Rocanroles alcantarillescos Prólogo: Rock en vivo ............................................................. 9 Si volviera el amor ...................................................................13 Metro Balderas .........................................................................25 Tanque lleno y rol ....................................................................33 Los campesinos siderales ........................................................45 Otros créditos ...........................................................................47 No sé si cantarles una historia urbana o una historia humana, ¿ustedes qué preferirían escuchar? Rockdrigo, introducción a “Perro en periférico”, En vivo en el café de los artesanos 6 Prólogo: Rock en vivo Nora de la Cruz ¿No conoces a Rockdrigo?, de- ban hasta el día siguiente, en cían mis interlocutores cuando algún punto de la madrugada, notaban que yo no reconocía desde las bocinas de un estéreo la frase que citaban en nuestra mal ecualizado con doble case- conversación. Ocurría a me- tera salían armónica, guitarra, nudo porque, aparentemente, voz y una frase conocida: ca- toda la experiencia chilanga balgo sobre sueños innecesarios estaba condensada en sus cua- y rotos, prisionero iluso de esta tro discos (me asaltaron, ¿estás selva cotidiana. ¿Quién canta bien?, sí pero me quitaron casi eso?, pregunté. Me dijeron que todo lo que dice el Rockdrigo). Rockdrigo. Para mí, “No tengo Yo respondía que no: el nom- tiempo” era la canción de los bre de Rodrigo González no micros: casi siempre que algún me sonaba de nada. joven subía con su guitarra para O eso creía yo, porque ganar una moneda que no afec- cuando las fiestas se prolonga- te su economía, cantaba ésa. Me 7 gustaba y la sabía de memoria so, dice el tamaulipeco en una gracias a mi uso cotidiano del entrevista cuando le preguntan transporte público. Cuando lo sobre su llegada a la Ciudad de pienso ahora, parece casi ritual: México. Rockdrigo pudo ver al miles de habitantes del Estado DF desde la distancia, y a Tam- de México se desplazan de sus pico desde la capital. Y aun- municipios de origen para ir a que sus canciones urbanas no estudiar o trabajar a la ciudad; niegan la realidad —violenta conforme se acercan aparece y complicada desde entonces, un músico callejero: un Virgi- desde siempre— comparten lio que los guía en su descenso el espíritu de las dedicadas a la por el Periférico hacia la tram- Huasteca: abrazan la belleza de pa (¿qué trampa?, los saludan lo sórdido y la supervivencia se al llegar). Pero nadie atiende al vuelve una aventura. Al cabo y aviso y la máquina los vuelve qué: si algún día tu historia tie- una sombra borrosa. ne algún remanso dejarías de ser ciudad. Nadie puede cantarle a una ciudad como quien la en- Es probable que el atracti- frenta, venido de lejos. Claro vo de la obra de Rodrigo Gon- que quienes nacieron en ella zález sean todas las aparentes la aman y la odian con inten- contradicciones sidad. Pero el espanto es una conciliar. El rock, el blues, la forma peculiar del asombro y canción de protesta, la música quien necesita entender tam- popular mexicana, las ideas de bién explica. Yo estaba bien Freud, de Marx, Chava Flores, sacado de onda y bien confu- La Familia Burrón, el sonido 8 que logra duro de la música norteame- y espiritual. Le preocupaba el ricana adaptado a la dicción tiempo (“No tengo tiempo”, mexicana y a su tempera- “Tiempo de híbridos”, “Dis- mento. En esa fusión está su tante instante”) y —como a fuerza y por eso encontramos Nezahualcóyotl— la fugaci- en sus letras la dualidad de la dad de la vida, su transcurso que tanto se ha escrito al inten- irreversible: no hay manera de tar explicar nuestra identidad: regresar la cinta, tu amor fue la risa sombría, la melancolía un rock en vivo. Algo intuía festiva. Rockdrigo es cábula, también sobre la muerte. Y sus profundo, irreverente, solem- observaciones fueron tan agu- ne, oscuro, colorido, prosaico das que aún no se diluyen; sus 9 imágenes se mantienen vigen- lescente en la ciudad derruida tes y los mexicanos seguimos por el temblor del 85; Sylvia siendo —en el fondo— los Aguilar Zéleny cuenta cómo mismos: divas francesas, asala- para una niña el viaje se con- riados, amas de casa un poco vierte en una forma de vida; tristes, en la campechana men- finalmente, Jesús Vicente Gar- tal, en la vil penetración cultural, cía narra un rito de iniciación en el agandalle transnacional, en oficiado en una azotea del DF. lo oportuno-norteño imperial, Tres historias situadas en los en la desfachatez empresarial, años ochenta que observan la en el despiporre intelectual, en la semilla de nuestra historia re- vulgar falta de identidad. ciente, escritas con la misma A propósito de las cancio- perspicacia y el candor con los nes de Rockdrigo, alrededor que Rockdrigo describía a la de ellas o desde su centro, tres Ciudad de México y veneraba autores construyen sus ficcio- su ferocidad. nes. Alejandro Arteaga relata una insólita expedición ado- 10 Si volviera el amor Alejandro Arteaga No fue una buena idea, es distintos tonos de gris se alza- cierto —si pienso, sobre todo, ba en grandes columnas por en lo que hallamos allí—. Pero doquier. Y si Carlos y Andrés eso lo sé hoy. Nos introduji- me acompañaban, era más mos a las ruinas del edificio por una curiosidad malsana Berlín cuando terminaba la que por solidaridad auténtica. tarde. Y esa fue la peor deci- Cada uno de nosotros se sión, la hora. La ciudad era arrogaba un relato único de so- un espanto. El último movi- brevivencia, aunque cada quién miento había ocurrido la no- hubiese estado en el centro de che anterior y las cuadrillas de una calle, bajo el quicio de al- rescate abandonaron el traba- gún edificio sólido, o acaso de jo por miedo a que los edifi- la mano de su madre, como cios aún en pie terminaran de me sucedió a mí, en el momen- caer. Sin luz eléctrica y con in- to del temblor. En resumen, la cendios inacabables, humo de 11 casualidad nos había querido a mamá, la angustia en los ojos salvo. de todos, el apuro en los pasos, el polvo que se hizo habitual en Aquella mañana me había sor- los meses siguientes. Y la muer- prendido el color del cielo —un te efectiva, por supuesto. azul tan intenso como invero- Mamá pensó en su hijo símil—, y mientras atravesaba Julio y en mi padre —eso uno de los senderos del parque dijo—, en el resto de la familia al lado de mi madre, sentí el que vivía en donde mayores movimiento de la tierra. Pron- destrozos hubo y a la que no to comprobé el balanceo de pudimos encontrar sino has- todo, el sonido del concreto y ta días más tarde, mermada el metal, los cristales que caían y en descomposición. Yo no semejantes a una lluvia infame, podía dejar de pensar, aún en los muros que, cual montón de los primeros minutos del lío, en fichas, se removían de su base lo diferente que sería mi vida a hasta deslizarse al vacío. partir de ese instante, en el ho- Recuerdo que nos arro- rizonte que se abría para el jue- jamos al suelo cuando cayó go y la aventura en ese desastre cerca de nosotros un pesado general. Si soy sincero —inten- fragmento de lámina. No sa- ción que no le otorga ninguna bría describir a cabalidad lo que validez a mi relato—, diré que ocurrió después: la repetición pensaba en Hilda y en el vatici- de un derrumbe sin control, nio de mis sueños. los gritos, el azoro unánime, la Desde hacía meses soñaba preocupación imperecedera de con las ruinas de mi ciudad y 12 me veía con otros muchachos, de abstraerme del entorno y colándome en las entrañas desdoblar una visión en terce- de los viejos palacios venidos ra persona ante cualquier si- abajo, como un juego infantil tuación adversa. Una habilidad prodigioso, para recuperar las que no me abandona. Supongo cabezas, las manos, los frag- fue el miedo y la incredulidad mentos de todos. Hilda era en de que todo aquello sucediese aquel tiempo mi incondicional frente a nuestros ojos: la ciu- y mi consejera, una muchacha dad haciéndose humo, los lu- de mi edad que figuraba, me- gares nuestros desapareciendo diante su discurso y su gracia, bajo un montón de piedras. De camino a nuestra calle, la guía de mi rencor y de mi vi el peor panorama que jamás espíritu. imaginé. Permanecimos en una orilla del Aunque parecía eterna la parque; mi madre con lágrimas trompicada caminata, no tarda- en los ojos, balbuceando, tal mos mucho en alcanzar nues- vez preguntándose qué hacer tro edificio y comprobar que primero, mirar desde ese lugar se hallaba erguido y sin proble- privilegiado la desbandada y el mas —sin grandes problemas, caos o correr a la escuela de Ju- al menos. Allí mi madre halló un lio o a nuestra propia casa. Yo poco de paz. me hallaba alerta, pendiente del horror que venía; sin em- Quizá sobra relatar lo que bargo, comencé a desarrollar siguió, la manera en que locali- una habilidad desconocida, la cé a mi hermano más tarde de 13 14 vuelta de la escuela, los grupos Traté de averiguar si acaso de muchachos que se organiza- Hilda y su familia se halla- ban para rascar en los montones ban allí en mal momento, si de piedras en busca de sobrevi- habían salido, si se encontra- vientes, el alboroto de señoras ban fuera a la hora del tem- y agregados en la entrada de blor. Nada resultó. Comenzó, nuestro edificio, mi madre de pues, a abrumarme el discur- un lado a otro auxiliando a sus so que Hilda me legó, el de la vecinos en apuros, nuestra ayu- destrucción y el rencor como da en el acarreo, y el recorrido un alto sueño, pues ella sabía por la zona devastada que era desmenuzar mejor que nadie inmensa. lo que nos orillaba, otorgan- Lo que deseo contar —y do las culpas precisas, asig- en cierto sentido figura el mo- nando sin chistar la autoría tivo central de mi relato— fue de los crímenes y los abusos, que en ese recorrido me en- la infinita rabia que quizá sin contré con lo que ya presentía justificación real animaba un hecho ineludible: las rui- nuestros días. nas del edificio Berlín, el ediArropados por la última luz de ficio de Hilda. Oí la charla de los hom- la tarde, Andrés propuso que bres en el lugar. Los distintos entráramos a las ruinas a través huecos entre los escombros de un hueco de la calle trasera, vaticinaban nuevos derrum- así podríamos colarnos sin ser bes, y la probabilidad de so- vistos por las cuadrillas que brevivientes parecía escasa. descansaban del otro lado, a la 15 espera de la maquinaria pesa- y una estancia llena de mue- da. Por ser animador de esa ex- bles cuyo tamaño excedía el pedición, me tocaba la punta. espacio; las habitaciones re- Carlos cubría la retaguardia. sultaban insuficientes para el La manera en que se desplo- número de inquilinos. mó el edificio Berlín resul- A pesar de los escombros taba peculiar. La planta baja y los pedazos de muebles de y el primer piso soportaban la planta baja no fue difícil heroicamente las cuatro plan- llegar al primer piso. Andrés tas superiores, contrahechas sostenía una lámpara de ju- como un emparedado, salvo guete que apenas alumbraba. en su centro, donde aparecían No obstante, nos ayudó a en- vencidas en implosión. Los contrar el rellano y el pasillo huecos para subir eran pocos central. Ese corredor mostra- y estrechos. El inmueble, a pe- ba ya el primer inconveniente sar de su baja altura, abarcaba pues desde allí se apreciaba el media manzana. Por tanto, lo centro vencido del edificio, atravesaban extensos corre- el techo del segundo piso in- dores y al menos tres cubos de clinado y con la instalación escalera se acomodaban en su eléctrica expuesta. Vale decir que los ruidos línea central. Hilda y su familia habi- del lugar nos alteraban un tanto. taban el tercer piso. Yo había Tronaban aquí y allá maderas, conocido su departamento, piezas de duela, vigas endebles; humilde como el nuestro, caían montones de polvo y pie- con dos pequeñas recámaras drecillas en nuestros hombros y 16 cabeza; se escuchaba fielmente, Con nuestra charla se acen- a cada paso, cómo el edificio tuaron los pequeños derrum- no había terminado de asen- bes en esa zona y luego de que tarse. cruzamos el hueco hacia el pa- Justo cuando Carlos ha- sillo del segundo piso (o lo que bía hallado un primer hueco quedaba de él) se nos figuró entre los escombros del pasi- que sería complicado regresar llo, y se había introducido por por donde habíamos venido él arañándose los brazos con pues una buena cantidad de los alambres de un cimiento, piedras se deslizaron cuando un alud de conciencia se le Andrés cruzó el último. Nos arrastramos con di- vino encima. ficultad en ese túnel angos- —Y a todo esto, ¿qué ve- to formado por dos pesadas nimos a buscar? Francamente no supe qué losas. Yo llevaba conmigo la responder pues no me lo ha- duda de qué había ido a bus- bía preguntado yo mismo, y car a ese lugar. Lo más seguro me resultó curioso compro- es que Hilda no se hallara en bar que los muchachos habían el edificio a la hora del tem- venido conmigo sin saber, por blor o que hubiese salido an- el mero afán de aventura, aún tes, pues ayudaba a sus padres a riesgo de su salud. en el negocio familiar y para ello debía salir de madrugada —Juan vino a buscar a su todos los días. Hoy creo que novia —respondió Andrés. lo que me llevó allí fue una —Qué imbécil —remató especie de culpa infantil y el Carlos. 17 18 impulso de héroe de historie- piedras, una voz pequeña y ta que como buen adolescente apagada que por momentos me cargaba por aquella épo- parecía la de una niña y, en ca. Carlos y Andrés no eran otros, la de una anciana en distintos, y aunque conocían vía de muerte. mi cercanía con Hilda, no No mentiré si digo que a los arropaba una solidaridad los tres nos invadió el miedo. generacional como he dicho. Convencido de que esa era la Era una simple manera de lle- voz de Hilda y, por tanto, era nar el tiempo y arrogarse un urgente ir en su ayuda, grité motivo para ir tirando. su nombre varias veces y oí- Comprobamos que ha- mos de nuevo la voz aunque bíamos llevado lejos ese jue- no reconocimos cabalmente go y decidimos huir de allí sus palabras. Carlos y Andrés cuanto antes. Era lógico, la se introdujeron por un agujero vía de acceso se hallaba ce- que había en un muro inclina- rrada luego de nuestro paso do y los seguí. Encontramos, por el estrecho hueco. An- no sin dificultad, un hueco, drés propuso que alcanzára- quizá la estancia de uno de mos el centro del pasillo para los departamentos. Allí pudi- salir por el desnivel natural mos ponernos medianamente del derrumbe y hasta allá nos en pie. Avanzamos inclinados desplazamos. Fue entonces hasta un baño a desnivel en que oímos el primer clamor, cuya ventana se colaba un rayo el vago sonido de una voz hu- de luz de procedencia impre- mana que venía de entre las cisa. Asomamos la cabeza por 19 el marco y en segundos creí nuestra incursión no tendría escuchar una radio encendida un buen fin ni un cómodo re- en el fondo de ese agujero, una greso. Recuperé la vanguardia transmisión que se interrum- de la escueta expedición y me pía. Pronto mis compañeros deslicé con mucho trabajo por también la percibieron. Volví el boquete. Cuando los tres a llamar a Hilda con el temor estuvimos dentro y quisimos de que el sonido derribara los avanzar en diagonal por los escombros. restos aplastados de ese otro En el momento en que sa- departamento pisamos don- limos por esa ventana y decidi- de no debíamos y resbalamos mos trepar por unas escaleras aparatosamente varios metros inclinadas que llevaban al cla- hacia el fondo de la sima. An- ro de una ventila, sospeché que drés se hizo daño en un brazo 20 y yo me torcí un tobillo. Car- Era como si el tiempo se los trató de alcanzar sin éxito hubiese detenido, como si el la lámpara de juguete perdida mundo entrara en una pausa en la caída. Probó con una para acompañar nuestra vana varilla larga y no consiguió empresa, pues confundida sino extraviarla aún más en- entre la estática lejana de la tre otros objetos rotos. En el radio volvió la voz, y con ella, fondo lejano de una maraña con todo el esplendor de un de cables y fierros retorcidos acto así en un contexto seme- vimos esa luz mínima, la que jante, lo que menos esperába- nos habría ayudado a salir sin mos y que sin duda se alinea tanto esfuerzo. Cerré los ojos con el orden de mis sueños, desconsolado. con Hilda y con los días de Estábamos perdidos. entonces. Revelarlo aquí, más Guardamos silencio pues que obvio, es de mal gusto. en breve oímos con nitidez el Sólo diré que Andrés guardó aparato de radio, sintoniza- silencio como yo, y Carlos do quizá en una estación de trató de decir algo pero no música antigua pues reconocí pudo. ¿Cómo volvimos a la su- el siseo de una grabación de perficie? Aún no me lo explico. acetato. 21 Metro Balderas Sylvia Aguilar Zéleny En la estación del Metro Balderas, ahí fue donde yo perdí a mi amor Rockdrigo que es hora de irnos, Papá nos Lo recuerdo así. espera. Mamá nos despertó y afuera aún estaba oscuro. Ya Papá se había ido al DF en es hora, dijo. Horacio y Ra- el 84. Era la época en que to- miro refunfuñaban por cinco dos creían que lo mejor estaba minutos más de sueño. Ya es- allá, trabajos, departamentos, taba lista. Me había dormido oportunidades. Dinero. Papá con todo y ropa porque en quería dinero. Él decía que la madrugada nos iríamos al en el DF mis hermanos irían DF. Ay niña, qué ocurrente, a la universidad y serían mé- dijo mamá. Niños arriba pues dicos o abogados o ingenieros 23 A mediodía entramos al o arquitectos. Yo, yo sería una DF, mis hermanos se desper- muchacha de bien. Los abuelos nos dejaron taron, los tres observábamos en la central de autobuses; esa ciudad que sólo conocía- abrazos y lágrimas. No se ol- mos por la tele y por las plá- viden de nosotros, dijeron. ticas de los mayores. Ciudad A las seis de la mañana ya de México, dijo el chofer antes estábamos en el camión. Mis de apagar el motor y abrir la hermanos y Mamá se durmie- puerta. ron apenas salimos del pueblo. Habíamos llegado. Yo en cambio, no tenía sueño. No se suelten de la mano Quería ver el paisaje, quería repetía mamá. No caminá- ser la primera en ver la ciudad bamos, éramos arrastrados asomarse en la distancia. por una ola de brazos, pier- El chofer tenía música, nas, prisa y malos modos. canciones de Lupita D’alessio, Caminamos por un largo pa- de José José, una de Amanda sillo, bajamos escaleras y de Miguel, canciones que me pronto estábamos frente a él. sabía de memoria y que iba Papá. Pero no era el mismo, cantando en mi cabeza. Voy era un dibujo de sí mismo, a ser cantante, les había pro- como uno de esos monitos metido a los abuelos. Les ase- que haces de palitos y círcu- guré que iba a salir en la tele, los. Pálido, flaco, pelo largo que les iba a mandar saludos, y bigote. Nos echamos a sus que nunca-nunca me olvida- brazos. Sus besos y sus cari- ría de ellos. ños eran como si apenas nos 24 hubiéramos visto ayer, besos nos quedábamos en el apar- pálidos y flacos como él. Por tamento, miércoles, jueves, aquí, nos dijo, y nos guió a la viernes. La única diversión calle. era oír la radio y ver la ciu- Un taxi, un camión y dad desde la azotea. Por ahí muchas cuadras después es- un edificio, por allá a lo lejos tábamos en su apartamento, otro, miren, miren, ahí va un un lugar triste y pequeño en avión. Los niños están aburri- la azotea de un barrio gris. Papá tenía dos empleos, dos, le dijo Mamá a Papá el pasaba el día fuera. Noso- sábado por la noche. Lléva- tros, Mamá y mis hermanos, nos de paseo, que conozcan la 25 ciudad, son sus últimos días luz. Sentíamos la misma emo- antes de entrar a la escuela. ción que un niño que va por primera vez al circo o se sube Ese fue mi último día de al trenecito de una feria. ver la ciudad desde una azotea. El domingo ya estábamos ves- Nos subimos. Velocidad, tidos y peinados antes de las oscuridad, de pronto luz. Una nueve de la mañana, listos para estación, otra. Gente en to- descubrir el mundo más allá dos lados. Candelaria, Mer- de la calle. Queremos conocer ced. Gente arriba, gente abajo. el metro, le dije yo. ¿El metro? Pino Suárez. Gente, más y más preguntó Papá. Sí, sí, el metro, gente. Niños, jóvenes, adultos, gritaron mis hermanos. mujeres, hombres. Metro Balderas. El metro. Lo habíamos visto en la tele, lo habíamos Metro Balderas. visto en películas, habíamos Fue ahí donde fui azotada oído hablar de él, de su velo- por una ola de brazos, pier- cidad, de lo largolargo que era nas, como la del primer día y de cómo recorría la Ciudad en la ciudad. Una ola de em- de México de principio a fin. pujones, prisa y malos modos Finalmente llegamos. Mis que me arrastró, me llevó, me hermanos y yo lo veíamos fas- sacó. Las puertas del metro se cinados. Brinquitos de gusto, cerraron de golpe ante mí. risitas de nervios. Ese largo En un segundo el metro gusano naranja abriría sus se fue y yo me quedé. Una puertas para nosotros y nos niña en el andén. Ni rastro de llevaría a la velocidad de la Mamá, de Papá, ni rastro de 26 mis hermanos. Todos en el mocos con el brazo. Y volví a metro. Minutos después llegó mi quietud. otro metro, luego otro y otro Me quedé hasta que se y otro y de ninguno salió mi hizo de noche, luego de día familia. y otra vez de noche. Alguien Nada de llorar, me dije me regaló una moneda, al- como Mamá tantas veces me guien me compartió un taco, dijo cuando perdía un jugue- alguien más me dijo, Si ven- te o me raspaba una rodilla. des esta caja de chicles te doy Me quedé ahí calladita, mi- la mitad del dinero, si vendes rando a todos lados. Me que- dos te doy techo y comida. dé ahí, conteniendo el miedo, Y así lo hice. el llanto, el terror, El terror de Vendí una, dos, tres cajas de chicles. estar sola, el terror de no saber ni dónde ni qué. El terror Ahí, en el metro. del túnel donde la gente va y Me dieron techo. viene sin que nadie te mire, Me dieron comida. sin que nadie te busque, sin Me devolvieron al metro al otro día. que nadie te encuentre. Me quedé recargada en Pasaron días y semanas una pared hasta que no pude y meses y aprendí a ir y venir más y rompí en llanto. Estoy por la línea rosa, de Obser- perdida, estoy perdida repe- vatorio a Pantitlán, de ida y tía, pero nadie me hacía caso. de regreso, vendiendo chi- Lloré hasta que no pude más, cles primero, paletas después. me limpié las lágrimas y los 28 Cortaúñas, encendedores, yo- Villa, el Tri, Mecano, Tim- yos de colores. biriche, Rockdrigo y Jaime Pasaron días y semanas y López por una moneda. Can- meses y de pronto ya vivía en to dentro y fuera del metro, un cuartito oscuro con otros canto en todas las estaciones, que también se habían perdi- pero Metro Balderas, ése es do y que nadie había buscado. mi lugar. No voy para que me Compartíamos monedas, al- encuentren, voy porque ése mohadas, tortillas. Compar- es mi hogar. tíamos eso, días y semanas y ¿Cuántos años han pasado? meses y soledad, tanta sole- Siempre me la piden. Ésa, dad. Éramos los niños que na- la del Metro Balderas. Ésa que die buscaba. dice En la estación del Metro Cuando menos me di Balderas, una bola de gente se cuenta ya tenía catorce años la llevó. La canto con ganas, y vivía de cantar de convoy la canto como nadie, la canto en convoy. Me convertí en la porque es mi canción, la canto cantante que había prometi- porque en la estación del Me- do a mis abuelos. Mi reper- tro Balderas, ahí quedó emba- torio pasaba de la ranchera rrado mi corazón. al bolero al rocanrol. Lucha 29 Tanque lleno y rol Jesús Vicente García Era un gran rancho electrónico con nopales automáticos, con sus charros cibernéticos y sarapes de neón. Era un gran pueblo magnético con marías ciclotrónicas, tragafuegos supersónicos y su campesino sideral. Era un gran tiempo de híbridos. Rodrigo González, “Tiempo de híbridos” sabe de dónde surgía, y el I Ger, ¡shhhh, cállense, cabroSubir a la azotea del edificio nes, porque si no mi jefe se va fue fácil. El problema fue ba- a dar tinta! , pero ni está, es jar. Gerardo nos decía pisa que los vecinos son bien chis- por acá, agárrate de este lado mosos, ¡juar juar juar! del barandal, y Alejandro y Teníamos la mezclilla in- yo tapándonos la boca para jertada en nuestro look, los pe- no soltar la carcajada, apenas los ochenteros. Mi greña larga, nos veíamos y la risa quién medio lacia y expandida hacia 31 los lados, una playera negra, dad de Comunicación; quería- chamarra gris, Converse ídem, mos salir en la tele y decir las pantalón de tubo que mostra- noticias, hacer guiones, escri- ba mis delgados atributos; Ale- bir en periódicos, jalar cables jandro más conservador, aún en esas producciones que Te- era un niño bien, camisa azul, levisa nos presumía. No había pantalón de mezclilla normal, competencia. Ahí sí que se un galán a sus dieciocho; Ge- monopolizaba el gusto de la rardo, con su altura de jirafa y gente. El rey de los domingos su voz de bocina, playera blan- era Raúl Velasco con Siempre ca, greña larga, pantalón de en Domingo, y el de las no- mezclilla, era el más fuerte y ches todos los días, Jacobo alto, el que se imponía con esas Zabludovski. Nos sentíamos ganas de cantar y no detenerse, casi radicales al escuchar a extrovertido hasta el tuétano Tomás Mojarro en radio Uni- en sus covers de José José y José versidad; algún día íbamos Feliciano. a demostrarle al común que ese monopolio y el PRI tenían que culminar sus reinados, II porque los jóvenes concienAquel sábado en la mañana tizaríamos a todo ese pueblo recibí la llamada de Gerardo. que comía futbol, bebía Co- Quería fumar mota. Eran fina- ca-cola y le creía al Jacobo y al les de los ochenta. Estudiantes Raulito. de nivel medio superior, en Iztapalapa. Cerro de la donde nos daban la especiali- Estrella. Me esperaron en un 32 puente del metro Taxqueña. cuado para elaborar cigarros Peserazo. Había casas de lá- de la preciada yerba. Una vez mina, partes sin pavimentar, hecho el primero, con papel el PRI todavía no lograba po- extraído de una caja de marl- nerle estética a sus políticas boro, nos desplazamos hacia urbanas. Contrastaba con el la azotea. Era octubre, el vien- edificio donde vivía Gerardo. to era frío, con apenas unos Su papá tenía auto. Nos ins- rayos flacos de sol. Había llo- talamos en el depa, tirados en vido levemente la noche an- la alfombra, con el teléfono de terior. Nos sentamos cerca de disco, cubierto por una tapa los tambos del agua. como las que se usan para el No hay bronca, decía el pan, caguamas servidas en co- Ger, prende, prende. Lo en- pas para vino, ambiente ade- cendí. Aspiré una y otra vez, 33 aguanté el humo, lo saqué si estuvieras en el agua; no con cierta premura para vol- me pone, qué sientes, qué se ver a fumar ahora sí profun- siente, pues que te aliviana el damente. Se lo pasé a Ger, cuerpo, que eres una pluma fumó y fumó y fumó, luego de paloma que se mece en Alejandro con algo de miedo, el aire, ¡ja ja ja, jo jo jo, juar y así estuvimos, y platicamos juar!, una pluma ¡no mames que si el material era bueno, amigo rito! El estómago co- que si no pasaba nada, que mienza a doler de la risa. me lo vendió un barrio de la Ándale, fúmale, y el sol se Obrera, y Ger declaraba que metía en los ojos, la chama- era la primera vez que fuma- rra ya estorbaba, los Conver- ba y que no sentía nada; pues se querían bailar, la juventud aguanta, no es mágico, y a mí se convertía en buen humor, ya me estaba haciendo efec- entrábamos al maravilloso to, y Alejandro comenzó a mundo de los casi veinte, con decirnos que si la escuela es- la risa dándonos una revolca- taba chida, que si las chavas da en el piso de la azotea; ya, igual y no sé si contó algún pinche Ger, de qué te ríes, y chiste, pero nos reímos cual tú, Alejandro, quién te dijo... hienas; pasa el toque, tanque y más risas, y no se puede ha- lleno y rol, qué es eso, pues blar y fumar y reír al mismo que fumas, aguantas y le das tiempo… teníamos un mes al otro el cigarro mientras tú de haber entrado a la escuela, sacas el humo hasta que casi apenas nos habíamos puesto no puedas respirar, como una borrachera el 15 de sep34 tiembre, en esa famosa noche sin orden sin ton ni son con mexicana de 1988, en la Por- mucho humor verde... a fu- tales, en la casa de Mónica, mar y a fumar que el mundo todos acabamos amándonos se va acabar... ¿ya despertó y ya el lunes el saludo de beso tu pierna o quiere Las Ma- en la mejilla o el de la mano ñanitas?... ¿ya viste la calle?, en que se abarcaba la otra y oye, esa vieja está re sabrosa, se terminaba tronando los vuélvelo a prender, vamos a dedos... en esta azotea no era quemarnos los dedulces, saca posible no reírnos, era como un pasador para matar la ba- entrar en otra dimensión que cha, tus llaves, ponlo entre el sólo el humo lo permitía... llavero, nel, no te quemas el ¡¡ja ja ja ja ja!!... fúmale, oye, hocico, estiras los labios como hazte otro, porque no siento si fueras a dar beso, igualito al nada, ¿nada? Nada, por dios, Johnny Laboriel, eso es, aspira cabrón, nada. Comencé a aspira fuma fuma, no tosas, hacer otro como pude, entre aguanta o te va a lastimar el risas y nervios porque había gañote, cof cof cof... me re- subido una señora a tender gañó, qué es eso, pues que te ropa y ni nos peló, saludó a raspó el cogote, güey, pareces Ger, y se fue, y yo, aguanta, nuevo, soy nuevo, eres pen- mejor abajo, nel, porque aba- dejo... ¿leíste La Jornada?, la jo no se puede fumar, vamos trae el Alejandro, sí, ya mero a bajarnos, espérate que se asume el poder el pelón, el me durmió la pierna, des- Salinas de Gortari, dicen que piértala; se hablaba de todo es chingón, quién dice eso, los 35 periódicos, ah dio, ¿a poco en esa alfombra y con esa cer- lees todos los periódicos?... yo veza que sabía a paraíso y sus leí que hizo fraude, y eso qué, ganas y su mezclilla y su voz: pues que nomás por eso ganó Abran ya las cajas fuertes,/ va- el PRI... y el Ger: apenas me lores y bienes también,/ billetes está poniendo, y sus ojos rojos al contado, cheques al portador me daban risa... y a bajarnos, y tarjetas de Banamex./ de to- tira la bacha en el lavadero, dos los bancos, juar, juar, juar. échale agua, que se vaya pa’que Y un vecino rocanrole- no huela, hay que lavarnos las ro, aunque no rockdrigue- manos y el hocico... ro y más trisolero, puso en todo lo alto esa de: Siempre voy a amarte, siempre y siem- III pre más,/ pero por cualquier Ya en el depa escuchamos una cosa que llegara a pasar, te cinta del Rodrigo: Este es un debes de asegurar./ Saca un asalto chido,/ saquen las car- seguro de vida a mi nombre,/ teras ya/ y bájense los pantalo- ¡saca un seguro de vida a mi nes que los vamos a basculear./ nombre!,/ pues si de pronto Presten medallas y aretes,/ ani- me dices adiós,/ vas a partir llos y pulseras también/ somos mi corazón en dos. / No me batos gandalletes y nadie nos saques un seguro de enferme- va a detener./ Y el Ger alto al- dad/ porque estoy sano como tísimo, bailando con esos pies un león... Con las dos rolas rocanroleros, y el efecto de la puedo y eso que no me puso, mariguana haciendo lo suyo ¡juar juar juar!, nomás me río, 36 pero no me puso, nel y nel, y ventas,/ escondan a sus her- Ger insistía que era puro ro- manas,/ que ahí viene el Ete/, llo eso de que fumar te ponía y otros discos cuyas rolas via- chido, como el asalto chido jaron a 33 revoluciones, puro de Rodrigo, vientos, vientos. elepé. Miguel Mateos (fresa El primer toque le dio la me- pero pegador) deambuló en jor elevada de ese principio la sala en que el humo pare- de juventud; Alejandro con cía que se escapaba de nues- los ojos chiquitos (bueno, tros pulmones, con el disfraz pequeños, para evitar el al- de risa y la boca seca, que se bur), se puso a contar chistes refrescaba cada que la cerve- y creo que hasta inventó, no za resbalaba por la boca y se importaba que fueran malos iba por el cuerpo cual tobo- o buenos, uno se reía, porque gán de balneario. fumar mota inyecta deseos El teléfono sonó. Gerardo de vivir y la vida nos estaba contestó y sus sí, claro que sí, diciendo aquí estoy, vívan- sí, nos bajó a la realidad. Lle- me, están en el momento de gó su jefe. A Alejandro y a mí disfrutar lo que no saben que se nos atoró la cerveza y hasta podría ser historia. se nos bajó el efecto. Senti- Seguimos con unos case- mos que era un asalto chido tes (unas cintas que la tecno- a nuestra tranquilidad. Entró logía arrasó) del Rockdrigo: un señor con poco cabello, Es el Ete, a donde quiera se alto, blanco, delgado. Buenos mete,/ es el Ete, a las muje- días, dijo en tono solemne. res somete,/ cierren puertas y Nos vio. Estuvo buena la fies38 ta, ¿verdad? Sí, dijimos con quieres no querer pero quie- intento de risa, con la torpeza res… Préstame tu máquina que los casi veinte nos per- del tiempo,/ quiero conocer la mitía; aunque nos sentíamos eternidad,/ saludar de manos muy verdad de dios, frente a a lo nuevo y perderme en una la autoridad máxima de nues- extraña edad./ Ah, Rodrigo tro amigo Ger, éramos menos nos veía entre tanto humo que que una bacha, que ni prende sirvió de disolvencia entre los bien y cuando prende se acaba ochenta, los noventa, los dos rápido. mil, todas las décadas... Nos Voy a lavar el carro, nos comimos unos tacos que sa- dijo Ger, se va a ir mi jefe rá- bían a gloria y viajamos en el pido. Qué güeva lavar. Y ahí metro línea azul y las cosas iba el Ger con cubeta, jabón sucedieron en un tiempo en y trapo. Entonces fue cuando que parecía no tener tiempo, los recuerdos se fueron yen- y apareció la voz del inmortal: do poco a poco, exactamente Cabalgo sobre sueños innece- como un bajón de mota, en sarios y rotos,/ prisionero iluso que sientes que flotas, que ca- de esta selva cotidiana,/ y como minas acá, medio a la sonsa, hoja seca que vaga en el vien- medio en el aire y medio en lo to/ vuelo imaginario sobre his- profundo, y vas cayendo en el torias de concreto… de pronto sueño inconsciente de la con- Alejandro ya es un ingeniero ciencia, quieres dormir y no (con dos hijas), Gerardo can- duermes, quieres estar des- tante (casado y con un hijo), pierto y estás medio dormido, y yo de obrero pasé a limpia40 pisos, a mensajero, a redactor, en telefonazos (que son los a obrero de las palabras y a menos) y el viaje sigue; una quien se le dio la consigna de buenas rolas y un buen toque escribir esto como si mi desti- jamás se olvidan y siempre no fuese dejar huella de aquel permiten la continuidad, se- rito de iniciación a manera guir cabalgando y recordando de pacto de amistad. Con los esa mota que da paz interior, años, seguimos viéndonos, que hace pensar mejor, que pero ya ni nos pachequeamos abre otra puerta de la sensibi- y en ocasiones sólo cheleamos lidad, que nos hace reír y de- (las enfermedades a veces nos cir tanque lleno y rol, tanque noquean)... y uno se convierte lleno y alma llena, córrelo por en palabras, en imágenes, en la derecha, que siga el humo, feisbuc, en mensaje de celular, que siga, saca, corre, va... 41 Los campesinos siderales Alejandro Arteaga (Ciudad de México, 1977). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa (2006-2008). Es editor de Casa del tiempo, revista de la Universidad Autónoma Metropolitana. Relatos y ensayos suyos han aparecido, entre otros, en los suplementos La Jornada Semanal, Confabulario, y en las revistas Casa del tiempo, Yagular, Lee+ y La Otra. Sylvia Aguilar Zéleny (Sonora, México, 1973). Maestra en Estudios Humanísticos por el ITESM y en Escritura Creativa por la Universidad de Texas en El Paso. Autora de los libros de cuento: Gente Menuda (Voces del Desierto, 1999), No son gente como uno (ISC, 2004) Nenitas (Nitro-Press, 2013), Señorita Ansiedad y Otras Manías (Kodama Cartonera, 2014), así como de la novela Una no habla de esto (Tierra Adentro, 2008) Fue 43 becaria del FONCA en 2009 en la categoría de novela. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Tamaulipas 2014. Actualmente imparte clases de Ficción y de Traducción Literaria en la Universidad de Texas. Jesús Vicente García (Ciudad de México, 1969). Estudió el diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores de la Sogem, es licenciado en Letras Hispánicas por la UAM Iztapalapa. Corrector de estilo. Ha publicado tres libros de cuento, Transbordo, La ciudad de los deseos cumplidos y Después de bailar, ¿qué?, y las novelas El gran vals y ¡Muere, gusano, muere! En 2009, su cuento “La quiero a morir” obtuvo el 2º lugar en el IX Premio de Narrativa Breve Tiran lo Blanc, Orfeo Catalán México. Ha sido antologado en diversos libros, y sobresalen, entre otros, Juntos andan, Gäelle Le Calvez y Bernardo Ruiz, y Di algo para romper este silencio, celebración por Raymond Carver, por Guillermo Samperio. 44 Otros créditos El texto “Rockdrigo, el profeta telúrico” pertenece al libro Diario íntimo de un Guacarróquer. Aparece por cortesía de Ediciones B. La transcripción de “Tiempo de híbridos” fue realizada por César Miyaki. Fotografías El sacerdote rupestre Portada y páginas 6, 10, 16, 18, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 29 y 30: Archivo de la familia González Guzmán. Páginas 12 y 15: Fabrizio León Diez Página 31: Isaac Niño Escobar Tiempo de Híbridos Portada: “La limusina naranja”, Juan René Hernández; “Sin título”, Alejandro Arteaga; “El amor”, Leticia Europa. Páginas 9, 14, 18, 20, 27, 37 y 39: Alejandro Arteaga. Página 25: “La limusina naranja”, Juan René Hernández. Página 33: Diana C. González. 45 Rockdrigo González: El sacerdote rupestre / Tiempo de híbridos Este libro se terminó de imprimir el 15 de junio de 2015, se empleó la fuente Cambria, stamPete, Rock it y Minion Pro MT . Su tiraje fue de 1000 ejemplares.
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