.1. EN TORNO AL MANDIL GUILLERMO DE MIGUEL AMIEVA EN TORNO AL MANDIL SERIE VERDE [LIBROS PRÁCTICOS] GUILLERMO DE MIGUEL AMIEVA EN TORNO AL MANDIL Mediodía en punto En torno al Mandil editorial masonica.es® SERIE VERDE (Libros prácticos) www.masonica.es © 2015 Guillermo de Miguel Amieva © 2014 EntreAcacias, S.L. Ilustraciones: Guillermo de Miguel Amieva EntreAcacias, S.L. Apdo. de Correos 32 33010 Oviedo - Asturias (España) Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92 [email protected] 1ª edición: abril 2015 ISBN (edición impresa): 978-84-943587-3-9 ISBN (edición digital): 978-84-943587-4-6 Depósito Legal: AS 00403-2015 Impreso por Ulzama Impreso en España Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). A Gerhad Teubel, mi hermano, ya en el Oriente Eterno. ÍNDICE Mediodía en punto 15 El mandil del aprendiz El mandil de compañero El mandil de maestro 25 97 125 Epílogo del rey arturo 143 MEDIODÍA EN PUNTO Es mediodía en punto del día diecisiete del mes duodécimo segundo del año seis mil catorce después del rey Salomón (V#L#), hora en que los masones empezamos a trabajar. Hace aproximadamente dieciocho años escuché, por vez primera, esto de que los hermanos masones comenzamos nuestros trabajos a partir de las doce del mediodía, hora simbólica que indica la posición más alta del sol y por tanto el imperio de la luz, de la verdad, de la razón, de la sabiduría que hemos de buscar y que ha de guiarnos cuando estamos en la oscuridad. Para todo aquel que busca no hay doctrina alguna a la que aferrarse1, sino camino, esfuerzo, penetración, desarrollo incansable, trabajo, meditación, un seguir el camino hacia la luz. A partir de mi iniciación, cambiaron muchas cosas en mi vida; si bien no radicalmente, claro, quiero decir que lo que tenía que cambiar no cambió repentinamente, de un sesgo, sino de manera progresiva. La evolución nunca se detiene, antes al contrario opera con extremada lentitud, se afianza con el paso del tiempo, se descubre y te descubre, la descubres en ti mismo, tras ya 1 Siddhartha, Herman Hesse. . 15 . afianzada, después de que se ha incorporado a ti y forma parte tuya sin posibilidad alguna de retroceso (quizás por eso decimos que un hermano en sueños nunca deja de ser un iniciado). Pero lo descubierto sólo alcanza el territorio que pisas y siempre hay un más allá que determina tu dirección, siempre hay, quizás ésa sea la gracia, una espesura que esconde los tesoros del universo. Creo que el horizonte es un gigante tramposo que nunca puedes alcanzar. De ahí, que el buscador no pueda seguir nunca una doctrina; de ahí, que el explorador deba rechazar el dogmatismo; de ahí, que el instrumento esencial del caminante sea la brújula en lugar de los catecismos o los idearios que programan el inicio y el final de algo que, sin embargo, no debería dejar de ser una hermosa aventura. La aventura, como tal, encierra la belleza de la incertidumbre y la pasión por la búsqueda. Me refiero a la hermosura del misterio que sólo pueden desvelar aquellos que están preparados. Quizás también podríamos referirnos a los que están predispuestos, a los que reúnen, en definitiva, una naturaleza determinada. Es la atracción por lo mistérico, por la intermediación invitadora de los velos, por las sugerencias de lo traslúcido, por la adivinación de lo que se esconde tras la silueta, por el descubrimiento de la forma de la llama mediante el estudio de la imagen de la sombra que refleja, es el apetito por el descubrimiento, y no la apetencia por poseer la verdad, lo que caracteriza a los verdaderos iniciados, a aquellos que saben que la sabiduría no es transmisible, sino un juego personalísimo de sucesivos desvelamientos que cierran el paso a los demás exploradores que nos siguen, un juego, en sí mismo, que consiste en recuperar las claves que andan dispersas: me refiero a esas llaves que nos abren el conocimiento de lo que somos; a las que nos permiten comprender que lo más profundo que acrisolamos también está en . 16 . los otros; y a las que nos hacer ver la unidad en el reencuentro de todos. El presente ensayo nace, valga redundar, en torno a un título que deviene una puerta tras cuyo umbral me enfrento al vacío. Nada más apasionante. En torno al mandil, como título, ha nacido espontáneo en mi mente, tanto como una flor silvestre, ha nacido como preludio del principio, nunca como consecuencia de un texto previamente escrito cuyo título fuera consecuencia del fin (del punto y final). El título brota y se expresa como determinación del principio, como el comienzo de una andadura. En torno al mandil es un título anterior al propio libro, al propio principio, y por eso tiene la fuerza de sugerir la creación y su camino constructivo. Intuyo que me lleva, que me arrastra, que posee la fuerza indomable del agua. ¿Es entonces el título, por anteceder a mí mismo, que opero como mero seguidor de su señal, el verdadero creador? ¿Determina mis pasos? ¿Soy yo dueño del título o el título se ha adueñado de mí tras surgir de pronto en mí, nacido nadie sabe de dónde? ¿Los escritores, los hombres en general, somos medios por donde el universo pasa —como la física cuántica, tan de moda, parece demostrar— o somos el fin del universo, los depositarios de todas sus verdades, como determinadas creencias han venido sosteniendo a lo largo del tiempo? ¿Somos canales espirituales por donde la sabiduría pasa, si es que pasa, o somos los sabios que alguna vez llegamos a poseerla? ¿Sirve de algo retenerla, o su misión consiste en fluir por el universo resultando un sacrilegio detenerla, guardarla para nosotros paralizando su movimiento por el mundo? ¿El sabio retiene la sabiduría o sólo muestra el camino para encontrarla? ¿Es aprehensible el saber del modo material en que los seres pensamos que lo es, o éste no se deja porque, como el horizonte al que antes me refería, nunca se alcanza del todo? ¿La sabiduría sigue buscan- . 17 . do a la sabiduría? ¿Se reconoce en sí misma, se piensa agotada en sí o quizás no tiene fronteras materiales y ella misma no se abarca y se extiende tan vasta al punto de ignorarse a sí misma? ¿Es por esto que la sabiduría y la ignorancia pura, la inocente, no dejan de ser la misma cosa? ¿Después de estas reflexiones, qué valor tienen los dogmas humanos de todo orden, bien procedan de la religión o de las ideologías políticas? Tras la puerta que abro al aceptar la aventura de desarrollar este título, y por consecuencia volver a escribir, reiniciar la andadura que, como autor, viene determinando parte de mi vida, encuentro todo blanco de frente, todo vacío. Me enfrento a un desierto de páginas por llenar, estas ahora indeterminadas del procesador de textos ante cuya magia y fuerza gravitatoria siempre acabo por sucumbir; encuentro todo blanco, digo, y me admira esta blancura pura e inocente, como la del primer mandil del aprendiz que todo masón iniciado lleva prendido de su cintura alguna vez. Y tengo una relación con un título, con éste, a partir del momento en que, meditando en el sofá, se sembró él solo en mi mente. Esta relación me invita a desarrollarlo hasta el destino de un final que será igual que el principio. Entre el mediodía en que empiezo mi trabajo y la medianoche en punto en que lo termine, mediará un texto, mas este inicio y ese final previsto, momentos temporales simbólicos, ambos en las doce pero en puntos equidistantes —uno en la luz y otro en la oscuridad—, quizás no dejen de ser lo mismo, pues ambos se participan mutuamente. Anteriormente, he referido que mi primer mediodía en la logia supuso un cambio, pero insisto en que, sin embargo, la realización material de los cambios anunciados, viene suponiendo mucho tiempo de interesantísima aventura, más del que yo preveía entonces. El año pasado iniciamos a un hermano muy querido para mí. . 18 . Por alguna razón que ignoro, pero que no suele ser frecuente, olvidamos pedir su mandil de aprendiz, lo cual nos colocó ante una situación que pudimos solventar sirviéndonos de mi propio mandil de aprendiz. Aquel día yo lo llevaba en mi maletín (a veces, con el propósito de simbolizar el principio y el final de mi viaje iniciático, me pongo el mandil blanco debajo del mandil de maestro). El caso es que, tras el paso de las pruebas de la iniciación, decoramos a nuestro nuevo hermano con mi mandil de aprendiz, mandil que por entonces tenía en torno a dieciséis o diecisiete años de edad. Yo oficiaba como maestro orador de mi logia Paz y Conocimiento Nº 119, al oriente de Palencia, y, por tanto, me correspondía dedicarle el discurso de bienvenida a la logia. Cuando me levanté para dirigirle unas emotivas palabras, me di cuenta de que, por primera vez en diecisiete años, mi mandil de aprendiz y mi mandil de venerable maestro se polarizaban en logia unidos por el eje imaginario que vincula oriente con occidente, la sabiduría con la ignorancia, la luz con la oscuridad. Le dije a mi hermano que si él experimentaba su iniciación formal, yo, sin embargo, comenzaba un nuevo proceso de mi iniciación material. Habían pasado más de tres lustros para que empezara a comprender un poco el vasto dominio de la aventura que estaba desarrollando desde mil novecientos noventa y seis. Creo que me emocioné observando la naturalidad y la aceptación alegre y confiada de nuestro nuevo aprendiz, pero yo, que estaba en el otro extremo del viaje, percibí por vez primera, no de forma intelectual —ésa siempre había estado presente— sino de una manera emotiva, amorosa y vital, que los extremos se igualan y que el hermano me devolvía la imagen realizada de mi propia iniciación formal. Él era yo. El inicio del viaje había concluido dieciséis años después. Unas horas de iniciación formal en mi logia madre Hermes Amistad Nº 53, al . 19 . oriente de Valladolid, ceremonia celebrada el día veintiocho de diciembre de mil novecientos noventa y seis, habían extendido su manto esotérico para cerrarse tres lustros después. Y todo vino simbólicamente reflejado por el enfrentamiento polarizado de dos mandiles cuya magia se había ido atesorando en mi maletín a lo largo de ese tiempo. Procuré explicarle a mi recién recibido hermano lo que estaba pasando. Quizás se lo he explicado muchas veces más. Pensando que al verbalizar las experiencias éstas se viven en el interior de nuestros semejantes del mismo modo a como nosotros las vivimos, solemos explicar muchas veces a los demás cómo son o cómo han de ser aprovechadas las experiencias que nosotros hemos vivido previamente. Aunque esa pasión por los demás puede ser desinteresada —en otros casos dogmática y probablemente impositiva—, lo cierto es que nunca cala en los otros como pensamos que va a calar, y nunca nadie descubre los profundos misterios de la vida sino cuando por sí mismo los percibe, cosa imposible si no media el amor. El amor es un instrumento, pero también es un fin y un principio. Escribir sobre ello, como escribo en este momento, desarrollarlo de modo intelectual, no vale para nada —no lo ignoro—. No obstante, la razón expresada a través del lenguaje se impone como la única forma posible para comunicarnos. Aunque no sea útil para que el lector perciba lo que yo percibo, quizás sí lo sea para elevar una reflexión en voz alta o para experimentar yo mismo, de nuevo, mi propio camino. Quizás este ensayo no deje de ser por tanto sino una parte de mi propia aventura, pero una parte que, ciertamente, encontrará reflejo, acomodo y asiento en el lector, en quien con gratitud me deposito. Igual a como un día me inicié en la masonería, otro día anterior me había iniciado ya en la apasionante aventura de la literatura. Masonería y literatu- . 20 . ra convergen en mí, y ambas son medios de los que me sirvo para crecer, pero ninguno contiene dogmas, ésta es la cosa y ésta la enseñanza. Dejemos entonces que todo fluya, dejemos que, en la medida de lo posible, la sabiduría se canalice través de este maestro masón que nunca ha dejado de ser un aprendiz. . 21 .
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