Antonio Rondón Lugo - Sociedad Venezolana de Dermatología

Ocasional
Entrevista: Antonio Rondón Lugo
Entre la pasión por la Dermatología
y el disfrute de lo cotidiano
Jaime Piquero Casals
Editor. E-mail: [email protected]
Hablar con el profesor Antonio Rondón Lugo es descubrir la personalidad humilde de un venezolano cuyos comienzos se asocian con el crecimiento del país; es descubrir la pasión por el trabajo, y por su especialidad médica, la cual ha
ejercido al lado de científicos destacados; es conocer el lado humano de un dermatólogo que ha contribuido con la
formación de nuevos profesionales, sin dejar de lado el amor por su familia, la poesía y por el pueblo que le vio crecer.
Antonio Rondón Lugo, nació en Clarines, pueblo del estado Anzoátegui, el 11
de enero de 1939, de padres humildes y
muy trabajadores. Salvador Rondón, su
papá, era un campesino que sembraba
la tierra a pequeña escala y cultivaba
maíz, algodón, frijoles; tenía varias decenas de reses que ordeñaba y de donde
hacía quesos que bien podía vender o
dejaba para el consumo familiar. Tiempo
después se mudaron al pueblo donde
tenían una pequeña bodega en la que el
joven Antonio ayudaba a la venta.
La madre, que había tenido una infancia de extrema pobreza, sólo había
estudiado hasta sexto grado. Sin embargo, posteriormente
se graduó de maestra normalista, y ejerció su profesión con
gran entrega. Antonio se refiere a ella como una mujer que
“se diferenciaba de todas por su belleza, su cultura, forma de
hablar y escribir”.
Una vez terminados los primeros años de estudio en Clarines, la familia tomó la decisión de que el joven Antonio viajara
a Caracas para continuar su formación en la escuela “República
del Ecuador” en San Martín. Así, llegó a casa de un familiar a
quien debía ayudar en los oficios cotidianos como limpiar el
carro, pulirlo una vez por semana y ser el “niño de mandado”.
Luego regresó a Clarines para culminar el sexto grado.
Sobre sus estudios de bachillerato, Antonio Rondón cuenta
que lo hizo en el Instituto Escuela en La Florida, donde estaba interno; “realmente disfruté y mi mamá me decía que lo
tomara como una pensión donde me divertiría estudiando y
jugando, y así lo hice. Jugaba todos los días voleibol y formé
parte de la selección del colegio, competíamos en los campeonatos distritales y creo que muchas veces ganamos”.
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A la medicina
como voluntario
Su aproximación con la medicina
la tuvo estando en el primer año en el
Instituto, donde a la pregunta “quien
estudiará medicina”, el joven respondió levantando la mano; desde ese
momento comenzó a formar parte de
la Cruz Roja del Instituto donde tenía
funciones en los desfiles que hacían con
frecuencia durante la semana de la patria, además de otros eventos especiales
programados.
Una vez graduado de bachiller se fue
al estado Mérida, por sugerencia de un
tío materno que había estudiado allá. “Estudié dos años, fui
muy feliz, pero tuve que venirme pues a mi madre le habían
diagnosticado un cáncer de mama. Vivía en un apartamento
en Santa Mónica junto a mi abuela y mi hermana. Mi madre
murió a los 46 años. Tiempo después, murió mi abuela”.
En esa época trabajó en el Hipódromo vendiendo boletos, luego comenzó en el Oncológico Luis Razetti como
bachiller una vez a la semana y recibía de pago 300 bolívares
mensuales. Pero más que el dinero, de ese trabajo la mejor
retribución era el aprendizaje que sobre cirugía y oncología
estaba recibiendo. Al tiempo, por cada cuatro noches en
Pariata recibía 400 bolívares, y con 200 bolívares más de una
beca del estado Anzoátegui, pudo vivir en la capital junto a
su hermana.
Ya en 1963, y a pesar de los percances, se graduó con buenas notas, tenía un promedio de 16 puntos. Inmediatamente
concursó y fue seleccionado para hacer el internado rotatorio
en el Hospital Vargas durante un año; al terminar concursó y
quedó ejerciendo la medicina interna.
Dermatología Venezolana. Vol. 45, Nº 4, 2007
Ocasional
Un contrato por dos días a la semana para controlar pacientes
en la leprosería de Cabo Blanco le acercó a los consejos del doctor
Jacinto Convit, quien le sugirió que estudiara Dermatología. Su
negativa inicial fue contrarrestada por su esposa Natilse, quien lo
convenció de que siguiera el consejo del doctor Convit, “y creo
que fue la mejor decisión de mi vida”.
En 1969 terminaba el postgrado con la invitación que previamente le había hecho Jacinto Convit a quedarse como adjunto.
Posteriormente fue jefe de Servicio hasta el año 2000, cuando
salió jubilado.
En la cátedra de Dermatología ingresó primero ad honoren
y luego llegó a ser jefe de Cátedra y Director del postgrado de
Dermatología del Instituto de Biomedicina. “Mi estadía en el
Instituto la he disfrutado al lado de mis colegas, de los alumnos,
muchos de ellos adjuntos del servicio”.
Entorno, influencias y pasiones
Acerca de la formación de los dermatólogos venezolanos y
su analogía con otros países, Antonio Rondón considera que
en Latinoamérica existen buenos estudios de postgrado en
dermatología, con las variantes que incluyen en cada país. “El
postgrado de Biomedicina, que es el que más conozco, es muy
bueno, bien completo y exigente. Tiene mucho trabajo asistencial
y ofrece numerosas herramientas para investigación, es a tiempo
exclusivo de 8 de la mañana a 5 de la tarde, horario que muchas
veces se extiende”.
“En Latinoamérica son referencias los postgrados de México
DF y Guadalajara; en Brasil el del Hospital Das Clínicas, Santa Casa
Rio de Janeiro; en Argentina el de Buenos Aires y en Guayaquil
hay dos postgrados muy buenos”.
Satisfactoria y gratificante son los adjetivos que Rondón
utiliza para describir la experiencia vivida durante años al frente
del post grado y de la jefatura de servicio; “cada día los alumnos
son mejores y le obligan a uno a estudiar, lo disfruté mucho y le
dediqué bastante tiempo”.
En la lista de personas que han tenido influencia en su formación profesional figuran los nombres de Otto Lima Gómez
y Estela Hernández, en medicina interna; Jacinto Convit, Víctor
Suprani, en Dermatología. Además, reconoce haber aprendido
de Mauricio Goihman, J. J. Henríquez, Eva Koves, María Cecilia de
Albornoz, Marian Urlich, Rodríguez Garcilazo, J. M. Soto; también
ha disfrutado y aprendido de sus colegas Nacarid Aranzazu,
Jaime Piquero Martín, Ricardo Pérez Alfonzo, Marina Chopite,
Margarita Oliver, Félix Tapia, Eduardo Weiss, Erika Páez, Wiliam
Vázquez, Héctor Vielma, Olga Zerpa; sin dejar de mencionar a
la nueva generación donde están Javier Ortega, Daniel Sesto,
Carmen Kanee, Susana Misticone, Lucibel Crespo. “Pero he disfrutado y aprendido con todos los alumnos del postgrado, nos
encontramos en congresos y en jornadas dermatológicas que
realizamos en Clarines anualmente”.
Algunos de los temas que más le ocupan son la leishmaniasis,
los trastornos del cabello y las diferentes formas de fototerapia,
los cuales complementan su formación como dermatólogo. La
Dermatología Venezolana. Vol. 45, Nº 4, 2007
experiencia de trabajar en el Instituto de Biomedicina, donde es
obligatorio hacerlo en enfermedades como lepra y Leishmaniasis,
lo llevó a estar al lado de Jacinto Convit, evaluando pacientes, y
luego, por muchos años, en la consulta y trabajo de campo.
Las enfermedades de las uñas son temas que también
desarrolla, así como las patologías del pelo, las alopecias, y la
fotobiología, principalmente en fotoeducación y fotoprotección
donde existe una Sociedad Latinoamericana de Fotobiología de
la cual es miembro fundador.
Además, está la dermatología clínica, la cual describe como
“fascinante”, e incluye también otro campo que estudia con
vehemencia como es la Bioética.
La evolución de la investigación, su consecuente repercusión
en los medicamentos que han revolucionado la terapéutica
en dermatología merecen especial mención de Rondón Lugo,
quien además considera que los esteroides tanto tópicos como
sistémicos, los antibióticos, antimicóticos tópicos y sistémicos,
han evolucionado, así como la ivermectina.“Pienso que vendrán
nuevas terapias genéticas, biológicas que revolucionarán la medicina, sin obviar procedimientos como la fototerapia o el Láser”.
A futuro espera seguir estudiando y aprendiendo; se siente
complacido de haber publicado una decena de libros de dermatología, además de haber estado en la presidencia de la Sociedad
Venezolana de Dermatología durante tres periodos.
Casado con Natilse, destacada economista, luego dedicada
a la crianza de sus cuatro hijos, asegura sentirse apoyado por
su esposa, “me orientaba en mi formación, revisaba mis conferencias”.
Por ser un prolífico médico, dedicado a su profesión y con
gran pasión por el trabajo, pareciera que no tuviera espacio para
cultivar otras pasiones. Sin embargo, la poesía y el deporte tienen
lugar en su agenda, pues está convencido de que “el tiempo se
puede programar y para cada actividad se reserva un periodo:
un tercio para descansar y comer, un tercio para trabajar como
si nunca nos vamos a morir, y el otro tercio para disfrutar como
si vamos a morir al día siguiente. La poesía la cultivo desde muy
pequeño, muchos poemas se me perdieron en el tiempo; de
los deportes practiqué el jogging y ahora retomé las caminatas;
hice kárate hasta hace ocho años; y de la música me gusta tocar
sinfonía y de vez en cuando acordeón, es algo placentero, por lo
menos para mí, no sé si para los que me escuchan”.
Sigue visitando con frecuencia su pueblo natal, Clarines,
donde pasa las horas disfrutando en una pequeña hacienda
que era propiedad de su papá. “Voy con mi esposa, mis hijos, mi
nieto y mis amigos”.
Más que los premios, reconocimientos y el sin número de
aportes que ha dado a la dermatología venezolana, Antonio
Rondón Lugo quisiera que lo recordaran tal como es: una persona
sencilla, amante de su profesión, de su familia que disfruta de las
satisfacciones que la ha dado la vida.
Para conocer más acerca del doctor Antonio Rondón Lugo,
es posible visitar su blog: http://antoniorondonlugo.com/
blog/?page_id=4
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