ARTE Y TÉCNICA DE DISCERNIR 2 Avisos para animadores y guías vocacionales XXXVII Encuentro de Delegados Diocesanos de Pastoral Vocacional Madrid 28 y 29 de abril de 2015 Desvelar la historia vocacional La primera acción de discernimiento tiene como objetivo que el candidato reconozca (en el sentido de advertir y agradecer) la llamada del Señor en un grado suficiente que le impulse a una reacción de respuesta. Se trata pues de verificar no solo la autenticidad de esa llamada, sino también la autoconciencia que el sujeto tiene de la misma. Porque la vocación no es algo inadvertido a la propia conciencia, sino que la polariza en forma de impacto o resonancia que afecta a la persona, la conmociona con mayor o menor intensidad1. No tiene sentido hablar de vocación si el sujeto en concreto no capta la llamada del Señor. El llamado alcanza “conciencia vocacional” cuando adquiere la certeza de sentirse llamado por Dios para una vocación particular. Así se desencadena la dinámica vocacional de respuesta, que cristaliza en entrega, servicio, ilusión por la misión, disposición activa para asumir las renuncias que exige. Sin conciencia vocacional no puede haber garantía, estabilidad ni seguridad vocacionales. La conciencia vocacional se adquiere de múltiples maneras. Requiere que el sujeto se sitúe bajo las condiciones que le permitan percibirla con claridad e interpretarla correctamente. No es verdadera vocación la mera apetencia o gusto personal, la búsqueda perentoria de autorrealización, la simple inercia educativa o las presiones externas o internas. Se experimenta como seducción, ya que “solo se explica por el amor que Él tiene a la persona llamada. Este amor es absolutamente gratuito, personal y único”2. Según eso, la conciencia se va clarificando paulatinamente en un proceso ininterrumpido de advertencia que reporta lucidez y fuerza motivante. Hay signos vocacionales que en un comienzo son insignificantes y con el tiempo van adquiriendo progresivamente valor determinante y configurador de la vocación. 1. La vocación: una historia discernible 1 Pero nunca debemos olvidarnos que estamos ante el “misterio”. Lo sugiere bien Tony de Mello: “Supongamos que nunca en mi vida he olido una rosa. Pregunto cómo es el perfume de una rosa. ¿Podrías describírmelo? Si no puedes describir una cosa tan simple como el perfume de una rosa, ¿cómo podrá alguien describir una experiencia vocacional de encuentro con Dios? El peligro o la tragedia de las palabras reside precisamente ahí. Las palabras son hermosas. Por ejemplo “Padre”… ¡qué tan bonita para indicar a Dios. La Iglesia dice que Dios es un Misterio. Y si tomas la palabra “Padre” literalmente te ves en un aprieto, porque las personas te van a preguntar: ¿Qué clase de Padre es ese que permite tanto sufrimiento? Imagínate a un hombre que haya nacido ciego. Pregunta cómo es el color verde del que habla todo el mundo. ¿Cómo lo describirías? ¡Imposible! Escucha sus preguntas. ¿Es frío o caliente? ¿grande o pequeño? ¿áspero o suave? Nada de eso. El pobre hombre pregunta a partir de sus limitadas experiencias. Pero supongamos que yo fue un músico y dijese: “Yo voy a decirle cómo es el verde; es como música”. Y un día el hombre recupera la visión y yo le pregunto: ¿Ves el verde? Él dice: “No”. ¿Sabes por qué? ¡Porque estaba pensando en la música que, incluso mirando hacia el verde, le impedía reconocerlo” (TONY DE MELLO, Caminas sobre las aguas, Verbo Divino, 1994, 18-21) 2 PI 8 1 La vocación es un acontecimiento singular de comunicación entre Dios que llama y una persona que, afectada por tal llamada, responde. Ese fenómeno real tiene mucho de singular e inefable. Acontece en la historia personal que es el único lugar donde Dios se hace presente a la persona. Desde siempre la Iglesia ha entendido que la vocación es una experiencia que puede y debe ser sometida al control del discernimiento para verificar su autenticidad y velar por su progresión y desarrollo. El discernimiento es el arte a través del cual se ayuda a que el ser humano reconozca y comprenda la palabra que Dios le dirige y por medio de esta palabra llegue a descubrir el camino de respuesta a ella. El discernimiento confiere certidumbre a esa experiencia. a) Llamada universal. Dios nos llama siempre a todas las personas a la comunión profunda con Él3, pero además desea un modo de vida y una misión para cada uno de nosotros. La llamada fundamental que nos dirige es una invitación a ser santos (como Él) y a evangelizar el mundo; es la llamada a ser hijos e hijas en su Hijo Jesucristo; es la llamada a la perfección, a la misericordia, a la imitación del mismo Dios y de Jesús, a la configuración con Cristo de tal modo que, en cierto modo, vivamos ya como resucitados4. b) Vocación particular. Pero esta llamada universal a ser como Jesús y a vivir como él debe vivirla cada uno de acuerdo con su vocación particular. En la Iglesia, articulada orgánicamente, tanto los ministros ordenados como los laicos y consagrados participan de la misma misión sacerdotal, profética y regia de Cristo, si bien cada cual según su vocación particular. c) La vocación particular en la Palabra de Dios. La Escritura señala estas llamadas particulares de distintos modos. El esquema de estas vocaciones en la Biblia es que Dios irrumpe en la vida ordinaria de alguna persona, comunicándose más íntimamente con ella, para proponerle alguna misión; y como resultado de este encuentro y de la misión recibida, la vida de esa persona cambia en adelante de modo definitivo. Así les ocurre, por ejemplo, a líderes como Abrahán, Moisés o Gedeón, a profetas como Samuel, Isaías o Jeremías, a los discípulos de Jesús o a Pablo de Tarso; y así le sucedió también, paradigmáticamente, a María de Nazaret en la Anunciación, escena que tantas veces nos ha ayudado a entender qué es una vocación5. Vemos algunas consideraciones: En todas estas situaciones, y en otras muchas que la Escritura nos propone, Dios habla con palabras que a veces resultan oscuras, por lo que requieren ser discernidas por parte del destinatario y repetidas por parte de Dios. También es frecuente que la tarea para la que Dios llama no se comprenda en todas sus implicaciones hasta mucho más adelante, si bien en el momento de la llamada se puede intuir de modo suficiente. Muchas veces no se entienden inmediatamente todas las repercusiones vitales que esa vocación conlleva, por lo que tiene lugar un diálogo aclaratorio entre la persona llamada y Dios. Y, finalmente, siempre se requiere la decisión libre de la persona, que en los casos 3 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 19. La llamada es a la santidad (Levítico 11,45; 1 Pedro 1,16); a la perfección (Mateo 5,48); a la misericordia (Lucas 6,36); a la imitación de Dios y de Jesús (Efesios 5,1; 1 Corintios 11,1); a vivir como resucitados (Romanos 6,11; 8,17; Efesios 2,6; Colosenses 3,1-3). 5 Lucas 1,26-38. Ver CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium, n. 56. 4 2 señalados consiste en la entrega desinteresada a la misión que Dios le encarga y al modo de vida que esa misión le pide. d) La vocación es una responsabilidad y una oportunidad. Para el caso de cada uno de nosotros, la búsqueda de nuestra vocación (la vocación que Dios quiere) es una responsabilidad y una oportunidad. 1) Debemos plantearnos la vocación. Pues tenemos, como cristianos generosos, el deber de averiguar qué quiere Dios de nosotros; pero es que esa vocación, aunque a veces se presente como algo difícil, encarna el mejor destino que puede esperarnos, realiza el proyecto de nuestra vida y la plenitud de nuestra persona y nos ofrece la felicidad que es posible hallar en este mundo. 2) Muchos no se la plantean, directamente. De hecho, muchos cristianos no se plantean la posibilidad de que Dios tenga algún proyecto particular para ellos y crecen tratando de realizar las metas que ellos mismos se proponen o que la vida, sencillamente, les presenta. Confluyen en tales situaciones diversos elementos: Los influjos familiares y ambientales que cada uno recibe; La forma personal de ser, incluidas la inteligencia, la simpatía, las apetencias personales...; El tipo de oportunidades que la vida les ofrece como viables, por su situación familiar, académica o laboral; El establecimiento de determinadas relaciones; Las necesidades personales de seguridad, de afecto y de estima; Y otras muchas variables. 3) A veces se crean condiciones sin elegir. Y conforme a ello, muchos cristianos eligen realizar o abandonar unos estudios, buscar un tipo u otro de trabajo, relacionarse de un modo o de otro con las personas, salir con un chico o una chica de una manera o de otra... Y todo esto va creando las condiciones en que, aparentemente sin elegir, cada cual elige su modo y estado de vida, o aprovecha las oportunidades que se le ofrecen conforme a sus propias intenciones. Pero, en definitiva, muchos dejan sus elecciones vitales a fuerzas externas y a motivaciones internas no siempre reconocidas, por lo que no elaboran consciente y libremente sus opciones y proyectos como cristianos. 4) Otros asumen planteamientos vocacionales conscientes. Pero también sucede, según nos dice la experiencia de muchos y algunas encuestas sociológicas, que en etapas juveniles de la vida bastantes creyentes se plantean al menos la posibilidad de que Dios pueda llamarles a una vida de especial consagración, como lo son el sacerdocio o la vida consagrada en cualquiera de sus formas. Y es que Dios no deja de llamar una y otra vez, ayer y hoy, como lo hará hasta el final de los tiempos, a distintos estados de vida. Por eso, cada cual debe discernir su propia vocación; y el acompañamiento espiritual es una ocasión privilegiada para hacerlo con más garantías que si lo hiciéramos nosotros solos sin ninguna ayuda. 2. Es posible la comunicación entre Dios y la persona. EN LA FUERZA DEL ESPÍRITU. Hay un dato real y verdadero atestiguado por infinidad de testigos que a lo largo de la historia han confesado relacionarse con el Dios Invisible y Padre de Jesucristo. Esto solo se realiza en la fuerza del Espíritu Santo que es quien posibilita participar 3 en ese diálogo de conocimiento y amor del Padre en el Hijo. Por tanto, no es posible que un ser humano (de cualquier edad, espacio, tiempo o condición) se comunique con ese “Alguien”, que no existe ya bajo condiciones espacio-temporales, si no es mediante la acción del Espíritu Santo. Mediante su acción, Dios no es ya una instancia externa a nuestra realidad humana, sino que llega a ser -como dice Pavel Evdokimov- un factor interno de nuestra naturaleza6. NO CONFUNDIR. Pero no conviene admitir pacíficamente esta afirmación, aunque la repitamos continuamente en nuestra Pastoral vocacional. Decir que una persona puede dialogar con Dios no se reduce a aceptar un credo compuesto por definiciones exactas y ortodoxas; ni a atenerse estrictamente a un código moral basado en un texto sagrado y actualizado por un magisterio; ni a observar con escrúpulo unos ritos establecidos; ni siquiera a pertenecer jurídicamente a una comunidad creyente. Todo esto forma parte de una vocación madura, pero no constituye su núcleo1. INTERNALIZAR, ABSOLUTIZAR Y SOCIALIZAR. Dialogar con Dios es, ante todo, encontrarse con Él, escucharle y responderle con una adhesión personal a Él en forma internalizada, absolutizada y socializada2. Estos tres términos resumen los momentos de un proceso completo. Internalizar significa percibir y apropiarse de un mensaje reconocido, valorado y agradecido como un don singular. Absolutizar significa colocar a Dios que llama en el centro de la propia jerarquía de valores, hacer de algo la clave interpretativa de todo lo demás. Socializar significa vivir esa experiencia, no en el ámbito cerrado de la conciencia individual, sino en el tejido de las relaciones sociales. SER EN RELACIÓN. El ser humano es capacidad relacional aun antes de ser capacidad racional7. Esa dimensión le suministra la posibilidad de contar con sentidos externos e internos aptos no solo para tener el “sentido del otro” (alteridad) sino también para percibir y contemplar la presencia del Tú divino8 (trascendencia). La persona reconoce la voz de Dios a través de sus sentidos externos e internos, en particular, a través de sus pensamientos y sentimientos. Estos no fabrican ni imaginan la voz de Dios, pero sí la reconocen y registran. La tradición bíblica repite que Dios es el que habla y, además, el que escucha9. Dios no actúa en las personas como un ser ajeno, introduciendo en él realidades que no le son propias. Los sentidos son, pues, el puente entre el mundo y el ser humano. Pero hay ideas y sentimientos a través de los cuales Dios no habla y que incluso nos pueden desviar, confundir o engañar. Dios siempre habla a la persona en lo concreto y, por tanto, a través de todas las realidades. DISCERNIR. El discernimiento es el aprendizaje del arte de la escucha y acogida de la comunicación de Dios. Gracias a él la propia realidad personal, la de la creación, la de las personas de mi entorno, la de mi historia personal y la historia general dejan de ser mudas y comienzan a comunicar el amor de Dios. Además defiende de engaños e ilusiones. Contribuye a leer y descifrar la realidad de forma verdadera, yendo más allá de los espejismos que se presenten. El discernimiento es el arte de hablar con Dios, no el de hablar con las tentaciones, 6 Cf. EVDOKIMOV, P., L'Esprit-Saint et l'Église d'aprés la tradition liturgique", París, 1969, 98. Cf. A. CENCINI, ¿Hemos perdido nuestros sentidos? En busca de la sensibilidad creyente, Sal Terrae, 2014; pp. 23 y ss. 8 Ibidem, pp. 74-75. 9 Con agudeza observa Pagazzi que somos nosotros los que estamos hechos a imagen de Dios, según su forma, nosotros como un teomorfismo: “Si tenemos ojos y vemos, es porque Dios los tiene; si sentimos, es porque, ante todo, Dios es el Sensible, el que siente” (G.C.PAGAZZI, Il prete oggi. Tracce di spiritualità, Bologna, 2010; p.80) 7 4 ni siquiera aquellas que versan sobre Dios mismo. Pero requiere acompañamiento y docibilitas10. Una enseñanza dada por Pablo VI, con su acostumbrada agudeza, en una alocución del 6 de mayo del 1965 enriquece esta aportación: “La voz de Dios que llama se expresa de dos maneras distintas, maravillosas y convergentes: una interior, la de la gracia, la del Espíritu Santo, la de la inefable fascinación interior que ejerce la «voz silenciosa» y poderosa del Señor en la insondable profundidad del alma humana. La otra es exterior, humana, sensible, social, jurídica, concreta, las del ministro cualificado de la palabra de Dios, la del apóstol, la de la jerarquía, instrumento indispensable, establecido y querido por Cristo, como vehículo encargado de traducir en lenguaje experimentable el mensaje del Verbo y el mandato divino” A TRAVÉS DE MEDIACIONES. "A Dios nadie le ha visto, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Las mediaciones no son limitaciones que lo terreno impone a lo espiritual (concepción neoplatónica) sino un camino de acceso real al Absoluto. En las mediaciones se nos da la inmediatez de Dios como revelación, proximidad y presencia. A esas mediaciones las llamamos signos o señales. Como decía Thomas Merton: “Dios tiene una oportunidad de intervenir creativamente y revelar una verdad más profunda de lo que podemos ver en la superficie de las cosas”11. Las señales forman parte de nuestra manera de conducirnos por la vida. Hay muchos tipos de señales: señales de tráfico, anuncios comerciales, rótulos de “se vende”, milagros y prodigios bíblicos, signos de los tiempos… Es necesario leer las señales de la vida diaria en orden al discernimiento. Este es una especie de semiótica (ciencia de la interpretación de los signos). Las señales cobran vida y apuntan más allá de sí mismas al significado oculto y al propósito que subyace a la superficie de las meras apariencias. Las señales están ahí en el camino de la vida, llamando nuestra atención, confirmando o poniendo en entredicho el rumbo que seguimos. Dios nos habla todo el tiempo y de muchas maneras: a través de sueños y de la imaginación, a través de los amigos y conocidos, a través de los libros y de las grandes ideas, a través de la belleza de la naturaleza y de los acontecimientos críticos y actuales. Pero se requiere sensibilidad espiritual para escuchar la voz de Dios, para ver lo que Dios ve y para leer las señales de la vida diaria12. Más allá de los cinco sentidos y de la facultad razonadora, el corazón tiene sus propias formas de oír, ver y conocer. En algún punto del hemisferio derecho de nuestro cerebro, o tal vez en lo más hondo de lo que llamamos “el alma humana”, hay un órgano espiritual que puede ser adiestrado para escuchar el latido de Dios. Él rara vez nos habla directamente o cara a cara. Él suele comunicarse en susurros, con señales y símbolos, con una voz queda apenas audible que requiere reflexión e interpretación espirituales. Ello es lo que explica que los santos conocieron las mismas luchas que sus contemporáneos, pero la vivieron de modo distinto. 10 Entendida como la “libertad interior de dejarse guiar por un hermano o hermana mayor” (NVNE, 37). THOMAS MERTON: Contemplative Critic (Harper & Row, San Francisco, 1981), p. 37. Citado en H. NOUWEN, El discernimiento. Cómo leer los signos de la vida diaria. Sal Terrae, 2014. p. 248. 12 Para los metodistas Dios habla esencialmente a través de las Escrituras, de la tradición eclesial y de la razón. Pero son muchos los que afirman que Dios tiene muchas maneras de llegar hasta nosotros y de iluminar nuestro camino para que no nos perdamos. 11 5 3. La voz de Dios es reconocible La iniciativa divina es la base sobre la que se apoya todo el edificio vocacional y el primer dato que hay que aclarar en el contexto de la fe vivida por el candidato13. La voz de Dios en sí misma no es objetivable ni verificable. Es preciso renunciar a esa pretensión inútil de buscar la seguridad que podría dar el controlar y comprobar las intervenciones de Dios. Pero es posible reconocerla y no confundirla. Obviamente esa voz de Dios no es registrable por ningún aparato ni medio humano, por sofisticado que sea. Es una voz que sólo puede ser detectada por sensibilidad espiritual. Hay que rasgar el velo de la apariencia para encontrar la voz que la habita. Podemos reconocer algunos rasgos que nos permiten identificarla como la voz de Dios, acogiendo aquel encargo del salmo: “¡Rendíos y reconoced que soy Dios!” (Sal 46,10). La voz de Dios tiene formato cognoscitivo y afectivo. “Dios habla al hombre a través de los pensamientos y sentimientos de mismo hombre. Dios no actúa en el hombre como un ser ajeno, introduciendo en él realidades que no son propias”14 (Rupnik). Al hablar Dios hace conocer y hace desear. Implica conocimiento y movimiento. Los grandes espirituales siempre han reconocido en estos dos factores los indicadores de la voz de Dios en la interioridad humana. Por eso se despliega por vía de seducción; no de razonamiento ni de voluntarismo (cf. Jer 20,7 ss). La voz de Dios desvela la verdad del hombre y coincide con su propia identidad. Por medio del Espíritu Santo Dios le revela al ser humano su más radical identidad centrada en el amor. La persona al percibir esa acción del Espíritu Santo descubre su verdad misma. Los pensamientos inspirados por el Espíritu, los sentimientos inflamados por él mueven al hombre hacia su plena realización en Cristo. La voz de Dios resuena en la propia historia personal. Los acontecimientos autobiográficos, todos ellos, incluidos los no específicamente religiosos, se convierten en los altavoces de esa voz, que despierta y estimula la sensibilidad de la fe. La voz de Dios se registra en la conciencia, pero no se fabrica en ella. La voz de Dios es repetitiva, machacona e insistente. Utiliza diversos envoltorios pero en el fondo reproduce el mismo y único mensaje. Desde diversos registros y por diversas mediaciones se hace sentir el eco de la voz de Dios. La voz de Dios se dirige a todos. No se dirige solamente a unos pocos, sino a todos, porque todo ser humano tiene conciencia15 capaz de registrarla. La llamada de Dios es personal y diferente, única e intransferible. Dios habla de sí mismo y de la persona; no solo le habla a ella, sino también de ella misma. Por eso es epifánica. La voz de Dios “primerea”. El lleva la iniciativa y pronuncia la primera palabra. Mirando atrás, podemos constatar que muchas de las cosas buenas e importantes que nos han pasado en la vida, fueron completamente inesperadas. Y que muchas cosas que creíamos que nos ocurrirían, no llegaron nunca a ocurrir. La voz de Dios es libre. No concuerda ni se ajusta a nuestras pretensiones y esquemas. Por eso desconcierta y descoloca. No es excluyente ni parcial. A veces entra en colisión con los 13 Cf. Pastores dabo vobis, 36. Cf. MARKO I. RUPNIK, El discernimiento. PPC, Madrid, 2002; pp. 35 y siguientes. 15 “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium et Spes, 16; CIC, 1776) 14 6 propios deseos y proyectos. Pero cuando alguien se atreve a secundar esa voz, acaba quedando asombrado y pensando que no la merece. La voz de Dios es “energética”. Es una inspiración o moción del Espíritu Santo que empuja al candidato al seguimiento de Cristo y le habilita para pueda conseguir ese fin. Despierta, pues, energías dormidas en él16. Suscita el deseo de correponder17. La voz de Dios, como palabra creadora y creativa, cumple lo que dice. Quien responde a ella parece ser generoso, hasta que reconoce sinceramente que "todo lo ha hecho Él". La voz de Dios es conflictiva. Frecuentemente se ve repelida con resistencias y pretextos como confirman los relatos vocacionales de la Biblia. Paradójicamente la objeción suele ser criterio probatorio de llamada. Las evasivas no son argumento de la inexistencia de la llamada ni impedimento para responder a ella. Ver a Abraham y su vejez, (Gen 18,12-14), Moisés y su tartamudez (Ex 4,10-12), Gedeón y su debilidad (Jue 6,15-16) Jeremías y su inmadurez (Jer 1,5-8), María y su virginidad (Lc 1,34), Pedro y su condición de pecador (Lc 5,8-10), Mateo y su instalación (Mt 9,9), Saulo y su fobia (Hch 9,1-9). No se pueden poner condiciones, pero lo que se encuentra desborda lo que se deja (Mt 19,29). La voz de Dios invita a confiar. Nunca presenta proyectos de largo alcance. Es una incitación a dejarse llevar sin más explicaciones que la asistencia divina: “te daré descendencia”, promete a Abraham; “Yo estaré contigo”, dice a Moisés; a Gedeón lo envía con 300 hombres; Jeremías ve una rama de almendro florecida; a María la va a envolver la fuerza del Espíritu; a Pedro es Jesús quien lo hace pescador de hombres; a Saulo lo convierte en vaso de elección. La voz de Dios es siempre para una misión. No es un privilegio personal, sino responsabilidad que tiene como "armónicos fundamentales" la gloria de Dios, la referencia a los otros y el hacer el Reino. La voz de Dios nunca aísla ni separa de los demás. Al contrario, acerca a otros y crea comunión de conocimiento y de amor. Sin anulación de la persona, sin degradación ni absorción por parte de otros. La voz de Dios resuena a través de otros, para convivir con otros y ser enviado hacia otros. (cf. Mc 3,13-19; Mc 1,14-20; Mc 2,13-17). 4. El reconocimiento de las señales de llamada en la propia historia En el diálogo vocacional, Dios se acomoda al hombre. Utiliza una sabia pedagogía usando señales para hacerse entender. En concreto, Dios manifiesta al hombre su voluntad por medio de experiencias concretas que jalonan su propia historia. Se hace así Aaudible@ sacramentalmente, esto es, a través de mediaciones. Cualquier experiencia humana, cualquier lugar, cualquier acontecimiento, cualquier circunstancia, sin recorte alguno, puede convertirse así en vehículo, ocasión y contexto para el encuentro con El. 16 “La Palabra de Dios no es un libro, una colección de libros, sino una semilla, algo que contiene en sí la vida y que desarrolla esta vida hasta crear el gran árbol del Reino. Germina, por consiguiente, tanto en la historia como en la vida personal de todo ser humano, crece llenando la realidad de una presencia nueva, santifica porque nutre y da alimento a cuantos la reciben, e ilumina porque revela el secreto de las cosas confiriendo sabiduría y llevándolas a su consumación definitiva” (E. BIANCHI, Pregare la Parola, Torino, Gribaudi, 1974; p. 19). 17 Cf. BABU SEBASTIAN, Totalmente de Cristo. Aspectos psicológicos y formativos de la Vida Consagrada. Publicaciones Claretianas, 2015, p. 27. 7 A esos acontecimientos existenciales los llamamos señales de llamada o también signos vocacionales. Son hechos llenos de la llamada de Dios. Por su densidad, a quien los experimenta, le resulta fácil localizarlos y diferenciarlos en su historia personal. Proporcionan al sujeto “conciencia vocacional”18. Estas señales de llamada pertenecen, como hemos indicado, al orden de los signos. Pero entre estos existen los signos que informan y los signos que realizan. Los primeros pueden indicar algo con lo que no tienen una relación esencial. Por ejemplo, si en un aeropuerto o en una estación de autobuses vemos una placa con el signo de un cuchillo cruzado con un tenedor y una flecha indicativa, entendemos que si seguimos la dirección de la flecha encontraremos un restaurante. Pero esa placa en sí no afecta de suyo al restaurante, podríamos incluso sustituirla con la frase escrita: “Siga a la derecha y allí encontrará un restaurante”. En cambio los signos eficaces son lo que sí tienen que ver intrínsecamente con la cosa que significan: Un beso significa “yo te amo” y realiza en ese momento lo que está significando. Los signos vocacionales –con densidad menor que los sacramentos- pertenecen a este segundo género de signos. Por ello se dice que “significan y producen” la experiencia de la llamada. En esas señales se manifiesta Cristo-Palabra llamando. Normalmente en ellas Él no se revela en su esplendor glorioso, sino en su ocultamiento. Por eso su presencia puede resultar indescifrable para unos y, para otros, insignificante, e incluso escandalosa; y también puede pasar desapercibida para algunos. La llamada se sitúa en el contexto de las mediaciones históricas. Por ello, el hombre no necesita salir de esta historia para escuchar la voz de Dios 19. Pero sí necesita estar abierto y atento para poder reconocer y acoger esa llamada. Dios sigue manifestándose a través de la fe del llamado. La fe le habilita para captar la voz de Dios en su historia personal. Ordinariamente no se trata de un acto de fe explícita. Más bien es una actitud de la persona que le hace palpar por connaturalidad la presencia del Señor en los acontecimientos de su vida. Al no ser fruto exclusivo de la propia subjetividad necesita ser discernida e interpretada con la oración y el acompañamiento. Entre las señales de llamada más frecuentes suelen estar éstas: El proceso de maduración de la propia fe que contiene una serie de encuentros significativos con el Señor temporalizados. La Iglesia como llamamiento viviente. Ofrece una inestimable ayuda a los llamados en orden a que ellos respondan adecuadamente a la llamada de Dios transformándola en opción fundamental. La sensibilidad hacia los problemas de los hombres. Hay necesidades que en sí mismas son un reclamo, que despiertan un apremiante sentido de compasión y disponibilidad. 18 Es importante tomar conciencia del valor pedagógico –mistagógico- que puede tener una hagiografía sana en la ayuda de comprensión de los propios signos vocacionales. Los santos que han realizado su propio camino a menudo se presentan como los mejores pedagogos para saber reconocer en la normalidad de la propia las irrupciones del Señor que llama y provoca. Tal vez estemos en un tiempo bueno para recuperar estas “historias ejemplares”. 19 A veces se expresa contundentemente con un significativo cambio de vida, como ocurrió a Sta. Teresa de Jesús según sus mismas palabras: “El otro nuevo libro de aquí en adelante, digo otra vida: la de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de la oración, es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía, porque entiendo yo que era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y obras”. 8 Las “llamadas personales”. Las que ha recibido directamente el individuo concreto y le han dejado con inquietudes, con dudas, con miedos... Esa “herida” suele ser uno de los más claros indicios de vocación. Los modelos de identificación, esto es, aquellas personas con nombre y rostro, que han prendado al candidato. Aunque sean idealizadas al comienzo, asumen el papel de una auténtica llamada20. Las “casualidades” de la vida: Aquellas circunstancias que, sin pretenderlo, han abocado al llamado a enfrentarse con la posibilidad de una llamada. Modos de alternar con personas del otro sexo. A veces se da la circunstancia de que una implícita orientación célibe lleve a una persona a fomentar muchas relaciones, pero sin comprometerse seriamente con nadie en particular. Sin que ello suponga una falta de identidad afectivo-sexual o represente un cuadro patológico21. Las cualidades personales. Para Dios “llamar” equivale a “dar”. Dios no llama a nadie para algo sin antes haberle dotado de lo necesario para llevarlo a cabo. Y “los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Rom 11, 29). La oración personal. En ella el Señor va despertando una libertad y una disponibilidad enormes en el orante. A lo largo de ese proceso se pueden evidenciar las insistencias de la llamada de Dios. Fantasías en la niñez y en la adolescencia. El modo repetido de imaginarse a sí mismo en el futuro suele nacer de un dinamismo interior preconsciente que puede ser revelador de una vocación. Inicialmente las señales vocacionales se perciben como intuición, de modo poco articulado y no fácilmente descifrable. Pero, antes o después, la posibilidad de «tener vocación» se siente en el corazón con tanta mayor fuerza cuanto mayor sea la atención que se preste a esa intuición primera. Y, muy pronto, comienzan los correspondientes movimientos afectivos: Unos sentirán la inmensidad de la vocación y la inadecuación de sí mismos. A otros se les harán dolorosamente patentes las renuncias implicadas. Otros oscilarán entre el día del amor confiado y la resistencia temerosa. Cada uno experimentará diferente eco afectivo como le sucedió sin duda a dos profetas tan distintos como Isaías (Is 6,1-13) y Jeremías (Jer 1,4-10). Estas señales, y otras muchas más, suelen ser, al menos al principio, ambigüas. No evidencian, de una vez por todas, la llamada. Que aparezcan no muy definidas no da razón para despreciarlas. La vocación es siempre un misterio de fe y de amor que procesualmente 20 Decía E. FROMM: “Hay mucha gente, por ejemplo, que no ha conocido a una persona amante. O a una persona con integridad y amor”…. Y añadía “una de las carencias de la cultura moderna occidental es que nos falta el trato con grandes personalidades, que pudieran servir de modelos de vida” (citado por J.A. MARINA en Por qué soy cristiano, p. 85). Y a este mismo propósito, añadirá F. SAVATER: “Es fundamental insistir en que la vida de perfeccionamiento moral pasa por la imitación de actos excelentes y no por la aplicación de reglamentos o el respeto a leyes. No podría aprenderse la virtud sin mimesis”. 21 Cf. F.K. NEMECK-M.T. COOBS, Llamados por Dios, EDE, 1994, 157-159. 9 despierta en el hombre. Sin amor de amistad, que genera confianza y disponibilidad, no puede haber respuesta positiva ante la llamada, como tampoco la hay sin libertar exterior o interior. 5. Acompañamiento de la historia vocacional ¿Qué ayuda que debe ofrecer el animador vocacional a quien trata de escrutar su propia historia personal para detectar en ella la voz de Dios? Esta ayuda es hoy más necesaria aún por cuanto que se da en el hombre de hoy una incapacitación para percibir el misterio de la vida y la vida como misterio22. Se trata de adiestrar los sentidos interiores para que lleguen a percibir la voz de Dios que habla en los acontecimientos. Lo vemos por pasos sucesivos: 1º INVITACIÓN A DESCUBRIR LOS SIGNOS EN LA PROPIA HISTORIA Recordar y tomar conciencia: Decía el C. Newman que “sucede con frecuencia que sólo cuando volvemos la vista atrás, advertimos la presencia de Dios en nuestra vida”. Por ello, se da una particular miopía para el presente, pero una inexplicable lucidez con respecto al pasado. Se trataría de entrar dentro, de encender la luz, recordar y mirar lo que hay en nuestra bodega interior. Acercarse a la propia realidad es algo muy importante. Desgraciadamente no siempre se suele realizar. Invitar a orar. La oración se convierte en el lugar de la educación para la escucha de la voz de Dios que llama, porque cualquier vocación tiene su origen en los momentos de una oración suplicante, paciente y confiada; sostenida no por la exigencia de una respuesta inmediata, sino por la certeza o por la confianza de que la invocación será escuchada, y permitirá descubrir, a su tiempo, a quien invoca, su vocación23. Mirar con atención: No suelen darse claridades inmediatas. Solo podemos crear condiciones óptimas para detectar bien “la voz sin voz de Dios”. La psicología geltástica nos lo recuerda con uno de sus grandes principios: “Caer en la cuenta”. Incluso más aún: “Caer de bruces en la cuenta” para llegar a conocer lo que antes uno no había ni conocido ni detectado. En un momento determinado se cae en la cuenta de “verdadesoh”, aquellas que se descubren con mucho asombro. El asombro24: Una cosa es ver y otra admirarse. La admiración es una experiencia mental y emocional, una sensación que afecta también a lo corporal. Es como quedarse sobrecogido25. Se va produciendo por sí mismo, sin necesidad de planificación. La vida genera vida. 1) CONFECCION DE LA AUTOBIOGRAFÍA VOCACIONAL. Explorar la historia personal en clave de fe se viene acreditando como un método válido para reconocer en la biografía personal los atisbos de la llamada de Dios. Hay medios aptos 22 Cf. A. CENCINI, ¿Hemos perdido nuestros sentidos? En busca de la sensibilidad creyente, Sal Terrae, 2014; pp. 23 y ss. Ibidem, p. 32. 23 Cf. NVNE, 35.d 24 Existe el peligro de malgastar la vida, de adormecer y domesticarlo todo, de dejarse condicionar por la cultura del calmante y del somnífero que, con la excusa de evitar lo duro y lo difícil, impide disfrutar de lo bello que es seguir a Cristo. 25 Cf. FRANCESC TORRALBA, Inteligencia espiritual, Plataforma Editorial, Barcelona, 2013; pp. 109 y siguientes. 22 10 para encontrarlos desde una clave de fe. Ellos constituyen un verdadero método de educación vocacional, que permite “sacar fuera” (e-ducere) lo vivido para rastrearlo, comprenderlo y personalizarlo. La autobiografía vocacional es un ejercicio escrito y estructurado sobre el “yo” que trata de localizar el paso de Dios por la propia vida. Se vale de la escritura como cauce y vehículo fundamental para la autoexploración y la toma de conciencia personal. El valor de escribir estriba en su poder de evocación, aclaración, fijación y anclaje que facilita la escritura. El método exige rigor y orden para seguir sus pasos y aprovechar los recuerdos sobre la propia vida con sinceridad y búsqueda de la verdad. Este método ayuda al candidato a reconocer y leer sus signos vocacionales. Y sigue los siguientes pasos metodológicos: 1º. Confeccionar el itinerario vocacional evocando en esquema el listado de acontecimientos que el sujeto percibe como significativos por su densidad vocacional. 2º. Distinguir en cada uno de esos acontecimientos los siguientes aspectos: Lo que pasó (el hecho objetivo); lo que me pasó (resonancia afectiva y comportamental del sujeto) y la interpretación que da el sujeto. 3º. Cuidar particularmente la interpretación personal que el sujeto da al signo para ver si reconoce su densidad vocacional. En la interpretación es donde adquiere conciencia explícita, da sentido a los hechos y en ellos llega a sentir que Dios le llama. El acompañante aquí es solamente testigo cualificado que guía la experiencia,... sin suplir. 4º. Ratificar y confirmar esas percepciones vocacionales en distintos momentos y circunstancias anímicas, viendo la relación de coherencia y continuidad que mantienen los signos vocacionales, de manera que adquieran carácter de convicción. 5º. Observar las conductas reactivas a la percepción de la llamada de Dios en el signo vocacional, valorando la misma: sus resistencias a reconocerla o, por el contrario, la acogida gozosa y cordial, los recelos, temores, miedos; la claridad y facilidad al formularla; su rapidez, lentitud... en tomar decisiones,… etc. 6º. Comprobar si los signos vocacionales se multiplican con el tiempo. Ello no porque no existan antes, sino porque se tiene más luz para ver. Pero para el momento inicial de discernimiento en el que nos encontramos podrían bastar un número suficientemente representativo para que le candidato tenga la confianza de sentirse realmente llamado. 2º LA CONFRONTACION DE LOS SIGNOS VOCACIONALES. Corresponde al animador vocacional comprobar la autenticidad de aquellos. La verifica confrontándolos y constatando si superan satisfactoriamente algunos controles: experiencial, dinámico, concreto, integrador y teologal. Estos controles deben ser usados como criterios estimativos, no como reglas fijas y automáticas que orientan el discernimiento: a) Control experiencial. Permite verificar si la percepción de la llamada es de tipo experiencial entendiendo por tal, si se sitúa en la historia personal como un hecho acontecido o se reduce a una elaboración mental (vago deseo, ensoñación, imaginación, ilusión efímera, confusión,...) o sea, si se trata de una percepción que 11 responde a estímulos reales y reacciones o no. La vocación no es un fenómeno que quede confinado solo a lo privado de la persona. Es una experiencia de vida, que supone un aprendizaje realizado en contacto con la realidad, que modifica total o parcialmente la relación con a realidad. b) Control dinámico. Los signos de vocación son auténticos si ponen en juego todas las energías de la persona al servicio de Dios y de su voluntad. Movilizan a la persona. El dinamismo de la vocación posee una historia evolutiva propia. Se despliega durante toda la existencia de la persona llamada, no solamente lo psicológico, que se va paulatinamente conformando con los valores vocacionales. Pero puede ser perfectible o defectible, según la respuesta libre del llamado. Toda vocación es dinámica, llamada a ser acogida como un proceso continuo de crecimiento. c) Control concreto y directo. Los signos vocacionales no aparecen como algo tan difuminado y nebuloso que parezca inexistente. Tienen una localización temporal y geográfica. La percepción de los signos no es confusa, aun cuando en sí mismos ellos sean ambiguos o ambivalentes. Los signos no se perciben solo en su materialidad, sino sobretodo en su significado, tal y como la fe los ve e ilumina. Por ello, esa percepción no es una simple deducción lógica recogida por acumulación de datos sino que es una toma de conciencia de resonancia espiritual. d) Control de integración. Es capaz de integrar y dar sentido a los acontecimientos vividos en la historia personal. Es cierto que muchos matices de aquellos se irán perdiendo paulatinamente, por ser poco importantes o significativos. Sin embargo, el núcleo de cada uno de ellos y el hilo conductor de la llamada de Dios que los une, está bien presente a la conciencia, resultando una historia personal de salvación. Tal percepción sintética se proyecta también hacia el futuro, enriqueciendo la fe personal por una proyección histórica actual. e) Control teologal. Es Dios quien llama y es a Dios a quien hay que dar la respuesta. La llamada puede tener inmediatamente una respuesta por diversas motivaciones (la huida del mundo, la salvación y liberación de los hombres, la seguridad de la propia vocación, el poder ejercitar más intensamente la caridad, etc.). Sin embargo, bajo todas ellas está Dios quien en su presencia misteriosa llama a la persona. Este control nos permite identificar la presencia de Otro, que se ha acercado y ha llamado. El ha estado presente y cercano. Juan Carlos Martos cmf 12
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