4 ARTE Y TÉCNICA DE DISCERNIR Avisos para animadores y guías vocacionales Madrid, abril de 2015 XXXVII Encuentro de Delegados Diocesanos de Pastoral Vocacional Madrid 28 y 29 de abril de 2015 Comprobar el equipamiento vocacional La idoneidad representa un criterio objetivo de discernimiento vocacional: la recta intención, como manifestación de una voluntad y de una decisión libremente tomada, no es suficiente para diagnosticar si existe o no vocación. El punto clave y necesario es que, aquel que se dice llamado, demuestre prácticamente la actuación de dicha intención por medio del desarrollo de las cualidades necesarias. Este conjunto de cualidades que se han de actuar es lo que denominamos con el concepto genérico de "idoneidad". La idoneidad para el ministerio ordenado es la aptitud para el mismo e incluye la posesión de unas cualidades reconocidas por la autoridad competente; puesto que la Iglesia supone que Dios da cualidades adecuadas al que llama a una misión1. Para el ministerio ordenado se requiere, pues, la capacidad de hacer una opción de vida definitiva y de desarrollar el servicio fructuosamente; esto implica entender las obligaciones inherentes al ser pastor al modo de Jesucristo, y tener la capacidad de desempeñar las obligaciones propias de un ministerio que demandan una cierta dureza de vida y requieren resistencia física, equilibrio y madurez. Esa aptitud general se presenta bajo un conjunto de cualidades que incluye salud física y psíquica, dotes intelectuales, madurez humana, madurez específica afectiva y sexual, y dotes humano-morales. La existencia de la llamada se expresa también en los dones de naturaleza y gracia recibidos (cf. Rm 12, 3). Estos dones son otorgados por Dios al llamado en orden a la vivencia de las exigencias de su vocación-misión. Su existencia garantiza la autenticidad de la llamada. Incluyen cualidades personales, el don de la gracia divina, dones carismáticos personales y virtudes sobrenaturales. La Iglesia llama a estos dones requisitos y permiten deducir la idoneidad del candidato. Se han de examinar y cultivar de manera global. 1. Rasgos de idoneidad Por él agrupamos los niveles físico, psíquico, intelectual, espiritual y moral del sujeto en orden a que pueda desempeñar las exigencias objetivas de su vocación-misión. En términos clásicos, el juicio de discernimiento sobre la idoneidad tiene por objeto determinar - de modo fundado sobre razones objetivas - si existe en el sujeto una naturaleza apta para la gracia. a. Aptitud física o salud. La aptitud física se refiere a que los candidatos deben ser sanos: que tengan buen desarrollo físico, salud actual suficientemente buena y ausencia de predisposiciones congénitas familiares (cf. OT 6). Se trata, pues, de que sean personas saludables y robustas, que posean un adecuado 1 Según SANTO TOMÁS, STh. III q. 27 a. 4c (cf. 2Cor 3,6); citado por F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 112 1 desarrollo anatómico-fisiológico, carentes de taras físicas o enfermedades que puedan dificultar gravemente su ministerio en su dimensión sacramental y en la dimensión pastoral de enseñar y gobernar2. b. Aptitud psíquica. La aptitud psíquica apunta a la condición de varones equilibrados que se desea en los candidatos. Sólo pueden ser ordenados los que poseen cualidades psíquicas congruentes con el orden que van a recibir3; se contrapone a esto la presencia de desórdenes mentales que puedan afectar a la capacidad del candidato para un consentimiento libre y consciente, o a su capacidad para asumir las obligaciones inherentes al ministerio4. Pero el actual Código no describe ninguna patología particular, dejando abierto el avance o reformulación de las ciencias y remitiéndose al perito5. De un repaso por la actual nomenclatura diagnóstica6, los expertos en derecho canónico sacan la conclusión de la complejidad de la mente humana, que además recibe la influencia de la dotación genética, el ambiente familiar y educativo, y de un tipo de familia y sociedad crecientemente desestructurada. Por todo esto en el examen del candidato se requiere una investigación adecuada sobre el ambiente familiar y sobre la historia completa de la persona, incluida la historia de posibles influencias y manifestaciones psicopatológicas; de ahí la conveniencia de acudir a expertos en el campo de la psicología para ayudar al juicio de la autoridad eclesial sobre la aptitud para el ministerio. También parece claro que el seminario o la casa de formación no es el lugar donde curar desórdenes psicológicos graves sino donde formar para el ministerio a partir de personas normales; siendo además esta institución un lugar desaconsejado para los mismos candidatos psíquicamente frágiles, quienes a su vez tampoco podrán favorecer un ambiente más sano entre los compañeros. c. Aptitud intelectual La aptitud intelectual exige que los candidatos a órdenes sagradas sean varones juiciosos; fundamentalmente, la inteligencia humana permite acceder a la realidad tal y como es, de modo que un desarrollo cognitivo sin interferencias abre el acceso a la verdad y el bien 7. Por lo tanto, el candidato debe contar con una inteligencia suficiente para acceder a los contenidos culturales, filosóficos y teológicos necesarios para el ministerio y para comprender el fondo de las cuestiones manejando conceptos abstractos y llegando a convicciones personales8; se incluye el conocimiento de las cuestiones y de las obligaciones 2 CIC, cc. 241&1, 1029, 1051&1; cc. 256,1008 CIC, c. 1029. 4 Para la admisión al seminario y las órdenes sagradas, ver CIC, ce. 241&1,1029, 1041&1, 1044&2, 1051&.1; ver también ce. 689&2 (para la profesión perpetua) y 1095&3 (para el matrimonio). 5 CIC, c. 1041. 6 F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 117-121; ver J. SAN JOSÉ PRISCO, O.C, 155-160. 7 F. IMODA, Svilupo umano. Psicología e mistero, Piemme, Cásale Monferrato 1993, 235-237. 8 CIC, cc. 235&1, 241&.1 y 254&2. Y no bastaría para subsanar esta carencia el ejemplo del cura de Ars, sin más: A. PIGNA, O.C, 184. 3 2 del mismo ministerio que permita una respuesta libre y consciente al mismo 9. Pero la madurez intelectual sólo se logra plenamente cuando se integra en el conjunto de una persona madura. d. Aptitudes humanas Las aptitudes humanas requeridas para el ministerio ordenado suponen personas maduras; con esta expresión se alude sobre todo a la dimensión afectiva y volitiva del sujeto (que es cuerpo, inteligencia, afectividad y voluntad). Las cartas pastorales piden al jefe de comunidad que sea ponderado, cabal y sensato10; el Código se mueve entre un ideal de madurez psicológica como objetivo de la formación del candidato y un grado mínimo de madurez para recibir lícitamente el sacramento del orden11. e. Madurez mínima La madurez mínima como condición canónica para la ordenación debe elaborarse a partir de criterios objetivos; pero tal tarea no es fácil porque la psiquiatría y el derecho no coinciden en los conceptos ni en la valoración de la madurez12. El Código supone este mínimo de madurez en el adulto normal adecuadamente formado, por lo que señala un mínimo de edad (los veinticinco años para el presbítero) y la exigencia de una amplia instrucción académica (señala el quinto curso de estudios filosófico-teológicos para recibir el diaconado). También se indican algunos signos positivos de madurez en el candidato, como la estabilidad de ánimo, la capacidad de juzgar rectamente y la capacidad de tomar decisiones tras sopesar las razones13. f. Madurez ideal La madurez ideal como objetivo de la formación es, como todo ideal, un horizonte que apunta al final de un proceso largo y que implica a toda la persona en su aspecto físico, psíquico, social, ambiental y ocupacional, por el que el sujeto alcanza un grado más o menos satisfactorio en el desarrollo de sus potencialidades y habilidades. Tal madurez implica menos un logro conseguido que una tensión dinámica y creativa, un estado de diferenciación e integración somática, psíquica, una disposición para desempeñar tareas objetivas y hacer frente a las demandas de la vida14. Tiene madurez psíquica quien se rige por sus componentes psíquicos o facultades superiores, a saber, el intelecto y la voluntad debidamente integradas; y se considera inmaduro a quien se deja regir por los componentes inferiores del psiquismo, como son las tendencias o necesidades, los sentimientos y el inconsciente. La madurez afectiva se muestra en la libertad para un justo sentir y desear, efecto de la 9 CIC, cc. 247 y 1028. Ver I Tim 3 y Tit 1: comentadas en F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 36-38. 11 CIC, cc. 244 y 1031&1; el horizonte ideal será explicitado por los documentos formativos. 12 F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 127. 10 13 CIC, c. 1031&.1; OT 11. Se explican esos signos en F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 128-129. La madurez mínima se puede evaluar con ayuda de algún especialista. 14 J. M. URIARTE, Madurar como personas para servir como pastores: Seminarios J 3/183 (2007) 61-90. Propone como señales de madurez psicológica la de percibirse a si mismo adecuadamente; tener una cierta unidad interior e integración o unificación; tener alguna orientación unificada para la propia vida; mostrar un amor oblativo; y defender unos valores que trasciendan la propia vida. 3 integración de las fuerzas motivadoras internas. A su vez, la madurez sexual, componente importante de esta madurez afectiva, supone la superación de las distintas etapas de desarrollo, que algunos describen como el paso del narcisismo homosexual a la heterosexualidad y del amor egoísta al amor oblativo; lo cual no se realiza sin el empleo de esfuerzo, renuncias y dificultades15. g. Aptitudes morales La idoneidad para el ministerio ordenado pide también unas aptitudes morales, que significa que el candidato sea hombre virtuoso; la madurez moral se sitúa en el terreno volitivo de la persona que tiende hacia el bien. Tal persona observa la realidad, decide lo bueno y actúa en consecuencia; su actuación virtuosa le proporciona hábitos virtuosos y le hace maduro moralmente, madurez que se verifica en la experiencia cotidiana. Pero la libertad humana implica que no todo el que ve el bien lo sigue, por lo cual no siempre el psicológicamente maduro o sano será moralmente maduro o virtuoso. h. Aptitudes espirituales Las aptitudes espirituales necesarias en un candidato al ministerio piden un hombre configurado con Cristo Cabeza, Pastor y Esposo (cf. PO 14); una madurez espiritual que se supone requiere la adecuada base de madurez humana ya indicada. Las cualidades propias del buen Pastor, específicas del sacerdote respecto al fiel cristiano, requieren la capacidad de una internalización de los valores finales e instrumentales del sacerdote que le permitan ser objetivamente santo16. Esto supone una vida de intimidad con Cristo en la oración personal, el examen de conciencia, los diversos ejercicios espirituales, la meditación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el rezo del oficio divino; de tal modo que alcance una piedad sincera de acuerdo con las leyes generales de la Iglesia17. 2. Algunas situaciones actuales Por su actualidad ofrecemos unas orientaciones tomadas de la práctica acerca de tres situaciones concretas que pueden darse en la praxis ordinaria de nuestra PV. a. CASOS DE CANDIDATOS HOMOSEXUALES18 1) Criterios generales El candidato, respondiendo a su vocación, debe buscar que Dios sea el centro de su vida. Por el celibato busca su realización mediante un proceso en el que aprende que con el control de ciertos impulsos y tendencias puede orientar su vida hacia otras metas a las que Dios le llame. La maduración en el amor célibe, con todos sus componentes psicológicos, es principalmente un proceso “espiritual”, una relación amorosa con Dios que le lleva a utilizar sus energías afectivas y sexuales para 15 5 Criterios de madurez afectivo-sexual en A. CENCINI, Por amor, con amor, en el amor, Sígueme, Salamanca 2004 , 908934. 16 F. MANTARAS RUIZ-BERDEJO, O.C, 132. 17 CIC, cc. 246, 1051&1. 18 Nos sirve de referencia el documento: “Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Órdenes sagradas” de la Congregación para la Educación Católica del 4 de noviembre de 2005. 4 relacionarse consigo mismo y con los otros. El candidato, por su parte, es el primer responsable de su vocación y formación, y por ello debe buscar activamente las ayudas para alcanzar su madurez afectiva y sexual en el discernimiento de su vocación, con la asistencia de aquellos a quienes la Iglesia ha encomendado su formación. Asimismo, debe mantener en todo momento aquella actitud de rectitud que corresponde al espíritu de verdad, de lealtad y de disponibilidad propio de quien siente que ha sido llamado19. Todos los candidatos que presenten tendencias homosexuales deben ser tratados con respeto y delicadeza; hacia ellos se evitará cualquier signo que indique una injusta discriminación20. Cuando en el proceso de discernimiento vocacional de un candidato aparecen dudas o falta de claridad suficiente acerca de su identidad sexual, conviene que los animadores vocacionales atiendan estos casos, con el fin de ayudarles en su clarificación y en la maduración afectiva necesaria para poder hacer una opción responsable, consultando, si es necesario, con expertos profesionales. Se debe asumir el criterio de la Instrucción, según el cual quienes “practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay,”21 no deben ser admitidos, ni promovidos a las órdenes. Los animadores deben llegar a tener un juicio apropiado sobre estas “prácticas”, “tendencias” y “apoyos a la cultura gay” y la idoneidad afectivo-sexual del candidato, y expresarlo claramente, tanto al mismo, para ayudarle, como a los responsables para su discernimiento. A su vez, los directores espirituales y confesores que representan a la Iglesia en el foro interno, deben también orientarle de acuerdo con las indicaciones de la Iglesia. Por cuanto atañe a las inconsistencias afectivo-sexuales, un prudente discernimiento debería tener en cuenta la centralidad de esta área en la evolución general del joven y en la cultura actual. ¿Con qué condiciones se puede prudentemente acoger la solicitud vocacional de jóvenes con este tipo de problemas? La condición es que se den juntos estos tres requisitos22: 1º. Que el joven sea consciente de la raíz de su problema, que muy a menudo no es sexual en su origen. 2º. Que el joven sienta su debilidad como un cuerpo extraño a la propia personalidad, algo que no querría y que choca con su ideal, y contra el que lucha con todas sus fuerzas. 3º. Comprobar si el sujeto está en grado de controlar esas debilidades, con vistas a una superación, sea porque, de hecho, cada vez cae menos, sea porque tales inclinaciones turban cada vez menos su vida y le permiten 19 Cf. Instrucción n. 3. Cf. Instrucción, n. 2. 21 Cf. Instrucción, n. 2. 22 Aparecen en NVNE, 37. 20 5 desarrollar sus deberes sin crearle una tensión excesiva ni distraer indebidamente su atención23. 2) Orientaciones para la PV Los responsables de la PV han de evitar hacer una propuesta vocacional a personas que tienen una historia reciente de comportamiento homosexual o que presentan un comportamiento que demuestra tendencias homosexuales profundamente arraigadas.24 En el proceso de discernimiento vocacional del candidato, aun cuando no se pueda llegar a tener un conocimiento muy profundo del mismo, se debe aclarar, sin embargo, en el mayor grado posible, su identidad sexual, antes de su ingreso. El animador vocacional debe contar con la preparación necesaria para tratar este asunto en su trato pastoral, de manera que sepa cómo orientar adecuadamente a los candidatos que se manifiesten con tendencias homosexuales. Si fuera necesario, también puede recurrir a la ayuda de un experto en el ámbito de la psicología. Aunque, en principio, no se han de rechazar los candidatos sólo por tener tendencias homosexuales transitorias, no obstante, hay que analizar las características de la misma (origen, arraigo, profundidad, etc.) y exigirles un tratamiento y ayuda especiales. A dichos candidatos se les debe pedir, además de un conjunto de signos vocacionales positivos, cualidades de personalidad que contrarresten esos riesgos que se derivan de esa situación. Proponemos el siguiente proceso de clarificación: Conocer al candidato con cierta profundidad, contactando con su ambiente familiar, educativo, pastoral,... y explorando su trayectoria personal. Tener en cuenta el grado de claridad, transparencia y sinceridad que muestra a la hora de plantear y hablar de su sexualidad. Clarificar sus tendencias sexuales (afectividad relacional y sexual, familia, ambiente,...), incluso, si fuera necesario, invitándole a acudir voluntariamente a un especialista, antes de ser admitido. Discernir los signos vocacionales positivos del candidato. Tener siempre muy en cuenta los informes de sus anteriores educadores, si los candidatos provienen de otros seminarios y centros formativos. b. SIDA No hay ningún documento de la Iglesia ni de la Unión de Superiores/Superioras Generales que dé orientaciones concretas sobre ello. Aún aceptando como justificada la decisión de pedir hacer el test, con sus propias consecuencias, no podemos dejar de formular algunas consideraciones generales planteándonos ciertos interrogantes que se presentan como 23 Potissimum Institutioni recomienda, con relación a la homosexualidad, descartar no a quienes tienen tales tendencias, sino “a quien no ha logrado dominarlas” (39), entendiendo tal “dominio” en sentido pleno, no sólo como esfuerzo de voluntad, sino como libertad progresiva en las confrontaciones de las tendencias mismas, en el corazón y en la mente, en la voluntad y en los deseos. 24 Cf. Instrucción, n. 3. 6 base de un ulterior discernimiento. Nos parece que este tema no puede darse por terminado, sino que hay que dejar la puerta abierta a varias hipótesis de posibles cambios. Compete a cada Diócesis o Instituto determinar los criterios de selección, y por tanto, de admisión de los propios candidatos. Este derecho no puede ser considerado como un abuso porque la naturaleza de la vocación en cuestión, determina el perfil de los que pertenecen a él. Por tanto, el test de VIH es uno de los test, parte del paquete de informes de diagnóstico a los que se someten los candidatos para su admisión. Sin embargo, dada la naturaleza sensible del test VIH y del hecho que genera espectros de muerte, de exclusión social y de marginación, su realización no debe ser considerada sencillamente como "un test más", sino al contrario, se necesita mucho tacto y sensibilidad. Informar a la persona que se le va a someter al test, pidiendo su consentimiento, no es únicamente según el derecho, sino porque es una cuestión de humanidad. El único destinatario del resultado del test es el interesado. No se puede violar este contrato. Cada nación protege la discreción con una legislación propia que tutela y garantiza el respeto de derechos y libertades fundamentales. De esta manera queda particularmente salvaguardada la dignidad del interesado y se crean las condiciones eficaces para ayudar a afrontar una noticia imprevista y devastadora. Sin embargo, la decisión de incluir o no el test de VIH es un reto para cada Instituto o Diócesis en orden a clarificar sus propias motivaciones: ¿parten de un objetivo de discernimiento, de precaución o por prevención? ¿O por otra razón? No evitar estas preguntas, y según la respuesta, basar su inspiración evangélica y su actuación. La naturaleza peculiar de la infección de VIH, su desarrollo natural, la prognosis y los continuos adelantos médicos, nos permiten decir que hoy la infección de VIH no constituye un imposible para todos los servicios posibles que se piden a un consagrado o a un presbítero. Si en algunos casos la infección puede ser un obstáculo para el ejercicio de un ministerio, en otros a penas lo es. Esto parece indicar que cada Instituto y diócesis deben "acuñar" su propia respuesta, de la misma manera que en el interior del Instituto no tendría que haber un criterio único sobre la actitud hacia los candidatos hallados positivos en el test VIH (se pasa por tanto, del criterio uniforme y único al criterio individual focalizado sobre la persona). Se tiene en cuenta que VIH y SIDA tienen un fuerte impacto simbólico: se identifica con contaminación, falta a la pureza, desorden, muerte, donde eros y thanatos van unidos con la muerte para afirmar el destino del que yerra... Permaneciendo en la esfera del símbolo, surge la pregunta: ¿qué vida consagrada mostramos cuando excluimos el acceso a nuestro instituto a candidatos seropositivos? ¿La forma de vida de un grupo que quiere ser "exclusivo", puro, pero que no admite ni perdona errores del pasado...? ¿Cómo reacciona la sociedad civil ante este comportamiento? La acogida de candidatos infectados ofrece la oportunidad de mostrar si se cumple lo que se predica incluso en nuestras instituciones. ¿Somos capaces de practicar en nuestras casas la misericordia y la compasión hacia los seropositivos y los enfermos lo mismo que deseamos que haga la sociedad, cuando insistimos en su derecho a una 7 vida lo más posible normal y sin estigma? ¿No estamos pidiendo a los demás lo que no somos capaces de hacer nosotros? Todos somos conscientes de que en la "vocación" hay un aspecto de misterio que no se puede medir ni valorar únicamente con criterios humanos, y sin embargo queremos fiarnos de un dato de laboratorio... Muchos fundadores y santos han vivido sus limitaciones como estímulo para desarrollar un carisma inédito... (S. Camilo, S. Pablo de la Cruz, S. Juan de Dios, P. Libermann y otros). En fin, también hay que tener presente el hecho de que los medicamentos ARV están cada día más disponibles, incluso en países con recursos limitados, y esto hará que en el futuro la infección VIH sea una patología crónica que se podrá controlar más fácilmente. c. PREVENCIÓN DE LOS ABUSOS 1) EN LA SELECCIÓN Y ADMISIÓN DE CANDIDATOS: La vida religiosa y sacerdotal no pide un “minus" sino un “plus" de salud mental. Generosidad de por vida, acogida de toda clase de personas y situaciones, celibato, recortes de la libertad, tolerancia sana de la soledad, no son para espaldas blandas. No aceptar a quien no encaja con holgura en el mundo civil (raros, de escasos amigos, repetidores impenitentes, metidos en lo suyo, huidores del mundo). No aceptar a “dudosos" porque “lo quieren y son buenos". Jesús rechazó a éstos (MC 5,18). San Ignacio de Loyola aconseja: “Mire quien ha de recibir que la caridad particular no perjudique a la universal, que siempre debe preferirse como más importante para la gloria y honor de Cristo Señor" (Const, 189). Uno solo, dañado, descalifica a muchos. No aceptar a nadie con experiencias traumáticas de abusos sexuales y afectivos familiares o similares, a manos de adultos. Suelen reproducirlos de maneras patéticas. 2) EN LA FORMACIÓN: Desentrañar a muerte el “Venios conmigo y así os haré pescadores de hombres" (Me 1,17). Las grandes cumbres se escalan desde el enamoramiento por la cima y el descubrimiento alborozado de la perla preciosa. Quien no ha tenido esta experiencia fundante o no responde cotidianamente a ella, no vale, y acabará por extraviar en lugar de ayudar. Se requiere gente capaz del don total de su vida (Pastores Dabo Vobis, nn. 42 y 46). Recabar un informe de personalidad apoyado en técnicas proyectivas -no simples cuestionarios- que muestran el hondón de la urdimbre afectiva. Cuarenta años de psicoterapia me mostraron espléndidas fachadas, carentes de sala de estar o cocina. Formar y sondear las capacidades de comunicación. Se necesita gente capaz de vivir con otros. Sobran raros. La veneración sacral y la distancia del ministerio ha desaparecido, tensando la dificultad de brindar amor cercano a todos sin enredarse. Formar en la libertad. Santo Tomás y Suárez llaman al celibato “status libertatis", frente al “status coniugalis". Hay “buenos candidatos y religiosos” que, dejados a su 8 aire, se pierden en el primer chat de Internet que les encabrita y degenera. El celibato es místico o es garabato de hormonas y contención ridícula. Formar “gentes de oración" no es igual a “gente piadosa", es “dedicarse a Él en cuerpo y alma" (1 Cor 7, 34). Pastores Dabo Vobis dice: "Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta... a la pregunta fundamental de Cristo: “¿Me amas?" (Jn 21,15). Desechar a quienes se asientan en "pactos a la baja" y en la "mediocridad". Un hilo basta para retener a la paloma. Decía Benedicto XVI: “El verdadero fundamento del celibato sólo puede quedar expresado en la frase: Dominus pars (mea). Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con Él, aprender a servir también a los hombres" (22-12-2006). La Iglesia como institución: Benedicto XVI señaló el itinerario a los obispos irlandeses en la visita ad limina de 2006: establecer lo ocurrido, tomar medidas para que no se repita y asegurar la justicia y la reparación de las heridas de "todos los que han sido golpeados por estos crímenes anormales". Para los cristianos: valga lo de Ignacio de Antioquía: “Lo que necesita el cristianismo cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma". Preguntarse humildemente: estos escándalos gravísimos dañan la imagen social de la Iglesia, ¿cuánto dañamos otros su vitalidad y congruencia con la extendida termita de la vulgaridad y el ir pasando de los muchos? Juan Carlos Martos cmf 9
© Copyright 2025