intermezzo TEATRO REAL / TEMPORADA 2015 - 2016 / número 33 15 16 TEATRO REAL TEMPORADA 2015 - 2016 Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo INTERMEZZO es una publicación de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid Editor: Alfredo Flórez Coordinación editorial: Julio Cano Redacción: Fernando Fraga, José Luis Téllez, Luis Suñén, Santiago Salaverri, Rafael Banús Irusta, Andrés Ruiz Tarazona, Arturo Reverter, Enrique Martínez Miura, Miguel Ángel Gonzalez Barrio, Arnoldo Liberman y Santiago Martín Bermúdez. Diseño, maquetación e imágenes: Equipo Kapta La Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, no necesariamente comparte el contenido de los artículos publicados en esta revista, ya que son responsabilidad exclusiva de sus autores. Información: [email protected] Editor: [email protected] Depósito Legal: M-26359-2005 © de los artículos: los autores 2 Presentación Siguiendo lo que ya constituye un hábito, Intermezzo dedica el número que hemos venido en denominar “de verano” a presentar a los miembros de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, en particular, y al resto de sus lectores una visión global de la temporada 2015 - 2016 en el Teatro Real de Madrid. Conforme a las noticias que nos han venido llegando desde el momento en que su contenido fue conocido, parece haberse extendido entre los aficionados a nuestro Arte una sensación esperanzada respecto a lo que podremos escuchar y ver a partir del próximo mes de septiembre; ojalá la realidad confirme las impresiones iniciales y responda a los deseos de quienes, con tanto tesón como fidelidad, vienen, venimos, asistiendo al Real (y antes muchos de nosotros al Teatro de la Zarzuela), para que podamos, dentro de un año, constatarlo. con argumentos de variada índole, entre los que pueden destacarse los de carácter socio-cultural (en los países anglosajones la “cultura asociativa” se encuentra mucho más extendida que en los del Sur de Europa) y los de naturaleza económico-fiscal (las dificultades económicas que durante un largo período afectaron a nuestro país no propiciaron, desde luego, la creación y el mantenimiento de este tipo de entidades, las asociaciones, habida cuenta de su carácter no lucrativo, al tiempo que la legislación tributaria sobre el mecenazgo nunca se ha destacado –cualesquiera sean los motivos y razones inspiradores de aquélla- por su generosidad). Pero, además, dentro del mapa de asociaciones de amigos de la ópera constituidas en España, las diferencias son también notables. Ello es lógico, porque cada uno de estos entes responde a motivos específicos, a peculiaridades propias de cada ámbito social donde la Hace unos meses una prestigiosa revista especializada publicaba un reportaje sobre “los amigos de la ópera” en España. Se evidenciaba en el mismo la peculiaridad del fenómeno asociativo hispano en este dominio, destacándose como nuestras asociaciones poseen “características diferenciadas que apenas tienen parangón en el mundo” (cito de manera textual lo que en la aludida revista se dice). Ello se encuentra en clara relación 3 respectiva asociación ha nacido y se ha desarrollado. No se trata de realizar aquí comparaciones entre las diferentes Asociaciones; a nosotros, a la AAOM, nos llena de admiración lo que han conseguido la gran mayoría de ellas y, desde el primer momento de nuestra existencia, supusieron las que ya estaban constituidas ejemplo y acicate para nuestra actuación. En este sentido creo que es justo afirmar que, gracias al esfuerzo sostenido por la generalidad de las Asociaciones existentes en nuestro país, la sociedad civil y la propia Administración han impulsado y consolidado el que hoy la Ópera (con mayúscula) no sea una “rara avis” en el terreno de la Cultura y el Arte en España. Cultura). Cuando, en ocasiones, se nos insta a que organicemos nosotros representaciones me pregunto ¿cómo podríamos hacerlo?. No es ése nuestro papel; para que lo fuese el enfoque de nuestra entidad habría de ser radicalmente distinto al que es. Y claro que –repitiendo lo que más arriba he señalado- existen excelentes ejemplos de Asociaciones que organizan temporadas y festivales; pero cada entidad es fruto de su historia y su ubicación espacial es un factor condicionante fundamental para definir su modelo de actividad. En Madrid disfrutamos de un excelente teatro, el Real, y de un definido propósito por parte de las Administraciones de fomentar el desarrollo de la ópera; en tanto se mantengan –¡ojalá sea así siempre!- estos planteamientos ¿qué sentido tendría abandonar nuestro rumbo, por sugestivo que pudiere ser otro?. Como bien se recoge en el reportaje al que me he referido, los tipos o modelos da asociaciones de amigos de la ópera españolas son dos; de una parte, las que organizan temporadas y festivales, y de otra las que “difunden y fomentan la afición por la ópera sin apenas capacidad para recaudar fondos más allá de los que garantizan su propia subsistencia” (cito textualmente lo expuesto en el repetido reportaje). Es claro que en este segundo grupo es donde ha de ubicarse la AAOM, nuestra Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid; así nacimos, así nos desarrollamos y así continuamos. Por eso es por lo que tratamos de potenciar al máximo –vuelvo a repetir algo ya dichola difusión y fomento de la afición a la ópera. Para ello seguimos organizando conferencias, apoyando proyectos líricos, etc. Permítanme, a título de ejemplo, citar el esfuerzo económico efectuado para financiar becas para cantantes, las ayudas a la Escuela Superior de Canto (patrocinio éste iniciado en 2012), los diversos programas de conferencias (por ejemplo, en los últimos meses, desde el de octubre de 2014, las que se desarrollan en el Teatro de la Zarzuela), el apoyo al importante proyecto educativo LÓVA (desde 2009), los préstamos de DVD’s (987 en 2014) a nuestros socios y CD’s (332 en igual período)... Es bien cierto que nuestros recursos económicos son escasos; no lo es menos que tratamos de aplicarlos con la máxima La historia, nuestra historia de más de cincuenta años, es bien conocida, por lo que no parece preciso volver sobre ella; dicho esto, ¿qué hacemos actualmente?. Creo que también es sabido, pero me atrevo a insistir en esta cuestión precisamente por la difer encia de enfoques entre asociaciones (diferencia, me apresuro a puntualizar, claramente enriquecedora para el progreso del asociacionismo al servicio de la 4 eficiencia, compensando la escasez de medios con la abundancia de entusiasmo. Ello es posible porque los miembros de la AAOM comparten el objetivo de difundir y fomentar la afición a la ópera. Cuando otras funciones tradicionales han ido desapareciendo, bien por la evolución de los tiempos, bien por la falta de aprecio de algunos por la acción de la Asociación a lo largo del tiempo, permanecen las más sustantivas, las de coadyuvar a la promoción cultural. Y así seguiremos en tanto Vds., los miembros de la AAOM, estimen que en Madrid deben llevarse a cabo por la sociedad civil actuaciones como las que, merced al apoyo que Vds. otorgan, desarrollamos. Manuel López Cachero Presidente de la AAOM intermezzo 3 presentación / Manuel López Cachero 17 roberto devereux 19 Argumento / Fernando Fraga 22 De Grisi a Gruberova (1860-2012): Roberto Devereux, “l´opera delle emozioni”, en el Real / Santiago Salaverri 35 alcina 37 Argumento / Fernando Fraga 40 Alcina: Magia e invención / Luis Suñén 51 rigoletto 54 Argumento / Fernando Fraga 57 Ocho puntos sobre la originalidad de Rigoletto / José Luis Téllez 67 la flauta mágica 69 Argumento / Fernando Fraga 74 Un hito de la ópera alemana: La flauta mágica entre la innovación musical y el esoterismo / Enrique Martínez Miura 85 la prohibición de amar 87 Argumento / Fernando Fraga 92 Das Liebesverbot Wagner, lo alemán y el amor libre: la ópera como arma política / Miguel Ángel Gonzalez Barrio 101 103 written on skin Argumento / Fernando Fraga 6 verano 2015 número 33 109 parsifal 111 Argumento / Fernando Fraga 114 Parsifal o el Principio wagneriano de la relatividad / Miguel Ángel González Barrio 127 luisa miller 129 Argumento / Fernando Fraga 132 Luisa Miller: una tragedia burguesa / Fernando Fraga 141 moisés y aarón 143 Argumento / Fernando Fraga 146 Aarón y Moisés o Moisés y Aarón: uno más uno es uno / Arnoldo Liberman 157 el emperador de la atlántida 159 Argumento / Fernando Fraga 162 Der Kaiser von Atlantis: Lo que sobrevive al horror / Santiago Martín Bermúdez 175 i puritani 177 Argumento / Fernando Fraga 180 I Puritani: El canto del cisne de Catania / Rafael Banús Irusta 185 i due foscari 187 Argumento / Fernando Fraga 190 I Due Foscari: El origen byroniano / Andrés Ruiz Tarazona 7 ¿QUE PASA CON LA OPERA EN MADRID? Hazte socio... y ven con nosotros a difundir, disfrutar Y amar la OPEra Nuestra AsociacIOn: Edita la revista Intermezzo y la guía más completa para seguir la temporada de ópera en Madrid Ofrece un servicio de biblioteca y fonoteca con más de 5000 referencias Concede las Becas Amigos de la Ópera para Jóvenes Cantantes Promueve un programa escolar de acercamiento a la ópera Organiza un Ciclo de Jóvenes Cantantes Organiza conferencias y coloquios Organiza galas y conciertos líricos... ... y ofrece un exclusivo servicio a nuestros socios de intercambio, compra y venta de entradas para la temporada de ópera Amigos de la Ópera es una asociación cultural sin ánimo de lucro cuyo objetivo es la promoción y difusión de la ópera en Madrid La revista digital de opera internacional www.operaworld.es www.facebook.com/operaworld @operaworld_esp C M Y CM MY CY CMY K 18:10 75% Roberto Devereux. Ossia il conte di essex Gaetano Donizetti (1797 – 1848) TRAGEDIA LÍRICA EN TRES ACTOS. LIBRETO DE SALVATORE CAMMARANO, BASADO EN LA TRAGEDIA ELISABETH D’ANGLETERRE (1829) DE JACQUES-FRANÇOIS ANCELOT. ESTRENADA EN EL TEATRO SAN CARLO DE NÁPOLES, EL 28 DE OCTUBRE DE 1837 ESTRENADA EN EL TEATRO REAL DE MADRID EL 5 DE MARZO DE 1860 PRODUCCIÓN DE LA WELCH NATIONAL OPERA DE CARDIFF. Director musical: Bruno Campanella (22, 25 ,28 de septiembre, 1, 4, 8 de octubre) Andriy Yurkevych (24, 27, 30 de septiembre, 3, 7 de octubre) Director de escena: Alesandro Talevi Escenógrafo y figurinista: Madeleine Boyd Figurinista: Bruno Poet Iluminador: Matthew Haskins Director del coro: Andrés Máspero Elisabetta: Mariella Devia (22, 25, 28 de septiembre, 1, 4, 8 de octubre) Maria Pia Piscitelli ( 24, 27, 30 de septiembre, 3, 7 de octubre) El duque de Nottingham: Mariusz Kwiecien (22, 25, 28 de septiembre, 1, 4, 8 de octubre) Simone Piazzola (24, 27, 30 de septiembre, 3, 7 de octubre) Sara, duquesa de Nottingham: Silvia Tro Santafé (22, 25, 28 de septiembre, 1, 4, 8 de octubre) Veronica Simeoni (24, 27, 30 de septiembre, 3, 7 de octubre) Roberto Devereux, Conde de Essex: Gregory Kunde (22, 25, 28 de septiembre, 1, 4, 8 de octubre) Ismael Jordi (24, 27, 30 de septiembre, 3, 7 de octubre) Lord Guglielmo Cecil: Juan Antonio Sanabria Sir Gualterio Raleigh: Andrea Mastroni Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 22, 24, 25, 27, 28, 30 de septiembre, 1, 3, 4. 7, 8 de octubre de 2015 20:00 horas; domingos, 18:00 horas. Salida a la venta al público 2 de junio de 2015 18 Argumento Roberto Devereux Fernando Fraga Roberto recién llegado de Irlanda. Roberto acoge las muestras sinceras de simpatía con bastante reticencia pues es Sara la mujer de la que está enamorado. Nottingham le confiesa su preocupación por la conducta de su esposa que cada día parece perder más la salud, agobiada por una profunda melancolía. La acción ocurre en Londres, a finales del siglo XVI. Acto I. En el palacio de Westminster las damas de honor de la soberana inglesa observan que Sara, duquesa de Nottingham y favorita de la reina Elisabetta, está bañada en lágrimas. Ella les asegura que no es una cuestión personal; el llanto se lo ha producido la lectura de la historia de la bella Rosamunda. Pero para sí misma se dice que hay algo más que esa emoción producida por el libro. Llamado por el Parlamento, Nottingham se compromete a defender la inocencia de Roberto ante los cargos de traición. En secreto Roberto visita a Sara. Le reprocha haberse casado con Nottingham sabiendo que él la amaba. Sara se defiende. En su ausencia, muerto su padre, la reina la presionó para que se casara a pesar de no estar enamorada de Nottingham. Luego le recuerda el amor que la reina siente por él, pero Roberto, para demostrarle la indiferencia que hacia la soberana siente, le entrega a Sara el anillo real que podría salvaguardarle de cualquier peligro futuro. Sara, por el bien de Llega la reina y accede a recibir a Roberto el conde de Essex pese a la acusación de traición que sobre él pesa. De hecho, lo que más inquieta a la reina es la situación sentimental del noble más que sus posibles opiniones políticas. Roberto se defiende de las acusaciones y Elisabetta le asegura que su vida no corre peligro. Le recuerda que está en posesión de un anillo que ella le ha regalado antaño y que es el seguro infalible que le libraría de cualquier peligro en que pudiera encontrarse. En cuanto a las preguntas de la reina sobre su vida amorosa, Roberto responde con evasivas, algo que despierta la inquietud de la soberana que está de él enamorada. Elisabetta se jura a sí misma que si descubre la existencia de una rival se vengará. El duque de Nottingham, el marido de Sara, estrecha entre sus brazos a su querido amigo 19 comportamiento, impide que la mujer salga y salve a Roberto. Desde las ventanas ve como Roberto es conducido a la prisión en la Torre de Londres. los dos, le aconseja que abandone Inglaterra. En prueba de su amor le regala una banda que ella misma había bordado. En la celda Roberto espera la ejecución. Está esperanzado, sin embargo, de que Sara llegue a tiempo ante la reina con el anillo que le concederá el perdón. Pero la aparición de Sir Gualtiero con la guardia que le llevarán escoltado hacia el cadalso, le hace comprender que todo está ya perdido. Acto II. En palacio los cortesanos esperan la sentencia del Parlamento. Pese a la ardiente defensa de Nottingham, Roberto ha sido declarado culpable y condenado a muerte. Sir Gualtiero Raleigh, encargado de la detención, informa a la reina que Roberto ha pasado la noche fuera de su casa y al detenerle se le ha encontrado en sus manos una banda azul bordada. La reina se sume en un estado alarmante de sospechas y celos. Terriblemente alterada, Elisabetta ya calmada su cólera, vencida la ira por el amor, se pregunta el porqué Roberto no le ha presentado el anillo que le salvará del patíbulo. Tampoco se explica el porqué su amiga Sara no está con ella confortándola en esos instantes de dolor. Esta acaba al fin por aparecer. Le confiesa que es ella su rival en el amor por Roberto. Y le entrega el anillo. La reina ordena de inmediato que se detenga la sentencia de muerte. Pero es ya tarde: el estallido del cañón anuncia que Roberto ha sido ejecutado. Nottingham aparece vanagloriándose de haber sido él el que impidió llegar a Sara a tiempo con el anillo. Elisabetta hace que los detengan y, loca de dolor, se arranca la corona diciendo que dejará el trono a favor de Jacobo de Escocia. La condena de Roberto ha de ser refrendada por la firma de la reina. Con el documento en la mano, Nottingham acude a la reina pidiendo clemencia para el amigo. Convocado Roberto, Elisabetta le muestra airada la banda. En ella Nottingham descubre que era el trabajo que su mujer la víspera estaba bordando. Comprende rápidamente el significado y su amistad por el amigo se convierte de pronto en un odio feroz y vengativo al sentirse doblemente traicionado. Elisabetta también se siente traicionada por Roberto y en un arranque firma la sentencia de muerte. Acto III. En sus apartamentos, Sara recibe una carta de Roberto donde le suplica que entregue el anillo a la reina para así poder salvar su vida. Antes de que pueda llevar a cabo este ruego, aparece Nottingham. Después de echarle en cara su 20 De Grisi a Gruberova (1860-2012): Roberto Devereux, “l’opera delle emozioni”, en el Real Santiago Salaverri Parafraseando el título de una antigua biografía cinematográfica verdiana, podemos decir que si hay un creador lírico del Ottocento italiano en cuya vida el triunfo y la tragedia se encuentran más íntimamente entrelazados, ése es Gaetano Donizetti, hasta la enfermedad que, en plena madurez y gloria, le arranca del mundo para condenarle a pasar sus últimos años convertido en un ser vegetativo. Y uno de esos momentos de su existencia en los que la tragedia coexiste con el triunfo, convirtiéndolo en falaz e irrisorio es, precisamente, el de la creación de Roberto Devereux. Cuando Donizetti inicia su composición, en la primavera de 1837, es considerado el primer operista italiano del momento, reconocido así por todos desde la prematura y trágica desaparición de Bellini y el simultáneo triunfo de Lucia di Lammermoor en el San Carlo de Nápoles. Ya se había abatido anteriormente la tragedia sobre él cuando tras el estreno de Lucia murieron en el espacio de dos meses sus padres y su segundo hijo malogrado, una niña nacida prematuramente; pero, pese a todo, la muerte de sus progenitores podía considerarse ley de vida, y aún esperaba tener hijos de su joven esposa, la romana Virginia Vaselli. El 4 de mayo, fecha en la que según las costumbres de Nápoles tenían lugar todos los cambios de domicilio en la ciudad, se trasladan a una nueva y espaciosa residencia, la primera de su propiedad, y se ha comprado un carruaje y caballos; es feliz en su matrimonio y está esperando por tercera vez un hijo, que esta vez confía en que sobreviva. La muerte el 5 de mayo del anciano Nicola Zingarelli, director del Conservatorio, en el que Donizetti es profesor de composición desde tres años atrás, le convierte en director pro tempore del mismo y le permite confiar en su nombramiento definitivo en el cargo, que es el puesto académico más prestigioso de la Italia musical; y además debe estrenar en septiembre la nueva ópera en el San Carlo. Todo le sonríe. juventud, que había impedido a su esposa, contagiada, dar a luz hijos sanos, y que a la postre acabará con él mismo en penosas circunstancias. En esas dolorosas condiciones, avanza en la composición de su ópera, pero el 30 de julio se produce el fallecimiento de Virginia. Su dolor es inmenso Una cierta exégesis, excesivamente lineal y simple, tiende a derivar el carácter –sombrío o luminoso, trágico o esperanzadorde muchas creaciones musicales de las circunstancias vitales que han rodeado a sus autores en el momento de su composición. Pero, en el caso que nos ocupa, lo que concurre a hacer de Y, de pronto, todo se hunde: en Nápoles se desencadena una epidemia de cólera que, con sus millares de muertos (entre ellos el poeta Giacomo Leopardi, que encuentra aquí una absurda cita con la muerte), pone en crisis todas las actividades públicas, y también la teatral; el 13 de junio Virginia da a luz un hijo muerto y, lo que es peor, ella misma enferma gravemente; aunque Donizetti habla en sus cartas de sarampión, muchos autores aducen como probable que se tratara de las complicaciones de la enfermedad de origen sifilítico que el compositor arrastraba desde su 23 la nueva creación donizettiana esa “ópera de las emociones” anticipada en sus cartas no serán unas trágicas circunstancias personales, sino la profesionalidad de su autor, capaz de componer rápidamente en las más diversas situaciones de ánimo; la progresiva maestría por él alcanzada en el uso de las convenciones líricas, sobre las que experimenta sin cesar, poniendo la expresividad de la música al servicio de la idea dramática (“Yo busco servir a la palabra”) y tratando de escenificar pasiones devastadoras (“Quiero amor, que sin él los argumentos son fríos, y amor violento”) pese a la omnipresente y obtusa censura; y el propio tema de la ópera, recurrente en la literatura europea de los dos siglos anteriores y teñido del prestigio de la Historia,. La historia de las relaciones de Isabel I y Roberto Devereux, conde de Essex, el favorito real treinta y cuatro años más joven que aquélla y lejano sobrino suyo (como biznieto de una hermana de Ana Bolena), adalid de la vieja nobleza normanda emparentada con los Plantagenet y enfrentada a la nueva nobleza funcionarial de los Tudor, contra la que mantuvo una oposición política que acabó costándole la vida; esa historia, repetimos, de la pasión –¿amor, capricho, infatuación?– de una reina anciana por un joven pariente en la flor de la edad, que se ve obligada a ajusticiarle cuando su orgullo y su ambición le convierten en una amenaza al poder constituido, excitó pronto la imaginación de los escritores. y sus deberes públicos como cabeza del Estado, hemos de venir a época bien reciente, es decir, a la espectacular y a la vez íntima ópera que Benjamin Britten compusiera para la coronación de Isabel II (1953): Gloriana, inspirada a su vez en Elizabeth and Essex, el perspicaz y documentado estudio que Lytton Strachey dedicó al tema en 1928, cuyo uso de las teorías freudianas de la inevitabilidad inconsciente y de las relaciones padre-hija para explorar los sentimientos de Isabel en el momento en que envía al cadalso a quien tanto había querido –como Enrique VIII había hecho con su madre– mereció la aprobación expresa del propio Freud. Pero el melodrama romántico prefiere el ben trovato al vero. La estrecha interrelación entre los cuatro protagonistas –una mujer amada por dos hombres que son íntimos amigos; y un hombre amado por dos mujeres, una de las cuales es la mejor amiga y confidente de la otra, su soberana-; la fulminante sucesión de golpes de escena en una acción sin tregua ni respiro, y el suspense del desenlace, ofrecen un plan teatral perfecto al estro de Donizetti. De la caracterización de los protagonistas, de esta trama de sentimientos ocultados, se desprende una nota particular del Roberto Devereux: su afán de subrayar la psicología íntima de los personajes más que de enfatizar una acción exterior. La reina debe privilegiar su papel público –y la dignidad exterior que conlleva- sobre su condición de mujer enamorada; por eso sus arias son también –salvo las imprecaciones conclusivas– ejemplos de coloquio íntimo, de salvaguardia de sus verdaderos sentimientos, mientras se exterioriza Si queremos hallar una ópera que respete escrupulosamente los hechos históricos sin merma del elemento dramático, centrado éste en el dilema de conciencia de Isabel por el enfrentamiento entre sus sentimientos privados 24 con vehemencia en sus reproches a Roberto o al ejercer su regia autoridad. Sara sólo se manifestará ante Roberto; incluso Nottingham, personaje más “exterior”, tendrá también su momento de monólogo interior en el segundo acto. adecuado sería decir “reinventan”?) las formas tradicionales desde dentro. Así, el recitativo; nunca hasta entonces Donizetti lo ha empleado con tal variedad de inflexiones: la clásica recitación a cappella punteada por acordes orquestales se alterna continuamente con una declamación concitata, nerviosa –en la que, en apoyo de una línea vocal de extremo virtuosismo y dificultad, con grandes saltos interválicos, se incorporan variadas figuras orquestales que traducen la agitación interior del personajey, sobre todo, con pasajes en arioso de una riqueza melódica y una pertinencia expresiva sin igual. La música compuesta por Donizetti nos sorprende por una aparente paradoja: el contraste entre una estructura tradicional –el esquema recitativo-aria-cabaletta de prácticamente todos sus números- y la gran riqueza y novedad de los medios expresivos utilizados al servicio del drama, que “revientan” (¿o más 26 De este modo, unas estructuras convencionales soportan la continuidad del desarrollo dramático, de la que el breve segundo acto, como veremos, resulta muestra acabada. En su versión original napolitana, la ópera se abría con un breve preludio de una docena de compases, pero para su estreno en el Teatro Italiano de París Donizetti lo sustituyó por una extensa obertura, que es la que hoy se interpreta habitualmente, abierta con tres acordes en fortissimo, seguidos cada vez por frases de tres notas de cuerdas y trompa en piano, cerrándose el pasaje con un lejano retumbar del timbal; todo ello lo oiremos de nuevo en la primera escena del tercer acto. Abriendo el larghetto sucesivo, las flautas entonan la desnuda melodía correspondiente a los tres primeros versos del himno God save the Queen (un anacronismo, pues dicho himno no fue compuesto hasta mediados del siglo XVIII); el tema es repetido por las cuerdas en una atractiva armonización, a cuyo término se reescucha el eco del timbal. Un contrapunto de flauta y clarinete desgrana los cuatro versos siguientes del himno, seguido de un acorde en forte que abre una serie de frases ascendentes de los violines, con acompañamiento sutil del triángulo, punteadas por acordes y con intervención de la trompa a la tercera ocasión; el dúo de clarinete y trompa reexpone la primera parte del himno sobre un sugestivo pizzicato de las cuerdas. Un episodio de transición lleva al vivace, abierto con un estudiado contrapunto de las cuerdas y seguido por un el tempo di mezzo en que los lores, por boca de Robert Cecil, exigen el juicio y condena de Essex, y un paje anuncia que éste implora presentarse “al regio piede”, Elisabetta se lanza a la cabaletta “Ah! ritorna qual ti spero”, en la que expresa que, si es el amor lo que guía a Roberto a su presencia, para ella resultará inocente y sus enemigos caerán en el polvo. vibrante pasaje de la orquesta entera con continuos cambios de tonalidad. Pero lejos de continuar por este camino savant, inesperadamente, sobre un nuevo pizzicato, el clarinete expone el tema de la cabaletta que Roberto cantará en la escena de la prisión del tercer acto; la obertura adopta así un carácter más próximo a lo popular, y los contrapuntos de las cuerdas devienen en formularias frases rossinianas, sin que falte una inesperada recurrencia, a mayor velocidad, del tema de la cabaletta sobre ruidosos golpes de timbal, adquiriendo la obertura en su cierre un carácter festivo y exultante poco acorde con el drama que seguidamente va a desarrollarse en escena. Un momento especialmente destacado de este acto es el dúo Elisabetta-Roberto, en cuyo recitativo introductorio figuran tres efectivos pasajes en arioso, heroico el primero cuando Essex cuenta su acción heroica en la toma de Cádiz, vibrante en su reexposición por la reina cuando narra la entrega de anillo, y un tercero, exquisito, en el que recuerda los días felices y esperanzados de su amor. En el andante en compás 3/8 “Un tenero core” uno y otro cantan –pero nunca a dúo- la misma sugestiva melodía, que si para la reina representa la felicidad pasada, en Roberto es una íntima confesión de desesperanza. La reina recupera sinuosamente la misma melodía para sonsacar una confesión; la presión se hace cada vez mayor, y Elisabetta exige conocer el nombre de su rival. La negativa de Roberto a reconocer la existencia de otro amor lleva a la cabaletta “Un lampo, un lampo orribile”, en la que la reina, en un aparte, augura la muerte al infiel amante. La respuesta de Roberto, inicialmente escrita sobre la misma música, como lo acredita el manuscrito, fue sustituida en París por una expansiva melodía que contrasta con la stretta de marcado carácter rítmico enunciada por Elisabetta, con neta ganancia para la efectividad dramática del conjunto. La introduzione consta de un coro en el que las damas de la corte dialogan con Sara, y de su romanza o cantabile “All’afflitto è dolce il pianto”, en un solo movimiento, sin cabaletta, con la doble finalidad de no resultar muy gravosa para la joven debutante Almerinda Granchi y para dar mayor relieve a la entrada de Elisabetta. Se trata de una melodía de no particular relieve comparada con las bellezas que seguirán, pero en todo caso digna y expresiva del abatimiento del personaje; en París Donizetti la modificó para la contralto Emma Albertazzi, bajándola de tono y extendiendo su duración a una segunda estrofa, modificación no incorporada a la partitura impresa. La cavatina “L’amor suo mi fe’ beata” expresa, mediante una distinguida y evocadora línea melódica con profusión de adornos y ascensos hasta el re 5, su nostalgia de un tiempo más feliz; el amor de Roberto, medita, “era un bien mayor que el trono”, pero si se viera traicionada las delicias de la vida serían para ella “luto y llanto”. Tras 28 El primer cuadro se cierra con la doble aria (cavatina-larghetto y cabaletta-moderato assai) del generoso Nottingham, decidido a defender a Roberto. También el recitativo inicial mano a mano con Roberto abunda en muy emotivos ariosos, confiados a ambos personajes, mientras su cavatina “Forse in quel cor sensibile”, que inicialmente puede ponerse como un ejemplo de la elegante declamación donizettiana, está dotada de un segundo periodo en el que la agitación expresada por las cuerdas del acompañamiento traduce la inquietud y la sospecha que comienzan a embargar al personaje. Su cabaletta, por el contrario, mecánica y reiterativa, es uno de los puntos débiles de la partitura. la diferencia con el dúo Elisabetta-Roberto-, juntando sus voces a distancia de terceras y sextas. La cabaletta “Quest’ addio, fatale, estremo”, indicada como molto agitato y precedida por un vivo diálogo en cuyo transcurso Sara entrega el echarpe a Roberto, posee una determinación y una sensación de urgencia que anticipa el “Addio, addio, speranza ed anima” del Duque y Gilda en Rigoletto. En el breve pero formidable segundo acto, y tras el coro introductorio “L’ore trascorrono” a tres voces –de original construcción y el único confiado exclusivamente al coro en la entera partitura-, seguido de la comunicación por Cecil a la reina de la sentencia de muerte y la narración de Gualtiero Raleigh de la detención de Essex, a quien le ha sido confiscado el echarpe (prueba inequívoca de su traición para la reina), comparece Nottingham, portador de la sentencia para su firma, en solicitud de perdón; su duettino con Elisabetta –que comienza con el larghetto “Non venni mai si mesto” para terminar en una vibrante cabaletta- da paso a un terzetto con la incorporación de Roberto; en el transcurso de la escena se hace difícil distinguir la línea divisoria entre las partes tradicionales de una pieza musical cerrada, pues las secuencias de diferentes tempi se ciñen a los momentos de la acción dramática: maestoso en el momento de la entrada de Roberto y las admoniciones de la reina, que seguidamente prorrumpe en un imprecatorio allegro moderato (“Un perfido, un vile, un mentitore...“) para, tras el più mosso conclusivo de esta primera sección, iniciar un amenazador largo (“Alma infida”) que contiene la referencia al “tremendo ottavo Enrico” en un espectacular arpegio descendente de dos octavas (de Si 4 a Si 2), El segundo cuadro del primer acto, de duración breve, presenta el único encuentro de los dos enamorados. Un delicado allegro orquestal a cargo de las maderas da paso a la escena en que la angustiada Sara aguarda la llegada de Roberto, que se presenta reprochándole su supuesta traición. El recitativo se abre con un extenso arioso de Sara y se cierra con otro en allegro-meno allegro que parece indicar el arranque del dúo propiamente dicho, pero éste no se inicia hasta que Sara confiesa que su amor por él aún permanece vivo y ardiente. El melancólico larghetto en compás ternario de 6/8 “Dacchè tornasti, ahi misera!”, de subyugante belleza, señala uno de los puntos más altos de inspiración de la obra. Enunciado primero por Sara, a su término Roberto tiene una frase en recitativo –una nueva muestra de la originalidad de los conceptos expresivos del bergamasco- antes de lanzarse a la repetición del tema punteada por frases de ella, para terminar, ahora sí –obsérvese 30 seguido de una cantable intervención de los dos protagonistas masculinos. Sobre un allegro vivace, luego devenido più allegro, Nottingham –que acaba de descubrir, al ver el echarpe, la supuesta traición de esposa y amigo- desafía a su rival, seguido de Elisabetta que, en un nuevo maestoso (“Io favello: m’ascolta!”), exige a Roberto el nombre de su secreta amante; la negativa de éste, en un vivo y fugaz allegro, da paso a un crescendo que describe la entrada en escena de toda la corte; en un último e impresionante maestoso (“Tutti udite”), la reina firma la sentencia de muerte y anuncia la forma en que tendrá lugar la ejecución, tras lo cual, y dirigiéndose a Roberto, arranca el brevísimo concertante “Va, la morte sul capo ti pende”, allegro giusto en un original 9/8, de belleza no inferior al sexteto de Lucia, con una efectista modulación de menor a mayor en la repetición, y una stretta que precipita el final en apenas unos segundos. Ashbrook ha dicho de este acto que en él “Donizetti realiza, a su propio e italianísimo modo, el ideal wagneriano de drama musical”. El tercer acto está dividido en tres cortas escenas, cada una dotada de un solo número. En la primera se produce la confrontación de los esposos; tras una scena en la que sucesivamente comparecen tres temas ya oídos –las cabalettas de Nottingham y del dúo Sara-Roberto del primer acto y los ominosos acordes iniciales de la obertura- tiene lugar el dúo, con un meno allegro inicial, un tempo di mezzo en el que oímos el cortejo que conduce a Essex a la Torre de Londres y Sara es confinada e impedida así de llevar el anillo a la reina, y una potente cabaletta de ímpetu verdiano donde cada consorte canta una diferente melodía, dramática en ella, feroz en él. para permitir a Roberto dos últimas frases de recitado –una sencilla modificación que intensifica la espontaneidad del aria. La cabaletta “Bagnato il sen di lagrime”, de aroma popular y con intervención del coro, fue, como dijimos, reutilizada en la obertura compuesta para el estreno parisino. Y el tercer cuadro (scena ed aria finale) nos devuelve a Elisabetta no como la orgullosa y vindicativa soberana, sino como la mujer enamorada (“io sono donna alfine!”, dirá) en angustiosa espera del anillo que salvará a Essex. En el recitativo de apertura, frases en arioso y grandes saltos interválicos traducen su creciente angustia, que el coro de damas comenta en breves líneas. En el larghetto “Vivi ingrato”, de gran libertad melódica y refinada sensibilidad a las menores inflexiones del texto y a La segunda escena, que nos muestra a Roberto preso en la Torre en espera de su liberación gracias al anillo, se abre con una espléndida introducción orquestal con ecos de la escena de la prisión de Fidelio en la que las cuerdas desgranan una elegíaca melodía. El aria bipartita se compone del lírico cantabile “Come un spirto angelico”, de nuevo en un compás ternario de 9/8, cuyo enunciado inicial por la orquesta se interrumpe 33 disfrutando de ella, ahora que la hemos recuperado para siempre. su sentido dramático, declara en íntimo soliloquio su deseo de que Roberto viva aun al precio de renunciar a su amor; pero su orgullo de reina no debe resentirse, y nadie debe verla llorar. En el tempo di mezzo hacen su ingreso sucesivamente Cecil y Sara, portadora finalmente del anillo, pero cuando un golpe de cañón anuncia la muerte de Roberto y Elisabetta increpa a Sara, entra Nottingham autoinculpándose. En pleno desvarío, Elisabetta prorrumpe en la cabaletta “Quel sangue versato”, indicado en la partitura como maestoso larghetto, de portentosa intensidad, en el que amenaza a ambos cónyuges con un “suplicio inaudito”. En su repetición hace uso –un recurso infrecuente- de un texto distinto, un delirio en el que imagina al fantasma de Roberto recorriendo el palacio y llevando en la mano su cabeza cortada, y a ella misma descendiendo a la tumba. Roberto Devereux –obra que culmina la carrera napolitana y, podríamos decir, la gran etapa italiana de un Donizetti en el umbral de sus 40 años- se estrena con gran éxito el 29 de octubre de 1837 en el San Carlo por Giuseppina Ronzi de Begnis junto al tenor Giovanni Basadonna, el barítono Paolo (Paul) Barroilhet y la debutante Almerinda Granchi. En París se presentará en 1838 con un reparto deslumbrante (Grisi, Albertazzi, Rubini y Tamburini) y las modificaciones ya comentadas. Mantenida en el repertorio hasta los primeros 1880, sufre un eclipse de ochenta años hasta que entre 1964 y 1970 la recuperarán, por este orden, Leyla Gencer, Montserrat Caballé (que la cantó en La Zarzuela en 1970) y Beverly Sills. “Pregate sempre che io faccia tanti Roberti”, escribía, orgulloso, Donizetti: y sigamos nosotros 34 Alcina Georg Friedrich Händel (1685-1759) ÓPERA SERIA EN TRES ACTOS. LIBRETO ANÓNIMO BASADO EN L’ISOLA D’ALCINA (1728) DE RICCARDO BROSCHI, A PARTIR DE LOS CANTOS VI Y VII DEL POEMA ÉPICO ORLANDO FURIOSO (1516) DE LUDOVICO ARIOSTO. ESTRENADA EN LA ROYAL OPERA HOUSE COVENT GARDEN DE LONDRES, EL 16 DE ABRIL DE 1735 ESTRENO EN MADRID. NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL, EN COPRODUCCIÓN CON EL GRAND THÉÂTRE DE BORDEAUX. Director musical: Christopher Moulds Director de escena: David Alden Escenógrafo: Gideon Davey Iluminador: Simon Mills Coreógrafa: Beate Vollack Director del coro: Pedro Teixeira Alcina: Karina Gauvin (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Sofia Soloviy ( 30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Morgana: Ana Christy (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Maria José Moreno (30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Ruggiero: Malena Ernman (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Josè María Lo Monaco ( 30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Bradamante: Sonia Prina Melisso: Luca Tittoto (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Johannes Weisser (30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Oronte: Allan Clayton (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Anthony Gregory (30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Oberto: Erika escribà (27, 31 de octubre, 2, 4, 6, 8, 10 de noviembre) Francesca Lombardi (30 de octubre, 1, 3 de noviembre) Coro de la Comunidad de Madrid Orquesta Titular del Teatro Real 27, 30, 31 de octubre, 1, 2, 3, 4, 6, 8, 10 de noviembre de 2015 20:00 horas; domingos, 18:00 horas Salida a la venta al público 16 de junio de 2015 36 Argumento Alcina Fernando Fraga El jovencito Oberto, hijo del paladín Astolfo, se halla también en la isla en continua búsqueda de su padre desaparecido, interrogando en este sentido a los dos recién llegados (Aria de Oberto: Chi m’insegna il caro padre). Acto I. Bradamante, acompañada por su preceptor Melisso, llega a la isla de Alcina en busca de su prometido Ruggiero. Vestida de hombre adquiere la apariencia de su hermano Ricciardo. Al llegar a la isla, un lugar de aspecto desolado y hostil, se encuentran con Morgana. Ésta se queda prendada de inmediato de los encantos del supuesto Ricciardo y, a requerimiento de los recién llegados, les informa de que se hallan en el reino de su hermana Alcina (Aria de Morgana: Or s’apre il riso). Ruggiero confiesa a Bradamante-Ricciardo y burlándose de él que no tiene ojos nada más que para su amada Alcina (Aria de Ruggiero: Di te mi rido). Por su lado Oronte, general de las fuerzas de la maga, se siente muy incómodo por la atención que Morgana, a la que ama, dedica a Bradamante- Ricciardo (Aria de Bradamante: È gelosia, forza è d’amore). Le reprocha en consecuencia tal inconstancia al mismo tiempo que, para minar la confianza de Ruggiero (Aria: Bramo di trionfar) inventa una estratagema, la de despertar sus celos haciéndole ver que Ricciardo es el nuevo amante de Alcina (Aria de Oronte: Semplicetto, a donna credi?). De pronto la apariencia del lugar cambia por completa de fisonomía. Se abre una montaña y se vislumbra el suntuoso palacio de Alcina en el que los viajeros son recibidos con grandes muestras de satisfacción por parte de unos cortesanos (Coro y bailes: Questo è il cielo di contenti). Los poderes mágicos de Alcina le han permitido ese cambio, igual que su propio aspecto personal. Vieja y fea, ofrece la imagen de una joven hermosa que atrae a los visitantes a los que, tras disfrutarlos como amantes, los convierte en rocas, arroyos o fieras. Picado por la incertidumbre, Ruggiero acusa de infidelidad a la maga que se defiende acusándole a su vez de no amarla (Aria de Alcina: Sì, son quella, non più bella). Consecuentemente cuando Ruggiero se reencuentra con quien sigue creyendo que es Ricciardo (Aria de Ruggiero: La bocca vaga), cegado por los celos, no da crédito cuando éste le revela su verdadera identidad. Alcina recibe con afecto a los actuales visitantes y pide a su enamorado Ruggiero, del que está sinceramente enamorada, que les muestre las delicias del entorno (Aria de Alcina: Dì cor mio). 37 Por su parte, Alcina está dispuesta a convertir a Ricciardo en una bestia salvaje, decisión que encuentra algo de reservas en su amante Ruggiero y mucha mayor oposición en Morgana (Aria de Morgana: Ama, sospira). Morgana que se ha puesto incondicionalmente de parte de Bradamante-Ricciardo le informa de las intenciones de Alcina de convertirlo en bestia para quitárselo de encima. El joven no tiene otra salida que dejarse llevar por las atenciones de Morgana para que esta interceda ante su hermana. Alcina encuentra a Ruggiero distante pese a que éste sigue confesándole su amor. Su declaración amorosa aunque dirigida a ella directamente, sin embargo, está destinada claramente a Bradamante (Aria de Ruggiero: Mio bel tesoro). La felicidad de Morgana es, entonces, completa (Aria de Morgana: Tornami a vagheggiar). Acto II. Ruggiero se deja llevar por su pasión hacia Alcina (Arioso de Ruggiero: Col celarvi a chi v’ama). Intentando devolverle la realidad, Melisso que asimismo es poseedor de arte mágicas, bajo el aspecto de su preceptor Atlante le hace ver a Alcina tal como es en realidad. Ruggiero es así liberado del encantamiento y desea poner las cosas claras con su amada Bradamante (Aria de Ruggiero: Quel portento mi richiama). Melisso le aconseja que siga fingiendo atracción por Alcina y que aproveche con motivo de una jornada dedicada a la caza, para poder escaparse (Aria de Melisso: Pensa a chi geme). Oberto sigue el rastro de su desaparecido padre; Alcina le consuela prometiéndole que pronto le encontrará (Aria de Oberto: Tra speme e timore). Oronte comunica a Alcina que durante la caza, Ruggiero tiene previsto huir en compañía de Ricciardo y Melisso. Alcina está desesperada (Aria de Alcina: Ah, mio cor, schernito sei). Aunque Oronte se regocija por la traición de Ricciardo (Aria de Oronte: È un folle, un vile affetto), Morgana no le sigue el juego. Bradamante incita a Ruggiero a la huida; éste, aún indeciso, se entusiasma recordando las bellezas del lugar de las que tanto ha disfrutado (Aria de Ruggiero: Verdi prati, selve amene). Pero cuando Ricciardo le dice que es ella precisamente Bradamante bajo la apariencia de su hermano, Ruggiero cree que se trata de un nuevo encantamiento de Alcina. Bradamante siente deseos de venganza aunque en su interior se ve más inclinada a la clemencia (Aria de Bradamante: Vorrei vendicarmi). Alcina se lamenta de la crueldad de Ruggiero e invoca a las fuerzas del mal para que acudan en su socorro. Pero no obtiene respuesta y la maga, enfurecida, rompe su varita mágica (Recitativo acompañado y Aria de Alcina: Ah, Ruggiero crudel. Ombre pallide). Ruggiero sigue perplejo, preguntándose si Ricciardo es en verdad su amada Bradamante (Aria de Ruggiero: Mi lusinga il dolce afetto) y no un producto de las estrategias mágicas de Alcina. 38 Acto III En una de las estancias palaciegas, Morgana al sentirse abandonada por Ricciardo suplica a Oronte que recuerde el amor que antaño los unió (Aria de Morgana: Credete al mio dolore). Él se hace un poco el duro, pero acaba por rendirse a la evidencia (Aria de Oronte: Un momento di contento). Alcina y Ruggiero se vuelven a encontrar fortuitamente. Ella intenta de nuevo seducirle (Aria de Alcina: Ma quando tornerai), pero él le confiesa su intención de abandonarla pese a las amenazas con terribles castigos que recibe por parte de la maga (Aria de Ruggiero: Sta nell’Ircana). Ruggiero y Bradamante se reconcilian definitivamente (Aria de Bradamante: All’alma fedel). Melisso anuncia la batalla contra la resistencia de Alcina. Es Oronte quien le comunica a Alcina su derrota y la intención de Ruggiero de no abandonar la isla hasta que las víctimas no recobren su identidad humana (Aria de Alcina: Mi restano le lagrime). Frente al palacio varias fieras van y vienen dentro de sus jaulas (Coro: Sin per le vie del sole). Alcina, furiosa, le entrega a Oberto una lanza inwcitándole a que ataque a un dócil león enjaulado, pero el joven se niega sospechando que se trata de su padre (aria de Oberto: Barbara! Io ben lo so). Alcina, en el colmo de su desesperación, intenta de nuevo retener a Ruggiero sacando a la luz todos los recursos de sus maleficios pero no lo consigue (Terceto de Alcina, Ruggiero y Bradamante: Non è amor ne gelosia). Los dos jóvenes, Bradamante y Ruggero, rompen la urna donde se concentran todos los poderes de Alcina. Ésta y Morgana huyen despavoridas, al tiempo que todas las fieras recobran su apariencia humana (Coro: Dall’orror di notte cieca). Todos celebran el buen resultado de los acontecimientos (Bailes y Coro: Dopo t a n t e amere pene). Alcina: Magia e invención Luis Suñén convierte en el mucho más duro de la no menos dura vida cotidiana en el Londres casi preindustrial. La pieza de Gay, por cierto, ha continuado su carrera como armazón para diversas ediciones y escenificaciones que llegan hasta, nada menos, Benjamin Britten. El gran poeta cubano Gastón Baquero tituló su poesía completa Magias e invenciones. Los títulos son unas veces más inocentes que otras pero en aquel caso predominaba al fin lo definidor frente a lo retórico –el peor enemigo del arte de titular. Y traigo a colación aquella ocurrencia baqueriana porque me parece que, igual que para su poesía, sirve muy bien para definir una obra como Alcina y a su autor, es decir, una ópera que va de magia y un compositor que inventa: su amiga Mary Granville –Mrs. Pendarves-, después de un ensayo de Alcina, describió a Haendel como “un nigromante en medio de sus propios encantamientos”. Añadamos a eso las circunstancias económicas y profesionales de un autor que a la altura del estreno de su ópera –1735- se encuentra con un doble problema. El otro problema del Haendel de aquellos años era el tener que lidiar con la Opera de la Nobleza, es decir, con la competencia que desde la cercanía de la corte se le empieza a hacer a quien es su propio empresario en un momento en el que ya ha comenzado el fin de la dependencia de la música respecto de una aristocracia que la había tenido siempre en nómina. Pero el compositor, a diferencia de los gestores de la otra compañía, conoce el percal, sabe acudir a los mejores cantantes o a sus alternativas-, guarda fidelidades que le rendirán réditos en forma de apoyo a sus propuestas en los teatros de la capital que todavía controla. Y es que, tras el cierre de la Academia, bajo cuya ala estrenaba sus obras pero por cuyo encargo acudía al continente para atraer a Londres a aquellos cantantes, advertirá la necesidad de convertirse en una suerte de empresario más o menos agresivo. La Opera de la Nobleza, impulsada nada menos que por el Príncipe de Gales y con Porpora –un claro representante de la casi agonizante ópera seria- como maître à penser, se basa en el apoyo “oficial” y en un elenco de cantantes insuperable fichado al precio que se merece quien por su nombre y su clase llena Por una parte, el ascenso ya entonces irrefrenable de lo que podríamos llamar –para entendernos- la ópera cómica inglesa, ejemplificada por The Biggar’s Opera (1728) de John Gay a lo que acompaña el agotamiento inevitable del esquema de la ópera seria que aún triunfaba en Londres –Porpora, por ejemplo. En The Biggar’s Opera –La ópera del mendigo- los pobres y los desheredados son los protagonistas –es una especie de puesta en música del protagonismo que aquellos tienen en el universo sórdido y sarcástico de Hogart- y no ya la solemnidad de los argumentos más o menos históricos o hasta el humor leve de la peripecia clásica a que apela la ópera seria se 40 los teatros: Senesino, Cuzzoni, Montagnana, Farinelli… Solo Carestini se quedará con Haendel y, aunque en principio se negara a cantar en Alcina, luego bisará el aria Verdi prati en todas las representaciones. Sin embargo Haendel aprovechó en los años de competencia con la Opera de la Nobleza la baza que el calendario le ofrecía en Cuaresma: como no se podían representar óperas, él ofrecía sus oratorios –Esther, Deborah, Athaliah- los miércoles y los viernes. no deja indiferente a nadie, como cuenta Charles Burney en sus memorias de cuando lo vio por vez primera a los quince años y, como Bach en su tiempo o Haydn más adelante, su nombre es sinónimo de lo más sólido de la música de su presente, elegido como tal, cada vez más, por un público que se suscribe a sus temporadas. Un público que acepta o no –no como nosotros que sólo aparentamos la opción del rechazo- lo que le ofrecen sus contemporáneos. Durante la competencia con la Opera de la Nobleza, Haendel seguirá estrenando en el renovado Covent Garden o en su ya conocido King’s Theater. Por otra parte, la casa real le mantendrá el subsidio de 1.000 libras que recibía y ordenará que le sea entregado directamente a él. La Opera de la Nobleza durará cuatro años, hasta 1737, el año en el que una parálisis reumática hará que Haendel pierda el uso de la mano derecha y se vaya a tomar las aguas a Aquisgrán para encontrarse al regresar con la muerte de la Reina Catalina, a la que dedicará la correspondiente Oda. Haendel será partícipe, el año siguiente, de la creación de la Fundación para el Apoyo de los Músicos que, como no podía ser de otra manera, se funda en una taberna, la Crown & Anchor –Corona y Ancla. Por cierto, donde estaba la taberna, hoy se alza el edificio del HSBC Bank –The Hong Kong and Shanghai Banking Corporation-, el de las cuentas en Suiza. Ya a esas alturas se le ha erigido una estatua en Vauxhall Gardens, tiene privilegio de derechos de autor y sus obras tienen un editor, digamos, serio y, desde luego, con experiencia, como John Walsh. Haendel es conocido en todo el mundo, su presencia Una pregunta frecuente al hablar de Haendel es si con él se cierra una época, y si no lo hace de modo tan irrevocable como sucederá con el fin del Antiguo Régimen en el que se inserta. Seguramente, como en el caso de Bach, como sucederá con Mozart o hasta con Haydn, la respuesta debiera ser afirmativa. Pero tengamos en cuenta que los dos con su influencia alumbran el futuro desde sus propios logros. En el caso de Bach, la suma de forma y emoción, la matemática aplicada al orden musical. En el caso de Haendel, la puesta en música de los afectos más allá de aquello que mandaba el tópico, la caracterización humana de los personajes divinos o heroicos a través de una música que conoce los registros de su propio significado. ¿Fue un conservador como Bach, cuyo genio le lleva a superar cualquier calificativo de esa clase? No olvidemos que el arte no es la ciencia y que, por tanto, resulta especialmente difícil de aplicar –aunque siempre habrá quien presuma de que lo entiende porque presuntamente lo ejemplifica- el concepto de progreso. El fin del antiguo régimen, el ascenso de la burguesía, la revolución industrial, que llegarán poco después, sí son progreso. Y como la propia sociedad, la 42 música no podía ser la misma. Por cierto, que esa misma sociedad tuvo olvidadas sus óperas desde el 6 de abril de 1754, en que se representó por última vez Admeto en el King’s Theater de Londres, hasta que el 26 de junio de 1920 se recuperó Rodelinda en el Stadttheater de la ciudad alemana de Göttingen. Es decir, 166 años de silencio operístico. Poco después, el nazismo quiso adueñarse del genio haendeliano, diciendo que su Mesías no era judío sino alemán o cambiando los libretos de sus óperas, convirtiendo Judas Macabeo en Guillermo de Nasau o Israel en Egipto en Furia mongólica. 44 Después revivió en Inglaterra, luego en Estados Unidos y definitivamente, gracias también a los discos, en todo el mundo. Partiendo, pues, de la base de que en Haendel se produce el ascenso y la caída gloriosa de la opera seria –habrá ejemplos posteriores, naturalmente, como la cada vez más valorada La clemenza di Tito de Mozart- hasta que Gluck fulmine sus restos a base de eso que alguien llamó “su incomparable y profundo color gris brillante”, Alcina es en eso un ejemplo paradigmático. Recordemos antes que tras ella sólo habrá tres títulos más en el catálogo operístico de Haendel –Atalanta, Berenice y Xerxes-, y que el total se eleva a cuarenta y tres. Alcina es de 1735 y Xerxes de 1738. La distribución cronológica de las óperas y los oratorios de Haendel nos hace pensar, en efecto, en la crisis del modelo operístico, en la dificultad de seguir atrayendo al público hacia él –lo que coincidirá también con la crisis del género en el Reino Unido hasta poco menos que la llegada de Britten en pleno siglo XX, sólo mitigada por el triunfo de la opereta a lo Gilbert & Sullivan- pero también en la posibilidad de mantener las galas del oficio y de ganar dinero con él por medio de un género que requería, igualmente, buenos cantantes capaces de atraer al mismo público. De hecho, los teatros solían ser también los lugares en los que se estrenaban muchos oratorios, lo que los enemigos de Haendel argüían como una falta de respeto a su temática generalmente sacra o bíblica. Los cambios de expresión entre las óperas y los oratorios haendelianos tienen que ver más con el carácter previsible en unas y otros, con la necesidad o no de servir a un libreto en el que, centro de unas normas difícilmente cambiables, era necesario mantener dos cosas: el interés de la trama a través de la música y que la personalidad de esta no se viera constreñida por un cliché formal. Y precisamente esa habilidad era lo que diferenciaba a Haendel de toda su competencia. En los mejores de sus oratorios no deja de haber, como en sus mejores óperas y por ello muy claramente en Alcina, un desarrollo constante de los affetti, eso que, de manera convencional, debiera en el oratorio sustituir por el sentimiento piadoso, si bien sea verdad que las arias de estos poseen en muchos casos el mismo atractivo, al margen de su tema, que en las óperas mejores del autor. Sin olvidar tampoco que la estructura temática de algunos de sus oratorios no deja de responder a lo mismo que siempre se le pedía a una obra teatral y por tanto también operística: planteamiento, nudo y desenlace. Quizá la lista la encabece Alcina y tras ellas aparezcan Orlando, Julio César, Rodelinda y Ariodante, más Rinaldo –esta, aun con sus defectos de juventud y de genio todavía en agraz es irresistible- y Ezio –llena de sorpresas hasta para los mejores conocedores de la producción haendeliana, que son quienes seguramente tendrían más difícil establecer un escalafón. Alcina, decíamos, se estrenó en 1735 –el 16 de abril, una semana antes de ser concluida por Haendel- por la propia compañía del autor en el teatro del Covent Garden y fue su último gran éxito en el terreno de la ópera. Se trata seguramente, con Julio César, de una de sus óperas que mejor se defienden en lo escénico frente al paso del tiempo, y aquella en la que tras la asunción de las influencia alemana e italiana –más que influencias, fuentes en las que bebió bien directamente- y el desarrollo de un estilo crecientemente propio, culmina rutilante toda su personalidad. Se trata de una obra simplemente genial que ha atravesado los siglos fresca como una lechuga y que precisamente por esa frescura y la correcta distancia entre escena y espectador resiste formidablemente el empeño de los modernos registas de aggiornare lo que no lo necesita en absoluto. La trama es perfectamente asumible por un público de hoy que ha visto reposiciones tan soberbias como la de la Opera de Stuttgart a cargo de Jossi Wieler y Sergio Morabito. Por cierto, que la de David Alden, con la dirección musical de Christopher Moulds, que presenta el Teatro Real en su temporada 2015-2016 supone el estreno en España de la ópera en su versión escénica –en versión de concierto la habíamos visto antes, en Madrid, en la temporada que concluye con un reparto, por cierto, de verdadero ensueño. Sólo Es difícil establecer un canon de las óperas de Haendel, tratar de exponer en poco espacio y con buen criterio cuáles son las más interesantes. 46 las oberturas –y la de Alcina, en estilo francés, no es una excepción-, tomadas a veces de aquí y de allá por el propio Haendel o sus editores, aparecen como menos dignas de la grandeza a la que preceden. Ya sabemos que hasta Mozart y Haydn la obertura no adquirirá mayor presencia y que sólo a partir de Weber será puerta de la acción y resumen de la música que va a escucharse, pero la convención es la convención y tampoco era cuestión de darle música de primera calidad a un público ruidoso mientras armaba todavía la bulla inherente a acomodarse de una vez. Sin embargo parece definitivamente reconocido que la música para ballet que la ópera contiene está entre la mejor música instrumental que compusiera su autor. El libreto, de autor desconocido, de la Alcina haendeliana, procede, como tantos de sus óperas contemporáneas –en el caso de Haendel 48 y en otros muchos- del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto por vía de el de la ópera de Riccardo Broschi –hermano de Farinelli- L’ isola di Alcina. La obra de Ariosto, sus episodios distintos, daban en la época para muchos argumentos y Haendel aprovechó lo ya hecho con unos cuantos toques que agradaran a la audiencia londinense. La historia de la hechicera que vive en su isla mientras convierte en animales, vegetales u objetos a quienes nada más arribar se enamoran de ella perdidamente, puede ser tomada como una suerte de aspecto tragicómico de lo heroico y, por tanto, también como suavizador de las terribles cosas que suelen ocurrir en la ópera seria. Aquí sigue habiendo grandes, enormes pasiones, en las que la identidad y la suplantación, la ilusión y la amenaza conviven en lo que al fin no es sino una lucha por el amor que implica, además, el castigo y el premio. El éxito de Alcina, su condición de clásico entre los clásicos de su autor llega de su pertinencia artística pero también de la credibilidad de una trama que, por más que se aleje hacia los territorios del sueño o de una teomaquia menor, se plantea cuestiones que cualquier espectador comprende y es capaz de distanciar suficientemente en lo intelectual y en lo anímico. Y es que no hay ninguna razón para no tomar partido por una Alcina a la que el amor le juega una mala pasada y que se desconcierta desde la conciencia de que su poder no era el que ella misma suponía –el recitativo que antecede a Ombre pallide, como para que todavía haya quien diga que hay que cortarlos cuando se hace Haendel. El amor verdadero es al fin quien pugna por imponerse a los trucos de quienes lo buscan o lo han encontrado, de los que se equivocan, de los que calculan mal la resistencia del hechizo frente a la realidad del corazón. La propia Alcina se erigirá como una criatura tan poco de este mundo como desgraciada con las cosas del mismo –ay, el amor-, a la que no servirán sus propios medios y que en su aparente maldad será una víctima que perderá poder y amor. La magia, en todas sus acepciones, está clara en Alcina, en su libreto y en su capacidad para atraer al público de su estreno y al de hoy hacia la inverosímil. Pero esa capacidad sólo llega en el arte de la invención, de lo que hace a Haendel el más importante operista de entre sus contemporáneos, de lo que logra, en definitiva, que en la reiteración de la fórmula hallemos, más que su agotamiento, su apoteosis. Arias como Di, cor mio, Mi restano le lagrime, E gelosia u Ombre palide muestran el dominio del aria da capo pero a la vez, como sucede siempre en el autor, asombran por la forma en la que se evita la repetición de una inspiración constante, como si el molde animara en lugar de asustar. No hay más que comparar con sus contemporáneos, con el Veracini de Adriano, re di Siria, por ejemplo, de reciente escucha en Madrid en versión de concierto. Esa es la diferencia entre oficio y genialidad, la facultad que posee Haendel, como paralelamente la poseyeron Bach o Vivaldi, de convertir la regla en excepción permanente. Pero en el caso de Haendel hay también un indudable sentido teatral, una necesidad de que los sentimientos tengan un punto de humanidad contagiosa aunque aparezcan en una isla en la que manda una hechicera. De hecho, esa es otra de las diferencias con la mayoría de sus contemporáneos: la virtud de individualizar desde el esquema dado, para que distingamos en la expresión de los personajes, a través de su canto, los afectos que les inquietan. Rigoletto Giuseppe Verdi (1813-1901) Rigoletto Giuseppe Verdi (1813-1901) MELODRAMA EN TRES ACTOS. LIBRETO DE FRANCESCO MARIA PIAVE BASADO EN LA OBRA DE TEATRO LE ROI S’AMUSE (1832) DE VICTOR HUGO. ESTRENADA EN EL TEATRO LA FENICE DE VENECIA, EL 11 DE MARZO DE 1851. ESTRENADA EN EL TEATRO REAL DE MADRID, EL 18 DE OCTUBRE DE 1853. PRODUCCIÓN DE LA ROYAL OPERA HOUSE COVENT GARDEN DE LONDRES Director musical: Nicola Luisotti Director de escena: David McVicar Escenógrafo: Michael Vale Figurinista: Tanya McCallin Iluminadora: Paule Constables Coreógrafa: Leah Hausman Director del coro: Andrés Máspero El duque de Mantua: Stephen Costello (30 de noviembre 3 6, 10, 15, 19 de diciembre) Francesco Demuro ( 2, 5, 8, 11, 16 de diciembre) Piero Pretti (20, 23, 26, 29 de diciembre) Ho-Yoon Chung (27 de diciembre) Rigoletto: Leo Nucci (30 de noviembre, 3, 6, 10 de diciembre) Juan Jesús Rodríguez (15, 19, 23, 26, 29 de diciembre ) Luca Salsi (2, 5, 8, 11, 16, 20, 27 de diciembre) Gilda: Olga Peretyatko (30 de noviembre,3, 6, 10, 15, 19, 23, 26 de diciembre) Lisette Oropesa (2, 5, 8, 11, 16, 20, 27, 29 de diciembre) Bradamante: Sonia Prina Sparafucile: Carlo Colombara (30 de noviembre, 3, 6, 10, 15, 19, 23, 26, 29 de diciembre) Andrea Mastroni (2, 5, 8, 11, 16, 20, 27 de diciembre) Maddalena: María José Montiel (30 de noviembre, 3, 6, 10, 15, 19, 23, 26, 29 de diciembre) Barbara di Castri (2, 5, 8, 11, 16, 20, 27 de diciembre) 52 El Conde de Monterone: Fernando Radó Marullo: Àlex Sanmartí Matteo Borsa: Gerardo López El conde de Ceprano: Tomeu Bibiloni La condesa de Ceprano: Nuria García Arrés Giovanna: María José Suárez Un paje de la duquesa: Mercedes Arcuri Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 30 de noviembre, 2, 3, 5, 6, 8, 10, 11, 15, 16, 19, 20, 23, 26, 27, 29 de diciembre de 2015 20:00 horas; domingos, 18:00 horas. Salida a la venta al público 7 de julio de 2015 53 Argumento Rigoletto Fernando Fraga prisionero por los siervos del Duque, y lanza una maldición sobre Rigoletto, que se siente terriblemente afectado. Acto I. Corte de Mantua, a principios del siglo XVI, se celebra una brillante fiesta. El Duque se encuentra con uno de sus cortesanos, Mateo Borsa. Le dice que está a punto de comenzar una nueva aventura con una joven a la que ve en la iglesia y cuya belleza eclipsa a todas las damas presentes. Ella vive casi oculta y cada noche un hombre misterioso la visita. El Duque da cuenta de su cínica filosofía sobre el amor y las mujeres (balada: Questa o quella). Se escucha un minué y el Duque reprocha a una de sus amantes, la condesa de Ceprano, que vaya a ausentarse de la fiesta. Rigoletto yendo hacia su casa obsesionado por la maldición de Monterone, se cruza con Sparafucile, un asesino a sueldo que le ofrece sus servicios. Rigoletto rechaza el ofrecimiento, aunque toma nota de él. (Dúo: Quel vecchio maledivami!). Cuando Rigoletto se queda sólo, lanza su odio contra el Duque y el poder que tiene (escena: Pari siamo...). Entra en casa para reencontrarse con Gilda, su hija, producto de una relación con la única mujer que ha sentido compasión por su deformidad. Él vela de manera obsesiva por su hija, temiendo que caiga en las garras del Duque. Recomienda al aya Giovanna que vigile constantemente a la joven que sólo sale de casa para ir a la iglesia. (Dúo: Deh, non parlate al misero). Hace su aparición Rigoletto, el jorobado bufón burlándose de los “adornos” que lleva en la frente el Conde Ceprano. Marullo, otro cortesano, llega con una sabrosa noticia: ¡el bufón tiene una amante!. Rigoletto aconseja al Duque que para seguir gozando de los favores de la Ceprano, meta en la cárcel al Conde, o lo decapite. Pero el aya se ha vendido al Duque, al que permite entrar a escondidas en la casa. Cuando Rigoletto sale alertado por unos ruidos, el Duque se presenta ante Gilda, con un nombre falso: Gualtier Malde, pobre estudiante que la ama. La joven también enamorada del joven que la observa en la iglesia, acaba por confesarle su atracción (dúo: Èl sol dell’anima). Mientras el Conde Ceprano toma la decisión de vengarse, el Duque anima a todos para que disfruten de la fiesta. Entra el Conde de Monterone, cuya hija ha sido deshonrada por el de Mantua. Éste rehúye su presencia y es Rigoletto quien enfrentándose al padre, se burla de él. Monterone es hecho 54 El Duque parte para no ser descubierto Gilda entona un amoroso canto (aria: Caro nome che il mio cor). Varios cortesanos planean raptar a la que creen amante de Rigoletto. Éste que regresa es engañado por los conspiradores. Le dicen que van a raptar a la condesa Ceprano, su vecina, y le piden sujete una escala por la que saltaran al jaardín, poniéndole una máscara que le impide ver con claridad. (Coro: Zitti, zitti, mouviamo a vendetta). Al escuchar los gritos desesperados de Gilda es cuando Rigoletto se da cuenta del engaño, y piensa que la maldición de Monterone comienza a dar sus terribles frutos. Acto II. En el palacio el Duque se lamenta de la desaparición de Gilda a la que no ha encontrado en casa al volver en su busqueda. (Recitativo: Ella me fu rapita y aria: Parmi veder le lagrime). Los cortesanos le narran la realidad (coro: Scorrendo uniti remota via). El Duque exulta de satisfacción, y acude a consolar a la joven que se encuentra en su palacio (aria y cabeletta: Possente amor mi chiama). Aparece Rigoletto, totalmente destrozado ya que está seguro que su hija no está lejos. Los cortesanos le reciben con sorna y evasivas. Cree que su hija está con el Duque. Rigoletto canta una desgarrada demanda de piedad (escena y aria: Cortigiani, vil razza dannata). Aparece Gilda. La joven deshonrada narra el desarrollo de os acontecimientos (aria: Tutte le feste al tempio). Su padre intenta consolarla, recuerda la aparición de Monterone, un padre vejado como él, y decide vengarse (final: Si, vendetta, tremenda vendetta). Acto III. A orillas del rio se encuentra la casa de Sparafucile, que está en compañía de su bella hermana Magdalena, que es la cómplice para llevar a las víctimas que ha de matar su hermano. Rigoleto y Gilda, ocultos ven llegar al Duque que entona una canción acerca de la volubilidad de las mujeres (canción: La donna è mobile). Rigoleto y Gilda son testigos de como el Duque corteja a Magdalena (cuarteto: Bella figlia dell’amore). Rigoletto ordena a Gilda parta a Verona disfrazada de hombre, y le espera allí. Después pacta con Sparafucile el asesinato del Duque. Más tarde regresará a por el cadáver que tirará al rio. Llega Rigoletto satisfecho por su venganza. Rápidamente coge el saco con el cuerpo que cree del Duque. Lo empieza a arrastrar hacia el rio cuando escucha lo que le parece la voz del Duque. No puede ser, es una ilusión. Vuelva a oír más claramente y aterrado abre el saco y comprueba que la víctima es su hija. Estalla una tempestad, el Duque duerme. Magdalena fascinada por la personalidad del desconocido amante, intenta salvarle la vida. Sparafucile tiene su propio código de honor y se niega, pero acepta una solución: Si llama algún mendigo, éste será la víctima. Gilada a pesar de la prohibición ha regresado y oído este diálogo y decide sacrificarse por el hombre que ama. Llama a la puerta y es acuchillada sin piedad (escena: terceto y tormenta: Povero giovin ¡ Grazioso tanto). Gilda moribunda le pide perdón por desobedecerle. Poco después muere. Rigoletto fuera de sí comprende que la maldición de Monterone se ha cumplido (dúo y final: V’ho ingannato… colpevole fui). 56 Ocho puntos sobre la originalidad de Rigoletto José Luis Téllez Uno mucho decir) conducía así a Verdi a la creación de una nueva tópica vocal de la que Rigoletto sería el primer exponente. Rigoletto es el personaje más shakesperiano de todo Verdi, en la medida que es un personaje altamente complejo y contradictorio en el bien y el mal se entremezclan de modo inextricable: de ahí la originalidad de su tratamiento musical. Pese a existir precedentes en la producción verdiana (Attila y Macbeth), Rigoletto es la obra que otorga al barítono la definitiva primacía dramática: el personaje posee tal singularidad que puede decirse que se trata de la primera ópera en que esa voz ocupa el espacio dominante, desplazando al segundo lugar a la tradicionalmente protagonista, la de tenor, que pasa a la posición de antagonista. La novedad e importancia de este cambio de perspectiva permitiría afirmar sin excesiva hipérbole que el barítono tal como lo conocemos hoy, es una creación específicamente verdiana. Tenor y soprano son las voces tradicionalmente estilizadas del operismo: Rodolfo Celleti destacó este fenómeno, señalando que la gran aportación verdiana en el terreno de la vocalidad radicaba en ese nuevo desarrollo de las voces de tesitura más grave que había generado prototipos de tanto interés y de tan escasos antecedentes, como Rigoletto y Azucena, iniciando una serie que, a través de Simón Bocanegra y Ulrica, llega hasta Amosnaro y Amneris. La búsqueda de una cierta forma de realismo (en al medida en que tal concepto pueda aplicarse a la ópera, lo que tal vez sea Dos La unidad narrativo-musical preponderante en Rigoletto ya no es el aria, sino la escena. Sin perder su carácter de pezzi chiusi, aquellas se insertan en un devenir musical continuo: ni Questa quella o la aún más pregnante Donna è mobile del tenor, ni casi siquiera el Caro nome de la soprano permiten segmentar el discurso, evitando que el flujo musical se interrumpa con aplausos (lo que no deja de ser desconcertante para el aficionado convencional). El finale primo o el propio comienzo de la obra subsumen en su interior cavatinas, coros, dúos y conjuntos en un segmento único y totalmente unificado. La lección de la Semiramide rossiniana fructifica aquí bañada de una nueva luz; la dramática estructura hegemoniza el discurso por encima de la estructura más apolínea de su modelo, identificando como romántica la práctica verdiana frente al deslumbrante clasicismo de su modelo. Lo llamativo es que esa disolución de los finales en un todo más amplio (que presenta alguna afinidad con la actitud adoptada por Mozart en Idomeneo, ópera por cierto desconocida en Italia en tiempos de Verdi) se efectúa por así decir, desde el interior del código sin la menor ruptura enunciativa. Tan sólo existe un aria de disposición tradicional cavatina-cabaletta 57 y forma cerrada: Parmi veder le lacrime / Possente amor mi chiama del tenor en el acto II: es la única concesión a la norma en toda la obra. de ira sobre un vehememte ostinato de la cuerda en una melodía enérgica y casi declamada (Cortigiani, vil razza), humillación y súplica final en la que la morbidez de la linea de canto se festonea con una variación del violonchelo solo, no existe en todo el repertotio romántico italiano una descripción más compleja de los affetti ni se habrá expresado jamás la desesperación con tan rica variedad de matices Se pasa de la orquesta de cuerda al tutti y, de ahí, a la música de cámara en un solo episodio, en el que cada una de sus partes posee su propia tímbrica, forma y tonalidad: Mi menor, Do menor, Fa mayor y Re bemol, prepartando ya la conclusión del acto en su dominante, La bemol. Tres Si las piezas encomendadas al tenor y la soprano corresponden a formas más o menos previsibles, el protagonista no tiene un aria determinada y reconocible en toda la ópera, casi toda su parte es concebida como una serie de desarrollos sin una estructura fija y que cambian a lo largo de su enunciación. Son monólogos totalmente integrados en el desarrollo dramático, de modo que su escritura vocal no hay diferencias entre el recitativo, el arioso y el aria propiamente dicha. Son episodios que, o bien preceden a dúos o están interpolados en el curso de una escena. Pero cuando conviene, Verdi no renuncia a emplear el esquema bipartito más normal como en el segundo final donde la cavatina de Gilda (Tutte le feste al tempio) se ve sucedida por la de Rigoletto (Solo per me l’infamia), desembocando en un breve duetto (Ah, piangi, fanciulla!) y tras el tempo di mezzo que se justifica con la entrada de Monterone, que reitera su maldición, da pie a la cavaletta (Si, vendetta!). Cinco Los personajes de mayor originalidad son los que contradicen el código de la ópera seria, el protagonista y Sparafucile no pertenecen al arquetipo nobiliario, son figuras que se mueven en los márgenes de la luz y la sombra, de la ley y el crimen. Su asombroso dúo del acto I otorga una nueva función al recitativo drammatico, al extremo de que la materia melódica se ha desplazado de las voces a la masa instrumental: los interlocutores hablan, más que cantan, la expansión melódica cantable se desarrolla instrumentalmente, al margen de la vocalidad. El canto pertenece a una orquesta sin violines ni metales ni otras maderas que clarinetes y fagotes, de cuya profundidad emerge una sorprendente melodía encomendada a un, no menos insólito, dúo entre un violonchelo y un contrabajo solistas en octavas. La sonoridad oscura, casi lúgubre, del Cuatro El episodio más rico y novedoso corresponde a la gran escena entre el protagonista y los cortesanos en el Acto II, tres segmentos muy contrastados, cada uno de los cuales se basa en una idea musical diferente, según cambia la situación emotiva. Melodía entrecortada descendente-suspiro- en la primera sección (Larà, larà), estallido 58 inesperado episodio se ilumina tan solo con ese Seis canto instrumental que Julian Budden, con par- El melodramma (y es significativo que Verdi retome este término caído en desuso para definir su nueva obra en pleno siglo XIX) había nacido ticular agudeza, ha descrito como impregnado de una fosforescencia maléfica. 60 a fines del Cinquecento para describir un nuevo género musical que otorgaba la primacía a la voz solista instrumentalmente acompañada, generando una monodía que se ciñese al avatar dramático como respuesta a la inviabilidad teatral de la commedia armonica de autores como Orazio Vecchi o Adriano Banchieri: polifonía y ópera) la prima y seconda prattica madrigalísticas respectivamente) cubrían aspectos antagónicos. De un modo nuevo, que no violenta el código del teatro cantado en uso en su época, Verdi reintroduce la polivocalidad en el espléndido cuarteto del tercer acto, donde cada personaje enuncia su propia música y su propio texto independiente, simultaneando cuatro puntos de vista diferentes con tanta maestría contrapuntística como eficacia argumental y dramática: recuperación de la polifonía para la escena teatral (Torniamo all’antico è sarà un progresso), se afirma que dijo Verdi cuatro décadas más tarde. Siete El coro ha perdido por completo su función decorativa: es un verdadero personaje colectivo que, en lugar de asistir y comentar un racconto o aportar una imagen coloreada y estática, encarna al grupo de cortesanos que rodean al déspota con sus adulaciones y que urden y ejecutan infamias para diversión del poderoso y humillación del débil. Verdi ha escrito para ellos la música más deliberadamente vulgar y ramplona jamás salida de su pluma. Pero en el tercer acto, esas voces dejan de ser la expresión de una colectividad concreta para ofrecer la imagen auditiva de un fenómeno natural genérico, el ulular del viento, evocado a través de una oscilación cromática sin un contorno tonal preciso: dejan de ser acción para transmutarse en descripción. Y Ocho Rigoletto es la tercera de las cinco óperas escritas por Verdi para La Fenice de Venecia: una colaboración iniciada en 1844 con Ernani, por la que el compositor recibió la respetable cifra de 12.000 liras. En esta época, el artista vendía su obra por un tanto alzado al empresario o al editor que a partir de ese instante, era su propietario: los derechos de autor eran inexistentes. Rigoletto es el título que abre la trocha por la que acabará ingresando en la industria operística y ello, precisamente, por situarse en una etapa de recesión debida a los acontecimientos políticos: el ejército francés ayudando a regresar a Roma a Pio IX y Austria derrotando al Piamonte y a Venecia, todo ello en apenas tres meses convirtieron el año 1849 en el año de la catástrofe para los partidarios de la unidad italiana. El interés por el teatro de agitación decayó, y el cachet de los grandes divos se redujo, al tiempo que los ideales republicanos de Mazzini y Garibaldi se demostraron impracticables. En semejante estado de penuria, La Fenice propone a Verdi en 1850 un contrato en el que le ofrecen tan sólo 6.000 liras, pero reconociéndole la propiedad de la obra y reclamando para el teatro solamente el manuscrito y el estreno, libre de otros cargos. Verdi acepta y, a su vez, vende a Ricordi los derechos de edición por idéntica cantidad, pero reservándose un porcentaje del alquiler del material de orquesta para cualquier teatro que no fuese el coliseo véneto, con lo que el editor asumía, de hecho, el papel de administrador de los derechos de ejecución: el modelo se adoptó paulatinamente por los demás compositores. De este modo, Rigoletto es la obra con la que, en Italia, aparece en algún grado el concepto de propiedad intelectual , a tal extremo llega su carácter pionero. La tormenta lejana que precede a la conclusión de la obra es uno de los instantes más sorprendentes y de mayor inventiva tímbrica de todo el operismo italiano del novecento. 64 La Flauta Mágica. (Die Zauberflöte) Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) SINGSPIEL EN DOS ACTOS. LIBRETO DE ENMANUEL SCHIKANEDER. ESTRENADA EN EL THEATER AUF DER WIEDEN DE VIENA EL 30 DE SEPTIEMBRE DE 1791. ESTRENADA EN EL TEATRO REAL DE MADRID, EL 11 DE ENERO DE 2001. PRODUCCIÓN DE LA KOMISCHE OPER DE BERLIN. Director musical: Ivor Bolton Director de escena: Barrie Kosky Concepto: Suzanne Andrade, Paul Barritt y Barrie Kosky Animador: Paul Barritt Escenógrafa y figurinista: Esther Bialas Iluminador: Diego Leetz Dramaturgo: Ulrich Lenz Director del coro: Andrés Máspero Sarastro / Orador: Christof Fischesser (16, 19, 22, 24, 26, 28, 30 de enero) Rafal Swiwek (17, 20, 23, 25, 29 de enero) Tamino: Joel Prieto (16, 19, 22, 24, 26, 28, 30 de enero) Norman Reinhardt (17, 20, 23, 25, 29 de enero) Dos Sacerdotes / Dos hombres con armadura: Airam Hernández, David Sánchez La Reina de la Noche: Ana Durlovski (16, 19, 22, 24, 26, 28, 30 de enero) Kathryn Lewek (17, 20, 23, 25, 29 de enero) Pamina: Sophie Bevan (16, 19, 22, 24, 26, 28, 30 de enero) Sylvia Schwartz (17, 20, 23, 25, 29 de enero) Tres damas: Elena Copons, Gemma Coma-Alabert, Nadine Weissmann Papageno: Joan Martín-Royo (16, 19, 22, 24, 26, 28, 30 de enero) Gabriel Bermúdez (17, 20, 23, 25, 29 de enero) Papagena: Ruth Rosique Monostatos: Milkeldi Atxalandabaso Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 16, 17, 19, 20, 22, 23, 24, 25, 26, 28, 29, 30 de enero de 2016 20:00 horas; domingos, 18:00 horas Salida a la venta al público 22 de septiembre de 2015 68 Argumento Die Zauberflöte (La flauta mágica) Fernando Fraga La acción: en una época indeterminada. El lugar: Egipto. relatan las Damas, se halla prisionera en el castillo del malvado Sarastro. Hace una estruendosa aparición la Reina de la Noche y promete a Tamino la mano de su hija si el muchacho rescata a Pamina de las garras de Sarastro. Luego desaparece de la misma tempestuosa manera con la que hizo su aparición. Acto I. En un paisaje agreste un joven y hermoso príncipe, Tamino, corre perseguido por una espantosa serpiente. En la huida, pierde pie y cae a tierra sin sentido. Tres Damas, al servicio de la Reina de la Noche o Astrifiammante, matan a la serpiente antes de que ataque al joven desmayado. Seguidamente, contemplando la belleza de Tamino, discuten entre ellas sin ponerse de acuerdo. A continuación, se van para informar de lo sucedido a la Reina de la Noche, con la intención de regresar a su debido tiempo. Las Damas le retiran el candado de la boca de Papageno previa su promesa de no volver a mentir. Luego entregan a Tamino una flauta. Es mágica y ayudará al muchacho en los momentos de peligro. Para que Papageno ayude a Tamino en la misión de liberar a Pamina, el pajarero recibe un carillón con campanillas también mágico. En esa misma tarea contarán también con el apoyo de tres Genios, tres adolescentes. Tamino se pregunta por lo sucedido al ver muerta la serpiente cuando recobra el conocimiento. Llega cantando un extraño personaje, Papageno, de oficio cazador de pájaros con cuyas presas intercambia comida y bebida con la Reina de la Noche. Le asegura a Tamino, fanfarrón, que él mismo es el que ha dado muerte al monstruo que le perseguía. A tiempo de ser oído por las tres Damas a su regreso por lo que, como castigo a la falsedad, le sellan la boca con un candado. En el castillo de Sarastro, su sirviente moro Monostatos se encuentra de improviso con Papageno. Los dos se asustan: uno por el color de la piel del otro; éste por el ropaje de plumas de aquél. Huyen despavoridos, pero Papageno regresa enseguida: si hay pájaros negros ¿por qué no habrá también hombres negros? Se encuentra con Pamina y le da cuenta de pronta llegada de Tamino con ánimo de rescatarla. Los dos cantan sobre los poderes que ejerce el amor en los corazones humanos Las Damas enseñan a Tamino un retrato de Pamina, la hija de la Reina de la Noche. El muchacho queda embelesado ante tanta hermosura y jura librarla de su cautiverio pues, según le 69 trata a la pareja con cariño y amabilidad. Pero han de superar varias pruebas para que su felicidad se consolide. Monostatos es condenado a recibir 77 latigazos. Ante la fachada de tres templos, el de la Razón, la Naturaleza y la Sabiduría, los tres Genios aconsejan a Tamino que tenga discreción y paciencia. El joven intenta traspasar, una tras otra, la puerta de los templos, pero voces misteriosas que no sabe de donde proceden, se lo impiden. De la tercera entrada, la del templo de la Sabiduría, aparece un viejo sacerdote y le aclara que Sarastro no es el malvado que le han descrito, pues nunca debe de fiarse de las palabras de las mujeres. Cuando el sacerdote le deja a solas, las mismas voces misteriosas le dicen que Pamina está viva y que pronto verá la luz. El coro da por terminado el acto cantando: “Cuando la virtud y la justicia siembran el camino de gloria, es entonces cuando la tierra se convierte en un reino celestial y los hombres adquieren la apariencia de los dioses”. Acto II. En un jardín los sacerdotes entran en procesión y Sarastro les comenta que Tamino ha decidido formar parte de su orden. A continuación da cuenta de las virtudes que adornan al príncipe y les señala el destino que junto a Pamina les reserva la existencia a tan venturosa pareja. Entre ellos son nombrados dos Sacerdotes que serán los que instruyan en lo sucesivo a la pareja. Alegre, Tamino comienza a tocar la flauta. A su mágico sonido acude una multitud de animales salvajes domados por la fuerza y la gracia de la música. Cuando Tamino escucha que se acerca Papageno sale en su búsqueda. Por el lado opuesto, sin encontrase, aparece Pamina. La muchacha es detenida por Monostatos y un grupo de esclavos. Pero Papageno hace sonar sus campanillas y los captores, en el semblante dibujada una tontorrona sonrisa, salen disparados bailando al son del instrumento de Papageno. Tamino y Papageno son conducidos a un patio interior del castillo de Sarastro. Los dos Sacerdotes les preguntan si se hallan dispuestos a enfrentarse con las pruebas relacionadas con su iniciación, a lo que Tamino contesta afirmativamente y Papageno con evasivas. Han de mantenerse en silencio, a oscuras, desconfiando de los ardides femeninos. Si sucumben a estos requisitos, serán castigados. Una solemne fanfarria y un coro laudatorio sucesivo anuncian la llegada de Sarastro y su séquito. Pamina, arrepentida, le pide perdón por su intento de fuga, explicando la razón principal de esa decisión: quería librarse de los avances libidinosos de Monostatos. Reaparecen las tres Damas intentando convencerles de que se alejen de Sarastro y vuelvan a servir los intereses de la Reina de la Noche. Tamino permanece inquebrantable, mientras Papageno se deja llevar por el miedo. Monostatos ha capturado a Tamino y lo presenta a Sarastro. Pamina y Tamino se reconocen y se abrazan con entusiasmo. Sarastro 70 Monostatos en un jardín iluminado por la luna encuentra dormida a Pamina y se la declara. Cuando está a punto de abrazarla, le interrumpe la Reina de la Noche. La madre, al enterarse de las intenciones de Tamino de unirse a los iniciados del templo, entrega a Pamina un puñal. Con él ha de dar muerte a Sarastro. Sarastro, una vez que la reina ha desaparecido, aleja a Monostatos y tranquiliza con sus suaves y esperanzadoras palabras a Pamina, toda inquietud y reservas. que le haga la feliz y le dé unos cuantos “pajareritos”. Se presenta de nuevo la vieja espantosa que se quita la máscara tras la cual se ocultaba una hermosísima jovencita. Papageno está que arde, pero el Sacerdote los separa: aún no es tiempo, les confirma. En cierta parte del templo se ve a los dos Sacerdotes que conducen a Tamino y Papageno. De nuevo a solas, el pajarero sólo piensa en la sed y hambre que tiene. Una mujer vieja de aspecto horroroso, un auténtico espantajo, le ofrece un vaso de agua, mientras le asegura que es su novia. Papageno casi se muere del impacto. Los tres Genios anuncian, cantando, la victoria de la luz sobre la noche, o sea, la de Sarastro sobre la Reina de la Noche, mientras observan como Pamina está a punto de herirse con el puñal que su madre le entregó. A tiempo le impiden su efectuar esta acción, tranquilizándola: Tamino sigue enamorado de ella. Los tres Genios reintegran a Tamino y Papageno sus instrumentos mágicos, la flauta y el carillón, invitándoles a que sean fuertes y perseverantes. Tamino toca la flauta y a su dulce sonido se hace presente Pamina. Siguiendo su promesa de mantener silencio, el muchacho no responde a los requerimientos de Pamina. Esta se va decepcionada, pensado que Tamino ya no la ama. Sólo en la muerte encontrará alivio a tan lamentable decepción. Dos hombres armados hacen guardia ante una puerta abierta en medio de una superficie rocosa. A través de esa puerta Tamino se enfrentará a las pruebas físicas del agua y del fuego, las de su purificación. Pamina se une a Tamino para los dos juntos enfrentarse al desafío. La pareja supera el reto y las aclamaciones de los sacerdotes confirman tal triunfo. Un sonoro acorde repetido en tres ocasiones sucesivas pone en guardia a Tamino y Papageno, señal de que han de enfrentarse a nuevas pruebas. Papageno busca desesperado a su Papagena. Como no ve señales vivientes de la muchacha, sólo le queda una salida: ahorcarse. El rito de llevar a la práctica tan tajante decisión es largo, esperando que alguien o algo le impidan realizarlo. Cuando ya parece que nada le detendrá en la decisión, reaparecen los Genios que le piden toque su carillón. Al sonido argentino de sus campanas vuelve Papagena. La pareja se une, conjugan su amor y se prometen una feliz compañía alegrada por una multitud de niños pajareros. En el interior de una pirámide, la oración de los sacerdotes se dirige a los dioses pidiendo fortaleza y decisión para Tamino. Tamino y Pamina se reúnen y Sarastro les anima con sus palabras de aliento y confianza. Luego vuelven a separarse. Papageno declara ya sin tapujos que eso de la iniciación a él ni le va ni le viene. La única meta de su vida es encontrar una esposa, una Papagena, 72 En un paisaje inhóspito, de noche, la Reina de la Noche, sus tres Damas y Monostatos que se ha pasado a su servicio, se disponen a entrar en el templo de Sarastro para destruirlo. Pero una tormenta de rayos y truenos hunde a todos en un insondable abismo. Dentro del Templo de la Sabiduría, Sarastro anuncia la victoria de Tamino, la victoria de la luz sobre la oscuridad. Todos la celebran en un himno de agradeciendo a Isis y Osiris. 73 Un hito de la ópera alemana La flauta mágica entre la innovación musical y el esoterismo Enrique Martínez Miura Pocas óperas gozan de la popularidad de La flauta mágica. En cualquier momento que se considere, hay varias producciones dispersas por los teatros del mundo, a veces hasta dos en la misma ciudad. Es un título seguro -posiblemente junto a La traviata y Carmen- para colgar en taquilla el letrero de “todo vendido”. Las maneras de acometer su puesta en escena parecen rozar el límite de la imaginación, pues hemos visto situada su acción en la carpa de un circo, en los salones de la ilustración dieciochesca, las oficinas de una inmobiliaria, repleta de los inevitables zombies, en los corredores sin retorno de un hospital psiquiátrico y aun en un ambiente sepulcral. El singspiel original puede que resista estas lecturas y otras más atrevidas o disparatadas todavía. Y desde luego semejante capacidad de aguante, la propia por otro lado de las obras maestras inmarcesibles, es más que obvio que hay que achacársela a la música de Mozart. Porque el libreto, ay el libreto, es universalmente denigrado como una bobada sin sentido, una verdadera estupidez a la que es mejor no hacer ni caso. An der Wieden, era de por sí una declaración de principios, porque el músico que había dado a conocer sus obras líricas en el palacio arzobispal de Salzburgo, el teatro ducal de Milán y el teatro de la corte vienés lo hacía ahora en un teatrucho de arrabal, propiedad de Schikaneder, y en un contexto social que respondía a cualquier cosa menos al lujo cortesano. Se han vertido ríos de tinta para explicar este empeño mozartiano, pero una razón nunca puede ser dejada de lado: el proyecto le importaba. En la época, fueron numerosos los singspielen de tema fantástico, mas es imposible encontrar otro que aparezca tan ennoblecido por la música como La flauta mágica. Los personajes habituales eran genios, brujas, magos o hadas. El libreto de Schikaneder, aun partiendo de ese nivel de cuento infantil, aspira a algo más. La acción se sitúa en un Egipto que nada tiene de histórico; los personajes son monolíticos, en absoluto psicológicamente complejos, el maniqueísmo imperante, que los sitúa a uno u otro lado de la luz o las tinieblas, no puede ser más extremo. ¿Por qué, entonces, se vio Mozart atraído por semejante trama? Porque, en definitiva, el viaje a que se somete a Tamino, Pamina y aun a Papageno -aunque éste lo realice en clave cómica- es claramente identificable como una iniciación masónica. Por supuesto que cabe Y, sin embargo, el compositor no dudó en unir su arte al del actor y empresario Emanuel Schikaneder. El estreno, el 30 de septiembre de 1791 —Mozart había trabajado en la ópera desde el mes de marzo anterior-, en el vienés Teatro 74 hacer otras lecturas de la obra, pero si nos atenemos a lo plasmado por sus autores literario y musical ésta es de todo punto inomitible. Por lo que respecta a su dimensión más elemental de cuento de hadas, no debe sorprender que La flauta mágica haya sido pasto de todo tipo de interpretaciones psicoanalíticas, algunas ciertamente burdas -piénsese en la inevitable que se aplica a la serpiente que va tras Tamino al empezar la ópera-, otras algo más elaboradas, si bien en todo caso tan anacrónicas como inadecuadas para entender lo que pretendían, además de divertir a los espectadores, Schikaneder y Mozart. institución. Es muy probable, por otro lado, que fuera el músico quien le indicara a Schikaneder la fuente idónea para su libreto: la novela Sethos de Jean Terrasson, editada en París en 1731 y que gozó en su momento de cierta fama europea. En esta narración se viaja de nuevo a un Egipto que nunca existió pero que le permitía al escritor exponer en clave simbólica el ideario de la masonería. Pero si de lo que se trataba era de relanzar alguna ideas de Thamos, Mozart fue mucho más lejos en el aspecto musical, redondeando su obra de mayor alcance estético de las numerosas con ideas masónicas que pueblan su catálogo. No es éste el lugar para entrar en la historia que se conoce de la masonería, al fin y al cabo una sociedad secreta. Por lo que sabemos, muchas de sus actividades podían reducirse a rituales sin mucho contenido, pero en época de Mozart sí que preconizaban sus miembros ideales de extensión del conocimiento, fraternidad y justicia que hubieran firmado los ilustrados. Mozart era masón desde hacía ya tiempo, pues fue iniciado, el 14 de diciembre de 1784, en la logia Zur Wohltätigkeit (Beneficencia) de Viena. Por su lado, la dependencia de Schikaneder con Terrasson llega al puro y simple plagio, dado que hay escenas enteras de la ópera que se han tomado en su integridad y sin pudor alguno de la novela. Un par de ejemplos serán suficientes: la invocación a Isis y Osiris de Sarastro, que reproduce casi al pie de la letra un pasaje de la novela, o la solemne admonición de los dos hombres enfundados en armaduras, un punto en el que merece la pena detenerse, ya que en él se comprueba cómo la música eleva a un grado artístico superior un texto peligrosamente aquejado de trivialidad. Aquí emplea Mozart el conocido coral luterano Ach, Gott, vom Himmel sieh’ darein, que el reformador parafraseó en 1524 a partir del Salmo 12. Su inclusión en La flauta mágica tenía precedentes señeros, Bach lo había utilizado en la cantata del mismo título BWV 2, en la cantata Schau, lieber Gott, wie meine Feind BWV 153 y en el coral para órgano BWV 741. Naturalmente, la importancia musical del singspiel mozartiano no se limita En muchas composiciones, incluso instrumentales, del creador salzburgués aparecen capas variables de ideología masónica, pero la más cercana a La flauta mágica, su antecedente temático inmediato, se encuentra en la música incidental para la obra teatral Thamos, rey de Egipto de Tobias Philipp von Gebler, que pudo verse en Salzburgo hacia 1774. Esta cronología hace válida la hipótesis de que fue entonces cuando Mozart se interesó por las ideas de la 76 a estos detalles, pero en todo caso en este pasaje -cuyo texto alude a la purificación por los elementos- no carece de hondo sentido y no es disparatado pensar que es uno de los intentos del compositor de armonizar la religión con la masonería, como tal vez pretendió asimismo en el inacabado Réquiem, en este caso por medio de la misma atmósfera instrumental que emplea en otras piezas masónicas, entre ellas la ópera que nos ocupa. Se ha sugerido, aunque se carece de la documentación necesaria, que Mozart intervino en algunas partes del libreto, acaso mediante modificaciones en algún aria. Ello no es imposible, porque pese a todas sus debilidades o cuestiones problemáticas, el armazón literario sigue una estructura simétrica que se revela muy cuidadosamente pensada. Un juego de equilibrios que puede desarrollarse de varias maneras; por ejemplo, en su primera aparición Tamino es perseguido por la célebre serpiente; en la suya, Pamina se ve acosada por Monostatos. Otro caso distinto: a la segunda aria de La Reina de la Noche, Der Hölle Rache, en un registro muy agudo, le sigue casi inmediatamente la de Sarastro In diesen heil’gen Hallen, que se mueve por una zona muy grave. Es éste un caso claro de parte hipertrofiada para su papel de Papageno, lo que degeneró la obrita hacia la broma más chabacana. contraste no únicamente musical, de distancia de las tesituras, sino también de caracteres, dado que a la exasperación demoníaca de la primera -que tiene mucho de típica aria furiosa de la ópera seria, con sus iracundos saltos interválicos y las notas agudas como gritos de rabia- se le opone la rectitud y serenidad del dirigente de los iniciados. No es extraño, por lo tanto, que en este tramo del acto segundo pueda situarse la inversión del mundo moral inicialmente planteado. En la inimitable ópera de Mozart, la parte de comedia -muy potenciada por las puestas en escena que no se toman en serio el mensaje masónico- aparece contrapesada por los factores dramáticos, que a fin de cuentas se diría que son los de más peso. De hecho, la pareja protagonista se juega la vida y no olvidemos que el motor de la acción es la descripción que le hacen a Tamino del supuesto rapto de Pamina por el fiero tirano Sarastro. El príncipe ve entonces un retrato de la joven y entona el aria Dies Bildnis ist bezaubernd schön -que le supone una revelación ya lo indica la iniciática tonalidad de mi bemol mayor-, pero a la persona ahí efigiada tardará tiempo en verla. Una metáfora de lo que cuesta alcanzar la verdad, al igual que el darle la vuelta al falso mundo de valores morales que le han descrito las damas. Este proceso, este movimiento de la ignorancia al conocimiento, es uno de los ejes de la trama, basado en uno de Es completamente revelador, por lo que a la autoría del libreto concierne, el que una de las innumerables secuelas de La flauta mágica -que casi parece una franquicia dieciochesca-, la comedieta El laberinto o la lucha de los elementos, estrenada en 1798, con música de Peter von Winter y libreto otra vez del inefable Schikaneder, y prosigue la acción donde finalizaba en la obra de Mozart, sea de una calidad más que dudosa. Por desgracia, el cómico se reservó una 78 los grandes valores de la masonería dieciochesca. Tamino tiene que poner orden en su pequeña porción del universo, aplicación práctica del gran lema masónico Ordo ab chao (orden desde el caos). La importancia de esta idea puede medirse si reconocemos que está presente desde la obertura misma: la solemne parte lenta muestra lo primigenio, lo anterior al conocimiento, lo caótico, por medio de una escritura que se diría abocetada, con síncopas, silencios bruscos y una tonalidad inestable. Al entrar el allegro, se instala el orden masónico, la fuga es una inmejorable metáfora arquitectónica, he aquí el templo de los iniciados. Hay detalles tímbricos asombrosos como la parte de flauta y fagot en unísono a la octava, después del segundo adagio, que tardarán más de un siglo en volver a oírse en la música occidental. La representación sonora del caos tiene una tradición propia en la música europea, desde el sorprendente comienzo de Les elemens de Jean-Féry Rebel hasta llegar a la pictórica descripción -de connotaciones masónicas innegables- en La Creación de Haydn. En la producción de Mozart, se encuentra otra imagen del caos en el Cuarteto de las disonancias. Perteneciente al género del singspiel, que como se sabe abarca amplias partes teatrales habladas -en vez de los recitativos secos a la italiana-, la penúltima entrega mozartiana a la escena lírica se considera la piedra fundacional de la ópera alemana. En ella, logra fundir Mozart elementos de procedencia diversa, caso de las músicas populares, que canta sobre todo Papageno -pues había que agradar a los muchos seguidores de Schikaneder-, las partes de empaque poco menos que religioso, que buscan obviamente elevar a un plano pseudomístico el mensaje de los masones, los números sentimentales y las arias de virtuosismo vocal extremo, singularmente las dos dificilísimas a cargo de La Reina de la Noche. Ahora bien, todas estas elecciones estilísticas responden perfectamente al plan ideológico, masónico en suma, de la ópera, que nunca puede descuidarse. El programa masónico de la obra fue tomado muy seriamente por Mozart, cuya música se pone al servicio de ese objetivo, potenciando incluso la dimensión esotérica de la acción. Por medio de un meditado plan de tonalidades logra otorgar solidez dramática a los acontecimientos narrados por Schikaneder y propone todo un universo alegórico. Han sido muchos los intentos de desentrañar este sustrato, pero el más convincente se debe sin duda alguna a Jacques Chailley, que realizó un estudio extraordinario en su libro monográfico sobre la ópera. Del musicólogo francés procede el siguiente esquema: do mayor sería la revelación de lo inefable, mi bemol mayor, por su parte, una tonalidad relacionada con el acto iniciático, que captaría asimismo la tríada fundamental de la gravedad, la serenidad y la perfección, que son las virtudes del masón ideal. En el lado opuesto, sol mayor se asociaría con lo profano, lo trivial incluso, mientras que do menor aludiría a ideas torturadoras y hasta siniestras. La conexión con Thamos se ve en el conflicto de los opuestos que vertebra La flauta mágica: el bien y el mal, el saber y la ignorancia, la luz y las tinieblas. Y no hay que olvidar la parte más controvertida de la acción para las personas de hoy, una última dualidad, la del hombre y la mujer, que, con una inocultable postura misógina -que luego debe matizarse-, constituye uno de los ejes temáticos de la ópera bajo una suerte de guerra de sexos, pues Sarastro y los suyos son todos hombres y las fuerzas de la oscuridad, la Reina y las tres Damas, féminas. Ningún personaje, ni literaria ni musicalmente, carece de una caracterización simbólica. Tamino, un tenor lírico mozartiano cercano a Don Octavio o Belmonte, es el hombre natural perfectible; es ciertamente muy notable -sobre todo en 1791, dos años después de la toma de la fortaleza de la Bastilla- que su condición de príncipe no suscite más atrás, al final también ella es iniciada en los misterios, aunque ello sea al precio de un cambio drástico en su manera original de ser y de pensar. Mas el que una mujer entrara como compañera en la fraternidad masónica, afirmándose de tal modo su igualdad con el hombre, no dejaba de ser una propuesta muy avanzada para la época. La obra contendría otros rasgos nada correctos y con razón- para la mentalidad de nuestros días, entre ellos, y no precisamente el menor, el que el traidor a los sacerdotes-masones, Monostatos -“el aislado”, en griego-, sea negro; a la postre, más que las burlas de Papageno y la desconfianza de los sacerdotes de Sarastro. Por cierto que al comienzo de la obra indica el texto que Tamino debe portar vestimentas japonesas, un detalle en absoluto gratuito -pero que al igual que tantos otros del singspiel es mejor no buscar en los montajes actuales-, porque con él se alude a que el mensaje de la masonería se dirige a todos los seres humanos, no sólo a los europeos. El personaje de Pamina, a su vez, conlleva algunas implicaciones interesantes: si bien la obra comienza con la postura misógina a la que nos referíamos 81 en el seno de la obra su figura no es otra cosa que un homólogo como bufón dentro del bando maligno de Papageno. asesinato incluidos, de la enemiga de Sarastro no pueden ser más malvados; el personaje mismo de la Reina es oscuro, hasta carece de nombre propio. Pero tampoco debería extrañarnos que se oponga al orden establecido, puesto que sólo el hombre es el guardián de los misterios y posee la sabiduría. Quiere hacerse con todo ello pero también recuperar a Pamina, su hija. No menos problemático es el clasismo indudable del singspiel, puesto que Papageno no consigue ser iniciado, debido a su incapacidad para ver más allá de sus necesidades fisiológicas más perentorias, y el hilarante dúo del reencuentro final con Papagena no oculta su significado sarcástico, la fértil capacidad de los mediocres para multiplicarse al infinito. A fin de cuentas, el pajarero ha proclamado antes bien claro que en vez de iniciarse en los misterios preferiría cazar mujeres a docenas, frase en la que es posible ver una alusión irónica al aria del catálogo cantada por Leporello en Don Giovanni. Sarastro representa con claridad meridiana al masón perfecto, pero que por ello mismo acaba por tener mucho de sobrehumano. Y hasta de insensible, porque cuando se le dice que Tamino podría morir en el transcurso de las pruebas que ha de sufrir, se limita a responder que “en tal caso, disfrutaría antes que nosotros de las delicias de la compañía de los dioses”. Así y todo, el personaje de Sarastro se basaba en un masón que había existido realmente, Ignaz von Born, gran maestre de la logia La verdadera armonía. Born fue una figura muy destacada dentro del pensamiento iluminado masónico, opuesto a la entonces creciente y peligrosa proliferación de las corrientes místicas e irracionalistas. Por fin, a La Reina de la Noche Mozart la caracteriza en sus dos grandes arias por medio de una coloratura endiablada, recurso que retrata al personaje como inestable y traicionero. Desde luego, los métodos, proyectos de La iniciación masónica descrita se prepara en el primer acto y se consuma en el segundo, ya que la pareja de seres humanos perfectos formada por Pamina y Tamino puede reunirse únicamente al superar las pruebas que garantizan su exigencia interior. Algunos pasos de la iniciación se describen literalmente, como la llamada de Tamino ante las puertas del templo de la sabiduría, o la imposición del silencio reflexivo, que Papageno quebranta continuamente con la mediocridad de sus necesidades ordinarias. La obediencia de Tamino a la orden de guardar silencio provoca en Pamina, cuando ésta no logra arrancarle una palabra, uno de los instantes más conmovedores y sinceros de este personaje, el aria Ach, ich fühl’s, donde la joven se entrega a la más negra desesperación. De las pruebas de los cuatro elementos, las del agua y el fuego no suceden a la vista del espectador, una omisión para salvaguardar, como era preceptivo, algunos secretos de la sociedad hermética. Oímos, desde luego, la sencilla tonada de la flauta mágica, que le fuera entregada al príncipe en su momento. El instrumento mismo que da título a la ópera no actúa como un talismán que resuelva los problemas como por ensalmo, como ocurre en los cuentos de hadas 82 de media hora de duración que abarca cinco episodios distribuidos en cuatro cuadros. Ya en el reencuentro de los enamorados, cuando la prohibición de hablar ha terminado, Tamino mein!, Pamina mein!, aparece el germen de momentos similares de la ópera alemana protagonizados por Leonore y Florestán y por Tristán e Isolda. La apoteosis de la pareja triunfante se subraya con un luminoso do mayor. tradicionales, sino que debe entenderse también en clave simbólica: representa el fortalecimiento interior de Tamino. Como todo en La flauta mágica, tiene su contrapartida, el paralelo cómico del glockenspiel de Papageno. En el cierre de la ópera, Mozart despliega uno de sus finales extensos, como el paradigmático de Las bodas de Fígaro, un número de más 84 La prohibición de amar o la novicia de Palermo Richard Wagner (1813-1883) CONMEMORACIÓN DEL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE SHAKESPEARE. GROSSE KOMISCHE OPER EN DOS ACTOS. ESTRENADA EN EL STADTTHEATER DE MAGDEBURGO, EL 29 DE MARZO DE 1836. ESTRENO EN EL TEATRO REAL. NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL EN COPRODUCCIÓN CON LA ROYAL OPERA HOUSE COVENT GARDEN DE LONDRES Director musical: Ivor Bolton Director de escena: Kasper Holten Escenógrafo y figurinista: Steffen Aarfing Coreógrafa: Signe Fabricius Diseñador de video: Luke Halls Iluminador: Bruno Poet Director del coro: Andrés Máspero Friedrich: Christopher Maltman (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) James Rutherford (27 de febrero, 1, 4 de marzo) Lucio: Andrew Stapels (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Peter Lodahl (27 de febrero, 1, 4 de marzo) Claudio: Bernard Richter Antonio: David Alegret Angelo: David Jerusalem Isabella: Manuela Uhl (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Sonja Gornik (27 de febrero, 1, 4 de marzo) Mariana: María Miró Brighella: Ante Jerkunica (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Martín Winkler (27 de febrero, 1, 4 de marzo) Danieli: Isaac Galán Dorella: María Hinojosa Pontio Pilato: Francisco Vas Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 19, 22, 25, 27, 28 de febrero, 1, 3, 4, 5 de marzo de 2016 20:00 horas; domingos, 18:00 horas Salida a la venta al público 20 de octubre de 2015 86 Argumento Das Liebesbot (La prohibición de amar) Fernando Fraga amigo Luzio que acuda al convento donde vive en retiro su hermana Isabella para que esta trate de conseguir su perdón y la posterior libertad (N.º 2. Introducción). Acto I Obertura (nº 1) Siglo XVI. En Palermo, Sicilia, en un barrio donde se multiplican los lugares dedicados al placer, se hacen los preparativos para celebrar las fiestas del Carnaval. Sin embargo, más que la dicha por tales festejos reina en la calle una gran agitación ya que algunos defensores del orden están irrumpiendo en todas las tabernas o en cualquier lugar de parecidos esparcimientos para impedir que tengan lugar dichas celebraciones. Isabella y Mariana, amigas desde la infancia, llevan en el convento de Santa Isabel una vida piadosa, alejadas de los peligros del mundo. Mariana confiesa a su amiga Isabella que es la esposa del gobernador, el cual se ha desentendido de ella al estar únicamente interesado por sus ambiciones políticas. De ahí proviene la causa de su retiro conventual. Isabella se indigna y medita la posibilidad de resarcir a su amiga de tal ultraje, un agravio que se extiende a todas las mujeres en general y que pide, en consecuencia, una venganza adecuada (N.º 3. Dúo Isabella y Mariana con coro). Brighella, uno de los jefes de la policía, acaba de detener a Dorella en compañía de Danieli el dueño de la taberna donde la muchacha servía allí las consumiciones. Brighella explica que la medida se debe a un edicto del gobernador Friedrich que se ha hecho cargo del mando de la isla en ausencia del rey. En la citada orden se prohíbe diversión de cualquier tipo, incluida sobre todo la amorosa. La pena por su incumplimiento es la muerte. Luzio hace saber a Isabella el destino que aguarda a su hermano. La emoción hace que el velo que ocultaba púdicamente su rostro caiga al suelo, quedando el muchacho extasiado ante la belleza de la novicia y rogándola de improviso que abandone los hábitos y se convierta en su esposa. Isabella rechaza en principio semejante atrevimiento pero le pide ayuda para liberar a su hermano (N.º 4. Dúo de Isabella y Luzio). No se trata de una broma: el joven noble Claudio acaba de ser también arrestado bajo la acusación de hallarse en flagrante delito de “diversión amorosa”. Conducido a prisión deberá ser ejecutado a la mañana siguiente. Como Claudio conoce la inflexible actitud del gobernador quien jamás se vuelve atrás de sus decisiones, ruega a su En una sala del palacio del gobernador se va a celebrar el juicio y es Brighella el encargado de llevarlo a cabo. Comienza el interrogatorio a 87 Poncio Pilato, otro empleado del negocio de Danieli, cuyas respuestas ponen en un verdadero aprieto al improvisado juez. Brighella se encuentra todavía más despistado cuando interroga a la muy desenvuelta Dorella, quien antaño había sido criada de confianza de Isabella. Confusión general que va poco a poco en aumento hasta que una multitud desorganizada exige que se la permita entrar y participar en los acontecimientos (N.º 5. Aria, dúo, terceto de Brighella, Poncio Pilato y Dorella y conjunto). Isabella, confusa y luego indignada, se vuelve hacia la multitud de nuevo reunida acusando a Friedrich de hipócrita. El gobernador la desanima: nadie de los presentes se atreverá a dar fe a lo que está diciendo. En su fuero interno, se le ocurre a Isabella una solución. Promete someterse a todas las exigencias de Friedrich. Al mismo tiempo, sin que llegue a oídos del gobernador, anuncia que va a organizar una gran burla que va a conseguir para todos la libertad que están deseando Nadie sabe qué va a ocurrir y en medio de esta nueva confusión acaba el acto (N.º 6. Final I). Estando así la situación es cuando aparece Friedrich en compañía de su séquito. Tras imponer silencio se niega a la petición de Antonio, otro joven de la nobleza local, para festejar las acostumbradas fiestas de carnaval. Al contrario, está decidido tajantemente a controlar el temperamento ardiente de los sicilianos imponiendo que se cumpla a rajatabla el nuevo edicto. De hecho se dispone ya a confirmar la condena a muerte de Claudio. Acto II En el jardín de la prisión, a Claudio no le queda otra alternativa que la de lamentarse de la situación en que se encuentra. Llega Isabella y le hace partícipe de las deshonestas proposiciones de las que ha sido objeto por parte del gobernador. La reacción de Claudio es bastante egoísta, pues es capaz de aceptar el deshonor de la hermana por conservar la vida. De improviso hace acto de presencia Isabella seguida de Luzio. Friedrich se niega a tener en cuenta sus palabras pero cuando Isabella le reprocha que tenga miedo de una mujer, accede a escucharla en privado. Isabella, finalmente, acaba por derrotar la intransigencia del gobernador que consiente en perdonar a Claudio con la siguiente condición: el hermano será puesto en libertad si Isabella alcanza a de demostrarle que el crimen por él cometido es tan encantador como se dice y ella también asegura. En concreto y sin tapujos: salvará la vida del hermano a cambio de una noche en su compañía. Isabella un tanto ofendida por la reacción del hermano, no le da cuenta de sus planes confiándole el cuidado a Poncio Pilato a quien, entre tanto, le habían nombrado guardián del prisionero (N.º 7. Dúo de Claudio e Isabella). El plan de Isabella es el siguiente: pide a Mariana que acuda en su lugar, enmascarada, a la cita fijada esa noche por Friedrich. Por su parte, Friedrich recibirá un escrito donde se le cita a una de las tabernas cerradas por su edicto a la que deberá acudir también disfrazado. 88 La criadita Dorella será la encargada de hacer llegar estos mensajes (N.º 8. Escena y recitativo de Isabella y Dorella). Brighella disfrazado de Pierrot parte en busca de Dorella tal como han convenido. Al mismo tiempo Isabella y Mariana acuden también a la cita fijada vestidas con idéntico disfraz. Friedrich, igualmente disfrazado, cree reconocer en Mariana al objeto de sus intenciones: Isabella. Va en su persecución y cuando Luzio que le ha seguido al haberlo reconocido va tras sus pasos es Dorella quien se lo impide. Isabella y Brighella, cada uno por su lado, observan la discusión entablada entre Dorella y Luzio. Llega Luzio y, sabedor de que Isabella ha aceptado las condiciones impuestas por el gobernador, jura que evitará a toda costa la infamia que está a punto de abatirse sobre la joven que ama (N.º 9. Terceto de Luzio, Isabella y Dorella). En sus aposentos palaciegos, Friedrich se halla vapuleado por un molesto conflicto interior: por un lado se tienta por dejarse llevar de su atracción hacia Isabella; por otro, debe cumplir rigurosamente la ley por él mismo dictada. Toma finalmente una decisión heroica: se entregará a los placeres del amor y luego morirá en compañía de Claudio (N.º 10. Escena y aria de Friedrich). Entonces se presenta Poncio Pilato para, según ha convenido con la muchacha, aportarle a Isabella una orden de arresto firmada por Friedrich. Isabella la rompe y convoca a la multitud para revelarle la conducta ignominiosa del gobernador, quien por un lado acusa a otros de los mismos actos que él está realizando. Luzio, por su lado, arenga también al populacho para conseguir que la confusión y el desorden sean completos. Dorella por su parte ha logrado despertar el interés de Brighella y, para sacar partido de ello, le da una cita para esa misma noche a la que deberá acudir disfrazado de Pierrot. Poncio Pilato, imbuido en su tarea de que el reglamento ha de cumplirse a rajatabla, ha detenido a un desconocido. Se trata del gobernador oculto bajo su disfraz. En medio del enorme alboroto, cuando se revela su identidad, Friedrich encuentra rápidamente una solución que evita su humillación pública. Dice: “Según mi propia ley debéis juzgarme”. En una de las calles de Palermo reina de nuevo la agitación. Antonio y Angelo, amigos de Claudio, junto al tabernero Danieli, haciendo caso omiso de la prohibición gubernamental, cantan en compañía del pueblo las glorias del carnaval. Su estribillo es: “El que en este día no quiera reír y cantar, merece que le claven un puñal en el corazón”. Pero la multitud tiene otra respuesta: “Nosotros para ser más clementes, abolimos esa ley”. La reacción no tarda en llegar; Brighella al mando de un batallón de esbirros pone fin a la gozosa manifestación. La multitud ha de dispersarse. Claudio es de inmediato puesto en libertad. Isabella, una vez cumplida su misión, quiere retornar al convento, aunque su amor por Luzio 90 sea un fuerte impedimento para ello. Al mismo tiempo, Brighella y Dorella afirman su decisión de casarse. un esplendoroso desfile de carnaval presidido por Angelo impone silencio anunciando el retorno del rey que esa misma noche estará en Palermo. Para dar realce al recibimiento se organiza le gustan las gentes que se divierten mucho más Freidrich y Mariana. Porque el rey, como asegura Luzio, sabe apreciar la alegría de su pueblo y que el que se cumplan unas molestas y antipopulares leyes (N.º 11. Final II). Das Liebesverbot Wagner, lo alemán y el amor libre: la ópera como arma política Miguel Ángel Gonzalez Barrio “Tenía entonces veintiún años, estaba inclinado hacia las diversiones de la vida y tenía una imagen feliz del mundo. Ardinghello y La joven Europa llenaban cada fibra de mi ser. Alemania me parecía una ínfima parte del mundo.” (Ensayo autobiográfico, 1843) melodías límpidas, fuertes, vibrantes y con carácter, si quería alcanzar su verdadera grandeza. Sobre la ópera alemana terminaba con una afirmación premonitoria: “Debemos aprehender los nuevos tiempos, y tratar de cultivar sus nuevas formas; y aquel que no escriba en italiano ni en francés —ni tampoco en alemán-, será el maestro.” El 10 de junio de 1834 apareció en el Periódico para el mundo elegante (Zeitung für die elegante Welt), semanario editado por el escritor, periodista y administrador teatral Heinrich Laube, un breve artículo titulado Sobre la ópera alemana. Aunque se publicó sin firma, fue el primer escrito publicado de Richard Wagner, que rápidamente devino en grafómano impenitente. En él, el joven director de coros en Wurzburgo arremetía contra la erudición y la pedantería teutonas, “la fuente de todos los males alemanes”, y atacaba el Euryanthe de Carl Maria von Weber, con su abuso de la declamación, como epítome de la “profundidad alemana”. Wagner, un nietzscheano avant la lettre, volvería a expresar la misma idea tres años más tarde, en su ensayo Bellini, de un modo más gráfico y sucinto: “¡Cantad, cantad y volved a cantar, alemanes!”. La melodía de los italianos (con Bellini a la cabeza) como antídoto necesario contra el estéril academicismo alemán. La ópera alemana debía prepararse para aprender de los italianos (y de los franceses, iluminados por Gluck, ¡un alemán!), de su economía de medios y su gusto por las El Periódico para el mundo elegante era el órgano de comunicación del movimiento La Joven Alemania (Junges Deutschland), un grupo de escritores de la generación del “Antemarzo”1, que se consideraba heredero del espíritu del Sturm und Drang, entre los que se contaban el propio Laube, Karl Gutzkow, Heinrich Heine, Georg Herwegh, todos ellos amigos o conocidos de Wagner, y Georg Büchner, el autor de Woyzeck. Los jóvenes alemanes propugnaban la regeneración total de Alemania tras las humillaciones sufridas en las guerras napoleónicas, y la sustitución de los fosilizados miniestados autoritarios por repúblicas democráticas. Veían burgués y conservador el romanticismo de E.T.A. Hoffmann y Weber, y consideraban a Goethe y Mozart prerrevolucionarios antediluvianos. No es casual que, en este ambiente altamente politizado y de exaltación del poder transgresor de una juventud que ansiaba 1 El Vormärz, periodo comprendido entre el Congreso de Viena (1815) y la revolución de 1848. 92 cambios sociales, los jóvenes alemanes elevasen a los altares el amor libre como algo subversivo. Encontraron inspiración en la novela Ardinghello y las islas afortunadas (1787), de Heinrich Heinse. El hedonista y amoral Ardinghello es un hombre universal, un espíritu renacentista, defensor del amor libre. Después de múltiples aventuras, se instala con sus seguidores en las islas griegas de Naxos y Paros, donde prohíben la propiedad privada. Publicada en 1833, la obra de Laube Los poetas, primera novela de la trilogía La joven Europa (Das junge Europa), daba otra vuelta de tuerca al asunto, al propugnar la libertad en los terrenos político, religioso y sexual como aspectos inseparables de una visión idealista de la vida. En el explosivo cóctel se incluían la liberación de la mujer y la igualdad de derechos para los judíos. El arte alemán debía impregnarse de esta libertad, de esta sensualidad, desviar la mirada de los modelos alemanes (Weber en la ópera) para posarla en el sensacionalismo de la ópera francesa y el abandono hedonista y el lirismo sensual de la ópera italiana. bajo su ventana. Con este excitado estado de ánimo, y en el espíritu de las dos novelas mencionadas, escribió Wagner el esbozo en prosa de su segunda ópera, La prohibición de amar, o La novicia de Palermo, basada en Medida por medida, de William Shakespeare. En la obra teatral, el Duque de Viena deja temporalmente el gobierno de la ciudad a cargo de un estricto magistrado local. Este último toma medidas drásticas ante el comportamiento licencioso de la juventud de la ciudad, pero más tarde, subrepticiamente, sucumbe a los mismos “vicios” que prohíbe a los demás. En Medida por medida, Shakespeare examina las tensiones entre libertinaje y responsabilidad, virtud e hipocresía: “Algunos ascienden gracias al pecado, y otros por su virtud caen”. El conflicto se resuelve, con final feliz, con el retorno del Duque. Wagner trasladó la acción a la soleada Sicilia y escogió como blanco de sus afilados dardos no ya el puritanismo hipócrita (que también), sino la moral burguesa en su conjunto. Como no, en La prohibición de amar el conflicto se resuelve mediante una revuelta popular, disfrazada, eso sí, de commedia dell’arte. El cambio respecto al modelo shakespeareano fue enfatizado por Wagner en Una comunicación a mis amigos (Eine Mitteilung an meine Freunde, 1851). Es la primera y la última de las obras escénicas de Wagner que funcionan sin un héroe. Para colmo, en el carácter del gazmoño gobernador Friedrich expone a un alemán al escarnio público. La “frivolidad” tan poco alemana de La prohibición de amar (subtitulada Gran Ópera Cómica), siguió a la “seriedad sacra” de Las hadas, su primera ópera (Gran Ópera Romántica). ¿Un Wagner bufo? Pues sí, mas no por mucho tiempo. El Wagner posterior a El holandés Bajo la duradera impresión que le causó la actuación de Wilhelmine Schröder-Devrient en una representación de Capuletos y Montescos de Bellini en Leipzig, el verano de 1834 Wagner y su amigo Theodor Apel disfrutaron unas vacaciones en Bohemia, en las que procuraron seguir fielmente el modo de vida preconizado por los jóvenes alemanes: buena comida, buen vino, comodidades y sesudas discusiones intelectuales en su habitación de la primera planta del hotel Rey de Prusia, que inquietaban a los otros clientes del hotel, que escuchaban alarmados y se congregaban 94 compromisos profesionales y la agitada vida del joven director y compositor en ciernes, que en agosto de 1834 debutó con Don Giovanni en Bad Lauchstädt como director de la compañía de ópera itinerante de Heinrich Bethmann, con sede en Magdeburgo. Allí conoció a Minna Planer, quien pronto se convertiría en su esposa, y tuvo mucho que ver en el hecho de que Wagner aceptase un puesto en una pobre compañía de provincias, cuyos cantantes eran contratados y despedidos con escasa anticipación. A su cargo estaba aportar algo del glamour de la Ópera de París descrito en términos entusiastas en las páginas de arte de los periódicos alemanes de la época. “Ensayar y dirigir esas deslavazadas óperas francesas, con la picante lascivia de sus efectos orquestales, a menudo me proporcionaba un placer infantil”, recordaría Wagner vívidamente en Una comunicación a mis amigos. La intención de Wagner al escribir su nueva ópera fue sonar moderno y elegantemente cosmopolita. En Las hadas errante desdeñaría el tono frívolo. El amor libre reaparecía en clave trágica, en particular en el destino de los hermanos Siegmund y Sieglinde, los malhadados hijos de Wälse. La prohibición de amar avanzó con rapidez. Entre agosto y diciembre de 1834 Wagner escribió el libreto. La composición le llevó todo 1835, año del estreno de La judía, de Jacques Fromental Halévy, y de la titularidad de Felix Mendelssohn al frente de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. La partitura estuvo lista a comienzos de 1836. Una diligencia sorprendente, habida cuenta de los nuevos 95 había intentado imitar2 a sus modelos en la ópera romántica alemana, Spohr, Weber y Marschner. Mientras trabajaba en La prohibición de amar, se sintió fascinado por La muda de Portici de Daniel-Françoise Esprit Auber y Capuletos y Montescos de Bellini. Todo, las ideas de los jóvenes alemanes, su experiencia en el teatro, apuntaba en la misma dirección, la búsqueda de influencias refrescantes y revitalizadoras en otras escuelas. coherencia necesarias para ser elevadas a la categoría de Leitmotive, en La prohibición de amar hay un puñado de motivos recurrentes, que a veces aparecen jugando el papel de auténticos Leitmotive. Es el caso del motivo de la prohibición de Friedrich, el motivo ominoso, admonitorio, que aparece ya en la Obertura y reaparece con profusión en la ópera, en distintos contextos y con variado carácter. No se origina en el texto, como los motivos de reminiscencia que Wagner describiría en Ópera y drama, y no siempre aparece en la forma original: el descenso inicial puede ser un intervalo de 4ª, de 5ª o de 7ª disminuida; a veces aparece en forma contraída, como una célula más breve que no obstante remite inconfundiblemente al motivo de la prohibición, como en el final del primer acto, cuando Isabella ruega clemencia a Friedrich por su hermano Claudio, y el corazón del regente se ablanda. Oímos entonces en clarinetes y oboes una forma comprimida, concisa, del motivo de la prohibición, con tintes irónicos. En el simulacro de juicio (a Dorella y a Lucio) del primer acto aparece persistentemente bajo distintos disfraces, como comentario burlón a la pomposa asunción de poder por parte de Brighella, dejando claro que no es precisamente en la prohibición del amor en lo que está pensando el torpe y lascivo jefe de policía. En la obertura hay Hay algunos ejemplos evidentes que revelan estas influencias francesas e italianas, responsables de la “parpadeante, cosquilleante agitación”, que años más tarde Wagner asoció con la partitura3. Sin ir más lejos, la Obertura, inspirada claramente en la Obertura de Zampa, ópera de Ferdinand Hérold. El comienzo animado y brillante, de aire festivo, con exótica percusión, interrumpido por solemnes interjecciones admonitorias, parece calcado. En el final del primer acto, tan largo y prolijo que cae inintencionadamente en la (auto)parodia, encontramos un Wagner atípico, en clave bufa, en un espléndido y delicioso giro, lleno de gracia, en el que se percibe cómo se cuela la influencia de Rossini. Pese a la relativa inexperiencia, no se trata de imitaciones burdas y carentes de gusto. Ya desde sus comienzos, Wagner mostró una rara habilidad para asimilar e incorporar en su obra elementos heterogéneos, de integrarlos con una reconocible y personal voz, voz que se estaba forjando y perfeccionando con cada obra. La prohibición de amar supone un paso adelante en el manejo de los motivos. Mientras que en Las hadas había algunas ideas musicales que reaparecen, pero sin la persistencia ni la 96 2 De mis primeros esfuerzos daré tan sólo un breve informe: eran los intentos habituales de una individualidad aún sin desarrollar, para encontrar su rumbo, a medida que avanza la adolescencia, siguiendo las huellas del arte que nos influye en nuestra juventud. La primera voluntad artística no es otra cosa que la satisfacción del impulso instintivo de imitar lo que más nos atrae” (Una comunicación a mis amigos). 3 En Una comunicación a mis amigos. asimismo un bellísimo tema contrastante, lírico, agitado, de clara inspiración italiana, que reaparece varias veces en la ópera como expresión, más que de represión del amor, del amor mismo. Este motivo del amor aparece, por ejemplo, en la escena final del primer acto, en oposición al motivo de la prohibición, cuando Friedrich es conmovido por los ruegos de Isabella y se derrite de amor por ella. Reaparecerá en el carnaval cuando, lleno de deseo, Friedrich busca a Isabella entre los asistentes. No estamos, obviamente, ante un uso avanzado, pero no es exagerado afirmar que en La prohibición de amar se prefigura el principio del Leitmotiv, herramienta que Wagner pulirá, fijará teóricamente en Ópera y drama (1850-51) y explotará magistralmente en El anillo del Nibelungo y su producción posterior. La deuda más evidente con los modelos franceses e italianos es el carácter ligero y chispeante de la música de La prohibición de amar, una cualidad que no volverá a darse en ninguna de las siguientes óperas o dramas musicales de Wagner. Pese a estas influencias predominantes, no deben pasarse por alto otras, genuinamente alemanas. Así, en el clímax de la escena del juicio del primer acto, la irrupción de Isabella con un sonoro “Erst [hört] noch mich!” (“¡[Escuchadme] a mí primero!”) parece querer imitar, palabra por palabra incluso, el “Töt erst sein Weib!” (“¡Mata primero a su esposa!”) de la Leonora de Fidelio. Y, en el final del segundo acto, Mariana canta un pasaje beethoveniano-weberiano: “Welch wunderbar’ Erwarten, / Gefühl voll Lust und Schmerz, / ich zieh’ für eine andre / den Gatten an mein Herz (“¡Qué espera más angustiosa! / ¡Qué sensación de pasión y dolor! / En nombre de otra mujer, / voy a atraer a mi propio marido”). Hay también en La prohibición de amar trazas características del estilo del Wagner más maduro, como el empleo en el Salve Regina que cantan las monjas en el primer acto del Amén de Dresde4, que más tarde citaría casi literalmente, asimismo en contextos religiosos, en el tercer acto de Tannhäuser (motivo de Roma) y en Parsifal. También la vigorosa y pujante melodía en Mi mayor, llena de apoggiaturas, que se oye en la escena de Isabella del segundo acto, “So sei’s!” (“¡Así sea!”) parece extraída de Tannhäuser. sus recuerdos estaban coloreados por un sentido del pudor que suena casi a intolerancia, al menos según lo transmitió Cosima: “Cuando digo que me gusta más la obertura de Las hadas, R. dice que la otra (La prohibición de amar) muestra mayor talento. Busca algunos pasajes, pero, aparte del Salve Regina, lo encuentra todo ‘horrible’, ‘execrable’, ‘repugnante’. ‘Está bien orquestado’, dice. ‘Eso podía hacerlo ya en el vientre de mi madre’.” (Diarios, entrada del 31 de enero de 1879) No sabemos si Wagner realmente se expresó en términos tan despectivos o Cosima añadió en las páginas de su diario cosas de su propia cosecha a los comentarios ásperos de él. En cuanto al argumento, Wagner lo rechazó por “frívolo”. Su gran ópera cómica, insistió, data de un período en el que había abandonado el protector hogar familiar y, consciente de su vena bohemia, estaba disfrutando la “desordenada vida del teatro”5, enredándose en relaciones íntimas con cantantes de su compañía y cortejando a su actriz más atractiva y exitosa, Minna Planer. Inicialmente rechazado, aun se jactaba ante su amigo Theodor Apel: “Deberías conocer a Fräulein Planner. Ya me ha dado un par de momentos de transfiguración sensual.6” Un año más tarde, cuando se sentía más confiado de la victoria, le preguntó a Apel: “¿Qué Con La prohibición de amar, Wagner esperaba abrir nuevos caminos y mostrar su genio original, evitando el peligro de ser etiquetado como francés o italiano. En definitiva, ser reconocido como maestro, según la ya mencionada descripción que hacía del mismo en su primer artículo, Sobre la ópera alemana (“aquel que no escriba en italiano ni en francés —ni tampoco en alemán-”). No fue así. Aunque está más que pasablemente compuesta si la comparamos con los esfuerzos de sus contemporáneos, especialmente los de otros Kapellmeister metidos a compositores, quedó inmediatamente superada por las siguientes óperas, Rienzi (1840) y, sobre todo, El holandés errante (1841). Wagner la rechazó, casi con vergüenza. En la época en que trabajaba en Parsifal, 98 4 Secuencia de seis notas debida a Johann Gottlieb Naumann (1741-1801) empleada en Sajonia, particularmente en Dresde, en los servicios religiosos. Aparece también citado en obras de Mendelssohn, Bruckner, Mahler… 5 Una comunicación a mis amigos. 6 Carta a Theodor Apel, 15 de septiembre de 1834. fragmentos de Fra Diavolo9 y Zampa para rellenar sus lapsus de memoria. Y, según contó Wagner en Mi vida, una pelea a puñetazos entre miembros del elenco impidió una segunda representación. Poco después, la compañía de Bethmann quebró. Fue en este momento cuando, por una feliz coincidencia, Minna Planer recibió una atractiva oferta de trabajo en Königsberg, a donde Wagner la acompañó, sólo para encontrarse sin trabajo. La pareja se casó el 24 de noviembre de 1836, aunque esto sirvió, de hecho, para empeorar la situación, pues Minna, casi cuatro años mayor que Wagner, tuvo que aceptar la responsabilidad por las deudas de su marido y permanecer de brazos cruzados mientras el tribunal local confiscaba sus muebles, dejándola tan aturdida por los golpes del destino que, después de seis meses de vida de casados, huyó a Dresde a casa de sus padres, al parecer en compañía de un pretendiente. Olvidando los ideales de los permisivos jóvenes alemanes, Wagner salió en busca de su esposa errante, jurando venganza. ¿Qué fue del amor libre? En la Navidad de 1866, Wagner regaló el manuscrito al rey Luis II de Baviera, con esta nota: “una vez me equivoqué, y ahora expío felizmente mi culpa. ¿Cómo podría ser absuelto de esta juvenil transgresión? Humildemente pongo esta obra a sus pies, y que su clemencia me redima”. La prohibición de amar no volvió a representarse en Alemania hasta 1923. opinas? Si fuera a engañarla a propósito, ¿no sería una obra maestra del engaño de mi parte? ¿O me convertiría en un filisteo?”7. El estreno de La prohibición de amar tuvo lugar en Magdeburgo el 29 de marzo8 de 1836 en circunstancias adversas. Según el relato posterior de Wagner en Una comunicación a mis amigos, el público de la noche del estreno no comprendió el tema — tan importante para el compositor en este momento-, debido a una “representación totalmente confusa”. Ninguno de los cantantes dominaba sus papeles; uno de ellos tuvo que interpolar 100 7 Carta a Theodor Apel, 2 de octubre de 1835. 8 Un mes antes se había estrenado en París Los hugonotes, de Giacomo Meyerbeer. 9 Popular ópera de Auber. Written on Skin George Benjamin (1960)) LIBRETO DE MARTÍN CRIMP. BASADO EN LA LEYENDA MEDIEVAL DEL TROVADOR GUILLEM DE CABESTANY. ESTRENADA EN FESTIVAL DE AIX-EN-PROVENCE, EL 7 DE JULIO DE 2012. ESTRENO EN EL TEATRO REAL. ÓPERA EN VERSIÓN DE CONCIERTO Director musical: George Benjamin Protector: Christopher Purves Agnes: Barbara Hannigan Primer ángel / Chico: Tim Mead Segundo ángel/ Marie: Victoria Simmonds Tercer ángel/ John: Tercer ángel/ John Mahler Chamber Orchestra 17 de marzo de 2016 20:00 horas Salida a la venta al público 3 de noviembre de 2015 102 Argumento Written on skin (Escrito en la piel) Fernando Fraga Escena V. Pasan los meses y ha llegado el invierno. El Protector se pregunta a qué se deberán los evidentes cambios de actitud de su esposa. Apenas habla, se alimenta poco. En la cama, rechaza sus abrazos, fingiendo estar dormida. Parte primera Escena I. Un coro de ángeles invita al público a volver su mirada a varios siglos atrás, cuando un libro era un precioso objeto escrito sobre la piel. Esos mismos ángeles nos presentan a los protagonistas de la historia. Uno es el Protector, un hombre rico e inteligente; otro es su esposa Agnès, mujer dócilmente sometida a la voluntad del marido. Uno de los ángeles toma la apariencia de un Muchacho que se dedica a iluminar o colorear manuscritos. Recibe la visita de Marie la hermana de Agnès que llega junto a su esposo John. Marie se sorprende ante la presencia del Muchacho que ha sido aceptado en la casa como un miembro más de la familia. Con su carácter fácilmente irritable, el Protector se defiende hasta el punto de enfadarse y amenazar a los parientes con expulsarlos de la casa. Escena II. El Protector pide al Muchacho que dibuje su vida y acciones en un libro. Libro que ha de reflejar que su familia se hallará en el paraíso, mientras sus enemigos acabarán condenados en el infierno. Para demostrar su capacidad el Muchacho le muestra una miniatura que refleja a un hombre rico y misericordioso. Agnès se burla de las intenciones de su marido, pero el Protector acepta acoger en su casa al Joven. Escena VI. Durante la noche, el Muchacho penetra en la alcoba de Agnès y le enseña el retrato que ha hecho de Eva tal como ella le ha sugerido. Tras un momento de confusión, Agnés comprende que la imagen la representa a ella de una manera excitante. Mientras miran el retrato, una inevitable tensión sexual se apodera de ellos y Agnès pierde el control, arrojándose en los brazos del Muchacho. Escena III. Los ángeles evocan el momento el relato bíblico de la Creación, refiriéndose a la brutalidad del hombre y a la sumisión de la mujer. Segunda parte Escena IV. Agnès acude al taller donde trabaja el Muchacho para ver cómo avanzan las imágenes del libro. Ante el dibujo de Eva, la mujer se ríe al encontrarlo poco verdadero. Le desafía a que pinte una mujer auténtica como es ella, de rasgos bien reconocibles y que le despierte sus apetitos sexuales. Escena VII. En sueños el Protector se asusta por los gastos que está ocasionando la confección del libro. Pero lo que más le inquieta es suponer que en él se haya realizado un dibujo en el que se refleja cómo su esposa y el Muchacho yacen abrazados en una cama. 103 ver el infierno y el Muchacho les da una página únicamente con texto escrito, sin imágenes. Eso molesta a Agnès ya que ella no sabe leer. El Muchacho se va dejando a la pareja observando esa página enigmática. Escena VIII. Al despertarse comprueba que su esposa no está en el lecho sino mirando silenciosa a la lejanía frente a la ventana. A lo lejos una columna de humo da cuenta de que las gentes del Protector han quemado poblaciones enemigas. Agnès pide a su marido que la abrace, pero él se niega acusándola de comportamiento impropio de una mujer. Agnès se enfurece, aconsejándole que vaya a ver al Muchacho si quiere saber quién es realmente ella. Escena XII. El Protector, al no saber leer Agnès, lee en voz alta el contenido de la página. En ella se relata la relación del Muchacho con Agnès. Esta se considera tranquila ya que el Muchacho ha realizado lo que ella le había pedido. El Protector, por su parte, está horrorizado. Fascinada Agnès le pide al marido que le enseñe la palabra donde el Muchacho ha escrito “Amor”. Escena IX. El Protector encuentra al Muchacho en el bosque y le exige que le dé el nombre de la mujer con la que le vio en sueños en la cama. El Muchacho le responde que es con Maria con la que se acuesta. El Protector le cree y vuelto a casa le dice a su mujer que el Muchacho trata a su hermana como si esta fuera una puta. Escena XIII. Los ángeles reaparecen comentado la crueldad de un dios que crea al hombre a partir del polvo. El Protector, en medio de un ataque de violencia que cierta misericordia parece querer controlar, va al bosque. Pero se encuentra con el Muchacho y lo mata. Escena X. El Joven calma la furia de Agnès diciéndole que había mentido a su marido para salvarla a ella. Pero Agnès se enfurece aún más: ha mentido no para protegerla a ella sino para librase a sí mismo de la ira marital. Si de verdad la amara debería confesar la verdad. Como prueba de su cariño, le convence para que pinte una imagen que de una vez por todas destruya a su presuntuoso y violento marido. Escena XIV. Ante la mesa del comedor de la casa, el Protector le sirve un plato a Agnès que él ha cocinado. Con insistencia le pregunta si es de su agrado el manjar. Ella asiente. Entonces el marido le dice que se ha comido el corazón del Muchacho. Agnès se le enfrenta: nadie podrá entonces quitarle de su boca el sabor del corazón del amado. Tercera parte. Escena XV. Reaparece el Muchacho bajo la forma de un ángel y enseña una última imagen del libro. En ella el Protector ha tomado un cuchillo con el que va a matar a Agnès. Ella prefiere arrojarse al vacío desde el balcón y la imagen la representa en su caída sobre el fondo del cielo nocturno. Escena XI. El Muchacho enseña las páginas ya acabadas del libro. El Protector está ansioso por llegar a los dibujos donde el paraíso esté reflejado. El Muchacho le dice que las imágenes mostradas son las de su propia familia y propiedad, que son el símbolo del paraíso en la tierra. Agnés quiere 104 Written on Skin Written on Skin es una ópera del compositor británico George Benjamin. Fue estrenada en el Festival de Aix-en-Provence en 2012, y su primera representación en el Reino Unido fue en la Royal Opera House de Londres en marzo de 2013. Estudio con Olivier Messiaen en el Conservatorio de París durante la segunda mitad de los años 70, y llegó a ser uno de sus alumnos favoritos. A la muerte de Messiaen ayudó a su mujer Yvonne Loriod a finalizar el Concierto a cuatro que el maestro dejó inacabado. El libreto es obra de Martin Crimp, y está basado en la leyenda del trovador Guillaume de Cabestanh. Esta historia también se recoge en El Decamerón de Giovanni Boccaccio. Luego estudió música en el King’s College de Cambridge, con Alexander Goehr. Su pieza orquestal Ringed by the Flat Horizon (escrita para la Cambridge University Musical Society y estrenada en Cambridge bajo la batuta de Mark Elder el 5 de marzo de 1980) fue interpretada en agosto en los Proms, mientras todavía era estudiante, haciendo de él el compositor más joven cuya música fue tocada en la historia de los Proms. El autor dirigió musicalmente la obra en ambas ocasiones. La acción tiene lugar en el siglo XII en Provenza. El Protector paga a un Muchacho para crear e ilustrar un manuscrito sobre su familia. El Muchacho y Agnès, esposa del Protector, se sienten atraídos el uno al otro. El Protector asesina al Muchacho y fuerza a Agnès a comerse el corazón del Muchacho. Agnès se suicida. Desde los 80 ha recibido numerosos encargos, incluyendo Sudden Time (para orquesta), Three Inventions (para orquesta de cámara) y Antara (para ensemble y electrónica, realizada en el IRCAM y siendo la primera composición publicada usando el programa de notación Sibelius). La música de Benjamin es vista por muchos como una cuidada artesanía, de una gran seriedad, aunque llena de colorido e incluso de estilo extravagante. Personajes de la obra Agnès Protector Primer Ángel y Muchacho Segundo Ángel y Marie Tercer Ángel y John Soprano Bajo-barítono Contratenor mezzosoprano tenor George Benjamin (breve apunte biográfico) Ha enseñado composición en el Royal College of Music de Londres, y es también “Henry Purcell Professor of Composition” en el King’s College de Londres. George Benjamin, CBE (Londres, 31 de enero de 1960), es un compositor británico, pianista, director de orquesta y pedagogo. Dirige habitualmente la London Sinfonietta. En 2001 fue galardonado con el Premio Arnold-Schönberg de composición. 106 Parsifal Richard Wagner (1813-1883) FESTIVAL ESCÉNICO SACRO EN TRES ACTOS. LIBRETO DEL COMPOSITOR, BASADO EN EL POEMA ÉPICO MEDIEVAL PARZIVAL DE WOLFRAM VON ESCHENBACH. ESTRENADA EN EL FESTSPIELHAUS DE BAYREUTH EL 26 DE JULIO DE 1882. ESTRENADA EN EL TEATRO REAL DE MADRID, EL 1 DE ENERO DE 1914. COPRODUCCIÓN DE LA ÓPERA DE ZÚRICH Y EL GRAN TEATRE DEL LICEU DE BARCELONA Director musical: Semyon Bychkov (2, 6, 9, 18, 21, 24, 27, 30 de abril) Paul Weigold (12, 15 de abril) Director de escena: Claus Guth Escenógrafa y figurinista: Christian Schmidt Iluminador: Jurgen Hoffmann Coreógrafo: Volker Michl Director del coro: Andrés Máspero Amfortas: Detlef Roth Titurel: Ante Jerkunica Gurnemanz: Franz Josef Selig Klingsor: Evgeny Nikitin Kundry: Anja Kampe Parsifal: Christian Elsner Dos caballeros del Grial: Vicenç Esteve, Federico de Michelis Escuderos: Ana Puche, Kai Rüütel, Alejandro González Seis muchachas flor: Ilona Krzywicka, Khatouna Gadelia, Kai Rüütel, Samantha Crawford, Ana Puche, Rosie Aldridge Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 2, 6, 9, 12, 15, 18, 21, 24, 27, 30 de abril de 2016 19:00 horas; domingo, 18:00 horas Salida a la venta al público 2 de febrero de 2016 110 Argumento Parsifal Fernando Fraga Una vez que el rey es llevado al lago, Gurnemanz cuenta a los escuderos el origen de los males de Amfortas, cuya curación, según una profecía celestial, sólo se logrará por medio de un individuo puro e ingenuo movido por la compasión. Antecedentes Titurel, al frente de un grupo de caballeros, protege en Montsalvat dos preciosas reliquias: el Santo Grial, la copa de Jesucristo en la última cena, y la lanza con la que fue herido mientras se hallaba en la cruz. Con estas reliquias los caballeros de Titurel se ven fortalecidos en su noble tarea de socorrer a los desgraciados. Klingsor, un caballero expulsado de Montsalvat por conductas indecorosas, para vengarse ha erigido un jardín encantado, habitado por hermosas muchachas, cuya labor es atraer a los caballeros y hacerles perder su castidad. Amfortas, el hijo de Titurel, se ha enfrentado a Klingsor pero sucumbió ante una misteriosa mujer, Kundry. Con la lanza Klingsor hirió a Amfortas quien al regresar al castillo, con la herida sin cicatrizar, vive en medio de sufrimientos terribles, tanto físicos como morales. De pronto, se escucha un tumulto. Un joven ha herido de muerte a un cisne que sobrevolaba el lago. El culpable es traído ante Gurnemanz que le reprocha duramente su acción. El joven ignora su nombre y no conoce familiar alguno. Sólo recuerda el nombre de su madre: Herzeleide. Kundry bruscamente toma la palabra y dice que su padre fue Gamuret, muerto en combate. El joven se llama Parsifal y, por seguir a unos caballeros con los que se ha encontrado en el bosque, al abandonar a su madre, ésta ha muerto de tristeza. Gurnemanz observa detenidamente a Parsifal y por su manera de manifestarse cree ver en él al joven ingenuo y puro del que habló la profecía. Animado por este pensamiento, acude con Parsifal al templo del castillo del Grial donde se va a celebrar una ceremonia en la que se renueva la prolongación de la vida del viejísimo Titurel. Acto I. En otoño. Cerca del castillo del Grial, el viejo caballero Gurnemanz despierta a los escuderos para la oración de la mañana, antes de que Amfortas tome su baño diario en el lago sagrado. Una extraña y huraña mujer, Kundry, llega aportando un nuevo bálsamo con el que podrá Amfortas aliviar los dolores de su herida. Se descubre solemnemente la sagrada copa donde reluce magnífica la sangre de Cristo. Amfortas se niega a realizar el ritual alegando sus dolencias. Los caballeros piadosamente evocan los acontecimientos de la última cena. Llega Amfortas acostado en una litera. El bálsamo que le ha traído Gawain apenas le ha mejorado y desea probar el que ahora le entrega Kundry. 111 Kundry le maldice, diciéndole que jamás encontrará el camino de regreso al castillo de Montsalvat. Convoca a Klingsor que aparece blandiendo la lanza sagrada. Cuando la arroja para herir a Parsifal, el arma queda suspendida milagrosamente encima de su cabeza. Parsifal se apodera de ella y a una señal piadosa todo desaparece: Kundry, Klingsor, el jardín y el castillo encantados. Parsifal ha observado toda la escena en silencio, como ausente. Gurnemanz se siente decepcionado y de mala manera le echa del templo. De lo alto una voz repite la profecía. Acto II. En invierno. En su castillo, en la torre donde tiene su laboratorio, Klingsor observa a través de un mágico espejo cómo se acerca Parsifal a sus dominios. Para que lo seduzca, el mago convoca a Kundry. Esta se despierta como en trance. Parsifal inicia su regreso a Montsalvat. Acto III. En primavera. Recuerda que por haberse burlado de Cristo en la cruz fue condenada a servir hasta el fin de los tiempos a dos poderes contradictorios: los del Grial y los de Klingsor. De este castigo sólo podrá librarse si alguien resistiera a sus innumerables encantos. Hasta ahora todos han sucumbido a ellos, incluido Amfortas. Sólo en el bosque cercano a Montsalvat, en la mañana del Viernes Santo, Gurnemanz descubre entre la maleza a Kundry, apenas viva. Gurnemanz se sorprende por el cambio de su actitud, pues aparece humilde, servicial y silenciosa. A lo lejos comienza a vislumbrarse la silueta de un caballero armado que se acerca. Gurnemanz le reprocha que aparezca de tal guisa en un día tan piadoso. El desconocido descubre su cara. Es Parsifal. Al fin, tras sus años de errar por el mundo ha encontrado el camino de Montsalvat. Gurnemanz ve en sus manos la lanza sagrada y le saluda como redentor. Le informa entonces de la situación en que se hallan los caballeros. Titurel ha muerto y Amfortas se niega a presidir las ceremonias del templo, aunque, preso de los remordimientos, ha accedido a presidir los funerales por su padre. En el jardín que rodea el castillo de Klingsor, Parsifal es asediado por una multitud de muchachas con la apariencia subyugante de flores, con sus atrayentes coloridos y olores, que hacen todo lo posible por seducirlo. El joven resiste a sus encantos y es entonces Kundry, lujosamente ataviada resaltando su impresionante belleza, quien se hace presencia dispersando a las muchachas-flor. Kundry le recuerda la muerte de su madre y para consolar al arrepentido muchacho se le acerca melosa e insinuante, dándole su primer beso de amor. Parsifal rechaza a Kundry y comprende lo sucedido con Amfortas. Esta compasión le hace sabio y, según la profecía, Parsifal comprende el valor de su misión, la de salvar a Amfortas y a los caballeros del Grial. Rechazada definitivamente, Kundry lava los pies de Parsifal secándolos luego con sus cabellos. Gurnemanz, en la fuente sagrada, purifica a Parsifal de sus pecados. Parsifal bautiza a Kundry, en medio del esplendor primaveral que parece celebrar la redención del hombre por el sacrificio de Jesucristo. 112 La comitiva que va a celebrar los funerales por Tirurel se acerca presidida por Amfortas. En el templo Amfortas reza por su padre de quien espera ruegue ante Dios su salvación. A pesar del apremiante deseo de los caballeros, es incapaz de levantar el velo que cubre el Santo Grial. Hace entonces su aparición Parsifal. Con la lanza sagrada toca la herida de Amfortas que milagrosamente se sana de inmediato. Una paloma se posa en la cabeza de Parsifal. Se celebra la ceremonia del Grial. Parsifal es elegido nuevo rey. Kundry cae muerta, redimida. Parsifal presenta el Grial, resplandeciente, ante todos los caballeros que de rodillas reciben su bendición. Parsifal o el Principio wagneriano de la relatividad Miguel Ángel Gonzalez Barrio Gurnemanz: Du siehst, mein Sohn, zum Raum wird hier die Zeit. Del Parzival de Wolfram von Eschenbach al Parsifal de Wagner Gurnemanz: ¿Lo ves, hijo mío? Aquí el tiempo se transforma en espacio. Como casi siempre en Wagner, Parsifal fue fruto de un largo proceso de maduración. Ya en 1845, mientras tomaba las aguas en el balneario de Marienbad, el flamante autor de Tannhäuser leyó los poemas Parzival y Titurel de Wolfram von Eschenbach (1170-1230), en las ediciones de Simrock (1842) y San-Marte (1841), así como la epopeya anónima Lohengrin, en edición de Görres (1813). Parsifal, la última obra para la escena de Richard Wagner, es también la más críptica y polémica. Desde su estreno en 1882 ha fascinado a los críticos, que no se ponen de acuerdo acerca del significado último de una obra que es todo lo que alcanzan a ver en ella y a la vez mucho más que todo eso. ¿Es una obra cristiana, o sobre el cristianismo (a favor o en contra)? ¿Trata de la redención del judaísmo de un Jesucristo ario, como sostiene el acérrimo antiwagneriano Hartmut Zelinsky? ¿O se trata simplemente de una inocua fantasía que combina en un endeble coctel cierto esoterismo pagano (hoy sería un producto típico de la new-age) y elementos tomados de la filosofía de Schopenhauer y el budismo? Los escritos de Wagner no ayudan a esclarecer la cuestión, pues abundan en referencias a todos los aspectos señalados. Las simplificaciones, como el gran malentendido de Nietzsche “Richard Wagner, aparentemente el máximo triunfador, en verdad un décadent desesperado en su podredumbre, de repente, desamparado y roto, se postró ante la cruz cristiana”, eluden enfrentarse al caso Parsifal en toda su dimensión. Entre el baño de Wagner y el de Amfortas hubieron de pasar todavía 32 años, El anillo del nibelungo, Tristán e Isolda y Los maestros cantores de Nuremberg. El primer bosquejo, que se ha perdido, lo escribió Wagner en 1857, en El Asilo, el hotelito que ocupaba en la finca de sus protectores, los Wesendonck, mientras laboraba en el Tristán. Un esbozo en prosa escrito en Munich en agosto de 1865 fue sustituido por el definitivo de 1877, en su mayor parte en forma dialogada. Había llegado al fin el momento de Parsifal. En un mes, entre el 14 de marzo y el 19 de abril, estuvo listo el poema (Wagner llamaba siempre poema a sus libretos). En agosto de ese mismo año comenzó la composición, siguiendo su procedimiento habitual, trabajando en paralelo en dos esbozos, uno a lápiz para la parte vocal, otro a tinta en el que desarrollaba el acompañamiento orquestal. Esta tarea le ocupó hasta abril de 1879 (la primera versión 114 orquestada del Preludio es de 1878). Entre agosto de 1879 y enero de 1882 escribió la partitura completa. Wagner no denominó a su Parsifal ópera ni drama musical, sino “Festival escénico sacro” (Bühnenweihfestspiel). El 11 de agosto de 1873, mientras se afanaba por completar El ocaso de los dioses, nuestro compositor pensaba en Parsifal y escribió a su mecenas, el rey Luis II de Baviera: “Yo también, mi sublime amigo, tengo a menudo pensamientos serios acerca de mi Parzival. ¡Será la cumbre de todos mis logros! Cuán dulcemente familiar es el sentimiento que me invade cuando pienso que compartís el conocimiento de este profundo secreto, ¡que sois su co-creador! […] En aras de la inmensa tarea que me ha sido reservada realizar, me he visto obligado a emplear mi drama del nibelungo para construir un castillo del Grial consagrado al arte, alejado de los senderos comunes de la actividad humana; pues sólo allí, en Monsalvat, puede la obra anhelada ser revelada a la gente, a aquellos iniciados en sus ritos, y no en los lugares en los que Dios no se muestra ante los ídolos del día sin que sea objeto de blasfemia.” Estrenada el 26 de julio de 1882, Parsifal sirvió para consagrar el Palacio de Festivales (Festspielhaus) de Bayreuth, el “castillo del Grial consagrado al arte”, teatro diseñado por Gottfried Semper que abrió sus puertas en 1876 con el estreno de El anillo del nibelungo. Tan estrecha era la conexión entre Parsifal y el Festspielhaus que la familia Wagner quiso impedir su representación en otros teatros, asegurándose los derechos de representación por 30 años (intentaron ampliarlos, sin éxito). El monopolio fue burlado en varias ocasiones. El propio rey Luis II organizó una representación privada (¿pirata?) en Munich poco después de la muerte de Wagner. En 1884 hubo también representaciones concertantes (astuta forma de sortear la interdicción) en Londres. El Metropolitan de Nueva York rompió el embargo en 1903, lo que provocó un gran escándalo. En 1905, 1906 y 1908 hubo representaciones en Amsterdam para la Asociación Wagneriana. En Barcelona se representó en el Liceo la noche del 31 de diciembre de 1913, la primera vez que se ponía en y en El anillo del Nibelungo, aparece en Parsifal sólo excepcionalmente. De acuerdo con las teorías expuestas por Wagner en Ópera y drama, la aliteración es la expresión verbal del énfasis y del sentimiento intenso, mientras que la rima tiene un efecto formal y de distanciamiento. Wagner abandona el deliberado arcaísmo del Anillo en pos de la claridad y el refinamiento expresivo, y reduce el recitativo al máximo, básicamente a la narración de Gurnemanz del primer acto. Las divergencias con los principios estéticos expuestos en Ópera y drama son fácilmente entendibles: escena legalmente, una vez caducados los derechos exclusivos de representación en Bayreuth. La quintaesencia wagneriana: hacia una nueva síntesis El texto de Parsifal es uno de los más libres y variados de Wagner. Aunque es rimado en aproximadamente una tercera parte, el metro es libérrimo. La aliteración (Stabreim), repetición rítmica de fonemas consonánticos, tan importante en la poesía nórdica y germánica medieval 117 alcanzado el pleno dominio de la técnica, el gran comunicador que era Wagner ya no necesitaba adherirse ciegamente a un manual de estilo o conjunto de reglas preconcebidas (Ópera y drama), y puede zambullirse confiado y con absoluta libertad en el acto creador. La estructura y su constitución son casi una consecuencia del carácter de la obra. Wagner lo vio perfectamente: “Hay otra dificultad con Parzival. Él es indispensable como el redentor que Amfortas anhela, pero si Amfortas es situado en su auténtica y apropiada luz, se convertiría en una figura de un interés tan inmensamente trágico que sería imposible introducir un segundo foco de atención, y este foco de atención debe centrarse en Parzival si es que no va a limitarse a aparecer al final como un deus ex machina que nos deja a todos fríos. De ahí que, aunque predestinado por su naturaleza reflexiva y compasiva, el desarrollo de Parzival y la profunda sublimidad de su purificación deben traerse a un primer plano.” (Carta a Mathilde Wesendonck, 30 de mayo de 1859) El desplazamiento del foco de Amfortas, el héroe trágico del drama musical, a Parsifal, el verdadero “centro de atención y tema principal”, implica transformar el drama musical en un “festival escénico sacro”. Parsifal es un antihéroe: su acto decisivo es una negativa a actuar. Esta acción es el punto de partida de su progresión hacia el conocimiento. Es esta pasividad la que distingue al “festival escénico sacro” del “drama”: Parsifal alcanza el buscado Grial a través de la gracia, no del esfuerzo. Debido a la casi total falta de acción, todos los antecedentes han de exponerse en forma de largas narraciones, de ahí la figura fundamental de Gurnemanz, el cronista, dramáticamente inane pero crucial para el entendimiento de los hechos. En el segundo acto es relevado por Kundry cuando expone la historia de Herzeleide, la madre de Parsifal, durante la escena de la seducción, de fuertes resonancias psicoanalíticas. La acción del “festival escénico sacro” se inclina al ritual y al cuadro, y su lenguaje es proclive a la narración y los dichos oraculares. Las escenas en el Templo del Grial (fortaleza), modeladas verbal y musicalmente según la liturgia cristiana, ofrecen una ceremonia verbal y visual que se centra en los coros. El tercer acto culmina con un pronunciamiento milagroso, que marca el cumplimiento de una profecía: “sólo cierra la herida la lanza que la causó”. Las expresiones de sufrimiento de Amfortas en los actos primero y tercero constituyen el mayor contraste con la solemnidad de los coros, pero tienen lugar en un marco ritual. Lo extremo de su sufrimiento forma parte del ritual, es causado por el reiterado descubrimiento del Grial. Aunque se presenta en la persona de Amfortas, ese dolor y ese sentimiento de culpa son representativos. Kundry del segundo acto, aparece el motivo de la última cena del Preludio I en un contexto cromático que le es ajeno, mediante un astuto giro del final del motivo asociado a la brujería. El motivo de la última cena en un contexto cromático lo volvemos a oír cuando Parsifal trata de resistirse a las artes seductoras de Kundry “Elender! Jammervollster!”, y cuando ésta relata su acto blasfemo “Ich sah Ihn – Ihn – und… lachte!. El ansia de claridad, de ir a la esencia de las cosas, afecta también a la música. En Parsifal coexisten largos pasajes sin complicaciones armónicas junto a pasajes de enorme ambigüedad tonal. La superposición de diatonismo y cromatismo, tan cara a Wagner (está ya presente en la dualidad amor puro-amor sensual, Elisabeth-Venus, del Tannhäuser, junto con las esferas tonales), es más equívoca que en Tristán e Isolda o Los maestros cantores de Nuremberg. El mundo sacro y ritual del Grial es diatónico, mientras que el reino espiritualmente decadente del hechicero Klingsor es cromático (en los compases finales del segundo acto la música ejemplifica genialmente la caída). La separación no es total, y hay intercambios, cruces. Así, el sufrimiento de Amfortas recibe un tratamiento cromático, según Carl Dalhaus expresando la conexión entre el engaño y el sufrimiento. El comienzo de los actos I y II es formalmente similar, aunque de carácter completamente distinto. Mientras el Preludio I se basa en un acorde típico y rezuma estabilidad, solidez, el Preludio II introduce un inquietante tritono. El juego diatonismo-cromatismo es sutil, y la transformación de uno en otro, el cruce de fronteras, es fuente de gran expresividad y riqueza de significados. Así, por ejemplo, durante el beso de La obra gravita en torno al enfrentamiento de las tonalidades de La bemol mayor y – en las antípodas del círculo de quintas – Re mayor (o menor). En Parsifal se trata no tanto de un enfrentamiento entre poderes antagónicos e irreconciliables, como en Tannhäuser o Tristán (día-noche), sino de fusión de aspectos o esferas complementarias. Al final de la narración de Gurnemanz del primer acto, Re bemol mayor y la dominante La bemol mayor se superponen y, mediante una modulación enarmónica, se transforman en La-Re. Durante la música del Viernes Santo, La bemol y Re bemol suenan a la vez en un acorde de Tristán “Ihn selbst am Kreuze”, acorde que suena también en el segundo acto, cuando Kundry relata con remordimiento cómo se burló de Jesucristo “Da traf mich sein Blick!”, aproximando peligrosamente y contrastando las esferas de la religiosidad profunda y la sexualidad. Cuando, cerca del final de la obra, el victorioso Parsifal ordena descubrir el Grial “Enthüllet den Gral, öffnet den Schrein!”, hay una súbita modulación, de Re mayor (1 bemol) a La bemol mayor (4 bemoles). La sensación que invade al oyente es de realización, de cumplimiento. En el segundo acto, asociaciones tonales fijas, Parsifal (Re 120 bemol), Muchachas Flor (La bemol), seducción de Kundry (Sol mayor), constituyen puntos de referencia para guiarse entre pasajes tonalmente ambiguos, fuertemente cromáticos. Pese a que la obra comienza y termina en La bemol mayor, y a lo expuesto sobre el enfrentamiento con Re mayor/menor, la obra carece de un centro de gravedad tonal al que convergen (resuelven) otras tonalidades. Después del paréntesis humano de Los maestros cantores de Nuremberg, para el que Wagner había recurrido a una orquesta de dimensiones modestas, con maderas a dos (la orquesta de Tristán pide maderas a tres), en Parsifal vuelve a las proporciones del Anillo: maderas a cuatro, aunque sólo pide cuatro trompas (en el Anillo se necesitan ocho) y, como ya antes en Tristán y Maestros, prescinde de la trompeta baja y del trombón contrabajo. Respecto a Tristán e Isolda, hay en Parsifal un claro giro en el tratamiento del material. Tristán es horizontal, la melodía pasa de unos instrumentos a otros, las distintas familias de instrumentos solapan en las “colas” de las frases; maderas y encontrar la muerte, su liberación de una vida vacía y agotadora, sólo podrá ser redimida por alguien que resista sus poderes de seducción, alguien con un gran autodominio y capacidad de compasión. La única solución posible es la extinción de Kundry (cae muerta dulcemente a los pies de Parsifal al final de la obra). También Amfortas busca la muerte para eludir el sufrimiento de la herida que nunca se cierra, pero no le está permitido morir, pues la muerte no le traería la redención y la consiguiente liberación del sufrimiento (el sufrimiento es físico y moral). metales aparecen discretamente. El sutil entramado, entre familias y dentro de cada familia, contrasta con la orquestación en bloques de las obras menos maduras (El holandés errante, Tannhäuser, Lohengrin). En Parsifal, Wagner revierte a una escritura vertical. Basta echar un vistazo a las partituras de Tristán y Parsifal para notar las diferencias: fragmentaria y superpuesta la de aquel, jerárquica y vertical ésta. Este diseño está en buena medida dictado por el carácter ritual de la obra, sobre todo en los actos I y III. En el segundo acto la escritura se asemeja más a la de Tristán. El espíritu de la obra determina igualmente el carácter de los motivos: elusivos y horizontales, propensos a la fusión, a la mezcla, en Tristán; en Parsifal, los temas están imbuidos de una dignidad que pide un tratamiento en acordes. A regañadientes, termina por descubrir el Grial (Acto I), lo que alargará su sufrimiento. Como guardián del Grial, no puede hacer otra cosa: su acto mantendrá a sus Caballeros y le acercará al Salvador. Ambos se mueven entre extremos, como Tannhäuser, y están condenados al sufrimiento al fracasar en la consecución de una síntesis liberadora. Ambos cayeron víctimas de una red de deseos interesados y egoístas. Parsifal puede redimirlos porque es inocente, no está corrompido por la mentira, el engaño. La muerte del cisne, una escena irrelevante desde el punto de vista de la acción exterior, pero crucial para la interior, es su primer contacto con la compasión. La agonía de Amfortas durante la ceremonia del Grial le produce ya una punzada, aunque esa compasión aun no está madura. “¿Quién es el Grial?”: decodificando Parsifal Parsifal: ¿Quién es el Grial? Gurnemanz: Eso no puede decirse; mas si has sido escogido para servirlo no te será desconocido Kundry, la “rosa del infierno”, es el más complejo y contradictorio de todos los personajes wagnerianos, un fascinante arcano, amalgama de caracteres varios. Es la Kondrie y la Orgeluse de Wolfram von Eschenbach, pero su carácter histriónico y neurótico está constituido por la suma de las encarnaciones que ha vivido y que incluyen a Gundryggia (¿una Valquiria?) y Herodías, esposa de Herodes Antipas, madre de Salomé y responsable de la muerte de Juan el Bautista. Como el Holandés errante, Kundry ha cometido blasfemia (se río de Jesucristo en su cara) y es condenada a vagar sin rumbo durante siglos. Deseando Parsifal observa y calla; no se atreve a preguntar por lo que ha visto, y es expulsado con cajas destempladas de la fortaleza del Grial por Gurnemanz. Parsifal debe aprender por sí mismo, y para ello revive las experiencias que llevaron a Amfortas a su actual situación. Siente 122 la tentación, el sufrimiento, y percibe el mundo como un conglomerado de culpa y un interminable círculo de miseria, que sólo puede romperse mediante la compasión y la renunciación. Parsifal resiste los intentos de seducción de Kundry, cuyo beso es el catalizador que le hace adquirir conciencia cósmica, reconocer el dolor del mundo, y recupera la lanza sagrada con la que Klingsor hirió a Amfortas. Nur eine Waffe taugt… “Sólo un arma sirve: sólo cierra la herida la lanza que la causó”. La lanza sanadora es un símbolo de la compasión, del autocontrol, de la renuncia a seguir los impulsos de la Voluntad, a las voliciones. Adquiere la sabiduría a través del sufrimiento, y así puede superar las limitaciones de su personalidad. Parsifal recorre un camino de auto-iluminación. Una vez culminado, alcanzado el objetivo, el “iluminado” puede redimir a otros (“redención al redentor”). que claridad, salpimentando sus escritos con ideas dispares. En sus obras de arte fue un genial ecléctico, tanto en lo concerniente a las filosofías de la vida como en las fuentes literarias que lo inspiraron. Tomó lo que necesitaba, envolviéndolo en un rico simbolismo, totalmente despreocupado por las contradicciones en que pudiera incurrir. La referencia al contenido religioso de Parsifal parece tener aquí una intencionalidad práctica. Sería la justificación de la pretensión de representarlo en exclusiva en Bayreuth, alejado del vulgar mainstream de la escena alemana de la época, que tanto exacerbaba a Wagner. Se mataban así dos pájaros (o dos cisnes) de un tiro. Por otra parte, en su ensayo Religion und Kunst (Religión y arte, 1880), Wagner había dejado claro que estaba interesado principalmente en los símbolos y en los mitos de la religión. Su objetivo era emplear el poder superior del Arte para expresar el profundo significado de la Religión a través de sus propios símbolos y mitos. ¿Es Parsifal una obra religiosa, un drama cristiano, como a veces se ha dicho? Ciertamente, contiene elementos que lo conectan con el cristianismo: el Grial, que representa la expiación por medio de la sangre de Cristo, celebrada en la Última Cena. Hay un paralelismo entre Parsifal y el proyecto de drama sobre la vida de Jesucristo, Jesús de Nazaret (de 1848, ¡el año de la Muerte de Sigfrido!): en el tercer acto Kundry aparece como Magdalena penitente, Parsifal como Jesucristo y Gurnemanz como Juan el Bautista. Y en el esbozo del “drama budista” Los vencedores (1856) queda prefigurado el tema del renacimiento y absolución de Kundry. En su vida privada, Wagner nunca renunció a expresar sus convicciones, bien que con más vehemencia “Se podría decir que allí donde la religión se hace artificiosa, está reservado al arte el salvar el núcleo sustancial, penetrando los símbolos míticos –que la religión pretende que sean creídos como verdaderos en el sentido literal del término– según sus valores simbólicos, en los que reconoce, a través de su representación ideal, la verdad ideal que en ellos se esconde.” (Religión y Arte, 1880) Para algunos autores, Parsifal no es tanto una obra religiosa como una obra acerca de la religión. Considerada como un estudio, en 124 términos artísticos, de psicopatología de la religión, se puede responder a los dilemas morales centrales de la obra desde una perspectiva atea o agnóstica. Así, en el Viernes Santo, Wagner desvía la atención de Cristo en la cruz a la naturaleza y la humanidad redentora. Para terminar, aunque de importancia tangencial, por mucho que algunos autores, como el mencionado Hartmut Zelinsky, recarguen las tintas en este aspecto, no podemos obviar la “conexión” de Parsifal con las ideas de pureza y regeneración racial que encontramos en algunos de los últimos escritos de un Wagner influido por las teorías del mestizaje de Gobineau, o sobre el papel de la religión y del Cristo Redentor en la regeneración de la Humanidad. Al final de Wollen wir hoffen? (¿Debemos tener esperanza?), escrito de 1879, discutiendo las perspectivas de regeneración del espíritu alemán, Wagner dice: “Que yo no he renunciado a la esperanza lo prueba el hecho de que estos días he conseguido concluir la música de mi Parsifal”. Compuesta en este marco ideológico, algunos aspectos de Parsifal, como la elitista Hermandad del Grial cuyo credo se basa en la fe, la esperanza y el amor que surge de la compasión ante el sufrimiento de los otros, adquieren un matiz dudoso. Los esbozos de Parsifal datan de 1865, 13 años antes de sus escritos de regeneración. Pero como ocurre a menudo con Wagner, la concepción artística surgió primero, después tuvo que argumentar sus ideas en forma literaria antes de que cristalizaran en una idea artística. Ver Parsifal como una alegoría cristiana, o budista, o un correlato musical de sus últimos y polémicos escritos, es menoscabar seriamente la obra. Entender Parsifal pasa por aceptar que su estructura está plagada de inconsistencias. Sólo aceptando esto estaremos en disposición de penetrar su esencia. Afortunadamente, Wagner siempre se las ingenió para que sus obras quedaran al margen del debate ideológico. Tenía muy claro que un pensamiento puede tener fecha de caducidad, no así una verdadera obra de arte. Luisa Miller Giuseppe Verdi (1813-1901) MELODRAMMA TRÁGICO EN TRES ACTOS. LIBRETO DE SALVATORE CAMMARANO,. BASADO EN LA OBRA “KABALE UND LIEBE” (INTRIGA Y AMOR) (1783) DE FRIEDRICH VON SCHILLER . ESTRENADA EN EL TEATRO SAN CARLO DE NAPOLES, EL 8 DE DICIEMBRE DE 1849. ESTRENADA EN MADRID EL 11 DE DICIEMBRE DE 1852. ÓPERA EN VERSIÓN DE CONCIERTO Director musical: James Conlon Director del coro: Andrés Máspero El Conde de Walter: Dmitry Beloselskiy Rodolfo: Francesco Meli Federica: Maria José Montiel Wurm: John Relyea Miller: Leo Nucci Luisa: Lana Kos Laura: Marina Rodriguez-Cusí Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 23, 26 de abril de 2016 20:00 horas 128 Argumento Luisa Miller Fernando Fraga (dúo: Dall’aule raggianti di vano splendor) pone en claro su situación sentimental, despertando la amargura los celos de Federica. La acción tiene lugar en el Tirol, a principios del siglo XVIII. Acto I: El amor En casa de Miller, mientras se escucha a lo lejos los sonidos de una cacería, el soldado revela a su hija la verdadera identidad de su enamorado. Luisa no tiene tiempo para lamentos, pues Rodolfo hace una repentina aparición, reitera sus promesas amorosas y pide la bendición de Miller. Aparece Walter y airado insulta a los Miller, tratando a Luisa de cortesana. La situación se hace insostenible, al enfrentarse Rodolfo, espada en mano a su padre (cuarteto: Fra mortali ancora oppressa). Cuando Walter ordena a sus arqueros que tomen presa a Luisa, Rodolfo se interpone y amenaza a su padre con revelar los infames medios por los que aquel ha conseguido el poder, Walter confuso y alarmado, se hecha atrás y ordena que Luisa sea liberada (final primero: I cenni miei si compiano). Ante la casa de Luisa Miller, un viejo soldado retirado, Laura y un grupo de aldeanos que felicitan a Luisa, su hija, a la que ofrecen un ramo de flores por su cumpleaños (coro: Ti desta, Luisa regina de’cor¡). La muchacha está enamorada y lo manifiesta de acuerdo con sus sentimientos candorosos y tiernos (aria: Lo vido e il primo palpito). Con la llegada de Carlo, su enamorado, la pareja expresa la pasión que los une (dúo: T’amo d’amor ch’esprimere). El soldado rechaza al intendente del conde Walter, Wurm, como yerno (aria: Sacra é la scelta) y se ve invadido por funestos presentimientos (cabaletta: Ah¡ Fu giusto il mio pensiero). Sus recelos se hacen realidad al saber por boca del siniestro Wurm, que tras el nombre de Carlo se oculta, Rodolfo, el hijo de su señor. Acto II : la intriga En una sala del castillo, Walter proyecta la unión de hijo Rodolfo y la duquesa Federica, amiga de la infancia del muchacho, hecho que aumentará el prestigio social de la familia (aria: Il mio sangue, la vita darei). Rodolfo no tiene tiempo de dar cuenta a su padre de su amor por Luisa, pues la duquesa hace su entrada precedida por su séquito (coro: Quale un sorriso d´amica sorte). Rodolfo es sincero y en el encuentro sucesivo Laura y un grupo de aldeanos informan a Luisa del arresto de su padre (coro: Al villaggio dal campo tornando). Pero Wurm, siguiendo instrucciones del conde Walter ofrece a Luisa la salvación de su padre, siempre que a cambio, a través de un escrito, confiese que ha fingido amar a Rodolfo solamente por ambición... Añadiendo en la confesión que a quien ama en 129 sacrificio de su hija, se la encuentra en un estado de abatimiento total. El padre cariñosamente la anima con palabras de esperanza. Deciden abandonar esas tierras e iniciar una nueva vida en un lugar lejano (dúo: La tomba `e un letto sparso di fiori… Andrem, raminghi e poveri). realidad es a Wurm. Luisa duda y desesperada eleva una plegaria (aria: Tu puniscimi o, Signore), antes de firmar el funesto convenio. Pero Wurm le pide aún otro sacrificio más: Luisa ha de acompañarle al castillo para delante del conde y de la duquesa Federica corroborar que ha escrito libremente aquella confesión. La desolación de Luisa es desgarradora (cabaletta: A brani, a brani, o perfido). Llega el sonido distante de un órgano, anunciando el comienzo de la ceremonia nupcial de de Federica y Rodolfo, pero éste ha abandonado la iglesia y entra en la casa en un apreciable estado de agitación. Atada a su juramento, Luisa confirma que en efecto escribió la fatídica carta. Bruscamente Rodolfo le ofrece una copa, donde ha vertido un poderoso veneno. Luisa bebe y tras ella Rodolfo apura el resto del contenido. Ante las vacilaciones de Luisa, Rodolfo vuelve a preguntarla si realmente está enamorad de Wurmy, cuando la muchacha sabe que pronto tendrá que dar cuenta de sus actos a Dios, confiesa la verdad de lo ocurrido (dúo: Piangi il tuo dolor... Allo strazio ch’io sopporto). Reaparece Miller y comprende de inmediato la gravedad de la situación y recibe emocionado las últimas palabras de Luisa (terceto: Padre ricevi l’estremo addio). En el instante que la muchacha fallece, entran Walter y Wurm, y éste cae abatido, por la espada de Rodolfo. Rodolfo se desploma muerto sobre el cadáver de Luisa, no sin antes echar en cara a su padre la responsabilidad de lo sucedido. En el castillo, en un tenso diálogo, el conde revela a Wurm (dúo: L’alto retaggio non ha bramato) que Rodolfo conoce que para alcanzar el título nobiliario él mató al viejo titular del condado y que esto les pone a los dos en sus manos. Seguidamente, ante Federica, destrozada por la situación Luisa confirma que está enamorada de Wurm (cuarteto: Presentarti a la Duchessa... Come celar le smanie). Wurm hace llegar a Rodolfo la carta de Luisa y el despecho del muchacho es agobiante (recitativo: Ah, fede negar potessi). Recuerda con melancolía las promesas de amor de su amada que ahora ve que han sido sólo mentiras y falsas promesas (aria: Quando le sere al placido). Aprovechando su situación anímica, Walter le anima a que olvide a la traidora casándose con Federica, pero Rodolfo sólo es capaz de abandonarse a la más negra desesperanza) cabaletta: L’ara o l’avello, apprestami). Acto II: el veneno En casa de Miller las amigas de Luisa la consuelan mientras ella escribe una carta de despedida a Rodolfo (coro: Come in un giorno solo). Miller, que ha sido liberado gracias al 130 Luisa miller: una tragedia burguesa Fernando Fraga Con esta obra número quince de su catálogo, Verdi cambia de registro dramático al enfrentarse a una tragedia con personajes burgueses en conflictos con la nobleza, dejando atrás definitivamente los llamados años de galera y anunciando una nueva etapa creadora. Luisa Miller supone un nuevo encuentro con la obra del poeta y dramaturgo alemán Friedrich von Schiller, después de Giovanna D’Arco e I masnadieri y antes de Don Carlo. de coquetería. Este dato de simple significado canoro sirve para marcar la evolución vocal del personaje. Es una vivaz escena de conjunto a la que se une Rodolfo, el tenor. Aparece en escena Wurm, personaje negativo, que podría parecer un antecedente del malvado Yago de Otello, da pie a la página solista del barítono. Son dos páginas de amplia nobleza de canto donde Miller, antiguo soldado, define sus ideales y su personalidad limpia y honrada. Justo después de mostrarnos un padre, digamos “ejemplar” como es Miller, escuchamos ahora expresarse a otra figura paterna menos agradable, el padre de Rodolfo, conde Walter, quien manifiesta hacia su hijo unos sentimientos opuestos a los que sentía Miller por su vástaga. Si Miller, adelantándose a la época en que transcurre la obra da libertad a Luisa en la elección de marido, Walter, al contrario le impone a Rodolfo un matrimonio forzoso. La sinfonía que abre la ópera, es más bien un preludio. Un allegro donde se expone y se varía con gran habilidad un tema enérgico y nervioso, de inquietante amenaza. Como si reflejara el destino que se cierne sobre la infeliz protagonista de la obra. Dicho tema reaparecerá en algunos momentos de la partitura, sin que adquiera la categoría de motivo conductor a la manera wagneriana, sino un recuerdo de ese destino implacable que perseguirá a la infeliz Luisa. Cada acto lleva un título que de alguna manera engloba la trama que domina su contenido. Se inicia un dialogo entre los dos bajos Wurm y Walter, más de inmediato éste se lanza a una breve página solista donde si el texto nos puede indicar que el padre siente un verdadero afecto por su hijo, la orquestación parece desmentirlo con su engañosa serenidad, salpicada intermitentemente de agitación y acentos imperativos. Un clima que continúa en el recitativo que sigue con el tenor, antes de la luminosa entrada de la duquesa Federica. La mezzosoprano entra punteada por un placentero coro femenino que lleva El acto primero, El amor lo inicia el clarinete, instrumento muy presente en la obra sugiriendo el lugar en que transcurre la ópera, el Tirol. En la escena de introducción, integrada por un coro de aldeanos y Luisa, donde la protagonista femenina aparece descrita en todo su candor y sencillez, aunque las notas picadas que subrayan de improviso su canto pudieran sugerir un toque 132 directamente a un duetto iniciado por Federica. Un momento que nos puede evocar el donizettiano final de La favorita. Tenor y mezzo, rara vez cantando al unísono, sugieren la distancia que los separa sentimentalmente. El desencuentro toma forma de aria y cabaletta, al atacar el tenor el aria en la que rompe un tanto el encantador clima del inicio y donde la divergencia dramática de los dos personajes se evidencia con mayor rotundidad. se evoca el tema del preludio, precipita los acontecimientos. El concertante, solemnemente iniciado por Walter con toques de orquesta de siniestra premonición cuenta con réplicas bellísimas del tenor y la soprano de contenido más bien patético. Esta conjunto ofrece un momento de especial brillo para el tenor, tenso y agudísimo en el que se enfrenta al padre amenazándole con desvelar el terrible secreto que oculta. El acto termina en La mayor. El primer final da comienzo con las trompas, dando noticia fidedigna en compañía del coro a capella de una partida de caza en los alrededores de la casa de Miller y que despierta en Luisa y su padre amargos presentimientos. Estos se concretan cuando Luisa conoce la verdadera identidad de su amado, aunque la llegada de Rodolfo, con sus ardientes palabras de amor, permita de nuevo a la muchacha abrigar de nuevo esperanzas. Una aparición del clarinete facilita que Rodolfo renueve sus promesas de amor. La repentina aparición de Walter, instante en el que El acto segundo: La intriga, comienza con un coro, breve pero expresivo, dando noticia a Luisa y a los demás del apresamiento de Millar, resorte que aprovechará de inmediato Wurm para poner en marcha la siniestra maniobra aludida en el encabezamiento de este acto. En el muy expresivo recitativo, en el que tiene lugar la infame propuesta, el clarinete diseña un tema melódico que recuerda un momento similar de La traviata, pues ambas protagonistas están viviendo situaciones similares. La reacción de la soprano a tamaña iniquidad no se hace esperar. El espléndido andante agitato, refleja muy bien la situación de Luisa, tanto en el obsesivo acompañamiento de las cuerdas como en la línea de canto de la solista que ha de moverse generosa por sus tres registros y ha de finalizar con una complicada cadencia cromática. En ese dialogo aparece un poderoso diseño para la voz de Wurm. Un personaje sin un particular momento solista, pero excelentemente perfilado en su maniquea, sumisa y renovada maldad. En la cabaletta de Luisa, se observa un peligroso cambio de registro instrumental y expresivo por parte de la cantante. Exige casi una soprano spinto, con repentinos retornos a sus habituales matices líricos, en una página de excelente factura, muy acorde con la situación y, además, tratándose del momento que se trata, de brillante lucimiento para la solista. Toda esta magnífica escena, donde Verdi demuestra un excelente y desplegado dominio de las formas, en conjunto destila una atmósfera inquietante, angustiosa y desconsoladora. La escena siguiente tiene una especial importancia dramática, pues en ella descubrimos el siniestro pasado del conde Walter. El centro de la escena lo constituye un imponente dúo entre los bajos Walter y Wurm que puede evocar en ciernes el espectacular encuentro entre Felipe II y el Gran Inquisidor en Don Carlo, de dos décadas después. Tan formidable diálogo entre los dos solistas graves, subrayado con oportunidad por una orquestación tan simple como significativa, se remata con un soberbio Fa agudo. El tercer acto: El veneno, se inicia con una sonora citación al tema de la obertura o sinfonía, en inquietante diálogo con otra alusión esta vez al aria de presentación de Luisa. Laura y el coro desgranan un sobrio pero tristísimo lamento. En la siguiente escena antes de la entrada del liberado Miller, sobre el canto de Laura y luego del coro fluye oscura y triste, de nuevo, la alusión al destino de Luisa expresado en la sinfonía. El tema, puntuará todo este extraordinario acto tercero, donde con una continuidad y fluidez musicales dignas del Verdi más elevado, se suceden recitativos y páginas solistas de una manera magistral. La escena siguiente, la del terrible momento en que Luisa ha de renunciar definitivamente al amor de Rodolfo, se resuelve a través de un cuarteto donde a la protagonista se le suman las voces de Walter, Wurm y Federica. Es un momento de enorme riqueza musical y expresiva, tanto por las partes meramente recitativas, de enorme contenido melódico, donde cada personaje aparece completamente diferenciado en sus distintos sentimientos, como en el cuarteto propiamente dicho. La frase que le da punto de partida es de Luisa, descendente y de una dinámica completamente de acuerdo a su situación psicológica y que va perdiendo así fuerza y entusiasmo. El reencuentro entre padre e hija tiene su principal punto de apoyo en un andantino para la soprano, seguido de un extraordinario dúo. El aria es de una dulce y resignada pesadumbre al evocarnos, con sus notas picadas, a la feliz Luisa del comienzo de la obra. El dúo que se concreta tras un dilatado diálogo entre padre e hija, permite a Verdi pintar el lado más tierno y conmovedor de Miller. Luisa al repetir las palabras y la melodía paterna añade una emocionante respuesta, que se repite en el da capo del dúo en una escritura de excelente factura contrapuntística. La siguiente escena aporta la página más popular de la ópera: “Quando le sere al placido”, para el tenor, precedida por un esplendoroso y agresivo recitativo y rubricada por una excepcional cabaletta. En su acompañamiento reaparece implacable, en medio del susurrar de las cuerdas, el omnipotente y locuaz melancólico sonido del clarinete. Tras una sección “puente” donde asistimos a otras intervenciones solistas y corales, entra de improviso, con la fuerza de los sentimientos que en ese instante agobian al protagonista una valiente cabaletta, de complicada escritura para el tenor por su incidencia en notas de paso y agudas (fa, fa sostenido, sol, la y si bemol). El valor musical de toda esta escena se refuerza por la sinceridad de los sentimientos expresados por el protagonista, que rezuman verdad y pasión. El lejano sonido del órgano sugiere a Luisa una nostálgica e íntima plegaria, una joya canora en medio de la cual entra furtivo y nervioso Roberto. La escena siguiente, en recitativo, llama la atención, sosteniendo la sobriedad de la escritura melódica el expresivo acompañamiento orquestal, donde otra vez el acompañamiento del clarinete se hace evidente en compañía del violonchelo y las demás cuerdas. A la serena aria de Luisa, se opone el más dramático discurso del tenor. 138 Ofreciendo así a Verdi una descripción fidedigna de la situación anímica de la amorosa pareja. Roberto tiene la oportunidad de exhibir sus encontrados y fogosos sentimientos, que acaban arrastrando a la soprano en un momento de fascinante desasosiego resuelto en una ominosa nota grave. Esta atmósfera lúgubre la mantiene y continúa el sonido de la campana, poco antes de que Luisa sepa que ambos van a morir envenenados. Es el momento en que Luisa se siente libre para desvelar la verdad de su conducta, cosa que hace con la agitación correspondiente en canto y orquesta, facilitando que Rodolfo se explaye por su parte en un momento de desesperación, que inmediatamente comparte la soprano. De una sencillez pasmosa a la par que emotiva es la revelación que Luisa hace a su padre de que se encuentra en peligro de muerte, poco antes de que se inicie el celestial terceto en el que el canto de la soprano es retomado y desarrollado por tenor y barítono. La muerte de Lucia, acompañada por el arpa, es uno de los momentos más emocionantes de la partitura. El final de la ópera, una vez muerta la protagonista, cuenta con toda la fuerza y la moderación verdiana. Un remate donde el tenor, después de hacer justicia traspasando con su espada a Wurm, asciende a un soberano si bemol, en una de esas frases grandiosas en su jugosa sencillez y que sólo pueden ser producto del singular talento verdiano. Moisés y Aarón Arnold Schönberg (1874-1951) Moisés y Aarón Arnold Schönberg (1874-1951) ÓPERA EN TRES ACTOS. LIBRETO DEL COMPOSITOR, BASADO EN EL LIBRO DEL ÉXODO DE LA BIBLIA. ESTRENADA EN EL STADTTHEATER DE ZÚRICH, EL 6 DE JUNIO DE 1957. ESTRENO EN EL TEATRO REAL NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL EN COPRODUCCIÓN CON LA OPÉRA NATIONAL DE PARIS Director musical: Lothar Koenings Director de escena, escenógrafo, figurinista e iluminador: Romeo Castellucci Coreógrafo: Cindy von Acker Director del coro: Andrés Máspero Moses: Albert Dohmen Aarón: John Graham-Hall Una Inválida: Catherine Wyn-Rogers El joven desnudo: Michael Pflumm Una muchacha / Primera virgen desnuda: Julie Davies Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 24, 28 de mayo 1, 5, 9, 13, 17 de junio de 2016 20:00 horas; domingos, 18:00 horas Salida a la venta al público 8 de marzo de 2016 142 Argumento Moses und Aron (Moisés y Aarón) Fernando Fraga muerte a un egipcio, dudan de ese dios que no se satisface con sacrificios humanos. Otros, al contrario, se muestran entusiasmados y esa alegría toma forma por medio de dos jóvenes, un muchacho y una muchacha. Cuando aparecen Aarón y Moisés todos los hebreos se preparan a escuchar su mensaje. Aarón, conociendo la mentalidad de sus hermanos, ofrece un discurso cuyo contenido pueda llegarles fácilmente, pero la idea de un dios omnipresente e invisible sólo consigue comentarios jocosos entre los presentes. Aarón para disuadirles convierte el cayado de Moisés en una serpiente, serpiente que luego retoma su original forma de cayado. Impresionado el pueblo, asiste luego a otro prodigio: al estar fortificado por la presencia de ese Dios sin imagen, una de las manos de Moisés vuelve a su estado primigenio tras vérsela cubierta de lepra. Acto I. Escena primera. La vocación de Moisés Sin obertura, tras unos acordes encomendados a seis voces que cantan desde el foso, Moisés escucha la voz del Señor que a través de la zarza ardiente le pide que salve al pueblo judío de la esclavitud egipcia. Moisés no se encuentra capacitado para tan magno destino, dada su edad y su falta de recursos, pero la voz del Señor le asegura que en su misión será ayudado por su hermano Aarón y que el pueblo de Israel, el elegido por Dios, se convertirá en un modelo para todos los pueblos. Escena segunda. Moisés y Aarón se encuentran en el desierto. Una música íntima y delicada, asociada al personaje de Aarón, le sirve de presentación. Aarón comprende de inmediato el sentido de su tarea salvadora, pero duda de la capacidad de los hebreos para entender la idea de un Dios que no se identifica con algo visible, algo que le represente ante sus ojos. Pese a todo, manifiesta su entusiasmo ante el anuncio de la liberación de los hebreos. Continúan los prodigios y se suceden los asombros: el agua del Nilo se transforma en sangre, como una manera de expresar el sufrimiento de los israelitas en Egipto. Es entonces cuando los hebreos aceptan seguir a los dos hermanos camino de esa tierra de promisión que será pródiga en leche y miel. Escenas tercera y cuarta. Moisés y Aarón anuncian al pueblo el mensaje divino. El coro en un intermedio místico de notable hermosura se pregunta dónde está Moisés y dónde está su Dios. Los hebreos durante la esclavitud se han sometido a la religión egipcia y reciben con cierta desconfianza el anuncio de la llegada de un nuevo Dios que pueda liberarles del yugo en que se encuentran. Algunos, al saber que Moisés ha huido tras dar Acto II. Escena primera y segunda. Aarón y los Setenta Ancianos ante el monte de la revelación, el Sinaí. 143 Con las Tablas de la Ley en sus manos, Moisés ordena que se derribe el becerro. Los hebreos ven con terror, lamentándolo también, cómo el becerro es destruido. Luego todos se dispersan. Tras cuarenta días de viaje por el desierto, Moisés ha escalado la montaña donde Dios le va a revelar las leyes que han de regir a su pueblo. Durante su ausencia, los hebreos acampados a los pies de la montaña comienzan a dar señales inequívocas de inquietud. Aarón intenta apaciguar a los Ancianos que se lamentan de la ausencia de Moisés. El pueblo encolerizado reclama la sangre de Moisés, pues están seguros de que éste y el Dios por él proclamado les han abandonado. Aarón intenta calmarles y, finalmente, consiente en que los hebreos retomen su antiguo culto. Accede a que se erija un becerro de oro, como representación tangible de un dios. El pueblo está feliz. Escena quinta. Moisés y Aarón. Aarón intenta justificarse. Él sólo ha interpretado como portador de Moisés su idea divina en unos términos que pudieran ser comprendidos por sus hermanos hebreos. Moisés contraataca con la idea pura de Dios, sin ninguna imagen que le represente. Cuando Aarón le señala que las Tablas de la Ley son en sí también una imagen, una forma de representar las ideas, Moisés las arroja a tierra, destruyéndolas. La discusión entre los hermanos finaliza cuando una columna de fuego se hace visible para conducir al pueblo elegido a la tierra prometida. Aarón la interpreta como un signo divino que indica el camino para llegar a Él. Moisés se queda solo, desesperado, al faltarle palabras para expresarse. Escena tercera. El becerro de oro y el altar. Cae la noche y se prepara una gran celebración ante la estatua dorada. Comienza una enloquecida danza frente al becerro dorado. La animación general se detiene cuando una paralítica se acerca a la imagen y, tras acariciarla, se retira curada de su dolencia. Unos mendigos ofrecen sus escasos bienes a la estatua, ante la cual se arrodillan también varios ancianos y le ofrecen su vida. Todas las tribus se acercan para adorar al ídolo. El joven, el adolescente que se destacó en el acto primero, intenta derrocar la imagen pero es asesinado. El éxtasis de los presentes, que comen y bebe profusamente, se convierte pronto en libertinaje. Cuatro vírgenes son sacrificadas ante el altar y el populacho, desenfrenado, se desboca en una orgía de sangre y de lujuria hasta que todos caen a tierra exhaustos. Alguien ve una figura que se perfila a lo lejos. “Es Moisés”, murmura. Acto III. Moisés y Aarón. Este acto quedó inconcluso musicalmente y está integrado por un diálogo entre los dos hermanos que se encuentran prisioneros de los Setenta Ancianos. Aquí Moisés vuelve a declarar la naturaleza ideal de Dios que no ha sido entendida por Aarón ni por su pueblo. El compositor parece ser que por carta manifestó el deseo de que, en las representaciones, se interpretara el acto con solo el texto hablado. Cuando la obra se ofreció en Zúrich en 1957 en estrenó escénico, con la aprobación de su viuda Gertrude Kolish, el acto III se omitió. En algunas representaciones se ofrece con música tomada del acto I. Escena cuarta. El regreso de Moisés. 144 Aarón y Moisés o Moisés y Aarón: uno más uno es uno Arnoldo Liberman “En Schönberg aparece como elemento expresivo, cerebral e irracional a la vez (ideal expresionista no sin aperturas hacia Freud) la inspiración tímbrica, el timbre como búsqueda abstracta y como alucinación, algo que leemos en los escritos de Schönberg pero no menos en los manifiestos pictóricos de Kandinsky y en los cuentos de Kafka”. (Federico Sopeña) de los operómanos. Un auténtico oratorio (que Schönberg, en carta a Alban Berg, tituló “ópera filosófica”) transita por ese camino bíblico, por esa metáfora religiosa, por esa teología no escrita, que se mueve al borde del abismo (como diría Wittgenstein), por ese diálogo hondo entre el poder de la abstracción y el magnetismo de la imagen (¿qué otra cosa es nuestro mundo hoy?), donde se juega el destino mismo de la humanidad. “Nunca postergar el sentimiento por una teoría”. (Arnold Schönberg) En ese enfrentamiento entre las necesidades primitivas y la trascendencia de vivir, entre la realidad y el concepto, entre la utopía y la realidad, entre Moisés como mediador de la palabra de Dios y Aarón como su intérprete ante su pueblo, entre el anhelo de un Dios que no puede ser representado y la imposibilidad de difundir su mensaje sin recurrir a una imagen sensible, se desarrolla este relato basado en el Génesis (revisado y modificado por Schönberg) y que podría sintetizarse en el momento en que Moisés reprocha a Aarón su populismo: “Con tus promesas ganaste al pueblo, no para el Eterno sino para ti mismo”; Aarón responde: “Para su libertad, para que lleguen a ser un pueblo”, y Moisés replica “Este pueblo fue elegido para una libertad, la libertad de servir a la idea divina. Pero tú lo expusiste a dioses extraños, al becerro de oro y a las columnas de fuego y de nube, puesto que tú piensas y sientes como ellos. El dios que les has mostrado es la imagen de la impotencia. Has traicionado a Dios “La vida es demasiado breve como para contentarse con palabras. Y demasiado difícil, no obstante, como para prescindir de ellas”.( Augusto Comte-Sponville) El Teatro Real -como gesto simbólico y expresivo en un momento en que la exigencia de reparar y pagar las deudas en todos los aspectos de nuestra vida está poniendo las cosas en su cauce, y si no vean nuestra vida política- brindará, por primera vez en Madrid (después de años de espera y expectativa: la ópera fue estrenada en España, en Barcelona, en 1985) la versión escenificada de la notable obra de Schönberg, “Moisés y Aarón”. La valiente y lúcida actitud de Joan Matabosch pone, tarde pero seguro, a nuestro teatro en la lista de los justos, idea que ya había iniciado Gérard Mortier. Una ópera polémica, conflictiva, revolucionaria, y, ¿por qué no decirlo?, metafísica, se hace por fin realidad y estremecimiento en el mundo 146 por los dioses, al pensamiento por las imágenes, a tu pueblo elegido por los otros, a lo extraordinario por lo banal”. Schönberg toma como base de su ópera sólo algunos pasajes del libro del Exodo (la zarza ardiente, los prodigios realizados por Aarón, la salida de Egipto, la entrega de las Tablas de la Ley y el becerro de oro). Esencialmente se trata de una ópera autobiográfica donde la imaginación alcanza su punto culminante, el enunciado del concepto de religiosidad y humanidad que habitaba el mundo interno de Schönberg y el empleo de la Sprechstimme (uno de los logros más sustanciales del compositor iniciado en “Pierrot Lunaire”: una técnica vocal que se encuentra entre cantar y hablar, también usada en “Un superviviente de Varsovia”). Y digo autobiográfica (“es un testimonio de la vida, pasión y muerte de su autor”, escribe Santiago Martín Bermúdez) porque expresa los dos mundos íntimos del compositor: un Moisés torpe, tartamudo, incapacitado para decir con palabras su visión profética de la religiosidad pero símbolo de la religiosidad estricta, carismática e intransigente; obsesivamente centrado en su misión redentora, en la inefabilidad del ideal, obsesionado en concebir la existencia de Dios como un concepto, una abstracción, un emergente de la reflexión profunda. Un ser autoritario, rígido, mesiánico, perentorio e inflexible que debe testimoniar un Dios invisible, inefable, omnipotente y omnipresente, imposible de dibujar con palabras o con imágenes relato de Kafka “En la colonia penitenciaria”- el desgarramiento metafísico. (que es lo que pretende Aarón), muchas veces un líder ensimismado, solitario y alejado de su pueblo; y un Aarón, por el contrario, cuyo sentido de la realidad es llegar al pueblo de la manera que sea (con imágenes, con milagros: él es un exégeta de la praxis, un posibilista dispuesto a renunciar a ciertos principios con tal de ganar a los suyos), de firme vocación sacerdotal, pero que hace del ritual concreto, práctico, material, el camino hacia el pueblo, demagogo cuando es necesario serlo, menos espiritual pero más realista. Moisés es hijo de la abstracción, Aarón del discurrir material y las necesidades de un pueblo que él ansía interpretar: tiempos de “el eclipse de Dios” pero, como dice Martín Buber, “que el sol se eclipse es un acontecimiento entre él y nuestros ojos, no algo que sucede dentro del sol mismo”. Cuando Aarón se disculpa ante Moisés por el episodio del becerro de oro, le dice: Aarón- Cuando te aíslas te creen muerto. El pueblo ha esperado la palabra de tu boca, de donde saldrían los derechos y la Ley. Por eso tuve que darles una imagen para que la contemplaran. Moisés- Tu imagen desaparece ante mi palabra. Aarón- Ningún pueblo puede creer si no siente. Moisés- No me convences. ¡Debe aferrarse a la idea! Dios, inconcebible, inexpresable, ambivalente idea! ¿Aarón, mi boca, debe hacer esta imagen? ¿Incluso yo he hecho una imagen, falsa como cualquier imagen? (Moisés se refiere a las Tablas de la Ley escritas en la piedra y que Aarón señala que también son imagen). ¡Estoy vencido! ¡Todo lo que había concebido era demencia y no puede ni debe ser dicho! ¡Oh, palabra, tú, palabra que me faltas! (¡Oh, Word, du Word, das mir fehlt!), que son las palabras finales -y que han ganado legendaria repercusión- de una de las óperas más hondas y conmovedoras de la historia de la música. Recuerdo pocos momentos operísticos tan patéticos y desolados como Moisés diciendo estas palabras, solo, en medio del llanto, mientras la música (cae el telón en tanto una nota, sostenida por los violines, agoniza), lo va abandonando hasta dejarlo absolutamente impotente, confesando su derrota en un monólogo estremecido y estremecedor. Independientemente de cómo organizara Schönberg en su conciencia de compositor el acto creador, es el operómano quien en definitiva va a dar forma en su conciencia a la totalidad de la obra a partir de las orientaciones que propone el texto y el desarrollo. Una obra semejante en 1932 era una inusitada provocación. Son momentos en que el antisemitismo se institucionaliza (Hitler toma el poder en 1933). No hay otro judío que enfrentara el antisemitismo en tales términos, ante tantos que practicaban la política del avestruz. Schönberg fue capaz de oír -como años antes lo había hecho Kafka- el inmenso grito que circulaba por el mundo. El temblor y la angustia inspiran los pentagramas de Schönberg, que jamás se resuelven en un acorde consonante sino que constantemente nos destroza, nos astilla, nos hiere, para inscribir en nuestra carne -como aquel 148 fácilmente perceptible lo indecible, lo que no se puede decir. Una ópera en que toda la batería de recursos sonoros es puesta al servicio de una idea, que sus efectos musicales son de gran originalidad, que sus contrapuntos emocionales y filosóficos crean un producto compacto, equilibrado, sin fisura alguna, y un pensamiento hecho partitura excepcional. Lo decía Pau Casals: “En Schönberg se da el caso de una noble y deliberada voluntad de investigación y, sobre todo, de una sinceridad total consigo mismo. Influido por el impulso profético de su raza y por su profunda devoción por la música, el maestro vienés quería explorar zonas hasta entonces ignoradas -como la atonalidad- con el Esa Ley invisible que une al pueblo con Dios está representada por el lenguaje dodecafónico y por una meticulosidad excepcional y una significativa opulencia orquestal. Dice Fubini: por eso debe permanecer íntimamente celada y no puede ser inmediatamente perceptible al oído, no puede ser expresada a través de armonías consonantes evidentes y directamente audibles al oído natural. Esto significaría transformarla -contra la opinión de Moisés- en falsamente representable y visible y Dios no puede ser visto (Moisés en el Sinaí sólo alcanza a ver su espalda). Por eso Moisés se expresa a través del Sprechgesang: no puede cantar, no puede decir con armonías consonantes o sea 149 único objeto de examinar lo que podía dar de sí y lo que de ella podía esperarse”. Y dirá, en aparente contradicción (sólo aparente) con estas palabras, algo definitivo en la polémica con Karl Kraus originada en el momento en que Gustav Mahler era atacado por judío: “El artista no necesita de la belleza. Para él la verdad es suficiente”. Para él, Moisés es la verdad de la suprema idea de Dios como imperativo excelso de la meta final del triunfo del espíritu y la aniquilación de lo materialmente prescindible, de lo meramente atado a la futilidad de los sentidos. Lo dirá Nuria Schönberg, su hija, en un reportaje en Barcelona: “La herencia de mi padre, reflejada también en su música, es ética”. Robert Musil ya lo había establecido: “Desde mi juventud he considerado lo estético como ética”. Y en la proposición 6421 del “Tractatus lógico-philosophicus” escribe Wittgenstein: “Ética y estética son lo mismo. La ética es trascendental”. Schönberg sabía que mientras la mayoría elige el camino de las falsas seguridades, silenciando lo oculto, aceptando sólo lo manifiesto, para alejarse de este modo de lo realmente inquietante y verdadero, él apostaba por lo contrario, por hacer la luz en aquello que se oculta y que brota de una auténtica rebelión que rompe con tesón “los huertos de la mediocridad”, como dice Rafael Argullol. Agregando: “Tratan de emancipar el alma humana de su servidumbre, devolverle la conciencia de su vitalidad salvaje e impulsarla al maravilloso error de asaltar el cielo”. Schönberg podría decir, como el Fausto: “¡Dos almas, ay, moran en mi pecho”. Schönberg es Moisés y es también Aarón, es el principio ordenador lógico de total concentración en lo esencial y es también el vivificador de la idea por medio de la obra, de la acción, el visionario que formula y expresa, pero que también puede ser víctima de una Es cierto que esta ópera-oratorio tiene poco acción, poca dinámica escénica, es una obra de ideas y -como dice José Luis García del Busto- “los escasos hechos que en la escena discurren, a ellos sirven y no al habitual curso teatral de exposición, nudo y desenlace. Y sin embargo “Moisés y Aarón” es música teatral. Una mínima familiaridad con la obra nos mostrará el inmenso potencial dramático (en el sentido teatral) que posee. Dramatismo, teatralidad, que Schönberg tuvo el genial acierto de transmitir por medios puramente compositivos. Palabra, música, acción, han nacido como desde la nada; Schönberg ha instaurado un nuevo concepto de teatro musical; sus innovaciones son tan hondas que “Moisés y Aarón” tiene que figurar necesariamente en una relación que agrupe los cinco o seis títulos más decisivamente nuevos que haya dado la ópera desde Orfeo”. Estas consideraciones ayudan a comprender la significación de esta obra, como también estas expresivas palabras del mismo Schönberg: “No es el corazón por sí solo el que crea todo lo que sea bello. Emocional, patético o encantador, ni tampoco es el cerebro solo capaz de producir la perfecta construcción, la organización sonora, lo que sea lógico o lo complicado. En primer lugar, en todo arte de valor supremo se debe mostrar tanto el corazón como el cerebro. En segundo lugar, el verdadero genio creador no encuentra dificultad para dominar mentalmente sus sentimientos, ni el cerebro ha de producir tan sólo lo árido y lo inexpresivo al concentrarse en la corrección y en la lógica”. 150 dirigente popular. Por eso el malo no es el rígi- pasión demasiado humana. Lo que Fubini llama: “la ambivalencia no resuelta entre dos polos”. do y antipopular Moisés. Que no es un dirigente ejemplar e infalible. Ni Moisés es el artista Como muy bien dice Santiago Martín Bermúdez, “Moisés y Aarón” no es una respuesta o una secuencia de respuestas. Es más bien una pregunta. Una pregunta compleja y muy bien formulada. Por eso el malo no es el demagogo Aarón. Ni el bueno es Aarón convertido en sublime y genial cuya obra el bueno de Aarón se dedica a divulgar y, de paso, a desvirtuar”. Santiago tiene razón: se trata de una pregunta, sobre todo para un judío que es aquel que valora más las preguntas que las respuestas. Existe una 151 anécdota legendaria de un rabino que va caminando por las calles de Varsovia y cada vez que ve a un judío afligido o melancólico le dice: “Yo tengo la respuesta. Pero, ¿tú tienes la pregunta?”. Schönberg pone en sus dos personajes príncipes el dualismo esencial, la lucha dialéctica. Moisés y Aarón, la verdad y la belleza, forman una alianza fraternal y fracasada. Moisés con voz de bajo, cuya parte está enteramente tratada en sprechgesang (canto hablado) y Aarón, cuya interpretación exige los medios del heldentenor (tenor fuerte, nacido en la ópera wagneriana). Ambos hermanos -la voz de Dios canta como Aarón y tartamudea como Moisés- se hallan en medio de dos fuerzas poderosas que están destinados a unir: una de ellas es Dios, espíritu abstracto, absoluto, irrepresentable; la otra, el pueblo, habitado de pecados y ansioso de redención no sólo trascendente sino cotidiana, que necesita milagros e imágenes, que anhela la efusión de los sentidos y las formas más elementales de la idolatría. La lucha entre los dos es la eterna confrontación entre el concepto y la representación, entre el significante y el sentido, entre la abstracción y el semblante, entre el logos y la palabra por un lado y el carisma y el sentido pragmático por el otro. Y algo que importa mucho desde otra mirada: Schönberg emancipa la disonancia y la disonancia en esta ópera es asumir que uno está solo. En este caso, la consonancia es ser grupal, miembro de un colectivo aceptado socialmente: éste es Aarón. concreta, material, posible de aprehensión y hacerla accesible a través del arte de los sentidos. El becerro de oro, por ejemplo. Así Aarón llega a someterse a las necesidades urgentes, desacralizadas y fetichistas de la masa. Moisés, el profeta de la palabra y la Ley, puede hablar pero no puede cantar y esa debilidad (esa torpeza, dirá Charles Rosen) lo aleja de la comprensión popular. “Mi lengua no articula, puedo pensar pero no hablar” se excusa Moisés, pero Jehová provee una solución que a la postre se transforma en la esencia del vínculo: “Aarón debe ser tu boca, tu voz ha de salir de Aarón, igual que la mía sale de ti”. Pero Aarón no es el espejo de Moisés sino su otra mitad, su interlocutor privilegiado, el que sabe que la palabra sola no alcanza. Los prodigios que realiza Aarón para convencer a su pueblo no son la voz de Moisés sino, por el contrario, milagros de la imagen y emergentes de su inquietud populista. Moisés no tiene otra alternativa (“soy un incircunciso de labios”, dice) que ceder a Aarón, el artista o el mediador, aquella palabra inaccesible para que éste la domestique, la sensualice y la haga llegar indirectamente a través del lenguaje de los sentidos. Pero el Becerro de Oro no es el absoluto: es la pérdida de toda posibilidad de comprender y de redención; no es los Diez Mandamientos sino su deformación ansiosa y perversa; no es la palabra válida sino el verbo pedestre. Lo dirá Moisés: “Ninguna imagen te puede dar una imagen de lo inimaginable”. O como dice notablemente el filósofo argentino Santiago Kovadloff: “Oirá aquel a quien nada le resulte más palpable que lo inasible”. El pueblo es incapaz de comprender aquella verdad abstracta de un Dios invisible y por ello hay que proporcionarle una forma “Schönberg -dice Donald Mitchelles probablemente el único compositor de la 152 primera mitad de este siglo, que ha escrito una ópera que puede rivalizar con Wagner por la amplitud y grandeza de la inspiración, el único que ha concebido con claridad la lucha entre la voz humana y la orquesta”. “Moisés y Aarón” tiene su precedente en una obra más temprana de Schönberg: “El camino bíblico”, de 1926-1927, que representa en forma dramática una contundente respuesta al aumento de los movimientos antisemitas en el mundo de habla alemana después de 1848 y una expresión profundamente personal de su propia crisis de identidad judía. Esta última comenzó con un encuentro cara a cara con la agitación antisemita en Mattsee, cerca de Salzburgo, durante el verano de 1921, cuando fue obligado a abandonar el hotel por ser judío, aunque él se había convertido al protestantismo en 1898. “Mis maestros fueron en primer lugar Bach y Mozart, y en el segundo, Beethoven, Brahms y Wagner”, dijo alguna vez ese músico que amaba Alemania pero que, parece ser, Alemania no lo amaba a él. una sinagoga parisina de la calle Copérnico, ya exilado y apadrinado por Marc Chagall, dedicar más de una década en la infatigable misión de salvar judíos europeos del terror nacionalsocialista. Schönberg apoya la creación de una patria para los judíos, identificado con los postulados del sionismo y la ópera tiene muchos mensajes subyacentes en ese sentido. Moisés, en el centro del éxodo bíblico, se había convertido desde los tiempos de Enrique Heine hasta los de Herzl y Schönberg, en la encarnación ideal de un redentor nacional y espiritual. Pero el auténtico personaje de esta obra es el pueblo judío, un pueblo protagonista que exigirá del talentoso Andrés Máspero toda su sabiduría coral. Fue una experiencia traumática a la que Schönberg se referirá con frecuencia y de la que parece una primera mención en carta a Kandinsky (abril de 1923): “Por fin he aprendido la lección que forzadamente me han enseñado este año y nunca la olvidaré. Es que no soy un alemán ni un europeo; de hecho apenas soy un ser humano (al menos los europeos prefieren al peor de los de su raza antes que a mí): sólo soy un judío. Pero estoy satisfecho que así sea”. Gustav Mahler había dicho palabras semejantes: “Soy tres veces apátrida: como un bohemio entre los austríacos, como un austríaco entre los alemanes, y como un judío en el mundo entero. Soy un intruso en todas partes, bienvenido en ninguna”. De la experiencia de Mattsee, Schönberg brotará “El camino bíblico” (donde el personaje, Max Aruns - Moisés y Aarón: uno más uno es uno- está parcialmente inspirado en Theodor Herzl, fundador del moderno sionismo político, para luego proclamar en “Moisés y Aarón” su inflexible credo monoteísta y finalmente, tras su regreso oficial al judaísmo en 1933 (en 1932 había compuesto esta ópera) en Finalizo: “Me entiendo mucho menos cuando hablo que cuando callo”, había dicho Hans Karl Bühl, personaje de un relato de Hugo von Hofmannsthal. Otros escritores de habla alemana dirán lo mismo, especialmente Wittgenstein. El lenguaje había llevado a Europa a una situación caótica y sin salida y los creadores desconfiaban de él. Si la palabra no ayudaba a establecer una estabilidad válida, un cuerpo orgánico, convivencial, ecuánime y legislativo, la palabra sobraba, no tenía sentido. ¿Cómo se debía evaluar la función del lenguaje cuando se había prostituido para expresar las mentiras y estafas de los regímenes totalitarios y transformado en la dama ambigua e infiel de las falsas democracias? ¿Qué sentido tenía defender su autenticidad cuestionada? No muchos años después de la muerte de ese hondo perturbador cronista de nuestro tiempo que fue Franz Kafka, Schönberg finalizaba el 154 segundo acto de “Moisés y Aarón” (final de la ópera: el tercer acto nunca se musicalizó) con aquellas palabras fatigadas y desesperanzadas que Moisés duele. Moisés es allí Hermann Broch, Franz Kafka, Gustav Mahler, George Trakl, Oskar Kokoschka, Adolf Loos, Alban Berg, Karl Kraus, y tantos otros testigos de los acontecimientos siniestros y fúnebres de una Europa en trance de autodestrucción que sembró la muerte por doquier. Los artistas intentaban liderar una respuesta posible en un mundo imposible. “Por eso en el arte - como dijo Alfred Doeblintodo son plegarias”. Hay derrotas que se ganan. El “Moisés y Aarón” de Schönberg es el testimonio más imperecedero de esa derrota. Cuando en “Tristán”. en el pasaje del filtro de amor, Wagner, en un momento conflictivo de la obra, ofrece una auténtica serie atonal, inicia el siglo XX. En la desgarradora frase de violín que cierra la ópera de Schönberg, el siglo XX denuncia toda su dramática vicisitud. Y no obstante, su definitiva grandeza. Así como sobrecogedor es su final -uno de los más sobrecogedores que he vivido- “Moisés y Aarón” es - la expresión no es mía, es de Manuela Mesa- uno de los monumentos más grandiosos que se hayan levantado jamás para la gloria de la música. Schönberg, poco antes de su muerte, fue elegido presidente honorario de la Academia de Música de Israel, después de haber rechazado su candidatura a presidente del Estado. El emperador de la Atlántida o el rechazo de la muerte Viktor Ullmann (1898-1944) LEYENDA EN CUATRO ESCENAS. REVISIÓN Y REORQUESTACIÓN DE PEDRO HALFFTER. ESTRENADA EN EL BELLEVUE THEATRE DE ÁMSTERDAM, EL 16 DE DICIEMBRE DE 1975. ESTRENO EN EL TEATRO REAL. NUEVA COPRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL Y EL TEATRO DE LA MAESTRANZA DE SEVILLA Director musical: Pedro Halffter Director de escena: Gustavo Tambascio Escenógrafo: Ricardo Sanchez Cuerda Figurinista: Jesús Ruiz Iluminador: Felipe Ramos El emperdor Überall: Alejandro Marco-Buhrmester El portavoz: Martin Winkler La muerte: Torben Jüngers Arlequín: Roger Padullés Un soldado: José Luis Solá Bubikopf Sonia de Munck El tamborilero: Ana Ibarra Narradora: Blanca Portillo Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real Prólogo El canto de amor y muerte del corneta Christoph Rike (Terezín, 1943) Música de Viktor Ullmann (1898-1944) Texto de Rainer Maria Rilke Reconstrucción de Henning Brauel 10, 12, 14, 16, 18 de junio de 2016 20:00 horas; domingos, 18:00 horas Salida a la venta al público 8 de marzo de 2016 158 Argumento Der Kaiser von Atlantis (El Emperador de la Atlántida) Fernando Fraga Intermedio: La danza de la muerte. Minuetto. Prólogo El Altavoz pide a los oyentes que estén atentos a los personajes que van a intervenir en la ópera y que son presentados con los temas musicales con ellos relacionados: Overall el Emperador, una muchacha, Bubikoff, y un Soldado, un Tambor que es un poco irreal, Arlequín que simboliza la vida que sabe reír entre lágrimas y la Muerte que no sabe llorar. En el cuadro segundo en el palacio imperial, Overall sentado en la mesa de su despacho hace un repaso a la situación. Comprueba con asombro mal disimulado que los enemigos políticos a los que ordenado ejecutar siguen con vida media hora después de la que debían haber sido eliminados. Convocado un médico éste declara que se ha producido una epidemia rara: nadie consigue morir. El Emperador aprovecha la coyuntura para presumir de que gracias a él se ha conseguido la vida eterna. La Muerte ya no podrá hincar su aguijón ni el infierno presumir de victorias. Acto Único En un lugar indeterminado, durante el cuadro primero, Arlequín, un viejo con barbas, y la Muerte, vestida con un viejo uniforme del imperio austrohúngaro, dialogando se lamentan de la triste época que se está viviendo en la que los hombres apenas saben sonreír. Ni siquiera le temen a la Muerte. Intermedio: Tiempo de minueto. En el cuadro tercero nadie quiere entrar en la lucha ya que nadie puede morir ni acabar con la vida de otros. Un Soldado y una Muchacha peinada como un jovencito (Bubikoff), se reconocen como seres humanos y, aunque deban considerarse enemigos, entablan un diálogo lleno de amor, ternura y comprensión. La Muchacha desoye la orden de acompañar al Tambor ante el Emperador y junto al Soldado, abrazados, se alejan. El diálogo es interrumpido por el Tambor quien, después de relatar todos los títulos de los que goza el Emperador, da lectura a su último edicto. En él se declara la guerra general en la que intervendrán todos sus súbditos, todos contra todos, precedidos por la vieja aliada la Muerte que portará la gloriosa bandera imperial. Intermedio: Los muertos vivientes. Arlequín se ríe, la Muerte se considera burlada. Rompe su espada y así los hombres ya no podrán morir. Les da de esta manera un porvenir amplio y generoso. En el palacio del Emperador, en el último cuadro, se comprueba que el país se halla en total desorden: el hospital de los muertos vivientes 159 ha sido asaltado, la mayoría de los médicos han desertado, se sigue combatiendo pero sin divisas ni control. Arlequín recuerda al Emperador algunos momentos vividos en su infancia. De pronto, Overall se vuelve loco. Retira de un espejo el velo que lo cubre y se ve reflejado en él con el rostro de La Muerte. La Muerte promete librar al pueblo de todos sus sufrimientos si el Emperador acepta morir a cambio. Se mostrará, pues, de nuevo si Overall acepta ser el primero en morir según la nueva muerte. El Emperador accede, pese a considerar que los hombres no se merecen el sacrificio. La Muerte, que poco a poco ha ido adquiriendo el aspecto de Hermes, toma de la mano a Overall y le hace pasar al otro lado del espejo. En el epílogo la Muerte libera a todos los hombres de sus sufrimientos. Un coro, formado por el Altavoz, la Muchacha, el Tambor y Arlequín, cantan al final: “Ven, Muerte, sé nuestro huésped. Alívianos del peso de la vida y danos el reposo. Enséñanos a respetar a nuestros hermanos y a no nombrar a la muerte en vano”. Der Kaiser von Atlantis: Lo que sobrevive al horror Santiago Martín Bermúdez Solución final, el Holocausto. No se puede comprender. Va más allá del odio, de la sinrazón. Leemos a Hannah Arendt, y seguimos sin comprenderlo, aunque uno tenga adoración por los escritos de esta pensadora. Pero hay más cuestiones incomprensibles relacionadas con esto. No se puede comprender el acelerón de la Solución final justo cuando el III Reich había perdido la guerra prácticamente; guerra que duró un año aún. Es más, no se puede comprender la entusiasta obediencia de alemanes, austriacos y sin duda otros antes esas órdenes, cuando lo que había que hacer era huir en alguna dirección, quitarse el casco, las botas, el uniforme, echar a correr, llegar a alguna parte y disimular siquiera un poco. No, el sentido del deber está por encima de todo. Matar judíos, ese es nuestro deber. Uno no elude su deber, uno tiene conciencia, no es un irresponsable, como la gente del sur europeo, qué asco de gente, ahí tenéis a nuestros aliados italianos, menos mal que algunos comprenden la maldad del judío. Las órdenes están para obedecerlas; si no, qué sería esto. Líneas rectas, líneas ambiguas Hay una línea directa entre Mi lucha y la Solución final. Pero nadie hubiera podido imaginarlo hasta que fue muy tarde, e incluso así muchos lo negaron (¿lo niegan?). Hoy seguimos sin dar crédito, aunque sabemos que sucedió. También hay una línea directa entre ese pacto del hidalgo o Junker del antiguo régimen con el matón callejero de la cruz gamada y la destrucción de toda cultura moderna. De ahí, las expulsiones de tantísimos artistas fuera de Alemania. De ahí las exposiciones de Arte degenerado (Munich, 1937) y Música degenerada (Düsseldorf, 1938). De esta última al campo de concentración de Therensienstadt también hay una línea recta. Si en la exposición de Munich el objetivo era la condena y el expolio de todo lo que sabía a vanguardia, a moderno, la de Düsseldorf era sobre todo contra músicos judíos. Tal vez no sea tan recta la línea que hay entre la primera teoría sobre arte degenerado (Max Nordau, 1892) y el Tercer Reich. Tal vez no sea tan recta la que hay entre el antisemitismo alemán, austriaco o rumano, y los campos de la muerte. Pero tanto la ocurrencia de Nordau como ese odio difuso a los judíos fue muy, muy útil para el luminoso proyecto de Heydrich y Himmler. En esos mismos meses de 1944 en que todo está perdido, la Wermacht (insistamos, la Wermacht, porque las SS nada hubieran sido sin la Wermacht, ese ejército “de caballeros”) no desaloja una ciudad sin antes tratar de asesinar a sus habitantes, a ser posible a todos; y de destruir Hay historias de la Historia que no se pueden comprender. Una de ellas es precisamente la 162 sus edificios, a ser posible todos. El tiempo que tendrían que ocupar en la retirada lo dedican a matar población civil, raras veces armada. Qué hacéis ahí, si tendríais que estar camino del oeste, de casa, qué os lleva a asesinar a todos esos varsovianos y a destruir por completo Varsovia. Destruir Varsovia en el verano de 1944 o asesinar a Viktor Ullmann en el otoño de ese mismo año es canallesco, sí; pero también es francamente estúpido. Aceleremos la matanza de judíos, que llegan los aliados y nos paran la tarea, con lo bien que la llevamos. Lástima que en París el traidor ese se negara a activar la destrucción de toda la ciudad, con lo bien preparado que estaba el asunto, todos los monumentos con sus cargas listas para estallar, ay, qué pena, con lo bien que nos quedó Varsovia, donde además teníamos cerca al Ejército Rojo, sí, estaba al otro lado del río, sin hacer nada, esperando, mejor para todos, ¿no? Bueno, por lo menos podemos seguir matando judíos: los Aliados ni siquiera bombardean las líneas férreas en las que los transportamos como ganado, no es objetivo prioritario para ellos. Entre paréntesis: en Europa estamos siempre dispuestos a olvidar: “¿otra vez con el rollo de los judíos…?” hemos oído a menudo. Ay. Sáltese unos párrafos, o todo el artículo, no quisiera yo herir su sensibilidad insistiendo en estas cosas tan sabidas. Tan sabidas, ¿verdad? Terezín, Theresienstadt Hace tres años grababa Anne-Sophie Mutter con un equipo de músicos un DVD, y hace diez grababa un CD. Ambos, con música que fue compuesta o interpretada en el campo de concentración de Theresienstadt, esto es, Terezín, cerca de Praga. Era un campo de apariencia apacible camino de la muerte. Con Terezín, donde su hizo mucha música, mucho teatro, mucho “Kabaret”, el Tercer Reich llevó su hipocresía hasta el virtuosismo, y Terezín sirvió para que en otros países se creyera que aquello era una especie de campamento de vacaciones para judíos. Sirvió para creer porque los nazis engañaron, pero en los demás países se dejaron engañar, no deseaban otra cosa. De esa mentira han dado cuenta escritores como Sebald (Austerlitz) y Juan Mayorga (Himmelweg). Estos escritores saben que una mentira así no puede contarse de cualquier manera; es tal su nivel que requiere fórmulas y formas distintas, hay que estar al nivel de la propia perversión, y aquel nivel fue altísimo. Aquello alcanzó cotas superiores de bajeza moral con el corto propagandístico El Führer regala una ciudad a los judíos (Der Führer Schenkt den Juden eine Stadt), de 1944, el año en que se alcanzó mayor número de asesinatos de deportados. En esta película aparece un fragmento de una obra de Pavel Haas, y aparece él mismo, que cuando se pudo ver el film fragmentario que resultó ya había sido asesinado y la guerra estaba prácticamente perdida para el III Reich. El film es de un cineasta judío, Kurt Gerron, al que los nazis prometieron la libertad tras rodar el film. No cumplieron, claro; lo asesinaron a él y a su familia. El deber y la eficacia, ante todo, no se cumplen palabras dadas a los muertos. Además, el film quedó sin terminar… En el documental que acompaña al DVD mencionado aparecen muchos dibujos de niños deportados, asesinados. Dice Pavel Handford en el documental que de los once mil niños de Terezín apenas sobrevivieron 250 (los niños no eran útiles para el trabajo y eran los primeros deportados), y que por ello hoy vivimos una historia falseada: cómo hubiera sido la historia de no haber sido asesinados esos niños y hubieran tenido descendientes. Hay demasiadas cosas en el documental, hay que verlo y volverlo a ver: se engañan quienes creen que todo esto ya lo sabemos. La canción de Ilse Weber Ade, Kamerade, Adiós camarada, himno o marcha, un hermoso Lied, es la despedida: “tengo que partir en el convoy que va a Polonia”, dice el poema. Lo canta allí mismo, en medio del “prado” que está detrás de la puerta que conducía a la muerte, el barítono Christian Gerhaher, acompañado al acordeón por Bebe Risenfors. Ilse Weber era “tía Ilse”, la maestra, la tutora, la que se ocupaba de aquellos niños. En Terezín los músicos y artistas allí reunidos componían sus creaciones e interpretaban obras propias y de otros. El propio Ullmann tuvo al parecer una vida relativamente descansada en aquella espera de la muerte que él y los demás ignoraban. Casi todas las tardes hubo conciertos en determinadas épocas. Podías tocar hasta que te metían en el tren camino de las chimeneas instaladas en ese país mártir y heroico que es Polonia. Creían que era un campo de trabajo, no una parada camino del campo de exterminio. En fin, sólo tenían un piano vertical, y no había partituras, había que tocar de memoria, pero los pocos supervivientes dicen que aquello era una 164 bendición, un consuelo en medio de la prisión y la miseria. Algunos llevaban sus propios instrumentos, y se los requisaban o se los robaban. Muchos espectadores eran enfermos terminales, que morían en seguida, pero que no se perdían el concierto. Es curioso, pero las música de Terezín son a menudo alegres. Der Kaiser von Atlantis aparenta serlo a menudo. Muchas de las fiestas musicales eran para los niños. Quién sabe lo que podía ser de ellos. El horror es difícil de imaginar si alcanza ciertas magnitudes. Estas músicas, como la ópera de Ullmann, sobrevivieron al horror. Sobrevivieron, sí, porque los guardianes las hubieran hecho desaparecer. Algunos supervivientes consiguieron salvar una buena parte de lo que allí se compuso. El propio Ullmann entregó Der Kaiser a un amigo, junto con otras obras, y así ha llegado hasta nosotros. Hay que someterla a arreglo, claro está, pero es evidente que se trata de una obra musical para unas cuantas voces y un pequeño conjunto de cámara. Pero ¿quién es Viktor Ullmann? Imaginemos alguien que oye o ve por vez primera Der Kaiser von Atlantis, de Ullmann, sin información previa, sólo lo suficiente para entender el desarrollo de la trama. Lo primero que le vendría a la cabeza es ese tipo de teatro que asociamos sobre todo a la pareja Brecht-Weill, y en general a la Gebrauchsmusik, que quiere decir más o bastante más que su simple traducción (música de uso, con lo que se emparentaría con la música mueble de los franceses, sólo que los primeros “la usarían”, mientras que los segundos la tendrían “de fondo”, justo como un mueble). El monumento de ese tipo de música teatral es Die Dreigroschenoper, La ópera de perra gorda, desde luego, pero hay muchos más títulos, a pesar de que la llegada del nazismo al poder terminó con buscar otros discos con obras suyas, discos pocos numerosos, esa es la verdad; y también una visita a Youtube para acercarse a obras como el amplio Concierto op. 25, los Cuartetos de cuerda, la Sonata para piano, algunos de sus muchos Lieder e incluso varias versiones totales o parciales de Der Kaiser von Atlanti. el experimento en Alemania (llegó el comandante y mandó parar). Viktor Ullman nació en 1899 en Teschen, ciudad de la parte austriaca del Imperio, ciudad fronteriza que tras la primera guerra mundial fue checa, y llamada Téšín, luego anexionada por la fuerza a Polonia en virtud de la “amistad” entre esta nación, ahora independiente, y el III Reich (1938), que había invadido Checoslovaquia y había creado el Protectorado de Bohemia y Moravia y a continuación la Eslovaquia títere. Finalmente, esta ciudad fue checa de nuevo, tras la segunda guerra. Las nuevas naciones independientes jugaban a quitarse territorios, y mientras invocaban el principio de las nacionalidades, imponían a poblaciones entreveradas (en este caso, sobre todo checos, polacos y alemanes austriacos) una soberanía que creaba fronteras y ciudadanos de primera y segunda clase, así como pautas lingüísticas abusivas (la normalización lingüística de cada nuevo país surgido tras el hundimiento del Imperio). La Muerte en el campo de la muerte Der Kaiser von Atlantis es a veces tan sólo palabra, esto es, teatro dramático, sin acompañamiento, o si acaso con algún subrayado sonoro; a veces es música culta de la tradición centroeuropea: ya veremos que Mahler inspira uno de los números más amplios de esta breve propuesta musical-teatral; en ocasiones es música que parece ligera, y que en casos concretos lo es, o que tiene parentesco con eso que entonces (y aun ahora) se llamaba jazz de manera confusa o equívoca; incluye también una especie de momento sonoro ad libitum, una propuesta de gran modernidad que dará mucho juego en los collages de los años sesenta en adelante: las voces que llegan de un aparato de radio. El libreto es de otro prisionero y artista, Peter Kien, más joven que Ullmann y que fue deportado y asesinado al mismo tiempo. Pero se ha detectado la mano del propio Ullmann, como era de esperar, y ha sido así sobre todo en la especial visión dramática antroposófica, a modo de auto sacramental laico y farsesco, según la posible inspiración de Rudolf Steiner. Ullmann fue un músico plenamente de Europa Central, en Viena, en Praga, en Zurich. Se marchó de Viena, pero en Praga le tragó la trampa nazi, y tras años de mucho componer y obtener bastantes éxitos, se vio detenido y confinado. Muchas de sus obras se han perdido, pero compuso para el teatro y para la sala de conciertos sinfónica y para la camerística. No podemos detenernos en su obra, pero les recomendamos vivamente su ópera El cántaro roto (a partir de Kleist, claro está), producida en Los Angeles, en un precioso DVD junto con El enano, de Zemlinsky (ambos, autores “degenerados”). Les sugerimos Es decir, es una propuesta emparentada claramente con lo que se llamó Gebrauchsmusik. Es “teatro pobre” antes de que se definiera nada con ese término, que dio para mucho: teatro pobre de 166 Grotowski, arte povera, todo eso. Pero esa pobreza no era simplemente una opción, era una necesidad en el campo de concentración en que se compuso, y en el que nunca se estrenó porque debió parecer toda una provocación eso de hablar con la muerte, que la muerte se declare en huelga, que se sugiera el ridículo del poder, que algunas músicas alemanas “sagradas” estén ahí para potenciar la parodia; 167 Arlequín. Tenor que tiende a tenor ligero. Personaje que libretista y compositor toman prestado de la Commedia para mostrar lo contrario de lo que tradicionalmente es este tipo en la tradición. Veremos que este personaje, que sería algo así como el “principio de vida”, empieza deseando morir, y eso es lo que desencadena la acción al aparecer precisamente La Muerte. en fin, no era cuestión de invocar la soga en la casa de los que van a ser ahorcados. No hay explicación documentada, pero basta con leer el argumento. Lean ustedes el argumento mientras examinamos toda la pieza número a número. Antes, una pequeña nota sobre los personajes y su línea vocal, advirtiendo que el material original permite un fácil transporte de tesituras. La Muerte. Barítono, o barítono-bajo. Es personaje central, junto con el Kaiser, y en rigor al margen del Kaiser. Es él quien, al responder a la provocación de tanta guerra y sus modernos y eficaces medios, se niega a cumplir adelante su cometido de Muerte. Es decir, este personaje es el que pone en marcha el mecanismo del conflicto (frente a la política de “mortandad” del Kaiser. Recordemos que, en alemán, la Muerte es masculino, Der Tod. El Lautsprecher (El Altavoz, el Altoparlante). Barítono o barítono-bajo. Canta y habla, según el momento. Se supone que es un personaje que no ha de aparecer en escena, pero no hay por qué respetar esa dudosa sugerencia; pues se trata sólo de una sugerencia, incluida en su discurso inicial de presentación de los personajes, entre los que va a estar él mismo. El Kaiser Overall. Tenor plenamente lírico que ha de esperar el estallido de su línea lírica hasta el final, como veremos. Tiene su propio motivo, o mejor dicho, su propio acorde de once notas, nada menos, que tienden al total cromático, esto es, a la suspensión tonal. Es un personaje ridículo, risible, una caricatura, una estilización de la tiranía, con todo el disimulo del mundo, que no pasó inadvertido a quienes no permitieron que la obra se estrenara en el campo de concentración, acaso los mismos que deportaron a Ullmann a Auschwitz por esos mismos días. Adviértase que el Kaiser se llama Overall, que en inglés significa guardapolvo, o mono de trabajo, y que es también “sobre todo”; pero que recuerda demasiado cierta parte del himno alemán (de entonces): Deutchland über Alles! El Tambor. Mezzosoprano. Es en realidad la chica del tambor, por decirlo así. Personaje que, como el Lautsprecher, narra o canta la parte de otro, lanza mensajes y los responde. En un reparto con cuatro voces masculinas, su timbre, junto con el de Bubikops, soprano, es muy importante para el equilibrio de colores vocales. El Soldado. Tenor lírico, o incluso lírico ligero. La voz ha de dar juventud. Es la pareja artística de Bubikops, como veremos. Pero esa pareja artística, más tarde en el cometido de enamorados de la Commedia, al principio son soldados, y cada uno de ellos busca la muerte del otro, del enemigo. Pero la Muerte está en huelga. Bubikops, la Muchacha, que también es un soldado cuando surge en la acción. Soprano lírica 168 o lírico ligera. Atención a sus dúos con el Soldado, que culminan en un auténtico dúo de amor. Esto es, no son personajes, sino tipos, estilizaciones de actitudes, ni siquiera se pretende que proponga ninguno de ellos un gestus teatral. Además, los conjuntos pueden desdibujarlos, sumirlos en un todo musical al margen del personaje que cada uno interpreta; como en el coral que cierra la obra. Secuencia, peripecia, dramaturgias Los materiales que se consiguieron salvar de esta obra, y de otras de Ullmann, son defectuosos, incompletos, hay que orquestar para pequeño conjunto, hay que elegir opciones en varios momentos. En 1975 se estrenó una versión al parecer poco respetuosa con los originales conservados, y en 1989 se estrenó otra mucho más cercana a la letra y al espíritu de Kien y Ullmann. 1. Prólogo, a cargo del Lautspecher. Atención a su “Hallo-Hallo”, intervalo que utilizará también el personaje femenino del Tambor y que surgirá en otras ocasiones. Parece que va a ser un canto solemne, pero es un texto hablado con un ligero acompañamiento musical; un melodrama, pues. Una relación de personajes, cada uno de ellos con tema asociado desde el pequeño conjunto: atención a los pequeños motivos, células, que se asocian al Soldado y a la Muchacha. 2. Después de que el Lautsprecher dice: “Empezamos”. Preludio, un tema travieso en que se entreveran de manera camerística unos instrumentos de soplo. ¿Se trata de un episodio musical stravinskiano? Cuadro I 3. Aria de Arlequín. Allegretto grazioso, con momentos líricos. Una alegría y una gracia engañosas. Leve pero clara cita de El borracho en otoño, de La canción de la tierra, de Mahler. Después de todo se trata de Arlequín, y aunque la amargura pueda con él, tiene que cantar la luna, el amor, la ternura. Aunque sea porque se perdieron. La Muerte interrumpe el canto de Arlequín: para qué cantas. obliga al cantante a un descenso considerable manteniendo la última nota con un largo calderón. Ya nadie morirá: Convierto el porvenir de los hombres en grande y largo. 4. Allegretto misurato. Duetto. Desde nuestra perspectiva, mirando a Terezín, este duetto en allegro es de una ironía trágica que nos conmociona: días, días, quién compra los días, están de saldo… Cuadro II 8. Intermedio. Danza de la muerte. Una frase mahleriana, bergiana incluso, da paso a un lento minueto “jazzístico” indeciso, que se detiene y continúa, que vacila, que no parece querer avanzar. 5. Recitativo y Tranquillo molto. La Muerte se niega a llevarse a Arlequín. Canto de Arlequín: pero si ya no merece la pena, viene a decir. Canto de respuesta de la Muerte: un canto opuesto, frases cortadas, staccatos, para pasar a su aria. Recitativo entre el Kaiser y el Lautsprecher. Alarma. La muerte ya no llega a las gentes. Sufren ataques y aun así siguen vivas. Es una enfermedad extraña. 6. Aria de la Muerte. Son los blues de la queja de la muerte: ah, los hermosos años de la guerra. Pero ahora mis piernas están demasiados cansadas para seguir a las cohortes motorizadas. Música de salón, música “mundana”, por momentos valseada. 9. Aria del Kaiser. Allegro sostenuto. De apariencia solemne y dramática, una burla. El Kaiser se apunta el tanto: pretende ser él quien ha conseguido la inmortalidad para sus súbditos. 10. Intermezzo al cuadro tercero. Tempo de minuetto. 7. Aria del Tambor, Allegro con brío encerrado entre recitativos que el personaje puede fingir como “enérgicos”. Recordemos que es un papel femenino para mezzo: en nombre del Kaiser, con todos sus títulos, muchos o todos risibles (fondo del himno alemán, más o menos disimulado). Recitativo: la guerra de unos contra otros. Andante misurato, un Passacaglia, tema y variaciones, a modo de aria. La guerra total para acabar con el Mal. Recitativo: La Muerte, viejo y fiel aliado nuestro, nos seguirá. Cuadro III 11. Recitativo y terceto. El Soldado, la Muchacha y el Tambor. Es un dúo de amor de gran lirismo con interrupciones del Tambor. Se matan entre sí, pero… surge el amor entre los muertos que no han muerto porque la Muerte está en huelga. Y si no hay muerte, qué queda sino el amor. 12. Aria lírica de la Muchacha (Bubikopf), en la que el acompañamiento mima incluso la música cinematográfica inventada pocos años antes, sobre todo por Korngold, otro degenerado que consiguió marcharse a tiempo. Recitativo. Indignación de La Muerte. Momento de trío, apenas un estallido. La Muerte rompe la espada, renuncia a cumplir su trabajo. Recitativo, pero también cantábile. Frase que 170 13. Dueto entre la Muchacha y el Tambor. Dueto que se convierte en aria lírica del Tambor y que concluye en un terceto con los dos jóvenes. El Tambor y la Muchacha se disputan el Soldado. El Kaiser acepta finalmente que la Muerte se lo lleve si ella acepta volver a su cometido y librar a los vivientes de tanta carga de vida. 19. Arioso del Kaiser. Abschied, despedida. Un Lied claramente mahleriano en el que Mahler hubiera aprendido la lección de la huida del centro tonal, sin renunciar a su propio concepto de armonía (e incluso color) ni, claro está, a tender, pese a todo, al propio centro tonal, aunque lo defraude a lo largo de la línea. Pero hay más: Ullmann compuso un aria con finale alternativo. La primera tiene una duración cercana a los seis minutos. Lo cual es una duración considerable para una obra escénica cuya duración total apenas llega a los cincuenta minutos de música y acción (al margen de lo que imponga cada puesta en escena). 14. Duettino entre la Muchacha y el Soldado: la muerte se convirtió en poeta cuando al fin se juntó con el Amor. Acompañamiento de maderas de corte (y aroma) muy stravinskiano. 15. Intermedio bailado. Los muertos vivientes. Uno de los momentos más “Weill” de toda la partitura. Cuadro IV Recitativo. El Lautsprecher en nombre del Oberste General. Cuenta al Emperador la rebelión de los muertos vivientes contra la autoridad. 16. Escena de diálogo cantado y acompañado entre Arlequín y el Tambor. 20. Coral. Largo semplice, dolce grazioso. La Muchacha, Arlequín, El Tambor, Lautsprecher. Es un coral, es decir, unísono o simultáneo de las voces, y además evoca el coral luterano por antonomasia, Ein’ feste Burg ist unser Gott, Una firme fortaleza es nuestro Dios; pero de repente las voces se separan en el dolce. Es todo lo contrario de un finale como el de Don Giovanni. Es un canto más lírico y desolador que otra cosa; es la llamada a la muerte para que alivie la carga de la vida, pero con un texto final ambiguo, que cobra demasiado sentido desde nuestra perspectiva y frente al horror, el asesinato del compositor y de la mayoría de los artistas judíos que pasaron por Terezín sin saber lo que les reservaban las autoridades de la nación más civilizada del mundo. Escena de radio. Voces. El Lautsprecher, hablado, sin acompañamiento alguno, en nombre del Emperador: nos han curado nuestra ceguera. 17. Terzetto. Shimmy. Muy en la línea Weill en Dreigroschenoper, y en concreto recuerda el dúo “Soldaten kommen”. Kaiser, Arlequín, Tambor. 18. Aria de la Muerte. Declara ser lo contrario de lo que fue hasta ese momento: libero de la peste, no soy la peste; libero del sufrimiento, no provoco sufrimiento… Una pieza delicada, que a veces tiende al susurro, que se ralentiza, que parece buscar el pianissimo. Breve y trascendental diálogo (hablado, sin acompañamiento) entre el Kaiser y la Muerte. 172 I Puritani (los puritanos) Vicenzo Bellini (1801-1835) MELODRAMMA SERIO EN TRES ACTOS. LIBRETO DE CARLO PEPOLI, BASADO EN LA OBRA DE TEATRO TÉTES RONDES ET CAVALIERS (1833). DE JACQUES-XAVIER SAINTINE. ESTRENADA ENEL THÉÂTRE ITALIEN DE PARÍS EL 24 DE ENERO DE 1835. ESTRENO EN EL TEATRO REAL EL 6 DE DICIEMBRE DE 1850. NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL, EN COPRODUCCIÓN CON EL TEATRO MUNICIPAL DE SANTIAGO DE CHILE Director musical: Evelino Pidò Director de escena: Emilio Sagi Escenógrafo: Daniel Blanco Figurinista: Pepa Ojanguren Iluminador: Eduardo Bravo Director del Coro: Andrés Máspero Lord Gualtiero Valton: Fernando Radó Sir Giorgio: Nicolás Testé (4, 7, 11, 14, 17, 20, 24 de julio) Roberto Tagliavini (6, 13, 19 de julio) Lord Arturo Talbo: Javier Camarena (4, 7, 11, 14, 17, 20, 24 de julio) Celso Albelo (6, 13, 19 de julio) Sir Ricardo Forth: Ludovic Tezier Nicola Alaimo Sir Bruno Roberton: Antonio Lozano Enriqueta de Francia: Annalisa Stroppa (4, 7, 11, 14, 17, 20, 24 de julio) Cassandre Berthon (6, 13, 19 de julio) Lady Elvira Valton: Diana Damrau (4, 7, 11, 14, 17, 20, 24 de julio) Venera Gimadieva (6, 13, 19 de julio) Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 4, 6, 7, 11, 13, 14, 17, 19, 20, 24 de julio de 2016 20:00 horas Salida a la venta al público 5 de abril de 2016 176 Argumento I puritani (los puritanos) Fernando Fraga Ah per sempre io ti perdei) y de ilusiones perdidas (Cabaletta: Bel sogno beato). La acción de la obra tiene lugar en Inglaterra, hacia 1650. En sus apartamentos, en el cuadro segundo, Elvira recibe la visita de su tío Sir Giorgio, a quien ella considera su segundo padre. La joven recibe con enorme alegría la noticia de que, gracias a su intervención, está destinada al esposo que ella siempre deseo, a Lord Arturo Talbot. No puede contener su entusiasmo (Escena: O amato zio, o mio secondo padre), que se acrecienta al escuchar los sonidos que llegan del exterior acompañando la llegada del prometido a la fortaleza (Dúo: Piangi, piangi, sul mio seno). Acto I Amanece en la fortaleza de Plymouth que está al mando del gobernador Lord Gualtiero Valton, partidario puritano de Cromwell en feroz lucha con la oposición realista de los Estuardos. El rey Carlos I, derrotado en su lucha con el Parlamento, acaba de ser ejecutado en White Hall en 1649. Sir Bruno Robertson, oficial puritano, y sus hombres preparan sus armas ante el próximo asalto al campamento realista. Se escucha desde el interior de la fortaleza un canto religioso, al que acaban entremezclándose las voces de los soldados (Introducción: All’ erta, all’ erta! L’alba apparì). En el cuadro tercero, en la sala de armas del castillo, se espera la entrada de Arturo (Coro: Ad Arturo onore, ad Elvira onore), quien nada más hacer acto de presencia, hace una declaración a Elvira de toda la sinceridad y ardor de sus sentimientos (Aria con pertichini: A te, o cara). Está próxima la boda de Elvira, hija de Lord Valton y los residentes d ela fortaleza se muestran alegres ante dicho acontecimiento (Coro: A festa! A tutti rida il cor). Lord Valton encarga a su hermano Sir Giorgio que se ponga al frente de la ceremonia ya que el debe acompañar con urgencia ante el Parlamento a una prisionera velada que oculta su identidad (Final: Il rito augusto si compia senza me). El hecho intriga a Arturo a quien se informa que la dama en cuestión es una partidaria de los Estuardos. Aprovechando una oportunidad Arturo puede hablar con la dama descubriendo que se trata de Enriqueta de Francia, la viuda del No todos participan de esta satisfacción. El coronel Sir Riccardo Forth, a quien en principio se le había otorgado la mano de Elvira, se ha encontrado al regresar vencedor de su lucha contra los partidarios de Cromwell que la joven va a ser ofrecida a un rival que es además, enemigo político y partidario de los realistas. A su decepción (Recitativo: Or dove fuggo io mai?) sigue una lamentable exposición de sentimientos defraudados (Aria: 177 Elvira hace su aparición, inmersa en el delirio, implorante y patética (Escena: O rendetemi la speme o lasciatemi morir), ante la compadecida mirada de todos. Antes de salir de escena expresa su anhelo de que regrese el amado .(Cabaletta: Vien diletto è in ciel la luna). ejecutado Carlos I. Arturo pese a lo complicado de la situación, y por fidelidad a sus ideales realistas promete salvarla cueste lo que cueste. En ese momento aparece Elvira portando el velo nupcial y cantando una polonesa (Son vergin vezzosa). Ingenuamente la joven hace que la prisionera se pruebe el velo, dando con ello a Arturo la idea de cómo podrá salvar a la reina. Sir Giorgio intenta convencer a Sir Riccardo de que unicamnete él puede dar solución al conflicto de Elvira, salvando el honor y la vida de Arturo. Primero reticente, el generoso caballero acaba por acceder a la petición (Dúo: Il rival salvar tu dei). Los dos nobles puritanos acaban fundiendo sus voces en un ardoroso canto patriótico donde exaltan la sangre derramada en pro de la libertad (Cabaletta: Suona la trompa e intrepido). Su proyecto de sacar del castillo a Enriqueta como si se tratase de Elvira está a punto de malograrse con la aparición de Sir Riccardo quien provoca a duelo a su rival (Invan rapir pretendi). En el acto de impedirlo, Enriqueta descubre su rostro. Entonces Sir Riccardo cambia de opinión y no sólo permite sino que promueve la inmediata huida de la prisionera, asegurando que no dará la alarma hasta que la pareja haya atravesado las murallas. Acto III El acto comienza escuchándose una tempestad que de alguna manera es, conforme a la estética romántica, una forma de hacer cómplice a la naturaleza de las situaciones que viven los seres humanos. Al jardín de la casa de Elvira llega Arturo quien da cuenta de su felicidad por hallarse de retorno al suelo natal (Recitativo: Son salvo, alfin son salvo). Retorna Elvira a tiempo de ver como Arturo, en compañía de la extraña mujer cubierta con su velo nupcial, se aleja de la fortaleza. Mientras todos maldicen a Arturo, Elvira cae en un preocupante delirio (Oh, vieni al tempio, fedele Arturo). Acto II Tras un triste preludio que adelanta el clima en que va a moverse el acto, en una sala de la fortaleza los habitantes del castillo comentan el delicado estado de salud mental en que se encuentra Elvira (Coro: Ah, dolor! Ah, terror!). Sir Giorgio acaba por completar el retrato de la infeliz enamorada: cubierta de flores y los cabellos desordenados la joven pasa de sala en sala preguntando donde se encuentra su amado (Aria: Cinta di fiori e col ben crin disciolto). A lo lejos escucha la voz de Elvira, un estímulo para renovar su entusiasmo (Romanza: A una fonte aflitto e solo). Tras ocultarse momentáneamente ante la llegada de unos soldados que inspeccionan los alrededores, Arturo vuelve a entonar su canto nocturno con la esperanza de ser escuchado por Elvira (Corre a valle, corre a monte). 178 Ella aparece acuciada por el sonido de la voz que puede ser del amado y Arturo ofrece a Elvira las convincentes explicaciones de sus actos. Elvira recupera rápidamente su pérdida razón (Dúo: Ah, mi Arturo, ove sei?). Sin embargo, el efusivo momento se interrumpe por la llegada de los soldados que rodean amenazadores a la pareja (Ascolta ancora questo suon molesto). Uno de ellos exhibe la sentencia de muerte que pesa sobre Arturo, quien es capaz de enfrentarse a su destino con valentía y sólo la preocupa la reacción de Elvira (Aria: Credeasi misera, da ma tradita). Cuando todo parece perdido, hace su aparición un mensajero con la noticia de la definitiva derrota de los Estuardos. Como consecuencia se produce una amnistía general, Arturo está perdonado. Ya nada ni nadie será impedimento para que Elvira y Arturo sean felices. I Puritani: El canto del cisne de Catania Rafael Banús Irusta con Norma y La sonnambula- el compendio y afirmación plena de su estilo. En pocas ocasiones podemos asistir a una fiesta vocal tan esplendorosa como la que nos propone Vincenzo Bellini en su última ópera, I Puritani, inspirada en un relato de Walter Scott y estrenada en el Teatro Italiano de París el 24 de enero de 1835. En su breve catálogo de sólo diez títulos, se situó junto con Donizetti como el auténtico sucesor de Giacomo Rossini, sustituyendo el elemento rítmico utilizado por el de Pesaro como base estructural de sus obras por el predominio de la melodía. Un lirismo en estado puro, que incluso habría de merecer abiertos elogios de todo un Richard Wagner. Su enrevesado argumento, situado en la guerra civil entre Cromwell y los Estuardos, en la Inglaterra del siglo XVII, sirve como magnífico telón de fondo para la exhibición del “bel canto” en su estado más puro. La forma de componer de Bellini resultaba una excepción dentro de las costumbres de su tiempo. La mayor parte de los autores trataban de imponerse en los escenarios o de atender a los múltiples compromisos escribiendo un título tras otro, muchas veces sin tiempo siquiera de revisar sus propias obras. La grandeza del compositor siciliano está hoy unánimemente reconocida. Si alrededor de mediados del siglo XIX se asistió a una época de culto hacia su obra y su persona de forma acrítica y exagerada, y a principios del siglo XX a un periodo caracterizado por una cierta subvaloración de su obra, después de la segunda guerra mundial se inició un periodo de admiración más equilibrado y conocedor hacia la música del genio de Catania, a lo que contribuyeron en gran medida artistas como María Callas, Joan Sutherland, Montserrat Caballé, Luciano Pavarotti o Alfredo Kraus, que dieron una nueva visión a sus grandes papeles, descubriendo en ellos nuevas posibilidades vocales e interpretativas. Bellini sin embargo, se propuso desde un principio limitarse a un solo título por temporada. Y así nacieron, a lo largo de tan sólo una década Adelson e Salvini, Bianca e Gernando (denominada posteriormente por razones políticas Bianca e Fernando), Il Pirata, La straniera, Zaira (con la que fracasa en Parma, pero posteriormente triunfará en Venecia cuando se reconvierta en I Capuleti e I Montecchi), hasta llegar a las ya mencionadas y que tuvieron un triunfo apoteósico La sonnambula y Norma. Centrándonos en I Puritani, podemos decir que esta ópera constituye la culminación de la trayectoria artística de Bellini, así como-junto 180 Con ellas Bellini, consigue ser el artista mimado de la sociedad milanesa. Pero para un músico de su tiempo, la verdadera consagración consiste en triunfar en París. ópera, concebida para las voces de María Malibrán, Gilbert Duprez y de Porto, pero que no fue estrenada porque la partitura llegó a Nápoles después de la fecha estipulada en el contrato. Y así después de presentar Beatrice di Tenda en el teatro La Fenice de Venecia, en agosto de 1833 viajó a la capital francesa. Al principio sin éxito con la dirección de la Ópera de Paris; mucho más fructíferos fueron sus contactos con el Teatro Italiano, donde en agosto de aquel año subieron felizmente a escena Il Pirata y I Capuleti e I Montecchi. Pero los intentos para una nueva ópera iban para largo (parece que Bellini no consiguió el contrato definitivo hasta enero de 1834), y por ello sintió la necesidad de dedicarse a la vida social del capital francesa. La versión parisina de I Puritani, pocos meses después del gran éxito de La sonnambula, en el mismo teatro, con un cuarteto vocal de auténtico lujo:- integrado por la soprano Guilia Grisi, el tenor Giovanni Rubini, el barítono Antonio Tamburini y el bajo Luigi Lablache, que pronto fueron conocidos como “el cuarteto de I Puritani”- constituyó un verdadero triunfo. La casa reinante lo nombró “Caballero de la Legión de Honor”. Bellini había alcanzado así el puesto al que desde siempre había aspirado y deseado, “es decir, ser el primero después de Rossini”, como él mismo escribe en una carta de aquella época. Entró en estrecha relación con Rossini y también con Chopin, Carafa, Päer y otros músicos y en el salón del princesa de Belgioioso, conoció entre otros famosos personajes de la época a Heinrich Heine. El músico decidió quedarse en París e hizo nuevas tentativas con el Teatro de la Opera y después también con La Ópera Cómica, que sin embargo se iban demorando para desesperación del autor. Pero de todas las impresiones musicales, fue especialmente profunda la despertada por la audición de las sinfonías de Beethoven, interpretadas por la orquesta del Conservatorio de París. Ninguno de los muchos planes de Bellini puso ser realizado; a finales de agosto enfermó y el 23 de septiembre murió, sólo, en una casa de campo en Puteaux, en la periferia de París. El 2 de octubre tuvo lugar la misa fúnebre en Los Inválidos. “Päer, Cherubini, Carafa y Rossini, llevaban cada uno de ellos un extremo del paño fúnebre” como rezaba una descripción de la ceremonia. Finalmente en abril de 1834, Bellini inició la composición de I Puritani, sobre un texto de del exiliado italiano Carlo Pepoli, inspirado en una obra de Walter Scott. Al mismo tiempo que el contrato para el Teatro Italiano de París, Bellini recibió de Nápoles la invitación para escribir una nueva ópera. El fruto de numerosas propuestas y contrapropuestas fue la segunda versión de ésta La partitura de I Puritani, contiene numerosas y sorprendentes novedades, en parte debidas a las exigencias parisinas. La instrumentación se distingue de casi todas las óperas precedentes 182 (a excepción de Norma) por su mayor color y adecuación dramática. Más variada es también la armonía (como por ejemplo en la plegaria de la introducción, o en la romanza de Arturo del acto III). La propia melodía alcanza una gama más rica de sfumature en unas modulaciones al tiempo elegantes y llenas de sentimiento. También algunas particularidades formales son nuevas: la repetición de algunos motivos musicales pone en relación escenas individuales y directamente al principio y el final de la ópera. Recitativo y aria, concertante y coro se entrelazan con notable soltura. Estos procedimientos formales muestran a Bellini en un camino que luego Verdi proseguirá. Una brillante ligereza, nueva para el compositor de Catania (como por ejemplo en la polacca de Elvira del acto I, “Son vergin vezzosa”), figura junto a la interioridad y el énfasis expresivo, como testimonian sobre todo los dos grandes concertantes, introducidos ambos por un solo de Arturo, “A te o cara”, en el final del acto I, y “Credeasi, misera” en el acto III, dos de las más bellas páginas de toda la producción belliniana. Como lo son también el célebre dúo para barítono y bajo que cierra el acto II “Suoni la trompa e intrépido”, o la gran escena de Elvira en el acto II, una de las más espléndidas interpretaciones femeninas del repertorio de todos los tiempos, que se abre con las palabras “O rendetemi le speme..” y que pone a prueba todas las capacidades técnicas y expresivas de una cantante de primerísima categoría. I Puritani puede ser considerada con el canto del cisne de su autor, que, al igual que éste, exhaló sus más bellas notas antes de morir. I Due Foscari (los dos Foscari) Giuseppe Verdi (1813-1901) TRAGEDIA LÍRICA EN TRES ACTOS. LIBRETO DE FRANCESCO MARIA PIAVE BASADO EN LA OBRA DE TEATRO THE TWO FOSCARI (1821). DE LORD BYRON. ESTRENADA EN EL TEATRO ARGENTINA DE ROMA, EL 3 DE NOVIEMBRE DE 1844. ESTRENADA EN EL TEATRO REAL, EL 13 DE MARZO DE 1852. ÓPERA EN VERSIÓN DE CONCIERTO Director musical: Pablo Heras-Casado Director del Coro: Andrés Máspero Francesco Foscari: Plácido Domingo Jacopo Foscari: Michael Fabiano Lucrezia Contarini: Ainhoa Arteta Jacopo Loredano: Jacopo Loredano Barbarigo: Mikeldi Atxalandabaso Pisana: Susana Cordón Miembro del Consejo de los Diez: Miguel Borrallo Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 12, 15, 18 de julio de 2016 20:00 horas Salida a la venta al público 5 de abril de 2016 186 Argumento I due Foscari (Los dos Foscari) Fernando Fraga La acción transcurre en Venecia en el año De vuelta al Palacio Ducal, el Consejo de los Diez comenta la extraña actitud de Jacopo que no se ha defendido de las acusaciones de alta traición por haber mantenido correspondencia con un enemigo de Venecia, la familia Sforza (Coro: Tacque il reo!). 1457. Acto I Tras el preludio se alza el telón sobre un pasillo del Palacio Ducal de la ciudad adriática. Los integrantes del Consejo de los Diez van apareciendo poco a poco camino de la sala donde se va a realizar una deliberación (Coro: Silenzio… Mistero). En sus habitaciones privadas, el viejo dux Francesco Foscari sufre su condición de gobernante y padre, un conflicto entre su cargo público y su condición de padre al que es difícil encontrar una salida (Romanza de Francesco: O vecchio cor). El tema central de la misma es la suerte que ha de correr el hijo del dux Francesco, Jacopo Foscari, quien llega conducido por los guardias desde la prisión donde se hallaba encerrado. El joven se acerca a uno de los balcones y mira con emoción a la ciudad que tanto ama antes de ser introducido en la sala de las deliberaciones (Recitativo, Aria y Cabaletta de Jacopo: Qui ti rimani al canto. Dal più remoto esilio. Odio solo, ed odio atroce). Lucrezia acusa al Consejo de haber actuado sólo por odio y venganza y no con justicia estando segura de la inocencia de su esposo. Francesco quisiera creerla, pero aunque aceptara sus razones le está prohibido actuar en contra de las decisiones tomadas por el Consejo. Únicamente les queda su amor y piedad hacia Jacopo (Dúo: Tu pur lo sai che giudice). En la casa de los Foscari, la mujer de Jacopo, Lucrezia Contarini, mientras la asisten sus doncellas (Coro: Resta, quel pianto accrescere) afirma su decisión de presentarse ante el dux, su suegro, para pedirle justicia en favor de su cónyuge. Entra su amiga y confidente Pisana con la noticia de que Jacopo ha sido condenado a ser exiliado en la isla de Creta (Cavatina y cabaletta de Lucrezia: Tu al cui sguardo onnipossente. O patrizi, tremate). Acto II Una lúgubre introducción orquestal sitúa de inmediato la acción en la cárcel donde se halla Jacopo. El muchacho se atormenta por terribles visiones; en una de ellas creer ver la cabeza de Carmagnola (un condottiero que había sido víctima injusta también de los tribunales venecianos) que le maldice. Sabe que pese a su inocencia su padre no podrá ayudarlo. 187 Luego, agotado por los acontecimientos, se adormece (Aria de Jacopo: Non maledirmi, o prode). Acto III En la Piazzetta de San Marcos reina la máxima animación. A punto está de celebrarse una competición de góndolas (Coro: Alla gioia, alle corse, alle gare). La gente canta y baila (Barcarola: Tace il vento,è queta l’onda). Lucrezia ha conseguido acceder a la prisión y, aterrorizada, le parece hallar muerto a Jacopo. Pero él, reconociéndola, la abraza. La mujer no le oculta su destino: se ha salvado de la muerte, pero ha de abandonar la ciudad dejando mujer e hijos, una condena que a Jacopo le parece insoportable de sobrellevar (Dúo de Lucrezia y Jacopo: No, non morrai). El ambiente festivo cambia de pronto con la aparición de Jacopo entre los guardias que lo conduce al barco en el que ha de abandonar la ciudad. Jacopo se dirige a Lucrezia y le pide que consuele a su padre, rogándole que eduque a sus hijos en la virtud y en el amor a la patria (Aria de Jacopo: All’infelice veglia). Loredano corta la despedida obligando a Jacopo a embarcar. A los dos desventurados les llega un poco de consuelo con la entrada del dux. Pero la tranquilidad del encuentro es interrumpida con la aparición de Loredano. La nave que ha de trasladar al condenado a Creta está ya preparada. Las tres víctimas de la justicia veneciana se abrazan desesperadamente (Terceto de Francesco, Jacopo y Lucrezia: Nel tuo paterno amplesso). En sus habitaciones privadas, el dux llora la ausencia de un hijo al que se vio imposibilitado de ayudar y salvar. Lucrezia se presenta con la fatal noticia de que Jacopo no ha podido superar su pena y durante el viaje hacia el exilio ha muerto de dolor (Dúo de Francesco y Lucrezia: Più non vive!... l’innocente) Reunido de nuevo el Consejo de los Diez solicitan que se formalice la condena de Jacopo acusado también de dar muerte a un miembro de la familia de los Donati en complicidad con la potencia extranjera para la que espió. El Consejo se considera clemente ya que el delito cometido por Jacopo trae consigo la pena de muerte. El acusado se vuelve hacia los presentes y a su padre declarándose inocente, pero el dux no tiene otra alternativa que confirmar la sentencia. Ni los ruegos de Lucrezia en compañía de sus hijos logra cambiar la decisión. Loredano, la principal cabecilla del Consejo, es inflexible. Jacopo debe de partir de inmediato. Lucrezia se desmaya (Final II, con Coro, Sexteto y Stretta: Che più si tarda? Queste inocente lacrime. Parti, t’è forza cederé). El dolor paterno se acrecienta al comunicarle el senador Barbarigo que el verdadero culpable, en su lecho de muerte, ha confesado su crimen. Jacopo era, pues, inocente. Loredano y los demás integrantes del Consejo encuentran al dux completamente abatido. Ello no les impide hacerle partícipe de la última decisión tomada: Francesco Foscari ha de entregarles su anillo y el tricorno senatorial como prueba de que ha dimitido de su condición (Aria de Francesco: Questa è dunque l’iniqua mercede). 188 Francesco en compañía de Lucrezia escucha en la lejanía las campanas de San Marco anunciando la elección de un nuevo dux. Es el golpe de gracia para Francesco que muere, ultrajado, en brazos de Lucrecia (Final III: Quel bronzo ferale). I Due Foscari El origen byroniano Andrés Ruiz Tarazona George Gordon Byron (Londres 1788 - Misolonghi, 1824), desde 1794 sexto lord Byron, fue uno de los grandes impulsores del movimiento romántico que dominó la literatura, el pensamiento, la pintura y la música durante la primera mitad del siglo XIX y aún después. Italia había subyugado a Byron desde su juventud y sobre todo Venecia, donde en su “Childe Harold”, supo evocar esos tiempos lejanos, cuando muchos países vencidos admiraban las columnas de mármol del León alado y ¡Venecia era un país que reinaba sobre sus cien islas!”. Lord Byron renunció al lirismo de los primeros románticos aplicando a sus poemas un cierto prosaísmo evasivo que podía caer en lo burlesco y ser a la vez muy serio. El Byron de los años anteriores a su marcha a Grecia dejó huella en muchos aspectos literarios. En España son evidentes en la obra de Espronceda (1808-1842) y llegan hasta Bécquer (1836-1870). El año 1823, Byron alquiló en Venecia el Palazzo Mocenigo del Canal Grande. Había pasado el verano en Mira, a orillas del Brenta, una zona favorita de la aristocracia Veneciana. Allí se enamoró de Margarita Cogni, la esposa de un panadero conocida como “la fornarina”. Cuando llegó su hija Allegra, nacida pocos años antes de Claire Clermont, y sobre la cual había obtenido la custodia, las cosas se complicaron para él. Acompañaba a Allegra una Pero en “Los dos Fóscari” está ya el germen de la ópera de Giuseppe Verdi, cuyo libreto es obra de Francesco María Piave (1819-1876). El drama de Lord Byron, sobre el que se basa la ópera, fue traducido al castellano en 1846 por el comediógrafo sevillano Manuel Cañete (1822-1891). institutriz suiza que se escandalizó por el modo de vida en el Palacio Mocenigo y alertó a los amigos de Byron sobre su amancebamiento con la “fornarina”. Cuando esta fue despedida amenazó con suicidarse e hirió con un cuchillo al poeta, arrojándose al Gran Canal, de donde fue rescatada. Tuvo que volver a Mira con su marido. La verdadera historia Episodios como este o el de la muerte de Shelley en un naufragio cerca de Lerici, no impidieron a Byron seguir produciendo, en este caso una serie de tragedias que le dieron celebridad por toda Europa en los años 1821 y 1822. En 1821 termina el drama “Sardanapalus” y dos piezas venecianas, la tragedia “The two Foscari” y “Marino Faliero, dux de Venecia”; una y otra fueron convertidas años después en óperas por Verdi y Donizetti. Relacionada por mar con el mundo bizantino, la isla de de Venecia, refugio de algunos pueblos invasores de la península Itálica, se comenzó a regir por un “doge” o dux desde comienzos del siglo X. En 1434, cuando ya había incorporado ciudades como Padua, Vicenza y Verona, Venecia pactó los límites con Milán, la ciudad italiana rival con los Visconti. Venecia contrataba entonces para sus “hazañas bélicas” a los llamados “condottieri”, algunos tan célebres como Carmagnola, Gattamelata y Colleoni. Estos dos últimos merecieron monumentos ecuestres de artistas como Donatello y Verrocchio. En 1819, el año de su poema “Mazeppa”, inspirado en la historia del rey Carlos XII de Suecia escrita por Voltaire, se enamoró Byron de la condesa Guicciolli, siguiéndola hasta Ravena. Ella logró que su marido alquilara al poeta más habitaciones en su palacio. El escándalo no tardó en estallar y Teresa Guicciolli escapó a Rávena, instalándose en Pisa con Lord Byron. Allí fue donde este recibió la terrible noticia de la muerte de su hija Allegra, ocurrida en el convento donde se hallaba ingresada para su educación. A comienzos del siglo XV Venecia estaba gobernada por el dux Tommaso Mocenigo, que dio nombre al palacio que habitó Byron y donde reside hoy el gran pianista español Enrique Pérez de Guzmán. Cuando Mocenigo se sintió enfermo de muerte llamó al Consejo y prescribió que, en modo alguno se eligiese para sucederle a Francesco Foscari, pero no fue obedecido. Fóscari llegó al poder en 1423 y falleció en 1457, el mandato más extenso de dux alguno. Con él se ampliaron los dominios de la Sereníssima desde los Alpes al rio Po y por occidente hasta la ciudad de Bérgamo no lejos del lago de Como. Antes de “Mazeppa”, fuente de dos poemas sinfónicos (de Liszt y de Felipe Pedrell), Byron había escrito el poema burlesco “Beppo”, que subtituló “Una historia veneciana”, desarrollado precisamente durante el celebérrimo carnaval de la ciudad adriática. 192 Francesco Foscari se instaló en el trono ducal de Venecia el 15 de abril de 1423 junto a Pietro Loredano. Como Loredano se oponía abiertamente en los Consejos a las decisiones de Fóscari, este llegó a decir en el Senado que no se consideraría Dux de Venecia mientras viviese Pietro Loredano. Y sucedió poco después que Pietro y su hermano Marco murieron de improviso y se corrió la voz de que habian sido envenenados por los Fóscari. Un hijo de Pietro, Jacopo Loredano, lo creía hasta el punto de esculpirlo en la tumba de su padre. Además, en los registros de su comercio anotó a los Fóscari como deudores, no de dinero sino de la vida de su padre y de su tio Marco. Según el joven Loredano se le debían dos vidas y eso tendrían que pagarlo algun día. El Consejo de los Diez, presidido por Ermolao Donato, condenó a Jacopo Fóscari, hijo del Dux y esposo de Lucrezia Contarini, al exilio, acusado de haber recibido donativos de principes extranjeros. Jacopo tuvo que partir a la isla de Creta. Pero el 5 de noviembre de 1450 Ermolao Donato era asesinado y hubo quien dijo haber visto la noche anterior a Jacopo Fóscari con su criado. Fueron conducidos a Venecia, torturados y vueltos a enviar a Candía (hoy Irácleio) en la isla de Creta (Kriti), Años después, Jacopo Foscari, habiendo solicitado en vano su perdón, desesperado por no poder volver a su amada patria, escribió una carta a Francesco Sforza, el duque de Milán, rogándole intercediese por él ante la Signoria veneciana. La carta cayó en manos de los Diez y Jacopo volvió a ser llevado a Venecia para ser juzgado por urdir una conjuración contra la ciudad con una potencia extranjera. Bajo tortura confesó ser el autor de la carta, pero dijo que la había escrito por el fuerte deseo de contemplar una vez más Venecia. Pese a pertenecer su esposa Lucrezia a una poderosa familia - los Contarinique desde el siglo XI al XVII daría ocho dogos en Venecia, Jacopo fue de nuevo encarcelado allí un año y luego enviado a Candía. I due Foscari antes y después El 29 de febrero de 1844, Verdi firmaba un contrato para una nueva ópera. Faltaban unos días para el estreno de su quinta producción escénica, “Ernani”, presentada en “La Fenice” de Venecia el 9 de marzo. El empresario Alessandro Lanari había arrendado el Teatro Argentina de Roma y pedido a Verdi una nueva ópera, la sexta, para la próxima temporada de Otoño. El libretista de “Ernani”, Francesco Maria Piave, le sugería “Lorenzino de Medici”, pero Verdi le escribió diciendo: “Buenísimo este Lorenzino, tres veces bueno. Ricordi también está contento porque no se ha sacado de un drama francés. Temo unicamente que la policía no lo permita, mientras tanto hoy lo envío a Roma y ya veremos”. Y más adelante añade: “En caso de que la policía no lo permitiese, hay que buscar un remedio y yo te propongo el de “Dos Foscari”. Sigue diciendo que el argumento le gusta y como la policía, lógicamente, no permite lo del tiranicidio de Lorenzino, va a decidirse por “Foscari”. Cuando recibe el drama de Byron y lo lee, se entusiasma, calificándolo de “archibellísimo”. Envía a Roma el libreto y se pone manos a la obra, avisando a su libretista sobre algunos defectos del drama, por ejemplo la debilidad del caracter de Jacopo Foscari, o fallos graves como el de ignorarse el delito por el cual Jacopo es condenado. Recomienda además a Piave la brevedad, sobre todo para los recitativos. Mientras llegaban las modificaciones que solicitaba, Verdi inició la composición durante aquel verano de 1844, buena parte en Bergamo, donde el 11 de agosto se iba a representar “Ernani” en el Teatro Riccardi. El propio Verdi dirigió las representaciones de Bergamo. Durante aquel verano de 1844, Verdi trabajó intensamente en la nueva ópera, desechado ya el libreto de “Lorenzini de Medici”, que sería puesto en música por el siciliano Giovanni Paccini al año siguiente. El 30 de agosto se dirigió a Roma para atender a ciertas pruebas y finalizar la orquestación. El 11 de noviembre se hizo la “première” en el Teatro Argentina romano. Verdi no logró el éxito esperado. Se ha dicho, con razón, que ello fue debido al difícil intento de conciliar su fino sentido de la acción dramática con la fascinación que ejerció sobre él el lóbrego ambiente del drama byroniano. Por ello, la ópera resultó uniforme al público, poco contrastada. Verdi le había pedido a Piave que se ciñese en todo lo posible a Lord Byron, pues él deseaba ser musicalmente fiel al gran autor de “Manfredo” y “El Corsario”. Tal vez por ello evitó toda clase de efectismos como los “fortissimi” de la orquesta y trató de evitar la excesiva duración de las escenas con los recitativos acompañando. De ahí lo sobrio de la obra, cuidadosamente escueta, aunque todavía en ciertos aspectos más donizzetiana que verdiana, como corresponde a la producción de la época que él mismo calificó de “anni di galera”, durante los cuales estuvo, como dice un verso de Góngora, “amarrado al duro banco” de la incesante y perentoria composición de óperas. La obra (baritono) y Jacopo Loredano, (bajo), miembro del Consejo de los Diez. El breve preludio se limita a apuntar por un lado la tensión dramática de la obra y por otro el espíritu de los dos protagonistas. El argumento, centrado en un episodio de la historia de la República de Venecia, mantenía en cierto modo el espíritu e ideales patrióticos de óperas anteriores, aunque esta vez más diluidos. El estallido nacionalista de los italianos de entonces, hallaba en “I due Foscari” un estimulo hacia el patriotismo, si bien, la fidelidad a Byron, no del todo respetada por Piave, iba mejor a la exaltación de la Italia libre. “I due Foscari” ha sido considerada la primera ópera en la que Verdi se vale del “leivmotiv” wagneriano, aunque de manera mucho menos extensa y relevante que en Richard Wagner. No tiene además la función que Wagner le asigna en la continuidad de la música, pues Verdi todavía articula su partitura en las formas cerradas de la ópera italiana tradicional, con sus recitativos, arias, cabalettas, romanzas, coros, concertantes, etc. El coro inicial “Silenzio, mistero”, entonado por el Consejo de los Diez, ofrece dos veces un tema con acompañamiento diferente. Es interrumpido brevemente por Jacopo Loredano. Estamos en una sala del Palacio Ducal veneciano y Jacopo Foscari, cuya suerte va a decidirse ante los Diez, es acusado del asesinato del miembro del Consejo Pietro Loredano y del hijo de este Marco. Jacopo Foscari entona, tras un breve recitativo, el aria “Dal piu remoto esiglio”, donde expresa la pesadumbre que le embarga con doliente música, todo un canto a su ciudad natal. Su intervención finaliza con la vibrante “cabaletta” “Odio solo, ed odio atroce”. La pareja protagonista está formada por Jacopo Foscari (tenor) y su esposa Lucrezia Contarini (soprano). Pero hay también papeles relevantes para el dogo Francesco Foscari El segundo cuadro nos lleva al Palacio Foscari, donde la esposa de Jacopo Foscari, Lucrezia Contarini, inicia una escena junto al coro, 196 seguida del aria “Tu al cui sguardo onnipossente”, muy a lo Bellini, a la que sigue una desgarrada cabaletta, ahora sí muy verdiana, donde participan su amiga Pisana y el coro. Este inicia un nuevo cuadro en el Palacio Ducal. Allí la acción pasa a las estancias privadas del Dux, vencido por las acusaciones vertidas sobre su amado hijo. Está además destrozado Jacopo por las torturas y calumnias, y por si fuera poco, a punto de ser expulsado de su hogar y de sus amores para siempre. Pero su padre, el Dux Foscari, consciente de sus obligaciones como máxima autoridad de la República, no puede hacer nada por evitar una dura sentencia. Jacopo Foscari, exiliado en Candía había recurrido por carta al duque de Milán Francesco Sforza, para que mediase ante el Consejo de los Diez su liberación y regreso a Venecia desde Candía. Se hallaba allí condenado por la acusación que recayó sobre él tras el asesinato de los Loredano, padre e hijo. Ahora el Consejo de los Diez que preside Ermolao Donato va a condenarlo por haberse puesto en contacto con un declarado enemigo de la República. Tras el excelente coro “Calle el reo”, en sus habitaciones el Dux Foscari medita sobre su posición contradictoria como Dux y padre de un condenado por el Consejo que él preside. Entra su nuera Lucrezia llena de odio y afán de venganza. Tras la llegada del Dux entonando “Al fin solo”, este canta la romanza “O vecchio cor, che batti”, donde el pizzicato marca los latidos. El viejo corazón y su amor paterno se sienten apesadumbrados pintarrajos y garabatos: “¿Podré leer estos caracteres a esta incierta luz? Ah, son los nombres de los infortunados que me precedieron en este lugar; las flechas de su desesperación, los breves recuerdos de un dolor demasiado grande para ser difuso”. Recibe Jacopo la visita de Lucrezia, pero poco antes ha cantado el aria de bravura “Non Maledirmi, o prode”. La entrada de su amada esposa “Ah sposo mio” ofrece bellos momentos en la orquesta y el muy lírico duo “No, non morrai”. Interviene el coro en “Tutta e calma la laguna” y el matrimonio finaliza la escena con una inspirada cabaletta de ambos, “Speranza dolce ancora”. La llegada del padre de Jacopo, genera un terceto donde hallamos momentos de puro lirismo y poco después la escena se cierra con la cabaletta a cuatro, pues interviene además Loredano “Ah! si, il tempo che mai non s’arresta”. El acto segundo finaliza en la Sala del Consejo de los Diez. El Consejo se ha mostrado clemente, substituyendo la pena de muerte por el exilio. Jacopo se rebela ante cualquier pena e insiste en su inocencia, tanto en el asesinato de Ermolao Donato, como de haber conspirado contra Venecia con los Visconti milaneses. La sentencia, inapelable, confirma su culpabilidad. Lucrezia se desmaya. El último acto nos lleva a la antigua Piazzetta, donde se halla actualmente la Bilblioteca Marziana o de San Marcos. A poco de comenzar escuchamos el coro alegre y dulce “Tace il vento, é queta l’onda”, mientras se mecen las góndolas en la laguna tras el entusiasmo popular en la competición por el Gran Canal. El pueblo enmascarado se divierte en la fiesta. Un solo de clarinete preludia el dúo de Jacopo con Lucrezia, marcada por la melancolía y un cierto por la suerte del buen hijo. El primer acto finaliza con el dúo entre Lucrezia y su suegro “Tu pur lo sai che giudice” y las intervenciones de Lucrezia en “Di sua innocenza dubiti?” y la cabaletta “Se tu dunque potere non hai” que canta junto al Dux. Lucrezia muestra únicamente la convicción de la inocencia de su esposo y pasa de la s úplica a la indignación ante el Dux, que ha mostrado desaliento y desesperado ánimo ante la suerte de su hijo. Lucrezia le incita finalmente a luchar por él en la exigente cabaletta final. En una celda de la prisión del estado da comienzo el segundo acto. Jacopo tiene allí terribles visiones Ya Byron, aunque no lo cita en su tragedia de este título, nos dice de las paredes de la celda de Jacopo, llenas de 198 suceden. Entra Lucrezia espantada y cuenta que Jacopo, al subir a la galera, ha muerto de la impresión y el dolor. El dux se espanta y cae sobre el asiento. Entran Barbarigo, Loredano y otros miembros del Consejo, para comunicarle que debe dimitir y será obligado a renunciar al cargo si no lo hace. Fóscari se levanta y contempla a todos con mirada de desprecio. Entrega su anillo a los senadores y toma la mano de Lucrezia, alejándose mientras redobla la campana de San Marcos anunciando al nuevo Dux, un Malipiero. Es un último dolor y humillación para el Dux Foscari. Y es tal la impresión que muere en brazos de Lucrezia. Se dice que esa noche Loredano escribió en su libro de cuentas: “Foscari mi hanno pagato”. clima de pasión y desgarro. Ha salido del Palacio Ducal el prisionero escoltado y seguido por Lucrezia y la amiga de esta, Pisana. Jacopo pide a su esposa que consuele a Francesco, su padre, y cuide y eduque a su hijo en la virtud. Llega Loredano. Todo está preparado para la partida en una galera anclada en el muelle. Lucrezia se desvanece horrorizada poco después de haberlo expresado en su impetuosa aria “Piu non vive!... l’innocente”. La escena final se inicia con la llamada, desde el Consejo de los Diez, al Dux Francesco. Es imponente el aria de él “Questa dunque è l’iniqua mercede”, con intervención del coro, el senador Barbarigo, y Loredano. Vuelven a escucharse compases del preludio de la obra. Barbarigo comunica que, en su lecho de muerte, el asesino de Donato, Nicolo Erizzo, ha confesado ser él quien lo perpetró. Los acontecimientos se Verdi nos lo ha contado en una de las obras maestras de su juventud, que debería representarse con más frecuencia. 199 Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid C/ Mayor, 6 - 4º Dcha. 28013 Madrid T. 91 521 57 59 - [email protected] www.amigosoperamadrid.es
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