Capítulo XI EL RETRASO DESLEAL EN EL EJERCICIO DE LA PRETENSIÓN 1. El derecho procesal y su proyección en el derecho de fondo El derecho procesal se encuentra en permanente movilidad y sufre permanentes transformaciones. La influencia de la Constitución, así como los requerimientos sociales y las propias necesidades del tráfico, le obligan a actualizarse y estar atento con las realidades emergentes. El cambio de las estructuras del proceso importa una variable que avanza sobre todo el derecho, al punto que, en muchas ocasiones, la instrumentalidad característica que tiene la disciplina, presentada como dispuesta para el servicio del derecho de fondo, se difumina porque adquiere a través de sus propias disposiciones una notable influencia en el derecho material. Es decir, el mismo derecho procesal pasa a ser la norma principal, convirtiéndose en el mismo derecho subjetivo que fundamenta la pretensión. En este sentido aparece el uso del tiempo y de los intervalos del derecho. En efecto, el tiempo ocupa un lugar sumamente destacado en el agrupamiento adjetivo que caracteriza la práctica forense. Su registro en las etapas del procedimiento advierte cómo es posible mutarle su carácter, individualizándolo como norma procesal sustantiva según los efectos que produce. La caducidad de la instancia, las vistas, los traslados, la preclusión, etc., recogen del cómputo de los intervalos del derecho sus principios y comprometen la expresión del derecho, a su interposición oportuna. Las nuevas formas del proceso, no obstante, se han quedado en la base estructural de la jurisdicción, la acción y el proceso; y en su composición, el tiempo se mantiene como uno de los baluartes inmutables de la ciencia jurídica, que el derecho procesal recibe e idealiza en un marco de imposible transgresión. Sin embargo, existen nuevas instancias y exigencias que modifican efectivamente el cuadro donde se posiciona el arquetipo procesal. El tiempo y su operatividad no es tan ciego a las contingencias de la realidad, y así como se elastiza (a partir del criterio del exceso ritual manifiesto, por ejemplo) la perentoriedad fatal y preclusiva de los términos, también se observa que el aprovechamiento desleal del tiempo puede constituir una suerte de abuso en el proceso. 2. La actitud jurisdiccional en la antesala del proceso Las novedosas facetas adoptadas en los tiempos de reforma han perseguido la socialización del proceso. Al otorgarle un carácter publicístico, se ha dotado al Juez de mayores poderes y facultades para dirigir el conflicto. No obstante, algunos moldes no se han quebrado, y existen reglas nominales que perviven sin desajustes, como es el caso del principio dispositivo. Sostiene Nogueira que existe todavía un dejo de la manía paradojal de antaño que pretendía el espectáculo de la función programada del derecho, de un encaje poco menos que automático y de consuno a la simetría histórica de conflictos sociales, como si éstos pudieran bañarse dos veces en el mismo río o interceptar los vientos de un cambio social del cual no sabemos los hijos que serán devorados. En consecuencia, deviene inerte y adormecida la figura del derecho, que espera salir de su letargo "a petición de parte". A veces esa formulación del interés viene confundida intencionadamente, presenciándose la situación que describe Rocco, al decir que el hombre, al determinar libremente sus acciones no siempre ajusta espontáneamente su conducta a la observancia del derecho existente, respetando los intereses que el derecho objetivo tutela, sino que viola, o amenaza con violar, los intereses ajenos que las normas jurídicas tutelan, o los deja insatisfechos no cumpliendo las prestaciones que está jurídicamente obligado a cumplir. Y ello, o por no querer conscientemente someterse a los mandatos o a las prohibiciones del derecho, o por ignorancia del derecho, o porque siendo dudosos e inciertos los términos de los hechos o de las relaciones que las normas regulan, o en algún caso por el carácter de abstracción y generalidad de la norma misma, son necesariamente inciertos para el sujeto agente la existencia y el alcance de su derecho o de su obligación jurídica. La existencia patológica del derecho es un estado posible; la función preventiva del Estado a través de la jurisdicción impone encontrar una respuesta aleccionadora que le prive de efectos disvaliosos. Por eso hablamos de una solución axiológica anticipada al hecho procesal de la pretensión. Promover el derecho a una tutela judicial efectiva antes que el proceso (que se presenta como justo pero injusto ante la realidad que pretende consagrar) desenvuelve un sofisma. Hoy día se asiste al reverdecimiento de los principios de lealtad, probidad y buena fe. Precisamente estos fundamentos deben requerirse antes de la controversia judicial, llevando la buena fe, a término de principio, de modo tal que pueda ser base integrativa del derecho. La lógica tipificación de las conductas de los hombres a las normas que los rigen tiende a normalizar el juego de la actuación conforme a un sistema de vida; viene así la bona fides a interpretarse en sus componentes de ética y seguridad jurídica. Ambos elementos, desarrollados en las relaciones humanas, recuerdan la conciencia de obrar honestamente. De modo entonces que la buena fe puede ser entendida como un hecho o como un principio, aunque el concepto primero va hacia el término jurídico, conforme un desenvolvimiento congruente con el modo y el tiempo en que corresponde analizar la real configuración de la buena fe. Ahora bien, el comportamiento coherente y sistemático de una persona suscita en los demás confianza y permite anunciar una determinada conducta futura. Cuando esta predicción se desvirtúa, se dice que el individuo ha obrado en contradicción con sus actos anteriores, circunstancias que lo ponen en colisión con la buena fe inspirada. Por eso, el principio citado importa también una limitación al ejercicio de los derechos subjetivos. Es inadmisible -dice Larenz- todo ejercicio de un derecho subjetivo que contravenga en cada caso concreto las consideraciones que dentro de la relación jurídica cada parte está obligada a adoptar respecto de la otra. De modo tal que la facultad de ejercer una pretensión debe cumplirse según la confianza que el negocio ha inspirado en ambas partes. La doctrina y jurisprudencia alemana han elaborado una serie de supuestos típicos de reproche al accionar abusivo de un derecho, caracterizando la verwirkung como aquella limitación al derecho de un titular quien por mucho tiempo no se ha preocupado de hacerlo valer, dando lugar con su actitud omisiva a que el demandado pueda esperar objetivamente que el derecho ya no sea ejercido. 3. El retraso desleal (verwirkung) Cuando una persona ha entablado con otra una relación jurídica, desarrollando vinculaciones que producen efectos que, eventualmente podrán ser resueltos en una instancia judicial, es más importante analizar el contexto y las circunstancias que demuestra la conducta de las partes, antes que el derecho estrictamente invocado. Por ejemplo, si existe un contrato de mutuo, éste se cumple, pero deja de abonarse la última cuota cancelatoria, y éste se reclama al cabo de diez años, casi al filo de la prescripción de la acción personal, sin que existieran reclamos previos o intimaciones que dejaran en claro la intención de percibir el crédito pendiente de cancelación; se puede estimar que el deudor será sorprendido por la actitud del acreedor, porque aun existiendo la deuda, la conducta desenvuelta puede haberlo llevado a creer que dicha ejecución no se practicaría. La institución de la verwirkung -explica Bohemer- reposa en tres ideas: a) la del retraso en el ejercicio del derecho; b) la de la conducta contradictoria, y c) la de la infracción a la regla de la buena fe, siendo éstas las que llevan al concluyente juicio de valor de que la conducta del titular representa un abuso del derecho. La postergación indefinida apareja, objetivamente considerado, una actitud desleal cuando se pretende obtener una ventaja, y ésta resulta intolerable a la luz de las circunstancias que precedieron el caso. Asimismo, la pasividad de mala fe puede conseguir del adversario una sorpresa de tal entidad que le vulnere, en cierta medida, su derecho de defensa. Pero lo importante es que la persona que haya receptado los actos haya podido contar con que el derecho no sería ejercitado sobre bases objetivas y teniendo en cuenta las circunstancias del caso. La contradicción del comportamiento se advierte en la asistematicidad que sucede a la buena fe inspirada, complementándose la triple exigencia de identidad requerida por la verwirkung. Esta figura ha sido elaborada para el derecho civil para ser utilizada como mecanismo de defensa. En tal sentido se han de observar algunas similitudes con otras instituciones. a) Con la prescripción se diferencia en los elementos que agrega como imprescindibles para su alegación. Si bien en ambas es menester la omisión del ejercicio de un derecho unido al transcurso del tiempo, en la verwirkung es necesario, además, que la conducta omisiva haga inadmisible y abusivo el ejercicio del derecho, debiendo el tiempo ser determinado y valorado por el Juez conforme a las circunstancias del hecho. Explica Safontás que el plazo de perentoriedad del derecho no es explícito en el retraso desleal; en razón de ello, puede ser fundamento de defensa para el mismo acreedor (v.gr.: como excepción al progreso de una defensa de prescripción opuesta en forma abusiva). b) De la doctrina del propio acto (venire contra factum proprium) se diferencia por el mayor período de tiempo que transcurre entre las dos conductas. Requiriendo el retraso desleal un lapso apreciable, exigencia que no necesita la primera. c) Con la renuncia tácita existen también analogías, aunque la caducidad singular a que nos referimos tiene su causa efecto en la buena fe y la institución civil necesita una voluntad negocial, pudiendo el renunciante hacer desaparecer el efecto extintivo demostrando la ineficacia de esa declaración de voluntad. La jurisprudencia elaborada en torno al principio de la verwirkung se ha construido sobre el pensamiento de la inadmisibilidad de tolerar el ejercicio abusivo de los derechos. El desarrollo operativo del sistema en el derecho industrial con relación a las marcas, competencia desleal, patentes de invención y derechos de autor; y el derecho laboral en los ejemplos que más abajo se mencionan, encuentran la suficiente razón para concretar en el retraso desleal una forma de normalizar las situaciones jurídicas. Algunos fallos que cita la obra de Zeiss muestran una aplicación específica: "Una persona había sido empleada por una empresa, de la que fue despedida sin preaviso en el año 1946, porqué en 1944 había denunciado, sirviéndose para ello de un teléfono de propiedad de la firma, a un artista semi-judío que luego pereció en un campo de concentración. En 1947, impugnó ese despido mediante una demanda ante el Tribunal de Trabajo de Dusseldorf, pero la retiró ese año en virtud de un acuerdo con la demandada. El 4 de febrero de 1960 presentó una nueva demanda pidiendo que se invalidara aquella cesantía. El Tribunal Federal de trabajo estimó que la acción no estaba sujeta al plazo previsto en la ley sustantiva pero que, sin embargo, había caducado". Allí se dijo que "esa caducidad se producirá cuando, en vías del transcurso del tiempo, medien circunstancias especiales que hayan creado en el adversario una confianza per se stante procesal, que lo haga suponer que la demanda no se intentará, y esa confianza reclama tutela con la fuerza que el interés del legitimado en que se examine la pretensión que afirma debe ceder ante ella. La caducidad del derecho material y la caducidad de la acción deben mantenerse separadas. La posibilidad de que el tribunal aclara una posición jurídica constituye una facultad especial, que ocupa su lugar propio" (Ap. Nr 1 ad. 242 BGB). 4. Autonomía del retraso desleal como instituto de aplicación inmediata En sentido genérico, la buena fe comprende la actuación del individuo con la conciencia o intención de no perjudicar a otro o no defraudar la ley. Puede ocurrir que esa íntima convicción de obrar conforme a derecho padezca de equívocos en su sustentación, con lo cual, la ignorancia o el error imbuirán las consecuencias jurídicas, aunque el principio general se mantenga. Vemos entonces con cierta claridad las dos direcciones que puede tener la buena fe. Por un lado la buena fe - creencia, que supone la sinceridad de la actuación; y por otro, la buena fe - probidad, donde se ponderan la honestidad y la lealtad. En uno, el elemento cognoscitivo supera al volitivo; en el otro, la variable se invierte. El retraso desleal supone una actuación que tiene conciencia de las razones por la que actúa obrando de mala fe. Sabe que le asiste el derecho, pero sabe también que abusa del mismo. Las diferencias apuntadas con otros institutos demuestran la necesidad de conceptualizarla autónomamente en nuestro derecho positivo, como una derivación del ejercicio abusivo del derecho. Para Zeiss los presupuestos de la verwirkung son: a) Una de las partes tiene que haber mostrado durante un lapso no desdeñable una conducta que permitiera a la contraria suponer que no quería hacer uso de sus facultades procesales; b) La parte contraria tiene que haberse acomodado a la situación resultante de esa conducta, y c) Para la caducidad rige el principio de la subsidiariedad. El principio general del ejercicio leal de los derechos cede ante normas especiales que posibilitan la misma solución. A este fin conviene señalar ciertas particularidades de encuadre. En primer lugar, el error puede alegarse como causa de excepción. Si el fin perseguido es contrariar la eficacia obligatoria de la ley -dice Espínola-, está implícito que el error no aprovecha a quien lo alega. Pero si el fin es demostrar la inexistencia o falta de un presupuesto querido por la ley para un acto jurídico, nada obsta a que el error o la ignorancia del derecho pueda ser invocado al mismo tiempo que el error de hecho, por ser perfectamente lícita, sin duda, la alegación del error como excusable, para evitar las consecuencias del acto en cuya formación tiene intervención la voluntad viciada de aquél error. Debe recordarse que el retraso desleal supone el conocimiento y la intención de provocar con la demora una consecuencia contraria a la buena fe inspirada en el ocasional adversario; de manera que si no existe voluntad o ésta se asienta sobre bases equívocas, el error es excusable. Ahora bien, si ese error parte de una desidia absoluta del manifestante para conocer las consecuencias de su actuación, las conclusiones pueden ser diferentes. La presencia de la culpa merece un párrafo aparte e, incluso, bien separado de las conclusiones que importa el retraso desleal. Es evidente que la buena fe no se puede fundar en una simple creencia, pues de otro modo, se llegaría al extraño resultado de que el ingenuo, el inexperto, procederían de buena fe más fácilmente que el hombre sensato y prudente. Para prevenir esta disfunción del principio, al negligente se le debe aplicar la eficacia de la bona fides como instituto mentor de consecuencias jurídicas. Un ordenamiento jurídico que interprete de esta manera -dice Silveiraes preferible, no sólo bajo el aspecto ético social (ya que impone a quien quiera aprovecharse de los efectos de su buena fe un comportamiento diligente, y no corre el riesgo de sacrificar al hombre escrupuloso -mas inclinado a verificar las dudas- beneficiando al inconsciente e impulsivo), sino también sobre el punto de vista práctico, ya que facilita notablemente al magistrado la constatación de la buena fe. Las relaciones entre la buena fe y la culpa no pueden desentenderse de las distintas posibilidades de interpretación que a la última le caben. Pueden adoptar así una consideración de contenido ético, como hecho voluntario, y un sentido jurídico donde se conceptualizaría como ausencia de voluntad trasuntada en imprudencia, negligencia o impericia. Evidentemente, como hecho voluntario, la culpa no puede excluir la buena fe, circunstancia que obraría como excusa en el supuesto restante. Desprendido de estos conceptos, el retraso desleal encuentra una fisonomía propia que lo particulariza, y que si bien se asienta sobre la buena fe, a éste lo recibe como principio informador de todo el ordenamiento jurídico, guardando para sí una tipificación clara que, para nuestro derecho sustantivo, podría agregarse con el ejercicio abusivo de los derechos. 5. Caducidad de facultades procesales La caducidad es un modo de extinción de ciertos derechos, en razón de la omisión de su ejercicio durante el plazo prefijado por la voluntad de la ley o el acuerdo de los particulares. Las diferencias con la prescripción se han indicado precedentemente, restando decir que este instituto extingue el derecho mismo, en tanto el primero quiebra una potestad jurídica. En el proceso, el principio de preclusión provoca la pérdida irremediable de un derecho que no se ejerce por el interesado, sea por la falta de provocación en término, por un comportamiento incompatible, o por un ejercicio defectuoso. Cada uno de estos institutos parcializa el encuadre del retraso desleal, pero no lo define específicamente. Esta figura agrega otros elementos: el valor del silencio adquiere una especial trascendencia; el comportamiento incoherente tiene una intención definida, y la buena fe se resquebraja ante la presencia del acto que se articula. La clave de interpretación se debe buscar en el desarrollo del silencio que precede al momento de la pretensión. La ausencia de manifestación expresa genera en el adversario confianza acerca de la inactividad definitiva del derecho que, aun teniéndolo, no se ejercita. Puig Brutau sostiene que quien ha dado lugar a una situación engañosa, aun sin intención, no puede pretender que su derecho prevalezca sobre el de quien ha confiado en la apariencia originada por aquella situación. Esta apariencia, se afirma, ha dado lugar a la creencia de la verdad de una situación jurídica determinada. Por su parte Díez Picazo piensa que en el caso de protección dispensada por equidad a quien ha confiado en la apariencia creada por la actitud pasiva de alguien, es decir, cuando el silencio ha podido ser interpretado de buena fe como asentimiento o como prueba de la inexistencia del derecho que luego se intenta hacer valer, en tales casos nos encontramos con un problema similar al designado con la palabra inglesa laches en el derecho anglosajón. Finalmente, este triple juego del tiempo, el comportamiento incoherente y la violación de la buena fe se aúnan en una figura única que es la caducidad de facultades cuando opera un retraso desleal en su ejercicio. Naturalmente, no todo ejercicio tardío de un derecho o de una potestad puede reputarse desleal y contrario al principio de la buena fe; pero cuando elk titular de un derecho no se preocupa por hacerlo valer durante un largo tiempo, generando su actitud omisiva la confianza del adversario respecto de la inactividad definitiva de aquél, se opera la caducidad del derecho por retraso desleal en su ejercicio. Sostiene González Pérez que la demora en el ejercicio de los derechos, a veces, no se pude reputar como desleal, porque puede obedecer justamente a lo contrario, es decir, a razones de tolerancia, e impedir perjuicios innecesarios dando oportunidad al obligado a la búsqueda de soluciones a la situación que se le crea. Bibliografía Bohemer, El derecho a través de la jurisprudencia, traducción de Puig Brutau, editorial Bosch, Barcelona, 1965. Borda, Alejandro, La teoría de los actos propios, editorial Abeledo Perrot, Buenos Aires 1987. 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