Homiletica.iveargentina.org 30 agosto Domingo XXII Tiempo Ordinario (Ciclo B) – 2015 Índice para utilizar el índice en la web haz clic en "Ver mensaje entero" al final del mensaje Textos Litúrgicos · · Lecturas de la Santa Misa Guión para la Santa Misa Directorio Homilético Exégesis · P. Joseph M. Lagrange, O. P. Comentario Teológico · P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. Santos Padres · San Juan Crisóstomo Aplicación · P. Alfredo Sáenz, S.J. · S S. Benedicto XVI · P. José A. Marcone, I.V.E. · P. Gustavo Pascua, I.V.E. · P. Jorge Loring, S.J. Ejemplos Predicables Comunicado Especial Textos Litúrgicos Lecturas de la Santa Misa Domingo XXII Tiempo Ordinario (B) (Domingo 30 de Septiembre de 2015) LECTURAS No añadan nada a lo que yo les ordeno... observen los mandamientos del Señor Lectura del libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8 Moisés habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: « ¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!» ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes? Palabra de Dios. R. Señor, ¿quién habitará en tu Casa? El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. R. El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que temen al Señor. R. El que no se retracta de lo que juró, aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará. R. Lectura de la carta de Santiago Pongan en práctica la Palabra 1, 17-18. 21b-22. 27 Queridos hermanos: Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación. Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo. Palabra de Dios. Aleluia. El Padre ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación. Aleluia. Dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 1 -8. 14-15. 21-23 Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: « ¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?» Él les respondió: « ¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos". Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme, todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». Palabra del Señor. Volver Guión para la Santa Misa XXII Domingo del Tiempo Ordinario- 30 de Agosto 2015- Ciclo B Entrada: La Santa Misa es el culto a Dios por excelencia que se ordena a la renovación del corazón por el contacto íntimo y personal con Nuestro Señor presente en la Eucaristía. Dispongámonos a participar activa y fructuosamente de este Santo Sacrificio. Liturgia de la Palabra Primera Lectura: Dt 4,1-2.6-8 Es en el corazón donde se realiza la auténtica adhesión a los mandamientos de Dios. Salmo Responsorial: 14 Segunda Lectura: St 1,17-18.21b-22.27 El apóstol Santiago nos exhorta a recibir con docilidad la palabra sembrada en nosotros. Evangelio: Mc 7,1-8.14-15.21-23 Cuando el interior del hombre ha sido transformado por Cristo, también lo exterior es limpio y bueno. Preces: Hermanos, con el corazón cerca del Señor, pidámosle humildemente por nuestras necesidades A cada intención respondamos cantando: * Por las intenciones y salud del Santo Padre y por la extensión de la santa Madre Iglesia en aquellas regiones del mundo que aun no conocen a Cristo. Oremos. * Por todos los cristianos perseguidos a causa del nombre de Cristo, para que se les reconozcan los derechos a la igualdad y la libertad religiosa, de modo que puedan vivir y profesar libremente su fe. Pedimos especialmente por los cristianos de Irak, Siria y Gaza. Oremos. * Por las naciones en guerra, para que se derriben las enemistades que separan a los hombres enfrentados y para que sus ciudadanos sean dóciles a la voz de Dios que anuncia la paz a su pueblo. Oremos. * Por aquellos matrimonios que están afrontando dificultades, para que el verdadero amor no exento de sacrificio sea la salvaguarda de la unión de los esposos. Oremos. Escucha Padre la oración de tus hijos, y ayúdanos a convertir nuestro interior. Por Jesucristo nuestro Señor. Liturgia Eucarística Ofertorio: El Padre ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza. A Él presentamos nuestra propia oblación junto con estos dones: * Cirios como signo de nuestra fe recibida para ser difundida a todos los hombres que aún no conocen a Cristo. * Pan y vino, que por obra del Espíritu Santo, se harán sacramento de vida para el hombre. Comunión: La Eucaristía recibida con pureza de corazón establece en nosotros el reino de Dios, haciéndonos capaces de vivir su misma vida y de obrar según su amor. Salida: Que nuestra Madre del cielo sea nuestra maestra y guía en las obligaciones interiores del amor, de la acción de gracias, y así formemos un pueblo santo, puro, inocente y espiritual, que pueda glorificar a Dios en todos los siglos. (Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina) Volver Directorio Homilético Directorio Homilético Vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario CEC 577-582: Cristo y la Ley CEC 1961-1974: la Ley antigua y el Evangelio I JESUS Y LA LEY 577 Al comienzo del Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza: "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5, 17-19). 578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3). 579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15). 580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15). 581 Jesús fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7, 13). 582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones. II LA LEY ANTIGUA 1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el interior de la Alianza de la salvación. 1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal: Dios escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57,1). 1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7,12), espiritual (cf Rm 7,14) y buena (cf Rm 7,16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf Gal 3,24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según S. Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una "ley de concupiscencia" (cf Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios. 1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. "La ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras" (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes los "tipos", los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los Cielos. Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual "la caridad es difundida en nuestros corazones" (Rm 5,5) (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1 ad 2). III LA LEY NUEVA O LEY EVANGELICA 1965 La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva...pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34). 1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de hacerlo: El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana...Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana (S. Agustín, serm. Dom. 1,1): 1967 La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5,17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino. 1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44). 1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt 6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6,9-13). 1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31). Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12). 1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis mora l de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad se sin fingimiento...amándoos cordialmente los unos a los otros...con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12,9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5-10). 1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición de hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15). 1973 Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 184,3). 1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno: (Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor (S. Francisco de Sales, amor 8,6). Volver Exégesis P. Joseph M. Lagrange, O. P. La tradición de los fariseos y el verdadero servicio de Dios (Mc 7,1-23; Mt 15,1-20) Acaba de decirnos san Juan que Jesús se dirigió de nuevo a Galilea. San Marcos y san Mateo nos lo presentan allí, espiado de cerca por los fariseos y escribas llegados de Jerusalén, pues los maestros de Israel, impresionados por las palabras de aquel que se adjudicaba el título de Hijo de Dios y se creía superior al sábado enviaron nuevos delegados suyos para sorprenderle en flagrante violación de las costumbres consagradas. No era esto difícil, teniendo que vérselas con los discípulos de Jesús, que aunque observantes de la Ley, eran sencillos y no estaban al tanto de minucias de la casuística rabínica. Muy pronto los sorprendieron tomando sus alimentos sin haberse antes lavado las manos o, como decían, con manos comunes, lo que era una grave falta. Se contó más tarde que R. Akiba, en su prisión, no teniendo agua sino para apagar la sed, se expuso a la muerte primero que dejar de derramar agua en sus manos antes de comer. Gracias que el lavado de las manos, que debía hacerse dos veces, para que la segunda agua llevase todo rastro de la primera ya contaminada, era una operación bastante sencilla, pues sólo se mojaban las puntas de los dedos. Si se había ido al mercado, donde se corría peligro casi seguro de contaminarse con el contacto de los paganos, había que remangarse y lavarse hasta los codos empleando 486 litros de agua de fuente o lluvia: cantidad enorme en Palestina. Con ocasión de esto, san Marcos añade que se lavaban cuidadosamente las copas, los jarros y los platos de bronce. ¿De dónde venía esta excesiva preocupación por la limpieza física hasta convertirla en pureza legal? No de la Ley, donde perdería el tiempo quien se ocupase en hallar algo semejante, y las más hábiles interpretaciones de los textos no resistirán la crítica. Hay que acudir a la autoridad de los antiguos doctores: ella bastó en otros casos para fijar el derecho sagrado, y los escribas se atenían a ella como si fuera la misma Ley. Era esto una pretensión inadmisible. Los intérpretes de la ley tenían por oficio interpretarla; pero no añadir observancias que alteraban su espíritu. Los fariseos habían dado un alcance peligroso al principio admirable de la Ley, de que Israel debía portarse como un pueblo santo. Esta santidad le obligaba lo primero a la pureza legal, especialmente en la elección de los alimentos (Lv 2, 44 s.). Era esto levantar una barrera necesaria cuando Israel estaba rodeado de naciones, cuyo culto era impuro. Pero cosas tan exteriores no debían tomarse como asunto principal. Habían venido los profetas y, a la cabeza de ellos, Amós, predicando la pureza del corazón y sobre todo la caridad, más agradable a Dios que las observancias. En lugar de estimular a la práctica de las antiguas observancias por el amor de Dios, primer principio de la Ley misma, los fariseos sólo pensaban en despertar en el pueblo el sentimiento de su superioridad sobre los gentiles, haciendo consistir esta superioridad en evitar su contacto con todo lo que no era legalmente puro. Esta desviación del sentimiento religioso, tan sensible en toda la tradición farisaica, quiso rectificarla Jesús con un ejemplo manifiesto. Prescribía la Ley: «Honra a tu padre y a tu madre; el que los maldijere morirá» (Ex 20, 12; 21, 17). No faltaban malos hijos en Israel. Seguramente había menos que en otras partes, pero lo grave era que allí la dureza del corazón o la ingratitud se cubrían con la máscara del respeto hacia Dios. La Ley contenía también este precepto, que lo dedicado a Dios no podía consagrarse a otro uso (Lv 27, 1-34). El voto, que se refería a un caso determinado y concreto, debía, pensaban los fariseos, ser preferido a una obligación más general. Si la Ley mandaba honrar a los padres, no prescribía que se les suministrasen los alimentos o se les cediese tal o cual cosa. Cuando el padre o la madre solicitaban de su hijo un servicio de este género, el hijo, para acabar con toda insistencia, consagraba al Señor aquello que sus padres necesitaban. Consagración ficticia, pues el hijo no perdía el uso de lo consagrado, pero irrevocable, porque hubiese sido sacrílego desprenderse de ello a favor de otro que no fuese Dios. Que este flagrante abuso del sentimiento religioso no era letra muerta, resultaba evidente de las discusiones habidas entre los rabinos. Rabbi Eliecer (hacia el 90 después de Jesucristo), conocido por sus singulares opiniones, hubiese deseado hallar un subterfugio para anular los votos impíos. Nada pudo hacer, porque la Ley, respecto a la validez del voto, era formal, lo cual se entendía incluso de los votos inmorales. Al fin, sin embargo, se admitió que un doctor pudiese dispensar los votos. Aunque los doctores contemporáneos no eran responsables de haber inventado o proclamado aquel subterfugio, cosa que Jesús no les echa en cara, atestiguando la validez de un voto tan contrario a la religión como a la humanidad, no permitían al mal hijo hacer cosa alguna a favor de su padre o de su madre, aun cuando se arrepintiese de lo hecho. Todo esto era, en suma, dejar a un lado el mandamiento de Dios, por pegarse a tradiciones inventadas y sostenidas por los hombres. Expuestos claramente estos principios, dejó Jesús libres a los fariseos para que calificasen el valor de sus escrúpulos de pureza legal antes de comer. Quiso, sin embargo, orientar hacia una solución a lo que de entre la multitud estaban bien dispuestos a escucharle. Opuso como en un enigma lo que entra y sale en el hombre. Según la situación que hizo nacer el debate, lo que entra es el alimento, que de suyo no tiene cualidad alguna moral; lo que sale son las acciones, que son buenas o malas. La Ley, es verdad, había catalogado los alimentos impuros y Jesús se abstenía de comer de ellos. Daba, pues, a entender que los alimentos puros según la Ley —de los otros no se trataba ahora— no podían manchar el alma, aunque se los tocara sin antes haber lavado las manos. La fidelidad a la Ley no era asunto de discusión, y mejor que nadie lo sabían los doctores; pero sus tradiciones eran denunciadas al pueblo como alteraciones de esta Ley. Ellos, al contrario, las miraban con cariño y las consideraban como la salvaguardia y valla protectora de la Ley, y estaban orgullosos de aquella obra maestra que tantas vigilias y talentos habían costado. Marcharon, pues, muy descontentos y afectaron haberse escandalizado. Los apóstoles se apenaron sin duda de ello: ¡incurrir en la reprobación de tales maestros! Seguramente que no habrían intentado defenderse. Jesús les dijo: «Dejadles; son guías ciegos, y si un ciego guía a otro, ambos caen en el hoyo». Un niño que ve bien, jugando, guía a un ciego. Pero si dos ciegos abandonados de todos se deciden a meterse entre la multitud ayudándose mutuamente, ¡cuántas precauciones y cuántos tanteos! Los escribas son ciegos que creen gozar de muy buena vista y van sin reparar al precipicio, arrastrando consigo las masas dóciles a su autoridad. Aquietados con esto, los discípulos, o más bien san Pedro en nombre de todos, tan pronto como se alejaron y entraron en una casa, probablemente a aquella en que Jesús se retiraba en Cafanaún, pidió a Jesús que les explicara el sentido de la parábola. A solas ya con ellos, se explica con una energía realista, que no es ordinaria y de la cual san Marcos ha conservado los términos. El corazón del hombre es aquí lo único importante, no puede mancharse con los alimentos. Un filósofo habría dicho: siendo el hombre, ante todo, razón y voluntad, no puede ser manchado por los alimentos materiales, que ningún contacto tienen con lo que en él hay de espiritual. Es manifiesto lo que significa la palabra corazón entre los hebreos. No se trata aquí de la acción propia del corazón. El corazón es aquí la facultad del hombre de amar a Dios y de conservarse puro delante de Él. Lo que entra en el hombre nada tiene que ver con el corazón; eso va a los intestinos y de allí al excusado. Con esto queda resuelta una gran cuestión de principio. La Ley de Moisés había consagrado las costumbres tradicionales en Israel y, aprobando Dios aquellas costumbres, tenían fuerza de ley divina. Pero ella no había denegado con la aplicación de sus reglamentos un principio evidente para el sentido común: la elección de los alimentos en sí no liga la conciencia. Los apóstoles comprendieron más tarde la inmensa trascendencia de tan evidente principio, y san Marcos exclama: «Esto era declarar puros todos los alimentos». La ley positiva, empero, no estaba abrogada con esto; se la ponía solamente en su rango de ley positiva, dada tal vez para un tiempo determinado. Lo esencial desde aquel momento era no desconocer lo que Dios exigía al hombre. Él jamás había prescrito esos extremos de limpieza exterior, que confundían con la pureza del alma. En el corazón es donde reside esta pureza; de él salen los malos pensamientos, raíz de todos los vicios, que comprometen verdaderamente la pureza del cuerpo, los que van contra Dios, como las blasfemias, o hacen daño al prójimo, como el robo y el asesinato. LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 1999, 211-15 Volver Comentario Teológico P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. Jesús, el antifariseo Sin el fariseísmo la vida de Cristo deja de ser un drama para ser simplemente una "vida" más. El fariseísmo le da el carácter de lucha, de agonía, y explica, humanamente al menos, el desenlace que tuvo en la cima del Calvario. En todo el Evangelio Jesús de Nazaret combate, directa y positivamente, el fariseísmo, o mejor dicho, la caricatura de la religión que encarnaban, al comienzo de la era cristiana, un amplio sector del judaísmo "docto": escribas, maestros de la Ley, saduceos y fariseos. Estos últimos dieron el nombre a este fenómeno que consistió en el pecado propio de la "corrupción religiosa". Sin el fariseísmo no se explica la lucha de Cristo. Los fariseos cumplen una función "providencial" en la vida de Cristo: ellos son el "negativo fotográfico" de Cristo; lo contrario de Cristo. De alguna manera son el "anticristo", sin dar a este término ninguna connotación apocalíptica. Por eso, el fariseísmo mató a Cristo. No tenía otra alternativa: o lo aceptaba y se convertía a Cristo, o lo perseguía y asesinaba. Nuestro Señor desafió públicamente la corrupción farisaica. Los llamó víboras (cf. Mt 12, 34), ladrones (cf. Jn 10, 10), homicidas (cf. Jn 8, 40), hijos e imitadores del diablo (cf. Jn 8, 44). Muchas veces puso de manifiesto sus principales pecados: la avaricia (Lc 16, 14: amigos del dinero), la hipocresía y, por tanto, la mentira y la falsedad (cf. Mt 23, 13), la presunción y el orgullo (cf. Lc 18, 9), la vanidad y la ostentación (Mt 6, 2: van tocando trompetas; Mt 23, 5: hacen sus obras para ser vistos de los hombres; Mt 23, 6-7: gustan de los primero puestos). Incisivamente Jesús evidenció la deformación del juicio de conciencia de los fariseos que lo perseguían. Estos alternaban cierta tendencia escrupulosa con concepciones francamente laxistas. La conciencia escrupulosa ve pecado donde no lo hay y considera graves acciones de poca monta. La laxa juzga lícito lo que es ilícito, pequeño lo grave, accidentales les las acciones fundamentales. La conciencia farisaica —que así llamarse— es escrupulosa con las acciones ajenas, escandalizándose y alzando los gritos al cielo por pequeñas transgresiones del prójimo; pero es laxa con sus propios pecados, aun cuando lleguen a la mentira, la calumnia y al homicidio... o deicidio, como en el caso de Cristo. Por encima de todos estos aspectos, Jesús, desnudando sus almas, los acusó de un pecado fundamental: la falta de verdad en sus vidas, de desamor a la verdad e incluso de odio a la verdad. En definitiva, esto fue lo que los llevó a encarnizarse contra Cristo. Él dijo: Yo soy la Verdad (Jn 14, 6). Eso era lo que ellos no podían soportar. El rechazo de Jesucristo por parte de los fariseos no se fundamentó en razones de honestidad ni de rigor científico; no objetaban que no probaba suficientemente su pretendida misión mesiánica ni su proclamada filiación divina. Lo rechazaron por ser precisamente Él (o sea ese Jesús de Nazaret, con sus rasgos particulares, con su modo de vida singular, con su doctrina específica, con sus enseñanzas particulares) quien se proclamaba Mesías. Por eso Jesús les echó en cara: Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me recibís; si otro viniera usurpando mi nombre, lo recibiréis (Jn 5, 41-44). Para probar este odio está el testimonio de la Cruz y los relatos de la Pasión. Lo que los fariseos no sabían ni podían suponer era que siendo fieles a sí mismos (es decir, rechazando hasta las últimas consecuencias la conversión predicada por Cristo) se constituirían en el más vivo retrato —por antítesis— del mismo Cristo. En efecto, el justo siempre es un problema para el pecador, por eso el libro de la Sabiduría pone en su boca aquellas palabras proféticas: Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación. Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños. Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará (Sb 2, 12-20). Si su presunción se sentía hostigada en carne viva por Cristo es porque Cristo debía trasuntar una confianza sin límites en la acción de Dios. Si su doblez se sentía acusado por la figura y la predicación de Jesús, ciertamente era porque en el Hijo del hombre brillaría una deslumbrante unidad de vida y predicación. Si la avaricia y la soberbia llenaban sus corazones de rencor, sería porque no podían quitar de sus ojos el ejemplo de humildad y pobreza de Nuestro Señor. Si su cobardía les hacía revolotear en conventillos nocturnos tramando asechanzas doctrinales contra el Rabí galileo, sería seguramente porque la virilidad de Jesús hacía desfallecer de temor sus corazones al encontrarse en su presencia. Por eso pocas veces replicaban a sus enseñanzas públicas. Y cuando lo hacían temían sus preguntas porque ante éstas, como dicen los Evangelios, no sabían qué responder (cf. Lc 14, 6), o se retiraban en silencio (cf. Jn 8, 9) o, directamente, mandaban a otros a interrogar a Jesús. Una vez más en la historia, las cavilaciones de los cobardes terminaron quitando del medio la figura del justo. Sin embargo, antes de dejarse elevar en la Cruz, el Justo les dijo: Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo (Mt 24, 64). Desde entonces el fariseísmo teme más que antes; porque los fariseos, en el fondo, creen (aunque no la amen ni la deseen) en la Resurrección y en la Parusía de su Víctima. P. MIGUEL A. FUENTES, I.N.R.I Jesús Nazareno, Rey de los Judíos, Del Verbo Encarnado San Rafael 1999, 97-99 Volver Santos Padres San Juan Crisóstomo LAS TRADICIONES Y LA LEY 1. Entonces... ¿Cuándo? Cuando había hecho ya el Señor innumerables milagros, cuando había curado a los enfermos al solo contacto de la orla de su vestido. La razón justamente porque el evangelista señala el tiempo es para mostrar la malicia indecible de escribas y fariseos, que ante nada se rendía. Pero ¿qué significa: Los escribas y fariseos de Jerusalén? Escribas y fariseos estaban esparcidos por todas las tribus y, por ende, divididos en doce partes; pero los que habitaban la capital, como quienes gozaban de más alto honor y tenían más orgullo, eran los peores de todos. Pero mirad cómo por su misma pregunta quedan cogidos. Porque no le dicen al Señor: "¿Por qué tus discípulos quebrantan la ley de Moisés?", sino: ¿Por qué traspasan la tradición de los ancianos? De donde resulta que los sacerdotes habían innovado muchas cosas, no obstante haber intimado Moisés con grande temor y fuertes amenazas que nada se añadiera ni quitara de la ley: No añadiréis a la palabra que yo os mando ni quitaréis de ella . Mas no por eso dejaron de introducir innovaciones, como esa de no comer sin lavarse las manos, lavar el vaso y los utensilios de bronce y darse ellos abluciones. Justamente cuando debían, avanzado ya el tiempo, librarse de tales observancias, entonces fue cuando más estrechamente se ataron con ellas, sin duda por temor de que se les quitara el poder que ejercían sobre el pueblo, y también para infundirle a éste más respeto, al presentarse también ellos como legisladores. Ahora bien, la cosa llegó a punto tal de iniquidad, que se guardaban los mandamientos de escribas y fariseos y se conculcaban los de Dios; y era tanto su poder, que ya nadie los acusaba de ello. Su culpa, pues, era doble: primero, el innovar; y segundo, defender con tanto ahínco sus innovaciones, sin hacer caso alguno de Dios. Ahora, dejando a un lado los cazos y los utensilios de bronce, por ser demasiado ridículos, le presentan al Señor la cuestión que a su parecer era más importante, con intento, a mi parecer, de incitarle de este modo a ira. Y le hacen también mención de los ancianos, a ver si, por despreciar su autoridad, les procura algún asidero para acusarle. Más lo primero que nosotros hemos de examinar es por qué los discípulos del Señor comían sin lavarse las manos. Y hay que responder que nada tenían por norma, sino que despreciaban lo superfluo para atender a lo necesario. Ni el lavarse ni el no lavarse era ley para ellos, haciendo lo uno o lo otro según venía al caso. Y es así que quienes no se preocupaban ni del necesario sustento, ¿cómo iban a poner todo su empeño en tales minucias? Ahora bien, como con frecuencia se presentaba de suyo el caso de comer sin lavarse las manos, por ejemplo, cuando comían en el desierto o cuando arrancaron el puñado de espigas, escribas y fariseos se lo echan en cara como una culpa -ellos, que, pasando por alto lo grande, tenían mucha cuenta con lo superfluo—. ¿Qué responde, pues, Cristo? El Señor no se para en esa minucia, ni trata de defender de tal acusación a sus discípulos, sino que pasa inmediatamente a la ofensiva, reprimiendo así su audacia y haciéndoles ver que quien peca en lo grande, no tiene derecho a ir con menudas exigencias a los de, más. Vosotros—viene a decirles el Señor—debierais acusaros, no acusar a los demás. Más observad cómo, siempre que el Señor quiere derogar alguna de las observancias legales, lo hace por modo de defensa. Así lo hizo ciertamente en esta ocasión. Porque no entra inmediatamente en el asunto de la transgresión, ni tampoco dice: "Eso no tiene importancia ninguna". Con ello sólo hubiera conseguido aumentar la audacia de escribas y fariseos. No. Lo primero asesta un golpe a esa misma audacia, descubriéndoles una culpa suya mucho mayor y haciendo que su acusación rebote sobre su propia cabeza. Y así, ni afirma que obren bien sus discípulos al transgredir las tradiciones, para no dar asidero a sus contrarios; ni afea tampoco el hecho, pues no quiere dar así firmeza a la ley; ni, en fin, acusa a los ancianos de transgresores y abominables, pues en este caso le hubieran rechazado por maldiciente e insolente. No. Todo eso lo deja a un lado y Él echa por otro camino. Y a primera vista, sólo reprende a los que tenía delante; pero, en realidad, su golpe alcanza también a los que tales leyes sentaron. No se acuerda para nada de los ancianos; pero, al acusar a escribas y fariseos, también a aquéllos los echa por tierra, y deja entender que el pecado es ahí doble: no obedecer a Dios y cumplir lo otro por respeto a los hombres. Como si dijera: "Esto, esto justamente es lo que os ha perdido: el que en todo obedecéis a vuestros ancianos". Y si no lo dice así expresamente, lo da a entender al responderles de esta manera: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por causa de vuestra tradición? Porque, Dios mandó: Honra a tu padre y a tu madre ; y: El que maldijere a su padre o a su madre, muera de muerte. Vosotros, empero, decís: El que dijere a su padre o a su madre: "Es una ofrenda aquello de que tú pudieras ayudarte", ya no tiene que honrar a su padre o a su madre. Y, por causa de vuestra tradición, habéis anulado el mandamiento de Dios. NO ES LEY LO QUE LOS HOMBRES ORDENAN 2. No dice el Señor: Por causa de la tradición de los ancianos sino: Por vuestra tradición. Como también: Vosotros decís, no: "Los ancianos dicen". Con lo que da un tono más suave a sus palabras. Como escribas y fariseos quisieron presentar a los discípulos como transgresores de la ley, Él les demuestra ser ellos los verdaderos transgresores, mientras sus discípulos están exentos de toda culpa. Porque no es ley lo que los hombres ordenan. De ahí que Él la llama tradición, y tradición de hombres particularmente transgresores de la ley. Y como el mandar lavarse las manos no era realmente contrario a la ley, les saca a relucir otra tradición francamente opuesta a ella. Y lo que en resumen dice es que, bajo apariencia de religión, enseñaban a los jóvenes a despreciar a sus padres. ¿Cómo y de qué manera? Si un padre le decía a su hijo: Dame esa oveja o ese novillo que tienes", o cosa semejante, el hijo respondía: "Es ofrenda a Dios eso de que quieres ayudarte de mi parte y no puedes tomarlo". De donde se seguía doble mal: Primero, que a Dios no le ofrecían nada, y segundo que, socapa de ofrendas, dejaban a sus padres privados de asistencia. Por Dios injuriaban a los padres, y por los padres a Dios. Sin embargo, no es esto lo que dice inmediatamente, sino que antes lee la ley, con lo que nos descubre su vehemente voluntad de que sean honrados los padres. Honra—dice--a tu padre y a tu madre para que seas de larga vida sobre la tierra. Y: El que maldijere a su padre y a su madre, muera de muerte. El Señor, sin embargo, omite la primera parte, quiero decir, el premio señalado a los que honran a sus padres, y sólo hace mención de lo más temeroso, es decir, del castigo con que Dios amenaza a quienes los deshonran. Con ello intenta, sin duda, infundirles miedo y atraerse a los más discretos de entre ellos; y por ahí juntamente les demuestra que son dignos de muerte. Porque si se castiga de muerte a quien deshonra de palabra a sus padres, mucho más la merecéis vosotros, que los deshonráis de obra. Y no sólo los deshonráis vosotros, sino que enseñáis a otros a deshonrarlos. Ahora bien, los que ni vivir debierais, ¿cómo podéis acusar a los demás? Y ¿qué maravilla es que tales injurias me hagáis a mí, que por ahora soy para vosotros un desconocido, cuando se ve que lo mismo hacéis con mi Padre? Y en todas partes dice y demuestra el Señor que de ahí tuvo principio esa insensatez. Otros interpretan de otro modo- lo de: Don es lo que de mí puedes aprovecharte. Es decir, no te debo el honor; si te honro, es gracia que te hago. Pero Cristo no hubiera ni mentado semejante insolencia. Por otra parte, Marcos lo declara más, cuando dice: Corbán es eso de que pudieras de mi parte aprovecharte . Y corbán no significa don o cosa gratuitamente dada, sino ofrenda propiamente dicha. ISAÍAS CONDENA TAMBIÉN A ESCRIBAS Y FARISEOS Habiendo, pues, demostrado el Señor a escribas y fariseos que no tenían derecho a acusar de transgredir la tradición de los ancianos—ellos que pisoteaban la ley de Dios—, les demuestra ahora lo mismo por el testimonio del profeta. Como ya les había sacudido fuertemente, ahora prosigue adelante. Es lo que hace siempre, aduciendo también el testimonio de las Escrituras, y demostrando de este modo su perfecto acuerdo con Dios. ¿Y qué es lo que dice el profeta? Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando enseñanzas, mandamientos de los hombres . ¡Mirad con qué precisión conviene la profecía con las palabras del Señor y cómo de antiguo anuncia la maldad de escribas y fariseos! Porque lo mismo de que ahora los acusa Cristo, es decir, de que menospreciaban los preceptos de Dios, los había ya acusado Isaías: En vano—dice—me dan culto; de los suyos, en cambio, tienen mucha cuenta: Enseñando enseñanzas, mandatos de hombres. Luego con razón no las guardan los discípulos del Señor. EN QUÉ ESTÁ LA VERDADERA PUREZA O IMPUREZA Ya, pues, que el Señor ha asestado a escribas y fariseos ese golpe mortal, acusándolos cada vez con más fuerza por las divinas Letras, por su propia sentencia y por el testimonio del profeta, ya en adelante no habla con ellos, por tenerlos por incurables, y dirige, en cambio, su razonamiento a las muchedumbres, a fin de introducir una doctrina sublime, doctrina grande y llena de la más alta filosofía. Tomando pie de aquella cuestión minúscula, el Señor trata de otra más importante, y deroga la observancia de los alimentos. Pero mirad cuándo: cuando ya había limpiado a un leproso y suprimido el sábado y mostrádose rey de la tierra y del mar; cuando había promulgado sus propias leyes y había perdonado pecados y resucitado muertos y les había dado mil pruebas de su divinidad, entonces es cuando viene a tratar de los alimentos. 3. Es que, a la verdad, todo el judaísmo estriba en eso. Si eso se quita, todo se ha quitado. Porque de ahí se demuestra que también había que suprimir la circuncisión. Sin embargo, el Señor no plantea por sí mismo y de modo principal la cuestión de la circuncisión, sin duda por ser el más antiguo de los mandamientos y el que más respeto infundía. Su supresión había de ser obra de sus discípulos. Era, en efecto, cosa tan grande, que sus mismos discípulos, después de tanto tiempo, aun cuando quieren suprimirla, por de pronto la toleran, y sólo de este modo la van derogando. Y mirad ahora cómo introduce el Señor la nueva ley: Habiendo llamado a las muchedumbres, les dijo: Escuchad y entended. El Señor no trata de sentar sin más sus afirmaciones, sino que primero hace aceptable su palabra por medio del honor e interés que muestra con las gentes (eso, en efecto, quiere significar el evangelista con la expresión habiendo llamado), y también por el momento en que les habla. Y, en efecto, después de confundir a escribas y fariseos, después de triunfar plenamente sobre ellos y acusarlos con las palabras del profeta, entonces empieza Él a promulgar su ley; entonces, cuando mejor podían recibir sus palabras. Y no solamente los llama, sino que excita también su atención, pues les dice: Escuchad y entended. Es decir, considerad, estad alerta, pues tal es la importancia de la ley que voy a promulgar. Pues si a estos que destruyeron la ley, y la destruyeron fuera de tiempo, por motivo de su tradición, aun así los habéis escuchado, mucho más debéis escucharme a mí, que en el momento debido os quiero levantar a más alta filosofía. Y no dijo: "La observancia de los alimentos no tiene importancia ninguna"; ni tampoco: "Moisés hizo mal en mandarla o la mandó sólo por condescendencia". No, el Señor toma el tono de exhortación y consejo y, fundando su razonamiento en la naturaleza misma de las cosas, dice: No lo que entra en la boca mancha al hombre, sino lo que sale de la boca. Tanto en lo que afirma como en lo que legisla, el Señor busca su apoyo en la naturaleza misma. Al oír esto, nada le replican sus enemigos. No le dicen: "¿Qué es lo que dices? ¿Conque Dios nos manda infinitas cosas acerca de la observancia de los alimentos y tú nos vienes con esa ley? Y es que como el Señor los había hecho enmudecer tan completamente no sólo por sus argumentos, sino por haber hecho patente su embuste y haber sacado a pública vergüenza lo que ellos ocultamente habían hecho y haber, en fin, revelado los íntimos secretos de su alma, ellos, sin chistar, tomaron las de Villadiego. Más considerad aquí, os ruego, cómo todavía no se atreve el Señor a romper abiertamente con la ley de los alimentos. Por eso no dijo: "Los alimentos", sino: No lo que entra en la boca mancha al hombre. Lo que era natural se entendiera también acerca de no lavarse las manos. El habla ciertamente de los alimentos; pero seguramente que se entendería también acerca de lo otro. Porque era tan estricta la observancia de aquella ley, que, aun después de la resurrección del Señor, Pedro dijo: No, Señor, porque nunca he comido nada común o impuro . Porque, aun suponiendo que Pedro hablara así por miramiento a los otros y para tener él mismo un medio de justificación ante los que le habían de acusar, pues podría alegar su resistencia y no haber logrado nada con ella, el hecho, desde luego, demuestra la mucha veneración en que tal observancia era tenida. De ahí justamente que tampoco el Señor habló claramente desde el principio sobre alimentos, sino que dijo: No lo que entra en la boca. Y luego, cuando parece hablar más claramente, otra vez al final echa como una sombra en sus palabras al decir: Mas el comer sin lavarse las manos no mancha al hombre; como si quisiera recordar que tal fue la cuestión inicial y que de ella se trataba por entonces. De ahí que, como si sólo hablara de lo de las manos, no dijo: "Más los alimentos no manchan al hombre", sino que habla como si se tratara del lavatorio de las manos, a fin de que nadie pudiera contradecirle. EL ESCÁNDALO DE LOS FARISEOS Al oír, pues, esto—dice el evangelista—, los fariseos se escandalizaron. Los fariseos, no las muchedumbres. Porque, acercándosele—dice—sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos, al escuchar tus palabras, se han escandalizado? Y, sin embargo, nada se había dicho contra ellos. ¿Qué hace, pues, Cristo? Cristo no se preocupó de deshacer el escándalo de los fariseos, sino que los recriminó diciendo; Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Sabe muy bien el Señor cuándo hay que despreciar el escándalo y cuándo no debe despreciarse. Así, en otra ocasión le dice a Pedro: A fin de no escandalizarlos, echa tu anzuelo al mar . Aquí, empero, contesta: Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya. Más al hablar así, los discípulos no sentían sólo pena por los fariseos, sino que también ellos se hallaban un poco turbados: y como no se atrevían a proponer su caso en propia persona, tratan de hallar la solución contando el de los otros. Y que ello sea así, oye cómo luego Pedro, siempre ardiente y que se adelanta a los demás, se le acerca y le dice: Explícanos esta parábola. Pedro oculta en realidad la turbación de su propia alma y no tiene valor para declarar al Señor que también él está escandalizado, y lo que busca es salir de su turbación por medio de una explicación. De ahí justamente que fuera reprendido. ¿Qué dice, pues, Cristo? Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arran-cada de raíz. Los infectados de herejía maniquea afirman haber dicho Cristo eso aludiendo a la ley; pero las palabras anteriores bastan para cerrarles la boca. Porque si ahora habla contra la ley, ¿cómo es que antes la defiende y combate por ella, diciendo: ¿Por qué transgredís el mandamiento de Dios por motivo de vuestra tradición? ¿Cómo es que aduce también el profeta que dice: Este pueblo me honra con los labios, etc.? No, las palabras del Señor se refieren a los fariseos y a sus tradiciones. -Porque si Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, ¿cómo no va a ser planta de Dios lo que fue dicho por Dios? CIEGOS Y GUÍAS DE CIEGOS 4. Lo que sigue demuestra también que el Señor habla de los fariseos y de sus tradiciones. Pues añadió: Son guías ciegos de ciegos. Si esto lo hubiera dicho de la ley, hubiera puesto: "Es guía ciega de ciegos". Pero no lo dijo así, sino: Son guías ciegos de ciegos. La ley para el Señor no tiene culpa alguna. La culpa cae toda sobre aquéllos. Seguidamente, tratando de apartar de tales guías a la muchedumbre, por el peligro de que por culpa de ellos caiga al abismo, prosigue: Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la hoya. Ya es ciertamente gran desgracia ser uno ciego; más que el ciego no tenga guía y pretenda él constituirse tal, eso duplica y triplica la responsabilidad. Si ya es peligroso que un ciego no tenga guía, mucho más lo es que pretenda él serlo de otro ciego. ¿Qué hace, pues, Pedro? No dice: "¿Pues qué? ¿A qué propósito dices eso?" No, él pregunta como si la cuestión estuviera aún llena de oscuridad. Tampoco dice: "¿Cómo has hablado contra la ley?" Pues temía pensara el Señor que estaba él también escandalizado. No, Pedro habla como si sólo se tratara de oscuridad. Pero es evidente que no era cuestión de oscuridad, sino de escándalo, pues oscuridad no había ninguna. De ahí que el Señor los reprenda, diciendo: ¿También vosotros sois todavía insensatos? Porque posiblemente las muchedumbres no se enteraron de lo que dijo. Los escandalizados habían sido ellos. De ahí que, desde el principio, como si preguntaran por los fariseos, querían saber la solución; más como le oyeron que gravemente les amenazaba y decía: Toda planta que no haya plantado mi Padre será arrancada de raíz; y: Son guías ciegos de los ciegos, se contuvieron. Más Pedro, que es siempre el más ardiente, ni aun así se resigna a callar y dice: Explícanos esta parábola. ¿Qué hace, pues, Cristo? El Señor le responde muy enérgicamente: ¿Todavía sois también vosotros insensatos? ¿Todavía no entendéis? Esta reprensión tenía por fin quitarles totalmente su preocupación; pero no se detuvo ahí, sino que prosiguió diciendo: Todo lo que entra en la boca va a parar al vientre y luego se segrega para el re-trete. Más lo que sale de la boca, procede del corazón, y esto es lo que mancha al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, robos, blasfemias, falsos testimonios, Y estas cosas son las que manchan al hombre; más el comer con las manos sin lavar no mancha al hombre. Ya veis con qué vehemencia los reprende. Luego, para curarlos, trata de demostrarles sus palabras por lo que acontece en la común naturaleza. Porque cuando les dice que lo que entra por la boca va a parar al vientre y luego se segrega para el retrete, todavía les responde el Señor a estilo de la bajeza judaica. Porque quiere decirles que nada de eso permanece dentro, sino que se arroja todo. En realidad, aun cuando permaneciera tampoco impurificaría al hombre. Pero todavía no eran capaces de oír esto. Por esto también Moisés, el legislador, los deja por todo el tiempo que permanece dentro; no así cuando es tiempo de que salgan afuera. Así, por la tarde manda que todos se laven y estén limpios, calculando el tiempo de la digestión y de la evacuación. Las cosas, empero, del corazón,—dice—permanecen dentro y manchan, no sólo cuando están dentro, sino también cuando salen fuera. Y lo primero que pone son los malos pensamientos, cosa muy judaica. Pero ya no toma su argumentación de la naturaleza de las cosas, sino de lo que engendran el vientre y el corazón y del hecho de que lo uno permanece y lo otro no. Porque lo que de fuera viene, afuera se arroja nuevamente; más lo que se engendra dentro, al salir impurifica, y más precisamente cuando sale. Es que, como antes he dicho, no eran aún capaces de oír esto con la conveniente elevación de ideas. Marcos, por su parte, nos cuenta que al hablar así quería purificar los alimentos . Sin embargo, no afirma ni dijo: "El comer tales y tales alimentos no impurifica al hombre". Porque no le hubieran aguantado oírselo con tanta claridad. De ahí que concluyera: Mas el comer sin lavarse las manos no mancha al hombre. APRENDAMOS EN QUÉ ESTÁ LAVERDADERA IMPUREZA Aprendamos, pues, qué es lo que verdaderamente mancha el hombre. Aprendámoslo y huyámoslo. Porque también en la iglesia vemos que domina costumbre semejante entre el vulgo. Todo su empeño es entrar en ella con vestidos limpios, todo se cifra en lavarse bien las manos; pero presentarle a Dios un alma limpia, eso no les merece consideración alguna. Al decir esto, no es que no nos lavemos las manos y la boca; lo que pretendo es que nos lavemos como conviene, no sólo con agua, sino también, en lugar de agua, con virtudes. Porque la suciedad de la boca es la maledicencia, la blasfemia, la injuria, las palabras iracundas, la torpeza, la risa, la chocarrería. Si tienes, pues, conciencia de no haber tocado nada de eso, si ninguna palabra de ésas has pronunciado, si no estás sucio de tales manchas, acércate con confianza; más si has admitido en ti miles y miles de esas manchas, ¿a qué vanamente trabajas en enjuagarte con agua la lengua, mientras llevas en ella por todas partes aquella suciedad de tus palabras, la de verdad funesta y dañosa? HAY QUE ORAR CON ALMA LIMPIA 5. Porque, dime: si tuvieras tus manos manchadas de excremento y barro, ¿te atreverías a hacer oración? ¡De ninguna manera! Y, sin embargo, tal suciedad no supone daño alguno; la otra es la perdición. ¿Cómo, pues, eres tan escrupuloso en lo indiferente y tan tibio en lo prohibido? —¿Pues qué?—me dirás- ¿Es que no hay que orar? —Sí hay, ciertamente, que orar, pero no sucios, no con el barro entre las manos. —¿Y qué hacer si me veo sorprendido? —Purificarte. — ¿Cómo y de qué manera! — Llora, suspira, haz limosna, dale explicación al que ofendiste, reconcíliate con él por estos medios, rae bien tu lengua, a fin de que no irrites aún más a Dios. A la verdad, si un suplicante se te abrazara a los pies con las manos sucias de excrementos, no sólo no le escucharías, sino le darías un puntapié. ¿Cómo, pues, te atreves tú a acercarte a Dios de esa manera? La lengua es la mano de los que oran y por ella nos abrazamos a las rodillas de Dios. No la manches, pues, no sea que también a ti te diga el Señor: Aun cuando multipliquéis vuestras súplicas, no os escucharé , Porque: En mano de la lengua está la vida y la muerte . Y: Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado . Vigila sobre tu lengua más que sobre la niña de tus ojos. La lengua es un regio corcel. Si le pones freno, si le enseñas a caminar a buen paso, sobre ella montará y se sentará el rey; pero si la dejas que corra sin freno y que retoce a su placer, entonces se convierte en vehículo del diablo y los demonios. Después de tener comercio sexual con tu mujer, no te atreves a tener oración, cuando ninguna culpa hay en ello; y ¿tiendes, en cambio, tus manos a Dios antes de haberte bien purificado, después de desatarte en injurias e insultos, cosa que conduce al infierno? ¿Y cómo, dime por favor, no te estremeces? ¿No oyes que Pablo dice: Honroso es el matrimonio y mi lecho sin mácula? Si, pues, al levantarte de un lecho sin mácula no te atreves a acercarte a la oración, ¿cómo saliendo de un lecho diabólico invocas aquel nombre terrible y espantoso? A la verdad, lecho diabólico es desatarse en injurias e insultos. Y la ira, como un perverso adúltero, se une con nosotros con gran placer, y derrama en nosotros gérmenes funestos, y nos hace engendrar la diabólica enemistad, y produce, en fin, todo lo contrario del matrimonio. Éste, en efecto, hace que dos ven-gan a ser una sola carne; más la ira, aun a los unidos, separa en varias partes y escinde y corta el alma misma. A fin, pues, de que puedas acercarte a Dios con confianza, no consientas que la ira se introduzca en tu alma ni se una adúlteramente con ella. Arrójala de ti como a un perro rabioso. Porque así nos lo mandó Pablo: Levantando dice -manos santas, sin ira ni murmuraciones . No deshonres tu lengua. Porque, ¿cómo rogará por ti, si pierde su propia libertad? Adórnala más bien con la modestia y la humildad. Hazla digna del Dios a quien invoca. Llénala de bendición, llénala de limosna. Porque también por las palabras puede hacerse limosna: Porque mejor es la palabra que el don. Y: Responde al pobre, con mansedumbre, palabras de paz . Y aun el resto del tiempo, embellécela hablando de las leyes divinas. Porque toda tu conversación sea sobre la ley del Altísimo . Después de habernos así adornado a nosotros mismos, acerquémonos al rey y postrémonos de rodillas, no sólo con el cuerpo, sino también con el alma. Consideremos a quién nos llegamos y por qué motivos y qué pretendemos alcanzar. Nos acercamos a Dios mismo, ante cuyo acatamiento los serafines cubren su rostro, por no poder soportar su resplandor; al que, viéndole la tierra, se estremece. Nos llegamos a Dios, que habita una luz inaccesible, y nos acercamos a suplicarle que nos libre del infierno, que nos perdone nuestros pecados, que no nos haga sufrir aquellos castigos insoportables y nos conceda alcanzar el cielo y los bienes que allí nos esperan. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 51, 1-6, BAC Madrid 1956, 84-100 Volver Aplicación P. Alfredo Saenz, S.J. ÉL FARISEISMO Acabamos de contemplar al Señor en un estallido de indignación. Cuantas veces se topó con alguien imbuido de espíritu farisaico, la ira de Jesús se encendió. Y no era para menos. 1. LA FIGURA DEL FARISEO ¿Quiénes eran los fariseos? La palabra "fariseo" significa "separado". No sabemos quién les haya dado este nombre, ni en que fecha se comenzó a usarlo. Lo que sí sabemos es que dicho grupo estaba integrado por judíos amantes de las tradiciones más puras de Israel. Y entre ellos había muchos, sin duda, verdaderamente piadosos, buenos israelitas, como Nicodemo, Gamaliel, y otros cuyos nombres desconocemos. Eran defensores acérrimos del descanso del sábado, el pago de los diezmos y la limpieza ritual. Todas cosas santas y buenas, pero que llevadas al extremo fueron la base de esa cosa tan horrible que se llamó el "fariseísmo". Varios son los errores y pecados de la llamada "justicia farisaica". Ante todo la presunción. Los fariseos se consideraban a sí mismos como hombres religiosos y perfectos, despectivos de los demás. Recordemos a aquel de la parábola que oraba con tanta suficiencia: "Te doy gracias porque no soy como los demás hombres"; a esos que se escandalizaban al ver que Jesús recibía a los pecadores y comía con ellos; o a aquellos otros que maldijeron tan crudamente al ciego de nacimiento al que Jesús había curado: "Eres todo pecado desde que naciste —le dijeron—, ¿y pretendes enseñarnos?". Caracterizábanse asimismo por su tendencia a la ostentación. Gustaban orar públicamente en las esquinas de las calles, y cuando acudían al templo ocupaban el primer lugar. "El fariseísmo es el gusano de la religión —dice el P. Castellani—; y parece ser un gusano ineludible, pues no hay en este mundo fruta que no tenga gusano. Es la soberbia religiosa: es la corrupción más grande de la verdad más grande: la verdad de que los valores religiosos son los más grandes. Eso es verdad; pero en el momento en que nos adjudicamos lo que es de Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto religioso, cuando toma conciencia de sí mismo, se vuelve mueca". Ostentación, pues, en lo religioso, pero también en otras franjas de la vida. Los fariseos hacían sus obras para ser vistos de los hombres, y por eso ensanchaban sus Filacterias, alargaban los flecos de sus mantos, y gustaban que todos los llamasen rabbi, es decir, maestro. Asimismo atribuían desmesurada importancia a las purificaciones previstas por la ley. Las interpretaban minuciosamente hasta el ridículo, creyendo suplir así la santidad interior. No consentían dejarse tocar por los impuros, y si por necesidad ello sucedía, enseguida se apresuraban a lavarse. Podemos decir que se pasaban el día purificándose a sí mismos, a sus vasijas, a sus camas, a sus vasos, a sus bandejas. Rechazaban cualquier contacto con un pecador, para que no manchara su pureza, que la tenían en el cuerpo y no en el corazón. De ello los increparía Jesús en una ocasión: "¡Así sois vosotros, los fariseos! Purificáis el exterior de la copa y del plato, y en el interior estáis llenos de voracidad e impureza". Precisamente en el evangelio de hoy, los fariseos acusan a los discípulos de Jesús de no obrar como ellos. Eran también muy proclives a los ayunos y penitencias. Daban exagerada importancia al ayuno y, sobre todo, hacían ostentación de él: cuando ayunaban se mostraban compungidos y demudaban su rostro para que todos se diesen cuenta de lo que estaban haciendo. Finalmente insistían mucho en los preceptos menores de la ley con olvido a veces de los más importantes. Es cierto que en el Antiguo Testamento, el Señor había impuesto a su pueblo elegido diversas leyes y disposiciones, como nos lo recuerda la primera lectura de hoy, gracias a las cuales mantenían su fidelidad a la alianza. Pero los fariseos se habían quedado con los detalles y las exterioridades de dicha legislación. "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!" les diría Jesús. ¿Por qué? Porque reducís toda vuestra piedad a ciertas ceremonias y minucias, como pagar el diezmo hasta por la menta y el comino. Lo que os manda la ley es que seáis equitativos en vuestros juicios, fieles y caritativos con el prójimo, y vosotros, "guías ciegos, filtráis un mosquito y os tragáis un camello". ¿Se trata del sábado? Lo guardarán hasta la superstición y, sin embargo, sería un sábado cuando se reunirían para perder a Cristo. ¿Pisar el pretorio de Pilatos? Jamás, era un gentil, y ellos no podían contaminarse, entrando en su palacio. Pero exigirían del procurador romano que condenase al Justo. Temían que la casa de Pilatos los manchara y no temían mancharse con la sangre del más negro de los sacrilegios condenando al Inocente y al Santo. De esta manera, como bien ha escrito el mismo P. Castellani, el espíritu farisaico, que empieza por reducir la religión a lo que es exterior y ostentatorio, la convierte en rutina, en negocio, en medio de influjo, en aversión a lo auténticamente religioso, en persecución a los que son religiosos de veras y, finalmente, en sacrilegio, homicidio y deicidio. Así el fariseísmo abarca un amplio abanico de actitudes, que va desde la simple exterioridad hasta la crueldad del asesinato, pasando por todos los grados del fanatismo y de la hipocresía. Por eso no es de extrañar que entre Jesús, que era la sinceridad misma, y los fariseos, que eran la hipocresía personificada, el choque fuese ineluctable, lo que conferiría a la vida del Señor un carácter verdaderamente dramático. La animadversión de los fariseos fue, en último término, lo que llevó a Jesús al patíbulo de la Cruz. 2. NUESTRAS COMPLICIDADES CON EL FARISEISMO Cuidémonos mucho, amados hermanos, de no incubar en nuestro interior, algo de aquel espíritu farisaico. Cuidado con creernos especiales: Yo no soy como los demás hombres, que son ladrones, adúlteros, corruptos. Quizá nos ufanamos de no ser semejantes a los demás, y a lo mejor no nos equivocamos, porque somos peores que los demás, ya que a los vicios comunes que disimulamos, y que a ellos nos asemejan, añadimos el de ser soberbios. Aquel fariseo de la parábola que dijo: Yo no soy como los demás hombres, en realidad era como los demás, pues no tenemos razón alguna para suponer que fuera distinto de aquellos contra los cuales Cristo lanzó sus anatemas. Pero en cierto modo era peor, puesto que añadía su presunción y orgullo, tratando a todos de ladrones y de adúlteros. El era ladrón, porque robaba a Dios su gloria, atribuyéndose a sí mismo lo que no era suyo; él era adúltero, porque siendo un pecador oculto escamoteaba el amor que Dios le solicitaba como esposo de su alma. A decir verdad, hemos de reconocer que somos proclives a esta tentación. Tenemos defectos que no conocemos, puesto que nuestro orgullo nos obnubila en tal forma, que nos hace muy agudos para ver la paja en el ojo ajeno pero muy miopes para advertir la viga en el propio. Y nos mostramos reacios a aceptar el consejo o la corrección ajenos, porque entonces el conocimiento que alcanzaríamos de nosotros nos mostraría una imagen desagradable, que nos haría perder la buena opinión que de nosotros nos hemos hecho. Quizás no tengamos vicios gruesos, pero ¡cuántos defectos del corazón, de la inteligencia, de la voluntad! Defectos escondidos en el trasfondo de la conciencia, o porque se disfrazan con una apariencia menos odiosa, o porque pasan inadvertidos, y así no menguan en nada la hermosa opinión que tenemos de nosotros mismos. Por lo demás, no seamos demasiado rápidos en juzgar con excesiva severidad a los que en verdad son ladrones y adúlteros; quizás nosotros, en las condiciones ambientales en que ellos vivieron, no hubiéramos sido muy distintos. Que la gracia de Dios que nos ha librado de tales cosas sea más bien motivo de humildad que de necio orgullo. Cristo no nos ha pedido que nos comparásemos con los demás. Cada uno es lo que es. Comparémonos más bien con Dios. Esa es nuestra medida: "Sed perfectos corno vuestro Padre celestial es perfecto", nos dijo Jesús. Con tal término de comparación ¿quién podrá ser fariseo? Más aún, pensemos si nuestra cuota de fariseísmo no hace realmente mal a los demás. Porque el cristianismo falso, farisaicamente justo, causa en la Iglesia un daño incalculable, pues da pie al cargo que comúnmente se nos hace de que los católicos no conformamos nuestra vida con nuestra fe. No sea que nuestras actitudes, nuestra profesión de católicos militantes constituyan, en franco contraste con nuestros defectos, algo que dé ocasión a las acusaciones de los enemigos de Cristo y de la Iglesia. Hagamos, pues, hoy, un examen de conciencia sobre la autenticidad de nuestra vida cristiana, analizando si lo que aparece exteriormente corresponde a nuestra realidad interior. Las dos cosas son necesarias: la rectitud exterior y la justicia interior. Pero la rectitud exterior debe ser el fiel reflejo de nuestra vida interior. Por lo menos no renunciemos jamás a la obligación que tenemos de progresar en la identificación interior con Cristo. Y que esto se manifieste. Porque también una santidad puramente interior que no se manifestase sería una nueva forma de fariseísmo o hipocresía: "Que vuestra luz luzca ante los hombres", nos ha dicho el Señor. Claro que no debe ser una luz puramente exterior, un fuego artificial. Vamos a seguir el Santo Sacrificio, renovación del sacrificio del Calvario. En la cruz Jesús se expuso, casi desnudo, a la vista del pueblo. No tenía nada que ocultar. Hoy se nos dará una vez más en alimento. Pidámosle entonces, cuando entre en nuestra alma, que purifique nuestro interior, para que seamos cada vez más coherentes en nuestra vida cristiana. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 237-243) Volver SS. Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas: En el Evangelio encontramos uno de los temas fundamentales de la historia religiosa de la humanidad: la cuestión de la pureza del hombre ante Dios. Al dirigir la mirada hacia Dios, el hombre reconoce que está "contaminado" y se encuentra en una condición en la que no puede acceder al Santo. Surge así la pregunta sobre cómo puede llegar a ser puro, liberarse de la "suciedad" que lo separa de Dios. De este modo han nacido, en las distintas religiones, ritos purificatorios, caminos de purificación interior y exterior. En el Evangelio de hoy encontramos ritos de purificación, que están arraigados en la tradición veterotestamentaria, pero que se gestionan de una manera muy unilateral. Por consiguiente, ya no sirven para que el hombre se abra a Dios, ya no son caminos de purificación y salvación, sino que se convierten en elementos de un sistema autónomo de cumplimientos que, para ejecutarlos verdaderamente en plenitud, requiere incluso especialistas. Ya no se llega al corazón del hombre. El hombre que se mueve dentro de este sistema, o se siente esclavizado o cae en la soberbia de creer que se puede justificar a sí mismo. La exégesis liberal dice que en este Evangelio se revelaría el hecho de que Jesús habría sustituido el culto con la moral. Habría dejado a un lado el culto con todas sus prácticas inútiles. Ahora la relación entre el hombre y Dios se basaría únicamente en la moral. Si esto fuera verdad, significaría que el cristianismo, en su esencia, es moralidad, es decir, que nosotros mismos nos hacemos puros y buenos mediante nuestra conducta moral. Si reflexionamos más profundamente en esta opinión, resulta obvio que no puede ser la respuesta completa de Jesús a la cuestión sobre la pureza. Si queremos oír y comprender plenamente el mensaje del Señor, entonces debemos escuchar también plenamente, no podemos contentarnos con un detalle, sino que debemos prestar atención a todo su mensaje. En otras palabras, tenemos que leer enteramente los Evangelios, todo el Nuevo Testamento y el Antiguo junto con él. La primera lectura de hoy, tomada del Libro del Deuteronomio, nos ofrece un detalle importante de una respuesta y nos hace dar un paso adelante. Aquí escuchamos algo tal vez sorprendente para nosotros, es decir, que Dios mismo invita a Israel a ser agradecido y a sentir un humilde orgullo por el hecho de conocer la voluntad de Dios y así de ser sabio. Precisamente en ese período la humanidad, tanto en el ambiente griego como en el semita, buscaba la sabiduría: trataba de comprender lo que cuenta. La ciencia nos dice muchas cosas y nos es útil en muchos aspectos, pero la sabiduría es conocimiento de lo esencial, conocimiento del fin de nuestra existencia y de cómo debemos vivir para que la vida se desarrolle del modo justo. La lectura tomada del Deuteronomio alude al hecho de que la sabiduría, en último término, se identifica con la Torá, con la Palabra de Dios que nos revela qué es lo esencial, para qué fin y de qué manera debemos vivir. Así la Ley no se presenta como una esclavitud sino que es —de modo semejante a lo que se dice en el gran Salmo 119— causa de una gran alegría: nosotros no caminamos a tientas en la oscuridad, no vamos vagando en vano en busca de lo que podría ser recto, no somos como ovejas sin pastor, que no saben dónde está el camino correcto. Dios se ha manifestado. Él mismo nos indica el camino. Conocemos su voluntad y con ello la verdad que cuenta en nuestra vida. Son dos las cosas que se nos dicen acerca de Dios: por una parte, que él se ha manifestado y nos indica el camino correcto; por otra, que Dios es un Dios que escucha, que está cerca de nosotros, nos responde y nos guía. Con ello se toca también el tema de la pureza: su voluntad nos purifica, su cercanía nos guía. Creo que vale la pena detenerse un momento en la alegría de Israel por el hecho de conocer la voluntad de Dios y haber recibido así en regalo la sabiduría que nos cura y que no podemos hallar solos. ¿Existe entre nosotros, en la Iglesia de hoy, un sentimiento semejante de alegría por la cercanía de Dios y por el don de su Palabra? Quien quisiera mostrar esa alegría en seguida sería acusado de triunfalismo. Pero precisamente no es nuestra habilidad la que nos indica la verdadera voluntad de Dios. Es un don inmerecido que nos hace al mismo tiempo humildes y alegres. Si reflexionamos sobre la perplejidad del mundo ante las grandes cuestiones del presente y del futuro, entonces también dentro de nosotros debería brotar nuevamente la alegría por el hecho de que Dios nos ha mostrado gratuitamente su rostro, su voluntad, a sí mismo. Si esta alegría resurge en nosotros, tocará también el corazón de los no creyentes. Sin esta alegría no somos capaces de convencer. Pero esa alegría, donde está presente, incluso sin pretenderlo, posee una fuerza misionera. En efecto, suscita en los hombres la pregunta de si aquí se halla verdaderamente el camino, si esta alegría guía efectivamente tras las huellas de Dios mismo. Todo esto se halla más profundizado en el pasaje, tomado de la carta de Santiago, que la Iglesia nos propone hoy. Me gusta mucho la Carta de Santiago sobre todo porque, gracias a ella, podemos hacernos una idea de la devoción de la familia de Jesús. Era una familia observante. Observante en el sentido de que vivía la alegría deuteronómica por la cercanía de Dios, que se nos da en su Palabra y en su Mandamiento. Es un tipo de observancia totalmente distinta de la que encontramos en los fariseos del Evangelio, que habían hecho de ella un sistema exteriorizado y esclavizante. También es un tipo de observancia distinto de la que Pablo, como rabino, había aprendido: era —como vemos en sus cartas — la observancia de un especialista que conocía todo y sabía todo; que estaba orgulloso de su conocimiento y de su justicia, y que, sin embargo, sufría bajo el peso de las prescripciones, de tal forma que la Ley no aparecía ya como guía gozosa hacia Dios, sino más bien como una exigencia que, en definitiva, no se podía cumplir. En la carta de Santiago hallamos la observancia que no se mira a sí misma, sino que se dirige gozosamente hacia el Dios cercano, que nos da su cercanía y nos indica el camino correcto. Así la carta de Santiago habla de la Ley perfecta de la libertad y con ello entiende la comprensión nueva y profunda de la Ley que el Señor nos ha dado. Para Santiago la Ley no es una exigencia que pretende demasiado de nosotros, que está ante nosotros desde el exterior y no puede nunca ser satisfecha. Él piensa en la perspectiva que encontramos en una frase de los discursos de despedida de Jesús: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). Aquel a quien se ha revelado todo, pertenece a la familia; ya no es siervo, sino libre, porque precisamente él mismo forma parte de la casa. Una introducción inicial parecida en el pensamiento de Dios mismo sucedió a Israel en el monte Sinaí. Ocurrió luego de modo definitivo y grande en el Cenáculo y, en general, mediante la obra, la vida, la pasión y la resurrección de Jesús: en él Dios nos lo ha dicho todo, se ha manifestado completamente. Ya no somos siervos, sino amigos. Y la Ley ya no es una prescripción para personas no libres, sino que es el contacto con el amor de Dios, es ser introducidos a formar parte de la familia, acto que nos hace libres y "perfectos". En este sentido nos dice Santiago, en la lectura de hoy, que el Señor nos ha engendrado por medio de su Palabra, que ha plantado su Palabra en nuestro interior como fuerza de vida. Aquí se habla también de la "religión pura" que consiste en el amor al prójimo — especialmente a los huérfanos y las viudas, a los que tienen más necesidad de nosotros— y en la libertad frente a las modas de este mundo, que nos contaminan. La Ley, como palabra del amor, no es una contradicción a la libertad, sino una renovación desde dentro mediante la amistad con Dios. Algo semejante se manifiesta cuando Jesús, en el discurso sobre la vid, dice a los discípulos: "Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado" (Jn 15, 3). Y otra vez aparece lo mismo en la Oración sacerdotal: Vosotros sois santificados en la verdad (cf. Jn 17, 17-19). Así encontramos ahora la estructura justa del proceso de purificación y de pureza: no somos nosotros quienes creamos lo que es bueno —esto sería un simple moralismo—, sino que es la Verdad la que nos sale al encuentro. Él mismo es la Verdad, la Verdad en persona. La pureza es un acontecimiento dialógico. Comienza con el hecho de que él nos sale al encuentro —él que es la Verdad y el Amor—, nos toma de la mano, se compenetra con nuestro ser. En la medida en que nos dejamos tocar por él, en que el encuentro se convierte en amistad y amor, llegamos a ser nosotros mismos, a partir de su pureza, personas puras y luego personas que aman con su amor, personas que introducen también a otros en su pureza y en su amor. San Agustín resumió todo este proceso en la hermosa expresión: "Da quod iubes et iube quod vis", "Concede lo que mandas y luego manda lo que quieras". En este momento queremos poner ante el Señor esta petición y rogarle: Sí, purifícanos en la verdad. Sé tú la Verdad que nos hace puros. Haz que mediante la amistad contigo seamos libres y así verdaderamente hijos de Dios, haz que seamos capaces de sentarnos a tu mesa y difundir en este mundo la luz de tu pureza y bondad. Amén. (Capilla del centro de congresos Mariápolis de Castelgandolfo, domingo 30 de agosto de 2009) Volver P. José A. Marcone, I.V.E. El fariseísmo (Mc.7,1-8.14-15.20-23) Nos encontramos hoy delante de una de las realidades más impresionantes y más formidables del Evangelio que es el fariseísmo. El fariseísmo es ante todo una actitud del alma frente a las cosas de Dios; actitud que se dio, principalmente aunque no únicamente, en aquellos hombres llamados fariseos, de donde le viene el nombre. 1. La naturaleza del fariseísmo El fariseísmo, en cuanto actitud interior de aquellos contemporáneos de Jesucristo, es lo que ha llevado a esos hombres a odiar a Jesucristo. Porque el fariseísmo es aquella actitud del alma que ya no ve en Dios un ser personal al cual unirse por el amor y la entrega en sacrificio, sino que ve en Dios un medio para conseguir sus propios intereses, especialmente la fama, el dinero, la influencia y el poder. Jesucristo predicaba la pureza y la transparencia en las relaciones con Dios; la sinceridad de corazón en la búsqueda de Dios. Y por eso Él debía chocar necesariamente con aquellos que se habían tornado en dueños de la religión y la usaban para sus propios fines. Los fariseos desde un primer momento identificaron en Jesús un enemigo mortal, y desde el principio de su predicación planearon matarlo: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle” (Mc.3,6). A Jesucristo, al principio, la actitud farisaica le provocaba sentimientos encontrados; por un lado la ira ante la manipulación de las cosas de Dios y, por otro, una profunda pena por el destino que esperaba a esos corazones endurecidos: “Jesús los miró con ira, apenado por la dureza de su corazón” (Mc.3,5). Y por eso al principio intentó convertirlos y ablandar la dureza de su corazón. Pero sin resultados. Por eso al final de su predicación usó el último [1] recurso que le quedaba que era la invectiva , es decir, el discurso directo, áspero, agudo y violento contra ellos, gastando el último cartucho para intentar su conversión. Ya en plena Semana Santa Jesucristo dice cosas tremendas contra los fariseos, las cuales han sido consignadas por San Mateo en su capítulo 23. Todo el capítulo 23 está consagrado a esta invectiva contra los fariseos. Muchas veces nuestra inclinación es la de ver estos discursos violentos de Jesús como una puesta en escena o como una obra de teatro, como un género literario que no hay que tomarlo en todo su realismo. Sin embargo, es necesario tomarlo en todo su realismo. En este capítulo está, podríamos decir, la clave para entender toda la vida de Jesucristo. Allí se desarrolla de una manera muy perceptible el combate que llevó a Jesucristo a la cruz. Y al mismo tiempo se manifiesta cuáles eran las posiciones de los enemigos. Jesucristo, al mismo tiempo que apostrofa por última vez al fariseísmo y a los fariseos, presenta cuál es su perniciosa doctrina y cuáles son sus vicios pecaminosos. Así como Jesucristo en el capítulo 6 de San Mateo presenta en positivo su doctrina predicando las ocho bienaventuranzas, ahora presenta las contrabienaventuranzas encarnadas en los fariseos. Aquí Jesucristo nos dejó la pintura más exacta y al mismo tiempo más dramática del fariseísmo. Leo solamente 17 de los 38 versículos de que consta el capítulo: Mat 23:13 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. Mat 23:15 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! Mat 23:16 «¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!” Mat 23:17 ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Mat 23:18 Y también: “Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado.” Mat 23:19 ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? (…) Mat 23:23 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. Mat 23:24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! Mat 23:25 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! Mat 23:26 ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura! Mat 23:27 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Mat 23:28 Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. Mat 23:29 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, Mat 23:30 y decís: “Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!” Mat 23:31 Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. Mat 23:32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! Mat 23:33 «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna? Hipocresía, manipulación de personas, amor al dinero, robo, mentira, asesinato: estas son los pecados de los que los acusa Jesucristo. Todo lo contrario del amor a la pobreza, al sacrificio, a la mansedumbre, a la simplicidad de corazón que Jesús predica en las bienaventuranzas. Y a ellos mismos los llama seis veces ‘fariseos hipócritas’, y también ‘hijos de condenación’, ‘guías ciegos’, ‘insensatos y ciegos’, ‘que cuelan el mosquito y se tragan el camello’, ‘sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia’, ‘serpientes, raza de víboras’, ‘que no van a escapar de la condenación eterna’. Es tremenda esta invectiva de Jesús. Puede parecernos que esto se ha dado en esos hombres muy malvados y que está lejos de nosotros esta realidad del fariseísmo. Sin embargo, Jesucristo no lo pensó así y a eso, precisamente, está orientado el evangelio de hoy. 2. El peligro del fariseísmo en nosotros En el evangelio de hoy Jesucristo se enfrenta con los fariseos en un combate parecido al que sucedió en Semana Santa. Los acusa también de hipócritas y de amantes del dinero. Pero aquí, y esto es muy importante, una vez terminada la discusión con ellos, primero advierte a la gente acerca del error de los fariseos (v. 14-16), y luego instruye largamente en casa a sus discípulos para vacunarlos contra la peste del fariseísmo (v. 17-22), lo cual implica que Jesús considera a sus discípulos sujetos a contagiarse de la enfermedad farisaica. Y esto lo dice expresamente Jesucristo en el capítulo 16 de San Mateo. Allí les dice: “Guárdense de la levadura de los fariseos”. Como los apóstoles creían que se refería a que no habían llevado pan, Él les dice: “¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos”. Y el evangelista Mateo aclara: “Entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos” (Mt.16,6-12). Y les dice que se guarden no de la persecución de los fariseos sino de la doctrina de los fariseos, no por temor a su persecución sino al contagio de su actitud espiritual. ¿Y cuál es para Jesucristo, en el evangelio de hoy, el defecto central y fundamental de los fariseos del cual se pueden contagiar los discípulos? El hacer consistir la religión en actos exteriores y no interiores; el quedarse contento con hacer ciertas prácticas exteriores sin la sinceridad interior del corazón. La hipocresía es precisamente eso: hacer actos exteriores que no tienen su correspondiente en el interior del espíritu, demostrar por fuera algo que no se es por dentro. Con un ejemplo muy demostrativo, el del hombre que va al baño a [2] En primer deponer la materia fecal, Jesucristo mata dos pájaros de un tiro. lugar, tomado materialmente, hace ver cómo los alimentos se convierten en materia fecal y no pueden ser, por lo tanto, índice de mayor o menor religiosidad. Son buenos al entrar en el hombre, pero una vez que entran en el proceso digestivo y se transforman, son expulsables (“de esta manera declaraba puros todos los alimentos”). En segundo lugar, en cuanto parábola, está indicando que para el puro todo es puro (cf. Lc.11,34.41); lo que entra de afuera al corazón del hombre no puede dañarlo. Lo que lo daña es el modo en el que el mismo hombre procesa lo que ha entrado en él. Porque allí, en el interior del hombre, en el corazón del hombre, es donde está la pureza y la impureza, el bien y el mal. Por lo tanto, la verdadera religión del cristiano, que se opone a la falsa religión del fariseo, consiste en tener una conciencia pura delante de Dios. Y Jesucristo quiere que vigilemos sobre nosotros mismos, que nos examinemos en este punto, para ver si no ha crecido en nosotros de algún modo ese yuyito malo que es el buscar en la religión un cierto interés personal, ya sea por el prestigio que eso me da, ya sea porque mi religión se ha vuelto “exterior u ostentatoria” (como dice el P. Castellani), ya sea porque se ha vuelto algo rutinario, sin contenido interior, sin corazón, sin amor, sin sacrificio. A esto apunta Jesucristo cuando dice hoy que del interior del hombre sale lo bueno y lo malo. Lo malo lo menciona hoy detenidamente, dando una lista de pecados. Lo bueno lo menciona cuando habla de las bienaventuranzas: espíritu de pobreza, deseos de ser santos, mansedumbre, espíritu de sacrificio, espíritu de penitencia, simplicidad de corazón. Pidámosle a la Virgen María la gracia de ser sinceros de corazón, y que la fe que profesamos con nuestros labios sea vivida realmente en nuestro interior. Volver P. Gustavo Pascual, I.V.E. Lo puro y lo imppuro Mc 7, 1-8.14-15.21-23 Jesús con ocasión de la crítica que hacen los fariseos y escribas a sus discípulos por comer sin purificarse, siguiendo sus tradiciones humanas, les enseñará la verdadera pureza del hombre. [3] dejando en En respuesta a la crítica Jesús cita al profeta Isaías evidencia la hipocresía de sus adversarios ya que buscaban desacreditarlo por no observar sus tradiciones humanas. “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí”. Hipocresía: confesión externa de adhesión a Dios manifestada en el cumplimiento minucioso de los rituales de purificación y un corazón que se sigue a sí mismo, que sigue al hombre y deja de lado a Dios. Un corazón separado de Dios. Si Dios no está presente en el corazón, si Jesús no está presente en el corazón, no puede haber corazón puro. Fuera de Dios, al margen de Dios, las cosas terrenas ensucian el corazón. La verdadera pureza se da en la adhesión del corazón a Jesús y cuando el corazón está unido a Jesús se exterioriza en buenas obras porque de lo que llena [4] el corazón rebosa la boca y obra el hombre. No ensucia el corazón lo que entra de fuera sino lo que se concibe en él, al margen de Dios. Las cosas de fuera entran en el corazón por los sentidos y son alimento del alma, son para nuestro conocimiento, para nuestra perfección. Sin embargo, nuestro corazón con los elementos que le dan los sentidos puede elaborar obras malas por su malicia. Cuando el corazón está lleno de sí mismo y no habita en él Jesús, de él surgen obras malas. En cambio, cuando el corazón está lleno de Jesús, elabora pensamientos puros, buenos, según el querer de Dios. Jesús enseña la verdadera pureza. Desciende al interior del hombre, al corazón, sede de las obras. Jesús no desprecia las tradiciones de los antepasados de Israel pero sí condena la subversión de valores. Para los judíos las tradiciones humanas habían tomado tanta importancia que se las colocaba sobre los preceptos divinos y la religión se había exteriorizado vaciándose por dentro, esto es la hipocresía. En el particular, la pureza exterior no purifica el corazón. Por más abluciones de manos, utensilios, baños, el corazón sigue intacto. La pureza de [5] corazón se obtiene por la verdadera religión que es “en espíritu y verdad” , se obtiene por la unión con Jesús, se obtiene cuando el corazón ordena la caridad y Jesús es el centro alrededor del cual gira toda nuestra vida. La pureza de corazón equivale a la simplicidad de corazón y un corazón simple es el que se dirige sólo a Dios y todo lo que piensa y siente tiene a Dios por origen y término y todas sus obras son con recta intención, con intención simple, buscando sólo la gloria de Dios. Por el contrario, la hipocresía, es el doblez del corazón. Jesús recrimina a los judíos este corazón doble: me honran con los labios pero su corazón está lejos de mí. Nunca cosa alguna que entra de fuera ensucia el corazón del hombre. ¿Ninguna? ¿Y las cosas indecentes? Si las cosas indecentes, no buscadas, se presentan sin responsabilidad nuestra y las rechazamos al momento no ensucian el corazón pero es del corazón de donde surge el deseo de las cosas deshonestas y es del corazón de donde nace la aceptación de lo malo que se presenta. Al hombre de corazón puro nada lo ensucia y nada sucio brota de su corazón. Por el contrario, el corazón impuro busca la impureza y genera impureza. ¡Cuántas personas hermosas en el exterior pero con obras que denuncian un corazón impuro! ¡Cuántas personas pulcras y limpias en el exterior y con el corazón oscurecido! Jesús nos invita a purificar el corazón, a llenarlo de Él y por El amar a todas las criaturas. Del corazón puro brotan obras de luz. “Si tu ojo está sano, [6] todo tu cuerpo estará luminoso” . Si tu intención es recta, todas tus obras serán luz. La recta intención nace del corazón simple, del corazón puro, del corazón que sólo busca a Jesús. Allí no se mezclan luz y tinieblas, pureza y suciedad. ¿Cómo purificar el corazón? Conociendo, amando e imitando a Jesús. Cuando Jesús llene completamente nuestro corazón, nuestro corazón será un corazón puro. Pero para que entre Jesús en él tenemos que despojarlo del amor desordenado a nosotros mismos y a las demás criaturas. El camino más directo es sublimar el amor. El amor a Jesús nos purificará del mal amor a las cosas terrenas. Volver P. Jorge Loring, S.J. Domingo Vigésimo Segundo del Tiempo Ordinario - Año B Mc 7:1-8, 14s 1.- El Evangelio de San Marcos explica las costumbres judías, pues iba dirigido a los cristianos procedentes del paganismo que no conocían las costumbres judías. 2.-Jesucristo insiste que lo importantes es el corazón, pues de él salen los malos pensamientos, los odios, los rencores, la avaricia, la soberbia, la lujuria, etc. Las acciones del hombre se originan en el corazón. Si éste está manchado, todo el hombre queda manchado. 3.- Por eso llama hipócritas a los que se contentan con las obras externas, pero no limpian su corazón. 4.- La Biblia en el Salmo 24 identifica las manos limpias con el corazón puro. Lavarse las manos no era sólo por higiene. Era un símbolo de purificación. 5.-La palabra HIPÓCRITA es de origen griego. Designaba a los artistas que llevaban una máscara que disimulaba su identidad. Expresa falsedad, como el actor que se oculta detrás de la máscara. 6.- Entre nosotros la hipocresía está muy mal vista. Todos valoramos la sinceridad. La veracidad es indispensable para el trato humano. 7.- La sinceridad no es decir siempre lo que se piensa, pues esto puede ser contraproducente. Sinceridad es pensar lo que se dice para respetar la caridad y la justicia. 8.- Seamos sinceros en nuestro proceder, y purifiquemos nuestro corazón para que nuestras obras sean buenas. Volver Ejemplos Predicables EL PODER DE LA INOCENCIA El mundo reclama hombres limpios, sin mácula y dispuestos a dar la vida por la verdad. Ellos hacen la historia y son la semilla del futuro. Según el novelista francés Victor Hugo, "La fuerza más poderosa de todas es un corazón inocente". Ahí refulge la luz de la verdad; en él domina la fuerza de la bondad. Dios se muestra fuerte en el aparente débil. Un corazón inocente es también el manantial de la auténtica alegría y el trono donde reina la paz. La inocencia es rectitud y es transparencia. El corazón limpio es también un corazón fuerte, capaz de enfrentarse al mal y vencerlo. Los seres íntegros han liderado las más grandes empresas. Han demostrado que "lo más blando es más fuerte que lo duro, el agua es más potente que la roca, y el amor es más vigoroso que la violencia", como decía Hermann Hesse. Volver COMUNICADO ESPECIAL Estimada familia de Homilética, queríamos hacerlos partícipes del nuevo cambio de sistema de distribución de los boletines. Dicho cambio requiere de su atención, ya que desde el 7 de agosto al 31 del mismo mes, tienen tiempo para re-suscribirse al servicio, ingresando al siguiente link: (para suscribirse, clic aquí) … o escriba en su navegador: http://mlgn.to/1jv6 ¡Atención!, la lista de suscriptores anteriores será dada de baja a partir de 1 de septiembre, por ende sólo recibirán los boletines quienes se hayan suscripto por este nuevo medio. Por otra parte a partir de dicha fecha, la suscripción y el dar de baja al boletín se efectuará de modo personal, siguiendo los pasos que encontraran en el sector derecho de nuestra página web: homiletica.iveargentina.org Por último y apelando a vuestra paciencia, queremos advertirles que este comunicado se reiterará semanalmente para facilitar a algunos miembros de la familia, que no hayan podido informarse de este cambio, la oportunidad de suscribirse. Quedamos a vuestra total disposición para consultas o sugerencias. Nos encomendamos a sus oraciones. En Cristo y María Equipo de Homilética Volver E- mail: [email protected] [email protected] _________________________________________________________________________________ Instituto del Verbo Encarnado - Provincia “Nuestra Señora de Luján” - iveargentina.org Copyright © 2015 Instituto del Verbo Encarnado [1] Discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo (DRAE). Acre: áspero y picante al gusto y al olfato, como los el ajo y el fósforo (DRAE). [2] Esta comparación (v. 18-19) no es leída por la Iglesia en la Liturgia de la Palabra de hoy. Se leen los siguientes versículos: Mc.7,1-8.1415.20-23. [3] [4] [5] [6] Is 29, 13 Mt 12, 34 Jn 4, 24 Mt 6, 22
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