atrio para librarse de ellos,)
LA ESPOSA (efusiva), - ¡Oh, no, se lo aseguro!
LA HIJA (imitando a su madre), -Nos interesaría tanto ...
ZOO. -¡Tonterías! Lo único que puedo decirles al respecto es que hace unos mil
años, cuando todo el mundo estaba en manos de ustedes, los de vida breve, estalló una
guerra que se llamó la Guerra Para Terminar con Todas las Guerras. En la guerra
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siguiente, unos diez años después, no murió ninguno de los soldados, pero siete de las
capitales de Europa fueron borradas del mapa. Parece haber sido una cosa muy chistosa,
porque los estadistas que creían haber enviado ,a diez millones de hombres comunes a
la muerte fueron hechos polvo ellos mismos, con sus casas y familias, mientras los diez
millones de hombres se encontraban cómodamente alojados en las cuevas que habían
cavado. Más tarde también se libraron las casas, pero sus habitantes fueron envenenados
por un gas que no respetó a ser viviente alguno. Por supuesto, los soldados pasaron
hambre y enloquecieron; y allí terminó la civilización seudocristiana. La última cosa
civilizada que ocurrió fué que los estadistas descubrieron que la cobardía era una gran
virtud patriótica, y al primero que la predicó, un antiguo sabio, sumamente obeso,
llamado sir John Falstaff, se le erigió un monumento público. (Señala.) Y bien, ese es
Falstaff.
EL CABALLERO (saliendo del pórtico y colocándose a la derecha de su nieta.)
¡Cielos! IY en la base de la estatua de ese monstruoso cobarde se encuentra ahora el
Dios de la Guerra de Turania, balbuceando, impotente.
ZOO. -¡Se lo tiene merecido! ¡Dios de la Guerra, vaya!
EL ENVIADO (ubicándose entre su esposa y Zoo). - Yo no sé nada de historia; un
Primer Ministro moderno tiene mucho que hacer para sentarse a leer libros; pero...
EL CABALLERO (interrumpiéndolo alentadoramente). Tú haces la historia.,
Ambrose.
EL ENVIADO. -Bueno, es posible, y quizá la historia me hace a mí. A veces no
consigo reconocerme en los periódicos, aunque supongo que los editoriales son los
materiales con que se fabrica la historia, por decirlo así.
Pero lo que quiero saber es lo siguiente: ¿cómo volvió a estallar la guerra? ¿Y
cómo hicieron esos gases venenosos de que usted ha hablado? Nos agradaría saberlo,
porque podrían resultarnos muy útiles si tenemos que combatir contra Turania. Es claro
que soy partidario de la paz y, por principio, no estoy de acuerdo con la carrera de
armamentos. Pero aun así, debemos mantenernos a la vanguardia o ser aniquilados.
Zoo. - Cuando sus químicos los descubran, podrán fabricar ustedes los gases. Y
entonces harán lo que hicieron antes: envenenarse unos a otros hasta que no queden
químicos ni civilización. Y volverán a comenzar como salvajes ignorantes y medio
muertos de hambre, y lucharán con bumerangs y flechas emponzoñadas, hasta que
lleguen de nuevo a los gases venenosos y los altos explosivos, con el mismo resultado.
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Es decir, a menos de que nosotros tengamos la suficiente sensatez para terminar con ese
juego ridículo, destruyéndolos a ustedes.
EL ENVIADO (horrorizado).- ¡Destruirnos! . . .
EL CABALLERO. - Te lo había dicho, Ambrose. Te lo advertí.
EL ENVIADO. -Pero...
ZOO (con impaciencia).-Me pregunto qué estará haciendo Zozim. Tendría que
estar aquí, para recibirlos a ustedes.
EL CABALLERO. - ¿Se refiere a ese joven insoportable con el cual me aburría en
el muelle cuando usted me encontró?
ZO.-Sí. Tiene que disfrazarse con una túnica de druida y ponerse una peluca y una
larga barba postiza, para impresionarlos a ustedes, tontos. Yo tengo que ponerme un
manto de color púrpura. Estas mascaradas me irritan, pero como ustedes esperan que las
hagamos, supongo que no queda más remedio. ¿Quieren hacerme el favor de esperar
aquí hasta que venga Zozim? (Se vuelve para entrar en el templo,)
EL ENVIADO.-Mi buena señora, ¿vale la pena disfrazarse y ponerse barbas
postizas para nosotros, si nos dice de antemano que se trata de una mojiganga?
Z O O . -Parecería que no. Pero si ustedes no creen en nadie que no esté disfrazado,
pues tenemos que disfrazarnos. Son ustedes los que han inventado estas tonterías, no
nosotros.
EL CABALLERO. -Pero, ¿espera que nos sintamos impresionados, después de
esto?
Z O O . - N o espero nada. Sé, por experiencia, que se sentirán impresionados. El
oráculo los asustará hasta hacerles perder el juicio. (Entra en el templo.)
LA ESPOSA. -Esta gente nos trata como si fuéramos basura. Me extraña que lo
toleres, Amby. Se merecerían que nos volviésemos inmediatamente a casa, ¿no es
cierto, Eth?
LA HIJA, -Sí, mamá. Pero quizá no les molestaría.
EL ENVIADO. -No hables de ese modo, Molly. Tengo que ver a ese oráculo. En
nuestro país no se enterarán de cómo nos han tratado; lo único que sabrán es que hemos
estado ante el oráculo y recibido un consejo directamente de él. Espero que ese
individuo Zozim no nos haga esperar mucho tiempo más, porque no me siento muy
tranquilo en relación con la entrevista que nos aguarda. Y esa es la pura verdad.
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EL CABALLERO.-,Jamás pensé que llegase a tener deseos de ver de nuevo a ese
hombre, pero ahora querría que se encargara de nosotros en lugar de Zoo. Ella se mostró
encantadora al comienzo, realmente encantadora. Pero se convirtió en una fiera por unas
palabras que cambié con ella. N o lo creerían, pero estuvo a punto de matarme. Ya
oyeron lo que dijo hace un rato. Pertenece a un partido que quiere matarnos a todos.
LA ESPOSA (aterrada), - ¿A nosotros? ¡Pero si no hemos hecho nada! Nos
portamos con ellos todo lo amablemente que es posible. ¡Oh, Amby, vámonos,
vámonos. Este lugar y esta gente tienen algo que me asusta.
EL ENVIADO. - Es verdad, no cabe duda. Pero conmigo estás a salvo; podrías
tener la sensatez de darte cuenta de ello.
EL CABALLERO. -Lamento decir, Molly, que no sólo a nosotros, pobres y
débiles criaturas, quieren matarnos, sino a toda la raza del Hombre, salvo ellos mismos.
EL ENVIADO,-No tan pobres, papá. N i tan débiles, si tienes en cuenta todos los
Poderes. Y si se trata de matar, ese juego pueden jugarlo dos, los de vida breve y los de
vida larga.
EL CABALLERO.-No, Ambrose, no podríamos hacer nada. Somos gusanos al
lado de esta temible gente, simples gusanos. (Zozim sale del templo, envuelto en una
majestuosa túnica y llevando sobre la blanca cabellera flotante de la peluca una corona de
muérdago. Su barba postiza le llega casi basta la cintura. Lleva un báculo de empuñadura
curiosamente tallada.)
Zozim (en la puerta, imponente). - ¡Salud, extranjeros!
TODOs (reverentes). - ¡Salud! Zozim. - ¿Estáis preparados?
EL ENVIADO. - Lo estamos.
Zozim (adopta inesperadamente un tono de conversación familiar y se acerca,
caminando con negligencia, al centro del grupo, colocándose entre las dos damas). Bueno, pero lamento tener que decir que el oráculo no l o está. Un miembro del grupo
de ustedes, que se extravió, la ha demorado un rato, y como el espectáculo necesita
ciertos preparativos, tendrán que esperar unos minutos. Las damas pueden entrar y
contemplar el vestíbulo de entrada, donde les pueden entregar grabados y otras chucherías, si lo desean.
LA ESPOSA
LA HIJA
(juntas)
Gracias.
Me agradaría mucho.
(Entran en
el templo.)
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EL CABALLERO (en tono digno, censurando la liviandad de Zozim), -Tomado de
este modo, señor, el espectáculo, como usted lo llama, se convierte en un insulto a
nuestro buen sentido.
ZOZIM. - Efectivamente. Conmigo no necesitan andarse con ceremonias.
EL ENVIADO (tratando, de pronto, de hacerse simpático). -No es nada, no es
nada. Podemos esperar todo lo que usted quiera. Y ahora, si se me permite aprovechar
la oportunidad de unos minutos de conversación amistosa. . .
ZOZIM. - Por supuesto, siempre que hablen de cosas que yo entienda.
EL ENVIADO. -Bueno, en relación con ese plan de colonización de ustedes. Aquí
mi suegro ha estado diciéndome algo al respecto, y acaba de revelarme que no sólo
quieren
colonizarnos,
sino...
sino
que también
quieren
...
bueno,
digamos,
¿reemplazarnos? Y bien, ¿por qué reemplazarnos? ¿Por qué no vivir y dejar vivir? Por
nuestra parte no hay ni un poquito de mala voluntad. En el Medio Oriente británico
recibiríamos con agrado a una colonia de inmortales... Casi podemos llamarlos de ese
modo. Es claro que el imperio de Turania, con sus tradiciones mahometanas, nos hace
sombra. Hemos tenido que traer al emperador con nosotros en esta expedición, aun que,
por supuesto, usted debe saber tan bien como yo que se ha metido en mi grupo nada más
que para espiarme. No niego que hasta cierto punto tenga la sartén por el mango en
relación con nosotros, porque si las cosas llegaran al punto de que estallara una guerra,
ninguno de nuestros generales estaría a la altura de él. En ese sentido reconozco su
valor: es el mejor soldado del mundo. Además es un emperador y un autócrata, y yo no
soy más que un representante elegido por la democracia británica. Y no es que nuestros
demócratas británicos no quieran luchar; son capaces de rebanarles la cabeza a todos los
turanios existentes. Pero hace falta mucho tiempo para convencerlos de que es preciso
hacerlo, en tanto que él sólo necesita pronunciar una palabra y ponerse en marcha. Pero
ustedes nunca podrán entenderse con él. Créame, no se sentirían tan a sus anchas en
Turania como en nuestro país. Nosotros los entendemos. Los queremos. Somos gente
sencilla, constituímos un pueblo rico. Eso les interesará. Teniéndolo todo en cuenta,
Turania es un país pobre. No tiene la irrigación con que contamos nosotros. Además, y
creo que esto les agradará, como tiene que agradarle a cualquier hombre de espíritu
recto, somos cristianos.
ZOZIM. -Los ancianos prefieren a los mahometanos.
EL ENVIADO (escandalizado), - ¿Cómo?
ZOZIM (con claridad). - Prefieren a los mahometanos. ¿Qué tiene eso de malo?
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EL ENVIADO,-Es que es lo más desdichado que...
EL CABALLERO (interrumpiendo diplomáticamente a su escandalizado yerno).Me temo que no cabe duda de que, aferrándonos durante demasiado tiempo a las características envejecidas de las antiguas iglesias seudocristianas, hemos permitido a los
mahometanos que se nos adelantaran en un período sumamente crítico del desarrollo del
mundo oriental. Cuando se llevó a cabo la Reforma mahometana, dejó a sus fieles con la
enorme ventaja de contar con la única religión establecida en el mundo en cuyos artículos de
fe podía creer cualquier persona inteligente y educada.
EL ENVIADO, -Pero, ¿y qué me dices de nuestra Reforma? No hay que hablar de ese
modo, papá. Nosotros los imitamos, ¿no es cierto?
EL CABALLERO, - Por desgracia, Ambrose, no pudimos imitarlos con bastante
rapidez. No sólo teníamos que habérnoslas con una religión, sino, además, con una Iglesia.
ZOZIM, -¿Qué es una Iglesia?
EL ENVIADO, - ¿No sabe lo que es una iglesia? ¡Bueno! ...
EL CABALLERO. -Tiene que perdonarme, pero si intentara explicárselo, me
preguntaría qué es un obispo, y esa es una pregunta a la que ningún hombre mortal puede
responder. Lo único que puedo decirle es que Mahoma fué un hombre realmente sabio.
Porque fundó una religión sin Iglesia. Por consiguiente, cuando llegó el momento de la
Reforma de las mezquitas, no había obispos ni curas que la impidieran. Nuestros obispos y
sacerdotes nos pusieron obstáculos durante doscientos años, de modo que no pudimos
seguirles el ejemplo, y desde entonces jamás recuperamos la ventaja que los mahometanos
nos sacaron. Lo único que puedo aducir es que finalmente reformamos nuestra Iglesia. Es
cierto que antes debimos llegar a algunos arreglos, como concesión al buen gusto, pero hoy
hay ya muy poco en nuestros Artículos de Religión que no sea aceptado, por lo menos como
alegóricamente cierto, por nuestra Crítica Superior.
EL ENVIADO (alentador),-Además, ¿qué importancia tiene eso? ¡Pero si yo jamás he
leído los Artículos, y eso que soy Primer Ministro! ¡Vamos, si mis servicios para disponer la
recepción de una expedición colonizadora resultan aceptables, están a su disposición! Y
cuando digo recepción, quiero decir recepción. ¡Honores reales, fíjese! ¡Una salva de ciento
un cañones! ¡Las calles flanqueadas de tropas! ¡La Guardia formada ante el Palacio! ¡Cena en
el Ayuntamiento!
ZOZIM. - ¡Que me desalienten si entiendo lo que dice! Ojalá viniese Zoo: ella
entiende estas cosas. Lo único que puedo decirles es que la opinión general entre los
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colonizadores se muestra favorable a comenzar en un país en que la gente tenga un color de
piel distinto del nuestro, de modo que podamos barrerlos sin correr el riesgo de cometer
errores.
EL ENVIADO. - ¿Qué quiere decir "barrerlos"? Espero que...
ZOZIM (con afabilidad evidentemente fingida). ¡Oh!, nada, nada, nada. Pensamos
empezar en Norteamérica, eso es todo. ¿Sabe?, los pieles rojas de ese país eran blancos antes.
Pasaron por un período de tez cetrina, seguido por otro sin color alguno de la tez, para llegar
a las características rojizas del clima. Además, en Norteamérica han ocurrido varios casos de
longevidad. Vinieron a establecerse aquí, y muy pronto adquirieron de nuevo el color blanco
original de estas islas.
EL CABALLERO. -Pero, ¿no han pensado en la posibilidad de que la colonia de
ustedes adquiera la piel roja?
ZOZIM, -Eso no tendría importancia. No somos muy exigentes en punto de nuestra
pigmentación. Los libros antiguos mencionan a ingleses de cara rojiza; en cierta época esa
parece haber sido una característica común.
EL CABALLERO (con tono sumamente persuasivo).¿Y piensan que serían
populares en Norteamérica? Me parece, si me está permitido decirlo, que, según lo que
usted mismo ha demostrado, necesitan un país en que la sociedad esté organizada en
una serie de círculos altamente exclusivos, en la que la intimidad de la vida privada esté
celosamente protegida y en la que nadie tenga la osadía de hablar con nadie sin una
previa presentación, seguida de un estricto examen de credenciales sociales. Sólo en un
país así es posible que personas de gustos y facultades especiales formen un pequeño
mundo propio, absolutamente protegido de la intrusión de personas vulgares. Creo que
puedo afirmar que la sociedad británica ha desarrollado a la perfección ese
exclusivismo. Si nos hacen una visita y estudian el funcionamiento de nuestro sistema
de castas, de nuestro sistema de clubs y de nuestro sistema de sindicatos, tendrán que
admitir que en ninguna otra parte del mundo, y menos, por supuesto, en Norteamérica,
que tiene una lamentable tradición de promiscuidad social, podrán mantenerse tan
completamente aislados.
ZOZIM (bonacbonamente turbado). - Escuche, de nada sirve que sigamos
hablando. Es mejor que no se lo explique, pero a nuestros colonizadores no les importa
qué clase de gente de vida breve puedan encontrar. Eso lo arreglaremos nosotros. No
interesa cómo. Vayamos a hacer compañía a las señoras.
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EL CABALLERO (despojándose de su actitud diplomática y abandonándose a la
desesperación), - ¡Lo entendemos demasiado bien, señor! Y bien, ¡mátennos! Terminen
con nuestras vidas, que ustedes han tornado tan miserablemente desdichadas al abrir
para nosotros la posibilidad de que cualquiera pudiese vivir trescientos años. Maldigo
solemnemente esa posibilidad. Para ustedes puede ser una bendición, porque ustedes
viven trescientos años. Para nosotros, que vivimos menos de cien, que tenemos una
carne más perecedera que la hierba, es la carga más insoportable bajo la cual haya
gemido la pobre humanidad torturada.
EL ENVIADO. - ¡Vamos, papá! ¡Calma! ¿De dónde sacas eso?
ZOZIM. - ¿Qué son trescientos años? Bastante poco, si me lo preguntan a mí.
¡Pero si en épocas anteriores ustedes vivían bajo la suposición de que durarían eternamente! ... Se consideraban inmortales. ¿Eran acaso más dichosos entonces?
EL CABALLERO. -Como presidente de la Sociedad Histórica de Bagdad, estoy en
situación de informarle que las comunidades que tomaron en serio esa monstruosa
suposición fueron las más desdichadas de todas las que conocemos. Mi sociedad ha
publicado una edición príncipe de las obras del padre de la historia, Tuciderodoto
Macaulybuckle. ¿Han leído su relato de lo que se llamó -¡oh blasfemia!- la Perfecta
Ciudad de Dios, y la tentativa hecha por Jonhobsodioso, llamado el Leviatán, para
reproducirla en la parte norte de esta isla? Esa gente extraviada sacrificó el fragmento
de vida que les había sido concedida, cambiándolo por una inmortalidad imaginaria.
Crucificaron al profeta que les dijo que no pensaran en el mañana y que su Australia
estaba allí y en ese momento. Australia era un término que significaba paraíso o eterna
bienaventuranza. Trataron de producir en vida un estado de muerte, por medio de la
mortificación de la carne, como ellos decían.
ZOZIM. -Bueno, pero ustedes no sufren de eso, ¿no es cierto? No tienen ustedes un
aspecto muy mortificado.
EL CABALLERO. - Por supuesto, no somos absolutamente insanos y suicidas. Ello no
obstante, nos imponemos abstinencias, disciplinas y estudios destinados a prepararnos para
vivir tres siglos. Y muy pocas veces vivimos uno solo. Mi niñez fué innecesariamente
penosa, mi juventud innecesariamente laboriosa, debido a los ridículos preparativos para una
duración de vida que sólo tenía una probabilidad en cincuenta mil de alcanzar. Las alegrías y
libertades naturales de la vida me han sido arrebatadas por este sueño, al que la existencia de
estas islas y sus oráculos confieren una engañosa posibilidad de realización. Maldigo el día
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en que fué inventada la longevidad, así como las víctimas de Jonhobsodioso maldijeron el día
en que se inventó la vida eterna.
ZOZIM. - ¡Bah! Si usted lo quisiera, podría vivir tres siglos.
EL CABALLERO. - Eso es lo que los afortunados dicen siempre a los desdichados.
Bien, pues no lo quiero. Acepto mis setenta años. Si son vividos útilmente, con justicia, con
bondad, con buena voluntad; si constituyen la vida de un alma que jamás pierde su honra y de
un cerebro que nunca pierde su agudeza, me bastan, porque estas cosas son infinitas y
eternas, y porque puedo hacer que diez de mis años sean tan largos como treinta de los de
ustedes. No terminaré diciendo "Vivan todo lo que quieran y malditos sean", porque en este
momento me he elevado muy por encima de todo resentimiento hacia ustedes o hacia
cualquier semejante; pero soy igual a ustedes ante esa eternidad en la que cualquier diferencia
entre la vida de ustedes y la mía se parece a la que existe entre una y tres gotas de agua a los
ojos del Poder Omnipotente del que hemos nacido unos y otros.
ZOZIM (impresionado). -Muy bien dicho, papito. Aunque lo quisiera, no podría hablar
de ese modo. Me ha parecido espléndido. ¡Ah, aquí vienen las señoras! (Para su alivio, éstas
acaban de aparecer en el umbral del templo.)
EL CABALLERO (pasando de la exaltación al desaliento). -No significa nada para
él; en esta tierra de descorazonamiento, lo sublime se ha convertido en lo ridículo.
(Volviéndose hacia el irremediablemente desconcertado Zozim.) "He aquí que has hecho
mis días como de un palmo de largo; y mi edad es como nada en comparación con la tuya."
LA HIJA
(corriendo
Papá, papá, no te pongas así.
LA ESPOSA
hacia él)
¡Oh, papá!, ¿qué ocurre?
ZOZIM (con un encogimiento de hombros). - ¡Desaliento!
EL CABALLERO (quitándose de encima a las mujeres con un soberbio gesto). ¡Mentiroso! (Recobrándose, agrega, con noble cortesía, mientras se quita el sombrero y
hace una reverencia.) Le ruego que me perdone, señor, pero no estoy desalentado.
ZOO. -Vengan. El oráculo está pronto. (Zozim les indica, con el báculo, el umbral del
templo. El Enviado y el caballero se quitan el sombrero y entran en él de puntillas, detrás
de Zoo. La esposa y la hija, asustadas y todo, levantan la cabeza altaneramente y los
siguen con Paso firme, respaldadas por sus ropas domingueras y su importancia social.
Zozim se queda en el pórtico, solo.)
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ZOZIM (quitándose la peluca, la barba y la túnica, que enrolla y se pone bajo el
brazo). - ¡Uf! (Se va.)
ACTO III
Dentro del templo. Una galería saliente que da a un abismo. Silencio de muerte.
La galería está brillantemente iluminada, pero más allá hay una vasta oscuridad, que
continuamente cambia en intensidad. Un haz de luz violeta trepa hacia arriba y de
pronto suena un toque armonioso y argentino de carillón. Cuando cesa el sonido, el
rayo violeta desaparece.
Zoo atraviesa la galería, seguida por la esposa y la hija del Enviado y por el
Enviado mismo. Luego viene el caballero. Los dos hombres llevan el sombrero en la
mano, con el ala cerca de la nariz, como preparados para rezar dentro de ellos en
cualquier momento. Zoo se detiene y todos la imitan. Contemplan con terror el vacío.
Empieza a sonar una música de órgano, de la que en el siglo XIX se llamaba sacra. El
terror de los visitantes se acentúa. El rayo violeta, que hasta ese momento era una
difusa bruma, vuelve a subir del abismo.
LA ESPOSA (a Zoo, en reverente susurro). - ¿Nos arrodillamos?
ZOO (en voz alta). -Si quieren, sí. Y si les parece pueden ponerse cabeza abajo.
(Se sienta con negligencia en la barandilla de la galería, de espaldas al abismo,)
EL CABALLERO (escandalizado por su cinismo). - Queremos comportarnos
dignamente.
ZOO. - Bueno. Compórtense como quieran. Lo mismo da. Pero cuando
aparezca la pitonisa no pierdan el tino, porque si no se olvidarán de las preguntas
que han venido a formularle.
(muy nervioso, saca una
EL ENVIADO
(simultá-
hoja de papel para refres-
neamente)
carse la memoria). ¡Ejem!
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LA HIJA
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(alarmada) ¿La pitonisa?
¿Es una serpiente?
EL
CABALLERO. - ¡Por
favor! La sacerdotisa del oráculo. Una sibila.
Una profetisa. No una serpiente.
LA ESPOSA. - ¡Qué espanto!
ZOO.-Me alegro de que piense así.
LA ESPOSA,-¡Oh, caramba! ¿Usted no opina lo mismo?
ZOO. -No. Estas cosas se hacen para impresionarlos a ustedes, no a mí.
EL CABALLERO, -En ese caso, me gustaría que permitiese que nos cause
impresión. Yo me siento profundamente impresionado, pero usted, en cambio, me
arruina el efecto.
ZOO. -Espere un poco. Todo esto de las luces de colores y los acordes
musicales del viejo órgano no es más que una pavada. Espere hasta que vea a la
pitonisa. (La esposa del Enviado cae de rodillas y se refugia en la oración.)
LA HIJA (temblando). -¿Es cierto que vamos a ver a una mujer que ha vivido
trescientos años?
ZOO. - ¡Simplezas! Si una terciaria los mirara apenas, se caerían muertos. El
oráculo apenas tiene ciento setenta, y ya les resultará bastante difícil soportarla.
LA HIJA (lastimera), - ¡Oh! (Cae de rodillas.)
EL ENVIADO.- ¡Caramba! Quédate junto a mí, papá. Esto es más de lo que
imaginaba. ¿Piensas arrodillarte, o qué?
EL CABALLERO.-Quizá sería de mejor gusto. (Los dos hombres se arrodillan.
Los vapores del abismo se espesan y de sus profundidades parece surgir algo así
como el distante rodar de un trueno. La pitonisa, sentada en su trípode, asciende
lentamente. Se ha quitado la túnica y el velo aisladores con que conversó con
Napoleón y ahora está envuelta y encapuchada en los voluminosos pliegues de una
tela blanco-grisácea. Hay en ella algo sobrenatural, que aterroriza a los espectadores,
quienes se dejan caer de cara al suelo. La silueta de la mujer ondula y fluye. Por
momentos se la ve casi con claridad, pero en seguida vuelve a ser vaga y borrosa. Por
sobre todo, tiene mayor estatura que la común, no lo bastante como para ser medida
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por la aturdida congregación, pero sí la suficiente como para inspirarles una
espantosa sensación de su sobrenaturalidad.)
ZOO. -Levántense, levántense. Un poco de compostura, por favor. (El Enviado
y su familia se estremecen, como negando que tal cosa sea posible. El caballero consigue ponerse en cuatro patas.) Vamos, papito. No tenga miedo. Háblele. Ella no
puede estarse aquí todo el día esperándolos.
EL CABALLERO (se pone de pie, muy deferente).Señora, tiene que
perdonarme la natural nerviosidad con que hablo, por primera vez en mi vida con
una... una... una diosa. Mi amigo y pariente, el Enviado, no puede hablar. Me apoyo
en la indulgencia de usted...
ZOO (interrumpiéndolo, intolerante).-No se apoye en nada de ella, porque la
atravesará y se quebrará la nuca. No es un cuerpo sólido como nosotros.
EL CABALLERO. -Hablaba en sentido figurado ...
ZOO. -Ya le han dicho que no lo haga. Pregúntele lo que quiera saber y
hágalo rápido.
EL CABALLERO (inclinándose y tomando por los hombros al Enviado
postrado). -Ambrose, tienes que hacer un esfuerzo. No puedes volver a Bagdad sin
las respuestas a tus preguntas.
EL ENVIADO (arrodillándose).-Me alegraré mucho si puedo regresar con
vida, en las condiciones que sea. Si mis piernas me sostuvieran, me haría una
carrerita hasta el barco.
EL CABALLERO. - No, no. Acuérdate de tu dignidad... EL ENVIADO. - ¡La
dignidad puede irse al demonio! Estoy aterrorizado. ¡Sácame de aquí por amor de
Dios! EL CABALLERO (extrayendo del bolsillo un frasco de coñac y
destapándolo). -Prueba un poco de esto. ¡Todavía está casi lleno, gracias al cielo!
EL ENVIADO (lo aferra y bebe con avidez).- ¡Ah, esto está mejor! (Trata de
volver a beber. Al descubrir que ha vaciado el frasco, se lo devuelve, boca abajo, a
su suegro.)
EL CABALLERO (tomándolo).- ¡Caramba! ¡Se ha tragado un cuarto litro de
coñac puro! (Preocupado, atornilla la tapa y se guarda el frasco.)
EL ENVIADO (se pone de pie tambaleándose. Saca del bolsillo un papel y
habla con ruidoso aplomo). - ¡Arriba, Molly! ¡Levántate, Eth! (Las dos mujeres se
ponen de pie.) Quiero preguntar lo siguiente. (Consultando el papel.) ¡Ejem! La
civilización está en crisis. Nos encontramos en una encrucijada. Nos hallamos al
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borde del Rubicón. ¿Debemos zambullirnos? Una página ha sido arrancada ya del
libro de la sibila. ¿Esperaremos hasta que se haya consumido todo el volumen? A
nuestra derecha se encuentra el cráter del volcán; a nuestra izquierda, el precipicio.
Un paso en falso, y nos precipitamos hacia la aniquilación, arrastrando con nosotros
a toda la raza humana. (Hace una pausa para recuperar el aliento.)
EL CABALLERO (animándose nuevamente bajo el familiar estímulo de la
oratoria política). - ¡Muy bien, bravo!
ZOO. -¡Está desvariando! Haga su pregunta mientras tenga todavía
posibilidades de hacerla. ¿Qué quiere saber?
EL ENVIADO (con tono protector, a la manera de un Primer Ministro
debatiendo con un miembro sumamente joven de la oposición).-Una muchacha me
hace una pregunta. Siempre me satisface el ver que los jóvenes se interesan por la
política. Es una pregunta impaciente, pero práctica, inteligente. Me pregunta por qué
queremos levantar una punta del velo que oculta el futuro a nuestra débil visión.
ZOO.-No es cierto. Le pido que le diga al oráculo qué quiere, para que no tenga
que estar sentada aquí todo el día.
EL CABALLERO (con calor). - ¡Orden, orden!
ZOO. - ¿Qué quiere decir "orden, orden"?
EL ENVIADO. -Pido al augusto oráculo que escuche mi voz ...
ZOO. -Parece que ustedes jamás se cansan de escucharse la voz, pero a
nosotros eso no nos divierte. ¿Qué quiere?
EL ENVIADO.-Quiero, jovencita, que se me permita proseguir sin ser objeto de
indecorosas interrupciones. (Del abismo sube el lento rodar de un trueno.)
EL CABALLERO. - ¡Ya ve! Hasta el oráculo está indignado. (Al Enviado.) No
dejes que el grosero clamor
de esta dama te reduzca al silencio, Ambrose. No le hagas caso. Continúa.
LA ESPOSA DEL ENVIADO,-Ya no puedo aguantar más, Amby. Yo no he
bebido coñac.
LA HIJA (temblorosa),-En medio de los vapores veo serpientes retorciéndose.
Tengo miedo del rayo. Termina, papá, o me moriré.
EL ENVIADO (severo). -Silencio. El destino de la civilización británica está
en juego. Ten confianza en mí. No temas. Como iba diciendo... ¿Qué decía?
ZOO.-No sé. ¿Acaso lo sabe alguien?
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EL CABALLERO (con mucho tacto).-Creo que estabas llegando a la cuestión de las
elecciones.
EL ENVIADO (tranquilizado), -Precisamente. Las elecciones. Pues bien,
queremos saber esto: ¿tenemos que disolvernos en agosto o esperar a la próxima
primavera?
ZOO.- ¿Disolverse? ¿En qué? (Trueno.) ¡ah! Perdón. Eso quiere decir que el
oráculo lo entiende y quiere que yo me calle.
EL CABALLERO (con fervor). -Agradezco al oráculo. LA ESPOSA (a Zoo).
- ¡Se lo tiene merecido!
EL CABALLERO. - Antes de que el oráculo conteste, quisiera pedir permiso
para exponer algunos de los motivos que hacen que, en mi opinión, el gobierno
tenga que mantenerse hasta la primavera. En primer ... (Espantosos rayos y truenos.
El caballero cae de bruces, pero como se incorpora de inmediato, aturdido, resulta
claro que la conmoción no le ha hecho nada. Las damas se acurrucan, asustadas. El
sombrero del Enviado es arrebatado de su cabeza, pero consigue atraparlo en el aire
y lo retiene con ambas manos. Está temerariamente borracho, pero muy en sus
cabales, ya que nunca habla en público sin tomar previamente algún estimulante..)
EL ENVIADO (retirando una mano del sombrero para hacer el ademán de
acallar la tempestad). -Suficiente. Sabemos aceptar una insinuación. Soy el jefe del
Partido Chapucérico. Mi partido está en el poder. Yo soy el Primer Ministro. La
oposición -los repugnantistas- han ganado todas las elecciones complementarias de
los últimos seis meses. Han...
EL CABALLERO (poniéndose penosamente de pie, con calor). -¡No por
medios honrados! Valiéndose de sobornos y engaños, fomentando los más bajos
prejuicios... (Sordo trueno.) Perdón ... (Guarda silencio.)
EL ENVIADO. -Dejemos de lado los sobornos y las mentiras. El caso es que,
aunque nuestros cinco años sólo expiran dentro de dos, nuestra mayoría
desaparecerá en las elecciones complementarias anteriores a Pascuas. No podemos
esperar. Tenemos que plantear algún problema que excite al público y llamar a
elecciones en torno a esa cuestión. Pero algunos de nosotros opinan que hay que
hacerlo ahora. Otros dicen que hay que esperar hasta la primavera. No hemos
podido decidirnos en un sentido ni en otro. ¿Qué aconseja usted?
ZOO. -Pero, ¿cuál es el problema que debe excitar a su público?
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EL ENVIADO.-Eso no tiene importancia. Todavía no lo sé. Ya lo
encontraremos. El oráculo puede ver el futuro, nosotros no. (Trueno.) ¿Qué
significa eso? ¿Qué he hecho ahora?
ZOO (con severidad). - ¿Cuántas veces habrá que decirle que nosotros no
vemos el futuro? El futuro no existe hasta que se convierte en presente.
EL CABALLERO. -Permítame que haga notar, señora, que cuando el Partido
Chapucérico consultó hace quince años al oráculo, éste profetizó que los
chapucéricos triun
farían en las elecciones generales; y así fué. De manera que es evidente que el
oráculo puede ver el futuro y a veces está dispuesto a revelarlo.
EL ENVIADO. -Muy cierto. Gracias, papá. Apelo ahora, jovencita, por sobre
usted, directamente al Augusto Oráculo, para que repita el insigne favor dispensado
a mi ilustre predecesor, sir Rudo Solano, y me conteste tal como le contestó a él.
(El oráculo levanta la mano para pedir silencio.)
TOPOS. - ¡Shhh! (Trombones invisibles lanzan tres solemnes toques, a la
manera de La Flauta Mágica.) EL CABALLERO. - ¿Me permiten?.. .
ZOO (rápidamente). -Cállese. El oráculo va a hablar. EL ORÁCULO. Vuélvete a tu casa, tonto. (Desaparece y el ambiente cambia, inundándose de
prosaica luz diurna. Zoo desciende de la barandilla, se quita la túnica y se la mete
bajo el brazo. Se ha disipado la magia y el misterio. Las mujeres se ponen de pie. Los
componentes del grupo del Enviado se miran entre sí, atónitos.)
ZOO.-La misma respuesta, palabra por palabra, que su ilustre predecesor,
como usted lo llama, recibió hace quince años. Usted la pidió y ya la tiene. ¡Con
tantas preguntas importantes que habría podido formular! ... Ella las habría
contestado, ¿sabe? Pero siempre sucede lo mismo. Iré a disponer las cosas para el
viaje de regreso de ustedes. Pueden esperarme en el vestíbulo de entrada. (Sale.)
EL ENVIADO. - ¿Por qué se me habrá ocurrido pedir la misma respuesta que
recibió el viejo Solano?
EL CABALLERO. - Pero no fué la misma respuesta. La respuesta a Solano fué
una inspiración para nuestro partido durante muchos años. Con ella ganamos la
elección.
LA HIJA DEL ENVIADO. - Yo la aprendí en la escuela, abuelo. No fué la
misma. Puedo repetirla. (Recita.) "Cuando Gran Bretaña se encontraba todavía
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en su cuna, en el Oeste, el viento solano la endureció y la hizo grande. Mientras
domine el solano, Gran Bretaña prosperará. El solano destruirá a los enemigos
de Gran Bretaña en el día de la conquista. Que los repugnantistas se cuiden de
él."
EL ENVIADO.-El viejo inventó todo eso. Ahora me doy cuenta. Cuando
vino a consultar al oráculo era un viejo asno, en plena chochez. El oráculo,
naturalmente, le dijo "Vuélvete a tu casa, tonto". Carece de sentido que me lo
haya dicho a mí también. Pero como dijo la muchacha, yo lo pedí. ¿Qué otra
cosa podía hacer el viejo, salvo inventar una respuesta digna de ser publicada?
Hubo rumores al respecto, pero nadie los creyó. Ahora yo los creo.
EL CABALLERO. - ¡Oh!, no puedo admitir que sir Rudo Solano haya sido
capaz de semejante fraude.
EL ENVIADO. -Era capaz de cualquier cosa; yo conocí a su secretario
privado. ¿Y ahora qué diremos? No supondrás que volveré a Bagdad a decirle al
imperio británico que el oráculo me trató de tonto, ¿verdad?
EL CABALLERO, -Indudablemente, tenemos que decir la verdad, por
dolorosa que pueda ser para nuestros sentimientos.
EL ENVIADO.-No estoy pensando en mis sentimientos. No soy tan
egoísta, gracias a Dios. Pienso en el país, en nuestro partido. La verdad, como tú
la llamas, pondría a los repugnantistas en el gobierno durante los próximos
veinte años. Yo quedaría políticamente liquidado. Y no es que eso me importe;
estoy perfectamente dispuesto a retirarme, si se puede encontrar a un hombre
mejor que yo para reemplazarme. No vacilen por mí.
EL CABALLERO. - No, Ambrose; tú eres indispensable. No hay otro.
EL ENVIADO. - Está bien. ¿Y qué piensas hacer?
EL CABALLERO. -Mi querido Ambrose, el jefe del partido eres tú, no yo.
¿Qué piensas hacer tú?
EL ENVIADO. -Diré la verdad exacta; eso es lo que haré. ¿Me tomas por
un embustero?
EL CABALLERO (intrigado). - ¡Oh!, perdóname. Me pareció que habías
dicho que...
EL ENVIADO (interrumpiéndolo).-Me oíste decir que volvería a Bagdad
y le diría al electorado británico que el oráculo me repitió, palabra por palabra,
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lo que hace quince años le dijo a sir Rudo Solano. Molly y Ethel pueden
confirmar lo que digo. Y tú también, si eres un hombre honrado. Vamos. (Sale,
seguido por su esposa y su hija.)
EL CABALLERO (a solas, se convierte en un hombre viejo y desolado).
-¿Qué puedo hacer? Soy un anciano sumamente perplejo y acongojado. (Cae de
rodillas y tiende las manos, suplicante, hacia el abismo.) Invoco al oráculo. No
puedo volver y ser cómplice de una mentira blasfema. Imploro un consejo. (La
pitonisa entra en la galería, por detrás de él, y lo toca en el hombro. Su
estatura es ahora natural. Tiene la cara oculta por la capucha. Él respinga,
como golpeado por una corriente eléctrica, se vuelve hacia ella y se acurruca,
cubriéndose los ojos, aterrorizado.) No, no se acerque tanto a mí. Temo no
poder soportarlo.
EL ORÁCULO (con grave conmiseración), -Vamos, míreme. Ahora soy
de estatura normal; lo que vió allí no fué más que una tonta imagen mía,
proyectada sobre una nube. ¿En qué puedo ayudarlo?
EL CABALLERO. -Han regresado para mentir acerca de la respuesta de usted. Yo
no puedo ir con ellos. No puedo vivir entre personas para quienes nada es real. Durante
mi estada aquí me he vuelto incapaz para ello. Le imploro que me permita quedarme.
EL ORÁCULO, -Amigo mío, si se queda con nosotros morirá de desaliento.
EL CABALLERO. - Y si vuelvo moriré de disgusto y desesperación. Elijo el
riesgo más noble. Le ruego que no me eche. (La toma de la tánica y la retiene.)
EL ORÁCULO. -Tenga cuidado. Hace ciento setenta años que yo estoy aquí. Su
muerte no significa para mí lo que puede significar para usted.
EL CABALLERO, -El significado de la vida, no el de la muerte, es el que hace que
el regreso me resulte tan terrible.
EL ORÁCULO, -Sea, pues. Puede quedarse. (Le ofrece las manos. Él las toma y
se levanta un poco, aferrándose a ella, Ella lo mira directamente al rostro. El caballero
se torna rígido; una pequeña convulsión lo estremece. Suelta al oráculo y cae muerto,
La pitonisa contempla el cadáver.) ¡Pobre ser de vida breve! ¿Qué otra cosa podía hacer
por ti?
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PARTE V
HASTA DÓNDE PUEDE ALCANZAR EL PENSAMIENTO
Una tarde de verano del año 31.920. Un claro soleado, en la ladera meridional de una
colina boscosa. En la ladera occidental se ven los escalones y el pórtico de columnas de un
delicado templete clásico. Entre éste y la colina, un camino ascendente, que llega hasta las
alturas arboladas, comienza con toscos escalones de piedra cubiertos de musgo, En el lado
opuesto, un bosquecillo. En el centro del claro, un altar en forma de una baja mesa de
mármol, largo como un hombre, ubicado paralelamente a los escalones del tempo y dirigido
hacia la colina. Bancos curvos, de mármol, irradian de él hacia el primer término del
escenario, pero sin unirse a él. Hay lugar de sobra para pasar entre el altar y los bancos.
Un grupo de jóvenes y doncellas está bailando. La música es proporcionada por unos
pocos flautistas sentados negligentemente en los escalones del templo. No hay niños, y
ninguno de los bailarines parece tener menos de dieciocho años de edad. Algunos de los
jóvenes tienen barba. Su vestimenta, como la arquitectura del teatro y el diseño del altar y
de los bancos curvos, parece ser griega, del siglo IV a. de C., libremente interpretada. Se
mueven con perfecto equilibrio y notable gracia, describiendo una figura parecida a una f
arándola. No hacen cabriolas ni se abrazan como nosotros.
Al terminar la primera cadencia golpean las manos para interrumpir a los músicos,
que recomienzan con una zarabanda, durante la cual aparece una extraña figura en el
sendero de atrás del templete. Viene profundamente ensimismada, con los ojos cerrados y
los pies buscando automáticamente los toscos escalones irregulares, mientras desciende
con lentitud por ellos. Salvo una especie de faldilla de lino, que consiste en un cinto del
que cuelgan un bolso de cuero y algunos bolsillos más pequeños, va desnuda. Por su
robustez física y su apostura erguida, parece estar en la flor de la edad, y ni sus ojos ni su
boca muestran señales de vejez. Pero su rostro, aunque pleno y de carnes firmes, está
cubierto de una red de arrugas, que van desde los surcos profundos hasta las más finas
reticulaciones de líneas, como si el Tiempo hubiese trabajado cada centímetro de la piel,
incesantemente, a lo largo de períodos geológicos enteros. Su cráneo, delicadamente
redondo, es completamente calvo. Salvo las pestañas, carece por completo de pilosidades.
No tiene conciencia de lo que lo rodea y tropieza con una de las parejas que bailan,
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separándola. Vuelve en sí y mira en su derredor. La pareja se detiene, indignada. Los
demás también dejan de bailar. Cesa la música. El joven a quien ha empujado lo aborda
sin malicia, pero sin nada de lo que nosotros llamaríamos buenos modales.
EL JOVEN. - Y bien, anciano sonámbulo, ¿por qué no abres los ojos y te fijas por
dónde caminas?
EL ANCIANO (suave, tranquilo e indulgente). -No sabía que hubiese un colegio de
niños, o no habría venido para este lado. No siempre se pueden evitar tales accidentes.
Continúen jugando; yo me iré.
EL JOVEN, - ¿Por qué no te quedas con nosotros,
para gozar de la vida aunque sea una vez? Te enseñaremos a bailar.
EL ANCIANO, -No, gracias. Ya bailé cuando era un niño como tú. El baile es un
intento sumamente grosero de adaptarse al ritmo de la vida. A mí me resultaría penoso
volver de ese ritmo a las pueriles zapatetas de ustedes; en rigor no podría hacerlo
aunque lo intentara. Pero cuando se tiene la edad de ustedes es agradable, y lamento
haberlos molestado.
EL JOVEN. -¡Vamos, admítelo! ¿No te sientes desdichado? Es espantoso verlos a
ustedes, los ancianos, siempre solos, sin advertir nunca lo que ocurre, sin bailar jamás,
sin reír, ni cantar, ni sacar nada de la vida. Ninguno de nosotros será así cuando
crezcamos. Es una vida de perros.
EL ANCIANO. - De ningún modo. Repites esa vieja frase sin saber que otrora
hubo en la tierra una criatura llamada perro. Los que se interesan por el estudio de las
formas de vida extinguidas pueden decirte que esa criatura amaba el sonido de su propia
voz y brincaba cuando se sentía feliz, tal como lo hacen ustedes aquí. Ustedes, hijos
míos, son los que viven una vida de perros.
EL JOVEN. -El perro debe de haber sido, entonces, una criatura buena y sensata;
le da a uno un ejemplo muy sabio. Ustedes tendrían que abandonarse un poco, de tanto
en tanto, y divertirse un rato.
EL ANCIANO.-Hijos míos, confórmense con dejar que nosotros, los ancianos,
sigamos nuestro camino y disfrutemos a nuestra manera. (Se vuelve para irse.)
LA DONCELLA. - ¡Pero espera un momento! ¿Por qué no nos dices cómo haces
para divertirte? Seguramente tienes placeres secretos, que nos ocultas y de los cuales
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jamás te cansas. Yo estoy cansada de todas nuestras danzas y todas nuestras melodías.
Me aburren todas mis parejas.
EL JOVEN (con suspicacia). -¿De veras? Lo tendré en cuenta. (Se miran unos a
otros, como si lo que la doncella acaba de decir tuviese un significado siniestro.)
LA DONCELLA. -Todos nos sentimos lo mismo; ¿a qué fingir que no es así? Es
natural.
VARIOS JÓVENES. -¡No, no! No es cierto. No es natural.
EL ANCIANO.-Veo que eres mayor que ellos. Estás creciendo.
LA DONCELLA. - ¿Cómo lo sabes? No parezco mucho más vieja, ¿no es cierto?
EL ANCIANO. - ¡Oh!, no te había mirado. Tu aspecto no me interesa.
LA DONCELLA. -Gracias. (Todos ríen.)
EL JOVEN. - ¡Viejo chocho! Apuesto a que no conoce la diferencia que existe entre
un hombre y una mujer.
EL ANCIANO.-Hace tiempo que esa diferencia ha dejado de interesarme en la
forma en que les interesa a ustedes. Y cuando algo deja de interesarnos, ya no lo
conocemos.
LA DONCELLA.-No me has dicho todavía en qué se me ve la edad. Esto es lo que
quiero saber. En rigor de verdad, soy mayor que este jovencito; mayor de lo que él cree.
¿Cómo lo adivinaste?
EL ANCIANO. - Muy fácilmente. Estás dejando de fingir que todos estos juegos
infantiles -esto de bailar, cantar y formar parejas- no se vuelven aburridos e insatisfactorios al cabo de un tiempo. Y ya no te agrada fingir que tienes menos edad que la
verdadera. Esos son los signos de la adolescencia. Y luego están estos fantásticos trapos
en que te has envuelto. (Levanta con la mano una punta de la vestimenta de ella.) Están
bastante raídos. ¿Por qué no te pones un vestido nuevo?
LA DONCELLA. - ¡Oh!, no lo había advertido. Además, es demasiada molestia.
Las ropas son un fastidio. Pienso que algún día las eliminaré como hacen ustedes, los
ancianos.
EL ANCIANO.-Señales de madurez. Pronto abandonarás todos esos juguetes y
juegos y golosinas.
EL JOVEN. - ¡Qué! ¿Para ser tan desdichados como tú? EL ANCIANO, -Chiquillo,
un momento del éxtasis de la vida, tal como la vivimos nosotros, te derribaría en tierra,
muerto. (Sale gravemente, cruzando el bosquecillo, Todos lo siguen con la mirada, con el
ánimo apagado.)
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EL JOVEN (a los músicos). -Sigamos bailando. (Los músicos menean la cabeza, se
levantan de los escalones y se alejan, juntos, en dirección del templo. Los otros los
siguen, con excepción de la doncella, que se sienta en el altar. El joven, volviéndose en
los escalones.) ¿No vienes, Cloe? (La doncella sacude negativamente la cabeza. El joven
regresa presurosamente, a su lado,) ¿Qué ocurre? LA DONCELLA (trágicamente
pensativa).-No sé.
EL JOVEN.-Entonces es que ocurre algo. ¿Es eso lo que quieres decir?
LA DONCELLA.-Sí. Algo me está sucediendo. Pero no sé qué.
EL JOVEN. -Ya no me amas. Hace un mes que lo advierto.
LA DONCELLA. - ¿No te parece que todo esto es bastante tonto? No podemos
seguir como si estas cosas, estos bailes y coqueteos fuesen todo lo que hay en el mundo.
EL JOVEN. - ¿Acaso hay algo mejor? ¿Qué otra cosa hay por la que valga la pena
vivir?
LA DONCELLA, - ¡Oh, pavadas! No seas frívolo.
EL JOVEN. - Algo espantoso te está ocurriendo. Estás perdiendo el espíritu, los
sentimientos. (Se sienta en el altar, junto a ella, y oculta el rostro entre las manos.) Me
siento amargamente desdichado.
LA DONCELLA.- ¡Desdichado! De veras, tienes que tener la cabeza muy vacía si
no hay en ella otra cosa que una danza con una muchacha que no es nada mejor que
cualquier otra.
EL JOVEN. -No siempre has pensado así. Antes solías sentirte ofendida cuando yo
miraba siquiera a otra muchacha.
LA DONCELLA. - ¿Qué importancia tiene lo que hacía cuando era una chiquilla?
Para mí no existía entonces otra cosa que lo que tocaba, gustaba y veía. Y todo eso lo
quería para mí, tal como quería la luna para jugar con ella. Ahora el mundo se abre para
mí. Más que el mundo; el universo. Hasta las cosas más pequeñas se convierten en cosas
grandes y se vuelven intensamente interesantes. ¿Has pensado alguna vez en las
propiedades de los números?
EL JOVEN (enderezándose, notoriamente desencantado), - ¡Los números! No
puedo imaginarme nada más seco ni repulsivo.
LA DONCELLA. - Son fascinantes, sencillamente fascinantes. Quiero alejarme de
nuestros eternos bailes y música, y quedarme sentada a solas, pensando en los números.
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EL JOVEN (poniéndose de pie, indignado).- ¡Oh!, esto es demasiado. Ya hace
tiempo que tenía sospechas de ti. Todos sopechamos de ti. Las muchachas dicen que nos
has engañado en cuanto a tu edad, que tu pecho se está achatando, que te aburres con
nosotros, que cuando encuentras la oportunidad, hablas con los ancianos. Díme la verdad,
¿qué edad tienes?
LA DONCELLA. - El doble de la tuya, pobre amigo mío.
EL JOVEN. - ¡El doble de la mía!
¿Quieres decir que ya tienes cuatro años?
LA DONCELLA. - Casi cuatro.
EL JOVEN (se desploma en el altar con un gemido). - ¡Oh
LA DONCELLA.-Mi pobre Estrefón, si fingí tener dos años fué por ti. Ya los tenía
cuando tú naciste. Te vi salir de tu cascarón, ¡y eras un niño tan encantador! Corrías de un
lado a otro, hablabas con nosotros de una manera tan graciosa, y eras tan hermoso y
crecido, que inmediatamente te entregué mi corazón. Pero parece que ahora lo he perdido
del todo; cosas más grandes se están apoderando de mí. Aun así, durante el primer año
fuimos felices a nuestro modo, como chiquillos, ¿no es cierto?
ESTREFÓN.-Yo fuí dichoso hasta que comenzaste a enfriarte con respecto a mí.
LA DONCELLA.-No con respecto a ti, sino en relación con todas las trivialidades
de nuestra vida aquí. Piensa un poco. Tengo cientos de años de vida por delante; quizá
miles. ¿Te parece que puedo pasarme siglos enteros bailando, escuchando cómo las
flautas ejecutan variaciones sobre unos pocos temas y unas pocas notas, desvariando
acerca de la belleza de unas pocas columnas y unos pocos arcos, componiendo tontas
rimas, tirada en cualquier parte, con tus brazos rodeándome el cuerpo, cosa que ni es
cómoda ni resulta conveniente; escogiendo eternamente colores para vestidos,
probándomelos, lavándolos; dedicándome a sentarme junto a ustedes, a horas fijas, para
absorber mis alimentos; bebiendo con éstos algunos pequeños venenos que nos pongan lo
bastante delirantes como para creer que estamos gozando; y luego teniendo que pasar la
vida en refugios, acostados en camastros y perdiendo la mitad de nuestra vida en un
estado de inconsciencia. El sueño es una cosa vergonzosa; hace varias semanas que no
duermo. Por la noche, cuando ustedes yacían completamente insensibles -y eso, digo yo,
es una cosa repugnante-, me escurría hacia los bosques y vagaba por ellos, pensando,
pensando, pensando, tratando de entender el mundo, desmontándolo pieza por pieza,
volviendo a armarlo, ideando métodos, planeando experimentos para poner a prueba los
métodos y divirtiéndome en grande. Todas las mañanas he vuelto aquí con mayor
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repugnancia, y ahora sé que muy pronto llegará el momento -quizás ha llegado ya- de que
no regrese.
ESTREFÓN. -¡Cuán horriblemente frío e incómodo! LA DONCELLA. - ¡Oh, no me
hables de comodidad! La vida no vale la pena de vivirse si tienes que preocuparte por la
comodidad. La comodidad convierte el invierno en una tortura, la primavera en una
enfermedad, el verano en una opresión y el otoño sólo en una tregua. Los ancianos, si
quieren, podrían convertir la vida en una larga y ociosa comodidad. Pero jamás levantan
siquiera un dedo para conseguirlo. No duermen bajo techo. No se visten; un cinturón con
unos pocos bolsillos para llevar algunas cosas en ellos es todo lo que usan. Se sientan en
el musgo húmedo o sobre una mata de aliaga, aunque a dos metros haya brezo seco. Hace
dos años, cuando tú naciste, yo no lo entendía. Ahora siento que no daría ni dos pasos por
todas las comodidades del mundo.
ESTREFÓN. -¡No sabes lo que representa esto! ...
Quiere decir que estás muriendo para mí; sí, muriendo. Escúchame. (La rodea con
un brazo.)
LA
DONCELLA
(liberándose
del
abrazo),-Por
favor.
Podemos
hablar
perfectamente sin tocarnos.
ESTREFÓN (horrorizado). - ¡Cloe! ¡Oh, este es el peor síntoma de todos! Los
ancianos jamás se tocan entre sí.
LA DONCELLA. - ¿Y por qué habrían de hacerlo?
ESTREFÓN. - ¡Oh!, no sé. Pero, ¿tú no quieres tocarme? Antes te agradaba.
LA DONCELLA. -Sí, es verdad. Solíamos pensar que sería hermoso dormir el uno
en brazos del otro; pero jamás conseguíamos dormirnos, porque el peso del cuerpo nos
interrumpía la circulación de la sangre por encima de los codos. Entonces, no sé cómo,
mis sentimientos comenzaron a cambiar poco a poco. Seguí sintiendo una especie de
interés por tu cabeza y tus brazos, mucho después de haber perdido el interés por todo tu
cuerpo. Y ahora incluso eso ha desaparecido.
ESTREFÓN. - ¿Entonces ya no te importo nada?
LA DONCELLA.- ¡Simplezas! Me importas mucho más seriamente que antes;
aunque quizá no seas tú mismo el que me interesa en especial. Quiero decir que ahora me
importan todos. Pero no deseo tocarte innecesariamente; y por cierto que tampoco quiero
que tú me toques.
ESTREFóN (poniéndose de pie, decidido).-Ya entiendo. Te desagrado.
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LA DONCELLA (impaciente).-Te repito que no se trata de desagrado. Pero me
aburres cuando no puedes entenderme. Y pienso que en el futuro seré más feliz a solas.
Será mejor que te busques una nueva compañera. ¿Qué hay de la muchacha que debe
nacer hoy?
ESTREFÓN. -No quiero a la muchacha que debe nacer hoy. ¿Qué sé yo cómo
será? Te quiero a ti.
LA DONCELLA. - Pues no puedes tenerme. Tienes que reconocer los hechos y
encararlos. No tiene sentido correr detrás de una mujer que te dobla en edad. No puedo
hacer que mi niñez se prolongue para complacerte. La edad del amor es dulce, pero es
breve, y yo tengo que pagar la deuda de la naturaleza. Ya no me atraes, y no me importa
si tampoco te atraigo yo a ti. A mi edad el crecimiento es demasiado rápido; estoy
madurando de semana en semana.
ESTREFÓN. -Estás madurando, como lo llamas tú -yo lo llamo envejecer-, de
minuto en minuto. Estás yendo mucho más lejos que cuando comenzamos esta
conversación.
LA DONCELLA.-Lo rápido no es el envejecimiento, sino la conciencia que se
tiene de él cuando ha ocurrido. Y ahora que me he hecho a la idea de haber dejado atrás
la niñez, lo siento con cada palabra que digo.
ESTREFÓN. -Pero, ¿y tu juramento? ¿Lo has olvidado? Juramos todos juntos en
el templo, el templo del amor. Y tú juraste con más sinceridad que todos nosotros.
LA DONCELLA (con una sonrisa melancólica). - ¡Juramos que jamás dejaríamos
que nuestros corazones se enfriaran! ¡Que nunca llegaríamos a ser como los ancianos!
¡Que jamás dejaríamos que la lámpara sagrada se extinguiera! ¡Que nunca olvidaríamos
ni cambiaríamos! ¡Que seríamos recordados eternamente como el primer grupo de
verdaderos amantes que se mantuvieron fieles a este juramento tantas veces hecho y
violado por generaciones anteriores! ¡Ja, ja! ¡Oh, vaya!
ESTREFÓN.-Bueno, no tienes por qué reírte. Es un hermoso y sagrado convenio,
y yo lo cumpliré mientras viva. ¿Lo violarás tú?
LA DONCELLA.-Mi querido niño, se ha violado por sí mismo. El cambio se ha
producido a pesar de mi juramento infantil. (Se pone de pie.) ¿Te molestaría que vaya a
pasear por el bosque a solas? Esta conversación me parece una insoportable pérdida de
tiempo. Tengo tanto en qué pensar...
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ESTREFóN (desplomándose nuevamente en el altar y cubriéndose los ojos con las
manos).-Mi corazón está destrozado. (Solloza,)
LA DONCELLA (encogiéndose de hombros).-Por suerte he atravesado mi niñez
sin conocer esa experiencia. Cosa que demuestra cuán prudente fui al elegir a un amante
que tuviese la mitad de mi edad. (Se encamina hacia el bosquecillo, y está a punto de
desaparecer entre los árboles cuando otro joven, de más edad y más viril que Estrefón, de
cabello crespo y robustos brazos, sale del templo y la llama desde el umbral,)
EL JOVEN, -Oye, Cloe, ¿no ha venido todavía la anciana? La hora del nacimiento
ya ha pasado. La criatura patalea como enloquecida. Romperá su cascarón prematuramente.
LA DONCELLA (mira hacia el sendero de la colina. Luego señala hacia arriba y
dice.) Ya viene, Acis. (Se interna en el bosquecillo y se pierde de vista entre los árboles,)
ACIS (acercándose a Estrefón). - ¿Qué ocurre? ¿Cloe te ha tratado mal?
ESTREFÓN. -Ha crecido, a despecho de todas sus promesas. Nos engañó en
cuanto a su edad. Tiene cuatro años.
ACIS. - ¡Cuatro! Lo siento, Estrefón. Yo mismo estoy
a punto de cumplir los tres, y ya sé lo que es la vejez. Me molesta tener que
decirte "ya te lo había dicho", pero ella se estaba poniendo un poco dura; el pecho se le
aplanaba y se hacía más delgada, ¿verdead
ESTREFÓN (desesperado).- ¡No sigas, por favor! Acis. -Recóbrate. Hoy
tendremos un día atareado. Primero el nacimiento. Luego el festival de los artistas.
ESTREFÓN (poniéndose de pie). -¿De qué sirve nacer, si luego decaemos
convirtiéndonos en monstruos artificiales, empedernidos, que no saben lo que es el
amor ni la alegría, en sólo cuatro breves años? ¿De qué utilidad nos son los artistas, si
no pueden dar vida a sus hermosas creaciones? Tengo muchas ganas de morir y terminar
con todo esto para siempre. (Se sienta, melancólico, en el extremo del banco curvo más
alejado del teatro. Mientras Estrefón se lamenta, una anciana ha descendido por el
sendero de la colina, escuchando casi todas las quejas del joven. Se parece al anciano, es
igualmente calva e igualmente carente de atractivos sexuales, pero intensamente
interesante y un tanto aterradora. Su sexo sólo se revela en su voz, ya que su pecho es
masculino y su cuerpo, en todo sentido, no muy distinto del de un hombre. No lleva
ropas; va envuelta, más bien descuidadamente, en una túnica ceremonial, y lleva dos
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herramientas parecidas a largas sierras delgadas. Llega hasta el altar y se ubica entre los
dos jóvenes.)
LA ANCIANA (a Estrefón). -Chiquillo, apenas estás al comienzo de todo eso. (A
Acis.) ¿Está esa criatura lista para nacer?
Acis. -Más que lista, anciana. Gritando, pataleando y maldiciendo. Le hemos
pedido que se quede quieta y espere, pero, naturalmente, sólo entiende a medias y se
muestra muy impaciente.
LA ANCIANA.-Muy bien. Sáquenla al sol.
ACIS (entra rápidamente en el templo).-Bien. Vamos. (En el templo resuena una
alegre música de procesión.)
LA ANCIANA (acercándose a Estrefón), -Mírame.
ESTREFÓN (con el rostro malhumoradamente vuelto hacia otro lado). -Gracias,
pero no quiero que me cures. Prefiero ser desdichado a mi modo y no insensible al tuyo.
LA ANCIANA. - ¿Te agrada ser desdichado? Pronto te curarás de eso también.
(Vuelve al altar, La procesión, encabezada por Acis, sale del templo. Seis jóvenes llevan
sobre los hombros un bulto cubierto con una bonita tela liviana, Delante de ellos, algunas
doncellas, funcionarias del templo, llevan una túnica nueva, jarros de agua, fuentes de
plata agujereadas, toallas e inmensas esponjas. Los demás portan varas encintadas y
arrojan flores por el camino. El bulto es depositado en el altar y le quitan la tela que lo
cubre. Es un enorme huevo. La anciana saca los brazos de abajo de la túnica y coloca las
sierras en el altar, al alcance de la mano, con movimientos prácticos), - ¿Una niña, has
dicho?
ACIS. - Sí.
EL PORTADOR DE LA TÚNICA, - ¡Qué lástima! ¿Por qué no nacen más chicos?
VARIOS JÓVENES (protestando). - ¡De ningún modo! ¡Más chicas! ¡Queremos
más chicas!
UNA VOZ DE NIÑA DESDE EL HUEVO.- ¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir!
¡Quiero nacer! ¡Quiero nacer! (El huevo se tambalea,)
Acis (tomando una vara de manos de uno de los otros y golpeando el huevo con
ella), - ¡Te he dicho que te calles! Espera. Ya nacerás.
EL HUEVO. - ¡No, no! ¡En seguida, en seguida!
¡Quiero
nacer!
¡Quiero
nacer! (Violentos pataleos desde el huevo, que se balancea tan fuertemente, que es
preciso que los portadores lo sostengan en el altar.)
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LA ANCIANA. -Silencio. (La música cesa y el huevo se queda quieto. La
anciana toma sus dos sierras y con un par de movimientos abre el huevo. La recién
nacida, una hermosa muchacha, cuya edad sería calculada, en nuestra época, en
diecisiete años, se incorpora en el cascarón quebrado, exquisitamente fresca y
rosada, pero con filamentos de albúmina adheridos todavía a varias partes de su
cuerpo. Inmediatamente las doncellas ponen manos a la obra, algunas vertiendo agua
sobre ella, desde las jarras a las fuentes perforadas; otras secándola con toallas.
Entretanto, los jóvenes hacen pedazos el cascarón a golpes de vara, riendo ante la
recién nacida, que ríe a su vez, imitándolos. El portador de la túnica la viste, y luego
la ponen de pie y se adelantan danzando, mientras ella copia sus movimientos lo
mejor que puede. Acis y la anciana avanzan con ellos, él todavía a la derecha de la
niña, la anciana a la izquierda.) ¿Qué nombre han elegido para ella?
ACIS. - Amarilis.
LA ANCIANA (a la recién nacida). -Te llamas Amarilis.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué quiere decir?
UN JOVEN. - Amor.
UNA DONCELLA. -Madre.
OTRO JOVEN. - Lirios.
LA RECIÉN NACIDA (a Acis). - ¿Cómo te llamas tú?
ACIS. - Acis.
LA RECIÉN NACIDA. - Te amo, Acis. Necesito tenerte solamente para mí.
Tómame en tus brazos.
ACIS. - Despacio, jovencita. Tengo tres años de edad.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué importancia tiene eso? Te amo, y quiero tenerte,
o si no volveré a mi cascarón. Acis.-No puedes. Está roto. Mira. (Señala a Estref ón,
que ha permanecido en su asiento, sin contemplar el nacimiento, envuelto en su
congoja.) ¡Fíjate en ese pobre individuo!
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué le pasa?
ACIS.-Al nacer eligió como novia a una muchacha que tenía dos años más que
él. Ahora él tiene dos años de edad; y el corazón se le ha destrozado porque ella
tiene cuatro. Eso significa que ella ha crecido, como esta anciana, y lo ha
abandonado. Si tú me eliges a mí, tendremos un solo año de felicidad, antes de que
mi propio crecimiento te destroce el corazón. Mejor será que elijas el más joven que
puedas encontrar.
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LA RECIÉN NACIDA.-No elegiré a nadie sino a ti. No tienes que crecer. Nos
amaremos eternamente. (Todos ríen.) ¿De qué se ríen?
LA ANCIANA. -Escucha, niña. . .
LA RECIÉN NACIDA. -¡No te acerques a mí, vieja espantosa! Me asustas.
ACIS. -Dale un instante de tiempo. Todavía no es muy razonable. ¿Qué se
puede esperar de una niña que tiene menos de cinco minutos de edad?
LA RECIÉN NACIDA. -Creo que ahora me siento más razonable. Es claro que
era demasiado joven cuando dije eso, pero dentro de mi cabeza todo está cambiando
con mucha rapidez. Me agradaría que me explicaran las cosas.
ACIS (a la anciana). - ¿Te parece que está bien? (La anciana mira a la recién
nacida con expresión de crítica, le palpa las protuberancias craneanas como un
frenólogo, le aprieta los músculos y le sacude los miembros. Le examina los dientes,
le observa los ojos durante un momento y finalmente se separa de ella con aire de haber
terminado su tarea.)
LA ANCIANA.-Está bien. Puede vivir. (Todos agitan sus varas y gritan de alegría.)
LA RECIÉN NACIDA (indignada). - ¡Puedo vivir! ¿Y si algo hubiera andado mal
en mí?
LA ANCIANA. -Los niños en quienes algo anda mal no viven aquí, hija mía. La
vida no es barata entre nosotros. Pero tú no habrías sentido nada.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Quiere decir que me habrían asesinado?
LA ANCIANA. -Esa es una de las extrañas palabras que los recién nacidos traen
consigo del pasado. Mañana la olvidarás. Y ahora escucha. Te esperan cuatro años de
infancia. No serás muy feliz, pero te interesará y divertirá lo novedoso del mundo, y tus
compañeros aquí presentes te enseñarán a mantenerte en una imitación de dicha durante
tus cuatro años, por medio de lo que ellos llaman artes, deportes y placeres. Lo peor de
tus molestias ha pasado ya.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Cómo ¿En cinco minutos?
LA ANCIANA. - No, en el huevo has estado creciendo durante dos años.
Comenzaste por ser varias criaturas que ya no existen, aunque conservamos fósiles de
ellas. Luego te hiciste ser humano y pasaste, en quince meses, por un desarrollo que
otrora costaba a los seres humanos veinte años de torpes tambaleos en pos de la madurez,
después de haber nacido. Después tenían que pasarse cincuenta años en la especie de
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niñez que tú completarás en cuatro. Y después morían de decadencia. Pero tú no tienes
por qué morir hasta que te ocurra tu accidente.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cuál es mi accidente?
LA ANCIANA. -Tarde o temprano caerás y te quebrarás el cuello, o un árbol se
desplomará sobre ti, o te herirá un rayo. Una u otra cosa tiene que terminar contigo algún
día.
LA RECIÉN NACIDA. -Pero, ¿por qué tiene que sucederme alguno de esos
accidentes?
LA ANCIANA. -No hay por qué. Sucede. Todo le sucede a todo el mundo, más
tarde o más temprano, si hay tiempo suficiente. Y para nosotros hay toda una eternidad.
LA RECIÉN NACIDA. -Nada tiene por qué suceder obligatoriamente. jamás oí
semejante tontería. Yo sabré cómo cuidarme.
LA ANCIANA. -Eso es lo que crees.
LA RECIÉN NACIDA. - No lo creo; lo sé. Gozaré de la vida por siempre y siempre
jamás.
LA ANCIANA. - Si resultaras ser una persona de infinita capacidad, encontrarías
sin duda que la vida es infinitamente interesante. Pero ahora la único que tienes que hacer
es jugar con tus compañeros. Ellos tienen muchos juguetes bonitos, como ves: un teatro,
cuadros, imágenes, flores, telas de vivos colores, música. Y, por sobre todo, se tienen a sí
mismos. Porque el juguete más divertido para un niño es otro niño. Al cabo de cuatro
años, tu mentalidad cambiará; te volverás razonable. Y entonces se te investirá de poder.
LA RECIÉN NACIDA, -Pero yo quiero el poder ahora mismo.
LA ANCIANA.-No me cabe duda: para poder jugar con el mundo, haciéndolo
trizas.
LA RECIÉN NACIDA. - Sólo para ver cómo está hecho. Volvería a armarlo, y
quedaría mejor que antes.
LA ANCIANA. -Hubo una época en que a los niños se les daba el mundo, porque
prometían mejorarlo. No
lo mejoraron; y lo habrían hecho pedazos si su poder hubiese sido tan grande como
el que ejercerás cuando dejes de ser una niña. Hasta ese momento tus jóvenes compañeros
te enseñarán todo lo que sea necesario. No se te prohibe que hables con los ancianos, pero
será mejor que no lo hagas, ya que la mayoría de ellos han agotado hace tiempo todo el
interés que puede haber en observar a los niños y conversar con ellos. (Se vuelve para
irse.)
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LA RECIÉN NACIDA. - Espere. Hábleme de algunas de las cosas que debo o no
debo hacer. Siento la necesidad de educarme. (Todos se ríen de ella, salvo la anciana.)
LA ANCIANA. -Mañana se te habrá pasado. Haz como te plazca. (Se va, subiendo
por el sendero. Los funcionarios recogen todo lo que han traído, juntamente con los
fragmentos de cascarón, y lo llevan al templo.)
ACIS. -Imagínate. Esa vieja vive desde hace setecientos años, y todavía no ha
sufrido su accidente fatal. Y no está cansada en lo más mínimo de todo esto.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cómo puede nadie cansarse de la vida?
ACIS -Pues se cansan. Es decir, se cansan de vivir la misma vida. Consiguen
producirse maravillosos cambios. A veces los encuentras con varias cabezas de más, y
con muchos brazos y piernas. Uno podría desternillarse de risa de sólo verlos. La mayoría
de ellos se han olvidado de cómo se habla; los que nos cuidan tienen que repasar sus
conocimientos del idioma una vez por año. Que yo sepa, nada les produce impresión
alguna. jamás se divierten. No sé cómo pueden aguantarlo. Ni siquiera concurren a
nuestros festivales artísticos. Esa anciana que te hizo salir de tu cascarón se ha ido por
ahí, a meditar y no hacer nada, aunque sabe que hoy es el Día del Festival.
LA RECIÉN NACIDA, - ¿Qué es el Día del Festival?
ACIS. - Dos de nuestros más grandes escultores nos traerán sus últimas obras
maestras, y nosotros los coronaremos de flores, entonaremos ditirambos dedicados a ellos
y danzaremos en su derredor.
LA RECIÉN NACIDA. -¡Qué divertido! ¿Qué es un escultor?
ACIS. -Escucha, jovencita. Tienes que descubrir las cosas por ti misma y no hacer
preguntas. Durante uno o dos días deberás mantener abiertos los ojos y los oídos, y la
boca cerrada. A los niños se los debe ver, pero no oír.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿A quién llamas jovencita? Ya tengo todo un cuarto de
hora de edad. (Se sienta en el banco curvo, al lado de Estrefón, con su aire más maduro.)
VOCES EN EL TEMPLO (expresando protesta, desaliento, disgusto).- ¡Oh! ¡Oh!
¡Escandaloso! ¡Vergonzoso! ¡Deshonroso! ¡Qué porquería! ¿Es una broma? ¡Pero si son
ancianos! ¡Puf! ¿Estás loco, Arjíllax? Esto es una ofensa. Un insulto. ¡Bah! (Etcétera,
etcétera. Los descontentos aparecen en la escalinata, gruñendo.)
ACIS. - ¡Hola!, ¿qué ocurre? (Se dirige batía los escalones del templete. Los dos
escultores salen del templo; uno tiene una barba de medio metro de largo; el otro es
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imberbe. Entre los dos viene una hermosa ninfa de marcadas facciones, cabello negro
ricamente ondulado y porte autoritario.)
LA NINFA AUTORITARIA (llega corriendo al centro del claro, con los escultores,
y se coloca entre Acis y la recién nacida).-No trates de amedrentarme, Arjíllax, sólo
porque tengas unas manos habilidosas. ¿No sabes tocar la flauta?
ARJÍLLAX (el escultor barbudo de su derecha).-No,
Ecrasia, no sé. ¿Qué tiene que ver eso? (Habla con tono entre burlón e impaciente,
completamente resuelto a no tomarla en serio, a pesar de la belleza y el tono imponente
de la joven.)
ECRASIA. -Bueno, ¿has vacilado alguna vez en criticar a nuestros mejores
tañedores de flauta y en afirmar si su música era buena o mala? ¿No tengo yo, entonces,
el mismo derecho a criticar tus bustos, aunque no sepa hacerlos, lo mismo que tú no sabes
tocar la flauta?
ARJÍLLAX. -Cualquier tonto puede tocar la flauta, o cualquier otra cosa, si practica
el tiempo necesario. Pero la escultura es un arte creador, no una simple cuestión de soplar
en un tubo. El escultor tiene que tener en sí algo de dios. De su mano surge una forma que
refleja un espíritu. No lo hace para complacerte a ti, ni siquiera para complacerse a sí
mismo, sino porque tiene que hacerlo. Y tú tienes que aceptar lo que él te dé, o dejarlo, si
no eres digna de ello.
ECRASIA (despectiva).- ¡Que no soy digna de ello!... ¡Ja! ¿Y no podría ser que lo
dejara a un lado porque no fuese digno de mí?
ARJÍLLAX. - ¿De ti? ¡Contén tu tonta lengua, farsante engreída! ¿Qué sabes tú de
eso?
ECRASIA. - Sé lo que sabe toda persona de cultura: que la función del artista es
crear belleza. Hasta hoy tus obras han estado plenas de belleza, y yo siempre fui la
primera en señalarlo.
ARJÍLLAX. - Permíteme que no te lo agradezca. La gente tiene ojos, ¿verdad?, para
ver lo que está tan claro como el sol en el cielo, sin necesidad de que tú lo señales.
ECRASIA. -Pues a ti te gustaba que lo señalara. Entonces no me llamabas farsante
engreída. Me ahogabas a caricias. Me modelaste como el genio del arte protegiendo la
infancia de tu maestro Martellus. (Señala al otro escultor. Éste, oyente silencioso y
meditativo, se estremece y menea la cabeza, pero no dice nada.)
ARJÍLLAX (pendenciero). -Tu conversación me engañó.
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ECRASIA. - Yo descubrí tu talento antes que nadie. ¿Es cierto eso o no?
ARJÍLLAX.-Todos sabían que era una persona extraordinaria. Cuando nací, mi
barba tenía noventa centímetros de largo.
ECRASIA. -Sí, y desde entonces se ha encogido; ahora tiene cincuenta. Por lo que
parece, tu talento estaba en el último cuarto metro de tu barba, porque has perdido las dos
cosas.
MARTELLUS (con una especie de cloqueo irónico).¡Él! ... Mi barba tenía un
metro de largo cuando nací, y un rayo la quemó y mató a la anciana que me daba a luz.
Sin un solo cabello en la barbilla, me convertí en el más grande escultor de diez
generaciones.
ECRASIA. - Y sin embargo hoy te presentas ante nosotros con las manos vacías.
Tendremos que coronar a Arjíllax, porque ningún otro escultor exhibe ninguna obra.
ACIS (volviendo de los escalones del templo y colocándose detrás del banco
curvo, a la derecha de los tres). - ¿Por qué riñen, Ecrasia? ¿Por qué te has disgustado con
Arjíllax?
ECRASIA. -¡Me insultó! ¡Nos ofendió! ¡Profanó su arte! Ya sabes cuántas
esperanzas teníamos depositadas en los doce bustos que dejó en el templo para que fueran
descubiertos hoy. Bueno, vé y échales una ojeada. Eso es todo lo que puedo decirte. (Se
sienta en el banco, delante de Acis, que queda inclinado sobre ella.)
A c i s . -No soy un gran juez en materia de esculturas. El arte no es mi especialidad.
¿Qué tienen los bustos de malo?
ECRASIA. - ¿Qué tienen de malo? En lugar de ser ninfas y jóvenes idealmente
bellos, son estudios horriblemente realistas de. . . Pero, de veras, no tengo fuerzas para
pronunciar la palabra. (La recién nacida, llena de curiosidad, corre al templo y atisba en el
interior.)
ACIS. - ¡Oh, por favor, Ecrasia! No creo que seas tan remilgada. ¿Estudios de qué?
LA RECIÉN NACIDA (desde los escalones del templo). - De
ancianos.
Acis (sorprendido, pero no escandalizado), - ¿De ancianos?
ECRASIA. -Sí, de ancianos. El único tema que por consenso universal de nuestros
conocedores está absolutamente excluido de las bellas artes. (A Arjíllax.) ¿Cómo puedes
defender semejante procedimiento?
ARJÍLLAX.-Si vamos a eso, ¿qué interés se puede encontrar en las estatuas de
ninfas tontamente risueñas y de jovenzuelos en estúpidas actitudes que ustedes meten por
todas partes?
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ECRASIA. - No preguntabas eso cuando tu mano era todavía lo bastante hábil para
modelarlos.
ARJÍLLAX. - ¡Hábil!
¡Idiota presuntuosa!
¡Pero
si
podría
hacer esas cosas por decenas, con los ojos vendados y una mano atada a la espalda! ¿Pero
de qué servirían? Me aburren, y los aburrirían a ustedes si tuviesen un poco de sensatez.
Vayan y miren mis bustos. Mírenlos una y otra vez, hasta recibir la plena impresión de
intensidad de pensamiento que ha quedado estampada en ellos. Y vuelvan luego a las
empalagosas golosinas que llaman esculturas, a ver si pueden soportar su insulsa
vaciedad.
(Sube impetuosamente al altar.) Escúchenme todos. Y tú, Ecrasia, guarda silencio, si
eres capaz de guardarlo. ECRASIA. - El silencio es la más perfecta expresión del
desprecio. ¡Desprecio! Eso es lo que siento hacia tus repugnantes bustos.
ARJÍLLAX. - ¡Tonta! ... Los bustos no son más que el comienzo de un poderoso
plan. Escuchen. Acis.-Adelante, viejo. Te escuchamos. (Martellus se deja caer en el
césped, junto al altar. La recién nacida se sienta en los escalones del templo, con la barbilla
apoyada en las manos, presta a devorar el primer discurso de su vida. Los demás se quedan
de pie o sentados, a sus anchas.)
ARJÍLLAX, - Con los documentos que generaciones de niños rescataron de la
estúpida negligencia de los ancianos ha llegado hasta nosotros una fábula que, como
muchas otras, no es una cosa que se haya hecho en el pasado, sino una pobre cosa que
debe hacerse en el futuro. Se trata de una leyenda de un ser sobrenatural llamado el
arcángel Miguel.
LA RECIÉN NACIDA. -¿Es un relato? Quiero escuchar un relato. (Baja corriendo
la escalinata y se sienta en el altar, a los pies de Arjíllax.)
ARJÍLLAX, - El arcángel Miguel era un gran escultor y pintor. Descubrió en el
centro del mundo un templo a la diosa del centro, llamada Mediterránea. Ese templo
estaba atestado de tontos cuadros de niños bonitos, como los que Ecrasia aprueba.
A c i s . - ¡Juego limpio, Arjíllax! Si ella tiene que quedarse callada, déjala tranquila.
ECRASIA. -No interrumpiré, A c i s . ¿Por qué no habría de preferir la juventud y la
belleza a la vejez y la fealdad?
ARJÍLLAX. -Muy bien. Pues el arcángel Miguel era de mi opinión, no de la tuya.
Empezó pintando en el techo a los recién nacidos, en toda su infantil belleza. Pero cuando
terminó no quedó satisfecho, porque el templo no era más imponente que antes, a no ser
porque había en esos recién nacidos una energía y una promesa de cosas mejores que ningún
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otro artista había logrado expresar. De manera que pintó, en torno a esos recién nacidos, todo
un grupo de ancianos, que en esos días se llamaban profetas y sibilas y cuya majestuosidad
consistía solamente en el pensamiento en su grado máximo de intensidad. Y a través de las
edades se reconoció esa pintura como la cumbre y obra maestra del arte. Es claro que
nosotros no podemos creer literalmente en tal leyenda. No es más que eso: una leyenda. No
creemos en los arcángeles; y resulta absurda la idea de que hace treinta mil años existieran la
escultura y la pintura, y de que incluso hubiesen alcanzado la gloriosa perfección que conquistaron entre nosotros. Pero los hombres pueden por lo menos aspirar a aquello que no les
es posible realizar. Se conforman fingiendo que fué realizado en una edad de oro del pasado.
Esta espléndida leyenda perduró porque seguía viviendo, como un deseo, en el corazón de los
más grandes artistas. El templo de Mediterránea jamás fué construido en el pasado y el
arcángel Miguel no existió. Pero hoy el templo está aquí. (Señala el pórtico.) Y el hombre
está aquí. (Se golpea en el pecho.) Yo, Arjíllax, soy ese hombre. Pondré en vuestro teatro
imágenes de recién nacidos que puedan satisfacer incluso el apetito de belleza de Ecrasia. Y
las rodearé de ancianos más augustos que cualquiera de los que se pasean por nuestros
bosques.
MARTELLUS (como antes).- ¡Ja!
ARJÍLLAX (picado). - ¿Por qué te ríes, tú que has venido con las manos vacías y,
según parece, con la cabeza también vacía?
ECRASIA (se pone de pie, indignada.) - ¡Oh, qué vergüenza! Te atreves a burlarte de
Martellus, que es veinte veces tu maestro...
ACIS. -Cállate, ¿quieres? (La toma de los hombros y la obliga a sentarse
nuevamente.)
MARTELLUS. - Que se burle todo lo que quiera, Ecrasia. (Incorporándose.) Mi pobre
Arjíllax, yo también tuve ese sueño. Yo también descubrí un día que mis encantadoras
imágenes se habían vuelto insulsas, carentes de interés, tediosas, que eran un desperdicio de
tiempo y materiales. También yo perdí el deseo de modelar miembros, y sólo conservé el
interés por cabezas y caras. También yo hice bustos de anciano, pero no tuve tu valentía. Los
hice en secreto y los mantuve ocultos de todos ustedes.
ARJÍLLAX (baja de un salto del altar, detrás de Martellus, en su sorpresa y
excitación), - ¿Hiciste bustos de ancianos? ¿Dónde están, hombre? ¿Dejas que te convenzan
Ecrasia y los tontos que se imaginan que ella habla con autoridad? Coloquémoslos todos
junto a los míos, en el teatro. Yo te he abierto el camino, y ya ves que no me ha pasado nada.
MARTELLUS. -Imposible. Están hechos pedazos. (Se levanta riendo.)
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Topos. - ¡Destrozados!
ARJÍLLAX. - ¿Quién los rompió?
MARTELLUS.-Yo mismo. Por eso me reía. Y tú romperás los tuyos antes de que
hayas completado una docena de ellos. (Va hacia el extremo del altar y se sienta junto a la
recién nacida.)
ARJÍLLAX. - ¿Por qué?
MARTELLUS. -Porque no puedes darles vida. Un anciano vivo es mejor que una
estatua muerta. (Toma a la recién nacida y la sienta en sus rodillas. Ella se siente halagada
y reacciona voluptuosamente.) Cualquier cosa viviente es mejor que lo que sólo finge
estar vivo. (A Arjíllax.) Tu desilusión con tus obras de belleza es sólo el comienzo de tu
desilusión acerca de las imágenes de todo tipo. A medida que tu mano se torne más hábil
y tu cincel corte más profundamente, te esforzarás por acercarte cada vez más a la verdad
y a la realidad, desechando la fugaz añagaza carnal y haciendo imágenes del espíritu, que
son las que fascinan eternamente. Pero, ¿cómo puede una inspiración tan noble
satisfacerse con una imagen cualquiera, aunque se trate de una imagen de la verdad? Al
final, la conciencia intelectual que te arrancó de lo que es fugaz en el arte para llevarte a
lo que es eterno en él, tendrá que arrancarte por completo del arte, porque el arte es falso
y sólo la vida es verdadera. (La recién nacida le echa los brazos al cuello y lo besa
entusiastamente. Martellus se pone de pie, la lleva al banco de su izquierda, la deposita
junto a Estrefón como si fuese nana prenda de vestir y continúa hablando sin el menor
cambio de tono.) Dale la forma que quieras, el mármol seguirá siendo mármol, y la
imagen esculpida no será más que un ídolo. Así como yo he roto mis ídolos y arrojado
mis cinceles y herramientas de modelar, así también tú romperás tus bustos.
ARJÍLLAX, - Jamás.
MARTELLUS. -Espera, amigo. No he venido con las manos vacías, como crees.
Por el contrario, he traído una obra de arte como jamás has visto otra igual, y me acompaña un artista que nos ha superado más de lo que nosotros superamos a nuestros
competidores.
ECRASIA. -Imposible. Las más grandes producciones artísticas no pueden ser
superadas.
ARJÍLLAX, - ¿Y quién es ese dechado a quien declaras más grande que yo?
MARTELLUS. - Lo declaro más grande que yo mismo, Arjíllax.
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ARJÍLLAX (frunciendo el entrecejo).-Entiendo. En lugar de salvarme de que me
ahogue, estás dispuesto a tomarme de la cintura y saltar conmigo por la borda.
ACIS. - ¡Oh, dejen de reñir! Es lo peor que tienen ustedes, los artistas. Están
siempre reunidos en pequeñas camarillas, disputando. Y las peores camarillas son aquellas formadas por un solo hombre. ¿Quién es ese nuevo individuo que se arrojan el uno a
la cara del otro?
ARJÍLLAX. -Pregúntaselo a Martellus, no a mí. Yo no lo conozco. (Se separa de
Martellus y se sienta junto a Ecrasia, a la izquierda de ésta.)
MARTELLUS. - Lo conoces bastante bien. Es Pigmalión.
ECRASIA (indignada). - ¡Pigmalión! ¡Esa criatura desalmada! ¡Un hombre de
ciencia! ¡Una persona de laboratorio!
ARJÍLLAX. - ¿Que Pigmalión ha producido una obra de arte? Has perdido el juicio
artístico. El hombre es absolutamente incapaz de modelar siquiera la uña de un pulgar, y
no hablemos ya de una figura humana.
MARTELLUS. -Eso no tiene importancia. Yo le he hecho el modelado.
ARJÍLLAX. - ¿Qué quieres decir?
MARTELLUS (llamando). - ¡Pigmalión! ¡Ven! (Pigmalión, un joven robusto, de
rostro tallado en planos horizontales y con una perpetua sonrisa de ansioso y benévolo
interés en todo lo que le rodea, y de esperanza de igual interés por parte de todos los
demás, sale del templo y llega hasta el centro del grupo, cuyos componentes lo
contemplan con miedo, como temiendo que los aburra. Ecrasia se muestra francamente
despectiva.) Amigos, es una lástima que Pigmalión sea físicamente incapaz de exhibir
nada sin pronunciar primero un discurso para explicarlo. Pero les prometo que, si tienen
paciencia, les mostrará las dos más maravillosas obras de arte del mundo entero y que
ellas contendrán algo de mi mejor artesanía. Permítanme que agregue que les inspirará
una repugnancia que los curará para siempre de la demencia del arte. (Se sienta junto a
la recién nacida, quien hace un mohín y le vuelve la espalda, demostración que él ni
siquiera advierte. Pigmalión, con la sonrisa de un bobo y la ávida confianza de un hombre
de ciencia fanático, sube torpemente al altar. Todos se preparan para lo peor.)
PIGMALIÓN. -Amigos
míos,
prescindiré
del
álgebra...
ACIS.- ¡Gracias a Dios!
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PIGMALIÓN (continuando).-... porque Martellus me arrancó la promesa de que lo
haría así. Para ir al grano, he conseguido fabricar seres humanos artificiales. Seres
humanos verdaderos, vivos, quiero decir.
VOCES INCRÉDULAS. - ¡Oh, vamos! ¡Cuéntanos otro! ¡Qué exageración! ¡Sal
de aquí! ¡No es posible! ¡Qué mentira!
PIGMALIÓN. -Les digo que sí. Se los haré ver. Ya se ha hecho otras veces. Uno
de los más antiguos documentos que poseemos menciona una tradición de un biólogo
que extrajo de la tierra ciertos minerales, no especificados, y, según la extraña expresión
del propio documento, "insufló en sus narices el aliento de la vida". Esa es la única
tradición de las épocas primitivas que podemos considerar como realmente científica.
Existen documentos posteriores que especifican los minerales con gran precisión,
detallando incluso los pesos atómicos, pero son absolutamente anticientíficos, porque
pasan por alto el elemento vital que diferencia a un organismo vivo de una simple
mezcla de sales y gases. Estas mezclas se hicieron una y mil veces en los toscos
laboratorios de las Edades Tontas-Hábiles, pero no se obtuvo nada de ellas hasta que el
ingrediente que el antiguo cronista llamó el aliento de la vida les fué agregado por ese
notabilísimo primer experimentador. En mi opinión, él fué el fundador de la ciencia
biológica.
ARJÍLLAX.-¿Es eso todo lo que sabemos sobre él? No es mucho, ¿verdad?
PIGMALIÓN. -Hay algunos fragmentos de cuadros y documentos que lo
presentan paseándose por un jardín y aconsejando a la gente que cultive su huerto. Su
nombre ha llegado hasta nosotros en distintas formas. Una de ellas es Jehová. Otra,
Voltaire.
ECRASIA. -Tu Voltaire nos aburre hasta el frenesí. ¿Qué puedes decirnos de tus
seres humanos? AxJíLLAx.-Sí, háblanos de ellos. PIGMALIÓN.-Les aseguro que estos
detalles son altamente interesantes. (Gritos de "¡No! ¡No lo son! ;Que hable de los seres
humanos! Conspuez Voltaire! ¡Más breve, Pig!" lo interrumpen desde todas partes.)
Pronto los verán. Les prometo que no los haré esperar mucho tiempo. Nosotros, los
hijos de la ciencia, sabemos que el universo está lleno de fuerzas, poderes y energías de
una u otra clase. La savia que trepa en un árbol, la piedra unida en una estructura
cristalina definida, el pensamiento de un filósofo que mantiene su cerebro en forma y
funcionamiento con una energía inconcebiblemente poderosa, el ansia de evolución:
todas estas fuerzas pueden ser utilizadas por nosotros. Por ejemplo, yo empleo la fuerza
de la gravitación cuando pongo una piedra en mi túnica para evitar que el viento se la
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lleve cuando me estoy bañando. Reemplazando la piedra por máquinas adecuadas, hemos
esclavizado no sólo la gravitación, sino también la electricidad y el magnetismo, la
atracción, repulsión y polarización atómicas, etc. Pero hasta ahora la fuerza vital se nos
escapaba de entre las manos, de modo que ella misma tuvo que crear sus máquinas. Creó
y desarrolló estructuras óseas de la fuerza necesaria, revistiéndolas de tejidos celulares de
tan sorprendente sensibilidad, que los órganos que éstos forman adaptan su acción a todas
las variaciones normales del aire que respiran, los alimentos que digieren y las circunstancias acerca de las cuales tienen que pensar. Sin embargo, ya que estos cuerpos
vivos, como nosotros los llamamos, no son, en fin de cuentas, más que máquinas, tiene
que ser posible construirlos mecánicamente.
ARJÍLLAX.-Todo es posible. La cuestión es: ¿los has construido tú?
PIGMALIÓN. - Sí. Pero eso no es más que un hecho. Lo interesante es la
explicación del hecho. Perdónenme por decirlo, pero es una lástima que ustedes, los
artistas, carezcan de intelecto.
ECRASIA (sentenciosa).-No lo admito. Los artistas adivinan por medio de la
inspiración todas las verdades que los llamados hombres de ciencia rebuscan en sus laboratorios, lenta y penosamente, mucho tiempo después.
ARJÍLLAX (a Ecrasia, pendenciero).-¿Qué sabes tú de eso? Tú no eres una artista
...
ACIS. - ¿Quieren callarse, los dos? Veamos los hombres artificiales. Preséntalos,
Pigmalión.
PIGMALIÓN. -Son un hombre y una mujer. Pero, de veras, primeramente tengo que
explicar.. . (Todos lanzan un gemido.) Sí, yo. . .
ACIS. -Queremos resultados, no explicaciones.
PIGMALIÓN (ofendido).-Veo que los aburro. Ni uno solo de ustedes siente el más
mínimo interés por la ciencia. Adiós. (Desciende del altar y se dirige al templo.)
VARIOS JÓVENES Y DONCELLAS (levantándose y corriendo hacia él). - ¡No, no! No
te vayas. No te ofendas. Queremos ver a la pareja artificial. Te escucharemos. Estamos
tremendamente interesados. Háblanos de eso.
PIGMALIÓN (cediendo). -Apenas los demoraré un par de minutos.
TODOS. - Media hora, si quieres. Por favor, continúa, Pigmalión. (Lo llevan de
vuelta al altar y lo suben a él.) ¡Arriba! (Vuelven a sus puestos de antes.)
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PIGMALIÓN. -Como les decía, se hicieron muchas tentativas de producir el
protoplasma en el laboratorio. ¿Por qué no servían de nada esos plasmas sintéticos, como
se los llamaba?
ECRASIA. - Estamos esperando que nos lo digas tú. LA RECIÉN NACIDA
(imitando a Ecrasia y tratando de superarla intelectualmente). -Porque estaban muertos,
es evidente.
PIGMALIÓN.-No está tan mal, por venir de una criatura. Pero muerto y vivo son
términos sumamente vagos. Tú misma no estás tan viva como lo estarás, por ejemplo,
dentro de un mes. Lo que le pasaba al protoplasma sintético era que no podía fijar y
conducir la Fuerza Vital. Era como un imán de madera o un pararrayos de seda: no
conducía la corriente.
ACIS.-Nadie sino un tonto fabricaría un imán de madera en la esperanza de que
atrajese algo.
PIGMALIÓN. -Quizá lo fabricaría, si fuese tan ignorante como para no conocer la
diferencia que hay entre la madera y el hierro dulce. En esas épocas eran muy ignorantes de
las diferencias existentes entre las cosas, porque sus métodos de análisis eran sumamente
toscos. Hacían mezcolanzas tan parecidas al protoplasma, que no las distinguían del
verdadero. Pero la diferencia existía, aunque el análisis que efectuaban para comprobarlo era
demasiado superficial e incompleto como para descubrirla. Hay que recordar que esos pobres
diablos eran apenas mejores que nuestros idiotas; nosotros no soñaríamos siquiera con
permitir que uno de éstos sobreviviera más allá del día de su nacimiento. ¡Pero si la Recién
Nacida sabe ya por instinto muchas cosas que los más grandes físicos de ellos sólo podían
llegar a conocer al cabo de cuarenta años de intensos estudios! . . . El simple y directo sentido
que tiene la chiquilla del espacio-tiempo y de la cantidad soluciona inconscientemente
problemas que a los más famosos matemáticos de ellos les costaban años y años de
prolongados y laboriosos cálculos, operaciones que les exigían tan intensa aplicación mental,
que con frecuencia se olvidaban de respirar, cuando estaban dedicados a ellas, y a menudo
morían asfixiados de resultas de ello.
ECRASIA. - Dejemos de lado a esos oscuros abortos prehistóricos y volvamos a tu
hombre y tu mujer sintéticos.
PIGMALIÓN. -Cuando me dediqué a la tarea de fabricar hombres sintéticos, no perdí
el tiempo con el protoplasma. Se me hizo evidente que si resultaba posible obtener
protoplasma en el laboratorio, debía ser igualmente posible empezar más arriba y crear
tejidos musculares y nerviosos plenamente evolucionados, huesos, etcétera. ¿Por qué fabricar
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la simiente, cuando la creación de la flor no constituiría un milagro más grande? Probé miles
de combinaciones antes de lograr producir algo que fijase una Fuerza Vital de elevado
potencial.
ARJILLAX. -¿Elevado qué?
PIGMALIÓN. - Potencial. La Fuerza Vital no es tan sencilla como creen. Una corriente
de alto potencial de la misma convierte un trozo de tejidos muertos en un cerebro de filósofo.
Una corriente de potencial bajo transforma el mismo trozo de tejido en una masa corrompida.
¿Querrán creerme si les digo que, incluso en el hombre mismo, la Fuerza Vital solía
descender repentinamente de su plano humano para caer en el de un hongo, de manera que
los hombres veían de pronto que su carne no crecía ya como carne, sino que proliferaba
horriblemente en una forma inferior, que ellos llamaban cáncer, hasta que esa forma inferior
de vida mataba a la superior, y ambas perecían miserablemente?
MARTELLUS. -Olvídate de las tribus primitivas, Pigmalión. Puede que te interesen a
ti, pero aburren a estos jovencitos.
PIGMALIÓN. -Sólo estoy tratando de hacer que me entiendan. Ahí estaba la Fuerza
Vital bramando en mi derredor; y ahí estaba yo, tratando de crear órganos que la captaran tal
como una batería capta la electricidad, y de fabricar tejidos que la condujeran y la hiciesen
funcionar. Resultaba bastante fácil hacer ojos más perfectos que los nuestros y oídos con
mayor alcance auditivo. Pero no podían ver ni oír, porque no eran susceptibles a la Fuerza
Vital. Mucho peor fue cuando descubrí cómo tornarlos susceptibles a ella, porque lo primero
que ocurrió fue que dejaron de ser ojos y oídos y se convirtieron en puñados de gusanos.
ECRASIA. - ¡Repugnante! ¡Por favor, basta!
ACIS. - Si no quieres escuchar, véte. Continúa, Pig.
PIGMALIÓN. - Y bien, continúo. Los potenciales inferiores de la Fuerza Vital
podían crear gusanos, pero no ojos u oídos humanos. Y entonces mejoré los tejidos
hasta que se tornaron susceptibles a un potencial elevado.
ARJÍLLAX (intensamente interesado). - Sí, ¿y después?
PIGMALIÓN. -Después los ojos y los oídos se convirtieron en cánceres.
ECRASIA. - ¡Espantoso!
PIGMALIÓN. -De ningún modo. Fué un gran progreso. Me alentó hasta tal punto,
que dejé a un lado los ojos y los oídos y construí un cerebro. No conseguí hacerle
recibir la Fuerza Vital hasta que alteré su constitución una docena de veces. Pero
entonces pudo captar un potencial superior y no se disolvió, y tampoco los ojos y los
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oídos, cuando los conecté con el cerebro. Conseguí crear una especie de monstruo, una
cosa sin brazos ni piernas. Y vivió media hora, real y verdaderamente.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Media hora! ¿Para qué servía eso? ¿Por qué murió?
PIGMALIÓN. - Se le enfermó la sangre. Pero también corregí eso, y luego seguí
adelante, hasta llegar a un cuerpo humano completo: brazos, piernas y todo lo demás.
Fué mi primer hombre.
ARJILLAX. -¿Quién lo modeló?
PIGMALIóN. - Yo.
MARTELLUS. - ¿Quieres decir que tú hiciste la tentativa antes de pedir mi
colaboración?
PIGMALIÓN. -Sí, varias veces. Mi primer hombre fué la criatura más espantosa
que se conoce; una mezcla más espeluznante, horrible y absurda de lo que pueden concebir ustedes, que no lo han visto.
ARJÍLLAX. -Si lo modelaste tú, sin duda tiene que haber sido un espectáculo.
PIGMALIóN. - ¡Oh!, no por sus formas. No las inventé yo. Hice mediciones y
saqué moldes de mi propio cuerpo. Los escultores lo hacen a veces, ¿verdad?, aunque
finjan que no.
MARTELLUS. - ¡Hmmm!
ARJÍLLAX.- ¡Ja!
PIGMALIÓN.-Tenía un aspecto nada desagradable, al principio, o poco menos.
Pero se comportaba del modo más espantoso, y los acontecimientos posteriores fueron
tan repugnantes, que, de veras, no me animo a describirlos. Tomaba cualquier cosa y la
devoraba. Se bebía todos los flúidos del laboratorio. Traté de explicarle que no debía
comer nada que no pudiese asimilar y digerir completamente, pero, por supuesto, no me
entendía. Asimilaba un poco de lo que tragaba, pero el proceso dejaba horribles
residuos, que él no tenía modo de eliminar. Su sangre se convirtió en veneno y murió en
medio de horribles torturas, aullando. Entonces me di cuenta de que había producido un
hombre prehistórico, porque en nuestro cuerpo existen ciertos rastros de órganos
ordenados de tal modo que permitían que las formas primitivas de la humanidad
renovaran su cuerpo deglutiendo carne, cereales, hortalizas y toda clase de alimentos
artificiales y desagradables, y que eliminaran lo que no podían digerir.
ECRASIA. - ¡Pero qué lástima que muriese! ¡Qué visión del pasado nos hemos
perdido! Él nos habría hablado de la Edad Dorada.
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PIGMALIÓN. -No. Era un animal sumamente peligroso. Me tenía miedo, y varias
veces trató de matarme golpeándome con uno u otro objeto. Tuve que darle dos o tres
fuertes choques eléctricos antes de convencerlo de que se encontraba a mi merced.
LA RECIÉN NACIDA. - Pero, ¿por qué no hiciste una mujer en lugar de un
hombre? Una mujer Habría sabido portarse mejor.
MARTELLUS. -¿Por qué no hiciste una mujer y un hombre? Sus hijos habrían sido
interesantes. PIGMALIÓN. -Tenía la intención de hacer una mujer, pero después de mi
experiencia con el hombre no quise ni pensar en eso.
ECRASIA, - ¿Por qué?
PIGMALIÓN, -Bueno, es difícil explicarlo si no se han estudiado los métodos
prehistóricos de reproducción. La única clase de hombres y mujeres que podía fabricar
eran hombres y mujeres parecidos a nosotros, por lo que respecto al cuerpo. Así fué cómo
maté al pobre animal que hice primero. No había tenido en cuenta sus horribles métodos
prehistóricos de alimentación. Supongamos que la mujer se hubiera reproducido en
alguna forma prehistórica, en lugar de ser ovípara como nosotros ... No habría podido
hacerlo con un cuerpo femenino moderno. Además, es posible que el experiMento resultase doloroso.
ECRASIA. - Entonces, ¿no tienes nada que mostrarnos?
PIGMALIÓN. - ¡Oh, sí! No me declaro vencido con tanta facilidad. Volví a poner
manos a la obra durante meses enteros, para encontrar la forma de producir un sistema
digestivo que eliminase los productos de desecho, y un sistema reproductor capaz de
alimentación e incubación interiores.
ECRASIA. - ¿Por qué no descubriste la manera de hacerlos como nosotros?
ESTREFÓN (gritando su pena por primera vez). ¿Por qué no hiciste una mujer a quien se pudiese amar? Ese era el secreto que
necesitabas.
LA RECIÉN NACIDA, - ¡Oh, si! ¡Cuán cierto! ¡Cuán grande eres, querido
Estrefón! (Lo besa impulsivamente.)
ESTREFÓN (apasionado), - ¡Déjame en paz!
MARTELLUS. -Controla tus reflejos, niña.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Mis qué?
MARTELLUS. -Tus reflejos. Las cosas que haces sin pensar. Pigmalión te mostrará
un par de criaturas que no son más que reflejos. Aprende de ellas.
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LA RECIÉN NACIDA.-Pero, ¿no estarán vivas, acaso, corno nosotros?
PIGMALIÓN, -Esa es una pregunta sumamente difícil de contestar, querida.
Confieso que al principio creí que había creado criaturas vivas, pero Martellus afirma que
no son más que autómatas. Es claro que Martellus es un místico; yo soy un hombre de
ciencia. Él traza una línea divisoria entre un autómata y un organismo vivo. Yo no puedo
trazar límite alguno que me satisfaga.
MARTELLUS.-Tus hombres artificiales carecen de autodominio. Sólo reaccionan a
los estímulos exteriores. PIGMALIÓN. -Pero son conscientes. Les he enseñado a hablar y
a leer, y ahora dicen mentiras. Eso es tan de la vida misma.. .
MARTELLUS. - De ningún modo. Si estuviesen vivos dirían la verdad. Se los
puede provocar para que digan cualquier mentira tonta, y se puede prever con exactitud
qué clase de embuste dirán. Si se les aplica un golpecito por debajo de la rodilla, mueven
la pierna hacia adelante. Si se les propina un golpecito en el apetito, la vanidad o
cualquiera de sus lujurias y avideces, se vuelven jactanciosos y mentirosos, afirman y
niegan, odian y aman sin tener en cuenta para nada los hechos que saltan a la vista, ni sus
propias y evidentes limitaciones. Eso demuestra que son autómatas.
PIGMALIÓN (nada convencido). -Ya lo sé, vieja, pero en verdad existen evidencias
de que nosotros descendemos de criaturas tan limitadas y absurdas como ellos. En fin de
cuentas, esta chiquilla tiene tres cuartas partes de autómata. ¡Fíjate cómo se comporta!
LA RECIÉN NACIDA (indignada). -¿Qué quieres decir? ¿Cómo me comporto?
ECRASIA. - Si no respetan la verdad, no pueden tener una vitalidad real.
PIGMALIÓN. - La verdad es a veces tan artificial, tan relativa, como decimos en el
mundo científico, que resulta muy difícil sentir la certeza de que lo que es falso y aun ridículo
para nosotros no sea verdad para ellos.
ECRASIA. -Vuelvo a preguntarte, ¿por qué no los hiciste como nosotros? ¿Acaso un
verdadero artista podría conformarse con nada que no fuese lo mejor?
PIGMALIÓN. - No pude. Lo intenté y fracasé. Estoy convencido que lo que voy a
mostrarles es el organismo vivo más elevado que puede producirse en el laboratorio. Los
mejores tejidos que podemos fabricar no admiten potenciales tan altos como los que recibe el
producto natural; ahí es donde la naturaleza nos derrota. Aparentemente ninguno de ustedes
entiende qué enorme triunfo representa el haber producido la conciencia.
ACIS.-Déjate de parloteos y vayamos a la pareja sintética.
VARIOS JÓVENES Y DONCELLAS. - Sí, Sí. Basta de charla. Veámoslos. Cállate,
Pig, y tráelos. ¡Vamos, queremos verlos! ¡ La pareja sintética, la pareja sintética!
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PIGMALIÓN (agitando las manos para calmarlos). - Bueno, bueno. ¿Quieren silbar
para llamarlos? Reaccionan al estímulo de un silbido. (Los que saben hacerlo, silban como
pilluelos de la calle. Ecrasia hace una mueca de disgusto y se lleva las manos a los oídos.)
PIGMALIÓN. - ¡Shh! Basta, basta, suficiente. (Silencio.) Y ahora, un poco de música.
Una melodía de danza. No muy rápida. (Los flautistas ejecutan un baile lento.)
MARTELLUS. -Prepárense para algo espantosa. (Dos figuras, un hombre y una mujer
de noble aspecto, hermosamente modelados y espléndidamente ataviados, surgen del
templo tomadas de la mano. Viendo que todas las miradas están fijas en ellos, se detienen
en los escalones, sonriendo con vanidad complacida. La mujer está a la izquierda del
hombre.)
PIGMALIÓN (frotándose las manos con la ronronearte satisfacción de un creador).Por aquí, por favor. (Las figuras avanzan condescendientemente y se ubican en el centro,
entre los bancos curvos.) Y ahora, si quieren tener la bondad de regalarnos con alguna
cosita... Bailan ustedes tan maravillosamente. (Se sienta junto a Martellus y le dice,
susurrando.) Es extraordinario lo sensibles que son al estímulo de la adulación. (Las figuras,
con aire gracioso, bailan con pomposidad, pero bastante pasablemente. Al terminar se
hacen una reverencia.)
TODOS (aplaudiendo). -¡Bravo! Gracias. ¡Magnífico! ¡Espléndido! ¡Perfecto! (Las
figuras reciben los aplausos en un evidente estado de engreimiento.)
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Saben hacer el amor?
PIGMALIÓN. - Sí, reaccionan a todos los estímulos. Tienen todos los reflejos. Echa el
brazo en torno del cuello del hombre y él te abrazará el talle. No puede evitarlo.
LA FIGURA FEMENINA (con el entrecejo fruncido). - Me lo abrazará a mí, querrás
decir.
PIGMALIÓN. - A ti también, por supuesto, si el estímulo proviene de ti.
ECRASIA, - ¿No sabe hacer nada original?
PIGMALIÓN.-No. Pero, por otra parte; ;sabes?, no admito que ninguno de nosotros
sepa hacer nada realmente original, aunque Martellus cree que sí.
Acis. - ¿Sabe contestar a una pregunta?
PIGMALIÓN. - ¡Oh, Sí! Una pregunta es un estímulo, ¿no es cierto? Hazle una.
ACIS (a la figura masculina). - ¿Qué te parece lo que ves en torno tuyo? ¿Qué
piensas de nosotros, por ejemplo, y de nuestras costumbres y acciones?
LA FIGURA MASCULINA. - Hoy todavía no he podido leer el diario.
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LA FIGURA FEMENINA. - ¿Cómo esperan que mi esposo sepa qué pensar de
ustedes, si le dan el desayuno sin el periódico?
MARTELLUS.-Ya ven. Es un simple autómata.
LA RECIÉN NACIDA.-No creo que me gustase que me echara los brazos al cuello.
Sus brazos no me agradan. (La figura masculina parece ofendida y la femenina celosa.)
¡Oh, pensé que no entendían! ¿Tienes sentimientos?
PIGMALIÓN. -Naturalmente. Ya te he dicho que tienen todos los reflejos.
LA RECIÉN NACIDA. -Pero los sentimientos no son reflejos.
PIGMALIÓN.-Son sensaciones. Cuando los rayos del sol entran en los ojos de ellos
y componen una imagen en la retina, el cerebro adquiere conciencia de la imagen, y
entonces actúan en consecuencia. Cuando las ondas de sonido producidas por las palabras
de ustedes entran en los oídos de ellos y registran una nota despectiva en el
teclado, el cerebro tiene conciencia del desprecio y siente la ofensa. Si tú no los
despreciaras, no lo sentirían. No hacen más que reaccionar a un estímulo.
LA FIGURA MASCULINA. - Somos parte de un sistema cósmico. El libre albedrío
es una ilusión. Somos los hijos de la Causa y el Efecto. Somos los Inalterables, los Irresistibles, los Irresponsables, los Inevitables.
Me llamo Ozimandias; soy rey de reyes. Contemplad mi obra, los poderosos, y
desesperad. (Al oír estas palabras hay un movimiento general de curiosidad.)
Acis. - ¿Qué diablos ha querido decir?
LA FIGURA MASCULINA. -Cállate, mísero accidente de la naturaleza. (Toma de
la mano a la figura femenina y la presenta.) Esta es Cleopatra-Semíramis, consorte del rey
de reyes, y por lo tanto reina de reinas. Vosotros sois cosas empolladas en huevos por el
sol insensato y el ciego fuego; pero el rey de reyes y la reina de reinas no son accidentes
del huevo. Han sido meditados y hechos a mano para recibir la sagrada Fuerza Vital. Hay
una persona en el rey y una en la reina; pero la Fuerza Vital del rey y la reina es una sola;
su gloria, pareja; su majestad, coeterna. Como es el rey, así es la reina; el rey pensado
previamente y hecho a mano, y la reina pensada previamente y hecha a mano. Las
acciones del rey son causadas -y por lo tanto determinadas- desde el comienzo del mundo,
y las acciones de la reina, lo mismo. El rey es lógico y predeterminado e inevitable, y la
reina es lógica y predeterminada e inevitable. Y sin embargo no son dos seres lógicos,
predeterminados e inevitables, sino una sola entidad lógica, predeterminada e inevitable.
Por lo tanto, no confundáis las personas, ni dividáis la sustancia; antes bien, adoradnos a
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los dos en un trono, dos en uno y uno en dos, no sea que por error caigáis en la
irreparable condenación.
LA FIGURA FEMENINA. -Y si alguien os dijere "¿Cuál de los dos?", recordad
que aunque hay una persona del rey y una de la reina, las dos personas no son
iguales, sino que son mujer y hombre, y que así como la mujer fué creada después
del hombre, la habilidad y la práctica adquiridas al hacerlo a él le fueron agregadas a
ella, por lo cual ella debe ser elevada por sobre él en todo sentido personal y. . .
LA FIGURA MASCULINA.-Silencio, mujer, porque esa es una herejía
condenable. Tanto el Hombre como la Mujer son lo que son, y tienen que hacer lo
que deben de acuerdo con las leyes eternas de Causa y Efecto. Mide tus palabras;
porque si penetran en mi oído y hieren demasiado repugnantemente mis nervios
sensorios, quién sabe si la reacción inevitable a ese estímulo no sea un mensaje a
mis músculos que les ordene tomar algún objeto pesado y hacerte pedazos. (La figura
femenina toma una piedra y va a arrojarla a su consorte.)
ARJÍLLAX (poniéndose en pie de un salto y gritando a Pigmalión, que contempla
complacido a la figura masculina). - ¡Cuidado, Pigmalión! ¡Mira a la mujer! (Pigmalión, al ver lo que ocurre, se lanza sobre la figura femenina y le arranca la piedra de la
mano. Todos se ponen de pie, consternados.) Quiso matarlo.
ESTREFÓN. - ¡Esto es horrible!
LA FIGURA FEMENINA (forcejeando con Pigmalión). - ¡Suéltame! ¡Suéltame,
te digo! (Le muerde la mano.)
PIGMALIÓN (soltándola y trastabillando). - ¡Ay! (Un grito de horror general hace
eco a esta exclamación. Pigmalión se vuelve mortalmente pálido y se apoya en el extremo
del banco curvo.)
LA FIGURA FEMENINA (a su consorte). -Te quedas ahí parado y dejas que me
traten de ese modo, cobarde maricón. (Pigmalión cae muerto.)
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh! ¿Qué ocurre? ¿Por qué ha caído? ¿Qué le
sucede? (Todos contemplan con ansiedad a Martellus, que se inclina y examina el cuerpo
de Pigmalión.)
MARTELLUS. -Le ha arrancado de la mano, de un mordisco, un trozo tan
grande como una uña; suficiente para matar a diez hombres. No hay pulso ni
respiración. ECRASIA. -Pero tiene el pulgar doblado.
MARTELLUS.-No, acaba de estirarlo. ¿Ven? ¡Ha muerto! ¡Pobre Pigmalión!
LA RECIÉN NACIDA.- ¡Oh! (Solloza.)
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ESTREFÓN. -Cállate, querida. Eso es infantil. (La recién nacida se contiene,
sorbiendo con la nariz.)
MARTELLUS (poniéndose de pie). - Muerto en su tercer año. ¡Qué pérdida para
la ciencia!
ARJÍLLAX. -¿A quién le importa la ciencia? ¡Se lo tiene merecido por haber
creado esa pareja de horrores!
LA FIGURA MASCULINA (torvamente ceñuda).-¡Ja!
LA FIGURA FEMENINA. -Oye, a ver si hablas con un poco más de cortesía.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh!, no seas tan grosero, Arjíllax. Volverás a hacer
que me mane agua de los ojos.
MARTELLUS (contemplando a las figuras).- ¡Miren a esos dos demonios! Los
modelé con la materia que Pigmalión hizo para ellos. Son obras maestras del arte. ¿Y
ven lo que han hecho? ¿Te convence eso del valor del arte, Arjíllax?
ESTREFóN, - Parecen peligrosos. Apártense de ellos. ECRASIA. - No hace
falta que nos lo digas, Estrefón. ¡Puf! Envenenan el aire.
LA FIGURA MASCULINA. -Ten cuidado, mujer. La cólera de Ozimandias
hiere como el rayo.
LA FIGURA FEMENINA. -Vuelve a decir eso si te atreves, repugnante
criatura.
ACIS. -¿Qué piensas hacer con ellos, Martellus? Tú eres responsable por ellos,
ahora que Pigmalión ha muerto.
MARTELLUS. -Si fuesen de mármol, sería bastante sencillo: podría reducirlos
a polvo. Pero así como están las cosas, ¿cómo puedo matarlos sin emporcarlo todo?
LA FIGURA MASCULINA (en actitud heroica).- ¡Ja! (Declama.) Vengan, pues;
ataquen ya.
Que si me quieren matar, no muy fácil les será.
LA FIGURA FEMENINA (orgullosa). - ¡Hombre mío! ¡Mi heroico esposo! ¡Me
enorgullezco de ti! ¡Te amo!
MARTELLUS.-Tenemos que enviar un mensaje llamando a un anciano.
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Acis. - ¿Te parece que hay que molestar a un anciano por semejante nadería? En
menos de medio segundo nuestro pobre Pigmalión quedó reducido a una pizca de
polvo. ¿Por qué no calcinar a los dos junto con él?
MARTELLUS.-No; los dos autómatas son una nadería, pero el uso de nuestros
poderes de destrucción jamás lo es. Preferiría que el caso fuese sometido a juicio. (El
anciano sale del bosquecillo, Las figuras se muestran presas de pánico.)
EL ANCIANO (con suavidad). -¿Me necesitan? Tengo la sensación de que sí.
(Al ver el cadáver de Pigmalión, adoptando de inmediato un tono más severo.) ¡Cómo!
¡Un niño perdido! ¡Una vida derrochada! ¿Cómo ocurrió esto?
LA FIGURA FEMENINA (frenética).- ¡Yo no lo hice! ¡No fui yo! ¡Que me
muera si lo he tocado! (Señalando a la figura masculina.) ¡Fué él!
TODOS (anonadados ante la mentira). - ¡Oh!
LA FIGURA MASCULINA. - ¡Embustera! ¡Tú lo mordiste! Todos lo vieron.
EL ANCIANO. - ¡Silencio! (Colocándose entre las dos figuras.) ¿Quién fabricó
estos dos muñecos tan abominables?
LA FIGURA MASCULINA (tratando de campar por sus respetos, mientras las
rodillas se le entrechocan).-Yo soy Ozimandias, rey de. . .
EL ANCIANO (con un gesto despectivo). - ¡Bah!
LA FIGURA MASCULINA. - ¡Oh, no, señor! ¡No! ¡Fué ella, señor; de veras! .
. . (La figura femenina gime y aúlla lastimosamente.)
EL ANCIANO. - ¡Silencio, he dicho! (Obliga a incorporarse al autómata
masculino con un levísimo golpecito que le propina en la barbilla. La autómata femenina
apenes se atreve a sollozar. Los inmortales los contemplan con vergüenza y asco. Aparece
la anciana por entre los árboles de frente al templo.)
LA ANCIANA. -Alguien me necesita. ¿Qué ocurre? (Se coloca a la izquierda de
la figura femenina, sin ver el cadáver de Pigmalión.) ¡Uf! (Con severidad.) Han estado
fabricando muñecos. No tienen que hacerlo; no sólo es desagradable; además son
peligrosos.
LA FIGURA FEMENINA (gimoteando lastimosamente). -No soy una muñeca,
señora. Soy nada más que la pobre Cleopatra-Semíramis, reina de reinas. (Se cubre el
rostro con las manos.) ¡Oh, no me mire de ese modo, señora! ¡No lo hice con mala
intención! Él me lastimó, de veras.
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EL ANCIANO, -La criatura ha matado a ese pobre oven.
LA ANCIANA (viendo el cadáver de Pigmalión). - ¡Cómo! ¿A este inteligente
niño, que tanto prometía?
LA FIGURA FEMENINA.-Él me obligó. Yo tenla tanto derecho a matarlo como
él de obligarme a hacerlo. ¿Y cómo podía saber que una cosita de nada lo mataría? Si
él me hubiera cortado un brazo o una pierna, yo no habría muerto.
ECRASIA. - ¡Qué insensatez!
MARTELLUS. -Puede que no sea una insensatez. Apuesto a que si le cortaran
una pierna le crecería otra, como a las langostas y las lagartijas.
EL ANCIANO. - ¿Ese joven muerto creó estas dos cosas?
MARTELLUS, - Los hizo en su laboratorio. Yo les modelé los miembros. Lo
siento. Fue una acción irreflexiva. N o preví que matarían, ni que fingirían ser
personas que no son o afirmarían cosas falsas o desearían el mal. Pensé que serían
simplemente dos tontos mecánicos.
LA FIGURA MASCULINA. - ¿ N o s censura por nuestra naturaleza humana?
LA FIGURA FEMENINA. -Somos de carne y sangre, y no ángeles.
LA FIGURA MASCULINA. - ¿Es que no tienen corazón?
ARJÍLLAX. - Están locos, y además son perversos. ¿ N o podemos destruirlos?
ESTREFÓN. - L o s aborrecemos.
LA RECIÉN NACIDA. -Los odiamos.
ECRASIA. - Son ruidosos.
ACIS. - N o quisiera ser demasiado duro con los pobres diablos, pero me hacen
sentirme interiormente inquieto. Jamás he experimentado semejante sensación.
MARTELLUS. -Me dieron bastante trabajo. Pero por lo que a mí respecta,
destrúyanlos. Me causaron repugnancia desde el comienzo.
TODOS. - Sí, sí, los odiamos. Calcinémoslos.
LA FIGURA FEMENINA. - ¡'Oh, no sean tan crueles! N o estoy dispuesta a
morir. N o volveré a morder a nadie. Diré la verdad. Haré el bien. ¿Tengo yo la culpa
de que no me hayan hecho como es debido? Mátenlo a él, pero perdónenme a mí la
vida.
LA FIGURA MASCULINA. - ¡ N o ! Y o no he hecho ningún mal; ella sí.
Mátenla a ella, si quieren; pero no tienen derecho a matarme a mí.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Monstruoso! ¡Mátenlos a los dos.
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EL ANCIANO.- ¡Silencio!
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Estas cosas son simples autómatas. No pueden
evitar el huir de la muerte a toda costa. Ya ven que carecen de autodominio y se
estremecen sólo por medio de una serie de reflejos. Vamos a ver si podemos
insuflarles un poco más de vida. (Toma una mano a la figura masculina y pone la otra
sobre la cabeza de ésta.) Y ahora escucha. Uno de los dos tiene que ser destruído. ¿Cuál
de los dos será?
LA FIGURA MASCULINA (luego de una leve convulsión, durante la cual su
mirada se clava en el anciano), - Déjenla a ella con vida y mátenme a mí.
ESTREFÓN. - Eso está mejor.
LA RECIÉN NACIDA.-Mucho mejor.
LA ANCIANA (haciendo lo mismo con la autómata femenina). - ¿A cuál de los
dos mataremos?
LA FIGURA FEMENINA.-Mátennos a los dos. ¿Cómo podríamos vivir el uno
sin el otro?
ECRASIA,-La mujer es más sensata que el hombre. (Los ancianos sueltan a los
autómatas.)
LA FIGURA MASCULINA (cayendo al suelo).-Estoy desalentado. La vida es
una carga demasiado pesada.
LA FIGURA FEMENINA (desplomándose).-Me muero. Y me alegro. Tengo
miedo de vivir.
LA RECIÉN NACIDA. -Creo que estaría bien ofrecerles a los pobrecillos un
poco de música.
ARJíLLAX. -¿Por qué?
LA RECIÉN NACIDA. - No sé. Pero estaría bien. (Los músicos tocan.)
LA FIGURA FEMENINA. -Ozimandias, ¿oyes eso? (Se pone de rodillas y mira,
embelesada, hacia el espacio.) ¡Reina de reinas! (Muere.)
LA FIGURA MASCULINA (arrastrándose débilmente hacia ella, hasta
conseguir tomarla de la mano), - Yo sabía que era realmente rey de reyes. (A los
demás.) Ilusiones, adiós. Nos vamos a nuestros tronos. (Muere. La música cesa.
Durante un momento reina un silencio de muerte.)
LA RECIÉN NACIDA. -Esto ha sido gracioso.
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ESTREFÓN. - Sí. Hasta los ancianos sonríen. LA RECIÉN NACIDA. -Sí, un
poco.
LA ANCIANA (recobrando rápidamente sus modales graves y perentorios). Llévense estas dos abominaciones al laboratorio de Pigmalión y destrúyanlas junto
con los demás desperdicios. (Algunos se adelantan para obedecer.) Tengan cuidado,
no les toquen las carnes: son dañinas. Levántenlos tomándolos de las ropas. Lleven a
Pigmalión al templo y dispongan de sus restos en la forma acostumbrada. (Los tres
cadáveres son llevados como se ordenó: Pigmalión, al templo, de los brazos y
piernas desnudos, y las figuras hacia el bosquecillo, arrastradas de las ropas.
Martellus dirige el acarreo de las figuras, Acis el de Pigmalión. Ecrasia, Arjillax,
Estrefón y la recién nacida se sientan como antes, pero en bancos opuestos, de modo
que Estrefón y la recién nacida están ahora de frente al bosquecillo y Ecrasia y
Arjillax de cara al templo. Los ancianos se quedan de pie ante el altar.)
ECRASIA (al sentarse). - ¡Oh, si soplara una brisa ele las colinas!
ESTREFóN. - ¡Oh, el viento del mar al subir la marea!
LA RECIÉN NACIDA.-Quiero un poco de aire puro.
EL ANCIANO. -El aire quedará purificado dentro de un instante. Esta carne de
muñecos que fabrican los niños se descompone, en el mejor de los casos, con mucha
rapidez. Pero cuando es sacudida por las pasiones de que son capaces las criaturas, se
corrompe en seguida y se vuelve horriblemente pestilente.
LA ANCIANA. -Que les sirva a ustedes de lección para conformarse con
juguetes inertes y no tratar de darles vida. ¿Qué pensarían de nosotros, de los
ancianos, si los convirtiéramos a ustedes, los niños, en juguetes?
LA RECIÉN NACIDA (aduladora). -¿Y por qué no convertirnos en juguetes?
Entonces jugarían con nosotros, y eso sería agradable.
LA ANCIANA.-No nos divertirían. Cuando ustedes juegan entre sí, juegan con
sus cuerpos, y eso los torna flexibles y fuertes. Pero si nosotros interviniésemos en el
juego, jugaríamos con el cerebro de ustedes, y quizá la inteligencia les quedaría
deformada.
ESTREFÓN. - Son espantosos, ustedes los ancianos. Yo, cuanto tenga cuatro
años, me mataré. ¿Para qué continúan viviendo?
EL ANCIANO.-Ya lo descubrirás cuando crezcas. Y no te matarás.
ESTREFÓN. -Si me convences de eso, me mataré ahora mismo.
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LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, no!; te necesito. ¡Te amo!
ESTREFÓN.-Yo amo a otra. Y se ha vuelto vieja, vieja. La he perdido para
siempre.
EL ANCIANO. - ¿Qué edad tiene?
ESTREFÓN. -Tú la viste cuando tropezaste con nosotros mientras bailábamos.
Tiene cuatro años.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Cómo la habría odiado hace veinte minutos! Pero ya he
superado eso.
EL ANCIANO.-Muy bien. Ese odio se llama celos, y es la peor de nuestras
enfermedades infantiles. (Martellus, limpiándose las manos y resoplando, vuelve del
bosquecillo.)
MARTELLUS. - ¡Uf! (Se sienta junto a la recién nacida.) Hemos terminado ese
trabajo.
ARJÍLLAX. -Ancianos, me agradaría hacer algunos estudios de ustedes. No
retratos, por supuesto. Los idealizaré un poco. He llegado a la conclusión de que ustedes
son, en fin de cuentas, los modelos más interesantes.
MARTELLUS. - ¡Cómo!
¿Es que esos dos horrores, cuyas cenizas acabo de
depositar con especial placer en el cesto de desperdicios de Pigmalión, no te han curado
de esa tonta tendencia de crear imágenes?
ARJÍLLAX. - ¿Por qué los modelaste como jóvenes, pedazo de tonto? Si Pigmalión
hubiese recurrido a mí, yo los habría hecho ancianos. No quiero decir con esto que los
hubiese modelado mejor que tú. Siempre he dicho que nadie puede superarte en materia
de técnica. Pero este trabajo requería cerebro. Y para eso habrían tenido que llamarme a
mí.
MARTELLUS.-Y bien, mi cerebral amigo, todavía estás a tiempo. En el laboratorio
hay dos discípulos de Pigmalión que le ayudaron a fabricar los huesos, tejidos y demás.
Ellos pueden hacer otra pareja de autómatas y tú podrías darles figura de ancianos, si esta
venerable pareja quiere servirte de modelo.
ECRASIA (decisiva).-No. Basta de autómatas. Son demasiado desagradables.
Acis (volviendo del templo). - Bien, ya está. ¡Pobre viejo Pig!
ECRASIA.- ¡Fíjate un poco, Acis! Arjíllax quiere hacer más de esas abominables
criaturas, e incluso pretende destruir su carácter artístico modelándolos como ancianos.
LA RECIÉN NACIDA.-Ustedes no le servirán de modelos, ¿no es cierto?
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EL ANCIANO. -Niños, escuchen.
ACIS (baja los escalones y se sienta en el banco, junto a Ecrasia). - ¡Cómo!
¿También el anciano quiere hacer un discurso? Habla, oh sabio.
ESTREFÓN. -Por favor, no nos digas que la tierra estuvo habitada otrora por otros
Ozimandias y Cleopatras. La vida ya es bastante dura para nosotros sin eso.
EL ANCIANO,-La vida no está destinada a ser fácil, hijo mío. Pero ten valor; puede
ser deliciosa. Lo que quería decirles es que, desde que existen los hombres, los niños han
jugado con muñecos.
ECRASIA. -Continuamente repites esa palabra. ¿Qué son los muñecos, por favor?
LA ANCIANA.-Lo que ustedes llaman obras de arte. Imágenes. Nosotros las
llamamos muñecos.
ARJÍLLAX. -Es claro. Carecen del sentido de apreciación del arte, y lo insultan
instintivamente.
EL ANCIANO. - Se sabe que los niños hacían muñecos con trapos y los acariciaban
con el más profundo cariño.
LA ANCIANA. -Hace ocho siglos, cuando yo era una chiquilla, hice una muñeca de
trapo. Las muñecas de trapo son las que los niños más quieren.
LA RECIÉN NACIDA (ávidamente interesada). - ¡Oh! ¿Todavía la tienes?
LA ANCIANA.-La conservé toda una semana.
ECRASIA. -Entonces ni siquiera en la infancia entendías el arte elevado, y adorabas
los toscos objetos que tú misma fabricabas.
LA ANCIANA. - ¿Qué edad tienes?
ECRASIA. -Ocho meses.
LA ANCIANA. - Cuando hayas vivido tanto como yo...
ECRASIA (la interrumpe con grosería). - Quizás adoraré las muñecas de trapo. Doy
gracias a que estoy todavía en la flor de la edad.
EL ANCIANO. -Aún eres capaz de agradecimiento, si bien no sabes a quién debes
dirigírselo. Eres un animalito agradecedor, un animalito censurador, un. . .
ACIS. -Un animalito excesivamente efusivo.
ARJÍLLAX.-Y además cree ser un animalito artístico.
ECRASIA (irritada). - Soy un ser animado, con un alma razonable y un cuerpo de
carne humana que todavía subsiste. Si los autómatas que tú forjas hubiesen estado
adecuadamente animados, Martellus, hubieran tenido más completo éxito.
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LA ANCIANA.-Te equivocas, hija. Si esas dos cosas repugnantes hubiesen sido
muñecos de trapo, habrían sido divertidas y encantadoras. La recién nacida habría jugado
con ellos, y tú habrías reído y jugado también, hasta que te cansaras y los hicieras
pedazos. Y entonces habrías reído más que antes.
LA RECIÉN NACIDA. -Por supuesto. ¿Acaso no es gracioso?
EL ANCIANO. - Cuando una cosa es graciosa, analízala para buscar su verdad
oculta.
ESTREFÓN. -Sí, y entonces se le quita toda la gracia.
LA ANCIANA. -No te sientas tan amargado porque tu novia haya superado su amor
por ti. La recién nacida te compensará por ello.
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, sí!; seré para ti más de lo que ella habría podido ser.
ESTREFÓN. - ¡Bah! ¡Celosa!
LA RECIÉN NACIDA.-No. Eso ya lo he dejado atrás. Ahora la amo porque ella te
amó a ti, y porque tú la amas.
EL ANCIANO.-Esa es la etapa siguiente. Estás progresando magníficamente, hija
mía.
MARTELLUS. -¡Vamos! ¿Cuál es la verdad que se ocultaba en la muñeca de trapo?
EL ANCIANO.- Bien, piensen por qué no se sienten satisfechos con el muñeco de
trapo y necesitan tener algo que se parezca más a una verdadera criatura viva. A medida
que crecen comienzan a fabricar imágenes y pintar cuadros. Los que no saben hacer tal
cosa, inventan relatos sobre muñecos imaginarios. O se disfrazan de muñecos y
representan obras.
LA ANCIANA. - Y para que el engaño sea más completo, toman todo eso tan en
serio, que Ecrasia declara que la fabricación de muñecos es la más sagrada obra de la
creación y que las palabras que ustedes ponen en boca de los mismos son las escrituras
más elevadas y las más nobles manifestaciones.
ECRASIA.- ¡Bah! ARJíLLAx. - ¡Por favor!
LA ANCIANA. - Y sin embargo, cuanto más hermosas son esas creaciones, más se
alejan de ustedes. No pueden acariciarlas como acariciarían a un muñeco de trapo. No
pueden llorar por ellas cuando se rompen o se pierden, o cuando fingen que se han
portado mal con ustedes, como podían hacerlo cuando jugaban con los muñecos. EL
ANCIANO. -Y al cabo, como Pigmalión, exigen a sus muñecos la perfección final del
parecido con la vida. Tienen que moverse y hablar.
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Vuelta a Matusalén
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LA ANCIANA, -Tienen que amar y odiar. EL ANCIANO. -Deben pensar que
piensan.
LA ANCIANA. - Tienen que tener carnes suaves y sangre caliente.
EL ANCIANO. -Y luego, cuando lo han conseguido, como lo consiguió
Pigmalión; cuando la obra maestra de mármol es destronada por el autómata y el homo
por el homúnculo; cuando el cuerpo y el cerebro, el alma razonable y la carne humana
subsistente, como dice Ecrasia, se revelan ante ustedes como simple maquinaria, y
cuando queda demostrado que los impulsos de ustedes no son otra cosa que reflejos,
entonces se sienten llenos de horror y asco, y darían cualquier cosa por poder volver a
jugar con la muñeca de trapo, ya que cada paso que los alejó de ella ha sido un paso que
los alejó del amor y la dicha. ¿No es verdad?
LA ANCIANA. -Habla, Martellus, tú que has recorrido todo el camino.
MARTELLUS. - Es cierto. Con feroz alegría sometí esas dos cosas que creé a una
temperatura de un millón de grados, y las vi desaparecer en un instante, convertidas en
polvo inofensivo.
LA ANCIANA,-Habla, Arjíllax, tú que has avanzado desde la imitación del niño
que vive apenas hasta el anciano que vive intensamente. ¿No es verdad?
ARJILLAX. - Es verdad en parte. No puedo fingir que ahora me satisfaga modelar
hermosos niños.
EL ANCIANO. - Y tú, Ecrasia, te aferras a tus muñe
cos elevadamente artísticos considerándolos la más noble proyección de la Fuerza
Vital, ¿no es cierto?
ECRASIA.-Sin el arte, la tosquedad de la realidad haría que el mundo fuese
insoportable.
LA RECIÉN NACIDA (anticipándose a la anciana, que evidentemente está a punto
de interrogarla). -Ahora me preguntará a mí, ya que soy la que ha llegado última. Pero
yo no entiendo en modo alguno el arte y las muñecas de ustedes. Quiero acariciar a mi
querido Estrefón, no jugar con muñecas.
ACIS. -Yo estoy en mi cuarto año de edad, y me las he arreglado perfectamente
sin sus muñecos. Prefiero subir a una montaña y volver a bajar, antes que contemplar
todas las estatuas que hayan podido hacer Martellus y Arjíllax. Ustedes prefieren una
estatua a un autómata y una muñeca de trapo a una estatua. Yo también; pero además
prefiero un hombre a una muñeca de trapo. Denme amigos, no muñecos.
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EL ANCIANO. - Y sin embargo te he visto caminar por las montañas a solas. ¿No
has encontrado acaso en ti mismo a tu mejor amigo?
Acis. -¿Adónde quieres llegar, anciano? ¿Qué quieres decir con todo eso?
EL ANCIANO. -Quiero decir, jovencito, que la verdad es que no puedes crear
nada más que a ti mismo. Acis (caviloso). -No puedo crear nada más que a mí mismo...
Ecrasia, tú eres inteligente. ¿Lo entiendes? Yo no.
ECRASIA.- Es tan fácil de entender como cualquier otro error ignorante. ¿Qué
artista es tan grande como sus obras? Puede crear obras maestras, pero no puede
mejorar la forma de su propia nariz.
ACIS. - ¡Vaya! ¿Qué puedes contestar a eso, anciano?
EL ANCIANO. -Puede alterar la forma de su alma. Podría modificar la forma de
la nariz si la diferencia entre una nariz respingada y una aguileña compensara por el
esfuerzo. No encara uno los dolores de la creación para dedicarse a tonterías.
ACIS. - ¿Qué tienes que decir a eso, Ecrasia?
ECRASIA. -Digo que si los ancianos hubieran entendido a fondo la teoría de las
bellas artes, se darían cuenta de que la diferencia entre una bella nariz y una nariz fea es
de una importancia suprema; sabrían que es, en verdad, lo único que importa.
LA ANCIANA.-Es decir, entenderían algo en lo cual no pueden creer y en lo cual
tú tampoco crees.
ACIS. -Precisamente, señora. El arte no es honesto; por eso nunca he podido
tolerarlo. Es todo ficción. En realidad, Ecrasia nunca dice nada; no hace más que mover
la lengua.
ECRASIA. - Acis, no seas grosero.
ACIS. -¿Lo soy porque no quiero jugar al juego de fingir? Bueno, yo no te pido
que lo juegues conmigo; ¿por qué esperas entonces que lo juegue contigo?
ECRASIA. -No tienes derecho a decir que no soy sincera. He encontrado en el arte
una felicidad que la vida real jamás me ha dado. Soy intensamente sincera cuando hablo
acerca del arte. Hay en él una magia y un misterio que tú no conoces.
LA ANCIANA. -Sí, niña; el arte es el espejo mágico que tú fabricas para reflejar
tus sueños invisibles en imágenes visibles. Utilizas un espejo de cristal para verte la
cara; y empleas las obras de arte para verte el alma. Pero nosotros, los que tenemos más
edad, no empleamos espejos de cristal ni obras de arte. Tenemos un sentido directo de
la vida. Cuando también tú lo tengas, dejarás a un lado tus espejos y estatuas, tus
juguetes y muñecas.
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EL ANCIANO, -Y sin embargo nosotros también tenemos juguetes y muñecos.
Ese es el problema de los ancianos.
ARJÍLLAX. - ¿Cómo? ¡Los ancianos tienen problemas! ... Es la primera vez que
oigo que uno de ellos lo confiesa.
EL ANCIANO, -Míranos. Mírame. Este es mi cuerpo, mi sangre, mi cerebro; pero
no soy yo. Yo soy la vida eterna, la perpetua resurrección. (Golpeándose el cuerpo.)
Pero esta estructura, este organismo, este mecanismo de quita y pon puede ser fabricado
por un chiquillo en el laboratorio, y sólo el hecho de que yo lo utilice impide que se
disuelva. Peor aun: puede ser quebrado por un traspiés, aniquilado por un calambre en
el estómago, destruído por un rayo de las nubes. Su destrucción es segura, más tarde o
más temprano.
LA ANCIANA, -Sí, este cuerpo es el último muñeco que habrá que desechar.
Cuando yo era una chiquilla, Ecrasia, también yo era una artista, como tus amigos
escultores, y me esforzaba por crear la perfección en cosas exteriores a mí. Hacía
estatuas, pintaba cuadros. Y trataba de adorarlos.
EL ANCIANO.-YO carecía de semejante habilidad, pero, como Acis, busqué la
perfección en los amigos, en amantes, en la naturaleza, en cosas exteriores a mí. ¡Ay!
No pude crearla; sólo logré imaginarla.
LA ANCIANA.-Yo, como Arjíllax, descubrí que mis estatuas de belleza corporal
no eran ya ni siquiera hermosas para mí. Y seguí adelante e hice estatuas y cuadros de
hombres y mujeres de genio, como los de la vieja fábula de Miguel Ángel. Como
Martellus, los destrocé cuando vi que carecían de vida, que estaban tan muertos, que ni
siquiera se disolvían como sucede con un cadáver.
EL ANCIANO. -Y yo, como Acis, dejé de caminar por las montañas con mis
amigos, y caminé a solas. Porque había descubierto que tenía poder creador, sólo sobre
mí mismo, y no sobre mis amigos. Y entonces también dejé de pasearme por las
montañas, porque vi que las montañas estaban muertas.
ACIS (protestando con vehemencia). - No. Puedo concederle lo de los amigos, pero
las montañas siguen siendo montañas, cada una con su nombre, su individualidad, su
erguida energía y majestuosidad, su belleza...
ECRASIA. - ¡Cómo! ¡Acis entre los rapsodas!
EL ANCIANO. -¡Pura metáfora, pobre hija mía! las montañas son cadáveres.
TODOS LOS JÓVENES (escandalizados). - ¡Oh!
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EL ANCIANO. -Sí. En el duro y compacto corazón de la tierra, donde todavía
resplandece el inconcebible calor del sol, la piedra vive en feroz convulsión atómica,
como vivimos nosotros a nuestro modo, más lentamente. Cuando es vomitada hacia la
superficie, muere, como le sucede a un pez de las profundidades del mar. Lo que ustedes
ven no es más que su cadáver frío. Hemos utilizado ese calor central del mismo modo que
el hombre prehistórico utilizó las fuentes de agua, pero de las llameantes profundidades
no surgió nada vivo. Los paisajes, las montañas, no son más que la piel mudada y los
dientes cariados del mundo, en los cuales vivimos como microbios.
ECRASIA. -Anciano, blasfemas contra la Naturaleza y contra el Hombre.
LA ANCIANA. - ¡Niña, niña! ¿cuánto entusiasmo puedes tener por el hombre
cuando lo has soportado durante ocho siglos, como lo he soportado yo, y cuando lo has
visto perecer por una fatalidad vacía que todavía sigue siendo una certidumbre?
Cuando yo deseché mis muñecas como él desechó a sus amigos y sus montañas, me volví
hacia mí misma para encontrar la realidad definitiva. Allí, y sólo allí pude formar y crear.
Cuando mi brazo era débil y yo quería que fuese fuerte, podía crear en él los músculos
necesarios. Y cuando entendí eso, entendí que, sin realizar mayores milagros, podía
darme a mí misma diez brazos y tres cabezas.
EL ANCIANO.-YO también llegué a entender esos milagros. Durante cincuenta
años estuve contemplando ese poder que había en mí y concentrando mi voluntad.
LA ANCIANA. -También yo, y durante otros cinco años me convertí en toda clase
de fantásticos monstruos. Caminé sobre una docena de piernas, trabajé con veinte manos
y cien dedos, miré hacia los cuatro puntos cardinales, con ocho ojos, desde cuatro
cabezas. Los niños huían de mí, asustados, hasta que llegó un momento en que tuve que
ocultarme de ellos. Y los ancianos, que se habían olvidado de reír, sonreían lúgubremente
cuando pasaban.
EL ANCIANO.-Todos hemos cometido estas locuras. También ustedes las
cometerán.
La RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, por favor, háganse crecer una cantidad de brazos,
piernas y cabezas para que nosotros lo veamos! ¡Sería tan gracioso! ...
EL ANCIANO.-Hija mía, estoy muy bien así. Ahora no levantaría siquiera un dedo
para tener un millar de cabezas.
LA ANCIANA. -Pero, ¿qué no daría yo para no tener cabeza alguna?
TODOS LOS JÓVENES, - ¿Cómo? ¿No tener cabeza? ¿Por qué? ¿Cómo?
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EL ANCIANO. - ¿No lo entienden?
TODOS LOS JÓVENES (meneando negativamente la cabeza). - No.
LA ANCIANA. -Un día, cuando estaba cansada de aprender a caminar hacia
adelante con algunas de mis piernas y hacia atrás con otras y de costado con las demás,
todo al mismo tiempo, me senté en una roca, con mis cuatro barbillas descansando sobre
cuatro de mis palmas, y cuatro de mis codos apoyados en cuatro de mis rodillas. Y de
pronto se me ocurrió que esa monstruosa maquinaria de cabezas y miembros no era para
mí más que lo que habían sido mis estatuas, y que solamente había conseguido esclavizar
a un autómata.
MARTELLUS. -¿Esclavizar? ¿Qué significa eso?
LA ANCIANA, -Una cosa que tiene que hacer lo que tú le ordenas es un esclavo; y
el que le da las órdenes es su amo.
EL ANCIANO.-También aprenderán que cuando el amo llega al punto de hacerlo
todo por medio de su esclavo, el esclavo se convierte en su amo, puesto que aquél no
puede vivir sin éste.
LA ANCIANA. - Y entonces me di cuenta de que me había convertido en la esclava
de una esclava.
EL ANCIANO. -Cuando lo descubrimos, nos despojamos de nuestras cabezas,
brazos y piernas superfluos, hasta volver a nuestra forma de antes, y ya no asustamos más
a los chicos.
LA ANCIANA.-Pero todavía sigo siendo una esclava de este esclavo, mi cuerpo.
¿Cómo me libraré de él?
EL ANCIANO.-Ese, niños, es el problema de los ancianos. Porque mientras
sigamos atados a este cuerpo tiránico, estamos también atados a su muerte, y nuestro
destino no es alcanzado.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cuál es el destino de ustedes?
EL ANCIANO. -Ser inmortales.
LA ANCIANA. -Llegará el día en que no haya más personas, sino sólo
pensamientos.
EL ANCIANO. - Y entonces la vida será eterna.
ECRASIA. - Confío en que mi accidente fatal ocurra antes de que llegue ese día.
ARJÍLLAX. - Por primera vez, Ecrasia, estoy de acuerdo contigo. Un mundo en que
no hubiese nada plástico sería un mundo absolutamente desdichado.
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ECRASIA. -Un mundo carente de miembros, de contornos, de líneas exquisitas y
elegantes formas, de adoración de los cuerpos hermosos, de poéticos abrazos en que los
cultos amantes finjan que las manos que acarician se pasean por colinas celestiales y
valles encantados, de. . .
Acis (interrumpiéndola con disgusto), -¡Qué mentalidad tan inhumana tienes,
Ecrasia!
ECRASIA. - ¿Inhumana?
ACIS. - Sí, inhumana. ¿Por qué no te enamoras de alguien?
ECRASIA.- ¿Yo? He estado enamorada toda mi vida. Ardía de amor cuando aún
estaba en el huevo. Acis.-No es cierto. Tú y Arjíllax son tan duros como piedras.
ECRASIA. -No siempre pensaste así, Acis.
ACIS. - ¡Oh! , ya lo sé. Una vez te ofrecí mi amor y te pedí el tuyo.
ECRASIA. -¿Y acaso te lo negué, Acis? Acis, -Ni siquiera sabías qué era el amor.
ECRASIA.- ¡Oh! ... Te adoré, patán estúpido, hasta que descubrí que eras un simple
animal.
ACIS. - Y yo hice el tonto por ti hasta que descubrí que eras una simple artista.
¡Apreciabas mis contornos! Yo era plástico, como dice Arjíllax. Para ti no era un
hombre, sino una obra maestra atrayente para tus gustos y tus sentidos. Tus gustos y tus
sentidos se habían sobrepuesto en ti al impulso directo de la vida. Y como a mí me
importaba una sola vida y la buscaba directamente; y como me fastidiaba que dieras a
mis miembros nombres fantásticos y trazaras el mapa de mi cuerpo, encontrando en él
valles y montañas y todo lo demás, dijiste que era un animal. Bien, soy un animal, si un
hombre vivo es para ti un animal.
ECRASIA. - No necesitas explicarlo. Te negaste a ser refinado. Yo hice lo posible
para elevar tus impulsos prehistóricos al plano de la belleza, de la imaginación, del
romanticismo, de la poesía, del arte, de. . .
ACIS. -Todas esas cosas están muy bien a su modo y en el lugar que les
corresponde. Pero no son el amor. Son una adulteración artificial del amor. El amor es
una cosa sencilla y una cosa honda. Es un acto de la vida, no una ilusión. El arte es una
ilusión.
ARJÍLLAX. -Eso es falso. La estatua siempre cobra vida. Las estatuas de hoy son
los hombres y mujeres de la próxima incubación. Levanto la figura de mármol ante la
madre y le digo: "Este es el modelo que debes copiar." Producimos lo que vemos. Que
nadie se atreva a crear en arte una cosa que no quiera que exista en la vida.
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MARTELLUS. - Sí, yo he pasado ya por todo eso. Pero tú mismo estás haciendo
estatuas de ancianos, en lugar de reproducir hermosas ninfas y donceles. Y Ecrasia tiene
razón cuando dice que los ancianos no son artísticos. Son condenadamente inartísticos.
ECRASIA (triunfante). - ¡Ah! Nuestro más grande artista me vindica. Gracias,
Martellus.
MARTELLUS. -El cuerpo siempre termina por ser un engorro. Nada permanece
hermoso e interesante, salvo el pensamiento, porque el pensamiento es la vida. Cosa que
también parecen opinar este anciano caballero y esta anciana dama.
LA ANCIANA. -Precisamente.
EL ANCIANO. - Exacto.
LA RECIÉN NACIDA (al anciano). -Pero no se puede ser nada. ¿Qué es lo que
quieres ser?
EL ANCIANO.-Un torbellino.
LA RECIÉN NACIDA. -¿Un qué?
EL ANCIANO. -Un torbellino. Empecé siendo un vórtice, ¿por qué no habría de
terminar como tal?
ECRASIA. - ¡Oh! Eso es lo que son ustedes los ancianos: vorticistas.
ACIS. - Pero si la vida es pensamiento, ¿se puede vivir acaso sin cabeza?
EL ANCIANO. - Ahora quizá no. Pero los hombres prehistóricos creían que no
podían vivir sin la cola. Yo puedo vivir sin ella. ¿Por qué no habría de vivir sin la
cabeza?
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué es una cola?
EL ANCIANO.-Una costumbre de la que tus antepasados consiguieron curarse.
LA ANCIANA. - Ninguno de nosotros cree ya que toda esta maquinaria de carne y
sangre sea necesaria. Es una maquinaria que muere.
EL ANCIANO.-Nos encarcela en este minúsculo planeta y nos impide llegar hasta
las estrellas.
ACIS. - Pero aun un torbellino es un torbellino en alguna parte. No se puede tener
una vorágine sin agua; y no se puede tener un torbellino sin gas, o sin moléculas, o
átomos, o iones, o electrones, o algo.
EL ANCIANO. -No, la vorágine no es el agua, ni el gas, ni los átomos. Es el poder
que gobierna esas cosas.
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LA ANCIANA,-El cuerpo fué el esclavo del torbellino; pero el esclavo se ha
convertido en amo. Y nosotros tenemos que librarnos de esa tiranía. (Indicando su
cuerpo,) Esta materia, esta carne, y sangre y huesos y todo lo demás ... esto es lo
intolerable. Hasta los hombres prehistóricos soñaban con lo que ellos llamaban cuerpo
astral, y preguntaban quién los libraría del cuerpo mortal.
ACIS (evidentemente sin entender), -Yo, en tu lugar, no pensaría mucho al respecto.
Hay que mantenerse cuerdo, ¿sabes? (Los ancianos intercambian una mirada, se encogen
de hombros y se disponen a irse,)
EL ANCIANO.-Nos hemos quedado demasiado tiempo con ustedes. Debemos irnos.
(Todos los jóvenes se ponen de pie con cierta ansiedad,)
ARJÍLLAX, -¡No faltaba más!
LA ANCIANA. -Es que, además, nos resulta aburrido. Ya ven, niños: tenemos que
decirles las cosas con rudeza, para poder resultarles inteligibles.
EL ANCIANO. -Me temo que no hayamos tenido mucho éxito.
ESTREFÓN. -Han sido muy amables al venir a conversar con nosotros, por cierto.
ECRASIA. - ¿Por qué los demás ancianos no vienen de vez en cuando y hacen lo
propio?
EL ANCIANO. - Les resulta tan difícil ... Se han olvidado de cómo se hace para
hablar, para leer y aun para pensar en la forma en que lo hacen ustedes. Nosotros no nos
comunicamos los unos con los otros de ese modo ni tenemos del mundo la visión que
tienen los jóvenes.
LA ANCIANA. - Para mí es cada vez más difícil utiEzar el lenguaje de ustedes.
Dentro de uno o dos siglos r más me resultará imposible. Tendré que ser relevada por un
pastor más joven.
ACIS. -Por supuesto, siempre estaremos encantados de recibirlos, pero si eso les
implica un esfuerzo demasiado intenso, podemos arreglárnoslas perfectamente por
nuestra cuenta, les aseguro.
LA ANCIANA. - Díme, Acis, ¿pensaste alguna vez en que quizá tendrás que vivir
miles de años?
ACIS.- ¡Oh!, no hables de eso. Pero si yo sé perfectamente que sólo me esperan
cuatro años de lo que cualquier persona razonable llamaría vivir, y tres y medio de ellos
ya han queda atrás.
ECRASIA. - No te ofendas, pero, de veras, no se puede llamar vida a ser un
anciano.
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LA RECIÉN NACIDA (casi a punto de llorar). - ¡Oh, esta espantosa brevedad de
nuestra vida! No puedo soportarla.
ESTREFÓN. -Hace mucho tiempo llegué a una decisión al respecto. Cuando tenga
tres años y cincuenta semanas de edad, sufriré mi accidente fatal. Y no será un accidente.
EL ANCIANO. -Estamos todos cansados de este tema. Tengo que irme.
LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué quiere decir estar cansado?
LA ANCIANA. -Es el castigo de conversar con niños. Adiós. (Los dos ancianos se
marchan, cada cual por su lado; ella hacia el bosquecillo, él hacia las colinas de atrás del
templo,)
TODOS.- ¡Uf! (Un gran suspiro de alivio,)
ECRASIA, - ¡Qué gente espantosa!
ESTREFÓN. - ¡Pegotes!
MARTELLUS. - Y sin embargo a uno le gustaría seguirlos, entrar en la vida de
ellos, entender sus pensamientos, aprehender el universo como deben de aprehenderlo
ellos.
ARJÍLLAX. - ¿Te estás volviendo viejo, Martellus?
MARTELLUS. -Bueno, he terminado con los muñecos, y ya no siento celos de ti.
Eso parece ser el final. Me bastan dos horas de sueño. Me temo que todos ustedes
empiecen a parecerme un poco tontos.
ESTREFóN. -Ya lo sé. Mi chica se fué esta mañana. Hacía varias semanas que no
dormía. Y descubrió que las matemáticas eran más interesantes que yo.
MARTELLUS. -Hay un dicho prehistórico, de una famosa profesora, que ha llegado
hasta nosotros. Dijo esa mujer: "Dejad a las mujeres y estudiad las matemáticas." Es el
único fragmento que queda de una escritura perdida llamada Las confesiones de San
Agustín, el inglés comedor de opio. Esa salvaje primitiva debe de haber sido una gran
mujer, para haber dicho una cosa que perdura luego de trescientos siglos. Yo también
dejaré a las mujeres y estudiaré matemáticas, que he descuidado durante mucho tiempo.
Adiós, niños, hasta ahora mis compañeros de juegos. Casi querría ponerme sentimental
por esta separación, pero la verdad lisa y llana es que me aburren. No se enojen conmigo;
ya les llegará el turno. (Se aleja gravemente rumbo al bosquecillo.)
ARJíLLAX.-Ahí va un gran espíritu. ¡Qué escultor fué! ¡Y ahora, nada! Es como si
careciera de manos.
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LA RECIÉN NACIDA.- ¡Oh!, ¿me abandonarán todos como él los ha abandonado a
ustedes?
ECRASIA. -Jamás. Lo hemos jurado.
ESTREFóN. -¿De qué sirve jurar? Ella juró. Él juró. Ustedes juraron. Ellos han
jurado.
ECRASIA. -Hablas como una gramática.
ESTREFóN. - Pues así es como hay que hablar, ¿verdad? Todos tendremos que
abjurar.
LA RECIÉN NACIDA.-No hables de ese modo. Nos entristeces y ahuyentas la luz.
Se está poniendo oscuro. Acis. -Cae la noche. La luz volverá mañana.
LA RECIÉN NACIDA. -¿Qué es mañana?
ACIS. -El día que no llega nunca. (Se dirige al templo. Todos comienzan a entrar
en el templo.)
LA RECIÉN NACIDA (reteniendo a Acis).-Esa no es una respuesta. ¿Qué...?
ARJíLLAX, - Silencio. A los chiquillos hay que verlos, pero no oírlos. (La recién
nacida le saca la lengua.) ECRASIA. - ¡Espantoso! No debes hacer eso.
LA RECIÉN NACIDA. - Haré lo que se me dé la gana. Pero algo me ocurre. Quiero
acostarme. No puedo mantener los ojos abiertos.
ECRASIA. - Te estás durmiendo. Volverás a despertar.
LA RECIÉN NACIDA (amodorrada). - ¿Qué es dormir? Acis. - No hagas preguntas
y no te contestarán mentiras. (La toma de una oreja y la conduce con firmeza hacia el
templo.)
LA RECIÉN NACIDA. - ¡Ay, ay! ¡No! Quiero que me lleven. (Cae en brazos de
Acis, quien la lleva al templo.) ECRASIA. -Ven, Arjíllax. Por lo menos tú sigues siendo
un artista. Te adoro.
ARJÍLLAX. - ¿De veras? Desgraciadamente para ti, no sigo siendo un niño. He
superado la cuestión de los mimos. Sólo puedo apreciar tu figura. ¿Te satisface eso?
ECRASIA. - ¿Desde qué distancia?
ARJÍLLLAX. -De un brazo o más.
ECRASIA. - Gracias, eso no es para mí. (Se aleja de él.)
ARJÍLLAX.-¡Ja, ja! (Entra en el templo.)
ECRASIA (llamando a Estrefón, que está en el umbral del templo, a punto de
entrar).- Estrefón.
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ESTREFÓN. - No. Tengo el corazón destrozado.
ECRASIA. - ¿Es que tendré que pasar la noche a solas? (Mira en torno, buscando
otro compañero, pero se han ido todos,) En fin de cuentas, en la imaginación puedo tener
un amante más noble que todos ustedes. (Entra en el templo. Ahora reina una oscuridad
bastante acentuada. Cerca del templo aparece una vaga radiación que adquiere la forma
del fantasma de Adán.)
UNA VOZ DE MUJER (en el bosquecillo). - ¿Quién es ése?
ADÁN.-El fantasma de Adán, el primer padre de la humanidad. ¿Y quién eres tú?
LA Voz. -El fantasma de Eva, la primera madre de la humanidad.
ADÁN.-Acércate, esposa, y déjate ver.
EVA (aparece cerca del bosquecillo), -Heme aquí, esposo. Estás muy viejo.
UNA VOZ (en las colinas). - ¡Ja, ja, ja!
ADÁN. -¿Quién ríe? ¿Quién se atreve a reírse de Adán?
EVA. -¿Quién tiene la osadía de reírse de Eva?
LA VOZ. -El fantasma de Caín, el primer hijo y el primer asesino. (Aparece entre
ellos, y al hacerlo se escucha un prolongado siseo,) ¿Quién se atreve a sisear a Caín, el
señor de la muerte?
UNA VOZ, -El fantasma de la serpiente, que vivió antes que Adán y Eva y les
enseñó a parir a Caín. (Se hace visible enroscada en el árbol. )
UNA VOZ. - Hay alguien que estaba antes que la serpiente.
LA SERPIENTE, -Esa es la voz de Lilith, en quien el padre y la madre eran uno.
¡Salud, Lilith! (Lilith aparece entre Caín y Adán.)
L I L I T H . - He sufrido lo indecible. Me desgarré en pedazos, perdí la vida para
hacer a estos dos, hombre y mujer, de mi sola carne. Y esto es lo que ha resultado. ¿Qué
opinas de eso, Adán, hijo mío?
ADÁN.-Yo hice que la tierra diera frutos con mi trabajo, y que la mujer los diera
con mi amor. Y esto es lo que ha resultado. ¿Qué opinas tú, Eva, esposa mía?
EVA.-Yo nutrí el huevo en mi cuerpo y lo alimenté con mi sangre. Y ahora lo
sueltan como los pájaros y no sufren nada. ¿Qué opinas tú, Caín, mi primogénito?
CAÍN. - Y O inventé el asesinato y la conquista y el dominio y la aniquilación de
los débiles por los fuertes. Y ahora los fuertes se han matado entre sí y los débiles viven
por toda la eternidad, y sus acciones no aprovechan más a los que las realizan que a los
demás. ¿Qué opinas de eso, serpiente?
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LA SERPIENTE, - Yo estoy justificada. Porque elegí la sabiduría y el
conocimiento del bien y del mal. Y ahora no hay mal, y la sabiduría y el bien son la
misma cosa. Es suficiente. (Desaparece.)
CAÍN.-No hay ya un lugar para mí en la tierra. No se puede negar que el mío fué
un juego espléndido, mientras duró. ¡Pero ahora!... ¡Apágate, breve vela! (Desaparece.)
EVA. -Los inteligentes fueron siempre mis favoritos. Los que cavaban y los
luchadores se han enterrado ahora con los gusanos. Y los inteligentes han heredado la
tierra. Todo está bien. (Desaparece.)
ADÁN, -No entiendo nada de todo esto, no le veo pies ni cabeza. ¿Qué objeto
tiene? ¿Para qué es? ¿Adónde va? ¿De dónde proviene? En el jardín estábamos
bastante bien. ¡Y ahora los tontos han matado a los animales y se sienten insatisfechos
porque el cuerpo les molesta! Afirmo que es una estupidez. (Desaparece.)
LILITH. -Han aceptado la carga de la vida eterna. Han despojado al nacimiento de sus
dolores. Y la vida no se desvanece de ellos ni siquiera en la hora de su destrucción. Sus
pechos carecen de leche, sus entrañas no existen ya. Hasta sus mismas formas no son sino
adornos para que las admiren sus niños y los acaricien sin entender. ¿Es bastante esto, o debo
continuar trabajando? ¿Tendré que producir algo que los barra y termine con ellos, como
ellos han barrido a los animales del jardín y terminado con las cosas que reptan y las cosas
que vuelan y con las que se niegan a vivir eternamente? Los he tolerado durante muchas
edades; han puesto mi paciencia a prueba. Hicieron cosas terribles: abrazaron a la muerte y
dijeron que la vida eterna era una fábula. Me anonadó la malicia y el espíritu destructivo de
las cosas que había creado. Marte se ruborizó cuando contemplaba la vergüenza de su planeta
hermano; la crueldad y la hipocresía se tornaron tan repugnantes, que la faz del planeta quedó
salpicada con las tumbas de los niños en medio de las cuales se arrastraban esqueletos
vivientes en procura de horribles alimentos. Los dolores de otro parto me atenazaban ya
cuando un hombre se arrepintió y vivió trescientos años, y yo esperé para ver qué resultaría
de ello. Y resultaron tantas cosas, que los horrores de esa época apenas parecen un mal sueño.
Se han redimido de su bajeza y alejado de sus pecados. Y, lo que es mejor aun, todavía no se
sienten satisfechos. Continúa acicateándolos el impulso que les di ese día en que me partí en
dos y puse sobre la tierra al Hombre y la Mujer. Después de dejar atrás un millón de metas,
continúan avanzando hacia la meta de la redención de la carne, al torbellino liberado de la
materia, al vórtice de pura inteligencia que, cuando comenzó el mundo, era un vórtice de pura
fuerza. Y aunque todo lo que han hecho no parece ser más que la primera hora de la infinita
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obra de la creación, no los suprimiré hasta que hayan vadeado ese último río que corre entre
la carne y el espíritu, y desenredado su vida de la materia, que siempre se ha burlado de ésta.
Puedo esperar; la espera y la paciencia no significan nada para lo eterno. Concedí a la mujer
el más grande de los dones: la curiosidad. Gracias a ello su simiente se salvó de mi cólera,
porque yo también soy curiosa y siempre he esperado a ver qué harán mañana. Que me
alimenten ese apetito. Que teman, digo, el estancamiento más que ninguna otra cosa. Porque
en el momento en que yo, Lilith, pierda la esperanza y la fe en ello, estarán condenados. En
esa esperanza y esa fe les he permitido vivir un instante, y en ese instante les he perdonado la
vida muchas veces. Pero criaturas más potentes que ellos han matado la fe y la esperanza, y
desaparecido de la tierra. Y puede que no les siga perdonando la vida eternamente. Yo soy
Lilith; infundí la vida en el vórtice de fuerza y obligué a mi enemiga, la Materia, a obedecer a
un alma viviente. Pero al esclavizar al enemigo de la Vida creé el amo de la Vida, porque tal
es el fin de toda esclavitud. Y ahora veré cómo el esclavo es liberado y el enemigo
reconciliado, y cómo el vórtice se convierte en vida sin materia. Y como estos chiquillos que
se llaman ancianos se esfuerzan por llegar a ello, tendré todavía paciencia con ellos, aunque
sé de sobra que cuando lleguen a esa meta se fundirán conmigo y me sustituirán, y entonces
Lilith será sólo una leyenda y una canción que habrá perdido su significado.
Sólo la Vida no tiene fin, y aunque de sus millones de estrelladas mansiones muchas
están desiertas y muchas no han sido construídas aún, y aunque su vasto dominio está todavía
insoportablemente vacío, mi simiente la llenará algún día y regirá su materia hasta sus
confines más remotos. Y para lo que pueda haber más allá, la visión de Lilith es demasiado
breve. Basta con que haya un más allá. (Desaparece.)
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