La clave colectiva

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200 años del Reglamento de Tierras de 1815
jueves 10·set·2015
01
años
Reglamento
de Tierras
La clave colectiva
Lo dice con claridad el maestro Miguel Soler Roca en la contratapa de
este suplemento: en los últimos años
se han logrado avances importantes
en el campo uruguayo a instancias de
las políticas que ha impulsado el Instituto Nacional de Colonización (INC),
pero también quedan tareas pendientes, y muchas tienen que ser atendidas
con urgencia.
Esta certeza la tienen también las
autoridades del INC, y un acontecimiento como el bicentenario del Reglamento
de Tierras de 1815 es una buena oportunidad para reflexionar sobre estos
procesos desde otra perspectiva. “Hay
una demanda de tierras sin satisfacer;
estamos llegando a 16% en las adjudicaciones individuales y a 30% en las grupales. No vamos a satisfacerla toda en
este quinquenio, pero queremos seguir
avanzando. Otra cosa importante: si hoy
tenemos una demanda insatisfecha es
porque la gente se animó y se empezó a
ver a sí misma como potenciales beneficiarios del INC”, resumió la presidenta
del organismo, Jacqueline Gómez.
Los ejes de trabajo para el quinquenio están delineados. Uno de ellos
es la mejora en la producción en los
campos del INC: “Hay ejemplos muy
buenos, tenemos emprendimientos
productivos con buenos rendimientos,
incluso por encima de la media nacional”, sostuvo Gómez.
Otro tiene que ver con profundizar
el trabajo con los grupos de colonos y
fortalecer las experiencias asociativas.
El 82% de los grupos que están en tie-
rras del INC -en total son 149- fueron
creados entre 2010 y 2014, señaló la
jerarca. “Hay emprendimientos de
muchos estilos: ganaderos, lecheros,
otros que combinan lo individual con
lo colectivo. Hay una innovación del
modelo colonizador, y eso requiere
un apoyo importante desde el INC, en
asistencia técnica, en inversiones en
mejoras y en la articulación con otras
instituciones”, agregó. En definitiva, se
trata de consolidar un enfoque del desarrollo rural, con la certeza de que “no
alcanza sólo con la tierra”. “Se requieren otras inversiones, y tenemos que
llegar junto con MEVIR [Movimiento
para la Erradicación de la Vivienda
Insalubre Rural], con la luz y con la
educación. No damos estas respuestas solos, y no es una tarea exclusiva
del INC; es fundamental trabajar con
las organizaciones sociales y con las
instituciones”, sostuvo Gómez.
Por otra parte, según Gómez, el INC
quiere profundizar el apoyo para asalariados rurales, que han demostrado
“tener condiciones para llevar adelante
experiencias exitosas”. “Los asalariados
rurales tienen condiciones para combinar sus capacidades técnicas y los recursos que tienen con los recursos que
el Estado pone a su disposición. Muchas
veces, ellos le dan una dinámica distinta a la que nosotros construimos y
mejoran nuestra propuesta. Queremos
capitalizar el aprendizaje colectivo de
estos años entre los colonos, los funcionarios del INC y las organizaciones
sociales”, comentó.
Nicolás Gallero y su madre, María Inés del Valle, en la fracción 11 de la
Colonia Reglamento de Tierras de 1815. / foto: sandro pereyra
Tender más puentes con los centros urbanos -sobre todo con los montevideanos, que generalmente siguen
estas discusiones con cierta lejanía- es
otra prioridad del INC. “Como uruguayos deberíamos estar orgullosos de la
Ley de Colonización de 1948, que es
revolucionaria para América Latina;
ésa fue una construcción de toda la
sociedad, la urbana y la rural. El INC
existe y aplica políticas porque la sociedad uruguaya hace el esfuerzo, y
por eso corresponde que todos sepan
qué estamos haciendo, más allá de
que sean o no beneficiarios”, dijo la
presidenta del INC. Y agregó, siempre haciendo referencia a los puentes
entre el INC y el resto de la sociedad:
“Incluir a los asalariados rurales, por
ejemplo, es una cuestión de justicia
social, es parte de las cosas que nos
hacen mejor como sociedad. El efecto
no es sólo rural: en la medida en que
logramos una sociedad más justa, que
distribuya mejor su riqueza, estamos
haciendo un país mejor”.
Gómez lo dice sin rodeos: en 2005
el INC era una “institución destrozada”,
con graves problemas de gestión y normativas que no se cumplían. Para sacarlo adelante fueron necesarias “definiciones políticas claras”, empezando
por el aspecto presupuestal. “Apostamos a una gestión transparente, austera, y llevamos adelante un conjunto
de políticas basadas en definiciones
ideológicas. Muchas de ellas tienen
que ver con la inclusión social de los
sectores más vulnerables, en definiti-
va, con muchas cosas que caracterizan
al ideario artiguista”, opinó.
Gómez está “convencida” de que
muchos postulados del Reglamento
de Tierras de 1815 están reflejados
en el accionar del INC, entre ellos la
“visión revolucionaria” de priorizar
a los sectores más vulnerables y el
abordaje de la distribución de tierras
como una herramienta que garantiza
condiciones de bienestar para toda
la sociedad, y no sólo para los individuos beneficiados. “La obligación que
tiene esa gente, esos ‘brazos fuertes y
útiles’ que nombra el Reglamento, es
la de cumplir con la devolución hacia
el resto de la sociedad, mediante el
cuidado de los recursos naturales, la
generación de riqueza y su posterior
distribución. Por eso digo que esto no
es solamente una cuestión de gestión,
que también es importante; en todo
esto hay un componente ideológico
muy fuerte”, planteó.
Puso como ejemplo la resolución
que adoptó el INC para que las tierras se adjudiquen exclusivamente en
arrendamiento, una definición política
que apunta a que las tierras estén en
manos del Estado, para que éste pueda delinear una política de tierra en el
largo plazo. “En la medida en que cumplen, los colonos tienen una relación
muy estable con el INC, pero si no lo
hacen el INC tiene que tomar la decisión de sacarlos de las tierras y darles
la oportunidad a otros. Eso asegura, en
el largo plazo, una política de tierras
para la sociedad uruguaya”, concluyó. ■
Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y producción: Sandro Pereyra / Diagramación: Martín Tarallo / Edición gráfica y fotos: Sandro Pereyra /
Textos: Amanda Muñoz, Emilio Martínez Muracciole, Miguel Soler Roca / Corrección: Rosanna Peveroni, Magdalena Sagarra
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años
Reglamento
de Tierras
Autogestión en el campo
Los asalariados y productores de Arerunguá: un ensayo sobre cómo aprender a decidir en colectivo
Campo adentro, al este del departamento de Salto, está la Colonia Arerunguá.
Se llega después de transitar la ruta 31, que muestra en todo su esplendor
la penillanura levemente ondulada que describen los libros. Cada tanto hay
casas, alguna escuela rural y animales pastando; se ven muy pocas personas
que, al cruzarlas, siempre saludan. Cerca de 1.400 hectáreas de los campos
de influencia del cuartel general artiguista están, desde 2007, en manos del
Instituto Nacional de Colonización (INC) y allí trabajan dos grupos de pequeños
productores y asalariados rurales. Uno de ellos es el grupo Colonia Arerunguá,
en el que hará foco esta nota. El otro es su vecino Nuevo Horizonte, con quien
comparten instalaciones y experiencias.
La tierra era y sigue siendo escasa: es
cara y prácticamente no hay predios
chicos que se vendan o se arrienden y,
si los hay, son linderos a algún campo
grande que lo termina absorbiendo,
lamentan los productores. En 2008,
cuando surgió la posibilidad de acceder a una de las dos fracciones del
INC en Arerunguá, los grupos Los
Orientales, Los Charrúas y Boquerón
de Arerunguá se postularon; algunos
de ellos se habían conformado unos
años antes, en torno a programas
de desarrollo de la zona. Reunían a
productores familiares con parcela,
asalariados con ganado pastando en
los predios donde trabajaban o en la
calle, y otros que sólo eran asalariados.
Todos vivían en los alrededores del codiciado predio. La noche anterior al
sorteo -la modalidad que eligió el INC,
al constatar que los tres grupos tenían
características similares y daban con
el perfil- se fusionaron formando el
grupo Colonia Arerunguá. La parcela
a la que accedieron, en julio de 2008,
se ubica en Boquerón de Arerunguá y
tiene 760 hectáreas.
El grupo está compuesto por diez
personas: Alejandro Acosta, César Rodríguez, Carlos Rodríguez, Gerardo Olivera, Coraldino José Garciafeijó, Olga
Correa, Javier da Silva, Cirino Pedroso,
Nilton Moreira y Wilson Nicola. Algunos
ya habían trabajado juntos en proyectos
del Programa de Producción Responsable (PPR) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), pero
otros ni siquiera se conocían. “A algunos
nunca los había visto. Acepté porque
dije: ‘Bueno, si no marcha, no marcha’”,
reconoció Garciafeijó.
Dos ingenieros agrónomos que los
habían asesorado en proyectos previos,
Marcelo Ghelfi y Mario Couture, ayudaron a encuadrar la idea. Con su apoyo
elaboraron “el reglamento de funcionamiento, los números respecto del stock
que teníamos, cómo íbamos a hacer,
cómo íbamos a manejarnos, si con un
fondo común o con aporte de cuota de
todos”, explicó César Rodríguez.
Los tres grupos iniciales tenían
16 integrantes. Dos desistieron al momento de la unificación. La salida de
los otros cuatro se produjo después:
“A uno el patrón no lo dejaba salir de la
estancia y le dejaba poner allá sus animales, otro trabajaba en Tacuarembó y
le quedaba lejos venir, a otro no le gustó
la propuesta y otro se asustó con los
números y no llegó a estar”, describió
Correa. Rodríguez aclaró: “El susto con
los números es porque el asalariado,
cuando está encargado de un predio
donde el patrón le da para criar animales, maneja costos de producción
que en general van medio licuados
en el costo del establecimiento: el pa-
trón no le va a cobrar un curabichera
o un baño, pero a la hora de tener que
solventarlos y de aportar a la DGI [Dirección General Impositiva] y al BPS
[Banco de Previsión Social], empezás
a ver costos que cuando pastoreaste
no tenías”.
Ingresaron al predio en setiembre
de 2008. No había ninguna construcción, y buena parte de los alambrados
perimetrales estaban deteriorados. Los
repararon e hicieron subdivisiones internas, transformaron en ocho los dos
potreros iniciales y eso les permitió
separar el ganado por tipo y etapa de
crecimiento. Se aliaron con el grupo
Nuevo Horizonte -compuesto por seis
pequeños productores y asalariados
rurales-, que recibió una parcela vecina, de 582 hectáreas, el mismo día que
ellos. Construyeron un pozo semisurgente e instalaron el molino en el predio de Nuevo Horizonte; en el de ellos
colocaron el tanque, que suministra el
agua para las dos fracciones. También
construyeron juntos el embarcadero de
animales. Durante años sólo tuvieron
una carpa hecha con lonas; lograron
hacer un galpón que sirve para acopiar materiales y parte de la producción (tienen una montaña de bolsas de
lana). Hace tres meses, cuando llegó la
luz a la zona, pudieron prender la primera lamparita. Algunas inversiones
se hicieron con créditos del INC, otras
fueron hechas por cada grupo y luego
se descuentan de la renta que pagan
al INC. Paralelamente avanzaron en
la forma jurídica y en 2012 se constituyeron como Asociación Agraria de
Responsabilidad Limitada.
Esquema colectivo
“Éstas son como pequeñas islas porque, a no ser por alguna sociedad, predomina la producción individual, en
la que el productor toma la decisión,
decide su riesgo y hace su manejo.
Este camino es distinto porque todas
las decisiones grupales se toman en la
asamblea mensual, en la que se informa, se dan los balances económicos,
de campo, productivo y social, y se
planifican las actividades para el mes
siguiente. Se llega a las decisiones por
acuerdo, prácticamente no votamos”,
detalló César Rodríguez. Su hermano,
Carlos, acotó que “hay una tradición
de ser muy individualista, de trabajar
porteras hacia adentro”. Garciafeijó
aclaró: “Es difícil trabajar en grupo. En
primer lugar, uno tiene que ponerse
de acuerdo. No es fácil. Yo, por suerte,
me adapté enseguida”. “Para que todo
vaya hacia mejor, no pongo palos en la
rueda. Siempre en el grupo vamos buscando una solución”, confió Olivera.
Alejandro Acosta es productor familiar, estaba inscripto como aspirante
Tierras con historia
La zona de Arerunguá, cuyo nombre proviene del largo
arroyo que atraviesa buena parte del departamento de Salto, fue elegida por José Artigas en 1814 para
instalar su cuartel general, huyendo de la lucha que
lo enfrentaba a los porteños. La investigadora Ofelia
Piegas explicó que desde Corrales de Sopas, Artigas
dirigió la Batalla de Guayabos, cuyo triunfo, el 15 de
enero de 1815, provocó el retiro de los porteños de
la Provincia Oriental. Pocos días después, el prócer
se trasladó a Potreros de Arerunguá y allí levantó la
primera bandera artiguista, reseñó.
Manuela Mutti, profesora de Historia y diputada
salteña por el Movimiento de Participación Popular,
agregó que Artigas denominaba a la zona del cuartel
general “centro de mis recursos”, porque de ahí sacaba
todo lo económico -el ganado y la caballada-, y que
en 1820, cuando se fue a Paraguay, “se dice que, de
palabra, Artigas dio esas tierras a los charrúas”.
En Paso de las Piedras de Arerunguá, zona de
influencia del cuartel artiguista, el Ministerio de Defensa Nacional (MDN) tiene 5.707 hectáreas. En 2005
y 2006 los entonces ministros José Mujica (del MGAP)
y Azucena Berrutti (MDN) hicieron gestiones para
transferir al INC las 1.408 hectáreas que conforman la
Colonia Arerunguá. El predio sigue siendo propiedad
del MDN. Estaba previsto que otros padrones de esa
estancia también fueran transferidos al INC. ■
en forma individual y no dudó cuando
surgió la oportunidad de asociarse: “Era
algo totalmente nuevo, porque uno toda
la vida trabajó de manera muy individual. Sabía que de ahí yo iba a rescatar
mucha cosa para hacer lo que hacía”.
Con palabras y gestos, los integrantes del grupo dan cuenta de que
el proceso ha sido largo y difícil, pero
su balance es positivo: “Fuimos aprendiendo con el transcurso del tiempo.
En el grupo uno se siente amparado
frente a todas las dificultades, es como
un respaldo”, expresó Acosta.
Con el apoyo del INC, Ghelfi fue
contratado por el grupo durante los
primeros años para hacer el asesoramiento técnico y ahora está vinculado
por intermedio del Instituto Plan Agropecuario (IPA). Desde su lugar, completa la idea: “Son procesos lentos. La
toma de decisiones es mucho más lenta
que cuando es individual, pero el grupo
viene de un proceso de trabajo que le
ha permitido llevar más lento el poder
organizarse, pero de forma más segura”.
El campo fue poblado con los animales de cada uno y, como algunos
tenían poco y otros más, no formaron
inicialmente un rodeo común, pero
ése era el norte. Con los años fueron
fijando metas, y hoy el rodeo colectivo
representa la cuarta parte de los 2.000
lanares y los 600 vacunos. Para realizar
tareas de sanidad siempre manejaron
el rodeo como uno solo, pero otros
aspectos los han incorporado. “La esquila hacíamos separando los lotes por
propiedad; era un trabajo engorroso,
teníamos que apartar los lotes antes de
empezar, hacer la esquila y embolsar
por separado. Nos dimos cuenta de que
habíamos llegado a uniformizar bastante la finura de la lana, que no justificaba separar los lotes y que podíamos
hacer una sola esquila, embolsando y
comercializándolo como un solo lote.
Éste es el segundo año que lo vamos a
hacer”, detalló César Rodríguez. Manejar un rodeo común los ayudó a tomar
las decisiones de modo “más rápido y
más funcional”, observó Ghelfi.
Hasta ahora nadie reside en el
predio. Muy cerca vive uno de los integrantes, Wilson Nicola, que cumple
la función de capataz. “Nosotros somos peones”, dice el resto. “Le dimos
la potestad de que él cite a la gente
para determinado trabajo; no tenemos
por qué estar los diez, llama a cuatro,
cinco”, comentó César Rodríguez. Por
ejemplo, hay dos que están alerta en
épocas de parto: Carlos hace cesáreas
y Olivera tiene el aparato para desatracar. Otros integrantes, como Acosta
o César, tienen su fuerte en el rol de
representación del grupo en ámbitos
institucionales o grupales como la red
de colonos. También están las tareas
de llevar las actas y la del tesorero. Hay
para entretenerse.
Modos de producir
“A partir de PPR, por el año 2000, y
antes con el trabajo del IPA, ya se promovían en la zona prácticas como el
destete precoz en ovinos, el cordero
pesado con suplementación, la inseminación artificial, los test para controlar
los parásitos. Las vamos incorporando
de a poco. Es bastante diferente a lo
que se sigue haciendo tradicionalmente. Los asalariados están habituados a
trabajar en un sistema productivo sin
incorporación de tecnologías”, explicó
César, aclarando que las tecnologías no
necesariamente requieren inversiones.
Tradicionalmente los productores se
enfocan en el número de animales que
tienen, sin considerar si cuentan con la
cantidad adecuada de pasto para alimentarlos, lo que en épocas de sequía
resulta nefasto. Esa lógica se da en establecimientos de grandes extensiones
y se arrastra al resto.
El aporte del INC para el asesoramiento técnico de los grupos fue
decreciente. En 2011, cuando se terminó, Ghelfi le propuso a la sede de
Tacuarembó del IPA, donde trabaja,
seguir asesorando a los grupos Colonia Arerunguá y Nuevo Horizonte. En
2014 el predio de Nuevo Horizonte fue
elegido como uno de los 24 focos del
proyecto “Mejora en la sostenibilidad
de la ganadería familiar de Uruguay”,
que se desarrolla con aportes del gobierno de Nueva Zelanda, el Instituto
Nacional de Investigación Agropecuaria, el MGAP y el IPA.
El 28 de agosto, Nuevo Horizonte
abrió sus porteras para que productores y técnicos de diferentes instituciones evalúen el trabajo. Desde la mañana estaban en el lugar los integrantes de
Nuevo Horizonte y del grupo Colonia
Arerunguá, que fueron invitados para
acompañar el proceso. Productores y
asalariados expusieron las metas productivas y cómo las están alcanzando.
La primera premisa era no tener más de
0,80 unidades ganaderas (un vacuno o
cinco ovinos) por hectárea. En función
de eso, determinaron el stock de animales al que quieren llegar, el kilaje en
cada etapa, índices de reproducción,
crías al momento del destete, finura de
la lana, así como las ventas, el costo de
los insumos y el resultado económico. De base, tenían los registros que
llevan desde 2012. Dieron cuenta de
manejos y decisiones, y pacientemente
200 años del Reglamento de Tierras de 1815
contestaron las preguntas de los visitantes, que cuestionaban por qué
habían procedido de tal forma y no
de otra. Se organizó una recorrida por
tres potreros donde se observó el buen
estado de los animales y la calidad de
las pasturas, y, por último, se puso a los
invitados el ejercicio de calcular cuánto
pesaban vaquillonas cuyo kilaje habían
medido en la mañana; el ejercicio demostró, aun a técnicos y productores
con experiencia, que el ojo engaña y
la balanza nunca está de más.
Acosta no pudo participar, pero los
resultados que obtiene en su predio individual fueron puestos como ejemplo
durante la jornada. Al ser consultado,
volvió a remitirse al grupo: “La parte
asociativa me ayudó mucho en cómo
ver las cosas”. Y destacó el asesoramiento técnico: “Nos ayudó a llevar
números, registros, a anotar todo, a
cerrar los ejercicios; antes yo no tenía
noción, no podía decir ‘saco tantos kilos de carne’, todas esas cosas las fui
aprendiendo del mismo grupo. También me ayudó el manejo del campo
por unidad ganadera. Eso no lo sabía
llevar: tener una equivalencia de los bichos que tenés adentro del campo, cosa
de que nunca te falte la comida para los
animales. Siempre lo tenía sobrecargado”, reconoció. Ghelfi opinó que “el
rendimiento productivo del grupo es
bueno” y destacó que en ovinos, que es
el fuerte del grupo, alcanzaron buenos
porcentajes de señalada (75% a 80%) y
mejoramiento genético, que ha permitido uniformizar y afinar la lana.
Rentabilidad
El grupo Colonia Arerunguá vende
los corderos al año -una vez que les
sacaron un vellón, es decir, que aprovecharon una cosecha de lana- y los
Lejos del reglamento
César Rodríguez valoró que el Reglamento de Tierras de 1815 fue “la primera propuesta de reforma agraria latinoamericana con base popular”,
pero comentó que “después pasó lo que pasó: vino la derrota militar, y lo
que hizo la Constitución de 1830 fue estampar sobre el papel un reparto
prácticamente opuesto, un reparto entre los amigos de y clientes de”. Opinó
que el INC es “una ventana que tiene nada más y nada menos que la tarea
de ejecutar este concepto de que la tierra tiene que tener un uso social”. Sin
embargo, acusó que “todavía tenemos tierras ociosas”, que hay especulación, que la gran concentración de la tierra expulsa a la gente del campo
y que la oferta del INC no cubre la demanda. “Me parece que estamos
bastante lejos de cumplir con el reglamento agrario artiguista”, sintetizó. ■
terneros al momento del destete. Se
dividen las ganancias en diez partes
iguales y cada uno obtiene un salario
equivalente al de un capataz de campo;
buena parte de lo que sacan lo reinvierten en el predio. Para los integrantes de
los dos grupos estos predios significan
un complemento.
En 2014, por cada dólar que obtuvo, el grupo Nuevo Horizonte gastó
0,44 centavos. Durante la jornada algunos invitados cuestionaron la rentabilidad, porque con buenos precios
internacionales y una renta subsidiada
la ganancia no era mucha. “¿Qué sería
si tuvieran que pagar 100 dólares de
arrendamiento por hectárea?”, preguntaron, y los productores respondieron:
“No los podríamos pagar”. Alguien, por
lo bajo, cuestionó la propuesta del
INC, porque tantas personas nunca
podrán vivir en 500 o 700 hectáreas,
y argumentó que una de las claves de
la ganadería está en la escala. “Hay
experiencias en escalas de 300 hectáreas que demuestran lo contrario, si lo
llevamos a la producción por hectárea
por año, quiero ver cuántos predios
grandes tienen este rendimiento”, re-
trucó César Rodríguez. Acosta reconoció que el volumen es importante
-“cuanto más chico es uno, más tiene
que tener objetivos de rentabilidad”-,
pero dijo que la clave está en superar
la producción que grandes o chicos
obtienen por hectárea.
Rodríguez afirmó que el grupo
tiene decidido radicar familias en el
predio, pero que hasta ahora no ha podido hacerlo; confían en que eso permitirá avanzar en sistemas de producción que requieren mayor presencia
en el campo.
Considerando los altibajos de los
precios internacionales, Ghelfi se preguntó cuánto podrían sostenerse estos
grupos en años en los que los ingresos
netos pasen a ser de 0 a 10 dólares por
hectárea, y dijo que puede ocurrir que
en esas épocas se vuelquen a destinar
mayor tiempo al trabajo remunerado.
Por eso apuntó que “hay que anticiparse” a los fracasos y que los grupos tienen
que “tener su meta muy firme”. Insistió
en seguir mejorando el rendimiento
productivo y en aumentar la escala,
aunque identificó como “una debilidad”
que “no haya tierras para arrendar”.
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Olga Correa, Florentino Duarte, Carlos Rodríguez, Coraldino José Garciafeijó, Javier
da Silva y César Rodríguez, integrantes del grupo Colonia Arerunguá, durante una
jornada de trabajo del proyecto “Mejora de la Sostenibilidad de la Ganadería
Familiar en el Uruguay”. / foto: sandro pereyra
Acosta defendió la modalidad del
INC, porque mediante emprendimientos asociativos pudo “cubrir mucho
más la demanda de tierra”, y señaló
que de ese modo “los favorecidos iban
a ser más”. Rodríguez destacó que la
práctica está demostrando que “una
familia integrada por hijos de productores familiares viviendo todo el año
en el predio puede sostenerse allí con
rendimientos económicos muy por encima del promedio nacional, pero además dar solución a la cuestión social
de la migración”.
Una novedad de esta modalidad
ofrecida por el INC consiste en nuclear
a asalariados y productores, ya que hasta ahora la mayoría de las asociaciones
no incluía a los primeros. La fusión,
sostuvo César Rodríguez, “soluciona
cuestiones como la mano de obra y
la distribución del trabajo interno”.
“Además, apunta a ver a dos estratos
sociales como aliados estratégicos.
Son combatidos desde todos lados y se
sienten diferentes unos de otros, pero
se trata de una alianza estratégica para
superar una cantidad de contradicciones que tiene el modelo dominante
del agronegocio. Son procesos lentos
y graduales. Los desafíos permanecen
y están mirándose con lupa: desde
algunos lugares, con el deseo de que
fracasen; desde otros, con el deseo de
que se fortalezcan y se reproduzcan,
apuntando a que el asociativismo sea
un rumbo más dentro de lo que sería
la autogestión. En este caso sería la
autogestión en el campo”, concluyó. ■
Amanda Muñoz
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En otras manos
Claudia Godan y sus hijos Bárbara y Facundo Capanna llevan las vacas para el ordeñe de la tarde
en la fracción 19 de la Colonia Reglamento de Tierras de 1815. / foto: sandro pereyra
Tambos familiares en medio de la ganadería extensiva cambiaron los aires del noreste floridense
No era frecuente ver un camión de
transporte lechero por la ruta 6 hacia
el norte del departamento de Florida.
Tampoco sentir el aroma de ensilados
y fermentos de los tambos. Las cercanas a Capilla del Sauce son tierras
apartadas de la cuenca, dedicadas
principalmente a la ganadería extensiva desde, por lo menos, la segunda
mitad del siglo XVIII, cuando eran
de Juan Francisco de Zúñiga (ver recuadro). No era frecuente ver tambos
ni muchas familias asentadas en un
radio de algunas miles de hectáreas.
En la estancia del Timote, de 4.708
hectáreas, trabajaban su encargado y
otras seis personas en tareas propias
de la actividad de cría y engorde de
ganado ajeno. Actualmente, en 3.089
de esas 4.708 hectáreas hay 16 establecimientos lecheros y dos ganaderos. Y hay, además, tres facciones de
utilización conjunta.
Tampoco era frecuente ver tantos
niños en la escuela rural 115, Santa
Clara, pero el cambio que experimentó la zona llevó, entre otras cosas, a
que se multiplicara la matrícula escolar. En 2010, antes de que se asentaran 16 de los 18 colonos, el escenario
sociodemográfico de ese punto de
Florida estaba en las antípodas. “Los
hogares que presenta esta zona se
destacan por su escasa cantidad de
integrantes, inferior incluso a la media nacional. […] Se registra un alto
grado de envejecimiento y muy poca
vitalidad demográfica”, contó la antropóloga Verónica Camors, técnica
del departamento de Experiencias
Asociativas del Instituto Nacional de
Colonización (INC) en la ficha técnica
que incluyó en el primer informe de
actividades en la colonia.
Camino y piedra
A las 6.30 arranca el día de Inés del
Valle y Alejandro Gallero, los padres
de Nicolás, que camina rumbo a su
segundo cumpleaños. Primero es el
turno de “las vueltas de la casa” y después van por las vacas para el primer
ordeñe. Pueden ir a pie, en moto o a
caballo, según qué tan lejos estén los
animales. El ordeñe lo hacen ambos
o uno solo, depende del día. Generalmente lo hace Alejandro. Mientras
tanto, Nicolás corre un perro, juega
con arena, agarra un gato de la cola
o revolea una escoba; siempre se las
arregla para que su presencia sea una
palestra con la que la rutina gana colores y pierde monotonía. Después,
lo inevitable: “Lavar la sala, darles
leche a las terneras, darle de comer
al ganado próximo a parir y a los que
están en la primera etapa de la recría.
Hay que armar riles de pastoreo para
Cabeza abierta
“En esta colonia hay productores con mucha formación, incluso formación técnica. Además, están acostumbrados a recibir asistencia técnica
y son jóvenes”, comentó la antropóloga Verónica Camors. “Muchas veces los productores mayores, principalmente en ganadería, tienen sus
saberes, que a veces chocan con los saberes técnicos”. Según Camors,
“en este caso es diferente no sólo por la edad sino también por el origen
socioeconómico y sociocultural”. ■
la tarde, cambiar estacas. Siempre hay
algo para hacer”, comenta Inés, oriunda de Cardal (Florida) y criada en la
lechería, al igual que Alejandro, que es
de Villa Rodríguez, en San José.
Cuando el padre de Inés se jubiló,
en 2006, ellos siguieron con el tambo. Antes habían trabajado juntos en
un establecimiento en Flores, como
empleados. En Cardal explotaban 20
hectáreas propias y 40 arrendadas,
entre ellas varias inundables. Ahora,
en la Colonia Reglamento de Tierras de 1815, la superficie es de 110
hectáreas. Empezaron a ordeñar en
setiembre de 2012, con 38 animales.
Hoy tienen 75. Crecieron, pero no
fue fácil. De hecho, tanto para ellos
como para la mayoría de los colonos
el camino, que se sabía que iba a ser
complicado, ha sido bastante más difícil de lo esperado.
Primero hubo que asumir que el
Movimiento para la Erradicación de la
Vivienda Insalubre Rural (MEVIR) no
desembarcaría allí con un programa
para la construcción de viviendas y
unidades productivas, algo que daban
por descontado.
El colono Carlos Hernández y su
esposa, Karen Gutiérrez, tuvieron que
enfrentar todo tipo de peripecias para
empezar a producir y remitir. Después,
cuando con financiamiento propio o
me diante créditos logrados por intermedio del INC lograron la infraestructura para vivir y producir en el predio,
tuvieron que hacer frente al problema
de los caminos intransitables para camiones cisterna y, en algunos casos, a
la falta de la electrificación. Tuvieron
que conseguir equipos generadores.
Como la energía no sólo es necesaria
para ordeñar sino también para man-
200 años del Reglamento de Tierras de 1815
tener la leche fría en el tanque, el costo
de ese servicio fue demasiado elevado.
Pero cuando piensa en la situación anterior, se acuerda de otras dificultades. “Estábamos en un campo
mucho más chico, de renta tres veces
más cara, y aquí la posibilidad de crecer es mayor”, señala Carlos. Recuerda, por ejemplo, que en la seca de 2009
fue necesario “salir a hacer changas
afuera, porque los números no daban”.
Karen agrega: “De día trabajábamos
en el establecimiento y de noche él se
iba a hacer tajamares con una retro. Yo
iba con él para que no se durmiera”,
porque a veces no acumulaba más de
tres horas de sueño.
Pelearla
Los aspirantes a colonos fueron más
de 100. El proceso de selección fue
minucioso, recuerda Alejandro, quien
dice avalarlo más allá de que resultó
beneficiado. “Yo no abrazo ninguna
bandera, pero lo que está bien está
bien. Antes, por bolillero, le podía
tocar a uno que vivía en el medio de
Montevideo y que lo que quería era
meter unas ovejas, algunos caballos
y después, a otra cosa. Acá hubo una
preselección. Se visitó a las familias,
se vio cómo trabajaban, cuáles eran
las necesidades, el trayecto de trabajo
y muchos aspectos más”. Los hechos,
según sostiene, “demostraron que no
le erraron, porque cuando los colonos se encontraron con que no tenían
vivienda ni galpón, salieron a pelearla. Nadie salió con un ‘no, nosotros
nos vamos porque no era lo que nos
habían dicho’. Los colonos salieron
a pelearla porque ellos querían instalarse acá. Tenían un proyecto, y de
hecho terminó formándose, de algún
modo, un grupo de amigos, porque
había un pensamiento en común:
poder trabajar con la familia, que los
hijos puedan estudiar y que si quieren quedarse en el campo vean la
posibilidad de progresar”, argumenta.
Conceptos como “grupo de amigos” o
“gran familia” surgen constantemente
al conversar con los colonos y al pedirles que narren la experiencia de los
últimos años. Aclaran que, como en
toda familia, hay situaciones tensas,
pero lo toman como algo inevitable
y hasta necesario.
Urbano, hombre rural
El énfasis de la colonia es lechero. Y
joven. El promedio de edad de los colonos es de 35 años, y 16 de los 18 establecimientos son lecheros. Los otros
dos son ganaderos: uno es explotado
por un grupo de cinco miembros y el
restante por una familia que conocía
esas tierras más que sus antiguos dueños. Urbano Sanner está al borde de
las seis décadas. Llegó a la zona a los
cuatro años, cuando su padre pasó a
ser el puestero en una fracción de la
antigua estancia Santa Clara. En 1991
Urbano empezó a trabajar en la estancia del Timote y fue su encargado
hasta que la vendieron al INC. “Pedí
para quedarme. Costó un poco; estuvieron bastante en duda”, cuenta Urbano, sentado en un ambiente de su
casa en el que se impone la presencia
de un escritorio metálico inmenso que
recuerda, sin quererlo, a las antiguas
administraciones de esas tierras. Junto a su casa está, abandonada, la vieja
parada Timote del kilómetro 190 del
ramal ferroviario 329, que muere en el
Río Negro. Urbano y Aurora trabajan
el campo con su hijo, que, además, se
dedica a los servicios de maquinaria.
Cuando Urbano era el encargado,
en la estancia trabajaban unas “seis o
siete” personas. Se dedicaban al “mantenimiento de alambrado, a atender al
ganado con todo lo que lleva: yerra,
señalada, vacunas y todo lo demás”,
contó. Los dueños de la estancia nunca vivieron allí. El administrador iba
una vez al mes a pagar. Estaba menos
de media hora en el casco y volvía a
Montevideo, previo café en lo de Urbano. A la esposa del administrador,
que era la titular del establecimiento,
nunca la vio en la estancia, en los 18
años que trabajó allí.
a planta 5.193.357 litros, dado que uno
de los establecimientos es quesero.
Se lograron también mejores niveles
de sólidos en la leche. Si bien, como
ocurre con el sector en todo el país,
la mayoría de los animales son holando, también hay ejemplares kiwi,
jersey y normando. “El año pasado se
notó que, aunque en forma despareja,
estaban creciendo y se estaban consolidando, aumentando rodeo y mejorando a nivel tecnológico”, explicó
la antropóloga Verónica Camors. El
foco ahora está en cómo mejorar el
crecimiento colectivo sin detener el
crecimiento individual. “Si bien estaba presente todo el tiempo cómo se
organizaba el componente asociativo, no se había hecho hincapié en ello
porque había otras urgencias. Cuando
se empezó a enfatizar en lo colectivo,
se hizo en los dos planos: en lo social
y en la organización de la producción
colectiva”, agregó.
Son 550 las hectáreas para uso
conjunto en lechería, y en el proyecto inicial está previsto desarrollar un
sistema de riego. Sin embargo, esto
último parece aún lejano. “Desde el
punto de vista productivo, el desafío es
la consolidación, que en esta coyuntura cuesta un poco por las inversiones
que han tenido que hacer los colonos.
Pasa por ahí: consolidarse económicamente, productivamente, y después
también el tema grupal”, comenta
Leonardo Piedra Cueva, ingeniero
regional del INC. Antes del riego hay
que “consolidar los campos colectivos”. “La estrategia que se buscó es la
de una medianería con una empresa
agrícola que va a hacer agricultura y va
a ir dejando 50 hectáreas de pradera
por año. Ésa fue una alternativa que se
analizó frente a la de tomar un crédito
para hacer inversiones en pasturas. La
idea es que vayan tomando posesión
de los campos y los gestionen, como
si fuese un campo de recría”, dice. Los
campos colectivos se adjudican a la
Sociedad de Fomento Rural Capilla
del Sauce, integrada por los colonos,
“que va a tener que asumir el desafío
de gestionar los campos colectivos de
la mejor forma posible, tratando de
evitar los conflictos que se puedan
generar”, apunta.
“Nos ha costado, como grupo,
poder consolidarnos y trabajar como
tal”, admitió Carlos Hernández. “Somos productores muy distintos, en
realidades muy distintas. Es difícil
ponerse a pensar todos con la misma
cabeza. Pero tenemos la posibilidad
de un campo para recriar las terneras
o para forraje, y eso es algo muy bueno,
que daría mucho potencial a la colonia. No obstante, hoy no estamos en
condiciones para empezar a usar todo
eso”, agrega. Es que, como reafirma Karen, su compañera, “la cabeza todavía
está puesta en los establecimientos, no
tanto en los espacios en común”.
Creciendo
El cierre del ejercicio 2014-2015 refleja que los productores lecheros de la
colonia han crecido. La tabla elaborada por el ingeniero Andrés Llagarías
muestra que el rodeo en ordeñe aumentó 15% con respecto al año anterior. Más aumentó la producción
del grupo. Entre el 1º de julio de 2014
y el 30 de junio de 2015 se produjeron en 15 de los 16 establecimientos
(recién este año comenzó a producir
el último colono) 5.425.386 litros de
leche, 23% más que en el ejercicio
agropecuario anterior. Se remitieron
Se respira
Acompañar a Claudia Godan y sus hijos más pequeños a buscar las vacas es
una historia en sí misma. Facundo, de
seis años, se sube al petiso y se adelanta al grupo. Bárbara, de 11, señala el
pequeño puente ferroviario que se ve
entre los árboles, a unos 500 metros,
y explica que allí, según la leyenda,
a medianoche aparece la decapitada
de Timote subida al caballo de quien
cruza el arroyo. Claudia se ríe y celebra, no el comentario de Bárbara,
sino que Facundo aparece arreando
una vaca jersey acompañada de una
Tres dueños
durante 250 años
Las 4.708 hectáreas de la Colonia Reglamento de
Tierras de 1815, en la que hoy producen 18 familias
(y está previsto que se sumen, al menos, diez más),
son apenas una fracción ínfima de la vieja estancia jesuita Nuestra Señora de los Desamparados; ésta tuvo
más de 400.000 hectáreas, superficie que representa
40% del territorio del departamento de Florida. Las
tierras fueron otorgadas en 1745 y quitadas en 1767
con la expulsión jesuita. Las compró Juan Francisco
de Zúñiga a 29.000 pesos, y un hijo de éste, Tomás,
se las vendió al inglés John Jackson en 1825; fue por
28.800 pesos, según el documento de compraventa
reproducido en el libro El tío Coco (Susana Gallinal,
1990). Hasta la actualidad, buena parte de aquellas
tierras adquiridas en 1825 siguen estando en manos
de descendientes de Jackson, más puntualmente
de los de su hija Clara, casada con Gustavo Óscar
Heber. Elena Heber Jackson, casada con Alejandro
Gallinal, era la madre de Alberto Gallinal Heber.
Margarita Uriarte, viuda de Alberto Heber Jackson
(hijo de Clara), se casó posteriormente con Luis Alberto de Herrera. Por eso, una de las fracciones es
administrada actualmente por Luis Alberto Lacalle.
Las 4.708 hectáreas de la Estancia del Timote fueron
adquiridas por el INC a US$ 17.000.000 en 2008. El
establecimiento era propiedad de Elina Gallinal Castellanos, hija de Alejandro Gallinal Heber.
Las referencias religiosas son constantes en la
fracción de la vieja estancia Santa Clara. Una inmensa cruz construida hace más de 80 años sobresale
entre las praderas. Era el destino de procesiones y
el escenario de misiones anuales organizadas por
la familia Gallinal Heber. Duraban varios días y en
ellas participaba “todo el personal”, recuerda Urbano
Sanner. El año pasado, bajo la cruz, Alejandro Gallero
e Inés del Valle bautizaron a su hijo Nicolás. ■
De las 4.708 hectáreas compradas en 2008,
hubo 1.600 a las que el INC no pudo acceder
hasta 2014, porque se encontraban arrendadas. Finalizado el contrato, el INC trabaja ahora
en la adjudicación de esa fracción, en la que
se instalarán “entre diez y 12 familias más”,
explicó el jefe técnico de la regional Florida,
Leonardo Piedra Cueva.
jueves 10·set·2015
07
ternera que, deduce Claudia, nació
la noche anterior. Celebra cuando la
ve de cerca y confirma que es ternera. El citadino pregunta si esa protuberancia del abdomen no dice otra
cosa, y la expresión de obviedad de
Bárbara es un puñal a la ignorancia:
“Es el ombligo”.
Claudia y su marido, Ercole Capanna, tuvieron tambo en campos arrendados en Colonia Sánchez, la zona de la
primera parada ferroviaria, partiendo
desde Florida, del mismo ramal que
hoy tienen lindero, pero 80 kilómetros
hacia el noreste. En la primera mitad
del siglo pasado el tren se detenía en
Parada Sánchez y devolvía los tarros
lecheros de la remisión del día anterior. “Parada Sánchez, bajen los tarros”
sigue siendo, hasta hoy, una expresión
que en Florida equivale a las “paradas
de carro”. “Nos vinimos con una expectativa impresionante, y la expectativa
no se ha perdido, pero nos ha costado más de lo que pensamos”, admite
Claudia. Y agrega: “Con el precio actual de la leche, los números no dan”.
La situación provoca que surjan limitaciones de todo tipo: alternativas para
alimentar el ganado, reproducción y
fertilización de praderas. Pueden sostenerse porque Ercole brinda servicio de
maquinaria. En ocasiones han trocado
servicios con otros colonos, cambiando
siembra por enfardada.
Pese a las dificultades, el proyecto del tambo sigue andando. “La idea
es llegar a lo máximo que se pueda
ordeñar. Creo que vamos caminando
bien, lento pero bien”, comenta Claudia, que define el campo, y la actividad
lechera en particular, como “un modo
de vida”. “A mí me encanta el manejo
con las vacas, hacer el ril, ordeñar y
andar con las terneras, aunque tengas que embarrarte. Estuve trabajando en una peluquería en Florida y me
gustaba, pero nada que ver. Acá me
encanta. Me enloquece, por ejemplo,
ver a esa vaca recién parida ayudando
a la ternerita a salir del barro”, afirma.
Tienen cinco hijos, de entre seis y 22
años. “Hay gente que me pregunta
cómo hago con los chiquilines, porque no hay cine, no hay centro para
ir. Los gurises acá se incentivan solos.
No extrañan eso. El de 11 tenía nueve
cuando dejó una escuela de 400 niños
y pasó a la escuela rural, y no extraña”.
A la par
En los remates ganaderos a los que
asisten medianos y pequeños productores lo frecuente es que el que vaya a
comprar sea el hombre, que también
suele ser, en el campo, el que hace y
deshace, por más que la mujer dedique
su tiempo a actividades relacionadas al
establecimiento. Las representaciones
sociales de un medio rural conservador y patriarcal llevan a que el rol de
la mujer sea ése. Los colonos de Reglamento de Tierras de 1815 tienen,
en promedio, 35 años. La producción
es familiar y las decisiones, en el caso
de los productores lecheros entrevistados, son colectivas. “En mi casa las
decisiones son de los dos. Es lo mismo, no importa quién las tome. Son
decisiones equitativas porque los dos
tomamos decisiones y los dos hacemos
todo. Hasta ahora me pasa que llega
gente que pregunta por el dueño de
casa. Yo les digo ‘también soy la dueña
de casa’, y a veces, cuando se van, dicen: ‘igual, vos avisale que estuve yo’”,
cuenta Inés del Valle y se ríe. ■
Emilio Martínez Muracciole
08
200
jueves 10·set·2015
años
Reglamento
de Tierras
opinión
Artigas, los maestros y Colonización
Desde siempre, Uruguay se ha
caracterizado por el vacío demográfico de sus campos. Lo dicen las
estadísticas y lo he vivido personalmente; la situación es cada vez
más grave. Aunque hay una diversidad de paisajes, algunos menos
desérticos que otros, la sensación
es siempre la misma: con la estupenda vocación agropecuaria de
nuestro suelo, es inadmisible que
nuestra población esté prácticamente estancada, que la densidad
de población sea todavía de 18 habitantes por kilómetro cuadrado y
que el porcentaje de población
rural sea de 5%.
Esta situación de vacío desorganizado ya rodeaba a Artigas en
1815, cuando decidió, con su Reglamento Provisorio, adoptar la
primera ley de reforma agraria en
América Latina. Artigas le asignó a
la tierra la función social de garantizar una existencia económicamente solvente, y veló por poblarla de
productores y productoras dotados
de valores de alta calidad ética. Su
visión era civilizadora. No alcanzó
a ver los frutos de sus revolucionarias previsiones. Dice Eduardo
Galeano, en Las venas abiertas
de América Latina: “La intervención extranjera terminó con todo.
La oligarquía levantó cabeza y se
vengó. La legislación desconoció,
en lo sucesivo, la validez de las donaciones de tierras realizadas por
Artigas. Desde 1820 hasta fines del
siglo fueron desalojados, a tiros, los
patriotas pobres que habían sido
beneficiados por la reforma agraria. No conservarían otra tierra que
la de sus tumbas”.
En el resto del siglo XIX se fue
pasando de la estancia cimarrona
a la estancia moderna. Una de las
mejoras tecnológicas de mayor repercusión fue, a partir de 1870, el
alambramiento de los campos. La
técnica productiva continuó basada en el pastoreo directo de la pradera natural. Pero el control del ganado y el uso del suelo comenzaron
a requerir menos personal, gracias
al alambrado. Muchos arrimados a
la estancia fueron expulsados y pasaron a sobrevivir en los “rancheríos”, en los que, como decía Julio
Castro en El analfabetismo (1940),
“reina la mayor miseria; no hay en
el país forma más desgraciada de
existencia que la de sus habitantes”.
Agrego a este rápido viaje por
nuestra historia campesina el componente educativo. Comencemos
con José Pedro Varela. En el Congreso de Inspectores de Durazno
de 1878 se ocupó largamente de las
escuelas rurales. “En nuestra época
con las crecientes exigencias de la
civilización, la más grande desgracia que el hombre puede tener es
ser ignorante. […] Es tal vez como
resultado de esa ignorancia de la
campaña que nuestra vida política
y social ha sido hasta ahora débil,
enfermiza, anárquica, llena de lágrimas y de sangre. […] Partiendo
de esta base, nos hemos ocupado
principalmente del establecimiento de escuelas rurales en campaña”.
Y propone que donde haya 20 niños en edad escolar se establezca
una escuela fija y donde haya varios poblados con escaso número
de niños actúe un “maestro volante”, para que “en lugar de esperar
que los niños vengan a la escuela, el
maestro vaya hacia los niños”. Esta
propuesta de Varela es cada día
más pertinente, en la medida en
que se profundiza la despoblación
de la campaña. Entre 1930 y 1960
el número de rancheríos oscilaba
entre 400 y 600, y sus habitantes entre 80.000 y 120.000.1 La mitad de
los rancheríos carecían de escuela.
Durante más de 80 años, el
magisterio reaccionó ante esta grave injusticia. En el Primer Congreso
Nacional de Maestros de 1933, María Espínola denunció el éxodo de
la población rural como fenómeno multicausal. “Yo me pregunto
si estas causas puede anularlas
la Escuela tal como ella existe; o
aún modificarlas, transformarlas,
de modo que esa transformación
pueda hacer poblar los campos; y
contesto sin duda de ningún género: sola, no, si no coopera con
ella la acción gubernamental. […]
La Escuela Rural sola, con toda la
fuerza moral de nuestros maestros,
con todo su espíritu de sacrificio, se
perderá como una gota en el mar.
Y esto es sencillamente criminal”.
Con otras palabras, Espínola proclamaba la educación como un
derecho humano.
Otro congreso, en 1944, denunció la situación de la tierra y
puso, por primera vez en boca de
maestros, la expresión “Reforma
Agraria”, al declarar: “El Congreso, en momentos que lucha por
la reforma y racionalización de la
Escuela Rural, declara ante la opinión pública que la acción de la
escuela no adquirirá su verdadera
significación ni alcanzará las proyecciones ambicionadas por los
maestros mientras no se realice la
Reforma Agraria, que transforme
nuestro actual régimen económico […] El Congreso sostiene como
doctrina la limitación del latifundio y la distribución de la tierra
dada sobre el principio de ‘La tierra para quien la trabaje’”.
Una concentración de maestros de seis departamentos, organizada en 1944 por el Consejo de
Primaria en Tacuarembó (en la que
participé), declaró: “Es preciso determinar que la tierra debe pertenecer a quien la trabaja y la hace
producir, debiendo el Estado defender económicamente al pequeño productor, a quien debe ilustrársele técnicamente para el logro de
una mayor eficiencia. Como una
solución inmediata de este problema, aspira a la rápida sanción de la
ley de Reforma Agraria”.
El debate sobre la economía
rural ya estaba lanzado, en buena
medida por el testimonio de los
educadores rurales y de médicos
que obraban en áreas campesinas.2 La respuesta de la sociedad
fue organizar el Primer Congreso Nacional de Colonización, en
mayo de 1945, en Paysandú. Fue
una reunión memorable, en la que
no faltaron delegados de asociaciones magisteriales. Me limito a
manifestar mi convicción de que el
Poder Legislativo disponía, a partir
de entonces, de la clamorosa presentación de un conjunto de fundamentos y propuestas contribuyentes a la sanción de una ley que
reorganizara la tenencia y explotación de nuestro suelo. Pero todavía
los maestros teníamos algo que
agregar a lo resuelto en Paysandú.
En 1945 fue creada la Federación
Uruguaya del Magisterio (FUM) y
su primera convención discutió, en
1946, la reforma agraria. Selecciono algunas de sus declaraciones:
“El latifundio resulta el máximo
oponente del progreso y bienestar
colectivo. […] El 50% de los propietarios posee un 5% de la propiedad
territorial rural. El 5% de los propietarios, los más ricos, posee el 50%
de la propiedad rural del país […].
En lo social el latifundio es el origen
de alrededor de 600 rancheríos,
cuyos 250.000 habitantes se mantienen en un proceso gravísimo de
desintegración física y moral. […]
El magisterio y el pueblo observan
atentamente la actitud de los partidos frente a los problemas que
afectan la vida integral del hombre
y exigen para el próximo período
parlamentario que se antepongan los altos intereses nacionales
a los propios de cada partido y se
sancione la ley que atienda los urgentes reclamos del pueblo sobre
Colonización y Reforma Agraria”.
Como se ve, el sindicalismo de los
maestros concebía la educación
pública comprometida con un
contexto nacional determinante
de sus fines y funciones.
Y entonces sí, al fin, se aprobó
la Ley Nº 11.029, de 1948, que creó
el Instituto Nacional de Colonización (INC), al que se encomendó,
sin usar estos términos, iniciar un
proceso de reforma agraria. Esa ley
fue, y sigue siendo, una gran ley,
prácticamente desconocida por
nuestro pueblo, aplicada en muy
reducida escala, sólo por temporadas, y traicionada la mayor
parte del tiempo por los agentes
políticos y sociales, desobedientes al mandato de su artículo 1º de
“promover una racional subdivisión de la tierra y su adecuada explotación, procurando el aumento
y mejora de la producción agropecuaria y la radicación y bienestar
del trabajador rural”.
Los maestros nos comprometimos varias veces con la causa colonizadora. Lo hicimos en el
Congreso de 1949 en Piriápolis y
cuando redactamos, ese mismo
año, el Programa para Escuelas Rurales e incluimos expresamente entre los conocimientos a impartir en
los cursos superiores: “Instituciones oficiales que colaboran con el
hombre de campo: Instituto Nacional de Colonización”. Lo hicimos
cuando en 1955 la FUM convocó
un nuevo Congreso de Maestros
Rurales, al que asistí como invi-
tado especial, que denunció el
agravamiento del latifundio y la
aparición del latifundio agrícola.
Respecto del INC, que ya llevaba
siete años de actividad, declaró
que “ha significado en lo teórico e
institucional una importante conquista. El magisterio comprueba,
sin embargo, que en la práctica
dicho Instituto no ha satisfecho la
expectativa pública ni las urgencias
de nuestro campo, para lo cual se
impone una revisión de su orientación y métodos”.
Las insuficiencias del INC durante más de medio siglo son cosa
sabida y documentada. El país vivió la contradicción de disponer
de una Ley de Colonización, de no
aplicarla existiendo miles de aspirantes a colonos y de tener a la vez
la jactancia de firmar las declaraciones de dos conferencias de nivel presidencial, ambas realizadas
en Punta del Este: la Carta de Punta
del Este, de 1961, puso en marcha
la Alianza para el Progreso y planteó el impulso de “programas de
reforma agraria integral orientada
a la efectiva transformación de las
estructuras e injustos sistemas de
tenencia y explotación de la tierra
donde así se requiera, con miras
a sustituir el régimen latifundista y minifundista por un sistema
justo de propiedad”. Y también en
Punta del Este, en 1967, la declaración de los presidentes de los países miembros de la Organización
de Estados Americanos señaló:
“Las condiciones de vida de los
trabajadores rurales y de los agricultores de América Latina serán
transformadas para asegurar su
plena participación en el progreso
económico y social. Con tal fin se
ejecutarán programas integrales
de modernización, de colonización y de reforma agraria, cuando los países lo requieran”. Pura
hipocresía verbal, dependencia
y claudicación ante el dictado
estratégico del Norte.
El dinamismo y la creatividad
que caracterizaron al movimiento a favor de la educación rural se
adormeció a partir de 1960 por
la inacción de los gobiernos y los
efectos de la dictadura. Hasta 2005,
con la asunción de los gobiernos
frenteamplistas. Lo mismo ocurrió
con la actividad del INC. Mientras
que entre 1973 y 2004 incorporó
54.125 hectáreas de nuevas tierras (un promedio de 1.746 hectáreas por año), entre 2005 y 2014
las nuevas tierras incorporadas
sumaron 97.547 hectáreas (9.755
hectáreas por año). La cobertura
se ha venido acelerando: a fines
de 2014 el INC contaba con 1.530
colonos más que en 2009, con un
promedio anual de 306 nuevos colonos. Más colonias han surgido
en 2015, y quedan todavía, según
se estima, más de 5.000 aspirantes
a colonos a la espera de tierras. A
este esfuerzo cuantitativo hay que
agregar aspectos renovadores de la
política colonizadora: la atención
a las zonas fronterizas, la adjudicación de predios en cotitularidad
del productor y su compañera, la
adjudicación de tierras a jefas de
hogar y la organización de explotaciones en forma grupal, superando la tendencia de la posesión
individual. En lo institucional también se destaca la adjudicación de
responsabilidades a la mujer. Hay
mujeres en la dirección del INC,
en cargos técnicos y, cada día en
mayor proporción, en calidad de
colonas. Son avances, en un sector
habitualmente confiado a varones.
Los vínculos entre la acción
educativa rural y el INC se han intensificado. Primaria ha fortalecido
su departamento de Educación en
las Zonas Rurales, Secundaria incrementa el número de liceos rurales, la UTU convirtió sus escuelas
agrarias en aliadas naturales del
INC (en particular las que funcionan en régimen de alternancia).
El INC, en acuerdo con colonos, ha denominado colonias con
el nombre de maestros rurales.
Fue para mí una de las más intensas emociones asistir en abril a la
Escuela Nº 60 de La Mina, en Cerro Largo, que había sido mi centro
de trabajo durante seis años hace
más de medio siglo, a la entrega de
770 hectáreas a 24 familias que las
explotarán en régimen de proyectos colectivos. Su colonia se llama
Maestro Julio Castro.
Quedan trabajos pendientes,
que debemos atender con urgencia: enfrentar el latifundio, en especial el agrícola, potentemente
tecnificado, despoblador, esquilmante y contaminador de suelos y
aguas, extranjerizante, que se viene revelando como un inadmisible
contraartiguismo antipatriótico;
hemos de superar, con sosiego y
justicia, la perturbación actual
del funcionamiento del sistema
educativo con motivo del infausto
debate del presupuesto nacional;
responder a los interrogantes sobre
las responsabilidades de la sociedad entera respecto de los adolescentes insumisos, muchos de ellos
originarios del medio rural; abordar crítica y científicamente la influencia de la acción humana sobre
el cambio climático; elaborar un
Plan Nacional de Educación, hoy
inexistente, que oriente nuestros
pasos hacia la construcción de una
sociedad comprometida con la cultura, la solidaridad y la justicia y no
con el despilfarro, el consumismo
y el lucro económico. Sin olvidar
que nuestra clamorosa exigencia
de verdad y justicia sigue vigente.
¿Podríamos hacer el esfuerzo de
homenajear la utopía subyacente
en el Reglamento de Tierras de
Artigas alimentando, pacífica y racionalmente, la utopía de construir
un Uruguay más sano? ■
Notas:
1. Debe recordarse que entre 1908 y 1963
Uruguay no realizó censos de población.
2. Borges, Juan A y Fernández, Elsa (1946):
“La educación sanitaria en el medio ambiente rural”, apartado del Boletín de Salud
Pública Nº 10. Montevideo: Talleres LIGU.
Maestro Miguel Soler Roca