Ganador del Reconocimiento al Mérito Estatal de Investigación 2014 en la Subcategoría de Divulgación y Vinculación El taller comalero de la familia Santamaría Nopaltitla en Tlayacapan, una tradición alfarera que se niega a desaparecer Arqlgo. Raúl Francisco González Quezada Arqlga. Sara Paulina Sánchez Guzmán A unque ninguna ciencia es predictiva, si existe la posibilidad de elucubrar sobre los destinos posibles de algunos procesos sociales. No existe bajo la lógica científica la posibilidad de asegurar que el próximo evento que se suceda en el mundo real tendrá las cualidades que alguna ley ya establecida prediga. Lo que es un hecho, es que una vez efectuado el hecho, en caso que la ley lo hubiera explicado, el nuevo fenómeno se encontraría en cada nuevo caso, corroborado. Y eso es para cualquier hecho, incluso en la Física y así mismo en la Ciencia Social en general. Existen leyes tanto sociales como naturales altamente corroboradas que nos dan la impresión que tienen la capacidad de predecir, pero esto no es así. Tras algunos años de investigación arqueológica en Tlayacapan, sabemos que existió al menos un pequeño horno parcialmente dedicado a la producción a baja escala de artefactos de cerámica, con un fechamiento por radiocarbono que marca la fecha 600 d.n.e. ca., esto es, justamente cuando la gran ciudad como “figura decorativa”, parcialmente producida localmente, pero en mucho mayor proporción derivada de un comercio regional que implica Cuernavaca, Distrito Federal, Oaxaca y Puebla. Los artefactos cerámicos tradicionales emergen respecto a la capacidad creativa a la presión del gusto local y regional desde hace muchas décadas. Artefactos como las cazuelas de cuatro asas son apreciadas regionalmente para la elaboración de grandes cantidades de comida para eventos especiales. El popoxcómitl y ollas especiales para día de muertos aún tienen vigencia dentro de este sistema que no produce para el turismo como meta principal, sino para un mercado más local que encuentra en las redes de comercio morelenses y circunvecinas su causal más inmediato. Sin embargo, el turismo compra figuras decorativas con un gusto urbano y presionan la oferta local, que en vínculo con la necesidad de reproducir sin capacidad ampliada el capital, tienden a aceptar parcialmente el cambio y producir para asegurar recursos que les permitan la recuperación de la fuerza de Teotihuacan había sido invadida por gente que había migrado desde el Bajío y en el valle occidental del actual estado de Morelos se comenzaba a consolidar un nuevo poder hegemónico en Xochicalco. Por ello podemos indicar que la actividad alfarera en Tlayacapan está corroborada al menos desde esta temporalidad. Otros elementos de prueba de la labor alfarera han sido identificados a través de la recuperación de moldes cerámicos para la elaboración de vasijas y figurillas, así como la localización de un entierro en cuyo ajuar se localizó un bruñidor de piedra metamórfica, artefacto asociado ineludiblemente a la actividad alfarera, todo ello asociado a una temporalidad entre el 1000 y el 1100 d.n.e. Aunque no podemos afirmar por el momento si la actividad alfarera ha sido sistemática desde el año 600 d.n.e en Tlayacapan hasta el momento de la invasión española y durante el virreinato, a mediados del siglo XIX se reporta que una de las actividades relevantes de esta comunidad era la alfarería (Rojas 1973). Más adelante en 1885 Cecilio Robelo también indica que una de las actividades industriosas de Tlayacapan, que no encuentran suficiente mercado en lo local y salen a plazas lejanas es la alfarería (Robelo 1885:111) Los efectos del ingreso de la carretera pavimentada y los centros turísticos y habitacionales de Oaxtepec y Cocoyoc hacia la década de 1980, incentivó el turismo de paso en Tlayacapan. A partir de ello se comenzó a transformar la variedad de productos alfareros que anteriormente se reducían a formas asociadas al consumo doméstico coligado a la preparación, contención y presentación de alimentos en el Barrio de Texcalpan como cazos, cazuelas, ollas, sahumadores, jarras y tinajas para el agua; mientras que en Santa Ana se producían las figurillas para el levantamiento del aire, así como otras figurillas con escenas domésticas y candeleros, la mayoría con policromía poscocción. En adelante y con mayor énfasis en los últimos años en que la comunidad ha recibido la denominación de Pueblo Mágico, se ha dado un viraje extraordinario a la venta de artefactos que la comunidad reconoce 681 de trabajo. Los alfareros de Texcalpan casi nunca lo son de tiempo absolutamente completo. Conforman sus ingresos con trabajos temporales o parciales en muchas otras ramas incluyendo la agricultura, la construcción y los servicios. Las redes de solidaridad familiares apuntalan a los talleres alfareros, que si fuera solamente por esa actividad, quizá solamente unos pocos sobrevivirían. El actual patrilinaje de la familia Santamaría en la calle Emilio Carranza del Barrio de Santiago Texcalpan es la única y quizá pudiera convertirse en la última en todo el municipio de Tlayacapan especializada en la producción de comales de barro. El taller comenzó con Pedro Nopaltitla, el bisabuelo; que enseñó el oficio a su hijo Santiago Nopaltitla Flores. De cinco hijos en total que tuvo Santiago, comenzó por adiestrar a su primer hija Lucía, seguida de Maurilia. Años después nacería el varón Bardomiano y dos niñas más, Félix y Guillermina. Lucía practicaría el oficio únicamente durante su juventud temprana, hasta casarse; Félix, en los momentos de necesidad económica familiar; Bardomiano, durante las temporadas de secas, ya que en época de temporal se integraba a las labores del campo; Guillermina jamás trabajaría de nuevo el barro una vez casada. Maurilia trabajará en casa de los padres, se casará y fundará su propio taller, siendo el lugar donde enseñará en primer lugar a su marido Cirilo Santamaría Páez, cuya familia se había dedicado al campo durante generaciones. Del matrimonio Santamaría Nopaltitla, nacerán Lourdes, Graciela, Mario, Elia y Verónica; Todos enseñados en el oficio por su madre Maurilia, entre los 8 y los 10 años de edad. Tres de ellos se alejaron de la tradición por distintas razones. El proceso de formación, fue tal y como lo enseñó en primer lugar el bisabuelo Pedro Nopaltitla; donde los pequeños iniciaron su participación con pequeñas labores. La primer labor consistió en “sacudir” o cernir la arena, pasando a “sacudir” el barro ya mezclado con los tres tipos de arcilla utilizados. Doña Maurilia hacía la preparación del barro y mediante la imitación los hijos elaboraban pequeños comales o “monitas”, en esta parte del proceso se desarrolla la habilidad en la confección del filo del comal, donde “torciendo” el barro, se entrena el movimiento que con la experiencia será mecánicamente elaborado. El pulido y la cocción lo terminaban los adultos y tras vender el producto final, la ganancia de esas piezas era entregada a los hijos a manera de incentivo. Actualmente el taller lo mantienen en funcionamiento Don Cirilo Santamaría, Maurilia Salazar, y como herederas directas y no residuales como marcaba la tradición alfarera de artefactos cerámicos para manejo de alimentos, sus hijas Elia y Verónica Santamaría se mantienen vinculadas al taller-tienda posmaritalmente. Los dos hijos de Elia Luis y Vanesa conocen el oficio y participan asistemáticamente en el mismo, ya que tienen otras ocupaciones, su esposo Alberto, se vincula con el oficio únicamente en el proceso de extracción y preparación del barro. Verónica tiene dos hijos que también conocen el oficio pero aún son muy pequeños para saber si preferirán mantenerse en el oficio alfarero. Don Cirilo Santamaría quien se ha vinculado en todo el proceso productivo e incluso durante años se muestra como el representante e imagen oficial del Taller Santamaría, será pionero y precursor de los comales con esmalte libre de plomo, dejando tajantemente el uso de materiales con plomo; siendo hoy de los primeros talleres en contar con la certificación y el sello físico para las piezas. La familia Santamaría Nopaltitla se enfrenta a la competencia con comales de aluminio y latón (Moctezuma 2010; Peralta 2008), así como a la oferta de comales traídos desde las comunidades de San Bartolo y San Marcos, pertenecientes a Puebla, donde los comales son elaborados en torno y quemados en horno de gas, lo cual a nivel visual se muestran muy atractivos debido a su poco grosor que ofrece la técnica del torno, pero con una expectativa media de vida útil menor a los de Tlayacapan. La labor alfarera en esta familia está atravesada por la identidad, el arraigo, la solidaridad familiar y la organización técnica para un trabajo que cuesta mucho mantener en funcionamiento. Una tradición transmitida durante generaciones, originalmente enseñada de padres a hijos varones, sus últimas dos generaciones darían un giro en la entrega de conocimientos al ser compartidos de padre a hija y de madre a hijas. Manos masculinas se ven involucradas en el proceso de extracción de los tres tipos de barro requeridos para la pieza en cuestión. Localmente son reconocidos como amarillo, negro y cenizo y provienen de bancos locales que se han utilizado a lo largo de los últimos años, al agotarse los anteriores o resultar ya imposible su uso por el tipo de propiedad en que han caído algunos de ellos. Las características de la materia prima básica son muy relevantes, de hecho la combinación de estos tres tipos de arcilla permiten la capacidad de la pieza para ser sometida al fuego sin romperse o fisurarse durante su uso, mientras que para la elaboración de las figuras decorativas solamente se usa un tipo de arcilla. Tradicionalmente, una vez que la materia se encuentra en el taller era molida mediante el uso de “azotadores” que trituraban los terrones de barro, hoy en día se hace uso de un molino biotriturador que fue adaptado para tal uso y con ello se ha ahorrado muchas horas de trabajo que pueden ser utilizadas en otras partes del proceso. Actualmente se están realizando análisis en el Laboratorio de Suelos y Sedimentos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de estos tres tipos de arcillas para determinar sus características y asociaciones con el proceso alfarero, al momento se han identificado vertisoles con pocos domingo 5 de julio de 2015 agregados. Para lograr la plasticidad, soporte y estructura adecuada en el moldeado de las piezas, las mujeres principalmente se ocupan del trabajo de la recolección de la “plumilla”. Se trata de la flor de la planta acuática llamada tule (Thypa domingensis Pers.), que es traído del municipio de Jojutla. Con ello además se evita que la pieza se quiebre durante el secado y distribuye de manera uniforme el calor durante el horneado. Una vez mezclados los tres tipos de barro con la plumilla, se modela una pieza circular aplanada con ayuda de un artefacto que recibe el nombre de “chinchona” o aplanador. El diámetro de mayor producción es aquel conocido como “para estufa”, de 35 cm. de diámetro en promedio. Lo siguiente será colocar la tortilla en el molde, el cual también funciona a manera de un falso torno al ser colocado sobre una dona de hule, esto facilita el giro del molde. La superficie superior se alisa con un canto rodado humedecido en agua para un deslizamiento optimo y se “pellizcará” la orilla para formar finalmente con un movimiento continuo de muñeca el borde. Una vez terminado el moldeado, en el espacio de secado será esparcido en el suelo un puñado de arenilla para evitar la adhesión de la pieza al suelo y yacerá hasta perder el agua necesaria para el paso de horneado. Antes de alcanzar el secado absoluto, la pieza se pule con el uso de un bruñidor de cuarzo, que otorga un lustre homogéneo donde no se adherirá posteriormente la tortilla en su elaboración. En hornos parcialmente cerrados se efectúa la primera quema solamente con leña para lograr el cocimiento de la pieza, en ésta se expone de dos a tres horas a una temperatura de entre 500 a 600°C. Se deja enfriar y se seleccionan las piezas que serán dejadas con acabado “rústico”, es decir, solamente con el pulido, mientras que otras piezas serán sometidas a otra cochura, en esta ocasión cubiertas con esmalte. Las piezas esmaltadas, se cubrirán en su parte superior y serán expuestas a un fuego creado por medio de ocote, generando un calor de entre 600 y 700°C, por un tiempo de entre tres y cuatro horas. Tras dejar enfriar por 24 horas estos últimos, se encontraran listos para la venta. La estrategia del esmaltado tiene la pretensión de su uso no solamente para calentar y cocer, sino también para freír. Sin una decidida sustitución generacional en el proceso productivo de comales, la familia Santamaría Nopaltitla en los últimos años ha implementado diversas acciones que pretenden apuntalar su actividad alfarera. Transformaron su espacio productivo en taller-tienda, sin embargo, la calle Emilio Carranza en esta parte de la comunidad es poco visitada por el turismo y no ha tenido el impacto que se esperaba. Son un caso exitoso de sustitución del engredado con plomo hacia el esmalte y sello oficial físicamente incluido en cada pieza que constata la ausencia de plomo. Elia y Verónica Santamaría han implementado talleres para estudiantes y visitantes en general donde explican el proceso y los participantes pueden elaborar piezas decorativas como ejemplo del oficio alfarero. Últimamente también han pretendido promover una variante de los comales rústicos como lienzo para pintar cuadros que pueden ser colgados y servir de ornato. La alfarería en Tlayacapan es altamente factible que sea un modo de trabajo milenario. Su reiteración se centra tanto en causal de carácter meramente económico desde sociedades cuyos productos tenían valor de intercambio fundamentalmente hasta la actual sociedad capitalista donde los comales son plenamente mercancías. El taller de la familia Santamaría Nopaltitla no ha podido lograr la capacidad ampliada de reproducción de capital con la producción comalera, su existencia se basa en elementos extraeconómicos como el arraigo, la tradición, y la identidad. Los lazos de solidaridad y la ausencia de trabajo asalariado de asistentes ajenos a la familia hacen de este taller una unidad económica de compleja manutención. El taller se mantiene en el proceso de incentivos gubernamentales a la alfarería estatal, el vuelco turístico cada vez más incisivos en el Pueblo Mágico de Tlayacapan, y los pedidos regionales de estos singulares comales con esmalte libre de plomo donde se puede calentar, cocer y también freír. Tal como comenzamos el presente artículo, no podríamos intentar predecir el futuro de la producción de comales en Tlayacapan, pero sí podemos observar que hasta el momento la solidez de este taller es muestra de la contracción alfarera en la producción de estos artefactos y que frente a la cada vez más angustiante competencia de materiales industriales que suplen las funciones del comal, la capacidad creativa, la diversificación de usos y la innovación tecnológica abren una ventana al futuro de este taller en la comunidad alfarera de Tlayacapan. Bibliografía Rojas Rabiela, Teresa 1973 La cerámica contemporánea de Tlayacapan, Morelos, México. Anales de Antropología. Moctezuma Yano, Patricia 2010 El oficio alfarero de Tlayacapan, Morelos: un legado familiar de saberes Técnicos y organizativos. Relaciones. Vol. XXXI, No. 121:227-253. Peralta Delgado, Netzy 2008 Las estrategias técnico-productivas de los artesanos de Tlayacapan Morelos: una realidad cambiante. Tesis de Licenciatura en Antropología Social. UAEM, Cuernavaca. Robelo, Cecilio A. 1885 Distrito de Yautepec. Tlayacapan. Revistas Descriptivas del Estado de Morelos:101-112. 681 domingo 5 de julio de 2015 Exposición térmica en esqueletos prehispánicos Isabel Garza Gómez A l igual que en otras culturas, las poblaciones prehispánicas utilizaban el fuego en diferentes actividades cotidianas, pero además este elemento formaba parte importante de sus ceremonias religiosas entre las que se encontraban los ritos funerarios. El estudio de este tema puede ser abordado a través de fuentes documentales que relatan la filosofía mágicoreligiosa que contemplaba, entre otros aspectos, la creencia de diferentes reinos de los muertos y la relación de éstos con las circunstancias en que acontecía el deceso. Desde esta perspectiva existía una estrecha relación entre la causa que originaba la muerte y el destino final que tendría el ánima del difunto. Debido a que cada reino correspondía al ámbito de diferentes deidades y que éstas tenían el poder para elegir la forma en cada mortal iba a morir, surgió una serie de complejas exequias que garantizaban el tránsito de las ánimas a cada uno de dichos reinos. En la Historia General de las cosas de la Nueva España, Fray Bernardino de Sahagún concede mayor importancia a tres reinos de los muertos. Uno de ellos era el Tlalocan sitio en el que reinaba Tláloc y que estaba destinado para los que fallecían ahogados, fulminados por un rayo o por enfermedades infectocontagiosas. Otro era la Morada del Sol, lugar reservado para los que morían en combate, las mujeres que fallecían durante su primer parto y las víctimas del sacrificio humano, a excepción de los que morían ofrendados a Tláloc, ya que en este caso iban al Tlalocan. Por último estaba el Mictlan, territorio de Mictlantecuhtlli y su mujer Mictlancíhuatl, reino al que iban, sin importar su rango social, los que perecían por enfermedades comunes y naturales. En este contexto, la causa de la muerte estaba íntimamente relacionada con el destino final del ánima del difunto y esta relación determinaba el tipo de rito funerario. Sahagún, cronista del siglo XVI refiere que durante los ritos funerarios el fuego cumplía diferentes funciones, pero que no en todos los casos se exponía el cadáver a este elemento. Por ejemplo, a los difuntos que iban al Tlalocan, entre otras ceremonias, se les vestía con tiras de papel, se Sacrificio humano. Fray Diego Durán Exposición térmica. Códice Florentino les pintaba la frente de color azul y se les cubría el rostro con bledos. Pero el cadáver no se quemaba y la inhumación se hacía en la tierra ya que se consideraba que este ritual era una ofrenda directa a Tláloc, dios del agua y de la tierra. En lo que se refiere a los que iban a la Morada del Sol, Fray Diego Durán en la Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, refiere que en ciertas festividades las víctimas de sacrificio humano eran expuestas sobre las llamas de un brasero de piedra llamado teotecluilly, término que significa fogón divino y al que durante varios días echaban leños para que ardiera con mayor intensidad. Los sacerdotes sostenían de manos y pies a las víctimas para balancearlas sobre la fogata y posteriormente las dejaban sobre el fuego, pero antes de que murieran las retiraban para extraerles el corazón frente a la imagen del dios al que se le dedicaba el ritual. Es pertinente señalar que existían diferentes tipos de sacrificio humano, por ello, en otras festividades desmembraban el cadáver de la víctima con diferentes propósitos, entre los que se encontraba hervir los segmentos óseos para consumirlos durante este ritual religioso que constituía un buen mecanismo para congraciarse con las deidades. Sahagún indica que en los funerales de los que iban al Mictlan se amortajaba al occiso y, entre otros ritos, lo conducían al sitio en el que sería expuesto al fuego, acción que era responsabilidad de dos ancianos, mientras que otros entonaban cantos fúnebres. Durante la exposición térmica del cadáver los ancianos lo movían constantemente con un palo y posteriormente, tomando agua y diciendo lávese el difunto recogían la ceniza, el carbón y los fragmentos de hueso para depositarlos en el interior de una vasija, misma que se enterraba en una fosa que había sido excavada previamente para este fin en la casa del muerto. Por otra parte, el análisis de los esqueletos humanos constituye un testimonio que corrobora la información que aportan las fuentes documentales sobre este tema. Durante el análisis es factible diferenciar el tipo de tratamiento térmico al que estuvieron expuestos los segmentos óseos, debido a que este proceso origina alteraciones morfológicas y estructurales que afectan coloración, tamaño y forma del hueso, características que varían de acuerdo al tiempo y a la temperatura que estuvieron expuestos al fuego. Otros parámetros permiten determinar si las modificaciones que presentan los restos óseos se deben a su exposición al fuego en estado seco o si aún conservaban piel, tejido celular subcutáneo, músculos, tendones, etc. También es posible identificar si los huesos tuvieron una exposición al calor en un medio húmedo, es decir hervidos, en cuyo caso presentan entre otras particularidades una apariencia cristalina. En la colección ósea del Centro INAH Morelos existen evidencias del tratamiento térmico en segmentos óseos prehispánicos. Entre ellos se encuentran los materiales recuperados en las excavaciones arqueológicas realizadas en la cueva de la Chagüera cuyas características indican que fueron quemados a baja temperatura. Otros ejemplos lo constituyen algunos de los restos óseos de Xochicalco que señalan que fueron expuestos a la acción térmica cuando ya habían perdido las partes blandas (piel, músculos, etc.). También se tiene una vasija recuperada en Tepoztlán con huesos quemados y fragmentados en su interior, particularidad que sugiere que se trata de un entierro. 681 domingo 5 de julio de 2015 Desde esta perspectiva se puede concluir que la información que aportan las fuentes históricas y los datos proporcionados por el análisis osteológico son testimonios confiables sobre la costumbre de la exposición al fuego antemortem, peri-mortem o pos-mortem, ya que dependía de las circunstancias en que acontecía la muerte. En lo que se refiere al sacrificio humano es pertinente señalar que esta era una práctica religiosa y que estaba íntimamente relacionada con los mitos de creación que narraban la inmolación voluntaria de los dioses para que al morir se transformaran en los elementos necesarios para la vida del hombre, por ello éstos estaban obligados a retribuirlos a través del culto y del rito. Material óseo de la Cueva de la Chagüera Entierro en vasija de Tepoztlán El artículo “La Red Iberoamerican de Arqueozología (2002-2006). Algunas reflexiones sobre la colaboración científica” publicado en el númeor 680 (Junio 26, 2015) es de la autoría de Eduardo Corona-M. y fue erroneámente atribuido a María de las Mercedes García Besné Calderón. Pedimos disculpas a los lectores asi como a los autores involucrados, por este lamentable error, procederemos a su corrección. / Equipo Editorial El Tlacuache Museo Histórico del Oriente Casa de Morelos Ubicado en un monumento histórico del siglo XVIII, habitado durante la Independencia por el caudillo José María Morelos y Pavón. Según se cree, más tarde fue ocupado por el General Emiliano Zapata como cuartel. Callejon del Castigo Núm. 3 Col. Centro Cuautla, Morelos 01 (735) 3 52 83 31 Admisión general: $39.00 Los días domingo acceso sin costo para nacionales y extranjeros residentes en México. 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