Don Bosco al alcance de la mano Pedro Braido SDB Editorial CCS INTRODUCCION EL POEMA PEDAGÓGICO DE DON BOSCO “Quizás cada estilo y la naturaleza de cada estilo, quizás cada técnica exija preferentemente una particular naturaleza, una especial familia espiritual. De todas formas en la relación de estos tres valores podemos tomar la obra de arte como expresión única y al mismo tiempo como elemento de un lenguaje universal”. (Focillon. Cit. por L. Stefanini, Metafisica dell’arte. Padua, 1948) El encuentro vital de un hombre genial y santo con un estilo y, al menos en parte, con una técnica, ha engendrado lo que todos llamamos <el sistema preventivo de Don Bosco>. Sistema educativo coherente, orgánico, inspirado en vigorosos principios teológicos, filosóficos, experimentales. No importa que no se trate de un método “científico” en el riguroso y técnico sentido del vocablo. Sistema educativo vivido, mejor que teorizado. Verdadera y genial “obra de arte” que supone coherencia, no fruto de la reflexión, ni “demostrada” sistemáticamente, sino vivida y engendrada con la unidad de la gran creación artística. También ésta, en efecto, tiene su unidad, su integridad: la intuida, la vivida, la sufrida y expresada en el momento artístico, creador. Ahora bien, difícilmente se puede traducir todo esto a esquemas lógicos. Una obra de arte en vivisección dejaría de ser tal. Hablando con rigor de términos, puede solamente ser intuida, revivida, reinterpretada, en su unidad concreta y palpitante. A pesar de todo no es impenetrable a la razón. Este es precisamente el sentido de la obra de arte: la viva síntesis entre lo racional, lo ideal, el orden, la armonía inmanente y la expresión original y sensible que brota de las formas de la belleza. Por esto, en cuanto “ars artium”, el Sistema Preventivo de Don Bosco tiene la unidad de una robusta y sólida concepción de la realidad, a pesar de que no se exprese en términos metafísicos o de la filosofía de la educación o de la pedagogía general. Al mismo tiempo tiene todo el movimiento, la frescura, la originalidad de las obras de arte, tan íntimamente unidas a la vida de quien las ha concebido y llevado a término. “El creador no desvaría. La fantasía se distingue precisamente del capricho o la extravagancia en esto: mientras ésta empobrece las imágenes de su desordenado juego, la otra construye y realiza la propia imagen (fantasma) con tal euritmia en sus partes, uniéndola en nexos vigorosos en torno a su centro, que hace casi una entelequia aristotélica, viviendo con vida propia. ( L. Stefanini o.c.) Por ello es preciso enfocar el “Sistema Preventivo” de Don Bosco casi intuitivamente, en una “experiencia” vivida, en su concreta actualidad, operante sobre todo en la propia vida de quien ha sido su creador. 1 Una particular naturaleza humana. Una especial familia espiritual He aquí uno de los tres valores, según Focillon, que hace brotar la obra de arte. Tenemos inmediatamente la confirmación de lo dicho en este juicio sintético del máximo historiador de Don Bosco: “Así como hay quien nace para versificar o para viajar, Don Bosco nació para ser sacerdote y sacerdote educador. Desde jovenzuelo lo demostró. Uniendo posteriormente a las innatas disposiciones la finura de su intuición psicológica y de su caridad cristiana, la figura de Don Bosco educador se impone por sí misma” (E. Ceria, S. Giovanni Bosco nella vita e nelle opere. Turin, 1948, p. 150). .”De la misma forma que se nace poeta, músico o filosofo, Don Bosco nació educador”. (E. Ceria, Annali della Pia Società Salesiana. Desde los orígenes hasta la muerte de San Juan Bosco (1841-1888). Turín, 1941) La infancia de Don Bosco y las vicisitudes de su juventud no son otra cosa que la “revelación” de formidables cualidades educativas innatas que fueron madurando en un clima de excepcional educación materna, en el duro aprendizaje de la experiencia, en una preparación cultural, escolar, nada frecuente. Sigamos las etapas de esta ascensión fatigosa valiéndonos de sus propias Memorias. En la escuela materna “Nací el día consagrado a la Asunción de María al Cielo del año 1815 (propiamente el 16 de agosto), en Murialdo, aldea de Castelnuovo de Asti. Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, natural de Capriglio. Mi padre, Francisco. Eran campesinos que ganaban honradamente el pan de cada día con el trabajo y con el ahorro. Yo apenas contaba dos años de edad cuando mi querido padre moría a la envidiable edad de 34 años, el 12 de mayo de 1817. (San Juan Bosco, Obras fundamentales. B.A.C., Madrid, 1979). “Su mayor cuidado fue instruir a los hijos en la religión, enseñarles a obedecer y tenerlos ocupados en trabajos compatibles con su edad” (“Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales”. Autor: Don Bosco. 21). “Así llegué a los nueve años. Quería mi madre enviarme a la escuela, pero le asustaba la distancia ya que estábamos a cinco kilómetros del pueblo de Castelnuovo. Durante el invierno iría a clase a Capriglio, pueblecito próximo donde aprendí a leer y a escribir. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso que se llamaba José Delacqua. Fue muy amable conmigo y puso mucho interés en mi instrucción y sobre todo en mi educación cristiana. Durante el verano daría gusto a mi hermano trabajando en el campo’ (M. del 0. 22). “Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo. Pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras: —No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad, deberás ganarte a estos amigos tuyos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles ha fealdad del pecado y la hermosura de la virtud” (M. del 0. 22-23). Pequeño educador <Muchas veces me habéis preguntado a qué edad comencé a preocuparme de los niños. A los diez años hacia lo que era compatible con esa edad: una especie de Oratorio Festivo. Escuchad. Era yo aún muy pequeño y ya estudiaba el carácter de mis compañeros. Miraba a uno a la cara y ordinariamente descubría los propósitos que tenía en el corazón. Por esto los de ml edad me querían y me respetaban mucho. Todos me elegían para juez o para amigo. Por mi parte, hacía bien a quien podía y mal a ninguno. Los compañeros me querían con ellos, para que, en caso de pelea, me pusiera de su parte. Porque, aunque era pequeño de estatura, tenía fuerza y coraje para meter miedo a los compañeros de mi edad. De tal forma que, si habla peleas y disputas, si había riñas de cualquier género, yo era el árbitro de los contendientes y todos aceptaban de buen grado la sentencia que yo dictaba. Pero lo que los reunía junto a mí y les arrebataba hasta la locura eran mis narraciones. Los ejemplos que oía en los sermones o en el catecismo, la lectura de los libros, como los Pares de Francia, Guerino Maschino, Bertoldo y Bertoldino, me prestaban argumentos. Durante la estación invernal me reclamaban en los establos para que les contara historietas. Allí se reunía gente de toda edad y condición, y todos disfrutaban escuchando inmóviles durante cinco o seis horas al pobre lector de los Pares de Francia que hablaba como si fuera un orador, de pie sobre un banco para que todos le viesen y pudiesen oír. Y como se decía que iban a escuchar el sermón, empezaba y terminaba las narraciones con la señal de la cruz y el rezo del Avemaría. Durante la primavera, en los días festivos principalmente, se reunían los del vecindario y algunos forasteros. Entonces la cosa iba más en serio. Entretenía a todos con algunos juegos que había aprendido de otros. Había a menudo, en ferias y mercados, charlatanes y volatineros a quienes yo iba a ver. Observaba atentamente sus más pequeñas proezas y volvía a casa y las repetía hasta aprenderlas. Imaginaos los golpes, revolcones, caídas y volteretas a que me exponía vez por vez... ~ Os lo creeréis? A mis once años hacía juegos de manos, daba el salto mortal, hacía la golondrina, caminaba con las manos, andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional. Por lo que se hacía los días festivos lo comprenderéis fácilmente. Había en I Bechi un prado en donde crecían entonces algunos árboles, de los que todavía queda un peral que en aquel tiempo me sirvió de mucho. Ataba a este árbol una cuerda que anudaba en otro más distante. Después, una mesita con la bolsa y una alfombra en el suelo para dar saltos. Cuando todo estaba preparado y el público ansioso por lo que iba a venir, entonces invitaba a todos a rezar la tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba una letrilla religiosa. Acabado todo esto, subía a una silla y predicaba. 0 mejor dicho, repetía lo que recordaba de la explicación del Evangelio que había oído por la mañana en la iglesia. 0 también contaba hechos y ejemplos oídos o leídos en algún libro. Terminado el sermón, se rezaba un poco y enseguida venían las diversiones. En aquel momento hubierais visto al orador, como antes dije, convertirse en charlatán profesional. Hacer la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el suelo y los pies en alto, echarme a continuación al hombro las alforjas y tragarme monedas para después sacarlas de la punta de la nariz de éste o de aquel espectador. Multiplicar pelotas y huevos, cambiar el agua en vino, matar y despedazar un pollo para hacerle luego resucitar y cantar mejor que antes... Estos eran los entretenimientos ordinarios... Andaba sobre la cuerda como por un sendero: saltaba, bailaba, me colgaba de un pie, de los dos, ya con las dos manos, ya con una sola” (M. del 0. 27-30). Ya advertimos en esta excepcional condición de líder juvenil cómo florece y se desarrolla cada vez más claramente, más definitivamente, su potente vocación de educador cristiano, de futuro sacerdote. Por este ideal sacrificará sus años de adolescentes entregándose al trabajo, a la pobreza, a pesar de la incomprensión de su hermanastro Antonio. Incluso cuando encuentra en Don Calosso, que dirige la capellanía lejana de Murialdo, un maestro y guía excepcional, no faltan las estrecheces económicas y la tosquedad fraterna. <<Mientras duró el invierno y los trabajos del campo no urgían, Antonio dejó que me dedicara a las tareas de la escuela, pero en cuanto llegó la primavera comenzó a quejarse, diciendo que él debía consumir su vida en trabajos pesados mientras que yo perdía el tiempo haciendo el señorito. Tras vivas discusiones conmigo y mi madre, se determinó, para tener paz en casa, que por la mañana iría temprano a la escuela y que el resto del día lo emplearía en trabajos materiales. Pero ¿cómo estudiar las lecciones? ¿Cuándo haría las traducciones? Escuchad. La ida y vuelta de la escuela me proporcionaba algún tiempo para estudiar. En cuanto llegaba a casa, agarraba la azada en una mano y en la otra la gramática y camino del trabajo estudiaba: “qui, quae, quod”..., etc. Hasta que llegaba al tajo. Allí daba una mirada nostálgica a la gramática, la colocaba en un rincón y me disponía a cavar, a escardar, a recoger hierbas con los demás, según la necesidad. A la hora en que los demás merendaban yo me iba aparte. Y mientras en una mano tenia el pan que comía, con la otra mano sostenía el libro y estudiaba. La misma operación hacía al volver a casa. Y para hacer mis deberes escritos, el único tiempo de que disponía era durante las comidas y las cenas, más algún hurto hecho al sueño” (M. del 0. 37-38). En la escuela. Sastre y músico Solamente después que la madre, con la división de los bienes paternos, resolvió el grave problema de la discordia familiar, Juan pudo comenzar su asistencia a la escuela de Castelnuovo con una cierta regularidad (1830-31). Diariamente recorría veinte kilómetros a pie (M. del 0. 45). La necesidad de alojarse en una especie de pensión sin suponer un peso para el presupuesto familiar, puso al futuro organizador de las Escuelas Profesionales de canto y música en la oportunidad de iniciarse en ese arte ampliando así las propias competencias en el campo del trabajo: de la agricultura pasaría a la artesanía. <Me pusieron a pensión con un buen hombre que se llamaba Juan Roberto, sastre de profesión, muy aficionado al canto gregoriano y a la música vocal. Como tenía bastante buena voz, me entregué con ardor al arte musical, de modo que en pocos meses logré formar parte del coro y ejecutar los solos con éxito. Deseando además ocupar las horas libres en alguna otra cosa, me puse a hacer de sastre. En poquísimo tiempo aprendí a pegar botones, a hacer ojales, costuras simples y dobles. Aprendí a cortar calzoncillos, camisas, pantalones, chalecos, y me parecía que era ya todo un señor sastre” (M. del 0. 45). En el poblado de Chieri, donde desde 1831 hasta 1835 asistió regularmente a las clases de gramática, humanidades y retórica, encuentra la forma de desarrollar juntamente las innatas cualidades pedagógicas, la gran inteligencia y amor a la cultura y su gran versatilidad de ingenio y de aptitudes. Una característica demostración de sus verdaderamente excepcionales dotes de educador son las fáciles e inmediatas simpatías entre profesores y alumnos, su capacidad de relación, de amistad, de ayuda en el estudio. De esta forma acaba siendo un hábil “repetidor” para el hijo de su patrona y especialmente su educador, llevándole a metas extraordinarias en el estudio y en el propio carácter (M. del 0. 51). De su generosidad en el campo escolar y de una acuciante necesidad de amistad constructiva y educadora nace aquella asociación juvenil llamada “Sociedad de la Alegría”. La “Sociedad de la Alegría” Los compañeros “comenzaron a venir para jugar, luego para oír historietas y para hacer los deberes escolares. Finalmente, venían porque sí, como los de Murialdo y Castelnuovo”. “Para darles algún nombre, acostumbrábamos a denominar aquellas reuniones “Sociedad de la Alegría”, nombre que venía al pelo, ya que era obligación estricta de cada uno buscar buenos libros y suscitar conversaciones y pasatiempos que pudieran contribuir a estar alegres. Por el contrario, estaba prohibido todo lo que ocasionara tristeza, de modo especial las cosas contrarias a la Ley del Señor. En consecuencia, era inmediatamente expulsado de la Sociedad el blasfemo, el que pronunciase el nombre de Dios en vano o tuviera conversaciones malas. Así colocado a la cabeza de una multitud de compañeros, se pusieron estas bases de común acuerdo: — El que forma parte de la Sociedad de la Alegría debe evitar toda conversación y toda acción que desdiga de un buen cristiano. — Exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y religiosos. Todo esto contribuyó a granjearse el aprecio, al extremo de que en 1832 mis compañeros me honraban como a un capitán de un pequeño ejército. Por todas partes me reclamaban para animar las diversiones, hacerme cargo de los alumnos en sus propias casas, y también para dar clases y repasar a domicilio” (M. del 0. 52-53). Progreso muy notable en los estudios de Humanidades “Terminé, pues, el año de Humanidades (último de Básica) con bastante éxito, de forma tal que mis profesores, especialmente Don Pedro Banaudi, me aconsejaron que pidiera examen para pasar a la filosofía. Y lo aprobé. Pero como me gustaba el estudio de las letras, pensé que me iría bien seguir los estudios con regularidad y hacer la retórica en el curso 1834-35” (M. del 0. 58). “Como mi memoria era excelente, retenía una gran parte de los poetas clásicos de forma especial. Dante, Petrarca, Tasso, Parini, Monti y otros muchos me resultaban tan familiares que podía citarlos a placer” (M. del 0. 70). “No os oculto que habría podido estudiar más, pero recordad que con atender en clase tenía suficiente para aprender lo necesario. Tanto más cuanto que entonces yo no distinguía entre leer y estudiar y podía repetir fácilmente el argumento de un libro leído o expuesto por otro. Además, como mi madre me había acostumbrado a dormir más bien poco, podía emplear dos tercios de la noche en leer libros a ml placer y dedicar casi todo el día a trabajos de mi libre elección, como dar repasos o lecciones particulares, cosas que, aunque me prestaba a hacerlas por caridad o por amistad, no pocos me las pagaban. Había por aquel tiempo en Chieri un librero judío de nombre Elías, con quien me relacioné asociándome a la lectura de los clásicos italianos. Pagaba un sueldo por cada volumen, que devolvía una vez leído. Leía en un día un volumen de la Biblioteca Popular. El año último de Básica lo empleé en la lectura de los clásicos latinos y comencé a conocer a Cornelio Nepote, Cicerón, Salustio, Quinto Curcio, Tito Livio, Cornelio Tácito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros... Yo leía aquellos libros por diversión y me gustaban como si los entendiese totalmente. Solo más tarde me di cuenta de que no era cierto, puesto que, ordenado sacerdote, habiéndome puesto a explicar a otros aquellas celebridades clásicas, entendí que solamente después de mucho estudio y gran preparación se alcanza el sentido justo y su calidad literaria” (M. del 0. 77-78). Un ritmo de estudio tan fervoroso continuará y hasta se intensificará más tarde en los cursos del liceo y de la teología en el seminario de Chieri (1835-1841). De este periodo él recuerda la predilección por el griego, el francés y el hebreo. (M. del 0. 111-112). Trabajo y alegría Durante sus estudios elementales se iba acentuando su actitud educativa característica, fundamentada sobre una robusta convicción religiosa. (Don Bosco recuerda a propósito que <<en aquellos tiempos la religión era una parte fundamental de la educación” ( M. del 0. 54.) Concretamente, se expresaba en las formas originales de la alegría, del juego, del trabajo. “Después de los deberes escolares —dice refiriéndose al café Pianta—, quedándome bastante tiempo libre, me ocupaba en la lectura de los clásicos italianos o latinos y me dedicaba durante otro espacio dc tiempo a fabricar licores y confituras. A la mitad de aquel año yo estaba en disposición de preparar café y chocolate, conocer las regias y proporciones para lograr toda clase de dulces, licores, refrescos, helados... (M. Del 0. 62-63) También durante las vacaciones del seminario se mantiene vivo este interés por el trabajo, por las ocupaciones manuales, índice todo ello de una mentalidad poco inclinada a la especulación, toda empapada de sentido práctico y de voluntad creativa, realizadora. Empleaba las vacaciones en <leer y escribir. Pero no sabiendo todavía lograr un provecho absoluto de mis días perdía muchos de ellos sin fruto. Trataba de matar el tiempo con algún trabajo mecánico. Hacía husos, clavijas, trompos, hochas o bolas al torno. Cosía sotanas, cortaba zapatos, trabajaba el hierro, la madera. Aún existe en mi casa de Murialdo un escritorio y una mesa con algunas sillas que recuerdan las obras maestras de aquellas mis vacaciones. Me ocupaba asimismo en segar hierba en el prado, en recoger trigo en el campo, en deshijar y desnietar las vides, vendimiar, sacar el vino y cosas semejantes. Me ocupaba también de mis jóvenes de siempre, pero esto no lo podía hacer nada más que en los días festivos” (M. del 0. 95-96). En sus estudios de Chieri, Don Bosco intensifica, en medio de un ambiente más favorable a los estudios, el gusto por los juegos, el canto, el teatro... “En medio de mis estudios y entretenimientos diversos, como el canto, música instrumental, teatro, etc. —en todo lo que participaba cordialmente—, había aprendido además varios juegos diferentes. Como tejos, saltos, carreras, naipes, zancos... En estas diversiones tan del agrado común, si bien no era una celebridad, ciertamente no me encontraba entre los mediocres>> (M. del 0. 6970). Particularmente experto en juegos de prestidigitación, le acarrearon algunas consecuencias fácilmente imaginables y hasta alguna vez fue acusado de magia y ocultismo (M. Del 0. 70-73). No dudó como saltimbanqui capaz de exhibiciones que llenaban de entusiasmo a los espectadores en retar con formidable competencia a los profesionales del ramo... (M. del 0. 74-77). Sacerdote educador Cuando el 5 de junio de 1841 Don Bosco recibía en Turín la ordenación sacerdotal y al día siguiente celebraba su Primera Misa, se puede decir que los rasgos más geniales de su vocación de educador ya habían aflorado, germinalmente si se quiere, pero con seguridad. Los tres años transcurridos en el “Convitto” eclesiástico turinés bajo la dirección de Don José Cafasso, moralista y santo de excepción, constituyeron un período de perfeccionamiento en su preparación, más severa desde el punto de vista religioso y sacerdotal y al mismo tiempo, providencialmente, una pista de lanzamiento para su misión. En los años 1841-1844 —desde el primer encuentro con Bartolomé Garelli el 8 de diciembre de 1841—, con las visitas a las cárceles, la progresiva atención a los jóvenes “ex-corrigendi”, a los obreros, a los aprendices, a “jóvenes pobres y abandonados”, la misión de Don Bosco se concretará siempre más dando a su aurora educativa contornos más precisos y comprometidos pero dentro del estilo de sus comienzos. Con el surgir del Oratorio, tan lleno de contrariedades y sufrimientos, la persona de Don Bosco llegara a identificarse con una nueva y recia realidad educativa, con un nuevo estilo pedagógico (1841-1888). Pero antes de que entremos en el secreto de este estilo es preciso ofrecer algunos datos acerca de la obra y el tiempo en que se afirma y se define su personalidad. Algunos datos y fechas Nos limitaremos esquemáticas. necesariamente a escasas indicaciones Después de las peripecias del Oratorio en el primer bienio de vida organizada (1844-1846) tiene lugar la definitiva organización sistemática de la Obra en el arrabal turinés de Valdocco (Pascua, 12 abril 1846). Progresiva elaboración del Reglamento, pergeñado en 1847, impreso en 1852 por primera vez, revisado todavía en 1854-55 y publicado definitivamente en 1877. — 1847: fundación de la Compañía de San Luis, del Oratorio de San Luis y del primer Asilo-Escuela (M. del 0. 196, 202, 199). — 1853: comienza la publicación de las “Lecturas Católicas”. Talleres internos para jovencitos artesanos (M. del 0. 240). — 26 enero 1859: los primeros colaboradores de Don Bosco comienzan a llamarse “Salesianos”. — 18 diciembre 1859: fundación de la Congregación Salesiana, sociedad religiosa de educadores. — 1863-1864: apertura respectivamente del colegio de MirabelloMonferrato y el de Lanzo Torinese, primeras obras educativas de Don Bosco fuera de la ciudad de Turín. — 1869-1874: se aprueban definitivamente la Congregación Salesiana y sus correspondientes Constituciones. — 1872-1874: organización de la segunda Familia educadora, el Instituto de las Hijas de Maria Auxiliadora. — 1875: primera expedición de Misioneros. Comienzo de la expansión mundial de la obra de Don Bosco. — 1888, 31 de enero: muerte del santo. — 1934, 1 de abril: Don Bosco es canonizado. *** Hoy su genial creación educativa se traduce en obras colosales repartidas bajo todos los cielos. • • • • • • • • Oratorios Festivos y diarios. Escuelas Profesionales. Escuelas Agrícolas. Escuelas de Enseñanza Básica. Obras de asistencia especial (emigrantes, colonias, etcetera). Parroquias, Misiones. Librerías, editoriales, emisoras... Hospitales, orfanatos... 2 Don Bosco y su sistema pedagógico en la historia “La historia esta decidida y el genio no puede sustraerse a las influencias que desde la leche materna le atan a un ambiente, le implican en las luchas de partido, lo introducen en un círculo de cultura y civilización. Sin embargo, no madura como consecuencia de un proceso evolutivo, como un producto natural, sino que emerge autóctono, excepcional, fuera de toda previsión y lógica, sin que le arrastre la corriente histórica, haciendo transparente el alma de su tiempo y de su pueblo en la flor incorruptible de la belleza”. (L.Stefanini, o. c., pp. 29-30 Esto mismo sucede con Don Bosco. Su acción educativa, potente, innovadora, se desenvuelve en el fuerte clima del que fue llamado “el siglo de la pedagogía”. A sabiendas, en mayor o menor grado, asimila algunos grandes principios inspiradores, advierte ciertas exigencias fundamentales, sigue explícitamente determinados rumbos... Don Bosco y el 800 Se trata del siglo de las grandes síntesis pedagógicas. Desde sus comienzos, a través de la “Universidad” napoleónica, y de las inspiraciones románticas, la figura de Rousseau es decisiva. En una dirección iluminista que se extiende a la instrucción, a la escuela, a la renovación de los métodos y procesos educativos y en una dirección romántica que privilegia el sentimiento y el corazón (Don Bosco hablará de la amabilidad, del cariño) se orienta la pedagogía oficial. Podríamos citar a Herbart, Pestalozzi, Froebel, Necker de Saussure, P. Girard, F. Aporti.. La cultura popular, artesanal, favorece por su extensión todo este movimiento tan lleno de vida. Se comienzan a sentir los efectos, los frutos de la política de los príncipes “iluminados”, especialmente de Federico el Grande de Prusia y de María Teresa, con efectos sensiblemente benéficos, incluso en Italia, de forma especial en Toscana, en el Reino Lombardo-Veneto y en el Piamonte. En estas regiones se desarrolla mucho el movimiento que defiende el método del “mutuo aprendizaje”. Afloran preocupaciones muy sentidas en favor de la escuela popular, por la enseñanza con vistas a! mundo laboral. La publicación “Guía del educador” nace en 1835-1844. La “Memoria Estadística” de José Sacchi (“En torno al actual estado de la instrucción elemental en Lombardía con relación a otros Estados de Italia”) puede constituir una formidable prueba documental del fervor por el desarrollo educativo, escolar, en el Reino LombardoVeneto. ( Milán. Ant. Fort. Stella e Hijos, 1834.) De esa misma “Memoria” y de otras páginas nacidas de la pluma del propio Sacchi podemos conseguir útiles datos sobre la situación piamontesa. ”El Estado Sardo —-escribe este autor— es quizás entre los Estados italianos el que podemos considerar mejor provisto de escuelas en las que se imparte una enseñanza literaria a las clases sociales de la población, llamadas por nosotros escuelas “ginnasiali”. Por el contrario, refiriéndonos a escuelas primarias o elementales hace escaso tiempo que se las ha tenido en cuenta para organizarlas y difundirlas.” Cualquiera puede ver claro la importancia de que un país como el nuestro, donde existen espléndidos medios de formación para las clases altas, también se extendiesen a las populares.” “Para la formación técnica, con la que las clases populares adquieren experiencia y saber en las artes y oficios, existen en el Piamonte varios centros si no perfectos, al menos compatibles con el estado industrial de esa tierra italiana. Una autentica escuela técnica puede llamarse la que se ha montado en Turín, donde se aprende el dibujo y la geometría aplicada.” Más datos positivos referentes al vasto movimiento educativopedagógico-organizativo de este tiempo, proporcionaba el propio J. Sacchi en sus “Anales de Estadística”, Milán, 1845 (Se trata de una observación añadida en el apéndice a las páginas de F. Aporti: “Relación sobre los asilos de infancia y otros centros elementales visitados en el otoño de 1843”. Cfr. F. Aporti, Scritti pedagogici editi e inediti, por Angiolo Gambaro. Turin, 1944.) Allí se habla de la rápida y benéfica difusión de los Asilos de Infancia, de las “Scuole di Metodo”, de la introducción entre los universitarios de la enseñanza superior de metodología. Se señala, por fin, la necesidad del Piamonte “de tener no solamente escuelas elementales de dos o tres aulas, sino escuelas elementales mayores de cuatro aulas y escuelas de técnica aplicada”. “La exclusiva enseñanza elemental o primaria no es suficiente para un país eminentemente industrial. Se requieren institutos que preparen artesanos, agrónomos, directores de fábrica, maestros de taller, jefes de negocios... Para adiestrar a la juventud en estas importantísimas funciones de la vida civil no son suficientes las actuales escuelas elementales y resultan absolutamente inadecuadas, por no decir perjudiciales, las llamadas escuelas de latinidad... Con el solo conocimiento del abecedario, con la superficial noticia filológica de las lenguas muertas, no se pueden conseguir hombres útiles, como se. requiere en el siglo de las máquinas de vapor y las vías férreas. La enseñanza popular debe ser enfocada con simpatía hacia la sabiduría popular. Hacemos votos porque el Piamonte sea émulo de los países más cultos de Europa y se gane aquel honorable puesto entre las comunidades civilizadas a las que desde hace tiempo se ha incorporado lealmente” (anotación final de J. Sacchi). (F. Aporti, Scritti pedagogici editi e inediti. Turin, 1944.) El teólogo Pedro Baricco, en su monografía titulada “La instrucción popular en Turín”, (Monografía de T. Pedro Baricco, asesor municipal, inspector real para los estudios elementales de la provincia de Turín. 1865) ofrece un cuadro sintético más extenso y exacto de la situación educativa y escolar turinesa. Entre los institutos clásicos se aprecian enormemente aumentadas las escuelas de instrucción popular o de educación infantil. Es más, las escuelas técnicas y los institutos profesionales cobran especial relieve, como ocurre con las “Escuelas Técnicas de San Carlos” (fundadas en 1848), una escuela profesional con muchas especialidades (mecánica, tipografía, textiles...) fundada en 1857, además de las escuelas técnicas gubernativas y municipales y las Escuelas de Dibujo. (Cfr. G. Mantellino, La scuola primaria e secondaria in Piemonte e particolarmente in Carmagnola dal sec. XIV alla fine del sec. XIX. 1909. Relacionado con los antecedentes de las Escuelas profesionales y artesanales en Turín y Piamonte. Cfr. A. Suraci, Il lavoro nel pensiero e nella prassi educativa di Don Bosco (Colle Don Bosco. Asti), 1953, pp. 15-20.) En la más bien conservadora y “reaccionaria” ley de 1822 se establece que “la ciudad pudiese tener abierta la escuela de dibujo y grabado también para los artesanos”. (Baricco, o.c.) Pero también fuera de Turín y del Piamonte se nota un fervor cada vez más acentuado por la promoción de la instrucción y educación popular, especialmente la artesanal. Además de los célebres institutos de Fellemberg en Hofwyll, de Ridolfi (Meleto), de Lambruschini, no menos significativas y útiles —aunque gozando de menos celebridad—, resultan entre otras fundaciones de Ludovico Pavoni (1784-1849) (Instituto de San Bernabé con escuela de tipografía de 1821 aprobado por el Gobierno austriaco en 1823) (En el Decreto de la Sagrada Congregación correspondiente sobre la heroicidad de sus virtudes (5 junio 1948) se declara: “Porro Servus enim Dei stupendorum operum, quae Paulo post S. Joannes Bosco amplissime protuit, praecursor merito est habendus”). El Asilo de Juan Tata y de San Miguel en Ripa, visitados por Don Bosco en Roma en 1858, etc. (Memorie Biografiche di San Giovanni Bosco, V. 830, 834, 842-846. En adelante citaremos esta obra con la sigla MB y nos referiremos a la edición original italiana.) El propio Aporti, en enero de 1842, publicaba en el “Diario agrario lombardo-veneto”, después reproducido en “EI educador elemental” (1845) (una revista que ciertamente Don Bosco conoció, citándola en su Historia Sagrada), el plan de un “Instituto de Educación y de Instrucción teórica y práctica para los jóvenes que desean dedicarse a la agricultura y a la administración económica de las faenas y producciones del campo”. (Scritti pedagogici editi e inediti de F. Aporti, por A. Gambaro. Vol. 11.) En la tradición cristiana Con estos últimos indicios reconocemos que el pensamiento y la obra de Don Bosco tienen su más profunda y principal fuente de inspiración en la tradición de la pedagogía y de la educación cristianas. Añadamos inmediatamente: una “tradición cristiana abierta y original”. Más allá de su cultura teológica, asimilada en el Seminario y en el “Convitto Eclesiástico”, donde dominaba la moral de San Alfonso (siglo XVIII), más humana y moderna, menos abstracta y especulativa y más psicológica y concreta, sus orientaciones pedagógicas —sobre todo la intuición fundamental de la amabilidad, de la familia, de la alegría— se acompasan por su afinidad con los más modernos maestros de la espiritualidad y de la educación católicas: San Felipe Neri (Santo de la alegría), San Francisco de Sales (el humanista de la devoción), San Carlos Borromeo (bravo organizador de nuevas y geniales obras educativas católicas) y San Juan Bautista de la Salle (instaurador de un nuevo estilo educativo cristiano). Son muy numerosas las huellas de la influencia de San Felipe Neri en el ánimo de Don Bosco, quien fácilmente encontró la forma de descubrir al santo romano en Chieri, en una ciudad y un seminario donde el recuerdo de “Pipo buono” estaba viva y continuamente se renovaba. En el mismo período, y más tarde con mayor intensidad, Don Bosco descubrió a San Francisco de Sales, que llegará a ser el titular y ci Protector de su obra educativa comenzando por el primer Oratorio. En el Reglamento encontramos efectivamente estas palabras: “ESTE ORATORIO SE HA PUESTO BAJO LA PROTECCIÓN DE SAN FRANCISCO DE SALES PORQUE AQUELLOS QUE DESEAN ENTREGARSE A ESTE GENERO DE OCUPACIÓN HAN DE PROPONERSE A ESTE SANTO COMO MODELO DE CARIDAD, EN LAS BUENAS MANERAS, QUE SON LAS FUENTES DE LAS QUE SE DERIVAN LOS FRUTOS QUE ESPERAMOS DE LA OBRA DE LOS ORATORIOS”. (MB II, nota l.a) Entre los recuerdos particulares de Don Bosco, formulados con motivo de su Primera Misa, encontramos el siguiente: “La caridad y la dulzura de San Francisco de Sales me han de guiar en todo cuanto haga” (M. del 0. 115, nota 51). Era el preludio de la acentuación de la primacía pedagógica de la amabilidad (amorevolezza) y del principio del optimismo educativo. En la concepción y realización de la obra más característica de Don Bosco, el Oratorio Festivo, se notan claramente los influjos de las análogas instituciones de Lombardía, con inspiración en los reglamentos y organización impulsados por San Carlos Borromeo. El primer biógrafo afirma que en la elaboración de los primeros Reglamentos él se inspiró en las reglas de otras instituciones “adaptándose especialmente a las del Oratorio de San Felipe Neri de Roma y las de San Carlos Borromeo, en Milán”.(MB III, 90.) Intensas fueron las relaciones de Don Bosco con los Hermanos de las Escuelas Cristianas y por tanto, de forma indirecta, con las obras y con el espíritu de su fundador, San Juan Bautista de la Salle. A uno de sus provinciales, Fr. Hervé de la Croix, Don Bosco le dedicó una de sus obras, la Historia Eclesiástica. Además, existen serios indicios que nos hacen pensar que él había leído la “Conduite des écoles chrétiennes” y sobre todo el clásico opúsculo “las doce virtudes de un buen maestro”... explicadas por P. F. Agatone, Superior General de dicho Instituto. Muchas de sus expresiones sobre la mansedumbre, la dulzura, Ia amabilidad, la asistencia, la “modestia”, parecen como ecos y motivos del “sistema preventivo” de Don Bosco. Menos conclusivas, en cambio, pueden ser las indagaciones acerca de los encuentros de Don Bosco con dos profesores de pedagogía en el Ateneo turinés, G. A. Rayneri y J. Allievo, y con el fundador de los Rosminjanos, Antonio Rosminj, con el que se entrevistó más veces por escrito, y también personalmente, tratando, según parece, prevalentemente sobre temas que hacían relación a problemas y negocios de índole económica”. (Para una indagación más amplia y rica acerca de las relaciones de Don Bosco con los educadores y tratadistas de su tiempo y de tiempos anteriores nos permitimos remitir al lector a la primera parte de nuestro estudio sobre el Sistema Preventivo de Don Bosco, donde se atiende precisamente al tema de Don Bosco en la historia de la educación.) Don Bosco constituye. un acontecimiento “excepcional”, nuevo, en el campo de la historia de la educación y la pedagogía. Es propio del gran artista saber imprimir en la infinitamente rica y variada corriente de la vida espiritual, a pesar de estar atado a las leyes universales de toda técnica o arte, novedad y originalidad de ritmos, de armonía, de horizontes futuros... En este sentido es legítimo pensar que Don Bosco y su sistema aparecen con un nuevo estilo, personal e inconfundible, que se injerta en la vasta historia de la educación cristiana y del sistema preventivo con ecos, realizaciones nuevas y personales. Existe un estilo bosquiano de educar, de igual forma que existe en la pintura o en la música una escuela de Tiziano, de Bach, de Rafael, de Beethoven. Afirmamos con uno de los primeros estudiosos de Don Bosco, educador y pedagogo, Fascie, que el santo “con el coraje de los humildes, entró, santamente animoso, por la vía firme y castigada del buen sentido y de la tradición. Y en el surco profundo y suave abierto por la experiencia, plantando el nuevo vástago de su iniciativa personal y regándolo con sus sudores y fecundándolo con el sol de su caridad, hizo crecer y educó una nueva y vigorosa planta, hermosa, tan simple en la estructura como firme en su afirmación, muy rica de flores y de frutos de santidad” (14 B. Fascie, Del metodo educativo di Don Bosco, p. 26.) Con Don Bosco salimos “del campo de la pedagogía teórica y nos adentramos en el campo práctico del arte educativo, de la obra del educador en la que Don Bosco fue verdaderamente un maestro, donde su personalidad sobresale genuina, entera, donde dejó patente, palpable, su propia huella”... (15 Ibid., p. 22.) Repitamos sintéticamente con Zitarosa: “No es posible desconocer una potente originalidad en la obra de Don Bosco. Pero es originalidad, más que de meditadas teorías, deriva de su propia personalidad de educador artista” (16 G. R. Zitarosa, La pedagogia di Giovanni Bosco, p. 105.) Nos unimos también a las afirmaciones de Modugno: la pedagogía de Don Bosco “es la pedagogía del Cristianismo católico considerada y vivida por un genio y un santo del siglo xix” (17 0. Modugno, Don Giovanni Bosco. II metodo educativo. Florencia, 1941, página 6) 3 Don Bosco en la historiografía pedagógica No es difícil recoger en torno a Don Bosco consensos y admiraciones por su acción enardecida y genial. En general, también los manuales de historia de la pedagogía y de la educación están acordes en afirmar y exaltar su vasta obra generosa y benéfica, sin empeñarse en específicas valoraciones teorizantes. Con todo, no escasean entre comentaristas y estudiosos de pedagogía las discusiones y divergencias correspondientes a la hora de formular juicios más profundos y “sistemáticos” en torno a las inspiraciones “ideales” de su acción educativa o también cuando se tiende solamente a reconstruir ordenadamente, orgánicamente, los que se tienen por los fundamentales principios de su pedagogía. A este respecto la variedad de opiniones y gustos y las preferencias de los intérpretes se alimenta de la multiplicidad, de la riqueza de las intuiciones y realizaciones que se les ofrecen. Originalidad y sistema La cuestión que parece polarizar sobre todo en torno a sí a una muchedumbre de estudiosos ilustres se refiere a la relación existente entre Don Bosco educador, pedagogo, y la pedagogía como “ciencia” o sistema. La preocupación por defender a Don Bosco del desconocimiento de los teóricos, la voluntad de mostrar su contribución determinante en la historia de la pedagogía, o por otra parte el temor de falsearlo, de robarle su innata originalidad, de estereotiparlo con esquemas especulativos, han contribuido con frecuencia a dirigir la atención de los estudiosos más sobre los aspectos formales del método educativo del santo que sobre su contenido y sus principios inspiradores. En una cuestión polémica contra la “Civiltà Católica” (las alarmas de la “Civiltà Católica” y los peligros de la escuela media), Gentile escribía así en el fascículo de septiembre de 1926 del “Diario Crítico de la filosofía italiana”: “Hay que reírse cuando se conoce el júbilo de “Civiltà Cattolica” por haber sido introducidos entre los autores clásicos de filosofía y pedagogía, Balmes (filósofo muy mediocre), A. Franchi (autor de una pedagogía vacía, muy vacía, falta de toda suerte de ideas) y a Don Bosco (gran educador, pero autor cuyos escritos en vano trataremos de buscar)”. Entre los que exaltan ardorosamente el sistema de Don Bosco y los que lamentan su deficiencia teórica existe toda una gama de interpretaciones. A la cabeza de las más reflexivas tomas de posición al respecto se encuentra sin duda alguna el estudio de D. B. Fascie: “Del método educativo de Don Bosco. Fuentes y comentarios” (Turín, 1928). Según Fascie, Don Bosco no fue “un teórico de la pedagogía”. “Faltan argumentos y documentos para poder afirmar que él se ocupara a propósito del estudio de los problemas especulativos de la pedagogía técnica y entendiera de cualquier modo convertirse en un científico de la pedagogía.” En este sentido se interpretan las discutidas palabras de Don Bosco en 1886, cuando el Rector del seminario de Montpellier le rogaba al santo que le explicase su método para educar a los jóvenes: “SE ME RECLAMA QUE YO EXPLIQUE MI MÉTODO... NO LO CONOZCO NI SIQUIERA YO MISMO. SIEMPRE HE ANDADO HACIA ADELANTE COMO EL SEÑOR ME INSPIRABA Y COMO EXIGÍAN LAS CIRCUNSTANCIAS” (Memorias Biográficas, t. XVIII, 127). “Mentalidad alimentada de practicidad, de buen sentido, ajena a las abstracciones, a la teoricidad, a la intelectualidad pura.” Don Bosco no solamente no construye una teoría, sino que no quiso ni siquiera “quedarse aprisionado en un sistema rígido, estereotipado, que le cercenase la libertad y la desenvoltura de movimientos ante nuevas iniciativas y exigencias”. No obstante no caminó de cualquier manera, sino que se inspiró en su sistema preventivo <<tal como se lo ofrecía la tradición humana y cristiana”. Este sistema: 1) Él lo da a conocer mucho más en la acción vivida que en las formulas teóricas. 2) No es nuevo, sino antiguo como el Cristianismo mismo, más bien antiguo como la educación humana auténtica. 3) La novedad se encuentra “en el modo con el cual supo ponerlo en práctica y hacerlo suyo”, dando “al método una forma propia, una impronta personal”. 4) Sacando provecho de sus dotes de naturaleza y gracia, de su experiencia, inspirándose en las normas del sentido común. 5) Consultando escritos y personas de autoridad, visitando institutos educativos, de cualquier categoría, examinando con diligencia sus Estatutos, sus programas, sus reglamentos, haciéndose ayudar de todas las experiencias que le pudiesen resultar útiles. Conclusión: “Abandonamos el campo de la pedagogía teórica para introducirnos en el práctico del arte de educar, en el que Don Bosco fue verdaderamente un maestro, donde su personalidad resplandece pura y entera, donde hizo patente y palpable su propia huella”. Esta interpretación ha sido aceptada por el máximo historiador de Don Bosco, DON EUGENIO CERIA. En el volumen XVIII de las Memorias Biográficas, citando palabras del santo en 1886, hace suyo el comentario de Fascie. En la obra “San Juan Bosco en su vida y en sus obras” (Turín, 1938), afirma: con el método preventivo Don Bosco “no pretendió dar vida a un método nuevo, sabiendo lo conocido que ya era. Lo explicó por el contrario de una forma novísima realizando un dibujo de las líneas netas, seguras, un proyecto sistemático en suma que constituye el fondo doctrinal de la actividad práctica y la encuadra armónicamente” (Don Ceria abunda en esta idea en los “Anales de la Sociedad Salesiana desde los orígenes hasta la muerte de Don Bosco: 1841-1888”, Turín, 1941). Muchísimos más están de acuerdo con este punto de vista. Así P. M. Barbera, en su estudio “San Juan Bosco educador” (Turín, 1942), concuerda con Fascie en señalar la novedad del sistema educativo de Don Bosco en’ el modo como el gran educador se inspiró “en principios sólidos, luminosos, vivos y fecundos”, los de la pedagogía perenne y cristiana, poniéndolos al dIa. Igualmente, G. R. Zitarosa en “La pedagogía de Juan Bosco” (Nápoles: “Aspetti Letterarli”, 1934): “No es posible dejar de reconocer una poderosa originalidad en la obra de Don Bosco. Pero esta originalidad, más que en razón de teorías, deriva de su personalidad como educador artista”. Agustín Auffray, en su “Pedagogie d’un saint”, se pregunta: “¿Es totalmente nuevo este sistema? Es antiguo como el Evangelio del que directamente se desprende. El sistema educativo pensado y realizado por San Juan Bosco, construcción sólida, original, imperecedera, deriva de una profunda interpretación del Evangelio de Cristo, donde toda la pedagogía se encuentra germinalmente desde la primera a la última palabra. Deriva finalmente del singular genio de educador que este humilde sacerdote poseyó en grado eminente, fuertemente, en superior escala si lo comparamos con muchos otros”. No se aparta sustancialmente de la siguiente interpretación ampliamente desarrollada por el profesor Casotti en su introducción al volumen “San Juan Bosco, el método preventivo”. No era, no quería ser un “estudioso” —afirma el presente autor— . Podía serlo y estaba excelentemente dotado para ello. Pero se daba cuenta de que su vocación era bien distinta. No era la de un teólogo, la de un filósofo, la de un tratadista de pedagogía. Era la de un educador y un fundador. Que otros se dedicasen al campo doctrinal... El se sentía llamado a actuar y no a escribir. No pensemos, no obstante, que Don Bosco despreciase la pedagogía... 0 bien que su sistema educativo se pueda considerar como un conjunto de “hallazgos” prácticos y llenos de buen sentido, si, pero desprovistos de todo valor científico y sin relieve alguno dentro de la historia de la pedagogía.” “Esencialmente —continua M. Casotti— su pedagogía se cimenta sobre el Evangelio y se enriquece con la diligente observación de la psicología infantil y juvenil, con el atento estudio de muchas instituciones educativas, con la experiencia y la acción inspirada sobrenaturalmente, de forma que consigue un cuerpo de doctrina y de realidades bien fundamentado en la práctica y la teoría ante los estudiosos. Por todo ello, en la historia de la pedagogía y de la educación tienen pleno derecho de ciudadanía”. (L. Breckx, Les idées pédagogiques de Don Bosco. Paris. V. Cimatti, Don Bosco educatore (Turín, 1939): “Don Bosco es un continuador de la gloriosa escuela de espiritualidad tradicional y con eclecticismo sano y digno de admiración sintetiza en su concepción de la caridad cristiana las corrientes teóricas y prácticas que le precedieron. Esta caridad es preventiva y actúa apoyando la compenetración cordial e Intima de la autoridad razonable del educador y la libertad del educando inspirándose siempre en los cimientos de la religión católica. M. Agosti y V. Chizzolini, Magisgtero. Brescia, 1940. Volumen 111: A. D’Avila, Dom Bosco. Vol. en colaboración. Grandes educadores. Platäo, Rousseau, Dom Bosco, Claparède. Río de Janeiro, 1949. H. Bouquier, Dom Bosco Educateur París, 1952.) Don Bosco, pedagogo Algunos estudiosos y comentaristas parecen preocupados mayormente por el aspecto teórico, “sistemático”, del trabajo educativo de Don Bosco y por esclarecer su producción “científica” en este campo de la pedagogía. ¡Es difícil hacer de este Santo un teórico, un especulativo! A estos señores les parecen poco generosas las interpretaciones precedentes. Una de las más luminosas a este respecto es la defendida por Don Pedro Ricaldone, cuarto sucesor de San Juan Bosco, en su vasta obra titulada “Don Bosco educador” Podemos resumir los trazos esenciales de su tesis. “1. San Juan Bosco nació educador cristiano. Don Bosco no fue un puro teorizante ni un innovador. Quiso zambullirse en la acción, en la vida inspirada en principios que ahondaban sus raíces en la tradición cristiana mejor que perder mucho tiempo en formulas teóricas... 2. Es imposible imaginar a un educador verdaderamente tal en sus ideas y en sus actuaciones que al mismo tiempo no tenga normas y directrices que regulen su acción educativa. Si esto lo afirmamos de cualquier educador con mayor razón lo haremos de Don Bosco, que se consagro a este campo no, al acaso, accidentalmente. Una obra tan duradera, tan coherente, tan extensa, tan notablemente profunda y fecunda es imposible que no fuera resultado de claras y sólidas y bien ponderadas ideas pedagógicas. 3. En la acción de sabiduría pedagógica recogidos y ordenados exigencias científicas metodológico. Don Bosco se ponen en juego tesoros de que tienen necesidad solamente de ser para que se aprecie todo su valor ante las formando un verdadero “sistema” teórico- 4. Teniendo presente todo esto y refiriéndonos a las palabras pronunciadas por Don Bosco en 1886, sería errónea toda interpretación que negase en el santo la consciente posesión de un método propio bien determinado en el campo de la educación. Don Bosco se refería en este caso a una doctrina de espiritualidad y no a una pedagogía. Nunca negó tener un sistema. Más bien se preocupaba de definir y clarificar los elementos fundamentales y principales que lo informaban. 5. De un examen atento sobre cuanto Don Bosco hizo, escribió y dijo, se deriva la solidez en la estructura de sus obras. Estas se reafirman sobre la firme base de ideas y de tesis pedagógicas que habla elaborado profundamente y madurado en la mente robusteciéndolas cada día más con las experiencias personales en la educación de sus jóvenes, las lecturas pedagógicas, los frecuentes contactos con los estupendos estudiosos del ramo que en su tiempo abundaban en la capital piamontesa (por quienes era muy estimado) y también con visitas esmeradas a los principales institutos de educación de aquella región en la que vivía y de otras partes de Italia y de Europa. 6. Bebiendo en las fuentes escritas y orales de Don Bosco, podemos reconstruir orgánicamente su sistema educativo que coincide con el modo particular con el que entendió y aplicó y renovó el sistema preventivo. Por “sistema educativo” de Don Bosco hemos de entender las ideas, los principios y los medios que movieron, regularon, condujeron a un final feliz su acción educativa. Hasta aquí Don Pedro Ricaldone. José Flores D’Arcais, en su libro “San Juan Bosco: el método educativo”, polemiza con aquellos que niegan la existencia de una pedagogía bosquiana, de una formulación sistemática y coherente del problema de la educación” El autor no disimula su preocupación por acentuar la figura del santo turinés como experto en pedagogía en el estudio introductorio de su obra. Concluye afirmando: “No puede ponerse en duda que Don Bosco, a pesar de no habernos regalado un tratado técnico sobre el arte o la ciencia de la educación, llevó a cabo una profunda y sugestiva meditación sobre el hecho educativo. El método de Don Bosco consiguientemente tiene una fundamental importancia histórica y teórica, su pedagogía contiene una original y esencial formulación”. Pero nos parece que ha sido Don Alberto Caviglia, insigne estudioso del santo educador, quien ha aportado una interpretación más valiosa, extensa y comprometida sobre su pensamiento pedagógico. En un discurso dirigido a un Congreso de Maestros de Enseñanza Básica (agosto 1934), encontramos una formulación de Caviglia coherente y lineal, bajo el título de “Lo sobrenatural en la educación: la pedagogía de Don Bosco”. <Don Bosco y la educación cristiana —afirma Don Alberto Caviglia— forman una ecuación que se resuelve en la unidad. La grandeza histórica e intelectual de Don Bosco en la vida de la Iglesia consiste en haber ofrecido la formula definitiva de la pedagogía cristiana, de la pedagogía querida por la misma Iglesia. Los santos educadores o los educadores santos, todos ellos, partieron del principio de la caridad y casi todos de la caridad para con el pobrecito. Pero ninguno tuvo la fuerza difusiva y directamente dominante como la tuvo Don Bosco. Santos creadores o adivinadores del sistema educativo cristiano no existe más que uno: Don Bosco. La suya no es creación de elementos, que el crear de la nada es exclusivamente obra divina. Se trata de una síntesis creativa que es la señal de las obras geniales, su marca inconfundible. Y digo síntesis creativa porque la originalidad y la hermosura y la grandeza de la creación no se encuentran tanto en la novedad de ciertos particulares cuanto en el descubrimiento de aquella idea que los aglutina y los funde en la vida nueva y propia de un todo. El cual es por tanto la síntesis viviente del pensamiento y de la tradición educativa del Cristianismo y de la Iglesia. Y quien desea ser integralmente educador cristiano encuentra ya señalado el camino que ha de seguir. De aquí el evidente carácter religioso, teológico, de toda la pedagogía de Don Bosco, con un sello del todo singular que proviene del amor hecho bondad, de la religión traducida en religiosidad del buen corazón. El sistema de Don Bosco —llamémosle de esta manera— es por consiguiente el sistema de la bondad, o mejor dicho, la bondad elevada a sistema.” METODO PREVENTIVO Y SISTEMA EDUCATIVO DE DON BOSCO Algún comentarista y crítico ha puesto sobre el tapete la cuestión de la extensión y comprensión exacta del término “sistema preventivo”. Mientras que para la mayoría de los estudiosos está claro que el concepto de método o sistema preventivo de Don Bosco no significan otra cosa que el método o sistema educativo, no falta quien introduce distinciones. (Rodolfo Fierro Torres, vol. El sistema educativo de Don Bosco en la pedagogía general y en las especiales. Madrid, 1953. Cfr. del mismo autor la introducción al vol. Biografía y escritos de San Juan Bosco. Madrid, 1955. Edit. Cat., pp. 34-36.) Dejemos aparte la distinción entre sistema y método, entre teoría general y metodología pedagógica, términos usados y estudiados, en su volumen “Pensamiento y método de San Juan Bosco”, por G. R. Zitarosa. Según Nik. Endres (“Die psychologische Begründung der Erziehungsmethode Don Bosco als Ursache seiner padagogischen Erfolge”) la identificación en el plano teórico sería errónea y en el práctico peligrosa. La denominación de “sistema preventivo” no tiene en Don Bosco el significado científico de teoría de la educación, sino que expresa simplemente una forma de actuar, un método. Y también en este sentido, añade Endres entrando en polémica con C. Burg, constituye solamente una parte, aunque igualmente importante, del metodo educativo del santo. El sistema preventivo es solamente un aspecto, el negativo y preservativo, de su sistema educativo considerado en su totalidad. Por nuestra parte, opinamos que tal distinción quedará superada si no nos limitamos a juzgar el célebre opúsculo de 1877 como una explanación total y acabada del sistema preventivo, sino que tenemos presentes también todas las formulaciones escritas y orales, incluyendo numerosas que hacen mención explicita a métodos, medios y procedimientos positivos y constructivos, considerados como los más eficaces y seguramente “preventivos”. (Un ejemplo de interpretación unilateral encontramos en el Manuale di filosofia e di pedagogia de G. Espósito (TurIn, 1936, vol. III). Este autor asegura que “Don Bosco nos legó solamente algunas páginas sobre el método preventivo, el cual se ocupa de la disciplina y es particularmente útil para la educación escolar o colegial, que es la propia de este santo”.) Pedagogía católica El esfuerzo por poner en claro la originalidad y la fisonomía del sistema educativo de Don Bosco ha llevado a todos los comentaristas —y a algunos de forma especial— a destacar su religioso contenido interior. Naturalmente este aspecto del sistema preventivo ha encontrado un eco singular en el seno de la Congregación Salesiana. Don Pablo Albera, uno de los primeros alumnos de Don Bosco, que luego llegaría a ser su segundo sucesor, encuentra palabras muy felices para concretarlo. Dice así en una de sus Cartas Circulares dirigidas a los Salesianos: “Este sistema —como Don Bosco mismo afirmaba en los últimos años de su existencia— no fue otra cosa que caridad, o sea, amor de Dios que se dilata y que abraza a todas las humanas criaturas de forma particular a las más jóvenes e inexpertas para infundir en ellas el santo temor de Dios. Meditad esta Carta Magna de nuestra Congregación que es el sistema preventivo, meditadla seriamente, analizadla con la máxima minuciosidad posible apelando a la razón, a la religión y a la “amorevolezza”. En última instancia estaréis de acuerdo conmigo en que todo se reduce a infundir en los corazones el santo temor divino, o sea, enraizarlo de tal forma que perdure para siempre a pesar del furor de las tempestades, los huracanes de las pasiones y las vicisitudes humanas”... (“Don Bosco, nuestro modelo... en la educación y santificación de la juventud”, Turín, 1920). Conceptos semejantes fueron aireados más de una vez por Pío XI, genial y profundo admirador de la visión educativa de Don Bosco, y de su espiritualidad. Este Papa le definió como “luminoso apóstol de la educación, gigante formidable, luchador de la educación cristiana”. “Cuando se considera el valor de una sola alma —decía el Papa Pío XI—, cuando se considera el inmenso tesoro que supone una sólida educación como Don Bosco la entendía (profunda y completa y exquisitamente cristiana y católica), cuando se considera que este tesoro se multiplica gracias a grandes apóstoles, hay que elevar un himno jubiloso y agradecido a Dios que sabe suscitar sus grandes obras y mantenerlas vivas en este mísero mundo en el que nunca termina la lucha pertinaz del mal contra el bien, contra la verdad cristiana” (MB XIX, 156). Muchos otros autores podríamos citar. Espiguemos solamente en algunos: —~ “La pedagogía de Don Bosco es la pedagogía del Cristianismo católico aceptada y actualizada por un genio y un santo del siglo XIX” (G. Modugno). — “La gran intuición de Don Bosco, que lo coloca como piedra angular en la historia de la educación, es ésta: no se da una verdadera educación sin la acción de la presencia en ci alma del niño’> (Nazareno Padellaro). — “El espíritu que animaba la obra educativa de Don Bosco está estrechamente unido a la tradición católica y en ella encuentra sus antecedentes. El motivo religioso-sobrenatural caracteriza su pedagogía de forma inequívoca, y determina su significado como estrechamente circunscrito por el ámbito de la pedagogía católica” (Antonio Banfi). — — “El sistema preventivo de Don Bosco puede definirse como “pedagogía teológica” (Vito G. Galati). Creemos que contribuirá mucho a .caracterizar el estilo particular del sistema preventivo de Don Bosco la ponderada consideración del aspecto metodológico, humano y cristiano de la caridad, que se convierte en razonable y paternal amabilidad. Este es el tema central de nuestro presente estudio. 4 El sistema preventivo. El alma del estilo educativo de Don Bosco: La amabilidad La práctica de este sistema está toda ella fundamentada sobre las palabras de San Pablo: <Charitas patiens est... Omnia suffert, omnia sperat, omnia sustinet>. Como todo auténtico estilo artístico, también el poema pedagógico de Don Bosco tiene un hondo principio de inspiración y de unidad, condición de su vitalidad y dinamismo. Admite, por otra parte, un progreso y desarrollo con una sucesiva asimilación de otros conceptos e ideas inspiradoras y asume, luego, un sentido definitivo, una armónica y total globalidad como todas las grandes obras de arte, también las incompletas”. Por todo ello es posible de alguna manera explayarlo tomándolo en su alma, en sus vibraciones posteriores, en sus deducciones, en sus ”conclusiones”, inspiradoras y abiertas a ulteriores dinamismos. *** El sistema pedagógico de Don Bosco nace de su acción educativa. La acción educativa de Don Bosco nace de su caridad cristiana, de su santidad. La caridad cristiana y sacerdotal llega a ser en él caridad “hecha a la medida del muchacho”, caridad “pedagógica”. Se convierte en aquella particular caridad pedagógica que inspira su inconfundible estilo educativo cristiano, la “amorevolezza”, la amabilidad. Son las etapas a través de las cuales conquistamos el alma del estilo de Don Bosco. 1. DIAGNOSIS Y TERAPIA 1841: Don Bosco, que vive las primeras semanas de su sacerdocio, está en el primer año de los tres que paso en el “Convitto Eclesiástico”, centro destinado a la profundización teórica y práctica de la moral cristiana. Su Maestro —Un joven sacerdote de Castelnuovo llamado José Cafasso— es quien lo lanza al ejercicio de la caridad educativa. “Empezó primero por llevarme a las cárceles, en donde aprendí enseguida a conocer qué grandes son la malicia y la miseria de los hombres. Me horroricé al contemplar aquella cantidad de muchachos, de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, roídos por los insectos y faltos en absoluto de alimento material y espiritual. En estos infelices estaban personificados el oprobio de la patria, el deshonor de la familia y su propia infamia. Pero cuál no sería mi asombro y sorpresa al darme cuenta de que muchos de ellos salían con propósito firme de una vida mejor y que luego volvían a ser conducidos al lugar de castigo de donde habían salido pocos días antes. En esas ocasiones constaté que algunos volvían a la cárcel porque estaban abandonados a si mismos. ¡Quién sabe —decía para mí— si estos muchachos tuvieran fuera un amigo que se preocupase de ellos y les atendiese e instruyese en la religión los días festivos, quién sabe si no se mantendrían alejados de su ruina, o por lo menos si no se reducirla el número de los que vuelven a la encerrona! Comuniqué mi pensamiento a Don Cafasso y con su consejo y su luz me puse a estudiar la manera de llevarlo a cabo, dejando el éxito en manos del Señor, sin el cual resultan vanos todos los esfuerzos de los hombres>’ (M. 123). Este cuadro, que se le presenta al comienzo de su apostolado como educador de jóvenes, permanece todavía siendo el mismo cuando ya el arco de su vida toca el otro extremo... Se refiere precisamente a Florencia, a aquel ambiente que Lambruschini describía con los mismos elementos, con idénticas preocupaciones e intenciones y con casi idénticas palabras, cincuenta años antes. Así lo ve Don Bosco: “... ¡Cuántos pobres muchachos abandonados, vagabundeando cada día, descalzos, sucios, mendigos, por las callejas de nuestra ciudad!... Viven de limosna y se hacinan de noche en determinados lugares sin que nadie se preocupe piadosamente de sus cuerpos ni de sus almas... Crecen ignorantes de Dios, de la religión, de sus deberes morales. Son ladrones, blasfemos, obscenos, están dominados por toda clase de vicios, son capaces de la acción más recriminable... Muchos de ellos caen en manos de la justicia y van a parar a una prisión donde acaban de corromperse. Don Bosco ha venido a Florencia por estas razones. Y ha abierto ya un Oratorio Festivo. Don Bosco desearía abrir una residencia para recoger a tantos chicos abandonados, arrancarlos de la corrupción de las costumbres y de la pérdida de la fe educándolos de forma que acaben siendo buenos ciudadanos y auténticos cristianos”. (Discurso del 15 de mayo de 1881 a los cooperadores y amigos florentinos. “Bollettino Salesiano”, julio 1881.) El mismo punto de partida y las mismas conclusiones descubrimos en el diagnostico del sacerdote-educador contemporáneo de Don Bosco, Rafael Lambruschini: “Los muchachos que en pandilla alborotan y molestan por las calles meten miedo. Pero no hay quien los recoja, los invite a caminar por el sendero recto, no hay quien los desasne, quien los quiera de verdad. Se convertirán en ladronzuelos que infestarán los campos, se convertirán en imberbes condenados que en la propia cárcel recibirán las definitivas lecciones para hacer el mal. Nadie se compromete. Todo el mundo dice: a mí eso no me toca, que lo piensen y arreglen los que mandan. Y en tanto el mal crece, y los fantasmas del terror, como nubes de lejana tempestad, se levantan en los ánimos turbados. Todo se intenta y se invoca y se comenta menos el verdadero remedio”. ( Del opúsculo Della necessità di soccorrere i poveri. 1885. En el vol. Scritti di varia filosofia e di religione. A cargo de Mons. A. Gambaro. Florencia, 1939.) “Crece sin querer conocer más placeres que los corporales, con la inteligencia sin cultivar y pervertida por máximas perversas, sin estar contento de si mismo, sin desear ser estimado de los demás, sin ningún freno, atrevido y envilecido al mismo tiempo, sin familia ni Patria ni Dios. La compañía de los buenos le aburre, le molesta. Busca otra más a tono con su estado moral en los numerosos chicos o jóvenes corrompidos como él. Pronto forma pandillas. Infunde compasión y mete miedo el verles jugando o riñendo por las calles o repartidos por los campos tratando de apoderarse de lo ajeno. Rotos y andrajosos, con sus cuerpos sucios, con la mirada torva y lasciva, amenazadores y burlones, con frecuencia armados de palos, retratan en su semblante, en sus palabras, en sus modales, un alma descompuesta y contaminada. Han desaparecido las gracias de la infancia y de la adolescencia. Las facciones más delicadas se han desfigurado y la mirada se desvía por fastidio y por dolor de unos semblantes en los que por su dulzura se quisiera descansar, reposar. No se trata de algo que he imaginado gratuitamente sino de un retrato de lo que he visto con mis propios ojos y que me apena y entristece... y hasta hace temblar. Si hubiera al menos alguien que se acercase a él, que demostrándole afecto encendiese en su corazón una centella de amor, que le dirigiese unas palabras que nunca ha escuchado, estoy seguro de que, si no todos, al menos algunos se recuperarían. He intentado razonarles y he visto relampaguear en aquellos rostros de expresión incierta una cierta luz de bondad. Pero ¿hay alguien que se preocupe de estos miserables? ¿Y qué podría hacer uno solo o pocos sin medios eficaces para instruirles, ejercitarlos en la virtud, adiestrarlos en el trabajo, para lograr que viva honradamente una caterva de vagos que no pueden ser sustentados ni educados por sus familias?”. (Intervención en la Academia de “Georgofili” de Florencia, 1859. Vol. cit.) He aquí el mérito fundamental de Don Bosco. La genérica caridad cristiana que ha animado a tantos santos y cristianos, generosos, sensibles, ha llegado a ser, a diferencia de otros y de acuerdo con grandes santos educadores, caridad educativa, a la medida de la situación juvenil. No se trataba solamente de proporcionar alimento material, albergue, vestido... Sino de ofrecer una familia con toda su influencia: alimento, techo y ropa pero también instrucción, preocupación por el trabajo y por el futuro. En una palabra: educación. Por todo ello la obra de Don Bosco nacida como centro de acogida y de asistencia para los muchachos “pobres y abandonados”. se transforma enseguida en ambiente de familia y por consiguiente necesariamente en obra educativa. En esta dirección se hizo grande, abierta a todos los jóvenes más allá de los límites que había sugerido en un principio la idea primitiva, obra de educación y de reeducación. Todos los jóvenes en cuanto tales necesitan de esa específica y muy urgente “asistencia” que es la educación profunda, integral. El bienhechor de los jóvenes se convertía pues en un padre y por tanto en su educador y Maestro: “adolescentium Pater et Magíster”. La caridad benéfica y asistencial y la caridad educativa crecen gradualmente cada vez más amplia y generosamente, en mutua relación. “Mientras se organizaban los medios para poder impartir la formación religiosa y la cultura general, apareció otra necesidad imperiosa que había que afrontar: no pocos jovencitos de Turín y forasteros se mostraban llenos de buena voluntad para entregarse a la vida honesta y laboriosa. Pero, invitados a que la emprendieran de verdad, solían responder que no tenían ni ropa, ni casa donde vivir, al menos durante algún tiempo. Para alojar a unos cuantos siquiera que no sabían a dónde ir a dormir, se había adaptado un pajar, en que se podía pasar la noche sobre camastros de paja” (M. 199). “Apenas fue posible usar otras instalaciones se aumentó el número de los aprendices que llegó a quince, todos ellos escogidos entre los más abandonados y en peligro” (1847) (M. 205). “Existía una gran dificultad. Como todavía no había talleres en el colegio, nuestros alumnos iban al trabajo y a clase a la ciudad, con serios peligros morales para ellos, pues los compañeros con que se encontraban, las conversaciones que escuchaban y cuanto aparecía ante sus ojos daban al traste con todo cuanto practicaban y aprendían en el Oratorio... Lo que sucedía con los aprendices era también de lamentar con los estudiantes... El año 1856, con gran provecho para todos se establecieron definitivamente las escuelas y talleres en la Casa del Oratorio” (M. 205-206). 2. EL ESTILO DE LA CARIDAD EDUCATIVA DE DON BOSCO Grandes educadores, desde José de Calasanz a Ignacio de Loyola, desde Juan Bautista de la Salle a recientes fundadores de Congregaciones, dedicadas todas ellas a la enseñanza, se han inspirado en la caridad en sus obras, quizás más complejas que las de Don Bosco. También esta caridad ha sido “caridad pedagógica” con características muy originales y llamativas. Pero es innegable que la caridad pedagógica de Don Bosco, esa que pasa a la historia con el nombre de “Sistema preventivo” tiene una fisonomía particular con un carácter original bien marcado. Este carácter difícilmente podríamos encerrarlo, aprisionarlo, en fórmulas. Precisamente porque Don Bosco no ha escrito cuál fue ha idea madre de la que nació todo y que sirve para vertebrar el sistema. A pesar de todo, en su pedagogía viva casi con unánime e instintivo consenso, captamos aquel aspecto que, apenas formulado, parece encontrar las ideas y las posturas de toda su vida y lo mejor de su mensaje educativo. Basta con que volvamos los ojos y el pensamiento a ese Don Bosco que goza cuando se le llama “padre” y que llama a sus jóvenes “hijitos” (sublimando afectuosa y conscientemente la expresión familiar y dialectal piamontesa). Basta con recordar a aquel Don Bosco que juega, que bromea, con sus muchachos, sonriente, bondadoso, que convive; aquel Don Bosco que pronuncia amorosamente la “palabrita al oído” y les habla familiarmente en las “Buenas Noches”, organiza juegos interviniendo en ellos, excursiones a! aire libre, cantos e interpretaciones musicales; aquel Don Bosco que tiene prohibida la tristeza y que se inspira en la dulzura de San Francisco de Sales. Existe una palabra que recorre toda la documentación escrita y oral y se concentra en el documento pedagógico conclusivo de su acción y de su vida, la carta del 10 de mayo de 1884: es la amabilidad (“Amorevolezza”). Es el modo particularísimo con el que Don Bosco ha hecho suya, revitalizándola, la universal caridad educativa cristiana, ese estilo de “escuela”. por el cual el Sistema Preventivo de Don Bosco constituye una realización original del sistema educativo cristiano que es también esencialmente preventivo. ¿En qué consiste esa “amorevoIezza”, esa caridad pedagógica y educativa y preventiva de Don Bosco? Es cuestión de matices, de ligeras pinceladas, pero decisivas. Es posible de alguna manera describirla y señalarla intuitivamente con hechos característicos. Religión Se trata fundamentalmente de una caridad sobrenatural y humana. En este sentido tiene razón quien afirma que “no basta la pedagogía preventiva para caracterizar el concreto espíritu de la pedagogía bosquiana... La definición más completa y correcta me parece la de “pedagogía teológica” que culmina toda ella en la sacramentalidad cristiana y católica”. (San Giovanni Bosco, Il Sistema Preventivo. Escritos y testimonios a cargo de Vito G. Galati. Milán, 1943, pp. 152.) Teológica y sacramental. Fundamentada en los Novísimos y sobre el pensamiento de la Muerte, ésa es la caridad pedagógica de Don Bosco. En este aspecto, además del otro de la razón, Don Bosco supera toda forma de sentimentalismo maléfico impidiendo que la amabilidad degenere en sensible y sensual emotividad. Podríamos sintetizarlo en una expresiva afirmación contenida en una carta del 25 de julio de 1860 dirigida a un alumno en período de vacaciones: “Sí, querido mío, te amo de todo corazón y mi afecto me empuja a hacer cuanto puedo para que avances en los estudios y en la vida espiritual guiándote por el camino que conduce al cielo”. (Epistolario di S. Giovanni Bosco, Vol. I. Turín, 1955, p. 194. Caridad en los objetivos, en los medios, en los procedimientos esencialmente sobrenaturales. Pero si la “teologicidad” puede indicar lo que constituye la esencia de la caridad pedagógica de Don Bosco, no parece constituir su característica distintiva. San Ignacio, San José de Calasanz, San Juan B. de la Salle, Don Orione, Ludovico Pavoni y todos los educadores y pedagogos cristianos y santos han puesto en práctica una caridad educativa “teológica”. Razón El amor de Don Bosco educador quiere ser un amor exquisitamente, íntegramente humano. Contrario, por tanto, a todo sentimentalismo de igual manera que a todo pietismo falsamente devoto. Se compromete en el terreno de los inmediatos intereses de los jóvenes, de su porvenir, de su profesión, de las futuras responsabilidades. La razón, es uno de los términos del trinomio educativo de Don Bosco. En los objetivos y en el modo. Por esto la amabilidad se hace sencilla, normal, huye de toda artificialidad... Don Bosco pide al educador un amor equilibrado, abierto, racional. “Déjate guiar siempre por la razón, no por la pasión”. (MB X, 1.023.) La amabilidad no debe deformarse convirtiéndose en esa falsificación de la caridad y de la afectividad que son las lamentables “amistades particulares” con lo que ello supone de peligrosidad de mala ley, excesiva “sensibilidad” y señal, índice y vehículo de lamentables desviaciones... En sentido positivo la amabilidad razonable se manifiesta de varias formas: exigiendo a! muchacho lo esencial, evitando un ascetismo pedagógico inútil y falto de alma, adoptado con el pretexto de robustecer el carácter o como ejercicio de mortificación, etc. Hay que seguir el método de la advertencia preventiva, serena, clara, sincera. “NO DESEO QUE ME CONSIDEREIS VUESTRO SUPERIOR SINO VUESTRO AMIGO. POR TANTO NO ME TENGAIS NINGUN MIEDO SINO MUCHA CONFIANZA, LA QUE YO DESEO, OS PIDO Y ESPERO DE VOSOTROS SIENDO MIS AMIGOS. ABORREZCO LOS CASTIGOS, LO DIGO FRANCAMENTE. NO ME AGRADA DAR AVISOS AMENAZANDO CON SANClONES A QUIEN LUEGO CAERA EN FALTA. NO ES MI SISTEMA. INCLUSO CUANDO ALGUNO HA FALTADO SI ‘PUEDO CORREGIRLE CON UNA BUENA PALABRA, EXISTIENDO LA VOLUNTAD DE ENMIENDA, NO PRETENDO MÁS. ES MÁS: SI TUVIERA QUE CASTIGAR A ALGUNO DE VOSOTROS, EL CASTIGO MAS TERRIBLE SERÍA EL MÍO, PORQUE SUFRIRÍA DEMASIADO”. (MB VII, 503.) El persuadir a los muchachos está en los mismos cimientos de la “amorevolezza” pedagógica de Don Bosco. Contribuye particularmente a dar a su sistema educativo aquel aire característico de familiar sencillez que impresiona inmediatamente a quien se le acerca. Es innegable que todo esto nace de una intuición nada superficial ni empírica de la psicología del adolescente, codicioso siempre de “razones” y de pocas complicaciones y de ser tratado con generosidad, comprensión e indulgencia. Por ello, como escribe Don Bosco mismo en el célebre opúsculo sobre el Sistema Preventivo, este método ha de ser preferido a los demás: — El alumno, avisado según este sistema, no queda avergonzado por las faltas cometidas, como acaece cuando se las refieren al superior. No se enfada por la corrección que le hacen ni por el castigo con que le amenazan o que tal vez le imponen. Porque éste va acompañado siempre de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que él mismo comprende la necesidad del castigo y casi lo desea. — La razón fundamental es la ligereza juvenil por la cual fácilmente se olvidan los chicos de las reglas disciplinarias y de los castigos con que van sancionadas. — El sistema preventivo dispone y persuade de tal modo al alumno, que el educador podrá en cualquier ocasión, ya sea cuando transcurre el período de formación, ya en años posteriores, hablarle con el lenguaje del amor.’ Al conocimiento de la ligereza juvenil se une, por otra parte, un cauto, controlado pero sustancial optimismo por las efectivas e innatas posibilidades racionales del muchacho a la hora de ir mejorando. En una conversación histórica con un educador inteligente y perspicaz, que llegará a ser luego colaborador suyo, Francisco Bodratto, Don Bosco hacIa esta “profesión de fe”, de esperanza, en el joven: “Religión y razón son los dos ejes de todo mi sistema educativo. El educador ha de persuadirse de que todos o casi todos estos queridos jóvenes tienen una inteligencia natural para conocer el bien que se les hace personalmente y a! mismo tiempo están dotados de un corazón sensible fácilmente inclinado y abierto a la gratitud”... (MB VII, 761-762.) Amabilidad Pero apenas hemos abocetado la esencia teórica y práctica de la amabilidad educativa de Don Bosco. Precisamente porque la caridad educativa, sobrenatural y racional, ha de llegar a convertirse en sentida, experimental, visible, casi tangible, en cierto modo “sensible”. En este momento la intuición educativa central de Don Bosco llega al máximo de pureza y esplendor. Es una intuición característica de la que el educador piamontés ha ofrecido el primero una sabia formulación y una personalísima y valiente realización en su vida y en su forma de actuar. Se trata de una riqueza tan amenazada, que él no ha querido simplemente confiarla a una fluida e incierta tradición vivida sino que ha querido fijarla en un documento escrito que constituye, a nuestro juicio, el máximo documento pedagógico de Don Bosco, uno de los más notables monumentos de la historia de la pedagogía y de la educación, por más que muchos se empeñen en ignorarlo y continúen con obstinación prefiriendo la glacial y también —especulativamente considerada— poco trascendental “pedagogía general deducida” de Herbart o los con frecuencia insustanciales “Pensamientos sobre la educación” de Locke y otras obras de los llamados “clásicos”... Quien haya leído y reflexionado sobre LA CARTA ROMANA DEL 10 DE MAYO DE 1884 no puede quedar libre de una sutil molestia: el temor de que tamaña riqueza llegue a ser olvidada, traicionada, arruinada. Si hubiera sido escrita por un experto teorizante de la Pedagogía, ciertamente habría sido acusado de soñador por alguno (efectivamente, fue un soñador Don Bosco pero... ¡qué sueños tan atados a la realidad los suyos!, como un poeta, como un sentimental. Con todo, esa carta no es otra cosa que el documento escrito de cuanto Don Bosco ha vivido y ha proclamado en su vida, en su acción, en su obra educativa. “Me parecía estar en el antiguo Oratorio en tiempo de recreo. Era una escena llena de vida, de movimiento y de alegría. Algunos corrían, saltaban, otros hacían saltar a los demás. Quien jugaba a la rana, quien a la bandera, quien a la pelota. En un sitio habla reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios de un sacerdote que les contaba una historia. En otro lado habla un clérigo con otro grupo jugando al “burro vuela”, a los oficios. Se cantaba, se reía, por todas partes. Y par doquier, sacerdotes y clérigos, y alrededor de ellos, jovencitos que alborotaban alegremente. Se notaba que entre los jóvenes y los superiores reinaba la mayor cordialidad, la mayor con fianza. Yo estaba encantado al contemplar aquel espectáculo y Valfré me dijo: “Vea, la familiaridad engendra afecto y el afecto con fianza. Esto es lo que abre los corazones y los jóvenes lo manifiestan todo sin temor a sus maestros, a los asistentes y a los superiores. Son sinceros en la confesión y fuera de ella y se prestan con facilidad a todo lo que les quiera mandar aquel que saben que los ama”. (MB XVII, 108. El cuadro se ilumina todavía más a causa de las misteriosas sombras que se proyectan con la descripción de los efectos de una “caridad” rígida, medida, formal y quizás también teológicamente exacta, pero no pedagógicamente flexible, persuasiva, convincente. “Vi el Oratorio y a todos vosotros que estabais en el recreo. Pero no oía ya gritos de alegría y canciones, no contemplaba aquel movimiento, aquella vida que vi en la primera escena. En los ademanes y en el rostro de algunos jóvenes se notaba una tristeza, una desgana, un disgusto, una desconfianza tales que causaban gran pena a mi corazón. Vi, es cierto, a muchos que corrían, que jugaban, que se movían con dichosa despreocupación. Pero otros, y eran bastantes, estaban solos, apoyados en las columnas, presas de pensamientos desalentadores. Otros estaban en las escaleras, en los corredores o en los poyetes que dan a la pared del jardín, para no tomar parte en el recreo común. Otros paseaban lentamente, formando grupos y hablando en voz baja entre ellos, lanzando a una y otra parte miradas sospechosas y mal intencionadas”... (MB XVII 109.) El remedio se contiene en el joyero de oro de la “amorevolezza” ¿Cómo se pueden reanimar estos queridos jóvenes a fin de que recobren aquella antigua vivacidad, alegría y expansión? He aquí la respuesta: con la caridad. No se trata de la pura caridad teológica, racional, sino de una caridad bien precisa, bien definida en su inconfundible estilo. Es la replica a la pregunta angustiosa: “¿pero mis jóvenes no son amados suficientemente? La respuesta es una descripción, un sucederse de detalles muy bien determinados que esculpen ciertamente un estilo, tanto más claro y cristalino, cuanto más concretamente se refiere a la ejemplaridad viviente de Don Bosco. Se trata de la “amorevolezza”. “Lo veo y lo sé... Pero esto no basta. Falta lo mejor. Que los jóvenes no sean solamente amados sino que se den cuenta de que se les ama: Que al ser amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones, aprendan a ver el amor también en aquellas cosas que les agradan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos y que aprendan a obrar con generosidad y entrega”. (MB XVII, 110.) 51 Este “lo mejor” puede aparecer como cosa irrisoria, será ontológicamente, éticamente, lo “menos”, lo fútil, pero solamente por medio de él (“lo mejor” pedagógicamente hablando) es como se construye lo demás. Los educadores que olvidan este principio “descuidando lo menos, pierden lo más y este más es el fruto de sus fatigas. Que amen lo que agrada a los jóvenes y los jóvenes amarán lo que es del gusto de sus superiores. Antiguamente los corazones todos estaban abiertos a los superiores. Por ello los jóvenes amaban y obedecían prontamente. Pero ahora los superiores son considerados solamente como tales y no como padres, hermanos y amigos. Por lo tanto son más temidos que amados”. (MB XVII, 110-111.) Familiaridad A la idea de la “amorevolezza” se le añade otra, que Ia especifica: la familiaridad. Don Bosco como teórico de la pedagogía ha resuelto el problema del binomio educador-educando, no en la relación democrática del ciudadano en una “ciudad de los muchachos” sino en la imagen de la familia. Su sistema ha nacido para devolver a los jóvenes reconstruyéndolo, el ambiente total e integral de la familia. Relación jurídica y pedagógica del padre. Relación hijos-hermanos. Pero entre los diversos tipos de familia ha elegido el más bondadoso, el más a la mano. No la familia patriarcal, en la que el padre es además jefe indiscutible. No la familia romana con la potestad del “paterfamilias” sino la familia popular, sencilla, con relaciones de bondad, de cordialidad, de presencia, de humilde respeto por parte de los hijos, de servicio sacrificado y escondido por parte de los padres, donde triunfa la “amorevolezza”. La amabilidad es el clima de la familia y ésta es el ambiente en el que realmente y teóricamente también debe desarrollarse la “amorevolezza”. De ella están empapados todos los ambientes educativos de Don Bosco. Comenzando por la forma más difícil: la del colegio-internado que el santo soñó siempre sin fastidiosos “colegiaIes” de filas, de silencios artificiales e inútiles, de relaciones más propias de la vida militar y monacal. Naturalmente, todavía más libre y espontánea la forma educativa de la familia se expresa y desarrolla en las instituciones abiertas: el Oratorio Festivo, la Escuela, los grupos juveniles, las “Compañías”. Al llegar a este punto es preciso recurrir una vez más —además de contar con los ejemplos vivos— al documento de 1884. “Familiaridad con los jóvenes, sobre todo en el recreo. Sin la familiaridad no se puede demostrar el afecto y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiere ser amado -es preciso que demuestre que ama. .Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargo con nuestras debilidades. He aquí el Maestro de la familiaridad. El maestro a quien solamente se le ve en la cátedra es un maestro y nada más. Pero si participa en el recreo de los jóvenes, se convierte también en hermano. Si a uno se le ve en el pálpito predicando, se dirá que no hace más que cumplir con lo que debe. Pero si se le ve diciendo en el recreo una buena palabra, habrá que reconocer que esa palabra proviene de una persona que ama. ¡Cuántas conversaciones no fueron efecto de alguna de sus palabras pronunciadas de improviso al oído de un jovencito mientras se divertía! El que sabe que es amado ama y el que es amado lo consigue todo especialmente de los jóvenes. Esta confianza establece una corriente eléctrica entre jóvenes y superiores. Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus defectos. Este amor hace que los superiores puedan soportar las fatigas, los disgustos, las ingratitudes, las faltas de disciplina, las ligerezas, las negligencias juveniles. Jesucristo no quebró la caña ya rota ni apagó la mecha humeante. He aquí vuestro modelo. Entonces ya no habrá quien trabaje por vanagloria. Ni quien castigue por vengar su amor propio ofendido. Ni quien se retire del campo de la asistencia por celos de una temida preponderancia de otros. Ni quien murmure de los demás pretendiendo ser amado y estimado de los jóvenes con exclusión de todos los demás superiores, mientras, en cambio, no cosecha más que desprecios e hipócritas zalamerías. Ni quien se deje robar el corazón por una criatura y para agasajarla descuide a todos los demás chicos. Ni quienes, por amor a la propia comodidad, menosprecien el deber de la asistencia. Ni quienes, por falso respeto humano, se abstengan de amonestar a quien lo necesite. Si existe este amor efectivo no se buscará otra cosa que la gloria de Dios y el bien de las almas. Cuando languidece este amor es que las cosas no marchan bien... ¿Por qué se quiere sustituir la caridad por la frialdad de un reglamento? ¿Por qué los superiores dejan a un lado la observancia de aquellas reglas de educación que Don Bosco les dictó?... Pues sencillamente porque al sistema de prevenir, de vigilar y corregir amorosamente los desórdenes, se le quiere reemplazar por ese otro, más fácil y más cómodo para el que manda, de promulgar la ley y hacerla cumplir mediante los castigos que encienden odios y acarrean disgustos sin cuento. Si se descuida el hacerlas observar, son causa de desprecio para los superiores y de gravísimos desórdenes. Y esto sucede necesariamente si falta la familiaridad. Si, por lo tanto, se desea que en el Oratorio reine la antigua felicidad, hay que poner en vigor el antiguo sistema: el superior sea todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda duda o toda lamentación y queja por parte de los chicos, sea todo para vigilar paternalmente su conducta, todo corazón para buscar el bien espiritual de sus subalternos y el bienestar temporal de aquellos a quienes la Providencia ha confiado a sus cuidados”. (MB XVII, 111-112.) 5 5 Las expresiones de la amabilidad La intuición fundamental de Don Bosco es una realidad rica, que resume en si otras intuiciones, 0 mejor, otras realidades y actuaciones prácticas y vivenciales. Esto no nos obliga a adentrarnos en el conocimiento. De cosas misteriosas, complicadas. La “amorevolezza” de Don Bosco supone la caridad teológica, exigente y sólida ni más ni menos porque sabe desmenuzarse “pedagógicamente” en tales detalles (al menos eso le parecen al adulto) que constituyen su realización más verdadera, más cercana a la psicología del chico, para el cual semejantes menudencias o insignificancias son cosas importantes y serias. Estas expresiones tienen un nombre muy humilde. Por lo demás, ¿no era idea de la pedagogía romántica y de los grandes tratadistas de esta disciplina casi contemporánea de Don Bosco que el juego es la tarea del chico, que el movimiento y la alegría y los regalos y las distracciones son las cosas más serias para él, el instrumento de su expansión humana correcta, que desemboca en Ia seriedad del trabajo y de la vida adulta? ¿No vivía Don Bosco en el tiempo de la primera afirmación de la pedagogía del juego-alegríaacción de Froebel y del nacimiento de las primeras casas de infancia que se inspiraban en dichos principios? No nos maraville, por tanto, que las “expresiones” más importantes de su “amorevolezza” se llamen patio de recreo, juego, alegría, familia, estilo de convivencia fraternal y de relación paternofilial entre el educador y el educando, que tendrá luego las manifestaciones más profundas y constructivas en la confidencia de la palabrita a! oído, del encuentro de tú a tú en el confesionario, en el desempeño del cargo de Director-Padre en ese coloquio colectivo y cordial de las típicas “Buenas Noches”. Comencemos atendiendo a las expresiones o manifestaciones más externas. 1. LA ALEGRÍA Característica esencial de la familia de Don Bosco por la cual no se trata ya solamente de un “recurso metodológico”, medio, expediente, para hacer aceptar lo sustancial, sino que se trata del resultado de una instintiva valoración psicológica del joven y del espíritu de familia. Don Bosco, más comprensivo e intuitivo que muchos padres, sabe y comprende que un muchacho es un muchacho y permite y quiere que lo sea. Sabe que la forma de vida del chico es la alegría, la libertad, el juego, la “Sociedad de la Alegría”... Sabe que con vistas a una acción educativa y profunda, el muchacho ha de ser respetado y querido en su condición natural que no consiente artificios, violencias, situaciones forzadas. Además, no hay nada que hacer con respecto a un chico artificiosamente anormal, triste, solitario, envejecido antes de tiempo. En definitiva, la alegría para Don Bosco es el resultado de una valoración cristiana de la vida. El Evangelio, la “buena nueva”, debe serlo sobre todo para el joven cristiano sin jansenismos ni rigorismos. De la religión del amor, de la salvación, de la Gracia, no puede brotar más que gozo, esperanzado y positivo optimismo. La familia de Don Bosco es familia cristiana. En Don Bosco estos varios puntos de vista se persiguen y se entrelazan unos con otros. Para él, el apóstol del trinomio “Razón, Religión, Amabilidad”, la alegría es necesidad fundamental de vida, ley de juventud, que es por definición una edad gozosa y libre. Recordemos aquella estupenda página de la biografía de Miguel Magone donde sin disimulada complacencia se refiere a su “índole fresca y vivaz”, a la “mirada compasiva a los juegos” después del recreo. Afirma que “parecía que salía de la boca de un cañón cuando pasaba de las aulas al patio. (San Giovanni Bosco, Cenno biografico sul giovinetto Michele Magone. Turín, 1940.) Don Bosco veía en él la imagen de sus jovencitos. Por ello hace suya aquella sentencia de San Felipe Neri: “Mientras tengáis tiempo, corred, saltad y divertíos cuanto os dé la gana, pero por caridad no cometáis el pecado”. (MB VII, 159. “Buenas Noches” del 2 de mayo de 1862.) Esta comprensión de la psicología juvenil hace que acepte en parte los fervores militares del 48. “Acomodándose a las exigencias de los tiempos, en todo aquello que no desdecía de la religión y de las buenas costumbres, no tuvo inconveniente en permitir a sus muchachos realizar sus maniobras y evoluciones en el patio del Oratorio y hasta encontró la forma de hacerse de una buena cantidad de fusiles de madera”. (MB III, 320-321.) Los amigos de Don Bosco conocían bien los famosos préstamos de José Brosio, “ex-bersagliere”. (MB III, 438-440. Una cita paralela (tomo VIII, 103) nos informa de cómo el príncipe Amadeo de Saboya, habiéndose enterado de que los alumnos de Don Bosco se ejercitaban con gusto en tablas gimnásticas dispuso que se les regalara parte de los aparatos de su propio gimnasio. Los juegos, las bromas, las amenísimas conversaciones adobadas con seriedad y sentido educativo, llenan los recreos. (Cfr. los caps. XXX-XXXI del vol. VI de las Memorias Biográficas.) “En recreo no soportaba que algunos se encontrasen apartados de los demás compañeros ni consentía que hubiera bancos para sentarse” (MB VII, 50.) El juego. La pedagogía del patio Para el muchacho —cuyo reino ha sido el aire libre de la plaza, de los campos, de la calle— el principal escenario donde se va a desarrollar su vida alegre lo constituye el patio, la pista de recreo, el campo de juego. Más que en otro cualquier ambiente, la alegría encuentra aquí la forma más sincera y explosiva de expresarse. Por ello en la mente y en la práctica de Don Bosco el patio se convierte en un medio diagnóstico y pedagógico de primer orden. “En la tradición de Don Bosco la vida del patio, tal como él lo ha entendido, inculcado y actuado, es un factor esencial e indispensable para la completa educación de los jóvenes y es un pilar de su sistema. Nosotros comprendemos la razón de la insistencia que siempre sostuvo al escribir o hablar a sus salesianos. Arranquemos de la vida de Don Bosco —como de la vida de cualquiera de sus casas— la animación del patio y nos quedara una figura sin carácter, en la casa se hará un vacío que no se puede llenar viniéndose abajo sin remedio una gran parte ciertamente de la típica construcción educativa y justamente la labor de contacto con cada uno de los jóvenes que es la más necesaria. (A. Caviglia, II “Magone Michele”. Turín.) También en este punto, la carta de 1884 es un documento significativo a! que es obligado referirse. “Me fijé y vi que eran pocos los sacerdotes y clérigos que estaban mezclados entre los jóvenes y muchos menos los que tomaban parte en sus juegos. Los superiores no eran ya el alma de los recreos. La mayor parte de ellos paseaban, hablando entre sí, sin preocuparse de lo que hacían los alumnos. Otros jugaban pero sin pensar para nada en los jóvenes. Otros vigilaban a la buena, pero sin advertir las faltas que se cometían. Alguno que otro corregía a los infractores, pero con amenazas y raramente. Habla algún salesiano que deseaba introducirse en algún grupo de jóvenes, pero vi que los muchachos buscaban la forma de alejarse de sus maestros y responsables. Entonces mi amigo me dijo: —En los primeros tiempos del Oratorio, ¿usted no estaba siempre en medio de los jóvenes, especialmente en tiempo de recreo?” (MB XVII, 110). Esta es la “amorevolezza”.. No se habla de disquisiciones teóricas sobre la educación física, sobre la formación mediante el juego, etc. Se trata de este imperativo simple y pesado a la hora de cumplirlo: que los Superiores sean “el alma del recreo”, “apasionados” juvenilmente, desenfrenadamente, por los juegos de los chicos como si fuesen sus propios juegos y de su total agrado. “Estar en medio de los jovencitos de forma especial en tiempo de recreo”. Un tratado de pedagogía especial sobre la educación física o sobre la “asistencia” no sería capaz de conseguir el sentido concretísimo, inmediato, realista, de estas afirmaciones. La ciencia, lejos de desmentirlas, las acepta y las corrobora, como vemos por el claro testimonio de un educador, psicólogo de indiscutible autoridad: “Vivir activamente en medio de los compañeros adquiere una enorme importancia para el muchacho porque desarrolla las tendencias y disposiciones buenas y evita las menos buenas o inútiles y también porque es una ocasión para que su carácter se vaya manifestando. De aquí nace la importancia de la educación llevada a cabo por medio de la escuela no tanto como ambiente donde se imparte una enseñanza cuanto como ambiente, sobre todo, donde el alumno juega. Don Juan Bosco, gran educador y gran santo, habla penetrado tan espléndidamente esta condición psicológica infantil que hizo de este punto el centro de la educación del chico. Es sabido lo que afirmaba sobre la importancia del patio como lugar de juego, donde sus religiosos se dedican a la educación de sus alumnos en las horas de recreo” (A. Gemelli, Psicologia dell’età evolutiva. Milan, 1947.) Teatro Uno de los siete “secretos” del buen funcionamiento del Oratorio recordados por Don Bosco era éste: “alegría, canto, música y libertad grande en las diversiones”. (MB XI, 222.) En el opúsculo sobre el Sistema Preventivo leemos estas palabras: “Se conceda amplia libertad de saltar, correr, alborotar a placer. La gimnasia, la música, la declamación, el teatro, las excursiones, son medios muy eficaces para obtener la disciplina, favorecer la moralidad y la salud”. El origen ocasional del pequeño teatro no impide que se vaya poco a poco integrando en el sistema educativo de Don Bosco de forma práctica y vital como elemento constitutivo para la construcción del ambiente de alegría y con una función educativo-didáctica. (MB III, 592-594. Parece que surge por iniciativa de Tomatis (alumno de Valdocco desde 1849 hasta 1861) para entretener a los compañeros internos durante la tarde del sábado o la víspera de las fiestas mientras Don Bosco atendía al confesionario.) Su finalidad aparecía señalada en aquella vibrante intervención de Don Bosco en enero de 1871: “Me parece que las representaciones teatrales tienen como base el divertir, el instruir. Han de evitarse aquellas escenas que pueden endurecer el corazón juvenil o producir una impresión deplorable en su delicada sensibilidad. Se monten comedias, pero que se trate de cosas sencillas, que tengan una moralidad. Se cante también, porque además de divertir y expansionar constituye una parte de la enseñanza tan deseada en los tiempos que corren”. (“ MB 1.057-1.058.) La alegría, la diversión, que los jóvenes buscan por sí mismas, están en función de más altos fines: instruir, educar. Las “Reglas del Teatro” de 1871, en su primer artículo, sancionan esta triple finalidad. “Finalidad del Pequeño Teatro es alegrar, educar, instruir a los jovencitos lo más que se pueda moralmente”. Y se confirma esta tesis en el artículo 6.°: “Se ha de procurar que las obras sean amenas y aptas para divertir pero siempre instructivas, morales y breves”. (Reglas del Pequeño Teatro. Publicadas y repartidas por las casas salesianas. 1871.) La capacidad de recrear, de construir un clima, una atmósfera de alegría, es el primer elemento educativo del “Teatrino” señalado por Don Bosco. La voluntad de obtener este objetivo justifica todas las otras cautelas respecto a la moralidad, finura, delicadeza. No a la vulgaridad, no a lo trágico, no a las representaciones excesivamente serias, no a los dramones sentimentales y violentos, como se desprende de una carta escrita a Don Miguel Rúa en enero de 1877 desde Roma: “Haced de forma que estén ausentes las historias trágicas, los duelos, las palabras sagradas”... (13 MB XIII 30.) Abundan en este sentido las “Reglas del Pequeño Teatro” de 1871 en su artículo 7.°: “Se eviten aquellas composiciones que representan hechos atroces. Alguna escena más seria de lo acostumbrado puede tolerarse, pero las expresiones poco cristianas y el vocabulario que pudiera resultar incivil o demasiado grosero sean absolutamente suprimidos”... (MB X, 1.060. El propio Don Bosco nos sorprende al convertirse en improvisado autor teatral de dos obritas, una sobre ci Sistema Métrico (1849) y otra titulada “La casa de la fortuna”, que fue representada en la fiesta de Santa Cecilia el año 1864 y luego publicada en la colección de sus “Lecturas Católicas” en enero de 1865. (“ II sistema metrico decimale. Turín, 1849. Ocho diálogos. La casa della fortuna. Rappresentazione drammatica. Del sac. Juan Bosco con el apéndice II buon figliuolo del ab. Mullois. TurIn, 1865. Cfr. también MB VII, 816.) Desde entonces las fiestas salesianas se caracterizan tradicionalmente por representaciones teatrales en prosa, poéticas o musicales, en las que los jóvenes actores aprenden a batirse el cobre sobre las tablas... Música y canto Música y canto están estrechamente unidos al concepto de educar mediante la alegría dentro de una atmósfera serena y serenante... En 1859 Don Bosco dispuso que sobre la puerta de la sala de música vocal constaran estas palabras, correspondientes a una sentencia bíblica con sentido acomodado a la ocasión: “Ne impedias musicam”. (MB V. 540.) Su postura queda retratada en la célebre e histórica frase: “Un Oratorio sin música es un cuerpo sin alma, pronunciada en 1855 cuando su Banda de Música estaba todavía compuesta por ocho miembros solamente. (MB V, 347 y XV, 57. En sus Memorias (Memorias del Oratorio, 128) encontramos una expresión igualmente elocuente a! referirse a las primeras celebraciones y cantos sagrados (invierno de 1841-42). Esta pequeña célula poco a poco se ha ido engrosando y alimentando hasta transformar la casa de educación de Don Bosco en un gran coro melodioso y armónico. (MB V, 346-348. 11, 561. III, 26, 149.) Hay variadas razones que son subrayadas por los biógrafos del santo. En los primitivos tiempos la música se considera prevalentemente como un medio de atracción juvenil: “Existía un considerable número de curiosos”. Por ello “un medio poderoso de mantenerlos interesados resultó la clase de canto”. (MB III, 150 y III, 321-322.) Añadamos a todo esto el motivo religioso sobre todo tratándose del canto litúrgico, gregoriano: “Era su deseo y su intención también que volviendo los chavales a sus tierras de origen sirviesen de ayuda al párroco a la hora de cantar en la liturgia”. (20 MB III, 152.) Sobre todos estos motivos, desde un principio, prevalece la razón educativa, moralizadora, dentro de una atmósfera empapada de actividad fervorosa. “Los peligros a los que los muchachos estaban expuestos refiriéndonos a la moral y a la religión en general, requerían mayores esfuerzos con vistas a su tutela. A las clases del día y de la noche y a la música vocal nos pareció bien añadir la del piano y órgano y la misma música instrumental. Mira por donde me convertirla yo en maestro de música vocal y de banda, de piano y de órgano, sin haber sido jamás anteriormente auténtico alumno de estas disciplinas. La buena voluntad lo suplía todo... Una vez educadas algunas voces blancas más selectas, comenzamos a actuar en el Oratorio, en Turín, en Rivoli, Moncalieri, Chieri y otros lugares. El canónigo Luis Nasi y Don Miguel Angel Chiatellino se ofrecían de buena gana a trabajar con nuestros músicos acompañándolos, dirigiéndolos, en las celebraciones públicas en distintas regiones. No habiéndose escuchado hasta entonces voces blancas en conjuntos corales, los dúos y las intervenciones de los solistas y los “tutti” causaban tal sorpresa que se hablaba de nuestra música por todas partes y se tenía incluso a gala solicitar la intervención de nuestros cantores en las distintas solemnidades’ (M. 209). Excursiones En el librito sobre el Sistema Preventivo —como ya hemos visto— y en la actividad de Don Bosco educador, también los paseos y las excursiones entran en juego según aquel principio que sostiene que amando lo que el joven ama, éste acabará amando también lo que ama el educador. Pero los paseos queridos y realizados por Don Bosco tienen un alcance educativo mucho más extenso, colaborando en la creación de un clima de alegría cristiana. En el Oratorio Festivo de Valdocco desde el principio se repitieron las peregrinaciones y excursiones que de forma más o menos reducida continuaron posteriormente (M. 150, 156, 157). Fueron clásicos —y casi diríamos preconizadores del turismo juvenil propio de nuestros días— los paseos de otoño. Desde 1847 hasta 1864 contamos con toda una serie muy interesante ( MB III, 251252 (1847). III, 444446 (1848). IV, 639 (1853) .V, 348 y ss; VI, 747 y ss. VI, 1.011 y ss. VII, 282 y ss. VII, 531 y ss. VII. 749 y ss. Una excursión con un itinerario muy largo en tren hasta Génova y alrededores la encontramos detallada en las MB VII, 752 y ss. Don Francesia, uno de los primeros participantes, evoca con vivo estilo estas jornadas festivas en su libro Don Bosco e le sue passeggiate autunnali nel Mon ferrato. Turín, 1897. En el “Boletín Salesiano”, desde 1887 a 1892 fue publicándose por capítulos.) Cuando estos paseos se acabaron continuó la estancia otoñal en I Becchi de los cantores y de quienes merecían algún premio. (Cfr. MB VII, 779) Aquellas jornadas tan magníficas y animadas, contaban con una complicada organización. Actuaba la Banda de Música, se preparaban funciones teatrales, religiosas, se tenían a punto cantos de ocasión Los objetivos eran variados “Un centenar de jóvenes —recuerda el primer historiador salesiano— se ponía en marcha, acompañados por algún clérigo llevando la alegría de la música y el teatro y la edificante piedad a las tierras por donde pasaban. (MB VI, 267 y ss. (1859) Las excursiones cumplían de esta forma una verdadera función educativa: “preservar” del mal a los chicos durante las vacaciones, “hacerles ver palpablemente que el servir a Dios puede estar admirablemente unido a la honesta alegría y conseguir una diversión amplia y generosa...(MB II, 384) Nos parece muy feliz aquella intervención de Fr. Orestano en su discurso conmemorativo de 1934: “Si San Francisco santificó la naturaleza y la pobreza, San Juan Bosco santificó el trabajo y la alegría. Es el santo de la euforia, de la vida cristiana activa y feliz... No me extrañaría que Don Bosco fuese proclamado Protector y Patrono de los juegos y deportes modernos”. 2. LA PATERNIDAD EDUCATIVA DEL DIRECTOR Pero el centro unificador visible de la comunidad juvenil en la alegría y amabilidad, la personificación más real y profunda dela claridad pedagógica de Don Bosco está en el Director. En una Carta-Circular dirigida a los Salesianos, el santo Fundador, después de comparar a cada centro educativo con un jardín en el que trabajan un jardinero-jefe con sus ayudantes, añade: “Este jardinero es el Director. Los alumnos son como delicadas plantas. El personal restantes son colaboradores que dependen del Director, quien carga con la responsabilidad de las acciones de todos. El Director ganará mucho si no se aleja de la casa que se le ha encomendado a no ser que tenga razonables y graves motivos... Delicadamente visite con frecuencia los dormitorios, la cocina, la enfermería, las aulas, el salón de estudio, o al menos pida cuenta de cómo marchan los locales. Se convierta constantemente en un padre amoroso que desea conocerlo todo para hacer el bien a todos y no dañar a nadie”. (MB X, 1.102 Circular sobre la disciplina, 14 nov. 1873)... En el Reglamento del Oratorio Festivo se dice: — El Director es el superior, principal responsable de todo cuanto sucede en el Oratorio. — Debe ir por delante en la piedad, en la caridad, en la paciencia, manifestándose en todo tiempo como amigo, compañero, - hermano de todos, animando en el cumplimiento del deber pero como quien suplica y no como quien ordena. — Corresponde al Director avisar, vigilar, para que todos estén en su sitio, desempeñando sus tareas, corregir si es necesario e incluso remover de su puesto a quien lo haya merecido. — Escucha las confesiones de quienes espontáneamente se dirigen a él. Debe ser como un padre en medio de sus propios hijos (MB III, 98). Don Bosco tiene la preocupación de que al Director se le garantice y se le ayude a conservar esta primacía en la confianza y en la autoridad bondadosa, en la paternidad. “Inspirar confianza en el Director. Cuando un chico irritado por un castigo dice “voy al Director”, en lugar de duplicarle la pena, se le debe animar a que cumpla su propósito. El alumno no ira o si lo hace el error será suyo. Tampoco decir: no quiero que contéis a nadie, y mucho menos al Director, lo que ocurre en las clases y en los paseos. No lamentarse nunca con los jóvenes Si uno se encuentra molesto por las disposiciones de los superiores. Consultar en tales casos al Director, el cual procurará contentar a todos... Nunca echar mano de un chico para castigarlo junto al Director aun cuando se hubiera puesto a su lado intencionadamente ni añadir, aunque sea bajo cuerda, palabras ofensivas a la autoridad como éstas: ¿qué me importa a mí el Director? Tanto profesores como asistentes permitan al Director hacer uso de su derecho de modificar un castigo o perdonarlo... Por tanto dejad que el Director tenga libertad para dirigir, y que no se vea obligado por tontas susceptibilidades a dar marcha atrás cuando con alguna palabra suave o con un simple perdón existiera la posibilidad de ganar un alma” (Avisos inéditos de Don Bosco. MB XIV, 845-846.) Según el más puro estilo de Don Bosco —y teniendo en cuenta aquel principio de que la confianza no se impone ni se ofrece desde fuera, sino que hay que merecerla y ganarla—, el propio Director debe ser un ejemplo constante de amable paternidad, de forma que se gane el afecto y la confianza filial de los alumnos. Por esto, todo cuanto resulte odioso o antipático debe ser extraño al Director: “Los Directores no castiguen, no riñan, no amenacen, sino que amen a los jóvenes. Con entrañas caritativas den testimonio de la bondad de Dios. Los castigos y las reprimendas pertenecen al campo de la acción del Prefecto. En un momento se puede perder, y para siempre, la confianza de un muchacho. Los Directores no intervengan en las notas de conducta de los jóvenes y los jóvenes lo sepan”. (21 MB X, 1.095. Recomendaciones de Don Bosco recogidas por Don Lemoyne (1873). El Director realiza en sí “eminenter” la consagración, la amorosa entrega total al bien natural y sobrenatural de los jóvenes, lo que constituye la esencia del empeño educativo. Muy delicados son los matices y las tonalidades, incluso humanas, de esta paternidad educativa, presidida por explícitas intenciones sobrenaturales, como se encuentran repetidas en dos “Buenas Noches” a las que seguidamente nos referimos. “Queridos hijos, sabéis cuánto os amo en el Señor y cómo me he consagrado totalmente a haceros el mayor bien que está en mi mano. Deseo ponerlo todo a vuestra disposición: la poca ciencia y experiencia que he adquirido, la salud, la oración, mi propia vida, cuando soy y cuanto tengo... En cualquier día y por cualquier motivo no tengáis reparo en acapararme, especialmente si se trata de cuestiones del alma. Por mi parte, como aguinaldo, os regalo toda mi persona. Quizás se trata de algo mezquino, pero entregándolo todo quiero deciros que nada me reservo para mí. (MB VI, 362. “Buenas Noches” del 31 de diciembre de 1859.) En las “Buenas Noches” del 21 de abril de 1861 decía: En esta casa se dan dos situaciones extremas. Algunos siempre están a mi lado. Otros no solamente no se acercan, sino que apenas me yen salen huyendo. Esto me aflige. ¿Sabéis por qué? Preguntad por qué un padre desea ver a sus queridos hijos. Algo más que simple amor paternal tengo yo por vosotros: deseo, ardientemente, que se salven nuestras almas”. (MB VI, 889. “Buenas Noches” del 21 de abril de 1861.) En los “Recuerdos confidenciales” se encuentran resumidos los momentos fundamentales de la acción educativa del Director: “Pasa con los jóvenes el mayor tiempo posible y procura decirles al oído alguna afectuosa palabra, que tú bien sabes, según la necesidad que adviertas. Este es el gran secreto que te hará dueño de sus corazones. Demuestra que escuchas a todos de buena gana”. (MB X, Lo43-Lo44) Las paginitas del Sistema Preventivo añaden: “Cada noche, después de las oraciones de costumbre, y antes de que los alumnos se. retiren a descansar, el Director o quien haga sus veces dirija algunas afectuosas palabras en público. -. Esta es la llave de la moralidad, de la buena marcha, del éxito de la educación”. Nos encontramos ante un cuadro de competencias, específicas, del Director-Educador, concebidas por Don Bosco: — Un trabajo educativo dirigido a la masa, que construye un ambiente y clima general: las “Buenas Noches”. — Una acción creadora de una atmósfera y al mismo tiempo dirigida singularmente a cada uno: la presencia del Director entre los educandos y la palabrita al oído... — Una actividad estrictamente personal, individual, una educación que se dirige a cada cual y se desarrolla en el santuario del sacramento de la Reconciliación o en la dirección espiritual o en los coloquios particulares. Las “Buenas Noches” Vamos a prescindir del problema de sus orígenes y de su originalidad, considerando por encima brevemente el valor educativo que Don Bosco les atribuyó. (Sobre las “Buenas Noches” del primer Oratorio se pueden encontrar amplias noticias en el vol. III de las MB 353-354 (para el año 1848) y en el IV, 12 (para el año 1850). Don Eugenio Ceria trata este asunto exhaustivamente en los “Anales de la Sociedad Salesiana”, vol. III, cap. 41: “Sobre las “Buenas Noches”, algo totalmente salesiano”. Los motivos y los orígenes de esta costumbre o práctica cotidiana los explica el propio Don Bosco en sus Memorias del Oratorio (M. del 0. 205) que, como ya es sabido, son autobiográficas: “Teníamos dificultades. Como todavía no existían talleres en el colegio, nuestros alumnos iban al trabajo y a clase a la ciudad con serios peligros morales para ellos ya que los compañeros con que se encontraban, las conversaciones que oían y cuanto contemplaban echaban a perder todo lo que aprendían y ponían en práctica en ci Oratorio. Fue entonces cuando comencé a hacerles una brevísima platiquita nocturna después de las oraciones, con el fin de exponer o confirmar alguna verdad que tai vez hubiese surgido a lo largo del día en las conversaciones”.) “El edificio moral del Oratorio —escribe el primer biógrafo— se mantenía estable, espléndido, y la llave maestra de este fenómeno era precisamente la platiquita de todas las noches después de las oraciones. A nadie cedía Don Bosco este deber suyo a no ser que se encontrara absolutamente impedido. Deseaba que quien le supliera en este delicado menester, no hablase más de tres o cinco minutos. Pocas palabras, una sola idea fundamental pero que impresione de forma que los chicos vayan a dormir imbuidos de la verdad que se ha presentado a su consideración”. ( MB VI, 94.) Psicológicamente, las “Buenas Noches” estaban concebidas para intensificar el ambiente Intimo propio de una familia. Un biógrafo de Don Bosco hace esta descripción: “Subido sobre un ambón o — como escribía el profesor Alejandro Fabre— alguna vez sobre un banco o una silla, avisaba primeramente sobre los objetos extraviados y encontrados durante el día (un lápiz, un cortaplumas, un juguete, una bufanda, una gorra) y luego daba disposiciones eventuales para el día siguiente. No faltaban ni un consejo ni una advertencia frecuentemente extraídos de algún hecho excepcional, de una desgracia leída en algún periódico, de un episodio de la vida del santo del día o del siguiente. Todo ello expuesto con máxima sinceridad y el calor expresivo de una aplicación oportuna a la moral práctica de la vida”. (MB X, 1.033) El estilo familiar del comienzo y la vivacidad de las espontáneas intervenciones (o más frecuentemente intervenciones preparadas con anterioridad) crean el “pathos” de la comunicación, de la simpatía. La relación entre educador y educando se convierte también psicológicamente en relación amistosa llena de dulzura y de intimidad. (Cfr. Por ejemplo MB VII, 33) Resulta entonces agradable y aceptable la llamada de algún pensamiento serio o la invitación al compromiso de eternidad, de deberes morales. Palabrita al oído Elemento fundamental que requiere suprema discreción y finura. En este caso la relación Director-alumno, educador-educando, es de auténtica paternidad espiritual. Don Caviglia escribe: “El primer coloquio tiene lugar en el patio de recreo. Las miradas se encuentran, el chaval sonríe, el buen padre “sonriendo” le interroga. La sonrisa de Don Bosco es ya la mitad de su pedagogía: recordemos a B. Garelli”. (Caviglia, Un documento inesplorato... En la revista “Salesianum”. Con más humor refiriéndose a casos semejantes, pero con sentido de suave ataque y de llamada de atención (la palabra al oído se convierte entonces en firme amonestación y llamada al orden), Don Bosco hablaba de “desplumar los mirlos”. (MB X, 401) Alguna que otra vez la “palabrita” tenía el sentido de un aviso previo y de una ayuda prometida que turbaba al chico. En otras ocasiones era sustituida por billetitos, aguinaldos y consignas individuales escritos por él. (MB VII, 846. VI, 442-449. Coloquios. Dirección espiritual He aquí una anécdota entre tantas otras... Pablo Perrona, de once años, recogido en Valdocco en 1871, se acerca una mañana a Don Bosco que a! salir de la iglesia de Maria Auxiliadora rodeado por un grupo, explica a un alumno el <a + b — c> diciendo: si quieres ser amigo de Don Bosco procura ser <a + b — c>... Hay que ser <a>. 0 sea, alegre. Más <b>. 0 sea, bueno. Menos <c>. 0 sea: menos <cattivi> (malos, perversos). Esta es la receta para ser amigos de Don Bosco. El santo alejándose le dice: —Pregunta a tus compañeros cómo tienes que hacer para hablar con Don Bosco. Y un compañero le enseña... Lo conduce a la sacristía señalándole un sillón bajo un crucifijo de grandes dimensiones, con dos bancos largos para arrodillarse a los lados y le comunica que allí Don Bosco suele confesar a sus muchachos y que expresamente para tal fin lo podría esperar si él quisiera. (MB X, 1.010-1.1011) Quizás no falte quien a pesar de que ame y admire a Don Bosco siempre lo considere como un saltimbanqui de I Becchi. El capitán de los golfillos es, por el contrario, un educador profundo, decidido, exigente, que concibe la acción educativa con gran sentido de responsabilidad como obra en la que hay que comprometerse a fondo. Hasta que no se liega profundamente a la conciencia, a la interioridad personal, es inútil despilfarrar energías en coreografías y demostraciones masivas o de fuerza... Ta! fue la dirección espiritual que Don Bosco pensó y llevó a la práctica con los chicos, gradual y relativa a la escala de bondad y de formación conseguida o por conseguir por cada uno. Para Don Bosco es necesaria en la forma más esencial, para cualquier clase de jóvenes y la pide a todos y a todos la recomienda, sea desarrollándose normalmente en la confesión o en otro lugar. La necesidad de una dirección espiritual es una tesis que resulta clara de aquella narración pedagógica titulada “Valentín o la vocación contrariada” (1886). El Director del centro donde Valentín es recibido —tras el resultado desastroso de un año transcurrido en un colegio laico— puede oírle en confesión finalmente después de dos meses. “Desde aquel día su tenor de vida fue de total agrado de su Director que ya no perdió jamás de vista al hijito que había adquirido. (p. 24) Pero la dirección espiritual no está esencialmente atada a la confesión. Don Bosco admite y facilita encuentros y coloquios entre los “hijos de familia” y el “padre” con muchas modalidades siempre conducidas a una dirección y una educación espiritual, de una profundidad y una consistencia muy variada a tenor del carácter de cada sujeto y del recíproco entendimiento. Esto lo demuestran las numerosas cartas a los jóvenes ( por ejemplo, MB VIII, 397), las consignas individuales, los billetitos, las conversaciones esporádicas (es famosa aquella de una hora recordada por Domingo Savio en una carta dirigida a su padre) . (Cfr. A. Caviglia, Do, Savio. Studio, pp. 86-87. estudio sobre este alumno de Don Bosco elevado a los altares). En otro lugar encontramos coloquios con jóvenes recién llegados, nuevos en el centro educativo. (MB VI, 382. Con Besucco, MB VII, 492-495. Con el joven Saccardi, MB VIII, 263.) No interesan las formas. Lo que importa es la tesis y ésta no se puede discutir. En la vida de una familia los encuentros entre padre e hijo no están sujetos a esquemas, etiquetas u horarios, y mucho menos toman el tono de la instrucción o de la pesquisa más o menos espiritual. Lo que importa es el conocimiento y la recíproca comprensión entre educador y educando con espontaneidad, libertad y en progresiva confianza. Don Bosco la reconoce como necesaria particularmente en la búsqueda y orientación vocacional y por tanto en los momentos cruciales de la vida y del período educativo. El Director, a través de la dirección espiritual, de la cual es uno de los más importantes depositarios, interviene en uno de los momentos culminantes de la acción educativa. También en este campo ha de ser padre. Por lo demás, en toda familia ordenada, son los padres los que juntamente con el hijo deciden sobre su porvenir y el camino que va a emprender. Pongamos de relieve, una vez más, la extrema seriedad educativa de Don Bosco. Repasando el vocabulario “pedagógico” del gran educador piamontés, tan rico en términos pertenecientes a una esfera emotiva, como “fami1ia, amabilidad, corazón”, etc., quizás alguno esté tentado de pensar en una pedagogía “romántica” y tierna y podría colocar a Don Bosco junto a Pestalozzi o Richter. Cometería ese tal una imperdonable injusticia histórica. Es preciso en este momento, quizás más que en otros apartados, recurrir al famoso trinomio equilibrador... No existe para Don Bosco amor sin verdad, ni religión sin razón, ni paternidad o familia sin precisas y objetivas relaciones de obediencia, respeto y sumisión. Y sobre todo no hay amor, familiaridad o paternidad educativa auténtica si no se inspiran y alimentan en una profunda y dogmatica religiosidad cristiana, cuyo principio, el verdadero “primum ontoligicum”, es Dios, el Padre que está en los cielos. El Dios que es amor. 71 6 Del corazón a las arterias... La <<amorevolezza’ en el centro. Todos los restantes elementos o expresiones del sistema se iluminan con su luz, a su resplandor... Más bien se interpretan justamente aquellos aspectos que pueden dar lugar a explicaciones o realizaciones unilaterales o deformadas. 1. EL CONCEPTO “PREVENTIVO” Ocupémonos ante todo de este concepto-base de Don Bosco que se define precisamente como “preventivo”. La calificación puramente formal del sistema puede degenerar en errores de gran bulto. En todo caso hay que sostener que no es la más apta para darnos la llave del secreto más profundo de la pedagogía de Don Bosco. La palabra puede asumir tales variantes y elaboraciones que puede llegar a ser confundida parcialmente con el propio concepto “represivo”. ¿Acaso no es preventivo el correccional, el reformatorio, donde se trata de impedir culpas mayores? También el sistema represivo, eliminado modernamente el concepto superado de pena vindicativa, en su esencia trata exactamente de “poner a los alumnos en la imposibilidad de cometer faltas”. El concepto “preventivo’ de por si, como puro concepto formal, no es apto para definir un sistema pedagógico qué por el contrario debe poseer una riqueza intrínseca de contenido. La referencia al contenido, al fondo, ha de calificar concretamente la forma. El contenido, ya lo hemos dicho, es bien claro: la “amorevolezza”. Basándonos en ella, por lo tanto, ha de decidirse cuál es el sentido preciso de “prevención” al que se refiere Don Bosco. A la luz de la “amorevolezza” parece que podemos distinguir dos diversos significados de “preventivo”: uno de carácter estrictamente disciplinar que casi coincide con el concepto de asistencia en su aspecto protector-negativo o del colegio en su función de preservar al alumno. Prevenir quiere decir en este caso impedir, aislar, preservar, rodear... El otro, por el contrario, es enormemente más complejo y comprende todos los elementos educativos que construyen positivamente a! joven preparándolo, potenciándolo, dotándolo de exuberantes energías interiores, antes de que tenga necesidad de ser tratado como un enfermo. Aislar para construir. Construir para no tener que apuntalar, reparar, reprimir... En este sentido, preventivo coincide realmente con todo el sistema educativo de Don Bosco, esencialmente dirigido a la edificación, integralmente directivo, positivo... Educación negativa No se excluye naturalmente una acción preventiva dirigida a la eliminación de los elementos negativos, contraproducentes. A esto se refería el mismo Don Bosco hablando alguna vez de su sistema. Un hecho insignificante, documentado por uno de los primeros biógrafos del santo, traduce plásticamente la idea. “En un colegio habían adquirido un poco de miel, reciente y estupenda. Se colocó el recipiente junto a la ventana de la despensa. Pero de buenas a primeras la miel desapareció. La persona responsable se acerca a Don Bosco y le dice: — ¿Sabe usted lo que los chicos han hecho esta mañana? Habíamos comprado un poco de estupenda miel para el almuerzo de los forasteros y... ¡nos la han robado toda! Don Bosco respondió con su calma habitual: —El error parece más bien vuestro que de los chicos. Llamad a! administrador y decidle que Don Bosco ha dicho que enseguida le pongan una verja a esa ventana... Recordad que hay que procurar no poner a los jóvenes en la ocasión de poder cometer una falta. Este es el sistema preventivo de Don Bosco”. (MB X, 649) Una toma de posición más “sistemática” y reflexiva tuvo lugar en otra ocasión. Acudimos a la autorizadísima fuente de las Memorias Biográficas para registrar este suceso. “Hacia el año 1875 se comenzó a permitir que con motivo de la festividad de Maria Auxiliadora la gente pudiese permanecer en la iglesia hasta hora muy avanzada de la noche y además circulara tranquilamente por los lugares próximos. Esto trajo sus inconvenientes. Algunos de la casa, por ejemplo, sustrayéndose a la vigilancia de los superiores, se escondieron en los sótanos para celebrar sus cuchipandas. Por estos hechos, ciertos capitulares persistían en la intención de suprimir aquella vigilia que favorecía la piedad de los devotos, en especial de los que llegaban de fuera. Cuando estos propósitos llegaron a los oídos de Don Bosco, dejó hablar primero y luego hizo esta observación: —Esto es lo que ha pasado... Pero, ¿quién tiene la culpa? ¿No seréis vosotros que no habéis vigilado lo suficiente? No debe suprimirse el bien para impedir el mal. Más bien otro año se piense con tiempo y se tomen las debidas precauciones a fin de que los inconvenientes que ahora lamentamos no vuelvan a repetirse”. (MB XI, 203) Educación positiva Pero todavía más el sistema preventivo en su totalidad está vivificado por la “amorevolezza”. Es su inspiración original. Es su ley de acción. En efecto: la caridad, el amor, es una fuerza positiva. La misma virtud que frente a la juventud “pobre y abandonada” inspira a Don Bosco obras llenas de bondad. A los jóvenes abandonados ofrece un corazón paternal. A los ignorantes y analfabetos, una instrucción básica.. A los que no tienen hogar ni protección, posibilidades concretas de una formación constructiva, moral, religiosa, profesional. Don Bosco no reúne a sus muchachos en sus Oratorios y centros para mantenerlos con los brazos cruzados, ociosos, sustrayéndolos de los peligros para que acaben corroyéndose..., sino que hace que vivan positivamente la vida de familia, una vida normal, activa y comprometida, de oración, de trabajo, de estudio, de interioridad dinámica, de formación serena y viril con vistas a! futuro. Gracias a la seriedad y al coraje de esta ascesis se mantienen lejanos los elementos dañinos y patógenos... Don Bosco no pone a prueba a sus muchachos. No inventa ejercicios de entrenamiento que puedan convertirse en mortales. No excogita inútiles o dañinos artificios para “probar” al muchacho. Piensa conducirlo, mediante un régimen de vida sólido y positivo, por el camino de una consistencia moral tal que pueda resistir a las futuras adversidades o al menos se encuentre con la posesión de una buena capacidad de recuperación volviendo a emprender la marcha de un principio... 2. LA ASISTENCIA A la misma luz es imposible confundir la asistencia del sistema preventivo con cualquier otra forma “represiva”, con cualquier otra forma vagamente preservativa, de vigilancia, de control, de orden exterior. Las críticas más acerbas y farisaicas apuntan por este flanco. Para críticos superficiales poco avisados, la asistencia puede convertirse únicamente, o casi, en una vigilancia escrupulosa y quizás hasta agobiante, continua, sofocante, organizada con tal meticulosidad que resultan imposibles para el muchacho las faltas materiales y cualquier clase de delito moral. Así pues, algún inteligente y penetrante comentarista escribirá paradójicamente: “El salesiano pondrá al joven en la imposibilidad material de pecar con solo tenerlo bajo su mirada o hacerlo objeto continuo de sus solícitas atenciones” (A. Auffray, La pedagogia di S. Giovanni Bosco. Turín, 1934.) No interesa que la asistencia así concebida se lleve a la práctica con aire y matices de respetuosa dulzura: podría traicionar igualmente bajo las apariencias de una inteligente diplomacia, la presencia de los elementos esenciales de la actitud represiva. Los críticos hablarán de hipocresía, de educación que conduce a la doblez, o sea, de bondad postiza, colegial, impuesta desde fuera o simplemente condicionada por los desvelos más o menos maternales del educador que darán como resultado chicos inclinados a! vicio, ingenuos y poco preparados para los choques con la realidad cotidiana que es mucho más hostil, perversa y difícil. Pero también al llegar a este punto, dos condiciones de la caridad pedagógica garantizan la exacta perspectiva con la que hay que considerar y realizar la asistencia: la exigencia de una voluntad constructiva y la modalidad de la “amorevolezza” que reviste de familiaridad, de alegría y de sentido común todas las manifestaciones de las relaciones entre asistente y asistido tanto en el aspecto negativo como en el positivo. Justamente lo dice Auffray: El salesiano entre sus jóvenes no adoptará el aire exclusivo de un profesor y mucho menos el de un policla, sino más bien el de un padre que no abandona a sus hijos hasta que liega la hora de estar éstos capacitados para poderse gobernar por si mismos”. (Ibíd.., p. 8) Presencia que preserva y construye Quien condena la asistencia tal como la concibe y la lleva a la práctica la pedagogía de Don Bosco tachándola de método negativo que engendra formalismo e irrealismo ingenuo, desconoce el valor esencial, constructivo y directivo, de la “presencia” del educador. Porque no se puede llamar de otra manera la asistencia que Don Bosco propugna. Presencia que no es la de un vigilante, sino presencia educativa. Presencia que no es puro control: “dar a conocer la ley a los súbditos, plantar guardia después para sorprender a los transgresores y cuando haga falta aplicar el merecido castigo”. Este es el estilo característico del sistema represivo. Evidentemente se puede demostrar que Don Bosco en cierto sentido no eliminaba la asistencia-vigilancia. No tenía nuestro santo una opinión angelical de los muchachos, sobre todo de “ciertos chicos que durante mucho tiempo fueron un auténtico martirio para sus padres y hasta fueron rechazados por los mismos correccionaIes”. ¡No puso en práctica Don Bosco sus experiencias educativas con chicos selectos precisamente! Era un gran cristiano y estaba convencido firmemente de la fuerza del dogma del pecado original y de sus consecuencias. Conocía la malicia de los jóvenes y las dificultades del todo singulares que ofrece un ambiente educativo masivo y cerrado en sí mismo. Por ello era partidario de una esmerada asistencia en todo momento y en todo lugar insistiendo así sobre el tema: “Hay que tener siempre los ojos bien abiertos y es preciso vigilar continuamente a los jóvenes en cualquier lugar en que se encuentren poniéndolos así casi en la imposibilidad de hacer el mal”. (MB VI, 390) Contamos con toda una casuística de la asistencia referente a Don Bosco adaptada .a los distintos tipos de jóvenes, de ambientes y de circunstancias, que se refiere de forma particular a su aspecto material, preservativo, protector, disciplinar, y que se integra en el patrimonio de la experiencia educativa salesiana. Pero este aspecto se sublima, se transforma, con la visión total de una presencia fraternal, afectuosa, de significación positiva, constructiva. Al mismo asistente a quien Don Bosco recomienda tener el ojo “bien abierto y dilatado”., añade: “No te canses de observar, de comprender, de ayudar, de compadecer”. (MB X, 1.022-1.023) Basándose en este criterio preciso únicamente debe interpretarse teórica y prácticamente esa expresión de “poner a los alumnos en la imposibilidad de cometer la falta” El sistema preventivo “consiste en dar a conocer las normas y Reglamentos de un Instituto y luego vigilar de tal forma que los alumnos tengan siempre sobre si la mirada atenta del Director o de los asistentes, los cuales como padres cariñosos hablen y orienten, en cualquier ocasión, aconsejen y corrijan afectuosamente. 0 sea: el alumno se encuentre en la imposibilidad de faltar”. (Op. Sobre el Sistema Preventivo, p. 24) Se trata de una presencia que construye, positiva, en todos los aspectos: religioso-moral, intelectual, físico, profesional. He aquí el testimonio de Don Lemoyne, primer biógrafo, que transcribimos de las Memorias Biográficas: “A veces también en el Oratorio se colaban jóvenes ya maleados, con ideas muy equivocadas, rebeldes a todo yugo y sujeción, amantes del placer, poco amigos de cuanto oliera a iglesia, perezosos, indolentes, clasificados como peligrosos. El sistema que Don Bosco usaba con ellos era el que recomendaba siempre a sus Directores. La expulsión debla darse en última instancia, una vez intentados todos los restantes recursos y después de haber comprobado que resultaban inútiles. En primer lugar eran aislados de los más pequeños e inocentes, de los que compartían sus mismas inclinaciones, de los que andaban flojillos en la virtud. Luego se les rodeaba de amigos sinceros y seguros. Una vez establecida esta estrategia, avisar, avisar sin cansancio con motivo de cualquier falta. La frase que Don Bosco repetía a sus educadores cuando se lamentaban de la conducta de alguno era siempre la misma: hablar, hablar, avisar, avisar... Si todos los días faltan, se les llama la atención todos los días. Y si es necesario varias veces en el mismo día”. (MB IV, 566-567) Presencia afectuosa Pero no basta. Una vez más hemos de remachar el mismo clavo señalando que el sistema preventivo de Don Bosco se caracteriza por una realización particular de la caridad pedagógica constructiva y positiva que se traduce en las formas específicas de la “amorevolezza”. De variadas formas puede concebirse y actualizarse educativamente la asistencia como presencia. Cualquier sistema católico de educación prefiere esta forma positiva, dinámica, de la asistencia. Pero no es preciso devanarse los sesos por mucho tiempo para advertir que en la de Don Bosco brilla un estilo característico de bondad y cordialidad, de cercanía gozosa, amigable y paternal... El educador —que se convierte casi en un muchacho más entre los alumnos— comparte con ellos el juego y la oración, el descanso y la fatiga del estudio, del deber de cada día, como si se tratase de una necesidad congénita, de una coincidencia de gustos, inclinaciones y tendencias. La “convivencia” salesiana adquiere de esta forma un específico sabor”... También Juan Bautista de la Salle recomienda la asistencia y compara a sus educadores al ángel custodio siempre presente y vigilante. ¿Acaso no se advierten algunos matices distintos de la de Don Bosco? ¿No se acentúa en la asistencia lasalliana la presencia del educador como reflejo de la presencia de Dios? ¿No se nota un tono particular de digna reserva, de distancia, que no es como el de Don Bosco? En éste se advierte e intuye una presencia más sencillamente humana: el educador está entre los jóvenes como si fuera uno de ellos, espontáneamente compenetrado con su misma situación, siendo “el alma del recreo”... La distinción se intuye más rápidamente si imaginamos a un Don Bosco en medio de sus muchachos que se aprietan a su alrededor en el patio, en el confesionario, a lo largo de toda la jornada. Tanto él como los demás superiores procuran “pasar con los jóvenes el mayor tiempo posible”. (Recuerdos confidenciales a! Director. MB X, 1.043.) No se dice casualmente en el Reglamento del Oratorio Festivo que el Director debe mostrarse constantemente como un amigo, como un compañero, como un hermano de todos> y además que “debe ser como un padre en medio de sus hijos”. A un catequista se le recomienda que “muestre una cara alegre siempre que sea posible”. (Ibid., parte I, cap. VIII, art. 16.) La presencia fraternal de los profesores, de los superiores, de los asistentes, debe garantizar al internado de Don Bosco un tono que produzca la impresión entre los chicos de que se encuentran en la propia casa, no en un colegio. Y de hecho se procura reducir a lo indispensable los elementos “colegiales”, como pueden ser las filas, las formaciones rigurosas, las distancias, las maravillas ostentosas de la disciplina... Merece mención aparte la celebración de una fiesta que podríamos calificar de “oficial” en la casa de Don Bosco: la fiesta de la gratitud, la fiesta de la comunidad, de la familia educativa, fiesta de la grata convivencia que resplandece dentro del calendario escolar con especial. solemnidad y con manifestaciones espontáneas repetidas en honor del santo cada 24 de junio (San Juan Bautista) desde 1846 hasta 1887. Luego no ha faltado nunca esta celebración en cada casa salesiana desde aquellos tiempos hasta nuestros días. Las “Compañías” En esta atmósfera encaja la formación de aquellos grupos juveniles que se llamaron antiguamente las “Compañías”. Ciertamente Don Bosco tomó prestada la idea fijándose en formas de asociaciones contemporáneas de inspiración religiosa y en las “Congregaciones” estudiantiles de Chieri, sobre todo en las marianas. Pero supo imprimirles un dinamismo juvenil muy suyo. Fueron un elemento esencial de libertad, de fraternidad, de amistosa colaboración entre superiores y alumnos, fuente de actividades y de espíritu de familia, brotes directos de la “Sociedad de la Alegría”, centro de serena y constructiva convivencia y de viva solidaridad. En los “Recuerdos confidenciales” que Don Bosco dedica a los Directores, dice refiriéndose a dichas “Compañías”: “Debes ser el promotor, el animador, pero no el Director de estos grupos. Considéralos como asunto propio de los jóvenes”. (MB X, 1.044) 3. AMOR EXIGENTE Y finalmente, a la luz de la “amorevolezza” deben interpretarse y vivirse las situaciones educativas más difíciles y ambiguas: la disciplina, la corrección, los castigos... La disciplina La disciplina es para Don Bosco obediencia a un orden objetivo que vincula a los superiores y a los inferiores y se expresa prácticamente en los Reglamentos ~ en las costumbres tradicionales que rigen la vida de toda convivencia numerosa. “Entiendo por disciplina —escribía en una carta del 15 de noviembre de 1873— una forma de vivir según las normas y costumbres de un Instituto”. (MB X 1.101-1.102.) Es la expresión de una línea uniforme que se ha demostrado que parece razonable y necesaria para una comunidad familiar de grandes proporciones. Frente a estas experiencias no hay privilegios: en todo caso menos aún para el superior que para el inferior. La antinomia autoridad-libertad se supera objetivamente de esta forma: “Por esto —continúa enseguida Don Bosco— para obtener buenos efectos de la disciplina es preciso antes que nada que las normas sean observadas todas y por todos. Esta observancia sea tenida en cuenta por los socios de la Congregación y por los jovencitos que la divina Providencia ha confiado a nuestros cuidados”. (MB X, 1.102) No se admite la postura del que dice: <el que manda aquí soy yo>. Tampoco suena bien esto otro: “lo quiero así porque yo soy tu superior”. La ley es igual para todos en la casa de Don Bosco. Lo exige el régimen de la familia, donde las clases y los privilegios y las categorías especiales brillan por su ausencia, excepción hecha de aquellas situaciones en las que se imponen delicadas razones de salud, adaptación a la psicología de alguno en particular, etc. Las fuentes documentales de las que nos alimentamos nos presentan a un Don Bosco más bien exigente desde el punto de vista disciplinar y alguna que otra vez inexorable tratándose de salvaguardar el principio de la autoridad, del orden, del respeto de la colectividad, deseoso de que la disciplina externa se convierta en una escuela de entrenamiento de las voluntades y de compromiso espiritual. Siempre se reclama a la conciencia del propio individuo, al convencimiento personal, como vemos en este remate de unas modélicas “Buenas Noches” en las que se exige el silencio en determinados momentos y situaciones. “En la pasada ocasión en que di este aviso, el efecto deseado no duró más que pocos días y luego comprobé nuevamente que las filas se deshacían al entrar y al salir de la iglesia, que algunos jugaban, saltaban... El desorden alguna vez también después de las oraciones hacía pensar en un ejército de verduleras... Veremos qué pasa de ahora en adelante. No quiero imponer nada con amenazas y castigos. Dejo a la conciencia de cada uno el poner diligentemente en práctica este aviso”. (MB XI, 253. “Buenas Noches” del 9 de Julio de 1875.) También aquí la definitiva solución práctica de la antinomia autoridad-libertad se encuentra integrando la razón, la religión y la, “amorevolezza”. “El sistema preventivo convierte al alumno en un amigo que ve en el asistente a un bienhechor que le avisa, que desea hacerle bueno, liberarlo de las cosas desagradables, de los castigos, del deshonor” (Op. sobre el Sistema Preventivo, p. 26.) La autoridad objetiva que se funda sobre cimientos éticoreligiosos adquiere un particular atractivo irresistible al encarnarse en la persona del educador que ama, que es amigo, que es bienhechor... Don Bosco sabía hacerse obedecer siguiendo estas directrices. El canónigo Ballesio, alumno de los primeros años, se expresa en estos términos: “Una de las cualidades características de Don Bosco fue la de ganarse el afecto de sus muchachos. Era una mezcla de gratitud, de confianza, de cariño, como la que los hijos guardan para su padre. Aquel hombre era para nosotros la autoridad personificada, un modelo de bondad y de perfección cristiana por los años de 1857 hasta 1860 Don Bosco siempre nos acompañaba, ya que no existían todavía otras casas salesianas. En el Oratorio se vivía una vida de familia en la que el amor a Don Bosco, el deseo de tenerlo contento y su ascendiente (que se puede recordar pero en manera alguna describir) hacían florecer entre nosotros las más hermosas virtudes”. (MB V, 736-737) Sabía hablar a los jóvenes de rigurosas exigencias disciplinares pero siempre afectuosamente. Son típicas aquellas “Buenas Noches” en las que habló así: “Tened siempre bien grabada en vuestra mente esta gran verdad: con frecuencia los superiores dicen algo, dan un consejo, y puede parecer que se trata de algo poco razonable, de un despropósito... Ellos saben bien cómo marchan las cosas. Los que atienden sus observaciones acaban bien pero no así quienes no las tienen en cuenta. Ocurre alguna vez que el consejo no tiene relación con las cosas que se han dicho antes o con las que se harán luego. Algún inexperto dirá: —Pero esto qué tiene que ver con lo que yo estaba deseando... Confiad en vuestros superiores. Seguid sus consejos sin miedo, sin hacer demasiados razonamientos. Terminaréis contentos. Ellos tienen más edad y experiencia y práctica y conocimiento que vosotros. Y además os quieren”. (MB XII, 146-147) He aquí el leitmotiv del poema pedagógico de Don Bosco: “Y además os quieren”. Correcciones, avisos El sistema preventivo por definición es el sistema de la continua e incansable corrección. Si los muchachos nunca se equivocasen no serían tales y no tendrían necesidad de educación. Pero .¿y la ligereza e inconstancia juvenil?... “En la asistencia permítasele a los alumnos expresar libremente sus opiniones, pero hay que estar atentos para rectificar y corregir las expresiones, ciertas palabras, ciertos hechos poco con formes con la educación cristiana”. (Reglamentos. Introducción. Artículos generales.) La corrección está presente en toda la labor educativa y se manifiesta en los avisos en público o en privado, en las palabras al oIdo, en las “Buenas Noches”, en las pequeñas notas escritas... Es fruto de la “amorevolezza” como toda iniciativa educativa y en ella se inspira a la hora de buscar el tono, las formas, el estilo. “A excepción de casos rarísimos, las correcciones, los castigos, jamás sé den públicamente, sino bien lejos de la vista de los compañeros. Hay que armarse de paciencia, de prudencia extrema, para lograr que el alumno reconozca su metedura de pata, con la razón y con la religión”. (Op. sobre el Sistema Preventivo, p. 33.) “Si hay que amonestar a alguno lo mejor es hacerlo en secreto, de tú a tú con el interesado y con la máxima amabilidad”. (Avisos a los asistentes. MB VII, 508) En una carta dirigida a! clérigo Borio, del colegio ”Borgo S. Martino”, le aconseja en estos términos: “Cuando corrijas particularmente no lo hagas jamás en presencia de otros. A la hora de dar avisos o consejos debes procurar que el interesado se marche de tu lado satisfecho y siendo amigo tuyo”. (Carta del 28 de enero de 1875. MB XI, 17) Los castigos Mal que nos pese los castigos tienen su sitio en el esquema de la pedagogía de la razón-religión-“amorevolezza”. Don Bosco lo repite mil veces: aborrezco los castigos, no es ése mi estilo... <Este sistema se apoya todo él en la razón, la religión y la amabilidad, el cariño. Por tanto excluye todo castigo violento y trata de alejar también los suaves.” La cosa está clara. El capítulo reservado a los castigos casi no existe en todos los escritos de Don Bosco. Nos encontramos a gran distancia de Lambruschini, que dedicó ciento cincuenta páginas a este tema. Un párrafo muy breve del santo comienza con esta tesis que no admite vuelta de hoja: “Donde sea posible, jamás se castigue”. Cuando sea necesario recurrir al castigo, la “amorevolezza” impone algunas normas prácticas de máxima sencillez... ~— Ante todo fuera los castigos violentos, irracionales, antieducativos. Hay que evitar pegar de cualquier forma que sea. Poner de rodillas, en posición dolorosa, tirar de las orejas y otros castigos semejantes, además de estar prohibidos por las leyes irritan mucho a los jóvenes y rebajan al educador. — Exceptuados rarísimos casos, los castigos y correcciones no se den nunca públicamente... — Se hace hincapié en los castigos naturales, de naturaleza psicológica: para los jovencitos es castigo aquello que se hace pasar por tal... Está comprobado que una mirada menos afectuosa produce mayor efecto en algunos chicos que un tortazo. La alabanza cuando se han hecho bien las cosas o el reproche cuando ha habido negligencia, ya constituyen un premio o castigo. — El educador trate entre sus alumnos de hacerse amar si quiere hacerse temer. En este caso, retirar el afecto es castigo que emula, anima y nunca envilece”. (Opúsculo sobre el Sistema Preventivo, pp. 24 y 32-33) También la ley del temor queda superada y se integra dentro de la ley —mucho más sublime— del amor. 7 El alegre mensaje educativo de la religión 1. PEDAGOGÍA TEOLÓGICA El amor educativo; la amabilidad de Don Bosco, también se traduce enérgicamente en una amplia comprensión de las fundamentales exigencias de la educación y de la vida: las exigencias religiosas. En este aspecto la posición de Don Bosco es extremadamente clara y coherente frente a teorías pedagógicas antitéticas o equívocas. Hay quien opina que la religión no debe ocupar ningún lugar en la vida de los hombres y ni siquiera en la escuela ni en la educación: es un elemento inútil, nocivo, es un auténtico veneno del que es preciso desintoxicar el alma del muchacho. Sobre el particular se han escrito disquisiciones pedagógicas como el “Poema pedagógico” y “Las banderas sobre las torres”, de A. S. Makarenko, en donde el elemento religioso no solamente es ignorado sino burlado y combatido explícitamente. “Nuestra segunda conquista fue el cine. Ello nos permitió un ataque a fondo contra el templo situado en medio de nuestro patio. A pesar de las amenazas y quejas del consejo eclesiástico, comenzábamos nuestro espectáculo justamente cuando las campanas tocaban a vísperas. Nunca esta vieja llamada había reunido a tantos creyentes como ahora. Y jamás con tal rapidez. Descendía el campanero del campanario, entraba el sacerdote en la iglesia y he aquí que ya contábamos con la presencia de unas doscientas o trescientas personas. Mientras el preste se ponía la estola, el operador introducía el celuloide y cuando el reverendo pronunciaba las primeras palabras de la función religiosa se ponía en movimiento la máquina”. (A. S. Makarenko, Poema Pedagógico. Roma, 1952.) Otro ensayo pedagógico más antiguo fue escrito para demostrar que la religión no puede tener sitio en la vida y por consiguiente ni siquiera en la escuela y en la educación de los chicos, sino solamente en la del joven ya encauzado hacia la madurez adulta, mental y espiritual. ¿Pretexto?: “aquello que más ofende a la Divinidad no consiste en no pensar en ella sino en pensar mal”. “Si el alumno aprende demasiado pronto corre el riesgo de no saber jamás.>> “Guardémonos de anunciar la verdad a aquellos que no están en condiciones de comprenderla. Serla como sustituirla por el error. Mejor que tener sobre Dios ideas groseras, fantásticas, ofensivas, indignas, serla mejor no tener ninguna. Es mejor ignorarlo que ultrajarlo”. (2 J J. Rousseau, Emile, 1. IV.) Es conocida la posición idealística, sostenida en el plano teórico y práctico-organizativo por Gentile según el cual la religión es considerada y querida solamente en la vida y en la escuela del niño traduciéndose posteriormente en la edad adulta en la religión del pensamiento filosófico, en la educación del joven maduro para la filosofía. “Esto —escribe Gentile— tiene su verdad y legitimidad en la experiencia inmediata del momento religioso del espíritu. (G. Gentile, Sommario di Pedagogia, vol. I. Florencia, 1943.) Es fatal que, si el espíritu no se detiene en la posición religiosa, sin embargo se deba pasar. En efecto, el no pasar en ci momento religioso del espíritu — puesto que este momento es su propia objetividad— sería interrumpir el ritmo de la vida del espíritu que, como conocer que es, supone continua objetivación de sI mismo o realización de la autoconciencia en la conciencia. (Ibíd., p. 240.) Así pues, el concepto del arte, como puro arte, lo mismo que el concepto de religión como pura religión y el de ciencia (ya se entienda a la manera de los antiguos o de los modernos) no están adecuados a la concreción de la vida espiritual. Y por tanto jamás se realizarían sin contaminarse en una forma de realidad espiritual más concreta: en la cual las tendencias opuestas pueden equilibrarse y a la que, en efecto, se adecua el concepto de la filosofía, o sea, el concepto del espíritu como desarrollo, autoafirmación o unidad de autoconciencia y de conciencia. La única, la verdadera educación laica es la educación filosófica que no es negación de la educación religiosa ni de la educación estética sino de la exclusividad de ambas. (Ibíd.., pp. 251-252) “O religión o paIo”... Don Bosco no era ciertamente ni un ateo ni un laicista ni un partidario de Rousseau. Pensaba que una religión que no le va bien a los adultos tampoco le va bien a los chicos. Tomaba siempre en serio a! muchacho. Tampoco veía claro por qué una religión válida y verdadera para el adulto no debiera ser gradualmente introducida en la vida y en la escuela del niño. Sobre el ateísmo tenía ideas muy claras sosteniendo que sin religión no puede darse ni auténtica vida y educación del chico ni auténtica y sólida vida adulta. La experiencia de las cárceles, de los reformatorios, el extenso conocimiento que tenía sobre la “juventud pobre y abandonada” le habían hecho palpar lo difícil que resulta ser “humanos” con profundidad sin recurrir a los auxilios religiosos, sobrenaturales. Por lo demás, si hubiese podido leer el “Poema pedagógico” de Makarenko, Don Bosco se hubiera enfrentado con un desconcertante resultado de la educación sin Dios: la justificación “pedagógica” hasta de un aborto por parte de una madre jovencita. En el fondo, con los debidos matices y precisiones, él se inspiró —también en su actividad educativa— en el principio enunciado al final de su “Historia de Italia” (1855): “Quede bien grabado en la mente la idea de que la religión fue considerada en todo tiempo como el cimiento de la sociedad humana y de las familias y que donde no se da la religión hacen sus estragos la inmoralidad y el desorden”. (Opere e scritti editi ed inediti di Don Bosco..., vol. III. TurIn, 1935.) Este criterio se tradujo en una tesis de teología de la educación en la biografía del joven alumno Francisco Besucco: .”Dígase cuanto se quiera sobre los distintos sistemas de educación pero yo no encuentro base segura como en la frecuencia sacramental de la confesión y comunión. Y creo no exagerar asegurando que omitidos estos dos elementos, la moralidad brilla por su ausencia”. (Don Bosco. II Pastorello delle Alpi... Turín, 1932.) Y en el opúsculo del Sistema preventivo dice: “La frecuente confesión y comunión, la Eucaristía diaria, son las columnas que deben sostener un edificio educativo, del cual se quieran alejar la amenaza y el azote”. La tesis fue felizmente sintetizada en un eslogan —célebre por cierto en la tradición salesiana— con el que se concluyo una conversación famosa de Don Bosco sostenida con un funcionario inglés. Este se había quedado boquiabierto al comprobar que en Valdocco reinaban un orden y disciplina admirables sin necesidad de acudir a la fuerza. ¿Cuál era el secreto? La religión, respondía Don Bosco. “Si no se usan estos resortes de la religión es preciso recurrir a Ia amenaza y al palo”. El inglés zanjó la cuestión divertidamente exclamando: “Tiene razón, tiene razón. o religión o palo. Lo contare en Londres”. (MB XIII, 921 (nota). MB VII, 556-557. MB XI, 221. Cfr. Opúsculo sobre el Sistema Preventivo.) Años antes ya este tema habla constituido objeto de un cordial coloquio del sacerdote educador con el mismo liberal piamontés Urbano Ratazzi, un domingo por la mañana del mes de abril de 1854 hacia las diez y media. (“Bollettino Salesiano”, año 6.°, 1882.) “Entre las varias preguntas que el Sr. Ratazzi formuló a Don Bosco, una de ellas se refería al método escogido para conservar el orden entre tantos jovencitos como afluían al Oratorio”. (BS 1882) La respuesta subraya la esencial e imprescindible religiosidad del sistema: “Ante todo se procura infundir en el corazón de los jovencitos el santo temor de Dios. Con la enseñanza del catecismo y con apropiadas exhortaciones morales se les inculca ci amor a la virtud y la aversión al vicio. Con oportunos y afectuosos avisos y de forma especial con las prácticas de piedad y de religión, se les encauza por el camino del bien y en él permanecen. Además, siempre que es posible se ven protegidos por una amorosa asistencia durante el recreo, el estudio, las clases, el trabajo, se les anima con palabras amistosas y apenas se descuidan un poco en el cumplimiento de sus obligaciones son amonestados con buenos modales y alentados con sanos consejos. En una palabra: se echa mano de todas las industrias que la caridad cristiana sugiere para que hagan el bien y huyan del mal formando de esta manera una conciencia iluminada por la religión y afianzada en ella”. (Ibid., MB V, 52-53.) Un año después, la famosa excursión organizada por Don Bosco con los casi trescientos reclusos jóvenes de “La Generala” constituiría la prueba más convincente de la bondad del sistema. (Ibid., pp. 180182. MB V, 217-226.) Teología de la educación y narraciones pedagógicas La tesis de la religión como fuente de la “fuerza de la buena educación” inspira igualmente la narración biográfica titulada “La fuerza de la buena educación. Curioso episodio contemporáneo”, escrito por el sacerdote Juan Bosco. (Turín. Tipografía Paravia y C. 1855.) .”Aquí se comprobará la fuerza que tiene la buena educación sobre el porvenir de los hijos. Veremos a una madre modelo, veremos a un hijo ejemplar. Una madre que en medio de múltiples dificultades consigue proporcionar a su hijo la mejor educación y traer al buen sendero al marido extraviado”. (G. Bosco, La forza della buona educazione... Al lector...) Leemos en la conclusión: “He aquí, querido lector, la fuerza que tiene la buena educación y hasta podemos subrayar los efectos de una primera comunión bien hecha... ¡Padres y madres! Si deseais tener hijos bien educados que constituyan vuestro consuelo en la edad provecta, imitad a la madre de Pedro, trabajad para instruirlos en la religión y sobre todo en la edad infantil. Sed solícitos en atender la asiduidad con que frecuentan la iglesia y estad atentos al peligro de las malas compañías de vuestros hijos”. (Ibid., pp. 101-102.) Todo el librito, que es por cierto una elaboración casi entera de otro francés, pero en perfecta sintonía con las ideas de Don Bosco, se convierte en una abierta apología de la religión como condición fundamental para una educación bien lograda. “Pedro frecuentaba el catecismo. Se mostraba sumiso a la más insignificante indicación de su padre. Este, por supuesto, se gloriaba de tener un hijo bastante mejor que los de algunos vecinos suyos. No ignoraba que las buenas cualidades del hijo se debían a la religión que su mujer había conseguido que practicara el primogénito”. (Turín. Tipografía del Oratorio de San Francisco de Sales, 1886.) El autor hace defender esta tesis hasta por un borrachín amigo del padre de Pedro: “Hay que confesarlo claramente... Esta religión es la que consigue que la mujer de Juan sea tan virtuosa y que el hijo sea tan respetuoso y obediente. Es la religión que lleva la felicidad a la familia. Con toda seguridad si yo hubiera tenido una mujer como la suya y si mi hijo hubiese tenido la suerte de ser conducido como el suyo, yo no seria tan desgraciado y no me vería obligado a mitigar la tristeza de la vida con una botella”. (Ibíd.., p. 41) Un inconsciente pero todavía más decidido anti-Emilio nos presenta Don Bosco en otro relato pedagógico suyo titulado “Valentín o la vocación contrariada”, episodio contemporáneo presentado por el sacerdote Juan Bosco. Tanto en la educación familiar como en la colegial tiende a contraponer la eficacia de la inspiración cristiana a los errores de la perspectiva laicista. (Turín. Tipografía del Oratorio de San Francisco de Sales, 1886.) En la familia de Valentín la contraposición de las ideas está personificada por la madre, muy religiosa, y por el padre, indiferente, a quien “un error de gran bulto martillea la cabeza: se imagina que puede conseguir que su hijo llegue a ser un ciudadano honrado y virtuoso sin que en primer lugar sea un buen cristiano”. (G. Bosco, Valentino..., p. 4) La muerte de la madre, cuando el chico liega a los doce años, las excesivas ocupaciones del padre, las exigencias del estudio, le obligan a continuar su educación en el colegio. “Se eligió un lugar de mucha fama, donde, según se decía, la ciencia, la moralidad, la corrección, hacían progresos extraordinarios. Los uniformes, las plumas, los sombreros bordados, encantaban a los alumnos y a sus padres”. Pero desde el punto de vista pedagógico y religioso la situación no era igualmente ideal: a la intensa vida religiosa anterior le sustituye una religiosidad vaga y convencional sin dedicación intensa: “No se hacía meditación ni lectura espiritual. Las oraciones rezadas en común tenían lugar una sola vez al día, de pie y con mucha prisa. Los alumnos participaban en la Eucaristía exclusivamente los días festivos. Las confesiones se hacían una sola vez al año por Pascua de Resurrección”. No mucho más airoso resultaba el panorama moral: “Con los alumnos novatos se permitía toda clase de libertades, cualquier agudeza indecente era tolerada. Es más, las cosas llegaban a tal extremo que los libros y periódicos obscenos corrían libremente de mano en mano”. (Ibíd.., pp. 10-11) A las protestas del hijo “el padre le hizo poco caso diciéndole que no había que actuar dejándose llevar por los escrúpulos, sino más bien vivir libremente sin prejuicios”. (Ibíd.., p.11). Poco a poco el muchacho se va aclimatando. Pero el aumento de la corrupción moral y la frialdad religiosa, contribuyen también a que los estudios vayan aflojando hasta el fracaso total y que las vacaciones fueran las de un holgazán. Observa el narrador que “si no existe moralidad los estudios irán por mal camino”. (Ibíd..,p. 12) Finalmente, el padre llega a preocuparse. A! Comerciante no !e desagrada una religión que resulte práctica. Por tanto se empeña en la búsqueda de un colegio mejor después de reflexionar seriamente. “He seleccionado en el curso pasado —decía para sí— un colegio demasiado a la moda, dejándome alucinar por las apariencias que no comunican ciencia ni moralidad. Quiero buscar otro donde la religión sea enseñada, recomendada y practicada excepcionalmente. Por desgracia hay que reconocerlo: sin religión es imposible educar a Ia juventud”. (Ibíd.., p. 17) En el colegio de Don Bosco los hechos confirman la teoría: “Pocos días después Valentín entró en su nuevo colegio... Separado de los antiguos camaradas y apartado de lecturas dañinas, el trato de los buenos condiscípulos, la emulación en las clases, la música, el teatro, le hicieron pronto olvidar la vida disipada que había llevado hacía casi un año”. (Ibíd.., pp. 21-22) La transformación es total e incluso al final de los estudios medios aflora la vocación a! sacerdocio. A partir de este momento la narración llega a convertirse en el drama de una vocación brutalmente combatida por el padre, quien pone junto a! muchacho a una persona que con redomada picardía llegara a arruinarlo. El penúltimo capítulo de la narración tiene en cuenta una carta de Valentín dirigida al director del antiguo colegio desde la cárcel. En esa carta todavía se nota la viva influencia de la educación religiosa recibida expresando la aceptación de la pena en expiación por la culpa cometida y la promesa de una vida que debe rehacerse por el camino del bien. Al cerrarse el libro emerge la tesis teológica: la recomendación calurosa a los padres de los jóvenes estudiantes de que “abran bien los ojos a la hora de enviar a sus hijos para ser educados en un centro donde existan principios religiosos y morales”... (Ibíd.., p. 50) 2. LA AMABILIDAD EN LA RELIGIÓN En el opúsculo del Sistema Preventivo, después de haber reafirmado el principio religioso de la educación, Don Bosco advierte inmediatamente: “En los Ejercicios Espirituales y en otras ocasiones propicias y parecidas, no se deje de poner de relieve la hermosura, la grandeza, la santidad de la religión que propone unos medios tan sencillos y útiles para la sociedad, para la tranquilidad del corazón, para Ia salvación de las almas, como son justamente los sacramentos. Los chicos se acercan de buena gana a ellos y se yen atraídos por estas prácticas de piedad” (p. 28). Nos encontramos nuevamente, frontalmente, con el carácter específico, con el meollo de la pedagogía de Don Bosco: la caridad hecha amabilidad que es alegría interior y exterior y el alma del alma religiosa de su pedagogía. A pesar de partir de premisas teológicas y de llegar al concepto de la religiosidad necesaria en materia educativa, Don Bosco no se centra en consideraciones “sistemáticas” en la actuación práctica y en la organización de la metodología pedagógica. También él probablemente se encontrará alguna vez ante instituciones terriblemente religiosas (demasiado religiosas) donde el fundamento teológico se hacía realidad de la forma teóricamente más perfecta pero ignorando las exigencias de los jóvenes: una “pietas” teológicarnente irreprochable pero falta de psicología, de tacto, de garra, por tanto contraproducente, antieducativa, peligrosamente abocada a la irreligiosidad. El método de la asistencia-presencia ha puesto a Don Bosco en contacto con el muchacho, con su idiosincrasia, con sus gustos. No ie resulta dificultoso comprender sus fastidios, sus dudas; sus fatigas, su hostilidad frente a la religiosidad rígida, mesurada, gravosa, de los adultos. Por ello, a pesar de haber tornado prestados los “materiales” de su construcción espiritual de otras prácticas y organizaciones anteriores y ofreciendo a sus jóvenes un sistema de vida religiosa cotidiana rico y consistente, casi instintivamente, sintió la necesidad de ponerlo a! nivel de las exigencias, de los gustos y del tono psicológico de los muchachos. Las mismas prácticas religiosas de los adultos intentó presentarlas a los chicos con un sello de alegría, de agrado, de libertad y de adaptación psicológica y didáctica. Temor y amor La decisión de elegir a San Francisco de Sales como ideal inspirador de su obra no fue tomada por Don Bosco casualmente. La espiritualidad del Sistema Preventivo es la misma del “Teótimo”, de la “Filotea”: llena de humildad, de dulzura. Le gana la partida a la alfonsiana de los Novísimos. Si en los labios del santo educador era familiar el pensamiento y el temor de la muerte, de forma especial dirigiéndose a los jóvenes, como medio soberano para ayudarles a domeñar las pasiones que comienzan a brotar rebeldes, su última palabra era siempre sobre la paternidad de Dios, sobre su bondad, sobre la protección maternal de la Virgen, sobre la fuerza tranquilizadora y purificadora de la confesión, sobre el gozoso encuentro de la comunión. Entre los Novísimos, el Paraíso domina claramente en el horizonte espiritual de Don Bosco y esto no ocurre a! acaso. Sus muchachos más finos espiritualmente, como Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco, en el lecho de muerte hablan tranquila y serenamente del Paraíso como si se tratase de su propia “casa”, aceptan “encargos” y sonríen esperanzadamente a la espera del formidable acontecimiento. El caso de Magone llama la atención: Cualquiera que observase la escena quedaría estupefacto. Su apagado ritmo vital reflejaba que el fin era inminente pero su aspecto sereno, jovial, su sonrisa y su perfecta cordura parecían posesión de una persona en estado de absoluta salud”. (Cenno biografico sul giovinetto Magone Michele..., p. 70.) Tiene todavía el ánimo y el tiempo suficiente para hacer con ingenua seriedad una pregunta peliaguda que pondría en aprieto a cualquier teólogo. Téngase en cuenta que se trata de un chaval muy despierto de quince años. “Tengo una cosa que me produce resquemor, dice Magone. Cuando mi alma se separe del cuerpo y se disponga a entrar en el Paraíso ¿qué deberé decir y a quién tendré que dirigirme?”. El retorno a la casa del Padre es el final de una vida en la que el pensamiento y el encuentro con Él, en filial e Intimo abandona juvenil, es la regla constante. Se ha esfumado toda idea de una religión dominada por el escrúpulo y la angustia, como si se tratase de un tormento irracional y farisaico. La confesión, “carnificina animarum”, en las manos de Don Bosco, tan sabias, se convierte en algo bien distinto a una anticuada cuestión polémica... Los chicos acuden a él en tropel como si estuviesen en el patio, pero de sus rostros desaparece la despreocupación propia del juego bullicioso y se hace presente la confianza serena, promesa de alegría explosiva, recobrada. La profunda amistad con el educador es un camino para que retorne una y otra vez la amistad sobrenatural con Dios. ¿Acaso no era éste el pensamiento dominante en las primeras visitas que hizo a las cárceles y al reformatorio? “¿Quién sabe —decía para su Capote— si estos muchachos contasen fuera de su encerrona diana con un amigo que se preocupase de ellos, que les asistiera, que les instruyera en la religión los días festivos... quién sabe lo que ocurrirla?... (M. 123). Religión y alegría Nadie debe asombrarse de que tratando de cuestiones religiosas prestemos atención a ciertas expresiones de la alegría como son el canto, la música, la participación activa y personal. La cosa viene ya de antiguo... En sus Memorias, Don Bosco recuerda aquel primitivo Oratorio de invierno de 1841-42: “En el transcurso de aquel invierno me dispuse a dar consistencia al pequeño Oratorio. Si bien mi intención era la de recoger exclusivamente a los chicos en condición más peligrosa —y preferentemente a los que habían conocido ya la cárcel— también invité a otros de buena conducta y algo instruidos para que me aliviasen de algún peso a la hora de reforzar la moralidad y la disciplina. Estos últimos me ayudaban a conservar el orden y hasta a leer y cantar alabanzas sagradas. Me di cuenta por entonces de que sin la difusión de libros de canto y de lectura amena nuestras celebraciones festivas hubieran sido como un cuerpo sin alma” (M. 128). El canto, la música, la mezcla de realidades gozosas con otras de más compromiso caracterizan inmediatamente los primeros encuentros de Don Bosco con los jóvenes e inspiran las festividades religiosas, procesiones, excursiones, peregrinaciones, paseos... “El lugar fijo, las señales de benevolencia del Sr. Arzobispo, las funciones solemnes, la música, el bullicio propio de un jardín de recreo, atraían a los chavales de todas partes”. (M. 174). Esta es una observación que se refiere a! año 1846 pero que se repetirá “in crescendo” en 1848 (M. 209), en 1852 (M. 233) y más adelante. Convicciones religiosas y método didáctico No nos referimos a una religiosidad superficial, desmañada, a la buena. Don Bosco es un apologeta y ha conservado desde sus estudios iniciales de teología el gusto por las “razones” y el convencimiento en materia religiosa. Quiere que sus muchachos tengan una fe luminosa, fundamentada en cimientos razonables, históricos, en un estudio fervoroso y sistemático. Sus primeras obras para los jóvenes son publicaciones de cultura religiosa, historia sagrada, eclesiástica, apologética, ascética. Son típicos sus “Avisos a los católicos”, sus “Fundamentos de la religión católica” (1850) que serán incluidos definitivamente en su Manual religioso para jóvenes conocido por “il giovane provveduto” (segunda edición en 1851). El biógrafo afirma expresamente: “En la catequesis cifraba el principio de la educación moral de sus golfillos”. (MB II, 148). Su programa era “catequizar a los chavales” (MB X, 64), en línea con el comienzo simbólico y real de la Obra de los Oratorios en aquel lejano 8 de diciembre de 1841 cuya primera piedra fue “una sencilla catequesis festiva en la iglesia de San Francisco de Asís”. (MB I, 240) En el Reglamento del Oratorio Festivo, al igual que en el elaborado para los alumnos internos, domina la preocupación constante por una cultura religiosa, regular, profundizada. Para los alumnos de cursos superiores de Valdocco, Don Bosco dispuso una lección semanal de cultura religiosa que estuviese a la altura de la edad y de la comprensión de aquellos alumnos. (MB VI, 205 y 209) Entra la tentación de afirmar que el santo educador, sin que neguemos el fervor del sentimiento religioso, estuviese animado por el espíritu “iluminista” de su siglo, a la búsqueda de claridad de ideas y de convicciones en la vida religiosa. Sus “Lecturas católicas” tienen precisamente la finalidad de ofrecer “libros buenos para alimentar el espíritu y los corazones con doctrina moral”. Don Bosco tuvo claramente presentes las exigencias de la psicología juvenil y de la didáctica religiosa: utilización de la fantasía, rechazo del abuso de la memorización abstracta y de la lógica pura, preocupación por trasplantar la verdad a la vida. A pesar de que el santo estuviese influenciado por las exigencias objetivas y ambientales de la “pietas” de su tiempo, intentó la profundización de la instrucción y de la vida religiosa de sus jóvenes. No es un inventor de nuevos caminos pero demuestra una viva sensibilidad para adoptar en la enseñanza religiosa métodos e ideas, propuestos por pedagogos contemporáneos como F. Aporti y el grupo de educadores promotores de la revista didáctica turinesa “L’educatore primario” (1845-1849) que él cita explícitamente. Encontramos una demostración irrebatible en la Introducción de uno de los primeros volúmenes publicados por él: “Historia Sagrada para uso de las escuelas. Útil para cualquier clase de personas, comentada con adecuadas ilustraciones”. (Compilato dal Sacerdote Giovanni Bosco. Turín. Tipog. Speirani y Ferrero, 1847.) Después de haber manifestado la preocupación de preparar una obra especialmente adaptada a los jóvenes, prosigue: “En cada página tuve siempre fijo aquel principio: iluminar la mente para hacer bueno el corazón y hacer popular dentro de lo posible la ciencia de la Biblia que es fundamento de nuestra santa religión, conteniendo los dogmas fundamentales resultando sencillo de esta forma el paso de la narración bíblica a la enseñanza moral, religiosa. Por este motivo no existe ninguna otra materia más útil e importante que ella. Los más sabios maestros inculcan que la Historia Sagrada sea enseñada con ilustraciones graficas relativas a los hechos que se contemplan. Igualmente en este caso se han incluido láminas y comentarios relativos a los hechos mas luminosos”. (Opere e scritti editi di Don Bosco, vol. I, parte I. Turin, 1929. A propósito de su Historia Sagrada, Don Bosco dice así en sus Memorias (Memorias del Oratorio, 185): “Con toda intención me puse a escribir una “Historia Sagrada para uso de las escuelas”. No podré garantizar que ml trabajo haya resultado elegante pero lo cierto es que lo he hecho poniendo a contribución toda mi buena voluntad al servicio de la juventud. Pretendí que mi libro no tuviese ciertos defectos que habla encontrado en otros textos semejantes: falta de lenguaje popular, hechos inoportunos, cuestiones pesadas y prolijas...) Sobre la puesta a! día de la enseñanza religiosa desde el punto de vista psicopedagógico, enseñanza que debe ser “veraz, moral, discreta”, Don Bosco trata en una inédita “advertencia en torno al uso que se debe hacer en las escuelas de los relatos sagrados traducidos a las lenguas extranjeras” inspirada, calcada de un trabajo semejante de Cristóbal Bonavino. (Ibíd.., pp. 19-22) En sus Memorias, Don Bosco recuerda uno de sus numerosos exámenes o pruebas escolares desarrollados ante verdaderas autoridades en el campo pedagógico: “Terminados algunos meses de clase, hemos ofrecido públicos exámenes de nuestra enseñanza festiva en los que los alumnos fueron interrogados sobre toda la materia de Historia Sagrada y la de geografía que estuvo a su alcance. El célebre abogado Aporti, el teólogo Pedro Baricco, el profesor Rayneri, fueron excepcionales testigos de estas pruebas y todos aplaudieron la experiencia” (M. 185). Don Bosco se injerta con su “pietas laeta” y luminosa en aquel humanismo que Bremond califica de “devoto” y que en San Francisco de Sales cuenta con el más conspicuo representante: un humanismo que es la traducción popular y universal del más aristocrático humanismo cristiano de Picco de la Mirándola, Sadoleto y Molina y que nuestro santo educador transforma en vivaz, interior y convencida religiosidad educativa juvenil. (H. Brémond, Histoire littéraire du sentiment religieux en France..., vol. I: L’Humanisme dévot (15801660). ParIs, 1921.) 8 La “escuela del trabajo” de Don Bosco 1. ORA ET LABORA La religiosidad pedagógica de Don Bosco no es partidaria del “pietismo”. Sabía perfectamente que tanto desde un punto de vista social como psicológico, una piedad juvenil que se redujese a un puro “devocionalismo” se consumiría en sí misma construyendo espíritus débiles, poco comprometidos, ociosos, inútiles para sí mismos y socialmente infecundos. Por otra parte la “charitas” de Don Bosco, la amabilidad, no puede convertirse en un vago sentimentalismo que se desentiende de los profundos intereses de los jóvenes, de su porvenir, de sus deberes de estado, de su vida presente y concreta. Trabajo educativo Por todo ello, el sistema de la razón, la religión y la amabilidad, desemboca necesariamente en una pedagogía del deber, más específicamente, en una auténtica “escuela del trabajo”. “¿No escuchamos cada día repetir a los cuatro vientos el grito de Trabajo, Instrucción, Humanidad?... He aquí que los salesianos abren en muchas ciudades talleres de todas clases, colonias agrícolas en Los campos, para adiestrar a los chicos en el trabajo, fundan colegios de ambos sexos, escuelas diurnas, nocturnas y festivas, oratorios con distracciones convenientes los domingos, para desbastar esas mentes juveniles y enriquecerlas con conocimientos útiles. Para los centenares y miles de pequeños huérfanos y abandonados que es preciso atender, surgen residencias y orfanatos, y patronatos. La luz del Evangelio y de la propia civilización liega hasta los extremos de la Patagonia y el empeño en la empresa es de tal calidad que lo de “Humanidad” no se queda solamente en palabras sino que se convierte en tangible realidad”. (Don Bosco a los Cooperadores y Cooperadoras de San Benigno Canavese (TurIín), 4 de junio de 1880. “Bollettino Salesiano”, julio 1880.) En otra intervención Don Bosco presentaba su acción regeneradora, civilizadora, educativa, sobre todo mediante sus escuelas y talleres como la “política” más concreta, provechosa. Política que no acaba siendo estéril y agotándose en luchas partidistas sino que está dirigida hacia una máxima e inmediata eficacia social. Aquellas eran palabras que escuchaba un auditorio familiar constituido, como todos los años, por antiguos alumnos suyos de Turín congregados para presentar a Don Bosco en el 24 de junio su agradecimiento y sus felicitaciones con motivo del día onomástico. “La obra del Oratorio en Italia, Francia, España, América y en todos los países donde ha comenzado a funcionar, empeñándose especialmente en provecho de la juventud más necesitada, tiende a ir consiguiendo que disminuya el número de los tunantes y vagabundos, de los pequeños malhechores y ladronzuelos, tiende a conseguir que las cárceles se vayan vaciando... Tiende, en una palabra, a formar buenos ciudadanos que lejos de ocasionar preocupación a las autoridades públicas les sirvan de ayuda para mantener el orden en la sociedad, la tranquilidad y la paz. Esta es nuestra política. De esta política nos hemos preocupado hasta ahora y seguiremos haciéndolo en el futuro”. (MB XVI, 291.) “El objetivo al que miramos es bien considerado por todos los hombres sin excluir a los que en materia religiosa difieren de nosotros. Si hay alguno que nos hace guerra, habrá que decirle que o no conoce suficientemente nuestro trabajo o no sabe bien lo que hace. Nuestra obra se dirige a la cultura, a la educación moral de la juventud abandonada o en peligro, para arrancarla de la ociosidad, de los malos pasos, del deshonor y hasta quizás de la cárcel”. (MB XVI, 290) Una vez más se advierte la sintomática coincidencia de preocupaciones, diagnostico y sugerencias terapéuticas entre nuestro eminente educador piamontés y el gran solitario de “S. Cerbone”. Este se expresaba de la siguiente manera en 1859: ¿Qué hacer con esa juventud ya enmohecida, tacaña, apestada?... Tener que curar las enfermedades es más penoso que prevenirlas. Cuando pienso en las que aquejan a esas pandillas de pícaros imberbes me quedo confuso sin saber qué pensar ni qué decir. Pero seríamos insensatos y hasta crueles si abandonásemos a esos desgraciados consintiendo que fuesen a parar a la cárcel después de haberse amargado tanto por esos campos y caminos... y además de equivocados lleguen a ser unos infames. Es preciso hacer algo: si ponemos manos a la obra algún bien conseguiremos. Las escuelas que como hemos dicho no bastan para encauzar a los chicos todavía no depravados, mucho menos Serían suficientes para traer al buen camino a los descarriados. Esta cuestión no podemos pasarla por alto. Si llamáis a la escuela a los chavales acostumbrados a valerse por si mismos, a vagabundear por ahí, a ser unos mangantes, se reirán delante de vuestras mismísimas narices. Pero si los reunís, voluntariamente o algo obligados, para ocuparlos en tareas útiles y agradables añadiendo a los conocimientos las prácticas manuales, no despreciarán la escuela que ya está a la altura de su edad y de su condición y será como un descanso en el trabajo sirviéndoles de gran ayuda”... (R. Lambruschini, 0. C.) Don Bosco, con una actividad genial y fervorosa, realizó sistemáticamente cuanto el educador toscano creyó que era sencillamente un sueño... La religión del deber No hay que pensar que la “escuela del trabajo” nace de puras motivaciones sociales. También este aspecto de su acción educativa se incluye dentro del vasto cuadro de su sistema pedagógico vivamente y totalmente penetrado de sentido racional, religioso y amable... El punto de partida es como siempre el dinamismo de la caridad religiosa y humana. Don Bosco educador reclama de sus alumnos un cristianismo abierto, generoso, ecuménico: integral hasta en sus elementos materiales, en el estudio, en el trabajo, en el deber, en la inserción en la ciudad terrena, en el compromiso de la profesión dentro de la sociedad humana. Educativamente, para sus jóvenes, tan necesitados de ser encauzados en la vida, no hay distinción en la llamada enérgica y explícita entre el altísimo imperativo de la oración y la entrega concreta, atenta, continua, a! trabajo y al estudio. “Si hubiese entre vosotros compañeros que no quisieran estudiar prefiriendo la poltronería, a pesar de los sacrificios de vuestros padres, de los superiores que hacen todo cuanto esto en sus manos para ayudaros, a pesar de los buenos ejemplos que recibís de vuestros condiscípulos, ¡qué rigurosa cuenta tendrían que dar a Dios por no aprovechar el tiempo que tienen a su disposición! El Señor nos pedirá cuenta hasta de un solo minuto perdido. Figuraos lo que sucederá con esos que pierden las medias horas, las horas enteras, los estudios completos sin dar golpe”... (MB VI, 353. “Buenas Noches”, 16 de diciembre de 1859. El motivo de la vagancia vuelve en otras características .”Buenas Noches” en las que el tema religioso está íntimamente ligado al del empeño concreto en las propias obligaciones. “Hoy comienza el mes de San José. Me gustaría que lo celebraseis con fervor... No quiero que hagáis ayunos ni obras extraordinarias... Os diré cómo quiero que honréis a San José. En el Oratorio existen numerosos holgazanes. No quiero decir que la mayor parte de vosotros lo seáis. Pero recalco que el número de ellos es considerable. Sé que la inmensa mayoría sois diligentes en vuestros deberes y me pongo muy ancho cuando considero que en el Oratorio existen muchachos excelentes dispuestos a hacer lo que deben. Por consiguiente os sugiero para honrar a este santo que seáis exactos y diligentes en clase, en estudio, en la iglesia, en el comedor, en los dormitorios... Y si alguno se descuidó en este aspecto en el pasado, procure arreglarlo en el futuro”. (MB VIII, 46-47. “Buenas Noches”, 19 de febrero de 1865.) Los Reglamentos codifican esta espiritualidad pedagógica, dinámica, positiva, enemiga de melindres, de menudencias educativas y pedagógicas que solamente consiguen fomentar jóvenes viciosos y sin ideales. El santo de la alegría, del deporte, del canto, no concibe ciertamente la vida de sus jóvenes como un constante juego de prestidigitación... “Queridos jóvenes, el hombre ha nacido para trabajar. Adán fue colocado en el Paraíso terrenal para que lo cultivase. El apóstol Pablo afirma: el que no quiere trabajar que no coma. — Por trabajo se entiende el cumplimiento de los deberes del propio estado, sean de estudio, arte u oficio. — Mediante el trabajo os podéis convertir en personas beneméritas de la sociedad, de la religión, y beneficiar a vuestra alma especialmente si ofrecéis a Dios vuestras ocupaciones diarias... — No olvidéis que estáis en una edad que es la primavera de la vida. Quien no se habitúa al trabajo siendo joven, las más de las veces llegará a la ancianidad siendo un holgazán como deshonra de la patria y de la familia y quizá con daño irreparable para la propia alma. Quien está obligado a trabajar y no lo hace roba a Dios y a sus superiores. Los ociosos, al final de su camino, conocerán un remordimiento muy grande por la vida que perdieron”. (Reglamentos de 1854 (MB IV, 748-749). Reeditados en 1877, parte 2.~, cap. 5: “Sobre el trabajo”). Esta confianza en la eficacia redentora y educativa del trabajo, entendido no como un entretenimiento sino como un deber individual y social en el que hay que empeñarse, ha inspirado la obra de Don Bosco desde los comienzos del Oratorio. El sacerdote educador, intuyó rápidamente que para los jóvenes pobres, abandonados y en peligro, no bastaba una pura asistencia religiosa dominical desarraigada de la vida: debía ser, por el contrario, integral, concreta, articulada a lo largo de la semana, en el trabajo, en la seriedad de los compromisos y responsabilidades profesionales, de la sumisión y la dependencia, de la colaboración, en las cuestiones relacionadas con la justicia. “Entonces fue —escribe en sus Memorias— cuando palpé con mis propias manos que los chicos que salen de la cárcel, si encuentran una mano dadivosa que se cuide de ellos, los asista en los días festivos, busqué la forma de colocarlos bajo la dependencia de un honrado patrón, y sean visitados alguna vez durante la semana, se convierten a una vida honrada, olvidan su pasado y llegan a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos” (M. 127). El mismo significado tienen las visitas que Don Bosco hace a sus muchachos en su ambiente laboral, indicando la íntima conexión entre todos los elementos educativos de forma sobresaliente entre la religión y el trabajo cotidiano: una verdadera consagración religiosopedagógica del deber y de la fatiga de todos los días. “Los días festivos —continúan sus Memorias— los empleaba totalmente en atender a mis muchachos. A lo largo de toda la semana iba a visitarlos en medio de sus quehaceres en fábricas y oficinas. Esto les producía gran satisfacción al comprobar que un buen amigo se preocupaba de ellos. También agradaba a los responsables que bajo su disciplina aceptaban gustosos a muchachos atendidos durante la semana y más todavía en las fiestas que son días de mayor preocupación”. (M. 130). 2. LAS ESCUELAS PARA LOS JÓVENES TRABAJADORES Pero Don Bosco no se limitó a una intervención de mera “asistencia”. Poco a poco él mismo creó las escuelas de trabajo para los jóvenes en función de una educación material y formalmente integral comenzando por las escuelas dominicales y nocturnas y llegando hasta las de artesanía y profesionales. Escuelas dominicales y nocturnas R. Lambruschini, en una Memoria titulada “Sobre la instrucción del pueblo”, afirmaba ya en 1831: “La profesión, que proporciona el sustento a! trabajador, constituye forzosamente su primer pensamiento, su primera preocupación. La instrucción que se le proporciona debe perfeccionarlo y dirigirlo en ese sentido. Del mismo modo nuestra enseñanza debería ser de artes y oficios. Las ciencias, gracias a Dios, hoy día están enfocadas sabiamente hacia la utilidad práctica. No existe profesión, no existe fabricación alguna, que no pueda recabar innumerables auxilios de la física, de la química, de la mecánica, de la geometría... Esta parte positiva, usual, de las teorías científicas, y de las bellas artes, enseñada con claridad, sobriedad y oportunidad, sería preciosa para el pueblo, ya que le haría más ágil el ejercicio del oficio para el que se siente dotado y haciéndolo más perfecto y productivo lo convierte en más provechoso hasta el punto de trocar un trabajo manual en un continuo ejercicio de la mente”. (R. Lambruschini, Scritti politici e di istruzione pubblica. Y señala luego como modesto intento “la escuela festiva” fundada por él mismo en “Figline di Valdarno” para los artesanos “donde se enseña el dibujo lineal aplicado a las artes, la perspectiva y algunos conocimientos elementales de geometría y de mecánica”. (Ibid., p. 445.) Idéntica idea, acompañada por una inmediata voluntad de realización, domina la mente y la vida de Don Bosco. Las Memorias abundan en informaciones y datos precisos sobre los primeros años de acción educativa. Invierno de 1845-46. Don Bosco consigue dar por fin una cierta estabilidad —aunque no definitiva— a su Oratorio alquilando tres locales de la casa Moretta. Nacen las clases nocturnas. “Allí transcurrieron cuatro meses y aunque estábamos algo angustiados por los locales nos alegraba poder recoger siquiera a nuestros alumnos, proporcionarles alguna instrucción y comodidad al menos para confesarse. En aquel mismo invierno comenzamos las escuelas nocturnas. Era la primera vez que por nuestras tierras se hablaba de tal género de escuelas. Lógicamente se levantaron muchos comentarios, unos a favor y otros en contra” (M. 151). “Pero las clases dominicales y nocturnas de lectura para analfabetos, de forma especial con intención catequística, habían empezado algún año antes” (M. 182-183). Mayor desarrollo cobran más tarde estas escuelas con una marcada orientación profesional. Animados por los progresos conseguidos en las clases dominicales y nocturnas, en la lectura y en la escritura, añadimos las clases de aritmética y dibujo. Era la primera vez que en nuestras tierras se daban tales clases. Se hablaba de ellas por todas partes como si se tratara de una gran novedad. (Hablando de la novedad de estas escuelas, Don Bosco, naturalmente, se refiere al ambiente conocido por él y a las políticas que en Turín por aquellos años estallaban en el aire entre conservadores y sospechosos de liberalismo. Una carta del Sr. Ab. Ferranti Aporti sobre las Escuelas Festivas en Lombardía (1833) documenta la existencia en Cremona de escuelas y clases de dibujo y de enseñanza elemental para artesanos ya en 1822-1823. Contemporáneamente se señalan escuelas nocturnas en otras ciudades italianas: Mantova, Como, Bergamo, Milán. Cir. la Memoria statistica ya citada de G. Sacchi.) Muchos profesores y distintas e ilustres personalidades nos visitaban con frecuencia. El mismo municipio, con el Sr. Duprè a la cabeza, envió a propósito una comisión encargada de comprobar si los celebrados resultados de las escuelas nocturnas eran verídicos. Ellos mismos preguntaban sobre contabilidad, pronunciación, expresión dramática y no salían de su asombro viendo que muchachos analfabetos hasta los dieciocho y veinte años de edad pudieran en pocos meses avanzar de aquella forma en el campo cultural y educativo. Al ver un número tan considerable de chicos mayores que en lugar de andar sin rumbo por esas calles se reunían al anochecer para atender, a la propia formación, aquellos señores se marchaban llenos de entusiasmo” (M. 185-186). En particular, con vistas a la enseñanza de la aritmética y del sistema métrico en concreto, Don Bosco prepara el año 1846 un opúsculo titulado “El sistema métrico simplificado” (M.188). En 1850 funda la “Sociedad de Ayuda Mutua”, con intenciones providencialistas y caritativas, destinada a los jóvenes obreros. Esta fundación se encuentra documentada en un folleto con este encabezamiento: “Sociedad de Ayuda Mutua de algunos componentes de la Compañía de San Luis fundada en el Oratorio de San Francisco de Sales”. Encontramos a este respecto una noticia en las Memorias: “A primeros de junio del mismo año se dio comienzo a la Sociedad de Ayuda Mutua con el objeto de impedir que nuestros muchachos fuesen a inscribirse a la sociedad llamada de los obreros, la cual desde un principio propagó unos fundamentos muy poco religiosos. Más tarde nuestra misma Sociedad se convirtió en Conferencia aneja a San Vicente de Paúl que todavía perdura” (M. 233-234). Escuelas profesionales y artesanas Sería prolijo entretenernos con la historia de los orígenes y del desarrollo de las Escuelas Profesionales Salesianas. Como hemos visto, razones morales y pedagógicas convencieron pronto a Don Bosco de la necesidad de transformar el primitivo externado de Valdocco en un internado con aulas anejas para artesanos. Tras un trabajo de diez años, en 1863 Valdocco contó con una hermosa escuela, completa en sus estructuras fundamentales, donde aprendían su oficio tipógrafos, encuadernadores, herreros, carpinteros, zapateros y sastres. El Reglamento tiene en cuenta a los alumnos y también a los maestros. Veamos: “Por la mañana, acabadas las prácticas de piedad, cada alumno tomad el desayuno sin alborotar, dirigiéndose inmediatamente con orden a su taller respectivo sin pararse a charlar o distraerse de otra forma procurando que todo esté a punto en sus ocupaciones... Al asistente y maestro de taller se les debe sumisión, obediencia, considerándolos como superiores, usando gran atención y diligencia en el cumplimiento del deber y en el aprendizaje de ese oficio con el que a su debido tiempo habrá que ganarse el sustento de cada día... Está prohibido en los talleres beber vino, jugar, bromear. Hay que trabajar y no divertirse. Piensen todos que el hombre ha nacido para el trabajo y que solamente quien trabaja con amor y constancia logra la paz del corazón y convierte en suave la fatiga”. (Reglamento, parte 2ª., cap. 7.) “El maestro tiene La incumbencia de encauzar a los chicos en el oficio que los superiores de la casa le hayan asignado. Deberá distribuir el trabajo a sus alumnos de forma que ninguno esté desocupado. Su principal deber es La puntualidad a la hora de entrada, con objeto de ocupar enseguida a los alumnos impidiendo desórdenes, charlas inútiles y juegos. Nunca hará contratos con los jóvenes de la casa ni se comprometerá en trabajos profesionales elegidos por su propia cuenta y riesgo ni atenderá a tareas extrañas al trabajo de su taller”... (Ibíd.., parte 1ª., cap 7) En 1886, dos años antes de la muerte de Don Bosco, fue elaborado con treinta años de experiencia el documento fundamental que fija la orientación pedagógica, didáctica y técnica de las Escuelas Profesionales Salesianas. Sus directrices formuladas bajo el control y la aprobación del santo educador y comunicadas por él oficialmente a los miembros de su Congregación, constituyen una especie de “carta magna” de las Escuelas Profesionales Salesianas también para el futuro sin que descartemos la posibilidad de convenientes retoques y adaptaciones. La introducción de este documento es una feliz síntesis de los objetos educativos integrales de estas escuelas y contempla su problemática vasta y compleja. “El fin que la Pía Sociedad Salesiana se propone al acoger y educar a estos jovencitos artesanos, es el de potenciarlos de tal forma que, una vez cumplido su aprendizaje y ya fuera de nuestras casas, hayan podido dominar su oficio con el que honradamente ganarse el pan, hayan sido instruidos en la religión y estén en posesión de los conocimientos científicos oportunos para su estado.” “Consiguientemente debe ser triple la orientación que debe tener su educación: religioso-moral, intelectual y profesional”. (MB XVIII, 700) Por lo que se refiere a la orientación religioso-moral se echa mano de los conocidos principios y medios de la educación cristiana y del sistema preventivo. El segundo y tercer aspecto, armonizados con arreglo a una formula característica, definen la postura particular de las Escuelas Profesionales Salesianas frente a otros tipos paralelos de escuelas. Se destacan de la primitiva escuela artesana con la introducción acentuada de una cultura general apropiada y de una específica preparación cultural técnica. Reserva un lugar de preferencia para el trabajo, para las tareas del taller que acaparan al menos una mitad del horario escolar diario. Por lo que se refiere a la formación intelectual está viva la preocupación porque “los alumnos artesanos adquieran en su aprendizaje profesional el bagaje de conocimientos literarios, artísticos, científicos, necesarios”. Sin olvidar algunas materias especiales, como el dibujo, la lengua francesa, etc... (MB XVIII, 701) La orientación profesional aparece más cuidada y estudiada. Se establece que “se clasifiquen los chicos tras haberles sometido a un examen de prueba y se confía su formación a maestros prácticos, experimentados”. (MB XVIII, 701) Este sector de las Escuelas Profesionales encuentra en el documento citado las propias orientaciones características. Se trata de una página que nos parece digna de ser citada íntegramente. Algunas determinaciones han sido suficientemente superadas por la misma práctica salesiana. “No es suficiente que el alumno artesano conozca bien su profesión. Para que pueda ejercerla provechosamente es necesario que adquiera el hábito en los distintos trabajos y los realice con desenvoltura. Habrá que tener en cuenta lo siguiente: — Atiéndase cuanto sea posible a la inclinación, a los gustos, de cada chico a la hora de elegir su camino profesional. — Para que en nuestros talleres se lleven a cabo los distintos trabajos con perfección, es preciso elegir hábiles y honrados maestros. No importa que sea preciso un esfuerzo económico. El jefe de estudios y el maestro de taller hagan pasar progresivamente al alumno por toda la serie de trabajos o ejercicios que constituyen la totalidad de los cursos o grados, de forma que al acabar el currículum conozca y posea en su complejidad el ejercicio de su especialidad. — No puede determinarse el tiempo del aprendizaje puesto que no todas las especialidades exigen la misma duración para ser asimiladas por los jóvenes. Pero como regla general puede fijarse un periodo de cinco años. — Con ocasión del reparto de premios se haga anualmente en todas las casas de formación profesional una exposición de los trabajos realizados por nuestros alumnos y cada tres años una general en la que participen todas nuestras casas de artesanos. Para obtener habilidad y desenvoltura en el desarrollo del trabajo ayudará a: a) dar a los alumnos semanalmente dos notas distintas: una de trabajo, otra de conducta; b) distribuir el trabajo a destajo fijando un tanto por ciento para el joven según un sistema preparado por la Comisión encargada”. (MB XVIII, 702) En las Escuelas Profesionales Salesianas el trabajo no se concibe como puro instrumento didáctico o pedagógico. Tampoco “se juega” a trabajar. Nos encontramos ante un serio y auténtico aprendizaje donde no se “orienta” al trabajo sino que se enseña a trabajar, se enseña un trabajo preciso, bien determinado, con vistas a una especialización profesional con todo el sentido de la responsabilidad, incluso económica, que un joven puede y debe sentir. Y (añadamos por nuestra cuenta) con una viva y práctica sensibilidad social... Don Bosco declaraba en 1883 a un periodista “Estas obras no solamente deben sostenerlas los católicos “viribus unitis” sino todos aquellos hombres que se toman a pecho la moralidad de la juventud. Los humanistas, los filántropos, deben interesarse no menos que los que se profesan cristianos. Ahí está el único medio para preparar Un porvenir más halagüeño a la sociedad”. (MB XVI, 67) 3. RENOVACIÓN DIDÁCTICA Esta vigorosa concepción y actuación de la “escuela del trabajo” que, según nuestra modesta opinión, no tiene nada que envidiarle a Kerschensteiner (y quien tenga una experiencia viva de una escuela profesional salesiana se convencerá de ello muy fácilmente) puede considerarse como símbolo de la fuerza renovadora que Don Bosco hubiera ciertamente impreso a las técnicas de enseñanza si el enorme trabajo organizativo, educativo, no se lo hubiera impedido. El primer biógrafo nos habla de métodos ingeniosos puestos en práctica por Don Bosco en la enseñanza del alfabeto, del sistema métrico decimal, de la Historia Sagrada, de la gramática latina. El camino de la intuición se compagina con el dialogo, con el mutuo aprendizaje, con dramatizaciones. (MB III, 397, 449.450, 579-619.) Es conocida sobradamente la aversión de Don Bosco hacia la lección magistral, pasiva, que se dirige a una porción Selecta del aula ignorando a la otra restante que permanece soñolienta, impermeable... El propone formas de “didáctica individual”. “Generalmente los profesores tienden a complacerse en sus alumnos más destacados en el estudio y en las dotes de ingenio explicando con la intención puesta en ellos... Yo soy del parecer justamente contrario. Me parece que es deber primordial de todo profesor que se precie de tal no perder nunca de vista a los menos dotados del aula, preguntarles con más frecuencia que a los otros, detenerse más tiempo en las explicaciones, repetir y repetir, mientras no tengan clara la cuestión de que se trata y adaptar los deberes de clase y las lecciones a su capacidad. Si el profesor no usa este método enseñará a parte de los escolares, no a todos. Para tener ocupados a los alumnos de mente más despejada se establezcan lecciones o ejercicios de supererogación premiándoles con puntos de aprovechamiento. Es preferible prescindir de lo accesorio a descuidar la atención de los más lentos. Las materias fundamentales amóldense enteramente a ellos”. (MB XI, 218) Se rechaza, pues, esa escuela que selecciona, que juzga, que condena. Se rechaza esa forma de preguntar como si el profesor fuera un juez o un policía, controlando, castigando... Se imponen la conversación, las formas dialogantes, la participación activa de los alumnos en el proceso didáctico. “Opino —dice Don Bosco— que se debe preguntar mucho. Si es posible no se deje ni un solo día sin preguntar a todos. De ello se derivan ventajas estupendas. Tengo la impresión de que algún profesor entra en clase, pregunta a uno o dos y sin más comienza sus explicaciones. Esta forma de actuar yo no la aprobaría ni siquiera en la Universidad. Preguntar, preguntar mucho, preguntar muchísimo. Cuanto más se haga hablar y participar a Los alumnos tanto mayor será el provecho”. (20 MB XI, 218.) Los tomos de las Memorias Biográficas recogen en abundantes citas las celebraciones académicas y las representaciones teatrales que a este respecto organizaba Don Bosco. También en este particular el santo revela la simpática y audaz mentalidad de apertura que caracteriza a toda su pedagogía, dotando a su obra y a su sistema de un aire inconfundible de juventud y modernidad. (Cfr.por ejemplo MB VI, 884. VII, 186-187. VIII, 121, 419, 782. XII, 136-137, 323-325.) 9 Notas conclusivas El sistema pedagógico de Don Bosco parece sustraerse a observaciones críticas... Probablemente a los escépticos de turno, a los críticos empecinados, Don Bosco repetirla aquella invitación que hizo al maestro Bodratto después de una larga discusión con vistas a realizar una directa y viva experiencia sobre su método. “Le invito ardientemente a conocer cualquier día una prueba palpable de la aplicación práctica de este método vigente en nuestras casas. Tiene libertad para visitarnos cuando quiera y espero que al final de la comprobación pueda asegurarme que cuanto le he detallado es experimentalmente el camino más seguro y práctico. (MB VII, 763.) 1. PEDAGOGIA “POPULAR” Y HUMANA La Introducción de su Historia Sagrada —de la que ya hemos hablado— puntualiza: “En cada página escrita por mí tuve siempre presente la preocupación de “popularizar”, de divulgar lo más posible el contenido de la Sagrada Biblia”. He aquí, a nuestro parecer, el carácter sobresaliente de toda la acción y concepción educativa, pedagógica, de Don Bosco: la preocupación por divulgar lo más posible la ciencia y la práctica de la educación, los métodos y procedimientos educativos, las relaciones entre educador y educando. Don Bosco, educador y pedagogo, es el hombre de las máximas y radicales simplificaciones. El ambiente educativo querido y creado por él es el menos burocrático y artificial que se pueda imaginar: la familia. La relación entre educador y educando no puede ser más sencilla e inmediata: la “amorevolezza”, el amor espontáneo y sobrenatural amasado todo él de buen sentido cristiano y de viva cordialidad humana, de simpatía, de amistad. Uno de los momentos “metodológicos” cruciales de la acción educativa es el que tiene lugar en el encuentro cordial, casual, que no ha sido preparado de antemano, que no tiene protocolos ni prolegómenos, durante el juego, en el patio, en la conversación. Nada de puesta en escena, de procedimientos extraños o costosos. Convivir en medio de los jóvenes ininterrumpidamente, dentro de un clima espontáneo y familiar, es la suprema formula para conocerlos, para captar su ternperamento, sus eventuales anormalidades y debilidades. Ni siquiera Froebel, inventor de aquel sistema sencillo, ingenuo, maravilloso, de los “Jardines de Infancia”, supo sustraerse a la maligna tentación de las lucubraciones dándonos a conocer la pesada y complicada obra teórica titulada “Educazione dell’essere umano”. Asimismo, Pestalozzi se ingenió para fundamentar filosóficamente sus luminosas intuiciones con los graves principios contenidos en “Mie ricerche sul processo della Natura nello sviluppo del genere umano”. ¡No digamos nada de Comenius y de Herbart! Don Bosco, a lo sumo, escribió “sueños”, biografías cortas, opúsculos de gran practicidad e inmediatez. En esas paginas se encuentra el no va más de su “teoría” pedagógica. Todo lo restante es algo vivido, imitable, al alcance de todos. 0 sea, pedagogía .”popular”. Sin necesidad de material costoso y complicado, a la altura de cualquier persona dotada de buena voluntad, sin refinamientos técnicos, apta para todo tiempo y ambiente, ésta es una pedagogía de las más llamadas a convertirse en “pedagogía de todos”. Hace falta aire libre, hace falta espacio, mejor si es abundante. Hacen falta campos de juego, una plaza, un prado, un camino... Y si todo esto falta, basta con la dilatación de los espacios de la bondad y del corazón, los espacios de la “amorevolezza”. Busquemos a un educador capaz de contar una fábula, una historieta, que siembre alegría con sus chistes y bromas, que logre entretener con algún juego de manos... El resto caerá por su peso o mejor será fruto de sus intenciones seriamente constructivas y formativas. Precisamente por ser popular, la pedagogía de Don Bosco alcanza a buenos y malos, a ricos y pobres, a estudiantes y obreros. Es pedagogía masiva y singular, como ocurre con el popular Oratorio Festivo y con el coloquio personal, que son dos formas educativas bien diferenciadas. Pedagogía “humana”. Sentido común, ausencia de fanatismos, de exageraciones, de abstracciones, dominio de lo que es razonable. Es una pedagogía que tiene en cuenta a “este” muchacho, tal como es, en su humanidad concreta, en la totalidad y originalidad de sus intereses. Para hacer más educativo y eficaz el Ejercicio de la Buena Muerte (retiro mensual en el que los jóvenes eran invitados a reflexionar seriamente sobre los “máximos problemas” y a pensar en su .”destino eterno”), Don Bosco no dudaba en alegrar el humilde desayuno con una hermosa loncha de jamón o de mortadela. Ya era gran cosa que consistiera en pan solamente... Esta argucia pedagógica no pasaba desapercibida para los chavales. Cuando llegaban las fiestas solemnes, en medio de un ambiente de gran fervor religioso, nunca faltaba la expectación, confirmada en las “Buenas Noches” de la víspera, de un almuerzo más abundante, más reconfortante... Una pedagogía buena, humilde, como de andar por casa, que intenta eliminar lo más posible las distancias, la formación en filas, los esquemas rígidos, inflexibles... Pedagogía que forma espíritus profundos, jóvenes y adultos de gran entereza, sin muchos ribetes y perifollos, jóvenes auténticamente santos. Hay un solo camino. Mientras más lineal y rápida se hace esta ruta con tanta más seguridad y decisión se divisa y se consigue la meta, donde se encuentran la verdad, el amor, el deber, la Gracia. 2. CONFIANZA EN EL EDUCADOR MientraS más sencillo es el método tanto más exigente es Don Bosco con el educador y mayor es la confianza que en él deposita. Se podría afirmar que el método de Don Bosco se confunde, se identifica, con la persona del educador. El opúsculo sobre el Sistema Preventivo (segunda edición) concluye con un acto de fe en sus recursos interiores, en su potencia espiritual: “éstos son los artículos preliminares de nuestro Reglamento. Pero a todos resulta indispensable la paciencia, la diligencia y la frecuente oración sin lo que resultarla inútil cualquier Reglamento”. La figura del educador campea en el centro de la metodología educativa de Don Bosco. No con una finalidad represiva, sino al servicio del educando, consagrado a él totalmente. La constante presencia física es importante. Sin esta presencia ininterrumpida en medio de los muchachos, la obra de Don Bosco podría parecer una simpática “ciudad de los muchachos” perdiendo su característica de constituir una “familia”. No se trata de una mera cuestión disciplinar. Sino de una presencia amorosa, la de una persona que ha aceptado, como gozo y misión de su vida, el estar siempre entre los jóvenes, incluso cuando llega el cansancio o momentáneamente se puede perder la confianza en ellos. Presencia de una persona que ama, que convence a los jóvenes de que siempre su alegría mayor consiste en conversar y jugar con ellos sin olvidar que el deseo de gozar de un poco de tranquilidad, descanso o soledad, se hace sentir por dentro... La presencia: éste es el mayor, el mejor, de todos los métodos, de todos los recursos pedagógicos. Estos pueden faltar ocasionalmente, pero es un mal incomparablemente menor que la ausencia del educador. Pero es que incluso estando en posesión de los mejores métodos, es la persona del educador la que les infunde alma y gracia. El “estilo” educativo de Don Bosco está auxiliado más del espíritu interior que de contribuciones externas. La religión, la razón y la “amorevolezza” no son cosas, no son instrumentos. Depende del educador solamente su sentido y su valla en el campo educativo con la impronta particular que Don Bosco quiso y que imprimió a su vida. Esta “personificación” del método se ha dado sobre todo y en grado eminente en el artista que la ha creado. Podríamos concluir en este caso afirmando que es una tontería buscar su método en ésta o en aquella teoría, en ésta o en aquella forma de proceder. El método está por dentro del educador que concreta y fervorosamente sabe encarnar, intuir, revivir, los sentimientos, las intenciones, las ideas, la santidad, de Don Bosco. Difícil y noble empeño... Pedagogía .”personal”, no libresca ni de laboratorio. 3. EL “CLIMA” EDUCATIVO Pero no vayamos a, desintegrar de esta manera el sistema de Don Bosco privándolo de sus partes constituyentes. Aun cuando pongamos el acento sobre el alma y la causalidad intrínseca constitutiva del sistema, no perdamos de vista por ello las “condiciones” materiales más obvias en las normales situaciones que encontramos en la práctica. El sistema bosquiano no se agota en la creación de relaciones personales entre educador y educando, en la solicitud individual por el muchacho. También busca la forma de crear un “clima”, un “ambiente” ya de por si formativo para la masa o para muchos jóvenes. Es una “conditio sine qua non” para el desarrollo de la educación personal. Todo ambiente característico se construye con la convergente dosificación equilibrada de múltiples y diversos elementos, todos necesarios para la funcionalidad e integridad del todo. Suprímase de una casa salesiana la música, el teatro, el canto, pensando que no se trata de elementos educativos esenciales: no se comprometerá ciertamente la eficiencia educativa de la institución pero no puede asegurarse que esa educación goce del estilo del sistema preventivo de Don Bosco. Paralelamente nadie sostendrá la tesis de que el juego y el patio, etc., sean condiciones imprescindibles de cualquier educación cristiana. Pero una institución educativa sin estos elementos, aunque se consigan robustas personalidades cristianas, no puede considerarse que está organizada con el sello y el método de Don Bosco. Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero la conclusión no es discutible. El “sistema” de Don Bosco está esencialmente construido también por un “clima” para el que se necesita la contribución de varios y bien determinados elementos materiales —que hemos recordado en nuestra exposición— de los que impunemente no podríamos prescindir pretextando que se trata de cosas insustanciales. Una obra de arte (y el sistema de Don Bosco es una obra de arte educativa muy concretamente) no. solamente se preocupa de respetar las reglas fundamentales de la técnica, de la gramática, de la sintaxis... Admite elementos extracientíficos que constituyen más especialmente un estilo, como esos detalles al parecer insignificantes: un claroscuro, una disonancia, un adorno fantástico. ¡Ay si tuviéramos que teorizar excesivamente sobre el estilo educativo de Don Bosco! Correríamos el riesgo de reducirlo a la mínima expresión, dejándolo vacío, deformado... ¿Acaso no ha unido él la eficacia educativa de los Salesianos a un “menos” que es lo “más” para los muchachos? No debe perderse el sentido de la proporción, de la perspectiva... Todo ha de enfocarse a la luz de los ideales, ciertamente. Pero siempre desde el ángulo visual juvenil, el ángulo de sus intereses, de su mentalidad, de su capacidad. Patio, deporte, teatro, excursiones, grupos juveniles, canto, música, convivencias cordiales, no son, pedagógicamente hablando, cosas sin importancia, banalidades, por más que un adulto tenga infinitas cosas más serias que ofrecer a los chicos. Hemos tenido un ejemplo en la “amorevolezza”. Ay si se convirtiera solamente en grave y enrarecida caridad teológica y no fuese sensible y sentida cordialidad afectuosa y delicada! 4. LA ASISTENCIA Por razones parecidas hay que considerar la asistencia como algo esencial al sistema de Don Bosco, con la doble finalidad preservativo-protectora y contructivo-personalizadora. Educación protectora Don Bosco no condena otros sistemas educativos. Según su criterio hasta el represivo puede adaptarse a particulares categorías de personas. Con todo, Don Bosco no hace suyo absolutamente cualquier sistema que directa o indirectamente se dedique a poner a prueba a los jóvenes. También Don Bosco conoce unos comienzos limitados. Son conocidas las observaciones que da a algunos sacerdotes en una conversación del 30 de junio de 1862 a propósito de crisis juveniles de fe y de pureza. Don Bonetti cuidadosamente las anota en su Crónica: “Es preciso pertrechar a los chicos para cuando lleguen a los diecisiete o dieciocho años. Hay que decirles: —Mira, ten cuidado, porque se acerca una edad peligrosa para ti. El Maligno prepara sus trampas para hacerte caer. En primer lugar te convencerá de que eso de la comunión es propio de gente menuda y que basta con que te acerques alguna que otra vez... Luego hará todo lo posible para alejarte de la palabra de Dios, procurando que te produzca aburrimiento. También te hará creer que ciertas cosas no tienen nada de pecaminosas. Habrá que tener cuidado con los compañeros, con el respeto humano, con las lecturas, con las pasiones desordenadas. Atención: no permitas que Satanás te robe esa paz, esa limpieza del alma que ahora te hace amigo de Dios... Los jóvenes no olvidan estas palabras. Cuando se hagan mayores y nos encontremos con ellos fuera del centro de educación, les podremos decir: —¿Recuerdas aquellas cosas que te dije hace tiempo? Contestarán: —Es verdad... Este recuerdo les hará mucho bien”. (MB VII, 192) Evidentemente simplificado, esquematizado, por el joven cronista, aparece con claridad un fundamental principio educativo formulado con palabras sencillas, características de Don Bosco: la necesidad de una orientación que señale el norte, que dé fuerzas para el camino. Pero esto no anula aquel otro principio firme, “preventivo”, según el cual la mejor profilaxis para Don Bosco la constituye el defender encarnizadamente a los jóvenes de las influencias deletéreas extrañas y conseguir su progresiva y positiva maduración personal. Si el muchacho es enérgicamente formado, las crisis y las sorpresas y las tempestuosas acometidas tendrán menos éxito... Estas son palabras de San Jerónimo: “Difícilmente se anula y se borra lo que las tiernas almas han asimilado. ¿Quién es capaz de devolver la primitiva blancura a una lana teñida de púrpura? El ánfora porosa conserva por largo tiempo el sabor y el perfume con los que fue enriquecida desde un principio”. La educación personal, uno a uno Pero la asistencia tiene valor sobre todo en función de la presencia educativa (es una característica del sistema preventivo que no debe olvidarse y que de hecho se olvida demasiado) que tiene en cuenta a cada chico en particular. Una visión superficial de la asistencia la convierte con facilidad en una profilaxis ambiental nada más, medio cómodo —para el educador pasota y poco fervoroso en su misión— de acallar la propia conciencia con la seguridad de que el orden está a salvo. Esta sería una de las más sutiles formas de traicionar el pensamiento de Don Bosco. Nuestro santo no redujo la influencia educativa a la creación en general de ambientes edificantes. Se preocupó seriamente de la relación personal con cada uno. Hay una escala en estas relaciones: para algunos será necesaria la dirección espiritual; para otros —la inmensa mayoría—, el encuentro del patio, del estudio, de la clase, sin especiales resortes pedagógicos. Impresiona considerar lo que Don Bosco cuidó estos encuentros personales imponiéndose increíbles sacrificios incluso mientras fue Fundador y Superior Mayor de la Congregación Salesiana y le absorbían agobiantes problemas de índole general, lejos de Valdocco. Nos sorprende la forma con la que Don Bosco llevó a la práctica esta asistencia que es una presencia que afecta a todos y a cada uno: “buenas noches”, palabras al oído, avisos, cartas colectivas, cartas dirigidas a grupos concretos desde lejanas distancias, billetitos, permanencia en el patio durante los recreos, coloquios, entrevistas.-. Todo esto cobraba para Don Bosco un peso y una categoría propios de las grandes empresas. Ningún éxito económico u organizativo hubiese compensado un solo fallo en el campo educativo. Y es que Don Bosco quería sobre todo y en todo tiempo ser educador. 5. EN EL CAMPO PRÁCTICO Brota naturalmente una pregunta: — ¿Esa “prepotencia” del educador, esa presencia continua, no amenaza con convertirse en una influencia que sofoca, que agobia, aunque sea paternal y afectuosa? No debemos disimular ese peligro de que el estilo fraternal, paternal, del educador pueda degenerar en un “paternalismo” antipático, aplastante, en manos de educadores que están bien lejos de alcanzar la talla de Don Bosco. El alumno sentirá que se le trata como un eterno niño, irresponsable, inmaduro, incapaz de tomar iniciativas personales, de emitir juicios rectos. El educador piensa amablemente en todo... El Director es el padre insoportable y deprimente, que no confía en sus hijos, que todo lo controla y dispone de antemano. El asistente es el pedante y celoso preceptor que no consiente un instante de respiro a sus pupilos... No es éste el estilo de Don Bosco. A este propósito, además de una cantidad ingente de ejemplos de vida práctica, podemos ofrecer un documento significativo en aquella página de la “Historia del Oratorio de San Francisco de Sales” escrita por Don Bonetti y que dice así: “El sistema introducido y practicado por Don Bosco en la educación de la juventud, además de estar en conexión con la razón y la religión, parecía asimismo con conforme con el espíritu de los tiempos que corrían. Un grito de protesta se elevaba desde Italia y fuera de ella por aquellos años en contra de los gobiernos absolutistas. Sobre todo las lamentaciones iban dirigidas reaccionando contra las severas medidas con las que generalmente se gobernaba al pueblo y se administraba la justicia... Estas aspiraciones del pueblo de tener unas formas de gobierno más benignas, compartidas por sus respectivos Príncipes, hacían que los jovencitos exigieran a su vez de sus superiores una dirección más afectuosa y paternal”. (“Bollettino Salesiano”, octubre 1880.) Más que consideraciones teóricas sería sencillo ofrecer abundantes ejemplos del campo práctico, en el que aparece Don Bosco como un precursor de nuevos caminos, como Un cultivador de antiguos métodos dotados de nueva vida en sus manos si bien no presentando técnicas particulares para resolver ci problema de las relaciones entre educador y educando. ¿Acaso no es el mismo Don Bosco quien recomienda al Director que aquellas “Compañías” (grupos selectos de formación) existentes en el colegio se considerasen como “obra de los jóvenes” con una relativa autonomía de funcionamiento y de iniciativa? En este asunto será preciso apelar a la sensibilidad y al tacto de educador mucho más que acudir a especiales recursos técnicos. Exactamente igual que en una familia: en ella resulta arduo el regular —y mucho más jurídicamente— las interferencias de la libertad personal de padres e hijos y el régimen de gobierno y de sumisión... También en este campo, la “amorevolezza”, sincera, generosa, no se debe separar del respeto por la pequeña personalidad en crecimiento del educando y ha de preocuparse vivamente del gradual desarrollo autónomo de la inteligencia y de la voluntad. Defendemos que Don Bosco siempre estaría dispuesto a posteriores adaptaciones y ensanchamientos de sus puntos de vista sin abandonar la defensa básica del trinomio clásico razón-religión“amorevolezza”, ni los elementos formales y materiales que pertenecen a la esencia de su visión educativa. Su sistema educativo es tan juvenil, tan fresco, tan rico, que por principio niega cualquier postura o fidelidad a ultranza que pueda significar fosilización, sordera, indiferencia frente a exigencias o instancias individuales o sociales justas y “razonables”. Nos gusta pensar en un Don Bosco enemigo acérrimo por naturaleza y temperamento de las <sectas>’ también pedagógicas, de las posturas fosilizadas e inmovilistas. MÁS QUE DE UN SISTEMA, DON BOSCO FUE AMIGO DE LOS JÓVENES. ElLos estuvieron siempre en EL centro, en EL corazón, de su “caridad educativa”. BIBLIOGRAFÍA A. Fuentes escritas Don Bosco fue un hombre de acción. Pero no descuidó la cultura y fue un escritor fecundísimo particularmente volcado en el campo educativo. No es esto sólo. Como Fundador de una familia educadora, de ambos sexos, tuvo la preocupación de transmitir también por escrito sus ideas pedagógicas más queridas. Estos documentos escritos, junto con su vida, toda ella consagrada al trabajo concreto, son la fuente mejor a la que podemos acudir para ahondar en el estudio de su “sistema” educativo. 1. FUENTES DOCUMENTALES DE PRIMERA IMPORTANCIA a.- Un libro muy precioso de Memorias, escritas por Don Bosco mismo obedeciendo órdenes del Papa Pío IX. S. Giovanni Bosco, Memorie dell’Oratorio di S. Francesco di Sales dal 1815 al 1855. Turín. (Contiene introducCióll y comentariOS de Don Eugenio Ceria. Fue escrito entre 1873 y 1875. Permaneció inédito hasta 1946.) b.- Cinque lustri di storia dell’OratOrio Salesiano jondato dal Sacerdote D. Giovanni Bosco. Autor: GIovanni Bonetti. Turín. Poco a poco se fue publicando en el “Bollettino Salesiano” desde 1879 hasta 1886. Don Bosco vivía y aprobó el trabajo de Don Bonetti. c.- Memorie Biografiche. Diecinueve hermosos tomos con información de primera mano. D. G. B. Lemoyne, D. A. Amadei y D. E. Ceria, son sus autores. Por su extensión y riqueza de datos constituyen un auténtico tesoro. 2. DE CARACTER DISCIPLINAR Ricos en viva experiencia educativa y con formulaciones teóricas son los Regolamenti. Don Bosco los elaboró lentamente, “probando y volviendo a probar”. En 1877 se publican por primera vez en edición oficial después de celebrarse el primer Capítulo General El Regolamento dell’Oratorio di S. Francesco di Sales per gli Esterni se refiere a los Oratorios festivos y otras obras anejas como fueron las escuelas nocturnas y festivas. El Regolamento per le Case della Società di S. Francesco di Sales regula la vida de los colegios. 3. EL SISTEMA PREVENTIVO EN LA EDLICACION DE LA JUVENTUD Opúsculo que conoce su redacción definitiva juntamente con el 2.° Reglamento antes mencionado. - 4. OTROS DOCUMENTOS RELATIVOS AL SISTEMA PREVENTIVO — Ricordi confidenziali ai Direttori. Turín, Tip. Salesiana, 1875. — Lettera scritta da Roma a Valdocco. Turín, 10 de mayo de 1844 (MB XVII, 107-114). — Colloqui di Don Bosco con ii Ministro piemontese Urbano Rattazzi (MB V, 52-56) y con ii maestro Francesco Bodratto (MB VII, 761-763). — Storia dell’Oratorio. D. C. Bonetti. “Bollettino Salesiano”, 1882. 5. BIOGRAFÍAS Y NARRACIONES — Vita del giovanetto Savio Domenico allievo dell’Oratorio di S. Francesco di Sales. Turín, Paravia, 1859. — Cenno biografico sul giovinetto Magone dell’Oratorio di S. Francesco Di Sales. Ibid., 1861. Michele, allievo — Il Pastorello delle Alpi ovvero Vita del giovane Besucco Francesco d’Argentera. Turín, Tip. del Orat., 1864. — Biographie du jeune Louis Fleury Antoine Colle, par Jean Bosco prêtre, 1882. (Don Bosco esbozó esta biografía y fue encomendada para su redacción posterior al salesiano Don De Barruel.) (MB XV, 16.) — La forza della buona educazione. Curioso episodio contemporáneo. Turín, Paravia, 1855. — Valentino o la vocazione impedita. Episodio contemporáneo. Turín, Tipg. Sales., 1866. 6. OBRAS DE CONTENIDO EDUCATIVO RELEVANTE — La Storia Ecclesiastica ad uso delle scuole, utile per ogni ceto di persone... Turín, 1845. — La Storia Sacra per uso delle scuole, utile ad ogni stato di persone... Turín, 1847. — Ii Giovane Provveduto per la pratica dei suoi doveri, negli esercizi di cristiana piettà... Turín, 1847. — La Storia d’Italia raccontata alla gioventù, dai suoi primi abitatori sino ai nostri giorni... Turín, 1855. 7. CARTAS — Epistolario di S. Giovanni Bosco, vol. I desde 1835 hasta 1868. Turín, 1955. A cargo de Don Eugenio Ceria. B. Estudios y ensayos Algunos de los estudios más sobresalientes sobre la pedagogía de Don Bosco se encuentran en ediciones de mayor o menor relieve —en general para las escuelas— de sus escritos en torno a la educación y particularmente del opúsculo sobre el Sistema Preventivo. —San Giovanni Bosco, Il Metodo Preventivo. Introd. y notas de Mario Casotti. Brescia. La Scuola, 1940. —San Giovanni Bosco, Ii sistema educativo. Vigo G. Galati. MilanVarese, 1943. —AMADEI, Angelo, Don Bosco a il suo Apostolato. Turin, 1940, 2 vols. —AUFFRAY, Agostino, Una méthode d’éducation. Paris, 1924. a) La pédagogie d’un Saint. Lyon-Paris, 1930. b) La pedagogia di S. Giovanni Bosco. Turín, 1942. —BARBERA, Mario, S. J., San Giovanni Bosco educatore. Turín, 1942. —B0UQUIER, Henri, Don Bosco éducateur. Paris, 1952. —BRAIDO, Pietro, Ii sistema preventivo di Don Bosco. Turín, 1955. Il sistema educativo di Don Bosco. Turin, 1955. —BURG, Cäcilia, Don Bosco und seine Padagogik. Münster, 1948. —BRECKX, Louis, Les Idées pedagogiques de Dom Bosco. Paris. —CAVIGLIA, Alberto, Don Bosco. Profilo storico. Turín, 1949. —CERIA, Eugenio, San Giovanni Bosco nella vita a nelle opere. Turín, 1949. —CERRUTI, Francesco, Le idee di Don Bosco sull’educazione e sull’insegnamento e la missione attuale della scuola, 1886. Una trilogía pedagogica: Quintiliano, Vittorino da Feltre e Don Bosco. Roma, 1908. —CIMATTI, Vincenzo, Don Bosco Educatore. Contributo alla storia del pensiero e delle istituzioni pedagogiche. Turín, 1939. —ENDRES, Nikolaus, Die psychologische Begründung der Erziehungs-methode Don Boscos als Ursache seiner pädagogischen Erfolge. München, 1951. —FASCIE, Bartolomeo, Del metodo educativo di Don Bosco. Fonti e Commenti. Turin, 1928. —Fierro Torres, Rodolfo, La pedagogía social de Don Bosco. Madrid. Consejo de Investigaciones Científicas, 1949. El sistema educativo de Don Bosco en las pedagogías general y especiales. Madrid, 1953. —Giorljani, Domenico, La gioventù e Don Bosco di Torino, 1886. —Ricaldone, Pietro, Don Bosco educatore, 2 vols. Colle D. Bosco, 1951-52. —Zitarosa, Gerardo Raffaele, La Pedagogia di Giovanni Bosco. Nápoles, 1934. Pensiero e metodo di Giovanni Bosco. Documentazione ed analisi del “Metodo educativo di Don Bosco”. Roma, 1956. —Casotti, Mario, Il “sistema” di Don Bosco, 1957. La pedagogia di Don Bosco e il problema del metodo, 1957.
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