Gi - Dr. Mendoza Ladrón de Guevara

Nico Mendoza
Alberto Salamanca
Paloma Lobo
Ginecología para hombres
2011
© Nico Mendoza, Alberto Salamanca y Paloma Lobo, 2011
© Arcopress, s.l., 2011
Primera edición: septiembre de 2011.
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático,
ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya
sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros
métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares
del copyright.»
Colección Personas y Vida
Editorial Arcopress
Director editorial: Javier Ortega
Corrección y maquetación de Pablo Novo
www.arcopress.com
[email protected] - [email protected]
Imprime: Gráficas La Paz
ISBN: 978-84-96632-71-4
Depósito Legal: J-1251–11
Hecho e impreso en España - Made and printed in Spain
A modo de introducción:
la historia de una gestación
Ahora no lo recuerdo muy bien. Quién sabe si debido a una incipiente
demencia o a la memoria obnubilada porque el horizonte desde la mesa
donde escribo no viró de gris en todo el año pasado. Debió ser por
uno de los meses lluviosos de aquel melancólico invierno. Como decía,
el agua no nos dio tregua en ninguno de los noventa días que duró
la estación. Tampoco atiendo al porqué: las ideas se me apilan a veces
sin orden, concierto ni parrilla de salida. El caso es que el impulso se
presentó de golpe y porrazo, haciendo honor a su nombre; y valga la
redundancia, con nombre (y apellido): Ginecología para hombres.
Alberto se subió al barco una tarde menos lluviosa de primavera
recién nacida. Acababa de presentar un gran libro en la editorial que
administra la Universidad de Granada rodeado del calor de quienes más
le quieren y admiran. Multitud. La Tana, que es como se llama nuestro
bar preferido, es también ahora el preludio, el reflejo condicionado a
algo excelente que se avecina. Porque esa tarde no pude dejar de leer
Un gusano en la manzana, el libro que acababa de presentar. Dicen los
yonquis, al menos lo cuenta Borroughs, que lo que más les pone del
chute de heroína es la visión de la orquídea roja, la respuesta anticipatoria
con la caprichosa forma de la sangre al entrar en el émbolo de la jeringa
segundos antes del ansiado subidón. La Tana es mi orquídea roja.
Como digo, esa tarde, mientras nos bebíamos unas cervezas al arrullo
de la calle Navas, entendimos a la vez que el título del libro no sólo no era
el adecuado, sino que necesitaríamos de la salvaguardia de una mujer
para este empeño. Propusimos al unísono a Paloma. Mujer y Ginecóloga
con mayúsculas. Ahora pretendemos sintonizar juntos nuestra música al
estilo Tribalistas, un trío mixto de música brasileña, herederos del pop
psicodélico de los tropicalistas.
Con mucha música por delante, perseguimos por un tiempo un título
adecuado. Como un embarazo donde los padres pujan por el nombre
del futuro bebé. Lo único que sabíamos desde el principio es que iba a
ser niño. Es cierto que nuestra vecina de cabecera nos ha advertido que
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mejor será esperar al parto para pintar el dormitorio de azul. Ya se sabe:
los ginecólogos se equivocan mucho cuando hacen las ecografías.
En definitiva, el impulso ya tenía algo parecido a un nombre. Tenemos
el qué. Otros asuntos metafísicos se fueron resolviendo de inmediato en
nuestra trigamia. Por ejemplo con el cuándo: un año está bien, contestamos por aclamación. Del por qué y dónde no tenemos interés en responder
a sus razones. La enorme duda se alojó durante semanas en el cómo, de ahí
vinieron las consultas y respuestas a través del correo electrónico.
Pensamos que una buena idea sería enviar una sugerencia a nuestros
amigos. Escogimos sólo a los que teníamos fichados en las carpetas de
contactos del correo electrónico, excluyendo al principio a los que son
médicos (algunos de ellos confesaron su analfabetismo en cuestiones
femeninas y se sumaron también a la fiesta). La primera epístola rezaba:
Querido amigo,
Este correo es para pedirte un favor y a la vez hacerte partícipe
de un proyecto que tenemos en mente: Quiero escribir un libro,
mitad científico, mitad social, y si es posible que resulte divertido
e interesante para un público no médico. Se va llamar Ginecología
para hombres, una guía de ayuda para entender a las mujeres. En
mayúsculas dejamos esa palabra utópica en el universo masculino.
Colaborarán conmigo Paloma Lobo y Alberto Salamanca, ginecólogos y amigos a los que se les da de escándalo la escritura. Pero
necesitamos un guión para ordenar los capítulos, por eso he pensado
primero en hacer una encuesta entre vosotros, ilustres ignorantes
varones, sobre aquellos temas relacionados con la mujer que puedan
ser de vuestro interés.
Así que te pido ese gran favor: señálame qué es lo que te gustaría
que te contáramos. Vale todo. Y si me enumeras más de uno mejor,
porque los más demandados me imagino que serán relativos al sexo.
¡Así somos!
Muchas gracias de antemano. Espero que esto acabe dentro de un
año en los escaparates de las librerías y que tu nombre figure en los
agradecimientos
Un fuerte abrazo.
Las respuestas nos llevaron a considerar la introducción de un
capítulo llamado Todo lo que quiso saber sobre la mujer y nunca se atrevió a
preguntarlo. Las dudas de los hombres se articulan en torno al síndrome
premenstrual y las reglas («¿Existe el síndrome premenstrual o es pura
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mala leche del cónyuge?»), el embarazo («¿Por qué el marido pasa a un
segundo plano cuando las mujeres tienen hijos?») y la anticoncepción
y las hormonas (la píldora anticonceptiva, el poder de los estrógenos,
etc.).
Se entenderá que debíamos variar las coordenadas del rumbo por el
que tendría que navegar nuestro barco. Quizá escribir sobre algo relativo a las Mujeres sólo les interese a ellas. Por eso, volví a contactar con mi
agenda del correo electrónico y envié un escrito a mis queridas amigas
(excluyendo ginecólogas):
Querida amiga,
Este correo es para pedirte un favor y a la vez hacerte partícipe de
un proyecto que tengo en mente:
Quiero escribir un libro mitad científico, mitad social, y si es posible que resulte divertido e interesante para un público no médico.
Se va llamar algo así como Manual de Ginecología para hombres, guía de
ayuda para entender a las mujeres.
Colaborarán conmigo Paloma Lobo y Alberto Salamanca, ginecólogos y amigos a los que se les da de escándalo la escritura. Pero
necesito tener un guión para ordenar los capítulos. Como mis ilustres ignorantes varones sólo me han solicitado lo que ya suponéis, os
reclamo vuestra ayuda.
Per favor, señálame qué es lo que te gustaría que les contáramos
a los chicos. Vale todo. Y si me enumeras más de uno mejor, sé que a
ellos lo único que les interesa es el sexo. ¡Así somos!
Muchas gracias de antemano. Espero que esto acabe dentro de un
año en los escaparates de las librerías y que tu nombre figure en los
agradecimientos
Un beso.
Las sugerencias que tan dulce y abiertamente me hicieron las chicas
esclarecieron lo que ellas quieren que los hombres sepan sobre el
síndrome premenstrual —El Tema—, el embarazo, la anticoncepción,
las enfermedades (en general), el sexo (seguro) y la sexualidad y sobre
la menopausia.
Por si todavía hay quienes crean que existen cerebros y cerebras, una
amiga nos llama al orden y avisa del nulo interés generalizado (hombres
y mujeres a la par) por las «cuestiones menores», así llama ella a los
temas de reglas, menopausia, embarazos u hormonas: «¡Dejaos de cuestiones menores, id al grano!: ¡sexo!».
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~1~
Al final de las lágrimas.
La esterilidad es cosa de dos
La reproducción es un fenómeno inherente al ser vivo. Parece un regalo
inagotable de la Naturaleza, pero como ocurre con el agua, es un bien
efímero en el que sólo pensamos cuando falta. Podemos entender su
fragilidad en tanto requiere de la integridad anatómica y funcional
de todas las estructuras encargadas de la formación y encuentro de
los gametos femeninos y masculinos, del óvulo y los espermatozoides.
Aparte de aludir a la sutileza de la fertilidad, vislumbramos por qué
es cosa de dos. Pero además, este equilibrio natural acentúa su finura
conforme se progresa en la evolución, por eso, aun cuando la forma en
cómo nos reproducimos deriva de la que usan los mamíferos, existen
singulares diferencias con todos ellos, sobre todo en la mujer.
Veamos por dónde se dibujan estas diferencias de sexo: excluyendo al
cerebro, la principal distinción la encontramos en el ovario, no sólo en la
formación o mimo que presta al crecimiento de sus óvulos, sino también
a los productos hormonales que conquistan el torrente sanguíneo sosteniendo interesantes relaciones con otras glándulas endocrinas. Siendo
sin duda desafiantes y adelantando una tesis de definición comprometida, parece que la función endocrino-reproductiva de la mujer está un
paso evolutivo por delante de la del varón. Es cierto que al defender
esta idea nos podamos echar de enemigos a la horda más integrista del
machismo, pero no deja de ser verdad que el entramado hormonal de la
mujer es mucho más complejo y fascinante que el masculino. Al menos
así nos lo parece a quienes nos dedicamos a su estudio.
Existen otras complejidades en todo tipo de materia, ya sea reproductiva o no, que marcan diferencias, no sólo con el resto de los seres
vivos, sino también entre nuestros dos sexos. Evidentemente se centran
en el cerebro, la segunda entidad más compleja del universo, sólo por
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detrás del propio universo. Y aunque nuestra propuesta no sea más que
un proyecto de acercar la ginecología a los hombres, no podemos resistirnos al interés común de los que dedican sus esfuerzos intelectivos al
análisis de las diferencias entre los cerebros de uno y otro sexo. Abundan los que intentan sobreponer uno sobre otro (muchos anteponiendo
desafortunados criterios de género), pero dependiendo de su condición
técnica y, por supuesto, de su sexo, es difícil cuantificar si una estructura
infinitamente compleja como es el cerebro femenino, lo es más que una
estructura infinitamente compleja como es el cerebro masculino. Por
eso, quien se atreva a postularlo como hipótesis empleando la metodología adecuada, no conseguirá demostrarlo. Como tampoco lo alcanzará
quien pretenda lo contrario.
A lo largo de esta obra volveremos de forma recurrente a enfrentarnos a las diferencias cerebrales entre sexos que marcan la percepción y
el entendimiento de los fenómenos de la naturaleza y de la vida social,
pero la cuestión que aquí subyace será la fertilidad, quizá el proceso más
paradigmáticamente bisexual de la Biología.
Descubrámoslo desde la perspectiva de su ausencia: la esterilidad es
un término genérico que alude a los problemas que merman la fertilidad, un padecimiento que bajo el punto de vista de la Epidemiología se
considera relevante por su frecuencia. Puede que al profundizar en este
apunte cuantitativo seamos capaces de apreciar su verdadero grado de
repercusión, a veces los números cantan más que otras propuestas. Por
ejemplo, se calcula que la esterilidad afecta a unos 70 u 80 millones de
parejas en todo el mundo, que un 15% de las que viven en los países
occidentales consultarán alguna vez por ello, y que en estas sociedades
más avanzadas existe un colectivo creciente de hombres y mujeres que
ya tuvieron un hijo con una anterior relación y quieren repetir con la
actual. Además, la mayoría de los expertos coinciden en augurar un
aumento de la esterilidad para los próximos años, algo sin precedentes
en nuestra Historia. Y es que manteniendo la misma línea contradictoria que imprime la conducta humana, ya conviven los problemas del
control demográfico (con mayor intensidad en las zonas pobres del
globo terráqueo) con los de la dificultad para conseguir el embarazo
(con mayor intensidad en las regiones ricas del mismo planeta).
Parece que en el epicentro de este segundo seísmo prima un punto
netamente cultural: el aplazamiento en el deseo genésico. Profundizando
en estas cuestiones de conducta, aparte de las meras razones particulares
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que abriguen esta decisión, prevalecen otras cuestiones laborales, sociales
y económicas. Con probabilidad, la crisis mundial de la que somos ahora
testigos acelerará por esos mecanismos las previsiones de los expertos
para el aumento de la esterilidad en todo nuestro cosmos civilizado.
Aproximación a la esterilidad
como fenómeno de parejas
No cabe duda de que para la mayoría de la gente, da igual su procedencia
geográfica, su condición social o su impregnación cultural o religiosa,
tener hijos es inmensamente importante. A la inversa, la incapacidad de
procrear se convierte en un problema tan considerable como la propia
supervivencia. Mas nuestra propuesta, tan racional como razonable, es
la de acercar al varón alfabeto de la especie Homo Sapiens a la dimensión
psicológica (¿humana?) de este infortunio. Aceptar la esterilidad como
un problema de dos es algo que, por desgracia, sólo se ha conseguido
en los rincones de nuestro mundo menos afectados por la pobreza o el
integrismo religioso. Lo que constituye un logro alcanzado ayer mismo,
aún encuentra resistencia en gran parte de los habitantes de esas zonas
privilegiadas, indiscutiblemente los que portan un cromosoma Y en sus
células nucleadas. Nada nos sorprende que a quien se estudie, a quien
se trate, a quien se mida su impacto emocional, en definitiva a quien le
duela la esterilidad, sea sólo a la mujer.
Ningún país de nuestro entorno pudiente ha alcanzado cotas de igualdad entre sexos que supere la simple «tolerancia a la mujer», un estadio
que ha costado un gran esfuerzo histórico pero insuficiente aún para
amplios sectores del Feminismo. Quienes nos dedicamos por estudio y
profesión a las mujeres somos testigos de ello. Sin ir más lejos, muchos
varones, da igual su color de piel, su inclinación sexual o su credo, se
escudan en el instinto de la maternidad para seguir defendiendo las
diferencias de género (que no de sexo) y proclamar su superioridad
biológica. Aunque dicen los psicólogos que quien vive un problema sufre
por él. Por eso, en tanto la dimensión psicológica no sabe de sexo, como
no sabe de ingresos económicos, la esterilidad no perdona a hombres ni
a mujeres, como no perdona a ricos ni a pobres.
¿Dónde queremos llegar? A dejar evidencia de que la paternidad
también existe, y a advertir que quien se ve mermado de ella también
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sufre. Apuntábamos en la introducción que en el trasfondo del aumento
(presente y futuro) de la esterilidad se esgrime como causa principal
el retraso del propio deseo genésico. Este es un hecho innegable, por
encima incluso de otros procesos patológicos, que se fundamenta en
un aumento de la edad de la mujer que quiere quedarse embarazada.
En términos biológicos, viene a significar que a más años cumplidos,
menor cantidad y calidad de sus óvulos, esto es, menor facultad fértil.
Sin embargo, para ser enteramente ciertos y defender una tesis que no
nos devuelva a la batalla entre sexos, no es el único factor, puede que ni
siquiera el más importante. Nos olvidamos del deterioro de la calidad
espermática observado en las últimas décadas como consecuencia de
las condiciones ambientales y hábitos que nosotros mismos, como especie, hemos creado. Parece que las jóvenes generaciones tienen menos
capacidad fértil por culpa de las sustancias químicas liberadas al medio
ambiente durante la segunda mitad del siglo xx. En definitiva, no perdamos la referencia del título que hemos escogido para este capítulo: lo
que es manifiesto, insistimos, es que la esterilidad es cosa de dos.
Para ilustrar este tema hemos tomado la historia de una pareja cualquiera con problemas de fertilidad. Pedro y Marta son nombres ficticios
cuyas desventuras reproductivas son comunes a muchos de nuestros
pacientes. De hecho, alguno de los lectores podrá identificarse con
ellos, sobre todo los que se hayan dirigido directamente aquí.
Con todo, hemos preferido evitar una disertación sobre la anatomía y
la fisiología de la reproducción humana. Para otros matices técnicos de
su epidemiología, su diagnóstico o su tratamiento recurriremos a esquematizados consejos y datos sencillos. Preferentemente, nos centraremos
en sus aspectos más emocionales por cuanto son los que otorgan a esta
entidad su carácter distintivo y distinto. La esterilidad tiene su origen
en trastornos diversos, pero el tránsito de una pareja por el pantanoso
mundo de sus diagnósticos y tratamientos conlleva un caro peaje
emocional que afecta (desigualmente) a los dos. Angustia y frustración
son sentimientos que afloran nada más tomada la decisión de enfrentarse a este padecimiento, agigantarán por los aderezos socioculturales
que la acompañan y estallarán de mil maneras cuando se sometan a sus
peculiares maneras de tratarse.
—¿Cuánto tiempo llevan buscando el embarazo?
—¡16 meses! —contestó Marta con meridiana certeza.
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La aprobación de su marido con la mirada bastó a la doctora Gómez
para sacar dos conclusiones: primera, para la pareja que tenía enfrente
este problema era cosa de dos; y segunda, —como casi siempre— tenía
claro quién empezaba llevando la voz cantante.
—Habríamos llegado antes si no es por la demora administrativa: por
algún escondido interés de protocolo tuvimos que pedir cita al médico
de familia, y éste nos derivó a la ginecóloga del ambulatorio después.
¡Nos están haciendo perder demasiado tiempo y yo ya tengo mis años!
—volvió a recriminar ella.
—¡Tienes sólo 31 años! —la intentó tranquilizar la doctora
—Bueno, dentro de un mes cumpliré los 32. He leído que el momento
crítico se sitúa sobre los 35 y prefiero intentarlo cuanto antes. ¡No quiero
que se me pase el arroz! —a la vez que pronunciaba esta frase aborreció
Marta su inesperado uso.
—¿Quién te ha dicho a ti que se te va a pasar el arroz? —preguntó
la doctora intuyendo un origen de escalera de vecinos o de rincón de
Tuenti en tan horrenda expresión.
—A mi hermana tuvieron que darle unas pastillas de hormonas
porque ya casi se le pasaba el suyo —fueron las primeras palabras de
Pedro, confirmando el juicio clínico de la especialista—. Y está así de
gorda por culpa de ese médico que se las recetó.
—¡Sí, pero tu hermana está así de ancha por cuánto come, que
parece que no te das cuenta! ¡Pronto alcanzará las dimensiones de tu
otra hermana! —le advirtió ella.
—¿Les han hecho algunas pruebas? —cortó la especialista los repentinos reproches dietéticos y arroceros de la pareja.
—Sí, a mí me han dicho que todo está bien.
—Ya, pero dice Bernarda que no te han hecho todavía ningún análisis
hormonal.
—¿Quién es Bernarda? —inquirió con esmerada curiosidad la especialista, recelando de la más que probable recomendación de una
«hermana o vecina de cabecera».
—Es su otra hermana, doctora. Esa sabe más Medicina que nadie en
su barrio. Es adicta a los programas de salud y a las enciclopedias médicas que regalan con las revistas del corazón. Ya podía emplear sus conocimientos en mantenerse a dieta y hacerlo con su madre y su hermana.
—Bueno, ya veremos si hace falta pedir algún análisis de hormonas
—volvió a intervenir la médica—, pero el hecho de menstruar no excluye
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otros factores en la mujer… ¿y seminograma? —preguntó dirigiendo la
mirada al varón.
—No, nos dijeron que tenía que pedirlo un especialista, por eso estamos aquí.
—¿Alguna enfermedad, Pedro?
—No que yo sepa, las de niño.
—¿Operaciones quirúrgicas? ¿Alergias a algún medicamento?
El paciente negó con la cabeza.
—¿En qué trabaja?
—Soy ingeniero de caminos.
—¿Inhala o tiene contacto con sustancias químicas o metales?
—Creo que no —respondió con incredulidad.
—¿Fuma? ¿Bebe? ¿Alguna droga?
Tras un largo silencio, Pedro se sonrojó y acabó confesando su Gran
Pecado: le dio varias caladas a un porro cuando estaba en la facultad, en
un concierto de despedida de Los Rodríguez en Las Ventas.
Marta esbozó un gesto de deshonra, algunas veces su marido se
comportaba como el niño chico de su casa y tenía salidas así de pueriles.
—¡No le digas nada de esto a mi madre! —dijo suspirando con
profundidad cuando percibió que la doctora no alumbró gestos de
desaprobación ni apuntó nada en la casilla de hábitos tóxicos.
—¡De momento vamos a dejarlo aquí! Hacemos ese seminograma y
dependiendo de su resultado, o seguimos investigando a Marta, o bien
les propongo algún tratamiento —fueron sus últimas palabras.
Recuerda que
• La oms define enfermedad como «cualquier desviación o interrupción de una estructura o función de parte, órgano o sistema o combinación de ellos dentro del organismo, que se caracteriza por un
conjunto de signos o síntomas cuya etiología, patología y pronóstico
pueden ser conocidos o desconocidos». Esterilidad e Infertilidad se
consideran como enfermedades
• Aproximadamente el 15% de la población en edad fértil buscará en
algún momento de su vida en pareja consejo o ayuda médica. En la
actualidad asistimos a un crecimiento de este porcentaje debido a una
serie de circunstancias sociales y ambientales que han hecho que se
retrase la planificación familiar y empeore la calidad reproductiva.
• A no ser que existan razones previas que lo indiquen antes, en una
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pareja que lleva más de un año buscando embarazo, se deben iniciar las
pruebas para diagnosticar su causa y proponer medidas terapéuticas.
El estudio puede adelantarse cuando la mujer tenga más de 35 años
o exista una historia de alteraciones del ritmo menstrual o el antecedente o sospecha de patología uterina, tubárica o de endometriosis.
El estudio consistirá en la realización de una historia clínica completa,
una historia menstrual, un examen general, un consejo preconcepcional y un asesoramiento coital.
El examen debe hacerse a los dos miembros de la pareja.
Durante el tiempo que dure el estudio de esterilidad se deben tener
en cuenta medidas costo-efectivas, lo menos invasivas posibles y de
acuerdo con el deseo de los dos miembros de la pareja. El ejemplo lo
tenemos en la histerosalpingografía, una prueba dolorosa innecesaria
cuando la causa es masculina.
Las causas de esterilidad son variadas y, en gran proporción, múltiples. Esto implica casi siempre a los dos miembros de una pareja.
Un paseo por el lado salvaje de
los diagnósticos de esterilidad
Pedro y Marta se habían conocido en tercero de Ingeniería. Compartían aula, pero él había pasado desapercibido durante los dos primeros
cursos. A ella le gusta recordar cómo la ayudó en un examen de Estructuras y cómo quedó enamorada de sus maneras dulces y su facilidad
docente. También trae a su memoria lo fácil que fue convencerlo para
que la acompañase en sus salidas vespertinas a patinar por el campus.
En los descansos, Pedro y Marta no hablaban de Ingeniería sino de los
senderos de Navacerrada, de las playas del Algarve y de los bares de
copas de Malasaña. También habían coleccionado cromos de Monstruos,
habían visto La Bola de Cristal y los dos adoraban el cine de Kubrick.
En una ciudad tan extensa y heterogénea como Madrid resultaba
extraño que coincidieran en tantas cosas. Aunque los dos habían
crecido con la música indie de los primeros Dover o los Planetas. Marta
ahora idolatraba a Aretha Franklin. No es propio de su edad, pero la
consideraba como la auténtica reina del soul y la reconocía en divas del
momento como Celine Dion o Mariah Carey. Lady Soul fue el primer
regalo de Pedro, nunca le preguntó por qué había elegido precisamente
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ese disco, pero le gustó su dedicatoria Good to me as I am to you, igual que
una de las canciones del álbum que a él le encanta porque toca Eric
Clapton. Desde hacía 16 meses su canción fetiche era Natural Woman, la
que ambientaba sus refugios sentimentales y desde que se notó incapaz
para el embarazo, se convirtió en la banda sonora de sus noches y de sus
ratos de incomprensión, enfado o duda.
Sentarse de nuevo con la especialista en reproducción humana para
conocer el resultado del seminograma les llevaría a nuestros protagonistas algo más de un mes. Durante ese tiempo, serían inevitables los autorreproches de Pedro por sus caladas al porro al son de Aquí no podemos
hacerlo, y por no seguir las recomendaciones higiénico-dietético-moralistas de sus hermanas mayores Bárbara y Bernarda. En su fuero interno, la
mera posibilidad de que no tener descendencia fuese culpa suya atacaba
a la yugular de su virilidad. Por eso, su primera reacción fue la de aislarse,
aunque no pudo soportar contarlo a la familia y una de sus hermanas
dejó abierta de par en par la puerta para limpiar su sentimiento de culpa:
si sus espermatozoides no daban la talla podría justificarlo por la insana
alimentación macrobiótica que le había acostumbrado a tomar su mujer
y la prohibición expresa de los saludables fritos y potajes maternos.
Ya empezamos a vislumbrar las primeras grietas en la consistente relación de nuestra pareja, asentada desde Estructuras de tercero. De hecho,
es fácil que la esterilidad se conciba como un fracaso de pareja a pesar
de que los que la tratamos insistamos en ello. Entre dos que de repente
se descubren extraños afloran unos sentimientos de desorganización y
desesperanza que les confunden. No obstante, la forma en que se afronta
la esterilidad diferencia también a hombres de mujeres: los primeros
frecuentemente creen que se afecta su virilidad, y se (auto)flagelan con
pesares de culpa, rechazo e ira. En la diana varonil se dibuja la figura
de la mujer (muchas veces la del médico también) y con una escandalosa frecuencia, las emociones se esconden (hasta que estallan). Son
por cultura, que no por naturaleza, los más reacios al consejo y al apoyo
psicológico.
La mujer, por otra parte, es más sensible a la depresión y a la angustia,
males que condicionan su respuesta a los tratamientos y que interfieren en la percepción del dolor físico. Quizá porque cohabita con él y lo
impregna de mayores ingredientes emocionales. En la esterilidad, ella
es la que se somete a las pruebas y a los tratamientos, algunos de ellos
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dolorosos. Puestos a hablar de dolor, su mayor resistencia al dolor es otro
dato más para fortalecer la lista de argumentos que derrumban la cretina
hipótesis de que el femenino es el sexo débil.
En cuanto al impacto psicológico en sí, en esterilidad uno más uno no
es igual a dos. Existen otros sentimientos que asoman como consecuencia
de padecer un trastorno de pareja y que no se esconden en la melancolía y
la autoflagelación: el remordimiento y la duda, por ejemplo, se encienden
cuando son dos los que lo padecen, incrementan la tensión ya acumulada e intensifican la búsqueda de culpables por donde los haya. No es de
extrañar que tiemblen los cimientos de su relación y la onda expansiva
salpique a quienes habitan en su círculo íntimo. Hasta cierto grado, en
estos momentos puede ser importante la ayuda que venga de ese entorno.
Pues bien, parte del entorno de nuestro ejemplo no estaba, precisamente, ayudando. Pedro tiene dos hermanas mucho más mayores que
él. Eran adolescentes cuando él nació, así que Pedrito, como siempre
lo han llamado, es Su Niño. Ni que decir tiene que nunca aprobaron
su noviazgo con Marta, de espíritu indómito, demasiado delgada y
dispuesta para la idea que ellas habían engordado durante años de
cómo tendría que ser su cuñada. Ciertamente, cualquiera que osara
llevarse a Su Niño ya sería, por ese mero hecho, inscrita en su carpeta de
«lagartonas de tres al cuarto». Pero ésta, además tuvo la temeridad de
ponerlo a dieta de productos hipercalóricos y saturadamente grasos y de
llevárselo a vivir lo más lejos de Aluche. Lo último, lo inaceptablemente
irracional, fueron sus nocivas intenciones de hacerlo padre.
—¡Tan chico! —suspiraba Bárbara entre croquetas y patatas fritas.
Aunque sin ser tan obsesiva como sus cuñadas la habían tildado, Marta
no es ceremoniosa ni se rinde a las exigencias sociales, pero le incomoda
no planificar los momentos importantes de su vida. La dimensión de su
familia es uno de ellos. No nos extraña que una persona así sea víctima
fácil de la chismología y la rapiña de cualquier plumaje:
—¡A lo mejor es por culpa de vuestro hermano! —recordaba con
sorna Bárbara, aún masticando croquetas, en unas palabras que nunca
salieron de la boca de Marta.
—Pero, ¿qué se cree esa lagartona? ¿Nuestro niño un nenuco?
—contestó la abominable Bernarda. Pues si Pedrito está nenuco será por
lo flaco que lo ha dejado con esas dietas «saludables» —volvió a insistir
la ancha hermana.
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Mientras tanto, en otra conversación paralela, al otro lado de la
ciudad, separados una veintena de paradas de metro, casi cien semáforos y la imposibilidad física de hallar aparcamiento, en un castillo de
reducidas dimensiones pero protegido del allanamiento de las hordas
de Bárbaras y Bernardas:
—Mañana es el cumpleaños de Barbarita, me ha dicho mi hermana
que no podemos faltar como hicimos con el de Bernardita.
—Estábamos en Nueva York y te llamó para regañarte por estar allí en
vez de dejarte cebar en una de sus celebraciones. Además, encuentran
cualquier excusa para reunirse en torno a una tarta de merengue. ¡Qué
les pone! ¡Cumpleaños, santos, las notas del colegio, las medallas en
lanzamiento de martillo! ¡Ya podían apuntarlas a otro deporte que las
ayudara a bajar de peso!
—Esta vez no tenemos excusa.
—Pues no tengo ningunas ganas de ver a tus sobrinas ni a ningún otro
niño. No sé lo que me pasa pero no los soporto. Menos mal que ninguna
de mis amigas se ha planteado tener hijos todavía. Mejor que vayas tú,
eres su tito.
—Pues me ha preguntado por ti, que si viste anoche el programa
sobre el embarazo que emitió Tele 5.
—¡Mira Pedro, te pido por favor que no les contestes más! ¡Ya lo
hemos hablado! No puedo vivir con la presión diaria de que me pregunten si ya estoy embarazada, si ya me he tomado esas pastillas de ácido
fólico, si me he leído el dominical tal o he oído lo que recomienda la
locutora cual. Al principio les parecía una barbaridad que tuviésemos
un niño viviendo en esta casa tan pequeña y tan lejos de ellas. Ahora
resulta que las que anhelan un Pedritito son ellas. ¡Bastante incertidumbre y tormento tengo yo ya desde que queremos tener un hijo para que
encima se presenten ellas con sus inquinas y sus estúpidos consejos!
—Sólo me han dicho que me tome unas vitaminas, que a un amigo de
una hermana de una de las madres del colegio donde llevan a las niñas
le ha ido bien.
Acompañando a un largo suspiro, continuó Marta:
—Me da la impresión de que cuando repartieron la sustancia gris en
tu familia se la quedó tu padre, que en paz descanse el pobre. Además,
la doctora no ha dicho nada de que tomes o no vitaminas.
—A lo mejor es que hago demasiado deporte y se va toda la fuerza de
los espermatozoides, por eso son vagos. Puede que se deba a los calzon17
cillos tan apretados que uso para correr. Me lo han comentado en el
foro de Internet, ¡me voy a comprar unos más anchos!
—Pedro, cariño, me parece que tu herencia de sustancia gris la has
agotado con la Ingeniería. Mira, ¡vamos a leernos la información que
nos dio la doctora Gómez sobre las inseminaciones! —el tono de Marta
tornó cariñoso a la vez que acercaba sus labios al lóbulo de la oreja de
Pedro mientras su mano se ocupaba de su entrepierna—. No eres un
nenuco —le susurró al oído—, ya verás como cuidaremos de estos bichitos que tienes por aquí.
Entretanto, la ventana del vecino de arriba, un cincuentón que vivía
acompañado de sus guitarras y sus plantas de maría, dejaba escapar
las notas de Sex Machine de James Brown. La fulminante erección de
Pedrito dio pie al primer coito en meses sin intención de embarazo.
En esa época, a Marta la motivaba la maternidad, no el sexo. «Relájate
y disfruta», pensó por primera vez en mucho tiempo, «dejemos que el
trabajo lo haga la doctora». Pedro se mostraba feliz de haber sobrevivido
al pantano en el que se habían convertido sus relaciones sexuales. Ahora
ambos habían decidido prescribirse un poco de atención.
Como percibimos en Pedro y Marta, la aceptación de la esterilidad
puede enfocarse de dos maneras: centrada en el problema (Marta dice
que si hay un obstáculo hay que derribarlo cuanto antes); o centrada en
las emociones, esto es, controlando la respuesta emocional que generan
la esterilidad y sus tratamientos. Al principio, el shock producido por la
esterilidad conduce a decisiones automatizadas y al descontrol de las
emociones. Se suman la angustia (siempre presente) del diagnóstico y
la incertidumbre a los posibles efectos de las propuestas terapéuticas.
Lejos de anotar estereotipos, asunto que intentaremos evitar en esta
obra, las mujeres suelen buscar más apoyo social (familia, otras pacientes, foros de Internet), mientras los hombres tienden a retraerse. En
nuestra historia se han invertido los papeles: Marta lucha por sacar a su
marido del graso lodazal de su familia. Quiere que sea capaz de tomar
una decisión por sí mismo, a ser posible pausada y sensata, sin temor al
qué dirán sus hermanas. Ella, aun con su disfraz de obrera especializada
en derrumbar muros sin espera, se esconde frecuentemente en sí misma.
La música de Lady Soul es su coartada.
Algunas pacientes nos cuentan que a la salida del túnel, después del
shock, al final de las lágrimas, sigue una fase de negociación con el otro. Es
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también un momento de descubrimiento donde sale fortalecida la propia
pareja. Muchos aprenden a contrarrestar las emociones de tal manera
que al menos uno de los dos se encuentre con ánimo o fortaleza psíquica
para apoyar al que se ve vencido. Someterse a una técnica de reproducción asistida es un camino de altibajos entre la tristeza y el optimismo,
la ilusión y la desesperanza, la confianza y la frustración. Alguien lo ha
comparado a una carrera de fondo, con etapas duras que incitan al abandono. Los fracasos a los tratamientos son las peores, sobre todo tras los
primeros intentos. Por eso es importante el apoyo psicológico y la labor
del propio especialista, explicando lo que se va a hacer, cómo y porqué.
No sólo se alcanzarán más éxito, de esta manera también se disminuye el
grado de ansiedad y la tristeza, se aumentan el optimismo y la confianza.
La sobredimensión de las técnicas
de reproducción asistida.
Coleccionistas de fracasos
—Te pones 75 unidades de la medicación que va en el bolígrafo desde
el tercer día del ciclo y nos llamas por teléfono para concertar una cita
—fueron las controladas palabras de la doctora.
—¿Tendrán efectos secundarios estas hormonas, doctora? —interrumpió preocupado Pedro
—¡No te preocupes! No notarás casi ningún efecto secundario
—terminó de tranquilizar la especialista.
A Marta le explicaron que a los siete u ocho días de su ciclo le harían
el primer control de este tratamiento. Consistía en una ecografía a través
de la vagina y, cuando fuese necesario, un análisis hormonal para medir
los niveles de las hormonas del ovario (fundamentalmente el estradiol),
y así mantener o modificar la dosis de la medicación prescrita. Tendrían
que repetirlo cada dos o tres días, le advirtieron para que se administrara su tiempo y, una vez alcanzado el propósito de esa medicación, o
sea, la ovulación, programarían la inseminación. La doctora le explicó
también, aunque ahora no recordaba sus palabras exactas, que intentaría que se desarrollaran entre uno y tres folículos, no más, que los
riesgos a estos tratamientos aparecían cuando se descontrolaba su dosis.
A la hiperestimulación y al embarazo múltiple, esta cabal doctora les
tenía bastante respeto.
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Aunque las cuatro paredes del habitáculo se adornaban de variadas
imágenes de óvulos, espermatozoides, dibujos anatómicos y diplomas
múltiples, nada discordante con las consultas de cualquier naturaleza,
sobre su cuidada melena castaña sobresalía un certificado que la acreditaba como miembro de la Sociedad Española de Fertilidad. Con giros
forzados de su cabeza se refería constantemente a ella, como dejando
claro que cualquiera de sus pasos y decisiones estuviesen vigilados por
un imaginario ojo inquisidor. Nunca habían dudado de su competencia,
pero ese gesto tranquilizó aún más a nuestros protagonistas.
Para la primera inseminación, Marta se había puesto un bonito vestido
floreado de algodón, unas medias de lana y un grueso jersey de cuello
vuelto. Hacía unos días de la entrada de la primavera, pero aún quedaban restos del largo invierno, el tan enaltecido cambio climático tan sólo
había mostrado por estos lares sus facciones más glaciales. Pensó detenidamente en qué ponerse desde el mismo instante en que la doctora le
dijo que ya estaba preparada, que tenía un hermoso folículo de 18 mm
y otro más pequeño de 15 mm a la sombra de aquél, por si fallaba en su
intento de soltar al mimadísimo ovocito. En la mente de Marta se rumiaban las dos ideas, embarazo y qué ponerse para la ocasión, con parejo
ardor. La exaltada ilusión de catar por primera vez las sensaciones del
embarazo no la habían dejado dormir tranquila esa noche. Estar vestida
para la ocasión figuraba a muchos puntos en la clasificación general
de cosas que le preocupaban ese día, pero aliviaba sobremanera su ya
crecida ansiedad. El optimismo a altas dosis por sentirse pronto madre
no podía esconderlo yendo de cualquier manera, dando la impresión
de haberse puesto lo primero que cayese en sus manos, aunque para
ello tenía que estudiar con detenimiento cómo vestirse. Estas cuestiones
sacan de quicio a muchos hombres. A algunas mujeres, lo que les crispa
es precisamente lo contrario:
—¿Cuál me sienta mejor, Pedro, el vestido amarillo o el floreado?
—Estás guapa con cualquiera de ellos —dijo él despreocupado.
—Pero el floreado parece que es de premamá. No quiero que nadie
piense que ya estoy embarazada por el mero hecho de haberme hecho
la inseminación.
—Yo no veo que parezcas una premamá, estás bien.
—Mira el amarillo, ¿no me queda demasiado ajustado? Y ahora que
me encuentro un poco hinchada con las inyecciones que me he puesto…
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—Yo te veo bien… ¡pero decídete ya, tenemos que estar a las 9 y no
quiero ir con prisas que luego…!
Pedro, por su parte, no hizo gasto mental ni calórico alguno en
planificar su indumentaria, ¿para qué si era un día corriente como otros
muchos? Una paja al fin y al cabo, algo que hacía demasiadas veces al mes,
todos los días que no había ovulación y no tocaba por protocolo. Tan
sólo apuntó un minúsculo titubeo al elegir la ropa interior: los calzoncillos que compró en el sex shop de Ámsterdam estaban arrumbados en
el fondo del cajón… porque la indiferencia de Marta fue más poderosa
que cualquier otro gesto de desaprobación para hacer entender a Pedro
que ese tipo de afrodisiacos sólo hacen efecto en los varones.
—¡Estos mismos! —terminó decidiendo— Si, de todas formas, ¿quién
me los a ver? ¿Acaso van a retransmitir mi masturbación?
A pesar del intenso tráfico de aquel lunes, la pareja de las 9 llegó sólo
un minuto después de la hora prevista. La auxiliar de clínica ya los estaba
esperando con el bote de orina para recoger el semen en una mano y
el masetero contraído y la comisura derecha del labio levantada. Era su
expresión habitual para que el mundo conociera su grado de malafollá.
Marta destilaba demasiada sensibilidad como para reaccionar a una regañera. Pedro no quiso decir nada, pero en sus adentros maquinaba el juicio
clínico de que también usaba esa cara cuando padecía de estreñimiento
crónico o su equipo preferido perdía en casa frente al eterno rival.
—¡Vamos paya, que habemos llegao aantes! —le reclamaba un paciente
de oscura tez a la desabrida auxiliar.
—¡Ellos estaban antes, ustedes están citados a las 9 y media! —fueron
sus secas palabras.
—¡Eso es porque semos hitaanos!
A Pedro no le gustó esa mirada de reojo del paciente que le seguiría
en el masturbatorio, aunque fuese un gran alivio saberse el primero de
la lista para machacársela. Ya conocía el lugar, y agradecía ocuparlo antes
de él, para no encontrarse restos de sus fluidos vete a saber por dónde.
Sin embargo, ese fue el día de la Gran Sorpresa, se la proporcionó
Marta:
—Te acompaño —le dijo con delicia y afán—. ¿Quieres que te la haga
yo, guapo? Venga, que hoy tus bichitos me van a dejar embarazada.
Nadie allí veía mal que a la habitación destinada a dejar la muestra
de semen entrara la pareja. En el fondo, esto de la esterilidad es cosa de
dos, ¿no?
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—¡Bueeno! —contestó él a la vez contenido y contento, era la primera
vez en varios años que su mujer no se la cogía si no era para introducirla
en su vagina los días de su ovulación.
—¡Vaya calzoncillos me traes, podías haber cogido unos más señalados para la ocasión, más nuevos por lo menos!
—¡Y yo qué sabía! No pensaba que alguien tuviese que hacer esto por
mí.
—¡Qué poco interés! —casi se le escapan unas lágrimas a Marta en
momento tan oportuno— ¡Este es un día especial! ¿No tenías otra
camisa? Esa te la pusiste la última vez que vinimos a la consulta.
—Marta, ¿quién de aquí crees que se va a fijar en si repito o no camisa?
¡Vaya manera de ponerme! ¿Quieres mis bichitos o qué?
La doctora Gómez colocó su espéculo de la misma manera que lo
había hecho múltiples veces antes y como muchas más lo haría a lo largo
de esa mañana. Para Marta, sin embargo, este era un día señalado y no
notó en absoluto la penetración del torturador instrumento. A Pedro lo
dejaron participar: le preguntaron primero si era de esos varones que se
marean al pensar en la sangre o con el olor a consultorio. Aunque pensó
que no, dijo que sí. Son los nervios, y se aferró a la mano de Marta como
si le fuera la verticalidad en ello. De su boca apenas se notó el hálito
suficiente para seguir vivo, y sus latidos casi podían oírse confundidos
con los de su compañera.
—¡Ya está, la suerte está echada! —comentó la doctora en un acto
reflejo habitual en ella mientras se desasía de los guantes y se despedía
con una sonrisa de sus pacientes.
—¿Ya? ¡No he notado nada! —exclamó sorprendida Marta.
Mientras tanto, Pedro seguía de su mano, callado, suspirando porque
aquello no se hubiese extendido más, confundido entre la doble sensación de considerarse un machote por haber aguantado la posición
erguida y no contar más que el mobiliario del inseminatorio. Ahora era
un Don Nadie, su única misión había consistido en dejarse masturbar
y en atinar con el semen dentro del ridículo bote que le proporcionó
la auxiliar antipática. Por el contrario, Marta llevaba estoicamente diez
inyecciones, cuatro ecografías invasoras de su vagina más las incontables
caras desconocidas entre alumnos, aprendices y otras faunas sanitarias
asomadas indiferentes a su entrepierna. Además, estaban los martirios
del espéculo, un instrumento cuyo mero nombre evoca recuerdos de la
Inquisición grabados en el inconsciente colectivo. A Pedro le tranquilizó
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comprobar que el acto de la inseminación duró apenas unos segundos
y que nada le dolió a su mujer. Al menos la declaración verbal no hay
dolor equivalía a un teórico no hay reproches. No por ello, sus emociones
dejaban de manar a flor de piel, la recurrente y bipolar sensación de
no haber participado en nada con la intranquila expectativa a que sus
espermatozoides lo hicieran quedar bien.
Marta quedó tumbada durante diez minutos en el mismo habitáculo
diseñado para la inseminación, de techo bajo y un ventanuco que no daba
a ninguna parte. Para inseminatorio tenía bastante, pero aire sólo había
para que respirasen dos personas que no consumieran demasiado. Será
por eso que la doctora y su enfermera decidieran salir cuanto antes, pues
los recién inseminados, de la ansiedad, consumían aire como si fuesen
ocho. La doctora le explicó a Marta que a partir de esa noche tendría
que colocarse unos óvulos de progesterona en la vagina. «Es la hormona
del embarazo», le aclaró. Ella asintió con la cabeza sin decir nada. Los
nervios la atenazaron y aunque montones de dudas se agolpaban en su
mente, ninguna asomó por sus labios, como si en la consulta hubiesen
echado un ambientador que las reprimiera. Todas, sin embargo, salieron
al unísono en el momento de la despedida, justo al abrirse la puerta y la
enfermera volviera a insistir en la suerte. Esta vez les tocó la más amable
y simpática, quien no mostró señales de impaciencia ni redujo el perfil
de su sonrisa ante la avalancha de preguntas: ¿reposo? ¿Deportes? ¿Me
puedo bañar? ¿Comidas? ¿Ácido fólico? ¿Vitaminas?
—Haz lo que habitualmente hagas después de haber tenido relaciones —sugirió con cariño y sosiego la enfermera. Y Marta se despidió de
ella con dos besos cargados de satisfacción y gratitud.
Siempre en un elegante saber estar secundario, desapegadas del protagonismo y los laureles, nunca suficientemente recompensadas de una
labor tan necesaria como inapreciable, están las enfermeras. También
desde el punto de vista del apoyo psicológico, es vital su misión en una
consulta de esterilidad. Y es que por algo más que por ser mujeres, conocen la intensidad de las emociones que vive una paciente en tratamiento
de fertilidad. En nuestra historia, Pedro no captó una mirada de complicidad entre ellas ni se había percatado de un «nosotras» que su mujer
acababa de pronunciar entre sus preguntas.
Por la mañana, Marta y Pedro volvieron a su pequeño apartamento
con piscina en el paseo de los Parques de La Moraleja. Desde el principio
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de su vida en común habían distribuido las tareas del hogar con matemática simetría, pero esta vez se ofreció él voluntario a hacerlo todo. No
la dejó ni encender el equipo de música. Por todo cuanto había pasado
le regaló un álbum editado en el 67 rehecho ahora en cedé, el I never
loved a man the way I love you que tantos éxitos y premios abarca. Mientras
sonaban los primeros acordes de Don’t let me loss this dream, el corazón de
Marta latía con el presentimiento de algo bueno, lo que había sido su
cantante fetiche, ahora también se había convertido en la que componía la banda sonora de su sueño.
Los días siguientes ella no notó nada. Volvió a la rutina haciendo caso
preciso de las instrucciones de la doctora Gómez y su enfermera. Las
hermanas de Pedro llamaron al día siguiente para saber cómo había
ido todo. Bárbara les adjuntó en un email una enormidad de consejos
extraídos de un foro de Internet. Bernarda regañó a Su Niño por dejar
que su mujer fuese a trabajar. La madre de las arpías insinuó que ese era
el momento idóneo para sustituir sus hábitos dietéticos por otros más
propios de su estado.
Esa misma tarde, Marta no pudo más, desconectó el teléfono y se fue
a casa de sus padres. Su madre le preparó una ensalada de pasta fresca
con tomates cherry, mozzarella y albahaca. Siempre lo hacía cuando la
visitaba. Ella le transmitía serenidad, sabía de su angustia, calló y dejó
que su hija enhebrara sentimientos con temores.
—Seguro que te irá bien —fueron sus parcas pero sosegadas palabras
de ánimo—, ya llevas una vida sana, el tratamiento no te ha sentado mal.
Deja que la naturaleza haga el resto.
Efectivamente, los temores a los efectos secundarios del tratamiento
hormonal recibido habían desaparecido inmediatamente después de
la inseminación. A Marta le hubiese apetecido entrar en uno de esos
foros de pacientes y vecinas de cabecera que tanto pululan por Internet,
participar y contar en voz alta cuántas leyendas urbanas y mitos existen
alrededor de los tratamientos de fertilidad. Anhelaba transmitir que ella
se encontraba en perfecto estado y no había por qué temerlos tanto.
Después de once días, no percibió nada especial en su cuerpo, en
absoluto algo sugerente de un embarazo. Tampoco notó pródromos de
una regla y el pecho le seguía molestando. Como mucho, algún leve
pinchazo en el bajo vientre que no cuantificó como dolor ni supo definir su origen. La enfermera le advirtió que no se asustara ante cualquier
signo extraño ni al adelanto de los síntomas premenstruales, pues ahora
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todo era muy subjetivo. Le recomendó que no se obsesionara con la
regla. Subrayó obsesionarse. Pero los dos días siguientes, el duodécimo y
el decimotercero, fueron de una intensa e indeseable ansiedad (siempre presente) por conocer el resultado de su inseminación. Preguntó a
la farmacéutica de su barrio si existía algo que pudiera predecir si estaba
o no embarazada. Ésta le contestó amablemente que mejor llamara a la
consulta, pero era festivo y no contestó nadie. Además, tenía instrucciones de no llamar a la clínica, le dijeron que sólo cabía la espera.
Así las cosas, se cumplieron dos semanas, con todos sus minutos, de
abrumada y ansiosa espera. Entre sus pesadillas más recurrentes, temía ir
al baño y que cuando se limpiase apareciese la desdeñada e inoportuna
regla, mas no dejaba de vigilar ya cualquier atisbo de sangrado en movimientos de tripa y pellizcos en el estómago. Despertaba bruscamente
cuando las ensoñaciones traían ríos de sangre y fetos muertos.
La Gran Primicia ocurrió a media tarde. Al día siguiente tenía previsto
hacerse el test de embarazo, nunca antes como le habían aconsejado.
Notó una sacudida húmeda y caliente en su muslo derecho, el sentido
del vacío en su vientre y la confirmación de sus peores presagios. Caminó
despacio hacia el baño mientras Pedro la acompañaba con la mirada,
callado, ansioso. Sólo se dio cuenta de que estaba leyendo el periódico
al revés cuando lo depositó sobre la mesa para seguir los pasos de su
mujer. Sigilosamente intentó acercarse a la puerta del cuarto de baño
para escuchar lo que pudieran ser gimoteos o llantos. Su particular estrés
y sus últimas ensoñaciones dibujaban sólo eso, llantos. Pero no oyó más
que el ruido del agua de la cisterna y volvió sobre sus pasos a continuar
leyendo el periódico, ahora en su posición correcta. Marta salió con los
ojos vidriosos y la respiración contenida. Se quedó parada en cuanto se
cruzaron sus miradas y ella sólo esbozó un no con su cabeza.
Cuando Pedro la abrazó, Marta rompió a llorar como una niña
pequeña. Un llanto amargo, desconsolado y eterno. Un llanto de
frustración y rabia, de debilidad y abandono, de desaliento y falta, de
desconfianza e invalidez. Un llanto de esterilidad.
Al final de las lágrimas, Pedro contuvo una expresión emocionada en
el rostro. Le habló muy dulcemente y le dijo que él también compartía
su frustración, su rabia y su tristeza.
Por teléfono, le dijeron que no había ninguna razón al fracaso de su
tratamiento, nada más que mala suerte. También se apuntó que para el
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próximo intento volverían a hacerlo de la misma manera. Si todo había
ido bien (¿todo había ido bien?), no encontraban motivos para cambiar
de pauta ni de dosis, que más hormonas sólo aumentarían los riesgos. Al
principio desoyeron que lo intentarían cuatro veces, porque cuando se
embarcaron en la inseminación pensaron directamente en el embarazo
y el optimismo los cegó a los dos. Ni escucharon hablar de pronóstico
ni dieron alternativa al fracaso. Pero una vez paladeado el sabor de la
derrota y aceptada su humillante inquina, a Marta no le quedó más que
apretar de carácter
—Lo intentaremos de nuevo, ¡cuanto antes! —fueron sus primeras
palabras lúcidas.
—Lo que tú quieras —respondió lacónico Pedro.
Efectivamente, el segundo ciclo cursó de una manera calcada al
primero. Para hacer las ecografías, Marta conoció a dos doctores nuevos,
una de ellas con cara muy joven y tics indecisos, sin duda aprendiendo.
El otro médico era un poco mayor que la doctora Gómez. Lo conocían
a través de los comentarios que se retransmitían en la sala de espera: «es
muy bueno, no es el jefe pero es quien ha enseñado este arte a todos»,
se solía repetir. Pocas palabras acerca de su carácter, pero en la primera
impresión de Marta se trasvasó bioquímica: aseado y empático. A ella
le reconfortó confirmar que la pauta iniciada en su primera inseminación también era compartida por este galeno, no hay nada peor que
un médico hablando mal de los tratamientos prescritos por alguno de
sus colegas (y, sin embargo, hay un subgénero que abusa de este arma).
Con Pedro congenió enseguida, por fortuna su marido no es de esos
que van de gallitos por las consultas enfrentándose a todo lo que porten
una decisión o un fonendo. Es cierto que tampoco coincidieron con
ninguno de esos especialistas de los que sólo se escuchan a sí mismos,
perdonan vidas o prescriben cánones de ética y estética.
En la segunda inseminación, Marta se olvidó de vestir sus mejores
galas. Pedro tampoco volvió a ponerse la misma camisa, que le daba
mala suerte. Llegaron a tiempo a la clínica y a él nadie lo ayudó en el
masturbatorio. Ese día, el habitáculo hedía a Homo sapiens y de nuevo
tuvo que limpiar los restos de vete a saber qué cosa había dejado el
anterior paciente, no fuesen a creer que había sido él. Para el solitario
quehacer, tampoco se atrevió a conectar el dvd, no es muy ducho con
la electrónica y se avergonzaría de que los demás supiesen que estaba
viendo una de esas películas que ponen en la cartelera de estas salas.
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Tampoco hojeó su literatura especializada: unas manidas revistas que
anunciaban folleteos y mujeres desabrigadas. Se la machacó a pelo.
Nadie ha analizado cómo es el comportamiento del macho de nuestra
especie en ese tipo de situaciones. No figura en la cartera de documentales que emite La 2 y nadie lo ha retransmitido por canal de deporte
alguno. En tan íntima conversación consigo mismo, Pedro había
descubierto que era ambidiestro para hacerse la paja y eso le reconfortó el ánimo. Además, se sorprendería al ser capaz de ofrecer una
buena muestra de su eyaculado sólo con la imaginación. No obstante,
había crecido en un ambiente donde no se propiciaba la creatividad, la
sensibilidad y la originalidad. Lo sumaría a su lista de méritos, entre los
que figuraba una verosímil capacidad para desnudar a cualquier mujer
mientras hablaba con ella, para que luego digan que los hombres no son
capaces de hacer dos cosas a la vez. Aparte, había adquirido una destreza
antes nunca vista para apuntar en el bote de orina y llenarlo con su
eyaculado sin derramar gota ni desperdiciar ninguno de sus espermatozoides. A partir de ese momento, no dejó que su mujer se refiriera a
ellos como sus bichitos, le parecía una cursilada nada propia de ella que
no encumbraba precisamente su virilidad.
A su vuelta a casa, Marta volvió a darle volumen a su cantante preferida. Sus notas bañaron de buenos presagios los minutos siguientes a
la segunda oportunidad. Ocurrió lo mismo tras la tercera y la cuarta.
Con todas ellas los mismos signos y síntomas, las mismas llamadas de su
familia política, los mismos nervios, y al final el mismo llanto.
—Se han agotado los intentos y ya no tiene sentido seguir confiando
en esa técnica —fueron las palabras del doctor Ibáñez en la revisión
inmediatamente posterior a la cuarta inseminación fallida.
Pedro y Marta tampoco se sentían con ánimo para un nuevo asalto.
El siguiente paso es la fecundación in vitro, algo cuyo mero nombre
ya desentierra mitos e invoca a los falsos espíritus pro naturistas de las
redes sociales. Marta estaba bloqueada y dispersa, rodeada de dudas y
consejos recurrentes. Por primera vez coincidió con sus cuñadas en la
necesidad de dar este paso, aunque en el fondo la inundaba el temor a
que su bebé naciera con algún defecto debido a la técnica. Pedro sólo
temía a los efectos secundarios que pudiera provocar el nuevo tratamiento en su mujer. Tampoco entiende la diferencia entre las variantes
de «la fecun», como lo llaman en la sala de espera. Lo de la icsi no acaba
de entenderlo, y mira que el doctor Ibáñez, ese tipo tan agradable que
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vio a Marta en varias de sus ecografías, se lo haya explicado con paciente
detalle. Lo hizo refiriéndose a unas imágenes que tenía guardadas en su
cajón de la consulta. «Fijaos en que cada vez que anuncian alguna novedad sobre reproducción humana en la televisión, aparece la imagen de
una microinyección», les tutea el doctor Ibáñez. «Eso tan sencillo es lo
que haremos».
—¿Pero no nos tenemos que hacer más pruebas? —dudó Pedro.
—¡De momento no! —respondió esta vez lacónico el médico.
—¡Pues entonces adelante! —espoleó a Marta—. Recuerda tu frase
preferida: ¡cuanto antes!
Algunas preguntas comunes
Muchas de las parejas que atendemos en las consultas nos hacen la
misma pregunta cuando descubren un trastorno de su fertilidad: ¿qué
diferencia existe entre la inseminación artificial y la fecundación in
vitro? Con demasiada frecuencia, nos enfrentamos a prejuicios que las
rehúsan o sobredimensionan. Otras preguntas comunes son: ¿Cuántas
veces me puedo hacer una técnica de reproducción asistida? ¿Hasta qué
edad? ¿Cuál es su pronóstico, en términos de embarazo?
Es común en Medicina el empleo de acrónimos, con los que los
pacientes no están muchas veces familiarizados y se confunden. Los
utilizamos con demasiada frecuencia en nuestras historias clínicas y
en nuestros informes. La reproducción humana también los explota:
Inseminación artificial (ia), fecundación in vitro (fiv), microinyección
espermática (icsi), transferencia de embriones (te), criopreservación
(criote), etc. Todas ellas se denominan genéricamente técnicas de
reproducción asistida (tra).
A grandes rasgos, la ia consiste en la introducción del semen capacitado dentro del útero, por eso también se llama inseminación intrauterina (iu). Dependiendo de si procede del propio cónyuge o si es de un
donante, distinguimos la ia conyugal (iac) de la ia de donante (iad).
Hemos utilizado la palabra capacitado, que es una parte importante en
esta tra. En efecto, para que un espermatozoide adquiera la facultad
para atravesar la membrana que rodea al óvulo, para fecundarlo, antes
debe experimentar unas modificaciones bioquímicas en la parte más
distal de su cabeza, en una región llamada acrosoma. Este fenómeno
ocurre naturalmente cuando transitan por el cuello uterino y es lo que
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se imita en el laboratorio antes de depositarlos dentro de la cavidad
uterina. Algunas veces lo empleamos como método diagnóstico, se le
llama entonces test de capacitación, y nos sirve para valorar si el semen
de un paciente es válido para proponer o no una iac.
Puede adivinarse que cualquier semen no reúne las condiciones para
hacer una iac. En cada Clínica o Unidad de Reproducción Humana se
disponen de criterios para decidir si el seminograma, como se llama el
análisis, es normal o tiene alguna alteración. También si es válido o no
para hacer una iac o incluso para una fiv o icsi. Algunos centros disponen de sus propios criterios para definir los seminogramas, aunque muy
pocos lo hacen, tienen que ser centros donde exista un investigador
que lo haya publicado previamente en revistas especializadas. Por eso, la
gran mayoría de los laboratorios de reproducción recurren a los criterios
de la Organización Mundial de la Salud (oms), que van renovándose
periódicamente. La última revisión es muy reciente y está disponible en
Internet (http://whqlidoc.who.int/publications/2010/9789241547789_eng.
pdf).
Evidentemente, para que una iac tenga éxito se necesita que la calidad
seminal no esté demasiado deteriorada. Pero también es preciso que no
exista obstáculo en la ovulación o en el transporte tubárico de los gametos (la trompa de Falopio es el enclave anatómico donde se produce la
fecundación). Por esos motivos, es frecuente que se soliciten otras pruebas a las mujeres como la ecografía, algunas determinaciones hormonales o una radiografía de útero y trompas (histerosalpingografía).
Los porcentajes de éxito (embarazo) que se alcanzan con una iac
son variables dependiendo de la causa que lo ha indicado, pero oscilan
entre un 15 y un 25% y no se suelen hacer más de cuatro intentos. Para
mejorar su pronóstico se recurre en la mayoría de las ocasiones a la
estimulación de la ovulación.
Por otro lado, cuando se propone una fiv o una icsi, en el laboratorio de reproducción se necesitan los dos gametos (ovocitos y espermatozoides) para realizar la fecundación, por eso se llama in vitro. Según
los últimos datos recogidos por la Sociedad Española de Fertilidad, la
tasa de embarazo por transferencia está cercana al 40%. Estas técnicas
requieren del adiestramiento y acreditación del personal encargado
(ginecólogos y embriólogos) y se planifican en una serie de pasos:
1. Desarrollo folicular: reclutamiento y crecimiento de uno o mejor
varios folículos, las estructuras del ovario donde maduran los ovoci29
tos. Se suele hacer con una medicación que contiene las hormonas
femeninas naturales encargadas de esta misión, llamadas gonadotropinas y se controlan periódicamente con ecografía y análisis hormonal.
2. Obtención de los ovocitos: mediante punción a través de la vagina y
guiada por ecografía, se puncionan los folículos y se aspira su contenido
líquido (líquido folicular) donde sobrenadan los ovocitos. Aunque
puede realizarse con anestesia local, en muchos centros se prefiere la
sedación de la paciente para que ésta no sufra dolor en la punción.
3. Fecundación in vitro en sí: cada vez es más frecuentes la realización
de la microinyección (icsi) o su variante moderna con ampliación de
la visión al microscopio (imsi), que ya alcanzan las tres cuartas partes
de los ciclos de nuestro país.
4. Transferencia de embriones (te): Una vez fecundados los ovocitos, el
embrión o embriones resultantes se transfieren dentro del útero en
una maniobra parecida a la de la ia. Suelen programarse entre 2 a 6
días después de la punción folicular y aquellos que no son elegidos
para la transferencia se criopreservan para otro intento. Los criterios
para decidir cuáles se transfieren y cuáles se congelan son por ahora
morfológicos, y cada centro de reproducción suele tener su propio
baremo para catalogar su calidad. El número de embriones a transferir es motivo de controversia y genera incertidumbre en los pacientes.
Por ley no está permitido la transferencia de más de tres embriones
y por cuestiones éticas muchas veces se recomienda limitarlo a sólo
uno, aunque eso limite los porcentajes de embarazos.
5. En algunas situaciones se recomienda realizar un diagnóstico
genético preimplantatorio (dgpi), que consiste en la realización de
un análisis genético a una o varias células embrionarias. Aunque la
lista de indicaciones está aún por despejar se suele proponer cuando
hay una enfermedad familiar de causa genética comprobada.
*
Precisando una idea apuntada, las técnicas de reproducción asistida
son como una carrera de fondo. En rigor, un gran porcentaje de
parejas las abandona muy pronto, basta el primer o segundo fracaso,
y cuando quieren volver a intentarlo, en ocasiones es demasiado tarde.
Si analizamos las publicaciones especializadas, observaremos que entre
las principales causas de esta renuncia figuran cuestiones meramente
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accidentales como el embarazo espontáneo o el padecimiento de
enfermedades concomitantes que se han diagnosticado o empeorado
después de iniciados los tratamientos. En otros casos se debe a cambios
socioeconómicos (la crisis) o a que el mal pronóstico reproductivo así lo
recomiende. Sin embargo, la mayoría de las veces, la pareja abdica por
cuestiones psicológicas o insuficiente información.
La culpa puede ser del propio personal sanitario que sobredimensiona las posibilidades de las técnicas de reproducción asistida y crean
desconcierto y expectación dañina. La mayoría de las veces es debido al
impacto emocional: no es fácil superar la presión. Tanto que en demasiados lances las llevan incluso al divorcio. En conclusión, angustia,
ansiedad, presión, estrés. ¡Cuántas veces se ha repetido en este capítulo!
En este sentido, nos parece interesante constatar la observación del
Grupo de psicólogos de la sef. En su pregunta por el motivo del abandono, muchas parejas confiesan su total incapacidad para afrontar otro
ciclo de tratamiento, otro fracaso. Para ellas hubiese sido muy útil la
colaboración de un psicólogo. Muchos encuestados no encuentran empatía en el personal sanitario que los ha atendido o no han recibido una
información ajustada y seria a sus problemas. Incomunicación y desinformación, como vemos, los mismos males que afligen al hombre moderno.
Existen otras cuestiones administrativas que se escapan de la competencia de esta obra y que tampoco los ginecólogos sabemos comprender o gestionar, a pesar de que a muchos de nuestros colegas les toque
lidiar con ellas. Nos referimos a las listas de espera de la sanidad pública.
Su existencia es ya de por sí un indignante lastre en la concepción de
un sistema sanitario e infringe, con toda probabilidad, los principios
fundamentales de Beneficencia (hacer bien al paciente), respeto a la
autonomía individual (salvaguardar los derechos del individuo para que
pueda controlar la dirección de su enfermedad sin ser presionado), y
de Justicia (asegurar que todos los individuos son tratados de manera
justa y equilibrada). En la mayoría de las ocasiones, el tránsito por la lista
de espera supone un empeoramiento del pronóstico reproductivo, pues
para el ovario, cumplir años sí cuenta.
Una de las consecuencias de las listas de espera para un tratamiento de
fertilidad es la proliferación de clínicas privadas dedicadas a este oficio.
Muchas intentan rodearse de los mejores profesionales y los más avanzados medios, misión no demasiado difícil con un mínimo de entrenamiento y estudio. Y están consiguiendo altas cotas de eficacia por su espe31
cialización y entrega. No obstante, como ocurre en otras circunstancias
de la Naturaleza donde existe carroña de por medio, las hay también que
se abren con íntegros propósitos mercantiles sin la formación adecuada.
El conocimiento en materia reproductiva es difícil de baremar, pero se
percibe en el ambiente si un centro médico destila conocimiento, si está
actualizado. Las mejoras que se consiguen con el estudio continuado
incrementan la salud, alivian el sufrimiento y elevan la dignidad humana.
A estos falsos equipos de profesionales de la reproducción asistida los
llamaremos «Piratas de la fertilidad», quienes, con argucias diversas
como todo es posible, somos los más baratos o les devolvemos su dinero si no se
queda embarazada, atrapan en sus redes a las víctimas de la espera y los
fracasos con otros tratamientos. Pedro y Marta cayeron en una de ellas.
—Ya verás cómo lo conseguimos, mi hermana Bernarda nos la ha aconsejado y nos presta el dinero.
No sé qué cantidad de neuronas se necesitan para dar un consejo
como éste, ni el gasto calórico que genera la autocomplacencia cuando
tu odiada cuñada te ha hecho ¡por fin! caso. El hecho es que a la abominable Bernarda le entró una súbita subida de apetito, preparó una torta
de manteca que había comprado para la merienda de sus dos hijas, la
rellenó generosamente de mantequilla y mermelada de albaricoque y se
la zampó en tres bocados antes de que sus retoñas volvieran del colegio.
Un frente frío se cernió sobre Madrid en octubre. En la calle de María
Tudor a las afueras de la villa, en un local arreglado para la ocasión
donde antes estaba Solana, una firma de ropa mala, se asienta la clínica
del doctor Puyol. Desconocemos las razones mercantiles que animaron
a poner la clínica en esta calle, como se sabe, la a su vez reina de Inglaterra y reina consorte de España mientras estuvo casada con Felipe ii,
la famosa Bloody Mary por su manera de arreglar el conflicto religioso
que enfrentó a la isla con el estado papal, fue estéril, se le conocen dos
falsos embarazos que a la luz de nuestros conocimientos actuales parece
fueron la secuela de un tumor hipofisario.
Realmente no es un doctor quien regenta la clínica, se trata más bien
de un tiburón de las finanzas poco entendido en Historia y en Medicina,
de larga cabellera rizada y cara de asesino de área que, además, fue el
antiguo dueño de la franquicia. La clínica era muy acogedora y la señorita que los atendió muy guapa y con generoso escote. A leguas se le veía
que no había recibido preparación alguna en enfermería:
32
—Enseguida les atenderá el doctor Valdés.
El médico que los recibió estaba bien entrado en los cincuenta. Parecía
más un portero de discoteca que un especialista, por su mucho músculo,
poco pelo y dudoso entendimiento. Sobre su cabeza destacaba la orla
de su promoción, un título firmado por su majestad el rey otorgándole
poderes curativos, otro sobre primeros auxilios del año 78, seguramente
de cuando era estudiante de bachillerato, y cuatro o cinco certificados
de asistencias a congresos de la especialidad, ninguno reciente y en
ninguno con aportación significativa a la Ciencia. Ni siquiera les abrió
historia clínica y fue al grano:
—Una icsi para el mes que viene —dijo a toda velocidad, deteniendo
la embestida de dudas de sus nuevos pacientes.
Quitándose el balón de encima, en un folio preparado para la ocasión
que sacó del segundo cajón de su escritorio, les pasó el tratamiento: una
fotocopia ya firmada por él con unos nombres de fármacos completamente desconocidos para Marta y Pedro. Éste aceptó la jugada a pesar
de percatarse de que uno de ellos (probablemente el más caro) figuraba
también en el bolígrafo con el que apuntaba el galeno, en una pegatina
adherida a su ordenador y en los post-it azules y rojos que tenía sobre su
mesa. Pedro lo miró con incredulidad y sospechó que el microondas
con el que se calentaba la leche la secretaria también estaba patrocinado
por la referida marca.
Dudaron mucho de la seriedad de esta clínica pero en el fondo pensaron que no tenían nada que perder, sólo un poco de dignidad al dejarse
«invitar» por la hermana mayor de Pedro, más la medicación, que la
pagaron de su bolsillo. Los controles del tratamiento casi repetían las
experiencias de la sanidad pública, con la salvedad de que en la sala
de espera nunca encontraron a nadie con quien conversar y contrastar
tratamientos u opiniones. A Pedro le mandaron un montón de vitaminas, le dijo el doctor Valdés que el gol tenía que marcarlo él.
No obstante, algo sí cambió en su ya veterana historia de tratamientos
de fertilidad: Marta se encontraba regular a la semana de pincharse las
tres inyecciones diarias. El médico le dijo que eso era frecuente y que se
hallaba dentro de la normalidad. Añadió «aceptable a cómo tenían que
responder sus ovarios a la medicación» y para intranquilidad de Marta,
comentó con escaso crédito que (ella) había respondido muy bien y
seguramente (él) sacaría más de veinte huevos. A Marta ni le gustó el
número veinte, ni la palabra huevos, ni la manera de decir las cosas
33
que tenía aquel doctor con cara de portero. A regañadientes siguió
pinchándose exactamente las mismas inyecciones en las mismas dosis y
fue recibida otras dos veces en la clínica. En la última no pudo más, fue
encontrándose cada día más hinchada e impedida para algunas faenas,
entre ellas, había tenido que dejar de practicar ciclo indoor, su deporte
favorito. Contó que se sentía abotagada, a veces con náuseas y que
apenas orinaba cuando iba al baño. Por la ecografía transvaginal que le
practicó el doctor esa mañana aparecieron más de veinte folículos entre
los dos ovarios, todos de dimensiones cercanas a los 15 mm. Éste dijo
que no tenía muy claro qué hacer y le pidió un análisis de sangre.
—Necesito saber cómo están tus niveles hormonales y cómo de
concentrada está tu sangre. En hora y media tendré la respuesta.
La secretaria le indicó dónde hacerse el análisis, una puerta más
adelante del la del doctor Valdés, en el centro, más o menos, de la
clínica. El chico que se encargaba de afinar con los niveles de estradiol
se llamaba Andrés, bajito y casi calvo, calladito y buena persona. Pero
tampoco fue cuidadoso y un rictus de dolor se sumó a los gestos de
espanto que inundaba ya las caras de Marta y de Pedro. Los contagiaron a otras tres parejas que acudieron durante ese tiempo a la clínica.
Por sus aires adivinaron que era la primera vez que iban a la clínica.
Nuestros protagonistas llevaban veintitantos días desde que iniciaron
el tratamiento e hicieron frente a una situación nueva y a palabras en
forma de frío dardo nunca antes oído:
—Tengo que cancelar este ciclo porque has desarrollado un síndrome
de hiperestimulación —les dijo el médico.
—Pero si todo iba tan bien hace sólo dos días ¿por qué se ha estropeado de pronto? —preguntó Pedro con rostro alarmado.
—No lo sé —respondió él bajando la cabeza.
La mirada de Pedro quedó esperando a cruzarse con la del supuesto
especialista para dejar claro que ahí estaba él, pero no hubo encuentro.
A nuestro protagonista tampoco le violentó la imagen de un ciego dando
martillazos que insistentemente se proyectaba en su lóbulo frontal, allí
donde se rumian las ideas cabales y reflexivas. Su educación (al menos la
recibida desde que Marta lo raptó de la oronda familia) no se lo permitía.
Marta y Pedro pactaron darse un tiempo, no intentarlo más hasta que
llegara su turno en la lista de espera de la sanidad pública. Al doctor
Valdés le sacaron tarjeta roja, el señor Puyol se dedicó a diseñar relojes
y aquella clínica cerró por su propio grado de aclamada incompetencia.
34
Durante dos años se olvidaron de tocar otros centros y otros foros. «Si
me quedo embarazada perfecto, pero no quiero volver a probarlo más»,
le confesó Marta a su madre. Pedro se negó a aceptar consejos (de sus
hermanas) que pudieran poner en peligro la salud física y psíquica de
su mujer. De vez en cuando hacían el amor, él se quejaba, como cualquier otro varón, de la poca frecuencia de sus relaciones: Marta accedía
a hacerlo, sin intención de embarazo, una vez a la semana, en verano
algunas más. En las vacaciones de Navidad hicieron ese viaje a las islas
griegas tanto tiempo retrasado y la Nochevieja la celebraron con unos
amigos en una sierra de Albacete, se acabaron las peleas por ir con una
u otra familia. Se subscribieron a un canal privado de cine independiente y se dejaron atrapar por el piragüismo, un deporte excitante que
compartían con un grupo de aventureros amigos de los pantanos de la
región. Durante muchos días, la voz de Aretha Franklin dejó de vibrar
por los rincones de su pequeño hogar.
Hitos en reproducción asistida
1. La microinyección espermática (icsi) se descubrió de una manera
accidental mientras se manipulaba un ovocito en una fecundación
in vitro. Ocurrió hace 18 años en la Universidad Vrije de Bruselas. El
trabajo que describe la técnica está publicado en la revista Human
Reproduction en 1993 (Van Steriteghem AC, Nagy Z, Joris H et al.,
«High fertilization and implantation rates after intracytoplasmic
sperm injection». Human Reproduction, 1993; 8: 1061-1066) y es en la
actualidad el artículo más citado, con diferencia, de cuantos se han
escrito en revistas especializadas. La icsi es también, a día de hoy, la
tra más realizada en el mundo: aproximadamente dos de cada tres
tra que se hacen en Europa son icsi.
2. El diagnóstico genético preimplantatorio (dgpi) se desarrolló como
una técnica para averiguar el sexo de los embriones con una sonda
que detectaba el cromosoma Y en las células embrionarias seleccionadas. Evidentemente, la determinación del sexo no es el propósito de
esta técnica, sino la localización de defectos genéticos transmitidos
por el cromosoma X y desde entonces su uso se ha expandido a otras
enfermedades genéticas. Sin duda, el dgpi ha supuesto un extraordinario paso, tanto para el conocimiento del desarrollo embrionario
como para la clínica de la esterilidad y la infertilidad.
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3. Uno de los más recientes avances en reproducción asistida ha sido la
vitrificación de los ovocitos, que permite conservarlos durante años.
Su principal indicación es la de preservar la fertilidad de las mujeres
que van a ser sometidas a tratamientos que pudieran alterarla, como
algunos quimioterápicos usados para el cáncer.
El premio Nobel de Medicina del año 2010 se otorgó a Robert
Edwards, eminente científico y uno de los padres de la fecundación
in vitro. En su clínica, en 1977 consiguieron el nacimiento de Louise
Brown, el primer bebé probeta.
Como una mujer natural
Un grupo de investigadores de la Universidad holandesa de Nijmegen
han revisado la literatura especializada de los 25 últimos años para
precisar la implicación psicológica de las tra en la mujer. La mayoría
de las veces, las pacientes sometidas a estos tratamientos los soportaron
sin dejar huella psicológica importante, aunque un grupo considerable
de ellas mostró emociones negativas después del fracaso. En las que
consiguieron embarazarse desapareció este efecto emocional negativo,
pero en las demás quedaron secuelas que los investigadores denominan
subclínicas, es decir, al borde de la patología psíquica. Este es el trabajo
de revisión más completo que se conoce, está publicado en la revista
Human Reproduction Update, la más prestigiosa de cuantas se difunden
en Ginecología o Reproducción en todo el mundo. Además, los autores
nos advierten al final de su artículo un detalle por explorar: disponemos
de pocos trabajos que analicen a largo plazo el impacto psicológico de
los tratamientos de fertilidad. Puede que muchas más mujeres necesiten
ayuda médica o psicológica cuando se sometan a una tra.
Otro grupo de investigadores de una Unidad de Reproducción Humana
en la Universidad inglesa de Dundee han llegado a la conclusión, después
de estudiar cómo influyen emocionalmente las tra, de que el mayor grado
de ansiedad ocurre después de la transferencia de embriones, sobre todo
en los días previos para conocer el resultado del test de embarazo. En nuestra experiencia, casi nadie espera tal intensidad de emociones acumuladas
en tan corto espacio de tiempo. La mayoría viene de sufrir frustraciones
durante años y nos cuentan la cantidad de cosas que reconocen haberse
perdido cuando se lanzan a la vorágine de los tratamientos de fertilidad.
36
Curiosamente, en ninguno de estos u otros trabajos los psicólogos se
han entregado al estudio de las repercusiones psicológicas en el varón,
salvo que el tratamiento haya devenido un embarazo múltiple, en cuyo
caso hablamos de otro tema. Desconocemos si la ausencia de datos se
debe a que al hombre no le afecta la esterilidad o a que nadie se ha
parado a mirarlo.
En la historia de Marta y Pedro nos hemos dejado a nuestros protagonistas sin llegar a vivir esta experiencia. Darse unas «vacaciones», apartarse alguna vez del modus vivendi del cuanto antes de Marta no viene mal
para olvidar penas y asentar emociones, para ganar entereza mental.
Veamos cómo finaliza esta historia y cómo transcurrió su tránsito por las
transferencias de embriones.
Después de cuatro inseminaciones, una icsi fallida por una hiperestimulación y otra dolorosa experiencia con el fracaso, Marta y Pedro
decidieron darse la última oportunidad. Se nos había olvidado decir que
en medio les llegó su turno dentro de la sanidad pública. Les atendieron
muy bien, pero la cartera de servicios de su centro sólo permitía realizar
dos intentos y en esos meses había órdenes de transferir un solo embrión.
Con buena lógica, alguien había contabilizado la cantidad de gemelos
nacidos en el último año y había ordenado prohibir (salvo situaciones
especiales) las transferencias múltiples, aparte de que el gesto ahorraba
dinero para las arcas públicas y problemas de salud de los neonatos.
Aquí empezaron a recibir información sobre embriones. A pesar de
convivir sin prejuicios y de haberse librado recientemente del insoportable
proteccionismo de Bárbara y Bernarda, Marta y Pedro se sentían un poco
escandalizados cuando médicos y biólogos hablaban con tal soltura (a
veces sonaba frívola) de calidad embrionaria, de selección de embriones,
de congelación de embriones y de embriones muertos. Además, pensaron que ponerse un embrión era sinónimo de estar embarazada. Algunos
médicos y muchos biólogos lo creen así y eso genera mayor desconcierto.
Alguien, en ese momento no recordaban quién, les había contado
que sólo un tercio de los embriones humanos está genéticamente capacitado para implantarse, pero que con los actuales criterios de morfología
embrionaria era difícil (si no imposible) detectar cuál de los disponibles
para la transferencia lo es. O sea, que dentro de los embriones también hay
un sinfín de cuestiones por descubrir. La Medicina Reproductiva evidentemente no crece a la velocidad que lo hacen las expectativas puestas en ella.
Como las dos alternativas posibles pasaban por acudir a otra clínica
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de fertilidad o abandonarlo del todo, optaron por lo primero. Esta
vez firmaron callarlo a la familia. Para la elección del sitio tuvieron
en cuenta el que mejor les venía por calidad y distancia. Allí, una voz
amable les citó a las diez. Era otoño y las hojas de los árboles seguían
aferradas al verano. Marta se puso su jersey de cuello vuelto en señal de
perdón dos años y medio después. La sala de espera apenas se sentía,
y eso que estaba medio llena. La enfermera, simpática y ataviada con
un uniforme diseñado para la clínica, les hizo pasar. También allí los
trataron con exquisitez, nunca tuvieron mala suerte con los profesionales con quienes habían topado. Esta vez les propusieron transferir dos
embriones y congelar el resto, punto que aceptaron. En el aire flotaba
la incómoda sensación de que era su penúltimo cartucho: en alguna
ocasión alguien les había insinuado la posibilidad de recurrir a óvulos o
semen de donante si se repetía el fracaso y a ellos tampoco les supo mal,
ya casi nada les importaba con tal de conseguir el embarazo. Pero sólo
un intento más, en la mirada que Marta hizo a su alrededor rememoró
toda su historia de reproducción asistida.
A los doce días de la transferencia de los dos embriones, los nervios
seguían aflorando como en la primera vez. Pedro se tuvo que ausentar
por motivos de trabajo a Guiomar, en Segovia, donde se construía una
parada para el ave a Valladolid, aunque en su mente bullía la pesadilla
recurrente de la regla invadiendo la vagina de su mujer y le incomodaba
sobremanera la repetida idea de no estar junto a ella en esos días de tan
virulenta angustia (siempre presente).
Esa noche Marta tomó una ligera cena a base de espinacas y apio, que
van bien para la tristeza. Regresó a su habitación porque no soportaba
la soledad, se lavó, se cambió de ropa, se puso el vestido floreado con el
que se hizo la primera inseminación, absuelto también de mala suerte,
y se aventuró a llegar hasta el centro y pasear por las Huertas. Caminó
despacio temiendo la hemorragia. El susurro de las hojas otoñales y la
lluvia, que empezaba a arreciar, eran los únicos sonidos que quebraban
el silencio. Se fue hacia el bar El Sol, donde los pioneros de la movida
habían compuesto canciones y bebido, aunque no forzosamente en ese
orden. Desde fuera apenas vislumbraba las figuras de cuatro o cinco individuos de edad indeterminada y envoltura cultureta en conversaciones
secretas aderezadas de humo. Cuando se acercó a la puerta sonaba de
fondo Natural Woman. La cantaba Aretha acompañada de Shania Twain,
Gloria Estefan, e incluso Carole King, en un concierto que proyectaban
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en una pantalla gigante celebrado años atrás en beneficio de los afectados por el sida.
Mirando hacia fuera en la lluvia matutina
solía sentirme tan falta de inspiración.
Y cuando veía que tenía que enfrentar otro día,
Señor, me hacía sentir tan cansada.
Marta se quedó dormida en el sofá de su cuartito de estar entre
montones de fotos de su vida en pareja y libros de autoayuda y volvió
a adentrarse en el conocido terreno de su sueño recurrente. Un sueño
demasiado húmedo a base de sangre y lágrimas. De él se despertó con
una inesperada revelación y nada en su entrepierna. Corrió hacia el
baño pero le tembló el pulso antes de repetir la ya nada envidiable tarea
de hacerse un test de embarazo. Pedro llegó de Segovia en ese instante,
había adelantado su trabajo y condujo toda la noche para estar al lado
de su mujer en el momento más ansioso de los días postransferencia.
Marta quedó aturdida. Se puso la mano en su vientre de forma intuitiva y empezó a llorar. Pedro estaba allí, con ella. También lloraba y le
dijo abrazándola que la quería. Sin embargo a ella le vino a la mente
de inmediato el recuerdo de otras mujeres que había conocido en las
consultas de esterilidad donde había acudido. Fueron extrañas relaciones teñidas de adhesión y celos: Begoña nunca se quedó y andaba en
trámites de adopción; María Eugenia no quiso gametos donados, tenía
fuertes convicciones religiosas que lo consideraban inmoral; Paula sólo
saboreó el lado amargo de la victoria: sus dos embarazos no llegaron
a la sexta semana. En el fondo, Marta no abrigó necesidad alguna de
justificarse por ser una de las pocas ganadoras. Habría preferido verlas
embarazadas a todas y que alcanzaran el éxito, o sea, un hijo. No por eso
dejaban de ser y sentirse como Mujer Natural. Con todas había compartido emociones y el provecho del apoyo de sus parejas.
Cuando mi alma estaba perdida, viniste a buscarla
no sabía qué me pasaba,
pero tu beso me ayudó a nombrarlo.
Ahora ya no tengo dudas de por qué vivo.
De por qué yo.
39
~2~
La chica de ayer se abochorna
¿Su chica ha pasado los 45? ¿Usted mismo sigue con la crisis existencial de haber alcanzado la madurez? ¿Le gusta el rock de los 80? Si ha
respondido sí, entonces esta es su historia.
Hablaremos en ella de la menopausia (más bien del periodo que
inmediatamente la precede), de sus connotaciones y de sus leyendas
urbanas o falsos mitos. O sea, nos dedicaremos en este capítulo a los
cambios hormonales que sufren las mujeres en su quinta década, de
sus arranques maternales y de lo raras que se ponen algunas. Pero
que nadie piense que en nuestro ánimo exista un intento de dar una
explicación estereotipada a esos comportamientos, ni que se emplee
menopausia como término despectivo. Ambas acepciones son endémicamente observadas en el universo machista y se derraman con inusitada
costumbre en las conversaciones de las propias mujeres. Es un ejemplo
de que el cretinismo se reparte por igual entre los dos sexos.
Muchas de las indisposiciones de carácter que se le imputan a la menopausia sólo son consecuencia de la crisis existencial a la que estamos
expuestos todos. Aunque en algunos foros se debata si existe la andropausia, su tránsito, si existe, es mucho más amable que el de la menopausia. El otro, el del paso por la madurez, también lo padecen los hombres,
y con demasiada frecuencia vivido con más perturbación y ardor.
¿Ardor? Es posible que el lector, seguramente mayor de cuarenta, no
se librara de la mili. Más si cayó en infantería seguro se aprendió el
himno Ardor guerrero. Hablaremos de la mili, pero antes algo nos dice
que usted no es de esos que trazan con menosprecio los cambios de
los cuarenta en la mujer. Al contrario, suponemos que usted es de los
que piensan que las mujeres de su generación son las mejores, las más
bellas, las de más estilo y libertad, las más generosas y comprometidas.
Para eso nacieron del baby-boom y tienen la impronta genética del espíritu de la época. Dice Santiago Gamboa, un escritor colombiano, que
«por cada impactante mujer de más de 45, inteligente, bien vestida y
40
sexy, hay un hombre de más de 50 calvo, barrigón y con pantalones
arrugados haciéndose el gracioso con una chica de 20 años». Pero a
veces, en el patio de atrás de una gran mujer que ha pasado los cuarenta
se vislumbra un gran hombre. Por ello, hemos pensado que la mejor
manera de acercarle a los misterios y particulares aflicciones del tránsito
por la madurez sea contarle una historia real. La protagoniza un periodista llamado Nacho, un amigo casi olvidado de Nico al que conocimos
justo antes de perfilar cómo iba a ser este libro. Él se le presentó con
un elevado interés en el tema de la perimenopausia y cuanto rodea al
cambio de carácter que sufría su mujer. Estuvo a punto de separarse de
ella sin más motivo que la incomprensión, pero unas cuantas lecciones
de ginecología, más la singular ayuda de la música de la Nueva Ola española, remediaron su ánimo. Hemos preferido que Nico relate la historia
de Nacho y sus preocupaciones, él la conoce de primera mano.
Conocí a Nacho en Tenerife. Los dos coincidimos en nuestro campamento de imec, un servicio militar particularmente diseñado para
universitarios donde pasamos hambre y sed de justicia y hambre y sed
de la otra. De entrada, compartíamos barracón con una compañía de
legionarios en un lugar caluroso y yermo en lo más alto de Hoya Fría,
incluso apartado de la rutina que hastiaba la vida castrense en la era postgolpista. Corría el año 85 y a esas alturas de la Democracia todavía no
había entrado la foto del rey Juan Carlos en el aula donde nos instruían
en armamento, estrategia militar y otras chorradas innecesarias para la
España de la Transición (yo tuve que perder parte de mi último año de
carrera buscando insistentemente al enemigo). Es lamentable el asunto,
pero aquellas reservadas dependencias las seguía presidiendo el infame
individuo que en los cuarenta años de poder había limpiado el país de
intelectuales, demócratas y todo tipo de bípedo con pelaje progresista.
La imec te permitía, con un poco de suerte, algo más de improductivo estudio y unas tragaderas al estilo de las que se desplegaban en las
épocas de los humilladeros, desfilar los seis últimos meses con la estrella
de alférez o con los tres galones de sargento. Como Nacho y yo vivíamos engañados por la magia del Sargent Peppers de los Beatles, los dos
nos conformamos con los tres galones en lugar de la estrella. A decir
verdad, sin sentimentalismos, todos los del campamento de Hoya Fría
elegimos salir de sargentos, sencillamente porque la instrucción duraba
41
dos semanas menos que la de alférez, y ¡dos semanas de libertad son dos
semanas de libertad!
Recuerdo que, dentro de las pruebas de acceso a la imec, nos pidieron un raro ejercicio de «actitud» donde cabían ambiguas preguntas
de índole religiosa, política y de empatía con las armas. Luego nos
enteramos de que los destinados a ese lugar tan afortunado fuimos los
de las peores puntuaciones en mencionado examen. En definitiva, allí
reclutaron a los de más deficiente espíritu nacional de todo el territorio nacional. ¿Se imaginan qué podía salir de tan selecta colección de
cromos? Aparte de Nacho, un servidor mismo.
Ahora caigo en la cuenta de que en la antigua educación general
básica (¿se acuerdan de la egb?) existía una asignatura llamada precisamente Formación del Espíritu Nacional. Será que nos pilló el tardofranquismo y no nos alcanzó el sistema educativo de «la letra con sangre
entra». Será que tenemos un carácter demasiado rebelde para digerir
tal sarta de barbaridades y chorradas o será que somos señaladamente
cortitos para algunas tácticas del pasado. Sea por lo que sea, a los de
peor espíritu nos relegaron a la isla afortunada y nos ofrecieron una
formación «especial», de esas que tienen la insana intención de forjar
hombres y no consiguen más que informales y borrachos.
Como apuntaba, nos acomodaron junto a una compañía de legionarios brutos a reventar. Nuestros mandos, así llaman a los de rango superior en el ejército, competían por ver quiénes sobresalían en tosquedad
y barbarie. Todo parecido con una de esas películas fachas americanas
sobre marines y otros descerebrados cabría aquí para seguir contando
cómo nos fue en la batalla, pero tranquilo, no me extenderé más de lo
necesario en este preámbulo castrense.
Así las cosas, uno de los lugares preferidos por nuestros particulares
mandos para instruirnos en formación del espíritu nacional se hallaba
en el término municipal de El Rosario, en una explanada del monte de
las Raíces donde aún se hacía tributo al funesto 17 de junio del 36. El
mismo sitio donde una manada de desleales y sanguinarios oficiales se
dejaban llevar por la propuesta franquista de cambiar la Historia de este
país. Cuando ahora veo la foto de aquel encuentro (la de los golpistas),
no me creo que todos abrazaran las ideas de los cabecillas. Hay una rara
atracción y mucho miedo corriendo por esas venas. Los mismos que nos
cantara, cincuenta años después, Antonio Vega en su cántico a la heroína:
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Eh, tú, no lo pienses más,
o te largas de una vez o no vuelves nunca hacia atrás.
Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti,
no esperaba jamás y no espera si no es por ti.
Nunca la oyes hablar, sólo habla contigo y nadie más,
nada puede sufrir, que él no sepa solucionar.
Temor, alcohol de quemar,
pon tus manos a volar o en tus ojos el terror.
Cerca del lagrimoso lugar está La Laguna, por cuyo underground bullía
(al menos en el 85) un ecosistema formado por postmodernos, nihilistas, tribus urbanas de todos los plumajes y foros libertarios e independentistas. Para que vean que la Historia acaba pasando factura incluso
a quienes la borran y la reescriben, aunque aún sigan callando bocas y
desacreditando jueces. Ya puedan pasar mil años, todos sabemos quiénes
fueron y quiénes son: cerrados y obtusos, patriotas y ciegos, ignorantes y
radicales hasta la estupidez, qué más da si fue pasado o no.
Puede ser todo una mentira
bien adornada,
letra para una canción
qué más da si fue pasado o no.
—¿Sabes dónde estamos? —me preguntó el que estaba sentado a mi
lado.
—Sí, aquí huele a hijoputa —le contesté.
—Me llamo Nacho.
—Yo soy Nico —le di mi mano.
—¡Son unos cabrones con toda la cuerda dada! —me susurró al oído.
—¿Quiénes, estos o los del golpe?
—¡Todos! ¿Sabías que la inmensidad de los canallas del mundo ha
tenido un padre o abuelo relojero?
—No, ¿por qué lo dices?
—Por lo de la cuerda —me sugirió con burlona sonrisa.
En el monte de las Raíces, aparte de hacer un frío de cojones, se destilaba mal rollo, no nos permitían el abrigo y castigaban cualquier tipo de
verbo. Todo para la mejor formación de nuestro nacional espíritu. Allí,
frotándonos los brazos desnudos, aguantando la respiración y temiendo
un castigo por romper el silencio de su tributo a la infamia, conocí a
43
Nacho. Un tipo alto, delgado, con espabilados ojos negros que veían
más allá de la censura y todavía menos pelo que yo. Al llegar a la compañía presumía de un largo flequillo desbaratado a lo Antonio Vega, y al
momento llamó la atención del teniente: «al del flequillo me lo dejas
al cero», le dijo al barbero, y éste no se opuso. Nacho era de Madrid y
yo de Granada. El estudió Periodismo y yo Medicina. A él le gustaba la
música rock y la beat generation, y a mí también. El silencio como abrigo
dio calor a una amistad:
El silencio como abrigo
dio calor a una amistad.
La distancia me hace recordar
que tú y yo somos fieles al latir de nuestro corazón.
Su dictado es la mejor canción.
—¿Sabes que viene Radio Futura este sábado? —me cambió de conversación, dando a entender que el ejercicio psicológico de los militares lo
tenía apuntado en su libreta de «cosas que me importan una polla».
—Sí, tengo a alguien que me va a sacar las entradas… si es que me
dejan salir este fin de semana —le contesté.
—¡Claro que sí! He oído que nos van a dar permiso a todos, lo va
diciendo el alférez (también de imec). Forma parte de la formación
psicológica de nuestro insolente espíritu. Alguno de estos «piensa», y
cree que nos pueden implantar el reflejo condicionado «venir aquí es
salir el fin de semana». Como salir es bueno, venir aquí es bueno. Así
que lo que hicieron los del 36 es también bueno.
—¡Cretinos! ¡Pues iremos al concierto, echaremos unas risas y a estos
que les den! —murmuré.
—¿Y sabes quién tocará en diciembre? —masculló al acercarse el
teniente, adivinando claramente mis preferencias.
—No.
—¡Nacha Pop! —me gritó al oído
En esto seguíamos cuando nos pilló el teniente, y como tenía orden
de darnos permiso de fin de semana a todos, sólo nos castigó con cien
flexiones a cada uno. Todavía tengo agujetas, pero, por lo menos, se nos
quitó el frío.
En pleno ejercicio de bíceps, tríceps y pectorales bauticé a Nacho
como Nacho Pop y eso a él le encantó. No pretendo extenderme mucho
más sobre las historias de la puta mili, que por innecesaria es absurda,
44
pero sí me gusta traer a la memoria que durante los casi tres meses que
duró nuestra infructuosa búsqueda del enemigo por las islas, acudimos
a otros dos conciertos aparte de los mencionados: Uriah Heep estuvo
de gira por España con su disco Equator y también vimos a El Último
de la Fila en las fiestas de La Candelaria, un bello pueblo de guanches
que cantan a la virgen más bonita y más morena. Como decía, corría el
año 1985 y todos los que ya habíamos pasado de los veinte, captamos el
mensaje de Tierno Galván, estábamos colocados y al loro.
El concierto de Nacha Pop era el primero que daban los madrileños
en Santa Cruz. Se celebró, como los otros, en la plaza de toros y generó
una gran expectación entre la gente joven de la isla más algunos de los
universitarios que miliciábamos por ella. Aunque creo que a nadie le
hizo tanta ilusión como a nosotros. Lo preparamos con monacal detalle
todas las tardes de cantina. La música de los indiscutibles líderes de la
primera oleada del tecno pop español de los 80 la escuchábamos con
vigilancia mística en un reproductor de casetes que Nacho le había
comprado a un indio a la mitad de lo que costaba en el Rastro. Además,
ese concierto era imposible que nos lo perdiéramos, no porque fuésemos unos máquinas en instrucción o tiro, sino porque se celebró la noche
antes de nuestro regreso a casa y ni a los suspensos retuvieron un día
más en el campamento. Con Felipe González, los militares aprendieron
rápidamente lo del cumplimiento de la jornada laboral.
Los Nacha Pop estrenaban disco, Dibujos animados, y una canción que
a mí no me gustó nada entonces: demasiado comercial. Será por eso que
acabó en las listas de Los 40 Principales:
Grité una noche
como hoy por la noche,
otro golpe, recordar el instante en que te vas.
Mi voz y el humo juntos con el viento
me vuelvo loco buscándote en el tiempo.
Estuve sin vivir, sin respirar ni oír
sin voz, sin solución.
Disfrutamos de los nuevos sonidos eléctricos de la banda, pero algunas
canciones no estaban a la altura de lo que había hecho hasta entonces
el grupo. Luego nos enteramos que fueron incluidas por Nacho García
Vega con el vago propósito de adquirir la misma consideración que su
primo. Él presumía de la categoría que otros grandes artistas que firma45
ban a dúo sus canciones, como Lennon & McCartney, como Jagger &
Richards, pero al pariente no le llegaba ni a las suelas de los zapatos. A
la postre, esta fue la razón de su separación tres años después.
A la plaza nos acompañó el Moi, el más agitador de cuantos imecos
han pisado la isla, el último en la clasificación general en formación del
espíritu. Y lo que son las cosas, después hizo carrera en el cuerpo jurídico
militar y acabó como teniente auditor. Cuando me lo contó varios años
después no pude dar crédito a su decisión y pensé en una variante virulenta del síndrome de Estocolmo. Coincidimos también con un grupo
de isleños que habíamos conocido casi al principio de llegar a las Canarias. Uno de ellos traía un excelente cargamento de hierba cultivada en
Marruecos, y otro se acompañó de todas las amigas libres de su novia. Por
eso se nos acopló un imbécil que gustaba salir vestido de bonito (dícese
del uniforme militar de paseo). Decía que a las isleñas «las ponía» ver a
los imecos. Según su tesis, ligárselos era una forma de evadirse de la claustrofobia que da vivir en una isla, tan lejos de la península. Ese comentario
machista me seguía recordando al estado de excepción que vivió el triste
país de nuestros padres, la «reserva espiritual de Occidente», como la
llamaba el Régimen. ¡Que todavía pululen mentecatos como éste! A las
tinerfeñas con un mínimo de educación les importaba un carajo si eras de
fuera o no y no tenían la más mínima intención de abandonar su tierra.
Alguien con más sustancia gris ha escrito que la verdadera patria de
cada uno está en su infancia. No lo niego, pero en la etapa siguiente, en
la juventud temprana, algunas experiencias te pueden marcar el carácter. La imec, la puta mili, evidentemente no lo logró, pero el espíritu de
la Nueva Ola sí. En rigor, en aquel grupo de amigos y amigas canarias se
transpiraban unos valores especiales hacia su tierra y su propia historia,
en las antípodas de la endofobia y el autodesprecio cultivados durante
las décadas de la dictadura. Ninguno de ellos ni de ellas se sentía atado a
una provincia lejana, igual que el hecho de no ser de Madrid había sido
impedimento para abrazar el particular credo que proponían Antonio
Vega y la gente de la Villa durante los primeros años de la Movida.
En definitiva, cantamos, bailamos, nos echamos unas risas y nos bebimos varias decenas de litros de cerveza más dos botellas de Jack Daniel’s
antes de despedirnos de las islas y sus pobladores modernos. Por cierto,
al tonto baba que salía vestido de militar para ver si ligaba, lo volví a
tener de compañero, ya de sargento, por las tierras de Almería, aunque
por sus calles luciera los tres galones dorados tampoco se comió una
46
rosca. Desconozco cómo conseguimos montarnos en el avión con tanto
whisky de importación corriendo por las venas, pero esa fue la última vez
que vi a Nacha Pop en lo que quedaba de siglo xx. Luego sólo supe de él
por nuestra correspondencia (la de antes, con papel, sobre y sellos). En
la última me preguntó si acudiría al concierto de despedida de Nacha
Pop en octubre del 88, pero yo ya había empezado mi formación como
especialista y en esos mismos días Miles Davis y Oscar Peterson dieron
sendos conciertos inolvidables en nuestra ciudad. Después de esto,
nunca tuvimos noticias uno del otro. No nos llamamos ni llegamos a
tiempo para comunicarnos a través de las redes sociales. De las veces
que he ido a Madrid, nunca se me ocurrió buscarlo. Si él ha venido por
Granada, nada he sabido.
Una mañana invernal, en la rutina del café de las siete y la lectura de
la correspondencia (ahora la internauta) me sorprendió un correo cuyo
remitente se llamaba, precisamente, Nacho Pop. En el asunto ponía
«perimenopausia». Lo abrí con gozosa expectación. Nacho me explicaba en él que había conseguido mi dirección a través de la página web
de la Universidad de Granada y que informándose sobre la menopausia
y sus trastornos, encontró mi nombre en varios sitios, uno de ellos, una
nota de prensa que enviamos con motivo del cambio en la junta directiva de la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (aeem).
Me dio su teléfono y me pidió que lo llamase encarecidamente.
Eso hice. Aparte de quedar para vernos y recordar anécdotas del
pasado castrense, él quería que le hablara de la perimenopausia.
Imaginé que el paso de los años no rompe una verdadera amistad, ya
que ésta ni es esclava de la insistencia ni teme al olvido, y que enseguida
que nos viésemos, las canciones de Nacha Pop irían saliendo solas, como
en nuestras conversaciones isleñas, con sus letras salpicándolo todo. Me
vino bien desempolvar los discos de Nacha Pop para que la música me
ayudara a rebobinar metros de película del pasado, recreándome en la
ilusión que dejan las huellas benignas en la memoria. Como nos dice
implícitamente Flaubert en su Madame Bovary, la forma más segura de
placer es el placer de la ilusión.
En la primera vez que volvimos a vernos me costó reconocerlo, no
tenía el flequillo desordenado que prometía dejarse después de nuestro
paso por el ejército y había ganado en kilos, arrugas y canas. Él es un
poco mayor que yo y debe haber traspasado la frontera mítica de los
50. Aún así los envolvía una elegancia decadente, muy al estilo de su
47
idolatrado Antonio, embutido en un abrigo largo y esa postura suya
ligeramente encorvada apurando los pitillos. Miré en sus penetrantes
ojos negros, siempre críticos, preguntándome si él estaba en plena crisis
existencial. A qué si no ese interés por la perimenopausia.
Enseguida me preguntó si yo había asistido al funeral del que fuese
líder de Nacha Pop. «Evidentemente no», le contesté, «te habría
llamado». Además, a mí no van esos rollos. Él me dijo que sí, que lo
hizo por necesidades de trabajo porque se encarga personalmente de
todo lo relacionado con la cultura en el periódico que dirige. Cuando
me interesé por su trabajo, me contó que siempre fue un escéptico de
esa profesión, nunca creyó en la libertad de prensa hasta descubrir el
periodismo en red. Ahora es el director de un diario de exclusiva difusión internauta, verdaderamente libre e independiente llamado La Voz
Independiente. Se define a sí mismo como un ciberentusiasta.
Como digo, al principio me pareció raro que un tío de 50 años, con
un pasado teñido de tecno pop y alterne promovido por Tierno Galván, se
preocupe por este tema de tan poco glamur, más con esa labor periodística tan innovadora que ahora realiza. Por otra parte, me sentía alagado
porque tal medio se dirigiera a mí, se trataba de una oportunidad de
oro en aras de lavar la imagen de una empresa (la menopausia en sí)
cargada de controversias sociales y falsas acusaciones. Quedamos en la
Taberna de la Daniela:
—Mi chica tiene sofocos… está rara —fueron sus palabras mientras se
acomodaba en la barra.
Demasiado tarde para comprender
Mi cabeza da vueltas persiguiéndote.
Nacho tuvo la suerte de casarse con su chica de ayer, una novia de
canción y una compañera para un millón de años. Se llama Teresa y
ahora la ve «rara». Su médico le ha dicho que son cosas de la perimenopausia y él no consigue entender qué es. Como siempre ha rehusado de
los estereotipos, no quiere caer en tópicos del tipo «se ha vuelto insoportable», «no es la misma persona que conocí», «no tiene interés por
el sexo» etc. Pero…
—Mira, Nico: está insoportable… no es la Teresa con quien me casé…
y de follar mejor no hablo… ¿Tú sabes cómo se ponen las mujeres con
la regla?
48
—Soy ginecólogo.
—¡Pues así todos los días! Es como si ya no me quisiera… y si le
pregunto si quiere que nos separemos, ¿sabes lo que me contesta?
Hice un gesto de no saber nada.
—¡Que lo tiene que pensar! ¡Todo lo tiene que pensar, tío! Si le
propongo un fin de semana sin niños… lo tiene que pensar. Si le digo
de salir con nuestros amigos que tienen niños mayores… lo tiene que
pensar. Si le digo que podríamos cambiar el sitio de vacaciones, que ya
estoy harto de las playas de Cádiz… lo tiene que pensar.
Nacho me siguió adelantando varios datos de la «historia clínica» de
Teresa: se muestra frecuentemente irritable, no duerme bien, anda demasiado preocupada por su salud y sus relaciones sexuales no son como las
de antes. Desde que los gemelos van al colegio el parecido con su madre
es asombroso. Me confesó también que decidieron tener hijos muy tarde,
porque a los dos les exigía mucho su trabajo como periodistas y a los dos
les resultaba más cómoda la vida en pareja sin niños. Pero ella cambió
de opinión cuando cumplió los cuarenta y todo ocurrió tan rápido que
no ha tenido tiempo para digerirlo: tratamientos de fertilidad, donación
de ovocitos, gemelos, noches sin dormir, pañales, guarderías, etc. Ahora
tienen un niño y una niña de 7 años, más las preocupaciones añadidas,
completamente distintas a las que vivían cuando no existían críos. Le ha
desaparecido el apetito sexual y le recrimina que él siempre piense en
lo mismo. Muchas veces se sorprenden discutiendo todo el día sobre el
colegio o tipo de educación que quieren para sus hijos, de si han mudado
los dientes, de sus terrores nocturnos y de sus amigos del colegio.
Por el día alguien con quien no vivir.
Por las noches alguien con quien no dormir.
Últimamente, Teresa se muestra muy sensible con todo lo que brota
de ellos y Nacho no entiende el extremo dolor que le infringe a su mujer
una mala contestación de una chiquilla de siete años.
—¿Qué va a pasar cuando tenga 17? —se me lamenta.
—Oye, ¿has pensado que nosotros también sufrimos las crisis de los
40 y los 50? —le intenté tranquilizar.
—Sí, es posible —dijo murmurando.
—¿Te has planteado de verdad la posibilidad de una separación
temporal? —no sé por qué lo dije, pero me salió del alma.
—Pues ¿no te lo he dicho? Le pregunto si sería mejor separarnos
temporalmente y me dice «que-lo-tiene-que-pensar». Además, no lo digo
49
en serio, ¡es un farol! ¡Que tengo dos niños pequeños! —se sobresaltó
atragantándose con el último sorbo de cerveza. En ese momento llamó
al camarero.
—¿Tiene más cerveza?
—¡Claro! —dijo el barman algo sorprendido.
—¿Cuánta?
—Cincuenta barriles como éste, pero si quiere más llamo a la Cruzcampo.
—¡Venga! ¡Empiece a llenar! —y enseguida volvió a dirigirse a mí—.
Pienso en lo de la separación pero sólo de mentira.
—¿Cómo se piensa de mentira en la separación? —le pregunté con
ironía.
—No sería capaz de irme con nadie… Pero si yo adoro a mi mujer.
—¿Es que no puedes vivir solo, sin necesidad de una sustituta? ¡A ver
si conozco a un hombre valiente! —le volví a sugerir.
—¡No me toques los cojones, Nico! Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien —me dijo invocando a Luis Cernuda.
Al final, Nacho me preguntó si sabía cómo adquirir sangre fría para
atravesar el pantanoso momento en que vive su relación de pareja. Yo le
receté paciencia.
—Bueno, ¿me escribirás algo para mi periódico sobre las cuarentonas? No sé cómo llamarlas, ¿está bien cuarentonas? ¿Cuarentañeras
mejor? ¿Mujeres maduras? —me suplicó.
—¿Te parece mejor llamarlas «Mujeres de 40»? —le respondí, y a
continuación nuestra propuesta.
Ginecología de la mujer
de 40. Mujeres sin reglas
En una perspectiva antropológica, la distinción de los 40 como etapa
en la vida de la mujer no se había observado hasta nuestros días. Es
más, salvo en contadas sociedades donde se contemplan algunos ritos
de paso relacionados con la pubertad o recientemente con el Climaterio, es difícil encontrar en nuestra Historia este interés por establecer
categorías dentro del género femenino. Así pues, compartimentar la
vida de la mujer parece una conquista de la Modernidad. Desde la visión
reproductiva resulta curioso que sean precisamente las últimas hijas del
50
baby-boom las que estén protagonizando esta reivindicación por el cómo
y cuándo planificar sus embarazos. En Occidente, la generación que
ahora tiene más de 40 está a caballo (y por tanto le ha tocado divergir),
entre los nacidos en la sociedad postindustrial y los de la era digital. No
hay un nombre claro que la identifique, pero se han acuñado varios
términos que nos atraen para referirse a los que nacimos entre los 60
y los 70: adolescentes de edad avanzada, generación punk. Quizá por
habernos despertado a la juventud con las primeras crisis del sistema
capitalista que se dieron a mediados de los 70.
Sin perder de referencia este apunte y volviendo al tema que subyace,
la primera cuestión que nos planteamos entonces es si existe o no una
fisiología y, en consecuencia, una clínica propia de las mujeres que han
pasado los 40. En otras palabras: ¿cómo es una mujer de 40? Por lo que
nos afecta como hombres, son evidentemente las que ahora han adquirido responsabilidad y compromiso social, han travestido el ímpetu y la
belleza obvia de la juventud por otra más auténtica, están en plenitud
sexual, hacen de todo y no renuncian a nada. Si se nos permite este
equivalente, una mujer de 40 es como una canción pop hecha jazz, o lo
que es lo mismo, la alquimia sonora entre las notas febriles del ánimo
adolescente con la sensualidad melódica de los silencios, la pasión quiescente por los afectos sincopados y disonantes, la magia de lo ecléctico.
Comoquiera que ellas mismas se perciban o se nos presenten, la edad
ha dejado de ser un obstáculo para sus intereses sociales, sentimentales e
incluso reproductivos. Por ejemplo, para la anticoncepción en esta edad,
podríamos afirmar que, cumplidos cincuenta años de la aparición de la
primera píldora, los continuos esfuerzos investigadores nos han servido
para derrumbar casi todos los mitos engendrados a su costa. Que la edad
sea un impedimento para su consumo ha sido uno de ellos y ahora se
nos presentan como unos métodos a la vez inocuos, seguros y con otras
acciones beneficiosas no contraceptivas. Una suma que les conferirá un
especial interés para la mujer que vive en el tramo final de su vida fértil.
Queremos considerar tres aspectos de la ginecología de la mujer de
40 que puedan interesar al varón: la fertilidad, la sintomatología propia
de esta edad y las cuestiones estéticas.
1. La fertilidad a los 40
Desde el punto de vista exclusivamente biológico, el acontecimiento
central en una mujer de más de 40 años es la supresión paulatina de la
51
actividad reproductiva y hormonal de sus ovarios. Sabemos que el envejecimiento de esta glándula es un fenómeno lineal que comienza desde
el mismo momento de su formación y termina más allá de la menopausia. ¿A qué se debe entonces la acentuada pérdida de la fertilidad
observada a partir de los 40 años?
Paralelo al declinar en la reserva de ovocitos, se observa una llamativa
disminución de su calidad. Lo sabemos por la experiencia acumulada
desde la década de los 70 con los tratamientos de reproducción asistida
(tra). Se ha comprobado que uno de los factores determinantes de la
calidad de los embriones humanos es el incremento de las alteraciones
cromosómicas que se producen con la edad. Ahora estudiamos si es la
explicación al deterioro fértil de los espermatozoides, pero es una de
las tesis más defendidas para justificar la mala calidad de los ovocitos.
Los biólogos especializados en tra no tienen todavía muy claro cuál
o cuáles son los factores que predisponen a los ovocitos a cargarse de
anomalías cromosómicas con el paso del tiempo, pero las hipótesis más
interesantes abogan por una menor disponibilidad de energía en estas
células. La proporcionan unos orgánulos llamados mitocondrias, que
empiezan a fallar en ellos. No olvidemos que los ovocitos son las células
más grandes del organismo y requieren un gran consumo energético.
Es fácil imaginarse cuáles son las consecuencias de este aumento
de malformaciones cromosómicas en los óvulos y embriones: alta tasa
de fallos de implantación embrionaria, elevado porcentaje de abortos
espontáneos, mayor riesgo de malformaciones congénitas y más retrasos
mentales infantiles. Dentro de estas afecciones destaca el incremento de
riesgo de padecer un aborto espontáneo: el doble que una mujer de 35
a 40 años, cuatro veces más que las de 30 a 35 y más de seis veces que el
de las menores de 30. Que no sea una de las principales preocupaciones
a esta edad es porque se desconocen estos datos, y comoquiera que el
aborto no es una contrariedad libre de problemas psicológicos, advertirlo
sería parte de asesoramiento anticonceptivo de cualquiera de los que
nos dedicamos a la educación sanitaria. En las encuestas sobre hábitos
anticonceptivos que un grupo de especialistas (grupo Daphne) elaboran
periódicamente en nuestro país es llamativo observar que, cuando se
enfrentan a embarazos no planificados, el comportamiento de la mujer
de más de 40 es similar al de la adolescente, siendo por ellos parecidas las
proporciones que se deciden por una interrupción voluntaria.
Si los métodos de la Teleología, doctrina filosófica que estudia las
52
causas finales de las cosas, pudieran aplicarse a la fisiología del ovario,
se esgrimirían razones para el declinar reproductivo y hormonal de la
mujer a partir de los 40 años. Como que su correcto funcionamiento
fuese un bien que pretendiese reservar para la mujer joven las mejores condiciones de desarrollo, nutrición y bienestar cuando quisiera
concebir un nuevo ser. Pero, para cuando las condiciones corporales
ya no fuesen las idóneas, se programaría un deterioro de las funciones
reproductiva y endocrina encargadas del mantenimiento de esta nueva
vida. Así entendido, teleológicamente la menopausia es un hito que nos
marca el final de la función hormonal y principia el envejecimiento, y
en el periodo previo a ella, precisamente el de la década de los 40, sería
una etapa donde se relega la reproducción, ya sea de manera cuantitativa (menos embarazos) como cualitativa (más abortos).
2. La sintomatología propia de la mujer de 40
La disminución progresiva de la función ovárica puede ocasionar
una cantidad heterogénea de síntomas, y como es de adivinar, hay
una clínica diferente en la mujer que inicia la década de los 40 de
la que está cercana a la menopausia. Algunas incluso sufren un
Síndrome Climatérico más intenso que cuando desaparecen las
menstruaciones, y en ocasiones coexisten con otros procesos ligados
a la edad como el hipotiroidismo, las enfermedades cardiovasculares
o las osteoarticulares.
El sofoco constituye el fenómeno más característico y frecuente del
síndrome climatérico. Se presenta en el 60-75 % de las mujeres tras la
menopausia, pero puede aparecer meses o años antes que terminen las
menstruaciones.
Las palpitaciones derivan de la inestabilidad neurovegetativa y a
menudo aparecen acompañando a las crisis de sofocos.
Los síntomas psicológicos como la mayor sensibilidad, el nerviosismo, la irritabilidad, la fatiga, la ansiedad, o el insomnio se dan en una
gran proporción de mujeres tras la menopausia, pero casi una cuarta
parte de ellas empieza a sufrirlas durante los 40. Se han relacionado
con la disminución de estrógenos, aunque existen otros factores de
índole sociocultural, personales o procesos psicopatológicos larvados
que surgen en esta edad.
Una de las consecuencias de la disminución de la síntesis de las
hormonas del ovario es la desaparición progresiva de su estímulo sobre
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el útero. Como consecuencia, los sangrados menstruales irán desapareciendo hasta el cese definitivo (menopausia). Tanto la duración como la
cantidad o el ritmo del ciclo menstrual carecen de una uniformidad que
permita marcar un límite entre lo frecuente y lo inusual, entre lo normal
y lo patológico. Los ritmos menstruales de esta época son, por tanto,
ritmos sincopados, sin una periodicidad predefinida. Sin embargo, esta
condición de fisiológica no deja de ser preocupante para la mujer, hace
abandonar algunos tratamientos y limita su sexualidad. No nos extrañe
que sea el trastorno que ocasione más visitas al ginecólogo.
En apariencia, la transición endocrina es ciertamente amable en los
40, no plantea serios problemas de salud, y es oportuno pensar que
más que una sintomatología específica, lo que existen son unas preocupaciones distintivas para las mujeres de esta edad. Además, traspasar
esta barrera supone adentrarse en una etapa de cambios físicos y de
carácter que van a condicionar la manera de entender su ginecología.
De hecho, a la consulta suelen acudir para hacer planificación familiar,
pero surgen otras preocupaciones que pueden subordinar a los deseos
de conseguir o evitar un embarazo. Unas son de índole clínica, como la
irregularidad en el sangrado, el afloramiento de determinadas patologías (dislipemias, hipertensión) o el miedo al cáncer (principalmente
el de mama); otras son de naturaleza meramente emocional o estética,
como la mayor sensibilidad, el aumento de peso o el cambio percibido
en el esquema corporal. A veces, detrás de una consulta al ginecólogo
(por ejemplo, porque el anticonceptivo no le está sentando bien) existe
una preocupación porque se tiene peso de más o felicidad de menos.
3. Las cuestiones estéticas
Una de las principales preocupaciones de la mujer madura moderna
es la de preservar su imagen física, con particular recelo a la ganancia
ponderal. Precisamente el aumento del peso ha sido uno de los mitos
más difíciles de derrumbar con el uso de los tratamientos hormonales,
aunque sabemos que los cambios antropométricos a partir de los 40
vienen dados más por la disminución del metabolismo basal o el cambio
en la distribución de la grasa corporal, que por la acción de las hormonas. Con la edad, además se pierde masa muscular, la principal consumidora de calorías del organismo, lo que provoca que, en la edad madura,
a la mujer le cueste perder peso aun comiendo menos, o engorde más
manteniendo la misma alimentación de años atrás.
54
Por eso, cuando una paciente nos consulta porque no consigue adelgazar comiendo cada vez menos, le recordamos que la ganancia de peso
depende de esta sencilla operación matemática que relaciona la ingesta
calórica y el gasto energético. Cómo equilibre el ser humano la ingesta
calórica depende del balance entre el hambre y la saciedad, y éste de
múltiples interacciones entre hormonas y péptidos cerebrales. Por
otro lado, la manera en cómo se gasta energía no es menos compleja,
e involucra al metabolismo basal, al efecto térmico de los alimentos y a
la actividad física. Unos y otros se afectan por la edad, aunque existen
otros factores conductuales o psicológicos que también influyen en la
ganancia de peso que ocurre conforme sumamos años.
En general, se acepta que el sistema endocrino-metabólico empieza a
alterarse a partir de la quinta década, si bien es más manifiesto en unas
glándulas que en otras: la secreción de la hormona de crecimiento, por
ejemplo, declina gradualmente con los años y puede llegar a ser casi
indetectable en muchos individuos de la tercera edad. Su descenso es
importante porque condiciona las modificaciones en la composición
corporal, como la disminución de la masa y potencia muscular y el
aumento de la masa grasa.
Pero lo más llamativo en las mujeres que se adentran en los 40 es
un cambio en la distribución de su panículo adiposo. Así, mientras la
producción estrogénica ha sido uniforme, la grasa (cuando lo ha hecho)
se ha ido acumulando en nalgas y caderas, pero pasa al abdomen cuando
desaparece y participan otras hormonas con perfil más masculino. Con
el tiempo, las mujeres tienen barriga parecida a la que presenta el varón
y esta adiposidad es, con diferencia, la menos saludable (incrementa el
riesgo de diabetes, cáncer de mama y enfermedades cardiovasculares) y
la que menos atracción sexual despierta.
Estéticamente, también es un periodo de cambios. Aun cuando
algunas mujeres destapan su belleza oculta tras la obviedad de la piel,
son años de gimnasios y remedios estéticos. Quizá porque la autoestima también enferma. Sabedoras de que la fertilidad disminuye, o
porque haya dejado de estar en sus planes, en lugar de engendrar hijos
engendran otros proyectos, descubren otras virtudes, reconocen otras
capacidades. Por eso para las mujeres de 40 en general, la estética es
importante, y más que una cuestión de apariencia, es un estilo de vida.
De ahí que con la anticoncepción sean más exigentes: ahora es cuando
más se les pide que no engorden, que con ellos no salgan pelos, que
55
no sirvan de pretexto a la mutilación, que no empeoren la tensión, no
entorpezcan sus relaciones ni sean pecado.
Se me olvidaba un detalle importante de Nacho: conserva una virtud que
lo hace digno heredero de la mayor pandilla de amigos que se pueda
tener y que encima todos lo quieran: escucha atentamente las opiniones
y batallitas de los demás. No esconde la indiferencia ni el aburrimiento
cuando el tema es un tostón, sencillamente porque no los tiene. En
definitiva, Nacho es un tío que escucha. Quiere que le explique qué diferencia existe entre la menopausia y la perimenopausia y qué remedios
se dispensan para sus trastornos. Como yo estaba en Madrid con motivo
de una de las actividades que promovía un grupo de trabajo de la aeem,
le propuse quedar con su presidente, el doctor Rafael Sánchez Borrego.
Cuando a Rafa le conté que conocía a un periodista muy interesado en la
menopausia, en estos tiempos que corren de crisis para nuestra sociedad,
frunció su frente en señal de vida detrás del asombro.
Entonces llamé a Nacho para que viniese al hotel Princesa, allí lo
esperaríamos. El doctor Sánchez Borrego es un individuo vitalista,
protector y emotivo. Contiene ideas interesantes y muestra con honra
su activa forma de entender la tolerancia en su tierra. Es de Barcelona y
consagra su vida al sacerdocio del fútbol que se practica en el Nou Camp.
Además, posee un sentido del humor muy desarrollado y no repara en
gastos de cantidades enormes de tiempo si el asunto le apasiona: aparte
del fútbol y los amigos, la menopausia. Les presenté como amigos y casi
al unísono cantaron «los amigos de mis amigos son mis amigos». Nacho
sacó libreta, conectó la grabadora y fue al grano:
—Doctor Sánchez Borrego, mi preocupación principal es entender
qué ocurre en algunas mujeres cuando se acercan a los 50. He oído
recomendaciones contradictorias y observo que consumen una gran
cantidad de productos para sentirse mejor —interrogó Nacho—; la mía,
por ejemplo está tomando unas pastillas de soja que le han dado en la
farmacia, pero eso no le hace nada.
En algún momento intervengo yo apuntando que la soja va muy bien
con las ensaladas, pero Rafa se pone firme, desafiante incluso:
—¡Tío, ahora eres miembro de la junta, no puedes decir esas cosas!
—me corrige mi presidente, cuando hemos coincidido toda la vida en
apostar por las hormonas.
56
*
El Dr. Sánchez Borrego contesta
Le preguntamos al Dr. Sánchez Borrego cuál es la diferencia entre
perimenopausia, menopausia y climaterio y cuál sería el programa de
atención a una mujer en esta fase de su vida
menopausia es un término que alude a un hito concreto, al momento
en que cesa la menstruación de manera definitiva, representa por tanto
el fin de la etapa fértil de la mujer.
La perimenopausia es un periodo más ambiguo y difícil de definir.
Precede a la menopausia y dura meses o años alrededor de la última o
últimas reglas. Solemos utilizarlo para referirnos a determinados problemas que algunas mujeres nos refieren en estos años, sobre todo las alteraciones del ciclo menstrual y síntomas parecidos a los que ocurren en
el periodo postmenopáusico.
La palabra climaterio procede del griego «escalón», y se trata de
un espacio de tiempo más amplio en la vida de la mujer que engloba a
los dos anteriores y principia el envejecimiento. Algunos procesos están
claramente limitados a este periodo de transición entre la fertilidad y
la senilidad. Sin ir más lejos, el síndrome climatérico y el inicio de la
pérdida ósea y de la atrofia cutánea y de mucosas son característicos de
esta etapa. Por este motivo, en la elaboración de un plan de atención
a la mujer peri y postmenopáusica se deben considerar dos subgrupos
de medidas: por una parte, las encaminadas a resolver los trastornos de
la perimenopausia y la menopausia reciente (trastornos menstruales y
síntomas subjetivos principalmente, aunque también prevención ósea,
cardiovascular, neoplásica y del sobrepeso); por otro lado, en los años
tardíos del climaterio, sin apartarnos de las medidas preventivas, nuestro
papel como referentes sanitarios de la mujer deben dirigirse a la detección temprana de factores de riesgo o enfermedades que comprometan
un saludable envejecimiento.
Las estrategias preventivo-terapéuticas de la menopausia temprana van
encaminadas fundamentalmente al alivio de los síntomas subjetivos y de
los trastornos menstruales. Las visitas que rutinariamente se establecen
para el diagnostico precoz del cáncer ginecológico y mamario proporcionan una base excelente para la instrucción en el abandono de hábitos no
saludables (alcohol, tabaco) y difusión de sanas costumbres (dieta, ejerci57
cio físico). Además, controles sencillos como la medida de la tensión arterial o la evaluación de la pérdida de masa ósea nos pueden identificar a
mujeres predispuestas a la enfermedad cardiovascular o a la osteoporosis.
Empezaba el mes de mayo y las lluvias habían cesado del todo hacía ya
varias semanas. Desde la pradera de San Isidro se percibe el contorno
del estadio Vicente Calderón abrazado por el río Manzanares, pero si se
agudiza la vista y lo permite el temblor del aire primaveral, puede pintarse
el mismo skyline que conoció Goya, con la enorme cúpula de la iglesia de
San Francisco y el palacio Real. En una de las cafeterías que amenizan la
calle del General Ricardos, Nacho me presentó a su chica (de ayer).
Teresa es una mujer menuda, morena e inteligentísima. Ese día llevaba
gafas de vampiresa y vestía un conjunto de chaqueta y jersey. En su bolso
se entreveían su iPad de trabajo y Las teorías salvajes, un libro de bolsillo
de una joven filósofa argentina que le da un aire. Nacho me contó que
se había formado en las mejores escuelas de periodismo, pero la Movida
(ella prefiere llamarla así, Nueva Ola le parece una vaga reivindicación
de provincias) le avivó una llama contracultural que no había saciado la
prensa escrita. Durante años participó en algunos programas de radio y
ahora compartía con Nacho el entusiasmo por el periodismo de la red,
el ciberentusiasmo como también ella gusta proponer. Al principio me
pareció como si montara guardia. «Lógico» pensé, si a esa cita acudía un
amigo ginecólogo de su marido de los tiempos de la mili en un momento
de crisis existencial y de pareja, «¿qué podría querer Nacho del ginecólogo, ¿que los cambios sólo los sufría ella?». A pesar de que en la
presentación saliera una referencia a esa página de salud que pretendían
incentivar, ella y yo mantuvimos la distancia.
Mientras pedíamos café al camarero, Teresa apuntó su oído hacia la
ventana del piso de arriba. Sonaban las notas de All I really want to do,
una de las canciones más versionadas de Bob Dylan. Acertó con los arreglos jazzísticos de Ben Sidran. «¡Me encantan las versiones en jazz de las
canciones de pop!», musitó casi a sí misma.
Como me dejó sorprendido con el comentario, se lo dije:
—Admiro a quienes tienen ese gusto refinado por la música de nuestro tiempo. Yo también he mudado al jazz y admiro esas versiones de los
clásicos del rock y del pop.
—Gracias —me dijo mirándome por encima de sus gafas y esgrimiendo
una leve sonrisa. La inflación de nuestra distancia empezaba a descender.
58
—Me ha dicho Nacho que has vuelto a trabajar en el periódico y que
queréis hacer una página de salud —le pregunté.
—No exactamente —me contestó ella con cierto aire de superioridad—, sólo nos centraremos en cuestiones que hayan planteado controversia y que la prensa ordinaria no haya atendido convenientemente.
También me interesan los temas de la psicología evolutiva, pienso que
te pueden ayudar mucho en la educación de los hijos. Yo lo estoy intentando con Alex y Christina.
—¿Así se llaman los gemelos? —pregunté repartiendo la mirada al
matrimonio—. ¿Cómo el dúo de la Rosenvinge? ¿Los del ¡Chas! y aparezco
a tu lado?
—¡Exacto! —me contestó Nacho—. Llevábamos diez años después
de casados y cuando nacieron en septiembre, ¡ding dong! Algo despertó
dentro de mí, me parecieron lo más bonito del mundo, ahora ¡qué le vamos
a hacer! ¡No me pidas amor!1
Por la mirada venenosa que le lanzó Teresa, apartándose del todo sus
gafas de vampiresa, adiviné un ataque de ironía que no le gustó. Ella se
disculpó un momento para atender una llamada de teléfono. Se levantó
y se alejó para hablar en secreto. Nacho insistió en que Teresa se parecía
cada vez más a su madre.
—Eso no es malo —le discutí—, depende de cómo sea ella.
—¿Quién? ¿Su madre? Pues cómo va a ser… ¡una suegra! —fue
concreto—. Lo peor es que últimamente le ha cogido un cariño especial
a su hermano mayor, y sólo quiere estar con él, seguro que la llamada es
suya —siguió relatándome—. Antes era un hippy, ahora se ha vuelto un
burgués demasiado acomodado. Nunca he coincidido con él en nada, y
eso que hago esfuerzos por entender sus chistes sin gracia. Como nuestros amigos tienen los hijos mayores ya no salimos con nadie más que
con la familia... —Nacho hizo una pausa larga para terminarse el café—.
Además, se ha empeñado en que llevemos a los niños a un colegio bilingüe, tío, y no sólo es la pasta que nos cuesta, sino que veo que los pobres
están hechos un lío con los dos idiomas a la vez.
—Eso es normal al principio —intenté tranquilizarle—, luego son
exactamente eso: bilingües.
—¡Sí, eso me dicen todos! Pero ahora es un sinvivir, Christina no hace
caso si no es en alemán.
1
Son los títulos de algunas de las canciones de Álex & Christina, su famoso álbum
del 87.
59
—¿Los has llevado a un colegio alemán? ¡Qué fuerte!
—Cosas de mi suegra, que estuvo trabajando en Fráncfort.
Antes de que Teresa volviera a sentarse, Nacho volvió a confesarme
al oído:
—Que te lo digo yo: mi chica no es la de ayer… que está muy rara.
Sólo la tolero en pequeñas dosis. Además, me he dado cuenta de que
sólo tenemos sexo cuando me he portado bien en casa. Es como un
premio: si me encargo de los niños, regaño a Christina cuando le habla
mal, voy al colegio a preocuparme de sus progresos en alemán o me
río con los chistes de mi cuñado... ¡entonces hay polvo! Otro reflejo
condicionado, ¿te acuerdas de la mili?
Bienvenido a la oscuridad, donde la luz no deja de brillar.
Bienvenido a la realidad, donde la luz no es fácil de alcanzar
Bienvenido a la gravidez, a la inquietud y al verbo estupidez
Abre bien los ojos, es la hora de aprender.
Eres el cerrojo, eres tú la llave también.
Sólo dos semanas después me encontré a Nacho en Londres. Él
cubría la exposición sobre falsificaciones, errores y descubrimientos de
artistas como Botticelli o Rembrandt en la National Gallery y yo tenía
una reunión con un grupo de expertos españoles en osteoporosis. Me
llamó la atención lo cuantiosa que era la lista de atribuciones falsas en el
mundo del arte y en nuestra tarde libre quedé con él para verla.
Por una casualidad casi premonitoria, coincidimos con Pedro Abad,
un ginecólogo del mundo afincado en Almería. En algún lugar lo he
descrito como un individuo tuno y sabio, ácrata y refinado. De verbo
incontinente y ni un pelo de tonto. Tiene un discurso cultureta e irreverente, vive conforme a sus ideas, se abre a todo sin someterse a nadie.
Con los años, se ha convertido en un tipo entero, cínico y muy gracioso.
Enseguida empezó a darnos un carrete acerca del paseo que lo traía
hasta aquí, se ha dado cuenta que, en el lugar donde antes estaba la sala
Marquee, ese sitio tan maravilloso donde una vez vio a los Cream y que
ahora ha engullido una tienda de ropa cara, se conserva la placa que le
dedicaron a Keith Moon, el desaparecido batería de los Who. En esto,
nos paramos frente a dos cuadros de Sandro Botticelli, sin duda la gran
víctima de la exposición, Venus y Marte y Alegoría. Pedro cambió de tercio
sin siquiera espirar el aire de la calle. Nos contó la verdadera historia
60
de los cuadros: Venus y Marte, pintada al final del siglo xv, es una de las
joyas de la colección permanente del museo, y Alegoría, considerada en
su tiempo como una obra de mayor calidad, pertenecía realmente a un
discípulo de Boticelli. En el primero existe una lectura alegórica: Venus,
el amor, vence a Marte, encarnación de la violencia y la guerra. Venus y
Marte se trata, pues, de una imitación de la famosa Alegoría, y ésta realmente no es suya sino de uno de sus discípulos. Desde esta perspectiva
y simplificando bastante las cosas, Venus y Marte es una obra maestra de
Botticelli y Alegoría una copia de estilo de uno de sus discípulos.
Mientras Pedro desgranaba minuciosamente estas ideas, Nacho
añadió que el cuadro Venus y Marte, había sido la inspiración de una
fotografía de LaChapelle que ocupó la portada de la revista Flaunt en el
pasado invierno. Siguió detallándonos el contenido de la foto, donde se
ve a Naomi Campbell rodeada de niños que juegan con armas. «Se trata
la asociación de la belleza y la fuerza, del ciclo eterno en torno al ansia y
al amor, a la guerra y la paz», nos dijo.
A mí me extrañó la carga de erotismo de la pintura, no obstante, se
pintó en el siglo xiv:
—Me parece que se proponen oblicuas razones de orden moral: Veo
más probable que el amor que vence sea el platónico, o sea, el espíritu.
Y quien cae vencido no es más que la carne, el deseo sexual, el hombre
desnudo de atributos morales.
—Pues yo observo una alegoría del matrimonio —insistió Nacho—,
el matrimonio vence a la violencia, haz el amor y no la guerra, la mujer
está por encima del hombre y todo eso…
—¡Para nada! —desaprobó Pedro—. Yo más bien la entiendo como
una historia de honda raigambre machista. La del héroe a quien el
contacto con la mujer lo debilita. Hay montones de referencias en la
pintura: la de Sansón y Dalila, la de Ulises y Circe, la de Eneas y Dido.
Aprovechando el debate que suscitó la obra de Botticelli, más las
meras perspectivas que en ese momento sólo él vislumbraba, con renovada curiosidad y reavivada conciencia, Nacho volvió a su tema recurrente. Quiere aprovechar que Pedro estaba allí para destapar el baúl de
las dudas y las preocupaciones lanzando otra de sus preguntas-dardo. En
ese momento, la ironía se dibuja en cada uno de sus gestos
—¡Habladme de las hormonas! ¿Quién de este cuadro las representa?
¿El erotismo? ¿Los duendes? ¿El amor? ¿La guerra? ¿No eran el elixir de
la eterna juventud?
61
Ella es mujer, niña, ella es mi chica
pues sin moverse me trae el levante y el sol
queriendo y sin darme cuenta
como un espejo reflejo su brillo y color.
El elixir de juventud
bebíamos juntos prometiéndonos la vida.
«¿Hormonas? No, gracias»
Y ¿por qué no?
Este eslogan ha sido empleado con desatino por multitud de medios,
incluidos los científicos, que han provocado que el tratamiento hormonal y la misma menopausia vivan sus horas más bajas de credibilidad
entre las mujeres y los propios médicos.
Lo primero que nos viene a la razón, ahondando en la historia de
estos tratamientos, es una pregunta que quizás justifique esa mala
prensa: ¿alguien dentro de nuestro entorno ha vendido la ths como un
elixir para la eterna juventud? A nuestro entender, esta es una reflexión
necesaria para aclararnos qué sombras oscurecen el camino por donde
andamos quienes nos dedicamos a este saber. La siguiente consideración hace referencia al concepto mismo de mujer, tan mal interpretado
por la miope militancia del sectarismo de cualquier sexo y doctrina, y
algunas veces en heterogénea disolución con el cientificismo dogmático
(por definición también intransigente). Como no hay dos sin tres, Internet nos brinda la libertad de expresión desde su más cruda, y a veces
perversa, realidad, compitiendo para convertirse en referente sanitario
del individuo preocupado por su salud y la de sus vecinos.
La ths no es el elixir de la eterna juventud
La búsqueda del elixir de la eterna juventud es y ha sido una de las
inquietudes constantes en la Historia de la Humanidad, un mito recurrente que gana adeptos sobre todo entre las mujeres, al acompañarse
de otros atributos no menos deseados como son la feminidad y la belleza.
Atreverse con él no ha acarreado en la misma Historia, sin embargo, más
que críticas desamables, incisivas envidias e incluso cruzadas religiosas.
La conexión entre la Ginecología moderna y el elixir de la eterna
juventud la podemos situar en 1966, con la divulgación del libro Feminine Forever, de Robert A. Wilson. Atrevido y en consecuencia, entroni62
zado y agraviado a partes iguales. La exaltación de su mensaje hizo que
los encargados de la segunda facción apuntaran con dureza a la fuerte
servidumbre de su autor a la industria farmacéutica, y todavía es una de
las acusaciones preferidas por quienes no tienen mejores argumentos
para denostar la ths. Pensamos que es justo comentar algo en descarga
de aquel doctor neoyorquino: vivió el esplendor exultante en lo cultural,
en lo científico y en lo social de la década de los sesenta, coincidiendo,
y no por mera casualidad, con el nacimiento de la píldora anticonceptiva
y las primeras agitaciones feministas.
El rigor del método científico no tardó en acotar la ths, y lo que se
prometía como bálsamo frente a la pérdida de la feminidad, no estaba
exento de riesgos, a veces graves, cargando paradójicamente contra los
atributos más femeninos: el útero y la mama. Otro frente crítico menos
racional, formado por los bandos más conservadores de Occidente,
junto a los intolerantes de siempre, se animaron a minar el camino que
promovía Wilson, en parte porque los efectos de la ths se adscribían
a las acciones de la recién inventada píldora y al libertinaje sexual con
ella levantado; y en parte por otorgar un protagonismo al papel emergente de la mujer en la sociedad, algo mal digerido por el pensamiento
tradicional machista. No inmune a todo tipo de escarnios, desde determinadas esferas del feminismo radical, también se ha criticado ese afán
inquietante del doctor Wilson, y en extensión a todo ginecólogo varón,
a conservar la feminidad de la mujer medicándola tras la menopausia.
A pesar de superar aquel inicial obstáculo, el uso de estrógenos siguió
un ascenso progresivo y un entusiasta interés por quienes se aventuraron en el conocimiento de la Endocrinología Ginecológica. La pregunta
pertinente sería ahora: ¿Alguien siguió, o ha seguido vendiendo la ths
como un elixir de la eterna juventud o de la feminidad para siempre?
No existen evidencias de ello, pero a nivel particular es probable que sí.
La frontera entre el interés científico de las acciones hormonales y este
mito es tan etérea como sugestiva. Además, algún gerente espabilado de
la industria farmacéutica, con las estupendas perspectivas que supone
vender un producto a una población cada vez más numerosa y más ávida
de calidad de vida, habrá sabido incentivarlo. Pero desde las sociedades
de menopausia hemos reiterado que una cosa es el provecho científico,
e incluso la prevención de procesos que pueden comprometer precozmente la calidad de vida de una mujer, y otra es medicar un fenómeno
(el climaterio) indiscutiblemente natural.
63
Precisando esta idea, es difícilmente justificable el interés de la clase
médica y la creación de sociedades científicas en todo el planeta por
unas sustancias cuya aplicación clínica sea el mero alivio de los síntomas
vasomotores. Es patente que lo más atrayente de los estrógenos sea su
intervención en otros procesos de la fisiología ajenos a la reproducción,
como su implicación en la integridad ósea, neuronal o vascular. Están
involucrados, en consecuencia, en enfermedades modernas como el
alzhéimer, la osteoporosis o el infarto. Aparte, son capaces de contribuir
directa o indirectamente al mantenimiento de la salud psíquica y cutáneo-mucosa, aspectos quizás menos trascendentes que aquellos, pero sí
de un valor creciente en la sociedad de finales de siglo, por su alcance en
cuestiones de belleza, calidad de vida y sexualidad.
Puede que aquí se transmitiera mal el mensaje. Acaso también se
haya confundido efecto protector con efecto terapéutico, y que, en
conjunto, a la mujer le llegara el eco de que con la menopausia había
que preparase (medicarse) para evitar todas estas consecuencias del
envejecimiento. En efecto, que las hormonas puedan ejercer una acción
favorable en otras dianas fuera de las estrictamente sexuales ha sido una
de las facetas más interesantes en la investigación de las últimas tres
décadas. Y hasta tal punto se creía que llegaba su potencial protector,
que existían argumentos sólidos para su empleo en la prevención de la
fractura por fragilidad ósea y en el alivio o retraso de algunos procesos
cardiovasculares o neurodegenerativos. El National Institute of Health
(nih) de los Estados Unidos, promovió un gran estudio que pretendía
precisamente marcar las capacidades cardiopreventivas de la ths en la
población general. Se llamó Women’s Health Initiative y una de las principales valedoras del trabajo fue la mismísima Hillary Clinton, a la sazón
primera dama del globo terráqueo.
Sin embargo, durante los 5,2 años que duró la expectativa a este multitudinario y multicéntrico ensayo clínico, ninguna sociedad de menopausia, en ninguno de los países implicados, estableció en cualquiera de
sus comunicados o guías de actuación clínica, que la ths se usara más
que para el alivio de la sintomatología propia del climaterio. Ninguna
de ellas se ha significado por vender la ths como elixir de la eterna
juventud o la eterna feminidad. Ninguna de ellas, en ningún momento,
se ha salido del marco estricto que determina el método científico, y así
consta en sus publicaciones.2 Por esta vía no encontramos, por tanto,
2 www.imsociety.org.
64
razones para imputarles ningún delito. Entonces, ¿por qué la Opinión
Pública tiene otro concepto de la ths y las sociedades de menopausia?
¿Acaso la culpa esté en ella misma?
La vecina de cabecera se doctora
No cabe duda de que Internet nos ha cambiado las maneras de relacionarnos en lo social y en lo cultural, y que su ámbito se ha extendido a
las ciencias de la salud. La información inmediata nos ha liberado de
la servidumbre del papel en las bibliotecas (algunos trabajos los hemos
leído cuando ya se habían publicado réplicas mejores); de tal forma
que ahora podemos acceder a la última investigación inmediatamente
después de ser publicada. Otro asunto es que todo el personal sanitario
esté capacitado para cifrar lo que lee y, sobre todo, sepa aplicarlo a las
pacientes de su entorno. Prueba de esta dificultad es la estable y lógica
dependencia de los cursos de formación y los congresos con expertos
que dispongan de esa facultad de síntesis. Meditemos en este detalle: si
para los profesionales no nos resulta fácil digerir la información científica, ¿qué será para quien no esté instruido?
Igual que para el profesional, Internet es para el profano un portal de
acceso a la información médica. Si usamos los términos menopausia o
ths en la ruta de la navegación por este medio, no nos debe sorprender
la abundancia de páginas dedicadas al cuidado del climaterio, aunque
sí inquieta la cantidad de ellas que ofrecen una visión «alternativa» de
este periodo. Casi todas coinciden en calificar como «engaño» lo que
ofrece la «Medicina Oficial» con respecto a la ths, y sacan a la portada
el sensacionalista inventario de sus efectos secundarios, muchos de ellos
fantaseados. También es común a casi todas ellas la recurrencia al tópico
de que en esa «Medicina Oficial» («Oficial» suena intencionadamente a
dictatorial, dogmática e irracional) se haya tildado a la menopausia y a la
vejez como «enfermedades necesarias de cura». He aquí de nuevo una
referencia al mito de la eterna juventud, y «quien se atreve a buscarla»,
dicen ellos, «acaba siendo devorado por sus propios logros». Esta es la
interpretación alternativa de las controversias que puedan existir entre
los profesionales de la «oficiosidad».
Comoquiera que exponen con orgullo su condición contraria a lo
establecido y se autoerigen en defensores de lo natural, nos advierten
que «esto de la ths» puede convertirse en una batalla entre fundamentalistas y críticos de la ortodoxia. Se equivocan. Primero porque, como
65
veremos en el punto siguiente, aunque dentro del bando de la medicina
oficial existan algunas interpretaciones extremas, la mayoría no comulgamos con el integrismo: no se trata de creer o dejar de creer en la ths,
sino de colocar en una balanza sus riesgos y beneficios y contrastarlos
con los estrictos criterios del método científico. En segundo lugar, a
ellos que se autoerigen en «verdaderos críticos de la ortodoxia» no se les
puede catalogar de verdaderos críticos, por cuanto usan la demagogia
en sustitución de la razón para referirse a los riesgos de la ths. Más
podemos añadir: nadie les exige una comprobación de la validez de sus
recomendaciones en salud. Es curioso que consideren la menopausia
como un fenómeno natural a la vez que hacen publicidad (a veces manifiesta) sobre remedios alternativos para sus dolencias y consecuencias
futuras. Aun con la heterogeneidad particular del medio de difusión,
predominan los que creen vestirse de un espíritu contracultural, que
no sólo utilizan mal este concepto sino que, interesantemente, copian
los esquemas de la medicina oficial ofreciendo visiones naturistas de
la anatomía, la fisiología o la patología humanas, y aportan remedios
alternativos (algunos fabricados por la industria parafarmacéutica) a
las mismas dolencias descritas en los tratados de Medicina Interna o de
Ginecología, publicitando sus propias biblias y vademécums. Lo que sí
está claro es que no jugamos con las mismas reglas.
Tampoco sorprende la conexión entre salud de la mujer y feminismo,
si bien debamos matizar que se trata de un falso feminismo por cuanto
procede de un sector que entiende la defensa de los derechos de la
Mujer como algo «alternativo» a lo oficial. El dogma también impera en
estos grupos que malinterpretan los fines de su cruzada y de camino se
apuntan a otras incongruencias como que el parto sea siempre natural o
que la sexualidad femenina no se desvista de los arcanos que le asigna el
sexo opuesto. Hay quienes van más allá de la discriminación de géneros
y abogan por una atención femenina a los problemas médicos de las
mujeres.3 En un escalón inferior, pero íntimamente relacionado con el
tema que aquí subyace, sus recomendaciones de salud no pasan por alto
la defensa del tradicional y muy elegante abanico para el remedio de los
sofocos postmenopáusicos. Como aludimos a la sustitución hormonal,
permítannos que utilicemos el término de Ciencia Sustitutiva para referirnos a cuanto se invoca en esas páginas, si bien, para ser estrictos, el
enfoque pertenece más bien a una Religión que a una Ciencia Sustitutiva.
3 Rina Nissim, Manual de ginecología natural para las mujeres. Icaria, 1986.
66
No merecería la pena mencionar estas difusiones, a todas luces entretenidas e incautas, sino fuera porque utilizan (claramente polarizada)
la información extraída de los mismos comentarios y artículos que se
publican en la «Medicina Oficial». Algunas insignias de la prensa sensacionalista caben también aquí: «sólo es noticia la mala noticia», de tal
manera que vende más el riesgo y el descalabro que la propia ciencia.4
En efecto, en Internet es común encontrar hermanadas las críticas a
los efectos secundarios de la ths con el menosprecio a las consecuencias del cese estrogénico, usando expresiones tendenciosas como «la
supuesta atrofia vaginal», «muy pocas padecen síntomas», «en raros
casos es necesario acudir al médico», «en mi experiencia sólo una de
cada diez, como máximo, tiene esos síntomas y esos problemas» o «el
fantasma de la osteoporosis». A nadie sorprenderá a estas alturas que la
continuación a todas esas llamadas se siga de ofrecimientos alternativos
para las figuradas dolencias: «no dejes de tomar el bálsamo de X», o
«ponte la crema vaginal de Y».
En conclusión, Internet ofrece a la Opinión Pública una visión
demasiado interesada y dispersa de la menopausia y la ths. Se permite
jugar con otras reglas y se siente libre de manipular los contenidos de
la literatura científica. ¿Pero debemos buscar aquí al culpable de aquel
descrédito? Como mucho, lo emplean los aprovechados de la tormenta,
pero carecen de la entidad suficiente para adjudicarles el delito.
La intransigencia travestida de método científico
La búsqueda de la excelencia en el quehacer diario del médico se ha
acompañado, extrañamente, de los mismos conflictos suscitados con la
del elixir para la eterna juventud. En efecto, los fundamentos de la Medicina Basada en la Evidencia (mbe) han sido tomados doctrinalmente
por algunos sectores de la Medicina y la gestión sanitaria, desdibujando
la realidad de la práctica clínica. Extrapolar datos de los resultados de
un ensayo clínico a otras situaciones que éste no planteaba en su diseño,
generalizar los malos efectos a otros tratamientos que allí no se contrastaban, tergiversar sus conclusiones a sabiendas de su trascendencia en
la Salud Pública, son algunos de los excesos y errores que hemos encontrado en quienes aplican con dogma aquellos principios. Hay quienes,
no sin razón, empiezan a sentirse bajo la «dictadura de la mbe», que
4 Alfredo Embid, A., «Tratamientos de la Menopausia. Le prometen la juventud,
pero le darán el cáncer», Revista de Medicinas Complementarias, 1995, 41: 46-55.
67
puede funcionar para la Medicina Académica pero no para la práctica
clínica.5
Sin embargo, no han faltado acólitos a la defensa intransigente de
las conclusiones que se extraen de algunos ensayos con alto nivel de
evidencia, a sabiendas de su poca aplicabilidad en cualquier otro medio
distinto al estudiado. Muchas de estas voces han resonado con privilegio
en las paredes de la Administración Sanitaria, y gestionaron muy mal esta
controversia en su momento, si bien es lícito decir en su descargo que se
dejaron llevar por la corriente de otros países europeos. Así, aunque nos
quede la sensación de que es sólo en nuestro entorno donde se propaga
la intransigencia y se ataca a la Sociedad de Menopausia y al ths, otros
países se han visto afectados por estos mismos males. Además, la razón
se va colando por las rendijas de sentido común que dejan las administraciones públicas, y en algunas de ellas han acabado desarrollando
portales sanitarios donde se habla de la menopausia y sus tratamientos,
en la misma medida que se discute en nuestros congresos.
Quizá sea el momento de replantearnos cuestiones de concepto que
puedan haber confundido a nuestros colegas y levantado la voz de los
intransigentes. Quizá debamos precisar o insistir en cuáles son nuestras
recomendaciones para la práctica clínica habitual, y si en algo han sido
modificadas por los datos de aquellos estudios. En este sentido, ya no
caben ambigüedades:
• Tratar el síndrome climatérico no es medicar la menopausia.
• El valor añadido de la ths no significa que la usemos en la profilaxis o
el tratamiento de las dolencias cardiovasculares y neurodegenerativas.
• Los riesgos que se le atribuyen a la ths, cuando se emplean con el
rigor que marcan su posología y sus indicaciones, son mínimos o
inexistentes.
• Finalmente, la tormenta nos ha dejado como sedimento una lección
elemental: no se pueden extraer conclusiones precipitadas y alarmistas por la publicación de un artículo, por muy ejemplar que sea.
En modo alguno está justificado el fin de la ths. La alarma generada
tras estos trabajos ha disparado, precisamente, el interés de la comunidad científica por desvelar algunos de los mecanismos fisiopatológicos
que relacionan los procesos vasculares o neurológicos con los preparados
hormonales actuales. En esta línea han avanzado todos los estudios, tanto
5 Carvajal, J., «Editorial», Rev Chil Obstet Ginecol, 2005, 70: 139.
68
los experimentales como los clínicos. Más cabe decir, si revisamos los últimos artículos sobre ths, observaremos que gran parte de ellos están publicados en revistas no ginecológicas, síntoma del interés de la Cardiología,
la Neurología o la Medicina Interna en sus posibilidades preventivas.
Es evidente que la alarma social y el descrédito de la ths proceden
de los colectivos más intransigentes, pero nos cuesta imaginárnoslos
diciendo «nos hemos equivocado»; primero, porque carecen de una
organización más allá de la frontera que marca la patria de cada uno;
segundo, porque están privados de la capacidad de iniciativa, algo que
sólo se aprende en un ambiente de tolerancia.
Alguien debería decir «nos hemos equivocado»
La interrupción anticipada del estudio que promovió la señora Clinton,
el Women’s Health Initiative (whi), nos abrió de lleno el baúl de las dudas
y las preocupaciones, quizá porque lo dejó demasiado manifiesto: la
ths no previene la enfermedad coronaria, saca a la luz la agonía de lo
latente: la ths puede producir, no sólo cáncer de mama, sino también
enfermedad coronaria. Durante un tiempo demasiado largo toda la
comunidad médica europea quedamos atrapados por este mensaje,
inesperadamente transmitido por sus autores allende el Atlántico.
Pero, como opina el presidente de la Sociedad Americana de Menopausia (nams), el profesor Wolf Utian a través de su órgano de divulgación, «si de algo ha servido la publicación del estudio whi en el Journal
of American Medical Association (una de las revista más prestigiosas en
Medicina, el 22 de julio de 2002), ha sido para seguir hablando de él».
Se dice en algunos foros que uno de los objetivos de su publicación y
de otros trabajos peor diseñados, pero de elevado sensacionalismo, era
mejorar su factor de impacto, una medida que se emplea en la investigación científica para catalogar la importancia de una revista.
Sin embargo, tendremos que seguir hablando y escribiendo acerca del
whi. Fundamentalmente porque de sus muchos resultados se empiezan
a publicar datos de sumo interés para todos los interesados en la menopausia, independientemente del medio donde escriban y del talante de
su postura. De momento prima el resultado de su objetivo principal,
esto es, no hay razón para el uso a largo plazo de los estrógenos en la
prevención cardiovascular. Pero si hacen un uso estricto de las normas de
la Medicina basada en la evidencia, que no nos confundan ni pretendan
que esa sea la aplicación general. A no ser que se refieran (y así lo expon69
gan con claridad) a mujeres mayores, sin síntomas, tratadas con las dosis
estándares de las hormonas sintéticas americanas (estrógenos equinos y
medroxiprogesterona) y con más de diez años desde su última menstruación. Esas no son las mujeres ni las hormonas usadas en Europa, donde
recomendamos hormonas naturales a mujeres más jóvenes y sin riesgo.
Existen cuestiones inexplicables alrededor de las consignas que nos han
transmitido desde julio de 2002. «Las conclusiones fueron precipitadas,
pobremente planificadas e inhumanas», en el sentir del profesor Utian.
Es mucho más contundente cuando declara que el whi «no es un estudio
sobre la menopausia», ha sido «claramente malinterpretado», «se inventó
un índice global de salud no validado», y sigue «intencionadamente reescribiéndose sin rectificar los errores cometidos desde el primer artículo».
En una publicación reciente se vislumbra en Utian un reproche hacia los
investigadores del whi, que no contaron en su diseño con la nams (sólo
quedó en las manos de cardiólogos y epidemiólogos) y hace referencia a
un impreciso «descontento» de los que no firmaron el primer artículo.
«Ni siquiera tras la alarma social generada en todo el mundo fueron capaces de enmendar el contenido de sus primeras y erróneas conclusiones»,
continúa el profesor emérito, «aún a sabiendas de que el cese de la ths
en miles de mujeres pueda acarrearles una disminución de su calidad
de vida y una pérdida de su protección ósea, neurológica y cardiovascular». Deberíamos añadir a sus palabras, que aún teniendo datos propios
demostrando que la ths puede prevenir la enfermedad coronaria.
En su crítica deja caer, sin profundizar, en la responsabilidad del ministerio de Sanidad de Estados Unidos. El estudio whi ha sido y sigue
siendo controlado por el máximo órgano responsable de la sanidad
estadounidense. Desconocemos si los encargados directos sean ahora
los mismos que iniciaron el proyecto o los que gestionaron la respuesta
mediática con el artículo de 2002. Pero suena a incompetencia y desidia
que no ha pasado por alto la prensa neoyorquina.6
Meditemos sólo un instante sobre el final del mensaje del profesor
Utian y la mala praxis que se deriva de haber consentido que miles de
mujeres en todo el mundo dejen la ths. Algunas desafortunadas opiniones vertidas en la prensa no científica, en las editoriales de revistas
especializadas o en los documentos de las agencias europeas de medicamentos sólo han conseguido eso: mala praxis. Quienes sospechábamos
6 Parker-Pope, T., «How nih misread hormone study in 2002», Wall Street Journal, 9
de julio de 2007: B1.
70
que estos argumentos eran desmedidos no hemos sabido, o no hemos
podido convencer a la Opinión Pública. Acaso porque durante demasiado tiempo asumimos que las conclusiones de los grandes estudios
anglosajones debían marcar nuestra práctica clínica, independientemente de que sus poblaciones hubiesen sido bien o mal seleccionadas
o que no procediera la extrapolación de sus datos a otros tratamientos,
otras situaciones u otros pacientes. Algunos trabajos ni siquiera mantienen el rigor que se exige en la mbe. Quizá haya llegado el momento de
cuestionarnos algunas de nuestras creencias.
En definitiva, está claro que la credibilidad del ths está bajo mínimos
por culpa de quienes establecen las reglas de la práctica clínica, de quienes las interpretan dogmática e irracionalmente y de quienes no elevan
suficientemente la voz crítica. Pero, como también se denuncia en la
prensa no científica, quizás debamos alzar la denuncia a cotas más altas
de responsabilidad: por encima del grupo de investigadores del estudio
americano whi que siguen callando las evidencias, está el nih. Y en vista
de cómo se gestiona en aquel gran país la política exterior, la Justicia o
las infraestructuras, ¿van a actuar de una manera diferente en la sanidad?
A finales del mes de junio, cada dos o tres años, se celebra en Ámsterdam
un simposium internacional sobre osteoporosis al que hemos acudido
en varias ocasiones. Siguiendo en la línea actual de ver a Nacho siempre
que nos desplazamos por motivos de trabajo, me llamó por teléfono
para quedar en la ciudad de Rembrandt y Van Gogh, en la sede donde
juega el Ajax. Su intención, comprendidos los cambios del climaterio
femenino y en fase de recuperación de su crisis existencial, es continuar
con el tema de salud de su periódico y redactar algún artículo sobre la
osteoporosis, la epidemia silente del siglo xxi. Le dije que yo no iría en
esta ocasión, que acababa de aterrizar desde Londres y debía centrarme
en el fin de curso en la Universidad, pero le pondría en contacto con
la Dra. Montse Manubens, que sí iba al evento y seguro se mostraría
encantada de colaborar con él.
En lugar de Nacho, por Ámsterdam apareció Teresa. A pesar de su
juventud, Montse es una de las socias fundadoras de la aeem y este año
se le ha dado un merecido reconocimiento por ello. Siempre brinda un
soplo de aire fresco cuando se encuentra entre los participantes de un
congreso sobre menopausia y por eso y por muchas cosas más, ahora es
la Secretaria General de la sociedad. Aparte de su profundo saber y su
71
elegancia en las formas, es una mujer de un grandísimo corazón. Desde
que Rafael Sánchez Borrego nos llamara a los dos para colaborar en su
proyecto, he tenido conciencia de ser hermanos.
Montse y Teresa quedaron cerca del mercado de las flores. Enseguida congeniaron. Caminaron sin rumbo fijo, siguiendo la ruta
caprichosa de los canales, conquistadas por cada esquina adornada
de flores, por cada puente reflejado sobre las aguas quietas, por
cada idea tolerada que tantas veces había hecho célebre a aquella
ciudad. Apoyadas sobre la barandilla que daba a una dársena, Teresa
le confesó que la relación con su marido había pasado por malos
momentos pero estaban superándolos. Ella reconocía haberle dedicado menos tiempo del oportuno y él empezaba a ser un poco más
comprensivo con el cambio que estaban viviendo los dos.
El amor que antes dolía convertido en súper amistad entre los dos,
lo mejor decidido. Yo presumía por mi parte de vivir con naturalidad,
lo natural entre comillas para ambos era pelear,
la discusión en que los dos están de acuerdo en verse sin hablar,
la tontería que después de un rato nadie vuelve a recordar.
Yo he aprendido una cosa que desconocía de Nacho: es un tío sensible. Al menos así se lo ha contado su mujer a Montse. Para ser exacto,
ha dicho de él que «es un hombre que con los años está coloreado de
un matiz ecléctico y a su canto a la libertad de siempre se ha pincelado
de sensibilidad, emoción y mucho de ternura». Lleva razón Kiko Amat
cuando dice que «las mujeres siempre se quedan con el que llora». En
el carácter volcánico de Teresa se desborda una alegría durante tiempo
contenida y que en este momento estalla. Ha encontrado la complicidad
de la Dra. Manubens y el exquisito café con estilo modernista que sirven
en el Hotel American.
Busca un libro que diga «como»
Luego otro que se titule «si»
Un tercero llamado «nada»
Es la fórmula del círculo sin fin
Y es que no hay nada mejor que revolver
El tiempo con el café
Ahora tú no dejes de hablar.
Una de las cuestiones que pretende el periodismo de Nacho y Teresa
72
es la lucha frente a la imagen que se utiliza de la Mujer y al daño infligido a las que empiezan el envejecimiento. Distorsiones del esquema
corporal, dietas salvajes, adicciones a la cirugía estética son algunas de
las consecuencias de esa corriente.
Los ecos del artículo «Las hormonas, ¿por qué no?» le han abierto
el apetito a Teresa por un periodismo libre. Ahora quiere seguir ahondando en el interés por la menopausia y la osteoporosis. Particularmente
le interesa este último porque su madre se acaba de romper la cadera.
No es demasiado mayor, pero es una mujer muy delgada y ha tomado
corticoides durante mucho tiempo por una enfermedad articular. Teresa
misma está preocupada por si esta condición le supone a ella un riesgo de
padecerla. Además, ha mudado su físico desde que mandó a los gemelos
al colegio, su índice de masa corporal es muy bajo, y aunque consiguió
dejar de fumar, se acuerda de cuánto se pasó en los tiempos de la Movida.
Lo mejor de nuestras vidas
aprendimos a mentir y no sentir temor.
Osteoporosis: la epidemia
silente del siglo xxi
La osteoporosis (op) es una enfermedad crónica, progresiva y debilitante del esqueleto, que menoscaba su resistencia y lo hace más sensible
a las fracturas. A la vista de su distribución, podríamos afirmar que la op
es, básicamente, una enfermedad propia del sexo femenino. De hecho,
sólo uno de cada cuatro afectados es un varón, que se encuentra protegido por varias razones: porque adquiere durante su vida una mayor
masa ósea, porque carece del hito de la menopausia, porque tiene
menor tendencia a caerse y porque su esperanza de vida es más corta.
Cuesta, sin embargo, conocer su verdadera prevalencia, por cuanto
se trata de un padecimiento muchas veces asintomático, y para cuando
su clínica aflora, lo hace en sus estadios avanzados, en el estruendo de la
fractura. De ahí el apelativo de «epidemia silente», un proceso multitudinario, alevoso y también escasamente valorado.
Existen estimaciones groseras sobre el número de personas afectadas
por la op. El conocimiento de su distribución procede la mayoría de
las veces por los registros hospitalarios de fracturas por fragilidad. A
73
grandes rasgos, se deduce que en Occidente puede padecerla hasta un
tercio de las mujeres de 60 a 70 años y dos tercios de las mayores de
80 años, lo que se traduce, en términos absolutos, en una cifra cercana
a los 200 millones de individuos que la sufren en todo el mundo. O
dicho de otra manera: cada 30 segundos un europeo sufre una fractura
a consecuencia de la op.
Aparte de ser una importante causa de muerte, más trascendente si
cabe para la Salud Pública es su profundo impacto sobre la calidad de
vida. La peor consecuencia de la op probablemente no sea morir por
ella, sino «vivir» con una enfermedad a la vez larga y limitante. Esto
es particularmente cierto para las fracturas vertebrales, abundantes y
tempranas tras el climaterio.
Producen dolor de espalda, pérdida de altura, deformidad e inmovilidad. Las de cadera son más graves y ocurren ya en la senilidad, son
responsables del dolor crónico y disminución de la movilidad, llegando
en demasiadas ocasiones a la invalidez y pérdida de independencia. En
España se registran más de 100.000 fracturas osteoporóticas al año, lo
que se traduce en una cifra cercana a los 3,5 millones de afectos, la
mayoría mujeres. En otras palabras, una de cada tres mujeres postmenopáusicas españolas padece una fractura op, cifra que supera la mitad
entre las que sobrepasan los 70 años.
Tanto el riesgo de padecer una fractura, como sus daños y secuelas,
pueden ser reducidos con diferentes estrategias terapéuticas, que van
desde simples cambios en el comportamiento higiénico-dietético, hasta
el uso de fármacos específicos para su tratamiento. Sin embargo, algunas de estas medidas son costosas, y su relación coste-efectiva insuficientemente evaluada. No cabe duda de que la prevención es uno de los
pilares fundamentales en este ahorro de enfermedad, secuelas y recursos, y aunque hayamos apuntado que la mujer española conoce mejor
el alcance de este padecimiento, las campañas orquestadas por nuestras
autoridades sanitarias son aún insuficientes.
Especialmente llamativa es nuestra carencia en densitómetros, o de
acceso a ellos, siendo uno de los pilares en los que se sustenta un Informe
Europeo del año 1998 para disminuir la incidencia de op en la Europa
desarrollada. A causa de este mismo déficit cohabitan dos situaciones
evitables y contrapuestas que aumentan el gasto sanitario en el viejo
continente: por un lado, la op es una enfermedad infratratada, en tanto
infradiagnosticada. Por otra parte, uno de cada tres fármacos anticatabó74
licos vendidos para el tratamiento de esta enfermedad no ha sido prescrito bajo estrictos criterios diagnósticos. El ahorro farmacéutico puede
animar a algún gestor sanitario ávido de ascender en su carrera política, pero el coste económico y humano que supone no tratar a tiempo
esta enfermedad escapa a cualquier justificación política o económica.
Profundizando en la herida social de esta epidemia silenciosa, sólo un
18% de los 3,5 millones de españoles afectados por op tiene realizado
un diagnóstico correcto, y el coste derivado de la hospitalización por sus
complicaciones alcanza ya los 220 millones de euros.
¿Cómo prevenirla?
Sin perder la referencia que nos proporcionará el futuro, cuando por
los estudios genéticos averigüemos la predisposición de cada individuo
a una enfermedad concreta, en el terreno de la op quizá sea más importante atender a los determinantes óseos que dependan de los hábitos de
vida, esos que en los ambientes especializados se ha convenido en llamar
factores de riesgo modificables. La importancia de ellos radica precisamente
en su posibilidad de corrección. Como recomienda la aeem, cambiar
algunos aspectos dietéticos puede ser el mejor medio para mejorar la
calidad de vida de la mujer, incluyendo la calidad de sus huesos.
Precisando esta idea, nuestra dieta mediterránea, se eleva como un
instrumento muy útil en la prevención de las fracturas por op, aparte de
su reconocido valor cardiovascular saludable. Consiste en un estilo de
vida basado en la idealización de algunos patrones de alimentación de
los países mediterráneos, especialmente de los del lado oriental, pero
en su provecho existe toda una filosofía del buen vivir. La dieta o estilo
mediterráneo también incluye los paseos al aire libre, las comidas en
reunión y la siesta, o lo que es lo mismo, la luz, la exposición solar, el
ejercicio físico, las relaciones sociales, la transmisión de los buenos hábitos alimenticios y el descanso; detalles de beneficios abundantes para la
salud de todo tipo: mental, ósea y cardiovascular.
La historia de los beneficios en la salud asociados a este tipo de dieta
se inició en 1938 cuando se estudió el tipo de alimentación de los habitantes de la isla de Creta, y tiene su último episodio en junio de 2007
cuando el Gobierno español la propuso para su inclusión en la lista del
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la unesco.
Si sólo nos circunscribiéramos al tipo de nutrición que se alienta con
el estilo mediterráneo, tiene unas valiosas propiedades que podemos apro75
vechar en la salud ósea, como ya lo ha demostrado con la cardiovascular
o la metabólica: algunos de los ingredientes mencionados son ricos en
vitamina D, predominan los ácidos grasos insaturados (ácidos omega 3,
6 o 9), y es alta la ingesta de antioxidantes. Por otra parte, el consumo
moderado de alcohol fermentado que aquí se fomenta ya se ha observado
en otros trabajos que favorece el aumento de la densidad mineral de los
huesos, probablemente debido a su alto contenido en fitoestrógenos.
Tenemos datos de los beneficios de esta dieta en nuestro país: en un
estudio dirigido desde la Universidad de Granada y en el que participan
otros reconocidos centros de Alicante, Lugo, Bilbao y Barcelona, se
describe a una población de mujeres que acudieron al ginecólogo para
recibir asesoramiento sobre salud ósea. En él se comprueba que esta
disposición al estilo mediterráneo de mantener una vida sana mejora la
masa ósea y disminuye las fracturas por fragilidad.
La otra recomendación para combatir la op parte de la práctica habitual de ejercicio físico saludable que, como ya sabemos, ha sido relacionada ampliamente con la protección y promoción de la salud física y
mental, con la prevención, tratamiento y rehabilitación de varias enfermedades, así como con el incremento de la calidad de vida en todas
las edades, géneros y estados de salud. Para ello, la práctica debe estar
adaptada en sus características y parámetros a las necesidades, recursos y
limitaciones de los participantes, así como garantizar un riesgo mínimo.
El ejercicio prototipo para la prevención de la op debiera incluir
entrenamientos que incrementaran la fuerza, la resistencia, la flexibilidad y el equilibrio. No basta pues con un simple paseo, sino que se
recomienda combinar deportes aeróbicos (paseo, carrera ligera, baile)
con actividades que incrementen la masa muscular (pesas o aparatos)
más la resistencia ósea y el equilibrio (salto); todos, por supuesto, precedidos y acabados por ejercicios de estiramiento que eviten las lesiones
y mejoren la elasticidad. La conjunción de esta actividad física, ofrece
beneficios cardiovasculares, metabólicos y óseos indiscutibles; pero
también porque la práctica de cualquier actividad deportiva ayuda a
reducir la severidad percibida de los síntomas vasomotores y a mejorar
el bienestar psicológico de las mujeres que la realiza. El lector masculino
puede tomar buena nota de estas recomendaciones, manifiestamente
dirigidas también a él.
Lo más preocupante es, sin embargo, que aun conociéndose como
se conocen los efectos tanto de la actividad como de la inactividad física
76
sobre la salud, la mayoría de las personas adultas son sedentarias. La
inactividad aumenta incluso con la edad y es mayor en la mujer (tres de
cada cuatro mujeres de nuestro medio). Ello demuestra lo importante
que resulta diseñar e implementar programas de ejercicio físico para la
mujer y controlar específicamente los factores psicosociales y biomédicos que determinan, no sólo el inicio y adherencia al mismo por parte
de las participantes, sino también los efectos y beneficios de la práctica
física sobre la salud, el bienestar y la calidad de vida de quien se adhiere
a ellos.
La enfermedad cardiovascular en la mujer
La incidencia de la enfermedad cardiovascular (ecv), fundamentalmente la enfermedad coronaria, es tan frecuente en la mujer como en
el varón, y sigue siendo la primera causa de muerte en las sociedades
desarrolladas. Esta igualdad derrumba un importante mito mantenido
durante buena parte del siglo pasado debido a una interpretación falaz
de los datos epidemiológicos: considerar la ecv como una enfermedad
casi exclusiva del varón. No se pueden ocultar las diferencias patológicas
y clínicas entre sexos que han justificado aquella errónea tesis, principalmente que hasta la menopausia las mujeres tienen una incidencia
de ecv muy inferior a los varones de la misma edad, diferencia que
bruscamente se desaparece tras este hito e incluso se iguala en edades
más avanzadas. A lo que debemos añadir otra particularidad femenina:
los eventos coronarios las castigan de forma silente y las predisponen a
una mayor mortalidad respecto del varón. En definitiva, podemos afirmar que las diferencias de sexo no radican tanto en el cuánto sino en el
cuándo y cómo se producen.
Se han propuesto varios mecanismos directos e indirectos por los
cuales se explica la protección estrogénica frente a la enfermedad
cardiovascular, fundamentalmente por su acción beneficiosa sobre el
perfil lipídico y por el efecto vasodilatador que ejercen sobre algunos
lechos vasculares, incluidos los de las arterias coronarias. El mayor efecto
beneficioso de los estrógenos parece estar en la función endotelial. Eso
explica que el déficit hormonal posmenopáusico cree un ambiente
propicio para el desarrollo de la aterosclerosis (parecido al que sufren
los varones unos años antes), sustrato patológico principal, aunque no
el único, para el accidente coronario.
77
Se siente el final del estío, aunque en el cabo de Gata la luz es inagotable, es clara, es hermosa, es tu amante, como dijo de ella Aldous Huxley.
Paloma, Alberto y yo habíamos preparado un fin de semana con nuestras parejas para coordinarnos en la redacción de este libro. A Nacho le
adelantamos algo de nuestro propósito inmediato y le pedimos permiso
para contar su historia. Le pareció estupendo y nos sorprendió con su
visita a Rodalquilar, donde nos habíamos hospedado. Como le dijimos
que íbamos sin niños, vino con Teresa, los gemelos se quedaron en
Madrid con el hermano de ésta. Recorrieron kilómetros de carreteras
estrechas por el sur de las provincias de Albacete y Murcia, buscando
lugares donde robarse un beso antes de enfrentarse al hierático Mediterráneo azul intenso, apenas manchado por los purpúreos rayos de un
sol estival perdiéndose suavemente en el ocaso de tierra adentro.
A Nacho, la contemplación del mar le recordó la vista del Atlántico
que teníamos desde Hoya Fría, donde habíamos compartido rock de
los 80, amistad y mili y enseguida le hizo concebir pensamientos de
infinitos, encendió su entusiasmo y su predisposición al éxtasis. Todos
vestíamos ya un desleído bronceado, pero piropeó la belleza de nuestras
mujeres. «Veo que te ha ido bien en la vida, lo digo por tu chica y tus
amigos», me dijo. Recordé en ese momento uno de los consejos maternos que nunca olvidaré: «Uno no hace amigos, los reconoce a medida
que los va encontrando». Yo además, también encontré a mi chica de
ayer. Para decirme que todas sus dudas con Teresa habían desaparecido
insinuó, cómo no, una canción de Antonio Vega.
Si me das a elegir entre tú y la riqueza,
con esa grandeza que lleva consigo.
Si me das a elegir entre tú y la gloria,
pa que hable la historia de mí por los siglos.
Si me das a elegir entre tú y ese cielo,
donde libre es el vuelo para ir a otros nidos.
Si me das a elegir entre tú y mis ideas,
que yo sin ellas soy un hombre perdido.
¡Ay amor! Me quedo contigo.
Aunque hayamos traspasado el mes de septiembre, es noche de
verano, la luna ilumina de cuando en cuando, Nacho se baña en ese
aire caliente y húmedo del sur de la península, se baña en presente.
Nos contó que, por el tono de las contestaciones, la página de salud de
78
su periódico había sido muy bien aceptada. Me dijo que me traía un
regalo, volvió a repetir que le parecía bien que contásemos su historia y
se puso a fumar algo hecho a mano, hacía mucho tiempo que ninguno
de nosotros compartía la pipa de la paz y le pareció un buen momento.
Nadie de los de allí lo vio mal y nos transportamos juntos al valle de las
risas incontroladas. Como regalo me entregó una canción, esta vez no
de Antonio Vega sino de Tom Waits. Se llama Take It with Me, la canción
más hermosa escrita por Waits a su mujer Kathleen Brennan casi 20
años después de conocerla. Ella estaba en los 40.
Ha de haber algo más que carne y huesos.
Sólo posees aquello que has amado…
79
~3~
A preguntas embarazosas,
respuestas anticonceptivas
Pleased to meet you
Hope you guess my name, oh yeah
Ah, what’s puzzling you
Is the nature of my game, oh yeah
I watched with glee.
M. Jagger & K. Richards, Sympathy for the devil.
Rafa y Sonia están saliendo desde hace algo más de tres meses, casi el
mismo tiempo que lleva el curso académico que están estudiando. A él
le costó dar el paso definitivo y ella se tiró toda la primavera y el verano
esperando el momento a que se decidiera. A punto estuvo de proponérselo ella misma antes de las vacaciones, pero le entraron ciertas dudas en
el momento oportuno y se pasaron todo el verano sin verse. Comoquiera
que viven en ciudades alejadas, y sus familias soportan bastantes gastos
para permitirles un viaje en pleno agosto, sólo se han comunicado por
el Facebook. Gracias a las redes sociales ahora son pareja.
Los dos estudian en la Universidad de Granada y son vecinos de barrio.
Ella ocupa una pequeña habitación soleada en la segunda planta de la
residencia xx que comparte con Mari Pili, una estudiante de quinto
de Psicología, un tanto tímida pero acogedora y servicial. Aparte de
ayudarla con el idioma, le ha servido en su adaptación a la vida sureña y
al ambiente de una universidad provinciana. Sonia es del norte de Italia,
y vive en Andalucía porque en su país, estudiar Medicina está reservado
a la elite. ¡Qué contradictorias y paradójicas resultan las cosas! Granada
tiene una de las universidades españolas que más nota exige para hacer
esta carrera y en donde más competencia va a encontrar con sus compañeros de curso. Por eso, al diferente idioma, se le sumará la tangible
hostilidad en su ambiente estudiantil.
El hecho de inscribirse en esa residencia fue decisión de sus padres,
80
que aparte de ser profundamente católicos, con acertada propuesta
prefirieron tenerla en un sitio rodeada de otras chicas jóvenes a que se
aislara en un piso alquilado. En vista de que el primer año le fue bien, se
echó buenas amigas y en la carrera tampoco se enfrentó a los psicópatas
empollones, la propia Sonia decidió continuar residiendo en el mismo
lugar. De esta suerte, ya va por el cuarto año. Además, la Facultad la
tiene a tres pasos y casi al lado había un chico que le hacía tilín.
Parte de su adaptación, como se ha apuntado, fue a cargo de Mari
Pili, la psicóloga, otra incumbe a Rafa, el que le hace tilín, pero también
le debe mucho a la madre Rocío, la directora del colegio donde se
hospeda. De ella hablaremos más tarde. Por otra parte, Rafa tiene alquilado un piso en una de las calles de atrás del colegio xx, colindante con
el edificio donde están construyendo el museo de García Lorca. Con el
tiempo, el sitio se ha convertido en uno de los lugares más concurridos
de Granada y la dueña de la vivienda lo sabe, de ahí ese interés repetitivo
y calculado en subirles el alquiler. En el cotizado apartamento convive
con otros tres estudiantes, aunque la amplitud de su salón y la cercanía a los bares de tapas, lo convierten en una especie de albergue para
almas descarriadas de las madrugadas de los sábados y otros bípedos que
acuden a la llamada de botellones y marchas nocturnas.
A Sonia Francesca, como realmente se llama la italiana, la conoció en
un desayuno colectivo sin diamantes que él mismo preparó una mañana
de resaca y domingo. Había acompañado a Gloria, una amiga de clase
y a su vez novia de Lucas, uno de los tíos más juerguistas que pisa el
planeta y, a la sazón, compañero de piso y de Derecho de Rafa.
Rafa hace segundo de tercero, aunque lleva seis años estudiando en
Granada. Es de un pueblo de la provincia de Jaén llamado Alcaudete,
famoso por su aceite y sus habas Mata. En ese pueblo, me atrevería a
decir que en esa provincia, todos son buenas personas. Aparte de estudiar, Rafa toca la bandurria en la tuna del distrito. A decir verdad, toca
mejor la bandurria que estudia, no canta mal y es muy cariñoso y simpático. Será por eso y por la bondad de las gentes de Alcaudete que sus
padres lo mantienen en la Universidad. También es indeciso, eso ya lo
hemos comprobado. Sonia Francesca, como él la llama, Sonia para el
resto de los amigos e incluso de la familia, es todo lo contrario, es imperativa y colérica, todo lo tiene controlado y es muy estudiosa. Sin caer
antipática, no es tan campechana como su novio jienense. También se le
nota que no termina de reducir a cenizas ciertos prejuicios en cuestio81
nes de sexualidad de su educación infantil. De esto nos vamos a dedicar
en el siguiente capítulo, pero antes, déjenme que termine de presentar
a nuestros protagonistas.
Como decía, Rafa, que prefiere la bandurria y la juerga nocturna al
Derecho Civil y al Eclesiástico, se enamoró a primera vista de la italiana
y como es buena persona e indeciso, piensa que tal bellezón no está al
alcance de sus condiciones. Por eso prefiere otras armas amatorias. Una
de sus aficiones preferidas es salir de serenata las noches de los miércoles.
A partir de mayo, las madrugadas son deliciosas en esta ciudad, liberada
del ajetreo de turistas y estudiantes borrachos, con los aromas de jazmines
y el fresco que baja de la sierra. Su sitio preferido para tocar con el resto
de tunos es la calle Escuelas, justo debajo de la ventana de Sonia.
Cuando la Aurora tiende su manto, y el firmamento viste de azul no
hay un lucero que brille tanto, como esos ojos que tienes tú. Bella Aurora,
si es que duerme, en brazos de la ilusión...
Pienso que Sonia se decidió a salir con él para que la dejara estudiar
y dormir.
Un poco de Historia
En este capítulo, querido lector, vamos a tratar el tema de la anticoncepción, concretamente de sus métodos hormonales, por la controversia
forjada con su uso. A lo largo de estas páginas nos haremos eco de sus
mitos, de sus beneficios médicos más allá del efecto contraceptivo y de
cuándo y cómo se pueden emplear. Acaba de celebrarse el quincuagésimo
aniversario de la primera píldora, y quienes sentimos fascinante el mundo
de las hormonas nos felicitamos por ello, será por su polémica, siempre
presente, o por la incontinente irreverencia de quienes las defendemos, a
sabiendas de su condición políticamente incorrecta. Las ideas se arremolinan
mientras uno intenta imaginar las esperanzas y los inmensos obstáculos
que debieron acompañar a los pioneros de la anticoncepción. La historia
de su comienzo nos traslada a los sesenta y a todo lo que social y (contra)
culturalmente se coció allí. Aunque durante tiempo, respaldar el uso de
la píldora era como un paseo por el lado salvaje, ahora los tiempos nos están
cambiando. Como ve, será inevitable referirse a otros protagonistas del
momento como el pop, la psicodelia o la poesía de Dylan.
La píldora nació gracias al esfuerzo investigador de un grupo de
82
médicos y científicos interesados en la acción hormonal. Pero también
al espíritu de esa época, caracterizada especialmente por la búsqueda
de la libertad de expresión y la igualdad de derechos de la Mujer. Aun
a sabiendas de que dejamos en el olvido la labor de muchos individuos
e instituciones responsables del lanzamiento y desarrollo de la anticoncepción femenina, destacaremos desde aquí varias personas, e hitos
claves en la historia de la píldora. Por un lado los químicos, como Ludwig
Haberlandt, Russell Marker o Can Djerassi que consiguieron extraer
esteroides en el laboratorio y hacerlos eficaces por vía oral. Por otro,
los biólogos Min Chueh Chang, profesor de la Universidad de Pekín y
Gregory Pincus, profesor de la Universidad de Harvard, quienes descubrieron que los gestágenos inhiben la ovulación. También los médicos
John Rock, Celso García o Edris Rice Wray, que hicieron los primeros
ensayos en mujeres. Con todo, ninguna investigación llegaría a hacer
realidad la píldora anticonceptiva si no es por la incalculable aportación de las defensoras Katherine McCormick y Margaret Sanger, quienes
ayudaron en la financiación de los trabajos de Pincus para sacarla al
mercado americano.
En un principio, la investigación en humanos se tuvo que trasladar a
Puerto Rico porque la anticoncepción era un delito en el estado de Massachusetts, donde Pincus obtenía sus resultados haciendo fecundación in
vitro a conejos de laboratorio. Los fondos para su investigación y para
el desarrollo de la floreciente Federación Americana de Planificación
Familiar procedieron íntegramente de la aportación de una de aquellas
defensoras, Katherine McCormick.
Otro hito importante en el florecimiento de la contracepción fue
el permiso de la Iglesia, no obstante, piense que estamos en la parte
más conservadora de los Estados Unidos. En efecto, para que la píldora
pudiera ser utilizada en la mujer de la época, el doctor John Rock consiguió el permiso a la Iglesia de Massachusetts, con la interesante condición de que la usuaria tuviese la regla. Así, en su criterio, no se alteraba
la fisiología natural de la mujer. La acepción universal de la regularidad
menstrual procede de esta cláusula. En consecuencia, cuando una mujer
dice de su menstruo que es regular como un reloj es porque la Iglesia
americana de los sesenta así lo estimó.
Basado en los descubrimientos de los químicos, Pincus desarrolló la
primera píldora en 1960, compuesta por 150 mcg de mestranol y 9,85
mg de noretirondrel. Aunque el momento histórico pudiera hacernos
83
pensar que la mujer estaba adquiriendo derechos fundamentales, la
realidad era otra: en los primeros años de su prescripción necesitaba la
autorización del marido para su uso.
Desde el principio se vio que el principal efecto secundario de esta
píldora era su efecto trombocito. Enseguida se determinó que se debía
a la dosis iatrogénica, pero este hallazgo alimentó la controversia: algo
que pretende la igualdad de la mujer o peor aún, la libertad sexual,
no puede ser bueno a los ojos de una sociedad tan conservadora y de
raigambre integrista. Desde entonces, siempre ha estado en el punto de
mira del censor, siempre ha ido de la mano de la polémica, y siempre
se ha descubierto en la diana de la alarma injustificada. Así, el primer
anticonceptivo oral comercializado en Europa ya reducía su dosis de
estrógenos a la tercera parte y no arribaría hasta bien entrado el año
1961. Desde entonces la investigación sobre sus efectos, preparados,
dosis y maneras de administrarla no ha parado, y se han tardado décadas en descubrir sus verdadera realidad
Hay una curiosa historia paralela: la píldora nace en plena efervescencia contracultural, al principio de los tiempos dorados del pop. Uno de
los iconos de esta época, y preludio de la psicodelia, fue la música de los
Beach Boys. El disco Smile, cuya canción más representativa es una de
las píldoras más sabrosas del pop (Good Vibrations), empezó a fraguarse
en el verano del amor, pero su autor (Brian Wilson) no la terminó hasta
40 años después. Las buenas vibraciones con la anticoncepción hormonal
han tardado también 40 años en ser oficiales.
Sobre la mesa de estudio de la habitación 27 intimidan los apuntes
sobre el síndrome premenstrual que Sonia debe aprenderse este fin
de semana. Con la excusa del plan Bolonia, ahora tiene que mirar los
temas antes de que se impartan en clase. En ese preciso instante vibra su
móvil. Es un sms de Rafa que dice literalmente «salimos y…?». A Sonia
le revienta que su novio, con quien sólo lleva poco más de tres meses, no
termine las frases cuando habla. Llegó a pensar que es un uso común
entre los españoles de aquí, pero sólo lo ha oído de él, y ahora también
lo hace con los mensajes del teléfono móvil.
«Salimos y qué?», le contesta ella. «…», fue la siguiente vibración del
teléfono de la italiana. «Ok!», puso ella.
A los pocos minutos, Rafa la esperaba en la puerta de su residencia.
Como otras veces, saludó con amabilidad a la madre Rocío, mientras
84
la directora le devolvió una sonrisa y un comentario recurrente: «¡Qué
pareja más bonica hacéis!».
—¿Salimos y…? —volvió a decirle Rafa.
—Salimos y... ¿qué? —contestó muy arisca Sonia.
—Salimos y puntos suspensivos. Los puntos suspensivos llevan implícitos tomar unas cañas, ir al cine, a bailar, etc.
—Bueno, salimos y tomamos una caña.
—Bien, podemos ir a la calle Navas y…
—Y ¿qué? —recriminó ella.
—Pues que luego podemos ir a una disco o…
—¿Por qué nunca no terminas las frases, Rafa?
—En español no se hace la segunda negación que si no…
—Que si no, ¿qué?
—Que chirría un poco, ya sabes…
—No has terminado de contarme por qué no terminas las frases, ¡eres
el único que conozco aquí que lo hace!
—No sé, nunca lo he pensado, a lo mejor es porque…
—Porque, ¿queeé?
—Oye Sonia Francesca, ¿estás con la regla? O…
—¡No estoy ni con la regla ni con nada! Eso es algo de los españoles
que tampoco entiendo: cuando una mujer está seria o de malhumor
¡tiene que estar con la regla!
Aunque a Sonia la retraía el estudio, acabó abandonándose a su suerte
y esa noche la pasó en el piso de Rafa. Por lo menos otras diez personas
bebían todo tipo de alcohol destilado de mala calidad al son de Incubus.
—Vamos a mi cuarto y… —le susurró Rafa.
Esta vez, ella entendió el significado de los puntos suspensivos.
—Pero, ¿no tienes preservativo? —le increpó a su amante en pleno
éxtasis de preliminares.
—No, se me ha olvidado comprarlos —contestó lacónico.
—Pues pídeselo a tus amigos.
—Ahora no voy a salir así que… ¡venga, si no pasa nada! ¡La saco
antes de correrme! —le dijo con cara licenciosa.
—¿Cómo le decís aquí? ¿Antes de llover…?
—Antes de llover, gotea. Pero no te preocupes, si yo…
—Tú ¿qué?
—Que yo controlo, tía. Si no te fías, mañana vas por una pastilla…
*
85
Mecanismos de acción en la anticoncepción hormonal 7
Por la controversia creada en determinados medios acerca de cuáles
son realmente los mecanismos de acción de los anticonceptivos hormonales, los analizaremos en esta sección para cada uno de los preparados
disponibles en el mercado. Podemos adelantar un dato: el principal
mecanismo de acción de todos ellos es la anovulación, sin que se haya
demostrado en humanos que alguno sea anti-implantatorio, ni mucho
menos abortivo.
Mecanismo de acción de los anticonceptivos
hormonales combinados
Consideramos como anticonceptivos hormonales combinados a aquellos que en su fórmula química llevan estrógenos y gestágenos. En ellos,
el gestágeno es el principal responsable de la acción anovuladora, aprovechando su efecto inhibitorio sobre el cerebro en la secreción de la
hormona lútea (lh).
Por otra parte, el componente estrogénico inhibe la secreción de la
hormona estimuladora de los folículos (fsh), pero esta acción no es
suficiente para garantizar la anovulación. Los estrógenos se emplean
para controlar el ciclo menstrual gracias a su efecto sobre el endometrio
y porque aumenta la sensibilidad a los gestágenos.
En consecuencia, durante la toma de anticonceptivos hormonales
combinados puede existir desarrollo folicular, pero no se produce el
pico de lh necesario para la ovulación.
Mecanismo de acción de los anticonceptivos
hormonales con sólo gestágenos
Aparte de la acción anovuladora que hemos señalado, los gestágenos
presentan otros mecanismos de acción anticonceptiva que han sido
aprovechados comercialmente para la anticoncepción hormonal sin
necesidad de usar estrógenos:
• Disminuyen el volumen del moco cervical y, a la vez, aumentan su
celularidad y viscosidad. Esta suma hace que no permita el ascenso
adecuado de los espermatozoides, por este motivo se le llama «moco
hostil». Aunque no sea es el principal mecanismo de acción sí es el
7 El cea está formado por: Iñaki Lete, Ezequiel Pérez-Campos, Esther de la Viuda,
María Angeles Gómez, José Vicente González, Marta Correa, Paloma Lobo, Camil
Castelo-Branco y Nicolás Mendoza.
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más rápido en hacer efecto (aproximadamente a las dos horas de
haberlo ingerido).
• Inhibición de la capacitación espermática.
• Disminución de la movilidad tubárica.
¿Cómo se mide la eficacia de un método anticonceptivo?
Como lo que se pretende con un anticonceptivo es evitar el embarazo,
a través del índice de Pearl se mide el número de embarazos no planificados que sucederían en un grupo de 100 mujeres que lo ha estado
usando durante un año. Se calcula con la fórmula:
Índice de Pearl (ip) = n.º de embarazos no deseados x 100 / año.
En realidad, hay dos tipos de ip, el teórico o ideal, que es número
de embarazos ocurrido cuando el uso de método es perfecto, o sea, sin
interferencias como olvidos, vómitos, retrasos, etc.; y el ip real o de uso,
que es el número de embarazos ocurridos teniendo en cuenta todas esas
contingencias.
En la siguiente tabla podemos observar cuáles son los ip de los diferentes métodos anticonceptivos, y sus diferencias entre el uso teórico y
el real:
método
anticonceptivo
Espermicida
Diafragma
Preservativo femenino
Preservativo masculino
Anticonceptivos orales
Parche
Anillo
Gestágeno inyectable
Inyectable combinado
diu-lng
Implante
Esterilización femenina
Esterilización masculina
eficacia
real
29
16
21
15
8
8
8
3
3
0,1
0,05
0,5
0,15
eficacia
teórica
18
6
5
2
0,3
0,3
0,3
0,3
0,05
0,1
0,05
0,5
0,10
Tipos de estrógenos y gestágenos usados en anticoncepción oral
estrógenos
• El principal estrógeno natural, sintetizado por el ovario es el 17β
estradiol.
• El estrógeno más utilizado en los anticonceptivos hormonales combi87
nados es el etinilestradiol. Se sintetiza al añadir al estradiol un grupo
etinil en el carbono 17.
• Recientemente se ha comercializado un anticonceptivo combinado
que contiene un estrógeno natural, el valerato de estradiol, y está a
punto de lanzarse otro que lleva el propio 17β estradiol.
gestágenos
Tipos de gestágenos de acuerdo a la clasificación «generacional»:
• 1.ª generación: estisterona, 19 nortestosterona, nandrolona.
• 2.ª generación: noretisterona, acetato de nortestosterona, acetato de
etinodiol, linestrenol, levonorgestrel, norgestimato, dienogest.
• 3.ª generación: desogestrel, gestodeno.
Además, existen otros gestágenos de desarrollo posterior que ya no
siguen la clasificación generacional:
• Derivados de la progesterona: acetato de clormadinona, acetato de
medroxiprogesterona.
• Derivados de la espironolactona: drospirenona.
La anticoncepción no es ilegal
Por la ventana de la habitación de Rafa entraba el bullicio de los puestos de fruta y especias que las mañanas de los sábados atestan la plaza
de la Romanilla. La luz del día encendía un póster de Posthuma que
la presidía, regalo de su tío Santiago, un antiguo aficionado al ácido.
La composición estrellada, colorista y planetaria daba la sensación de
eso, de haberse colocado. Pero Sonia se encontraba a gusto allí, igual le
pasaba con Rafa, algo tenía que la engatusaba, como el ácido.
«¡Tengo que irme!», dijo de pronto, apurada por culpa de cuánto
debía estudiar y por el engorro de tener que buscar una píldora del
día después. Sin más tiempo para ir a un hospital público, la compró
en la primera farmacia que encontró abierta. Por suerte, debajo de su
misma residencia había una de esas farmacias que abren las 24 horas.
Asimismo, la cercanía a tanta población joven la han acostumbrado a
vender anticoncepción de urgencia sin poner reparos ni hacer objeción
de conciencia. A Sonia le reconfortó comprobar que ni el empleado ni
ninguna de las personas que consultaban esa mañana se percatasen ni
alarmaran por su petición. En Italia, seguro le habría ido de otra manera.
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Con ésta, era la segunda vez que la tomaba. Como le fue bien con
la primera experiencia, confió en su eficacia. Había oído hablar de la
«bomba hormonal» pero ella no notó nada especial en ninguna de las
dos ocasiones, los españoles son muy exagerados a la hora de utilizar
descalificativos, máxime si hay prensa de por medio. Sin embrago,
empezó a sentirse intranquila por el hecho de reiterarse en el uso de
este tipo de anticoncepción. Consultó en Internet, concretamente en
una página llamada anticonceptivoshoy.com, donde no leyó nada acerca de
sus efectos secundarios, pero sí recomendaba explícitamente el uso de
métodos más seguros. También leyó algo sobre el doble método.
¿Seguridad? ¿Doble método? Nunca se había planteado esas cuestiones, el temario de la asignatura de Ginecología no era muy profundo
en materia anticonceptiva, pues daba la misma importancia, en minutos
lectivos, al uso de otros métodos no hormonales como los de barrera o
el diu y a la esterilización definitiva, léase vasectomía o ligadura tubárica. Aunque no tuvo constancia certera de ello, en su tierra existe una
manera parecida de hacer planificación familiar: o se confía demasiado
en un método no completamente seguro (el preservativo) o se pasa
directamente a la contracepción irreversible (vasectomía, ligadura). «Y
si alguien cambia de pareja ¿qué? —pensó— ¿Es que no existen otros
recursos a la vez seguros y reversibles?».
Por otra parte, tiene aún muy recientes sus clases de anatomía patológica y patología general donde, muchas enfermedades tienen su base
en el consumo de la píldora. Los profesores de Ginecología le han dicho
lo contrario, o al menos así lo ha entendido. Aunque le hubiese gustado
que los docentes se pusieran de acuerdo, a ella le ha parecido más razonable la visión de los ginecólogos. Es común oír a la gente hablar de los
médicos en sentido peyorativo cuando no opinan de la misma manera.
«¡Es que no se aclaran ni ellos mismos!», ha escuchado a un cliente
reprocharle a la farmacéutica del barrio.
Sonia parece entender bien lo poco que le han explicado en clase y,
en definitiva es lo que le va a entrar en el examen, pero empieza a inundarla un mar de dudas acerca de su uso particular. Será por eso que, en
general, los profesionales de la sanidad carecen de la formación básica
en asesoramiento anticonceptivo y sólo se informan oportunamente
cuando ellos mismos lo necesitan. La página web anticonceptivoshoy.com
le pareció a la italiana un portal excelente para requerir respuestas a
algunas de sus dudas.
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¿Qué efectos secundarios tiene la anticoncepción de urgencia? ¿Es
abortiva? ¿Puede repetirse cuantas veces se quiera? ¿Es cierto lo de la
«bomba hormonal»? ¿Puedo comprarlos sin receta? ¿Qué es el doble
método? ¿Cuál es el más seguro? ¿Es cierto que los hormonales dan
cáncer… o lo previenen? ¿Engordan? ¿Su uso sigue siendo pecado?
Dejó entreabierta la ventana mientras Mari Pili y ella limpiaban a
fondo la habitación en un rato libre de estudio. Por su rendija se coló una
canción de Kiko Veneno que se retransmitía desde el piso de enfrente.
Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda.
*
Anticoncepción de urgencia
¿Qué es?
Es la oportunidad de actuar para prevenir un embarazo con posterioridad a una relación sexual no protegida o protegida inadecuadamente.
Es anticoncepción porque actúa antes de que se inicie la gestación y se
considera de urgencia porque se utiliza tras una situación no habitual y
su eficacia es mayor cuanto más precozmente se use. No se trata pues de
un método anticonceptivo habitual.
¿En qué consiste?
Consiste en la administración de 150 mg de levonorgestrel en dosis
única. Este tratamiento está aprobado por las autoridades sanitarias
españolas para la anticoncepción de urgencia desde 2001. Es de libre
dispensación en farmacias desde septiembre 2009 y la oms lo considera
como fármaco esencial en este uso.
Recientemente se ha introducido otro fármaco con similar mecanismo de acción y efecto más duradero. Se llama acetato de ulipristal y
es un fármaco que se une a los receptores de progesterona. Está disponible en España desde diciembre de 2009. Se presenta como un único
comprimido de 30 mg.
Para ambos se recomienda tomarlos lo antes posible, con o sin
alimentos.
¿Cuándo está indicada la anticoncepción de urgencia?
La anticoncepción de urgencia está indicada para cualquier mujer
que haya mantenido una relación sexual no protegida, no desee una
90
gestación o simplemente la solicite. Entre las razones para tomarla están
la relación inesperada no protegida, uso reciente de fármacos o sustancias teratogénicas, fallo del anticonceptivo habitual (rotura o retención
en vagina del preservativo, olvido de alguna píldora, eyaculación anticipada (coitus interruptus) o error del cálculo del periodo fértil con
métodos naturales.
¿Cuál es el mecanismo de acción de la anticoncepción de
urgencia?
Aunque se han postulado varias hipótesis acerca de los mecanismos
de acción de la anticoncepción de urgencia, lo único cierto es que sólo
tiene efecto sobre la ovulación. Es decir, no es efectiva si la ovulación ha
ocurrido. Por tanto:
• No afecta a la calidad del moco cervical.
• No afecta a la penetración de los espermatozoides en la cavidad
uterina.
• No interfiere la implantación del embrión en el endometrio.
• No afecta a la expresión de marcadores de receptividad endometrial.
• Si se produjera la fertilización e implantación, la gestación progresaría a pesar de su uso.
• No interrumpe un embarazo establecido ni daña un embrión en
desarrollo.
¿Cuál es su eficacia anticonceptiva?
Existe una relación directa entre la eficacia anticonceptiva y las horas
que han pasado desde la relación sexual o el día del ciclo en el que se
ha tomado. El porcentaje de riesgo, esto es ,de embarazo no deseado
después de tomarla correctamente es del:
• 15% si se toma tres días antes de la ovulación.
• 30% si se toma entre dos y un día antes de la ovulación.
• 12% si se toma el día de la ovulación o el siguiente.
• 5% si se toma en cualquier otro momento del ciclo.
Dependiendo del retraso de la toma:
• 95% de éxito si se toma antes de las 24 horas.
• 85% si es entre las 24 y las 48 horas.
• 58% si es entre las 48 y las 72 horas.
Por tanto se recomienda su toma lo antes posibles desde el coito no
protegido.
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¿Qué efectos secundarios se han descrito
con la anticoncepción de urgencia?
No se han descrito efectos secundarios graves para la salud de la que
lo ha tomado, tan sólo se han observado efectos leves y pasajeros como
náuseas, cefaleas y alteraciones de ese ciclo menstrual.
Requisitos previos para su uso
No se necesitan exploraciones ni pruebas complementarias y es de
libre dispensación en farmacias.
Aspectos legales
La ley de autonomía del paciente 41/2002 fija la «mayoría de edad
sanitaria» en los 16 años: «el menor de edad no emancipado puede
prestar su consentimiento en el tratamiento o utilización de fármacos,
en relación con su madurez apreciada objetivamente por el médico».
Por otra parte, el Código Penal (artículos 181-183) reconoce legal la
autodeterminación sexual a la edad de 13 años. A partir de esta edad
tienen capacidad legal para mantener relaciones sexuales consentidas.
Según estas premisas, en las mayores de 16 años se puede prescribir
y dispensar siempre que la menor preste su consentimiento. En las que
tienen entre 13 y 16 años, el médico puede prescribirla y dispensarla sin
consecuencias jurídicas, considerando si es una menor madura.
Mitos y controversias
En cuanto a la libre dispensación, no se han observado cambios en los
hábitos sexuales (no aumentan las infecciones de transmisión sexual) y
ya se ha observado una disminución de las interrupciones voluntarias
de embarazos después de su liberación. En cuanto a la toma repetida en
el mismo ciclo, no aumenta los efectos secundarios graves, sólo se han
observado mayores alteraciones del ciclo menstrual.
En consecuencia:
• no es un método abortivo.
• no es teratogénicas.
• no es un método anticonceptivo habitual.
• no protege frente a las infecciones de transmisión sexual (its).
• Sí es una segunda oportunidad.
*
92
La anticoncepción no es inmoral
Doce días tardó Sonia en respirar tranquila y despreocuparse de su posible embarazo. Durante ese periodo no mantendría relaciones porque
estaba nerviosa. Nunca más dejaría de tener un preservativo a mano.
Cuando le vino la regla decidió consultarle a alguien cuál sería la mejor
opción anticonceptiva para ella. Como una iluminación premeditada,
oyó que su compañera Lucía Vico había contactado con una experta en
arte llamada María José Domene para que diera una conferencia en su
colegio acerca de la exposición sobre Mattisse y la Alhambra. La directora distribuyó entre las colegialas más veteranas el ciclo de conferencias
que cada año académico se irían desarrollando en su centro. Por eso,
Sonia, automáticamente se presentó en la habitación de Lucía Marín
para plantearle su propuesta. Lucía no es un nombre muy común aquí y
las diferenciaban por sus apellidos: Vico la de Bellas Artes y Marín la de
Medicina. Lucía Marín era compañera de Sonia en la facultad y, además,
la delegada de curso para la asignatura de Obstetricia y Ginecología.
Su intención era invitar a algún profesor de ese departamento a dar
una conferencia en el colegio sobre «anticoncepción hormonal». «Me
parece genial —dijo ella—, pero antes deberíamos consultárselo a la
madre Rocío, puede no estar muy de acuerdo con ello».
Cuando Lucía Marín contactó con nosotros también fue lo primero
que le preguntamos. En rigor, se trata de un tema espinoso allí donde
se toque, así que decidimos presentarnos a la directora del centro con
la excusa de conocer las condiciones del aula donde se iba a impartir
la charla. Hemos tenido experiencias amargas cuando se ha hablado
de anticonceptivos en reuniones no especializadas: en unos foros no
piensan que son inofensivos, en otros se sigue creyendo que producen
abortos y para muchos siguen siendo pecado. En general, la Opinión
Pública ha concebido una idea de artificio alrededor de ellos.
En consecuencia, nos plantamos en la residencia universitaria xx de
la calle Escuelas. Lucía Marín nos esperaba allí. La acompañaba Sonia,
a quien nosotros conocíamos porque había solicitado examinarse oralmente de la asignatura. No entiende muy bien el sistema de preguntas
tipo test y se defiende mejor en el cara a cara. Ambas nos guiaron hacia
el salón de actos, pequeño pero coqueto. Muy orgullosas de su equipamiento, nos mostraron que contaban con todos los medios necesa93
rios para hacer una exposición amena: ordenador, cañón, sistema de
audio, incluso una pequeña cabina para traducción simultánea, ya que,
con la venida del plan Bolonia invitaban de vez en cuando a profesores extranjeros de paso por nuestra Universidad. Enseguida asomó la
madre Rocío. Sonia y Lucía nos presentaron a ella, con esa palpitación
y espontaneidad de un niño cuando ve a alguno de sus maestros fuera
de clase. Nos recordaron a nuestros hijos en edad de colegio cuando
íbamos a preguntar a sus seños cómo iban en clase.
La madre Rocío no vestía hábito de monja, se conserva joven en su
sexta década y tiene marcadas unas arrugas periorbitales que dan a
entender que se ha pasado la vida sonriendo. Para regocijo nuestro se nos
presentó «más como tía Rocío que como madre Rocío». Este ramillete
de variables, con énfasis en su raro apodo, creó inmediata química con
nosotros dos. Le encantó la idea de «la conferencia», como ella gustaba
proponer, que un profesor merece el prestigio de dar conferencias.
A continuación nos aclaró el porqué de lo de «tía Rocío», y es que en
sus catorce años de directora en este colegio, tenía dos o tres embarazos por curso (evidentemente no deseados) entre sus colegialas. Como
nunca se escandalizó por ello, a ninguna de las afectadas la expulsaron
de la residencia y ella misma se mostraba atenta y cariñosa a los malos
ratos que todas pasaron. Se consideró por ello la tita de cuantos se
engendraron en ese periodo. «La mayor tiene ya 13 años… y se llama
Rocío, como yo», nos contó con inmodesto agrado mientras sacaba su
foto de un cajón donde moraban, por lo menos, otros treinta bebés y
niños de todas las edades.
—¡Todos estos son mis sobrinos! —nos señaló con fingido entusiasmo—. Pero me parece que debemos darle otra educación a estas
criaturas.
Aparte de agradecernos la presencia allí, la directora aludió a lo
contentas que estaban las de Medicina con nuestras clases, que nos
mostrábamos sensibles, abiertos y sin prejuicios, y eso les gustaba.
—Bueno, así lo haremos aquí también —le contestó solícito Alberto.
En ese momento, Sonia, que se había mantenido callada todo el
tiempo, preguntó —más dirigiéndose a la madre Rocío que a nosotros—
si podían venir estudiantes varones. A la directora no le pareció descabellada la idea y, además, estaba acostumbrada a recibir a los chicos de la
vecina residencia XY a todo cuanto allí se organizaba.
—¡Pronto necesitaremos un salón de actos más grande! —anticipó
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mirando al tendido—. ¡Claro que sí, hija mía! Invita también a tu chico.
Si vieran —nos indicó— ¡qué pareja más bonica hacen! Él no estudia
mucho, pero casi todas las semanas viene a darle una serenata con la
tuna. ¡Hace ya tiempo que no los oigo! —dijo dirigiéndose a la italiana
para sonrojo monumental de ésta.
—Por nosotros tampoco habrá inconveniente —le precisé—, al
contrario, pensamos que la anticoncepción es cosa de dos: los varones,
sobre todos los de vuestra edad, deben saber de qué va todo esto. Es
interesante que estén implicados, como lo es desterrar mitos y resolver
las dudas que se les pueda plantear a ellos.
Antes de irnos me llamó la atención un cuadro que la madre Rocío
tenía en su despacho. Sobresalía Cupido dominando el paisaje sobre
una carreta de caballos blancos. Delante del paso, un grupo de mujeres
mostraban gozosas sus vientres abultados por el embarazo. Le pregunté
a Alberto, que sabe mucho más de pintura si conocía al autor de aquella
pintura.
—Se trata de una copia de El triunfo del amor, de un pintor de la
escuela florentina del Renacimiento llamado Jacopo del Sellaio, pupilo
de Filippo Lippi y contemporáneo de Ghirlandaio y del gran Botticelli —me dijo—. Es una típica pintura sobre tabla que se regalaba a las
parejas de recién casados en Florencia, con un contenido generalmente
moralizante —terminó subrayando.
Por ociosa curiosidad, seguí preguntando a Alberto cuestiones sobre
este tipo de pintura. Además, aquella imagen me recordaba algo que no
era capaz de descifrar entonces.
—¡Alberto, esa representación me recuerda algo! ¿Hay un cuadro
muy parecido a éste?
—Efectivamente, puede que te refieras a El triunfo de la castidad, del
mismo autor, pintado a la vez que éste. Seguramente irían juntos en ese
regalo de bodas del padre de la novia… Pero hay varios triunfos de la castidad más conocidos que éste, el más impactante es El banquete del pinar, de
Botticelli, que lo puedes ver en el Prado, donde una mujer desnuda que
representa la lujuria es perseguida por un cazador a caballo y va siendo
mordida por sus perros en presencia de todos los comensales. Luego
está la explícita El combate entre el amor y la castidad de Di Giovanni del
Fora, con una mujer, la Castidad, que se defiende con un escudo de las
flechas que le lanza, sin éxito, Cupido.
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—Pues yo, El triunfo de la Castidad de Jacopo del Sellaio lo he visto en
otro sitio, déjame recordar.
Tardé unos minutos en dar con la clave en mi memoria, mientras
tanto ya habíamos tomado caminos divergentes Alberto y yo. ¡Cómo
olvidarlo!, adorna uno de los pasillos de una residencia universitaria
parecida a ésta. Hacía unos años me presté a una empresa como la que
íbamos a abordar ahora, pero con menos éxito. Tenía que ver con el
Círculo de Expertos en Anticoncepción (cea), que impartía unos cursos
para matronas por toda España y a mí se me había ocurrido traspasar
la frontera hacia un público formado enteramente por gente joven.
El cea está formado por un elenco de especialistas en anticoncepción
que representa a casi todos los rincones del país. Se configuró con los
antiguos presidentes de la sec, su actual presidenta, y otros ginecólogos
de reconocido prestigio. Algunos se han ido renovando por cuestiones familiares o políticas. Yo tengo el honor de pertenecer este grupo
porque me fascina el mundo de las hormonas y me gusta hablar de ellas.
La industria farmacéutica de la contracepción nos considera «líderes de
opinión», aunque a mí nunca me ha gustado esa forma arrogante de
presentarme. Vamos a dejarlo en que constituimos un grupo de trabajo
muy bien avenido, emprendedor y eficiente.
96
*
Guía para el uso de los anticonceptivos orales combinados
El anticonceptivo hormonal combinado o píldora combinada, o simplemente la «píldora», fue el primer fármaco autorizado con fines reproductivos y sobre el que recae toda la información científica y epidemiológica acumulada en los últimos cincuenta años. Generalmente se administran diariamente estrógenos y gestágenos durante 21 a 24 días con
un intervalo libre de 6-7 días, aunque también están comercializados
preparados con 28 comprimidos de los que 4 o 7 de ellos son placebo.
Requisitos previos
Sólo es necesaria una correcta anamnesis (entrevista médico
paciente), la explicación del método y la toma de la tensión arterial.
Según la Sociedad Española de Contracepción, no es necesario realizar
el examen ginecológico ni prueba complementaria alguna (citología,
ecografía o analítica) para prescribir anticoncepción hormonal.
Inicio de la toma
Se recomienda iniciar el consumo de los anticonceptivos hormonales
combinados desde el primer día de la regla, a ser posible a la misma
hora del día para evitar los olvidos y sin necesidad de estar en ayunas.
Hay una forma de comienzo que no requiere esperar a la regla que
consiste en tomarlo cualquier día del ciclo, el mismo día de la consulta si
hace falta. Los ingleses lo llaman quick start (inicio precoz). En este caso, se
debe tener la precaución de utilizar un método de barrera (preservativo)
si se tienen relaciones durante la primera semana de uso de la píldora.
En todas las formas de administración cíclica (no continua) se dejan
de 4 a 7 días sin ingerir la píldora antes de comenzar otro envase. Hay
envases que llevan incorporadas 2 a 7 píldoras sin medicación (placebo)
para conseguir mejor adherencia al uso anticonceptivo. Por lo general,
durante esta semana sin tomar pastillas, o durante la toma de las últimas
píldoras placebo, es cuando aparece la regla.
Criterios de elección
En la Conferencia de Consenso del año 2005, se decidió sustituir
el concepto de contraindicaciones por el de criterios de elección para
adaptarnos a la nomenclatura internacional de la oms:
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• Categoría 1: ninguna restricción al uso de anticonceptivos hormonales combinados.
• Categoría 2: las ventajas superan a los riesgos.
• Categoría 3: los riesgos, generalmente, superan a los beneficios.
• Categoría 4: se contraindican.
Las únicas situaciones donde no se recomienda el uso de la píldora son:
• Durante las seis primeras semanas de la lactancia materna (categoría 4).
• Desde la sexta semana al sexto mes de la lactancia materna (categoría
3).
• En los primeros 21 días de un posparto sin lactancia (categoría 3).
• En mujeres mayores de 35 años y fumadoras de más de 15 cigarrillos
diarios (categoría 4).
¿Qué es el anillo anticonceptivo?
El anillo anticonceptivo es un preparado que permite la liberación en
la vagina de hormonas parecidas a las usadas en la píldora. Está fabricado
con el plástico evatane, mide 54 mm de diámetro y 4 mm de grosor. En
su núcleo están dispersos de manera uniforme 15 µgr de etinilestradiol
(ee) y 120 µgr de etonogestrel (eng). Este diseño permite usarlo en
régimen mensual, esto es, se coloca una vez cada 28 días. Se inserta
como si fuera un tampón y se deja dentro de la vagina durante tres semanas de manera continua. Posteriormente se retira y se está una semana
sin anillo, que es cuando generalmente aparece el sangrado menstrual.
La vagina es una vía de administración óptima para las hormonas
anticonceptivas, es cómoda, eficaz, bien aceptada por las mujeres y favorece el cumplimiento. El anillo ofrece ventajas respecto a la píldora: su
régimen mensual, la dosis hormonal ultra baja y otros beneficios clínicos como el control del ciclo, el efecto neutro sobre el peso y la baja tasa
de efectos secundarios.
¿Qué es el parche anticonceptivo?
El parche anticonceptivo libera dosis diarias de etinilestradiol y norelgestromina. Se aplican con una pauta semanal durante tres semanas,
dejando una semana de descanso, que es cuando se tiene el sangrado
menstrual. Ofrece ventajas como su administración semanal, reduce el
riesgo derivado de los olvidos en la toma de la píldora y evita la variabilidad de la absorción gastrointestinal y el primer paso hepático.
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¿Es alguna vía de administración mejor,
en algún parámetro, que las opciones alternativas?
A esta cuestión planteada en la Conferencia de Consenso de la sec se
contestaron los siguientes enunciados:
• Los métodos que no requieren participación de la usuaria (parche,
anillo, implante o inyección intramuscular) presentan mayor
cumplimiento.
• No existen diferencias en eficacia y efectividad entre las diferentes
vías de administración.
• No hay evidencias de mayor seguridad de ninguna vía.
• Ninguna pauta (cíclica o continua) es de indicación clínica prioritaria, pero la supresión de la menstruación puede suponer beneficio en
algunos síntomas o patologías (dismenorrea, endometriosis).
• No se han observado repercusiones negativas en los cambios del ciclo
inducidos por anticonceptivos
Anticonceptivos hormonales con sólo gestágenos
Vía oral: las píldoras de sólo gestágenos
Las píldoras contienen sólo gestágenos, en concreto, 75 µg de desogestrel. Su toma se inicia el primer día de la menstruación y se continúa
con un comprimido diario, a ser posible a la misma hora del día. Inhibe
la ovulación en más del 95% de los ciclos y produce cambios hostiles en
el moco cervical al paso de los espermatozoides. Su Índice de Pearl es de
0,41, o sea, comparable a los anticonceptivos hormonales combinados.
Es el método de elección para la mujer que desea anticoncepción y está
lactando, pues no contiene estrógenos.
Vía intrauterina: el diu de gestágenos
Consiste en un dispositivo de plástico en forma de T, de 32 mm de
longitud que se introduce dentro del útero y libera diariamente 20 mcg
de levonorgestrel, la misma hormona usada en otros anticonceptivos
orales combinados y en la píldora de urgencia. Aparte de sus efectos
anticonceptivos, se emplea para el tratamiento de los sangrados uterinos
anómalos por su capacidad de frenar el crecimiento del endometrio. El
diu de gestágenos tiene una duración anticoncepctiva de 5 años y su
índice de Pearl es de 0,2.
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Vía subcutánea: el implante contraceptivo
Se trata de un bastoncillo que se implanta en la parte interna del brazo
no dominante (en el izquierdo si la mujer es diestra y en el derecho si
es zurda).Tiene actividad desde casi su inserción, y su duración anticonceptiva se prolonga a los 3 años. Mientras tanto liberan una hormona del
grupo de los gestágenos (etonogestrel). Se retiran fácilmente mediante
una pequeña incisión en la piel infiltrada previamente con anestesia
local. Aparte de su excelente eficacia y su larga duración anticonceptiva,
proporcionan tranquilidad a la usuaria porque no interfieren los olvidos
frecuentes con la toma de la píldora, su efecto es inmediato (24 horas
después de la implantación) y, como sucede con el resto de medios
contraceptivos, su reversibilidad es también rápida, basta con retirarlo.
*
En Granada hay otra residencia femenina de estudiantes que organiza
conferencias como las del Colegio xx. En una ocasión fui invitado
como oyente porque un académico de las Bellas Artes disertaba sobre
el arabismo de Joaquina Egüaras. Los que no son granadinos no sabrán
reconocer a esta sabia mujer, pero le puedo adelantar que fue una de las
primeras licenciadas y profesoras de nuestra Universidad, que se dedicó a
los estudios del árabe, que perteneció a la Real Academia de Bellas Artes y
en un acto que se celebró nada más terminar el pasado milenio, fue reconocida como una de las granadinas ilustres de la historia de esta ciudad.
De hecho, una de sus calles más espaciosas lleva su nombre y allí se monta
anualmente la feria del Corpus. Por eso y no por su erudición, es tan
conocida. Joaquina Egüaras también fue mi tía abuela y mi madrina.
Utilicé esta tarjeta de visita para presentarme a la directora del centro,
la madre Celia. Menuda, autoritaria y con hábito de monja. Desde ese
justo momento me rebautizó como la reencarnación del diablo, daba
igual quién me hubiese llevado en brazos el día de mi primera presentación en sociedad. Les voy a relatar nuestra conversación completa.
Si no recuerdo mal, debíamos estar a finales de febrero de hace uno
o dos años. Hacía demasiado frío para ir en moto y además estaba chispeando, pero me armé de valor y me monté en ella en dirección al
Colegio xxx, muy cerca de la plaza de Isabel la Católica, en pleno barrio
del Realejo, frente de la Casa de los Tiros. Aparqué la moto sobre una
100
acera estrecha y llamé al timbre, había concertado una cita con la madre
Celia por teléfono pidiendo su salón de actos para dar una conferencia.
Aunque la señora que cogió el teléfono me preguntó de qué hablaría, yo
preferí callarlo y decírselo en persona a la directora. Dije también que
era el sobrino de Joaquina Egüaras.
—Madre Celia, está aquí el sobrino de doña Joaquina —le advirtió
por teléfono la señora que ocupaba la recepción, entre alborotos de
jovencitas mojadas por la lluvia intentando, entrar en calor con agitados
zapateos y frotes de manos.
La madre Celia apareció enseguida a darme la bienvenida. Apenas me
llega a la barbilla, pero destila carácter: todo el bullicio desapareció en
cuanto hizo acto de presencia. Creí ver reverencias y sumo respeto por
cuantas se sacudían el agua de sus empapadas ropas. De entrada, me miró
mal, y es que no elegí la indumentaria adecuada para presentarme como
profesor de la Universidad y ahijado de doña Joaquina. Como estaba
lloviendo, hacía frío e iba en moto, me embutí en una chupa de cuero
que tengo, que es la que más abriga. Por detrás tiene unas alas como las
que dibujan las espaldas de los ángeles del infierno, y como pañuelo para
el cuello escogí uno que lleva pintadas unas hojas de marihuana. Me calcé
unas botas negras que no se mojan, a juego con la chupa y que dan un
aspecto de macarra londinense al estilo de los Clash. A mí me encantan.
—¿A qué debo el honor de tan egregia visita? ¿Sabe que conocí personalmente a doña Joaquina, que con Dios esté? —me dijo estrechándome
la mano y mirando con recelo mi aspecto.
Mientras caminaba hacia el pasillo que conducía al salón de actos,
continuó refiriéndose a mi tía:
—Era amiga de mi madre —continuó—, solía ir a su casa a rezar el
rosario... Ella la llamaba Joaquinita. ¡Qué encanto de mujer! ¡Qué inteligente y qué devota! ... y usted qué apellido ha adoptado de ella, ¿Egüaras
o Ibáñez?
—Era la hermana de mi abuela paterna, así que no conservo ninguno
de los dos.
—¿De qué me ha dicho que da usted clase, profesor Mendoza? ¿Es
catedrático o sólo titular? —preguntó con un aire que yo entendí de
desprecio, deteniéndose en el casco que llevaba en mi mano izquierda.
Yo no recordaba, además, haberle dicho de qué daba clase.
—Soy profesor asociado de Ginecología.
101
—¡Ah! —hizo una pausa como queriendo dar a entender que desaprobaba la categoría y la materia de mi docencia tanto como mi atuendo.
—¿Y cuál es el tema que quiere para su conferencia?
—Realmente no se trata de un tema sino de un curso de unas cuatro
horas sobre anticoncepción hormonal.
—¿Anticoncepción hormonal? ¡¿Curso?! —puso cara de espantoso
asco cuando pronunció «anticoncepción», «hormonal» y «curso»—.
Ante todo, señor Mendoza —empezó—, no es el tema que más nos
entusiasma para ponerlo en nuestro programa de actos culturales de
este año académico. Usted dice que estuvo en la conferencia dedicada
a su tía, ¿no? Pues aquí se hablaron de cosas muy interesantes sobre la
Mujer en general y sobre Arte y Literatura en particular. Vino gente muy
respetable de la Real Academia de Bellas Artes y de la Universidad.
—En mi propuesta también hablaremos de cuestiones de la mujer y
vendrá gente respetable del cea y de la Universidad —le especifiqué.
—Perdone, señor Mendoza —parece que ya había dejado de ser
profesor para ella—, no he terminado de contarle que, además, la única
manera de hacer planificación familiar, como ustedes gustan de proponer, es la abstinencia en el matrimonio.8
—Pensamos que una buena educación en materia anticonceptiva
es buena para los estudiantes universitarios y para la gente joven en
general —le aclaré—. Queremos desmitificar alguno de sus supuestos
efectos dañinos —quise enumerarle alguna de sus bondades antes de
que me echara de allí y lo conté con prisa—. Por ejemplo, ¿sabía usted
que reducen algunos tipos de cánceres en la mujer?
—Me parece muy bien. Sí, lo he leído en algunos periódicos, pero
no todo se analiza con la óptica del Método Científico. Existen cuestiones que la Ciencia no puede explicar. Con todo, la anticoncepción es
para nosotros pecado, así que no caben tibios argumentos científicos. Si
alguna mujer necesita tomar anticonceptivos para prevenir un cáncer o
porque se lo han mandado ustedes para tratar algún ficticio quiste de
ovario, que me conozco sus tretas, no nos negamos a su uso siempre y
cuando dejen de tomarlas cuando hagan uso del matrimonio.
Me quedé anonadado con aquella réplica. En principio me pareció
chocante, pero enseguida puse mi sustancia gris a maquinar intentando
8
N.A.: Cuando se hace abstinencia en el matrimonio, no se refiere a la abstinencia periódica que sugiere el método Ogino, altamente desaconsejable, sino a la
represiva abstinencia en sentido estricto. Dejar de follar, ¡vamos!, sin eufemismos.
102
cuantificar si la eficacia anticonceptiva de un preparado hormonal
desaparece voluntariamente si se abandona el día en que se mantienen
relaciones sexuales. Sería como olvidar una píldora. Se lo contaré al cea.
Si además, este tipo de usuaria es de las que siguen con rigor la doctrina
de la madre Celia, o sea, la de hacer oídos sordos a las insinuaciones de
los maridos y sólo se arrugan cuando existe intención de embarazo, es
probable que no sea demasiado absurda la tesis de la jefa del convento.
—Madre Celia —me sorprendí a mi mismo utilizando ese título—,
pero también es importante hablarles a estas jóvenes sobre los riesgos
del embarazo no deseado y de las infecciones de transmisión sexual si
mantienen relaciones sin protección, sobre todo si disponen de más de
una pareja.
Ahora que rememoro este encuentro, pienso que «embarazo no
deseado», «más de una pareja» no fueron expresiones demasiado
correctas.
—Simplemente es pecado le he dicho —su cabeza negaba reiteradamente y su tono de voz me pareció cada vez más alto y categórico—. No
veo sentido alguno en hablar a mis niñas de anticonceptivos, y si alguna
quiere saber de ellos, no será en un centro como este. Vaya usted, con
su cea, ¿así se llama?, sus hormonas y otras armas del diablo allí donde
aún no reine la armonía de Dios.
Esta contestación me asustó un poco, sobre todo ese «aún no reine».
Me sonó demasiado inquisitivo en estos tiempos de fundamentalismo.
Pero, como algunas veces soy demasiado torpe para darme cuenta de
la realidad, y juego a ser políticamente incorrecto con determinados
gremios, insistí en otros argumentos que flaquearan las firmes decisiones de la madre Celia:
—¿Sabe que la Iglesia Católica tuvo mucho que ver en el nacimiento
de la primera píldora? —le consideré, pensando que me dejaría contarle
cómo se fraguó hace 50 años.
—¿Qué Iglesia Católica? —me ensartó con su duda.
—La de Massachusetts en los años 60 —le contesté intimidado.
—Mire usted, doctor Mendoza —me iba rebajando de grado—, en
ese año y en este país, aún Reserva Espiritual de Occidente, eso nunca
hubiese ocurrido.
—Además, ya se ha demostrado que no son abortivos como se pensaba
hace años —seguí increpando.
—Si dice que hace años se pensaba que eran abortivos es porque
103
alguno de ustedes ha observado en sus experimentos que lo son. Entonces, ¿por qué siguen existiendo controversias en sus congresos acerca de
éste y de otros mecanismos de los anticonceptivos?
—En lugar de encontrar respuestas, sales con más dudas… Así es la
Ciencia.
—La humanidad ha hecho cosas que siguen siendo del desagrado del
Señor, por mucho que ustedes intenten demostrar lo contrario.
—Pues yo pienso que los anticonceptivos hormonales son un excelente invento de la humanidad que un colectivo de estudiantes debería
conocer —fueron mis últimas palabras.
—Un invento de la humanidad como la bomba atómica, la música
rock y el comunismo chino. ¡Mendoza, es usted una deshonra para su
familia! ¡Es el mismo demonio!
Como digo, lo de que «los anticonceptivos hormonales son uno de los
avances de la humanidad», fueron mis últimas palabras. ¡Qué ocurrencia
la mía! ¡Nada menos que uno de los avances de la humanidad! ¡Y en qué
momento lo dije! Cerré el pico, me di media vuelta, metí el rabo entre
las piernas (el de demonio) y salí cabizbajo de aquella reserva espiritual
sin decir ni pío. No me importó que comparara los anticonceptivos con
la bomba atómica, de todas formas ese es uno de los mitos con los que
tenemos que lidiar: el de la «bomba hormonal». Sí me pasmó lo del
comunismo chino. ¿Por qué sólo el chino? ¿Había absuelto el nuestro
de Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Julio Anguita? ¿El incombustible
Fidel también ha recibido sus perdones? Pero lo que más me encendió
fue que incluyera al rock en su lista de acciones demoníacas, ¿sería mi
atuendo? Dudo que la madre Celia haya visto el concierto de Altamont,
donde tocaron los Rolling Stones protegidos por las huestes de los
Ángeles del Infierno.
Cuando salí, la lluvia había amainado lo suficiente como para que la
patrulla de la policía local saliera a multar por la zona. Ese día les tocaba
«motos mal aparcadas». En efecto, dispuesta de tal manera que no
pudiera mojarse, me acababan de poner una multa. No se entendía bien
el nombre de la calle, sobre todo si era una be o una uve lo que ponía,
pero yo sabía que era la calle Pavaneras con uve. El texto que figura en el
concepto (y que conservo aún) reza así: «Amoto (sic) cortando el paseo
peatonal». ¡Y yo preocupado porque la gente no sabe de anticoncepción!
Muy cerca de la residencia universitaria xxx está el mejor bar de
vinos del barrio. Se llama La Tana y siempre está a rebosar. Llamé a
104
mis amigos para quedar después de mi entrevista. Fueron puntuales, y
por las cosas del azar sonó Sympathy for the devil. «Es mi canción», dije, y
empezamos a bailar.
Ahora que lo recuerdo, aquella breve conversación con la superiora
tuvo lugar en el pasillo que da al salón de actos. El sitio lo conocía bien
por la conferencia que se impartió sobre mi tía Joaquina, pero no me
había percatado hasta ahora que nos detuvimos premeditadamente bajo
un cuadro al que la indisoluble directora daba entonces la espalda. Yo lo
tenía de frente. Se trataba del otro cuadro de Jacopo del Sellaio que se
expone junto a El triunfo del Amor: El triunfo de la Castidad, que me describió Alberto. Siempre que lo veo, la señora que domina la procesión me
recuerda a la madre Celia.
Efectos secundarios descritos con el uso de
los anticonceptivos hormonales
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Cefaleas.
Mastalgia.
Retención de líquidos.
Cambios en el peso.
Cambios de humor.
Náuseas y vómitos.
Dolor abdominal.
Posible aparición de quistes funcionales de ovario.
Cambios en el patrón de sangrado.
Trombosis venosa profunda y embolia pulmonar: la aparición de estos
efectos está ligada a la dosis iatrogénica y a la presencia en la usuaria
de ciertas mutaciones en sus factores de la coagulación que las hacen
sensibles a estos y otros fármacos. Se trata, por tanto, de un efectos
poco probable con el uso de anticonceptivos hormonales.
Controversias
• Cáncer de mama: hay cierta controversia sobre si el empleo de
anticonceptivos hormonales aumenta o no el riesgo de cáncer de
mama. Se debe a la ausencia de suficientes referencias que los impliquen o que los eximan de esa carga. Con todo, en el peor de los casos,
los datos apuntan a que su efecto es despreciable comparado con las
verdaderas causas de esta enfermedad.
105
Beneficios no contraceptivos de los anticonceptivos hormonales
La principal preocupación de las primeras usuarias de anticoncepción
hormonal era que la píldora fuera eficaz y le ayudara a evitar el embarazo. Intranquilidad que, de alguna manera, siempre se ha acompañado
del miedo a los posibles efectos secundarios perjudiciales para su salud.
Por ello, el intento por disminuir los potenciales riesgos de los anticonceptivos hormonales ha traído como consecuencia el desarrollo de
nuevos preparados más seguros, sin perder su eficacia anticonceptiva.
Esto supone que sin dejar de exigir a los nuevos preparados eficacia y
seguridad, podamos hoy día dar un paso más y ofrecer a nuestras usuarias la posibilidad de obtener con el uso de anticonceptivos hormonales
una serie de efectos beneficiosos no anticonceptivos para su salud:
• Prevención y mejora de la anemia.
• Mejora del acné y del vello.
• Mejora de la dismenorrea.
• Menor riesgo de enfermedad inflamatoria pélvica.
• Menor riesgo de cáncer de ovario.
• Menor riesgo de cáncer de endometrio.
• Menor riesgo de cáncer colorrectal.
• Menor riesgo de enfermedad mamaria benigna.
… ni engordan
Las charlas que dimos Alberto Salamanca y yo en la residencia xx tuvieron
un éxito de público (hubo gente que se quedó de pie) y de participación
(los jóvenes de ambos sexos se animaron a hacer preguntas de todo tipo,
eso es señal inequívoca de que les interesaba el tema). Se desterraron
muchos mitos esa tarde. La madre Rocío nos acompañó en persona a la
puerta y nos agradeció el gesto para con su colegio, así como la manera
abierta de referirnos a un contenido, a su parecer, tan controvertido como
este. Nos regaló una última sonrisa y recibimos una lección de tolerante
religiosidad. Quedamos para futuras colaboraciones. «Estamos preocupadas por la osteoporosis —nos confesó—, aunque quizá no sea un tema tan
interesante para las colegialas como el que han impartido hoy».
En la calle nos despedimos también de Lucía Marín y de Sonia. Esta
última nos presentó a Rafa, «salgo con él» —dijo. Le aplaudimos su
participación en la discusión. Preguntó cosas muy interesantes que no
106
son propias de un varón de su edad; en concreto, estaba intrigado con la
acción de los estrógenos y le sorprendió saber que los hombres también
producen esta hormona, aunque en cantidades evidentemente inferiores. Admitió haber preguntado cuestiones sobre anticoncepción en una
página de Internet que no se atrevía a consultárselo a su novia. Sobre
todo le preocupaba si engordaría o le saldrían pelos si tomaba tanta
píldora del día después, pero se le han quedado claras en las respuestas
que le dimos. Nos recomendó surfear por la red para constatar el grado
de desconocimiento que tiene la gente sobre materia anticonceptiva.
Mitos (ideas erróneas) sobre
la anticoncepción
Siguiendo la recomendación de nuestro personaje (Rafa), y para analizar qué se pregunta sobre anticoncepción en la red, analizamos las
dudas y preguntas sobre el tema realizadas en la página web anticonceptivoshoy.com. Esta web nació en 2006 con el objetivo de ofrecer al público
general información actualizada sobre métodos anticonceptivos. Creada
con fines divulgativos, ofrece la posibilidad de consultas por parte de
los usuarios, que son respondidas por un especialista en ginecología.
Esta página es, además, la primera que aparece en el buscador Google
cuando en el navegador se coloca la palabra «anticonceptivos». Las
preguntas más frecuentes se refirieron a las alteraciones del patrón de
sangrado, la eficacia, los efectos no deseados, las desviaciones accidentales del régimen recomendado, el uso en poblaciones especiales, su
modo de empleo, o el uso con patología concomitante. Como en todo
cuestionario anónimo, se hicieron también preguntas poco convencionales, que convenimos en llamar «anecdotario»:
• ¿El anillo afecta de alguna manera el sexo oral? ¿Puede dañar a mi
pareja?
• Todo el mundo me dice que ningún método es seguro, que siempre
puedo embarazarme, que todos te engordan, etc.
• ¿Puedo usar el preservativo estando amamantando?, o ¿me corta la
leche?
• ¿Qué tengo que hacer para asegurarme de no tener un hijo? Si no
logro asegurarme, soy capaz de no casarme.
• Si utilizas algún método anticonceptivo, ¿sale reflejado en algún
107
análisis de sangre? O ¿hay algún modo de que otra persona sepa que
lo utilizas?
• Me gustaría saber si hay algún tipo de problema con el anillo por
mantener relaciones sexuales en la bañera o algún lugar similar.
• Cuando termino la relación sexual con mi pareja, todo queda
mojado. Parece que no pueda absorber el semen, ya que queda todo
empapado. ¿Es normal? ¿Cómo puedo solucionarlo?
Lo primero que cabría preguntarse ante esos ejemplos incluidos en
el «anecdotario» es si existe suficiente información o, al menos, algún
atisbo de formación sobre los métodos anticonceptivos en nuestro
entorno. Parece que la respuesta es un tajante no, y es que vivimos en
una sociedad donde la cultura sigue una atávica forma de transmisión
«oral». Es cierto que ya no es lineal, porque las nuevas tecnologías han
cambiado los tradicionales esquemas del «boca a oreja» por las más
modernas y desenvueltas redes sociales. Pero el conocimiento que se
adquiere con la lectura y el estudio de lo escrito no se consigue con
estos medios. Aunque ahora usamos la electrónica en lugar de la voz,
seguimos con un ancestral esquema de cultura basado en el refranero
y el mito. Permítannos un juego de palabras: de entrada, esta transmisión de la información nos parece que deforma la formación. Incultura,
desinformación en definitiva.
Si nos atenemos a la definición de mito y la adaptamos al tema que
subyace, mitos en anticoncepción serían las ideas equivocadas y sin base científica que se han ido gestando alrededor de las propiedades o maneras de
utilizar los diferentes métodos anticonceptivos, y que por su privativa naturaleza imaginaria y fabulosa (de fábula) se ganan una amplia aceptación
y propaganda entre los profanos y los propios profesionales sanitarios.
Esos ejemplos que hemos apuntado son el reflejo gracioso y amable de
la incultura, pero en toda comedia cohabita un drama. Tras esta cortina
de desinformación, existen otras cuestiones que afectan directamente a
la Salud Pública, en tanto un uso incorrecto de los anticonceptivos incrementa el número de embarazos no deseados y de abortos provocados.
En definitiva, a través de las preguntas que hacen las internautas sobre
anticoncepción nos hacemos eco de la desinformación que impera en
esta faceta de la Ginecología. Para reparar la falta de conocimiento que
tienen las usuarias de métodos anticonceptivos y evitar sus consecuencias, los profesionales sanitarios deberíamos realizar un sobreesfuerzo
en nuestra práctica clínica que incluyera tres puntos básicos: primero,
108
adecuar los métodos y las pautas anticonceptivas a la condición de cada
interesada; después, procurarle más tranquilidad. Por último, conocer
la opinión y las sensaciones que tienen tras salir de la consulta.
Preservativo
No se rompen con facilidad: en su proceso de elaboración, los preservativos pasan unos rigurosos controles de calidad. La rotura se produce en
menos del 2% de los preservativos correctamente usados. No obstante,
se recomienda no utilizar lubricantes a base de aceites, no usar doble
condón ni reutilizar un preservativo ya usado.
diu
No existe un mayor riesgo de embarazo ectópico: el riesgo es bajo si se
compara con el de una mujer no usuaria de anticoncepción, y hay que
considerar que el antecedente de embarazo ectópico no contraindica el
uso de diu.
No hay necesidad de poner el diu con la regla, se puede insertar
en cualquier momento del ciclo menstrual si se está razonablemente
seguro de que no hay embarazo.
Sí lo pueden utilizar las mujeres que no han tenidos hijos.
Anticoncepción hormonal
no engordan: el miedo a engordar causa recelo entre las mujeres que
quieren usar anticonceptivos. Algunas que los toman incluso se los retiran. Sin embargo, la literatura científica no dice eso; aunque su empleo
se acompaña en ciertos casos de una pequeña ganancia ponderal, disponemos de suficiente evidencia para afirmar que no se ha demostrado
que aumenten el peso.
no producen cáncer: los datos actuales no sugieren un incremento del
riesgo de cáncer de mama en las usuarias de anticoncepción hormonal
combinada.
Otros:
• no androgenizan.
• no produce esterilidad.
• no hay que esperar un tiempo para que sea efectiva.
• no provoca malformaciones fetales.
• no hay que hacer descansos periódicos.
109
• sí los pueden usar las mujeres muy jóvenes y las cercanas a la
menopausia.
Anticoncepción de urgencia
•
•
•
•
•
no es una bomba hormonal.
no es abortiva.
no es teratogénica.
La mejor accesibilidad no promueve las actitudes sexuales de riesgo.
Existen muchos estudios que demuestran que este temor carece de
fundamento: no se produce un mayor riesgo cuando se facilita el
acceso a la anticoncepción de urgencia, ni siquiera en las adolescentes.
Anticoncepción definitiva
•
•
•
•
•
no es el método anticonceptivo más eficaz.
no es un método fácilmente reversible.
La vasectomía no influye en la potencia sexual.
La vasectomía no es muy dolorosa y el posoperatorio no muy complejo.
La vasectomía no produce cáncer de próstata.
Conclusiones
• A pesar de la información existente todavía se dan muchas ideas
erróneas relacionadas con la anticoncepción que condicionan el uso
de un anticonceptivo aumentando el riesgo de embarazos no deseados.
• Los jóvenes reciben aún la información sobre anticonceptivos fundamentalmente de su entorno.
• A veces estas ideas erróneas las transmitimos los profesionales
sanitarios.
• Es necesario una mayor aplicación de las recomendaciones científicas
publicadas para un uso adecuado de los anticonceptivos.
• Es precisa una educación sexual adecuada para los jóvenes.
110
~4~
¿Es verdad que les duele?
La dismenorrea también existe
Nada hay que pueda un mortal empeñarse en jurar que es
imposible: la reflexión desmiente la primera idea.
Sófocles, Antígona.
Diana tuvo su primera regla con 13 años. Aquel mismo día, su madre
le informó de que se trataba de una sustancia impura y nociva que era
preciso eliminar. Recordándolo ahora, entiende que el origen y mecanismo de este singular rasgo de las mujeres le parecieron entonces tan
misteriosos y tan incomprensibles que no le extrañó que la humanidad
hubiera cristalizado en ella multitud de supersticiones y tabúes rodeándola de toda clase de mitos y rituales. Y lo primero que descubrió es que
los mitos son los tapones tranquilizantes que obturan las preguntas sin
respuesta.
También recuerda que, con aquellas primeras menstruaciones, lloró
sobre el cadáver de su infancia ida. Casi con simultaneidad, en unas
clases de religión en el instituto, cargadas de solidaridad y de alegría
—la contemplación del ser como alegría—, descubrió la poesía mística.
El éxtasis ante la evidencia de lo real y la trascendencia de San Juan de
la Cruz. Con su libro de poesía, y alguna compañera, pasó horas bajo el
cedro cuya plantación se atribuye al santo en Los Mártires. «Toda sciencia
trascendiendo.» La ha acompañado el resto de su vida.
Todavía sin reponerse de aquel primer golpe de feminidad, algunos
meses más tarde, apareció el sufrimiento. Empezó el agónico dolor
de barriga. La desazón, la angustia y la opresión del bajo vientre. Con
rapidez hizo números: cuatro días al mes durante 12 meses al año por
aproximadamente 35 años de vida reproductora, significaban 1.680
días, ¡más de cuatro años de sangre y dolor!
111
Los retortijones la martirizaban cada vez que tenía la regla. Con
frecuencia tenía que quedarse en casa incapacitada para ir al colegio.
Y dejaba de acudir a algunas citas, de modo que la situación repetitiva
hizo que perdiera algunos amigos. Pero ganó tiempo.
Se había acostumbrado a que todo lo que sucediera durante aquellos
días le saliera mal, incluido, claro está, los exámenes. Eran días espantosos en los que la felicidad parecía imposible. Pero había otros que,
sin ser maravillosos, tampoco mostraban perturbaciones. Aprendió que
éstos eran susceptibles de felicidad. Los griegos la llamaban ataraxia. La
paz del alma. Y, sobre todo para ella, el silencio del cuerpo.
Como años más tarde comprobaría, a fuerza de esperar la felicidad
para mañana nos vedamos vivirla hoy. Por una parte, su propia experiencia le ha enseñado que las circunstancias más frecuentes de la vida
cotidiana son fútiles y vanas. «Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud,
he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os
falta la primera, estáis perdidos», decía Gustave Flaubert (1821-1880).
Por otra parte, el dolor. El omnipresente dolor en los días de la regla. Por
eso era necesaria la elipsis de su cuerpo.
Durante aquel tiempo se fraguó una amistad de las de toda la vida. Conoció a la entrañable Guillermina por mor de Chus, una amiga común, obligadas asimismo por el orden alfabético y a fuerza de coincidir en recreos
y actividades extraescolares, que no demostraban sino gustos comunes.
La primera vez que la vio le dio la sensación de nostalgia, como si
fuera alguien a la que había conocido tiempo atrás. Guillermina es una
de esas personas para las que compartir el sufrimiento de otro no es
aprobarlo ni compartir las razones, buenas o malas, de su sufrimiento,
sino negarse a considerar el sufrimiento, sea cual sea, como un hecho
indiferente, y a un ser vivo, sea quien sea, como una cosa. Terminaron
compartiendo habitación en el Colegio Mayor y teniendo las reglas a la
vez. También conoció a Juan Ramón, que aunque no fue su primer amor,
si que terminó conquistándola por su franqueza y su paciencia.
La menstruación
El ciclo genital femenino supone la presencia de considerables modificaciones hormonales periódicas con cambios metabólicos concomitantes.
El aspecto central y más llamativo del ciclo es la menstruación. La propia
112
menstruación es una extraña particularidad de la hembra de la especie humana: cualquier observador objetivo ajeno a nosotros mismos,
la encontraría como un insondable arcano, sobre todo en cuanto a la
copiosa pérdida sanguínea que representa. Junto a tanta sangre, que
duela parece lo normal.
Como la madre de Diana, la medicina clásica atribuía el origen de la
menstruación a la naturaleza fría y húmeda de los cuerpos de las mujeres, de modo que se acumularían muchos humores que necesitarían
ser expulsados a través de la menstruación. De hecho, Alberto Magno
(1193-1206/1280) señaló, como creencia arraigada en su época, que
el flujo menstrual que ya no podía escapar del cuerpo en las mujeres
postmenopáusicas, subía hasta los ojos femeninos y se proyectaba
a través de su mirada, lo que resultaba dañino para los hombres que
contemplaban a dichas mujeres.
La descamación del recubrimiento interno del útero —cuyo crecimiento para un eventual embarazo había tenido lugar durante el mes
previo— se produce con regularidad y constituye la menstruación. Pero,
¿no sería más razonable que permaneciera ya transformada en espera de
un óvulo fecundado? ¿Aguardar así dos, tres o cuarenta ciclos? Resulta
que el gasto energético que supondría tal opción supera al aparente
desperdicio de la regla mensual. Así lo puso de manifiesto el estudio de
Beverly Strassman,9 quien demostró cómo la tasa metabólica es menor
durante la fase folicular (primera mitad del ciclo) que durante la fase
lútea (segunda mitad). Strassman concluye estimando que el coste energético ahorrado en cuatro ciclos equivaldría a alimento para más de
cinco días. En la mayor parte de las especies se evita un desperdicio de
nutrientes y la mucosa uterina que se desecha, al no haberse producido
la implantación, se reabsorbe en gran medida; por ello no se observa la
profusa hemorragia que es habitual en la especie humana.
¿Cuál sería la explicación para tal aparente desperdicio? Entre otras
hipótesis, aparte del ahorro energético mencionado, la sangre corriendo
por las piernas de una hembra joven representaría una señal que proporcionaría información al resto de los miembros del grupo de homínidos
acerca del debut a la vida fértil de esa hembra. Después de los primeros
ciclos, como se ha demostrado entre las hembras de sociedades de cazadores recolectores actuales, pocas menstruaciones más tendrían aquellas
9
Strassmann, B.i. «Energy economy in the evolution of menstruation». Evolutionary Anthropology 1996. 5: 152-156.
113
hembras que enlazarían embarazo y lactancia, de hasta tres años, con el
siguiente episodio reproductivo, hasta una media de seis hijos.
La superstición en torno a la menstruación, enormemente difundida
y arraigada, se basa en el universal y primitivo miedo a la sangre. El
horror ante la sangre menstrual es meramente un aspecto particular
del horror a la sangre en general.10 La propia voz «tabú», que procede
de las islas Tonga en la Polinesia, significa menstruación, lo prohibido,
lo impuro. Y las impurezas de la sangre de la mujer se eliminan en el
flujo menstrual. Un símbolo, por tanto, de la inferioridad de la mujer,
contaminada y contaminante.
En este sentido, son elocuentes las palabras de Plinio:11
(...) con dificultad se hallará cosa mas monstruosa questa sangre
de las mugeres; azédase con ella el mosto, las mieses que toca no
granan, perecen los enxertos, los renuevos de los huertos se abrasan
y el fructo de los árboles, donde las que están con ella se asientan, se
cae; el lustre de los espejos en que se miran, se empaña; los filos del
hierro se embotan y el resplandor del marfil se escurece. Muérense
las colmenas; el cobre y hierro luego se torna de orín y de pestífero
olor. Los perros, gustándolo, rabian y su mordedura es sin remedio.
En general, las creencias mágicas se basan en que la mujer menstruante está poseída por un espíritu diabólico, que reside en su sangre y
que, a través del flujo puede ejercer su influencia. Las conductas e ideas
derivadas de este hecho son muy variadas y, en cierto modo, alcanzan
hasta nuestros días. No se pretende aquí enumerar un catálogo de tales
costumbres ante el estado catamenial, pero sí recoger algún ejemplo,
que proceden de estudios etnográficos, como el de Napoleon A. Chagnon12 entre los yanomamo, grupo tribal de la selva amazónica. Cuando
la joven yanomamo tiene la menarquía es encerrada en una jaula de
bambú, expresamente elaborada para ello, donde queda recluida sin
alimento hasta que cesa el flujo. En todos los posteriores periodos,
permanece aislada, en cuclillas y sola en la sombra de la casa. La mujer
menstruante, desde luego, no puede tocar las flechas de un cazador, ya
10 Crawfurd, R., «Notes on the superstitions of menstruation». Lancet 1915. i: 13311336.
11 Francisco Hernández, Obras completas. [México, Universidad Nacional de México,
1966, Tomo iv, Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, p. 321.]
12 Chagnon, N.A. Yanomamo: The Fierce People. New York, Holt, Rinehart & Winston,
1968.
114
que las presas escaparán. Pero las prohibiciones también tenían/tienen
que ver con detalles cotidianos, como evitar durante la evacuación la
ingesta de carne o grasa para eludir la protrusión de cuernos.13 Las
connotaciones de impureza sacra y el flujo periódico como señal de la
ira celestial, que solo podía compensarse con generosas ofrendas a los
monasterios, no son más que algunos aspectos del tabú. Como se ha
apuntado, la creencia no está hoy día completamente muerta.
La primera menstruación, la menarquía, que define la futura posibilidad de ser madre, simboliza por tanto el paso de la infancia a la madurez
y está ritualizada en la mayoría de las tribus.14 De hecho, el término
«ritual» procede del latín ritualis y, a su vez, de rtu, que al parecer en
sánscrito significa menstruación.
*
El «molimen menstrual o catamenial» y la dismenorrea
En una considerable proporción de mujeres existe, acompañando a la
menstruación, un malestar por lo general bien soportado, que se conoce
como «molimen menstrual o catamenial» y cuyas manifestaciones pueden
oscilar entre una leve sensación de incomodidad o ligero dolorimiento
sordo en la parte baja del vientre, hasta la asociación de otros síntomas
como cefaleas, mareos, náuseas, diarrea o crisis de estreñimiento. Por
eso, las mujeres cuando tienen la menstruación dicen que «están malas».
Un especial relieve adquiere el dolor que precede o acompaña a la
menstruación. El dolor menstrual excesivo se conoce como dismenorrea. Para catalogar el caso como dismenorrea exigimos al dolor que
entorpezca o impida las actividades habituales, de modo que el dolor
menstrual puede llegar a tener repercusiones evidentes en la vida personal y de relación de la que lo sufre.
¿Por qué duele?
Las alteraciones de la menstruación son uno de los problemas que más
asiduamente se consultan al ginecólogo. Y tienen una gran repercusión
13 Félix de Azara, Descripción general del Paraguay, ed. Andrés Galera. Madrid,
Alianza, 1990, p. 123.
14 Cancelo, M.J., Fraile, R. Crónica de la menstruación. Madrid, You & Us, 2007.
115
social en la medida que, primero, afectan a muchas mujeres y, segundo,
modifican sensiblemente los hábitos y actividades cotidianos, llegando
hasta el absentismo laboral y escolar asociado a la presencia de dolor
con la regla. Y no entramos en otros síntomas como la anemia, la astenia
o la cefalea.
La dismenorrea representa un problema clínico significativo. Generalmente se trata de un dolor de tipo cólico —retortijones— en el abdomen inferior, que a veces se irradia a la zona lumbar y las piernas y que
se puede asociar a síntomas intestinales y malestar general.
Se ha estimado que afecta al 30-50% de las mujeres con menstruación
y constituye también una de las causas más frecuentes de absentismo
escolar y laboral. Es, además, un problema de la mujer moderna ya que
sus antepasadas no la padecían: hasta hace poco, las mujeres solían estar
la mayor parte del tiempo embarazadas o lactando.
Puede ser idiopática, es decir, tener un origen desconocido, o lo que
es lo mismo, un dolor sin causa orgánica que lo justifique, y entonces
se conoce como dismenorrea primaria; o, por el contrario, deberse a
alguna enfermedad ginecológica, es decir, ser la expresión sintomática
de muy diversas afecciones ginecológicas, y entonces se conoce como
dismenorrea secundaria.
El hecho de que aparezca unos meses después de la primera regla se
interpreta como una demostración de que la forma primaria comienza
con los ciclos ovulatorios, pues es bien sabido que los primeros ciclos en
la pubertad transcurren sin ovulación. El dolor suele ser más intenso el
primer día de menstruación o el día anterior y existen indicios convincentes de que las prostaglandinas participan en su etiología. Se ha
demostrado que las concentraciones de tales prostaglandinas son más
altas en el líquido menstrual de las mujeres con dismenorrea y puesto que
la aumentan la contractilidad del miometrio, puede conducir al dolor.
En general se mantiene en las primeras décadas de la vida y tiende a
desaparecer casi siempre después del primer parto.
La exploración ginecológica puede no ser útil en la forma primaria,
mientras que es primordial para determinar la secundaria. La dismenorrea secundaria se asocia a una patología pélvica. Suele comenzar
muchos años después de la menarquia. Puede también guardar relación
con el uso de un dispositivo anticonceptivo intrauterino medicado con
cobre, mientras que la utilización de uno medicado con progesterona
tiende a reducida.
116
Regulación social de la menstruación
La observación de la presunta sincronización del ciclo menstrual promovió
en 1971 un original estudio que atribuyó tal hecho a la existencia, y consecuente sensibilidad, a las feromonas. Martha McClintock, entonces en la
Universidad de Harvard, contaba con 23 años cuando publicó en Nature
su célebre «Menstrual synchrony and suppression». La investigación se
basaba en impregnar levemente el labio superior de un grupo de mujeres,
con sudor axilar, de otras procedentes de un lugar geográfico distante. El
resultado fue la sincronización de los respectivos ciclos menstruales.
La explicación más coherente al hallazgo de McClintock llegó casi
30 años más tarde al comprobar el efecto de las feromonas. El estudio
supuso el paso definitivo para aceptar su existencia en el ser humano.
Probablemente un vestigio evolutivo de épocas prehistóricas, de modo
que una sincronización de las mujeres pudiera representar una reproducción más eficiente. No obstante, para otros autores esto no ocurre
así, y se relaciona más con la higiene personal, de modo que los olores
asociados a la sangre menstrual podrían afectar a la sincronía menstrual.15
El síndrome de Atlanta y los
protectores higiénicos
Uno de aquellos horribles días, no recuerda la edad, pero también en su
adolescencia, coincidió durante un «viaje de estudios» que el instituto
había organizado a Madrid. Con su dolor, en El Prado, de pronto se
encontró de frente con Atlanta e Hipómenes, un lienzo del pintor barroco
boloñés Guido Reni (1575-1642). Aunque el cuadro entraba por sus
ojos, parecía como si todos sus sentidos fueran capaces de percibir
aquella obra. El tacto suave de la piel femenina, el frío del metal áureo
que recubre la manzana, el olor levemente acre del sudor o el eco de
los pies descalzos sobre la tierra. Era casi capaz de percibir el ingente
15 McClintock, M. «Menstrual synchrony and suppression». Nature 1971, 291:
244-245; Stern, K., McClintock, M.K. «Regulation of ovulation by human pheromones». Nature 1998, 392: 177-179; Morofushi, M., Shinohara, K., Funabashi,
T., Kimura, F. «Positive relationship between menstrual synchrony and ability to
smell 5alpha-androst-16-en-3alpha-ol». Chem Senses 2000, 25: 407-411; Jahanfar,
S., Awang, C.H., Rahman, R.A., Samsuddin, R.D., See, C.P. «Is 3alpha-androstenol pheromone related to menstrual synchrony?». J Fam Plann Reprod Health Care
2007, 33: 116-118.
117
número de conexiones de fibras que multiplicaban la transmisión de la
información hacia y entre los hemisferios de su cerebro. Y todo esto la
embriagaba hasta casi marearla. Lo que ocurría a su alrededor, fuera del
campo visual focalizado en el lienzo, era como si estuviera en penumbra.
El cuadro plantea una versión del tema mitológico de Atlanta de
Arcadia, una de las mejores cazadoras, atletas y arqueras de toda Grecia,
la única mujer entre los argonautas de Jasón en busca del «vellocino
de oro». Su padre sólo quería hijos varones por lo que fue abandonada
al nacer. Una osa la amamantó y la cuidó hasta que unos cazadores la
descubrieron y la criaron. Ufana de su superioridad y desdén hacia los
hombres, prometió casarse sólo con quien la venciese en una carrera.
Hipómenes, con la ayuda de Afrodita, que le proporcionó tres manzanas de oro con las que distrajo a Atlanta, ganó la carrera. Guido Reni
escoge precisamente este momento de la acción que representa la
causa del retraso de Atalanta, y elige una composición muy compleja
que expresa esta oposición de actitudes. Los gestos y la postura de cada
uno de los personajes se oponen simétricamente: una agachada, el otro
en pie, piernas flexionadas, piernas estiradas... Además, el movimiento
es contrario: Atlanta se vuelve sobre sí misma, sobre el ángulo inferior
izquierdo, lo que ha de conducirle a la derrota. Hipómenes avanza con
un impulso imparable, hacia el ángulo superior derecho, habiendo
lanzado las manzanas con el brazo extendido, como quien se desprende
de un peso.
A posteriori supo que el cuadro estuvo depositado en la Universidad
de Granada hasta 1963. Años más tarde, en el curso de una visita a
Nápoles, vio otra versión, posterior a la madrileña, en Capodimonte.
Ensimismada en su mundo, con los sentidos a flor de piel y especialmente predispuestos, encontraba su kairos, su instante propicio, la intuición del momento. Hasta entonces había interpretado a la pintura como
meramente «retiniana», sólo se le ofrecía a la visión y no le encontraba
más alcance que el efecto visual. A partir de aquel día, las obras comenzaron a verse envueltas en un halo de misterio que la instigaba en una
actitud de entrega receptiva, intensa pero placentera. Y pensaba que la
belleza que no estremece y sugiere un enigma no merece ese nombre.
El embrujo se ha repetido cada vez que ve una obra de arte. Desde luego
que era a partir de la forma que encontraba una puerta de entrada para
sentir y para entender la obra que se transformaba así en el resplandor
sensible de una significación. La forma bella reflejaba el logro de haber
118
materializado, de haber otorgado cuerpo sensible a una idea. Diana
procura hacer coincidir su visita a los museos con su menstruación. Fuera
de ella, su apreciación entiende que es más vulgar. Valora entonces los
cuadros por el modo en que hacen ver lo que antes no se veía, lo que
a partir del cuadro logramos ver con nuevos ojos. Y comprende que es
necesario que la atención se concentre en el propio cuadro para descubrir en su interior la nueva presencia que otorga a los hechos y cosas del
mundo. También, desde aquel día, sabe que la auténtica vida humana
encuentra su valor en el amor, la amistad y la belleza del Arte.
Fue aproximadamente durante aquellos años que su madre creyó
necesaria la intervención de un ginecólogo. Diana recuerda a un médico
mayor (su madre, al salir, se refirió al aforismo «es más médico el experimentado que el letrado»). Reconoce que, a pesar de la intromisión en
su intimidad, el ginecólogo supo ganarse a la joven paciente y la exploración no resultó lo traumática que se vaticinaba. Su madre ratificaba las
opiniones del doctor con un «ya te lo decía yo», aunque Diana nunca
había oído a su madre referirse a aquellas cuestiones. A posteriori ha
comprendido que la medicina, como dice el refrán, «cura a veces, alivia
a menudo, consuela siempre». Y aquel era un médico empático que
supo transmitirle seguridad en sí misma. Asumió su dolor y entendió
que estaba ampliamente compensado con su reciente descubrimiento.
También recuerda con cierta inquietud sus inicios en la utilización de
119
los protectores higiénicos. Desde aquellas primeras reglas desbordantes e imprevisibles que manchaban el pijama y la cama, cuando no el
uniforme y el pupitre, hasta unas reglas apacibles y científicamente esperadas. Desde los paños de algodón reutilizables, pasando por compresas
de diversa índole y hasta los tampones liberadores. Ella ha vivido el
desarrollo incesante de toda una industria dedicada a este asunto.
Informar y tranquilizar a la paciente forma parte esencial del tratamiento. Muchas veces el dolor es exacerbado por el temor a la presencia
de algún proceso subyacente grave y los síntomas pueden mejorar con
una adecuada información tranquilizante. Una de las tareas capitales
del médico, aunque no sea profesor, es enseñar, desmitificar y luchar
contra la ignorancia y las fantasmagorías que ésta engendra, de modo
que reduce la enfermedad, o aspectos fisiológicos como la menstruación, a su justa proporción, la desembaraza de todo su cortejo de temores, angustias, despechos, sentimientos de inferioridad o impotencia.
Al abordar sus resonancias psicológicas y emocionales, facilita suprimir
las circunstancias que han podido favorecer su eclosión. La medicina se
convierte así en algo humano.
Porque en la explicación del origen de la dismenorrea primaria o esencial, siempre ha subsistido la existencia de factores de orden psíquico.
En este sentido, hubo quien encontraba, en la inmensa mayoría de los
casos, un trauma psíquico en el comienzo de las molestias menstruales.
En los años 50 del pasado siglo, Desmond O’Neill, del Guy’s Hospital,
señalaba que la dismenorrea asociada a otros trastornos ginecológicos
no era sino la expresión de un profundo rechazo del papel femenino
que, en conjunto, denominó como «síndrome de Atlanta».
Allá dónde los científicos no alcanzan a ofrecer pruebas, los clínicos se
abren hueco y ofertan numerosas teorías. Para el origen de la dismenorrea, y del síndrome de tensión premenstrual, una larga lista interminable de hipótesis, con frecuencia indemostrables.
Al hilo de aquella interpretación psicológica merece la pena comentar
la ya clásica investigación de la psicóloga de la Universidad de Nueva York,
Diane Ruble.16 En este estudio se desinformó deliberadamente a 44 estudiantes acerca de qué fase del ciclo menstrual estaban experimentando.
Se colocaron unos electrodos adheridos a la cabeza, y se presentó como
una nueva técnica con la que era posible predecir la fecha de la menstruación. Se les dijo que estaban en el período premenstrual (uno o dos
16 Ruble, D. «Premenstrual symptons: a reinterpretation». Science 1977, 197:
291-292.
120
días antes de la menstruación) o intermenstrual (7-10 días antes). Sólo
el grupo al que se hizo creer que menstruaría en dos días informó tasas
significativamente más altas de dolor, de retención de líquidos y cambio
en los hábitos de alimentación. El resultado, claro, se interpretó como una
realización de expectativas estereotípicas. Por eso la autora concluye que
es necesario reexaminar las conclusiones previas acerca de la magnitud
de los cambios relacionados con la menstruación, así como acerca de su
origen fisiológico, dada la influencia psicosocial demostrada en su estudio.
Mención aparte merece la historia de los protectores higiénicos: una
guerra comercial sólo parcialmente comparable a la de los productos del
afeitado masculino. Absorción, antisepsia, desodorización, comodidad y
adaptación a las distintas modas de ropa interior (pero también exterior)
son las necesidades que los diferentes dispositivos procuran a las usuarias.
Las sucesivas innovaciones de las distintas empresas dedicadas al negocio
demuestran que las pugnas comerciales pueden terminar favoreciendo
al usuario final. La historia se remonta a la Primera Guerra Mundial y las
multinacionales involucradas entraron sucesivamente en el mercado de
la protección femenina en un negocio que a la vez que confort para unas
ofrecía mucho dinero para otros.
Dismenorrea y aspectos psicosociales
Después de un vago número de años, la vida la empujó al matrimonio. Se casó con Juanra, un paciente maestro de escuela y un paciente
esposo. Diana cree que Juanra nunca la ha entendido, pero siempre ha
estado a su lado. Como la abnegada Guillermina, enlodada en los bajos
de los altibajos de su vida.
Estaba segura de que el arte es siempre meritorio. Y lo que no es
arte, afirmaba, tiene el mérito del marketing. Para reconocer esto, por
lo general, no es necesario un análisis profundo de la obra. Salta a la
vista lo que es y lo que no lo es. El diálogo que se entabla entre la obra
y el receptor es lo que hace que la obra sea de arte. No obstante, la
apreciación de la genialidad es otra cosa. En este sentido, creía que
era completa y absolutamente necesario mirar de cerca y durante un
tiempo dilatado los cuadros. El recogimiento la sumergía en la obra, se
adentraba en ella contemplándola en una actitud de escucha y apertura
receptiva. Para ella, en realidad lo que sucedía era que sumergía en sí a
121
la obra más que ella en el cuadro. De este modo otorgaba a la gran obra
de arte un poder de revelación o descubrimiento, una innovación cognitiva. Le estimulaba el poder de insinuación, de sugerencia, de proponer
búsquedas que, a menudo, indicaban el sentido en que indagar. Pero
había que interpretarlas. Lo perceptible del cuadro era a la vez guía y
veladura, camino y obstáculo, luz y oscurecimiento de la comprensión.
Diseñaba viajes, a miles de kilómetros, para contemplar una exposición
temporal, u obras que recientemente había descubierto en reproducciones que, con frecuencia, no hacían justicia al original. Y se autoconcedía
aptitud para la apreciación y la evaluación. Si a lo largo de la experiencia
tenía el pálpito de que la obra era buena, es que era buena.
La auténtica imagen pictórica no reproduce, sino que descubre. Al
principio, la belleza no era otra cosa que el esplendor de lo sensible y,
con frecuencia, el arte y lo estético se terminaban identificando. Ahora,
para ella, el arte presenta una dimensión estética sólo subsidiaria, derivada de algo más genuino y profundo que encuentra en el arte.
Aparte de recién casada, había estado en Florencia en dos ocasiones y, excepto la primera, durante las otras dos estancias la acompañaron sendas copiosas menstruaciones. De cualquier forma, siempre la
embargó la misma emoción y la misma laxitud. Flotaba obnubilada, con
su corazón acelerado, y al borde del desmayo, todavía hoy no sabe si
debido a un síndrome de Stendhal o a una regla especialmente prolongada que duró los casi diez días de su excursión. En la ciudad más bella
del universo lloró varias veces. No olvidará cómo se detuvo el mundo,
literalmente parado, hasta la lágrima por la mejilla, ante el ventanal
de la terrazza Brunelleschi en el hotel Baglioni, donde cenaba, con la
cúpula del campanile que casi podía tocar y la perfección arquitectónica.
Visitó el Louvre y Orsay en seis febriles días de sangrado. Ajustó el
viaje al museo de Bellas Artes de Bélgica a su menstruo. Estuvo en el
Kunsthistorisches Museum vienés o en la isla de los museos berlinesa
con el período. Fue a ver a Warhol al Grand Palais cuando tuvo la regla.
British Museum y National Gallery le ocuparon largos fines de semana,
pero siempre con la menstruación.
Hubo alguna oportunidad en que las fechas no cuadraban. En esos
casos recurrió a su ginecóloga que se sorprendió sólo la primera vez.
Ella misma le había confesado que «poner o quitar» una regla era singularmente sencillo. Lo único que se precisaba era un útero. Demiurgos
de la menstruación y dioses (menores) del «ahí abajo».
122
El mundo del arte la abocó a la intimista pintura holandesa. La representación de la vida cotidiana —el hogar, el ajuar, los objetos y utensilios— y el gusto por la contemplación, el amor por la vida en torno,
algo que encontraba en extremo original y que se basaba en el sentido
meticuloso de la observación, configurando un conjunto penetrantemente descriptivo, y analítico, y realista. Del mismo modo que esta manera
fiamminga fue una revelación para los pintores occidentales, lo fue para
ella. Su atención concentrada, su actitud de recogimiento y su intensidad
contemplativa la dejaban absorta en la obra, en la forma bella. El interior
holandés le provocaba además una sensación a la vez tentadora e incómoda, la sensación de ser observadora más dentro que fuera de la escena,
con personajes que no son conscientes de que nadie los observe. Aquellos
espacios domésticos representados no eran simplemente espacios habitables destinados a domicilio y vivienda, que sirve de refugio y en el que
conviven los distintos miembros de la familia. No. Más bien se trataba
de lugares marcados por elementos de carácter social y económico, en
los que se plasmaban las distintas funciones sociales, las diferencias de
roles entre hombres y mujeres o las jerarquías entre padres e hijos. En
definitiva creía ver a la casa como un barómetro con el que medir el pulso
y el pensamiento de los sujetos de aquella determinada época. Pero desde
dentro. Y ese encanto misterioso de lo habitual y cotidiano, conseguidos
con una increíble perfección técnica, contiene asimismo para ella un
curioso paralelismo: el éxtasis de los interiores holandeses, la alegría de
lo cotidiano a la vez eterno, con San Juan de la Cruz. La alegría contemplativa ha de merecerse y hay que buscarla. Parecía como si cerrara un
círculo. La vida y el arte le parecían igualmente difíciles e igualmente
apasionantes. También aprendió que para expresar la desdicha no es
necesario el arte. En los años de adolescencia, cuando iba al cine con sus
amigas, no le gustaba ir a pasar un mal rato, «bastante tiene uno con los
disgustos cotidianos», decía su madre. La vida basta, y las lágrimas.
En contraposición a nuestra protagonista, un aspecto de interés en
relación a la menstruación hace referencia a la asociación de la misma
con comportamientos antisociales. Tal ocurrencia adquirió cierta relevancia a finales del siglo xix y comienzos del xx. El psiquiatra forense de
Londres, Paul d’Orbán sintetizó17 algunos casos curiosos que menudean
17 D’Orbán, P.T., Dalton, K. «Violent crime and the menstrual cycle». Psychol Med
1980, 10: 353-359; D’Orbán, P.T. «Medicolegal aspects of the premenstrual
sindrome». Br J Hosp Med 1983, 30: 404-409.
123
en la época señalada. Se trata no sólo de delitos menores, como el hurto
en tiendas o disputas de vecinos, alcoholismo o peleas e insubordinaciones en la escuela, sino también de delitos de envergadura, como asesinatos, en los que al reconocer la existencia de este tipo de trastornos relacionados con la menstruación, permitió su utilización como argumento
de defensa por hábiles abogados. Pero aparte de la anécdota, que queda
reflejada, un estudio serio con un tratamiento estadístico adecuado,
no indica variación significativa en el comportamiento cognoscitivo o
motor asociado con el ciclo menstrual.18 En la actualidad, la menstruación —y el síndrome premenstrual— se aceptan en el juzgado igual que
otros factores en relación con el estrés social o con la enfermedad somática, pero desde luego no absuelven a la acusada de su responsabilidad
criminal. No obstante, todavía de vez en cuando se utiliza para justificar episodios caprichosos e impetuosos y, claro, unos malos resultados
académicos, a pesar de evidencias tan patentes de lo contrario, como el
estudio de Roger Walsh19 de la Universidad de California, en el que se
puso de manifiesto que los resultados en exámenes de 244 estudiantes
de Medicina y carreras afines no variaron significativamente a lo largo
del ciclo menstrual. Las mujeres con frecuencia utilizan la regla como
un punto de referencia temporal y las experiencias desagradables, más
fáciles de recordar, se atribuyen a tal hito identificable.20 Como nuestras
vidas están sujetas a ritmos —diarios, circadianos y de otra índole—, lo
más natural es buscar también ritmos a nuestro comportamiento.
Las medidas terapéuticas
Durante sus escasas vacaciones, abandonaba la carrera persistente y
fatua asediada de proyectos en que se había convertido su vida. Era consciente de que por más que aligerara a su cuerpo del vestido en cualquier
18 Sommer, B. «The effect of the menstruation on cognitive and perceptual-motor
behavior: a review». Psychosom Med 1973, 35: 515-534; Gannon, F.L. «Evidence
for a psychological etiology of menstrual disorders: a critical review». Psychol Rep
1981, 48: 287-294; Morgan, M., Rapkin, A.J., D’Elia, L., Reading, A., Goldman,
L. «Cognitive functioning in premenstrual syndrome». Obstet Gynecol 1996, 88:
961-966.
19 Walsh, R.N., Budtz-Olsen, i., Leader, C., Cummins, R.A. «The menstrual cycle,
personality, and academic performance». Arch Gen Psychiatry 1981, 38: 219-221.
20 Brooks, J., Ruble, D., Clark, A.. «College women’s attitudes and expectations
concerning menstrual-related changes». Psychosom Med 1977, 39: 288-298.
124
playa, el espíritu, no obstante, no se liberaba de sus aderezos. Y, además,
el dolor arreciaba. Maldecía tener que convivir con aquella angustia a
plazo fijo. Su vida se había convertido en una pesadumbre con treguas
regulares. La vida entonces era absurda. Y encima, fruto de la casualidad: el espermatozoide más rápido entre varios cientos de millones —da
escalofríos pensar esto, pero un día lo fuimos. Ser es haber podido no
ser. Casual y absurda. Lograr en la vida por lo tanto un brillante éxito
no tenía más valor, pensaba, que fracasar por completo. No obstante,
por la noche, cuando levantaba los ojos al cielo, y aguantaba su larga y
silenciosa mirada, la idea de que la mayoría de aquellas estrellas hacía
milenios que habían muerto, pero aún seguían brillando, le hacía recordar a Vermeer. Y a Mozart. Y a Miguel Ángel. En la serena noche estival,
era preferible soñar con los locos que pensar con los cuerdos.
A lo largo de su trayectoria con la dismenorrea, Diana ha utilizado
múltiples recursos para convivir con ella. Y no sólo medidas terapéuticas
ortodoxas. Recurrentemente surgía alguien que, con buena intención,
le recomendaba procedimientos frente a su dolor. Lo más frecuente
ha sido el empleo de distintas infusiones, incluidas de raíces, algunas
de ellas debían ingerirse rodeadas de largas oraciones propiciatorias a
la «luna virgen», es decir, al primer cuarto de nuestro satélite, aún no
«grávido». Las infusiones de anís, alcaravea y manzanilla. O el extracto
del fruto de Agnus castus. El hinojo, la melisa y el perejil. El aceite de
onagra. El Dong Quay. El extracto de romero. La corteza de pino marítimo. Pero también, el recurso casero de la copa —copita— de coñac
diluida en agua caliente con miel, o las cataplasmas en el bajo vientre a
base de manzanilla y caléndula. No se le escapaba que su propio nombre
Diana era el de la diosa romana de la fertilidad, la Artemisa griega, que
asimismo da nombre a una planta que se utiliza como remedio para los
problemas menstruales.
En una oportunidad una aficionada a la homeopatía le recomendó
tomar cinco gránulos de Belladona si las molestias eran preferentemente
en el «ovario derecho», y cinco gránulos de Lachesis (¡a partir del veneno
de una serpiente sudamericana!) si lo eran en el ovario izquierdo. Si los
dolores fueran intolerables la recomendación fue la ingesta de cinco
gránulos de Chamomilla. Ella tomó diez, pero no mejoró.
Cambió hábitos dietéticos, suprimió comidas, incorporó otras. Tomó
snacks ricos en proteínas y engordó mientras persistía el dolor. Eliminó
la sal y todo fue más soso cuando le dolía. Eliminó los lácteos, la cafeína,
125
el alcohol y el azúcar. Adelgazó y el dolor permanecía. Se acostumbró
a pasear durante esos días. Y, desde luego, también había aprendido
que en los momentos más desesperados de angustia —pero también
de tristeza—, cuando era presa del desaliento o de un cansancio atroz,
cuando querría llorar o vomitar, entonces ver una obra de Vermeer,
sólida, exacta, como una ráfaga de aire puro, le sentaba muy bien.
Precisamente bajo uno de aquellos tratamientos homeopáticos inútiles, estuvo en Dublín. Rememora con avidez su singular viaje a la capital
irlandesa, esmeradamente dispuesto coexistiendo con un nutrido menstruo. Al día siguiente a su llegada fue a la National Gallery, en Merrion
Square. Un súbito y descontrolado dolor de barriga le hizo renunciar la
noche previa a unas pintas en los pubs de Temple. Si nada se lo impedía
tenía previsto también una visita a The Chester Beatty Library, quizá la
más bella colección de manuscritos iluminados recopilados por un único
coleccionista. Diana se acomodó frente a la tabla que le había llevado
hasta Dublín. Mujer leyendo una carta (1662-1665), de Gabriel Metsu
(1629-1669), que falleció con tan solo 38 años, y que es uno de los más
inspirados, y el más sencillo, autor de entre los holandeses de la edad de
oro. Su talento refleja una vez más exquisitas escenas de la vida cotidiana
pero con figuras cargadas de humanidad y personalidad. Y el espacio.
Un espacio que tiene su propia elocuencia escénica, de ámbito teatral
en el que se inserta la figura del actor. En este caso, la labor de costura
interrumpida por la llegada de una carta. La interpretación clásica
hermana este cuadro con Hombre escribiendo una carta, correspondencia
del esposo de viaje, marítimo y azaroso, como el lienzo de la derecha. El
perro encarna la fidelidad y la intención moralizante de la obra.21
Fuera de aquella apreciación académica, Diana sentía la calidez de la
madera sin pulir del entarimado bajo el pie sólo cubierto con la calceta,
el leve ruido metálico del dedal rodando casi parado en el suelo, el tenue
olor a humedad de la estera de esparto, o el brevísimo movimiento del
aire de la cola del perro. La caricia de la seda y el raso y el ruido del almidón de la enagua y su tacto suave y dúctil pero firme. Más allá percibía
el sonido del hielo agrietándose en el canal, ahí afuera. Y fue capaz de
sentir el cuadro que dentro de su cuadro descubría la criada al correr
la cortina, las anillas sobre el bronce de la barra, todavía con el sobre
en la mano. El rugido del viento sobre las olas y los alfileres de las gotas
21 De Rinck, P. Cómo leer la pintura. Toledo, Electa, 2005, pp. 316-317.
126
heladas y saladas del mar embravecido. La tempestad de la pasión. Estaba
por dos veces fuera de sí y le costó el doble de tiempo volver.
La inmensa obra que tenía ante sí no podía ser sólo un puro juego de
formas. Más bien aquella presencia sensible, inmediatamente perceptible,
le acercaba a algo, encarnaba en definitiva un significado que ella desentrañaba con singular maestría y no sin dificultad. Aquel significado artístico se daba a los sentidos, se envolvía y se plasmaba en lo visible y, aunque
no se reducía a él, sí formaba cuerpo con aquella materialidad visual. Y en
esa trama sensible descubría nuevos sentidos de lo simbolizado.
Cuando la dismenorrea es el único síntoma y no se encuentran anomalías en la exploración abdominal y ginecológica, la paciente puede ser
tratada sin más pruebas. Si la dismenorrea no responde al tratamiento
médico estándar, se debe considerar la posibilidad de que exista una
patología subyacente y realizar las exploraciones apropiadas. En la
127
dismenorrea secundaria, por el contrario, el tratamiento depende de la
patología subyacente.
La historia de los tratamientos aplicados en la dismenorrea sin causa
aparente es larga. Desde infusiones herbáceas en aguamiel, emplastos
de la más diversa índole, hasta cannabis y múltiples fármacos de la
farmacia occidental, han sido utilizados con mayor o menor éxito, en
distintos momentos del devenir de la medicina.
Como hemos mencionado existen indicios solventes que involucran
a las prostaglandinas, que son mediadores celulares, en el origen del
dolor menstrual, por lo que en el tratamiento del mismo se utilizan a
menudo los inhibidores de la síntesis de prostaglandinas. Los antiinflamatorios no esteroideos —aines— reducen la producción uterina de
prostaglandinas y, por tanto, la dismenorrea. A igualdad de efecto, se
escogen aquellos aines que presenten unos perfiles favorables de eficacia y seguridad, como el ácido mefenámico o el ibuprofeno,
También puede resultar eficaz un dispositivo intrauterino liberador
de progesterona. Sin embargo, la inserción del dispositivo puede resultar difícil en las mujeres que no han estado embarazadas.
Derivado del hecho de la asociación del dolor con la regla a ciclos
con ovulación, la supresión de la ovulación con un anticonceptivo oral
combinado es muy eficaz para reducir la gravedad de la dismenorrea.
Asimismo podría recurrirse a intervenciones dirigidas a suprimir
el sangrado menstrual. Si no hay regla, no duele. La supresión menstrual mejora la calidad de vida. Para asimilar esta terapia, es necesario
comprender que la menstruación regular es un fenómeno reciente.
Hasta la llegada de la anticoncepción hormonal en los años sesenta, las
mujeres pasaban gran parte de su vida embarazadas o lactando y, por
tanto, sin regla, en amenorrea. Los ciclos mensuales sólo retornaban por
breves fases que finalizaban en poco tiempo por un nuevo embarazo. En
las usuarias de anticoncepción hormonal el sangrado que acontece es
inducido médicamente y no aporta ningún beneficio para la salud. En
la actualidad, la alta eficacia anticonceptiva hace innecesaria la reafirmación del sangrado como muestra de ausencia de embarazo. No obstante
la idea de ausencia de regla como algo antinatural está muy difundida
entre las mujeres. Los médicos hemos tenido algo que ver en esto.
La extensión del tratamiento anticonceptivo a tres, seis o más meses,
en regímenes prolongados, alivia en definitiva los síntomas asociados a
la menstruación, aparte de otras decisivas ventajas —como la mejoría de
128
enfermedades asociadas a la menstruación (endometriosis), o la reducción
del riesgo de cáncer— en el contexto de un mejor perfil coste-beneficio.
En fin, pasamos sobre este punto y volvemos al hilo de nuestro relato.
La cefalea catamenial
Es el dolor de cabeza asociado a la menstruación —a veces con aura
neurológica (visual, con luces brillantes o flashes). Incluye a las algias
que tienen una relación temporal y se inician justo antes o durante la
regla. En general se deben a vasodilatación, tensión muscular o estrés.
Para las mujeres con síndrome premenstrual, la cefalea forma parte del
cortejo sintomático. La mayor prevalencia acontece entre los 35 y los 45
años, siendo raras después de la menopausia.
La observación de que la migraña asociada a la menstruación experimenta alivio durante el embarazo en una proporción importante de
casos —en torno a los dos tercios—, hace que se achaque su origen
al descenso de los niveles sanguíneos de hormonas femeninas, lo que
determinaría entre otros efectos, liberación de prostaglandinas y modificación de neurotransmisores.
Es cierto que las cefaleas catameniales son de las más resistentes a los
tratamientos de los neurólogos. Este hecho y desde luego su asociación
a la menstruación ha hecho que se intenten medidas terapéuticas encaminadas a suprimir la menstruación o la suplementación estrogénica
durante la regla. Con ambas se han obtenidos éxitos.22
*
Diana tiene un recuerdo imborrable de una tarde tomando un té con
Guillermina. Quizá por la sencillez del día. Por la compañía. Pero es una
de esas benditas evocaciones reincidentes que todos tenemos. Felicidad,
belleza, eternidad. Realmente confiesa que no sabe si es una tarde o si son
muchas, y que ha terminado idealizando y sintetizando en una. Una de sus
conversaciones preferidas es acerca de dónde procede la fascinación por
una obra de arte, la intemporalidad de la forma apropiada, la teoría de la
belleza, el sello de la eternidad y la perdurabilidad y el equilibrio de una
forma sublime. Mientras veían caer la tarde y pasar la gente por la acera
22 MacGregor, E.A. «Menstruation, sex hormones, and migraine». Neurol Clin 1997,
15: 125-141. Marcus, D.A. «Interrelationships of neurochemicals, estrogen, and
recurring headache». Pain 1995, 62: 129-139.
129
y cambiar la luz rosa del crepúsculo, comentaban cómo en los intimistas
holandeses, y particularmente en Vermeer, la obsesiva precisión de detalles objetivos, el microcosmos ordenado, deriva, según algunos críticos,
del interés científico por el descubrimiento del microscopio, realizado en
aquellos años por un compatriota y amigo, Anton van Leeuwenhoek, el
descubridor de los «animálculos muy numerosos que hay en el esperma».
La mayoría de los cuales no serán. Habían pagado la cuenta y dejado la
terraza junto al río. De los confines de la tarde surgía, coloreándose, una
brisa ligera. Una brisa que venía dormida por las ramas. Recorrieron la
ribera hasta el puente y de ahí se dirigieron hacia el centro.
El día se acababa y caminaron en la penumbra temprana hasta llegar
a Plaza Nueva. Por las callejuelas se veían cerros dorados con murallas
árabes y sonidos oscuros que lanzaban las campanas de la ciudad. Una
nube muy leve flotó vaga por encima de la luna, como un escondrijo.
Definitivamente, la hora se inclinó hacía la noche. Al llegar a casa escuchó una vez más el adagio del «Quinteto en Do Mayor» de Franz Schubert, que en aquella época le obsesionaba. Eternidad, belleza, felicidad.
En el año 2003 se exhibía en Madrid una exposición de Vermeer y el interior holandés. Y como el arte le había enseñado que cada instante es eterno,
o puede serlo, preparó minuciosamente su visita al Prado. Mientras reservaba su entrada en la web del museo, percibía la sensación gozosa de su
propia eternidad, y se auguraba una buena regla para esos días.
Aquel fin de semana de abril, Madrid era la primavera. Esperando a
la hora de su cita paseó por los parterres del Real Jardín Botánico. Ya en
El Prado, después de entrar por la puerta de Murillo, hizo un recorrido
rápido por las más de cuarenta obras de la exposición. Dou, de Hooch,
Maes, Metsu, van Mieris, Netscher, de Witte, Jan Steen. Y Vermeer. Con
ansiedad, oyó el rumor de los pasos en la grava del paseo de aquel cuadro,
sintió el peso del cesto —de los de encorvar el brazo— que portaba la
joven holandesa en otra pintura, apreció el sutil movimiento, como alas
de una mariposa que está perdiendo fuerza, en un lienzo más. A continuación, se acomodó en el sillón situado frente a una obra que representaba un paisaje. La autenticidad más turbadora. Un dibujo calculado con
mucho cuidado, que le otorgaba la mayor de las coherencias a todos los
elementos compositivos, y la plasmación de la atmósfera en la cima de
la perfección. Decididamente aquel cuadro no era el paisaje que revelaba. Todo le parecía relevante. Se fijaba en las propiedades materiales
del cuadro. Sus dimensiones, el apropiado equilibrio entre anchura y
130
altura, y la textura de la tela. Las manchas de color y la sutileza de las
pinceladas. En las propiedades físicas están necesariamente arraigadas
las propiedades estéticas. La organización del espacio, el grosor de las
líneas del dibujo, su atenuación o intensidad, el color, las relaciones de
contraste, las sombras. Al más puro estilo japonés elogiaba la sombra y la
luz gastada, atenuada y precaria del discurso de Junichiro Tanizaki.23 Las
encontraba elegantes y armónicas. Intuía que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros
producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Y si se suprimen
los efectos de sombra, la belleza perdería su existencia.
Finalmente, se abrió paso entre otros espectadores y se emplazó
cara al lienzo, justo desde el ángulo en que podía apreciarlo en todo
su esplendor. El rubor que le subió a la cara hacía unos momentos, se
le había instalado. La verdad es que no había muchas situaciones que
la hicieran ruborizarse, pero, ahora, se sentía caliente, excitada e incómoda. Comprobó que era la luz, la movediza luz de los cielos borrascosos
holandeses, el medio pictórico, y metafísico, de fijación. De hacer algo
fijo y eterno. Gracias a esa luz se aglutinan espacio y tiempo, y se hace
imperecedera la más efímera y frágil apariencia. La luz y las sombras. Y
allí, delante de aquella mirada fugaz y temblorosa, la irisación de una
perla y el rayo más intenso del sol entre nubes, experimentó uno de
esos momentos en la vida, como en el silencio de un amor, o en la paz
de una meditación, en los que «sentimos y experimentamos —así dice
Spinoza— que somos eternos». El éxtasis y san Juan de la Cruz.
Aquel bochorno fue el primero. Durante los siguientes meses se sucedieron progresivamente en la misma medida que sus reglas faltaban.
Ahora recuerda como un singular hallazgo la primera vez que dejó de
venir la regla. Como siempre esperaba a su dolor terrorífico y espeluznante, pero pasaron los días y no se presentó. Ya no le duele la barriga,
pero cree que tampoco ha vuelto a experimentar la misma sensación que
aquel día en El Prado o tiempo antes en la National Gallery dublinesa.
Este mismo año Diana tiene dos citas ineludibles. Una en el Guggenheim bilbaíno que acoge una muestra de los fondos del Städel Museum
de Fráncfort, que alberga una de las colecciones de pintura holandesa
del xvii más importantes de Europa. Otra, y esto la estremece, es volver
a la National Gallery en Dublín que finalmente propone una espectacu23 Tanizaki, J. El elogio de la sombra. Madrid, Siruela, 2010.
131
lar y excitante exposición: Gabriel Metsu: Rediscovered Master of the Dutch
Golden Age.
Epílogo
Desde luego que la dismenorrea también existe. Pero no sólo hemos
puesto de manifiesto, en las páginas que preceden, su omnipresencia
o la existencia de tratamientos eficaces en la mayoría de los casos, sino
que también hemos tratado a lo largo de este relato de desmitificar un
acontecimiento fisiológico como algo negativo e improductivo.
Cuando ha habido estudios científicos que han asociado aspectos
negativos a la menstruación, se comprueba con frecuencia que tales
estudios han estado limitados por el influjo de tradiciones culturales y
credos sociales. Es decir, las herramientas de investigación y los estudios
no hacen sino reflejar la manera en que el autor del diseño concibe la
menstruación y esto, en definitiva, tiene que ver con su bagaje cultural
y académico. Por este motivo, es necesario controlar también las expectativas del investigador que diseña el ensayo. A menudo, las mujeres
participantes tienden a adecuarse a la pretendida hipótesis del estudio:
cuando se ocultó el propósito del mismo no se encontraron diferencias
significativas.24 Y es que todos, con independencia del sexo, hemos sido
condicionados para ver la menstruación como algo negativo. Como
algunos proponen, quizá sea el momento de considerarla desde otra
perspectiva. ¿Cuántas obras de arte han sido terminadas en un estallido
de creatividad, como nuestra protagonista, durante el período pre
o menstrual? ¿Y cuántas buenas ideas han surgido en este momento?
Conviene, por tanto, desembarazarse de mitos ancestrales y creencias
sin ninguna base. Si la menstruación refleja expectativas mediadas
socialmente, la respuesta es posible que esté en la reeducación social.25
24 AuBuchon, P.G., Calhoun, K.S. «Menstrual cycle symptomatology: the role of
social expectancy and experimental demand characteristics». Psychosom Med
1985, 47: 35-45; Olasou, B., Jackson, J. «Effects of expectancies on women’s
reports of moods during the menstrual cycle». Psychosom Med 1987, 49: 65-78.
25 N.A.: Aunque existen investigaciones que objetivan una relación entre las hormonas sexuales y el campo visual en mujeres con migraña (Yucel, i., Akar, M.E., Dora,
B., Akar, Y., Taskin, O., Ozer, H.O. «Effect of the menstrual cycle on standard
achromatic and blue-on-yellow visual field analysis of women with migraine». Can
J Ophtalmol 2005, 40: 51-57), la historia de nuestra protagonista es ficticia y, en
modo alguno, basada en comunicaciones o estudios previos. De ninguna manera
132
~5~
¡Al abordaje!
La vagina, esa desconocida
(its, terrorismo sexual)
Debes saber en primer lugar que cada cosa que tiene un rostro
manifiesto posee también uno oculto. Tu rostro es noble:
tiene la verdad de los ojos con los que captas el mundo. Pero
tus partes peludas, bajo el vestido, no tienen menos verdad
que tu boca. Esas partes, secretamente, se abren a la basura.
Sin ellas, sin la vergüenza aneja a su empleo, la verdad que
ordenan tus ojos sería avara.
Georges Bataille, El Aleluya o el catecismo de Dianus.
Preludio
La mañana del domingo 11 de julio, Lucía se levantó con una inusual
preocupación. No era por el eclipse total de sol que se esperaba para ese
día en el Pacífico Sur. El motivo era otro bien distinto. Aunque nunca le
había llamado la atención la literatura erótica, hacía unos días que leía
una afamada obra del género, expresamente cedida por su amiga Rosa
X. Fue este libro el que le había creado tal inquietud. La descripción
del autor hacía gozar a la protagonista como jamás Lucía pensaba que
se podría disfrutar y, además, había algunas referencias al órgano sexual
femenino que le resultaron en especial incomprensibles. Aunque se
mostraba más deseosa de poner en práctica aquellos sistemas que de
consolidar sus fundamentos, tuvo que reconocer que ignoraba todo de
su peculiar apreciación de las obras de arte pictóricas es algo que se fundamente
en un conocimiento científico actual del problema.
La experiencia estética y la interpretación simbólica del arte por parte de
Diana están en buena medida inspiradas por la obra de José García Leal, El
conflicto del arte y la estética (Granada, Editorial Universidad de Granada, 2010).
133
su vagina. A pesar de que a sus 25 años había tenido reglas, relaciones
sexuales e incluso un aborto, a pesar de esto, sólo fue a partir de aquel
día cuando hizo consciente su ignorancia acerca de qué significaba su
propia vagina. «Por la que discurre el placer y nace la vida». Decidió
en aquel momento indagar acerca de ella y, después de ducharse, con
un café recién hecho, tomó el portátil y lo puso en sus rodillas. Abrió
el buscador y tecleó «vagina». Por el arte de la magia de Internet, casi
instantáneamente, aparecieron más de 17 millones de resultados. Entre
los primeros veinte, le llamó la atención una intrigante asociación entre
vagina y teatro.
Lucía no había tenido oportunidad de presenciar una representación
de los Monólogos de la vagina de Eve Ensler. Creyó —y al hacerlo consciente le preocupaba— que nunca se había estrenado en Granada. Buscó
el libro de Ensler.26 Para empezar, comprobó que el término vagina, tal
y como se presenta en los Monólogos, se refiere a todos los genitales y
por completo desvirtúa la realidad. Y es que, pensó, el propio nombre
«vagina» es un mal comienzo ya que «vagina», del latin vagina, es una
vaina, una funda, y la funda lo es de algo. La «vaina protectora en la cual
reposa la espada», decía el diccionario. ¿Y cómo se puede hablar de algo
con un lenguaje inapropiado e inaceptable pero, además, cargado de
emoción, de inhibiciones y de temor al castigo o a la crítica? Era necesario de forma prioritaria reconocer en la vagina, en su propia vagina, algo
más que el órgano que permite el placer del hombre.
Los monólogos, en realidad, partiendo de la tradición machista
propia de nuestra sociedad, intentan redimir los genitales femeninos
de ataduras y terminan siendo un alegato contra la violencia de género.
Quiso entonces situar algunas premisas de referencia en su búsqueda.
Precisó que, desde el principio, era necesario tener muy claro que una
cosa era la desigualdad anatómica y biológica entre los sexos, claramente
determinada por el ámbito científico, y otra, la cuestión de la igualdad
en derechos —a pesar de aquellas desigualdades en capacidades—, que
era más una cuestión del ámbito moral o político. «Pedetemptin», paso
a paso, como dice Lucrecio.
Desde el punto de vista anatómico, la vagina no es otra cosa que
un órgano hueco, un conducto, un canal fibromuscular elástico. Muy
elástico. Un túnel por el que transita el fluido menstrual. Órgano de la
copulación que recibe al pene durante el coito y, por tanto, el principal
26 Ensler, E. Monólogos de la vagina. Barcelona, Emecé, 2005.
134
medio físico de expresión heterosexual. Constituye el canal blando del
parto a través del cual el feto alcanza la vida extrauterina. Y también es
una puerta de entrada de gérmenes. Es decir, un tubo involucrado en la
sexualidad y en otros aspectos de la fisiología, del mecanismo conceptivo, incluido el parto, pero también de la patología. Es frecuente la
confusión entre los profanos con la vulva, la «innombrable» —como
dice la prologuista de los Monólogos, Gloria Steinem, el «ahí abajo».
¿Pero esta información es suficiente? ¿Se conoce así un órgano? Creemos que es menester en esta ocasión cambiar el discurso reductor del
médico, es necesario un rejuvenecimiento —en el sentido histórico—,
un discurso «ingenuo» que se sitúe en un nivel más arcaico de racionalidad y conocimiento. Nuestra historia tiene sentido aquí y ahora, sólo si
se modifica el discurso. En su afán de comprender y de abarcarlo todo,
la anatomía —y la fisiología— se fragmentan y las partes, al adquirir
el estatuto de objeto, se limitan y encogen su dimensión. Cuando la
mirada deja de ser reductora y se transforma, tiene lugar una verdadera
reorganización no sólo formal, sino también en profundidad. Porque,
como afirma Michel Foucault (1926-1984),27 «estamos consagrados
históricamente a la historia, a la construcción paciente de discursos
sobre discursos, a la tarea de oír lo que ya ha sido dicho». El afán clasificatorio —la medicina clasificatoria— que pretende hacer asequible, al
aprendizaje y a la memoria, el enorme dominio del cuerpo, pero que
fragmenta y parcela, muestra pero oculta a la vez. Es necesario ampliar
nuestras miras. Y esta es nuestra tarea: emprender el infinito trabajo
del conocimiento del individuo. Estas líneas pueden ser el acicate para
comenzar. Sólo pretenden ser un empujón. Hay algo de lo que estamos
seguros: cuanto más tarde peor, y, aunque el camino es tortuoso, el
esfuerzo es gratificante.
El virgo y su medicalización
De inmediato, el devenir anatómico la instaló en el himen. Sobre el
himen sí que se ha escrito. El portátil la situó de lleno en el mito de la
virginidad, y constató cómo la información venía de antiguo. Alberto
27 Foucault, M. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. Madrid,
Siglo xxi, 2007, p. xvi.
135
Magno (1193/1206-1280) en su De animalibus,28 advertía que «antes de
su corrupción, hay en (…) las vírgenes, membranas formadas por un
tejido de venas y ligamentos extremadamente sueltos que son, para quien
las ve, las señales de una virginidad demostrada y que quedan destruidas
por el acto o incluso mediante la introducción de los dedos: la pequeña
cantidad de sangre existente en ellos se derrama en ese momento».
Una intervención precoz de su madre liberal, forjada en el Mayo del
68, aunque reducida a su «vulgata individualista», fue trascendente: «La
virginidad no es una virtud, sino la marca de las esclavas. Sin embargo,
es mejor conservarla que liquidarla a cambio de un falso certificado de
libertad». O sea, estaba bien condenarla pero, eso sí, mantengámosla
por si acaso. El valor mercantil de la virginidad y la propiedad, primero
celosamente custodiada por el padre hasta entregarla al marido, quien
del mismo modo guarda con esmero. La indagación de Lucía la llevó a
considerar que quizá fuera en la Edad Media cuando se identificó en la
«pureza anatómica» el signo «natural» de la inferioridad femenina y a
partir de la que se difundió en Europa esta convicción, expresada con
anterioridad por algún pensador clásico.
El sexo femenino, en el sentido aristotélico, es una monstruosidad:29
«El primer comienzo de esta desviación es que se origine una hembra
y no un macho», o «… hay que considerar al sexo femenino como
una malformación natural». Y es que, dice Erasmo (1466/9-1536),30
«cuando Platón pareció dudar si debía clasificar a la mujer entre los
animales racionales o no, quiso solamente subrayar la extremada locura
de este sexo encantador». Y concluye Erasmo: «por esto una mujer es
siempre mujer, es decir, loca, por muchos esfuerzos que realice para
ocultarlo». Y a partir de aquí, el cinismo de los cinismos, parece lógico
que lo que es tolerable y lícito para el «sexo fuerte», sea intolerable y
perseguible para el «sexo débil». Disponer de una «tangible garantía
anatómica» es decididamente un signo de inferioridad natural, que el
macho está dispuesto a reclamar para sí: ser el primero, la desfloración,
la pica en el terreno ignoto y «no mancillado». Eso sí, él no se aplica
el mismo criterio: no hay ninguna señal anatómica que proteger. «La
pretensión de que la mujer fuese virgen en el momento del matrimonio
28 Alberto Magno. De animalibus, libri xxvi. Venetiis, Joannem & Gregorius Gregorii, 1495.
29 Aristóteles. Reproducción de los animales, ed. Ester Sánchez. Madrid, Gredos, 1994,
pp. 248 (767b9) y 273 (775a5).
30 Erasmo de Rotterdam. Elogio de la locura. Madrid, Zeus, 1968, p. 41.
136
es comparable a la de que el ganado y otros bienes que adquiría el varón
estuviesen en “perfectas condiciones”».
—¡Bien adquirido por el varón! ¡Como el ganado! ¡Perfectas condiciones! ¡No puede encontrar sus raíces en el noble comercio del ganado!
¡Ahhhh! —Lucía hablaba sola y terminó gritando.
Pero claro, si se atribuye tanta importancia a la virginidad y se idolatra
a la famosa membrana hasta el matrimonio, y la castidad es el «honor
familiar», hay que intentar remediar algunos deslices. Tampoco es algo
de tiempos recientes. Sin ir más lejos, Lucía ha leído, por ejemplo, cómo
Sempronio, el criado de Calisto, describe a Celestina diciendo de ella
que «pasan de cinco mil virgos los que se han hecho e deshecho por su
autoridad en esta ciudad».31 Pármeno, el otro criado, añade que uno
de los seis oficios de Celestina es precisamente el de «facer virgos», es
decir, que, al igual que la Camacha de Montilla, «remediaba maravillosamente las doncellas que habían tenido algún descuido en guardar su
entereza». ¿Y cómo se recomponían? «Esto de los virgos unos fazía de
vexiga e otros curaba de punto…», esto es, suturando. El hecho de que
en nuestra cultura se le haya dado tanto valor, nos devuelve una vez más
al machismo más irredento. Le molestaba que la situación del varón, esa
situación de superioridad —real o ficticia— le confiriera una instancia
posesiva sobre la mujer. Y toda la parafernalia de las sábanas manchadas
de la sangre procedente de su rotura la primera noche, es un ritual que
todos conocéis. Su integridad hasta el matrimonio es justo al revés de lo
que se busca en otras culturas, en las que se valora la experiencia previa.
Todo esto le sonaba a las películas del neorrealismo italiano a las que era
aficionada. A todas y a ninguna en concreto. La realista descripción social
y el modelo estético de aquella corriente cinematográfica estaban, quizá
por eso, impregnadas de machismo y de sábanas manchadas de sangre.
De callejuelas estrechas y ropa tendida entre los balcones. De camisetas
de tirantes, ojos entornados, barba de tres días y colillas entre los labios.
Para ella era Ossesione (1943), de Luchino Visconti, la primera obra del
neorrealismo, precisamente con un guión basado en El cartero siempre
llama dos veces, de James Cain. Pero por no sé qué inalcanzable mecanismo
asociativo, Lucía trajo a su mente a Pina embarazada corriendo entre
disparos en Roma, città aperta (1945), de Roberto Rossellini.
Con frecuencia, antes del inicio de las relaciones sexuales, la vagina se
encuentra cubierta de forma parcial por una fina membrana epidérmica
31 Rojas, F. de. La Celestina. Madrid, Cátedra, 1986, pp. 58; 70-71.
137
en todo el contorno de su entrada, de modo que la hace más angosta.
Entre los mamíferos sólo la hiena y el topo comparten con la mujer el
privilegio (?) de poseer tal membrana. Ante la demanda social de restablecerla antes del matrimonio, surge la cirugía íntima, reconstruyendo
el himen previamente desgarrado.
La pluralidad morfológica de los labios menores es considerable. En
ciertas culturas, la sexualidad se determina en función de la longitud de
los mismos. Desde la infancia se los manipula hasta alcanzar dimensiones
considerables, de hasta 20 centímetros y más. A finales del siglo xix, provocaron una gran conmoción el «delantal o mandil hotentote» o el tablier
egiptien. La práctica del estiramiento de las ninfas, como también se les
llama a los labios menores, resurge periódicamente debido a l asociación
de su mayor tamaño con un incremento del placer sexual. Pero también
hemos sido testigos de lo contrario, la apelación a la cirugía correctora
para restaurar dimensiones y simetría en mujeres que encuentran antiestético o molesto un volumen mayor de estos labios. Un ejemplo más de
medicalización del sexo con esta cirugía cosmética de los genitales.
Otros recursos a la misma se producen para recomponer el estrechamiento fisiológico de la vagina en su porción más externa, perdida
tras los partos, y la relajación muscular propia del paso del tiempo. Este
«lifting» vaginal aumenta, al parecer, el placer sexual.
La vagina sexual y la fecundación
Evoca Lucía su episodio reproductivo que terminó en aborto. Reconoce que quedó embarazada sin pretenderlo, pero después de haberse
acomodado a la situación, terminó perdiendo el embarazo. Fueron unos
días intensos, primero intentando reconstruir el día y el momento de su
fecundación. Se trata de un particular ejercicio que ocupa a muchas
mujeres llegada la ocasión. Siempre había creído que la reproducción
no era algo tan complicado, como después de aquello se encargaron de
comunicarle. Fue un viernes. Tras unas copas con los amigos, llegaron a
casa achuchándose en las aceras casi desiertas, abrazándose en el portal
y besándose en el ascensor. Estaba mojada. Mantuvieron una apasionada
relación en el salón e inmediatamente se adormilaron en el sofá. Ahora
intenta imaginarse cómo el semen se depositó en su vagina y, a partir
de ahí fue capaz de alcanzar, ya en la trompa, su solitario óvulo que, de
138
forma inesperada, soltó ese día. Y más tarde, cómo se fundieron ambas
células y cómo empezaron a dividirse hasta que una semana después
estuvo en disposición de anidar en su útero. Y cómo aquella masa celular
informe empezó a parecerse al embrión de cualquier mamífero. Lucía
cree que antes de empezar a adquirir rasgos genuinamente humanos lo
perdió. Manchó escasamente, en menor cantidad que una regla, y acudió
a Urgencias donde la informaron de la ausencia de latido cardiaco: el
embrión, que no alcanzaba 10 milímetros, estaba muerto. Primero sus
lágrimas y después el legrado para evacuar el útero. Y quiso ver en su
pérdida un destino predeterminado, como el de la inocente y bondadosa Gelsomina de La Strada (1954), de Federico Fellini, impulsada por
las emociones y los deseos más elementales. Ahora reconoce que la vida,
a veces, te devuelve al origen, te da una segunda oportunidad cuando es
necesario meditar una decisión.
El túnel vaginal responde a la estimulación sexual efectiva con una
preparación involuntaria para la penetración del órgano masculino,
lo cual es una respuesta paralela a la erección masculina, expresión
fisiológica directa al acto sexual.32 La respuesta vaginal se desarrolla en
términos, primero de lubricación y, más tarde, expansión y elongación
de la misma. La lubricación tiene lugar por trasudación (no exudación,
que sería producida por glándulas) y es consecuencia de la congestión
que tiene lugar en el rico plexo vascular situado bajo su epitelio. Es
la primera manifestación de respuesta vaginal fisiológica al estímulo
sexual. A continuación, si la excitación persiste, tiene lugar un alargamiento y distensión de toda su anatomía. Durante el orgasmo femenino
se produce una contracción del tercio externo y una expansión de los
dos tercios internos de este órgano.
Cuando se produce la eyaculación, el contenido se vierte en el «receptáculo seminal» en la porción más distal y posterior de la vagina dilatada,
justo donde el cuello del útero se sumergirá en la fase de resolución.
Se admite que si ha habido orgasmo, las contracciones de la estructura
vaginal y del útero hacen efecto de succión y favorecen el ascenso de los
espermatozoides, aunque no es preciso el orgasmo para que la fecundación se verifique. Si la mujer está en esos días en la época de la ovulación
y el cuello uterino entreabierto con el tapón mucoso filante y permeable,
32 Masters, W.H., Johnson, V.E. Respuesta sexual humana. Buenos Aires, Intermédica,
1978, p. 61.
139
se dan las condiciones ideales para la fecundación. A los dos minutos de
la eyaculación ya hay espermatozoides en el conducto cervical. Pero hasta
aquí no hemos hecho sino constatar unos hechos por demás evidentes,
aunque imprescindibles en nuestra cadena de raciocinios.
En los mamíferos el macho eyacula sus gametos en el interior de la
hembra a través de la vagina. A partir de ahí, los espermatozoides ascienden por el aparato genital de la hembra, hasta que uno de ellos encuentra al óvulo y lo fecunda. La vagina se abre hacia atrás, justo debajo del
orificio anal en todas las hembras de los primates. Esta y otras contingencias —como las características del pene de los primates— determinan que la penetración tenga lugar desde atrás. Una vez inseminada,
la mona puede alejarse sin temor a perder el semen depositado en el
fondo de la vagina, ya que su conducto vaginal, al andar a cuatro patas,
se dispone en un plano horizontal con respecto al suelo, discretamente
inclinado hacia el cuello del útero, lo que evita la pérdida del eyaculado
y facilita la progresión de los espermatozoides.
Este mecanismo tan universal de inyección de los espermatozoides
en la vagina de la hembra se vio trastocado por un cambio evolutivo tan
extraordinario como fue la bipedestación. Los cambios óseos se tradujeron en modificaciones musculares y de la ubicación de las vísceras que
ocupan la pelvis. Tuvieron lugar por tanto profundas trasformaciones
en el aparato genital de las hembras, una de las cuales fue la disposición
de la vagina que, al modificarse la arquitectura de la pelvis, sufrió un
desplazamiento de modo que terminó abocando hacia la parte anterior
del cuerpo, con una clara posición ventral en la vulva. Esto permitió una
cópula frontal, cara a cara.
¿Cómo retener el semen en el interior de la vagina
cuando se camina sobre dos piernas?
En las hembras de los homínidos, nuestros antecesores, que ya caminaban sobre dos piernas, el riesgo de perder gran parte del semen si comenzaban a caminar inmediatamente tras realizar el coito sería elevado.
Dos circunstancias contribuyeron a solventar el problema evolutivo:
el tamaño del pene del varón y el orgasmo en la hembra.
El macho, durante el orgasmo eyacula y deposita sus gametos, los
espermatozoides. Por el contrario, en la hembra el placer sexual, el
orgasmo —fisiológicamente muy parecido al del varón— no se relaciona
140
con la expulsión del óvulo, sino que esto ocurre de forma independiente
en un momento determinado del ciclo ovárico.
Ya que una mujer puede cumplir su función reproductora sin disfrutar del orgasmo, podría parecer que el orgasmo de las hembras de nuestros ancestros no aportaba ninguna ventaja adaptativa.
Las hipótesis para explicarlo incluyen, además de que crearía y estabilizaría los vínculos entre la hembra y el macho en la pareja monógama,
la que considera que el orgasmo fue el modo por el que se consiguió
retener el esperma en el interior del aparato genital de una hembra
bípeda.
En las hembras de los australopitecos, con la vagina dirigida hacia
adelante y abajo, al incorporarse inmediatamente tras la cópula y
comenzar a caminar, su vagina adoptaría una posición más vertical que
horizontal, con lo que se perdería en gran parte el líquido seminal,
reduciéndose las probabilidades de su fecundación.
El orgasmo de la hembra y la laxitud posterior, con una leve sensación
de fatiga y cierta somnolencia, forzaría un breve reposo postcoital, el
tiempo necesario para permitir la progresión de los espermatozoides a
través de esa trampa de no retorno que es el moco del cuello uterino.33
El tabú de los genitales
Otro rasgo derivado de la manera en que emerge la vagina a la vulva,
es la forma de provocar atracción sobre ella, claramente visible en los
cuadrúpedos, al ingurgitar los tejidos circundantes, de modo que se
garantizan la atención de los machos. Esto resultaría inútil (e incómodo
al caminar o sentarse) en nuestra especie. Por eso, en las mujeres, las
señales sexuales están en la cara anterior, no hacia atrás. La disyuntiva a
la vulva hinchada de los primates son unas mamas voluminosas —algo
innecesario desde el punto de vista de la lactación— que permiten la
identificación a distancia como hembra y que, además, constituyen una
señal sexual de atracción del sexo opuesto.
Según Desmond Morris,34 el origen de los genitales como zona tabú
33 Campillo, J.E. La cadera de Eva. El protagonismo de la mujer en la evolución de la especie
humana. Barcelona, Crítica, 2007.
34 Morris, D. La mujer desnuda. Un estudio del cuerpo femenino. Planeta, Barcelona,
2005.
141
fue el hecho de que para nuestros más remotos antepasados bípedos
aproximarse a otro sin emitir un mensaje sexual resultaba imposible.
Fuera de la época de celo, el interés sexual de la mayoría de los animales queda en suspenso. El celo de la orangutana, por ejemplo, tiene
lugar a los cinco años del previo, tras el embarazo, parto, puerperio y
lactancia del último descendiente. También las hembras de chimpancé
y gorila tienen estros separados varios años. Pero en las hembras de la
especie humana, su capacidad de ser fecundadas no se circunscribe a
un breve período fértil que tiene lugar pocas veces, sino que son fértiles
durante varios días de cada ciclo menstrual, a lo largo de todo el año.
Además, sin signos externos de que se está produciendo, es decir con
una ocultación de la fertilidad.
Desde luego, si no sabe en qué momento es fértil una hembra, la
única manera de fecundarla sería copular diariamente con ella, con
la esperanza de dar con el día adecuado. Y así adquirimos, siguiendo
a José Enrique Campillo,35 otra de las rarezas de la especie humana:
la de mantener relaciones sexuales al margen de la reproducción. Se
ha llegado a decir que la disponibilidad sexual ininterrumpida fue una
auténtica revolución biológica: la más asombrosa innovación que tuvo
lugar desde la aparición del sexo en la evolución biológica global.
La selección natural fomentó los comportamientos que tendían a
copular durante cualquier día del año y, evidentemente, las cópulas, por
coincidir con períodos estériles en su mayor parte, no tenían función
procreadora. La disponibilidad permanente de la hembra y la potenciación del orgasmo, no sólo tenían como objetivo producir retoños,
sino también reforzar los vínculos emocionales en la pareja, gracias a la
estimulante gratificación sexual mutua.
En el sentir de Morris, en nuestra especie, la mayoría de las cópulas
no son procreadoras sino que sirven para fortalecer el vínculo emocional. Si se trataba de fomentar la pareja monógama, ya no se podía enviar
un mensaje sexual indiscriminado con la exposición frontal de los genitales. De aquí nació el tabú de los mismos.
35 Campillo, J.E. Op. cit.
142
La sensibilidad erótica
y la eyaculación femenina
Et mentem Venus ipsa dedit.
(Y que la propia Venus les inspira.)
Virgilio, Geórgicas iii, 267.
La visión de su propio comportamiento erótico, que Lucía consideraba
como una perspectiva en modo alguno simple o con restricciones, era
tal que siempre culminaba con el coito, con lo que la vagina era entonces el centro del universo. El agujero negro ancestral y arquetípico,
cósmico como diría Salvador Dalí, la esencia femenina, fuente de vida,
pero antes de placer. Epicuro enseñaba que «el principio y la raíz de
todo bien es el placer del vientre». Y lo que nos humaniza porque, como
dejó escrito Nietzsche, el bajo vientre es la causa de que el hombre tenga
cierta dificultad en considerarse como un dios. Primero existe el sexo, y
luego se inventan los sueños que necesita.
Recordaba que las primeras veces que se expuso semidesnuda a su
pareja pensó reiteradamente en su infancia, en la que emular a los
médicos era, ante todo, un juego sexual. Sus compañeros de juego se
contemplaban, se exploraban y se acariciaban. Al médico se le permite
transgredir determinadas prohibiciones, lo cual ofrece la excusa de
prescindir de todo pudor incómodo con respecto al compañero de
juego: esta es la convención, la regla del juego. Se actúa como si se fuera
el enfermo y al doctor; por tanto, se le puede enseñar todo, el (o ella)
puede verlo todo, palparlo todo. De algún modo, aquellas primeras
veces era jugar a médicos, con cierto pudor, dolor y hasta sangre.
También recuerda que, en su propia interpretación, con soltura
para su edad, hizo ver a su «pieza» que le interesaba, nada explícito
desde luego, y hablando, pero también sabiendo escuchar, hizo creer
a Damián que había sido él quien la había conquistado. Después de
una corta semiclandestinidad, ya asentado el inicio del siglo xxi, Lucía
formalizó su relación y su desnudez ante Damián, un profesor progre
diez años mayor que ella. Él le transmitió su pasión por el cine y, en
particular, por el neorrealismo italiano. Al intentar evocar su despertar a
la sensualidad y al amor, sólo le sale el término improvisación. Confiesa
que aunque siempre había pensado que sus relaciones sexuales eran
143
satisfactorias, ahora se replantea la situación. Siempre han sido con su
actual pareja, una vez a la semana, en la posición del misionero, sin
demasiados alardes de la imaginación y alcanzando el clímax en lo que
consideraba un porcentaje de coitos aceptable. Ahora, el vaso le parece
medio vacío, y se atreve a entenderlas como rutinarias, con demasiadas
oportunidades en que no consigue el orgasmo y, claro, escasas. ¿Por qué
si no el notable decreto de la reina de Aragón por el cual, queriendo
dar regla y ejemplo de la moderación y modestia exigidas en un justo
matrimonio, fijó como límite legítimo el número de seis al día?36 Cree
madurar ya que, cada vez más, lo que le parece fundamental del sexo no
es tanto el goce como el deseo, y no sólo por su duración.
Y sigue habiendo todavía circunstancias intrigantes con respecto a la
vagina y al sexo. «Una cebra es imposible para quien no conozca más
que un burro». No hace muchos días, Lucía tuvo oportunidad de escuchar el relato de la experiencia de su amiga Rosa X. Estaban en la parte
alta de la ciudad, frente a la Vega, y contemplaban la belleza plácida de
la tarde que terminaba impereciblemente y que olía al seto de boj recién
cortado. Más allá de la borrosa penumbra del casco antiguo, todavía
relucían los altos edificios blancos iluminados por esa suerte de luz rosa
del crepúsculo granadino. Hablaban de la tendencia que todos tenemos
a instalarnos en la vida y creer que es para siempre, sin darnos cuenta
de que todo es más hermoso porque hay un final. Como Aquiles en
Troya, «los dioses nos envidian porque somos mortales». André Gide lo
describió así: «¿Acaso no comprendes que cada instante no adquiriría
este admirable resplandor, si no se recortara, por decirlo así, sobre el
fondo oscuro de la muerte?». Se quedaron en silencio.
Casi inesperadamente, su amiga comenzó de nuevo a hablar. La
primera vez, en su segundo matrimonio, Rosa X se asustó. Achacó su
pérdida copiosa durante el orgasmo a una súbita incontinencia urinaria
relacionada con el esfuerzo. Sin embargo, era un líquido claro, transparente, inodoro, de ningún modo que pudiera confundirse con orina.
Luego supo que esto le ocurría, y le había ocurrido, a muchas mujeres. Después lo ha experimentado con cada orgasmo y, desde luego,
no se avergüenza de relatarlo. La cantidad de líquido emitido varía en
función del período de abstinencia previa. Además, añade Rosa X, sólo
36 Montaigne, M. Essais iii, V. [Ensayos, ed. Dolores Picazo y Almudena Montojo.
Madrid, Cátedra, p. 87.]
144
El origen del mundo (1865-1866), de Gustave Courbet (1819-1877).
Musée d’Orsay, París.
consigue la eyaculación cuando se trata de unas relaciones sexuales con
penetración, nunca con masturbación en exclusividad.
El coito frente a frente, la piel del mono desnudo y las manos manipuladoras brindaron a los homínidos un campo mucho más amplio para
el estímulo sexual, potenciando las sensaciones placenteras más allá del
mero contacto de los cuerpos.
Aparte del clítoris, órgano receptor y transformador de estímulos
eróticos sin parangón en los machos, también se encuentran las regiones
parauretrales, y además dos zonas intravaginales a las que se atribuyen
un valor erótico. El mítico punto G (de Gräfenberg, Ernst Gräfenberg,
1881-1957), descrito en la década de los años 40 por el ginecólogo
alemán del que es epónimo.37 Él mismo reconoció que la importancia
de tal zona básica —tal y como la denominó el propio Gräfenberg—
fue disminuyendo al adoptar la postura del misionero propia de unas
relaciones sexuales cara a cara condicionadas por la bipedestación. El
punto G se sitúa aproximadamente a unos 5-7 centímetros en la pared
anterior de la vagina, por lo que es posible que, adoptando otras posturas sexuales (coitus a posteriori), la estimulación sea mayor. También aquí
la «cirugía íntima» ha ensayado inyecciones de colágeno para intentar
magnificar su estimulación e incrementar el placer sexual.
Asimismo, se ha descrito en el interior de la vagina la zona efa
(zona erógena del fórnix anterior) o punto A, situada en el punto más
profundo del conducto vaginal, también en su pared anterior. Para su
37 Gräfenberg, E. «The role of urethra in female orgasm». Int J Sexol 1950, 3:
145-148.
145
descubridor, el doctor Chua Chee Ann de Kuala Lumpur, el «reducto de
una próstata degenerada».
No obstante, un detallado estudio de la morfología del clítoris puede
explicar las relaciones entre las diferentes estructuras anatómicas implicadas. La uretra perineal se encuentra embutida en la pared vaginal
anterior y está rodeada de tejido eréctil, por lo que, con probabilidad,
esto tenga mucho que ver con el punto G y con la zona A. El clítoris, la
uretra y la cara anterior (porción distal) de la vagina forman, para Helen
O’Connell38 y sus colaboradores, una entidad integrada cubierta superficialmente por la piel de la vulva y el epitelio vaginal, respondiendo
como una unidad durante la estimulación sexual, como una auténtica
«plataforma orgásmica» en términos de Masters y Johnson. Esta disposición anatómica permite integrar y comprender respuestas fisiológicas
sexuales hasta no hace mucho cuestionadas y despreciadas.
Al hilo de la cita de Gräfenberg, y el relato de Rosa X, la amiga de Lucía,
mencionamos aquí la «eyaculación femenina». Puede ser que Aristóteles39
(384-322 a.C.) se refiriera a ella cuando señala que «algunos creen que
la hembra aporta esperma en el coito por el hecho de que a veces experimenta un placer similar al de los machos y al mismo tiempo produce una
secreción húmeda; pero esta humedad no es seminal sino propia de esa
zona en cada mujer». En realidad la pretendida eyaculación femenina no
es sino la descarga del contenido de las glándulas de Skene (las glándulas
parauretrales) durante un orgasmo, un líquido claro y transparente sin
función lubricante. El volumen de la secreción puede alcanzar varios
centímetros cúbicos y dar la sensación de una micción involuntaria. El
líquido, de pH alcalino, tiene una composición química similar al fluido
seminal masculino. Puede que se trate de mujeres con una repleción
glandular inusual y cuyo estímulo y compresión al alcanzar el orgasmo
desencadena su eyaculación. También es posible que la secreción producida en la mayoría de las ocasiones sea tan escasa, que al emitirse pase
desapercibida o, asimismo, que tenga lugar una eyaculación retrógrada
hacia la vejiga. Lo que es cierto es que en la mayoría de las ocasiones tal
38 O’Connell, H.E., Hutson, J.M., Anderson, C.R., Plenter, R.J. «Anatomical
relationship between urethra and clitoris». J. Urol, 1998, 159 (6): 1892-1897;
O’Connell, H.E., Sanjeevan, K.V., Hutson, J.M. «Anatomy of the clitoris». J. Urol,
2005, 174 (4 Pt 1): 1189-1195; O’Connell, H.E., Eizenberg, N., Rahman, M.,
Cleeve, J. «The anatomy of the distal vagina: towards unity». J Sex Med, 2008, 5
(8): 1883-1891.
39 Aristóteles. Reproducción de los animales. 727b 34- 728a 1. [Madrid, Gredos, 1994,
p.109.]
146
eyaculación no es evidente. Sigmund Freud (1856-1939)40 la menciona
en el análisis de su paciente Ida Bauer —Dora— (1882-1945), en términos de repugnancia y fuente de disgusto. También ha habido quien se ha
cuestionado su existencia, con algunas significativas opiniones negativas,
como la de la afamada sexóloga Helen Kaplan (1929-1995), o tajantes
posicionamientos en contra procedentes del ámbito feminista más radical, como la escritora Sheila Jeffreys.
Días más tarde, Internet le mostró la realidad de una circunstancia muy
particular. Aunque la conducta sexual de otros mamíferos tiene poco
paralelismo con la humana, comprobó que existen ejemplos de actividades animales parecidas a la prostitución humana, como los bonobos,
entre los que se practica el sexo para resolver conflictos y apaciguar
tensiones, o a cambio de una ración de carne. Lucía evocó un recorte
de prensa que hacía poco había recogido y que ilustraba una historia
singular. Una doctora americana de 34 años, especialista en cáncer, que
trabajaba en un Instituto de Investigación británico, se desveló como
autora de un blog donde narraba sus experiencias ejerciendo la prostitución en Londres. Se enroló en un oficio que le daba mucho dinero
y le dejaba tiempo libre para seguir investigando. ¿Qué tenía que ver
esta prostitución con la joven abocada a tal estado por la miseria? ¿Qué
tenía que ver esta prostitución con la que ejercía Cabiria? Bondadosa
e ingenua Cabiria. Sintió una mezcla de optimismo y tristeza, que de
alguna manera se parecían a la mirada de los marginados y los sueños
de Cabiria que nunca se hacen realidad en Le notti di Cabiria (1957),
de Federico Fellini. Se planteó entonces si era posible una actividad
sexual sin emociones o afectividades. O, mejor, si ella sería capaz de
algo así. Como Mesalina, que después de veinticinco amantes durante
una noche, «adhuc ardens rigidae tentigine vulvae, / et lassata viris, nondum
satiata, recessit» («con la vulva tensa, aún ardiente de deseo, / se retira,
cansada de los hombres, pero no satisfecha») (Juvenal, vi, 128).
Para algunos, la única sexualidad merecedora de este nombre es la
recreativa (juego, diversión), frente al sexo reproductivo o relacional
(expresión de amor y vinculación). Los hombres legislaban y se atribuían
el derecho a practicar la sexualidad no relacional, al tiempo que prohi40 Freud, S. «Fragments of an Analysis of a Case of Hysteria». 1905. Strachey, J.
(trans.). The Standard Edition of the complete Psychological Works by Sigmund Freud, vol.
7. 1905, p. 84.
147
bían a sus mujeres los mismos derechos mediante códigos de moralidad
o, más sutilmente, inculcando a las niñas que la única sexualidad de que
es capaz la mujer es la relacional porque, al contrario que el varón, es
incapaz de gozar fuera de la posesión total. Para que esta trama diera
resultado, era necesaria la existencia de mujeres orientadas al recreo
sexual, desde luego al margen de la «buena sociedad». El origen de
la prostitución (de prostituere, exhibir para la venta) se pierde en la
noche de los tiempos. La más antigua referencia histórica es la que
alude a la prostitución religiosa o sagrada. Heródoto de Halicarnaso41
(484-425 a.C.) la sitúa en Babilonia. Más tarde se secularizó, se vulgarizó
y se reguló en Grecia y Roma. Viene definida en el derecho romano
(Digesto, libro xxiii, tit. ii) como que la prostituta es aquella que abiertamente entrega su cuerpo a un número de hombres, sin elegirlos, con el
exclusivo objeto de ganar dinero. Caso de entregarse sólo a un hombre,
o dos, por dinero, no podía ser considerada como prostituta. El lucro,
por tanto, es fundamental en el concepto. Pero también la promiscuidad. Recordó el lupanar de su visita a Pompeya hace unos años. Un
lugar cargado de una sensualidad vigente después de dos mil años. Y se
estremeció. Las relaciones carnales como muestra de hospitalidad o, en
definitiva, estrechar relaciones, tienen una frontera tenue con el sentido
comercial. Terminó preguntándose si en realidad la prostitución había
evolucionado con las formas sociales.
La mutilación genital y la
violencia de género
En su perseverante averiguación, aquel día le deparó una nueva sorpresa.
Había pasado mucho tiempo delante del ordenador, vagando de una
página a otra, y fue como alguien que buscara distraídamente lo que,
en el sueño entre la búsqueda, olvidó ya lo que era. De pronto, no sabe
cómo, se encontró ante una cita del escritor británico Gilbert Keith
Chesterton (1874-1936), que reconoció porque un amigo de su marido,
en alguna reunión, se había encargado de repetir: «Cuando la mujer se
decidió a no vivir bajo el dictado del varón, se dedicó a la vida profesional
y se hizo su mecanógrafa». Reconocía la agudeza y la ironía, pero en
41 Heródoto de Halicarnaso. Los nueve libros de la Historia. i, cxcix [Barcelona,
Iberia, 1976, pp. 85-86]
148
aquel momento vencía el dolor que le producía la humillación. A partir
de ahí, una vez más, se crispaba, se inflamaba y se sublevaba.
Resultaba irritante volver a oír, o intuir siquiera, aunque fuera de la
boca de su abuela, el argumento de su condición «natural», de inferioridad como mujer respecto del hombre. ¡Ah querida! —y esta actitud
paternalista le molestaba aún más si cabe— la maternidad y el cuidado
del hogar son dedicaciones excelsas, por lo que la mujer debe quedar y
centrar su esfuerzo en el cultivo de las cualidades que encarnan lo que
se denomina su feminidad. El argumento solía concluir en que la mujer
es superior precisamente en eso que se ha estimado su inferioridad…
Al final, como su propia madre reconocía, una alienación cómoda para
algunas mujeres, algo que, como los buenos sueldos, tiene el inconveniente de hacer grata la esclavitud. Quizá de vez en cuando, surgía una
conciencia de la vida perdida, es decir, el fracaso de las aspiraciones a las
que renunció, pero la cómoda despersonalización termina triunfando.
Su madre, como otras muchas, inició una formación intelectual que
acabó prematura y exclusivamente en el desempeño de su «función», la
función privativamente femenina: el cuidado de la prole y del hogar. Lo
peor, pensaba Lucía, es que, como a menudo ocurre, el explotado que
parece satisfecho de serlo acaba siendo, a la larga, además de explotado,
despreciado por el propio explotador. Además, el más sutil mecanismo
de defensa consiste en transformar las alienaciones en credo. «Quien
me tapa los ojos no me ciega pero me impide ver».
Más adelante tuvo otro descubrimiento que le impactó. Durante el
siglo xix y bien entrado el xx, las jóvenes que aprendían a alcanzar el
orgasmo mediante masturbación eran consideradas como enfermas y
su enfermedad (ninfomanía) tratada mediante la extirpación quirúrgica
del clítoris (clitoridectomía). Desde luego que no hubo una intervención
similar para las prácticas masturbatorias masculinas. Y pensó que tal
misoginia universal, y esa concepción tan machista de conquista territorial, jerárquica y sexual, era la responsable de ataques no sólo físicos,
sino también conceptuales. Porque hay algunas formas verdaderamente
sutiles y cotidianas de agresión, donde las relaciones de poder y dominación y de conductas de control son sin duda, herederas de la estructura
social fundada en la desigualdad de los sexos. Como decía Azorín —en
un curioso artículo, «El hombre y la mujer», de 1929—, cuando un
hombre habla de la desigualdad entre el hombre y la mujer, implícitamente nos está hablando de la superioridad del hombre sobre la mujer.
149
Había visto hacía poco un documental sobre el Egipto más profundo, en
el que, en un pueblo del interior, las mujeres no podían salir a la calle
y, si eventualmente lo hacían, era tras un permiso explícito del hombre.
Denigrar, humillar y degradar a la mujer. Lucía cree que siempre habrá
hombres a los que no importarán los sentimientos de «su» mujer, sino
la propia satisfacción sexual. Para ellos, la vagina no es sino un «hueco
inútil que necesita ser rellenado», nada más. ¿Qué puede ofrecer el
mundo interior de la mujer? Ella que permanentemente envidia el
pene, no puede ofrecer nada.
La misoginia está tan omnipresente que Lucía recordaba actitudes
misóginas hasta en ginecólogas con las que tuvo contacto al revisar su
embarazo precoz y que estuvieron presentes en su pérdida reproductiva.
Visitó en una web universitaria el trabajo de un grupo de estudiantes de
Ginecología sobre la mutilación genital. Tuvo ganas de llorar. Descubrió
que la engañosa y eufemística «circuncisión femenina» es una pura
demagogia que iguala a fuerza de omitir, y que, en definitiva, no es
otra cosa que la extirpación, total o parcial, de los genitales externos
de una mujer (!). Y, encima, «tenemos que soportar el dolor sin llorar.
No podemos gritar para no convertirnos en la vergüenza de la familia».
Un daño irreversible e irrecuperable, en el que subyace, una vez más, la
subordinación de la mujer y el control de su sexualidad. La forma más
cruel de machismo y represión, que en modo alguno puede verse como
una costumbre tradicional inofensiva. La extirpación del clítoris no sólo
mutila, sino que enferma, acaba con el placer sexual y marca emocionalmente a las mujeres, pretendiendo reforzar costumbres que mantienen
la dominación masculina. Ninguna tradición cultural puede justificar
hoy en día este tipo de abuso infantil y juvenil que sustenta a una forma
de esclavitud. Los alumnos se implicaban: «Luchar contra la mutilación
genital femenina es velar por la libertad y dignidad humanas, por la integridad física y emocional de las personas», afirmaba uno de los autores.
La presentación en Powerpoint terminaba con las palabras de Martin
Luther King (1929-1968): «Nuestra generación no se habrá lamentado
tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio
de los bondadosos.»
Los médicos aportaron «observaciones» que «demostraron» las consecuencias indeseadas de la masturbación: laxitud, flojedad, debilitamiento
de la marcha, paroxismos, agotamiento, fiebres, dolores de las membra150
nas cerebrales, oscurecimiento del sentido y sobre todo de la vista, catalepsia, deterioro de la médula espinal, locura, indigestión o cretinismo.
Todo esto, y alguna otra secuela, señalaba el médico de Lausana Samuel
Auguste Tissot (1728-1797), asesor del Papa, autor de Onanismo: tratado
de los trastornos que produce la masturbación (1760), hacen al masturbador
digno más de desprecio que de lástima. Claro, cuando alcanzaba la madurez y era madre, sus hijos cargarían de manera visible con el estigma de
su pecado. A través del artículo científico de un tal Dr. Colby42 conocemos
el «tratamiento» a que fue sometida una joven para evitar que se masturbara. Le hacían dormir con una prenda enteriza de piel de cordero con
las manos atadas a una golilla que le rodeaba el cuello. Los pies sujetos
al travesaño de la cama y una correa alrededor de la cintura asegurada
a la cabecera para que no pudiera resbalar y utilizar los talones (?). La
habían azotado. A pesar de todo mantuvo el hábito hasta que finalmente,
el médico la aprisionó en una estructura de lona y entablillados. La consecuencia de tanto «tratamiento» inútil fue el recurso a las medidas quirúrgicas. Hacia 1858 el doctor Isaac Baker Brown (1811-1873), ginecólogo
inglés, introdujo la clitoridectomía, destinando incluso una clínica, el
London Surgical Home, a tal fin. Afortunadamente, la contestación de
un grupo de médicos que cuestionó la práctica, salvó una clase médica
que terminó expulsándolo en 1867 de la Obstetrical Society of London.
A Norteamérica llegó más tarde. El estremecedor relato que involucra
al doctor Eyer, del St.John’s Hospital en Ohio, quien en 1894 trató la
«nerviosidad» y masturbación de una niña mediante la cauterización
del clítoris. Cuando falló este sistema, hizo que un cirujano enterrara el
órgano con suturas de alambre de plata, y cuando la niña se arrancó la
sutura, se extirpó el órgano. Hasta bien entrado el siglo xx, en textos
de Medicina se contempla a la ninfomanía, la «exaltación mórbida del
apetito venéreo y un irresistible deseo de satisfacerlo», como una entidad patológica, con un origen tanto cerebral como genital (sic), para
la que podría recurrirse en el tratamiento, a la extirpación de los labios
menores (ninfotomía) y del clítoris (clitoridectomía). Un ejemplo más
que evidente de una medicina al servicio de una sociedad misógina, que
buscaba, y encontraba, «enfermedades» en situaciones que en modo
alguno, tenían que ver con aquellas. Los médicos, hijos de su tiempo,
ostentaron los estigmas de una honda e irracional consagración personal
42 Colby, C.D.W. «Mechanical Restraint of Masturbation in a Young Girl». Medical
Report 1897. 1: 206.
151
al miedo, a la culpa y a la prohibición. Como profesionales de la Medicina
y la Ginecología tenemos que admitir que existen, con certeza, elementos
como los que describe Lucía. En ocasiones, la práctica médica y científica
se constituye como una práctica agresora que desprecia olímpicamente
los sentimientos de la mujer, concentrándose en su objeto de estudio y
desvinculándolo de su, por expresarlo de algún modo, portadora.
Aparte, existen otras agresiones actuales contra la vagina. Se engloban en el término «mutilación genital femenina», y que Lucía tuvo la
oportunidad de conocer de cerca gracias al trabajo de unos estudiantes
de Medicina. En ocasiones, la mutilación genital se encuadra en un
rito iniciático obligatorio, en el que las niñas y adolescentes cambian
al estatus de adulto, pero en la que subyace la sumisión, resguardar la
virginidad, impedir la masturbación y el placer durante el coito; en definitiva, sojuzgar a la mujer y controlar su sexualidad. El deterioro físico
ocasionado es irreversible: no existe ninguna técnica quirúrgica capaz
de restituir la sensibilidad erógena del órgano amputado. La mutilación
genital femenina conlleva graves complicaciones reproductivas, pero la
más grave es que puede desencadenar, por infección o hemorragia, la
muerte. La mutilación genital femenina conduce a muchas más muertes
que la lapidación o los malos tratos.
*
Violencia de género
«Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que
tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual
o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la
coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en
la vida pública o privada.» Declaración sobre la Eliminación de la Violencia
contra las Mujeres. Resolución de la Asamblea General de la onu 48/104
del 20 de diciembre de 1993.
Mutilación genital femenina
«Engloba a todos los procedimientos que resultan en la amputación
completa o parcial de los genitales femeninos externos u otra lesión
causada a los mismos por razones culturales, religiosas o de otro tipo
que no son de índole médica.» who study group on female genital mutilation and obstetric outcome. Female genital mutilation and obstetric outcome:
152
who collaborative prospective study in six African countries. Disponible en:
http://www.who.int/reproductive-health/fgm/obstetric_problems.html.
Según la extensión, la mutilación puede ser:
Tipo i: escisión de clítoris y/o prepucio.
Tipo ii: eliminación total o parcial de clítoris y labios menores, con o
sin resección de labios mayores.
Tipo iii: infibulación, con sutura de labios mayores y/o menores
entre sí, con o sin extirpación de clítoris.
Tipo iv: lesiones no clasificables entre las anteriores.
La vagina y las infecciones
de transmisión sexual
A punto de culminar su objetivo, hubo otro aspecto de su pesquisa que le
resultó singularmente injusto. Era el relativo a la vagina como puerta de
entrada de gérmenes. Lucía recuerda que fue tras una noche que había
soñado con que asistía a una manifestación en blanco y negro a favor del
sufragio universal (nunca pensó que un sombrero charlestón le sentara
tan bien), al lado de Bernard Shaw (1856-1950) y del gran Bertrand
Russell (1872-1970), un anacronismo que sólo la licencia onírica podría
explicar. Se encontraba predispuesta de forma especial. En su ordenador
se sucedieron páginas de microbios y virus, no precisamente informáticos. Se asustó. En una oportunidad tuvo una infección por hongos, con
escozor y picor que no cedía con las medidas caseras a las que estaba
acostumbrada. Damián también tuvo síntomas y decidió unilateralmente
que ella se los había contagiado. Y hubo tensión en el diálogo posterior.
Después del tratamiento indicado por el ginecólogo, fácil y eficaz, nunca
volvieron a sacar el tema, Lucía sabe que generaría una nueva discusión.
153
En definitiva, concluyó, son las clásicas enfermedades venéreas (de
Venus, la diosa del amor), aunque corregidas y aumentadas. Descontando la gripe y los resfriados, son las enfermedades contagiosas más
comunes, y su prevención es la clave para combatirlas. Constató cómo su
frecuencia es alarmante. En los últimos tiempos con especial intensidad,
producto de cierta relajación de algunas medidas de prevención o de
una falsa sensación de control de la epidemia de sida.
Pero, y he aquí la injusticia, los problemas de salud que generan son
con frecuencia, más trascendentes y graves en las mujeres. Por ejemplo,
hay infecciones de transmisión sexual que, en la mujer gestante, pueden
atravesar la placenta y hacer enfermar al feto, de modo que, según el
momento del embarazo, puede provocar malformaciones e incluso la
muerte fetal. En la propia mujer, la secuela, como daño permanente,
más importante es la esterilidad o el cáncer.
La situación dejaba de ser un sesgo imperceptible y se transformaba
en la más manifiesta iniquidad.
La vagina en condiciones habituales es un medio séptico, es decir
contiene gérmenes. Su presencia, por tanto, no siempre traduce la existencia de síntomas, ya que no siempre producen infección. Pero, en
ocasiones, es puerta de entrada de gérmenes que se comportan como
patógenos y sí ocasionan síntomas. Las infecciones que producen se
transmiten por contacto sexual (aunque algunos no exclusivamente)
con una persona infectada. Usualmente se transmiten por el coito, pero
también a través del sexo anal, oral o por el contacto directo de la piel.
Las infecciones genitales son muy frecuentes por la situación anatómica
y las funciones que debe cumplir. Pero, además, el aparato genital está
expuesto a pequeños traumatismos y lesiones derivadas de la propia
actividad sexual, el parto o el puerperio.
Lo más común es que provoquen alteraciones a nivel genital, pero,
a veces también a nivel extragenital. Pueden ser causadas por una gran
variedad de gérmenes que incluyen protozoos, bacterias (clamidia, gonorrea, sífilis), virus (herpes, de la inmunodeficiencia humana —sida—,
del papiloma humano —vph—), parásitos y hongos (candidiasis).
En España, los datos para 2009 publicados por el Instituto de Salud
Carlos iii dependiente de los ministerios de Política Social, Sanidad y
Ciencia, indican cómo nuestro país es uno de los países europeos con
mayor tasa, más de 2.500 españoles fueron diagnosticados de sífilis el
año pasado, y más de 1.800 de gonorrea, alcanzando las cifras récord de
154
2008. En los últimos años las cifras se han duplicado, a costa probablemente de una población de especial riesgo/susceptibilidad/vulnerabilidad: los adolescentes.
Cuáles son los signos de una Infección
de Transmisión Sexual (its)
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Flujo vaginal de características anormales.
Picor o quemazón en la vulva-vagina.
Escozor al orinar.
Pérdidas sanguíneas entre reglas.
Pérdidas sanguíneas en el coito.
Dolor continuo en el bajo vientre.
Lesiones en la piel de la vulva: úlceras, vesículas o verrugas.
Preservativos e its
El uso constante y correcto de los preservativos reduce el riesgo de
muchas its que se transmiten por las secreciones genitales (clamidiasis,
gonorrea, tricomoniasis).
El uso constante y correcto de los preservativos también reduce el
riesgo de contraer enfermedades que producen úlceras genitales
(herpes, sífilis, chancroide).
El uso correcto y constante de los preservativos puede reducir el riesgo
de contraer el virus del papiloma humano —vph— y las enfermedades
asociadas al mismo (verrugas genitales y el cáncer de cuello uterino).
La vacuna frente al virus del papiloma
humano (vph). Prevención del cáncer de cuello
uterino y de las verrugas genitales
Están preparadas a partir de partículas similares al virus, altamente purificadas de proteínas de la cápside mayor (vlp, por su denominación en
inglés virus like particles). No contienen adn viral, por lo tanto no son
infectantes pero sí generan inmunidad.
Datos de los serotipos presentes en las vacunas
vph 16 y 18: Son responsables del 70% de los casos de displasia cervical
de alto grado (cin 2/3) y adenocarcinoma in situ (ais). Además causan
el 70% de displasia vulvar de alto grado (vin 2/3) en mujeres premenopáusicas como así también de las lesiones vaginales escamosas de alto
grado (vain 2/3).
155
vph 16, 18, 31 y 45: Son responsables de más del 80% de los casos de
cáncer de cuello de útero.
vph 6 y 11: Son responsables del 90% de los casos de verrugas genitales. No son asociados a cáncer.
vph 6, 11, 16 y 18: Son responsables del 35-50% de la displasia cervical de bajo grado (cin 1).
Su indicación es la prevención de las lesiones precancerosas (la
displasia de alto grado —cin 2/3—), y el propio cáncer de cuello
uterino, también las lesiones displásicas de la vulva y las verrugas genitales (condilomas acuminados). Tienen eficacia e inmunogenicidad
demostrada en niñas y mujeres entre 9 y 46 años de edad.
Esquema de vacunación
Cuadrivalente (Gardasil®): Indicada en niñas y en mujeres de entre 9
y 26 años, en 3 dosis: una primera aplicación; la segunda a los 60 días y
la tercera a los 6 meses de la primera (0-2-6 meses).
Bivalente (Cervarix®): Indicada en niñas y en mujeres de entre 10 y
45 años, también 3 dosis pero con una secuencia de 0, 1 y 6 meses.
La ‹vagina dentata› y el
mito de la castración
Last but not least, una mañana del incipiente otoño, el ordenador le
concedía otro hallazgo de importancia, las palabras de Simone de Beauvoir (1908-1986): «el apetito sexual femenino es como la contracción de
un molusco; está al acecho como una planta carnívora, es una ciénaga
en la que se hunden insectos y niños; es un remolino total, una medusa,
una ventosa que respira, es señuelo y cebo».43
Contempló en aquel momento a la vagina también como un símbolo
de poder de las mujeres. Renacía entonces de tanto dolor, del dolor
de las últimas páginas, como una grácil figura entrevista y borrosa que
surge entre la niebla, y a medida que ésta se disipa, y a fuerza de aproximarnos, la figura se delinea con gradual nitidez y los colores y las formas
se hacen patentes cada vez con mayor fuerza. Interpretó que no son
sino el desconocimiento y la ignorancia los que están en la base del
43 Beauvoir, S. de. El Segundo sexo, 2 t. Madrid, Siglo xxi, 1970 (edición original de
1949).
156
desprecio, que traduce el miedo y el temor a los genitales femeninos,
que engullen y que mutilan. La interpretación de los psicoanalistas es
que la imagen de la vagina dentata describe el miedo a la castración, un
miedo que Sigmund Freud (1856-1939) atribuye a todos los varones
que por primera vez toman contacto con los genitales femeninos.
Urano ocultaba a sus hijos en el seno de Gea, su madre, sin dejarlos
salir. Gea urdió venganza con su hijo Crono, de tal modo que, cuando
Urano deseoso de amor se echó sobre Gea, Crono, desde dentro, segó
los genitales de su padre que fueron arrastrados por el mar durante
mucho tiempo y a partir de los cuales se formó una muchacha, Afrodita,
creada en medio de la espuma.44
El sexo de la mujer como algo monstruoso, que Georges Bataille
(1897-1962) describe como una herida, una llaga escondida en la que
el hombre se pierde. La vagina dentata, la mujer mantis religiosa y la
mujer caníbal son creaciones masculinas cuya función es mitigar los
propios demonios, creaciones de hombres que ven a la mujer como lo
desconocido, la amenaza, lo «otro».
Pero también la vagina como el principio del ciclo vital y todos los
mitos y rituales en torno a ello, que sería ocioso pormenorizar. La idea
era seductora, y nunca lo había pensado así, la vagina poderosa y desafiante. Se llenó de orgullo. El más genuino orgullo de ser mujer.
Epílogo
Al final trató de hilvanar todos los datos. Basta con mirar en las entrelíneas de la narración, para contemplar a la vagina como fuente de
placeres, audacias, descubrimientos, vanidades, subterfugios, ternura,
humor, horror, pero siempre respeto. Es inconcebible, pensó Lucía, el
poco respeto que muchos hombres, y algunas mujeres, tienen hacia la
vagina. En esta multiplicidad interpretativa, cada una de esas facetas es
cierta, pero no aisladamente verdadera sino en su conjunto. En definitiva, había sido una investigación de las que reconforta y por las que
merece la pena no parar de estudiar. De inicio, había tropezado con la
inadecuación del término y, a partir de ello, profundizado en el machista
44 Hesíodo. Teogonía 155-195 [Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Certamen. Madrid,
Alianza, 1994, pp. 33-34].
157
concepto, posesivo y mercantil, de la virginidad. Se adentró en el papel
de la vagina en el erotismo y la sexualidad. Ha aprendido que el sexo
no sólo es que un hombre te envuelva entre sus brazos y te transporte a
un éxtasis de los sentidos (que también), sino más bien algo somático y
animal, esfuerzo y sudor, olor y roce. De aquí, de forma inexorable, al
tabú de los genitales, o acerca de cómo las prostitutas podían vivir una
sexualidad tan distinta a lo que ella parecía poder entender, pero en la
que se involucraba un órgano más que nunca vaina. Un breve paso la
separaba de la violencia de género y la mutilación genital de la que se
hizo dolorosamente consciente. Y de todo el drama de las infecciones de
transmisión sexual. Una vez más, un sufrimiento injustamente cargado
del lado de la mujer. De la rabia reactiva surgió todo el poder femenino
concentrado en mitos y leyendas que se refieren a la vagina como el
origen mismo de la vida.
Lucía reconoce que en estos días ha dado un vertiginoso salto de su
vagina hacia lo que espera de sí misma y de su pareja. Lealtad, fidelidad,
entrega, solidaridad, compromiso. Ahora, después de su indagación,
sincera y conscientemente desea escapar de la vida de braguitas y tiendas de moda (de dudoso gusto) y cenas los viernes con los amigos. Lo
detesta como el olor a urinarios en una cafetería. Es el momento de
tomarla y hacer la propia vida en lugar de padecerla. Hay tantos caminos como promesas de vida. Ha descubierto que su vagina es mucho más
que un túnel.
Con probabilidad, la película del neorrealismo italiano que más le
gusta es Otto e mezzo (1963), de Federico Fellini. La historia de la angustia de un director que tiene que hacer una película, sobre un artista que
tiene que hacer una obra, sobre un hombre que tiene que relacionarse
con las mujeres, sobre un ser humano que tiene que enfrentarse con la
vida y la muerte.
Que nadie diga de ti lo que el río puede decir de los márgenes,
que existen para limitarlo.
158
~6~
Cuídame mucho: el embarazo y
el parto explicado al padre
Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican
por las leyes que conocemos de las cosas. Todos los días,
habladas durante un momento, se olvidan, y el mismo misterio que las ha traído se las lleva, convirtiéndose el secreto en
olvido. Tal es la ley de lo que tiene que ser olvidado porque no
puede ser explicado. A la luz del sol, continúa siendo normal
el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra.
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego.
Embarazo, parto y nacimiento integran un mismo proceso cuya trascendencia huelga destacar: el proceso de crear una nueva vida, convirtiendo
a la mujer en madre. El mismo contiene aspectos biológicos, psicológicos y sociales estrechamente interrelacionados.
En primer lugar, la maternidad es un acontecimiento natural que
conlleva cambios drásticos y muy rápidos a nivel biológico, que va a
exigir a la mujer un esfuerzo adaptativo significativo. En segundo, no
desvelamos ningún secreto si afirmamos que el período del embarazo
representa uno de los momentos más emocionantes para la vida de
una mujer: el conocimiento de que dentro de su propio cuerpo se está
gestando un nuevo ser, hace que se viva con especial intensidad.
En tercer lugar, como tendremos oportunidad de ver, la reproducción humana es un proceso social cooperativo. Durante el último siglo,
en las sociedades occidentales, ha tenido lugar un intervencionismo
médico creciente tanto en el embarazo como en el parto. Está claro que
tal asistencia surgió tratando de prevenir las complicaciones y enfermedades no sólo de la madre sino también las del feto. No obstante, la
medicalización es la forma más agresiva de intervención de la sociedad
159
sobre el embarazo y condiciona, de forma trascendente, la actitud, la
reacción psicológica y la conducta de las futuras madres.
No debemos perder de vista, finalmente, que la amplia difusión de los
métodos anticonceptivos y la «planificación familiar» han convertido al
embarazo en una circunstancia poco frecuente, a veces única, en la vida
de la mujer, y planeado a su conveniencia. Una gestación de este modo
concebida es preciso que curse con normalidad y que el resultado sea no
sólo un recién nacido vivo sino perfectamente sano.
¿Cuál es el papel del padre en todo este proceso? ¿Qué debe conocer
un hombre acerca de la maternidad de su pareja? ¿Existe una «paternidad» como existe la maternidad?
De todo ello hablaremos aquí. El capítulo parte de la historia del
miedo al parto y de la soledad de una mujer ante el embarazo.
El embarazo como estresor
Candelaria está excitada y no puede conciliar el sueño. Hablamos
durante varias horas. Ella es una joven profesional que, sin buscarlo
pero tampoco sin rechazarlo, quedó embarazada.
Candelaria confiesa que al reconocer su gestación se sintió, primero,
alegre y confusa, como, diría Pessoa, si le hubiera tocado un premio gordo
en moneda no convertible. Más tarde, reconoce Candela, se encontró
ligeramente envanecida, emoción que, aun siendo muy natural, pasó
con rapidez. Fue un breve momento de verdadero envanecimiento, en
que es posible que el asombro tuviese más parte que la propia vanidad.
Vino después como un pellizco en el estómago, un sentimiento difícil
de definir, pero en el que sobresalían inconfundiblemente las notas
del miedo. Y un fondo de soledad. De profunda soledad, aunque su
pareja andaba por allí. Como en un perfume, eran los matices y tonos
de base que persistieron después de las primeras horas. El amor por lo
que vendría tardó en llegar: un amor sin reciprocidad y, con frecuencia,
literalmente doloroso e incómodo.
Su pareja, Eduardo, acababa de llegar de una de sus casi diarias salidas
con la bici de montaña. Sudado y empolvado, no fue capaz de ver en
Candela más que la misma cara indiferente de los últimos tiempos. Definitivamente, ella no era igual que hacía unos años cuando decidieron
vivir juntos. Y él tampoco mostraba el mismo interés que entonces. Entre
160
su trabajo, más absorbente últimamente por un pretendido ascenso, y
sus excursiones ciclistas, la dedicación a Candela era limitada. Una situación con una clara tendencia a permanecer y encronizarse. Porque estar
enamorado está al alcance de cualquiera. Amar, no.
La peor de las soledades, pensó Candela, es probablemente esa: «él
está ahí, en la misma etapa pero, con distintos platos y piñones, hemos
conseguido distanciarnos en distintos ‹pelotones›. Uno no quiere frenar
y esperar. Al otro no le quedan fuerzas, o no tiene ganas, de acelerar».
Como una ráfaga de aire frío, sintió un instante la futilidad de su vida. El
alma humana es una víctima inevitable del dolor. Y todos somos iguales en
la capacidad para el error y para el sufrimiento. Sólo no le pasa a quien no
siente. Quizás fue entonces cuando comenzó a ver la vida como un devenir
triste salpicado con intervalos alegres, como la primera «noble verdad» de
Buda, que enseña que «toda vida es sufrimiento», sarvam dukkham.
Las mujeres de nuestra cultura, como Candelaria, se enfrentan a la gestación con ambivalencia. Tienen deseo, pero temen a la experiencia o al
resultado. Y es por esa ambivalencia que existe una situación de estrés,
con altos niveles de ansiedad, condicionada de forma importante por
las demandas sociales. El estrés es una reacción a la percepción de una
amenaza real o no. Una situación de estrés supone un estado emocional
alterado. Una percepción desagradable que se describe como «angustia» o ansiedad. La ansiedad se asemeja al miedo, pero en éste hay la
percepción de una situación u objeto claramente amenazante, mientras
que en la ansiedad dicha situación u objeto no se perciben más que de
una forma confusa y vaga.
Durante la gestación el acontecimiento estresante más importante
suele ser el propio embarazo. Puede llegar a constituir una condición
específica y aterradora en el campo de la psicopatología que se ha dado
en llamar «tocofobia». Kristina Hofberg e Ian Brockington,45 psiquiatras de la Universidad de Birmingham en el Reino Unido, acuñaron el
término en el año 2000.
La gestación tiene dos características que pueden subyacer en cualquier acontecimiento para que resulte estresante: la ambigüedad y la
inminencia. De un lado, como hemos mencionado, la actitud de la
mujer es ambivalente: desea el embarazo y, a la vez, lo rechaza. Sin duda
un factor de la ambivalencia es la impredecibilidad y la inseguridad del
45 Hofberg, K., Brockington, i. «Tokophobia: an unreasoning dread of childbirth».
Br J Psych 2000, 176: 83-85.
161
resultado, o sea, su ambigüedad. De otro lado, la gestación anuncia la
inminencia de nuevos acontecimientos que se suceden a lo largo de la
misma, hasta terminar en el parto y en el nacimiento del hijo. Sin lugar
a dudas, gran parte del estrés del embarazo es consecuencia del presagio del parto inminente. También hay, desde luego, otras exigencias y
molestias que generan estrés por sí mismas.
Ese doble componente de desafío y amenaza es el que confiere al
embarazo su capacidad de generar estrés.
Se producen importantes sobrecargas físicas y una concreta amenaza
de daño, incluso de muerte, con seguridad de dolor, no sólo para la
mujer sino también para el feto. La mujer es consciente de ello y experimenta preocupación y miedo.
Hay algo en lo que todos los investigadores están de acuerdo. La
embarazada mostrará una mejor aceptación de los síntomas y molestias
de la gestación, se sentirá más tranquila y afrontará el momento del
parto con más serenidad, cuando se transmite y estimula una actitud
positiva hacia el propio embarazo. Este apoyo debe proceder en gran
medida de su compañero. Las informaciones negativas que de forma
involuntaria (?) proceden de amigas, vecinas y familiares, y la ausencia
de desmitificación de falsas creencias, dramatizan el hecho de estar
embarazada. Y la calidad de vida durante este período depende decisivamente de que se libere la angustia y viva con optimismo su embarazo.
La mayoría de los hombres tienden a sentirse muy unidos durante este
período, compartiendo con su pareja una sensación de plenitud y bienestar. La pareja debe apoyar para reforzar la actitud de la gestante y evitar
que distorsione los cambios físicos que experimenta, sus miedos y dudas.
A veces, ambos miembros de la pareja sufren las mismas inseguridades y
miedos, y por no preocupar al otro no los mencionan. La comunicación
es fundamental para evitar malentendidos y situar en su justo punto las
expectativas negativas que a menudo se forjan. Lo normal es tener miedo.
La amenaza: una interminable lista
de preocupaciones y miedos
Candela reconoce que, aunque todo es susceptible de mejora, estaba
satisfecha con su apariencia, por lo que temía el embarazo y la lactancia
ya que podrían deteriorar su belleza. También declara su inseguridad de
162
entonces, que cualquier psicólogo hubiera reconocido como una deformación cognitiva, acerca de su útero, del canal genital y del proceso
del parto. Y, claro, pretendía que Eduardo se anticipase y comprendiera
que a ella, como a la mayoría de las mujeres, le pareciera cuando menos
difícil el nacimiento de un niño a través de sus genitales sin daño para
alguno de los dos implicados.
Y es que las diferencias conductuales no traducen sino las diferencias
en nuestros cerebros. Algunas veces Eduardo se sorprendía a sí mismo
tratando de entender una determinada conducta y explicarla porque
una mujer no es como un hombre. En otras ocasiones era Candela la
que esperaba que Eduardo se comportara como ella. La mujer, con un
mundo sensorial mucho más rico, espera que un hombre descifre sus
señales verbales, vocales y corporales, anticipándose así a sus necesidades al igual que lo haría cualquier mujer.
Básicamente la recogida y el procesamiento de la información es
diferente en ambos sexos, lo que se traduce en que piensan de modo
distinto, con percepciones, prioridades y, desde luego, conductas diferentes. En la base de esta desavenencia/distanciamiento está una diferencia biológica
En general, las mujeres, como la mayoría de las hembras de los mamíferos, están equipadas con unos dispositivos sensoriales más refinados
que los hombres. En su papel de procreadoras y protectoras de los bebés,
las hembras han de percibir sutiles cambios de carácter y de actitud de
los demás. Lo que de siempre se ha conocido como intuición femenina.
Los hombres por el contrario son mucho menos receptivos para aquellos
mensajes y señales corporales que traducen tales leves modificaciones. El
sexto sentido de las mujeres se basa en la apreciación de señales no verbales que todos emitimos al comunicarnos (con frecuencia de manera
inconsciente) y que representan entre el 60 y el 80 por ciento del efecto
del mensaje (los sonidos vocales sólo constituyen entre un 20 y un 30 por
cien). Y es más que probable, como afirman diversos estudiosos del tema,
que las que llamaban brujas fueran mujeres que los hombres condenaron a la hoguera por no llegar a entender sus diferencias biológicas.
Cada vez más, Candela comenzó a hacer conscientes las probabilidades
de desviación de la normalidad, de peligro y de daño para ella misma
y para su hijo, durante la gestación y el parto. ¿Hasta qué punto —se
163
preguntaba— puede llamarse a la expresión de estas preocupaciones
miedo o ansiedad?
El temor por sí mismo incluía preocupaciones por su salud y complicaciones durante el embarazo y parto, por el dolor y la muerte. A veces
soñó con esto, pero no se lo quiso contar a Eduardo. Tampoco le
comunicó preocupaciones económicas —una nueva boca en un apartamento definitivamente pequeño para tres—, sobre todo si Eduardo
no conseguía el ascenso. Ni mucho menos fue capaz de plantear las
ya manifiestamente deterioradas relaciones de pareja. Estaba de forma
permanente a la defensiva.
El temor por el hijo, que sí compartió con Eduardo, se centraba más
en la malformación o el retraso mental. Aquí, la intervención de los
médicos durante el primer trimestre excluyendo «anomalías» la había
tranquilizado, aunque no del todo. Persistía como un miedo irracional
y también esto adquirió protagonismo en algún sueño agitado. Una
especie de «alien» la devoraba desde dentro. De cualquier forma, la lista
de preocupaciones comprendía temores que excedían el simple marco
del daño físico. ¿Cómo compaginaría su trabajo y el cuidado del bebé
cuando este llegara? Sólo pedía, como Diógenes a Alejandro, que no
le quitasen el sol. Y, de pronto, se sorprendió a sí misma con que había
dejado de sentir añoranza de las caracolas a la orilla del mar, de los
neveros de la sierra o de la tarta de café de Los Italianos. Le embargaba
un hálito permanente de final de verano y tuvo ganas de llorar, pero
también de sentirse abrazada y protegida. Y echó de menos a su madre.
Hizo un esfuerzo por convencerse de que «hacerse cargo de la realidad» de su embarazo y admitir cierto grado de ansiedad, que consideraba beneficiosa, favorecería el afrontamiento de su nueva situación y la
ayuda de otras personas. La matrona tuvo mucho que ver en abrirle los
ojos para que vislumbrara con anticipación las dificultades. La teoría era
que de este modo, cuando llegara el momento, el impacto sería menor
porque sabría qué hacer. No obstante, se sentía como si su vida transcurriese en el descanso de un espectáculo. Se estaba perdiendo lo mejor.
Hay quien señala que un factor determinante del efecto estresante de
un embarazo es si ha sido planeado o no, es decir, buscado de forma
deliberada y consciente, de manera que la ausencia de deseo de tener
el hijo o el sentirse poco preparadas son datos que se reiteran en embarazos que se viven con más dificultades. El deseo de quedar embarazada
164
es, por tanto, una de las variables que condicionan la buena marcha del
mismo.
Como le pasaba a Candelaria, la gestante no sólo se preocupa por
aspectos biológicos inherentes al propio embarazo y parto, o la tarea
maternal que se le viene encima, sino que además siente preocupación
por problemas colaterales individuales o sociales, en cierta medida en
relación con la sexualidad y la reproducción pero que en el sentir de
los especialistas son también realmente estresores externos al propio
embarazo.
En cuanto a las situaciones estresoras externas, que sin duda pueden
modificar o exacerbar el estrés del proceso fundamental, incluyen
problemas de salud preexistentes (de la propia mujer o de las personas
a su cargo: marido, hijos), circunstancias de trabajo y empleo, relaciones
con el marido o los suegros, y funcionamiento del sistema de atención
sanitaria. Los conflictos en relación con el trabajo, el empleo y la actividad profesional son extraordinariamente emergentes: con frecuencia
la gestación plantea una elección deliberada entre las dos tareas, sobre
todo una vez nazca el niño. Y cuidado, como se ha advertido previamente, la realidad biológica choca con frecuencia con la ideología de
igualdad, y la mujer soporta el mayor peso, no solamente durante el
embarazo, sino durante la crianza. A veces, la organización social puede
caminar por senderos opuestos a los condicionantes biológicos.
Las relaciones con los padres de la pareja causan estrés con frecuencia. Unas veces por alejamiento geográfico, con soledad de la gestante
sin suficiente apoyo emocional y material. Otras, por todo lo contrario.
Y, como es obvio, las relaciones de pareja, como le ocurre a nuestra
protagonista, son origen de estrés con una gran frecuencia. También es
cierto que una relación armónica y cariñosa representa una protección
tanto contra el estrés intrínseco de la gestación como para los estreses
externos. La buena armonía entre ambos miembros de la pareja permite
a la mujer afrontar con confianza el trabajo de adaptación al embarazo y
a la maternidad. La capacidad, por tanto, de la pareja de prestar apoyo
durante la gestación —y más tarde durante el puerperio— es decisiva.
Finalmente, para los otros estresores, los acontecimientos menores,
las irritaciones cotidianas y las frustraciones personales, no hay inventario posible.
Debemos mencionar también cómo, en ciertas ocasiones, la mujer
niega preocupaciones o miedos ante el embarazo y la maternidad. Esto
165
no es normal, y encubre, muchas veces, defensas de carácter neurótico
conduciendo a manifestaciones somáticas y complicaciones.
El control médico y la placenta
Recuerda que, aunque sola —Eduardo tenía una reunión de trabajo
«inexcusable»—, acudió con tiempo a su cita en el ambulatorio. En la
sala de espera, mucho más espaciosa que la limitada y necesariamente
oscura consulta, conoció a Ana, embarazada más o menos del mismo
tiempo que ella. Ana le contó cuánto había buscado aquel embarazo
y la felicidad que suponía para ella y su marido, que la acompañaba.
No obstante, Ana salió llorando de la consulta: la ecografía había
demostrado que se trataba de un aborto. En ese momento la matrona
llamó a Candela, que demoró un instante su respuesta. Su estado de
ánimo ambivalente le hacía que afloraran lágrimas en sus ojos. Estaba
segura que, de no estar embarazada, la experiencia de Ana no la hubiera
conmovido. Dentro la trataron muy correctamente, indagaron en su
historia clínica, la exploraron y culminaron con la ansiada ecografía.
Allí estaba el embrión. Y se movía. Todo muy profesional. Muy aséptico.
Casi no tuvo tiempo de preguntar dudas. Y lo poco que preguntó, se
sorprendió a sí misma con cuestiones manidas y ñoñas. Todo debía ser
resuelto por el médico de cabecera hasta la siguiente visita, en la semana
20. Y decidió acudir a otro centro.
En la clínica privada la atendió un obstetra que dedicó todo el tiempo
que no le fue concedido en la consulta de la sanidad pública. El médico
comprendió enseguida la angustia y el desasosiego que había generado
en Candela su reciente experiencia. Y le explicó que uno de los mayores
inconvenientes de la reproducción sexual es su escasa eficacia de modo
que, en nuestra especie, un exiguo porcentaje de los óvulos fecundados
concluyen en un embarazo con un recién nacido de su tiempo y sano, y
que hasta un 20 por ciento de las mujeres clínicamente gestantes sufren
un aborto: lo que le había ocurrido a Ana.
También le preocupaba su alimentación en las nuevas condiciones y,
aunque creía llevar una nutrición sana, deseaba información acerca de
las necesidades actuales. Con paciencia, su médico le comentó que para
un crecimiento y desarrollo tan explosivos como los que se producen
intraútero, es necesario el suministro de unos recursos energéticos por
166
parte de la madre. El coste energético del embarazo se cuantifica en
unas 250 kilocalorías por día, cantidad suplementaria que ni mucho
menos significa el doble de la ingesta diaria de una mujer adulta: ¡no
hay que comer por dos! Aunque sí para uno y un quinto. La alimentación equilibrada sin débitos sustanciales en ningún nutriente, vitaminas
o minerales, garantiza un crecimiento y desarrollo fetales adecuados.
No obstante el doctor quiso anticiparse a algún déficit alimentario y
suplementó con un preparado farmacéutico. Le explicó que el yodo y
los ácidos grasos poliinsaturados, en una ingesta en menor proporción
de la necesaria en una madre gestante podrían ocasionar daños cerebrales trascendentes en la vida futura.
Esto había despertado el interés de Candela que, ya en casa, consultó
en Internet acerca de cómo los nutrientes que ingiere una madre y que
una vez transformados circulan por su torrente sanguíneo, alcanzan
al feto a través de la placenta. Aquel órgano actuaba como un filtro,
aunque ella prefería imaginárselo como un laboratorio alquímico.
Había visto, no sabía dónde, un grabado que representaba a un recinto
abigarrado, con probetas, matraces, tubos de ensayo, frascos graduados,
vasos de vidrio, filtros, pipetas y vitrinas repletas de recipientes con
todos los ingredientes habidos y por haber. En medio, el alquimista, que
con asombrosa precisión hacía las mezclas oportunas para obtener el
homúnculo. Esa era su placenta, y el homúnculo su hijo.
Pero Candela tenía razón, la placenta no es un simple filtro o barrera
que impide que ambas sangres se mezclen, es mucho más, porque
también fabrica hormonas encargadas del mantenimiento de la gestación
(entre otras la gonadotrofina coriónica responsable, al pasar a la orina
de la mujer, del resultado positivo de las pruebas de embarazo). También
impide, y esto es fundamental, que la madre reconozca como algo extraño
(a ella) al nuevo ser. Esto le pareció fascinante a Candela: de no ser por la
placenta, la madre reconocería al embarazo como tejidos extraños (que
lo son) y su sistema inmunitario se encargaría de rechazarlos como si
fuese un injerto no compatible. Leyó que la placenta humana es la más
invasora de todas las conocidas (se denomina hemocorial porque está
firmemente anclada por multitud de vasos), lo cual se relaciona con la
también característica menstruación humana (un modo de defenderse
de la invasión es con una gruesa capa dentro del útero la cual, si no se
produce el embarazo, se descama copiosa y periódicamente).
No olvidará cómo, más de una vez durante aquellas jornadas, al
167
pasear lentamente por las calles de la tarde, le sacudía el alma, con una
violencia súbita y perturbadora, la extrañísima presencia de alguien en
su abdomen. Además, por entonces, sus pechos —un par de tallas más
de sujetador— y su vientre —que impedía cerrarse apropiadamente los
pantalones y faldas que venía utilizando— hacían definitiva y permanentemente consciente su embarazo.
Cuando estaba de cinco meses, el anuncio de la gran ecografía generó
expectación en el círculo íntimo de Candela, y no sólo Eduardo, sino su
suegra y cuñada la acompañaron. Recuerda la situación como surrealista. Todos, incluido el médico, veían al bebé a través de su abdomen
transparente. La cara, los órganos internos, los miembros, el sexo, el
cordón y el líquido eran ostensibles a todos y ella era como la anónima y
responsable porteadora de un valioso fardo en una expedición decimonónica a la profunda selva africana. Un solo gesto de la doctora, girando
el monitor y mostrándole a su hijo, la consoló. Volvió a sentirse muy sola.
Creyó ser el último soldado estadísticamente muerto del último batallón
que defendía al último imperio. Le dolía la cabeza y el universo. Su
propio universo, claro. Aunque es quizás desde la misma boca del estómago desde donde le dolía. Un dolor mezclado con la náusea y sugerido
a la cabeza desde el estómago, que interrumpía cualquier intento de
pensar lúcidamente. Se sentía tan aislada que percibía con claridad la
distancia entre ella y el vestido camisero que vestía. Cuando consideraba
su vida, sus momentos vividos, se sobresaltaba de lo poco que importaba
y pensaba que sus recuerdos sólo servían para morir con ella.
Es innecesario subrayar que para conseguir el resultado óptimo esperado es a menudo necesario el adecuado consejo y guía de los médicos y
matronas. La mujer se torna dependiente de los médicos que, con sofisticadas técnicas deciden si el embarazo es normal. La medicalización se
apoya en un progresivo proceso de tecnificación, con la introducción de
monitores y ecógrafos, que permiten sentir y «ver» al feto. Es paradójico,
afirmaba Vicente Salvatierra, el que fuera catedrático de la especialidad
en Granada hasta los años 90, que a la vez que las mujeres se proclaman «dueñas de su propio cuerpo», el desarrollo técnico permita al
feto convertirse en un «individuo» relativamente independiente de su
madre, detectable con nitidez desde casi el mismo inicio del embarazo,
adquiriendo un protagonismo decisivo, a cuyo servicio están de forma
cada vez más evidente, el sistema médico y la propia mujer.
168
El interés del embarazo se desplaza excesivamente hacia el feto, y la
mujer se hace agudamente consciente de que su hijo es el protagonista
y de que ella es la máxima responsable de su bienestar, y será culpable
si no cumple las prescripciones médicas o si algo va mal. Contempla el
desarrollo del feto como algo que escapa a sus posibilidades, ajeno a su
normal intimidad. Esta cognición convierte a la gestación en un estresor
poderoso y perjudica no sólo la adaptación al embarazo sino también a
la ligazón (attachment, bonding) maternofetal.
*
Valoración del riesgo. Cribado de primer trimestre
La valoración del riesgo es la estimación de la probabilidad de que surja
alguna anomalía fetal, y no es otra cosa que contemplar conjuntamente
diversas probabilidades —riesgos— individuales. La edad materna es
históricamente el primero de esos factores, pero también diversos marcadores bioquímicos determinados en el suero de la madre, así como distintos hallazgos ecográficos, particularmente el pliegue nucal, cuya alteración
puede indicar la presencia de una anomalía fetal. La valoración individual
no suele ser concluyente siendo necesario el concurso de todos y cada
uno de ellos para obtener unas conclusiones lo más fidedignas posibles.
No obstante, se trata de una selección de gestantes —cribado— con
una mayor probabilidad de anomalía fetal.
Cuando la probabilidad de que exista una anomalía supera a los riesgos inherentes a la técnica para obtener el diagnóstico —biopsia corial,
amniocentesis— (pueden provocar un aborto), se indica la realización
de la prueba invasora, la única que puede establecer el diagnóstico de
certeza.
«La de aquí afuera ya no
soy yo» y otros blues
Candela ya ni recuerda cuándo comenzó a experimentar los primeros cambios físicos. Quizá todo empezó por la astenia, la debilidad y
la somnolencia, para ella invencible y fuente de múltiples comentarios entre sus compañeros. Luego, los deseos cada vez más frecuentes
de orinar (que más tarde supo se debía a una capacidad de la vejiga
169
comprometida por el crecimiento del útero) y sus reiteradas salidas al
baño, provocaron una segunda y creciente avalancha de cuchicheos.
Evoca también la insoportable omnipresencia de las náuseas. Se
despertaba con ellas y, por la noche, se adormilaba con las mismas. Dos
episodios quedaron marcados. En una oportunidad, comprando en la
carnicería del barrio, un desfallecimiento movilizó al propietario que
adoptó las típicas medidas de reanimación casera: silla, aire, vaso de agua.
Otra vez, las puertas del ascensor no terminaban de abrirse para volar
en busca del baño para vomitar. Siempre sola.
Y estuvo decidida a cuidarse. Ahora le parece muy lejano el tiempo
en que diseñó algunos trayectos cotidianos para evitar tentaciones.
Como los itinerarios de hambre en el París del Hemingway menesteroso
evitando restaurantes y bagueterías.
Unos cambios fueron más íntimos o, al menos, más disimulables: el
aumento de la pigmentación cutánea y algunas pequeñas estrías por el
intenso estiramiento de la piel de su abdomen. Otros no: el aumento
de volumen de sus mamas y, desde luego, el desmesurado incremento
del depósito graso general. Al final con trece kilos de más y el enorme
vientre, ni se veía sus propios genitales. La última vez que reparó en ellos
fue una mañana de sábado que se autodedicó. Aquel día se encontraba
especialmente harta de ser costilla. Le vino a la cabeza la máxima que
su madre siempre repetía: «Los hombres son fáciles de alejar: basta con
no aproximarse». En aquellos momentos en que maldecía haberse arrimado a Eduardo, automáticamente su cerebro compensaba con remembranzas de hasta las más pequeñas cosas que amaba de su compañero.
No olvidará, por el contrario, la actitud de Eduardo, que se encargó
de subrayar que se estaba deformando y que no era la misma que cuando
se conocieron. Eso sí, reconoció que sus pechos estaban mejor así…
En algunos momentos llegaba a experimentar un auténtico sentimiento físico de la incomprensión de Eduardo, que la perturbaba de
forma aplastante. Evidentemente no era la misma. A ella le hubiera
gustado que Eduardo la hubiera abrazado y entre besos minimizara los
cambios físicos que, según su criterio, tan ostensiblemente la afeaban.
Las lágrimas se detuvieron en su barriga, auténtico imán de todo tipo
de partículas, sólidas o líquidas, procedentes de la parte superior de su
cuerpo. Por la noche, el vasto cielo estrellado y el llanto de no comprender a Eduardo no tenían fin.
La consecuencia de ello fue la desilusión anticipada de todos los
170
sueños, el hastío, el aburrimiento más profundo, la resignación en cualquiera de sus formas. Recordaba la puesta de sol en el faro del cabo
de San Vicente que había disfrutado abrigada hacía algún agosto. La
gloria de un hermoso poniente como aquel la entristecía ahora, y creía
por el contrario que la mayoría de la gente que la rodeaba sería feliz al
verlo y estaría contenta. Lo que entonces eran fiestas para los sentidos,
no representaban ahora sino exclusivamente dolorosas idas del ocaso.
También le vino a la mente cómo desde la habitación del Ritz se veía el
amarillo otoñal de Central Park y el sol de poniente sobre los rascacielos
de oro triste. Y ante el ventanal, recostada, olvidaba ahora la vida que le
oprimía en este momento. De cualquier forma, pensó que nunca podría
odiar una tierra en la que hubiese visto un ocaso memorable.
¡Y todavía no había aludido a la cuestión de las relaciones sexuales!
Eduardo no podía evitar que aquel cuerpo lo excitara y le repugnara a la
vez. Lo cual, unido a la falta de entusiasmo de ella, hacía que cambiara
el hábito. Por su parte Candela pensaba que, de la forma que su cuerpo
había ensanchado, no podía gustar a Eduardo y eso mitigaba su deseo.
Todo esto generaba frustración, que ninguno de ellos comunicaba a
su pareja. La bola crecía al no dialogar del tema de forma abierta. De
manera inexorable se ponía a prueba su espíritu. Para colmo, cuando
mantuvieron relaciones sexuales, él no pudo evitar pensar que no
debería (estar dentro de ella) con tanta proximidad al bebé. Un miedo
ancestral que aminoraba su ímpetu y definitivamente malograba el
intento… Querían ser sólo uno y, no obstante, más que nunca fueron
dos. Decía Lucrecio46 que «de la fuente misma del goce surge un no
sé qué de amargo que, incluso en los momentos más bellos, produce
congoja que se apodera del amante». Por eso, no pudieron descubrir
una nueva dimensión que la pasión ofertaba: el embarazo parecía sacar
a flor de piel toda una gama de sentimientos ignotos o mucho tiempo
olvidados, pero simultáneamente retenía, frenaba y les hacía zozobrar.
Desde luego que se sentía gorda y fea. Y continuaba habiendo detalles
que Candela echaba de menos cotidianamente. Compartir temores y
dudas. Ayuda hasta para las cosas más pequeñas. Todo, hasta las insatisfactorias relaciones sexuales la empujaban a la depresión. De la que
encima no podía quejarse. No tenía con quién.
46 Lucrecio. De rerum Natura iv, 1105-112 [De la Naturaleza. Barcelona, Planeta,
1987, p. 139].
171
Eran días en los que flotaba un resquicio de tristeza anticipada de
otoño en las tardes más cortas del final del estío, y descubrió a su alma
albergando pensamientos e ideas inconfesables que la avergonzaban.
¿Le pasaría esto a todo el mundo? Veía a su alma como un abismo oscuro
y viscoso. Reflexionó que si en algún momento amó y llegó a entender
a Eduardo, fue porque en el fondo todos nos ignoramos y nos desconocemos. Que si por un instante pudiésemos ver el alma de alguien, de
la persona querida, en ese mismo momento terminaría cualquier odio
o cualquier amor. Y por eso somos criaturas vestidas de cuerpo y alma.
Y supo que, en realidad, amamos solo a la idea que nos hacemos de
alguien y que, por tanto, es a nosotros mismos a quien amamos.
Dentro de los aspectos biológicos, los cambios físicos que experimenta
la mujer durante la gestación no tienen parangón. Las alteraciones de
la forma del cuerpo con notable incremento de peso son generalmente
muy evidentes y en ocasiones conllevan la posibilidad de daño corporal.
En cuanto a los aspectos sociales, la información antropológica obtenida de los Human Relations Area Files (Cultural information for education and
research),47 que registran varios cientos de culturas diferentes, demuestra
el valor que se atribuye a la mujer gestante por cualquier sociedad, y la
diversidad de patrones culturales. Es obvio que cada cultura tiene unas
creencias acerca de la conducta apropiada en el embarazo, parto y puerperio, y que las futuras madres deben acomodarse a dichas creencias,
que condicionan en gran medida sus expectativas y su comportamiento.
Los miedos del parto y la paternidad
A Candela comenzó a angustiarle la idea de que una cabeza de un niño
atravesara sus genitales… Los mitos colectivos refuerzan a los fantasmas
individuales. Y los peligros del parto despiertan una imaginería sádica,
de corte, despedazamiento, desgarro. Su propio hijo como una amenaza
de ruina y destrucción que nacería sobre los escombros de su madre,
ella misma.
Y reflexionó que si la cuna de la Humanidad hubiera sido Australia y no África, quizá seríamos marsupiales y, de este modo, se hubiera
47 http://www.yale.edu/hraf.
172
solventado el grave conflicto de tamaño entre la cabeza fetal y la pelvis
de la madre, que ahora le preocupaba. Sin apenas darse cuenta pariría
un pequeño, frágil y rosado Click de Famobil, que treparía hasta sus
pezones donde permanecería aferrado hasta alcanzar un desarrollo
equiparable al de un recién nacido. Iría poco a poco abriendo los ojos,
madurando la piel y saliéndole el pelo. Eduardo no tenía ni idea de qué
hablaba, pero vislumbraba cierta paranoia.
Candela comenzaba a temer de una manera abierta el momento y al
lugar del parto. Un tremendo miedo a lo desconocido. A la noche del
abismo desconocido. A no saber estar a la altura. Se encontraba, una
vez más, al borde del llanto, pero no de lágrimas que se lloran, sino de
las que se contienen, lágrimas de una enfermedad del alma, que no de
un dolor sensible (al menos de momento). Durante aquel tiempo casi
siempre saltaba diciendo que no se quejaba del horror de la vida, sino
del horror de la suya.
Tampoco obtuvo ahora la deseada ayuda emocional y la complicidad
de Eduardo que, lamentablemente, continuaba sin comprender la
situación psíquica de Candela, con una gran tendencia depresiva. No
entendió que no podía ser un simple espectador. Debería haber estado
dispuesto a comunicar sensaciones, emociones, miedos y dudas después
de haberlos hecho conscientes. Y debería haber creído que, de este
modo, sería más fácil entender a Candela y en definitiva encontrarse
más cerca de ella. Su actitud de huida dejándola sola, o someterla a
presiones, seguía haciendo un daño considerable. Candela esperaba
que aún no fuera demasiado tarde.
En ese estado de ánimo, su amiga Elena le había hecho llegar el
comentario en Internet de una publicación de la escritora americana
Adèle Getty.48 Se trataba de una nota a la curiosa iconografía que representaba a una mujer de parto tirando de una cuerda, cuidadosamente
atada al efecto, a los genitales del varón. Getty atribuye la imagen a los
mexicanos indios huicholes, o wixarikas, que, como una costumbre muy
arraigada, «piensan que la pareja debe compartir el dolor del parto».
El marido, sentado en las vigas de la choza sobre el lugar que ocupa la
mujer, tiene sendas cuerdas sujetas a los testículos. Cada vez que una
contracción martiriza a la parturienta, ésta tira de la cuerda. Al final,
comenta Getty, «el marido se siente tanto o más contento del nacimiento
48 Adèle Getty. Goddes: Mother of Living Nature. New York, Thames and Hudson,
1990, p. 68.
173
como la mujer». Candela reconoce que fue un momento hilarante que,
desde luego, compartió después con Eduardo.
Entre los antropólogos existen voces significativas que insisten en la
interpretación de que la paternidad es una invención fundamentalmente social. A pesar de todo, hay culturas en las que lo que el hombre
hace se considera importante para el curso del embarazo y, sobre todo,
del parto y el nacimiento. También se ha descrito como el varón experimenta una «transición a la paternidad» y debe adaptarse al embarazo, al
futuro papel maternal de su mujer y a su propio papel paterno, lo que
también representa una tarea psicosocial y un estrés. Según cómo se
resuelva ese estrés actuará como un apoyo o como una rémora para la
adaptación de su compañera.
Aunque muchos miedos se deben a tradiciones culturales sin asiento
objetivo desde el punto de vista científico, en otras oportunidades se
vislumbra una base. Pero ¡atención!, con frecuencia ocurre que una
información objetiva sobre el tamaño del feto y su paso a través del canal
suele causar más ansiedad que tranquilidad. Hay varias investigaciones
que ratifican este extremo.
Durante la evolución de nuestros antecesores, el aumento del volumen
cerebral necesariamente se acompañó de un incremento simultáneo del
tamaño del cráneo que lo alberga. Es por esto que, hoy en día, los recién
174
nacidos de nuestra especie tienen una cabeza más de dos veces superior
que la de los recién nacidos de los primates más próximos. Resulta claro
que esta línea evolutiva de incremento del volumen encefálico requirió
una remodelación de los huesos de la pelvis que debían dejar salir a
una cabeza voluminosa. El organismo de la hembra tuvo que afrontar
este reto, a la vez que se estaba produciendo otro: la bipedestación. Las
exigencias de caminar sobre dos piernas sobre los huesos de la pelvis
son exigencias contrarias a las de parir un bebé con cabeza grande:
una pelvis estrecha para una locomoción eficiente y sin balanceo, y una
pelvis ancha para no encontrar dificultades en el parto. Como vemos, el
bipedalismo y el parto son dos aspectos íntimamente relacionados de la
fisiología humana y que condicionan que el Homo sapiens sea portador
de una pelvis característica que posee peculiaridades propias, distintas
de otras especies animales, incluidos los primates.
*
¿Cómo parir un bebé de cabeza grande a través de una
cadera estrecha? Primera estrategia adaptativa
Una de las contribuciones a la solución del problema de parir un bebé
con un considerable tamaño cerebral a través de una pelvis estrecha
para una adecuada bipedestación, fue adelantar el momento del
nacimiento, convirtiendo al parto de nuestra especie en «prematuro»
a escala zoológica. La evolución favoreció lanzar a la vida a un ser a
«medio desarrollar», de modo que nuestros recién nacidos salen a la luz
con un 60 por ciento de su desarrollo cerebral.
Entre los monos antropomorfos el recién nacido viene al mundo
con un cerebro que representa más de la tercera parte del volumen del
cerebro del adulto, mientras que entre nosotros representa menos de
un cuarto. Eso quiere decir que el recién nacido humano está mucho
menos desarrollado cerebralmente, y por tanto más desvalido cuando
nace, que cualquier otro primate.
De este modo, el embarazo dura menos de lo que le correspondería
desde un punto de vista estrictamente biológico, ya que si durara todo
lo que debería, el parto sería imposible dado el tamaño que adquiriría
la cabeza del feto. No obstante, el embarazo tampoco se podría acortar
significativamente ya que es necesario un mínimo desarrollo corporal
175
fetal capaz de sustentar las enormes demandas energéticas que el desarrollo cerebral requiere.
Esta doble presión selectiva (la necesidad de un embarazo más corto
para evitar el conflicto cefalopélvico y la inevitable mínima infraestructura
anatómica y funcional) termina siendo ajustada, lográndose un equilibrio
en torno a los nueve meses, 280 días desde el primero de la última regla.
El parto
El día de hoy ha comenzado para Candela tan pronto como a las cuatro
y media de la madrugada. Primero un dolorimiento abdominal intermitente, como un cólico, que la despertó. Muy sutilmente, pero sin
pausa, el dolor fue cada vez más importante y Candela optó por espabilar a Eduardo. La hora había llegado. En el hospital, ya eran las nueve,
después de esperar en las Urgencias hasta que pudiera ser reconocida,
permaneció sola mientras Eduardo formalizaba documentos y el ingreso
hospitalario. La instalaron en la sala de embarazadas. Su traslado en silla
de ruedas con el humillante camisón, abierto por detrás, con el que había
sido uniformada, y su bolso en las rodillas, fue penoso. Su ropa y sus
pertenencias fueron empaquetadas en una bolsa de basura (!). Eso sí, la
obsequiaron con un neceser (el que recibió de Iberia, cuando le perdieron el equipaje en Praga, fue mucho mejor). Tuvo frío en el trayecto, en
el que además se cruzaba con desconocidos vestidos de calle que la miraban con una mezcla de curiosidad y compasión. Instintivamente tiraba
del borde del camisón hacia sus rodillas. Los dolores eran incesantes.
En el ascensor. En el pasillo. Y las palabras de ánimo de aquellos desconocidos, ante los que no sabía poner otra cara que la que reflejaba su
dolor y su soledad. Ella es una criatura vestida de cuerpo y alma. Debería
haber tenido una mano amiga a la que aferrarse en aquellos momentos.
Eduardo llegaría minutos después, por otro camino, a la habitación. Y las
contracciones, como una tortura muy bien diseñada, la hicieron llorar.
Esta vez lágrimas por un dolor sensitivo. Como si desde dentro su hijo le
abriera las entrañas. Mientras caminaba, como le habían recomendado,
por la habitación, Eduardo la observaba en silencio desde un escabel
donde se había instalado. Ahí comenzó a abrírsele la boca. Cuando no
pudo aguantar más le pidió a Eduardo que avisara. Unos minutos más
tarde, el matrón le requirió que se despojara de las bragas y que abriera
176
las piernas. «Junte los talones, separe las rodillas». En esa situación, cruzó
una breve mirada con Eduardo. Una décima de segundo en la que pudo
comprobar que su boca estaba más abierta si cabe. Los acontecimientos
se precipitaban. Poco después tenía la suficiente dilatación como para
pasar de la sala de encamación al área de partos y, con ello, la promesa de
la epidural con la que llevaba soñando desde las cuatro y media.
Aquel lugar no era sino una vorágine laberíntica incontrolada, donde
entraban y salían, miraban, tocaban y, a veces, te hablaban, pero, aparte
de que eras «la de la dilatación tres» no entendías nada. Echó de menos
la «intimidad» de la sala que acababa de dejar. Firmó varios documentos
pretendidamente «informados». Compartía habitación con una extranjera que desconocía nuestro idioma. Candela, desnuda, con su enorme
y dolorido vientre, sentada en la cama con la barbilla en el pecho, resoplando, y un par de anestesistas por su espalda, se imaginaba una Babel
bíblica de parto. Después fue un tronco adosado a un corcho inferior,
como un tentetieso confinado a la cama. Un monitor, con el volumen
al máximo, recogía los latidos de su hijo y sus contracciones. El gotero,
en la flexura del codo derecho, con su ritmo lento contrarrestaba el
frenético latir del feto. Eduardo estaba perdido. En medio de aquella
tremenda tolvanera, Eduardo seguía con la boca abierta.
De vez en cuando, levantaban la sábana y accedían con libertad al
corcho de abajo y la informaban de la progresión del parto. Tres. Seis.
Ocho centímetros. Después la dilatación completada. Tal y como le
había contado la matrona. Primero el borramiento del cuello. Después,
la dilatación. Y el descenso de la cabeza, a lo que contribuyó con sus
pujos. No tenía ningún dolor físico pero un profundo miedo la asaltó.
Como trozos de cristal en su cerebro de los que no podía desprenderse y
que permanecieron allí hasta que Damián, su hijo, nació y comprobó su
integridad. Tres kilos novecientos. Desde el momento de su fecundación
ha multiplicado su longitud 4.000 veces y su peso 200 millones de veces.
Eduardo ha permanecido junto a ella asombrado de la fortaleza de
Candela, aunque nunca se lo ha dicho, y finalmente ha podido cerrar
la boca. Un poco después volvió la soledad. Todos fueron a la Unidad
Neonatal para ver al recién nacido, que definitivamente se convirtió en
el protagonista.
Ahora Candela está tan excitada que no puede dormirse y hablamos
desde hace más de dos horas sin parar. Recuerda la conmovedora frase
del diario íntimo de Cesare Pavese: «Serás amado el día en que puedas
177
mostrar tu debilidad sin que el otro se sirva de ella para afirmar su
fuerza». Desde su juventud está convencida de que la vida no es otra cosa
que una lucha interminable de uno contra el resto del mundo, y que la
única manera de vencer es aniquilando al otro. Aplastar al adversario es
la única forma de sobrevivir. Y había creído durante algún tiempo, tener
un aliado en Eduardo. Espera, junto a él, que de las flaquezas que les
han hecho fracasar, sacar las fuerzas que les hagan triunfar. Desea que
su historia con Eduardo alcance esa mezcla de confianza y gratitud por
la que las parejas felices resultan tan emocionantes al envejecer. Y ha
decidido que, aunque la moneda de su premio no se pueda cambiar, el
gordo efectivamente es suyo.
La preocupación predominante en las embarazadas, y particularmente
en las primerizas, atañe al inevitable final del embarazo: el parto. En él se
concentran una gran cantidad de temores. Si durante el período de dilatación existe la percepción de que el feto está haciendo daño a la madre,
por el contrario, durante el período expulsivo, es el sentimiento de culpa
de que la madre va a hacer daño al feto el que prevalece. Durante los años
80 del pasado siglo, Barbro Areskog y Klaas Wigma, de la Universidad de
Linköping en Suecia, estudiaron de forma específica el miedo al parto49.
Una vez más, los miedos más generalizados se refieren al niño, a que
nazca lesionado, o malformado, o muerto. Pero también es frecuente
el miedo al daño físico («desgarro») y, de forma notable, el miedo a no
comportarse de forma adecuada o a no ser atendida correctamente.
Con probabilidad, esto último parece equivaler a miedo al dolor y al
sufrimiento del parto, que la mujer se juzga incapaz de afrontarlos sin
apoyo. Y, claro, existe un miedo excesivo o patológico al parto. Tal miedo
intenso es mayor entre aquellas mujeres por vez primera preñadas.
Según Vicente Salvatierra50 en el parto hay alteraciones de la percepción y de la conciencia, pérdida de raciocinio y perturbaciones del
autocontrol. La individualidad, la autosuficiencia y la superestructura
49 Areskog, B., Uddenberg, N., Kjessler, B. «Fear of childbirth in late pregnancy».
Gynecol Obstet Invest. 1981; 12: 262-6; Areskog, B., Kjessler, B., Uddenberg, N.
«Identification of women with significant fear of childbirth during late pregnancy».
Gynecol Obstet Invest. 1982; 13: 98-107; Areskog, B., Uddenberg, N., Kjessler, B.
«Postnatal emotional balance in women with and without antenatal fear of childbirth». J Psychosom Res. 1984; 28: 213-220; Wijma, K., Alehagen, S., Wijma, B.
«Development of the delivery fear scale». J Psychosom Obst Gyn. 2002; 23: 97-107.
50 Vicente Salvatierra. Psicobiología del embarazo y sus trastornos. Barcelona, Martínez
Roca, 1989.
178
cultural reducen. Decía Hans Molinski,51 de la Universidad de Dusseldorf, que «la mujer se siente en una situación de emergencia, y se vuelve
como un niño pequeño, pidiendo ayuda del exterior. La imagen de una
figura materna ayudadora surge en primer término».
En el parto mismo la mujer experimenta un estrés que corona los
del embarazo. Es extraordinariamente importante que la sociedad se
preocupe de prestar apoyo en dicho trance y de rodear a la parturienta
de personas aseguradoras y amantes.
En nuestra cultura occidental actual en la que la mayoría de las mujeres se someten a una analgesia epidural en el parto, las palabras bíblicas
de «parirás con dolor» toman una dimensión diferente, como afirmaba
el profesor Gerrif Jan Kloosterman,52 de la Universidad de Ámsterdam,
en el sentido de parir con plena conciencia de lo que está ocurriendo
y, por tanto, con angustia existencial ante un hecho tan trascendental y
cargado de posibilidades terribles.
¿Y cómo se inicia el parto? ¿Es la madre o el propio feto quien controla
el momento de finalizar el embarazo? Todos los datos actuales (de los
que dispone la comunidad científica) apuntan a que es el feto quien
«decide» que es el momento de salir al mundo exterior. Se trata con
probabilidad de un puro balance metabólico: cuando las necesidades
energéticas superan las proporcionadas por la madre, es el momento de
iniciar la vida extrauterina en busca de un mayor aporte de nutrientes.
*
¿Cómo parir un bebé de cabeza grande a través
de una cadera estrecha? Segunda estrategia
adaptativa: el origen de la obstetricia.
En general, el parto en los primates ocurre sin excesiva dificultad a
pesar de que en casi todos los monos los diámetros de la cabeza fetal
se ajustan muy aproximadamente al tamaño del canal del parto. En los
grandes antropomorfos (bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes),
por el contrario, el parto es muy sencillo. A través de un canal del parto
recto —la vagina tiene la misma dirección que el útero—, surge a la
51 Hans Molinski. «Psychological changes in womes during pregnancy and postpartum», Research in Psychosomatic Obstetrics and Gynecology. Leysen, B., Nijs, P., Richter,
D. (eds.), Leuven, Acco. pp. 121-126.
52 Gerrif Jan Kloosterman. «The universal aspects of childbirth: human birth as a
socio-psychosomatic paradigm». J Psychosom Obstet Gynec 1982, 1: 35-41.
179
nueva vida un neonato proporcionalmente pequeño, que, además, habitualmente nace de cara a la madre. Este modo de emerger permite a la
madre tirar de la cabeza de su bebé hacia el abdomen materno, en el
mismo sentido de la normal flexión del cuerpo del pequeño, por lo que
ayuda a nacer a su propio hijo, guiándolo y eventualmente liberándolo
del cordón umbilical. En la posición que nace el feto humano, cualquier
maniobra como la descrita por parte de la madre, provocaría lesiones
fetales a nivel de la columna cervical y médula espinal. Además en nuestra especie la vagina está dirigida hacia delante, formando un ángulo
recto con el útero, por lo que el feto al pasar por el canal del parto
no describe una trayectoria rectilínea, sino una curva muy pronunciada
que termina inmediatamente por debajo del hueso púbico, por donde
emerge la cabeza del neonato. Éstas son algunas de las causas por las
que existen complicaciones para dar a luz en nuestra especie.
Era preciso, por tanto, el desarrollo de un mecanismo complejo que
permitiera el paso tan ajustado de la cabeza fetal a través de la pelvis de
la madre. La necesidad del recién nacido humano de nacer mirando
hacia atrás (occipito anterior en la jerga obstétrica) es el cambio que
contribuyó de un modo decisivo a transformar el parto desde un acto
solitario a un evento social. Esto ha conducido, entre otras cosas, a la casi
universal práctica de la ayuda al parto, la partería (el oficio de partear,
practice of midwifery).
Y esta fue una segunda estrategia adaptativa. De modo que aquellas
hembras de homínidos que tenían la tendencia a buscar ayuda y compañía en el momento del parto, conseguían más hijos supervivientes y
éstos serían más sanos que los hijos de las seguían el patrón antiguo de
parir en solitario. Lo cual representa ni más ni menos que el nacimiento
de nuestra profesión, con seguridad mucho antes que el origen de la
más remota medicina. El arte de la obstetricia se desarrolló pues, por
la concatenación en el ser humano de un canal de parto curvo y una
prominente cabeza fetal ovoidea, y el consecuente complejo mecanismo
de descenso de una a través del otro.
El patrón del parto humano se remonta probablemente hasta los
australopitecos portadores de una pelvis parecida a la humana por su
bipedestación. La vagina se abría en las hembras de los australopitecos
hacia delante, y no hacia atrás, con lo que el parto tendría en los australopitecos las características que tiene entre los humanos modernos, con
una trayectoria curva por lo que es necesaria una rotación de la cabeza
180
fetal: se habría perdido la ventajosa situación de la que disfrutan las
hembras de chimpancés, gorilas y orangutanes. Además se sumaría la
progresiva encefalización (recién nacidos con cerebros más grandes
que sus predecesores) lo que provocó que la asistencia al parto, ya con
un mecanismo semejante al humano actual, estableciera una diferencia
crítica en morbimortalidad materna y fetal. Un nivel de cuidados que
solo muy raramente aparece en otros monos o póngidos.
Aunque nos pese como obstetras, los enormes desafíos afrontados
en el parto por los primeros homínidos y sus descendientes, en términos evolutivos, se vieron ampliamente compensados por la ventaja que
supuso la nueva marcha erecta.
Una última reflexión
La drástica reducción de la mortalidad perinatal, y también de la
materna, se debe en gran medida, a la asistencia hospitalaria del parto.
Pero la hospitalización favorece la iatrogenia y el incremento de la
cesárea. Puede que, parafraseando a Michel Foucault, el lugar natural
del parto sea el lugar natural de la vida, la familia. El nacimiento en la
casa, en el seno de la familia en nuestra sociedad occidental permitía
mejor el mantenimiento del nacimiento como un proceso psicosocial
normal, y daba una responsabilidad al padre que era el amo de la casa y
el representante, en cierto modo, de la sociedad. Era el que proporcionaba protección y ayuda, dentro de la segregación de papeles sexuales.
El parto hospitalario tiende a convertirlo en un partener secundario
sin la responsabilidad principal, que ahora corresponde a un equipo
médico-profesional, que trata que la mujer cumpla unas instrucciones y
siga una conducta, más o menos justificadas científicamente.
También es cierto que, con probabilidad, muchas rutinas asistenciales
y muchos procedimientos técnicos, no están justificados. Las modernas tecnologías no pueden rechazarse, pero deben subordinarse a la
concepción de que el embarazo y el parto es un proceso natural, que en
la mayor parte de los casos cursa espontánea y normalmente, especialmente si se dan condiciones sociohigiénicas adecuadas.
El riesgo de algunas de muchas de estas influencias es que la embarazada llegue a contemplar su gestación y parto como una «enfermedad» y adopte un «papel de enferma». El papel de enferma exime de
responsabilidades, descargando sobre los médicos y la familia todo el
peso. Y claro que muchos médicos y obstetras consideran efectivamente
181
al embarazo como una condición médica, animando a la mujer a ocupar
una posición subordinada.
En la historia de la Obstetricia de los últimos cincuenta años los objetivos se han desplazado progresivamente. Al principio lo importante fue
la eliminación de la mortalidad materna, el gran objetivo de los años 50.
Después, en los años 70, los esfuerzos se dirigieron a reducir la morbimortalidad perinatal. En el inicio de este siglo, tal vez el gran objetivo sea la
recuperación del parto, como experiencia máxima de una mujer, que le
permita alcanzar una mejor salud psicosocial, para sí misma y para su hijo.
Comportamientos de la pareja en el proceso
del embarazo. ¿Cuál es tu actitud? 53
• El que no se compromete, de modo que vive el embarazo como algo
ajeno; se ausenta porque piensa que «ésto» no es para los hombres.
Aunque en privado pueda mostrarse cariñoso y afectivo con su pareja,
tratará de ocultar estos sentimientos en público.
• El que lo controla todo, porque su implicación se deriva de una
necesidad psicológica de ser él mismo el protagonista. No vive su
papel de padre de una forma relajada sino a través de un intento de
sustitución de su compañera.
• El que mantiene una actitud equilibrada de apoyo, de forma que
acompaña a su pareja y acepta con tranquilidad todo el proceso.
Puede sentirse perdido pero asumirá afectivamente el papel que le
toca, apoyando y desangustiando a su compañera.
nota de los autores
Candelaria y Eduardo son personajes ficticios a través de los que hemos
querido poner de manifiesto, por contraste, actitudes y conductas ante
el embarazo y el parto por parte de la pareja de la mujer gestante. Deliberadamente hemos dejado fuera del relato aspectos técnicos que pueden
ser fácilmente asequibles mediante publicaciones y guías en papel, o en
Internet. El Livro do desassossego (Lisboa, 1962), de Fernando Pessoa, ha
sido una inspiración para la depresión de Candela. La Psicobiología del
embarazo y sus trastornos (Barcelona, 1990), de Vicente Salvatierra, es una
inspiración para nosotros.
53 Basado en: Libro blanco sobre la mujer embarazada y madre ante el primer año de vida
del niño. Madrid, Lab. Ordesa, 1996, p. 53.
182
~7~
No hay quien las entienda.
De tensiones y comprensiones
premenstruales
Ana se levanta para ir a trabajar. Como siempre, con los ojos pegados,
apaga automáticamente la alarma del despertador. Pero hoy le cuesta
más que otros días. Pone en marcha la cafetera. Abre las puertas de las
habitaciones de Diego y María, que duermen plácidamente, y trata de
convencerles de que toca levantarse para ir al cole. Vuelve a su habitación
y comprueba que hay vida debajo de la funda nórdica y Manuel comienza
a desperezarse. Pone la tostadora en marcha. Se da una ducha demasiado
rápida para poder disfrutar de ella. Mientras se seca, se empiecen a escuchar los primeros pasos apresurados por el pasillo. Va a la cocina, y mientras llena de leche caliente con cereales los cuencos de Toy Story, negocia
con María que no puede llevar el pelo suelto como en vacaciones...
Cuando Manuel entra en la cocina, perfectamente ataviado para ir
al trabajo, Ana todavía en bata, ha tenido que suspender su maquillaje
en el eye liner de su ojo derecho para intervenir en una batalla campal:
Diego se aferra al cuenco de cereales que se está zampando María, ¡el de
Buzz Lighyear es el suyo!
¿Todavía no estás lista? Cualquier otro día Ana hubiera levantado
suavemente los hombros como intentando pedir 10 minutos de prórroga
a Manuel, pero hoy se sorprende mandando a pastar a Manuel, María
y Diego y diciéndoles que no los aguanta…. El efecto de sus palabras
es similar al del curare, veneno paralizador que emplean las tribus de
los documentales de National Geographic: abandonan sus tareas y tras
unos segundos de inmovilidad miran ojipláticos a Ana, que abandona la
cocina con un portazo.
Mientras se viste, se contempla en el espejo: ¡Dios mío, qué barrigón tengo, estoy hinchada como un globo! Y este sujetador me hace
un pecho enorme, se me marca un montón. Por fin, elige una amplia
camisa larga y unos leggins. Se cuelga un par de collares largos, se calza
183
unas bailarinas de ante, un trescuarto evasse, coge el ordenador y el bolso
y se apresura hacia la puerta.
Más tarde, en el coche, el silencio se masca, Ana intenta romper el
hielo recordando a Manuel que le toca a él recoger a María de ballet,
porque ella tiene reunión y no sale hasta las ocho… Diego va a casa de
Hugo al acabar el cole.
Cuando la dejan en el metro de avenida de América, tres pares de
ojos gélidos la despiden demostrando su incomprensión ante la escena
vivida media hora antes en la cocina.
Seis estaciones plagadas de efluvios indescriptibles la depositan en la
oficina. El ambiente es tenso. Después de la fusión, todo el mundo anda
un poco mosca esperando la famosa reunión que marcará su futuro
próximo en la empresa. Los rumores y los noticiones se suceden.
¿Te has fijado que Óscar no suelta bola? Sólo habla con Esther y ya no
comenta nada del famoso proyecto en Méjico para el que contaba con
nosotras…
Ana contesta mecánicamente a Elena, que se esfuerza en explicarla
cómo la entrada de Esther en el departamento va a influir en su trabajo.
Trata de encontrar en el pen el pdf con el cronograma del proyecto de
Méjico que le encargó Óscar, y que debe presentar dentro de una hora
en la reunión.
«¡Por qué me empeño en usar varios pendrive iguales al mismo tiempo!
¡Luego tengo que buscar los documentos y siempre están en el último
que abro!»
Elena insiste en su teoría: Esther no es trigo limpio, siempre tan interesada, siempre tan dispuesta, desde que ha llegado sólo intenta demostrar que es más eficiente, más trabajadora, más estupenda. Además, ¿te
has fijado cómo se acerca a Óscar cuando le habla?
Ana sigue repasando mecánicamente los archivos en el último pen, a
la vez que asiente con la cabeza.
La cabeza, esta mañana la nota como una bola pesada y pulsátil que
asienta sobre sus hombros. La voz machacona de Elena repercute en
su cerebro como la música del hipermercado en hora punta. Cuando
encuentra el ansiado archivo y comprueba que junto a él está el Powerpoint para la presentación y la hoja Excel, la voz de Elena se ha convertido en un gatillo que, por segunda vez en el día, dispara su lengua que
funciona de forma autónoma, sin conexión directa con los mecanismos
represores de su cerebro.
184
¡Quieres hacer el favor de dejarme trabajar aunque sólo sea una vez
en tu vida!
Elena retrocede con un respingo y sale del despacho mascullando un
«no hay quien te aguante».
Ana va al baño, mientras se mira al espejo se pregunta: ¿Qué me pasa?
Precisamente hoy, con todo lo que tengo que hacer, con toda la gente
que está deseando que mi presentación sea una mierda para escalar en
el organigrama. ¡Mi cabeza! ¿Qué día es hoy? ¡Ya está, dentro de una
semana me viene la regla!
Está bien, esto tiene solución. No puedo permitirme el lujo de que las
puñetaras hormonas se apoderen de mi vida familiar, de mi reunión de
ciclo, de mi relación con Elena, que es mi compañera de fatigas y que
pelea codo a codo conmigo en la dura batalla de demostrarle a Óscar
que somos tan eficientes como ellos…
«Ana, tienes que tomarte un Antalgin, tienes que contar hasta 20 y
tienes que ir a buscar a Elena para disculparte y contarle los últimos
cambios que hiciste anoche en la presentación. Llamar a Manuel con
la excusa de recordarle que le compre a Diego el cuaderno de actividades de inglés y decirle que te espere con una cervecita helada cuando
vuelvas... Me va a mandar a la mierda después de lo de antes, y además
llegaré tardísimo, estas reuniones nunca acaban a su hora y si Óscar
dice de tomar algo al salir habrá que decir que sí; Esther seguro que se
apunta.»
«Dios mío, este día no va a acabar nunca y todavía no ha empezado
lo peor…»
La mayoría de mujeres en edad fértil presentan síntomas, tanto físicos
como emocionales , en las semanas o días previos a la menstruación.
Suelen ser leves, pero hasta en un 30% de las mujeres las manifestaciones son moderados (y entonces hablamos de síndrome premenstrual),
y de un 3 a un 8% sufren desórdenes severos que necesitan atención
psicológica (transtorno disfórico premenstrual). En función de su
intensidad afectan a la calidad de vida de quienes los padecen, provocando un impacto significativo en su actividad diaria y sus relaciones
interpersonales. La prevalencia del síndrome premenstrual no varía en
función de las diferencias socioeconómicas, etnicas o culturales.
185
¿Cuál es la causa del
síndrome premenstrual?
En realidad no se conoce a ciencia cierta, pero sí se ha observado que
ciertos factores pueden intervenir en el proceso o favorecer su aparición. Los síntomas parecen deberse a problemas en la interacción de
ciertos procesos del sistema nervioso central con las hormonas sexuales y otras sustancias moduladoras, llamadas neurotransmisores, en
mujeres con ciclos ovulatorios. Se piensa que algunas mujeres con una
predisposición genética pueden ser más proclives a responder de una
forma anómala a las fluctuaciones hormonales propias del ciclo menstrual. Existen estudios que sugieren que algunas sustancias que ejercen
acciones sedativas y tranquilizadoras sobre el sistema nervioso central
están disminuidas en las mujeres con n síntomas marcados. Es por ello
que uno de los tratamientos que se utilizan para mejorar este cuadro
pertenece al grupo de los fármacos antidepresivos , impidiendo la disminución de esas sustancias en el cerebro.
hormonas sexuales: En diferentes estudios, se ha observado que
las concentraciones de estrógenos y progesterona, las hormonas que
produce el ovario durante el ciclo menstrual, en mujeres con síndrome
premenstrual son normales y similares a las de las mujeres que no
presentan síntomas.
También se ha demostrado que estos signos disminuyen cuando se
administran sustancias que inhiben la secreción de hormonas ováricas,
pero aunque las hormonas ováricas son necesarias para que aparezca la
sintomatología premenstruales, no son suficientes para explicar el cuadro.
neurotransmisores: Son sustancias que permiten la transmisión de
información entre neuronas.
La serotonina es un neurotransmisor que tiene una gran influencia
sobre el estado de ánimo. Interviene en la inhibición del enfado y la
agresión, en el control de la temperatura corporal, el humor, el
sueño, el vómito, la sexualidad, y el apetito.
Se ha demostrado que las mujeres con síndrome premenstrual
presentan menores concentraciones de serotonina de serotonina en
sangre y en plaquetas de serotonina durante la segunda mitad del ciclo
menstrual.
vitaminas y minerales: Aunque se ha intentado asociar la presencia
de la sintomatología premenstrual con el déficit de distintas vitaminas
186
(A, E y B6) , o minerales como el magnesio, no se ha podido demostrar
en estudios experimentales.
Pero os preguntaréis: ¿este trastorno es transitorio? Para entenderlo
es importante conocer cómo se hace este diagnóstico, ya que una de
las cosas más características es que los síntomas desaparecen completamente poco después de iniciarse la menstruación y no están presentes
en la primera parte del ciclo.
En la reunión, las cosas no fueron bien. Bueno, en realidad no fueron
mal, pero Ana se mostraba demasiado suspicaz ante las sugerencias de
Esther y Óscar, en su mayoría constructivas. En dos o tres ocasiones se
ofuscó en discusiones que estaban agotadas. No tenía razón, pero había
algo que la empujaba a seguir insistiendo… Nadie conocía el proyecto
como ella, y sin embargo sentía que en los últimos días no había dado
el «do de pecho».
«Tendría que haberlo preparado mejor, la presentación es fundamental en estos casos, pero, he estado tan cansada», se dijo.
Al salir de la oficina, después de haber declinado la invitación de
Óscar para tomar una copa y «limar asperezas» y no haberse disculpado
con Elena por la salida de tono de esa mañana, Ana lo tuvo claro: no
podía seguir así.
Desde hacía algún tiempo tenía la sensación de que algo se apoderaban de su voluntad y sus capacidades la mitad de los días del mes. Bajo
ningún concepto quería reconocerlo, toda la vida luchando contra el
estereotipo de «esa es de las que tiene la regla 28 días al mes», toda
la vida desde el colegio intentando demostrar que las mujeres son
tan valiosas como los hombres para las actividades profesionales, que
pueden competir, que son eficientes... Y ahora, a pesar de no querer
reconocerlo, algo estaba ocurriendo que no podía controlar. Está bien,
mañana será otro día, hablaré con Elena, con Manuel todavía puedo
arreglarlo ahora, y en el fondo, las sugerencias de Esther y Óscar son
pertinentes... Mientras hacía estas reflexiones llegó a la boca del metro,
y mientras bajaba las escaleras recibiendo esa bocanada de calor inconfundible con el que recibe el subsuelo madrileño a sus usuarios, una
lágrima resbalaba por su mejilla.
187
Un par de definiciones y
criterios diagnósticos. El
síndrome premenstrual (spm)
Abarca una amplia serie de síntomas tanto de la esfera física como la
emocional. Un criterio básico para llegar a este diagnóstico es que estos
síntomas se manifiesten siempre en las dos semanas previas a la menstruación y finalicen poco después del comienzo del periodo menstrual
Para que se considere un síndrome premenstrual, se exigen varios
requisitos: la mujer debe experimentar uno o más de los síntomas
durante los 5 cinco días antes de la menstruación; deben ocurrir de
forma reproducible durante dos ciclos, se alivian en un plazo de cuatro
días desde el inicio de la menstruación y no deben repetirse hasta el
día13 del ciclo. Además, no pueden presentarse con la toma de fármacos hormonas, drogas o alcohol y deben afectar a su calidad de vida.
•
•
•
•
•
•
síntomas afectivos
Sensación de fatiga.
Depresión.
Arrebatos de enojo.
Irritabilidad.
Aislamiento social..
Dificultad para concentrarse.
•
•
•
•
síntomas somáticos
Sensibilidad mamaria.
Distensión abdominal.
Cefalea.
Edema de extremidades.
Para diagnosticar a una mujer de trastorno disfórico premenstrual
deben presentar al menos cinco de los siguientes síntomas en la semana
previa a la menstruación, aliviados durante la regla, en la mayoría de
ciclos durante los últimos 12 meses, siendo al menos uno de ellos uno
de los síntomas numerados del 1 al 4.
1. Ánimo marcadamente depresivo, sentimiento de desesperanza.
2. Ansiedad marcada, tensión, sentimiento de nerviosismo.
3. Labilidad marcada.
4. Irritabilidad o enfado persistente o aumento de los conflictos
interpersonales.
5. Disminución del interés por las actividades habituales (trabajo,
amigos, aficiones).
6. Sensación subjetiva de dificultad para concentrarse.
7. Letargia, fatiga, falta de energía marcada.
8. Cambios de apetito con aumento marcado de la ingesta o antojos.
188
9. Insomnio o hipersomnia.
10. Sensación de estar abrumada o fuera de control.
11. Otros síntomas físicos como tensión mamaria, hinchazón, cefalea,
dolores musculares o articulares, sensación de distensión abdominal
o ganancia de peso.
Es imporante asimismo en el diagnóstico:
• Ausencia de síntomas tras la menstruación.
• Afecta negativamente a la vida diaria y relaciones.
• Test prospectivo durante dos meses para confirmar síntomas.
Ana llega a casa. ¡Como le gustaría poderse meter en la cama y no tener
que intentar arreglar todos los desaguisados de por la mañana!
«Hay que intentarlo —piensa—, ellos no tienen la culpa de que no
me aguante.»
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa?
Diego aparece corriendo y se abraza a su madre como una lapa.
—Hola, mami ¡Qué tarde vienes! Tengo que enseñarte mis deberes, y el
cuaderno que me ha comprado papi y se me ha roto la pantalla de la psp...
—Ahora mismo —dice mientras lo abraza—, deja que me cambie de
ropa, y vea a papá.
Con Diego no hay problema, todo le parece bien. Es tan cariñoso y vive
tan feliz con sus muñecos, sus maquinitas y su hermana, que le maneja
como a una marioneta… El día que espabile, se va a enterar María.
—Hola... —tímidamente Ana se acerca a Manuel, que está sentado en
el salón leyendo papeles de la oficina.
—¡Ah, hola! ¿Qué tal la reunión? Te ha llamado tu madre hace un
rato, está muy preocupada con tu hermano, me ha tenido media hora al
teléfono contándome lo de la nueva novia rusa. No se resigna, su niño
de 35 años ha salido del cascarón y...
—¡No te metas con mi madre! Mi hermano tiene un morro que se
lo pisa, hace lo que le da la gana, parece que vive en un hotel, a mesa
puesta. Mamá no se lo merece…
—¡Encima de que he estado aguantando el rollo!
—Perdona Manuel, vamos a dejarlo, ¿te apetece una cervecita y algo
salado? Estoy muy cansada, he tenido un día horrible, os he dado cuatro
gritos esta mañana, llevo todo el día peleándome con todo el mundo.
No sé lo que me pasa… Últimamente salto por todo, estoy insoportable,
no me controlo. Lo has notado, ¿verdad?
189
—Ven aquí, sargenta —dice Manuel extendiendo sus brazos hacia
Ana—. Sí es verdad, estás un poco susceptible, no hay quien te entienda,
pero no te preocupes, sigues siendo la mejor. Siéntate, ya te traigo yo la
cerveza. María está en casa de Raquel. Me ha dicho su madre que la trae
a las nueve. Nos da tiempo a tomar la cervecita tranquilos.
—Manuel, lo he pensado, últimamente estoy muy alterada, los días de
antes de la regla estoy nerviosa, os trato mal. No me encuentro bien, me
duele la cabeza, estoy hinchada… ¡Lo has tenido que notar! Mañana voy
a pedir cita en el médico. ¿Crees que tendré algo, que estaré deprimida?
Mi madre empezó después de la menopausia, a mí no me toca todavía,
esto es distinto, pero a veces tengo ganas de llorar y no me controlo…,
no me concentro… ¡Qué horror!
Unos días más tarde, Ana pide permiso en el trabajo y corriendo llega
a la consulta de ginecología. Siempre le ha sorprendido lo despacio que
pasa el tiempo cuando esperas para entrar al médico, sin embargo en
otros momentos pasa tan deprisa…
Pero hoy no importa, se siente tranquila, todo ha ido bien. Le ha
cundido en el trabajo, no ha habido discusiones en casa, esta semana se
siente con energías renovadas. Además, el proyecto de Méjico va para
delante, y Elena, su fiel aliada en mil batallas, no la ha mandado a la
mierda, es más, le ha dado el teléfono de su ginecóloga.
—De verdad, Ana, cuéntaselo, es de las que escuchan, no es de esos
ginecólogos que te preguntan mientras te tienen con el plástico ese
metido entre las piernas.
Ana lleva un par de años sin ir al ginecólogo. El suyo de siempre que
heredó de su madre se jubiló y no había encontrado el momento para
buscar otro. Le daba mucha pereza empezar de cero.
—Hola Ana, buenas tardes. Cuénteme, ¿cuál es el motivo de venir a
la consulta?
—Pues verá, doctora, desde hace algún tiempo me encuentro fatal,
pero no todos los días. Me siento muy hinchada, me duele el pecho, estoy
insoportable, me peleo con todos, en casa, en el trabajo. Me molesta
pensarlo, y más decirlo, y va a pensar que estoy loca, pero cuando me
viene la regla, aunque me duele un poco y siempre me ha parecido
un rollo, me encuentro mejor. Se me pasa todo, pero luego vuelve a
empezar… y lo temo…
—Ana, no se preocupe, no se está volviendo loca, además, lo cuenta
muy bien. Verá, la mayoría de mujeres notan cosas similares a las
190
que cuenta los días previos a la regla. Esto se conoce como síntomas
premenstruales. Normalmente son leves y se toleran bien, pero en
algunas mujeres, estos síntomas pueden ser más marcados y afectar a la
calidad de vida. En ese caso lo llamamos síndrome premenstrual. Si los
síntomas son más intensos y sobre todo si afectan al estado de ánimo y
se siente tensa, irritable, llorosa, puede tratarse de otro problema menos
frecuente y más complejo que se llama trastorno disfórico premenstrual.
»¿Ha sufrido alguna depresión, o tomado medicamentos para la
ansiedad?
—No, doctora, nunca lo he necesitado. Siempre he estado bien.
La ginecóloga le hace algunas preguntas sobre sus antecedentes,
enfermedades previas, sobre sus reglas, sus embarazos, etc.
—¿Utiliza algún método anticonceptivo?
—Tomé la píldora hasta que mi ginecólogo me la quitó cuando
cumplí 35 años. Me dijo que era peligroso tomarla por encima de esa
edad. Desde entonces utilizamos preservativo. Estamos pensando si me
hago la ligadura o mi marido se anima con la vasectomía. No queremos
tener más niños.
—¿Cuándo ha tenido la última regla?
—Hace una semana. Acabo de terminar.
Después la explora y le hace una ecografía.
—Tranquila, Ana, todo está bien. La exploración y la ecografía son
normales.
—Vamos a hacer una cosa: parece que sus síntomas se ajustan a lo que
le he comentado antes. Sólo aparecen antes de tener la regla y desaparecen cuando ésta ha terminado. Si no ha tenido depresiones ni cuadros
de ansiedad previos, lo más probable es que se trate de un síndrome
premenstrual. Para estar seguros le voy a poner «deberes» durante un
par de meses. Le voy a entregar este papel. Es como un calendario y
quiero que lo rellene. Le explico cómo hacerlo.
Mientras tanto, voy a aconsejarle algunas cosas que pueden ayudarla:
—¿Toma mucho café, coca-colas o fuma?
—Bueno, soy bastante adicta a los cafés y fumo cinco cigarros al día
más o menos… pero estoy intentando dejarlo.
—Verá, parece que el exceso de cafeína y el tabaco pueden empeorar
los síntomas, también puede venirle bien no hacer comidas abundantes
esos días y hacer ejercicio físico. ¿Va al gimnasio?
191
—¡Qué más quisiera! Trabajo mañana y tarde y no tengo tiempo para
hacer deporte. Antes de tener a mis hijos iba a aerobic.
—Pues quizá debería intentar buscar algo de tiempo, aunque fuera
media hora al día para hacer ejercicio. Inténtelo.
Mientras Ana va en el autobús de vuelta a casa aprovecha para echar
un primer vistazo al flamante calendario que le ha entregado su ginecóloga. Su mirada escruta con avidez las casillas donde los síntomas que
se han apoderado de ella durante estos últimos meses se enumeran de
forma ordenada.
«¡Están todos! Soy un compendio de Medicina. Me pasa casi todo
lo que pone aquí. Y lo más curioso es que cuando tengo la regla me
encuentro mejor. Al final van a tener razón con eso de que las mujeres
somos un «saco de hormonas». No puede ser. Vale, tendré un síndrome
premenstrual, como dice la doctora, pero seguro que hay alguna manera
de controlarlo. Soy una mujer inteligente, resuelvo problemas todos
los días, tengo una familia, he sobrellevado situaciones profesionales y
personales difíciles y he salido adelante...»
Sumida en estas reflexiones llega al portal de su casa. Otro día más se
han hecho las ocho de la tarde.
«No sé si merece la pena esta vida que nos hemos montado. Tanto
trabajo, tanto estrés, tan poco tiempo para estar con mis niños… Pero
a mí me gusta, es para lo que me he dejado la piel todos estos años y
además no podríamos vivir sólo con un sueldo, con todo lo que hay que
pagar cada mes…»
Los niños la reciben en pijama, Manuel ha llegado pronto y le ha
echado una mano a María con las multiplicaciones. La tabla del 9 fluye
con rapidez por su boquita. Diego para no quedarse atrás, intenta atraer
la atención de su madre con el último cromo de la liga de futbol que ha
conseguido cambiar en el recreo.
—Mira, mami, Iniesta, ¡es de los más difíciles!
Cuando logran acostarlos le cuenta a Manuel sus impresiones sobre
la consulta.
—Creo que lo mío tiene nombre. Aquí donde me ves soy un «síndrome
premenstrual con patas», pero tengo que rellenar un cuadernillo
durante dos meses. «Querido diario… de síntomas» —bromea mientras
le pasa a Manuel el papelito que va a tenerla ocupada durante las próximas semanas.
—¿No te ha pedido análisis de hormonas o algo?
192
—Pues no. No me ha dicho nada de hacerme análisis. Me ha dicho
que lo que me pasa parece claro, y que si había tenido problemas de
depresión o ansiedad… No sé, quizá tenía que habérselo preguntado.
Ya sabes que cuando estás sentada en el médico se te olvidan la mitad de
las cosas que tenías preparadas… Tendré que hacer como tu hermana,
que lleva la lista de preguntas del embarazo escritas...
—¡Ya estás con mi hermana!
—No, no es eso, no tengo ganas de hablar mal ni de tu hermana ni
de nadie. Sólo quiero estar bien y que se me pase esto. De verdad, no
quiero que nos enfademos. Lo decía en serio. Puede ser una buena idea,
de verdad…Vamos a la cama cariño.
Para llegar a este diagnóstico es importante proveer a la paciente de un
calendario en los que debe apuntar los síntomas que presenta, especificar la intensidad de los mismos y los días del mes en que ocurren.
Esto debe realizarse al menos durante un par de meses para llegar a
un diagnóstico y debe explicarse a la paciente cómo rellenar los calendarios.
Aunque existen varios modelos en inglés, ninguno está validado en
Español. Transcribimos en español el PSST (Herramienta de diagnóstica
de síntomas premenstruales) y el Calendario de experiencias premenstruales, porque refleja con claridad la forma de realizar el diario de los
síntomas, da opción a incluir niveles de intensidad (del 0 al 5) y, de una
manera gráfica, se puede observar si los síntomas se concentran en las
dos semanas previas a la regla y si desaparecen o no con la llegada de la
menstruación.
síntoma
1.
2.
3.
4.
ninguno
Enojo-labilidad/irritabilidad.
Ansiedad/tensión.
Labilidad/ganas de llorar.
Depresión/desesperación/
sentimiento de tristeza.
5. Pérdida de interés en el
trabajo.
6. Pérdida de interés en casa.
7. Pérdida de interés en la vida
social.
193
leve
moderado
severo
8. Dificultad para concentrarse.
9. Fatiga/falta de energía.
10. Apetito exceso/antojos de
comida.
11. Insomnio.
12. Mayor necesidad de dormir.
13. Sentirse desbordada/
abrumada/fuera de control.
14. Sintomas físicos: sensibilidad
o dolor mamario, dolores
de cabeza, dolores musculares, retención de líquidos,
aumento de peso.
sus síntomas han
interferido con:
A. Eficiencia en el trabajo.
B. Relaciones con sus compañeros
de trabajo.
C. Relaciones con sus familiares.
D. Su vida social.
E. Sus responsabilidades en casa.
Es importante descartar la presencia de otros problemas médicos como
la anemia, las alteraciones tiroideas o el estado de perimenopausia antes
de diagnosticar un síndrome premenstrual o un trastorno disfórico
premenstrual. En la depresión y otros problemas psiquiátricos, los síntomas se mantendrán durante todos los días del ciclo. Algunas enfermedades como la migraña, el síndrome de fatiga crónico o el colon irritable
pueden empeorar antes de la regla, pero también los sus síntomas se
mantienen durante todos los días del ciclo.
Aunque el diagnóstico es básicamente clínico, se puede realizar una
analítica que incluya un test de función tiroidea y un hemograma para
excluir otras enfermedades. Si los ciclos menstruales son regulares no
tiene sentido solicitar hormonas sexuales, pero si son irregulares sí
puede determinarse.
Durante los siguientes dos meses, Ana se afanó en identificar sus sínto194
mas y apuntarlos en el calendario. Esto de alguna forma le sentó bien.
Su vida seguía como siempre, los niños, la casa, su trabajo, Manuel…
Diego se rompió una pierna patinando, María se enfadó con su amiga
del cole y estaba inconsolable.
En el trabajo Esther seguía haciéndose hueco colisionando constantemente con las opiniones e iniciativas de Elena y Ana. El jefe parecía
no notar nada, y todo resultaba cada día más difícil. Aun así el proyecto
marchaba a buen ritmo y las reuniones se sucedían sin parar.
Manuel, mientras tanto, observaba con discreción cómo Ana iba
poniendo cruces en el calendario que tenía pinchado en el corcho al
lado del ordenador. En el fondo él no creía en esas cosas. Ana siempre
había tenido su puntito de mal genio, pero es verdad, antes era más
irónica, más de frases lapidarias, ahora sin embargo había veces que se
ponía como una loca, de repente, sin motivo, estaba muy tensa, muy
irascible, muy lábil.
«Serán cosas de la edad», pensó. «Es una tía increíble, tan capaz, tan
currante, lleva tantas cosas al mismo tiempo, quizá yo no me doy cuenta,
debería estar más pendiente. Pero a ella tampoco le gusta, me diría que
soy un pesado…»
En esos dos meses, sus síntomas siguieron más o menos igual, pero
escribirlos, la ayudaba a racionalizarlo. Intentó, además, no tomar tanto
café en esos días, lo de la Coca-cola no fue un problema. En la época
de Reagan inició una cruzada personal que consistía en no probarla.
Fumar fue otra cosa. Precisamente cuando más tensa estaba más echaba
mano de los pitillos.
Como no tenía tiempo para ir a un gimnasio, probó suerte con el
Pilates. Pero fue cuatro días en dos meses….
«Bueno, tampoco pasa nada. No se puede cambiar todo en dos días.»
El día de la consulta con la ginecóloga se sentía algo ridícula en la
sala de espera con su calendario guardado en el bolso. Mientras esperaba, observaba a otras mujeres que llevaban bolsas de plástico que
dejaban entrever placas de radiografía, o carpetas azules con gomas que
guardaban celosamente toda una vida de revisiones ginecológicas con
citologías, análisis y volantes de citas caducadas. Algunas estaban acompañadas por sus parejas.
«Que curioso —pensó—. Nunca me ha gustado venir con Manuel
al ginecólogo, salvo cuando estaba embarazada y me acompañaba a las
ecografías. Pero para una revisión...»
195
—¿Que tal Ana? ¿Cómo se encuentra? ¿Ha rellenado el calendario
que la recomendé?
—Sí, doctora. Aquí lo traigo. El caso es que tenía usted razón. Aunque
se escapa alguna cruz, la mayoría de las cosas que le conté me pasan diez
días antes de tener la regla.
—He tenido días de mucha tensión, pero creo que el hecho de conocer los síntomas y tenerlos presentes me ha ayudado a controlarlos un
poco. Pero la hinchazón, el dolor de cabeza y el dolor de pecho ha
seguido igual, sobre todo este último mes.
—Bueno. Eso es normal. Siempre que hacemos estudios y un grupo
de pacientes rellena formularios o toma pastillas aunque no contengan
ningún medicamento, nos dicen que se encuentran mejor. Lo conocemos en Medicina como efecto placebo.
»Con lo que cuenta y por cómo ha rellenado el calendario se confirma
lo que sospechaba. Se trata de un síndrome premenstrual. Creo que
debemos iniciar un tratamiento.
Tratamiento del síndrome premenstrual y
el trastorno disfórico premenstrual
El tratamiento del síndrome premenstrual y el trastorno disfórico
premenstrual incluye terapias no farmacológicas y otras con fármacos.
Tratamiento no farmacológico
dieta: Se recomiendan cambios de los hábitos dietéticos para mejorar los síntomas aunque no está claro que estas medidas sean eficaces.
• Reducir ingesta de café puede disminuir el nerviosismo y la inquietud
• Reducir la ingesta de sal puede reducir la sensación de hinchazón
• Evitar la ingesta de hidratos de carbono refinados y realizar cinco
comidas ligeras en lugar de tres comidas copiosas.
• Evitar bebidas carbónicas parece mejorar el ánimo, el apetito y las
funciones cognitivas.
ejercicio físico: El ejercicio físico aeróbico moderado parece mejorar los síntomas premenstruales, sobre todo los depresivos y la retención de líquidos, porque aumenta los niveles de endorfinas y produce
cambios fisiológicos y psicológicos. Se recomienda al menos 30 minutos
al día de ejercicio físico moderado-intenso
Existen otras técnicas cuya eficacia no está totalmente demostrada.
196
Calendario de experiencias premenstruales (Universidad de California).
1. técnicas de relajación: Las técnicas de relación favorecen la disminución de la frecuencia cardiaca y respiratoria, del metabolismo, de
la frecuencia cardiaca y enlentecen las ondas cerebrales. Se consigue mediante la repetición de palabras, sonidos, frases o ejercicios
que permiten conseguir este estado de relajación. Estás técnicas se
han utilizado junto con otros tratamientos, aunque los estudios que
evalúan su eficacia son poco concluyentes.
197
2. fototerapia: La luz fluorescente con lámparas convencionales
carece de muchos de los colores y longitudes de onda de la luz del
sol natural. El fundamento de la fototerapia consiste en reemplazar
las lámparas convencionales por lámparas con luz brillante, más parecidas a la luz del sol. Se cree que el efecto de la luz brillante está
mediado por el sistema serotoninérgico. Existen estudios pequeños
en los que el tratamiento con luz brillante puede mejorar los síntomas depresivos en pacientes con síndrome premenstrual pero tienen
muchas limitaciones metodológicas.
3. deprivación de sueño: Las terapias de deprivacion de sueño se han
mostrado beneficiosas en el tratamiento de la depresión mayor y se
han probado en pacientes con trastorno disfórico premenstrual con
buenos resultados.
4. terapias cognitivo-conductuales: Estos tratamientos tratan de enseñar a las pacientes a examinar patrones negativos de pensamiento y a
reemplazarlos por otros en los que se afronten las situaciones vitales de
una manera más adaptativa. Incluyen el control de la ira, la reducción
de las emociones negativas, la detención del pensamiento etc. Algunos estudios muestran buenos resultados en pacientes con síndrome
premenstrual, pero los resultados son bastante inconsistentes.
Tratamientos farmacológicos
1. vitaminas y minerales: Se han utilizado distintos tratamientos con
vitaminas y minerales, aunque sus resultados son ambiguos.
• Suplementos de calcio: Parece que el aumento de la ingesta de calcio
puede suavizar la sintomatología del síndrome.
• Agnus vitex castus, conocido también como «pimiento de los monjes»,
parece eficaz en el alivio de los síntomas leves o moderados y no tiene
efectos secundarios.
• Otras vitaminas y minerales (magnesio, vitamina B6), así como la dieta
baja en grasa o el uso del aceite de onagra no han demostrado con
claridad su eficacia.
2. hormonas:
• Anticonceptivos: Dado que la ovulación es un requisito necesario
para que se produzcan los síntomas premenstruales, parece lógico
que los anticonceptivos, al inhibir la ovulación, alivien este cuadro
Sin embargo, sólo se ha demostrado mejoría con el uso preparados
198
que contengan drospirenona que están aprobaron en Estados Unidos
para el tratamiento del síndrome disfórico premenstrual. La drospirenona es un progestágeno que derivado de un diurético (la espironolactona), por lo que favorece la eliminación de sodio y agua, disminuyendo la retención de líquidos. Existen estudios que muestran eficacia en el tratamiento durante tres meses, pero se ha comprobado que
aparecen síntomas premenstruales los días de descanso en la toma
del anticonceptivo antes de la menstruación. Por eso, se están utilizando pautas de tratamiento en las que se disminuyen los días libres
de medicación: pautas de drospirenona 3 mg y etinilestradiol 20 mcg
administrados durante 24 días con 4 días de descanso en lugar de
la pauta habitual 21 días de tratamiento y 7 de descanso. No existen
estudios sobre su eficacia sobre los síntomas del síndrome premenstrual. En España, este preparado está autorizado como anticonceptivo y para el tratamiento del acné, pero se usa en estos casos cuando
además la paciente necesita un método anticonceptivo.
• Los progestágenos no parecen mejorar los síntomas y en algunos
casos pueden incluso empeorarlos.
• También se han probado otros tratamientos como el Danazol y los
análogos de la gnrh pero tienen importantes efectos secundarios que
desaconsejan su uso.
3. Diuréticos: Se han utilizado dado que parte de los síntomas del
síndrome premenstrual se deben a la retención de líquidos.
4. Antiinflamatorios no esteroideos: Se ha demostrado mejoría de
los síntomas el uso de ácido mefenámico y el naproxeno en diversos
estudios.
5. ansiolíticos, antidepresivos y estabilizadores del ánimo: Se
han utilizado diferentes fármacos formulados para tratar la depresión
y la ansiedad para mejorar los síntomas del síndrome premenstrual y
el trastorno disfórico premenstrual. Dada la relación entre el sistema
serotoninérgico y las hormonas sexuales, parece que el grupo de los
Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (fluoxetina,
sertralian o paroxetina) son los más eficaces en el tratamiento de los
síntomas de estos cuadros .
199
*
Ana salió de la consulta con una receta de anticonceptivos en el bolso y
la promesa de fumar lo menos posible, o mejor dejarlo.
—Ana, no espere milagros, pero puede funcionar, puede encontrarse
mejor. Si quiere y tiene ganas puede rellenar el calendario estos meses
también. Le puede venir bien para comprobar su evolución.
«Al menos dejaremos el preservativo una temporada —pensaba al
coger el autobús—. Y además lo del Pilates me apetece...»
—Si no mejora podemos probar un antidepresivo pero sólo los días
que se encuentra mal antes de la regla, no de continuo. Si lo necesita
le enviaré para que la valore el psiquiatra. No se preocupe. Lo iremos
valorando.
Epílogo
Han pasado varios meses. Ana ha ido a Pilates más o menos diez días.
Continúa con el tratamiento. Ha dejado de fumar. En casa, Manuel y
los niños siguen como siempre. De vez en cuando tiene días malos pero
sabe lo que le pasa y ya no rellena cruces en el calendario. Esther lidera
el proyecto de Méjico, pero cada día está más irascible. Ana sospecha
cuál es su diagnóstico.
«Si se porta bien, tal vez le recomiende a mi ginecóloga... ¡ya veremos!»
200
~8~
La sexualidad femenina:
sexo con seso
Responde Paloma a lo que los
hombres quieren saber del sexo
Los amigos de mi amigo Nico se reunieron y formularon una lista de
preguntas, reflexiones y estereotipos sobre el sexo entre hombres y
mujeres. El listado no tiene desperdicio. Pero cuando lo lees detenidamente, son muchas las preguntas que se plantean, muchos los mitos que
subyacen y mucho el trabajo de campo que voy a tener que realizar para
contestarlas.
Mientras comienzo a escribir, me gustaría disfrazarme de «Doña Elena
Francis», de la «Dra. Amor, consultorio sexológico», o de «Wikisex», hasta
me gustaría huir de este compromiso, pero me parece un buen momento
para desbrozar una por una las preguntas que se han planteado.
1. ¿Por qué el hombre disfruta del sexo físicamente y
la mente se implica sola mientras a la mujer hay que
estimularle la mente para que disfrute del sexo?
Verdad o no, los estudios clásicos de Master y Jonhson sobre las fases
de la respuesta sexual en hombres y mujeres nos muestran 4 fases en la
respuesta sexual: Excitación, meseta, orgasmo y resolución.
La fase de excitación puede desencadenarse por estímulos físicos
como las caricias, o psíquicos como determinados pensamientos o
emociones, dando lugar a las siguientes manifestaciones en la mujer y
en el hombre.
En el hombre:
• Erección del pene.
• Alisamiento de los pliegues del escroto.
• Elevación de los testículos.
• Acortamiento de los conductos espermáticos.
201
• Erección de los pezones.
En la mujer:
• Lubricación vaginal.
• Expansión de los dos tercios internos de la vagina.
• Aumento del tamaño del clítoris.
• Erección de los pezones.
En teoría, esta excitación es igualmente placentera para hombres y
mujeres, si bien es más rápida y visible en el varón al estar liderada por
la erección del pene, mientras que en la mujer este estado de excitación
tarda habitualmente un poco más y es menos palpable.
Este hecho se resuelve con tiempo, el que ella necesita para alcanzar la
misma excitación y el que necesita la pareja para adaptarse al otro, para
saber cuándo alcanza el clímax. Si se le da tiempo no existirá problema.
Otra cuestión distinta es que el hombre sólo necesite del físico para
estar excitado y la mujer requiera de más atenciones para disfrutar de
la relación sexual, por eso el título de este capítulo, sexo con seso. Mas, si
huimos de estereotipos, casi todos los varones agradecerán acercamientos y preámbulos no genitales, y muchas mujeres disfrutan del sexo sin
preludios amorosos o mentales.
2. ¿Por qué nosotros siempre tenemos ganas y ellas no?
He aquí otra aseveración que no por frecuente debe ser tomada como
cierta. Primero deberíamos definir qué es y cómo se comporta el deseo
sexual, un hambre de relación íntima de carácter multifactorial tanto en
hombres como en mujeres. Además de los impulsos físicos y psicológicos
que antes apuntábamos para llegar a la excitación, existen otros factores
que explican la variabilidad de la libido: por un lado tiene un componente fisiológico y se relaciona con niveles adecuados de testosterona,
una hormona que también existe la mujer; pero, por otra parte, se influye
mucho por otros factores educacionales y los roles asumidos.
Detengámonos en ellos: desde la infancia, los niños muestran sus atributos sexuales, «juegan» con ellos, compiten, se inician juntos en la masturbación y viven su primera relación coital como un triunfo. Para las niñas,
el panorama es diferente, empezando porque su educación sexual es más
restrictiva. Desde siglos y en diferentes culturas se ha valorado la virginidad
como un valor a preservar y se han penalizado los contactos sexuales fuera
del ámbito del matrimonio. Tampoco la masturbación se ha liberado de
tabúes y es menos frecuente en las chicas. Al menos no se cuenta tanto.
202
Cuando dos jóvenes inician sus juegos sexuales, probablemente los
chicos están más experimentados en el modo de obtener placer, no
tienen miedo al embarazo ni relacionan el sexo con algo censurable.
El hecho de que la libido no sabe de sexos viene reflejado en algunos
trabajos especializados donde se observa que las mujeres experimentan
el mismo deseo sexual que los hombres cuando han superado sus prejuicios y vencen a los estereotipos y al miedo.
También se ha descrito que el deseo sexual disminuye con la edad. A
esta inapetencia se la conoce, en términos médicos, como deseo sexual
hipoactivo, más frecuente en mujeres que en hombres. Los expertos
señalas que la incidencia de deseo sexual hipoactivo se mantiene constante en el tiempo y que el incremento de la inapetencia que ocurre con
la edad no supone un problema para una pareja bien avenida.
3. ¿Por qué a los hombres nos gustan todas?
Otro estereotipo…
Desde un punto de vista antropológico, el sexo tiene un sentido
reproductivo. En las antiguas sociedades de cazadores y recolectores, la
hembra seleccionaba a los machos mejor dotados, los más fuertes para
reproducirse. Desde esta perspectiva, la mujer intentaba «conseguir» los
mejores atributos para su descendencia y el varón «diseminar» sus genes
entre el mayor número de hembras posible. La Antropología llama a
esta elección «éxito reproductivo» y se apoya en algunas de las huellas
que ha dejado la evolución animal, en concreto del dismorfismo sexual y
la competición entre machos.
El dismorfismo sexual se refiere al distinto aspecto de hembras y machos.
En algunas especies el macho tiene colores más vivos o ciertos atributos
que los hacen más deseables a las hembras (el colorido, plumaje, etc.).
Cuando el dismorfismo se basa en que el macho tenga condiciones
que lo aventajen en la competición con otros machos para conseguir
aparearse (cornamenta más abultada, colmillos más amenazadores,
musculatura más poderosa) se conoce como competición entre machos.
Aunque algunos machos de nuestra era estén anclados en el Paleolítico, el escenario actual ha mutado a maneras más refinadas para la
conquista. La sexualidad ha dejado de tener un mero sentido reproductivo. Pero quién sabe si esas características que subyacen en nuestro
código genético desde que existimos como especie, puedan todavía
203
«justificar» la querencia de los hombres por «todas las mujeres» y de las
mujeres por «el más selecto».
4. ¿Quién es ahora el macho alfa? ¿Existe la hembra alfa?
Sin perder de referencia la evolución del hombre, desde el Homo antecessor hasta Homer Simpson, al macho alfa se le ha caracterizado con
una personalidad poderosa, fortaleza mental, confianza y seguridad en
sí mismo, espíritu aventurero, autonomía e independencia, atractivo
físico y corazón ganador.
En el Pleistoceno, el macho alfa era el mejor cazador, en todos los
sentidos, y sus atributos principales eran poseer una buena capacidad
visual, certeza a la hora de arrojar objetos, fuerza física y buena orientación. Esto es, el líder de la manada, el que aseguraba la carne de la caza
y las mejores hembras para aparearse, el que se hacía oír contando las
batallitas de cada una de sus cicatrices. Aunque las mujeres eran quienes
realmente alimentaban y cuidaban de la prole, recolectando y alejándolos de los peligros cuando ellos no estaban (generalmente a todas
horas), elegían al más poderoso para sentirse más protegidas.
Mi pregunta sería: en la actualidad, ¿en qué ha cambiado el macho
alfa? Probablemente ni en sus atributos físicos ni en su condición de
centro del universo, la Evolución solo ha mutado su indumentaria, de la
cicatriz al bmw, y así, nuestros nuevos machos alfa son ahora:
• El futbolista del equipo de primera que se liga a la modelo de moda.
• El ejecutivo agresivo trajeado de Armani que marca las directrices en
las reuniones y triunfa en los mercados bursátiles.
• El millonario entrado en años (y también en carnes) que pasea de su
brazo a su enésima mujer, cuarenta años más joven que él, regalada
con carísimas joyas y modelitos de la milla de oro.
A la pregunta ¿existe la hembra alfa? respondería sí y probablemente
con atributos similares a los del alpha, esto es, identidad poderosa, fortaleza mental, confianza y seguridad en sí misma, espíritu aventurero,
autonomía e independencia, atractivo físico y aliento ganador.
En rigor, cada vez existen más mujeres que no responden al patrón
tradicional de esposa dependiente del varón que necesita su dinero, sus
decisiones y hasta su presencia. Ahora, muchas de las mujeres modernas anteponen su carrera profesional, aunque sin renunciar a la familia. Incluso cuando eligen pareja, lo hacen como antaño lo hacían los
machos alfa, en otras palabras, como son ellas las que han ganado el éxito
204
social, las que toman las decisiones, pueden emparejarse, sin temor a ser
apartadas del orden social establecido, con hombres sumisos, incluso
algo grises, que acepten salir de ese primer plano que ellas ocupan
ahora. Una mujer alfa moderna acepta que el hombre lleve la casa, que
cuide de los hijos, que trabaje a media jornada y hasta se dedique a
sus aficiones. Pero una mujer alfa no es una mujer masculina ni utiliza
formas masculinas de actuar. Una mujer alfa cuida su estilo personal, da
importancia a su físico y fortalece sus maneras de dirección. Ellas tienen
más capacidad para gestionar las relaciones interpersonales dentro de la
empresa y para conseguir que la voz de los trabajadores sea escuchada.
Con todo, la evolución natural no ha resuelto aún que una mujer
alfa deba pagar una alta cuota por llevar ese estilo de vida. Es posible
muchas de ellas sean las que llenan las salas de espera de las consultas de
fertilidad buscando ser madres en edades avanzadas. Con la inflación de
la esterilidad (y todo lo que psicológicamente ésta acarrea) se encarece
sobremanera el precio de la maternidad, pero lo consigan o no, una
mujer alfa no se arrepiente nunca de serlo.
5. ¿Orgasmo vaginal o clitoridiano?
El clítoris es un órgano cuya única función es la de proporcionar placer
sexual. En los últimos años los estudios basados en disecciones anatómicas y resonancias magnéticas han ayudado a conocer mejor la estructura
del clítoris, sus semejanzas y diferencias con el pene en el varón. Su
porción visible, redondeada y rosada, se llama glande, está protegida
por un capuchón y se continúa con el tallo, de forma cilíndrica, que
llega hasta el pubis donde se divide en dos estructuras llamadas raíces
que hacen una v invertida y se sitúan a ambos lados de la vagina. En
conjunto, el clítoris mide algo más de diez milímetros, pero supera las
ocho mil terminaciones nerviosas sensoriales (más del doble de las que
contiene el glande del pene) y contiene un importante plexo vascular.
Junto al clítoris, bajo los labios menores, se ubican dos estructuras ovoideas no visibles llamadas bulbos vestibulares. Están formadas por un tejido
eréctil similar al del glande, que se unen al cuerpo del clítoris y se llenan
de sangre durante el estímulo sexual.
Para contrastar las diferencias sensoriales entre clítoris y vagina baste
mencionar que el 90% de las terminaciones nerviosas sensibles de esta
última se encuentran en su tercio externo, muy relacionadas con las del
clítoris y de la misma cuantía que las que existen en recto y ano (de ahí
205
que también sean órganos sexuales). En otras palabras, los dos tercios
internos de la vagina están poco inervados, por eso la longitud del pene
no importa, y otras partes del organismo pueden originar la excitación
previa al orgasmo. De hecho, son pocas las mujeres que alcanzan el
orgasmo exclusivamente con la penetración. Que la mayoría necesiten
que se les estimule el clítoris, la vulva o el periné es algo en lo que coinciden la mayoría de los sexólogos, y se acepta que hasta ocho de cada diez
mujeres consiguen el orgasmo mediante la estimulación del clítoris, y
sólo el resto lo obtienen con la penetración vaginal. Los orgasmos alcanzados por estimulación directa del clítoris son más intensos y centrados
en el área genital que los conseguidos con la penetración profunda.
Pero en el coito también se estimula el clítoris y la penetración profunda
consigue orgasmos de igual intensidad y satisfacción.
Este cambio en la aceptación de la sexualidad femenina no se ha
logrado sin vencer fuertes prejuicios morales y religiosos. Muchas veces
acompañados de datos científicos amañados: el Psicoanálisis llevó a los
primeros profesionales de la Psiquiatría a considerar patológico la falta
de orgasmo con el coito. Según ellos, el estímulo clitoridiano es un signo
de inmadurez en el desarrollo psicosexual de la mujer, de tal manera que
las mujeres normales evolucionarían a un estadio más maduro, y cambiarían los estímulos clitoridianos por sensaciones u orgasmos vaginales,
preferentemente tras la introducción del pene. Según este precepto, la
mujer adulta que alcanzara el orgasmo por las caricias de su clítoris, era
considerada por aquellos como inmadura.
En definitiva, el clítoris es el centro de la sensibilidad sexual y constituye el equivalente femenino del pene, mientras la vagina (al menos sus
dos tercios internos) es un órgano de escasa sensibilidad. Es por ello que
la mayoría de los sexólogos defienden la tesis de que en el orgasmo de
la mujer siempre se estimula alguno de los componentes del clítoris, por
lo que no tendría mucho sentido diferenciar los orgasmos clitoridianos
de los vaginales.
6. El punto G femenino, ¿mito o realidad?
El punto G o punto de Gräfenberg, en honor del ginecólogo alemán que
lo describió por primera vez es una pequeña zona del área genital de
las mujeres, localizado en la cara anterior de la vagina, detrás del pubis
y alrededor de la uretra. En el trabajo de Ernst Gräfenberg se detalla
que durante la estimulación sexual, aumenta de tamaño y segrega un
206
líquido en el momento del orgasmo. A estos descubrimientos no se le
prestaron demasiada atención hasta que el tema llamó la atención de
los sexólogos Wipple y Perry en 1981 en su libro titulado precisamente
El punto G. Desde entonces, la controversia sobre su existencia no ha
cesado y se ha convertido en uno de los mitos sexuales acerca del que se
han escrito más leyendas. En múltiples páginas de Internet y en cursos de
localización y estimulación del supuesto punto G se enseña a estimularlo
introduciendo un dedo en la cara anterior de la vagina, a unos 5 cm de
la entrada hacia el pubis, donde se localiza una zona más hinchada y
prominente y se hace después un gesto parecido al de «ven aquí».
En rigor, la parte de la vagina donde se señala al punto G es una zona
de fibras nerviosas del propio clítoris (complejo clitoridiano profundo).
Otras tesis propugnan que se corresponde con las glándulas parauretrales de Skene, que se sabe segregan líquido en la excitación sexual o de
parte del tejido eréctil que envuelve la uretra. Algunas descripciones
anatómicas han mostrado que el tejido de las glándulas de Skene es
muy similar al de la próstata, lo que explicaría el fenómeno de la eyaculación que describía Gräfenberg. Pero alrededor de la composición de
este eyaculado también existe controversia: mientras algunos trabajos
sostienen que se trata de orina (y que la eyaculación no es más que
la incontinencia urinaria inducida por el orgasmo), otros estudios han
detectado niveles del antígeno prostático específico, psa, y le otorgan categoría de verdadera eyaculación, similar a la que ocurre en el varón. Como
ocurre con el supuesto orgasmo vaginal, parece que el fenómeno de la
eyaculación femenina en respuesta al estímulo del punto G sólo ocurre en
un pequeño porcentaje de mujeres, no más del 6 14%.
7. ¿Somos polígamos o monógamos?
La monogamia, del griego monos (uno) y gamos (matrimonio) es un
modelo de relaciones afectivo-sexuales basado en un ideal de exclusividad sexual para toda la vida entre dos personas unidas por un vínculo
sancionado por el matrimonio o por la ley. Frente a esto, la poligamia se
define como un modelo de relación en que se permite a una persona estar
casada con varios individuos al mismo tiempo. Poligamia comprende a
la poliginia (un hombre con múltiples mujeres) y a la poliandria (una
mujer con múltiples hombres). La monogamia es una condición muy
poco frecuente en el mundo animal (sólo el 3% de los mamíferos).
Los estudios antropológicos no han encontrado mucha monogamia
207
en nuestros ancestros: el 85% de las sociedades humanas eran polígamas,
lo que parece implicar que tampoco no es una condición natural del ser
humano. En consecuencia, la monogamia es un término que define una
situación humana moderna, y de hecho, se ha extendido en la sociedad
contemporánea tras la colonización del mundo por los europeos, como
parte de la transculturación del mundo salvaje por las religiones judeocristianas, cuya tradición la considera la única manera natural y moral de
sexualidad. Sin embargo, algunas sociedades aún no la han terminado
de aceptar, bien por su mayor discriminación a la mujer (léase regiones
musulmanas donde se mantiene la tradición de la poliginia), bien por
la lejanía de ciertos grupos étnicos a los avances del mundo occidental.
En cualquier caso, la monogamia ha pautado en nuestra historia la
conducta sexual, religiosa, genética, política, económica, social y moral
de los individuos civilizados. Se trata de una condición creada por el
hombre y hasta consolidada como un mecanismo de poder: permite
socializar e integrar al Estado a las personas, teniendo como base al
matrimonio y como institución o núcleo a la familia en él generada.
Por ello, se precisan tres tipos de monogamia: la monogamia social, o la
unión de dos personas que comparten su entorno físico, esto es, casa,
comida o dinero; la monogamia sexual, que implica una exclusividad en
las relaciones sexuales entre dos personas, y la monogamia genética, que
hace hincapié en que la descendencia se planifique con la misma pareja.
Aunque suelen ir juntas, la que más preocupa es la monogamia sexual,
curiosamente la que menos se cumple. En la práctica se estima la que
infidelidad sexual es más frecuente de lo que se piensa y algunos estudios estiman que tiene lugar entre el 15 y el 75 % de las parejas «estables». Más aún, algunas estadísticas sugieren que 1 de cada 10 niños
no transporta el adn de su padre legal, (en estas series no introducen
a los nacidos mediantes técnicas de reproducción asistida), por lo que
tampoco la ejecución genética de la monogamia se mantiene.
Como estamos en la era de las «ómicas», en muchas de las recientes investigaciones genéticas se encuentran huellas que demuestran el
origen y difusión de algunos comportamientos ancestrales como la poligamia. Por ejemplo, un interesante trabajo sobre variabilidad genética ha
observado recientemente que existe una mayor diversidad en los cromosomas X que los cromosomas Y (sólo presentes en los varones) de la que
cabría esperar si el mismo número de hombres y mujeres se hubieran
emparejado por igual a lo largo de la historia. Gracias a la Genética de
208
poblaciones y a la nueva tecnología genómica, esta mayor diversidad de
los cromosomas X no se debe a fenómenos migratorios concretos ni a la
selección natural de grupos étnicos determinados. La mayor diversidad
genética del cromosoma X se debe, según se reflexiona en este trabajo,
a que muchos machos Homo sapiens no han dejado huella (en sentido
reproductivo) en este planeta. A lo largo de toda nuestra historia y
prehistoria, gran parte de los hombre han mantenido relaciones sexuales con varias mujeres a la vez y otros no han conseguido transmitir sus
genes a las siguientes generaciones, mientras que las mujeres si lo han
hecho. A nadie que haya superado la educación primaria o que se asome
regularmente a los programas de La 2 le sorprenderá que diversidad sea
sinónimo de éxito evolutivo y progreso. Lo contrario significa regresión
y fracaso. Los autores de este trabajo, apoyándose en descubrimientos
similares de colegas de otros países, sostienen que esta huella genética
todavía se mantiene porque la monogamia es un atributo reciente en
nuestro comportamiento. Recordando la respuesta de la pregunta 3, la
mujer es más selectiva y, al final es quien elige. Hasta la Genética lo dice.
Algunos de los más nombrados pensadores, incluso los que sólo se
enfrentaron tibiamente a la misoginia, han intentado contestar la duda
de los amigos de Nico. Freud, por ejemplo, mantenía que los humanos
somos «polígamos reprimidos» y que la propensión al más de uno/a no
entiende de sexos, que apenas se sabe de la poliandria precisamente
porque las mujeres están sometidas a una mayor represión social que los
hombre. El poeta chileno Gonzalo Rojas, confesó poco antes de morir
su inclinación a la poliginia, aunque alguien le endulzó este instinto y
ha descrito al premio Cervantes como «Monógamo sucesivo». En rigor,
casi todos tenemos algo de monógamos sucesivos, sobre todo tras leer a
Rojas, y tendemos a establecer una relación estable y única durante un
tiempo hasta que la sustituimos por otra pareja estable.
También la Genética está intentando dar con el gen candidato a la poligamia. Lo hace en poblaciones de voluntarios que no saben profundizar
en una relación amorosa que sale de la fase de enamoramiento y busca
nuevos romances cuando las pulsiones del flechazo desaparecen. Lo
que parece cierto es que el ser humano tiende a crear vínculos afectivos
con sus compañeros sexuales para establecer estructuras sociales en
forma de pareja o de familia. Sin embargo, parece que esa propensión
no excluye la otra que encuentra atrayente experimentar relaciones con
otras personas distintas de su pareja.
209
Tradicionalmente el varón ha mantenido este tipo de vínculos afectivos o sexuales fuera de su pareja habitual de una forma más visible
porque ha sido menos rechazada por la sociedad. Es por ello que la poliginia sea más frecuente que la poliandria. Pero son razones meramente
educativas (restrictivas): la infidelidad femenina ha sido y es más castigada por la sociedad que la masculina. Todavía asistimos con horror, sin
poder hacer nada más que indignarnos frente al televisor, a los casos de
mujeres que por el mero hecho de haber sido acusadas de adulterio, se
condenan al lapidamiento, en una interpretación misógina de la Sharía.
8. ¿Es cierto que con la edad se vuelven más indiferentes?
Si entendemos la indiferencia como el estado de ánimo en el que no se
siente inclinación ni rechazo hacia algo o alguien, entonces no es algo
extraño en algún momento de una relación duradera. Imagino que
quejarse de indiferencia tampoco lo es, en tanto apunta a que en uno
de los dos se sigue manteniendo cierto grado de sensibilidad, porque lo
verdaderamente espinoso es la persistencia de este estado de ánimo. En
efecto, la indiferencia mantenida puede ser la antesala a la ruptura, o lo
que es peor, acomodarse en una relación y hacerla desagradable y fría.
La mayoría de las veces solo se ciñe a cuestiones aisladas, a aspectos de
la vida en común, como es la sexual, la más percibida. Sospecho que la
pregunta lleva escondido un reproche a este tipo de inapetencia (sobre
todo tratándose del capítulo de la sexualidad), por lo que puede ser
conveniente separar la indiferencia del cese de las pasiones propias del
enamoramiento.
Es común que durante la fase de enamoramiento tendamos a sobrevalorar lo positivo y a subestimar los defectos de la persona que nos ha
atraído. Esta ceguera transitoria se convierte en un instrumento para
avanzar con rapidez en el conocimiento del otro y por eso nos mostramos
interesados por lo que piensa, por lo que siente, por todos los detalles
que conforman su personalidad. Todo lo contrario sucede durante la fase
de ruptura, donde se destapa y subraya todo lo negativo. La sexualidad
no se separa de otros comportamientos en estas fases de enamoramiento
y ruptura. En efecto, durante el noviazgo, los encuentros sexuales son
frecuentes, intensos y satisfactorios, contribuyendo a consolidar el vínculo
de pareja. Por el contrario, en la fase de ruptura, la sexualidad puede
haber desaparecido o transformado en algo rechazable e insatisfactorio.
A camino entre ambas, seguramente más cercana a la ruptura, se
210
ubica esa fase de indiferencia, atributo del comportamiento humano
que frecuenta la rutina, el exceso de trabajo, la falta de descanso, la prisa
y la incomunicación. El interés por conocer más del otro, el deseo por
profundizar en lo que necesita y el anhelo por establecer nuevos ámbitos de relación, queda a menudo postergados por la deriva del día a día.
Cuando la indiferencia invade la sexualidad, ésta se llena de rutina y
obligatoriedad, a menudo poco satisfactorio y muchas veces prescindible. Un considerable número de parejas se cansa del siempre lo mismo,
de las mismas posturas, las mismas caricias. No probar cosas nuevas suele
ir de la mano con no hablar de ello, y entonces sonará la versión nociva
de la canción de Herman Hupfeld El tiempo pasará.
Junto al desamor, la incomunicación y el tedio, la indiferencia es
responsable de la apatía sexual. A veces, cuando uno de los miembros
de la pareja alerta sobre la necesidad de acabar con la rutina, lo que en
realidad manifiesta es el inicio de la fase de ruptura. Por eso, los sexólogos proponen que junto al tratamiento de la inapetencia se aborden las
demás dimensiones de la relación de los miembros de esa pareja y en la
de ellos con el mundo que les rodea (familiares, hijos, trabajo y amigos).
No se trata de un simple cambio en la actitud ante el sexo sino una inversión para el futuro de esa relación. Quizá antes de demandar sexo sea
necesario buscar tiempo y espacio para valorarse, para quererse, para
crear un clima que favorezca el placer y reavive el deseo. Quizá haya que
volver a fijarse en los detalles, en interesarse por el otro, en descubrir
nuevos intereses comunes y nuevos espacios de relación que venzan esa
deriva emocional.
9. ¿Qué cosas nos enamora de ellas,
serán sus atributos sexuales?
Parece algo universal que las personas buscan como pareja a alguien
inteligente, comprensiva, físicamente deseable, emocionalmente estable
y sana. Según el psicólogo evolucionista David M. Buss los hombres dan
más importancia a la juventud y al atractivo físico, cualidades que garantizan la fertilidad y el potencial reproductivo. La mujer, por el contrario
desea que el hombre sea ambicioso, posea una buena posición social y
suficientes recursos económicos. También los eligen algo mayores que
ellas. En definitiva, hombres que pudieran mantener adecuadamente a
sus hijos.
Si esto es verdad, la reflexión que se me ocurre es que hemos avan211
zado poco desde la sociedad de cazadores y recolectoras a la que me
refería al principio de este capítulo. Es difícil establecer pautas universales que sirvan para todos, pero lo cierto es que parece que aunque a
veces los opuestos se atraen, en el amor los parecidos funcionan mejor
y que a pesar de que nos cuenten «cuentos de Hadas», habitualmente
las personas se relacionan dentro de un ámbito de semejanza social,
intelectual y física.
10. ¿Es menos frecuente la masturbación femenina?
La masturbación se define como el acto de estimular los genitales
propios para alcanzar placer sexual. Aunque desde los dos o tres años los
niños descubren sus genitales, sólo a partir de la pubertad esta práctica
se realiza con propósitos sexuales. Esta práctica ha estado sometida a
múltiples prejuicios culturales y religiosos que la relacionaban con algo
pecaminoso, dirigido al propio placer y no a la reproducción e incluso
causa directa de enfermedades mentales y ceguera. Lejos de esas ideas
tradicionalmente defendidas por las distintas religiones (y en ocasiones
ratificadas por los científicos), hoy día se considera que la masturbación
es la forma más segura de obtener placer sexual, ayuda a la relajación
y al conocimiento de nuestra anatomía y permite compartirlo después
con la pareja.
Por eso, las estadísticas sobre masturbación son variadas. Por ejemplo en el Reino Unido el 73% de los hombres y el 37% de las mujeres
respondieron afirmativamente ante la pregunta de si se habían masturbado en las últimas cuatro semanas. Las estadísticas a este respecto en
ocasiones son engañosas. Habitualmente el porcentaje de hombres que
contesta afirmativamente a la pregunta de si se masturba es superior al
de mujeres que lo hacen. Esto puede estar sesgado por el hecho de que
todavía las mujeres tienen reparos para reconocer que se masturban
mientras que los hombres tienden a exagerar su respuesta. Con todo,
según una reciente publicación española parece que el porcentaje de
hombres y mujeres que se masturba es similar, que las mujeres incluso la
inician antes, que ambos continúan haciéndolo con asiduidad después
de sus primeras relaciones sexuales y que en el caso de las mujeres la
masturbación es la responsable de la mayor parte de los orgasmos que
obtienen. Y apuntad algo importante: la mayor parte de los orgasmos los
consiguen las mujeres con la masturbación.
212
~9~
Mujeres de cine:
Todo lo que quiso saber sobre la
mujer y se atrevió a preguntarlo
¿Se imagina qué puede surgir de una reunión con sólo mujeres donde
los temas de conversación giren en torno a los tópicos que los hombres
fantasean de ellas? Bajo el epígrafe de Todo lo que quiso saber sobre la mujer
y se atrevió a preguntarlo (y hubo quien se prestó a contestarlo) se elaboró
un guión que contuviese las diez preguntas más solicitadas por nuestros
internautas. Granada vestía sus primeros atuendos otoñales y la sierra
majestaba todo el horizonte de la terraza del restaurante Tartesos. Escogimos el lugar por su belleza y modernidad, pero también por la proximidad y vista privilegiadas. También por su exquisito menú y porque
dispone de la mejor bodega de cervezas de toda la ribera del Genil.
El frío pedía un poco de vino, pero el maître es un entendido en la
fermentación de la cebada. Empero, está preparando un libro sobre el
origen del dorado líquido. Le encantó nuestro proyecto y nos descubrió
una de su hipótesis sobre la que estaba trabajando: la cerveza fue creada
por una de nuestras primeras damas del Neolítico. En su sentir, para reconocer las diferencias y bondades de estos brebajes, y aprovechar bien la
jornada de trabajo que habíamos planeado, eran seis tipos los que nos
reservaba para su cata. Seis en total, cuidadosamente elegidas para ir
entrando en sus aromas y matices, que ya el calor vendría sólo. Así, a los
postres, las cuestiones más maliciosas se afrontarían sin inhibición alguna.
Nosotros escogimos las preguntas y sólo intervenimos para moderar.
Es cierto que las cuestiones son tópicas, típicas, alegóricas o triviales, pero
nuestra intención primera fue evitar toda contienda de género. Aun
cuando prime una inquietante tendencia a la globalización (y para que
el lector nos vaya entendiendo), en este mundo hay tantas formas de ser
mujer como marcas de coches, equipos de fútbol o clases de cerveza. No
existe, por tanto, un canon de mujer para cada pregunta. Aunque nos
dejaremos llevar por las contestaciones más seductoras o inesperadas, se
213
intentará promediar una respuesta a cada caso. Huiremos, en la medida
de nuestras posibilidades, de toda clase de estereotipos, así sea el tono
de la pregunta o el sonido de las contestaciones. Que sean contestadas
por un grupo de mujeres permite hacer un análisis para discriminar qué
cuestiones son de género y cuáles no.
1. ¿Por qué llegan siempre tarde a todos los sitios?
A las 14.30 estuvo fijada la hora de comienzo. Mandamos varias llamadas a la puntualidad a través del correo electrónico y por mensajes a los
teléfonos móviles. Invitamos a un grupo de mujeres de cine. Se trataba de
una reunión de trabajo con un guión muy cerrado y no de una mera
cita, por lo que, conociendo la mala fama del género femenino, insistimos en la rectitud con la hora.
Nuestra sorpresa fue que casi todas asistieron puntuales al encuentro,
algunas se adelantaron incluso unos minutos, pero la jornada de trabajo
no pudo empezar en su momento previsto porque Miranda Hobbes54 se
retrasó casi tres cuartos de hora. Es evidente que ella fue la primera en
contestar.
«Prima una cuestión de rol, por lo general somos quienes tenemos
que dejarlo todo organizado antes de salir de casa: una luz encendida
en el pasillo, las ventanas de los niños abiertas, las toallas mojadas en el
suelo del cuarto de baño, la comida del perro, el regalo de cumpleaños
del que invita a cenar, llamar a su madre para darle las últimas instrucciones, que Jorgito haya terminado los deberes, sacar la bolsa de la basura,
apagar la tele, vaciar el cenicero del marido (que mientras espera fuma)
para que luego la casa no huela a tabaco.
»Porque lo hago absolutamente todo, mientras el pollo se dedica a su
cuerpo serrano», apunta Carrie Bradshaw55, la amiga de Miranda.
«Además, en lugar de ver la tele o ponerse como un energúmeno a
darme prisa, podía haberse dado cuenta que la camisa que ha escogido
tiene el cuello sucio y no está planchada, que se ha puesto unos calcetines de deporte para ir a cenar y que no se ha cortado las uñas, eso sí, se
ha echado un litro de colonia, que una cosa es sugerir y otra es ahogar
con tu aroma de X-Men», conviene Amélie.56
Un porcentaje nada despreciable de mujeres que llegan siempre tarde
54 Miranda Hobbes es Cynthia Nixon en Sexo en Nueva York.
55 Carrie Bradshaw es Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York.
56 Amélie Poulain es Audrey Tautou en Amélie.
214
a todos los sitios se excusan en que se les da muy mal el cálculo matemático, y 15 minutos no es una hora y media. En ese recurrido «déjame
15 minutos» tienen que ducharse, depilarse, encremarse, pintarse,
embutirse en tangas, medias, sujetadores, camisetas para el frío y demás
sayos. Después de probarse doce vestidos, el que han decidido ponerse
no cierra la cremallera. Dedican un montón de minutos a lamentarse
de lo gordas que se están poniendo. Entonces es cuando preguntan si
están gordas, y el marido, no sólo está desesperado porque es tardísimo,
sino que no se ha preparado para esta pregunta y saldrá seguro con
una contestación políticamente incorrecta. No es de extrañar, que de
pronto, a ella ya no le apetece ir esa noche a cenar, que se tiene que
cuidar más y luego se arrepienten. Eso sí, no pierden la ocasión, y eso
que ya ha pasado media hora, de tenerlo como espectador en su pase
de modelos y, ¡cuidado cómo contesta, que ya ha metido la pata una
vez! A ellas no les vale que le diga que le sienta mejor el primero que se
han puesto, eso es señal de que no le está haciendo caso. Si opta por
el del medio, será una manifestación peligrosa de impaciencia. Pero lo
peor es elegir el último, porque significa que ya está harto. Puesto a
equivocarse, querido lector interesado, es preferible decirle a su mujer
que le sienta bien todo lo que se ha probado. Al menos, es mejor que
confesar que alguno de los vestidos le hace gorda. ¡Ni mencionar esta
palabra! Tampoco rellenita. Ni ordinaria. Déjese llevar, porque, al final,
se pondrá ese que no le cierra bien: ¡es un reto para su tipo!
Si su pareja femenina es de las que han conseguido pasar el Rubicón y
quedó con usted en la calle, desespérese también porque se ha encontrado
un vestido monísimo en una tienda que hay a mitad de camino a lugar del
encuentro. Las hay que no saben decir que no a cualquier solicitud que
se les emita entre la hora de haber quedado y la de llegar. Están las que
odian llegar las primeras y tener que esperar. ¿Esto es feminidad o señoritismo? Hay mujeres que aprovechan preguntas como esta para declarar
su «desprendimiento» en la vida, el egoísmo del hombre en tanto macho,
e incluso justifican su impuntualidad por la tardanza de su marido. «Yo lo
mataba», dice Velma Kelly.57 Cuando ya no quedan otras excusas, están las
que llegan tarde porque viven lejos. Pero no se trata de salir a la misma
hora sino de en vernos a la misma hora, queridísma Miranda.
En definitiva, la doctora Lowestein,58 una afamada psiquiatra amiga
57 Velma Kelly es Catherine Z Jones en Chicago.
58 La doctora Susan Lowestein es Barbra Streisand en El príncipe de las mareas.
215
nuestra con gran sentido del humor que no pudo asistir a la reunión,
nos confiesa que muchas mujeres llevan a bien padecer una forma
particular del trastorno semántico-pragmático, agravado con un poco
de dismapia y una intencionada discalculia para las citas.
2. ¿Qué es lo que llevan en esos bolsos tan enormes?
Desde el Neolítico superior, a todos los varones del planeta civilizado
nos ha parecido un gran misterio, qué es lo que las mujeres llevan en
sus bolsos. Un apunte previo: llamamos planeta o mundo civilizado a
aquél donde se respeta a la mujer. En rigor, ese mundo sólo existe en
Utopía, pero, como decía una colección de libros de ovnis y fenómenos
extraños de los años 70, «existen otros mundos, pero están en éste». Por
eso, la probabilidad de que el lector pertenezca a este mundo civilizado,
en tanto preocupado por las mujeres, es alta tirando a altísima, así que
sobra escribir más sobre este asunto.
En el mundo civilizado, la mujer suele llevar bolso. El bolso suele ser
grande. Y es común que esté lleno de todo tipo de cosas que alimentan
nuestra fantasía, por eso elegimos esta pregunta como una de las diez
cosas que más interesan a los hombres. Como con todas, por supuesto
están la que contestan «yo no llevo bolso». Pero, como decíamos al principio, a éstas que aspiran a la perfección anti-estereotipo, sencillamente
no le haremos caso.
Comoquiera que estábamos empezando y todavía no existía demasiada disciplina en escuchar a la otra, en cuanto formulamos esta
pregunta, todas se pusieron a contestar a la vez, y fue tan numeroso el
listado de utensilios, prendas, equipos, enseres y cachivaches, que tuvimos que llenar la copa de cerveza Weiss Dam que andábamos catando
desde la pregunta ¿Por qué siempre llegan tarde a todos los sitios? La cerveza
Weiss Dam está hecha de trigo, tiene un aspecto turbio y una excelente
espuma. Posee un poco de más cuerpo y un paladar más amargo que
las que acostumbramos a tomar. En verano y con sed, su retrogusto es
intenso y su carbónico permanente. Se sirve en vaso largo y estrecho, lo
que agradó a nuestras invitadas. Miranda y Carrie repitieron.
Por razones de orden, hemos convenido en agrupar todas esas cosas
que llevan en esos bolsos tan enormes en varias categorías o compartimentos:
1. Compartimento Colección primavera-verano. Formado por: monedero
enorme (de dimensiones equivalentes al bolso) cargado de tarjetas
de descuento de todas las franquicias de moda, tiques de compras
216
de los últimos seis meses (a veces más) y fotos de sus padres, hermanos y sobrinos carnales (las de los suegros, evidentemente no; la de
sus cuñadas menos, la de usted es probable que tampoco). También
deja sitio para el móvil y su cargador, las llaves y los llaveros, algún
bolígrafo, tabaco y mechero (las que fuman), gafas de sol tamaño
xl (como el bolso). A no ser que disponga del compartimento 4, es
imprescindible incorporar una bolsita de aseo con pinturas, goma y
pinza del pelo, lima, rímel, colorete, barra y cacao para los labios,
tiritas, kleenex e imperdibles.
2. Compartimento Colección otoño-invierno: a lo anterior sumar pañuelos
de repuesto, guantes de lana y una pequeña bufanda.
3. Compartimento Para esos días tan especiales, independientemente de
la estación, la bolsa de aseo se rellena con tampones, compresas, salvaslip, además de analgésicos y productos de parafarmacia variados.
4. Compartimento Qué hace una chica como tú en un sitio como este y de pronto
aparece el amor de tu vida. También llamado Colección Cenicienta (sólo
para singles): maquinilla de depilar, otro juego de medias, chicles,
muestras de colonias, preservativos o píldoras anticonceptivas, cepillo
del pelo tamaño bolso, cepillo y pasta de dientes de viaje, crema de
manos y tanga sexy. En resumidas cuentas, todo tipo de menaje para
estar preparada en cinco minutos, por si te surge un buen plan, un
buen rollo o si por un casual aparece Brad Pitt y debes estar perfecta
antes de que se esfume.
5. Compartimento Reservado para ti (que te pesan los güevos). Es un sitio
del bolso, a tu entender donde cabe de todo y al que envías tus llaves,
tu móvil, tu cargador del móvil, tu cartera, las entradas del concierto.
Cuando se tercia, hasta le pides que meta el papel de liar, tu tabaco y
tu mechero. Si alguna vez te has fijado, sólo se abre en verano, por eso
los bolsos siguen siendo igual de enormes. En invierno, todas estas
cosas las sueles meter en el bolsillo de tu abrigo.
6. Compartimento Miscelánea, que lleva todo tipo de sorpresas: libros,
cedés, revistas, etc. Tessa Quayle59 ha llevado hasta el perro de su
hermana.
7. Compartimento kit de supervivencia para madres desesperadas con niños
pequeños, que contiene: baberos, chupetes, chuches (a ser posible,
gusanitos), llaves de la casa de su madre para una emergencia, horquillas del pelo marca Hello Kitty, pañales, braguitas o calzoncillos para
59 Tessa Quayle es Rachel Weisz en El jardinero fiel.
217
todo tipo de escapes, Halibut pomada o similar, toallitas perfumadas
de nenuco, en invierno bufandas y guantes de repuesto, protector
solar y gorritas en verano. Lápices de colores y libreta pequeña, que a
todos los niños les gusta pintar y te sacan del apuro. Jarabe Dalsy para
la fiebre. En rigor, subraya Carrie Bradshaw, este kit ocupa el lugar
que antes contenía la Colección Cenicienta y otras cosas que sacan del
bolso en esta etapa, como son los condones.
3. ¿Por qué van al baño juntas?
Circulan por Internet varias hipótesis que intentan contestar a esta
pregunta. Probablemente sea la cuestión más tópica, pero la respuesta
que vamos a darles nosotros no lo es. Olvidémonos de que ellas tienen
grabada la escena de ir al baño acompañadas de sus madres para que
aprendieran contorsionistas formas de hacer pis sin rozar el inodoro.
Es muy simpática la explicación que rula por Internet, y que nos envió
por escrito Wendy,60 quien no pudo acudir a la cita porque estuvo
contando cuentos a sus hijos. Sin embargo, no fue compartida por el
resto de mujeres de cine que nos acompañaron a la mesa. Tampoco
vale la explicación de que se aburren en la fila porque, como ahora
veremos, son capaces de ir al baño para encontrarse con alguien allí y así
seguir hablando. Que sea por ese bolso tan enorme que siempre cuelgan,
ni hablar. Ni para prestarse kleenex, que todas los llevan. «La mayoría
de las chicas van juntas a baño desde la adolescencia, y allí empiezan a
descubrir que es mucho más emocionante comentar la jugada que la
jugada en sí», revela categórica Beatrix Kiddo.61
—Y ¿cuál es el contenido de las conversaciones a esa edad? —se
detiene solemne La Novia—. Que si este niño me ha mirado, que si a
aquél le gustas, que si acércate y dile, que ya verás que llevo razón, que
si has visto a esa zorra cómo se ha ligado al más guapo con lo fea que es
y qué hortera viste, que si… Más por sana costumbre que por necesidad
hemos seguido esa dinámica, ¿verdad chicas?
Nadie discute a Beatrix. Todas asienten. Todas reconocen que lo
hacen y nadie se abochorna por ello. Al contrario, encuentran en el
baño ese momento de intimidad entre amigas inalcanzable en la cena o
la fiesta donde se habían reunido. Es su espacio.
Es evidente que aprovechan el momento para vigilar la puerta, para
60 Wendy Darling es Rachel Hurd Wood en Peter Pan.
61 Beatrix Kiddo, o simplemente La Novia, es Uma Thurman en Kill Bill.
218
sujetarse esos bolsos tan enormes, para prestarse los kleenex, para contarse
lo que compraron de camino a la cita o de los vestidos que se habían
probado, y que por eso llegaron tarde. Les gusta prestarse el carmín y
probarlo: «Shoshana62 siempre usa unas pinturas fantásticas, incendiarias, y ponérselas es como robarle parte de su belleza», dice Miranda. A
Shosanna Dreyfus, que es su amiga de verdad, por eso le ha prestado el
carmín, no le molesta que Miranda (ni quien sea) use su carmín si con
eso consigue cazar al nazi.
—A muchas nos aburre ir solas al baño. Allí conocemos más mujeres
haciendo cola y hacemos relaciones, así la espera es más amena —reconoce Tessa—, a veces sólo lo hacemos por acompañar y seguir la juerga.
En estas cuestiones de cañerías se discutía en la mesa cuando se acercó
el maître con una cerveza de menos graduación alcohólica. Para acompañar a un foie de pato, eligió la Lindemans Pecheresse, una cerveza de color
naranja, espuma blanca y aroma a melocotón. Su sabor es muy suave y
como sólo tiene 2,5 grados, se bebe con facilidad. Salvo Velma, con antecedentes penales, todas repitieron de esta bebida, y pronto el baño se fue
ocupando por nuestras invitadas. Siempre de dos en dos o de tres en tres.
Ninguna de las que se quedaron, como las que volvían del wc escondieron que van al cuarto de baño juntas para hacerse confidencias, para
criticar, para cotillear o comentar, para reír o llorar, para preparar estrategias, para hacer planes, para cambiarse de ropa, para pedir consejo o
para escapar de algún paliza. Ellas hablan, hablan y prometen llamarse
para seguir hablando. En definitiva, van juntas al baño porque tiene algo
mágico, no el lugar en sí, si no el momento. La clave está en el momento.
4. ¿Por qué tienen esa manía por el orden?
—¡¡¡¡Rafaaaaaa!!!! ¡¡¡¡Te voy a cortar los güevos!!!!
Por mucho que grite Escarlata, Rafa lleva ya media hora en el bar
de la esquina viendo el partido de la Champions. Pero, antes de salir
corriendo, a la vuelta del gimnasio, Rafa ha hecho lo de siempre: dejar
la ropa por medio, inundar el cuarto de baño, soltar la camiseta y los
calcetines, que huelen a muerto, y para colmo de la descompostura, los
calzoncillos siempre caen del lado que dejan ver el quemaillo, la negritud
de quien no se limpia en condiciones. ¡Pero si me gasta un rollo de
papel higiénico cada dos días! ¿qué coño se limpia? ¡Ya no puedo más,
le pongo la maleta y que se vaya con su puta madre!
62 Shosanna Dreyfus es Melanie Laurent en Malditos Bastardos.
219
—¿Dónde estás? —llama Escarlata al móvil de Rafa.
—En el bar, viendo el partido con Paco y Enrique. Como te pones
hecha una histérica cada vez que vienen a ver el futbol a casa…
—Claro, porque me dejas el salón lleno de botellas de cerveza, huesos
de aceitunas y ceniceros con colillas…
Señala Scarlett O’Hara63 que «no tienen manía por el orden sino que les
gusta tener su casa ordenada, que es distinto. El orden da equilibrio, tranquilidad y buenas energías a hombres y mujeres. Todos somos caóticos
y necesitamos el orden para no desesperar. Algunas tenemos la cabeza
tan desordenada que camuflamos nuestra inseguridad en el orden de las
cosas que nos rodean. A veces vivimos en un espacio tan reducido que sin
orden no hay circulación, no hay celeridad, no hay vida».
Es tangible que no se trata de una cuestión de género. Pero, ¿por qué
nos alumbra la sensación de que son ellas las que ordenan (y mandan)?
Tenemos que admitir que los hombres de la generación del baby boom
(los nacidos entre el final de los cincuenta y principios de los setenta)
hemos compartido habitación con varios hermanos. Si dejabas los calcetines en el suelo corrías el riesgo de que alguien los cogiera a la mañana
siguiente, por eso, cuando tenemos una casa propia, todo nos parece
enorme y nadie escamotea nuestra ropa. Entonces, ¿qué necesidad hay
de guardarla? «El irse a convivir con otra mujer es, en muchas ocasiones,
un acto de sustitución de la madre», anota Velma. «Sí, y la madre lo sabe
y se cuida de que vuelva al redil. Pero la mujer también, y lucha por sacar
a su hombre de la falda de esa bruja», insinúa la señorita Escarlata.
—¿Sabéis que os digo? —afila su sable Beatrix, La Novia—. Que en
esta guerra por atraer al macho, no caben licencias al vasallaje.
Cuando diseñamos el menú, maridado con bebidas fermentadas
de la cebada y el trigo, pensamos que la Delirium Tremens gustaría
a nuestras mujeres de cine porque viene embotellada en porcelana y
porque ganó un premio a la mejor cerveza del mundo hace unos años.
Tiene además, un protocolo minucioso para servirla y catarla: como es
de triple fermentación, el camarero debe derramarla en una copa de
balón muy inclinada y con sumo cuidado de no pasarse con la espuma,
demasiado oscura y espesa. Si se tira bien, sostiene un aroma dulce y
un sabor que sugieren muchos matices en la boca, pero de entrada es
bastante amarga y su alta graduación, nada menos que nueve grados, se
nota al instante. Se acompañaba de un queso fuerte en un plato chino
63 Scarlett O’Hara es Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó.
220
con nueces escarchadas y carne de membrillo picante. Sin embargo,
ninguna de estas cosas gustaron al gineceo: ni la cerveza, ni el plato ni la
pregunta ¿Por qué tienen esa manía por el orden?
5. ¿Por qué se comparan entre ellas?
Quizá por el sabor amargo de la Delirium Tremens, o porque algunas no
habían vuelto aún del cuarto de baño, la siguiente pregunta la tuvimos
que pasar dos veces. Tampoco nosotros quedamos demasiado satisfechos con su contestación y esperamos a la cuestión ¿Por qué tus amigos le
caen bien pero sus novias (o mujeres) no? para volver a plantearla. Las que
se quedaron en la mesa mascullaron tibias razones de adhesión o cariño
que no nos convencieron en absoluto. Entendemos lógica la pluralidad
y la falta de consenso; desde las que se declaran envidiosas hasta quienes
se sorprenden de esta pregunta varonil. «¿Es que ellos no se comparan?», señalan al unísono Velma y Amélie. Suerte para ellas y para sus
acompañantes, pero no nos sirve para contentar a quienes formularon
esta pregunta. Que fueron muchos. Que fueron todos.
Insistimos: no buscamos estereotipos. Las encuestadas son de diversa
procedencia social, educación e inclinación religiosa y política. Esperamos, pues, a las que volvían del baño (muchas) y testificaron que
seguían dándoles vueltas a la discusión de su manía por el orden. Reían
a mandíbula abierta porque la señorita Escarlata le pidió a una de las
abogadas del grupo los papeles del divorcio para ponerlos junto a los
calzoncillos de Rafa, el que se los deja tirados en el cuarto de baño.
«¡A ver si así se entera de que no saben andar solos hasta la lavadora a
quitarse el quemaillo!», clamaba la esclavizada esposa.
—¡Corten! ¡Hemos cambiado de acto! —tuvimos que invitar varias
veces a las contertulias—. Debemos rodar la siguiente escena. La cuestión que ahora subyace es ¿Por qué os comparáis entre vosotras?
Una de las que venía del baño, Clarice,64 todavía sentándose, aún con
la risa incontinente y preguntando dónde había más cerveza, es certera
y precisa:
—Porque somos competitivas, por espíritu de superación: ¡Com-peti-ti-vas!
—Por complejo de inferioridad y por envidia —apuntó Tessa Quayle.
—Por aprender, la comparación debe ser la base de la superación
—agregó Shoshanna.
64 Clarice Starling es Jodie Foster en El silencio de los corderos.
221
—Por complejos, envidias y afán de superación, pero no todas se
comparan tanto —resumió Beatrix, poniendo orden.
¿Lo tiene claro, querido lector?
Todavía quedaba un poco de foie de pato en la mesa y el camarero
vino con varias botellas de Lindemans Pecheresse que le habían pedido
nuestras mujeres de cine, ahora riéndose por la ocurrencia de Miranda.
«Ya sabéis que, a partir de los y pico de años, a las mujeres nos preocupa
mucho nuestro aspecto. Ahora ya no anhelo adelgazar, que es muy difícil, sino que mis amigas engorden un poco más que yo».
5b. ¿Por qué tus amigos le caen bien pero
sus novias (o mujeres) no?
Llegados a esta pregunta, es obligada una aclaración: durante toda la
velada pedimos a las contertulias que apuntaran sus propias impresiones
en unos folios preparados para el momento. La mayoría, por no decir
todas, confundieron la deixis de esta frase y donde pone le entendieron
un te. Conforme íbamos recogiendo sus notas advertimos el unánime
error y exhortamos a una rectificación rápida:
—No estamos preguntando por las novias (o mujeres) de vuestros
amigos —sugerimos—, sino por las novias (o mujeres) de los amigos de
vuestros novios (o maridos).
—¡Ah!, eso es otra cosa —sugirieron todas a la vez, gesticulando
llamativamente.
—Eso se contesta igual que la pregunta anterior, anotó Amélie, antes
de que Velma murmurara con su repetida tibieza que no es su caso.
Shoshanna y Miranda se apuntaron también a la opinión cortada de
Velma: «muchas de nosotras nos conocemos gracias a nuestros novios (o
maridos), pero es cierto que nos llevamos bien porque desde el principio
hubo química entre nosotras. Reconocemos que a algunos de vuestros
amigos no los habéis vuelto a ver por culpa de nuestra incompatibilidad.
Dejémoslo en eso, en incompatibilidad».
Como decíamos, esta pregunta dio lugar a contestaciones no previstas. En concreto a su relación con la novia (o mujer) de su amigo (de
ella). Para Amélie «depende de la química que haya con la persona, no
influye el género», o sea, que será aleatorio, y tampoco es su caso. Pero
entre el comadreo que se formó en una esquina de la mesa se escuchaba
con nitidez: «porque a tus amigos los eliges, y las novias (o las mujeres)
no». Era la infalible opinión de la experta Clarice.
222
—Si habláis todas a la vez no nos enteramos —tuvimos que moderar
el alboroto.
—¡Que mi amigo es mi amigo, pero su pareja no! —fue también clara
Miranda.
—¡Y porque son insoportables! —precisó la señorita Escarlata.
Beatrix, que había estado callada, oyendo cómo se exteriorizaba un sentimiento compartido en el lado opuesto de la mesa, pidió educadamente la
palabra alzando la mano. Apelando al derecho de todas a ser oída, requerí
el silencio del lado más alborotado y con menos pelos en la lengua de la
reunión. No se hizo el silencio más absoluto, ese del que se dice que es el
sonido más bonito del mundo, hasta que se oyó la voz de La Novia:
—¡Chicas, eso depende de la edad!
Se hizo una larga pausa. Beatrix apuntaba con un cuchillo y ya sabemos cómo se las gasta con los sables. De fondo se escuchó Enigma, de
Miles Davis, nadie como él gestionó los silencios.
—La edad es muy importante y cada vez eres más sincera, siguió
narrando Beatrix.
—Explícate por favor, le sugerí.
—Primero debo ubicarme en el tiempo —concretó La Novia apurando
los restos de la Lindemans Pecheresse de su copa—. Cuando vivíamos
la época de las pandillas y uno de tus amigos se ennoviaba con una
extraña, lo natural es que ocurriesen dos cosas: tú no le gustabas a su
novia y ella no te gustaba a ti.
—¡Una de las dos sobra en este pueblo! Eso suena a spaguetti-western
—comentó desde el fondo Shoshanna, a ella tampoco le gustan los
forasteros.
—¿Por qué no le gustabas a su novia? —siguió explicando impasible
Beatrix Kiddo—. Porque somos gatas escaldadas en los hornos de la rivalidad, la inseguridad y los celos. La extraña lo sentía automáticamente
suyo y, en consecuencia, intocable para el resto de las chicas de esa
pandilla. No daba concesiones a la división y al reparto, ni siquiera a las
confidencias contigo, aunque, la impostora no compartiera aficiones,
gustos, estudios u otras cosas con él.
—¿Por si le decíais de ella que era una bruja, fea, hortera, inculta o
boba?
—¡Por supuesto!
—Y ¿por qué a ti ni a las demás de la pandilla no os gustaba su novia?
223
—Por esas razones: porque era una bruja, fea, hortera, inculta o boba.
Algunas veces todo a la vez. Porque creíamos y sentíamos que nuestro
amigo era tan estupendo que se merecía alguna chica mejor, una misma,
por ejemplo. Nos preguntábamos ¿qué habrá visto en ella? Si no era fea
te parecía estúpida. Si tenía alguna afición cultural o su inteligencia te
desbordaba entonces seguro que era espantosa (físicamente hablando).
La Novia hizo de nuevo una larga pausa para probar el plato de arroz
con perdiz que nos habían preparado siguiendo una antigua receta
manchega. Todas la escuchaban con explícita atención y avalaban su
dictamen. Alguien pidió más cerveza y fue al momento agasajada.
—Actualmente —siguió Beatrix—, cuando los años han mudado
nuestro sentido de la amistad, creo que mi punto de vista es totalmente
distinto.
—If your time to you, is worth savin’. Then you better start swimmin’. Or
you’ll sink like a stone. For the times they are a-changin’65 —le canté.
—¡Qué bonita canción! La editaron el mismo día de mi cumpleaños,
entonces yo cumplía dos. Pero es atemporal y será eterna.
—Sigue, por favor —la animé a continuar—, es muy interesante lo
que estás contando.
—Desde la visión de la madurez, mis amigos o amigas son reales. No
hay envidias, ni recelos, ni intereses de por medio. Da igual el sexo.
La confianza es la misma para hablar con él que con ella. A ambos los
admiro y los quiero de corazón. Me gustan sus novias y sus mujeres y
creo que yo a ellas (si no, no me llamarían para vernos). La edad pasa
factura para algunas cosas pero para otras es una suerte, te hace crecer
y creer en la amistad.
Otro breve instante y todas se miraron con éxtasis. El silencio de los
corderos lo rompió Clarice insinuando que Tessa había pedido antes la
palabra con una propuesta sugestiva.
Enseguida, Tessa Quayle, que tuvo la misma confusión deíctica, nos
ofreció una explicación científica a la tesis de la rubia Kiddo. Es el sentir
de Eduardo Punset, en su término competencia social y emocional. Nos
resume que se trata de un viaje emocional que sucede a lo largo de una
relación estable de pareja, pero que permite el traslado hacia otras relaciones externas. Nos aclara Tessa: «Si en un principio, la base del noviazgo
65 «Si según vosotros, vuestra época, merece ser salvada, entonces mejor comenzad a
nadar, u os hundiréis como una piedra, porque los tiempos están cambiando.»The
Times They Are a-Changin’, Bob Dylan.
224
es la atracción sexual, este deseo trasviste a emociones más maduras y
desprendidas como el amor y el afecto. El primero es instintivo: existen
intenciones ocultas que reivindican la continuidad de la especie. Pero en
la filogénesis y en la ontogénesis nos desvestimos de esta dependencia y
acabamos percibiendo lo bueno que hay en el otro, en los otros».
—¡Vale!, y según tu hipótesis ¿cómo casa esta aceptación del otro,
desnudándola de su visión sexual con esa epidemia de operaciones estéticas en ambos sexos?
—Esa es otra pregunta mucho más profunda para analizar. Pienso
que se debe a una mezcla de inseguridad y pérdida de la autoestima,
junto a las exigencias de un cuerpo eternamente joven a las que estamos
esclavizadas por la sociedad de consumo. Además, quienes se someten
a las correcciones quirúrgicas de los signos del envejecimiento están
todavía en plena fase de separación de esas ataduras. Mientras palpite
el deseo sexual, existe el temor a que, en nuestro caso, la otra te quite a
tu pareja.
La protagonista de El jardinero fiel siguió con su interesante razonamiento en la búsqueda de la verdad:
—En cuanto a tu pregunta original ¿Por qué sus amigos nos caen bien pero
sus novias (o mujeres) no?, mi opinión es que de su amigo has oído hablar
tanto y él le tiene tanto aprecio, que tú acabas contagiándote antes de
conocerlo. Luego viene lo de aceptar a su novia (o su mujer). Y hay
mujeres simpáticas y estupendas con las que puedes conversar más allá
de las cuestiones domésticas. Con esas me llevo de maravilla. También
hay hombres interesantes que no conoces de nada y con los que congenias porque tienen otros recursos en una charla distintos del futbol o la
política. Los que te hablan de fútbol o política entienden que una mujer
no los siga y puedes pasar desapercibida. Pero de las mujeres que sólo te
hablan de sus niños, sus joyas o sus hábitos domésticos…. ¡huye!
6. ¿Por qué siempre llevan la razón?
Nos encanta esta pregunta por cuanto encierran sus contestaciones. Es
por ello que nos extenderemos un poco más que con las demás interrogaciones. Daría para un capítulo entero, quién sabe si para toda una
obra. Tras ella, o junto a ella, habíamos escogido otra manera de plantear
el mismo asunto, ¿Toman las mejores decisiones? A modo de preámbulo,
parece que los curiosos que emitieron alguna de estas dos preguntas,
225
asumen condescendientes que siempre la llevan. Ninguna de nuestras
mujeres de cine señaló lo contrario.
Si, en consecuencia, aceptamos el sí como respuesta, no renunciamos a indagar en la trastienda de esa razón, y planteamos otro debate:
¿toman las mejores decisiones porque son emocionalmente más inteligentes?, ¿llevan siempre la razón porque su visión de los problemas
es más amplia? Esta inferencia nos lleva a otra mucho más profunda:
¿nuestros cerebros son distintos?
Para contestar a estas cuestiones recorreremos territorios de la Fisiología y de la Antropología, si bien algunos de ellos ya se han analizado
en otros capítulos de este libro.
Empecemos por un poco de endocrinología de las hormonas sexuales:
en las hembras de cualquier especie animal se produce más cantidad
de estrógenos (las autoras de los caracteres sexuales femeninos) que de
andrógenos (los responsables de los atributos masculinos), aunque la
verdadera hormona femenina sea la progesterona, la del embarazo. Los
hombres ni nos enteramos de ella, por eso nos chocan tanto algunos de sus
comportamientos. Estamos en condiciones de asimilar la primera lección
de fisiología de las hormonas sexuales: «los estrógenos tienen más efectos
beneficiosos que los andrógenos». Aunque en menor medida, los varones sí estamos impregnados de estrógenos y disponemos de sus mismas
acciones beneficiosas, por eso nos cuesta asimilar que las mujeres intenten dominarnos en facetas no propias del sexo. Aunque nuestra segunda
lección de fisiología va más allá de la competencia de este libro, adelantamos el contenido de una hipótesis que en algún momento prometemos
desarrollar con más profundidad: esa capacidad de depurar el exceso de
andrógenos del organismo y sustituirlos por estrógenos supone un paso
evolutivo en la especialización o mejora de la especie humana.
Les proponemos ahora un ejercicio de Lógica: 1) los estrógenos son
evolutivamente superiores a los andrógenos, 2) los estrógenos tienen
más beneficios naturales que los andrógenos, 3) las mujeres son capaces
de sustituir los andrógenos por los estrógenos. En definitiva, las mujeres
son evolutivamente superiores y sus respuestas más beneficiosas.
Nos vamos acercando a la contestación de las preguntas ¿Por qué
siempre llevan la razón? ¿Toman las mejores decisiones?, pero nuestra tesis es
rebatible. Hay bibliotecas enteras dedicadas al postulado contrario. Por
ejemplo, si usted conoce algo de neurofisiología, podrá argumentarnos
226
que la complexión del cerebro de la mujer es cíclica, esto es, evolutivamente más antigua, mientras que el cerebro de los hombres ha evolucionado perdiendo esta condición. No le quitamos la razón, pero esa
periodicidad, por otras partes muy común en otros fenómenos biológicos y no biológicos de la Naturaleza, la adquiere el cerebro femenino por
su impregnación espaciada y recurrente de progesterona. Una cosa es la
estructura cerebral, veremos a ver si diferente o no entre el hombre y la
mujer, y otra muy distinta la conducta en él generada ante determinadas
situaciones o impregnaciones hormonales.
Con este análisis simplista se pueden explicar muchas diferencias de
sexo, pero es evidente que la naturaleza humana no es tan sencilla. Recurriremos a la deducción de que el hombre camina evolutivamente por detrás
de la mujer porque para algunos machos de mente estrecha es preferible
contestarles estrechamente. Es probable que usted, querido lector, que se
atrevió a leer este libro y ha llegado hasta estas líneas, no sea uno de ellos,
y que su sentido del humor alcance a soportar ésta y otras imprudentes
interpretaciones del comportamiento de las mujeres y nos siga leyendo.
Profundicemos en la fisiología de las hormonas estrogénicas. Nos
ayudará a dar respuesta a la pregunta de este epígrafe. Cualquier célula
dispone de dos mecanismos de respuesta a ellas: una interesantemente
rápida, en cuestión de microsegundos y otra de paciente elaboración.
La rápida se produce en la misma pared o membrana externa, y es la
responsable, por ejemplo, de fenómenos como la vasodilatación, que nos
permiten aliviar ese grave trastorno que se llama hipertensión. La respuesta
lenta requiere de la intervención del genoma de la célula, o sea, es algo
meditado y de matemática exactitud.
Hagamos ya el primer experimento con nuestras mujeres de cine. ¿Por
qué siempre lleváis la razón? ¿Tomáis las mejores decisiones? Esta fue su
respuesta rápida: «llevamos la razón por nuestra inteligencia emocional,
por nuestra visión global», dice Shoshanna; «porque no somos egoístas
y pensamos por todos», aclara Amélie; «porque somos más rápidas y
más ágiles», refiere inmediatamente Carrie; «porque tenemos un sexto
sentido», explica por fin Scarlett O’Hara. La referencia al sexto sentido
es tan recurrente como expeditiva y recia. «Es evidente, por supuesto,
quién lo pone en duda», sentencia ya Clarice Starling, consciente de
que a esta pregunta no merece la pena prestarle más tiempo.
Nos habían servido una cerveza aframbuesada de aspecto, textura y
gusto semejante al de un vino espumoso. De no ser porque vimos al
227
maître abrir la botella, juraríamos estar catando un Crémant. Se trataba
de una St. Louis Framboise servida en copa larga y las mujeres de cine
se regodearon, delicada y lentamente, con su retrogusto. Ninguna necesitó mayor dosis para paladear y extraer de esa peculiar cerveza todos
sus atributos. En unos minutos todas entendieron las diferencias que el
maître iba relatando sobre ella.
«No creo que sea una cuestión de quién tome la mejor decisión, sino
que nosotras tenemos un sexto sentido que nos hace ver las cosas más
amplia y rápidamente que los hombres. Luego meditamos un poco lo
que hemos dicho al vuelo y tomamos una decisión a la vez práctica y con
el corazón», descubrió Scarlett O’Hara nada más apurar su copa.
Si recordamos la fisiología, se vislumbra una respuesta lenta y meditada. Enseguida volveremos a ella, pero en ese momento pusimos sobre
la mesa un documento que uno de los compañeros de estas mujeres de
cine nos envió desde Internet,66 infiltrándose en sus respuestas:
• Crucé unas palabras con mi mujer, y ella cruzó unos párrafos
conmigo.
• Dos secretos para mantener vivo el matrimonio: 1. Cuando estés
errado, admítelo. 2. Cuando tengas razón, cállate.
• Una buena esposa siempre perdona a su marido cuando está
equivocada.
• Yo me casé con doña «Tengo Razón». Solo que no sabía que su
segundo apellido era «Siempre».
• Ya hace 18 meses que no hablo con ella... Es que no me gusta
interrumpirla.
• El matrimonio es una relación entre dos personas, en la que una
siempre tiene razón, y la otra es el marido.
Se escuchó un abucheo generalizado que llamó la atención de toda
la terraza.
Como apuntábamos, para terminar de entender qué relación existe
entre lo práctico y lo que se decide con el corazón, si las mujeres tienen
una visión más amplia del problema, incorporan más datos para enjuiciar la situación y además cargan de emotividad sus respuestas, esperamos la resolución genómica. La meditada y lenta. Nosotros también
hicimos nuestras propias investigaciones:
Con el fin de determinar si existen circuitos cerebrales específicos
66 El Matri-moño, L’etor de Mar del Plata.
228
responsables de ese sexto sentido, examinamos los artículos, publicaciones
y documentos existentes en nuestra literatura científica. En un congreso
reciente se me había pedido que hablara precisamente de eso, de las
diferencias de sexo en la configuración y deterioro del cerebro humano.
El reto es dificilísimo por cuanto el cerebro humano es la segunda entidad más compleja del Universo, sólo por detrás del propio Universo.
Dentro de esta incalculable complejidad, se puede defender además,
que existen diferencias de sexo en los procesos que rigen su configuración y su deterioro, sosteniendo que el cerebro de la mujer adquiere
mayor desarrollo en algunas áreas relacionadas con las emociones y
el conocimiento (por ejemplo en las del aprendizaje de la música y el
lenguaje); y que sufre el exclusivo proceso de la menopausia, y con ella
el brusco avance de su envejecimiento.
Sería absurdo negar la participación de las hormonas en cualquiera de
las áreas en las que está dividido el cerebro, en tanto la mera circulación
por el torrente sanguíneo garantiza su presencia en los trillones de sinapsis que allí se establecen. Para fortalecer esta tesis, disponemos de multitud de evidencias sobre el funcionamiento neuronal dependiente de los
estrógenos o el aislamiento de receptores para ellas en territorio cerebral. La propia biosíntesis aromatasa dependiente, la enzima que modifica
la estructura de los andrógenos y los convierte en estrógenos, garantiza
incluso la normalidad en sus niveles intra-neuronales o intra-sinápticos.
Pero la cuestión que aquí subyace es si la impronta hormonal en el
funcionamiento del cerebro, pudiera ayudarnos a explicar caracteres y
conductas de género. Es el momento de adentrarnos en la Antropología:
gracias a ella, sabemos que las hembras son más difíciles de contentar
que los machos a la hora de elegir pareja. Un dicho popular recita que
al hombre se le engancha con la vista (más si se acompaña de tacto y
olfato) y a la mujer por el oído. Adentrándonos en este apasionante
tema, no debemos dejar de mencionar a Louann Brizendine, autora
de El cerebro femenino.67 Brizendine es la directora de una clínica especializada en hormonas femeninas, y defiende una tesis central: ellas
están especialmente preparadas para la comunicación, la empatía, la
percepción de las emociones; y ellos, en cambio, lo están para la acción.
Las emociones «disparan en ellos menos sensaciones viscerales y más
pensamiento racional», escribe.
Pero un error frecuente en cualquier disciplina científica es la publi67 Louann Brizendine, El cerebro femenino. rba, 2007.
229
cación de datos que señalen diferencias, no las que muestran similitud.
A veces estas diferencias no se contrastan con el modelo estadístico
adecuado y con el tiempo acaban por no confirmarse. Una de sus más
aclamadas hipótesis postulaba que la mujer usa unas veinte mil palabras, mientras el hombre sólo emplea siete mil. Como muchas ideas
que alcanzan la condición de mito, decenas de titulares han recogido
el 20.000 vs 7.000 de Brizendine, pero no su rectificación. En rigor, no
existe diferencia alguna en la aptitud lingüística entre sexos, y hasta la
misma Brizendine lo ha reconocido en su última obra.
Otros mitos similares también se han derrumbado con la observación
científica, aunque son difíciles de borrar del inconsciente colectivo: sólo
utilizamos un 10% de nuestro cerebro; el tamaño si importa (también
en el cerebro); los cerebros del hombre y de la mujer son diferentes;
los hombres no pueden mantener dos conversaciones a la vez; o que las
mujeres conducen peor que los hombres.
¿Existe el sexto sentido? ¿Es un atributo más desarrollado en el sexo
femenino? Volvamos a la Antropología y a la música. Decíamos que las
hembras son más difíciles de contentar a la hora de elegir pareja. Pues
bien, son precisamente el canto y la danza los rasgos que determinarían
su elección. Esta es una de las teorías de Geoffrey Miller,68 un psicólogo
evolutivo de la Universidad de Nuevo México, quien postula que estos
rasgos son de mayor categoría que el tamaño en la era de los Homo ergaster y Homo erectus, hace uno o dos millones de años. La hipótesis de Miller
contradice en cierta medida la teoría de la Tara (el desarrollo de unas
características inútiles, sólo para atraer la atención de las hembras, el
ejemplo más claro lo tenemos en los pavos reales). Según su interesante
tesis, en lugar de una tara, en el primitivo ser humano, el baile y el canto
ponían de manifiesto la buena forma física, la coordinación, la fuerza
y la salud del elegido. El control de la voz, por otra parte, revelaba la
confianza en uno mismo. A la vez que indagaba en los restos antropológicos, Miller ha intentado encontrar pruebas en el siglo xx que confirmen su propuesta de que la música es producto de la selección sexual.
Pone como ejemplo a Jimi Hendrix, quien podría haber sembrado de
hijos el planeta si no llega a ser por su estúpida adicción a las drogas.
¿Existe alguna conexión entre los descubrimientos de Miller y lo que
escribe Louann Brizendine? ¿Pueden responder a nuestras preguntas?
68 G. Miller. Evolution of human music through sexual selection. The origins of music. NL
Wallin. Cambridge, 2000.
230
Si buscamos una diferencia en la configuración del cerebro femenino
que justifique esa visión global, esa percepción de otros peligros, eso que
hemos convenido en llamar sexto sentido, a lo mejor no está en el mayor
desarrollo de ninguna área específica, como el área de la comunicación
que guió los primeros escritos de Brizendine, sino en su grado de empatía y percepción de las emociones. Puede que las hormonas modifiquen
la respuesta de esos circuitos cerebrales concretos. En definitiva, que
retoquen la conducta. Esto es compatible con lo que escribe Miller: en
su sentir, la mujer capta en la música, entendida como el lenguaje de las
emociones, rasgos de bondad y maldad que le hacen tomar las mejores
decisiones.
7. Entonces ¿por qué les atraen los hombres
que menos les convienen?
Tessa y Carrie nos admiten que suelen ser los más guapos y seguros de sí
mismo, aquellos a los que les gustan mucho las mujeres y han probado
con bastantes. Entre paréntesis colocan la palabra prepotente. No entendemos que prepotente entre de titular en el equipo de los halagos, se nos
ocurre que más bien es un atributo que a la vez atrae y se reconoce como
peligroso. Empezamos a vislumbrar puntos débiles en ese cerebro mejor
dotado para el sexto sentido.
Analicemos con detalle esta jugada: «Tienen una mirada que te
derrite, aunque un minuto antes, los mismos ojos se desvivían por el culo
de la camarera del pub», aclara Carrie. Descubrimos motivos bipolares,
matices diferentes en boca, como aquella cerveza, la Delirium Tremens,
que vuelven a evocar cuando la pregunta escuece.
«Intrínsecamente puede ser un reto», esgrimió como excusa Miranda.
«Estoy de acuerdo contigo —mascullaba al lado Velma Kelly—, es el
orgullo de conseguir al que llama la atención de todas». «Yo también
pienso en lo del reto —volvió a intervenir Carrie—, nosotras hemos
sometido al león que nadie había domado antes».
«Algo tendrán, no lo sé… y seguro que pensamos que los vamos a
cambiar, ¡qué ilusas!», por fin se atrevió a pronunciar Miranda, la de
Sexo en Nueva York.
Interrumpí una discusión que había levantado más expectación de
la prevista. Pregunté si el reto es algo pasajero y después se iban a vivir
con el bueno, o si, por el contrario, seguían con él. En ese momento
pensé en quienes formularon la pregunta. Probablemente se parecieran
231
a Ricardo Somocurcio, Ricardito, el niño bueno, el protagonista de Travesuras de la niña mala, del nobelado Vargas Llosa.
«Estamos predispuestas al sufrimiento, a lo difícil», razonaba Clarice.
«Es fácil. Haz la suma: el poder de seducción de los hombres + somos
un poco masoquistas —aclaró otra con enfática elocuencia—, yo me
dije un día que no volvería a pasar hambre y ese no es mi problema». Era
la señorita Escarlata.
El tono de la reunión había girado hacia una contienda preocupante
y blandieron semblantes serios por primera vez en la tarde. Nadie interrumpió a nadie. Todas escucharon circunspectas a quien tuviese la
palabra. El efecto del alcohol se había disuelto por arte de magia y por
la seriedad del momento. La luz de la tarde, tamizada por unas nubes
altas y la puesta del sol en Sierra Elvira, iluminaba de cuando en cuando
las caras de las que miraban hacia el oeste.
De repente, Beatrix Kiddo, mientras balbuceaba unas disculpas
porque el ocaso no le dejaba ver bien los rostros de sus interlocutoras,
dijo «algunas creen —subrayó creen— que son las únicas que han conseguido que sienten la cabeza… y demasiadas veces no es así». A renglón
seguido Shoshanna urdió una similitud con las mujeres que se abandonan a la violencia machista. Se hizo un silencio incómodo. El único
en toda la velada. Todas las mentes anidaban los ecos de la noticias de
todos los días. Alguna, seguro que conoce a quien lo ha sufrido o lo está
sufriendo. A nosotros nos cuesta entender este tipo de actitud y sólo
merece nuestro más profundo y cristalino Desprecio, con mayúscula.
—¿Alguien se tomaría otra Delirium Tremens? —me atreví a sugerir—. Algunos malos tragos hay que acompañarlos de bebida dura.
8. ¿Por qué piensan que el día de navidad y el día de
Reyes hay que pasarlo siempre en casa de su madre con
la única justificación de que son días muy especiales?
¿En qué casa no son especiales esos días?
La siguiente cerveza que sirvieron, la quinta, fue la conocida belga Stella
Artois, inicialmente una cerveza creada para la Navidad. Por cómo vestía
el tiempo, estaba a punto de llegar, al menos para El Corte Inglés. La
Stella Artois es una cerveza estupenda para una tertulia, porque no lleva
demasiado alcohol y refresca. Las preguntas empezaban a tomar un tono
caliente y no queríamos enturbiar la alegre velada. Las elegidas para los
postres volvieron a sacar el lado cómico de nuestras mujeres de cine.
232
Como decíamos, la Navidad estaba a punto de aparecer por los escaparates de los grandes almacenes y pronto en las discusiones de casi
todos los hogares. La interrogación la hicimos en segunda persona: ¿Por
qué pensáis que el día de Navidad y el día de Reyes hay que pasarlo siempre en
casa de vuestra madre con la única justificación de que son días muy especiales?
Salvo por alguna accidental excepción (si la encuestada es huérfana),
existe una inquietante mayoría en preferir pasar esos días tan especiales
en las casas de sus madres. Ellas misma asumen, sin embargo, que están
cambiando, ya veremos cómo. Pero, querido lector, si usted todavía es
de los que siguen la tradición española de pasar en familia esas señaladas fiestas, prepárese para hacerlo en la casa de su suegra.
No es la más divertida, ni siquiera donde mejor lo pasa ni donde se
come mejor, y en eso está de acuerdo con su propia pareja, pero hasta
usted mismo estará más relajado si se olvida de los turnos y deja su brazo
a torcer. En este sentido, España sigue siendo un matriarcado que no se
aleja de ritos atávicos como éste (los que interesan).
¿Ha probado a irse de vinos al mediodía en esos días tan especiales?
Realmente es divertido. Hay un ambiente generalizado de optimismo
y ganas espontáneas de pasarlo bien. Es raro el bar donde no reinen
estos principios. El vino, la cerveza, el cava y la sidra se escancian sin
parar. Algunos queremos pensar que la mayoría lo hace por celebrar
con los amigos lo que está reservado a la familia. Pero confiesa Tessa
Quayle, aburrida de su jardinero fiel, que «algunas lo hacen para coger
una cogorza lo suficientemente grande y así afrontar de otra manera
el suplicio de la cena familiar». Eso recuerda al modus operandi de los
beatnik, que bebían para pasar la vida de espaldas al alienado estilo
americano de la postguerra.
Ya en serio, sigue contando Tessa:
—Con mi familia tengo más libertad, no debo medir tanto las palabras
ni forzar conversaciones. Las peleas quedan en casa, los malos rollos
no se airean. Tengo una amiga que de adolescente nunca le dejaban
hacer nada, tenía que encerrarse a las diez mientras las demás teníamos
permiso hasta las doce. Llegó a irse hasta cinco veces de viaje de estudios
para poder estar con el novio. La susodicha se refería a su padre como el
hijo-puta-calvo. «Si te quedas embarazada te dejo sin paga», le amenazaba.
—¿Es verdad que existen padres tan atontados? —interrumpió
Velma—, o sea, que a efectos del código penal de ese hogar, lo mismo da
llegar un viernes a las diez y media que quedarse embarazada. Lo mismo
233
es no hacer la cama que quedarse embarazada. Lo mismo es suspender
las sociales que quedarse embarazada. Permíteme que te diga querida
Tessa, que ese hijo-puta-calvo es lo más necio que he conocido en mi vida.
—En una ocasión que no la dejaron salir —sigue contando Tessa,
absolutamente de acuerdo con la opinión de la protagonista de
Chicago—, le preguntamos si era por culpa del hijo-puta-calvo y ella pilló
un rebote de tales dimensiones que nos advirtió, toda encendida, con
las yugulares marcadas y las carótidas latiendo a atropellada batida, que
lo de hijo-puta-calvo sólo lo decía ella... ¿Y sabéis cuál fue el final?
—Mandó al hijo-puta-calvo a tomar por culo —volvió a contestar Velma.
—Cuando se casó, ya puedan pasar los milenios que ese tipo de mujer
siempre se casa, la hija del hijo-puta-calvo celebraba esos días tan especiales
en casa de sus padres: «al menos prefiero a mi calvo, al que puedo decir
hijo-puta».
—Lo siento Tessa, tienes una amiga con el mismo cretinismo congénito que el hijo-puta-calvo, yo sé cómo arreglar a esos tíos —señaló Beatrix
con el cuchillo.
Existe otra justificación más tierna y extendida entre las mujeres de
cine para irse a casa de sus madres en esos días tan especiales. Lo dicen
Shoshanna, Miranda y Clarice: porque quieren volver a ser hijas, y en
casa de sus madres vuelven a sentirse hijas. ¡Querido lector: no me digas
que no es bonito, tío! En esos días tan especiales se van con sus mamás
porque están más relajadas, están palabra por palabra como en casa,
¡porque las miman! Dicen que cuando no están con sus madres en esos
días tan especiales, lloran a escondidas.
Y tú, perro viejo abrasado en las calderas de la mentira, te preguntarás: ¿esto no suena a chantaje? ¿Es que a mí no me gusta que me mimen?
Pero si no paran de echarse en cara cosas y se tiran la noche peleando
con la madre y con la hermana. Si están deseando irse a casa a dormir,
¿cómo quieren a toda costa celebrar esos días tan especiales con ellas?
Vislumbramos que eres de los que se dejan los calzoncillos sucios
tirados en el cuarto de baño; de los que no llevan nada en los bolsillos
porque para eso ellas van con unos bolsos tan enormes; de los que se
soliviantan porque se ha retrasado unos cuarenta minutillos de nada en
probarse catorce vestidos antes de salir; de los que se rebotan porque
ella siempre toma las decisiones oportunas, ¡y tú sabes que lleva razón!;
de los que dices sin tacto, pero sí con demasiado tiento, que sí es verdad
que está más gordita; de los que hablas demasiado de esa compañera
234
nueva y se te ve en la cara que te pasas el día mirándole el culo y el
escote; de los que insiste en que la mujer de tu amigo, con el que te vas
a ver el partido del Plus, es encantadora, y sabes que es mentira, que
es una envidiosa y una bruja. Nos parece, tío, que te están mimando
demasiado y que debes ceder ¡ya!
Una recomendación: si eres de los que lleva el marchamo de masculino tópico, deja que vayan a la casa de su madre en esos días tan especiales. Te proponemos a cambio que invites a tus padres a un vino antes
de comer, o mándales una botella de Moët Chandon para la noche.
Apúntate a las juergas del mediodía que seguro se celebran en el bar de
tu esquina, y reúne allí a todos tus hermanos y amigotes, incluso sin sus
novias o mujeres, vayamos a que entre ellas surjan chispas. Pero déjalas
que celebren con sus mamás esos días tan especiales.
Y no te fíes de las que dicen, como Amélie: «prefiero ir a casa de mi
madre porque estoy más relajada, pero si no puede ser, se hacen turnos y
solucionado». ¡Cuidadorrr!, diría Chiquito de la Calzada. La protagonista
de la película del mismo nombre ha confesado que luego llora a escondidas. Así que hazlo por tu salud sexual. A no ser que no te importe
desengrasar la mano derecha (la izquierda si eres zurdo) y dedicarte
una temporada al onanismo.
9. ¿Qué tengo que hacer cuando me pregunta si está gorda?
—¡Sois infames! ¡Cómo se os ocurre preguntarnos esto después de
ponernos estas delicias de chocolate! —protestaron al unísono Miranda
y la señorita Escarlata.
Nos acababan de servir un postre bañado en chocolate. ¿A qué mujer
de cine no le gusta el chocolate? El maître lo acompañó con una cerveza
de una tierra cercana y generosa en matices (la tierra y la cerveza). La
Mezquita tiene un color cobrizo, es poco carbónica y su sabor es intenso
y amargo. Su maridaje con el chocolate resultó perfecto y, al rato, descubrimos aromas a regaliz y los efectos de su elevada alcoholemia.
¿Sabe lo que tiene que decir si su mujer le pregunta si la ve gorda?
«La respuesta, amigo mío, está flotando en el aire», canta el excelso
Bob Dylan. La réplica inmediata de Miranda y Scarlett, como la de
Beatrix, Velma, Amelie, Shoshanna, Tessa, Clarice y Carrie, como la
contestación internauta de las ausentes Wendy y Susan Lowestein fue
mentir, con mayúsculas. Déjese de encomiarse a todos los dioses para
que ocurra algo sobrenatural antes de su respuesta. Olvídese de la amne235
sia repentina, que ese síntoma no existe en ningún manual de Psiquiatría. No se le ocurran soluciones alternativas o ambiguas como «a mí
me gustas así». ¡Eso es decirle que está gorda!, más que eso: ¡gooorda!,
como ella se verá. No le queda más remedio que mentir.
—¿Mentir y ya está?
—No, hay más: mentir. Mentir. Mentir. Mentir a todas horas. Mentir
mucho. Mentir hasta la saciedad. Mentir como un cosaco. Mentir a lo
bellaco. Mentir como una parra. Mentir relajado. Mentir descarado.
Mentir con la gorra. Mentir como una zorra. Mentir de rodillas. Mentir
sin parar. Mentir a la cara. Mentir quieto. Mentir con gracia. Mentir sin
parpadear. Mentir convencido (apréndelo al espejo). Mentir sin maldad.
Mentir sin cogerle el culo. Mentir como un conejo. Mentir de verdad.
Ella podrá decirte que eres un mentiroso, que estás ciego, pero te
querrá un poquito más.
10. ¿Por qué tenemos que medir tanto las palabras y
los gestos cuando les contamos algo de otra mujer?
¡A ver Mariano, vamos a tener que enseñarte de todo!. ¿Cómo se te
ocurre preguntar esto? ¡Y eso que tu mujer no es celosa! No es que
tengas que medir las palabras y los gestos, es que tienes que borrarte esa
cara de gilipollas que canta a la legua que esa tía te gusta. Es que, desde
que has nombrado su nombre se te ha puesto una boquita de bobo que
dice lo guapa que es. Es que piensas tan fuerte que hasta tus vecinos
han oído ese «¡qué polvo tiene!». Es que no has sido capaz de callarlo
delante de tu suegra y de tu cuñada, y lo primero que le han preguntado
a tu mujer es de dónde vienes con pajarita.
No puedes preguntar eso porque, cuando lo haces, te comes las uñas
y los nudillos. Porque te has puesto rojo como la regla de tu hermana.
Porque, cuando le estás hablando a tu mujer de otra, se te nota en la
cara que, no es que esté buena, es que llevas babeando desde que le viste
el escote esta mañana. Porque en tus paralizadas cejas arqueadas se ha
quedado grabada la imagen de ese culo que tiene la tía de la que hablas.
Porque tu mujer ya está escamada con los litros de colonia que te echas
a diario, y sólo le faltaba esto. Porque no hace falta que el teniente Aldo
Rain, el de Malditos Bastardos, te grabe nada en la frente, que ya se lee
«esa tía está buena». Porque, ¿a coño de qué tienes que hablarle a tu
mujer de otra?
236
Índice
A modo de introducción: la historia
de una gestación • 5
1. Al final de las lágrimas. La esterilidad
es cosa de dos • 8
2. La chica de ayer se abochorna • 40
3. A preguntas embarazosas,
respuestas anticonceptivas • 80
4. ¿Es verdad que les duele? La dismenorrea
también existe • 111
5. ¡Al abordaje! La vagina, esa desconocida
(its, terrorismo sexual) • 133
6. Cuídame mucho: el embarazo y el parto
explicado al padre • 159
7. No hay quien las entienda. De tensiones
y comprensiones premenstruales • 183
8. La sexualidad femenina: sexo con seso • 201
9. Mujeres de cine:
Todo lo que quiso saber sobre la mujer y se
atrevió a preguntarlo • 213