200 · 1 0 d e s et i e m b r e d e 2 0 1 5 · 200 años del Reglamento de Tierras de 1815 jueves 10·set·2015 01 años Reglamento de Tierras La clave colectiva Lo dice con claridad el maestro Miguel Soler Roca en la contratapa de este suplemento: en los últimos años se han logrado avances importantes en el campo uruguayo a instancias de las políticas que ha impulsado el Instituto Nacional de Colonización (INC), pero también quedan tareas pendientes, y muchas tienen que ser atendidas con urgencia. Esta certeza la tienen también las autoridades del INC, y un acontecimiento como el bicentenario del Reglamento de Tierras de 1815 es una buena oportunidad para reflexionar sobre estos procesos desde otra perspectiva. “Hay una demanda de tierras sin satisfacer; estamos llegando a 16% en las adjudicaciones individuales y a 30% en las grupales. No vamos a satisfacerla toda en este quinquenio, pero queremos seguir avanzando. Otra cosa importante: si hoy tenemos una demanda insatisfecha es porque la gente se animó y se empezó a ver a sí misma como potenciales beneficiarios del INC”, resumió la presidenta del organismo, Jacqueline Gómez. Los ejes de trabajo para el quinquenio están delineados. Uno de ellos es la mejora en la producción en los campos del INC: “Hay ejemplos muy buenos, tenemos emprendimientos productivos con buenos rendimientos, incluso por encima de la media nacional”, sostuvo Gómez. Otro tiene que ver con profundizar el trabajo con los grupos de colonos y fortalecer las experiencias asociativas. El 82% de los grupos que están en tie- rras del INC -en total son 149- fueron creados entre 2010 y 2014, señaló la jerarca. “Hay emprendimientos de muchos estilos: ganaderos, lecheros, otros que combinan lo individual con lo colectivo. Hay una innovación del modelo colonizador, y eso requiere un apoyo importante desde el INC, en asistencia técnica, en inversiones en mejoras y en la articulación con otras instituciones”, agregó. En definitiva, se trata de consolidar un enfoque del desarrollo rural, con la certeza de que “no alcanza sólo con la tierra”. “Se requieren otras inversiones, y tenemos que llegar junto con MEVIR [Movimiento para la Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural], con la luz y con la educación. No damos estas respuestas solos, y no es una tarea exclusiva del INC; es fundamental trabajar con las organizaciones sociales y con las instituciones”, sostuvo Gómez. Por otra parte, según Gómez, el INC quiere profundizar el apoyo para asalariados rurales, que han demostrado “tener condiciones para llevar adelante experiencias exitosas”. “Los asalariados rurales tienen condiciones para combinar sus capacidades técnicas y los recursos que tienen con los recursos que el Estado pone a su disposición. Muchas veces, ellos le dan una dinámica distinta a la que nosotros construimos y mejoran nuestra propuesta. Queremos capitalizar el aprendizaje colectivo de estos años entre los colonos, los funcionarios del INC y las organizaciones sociales”, comentó. Nicolás Gallero y su madre, María Inés del Valle, en la fracción 11 de la Colonia Reglamento de Tierras de 1815. / foto: sandro pereyra Tender más puentes con los centros urbanos -sobre todo con los montevideanos, que generalmente siguen estas discusiones con cierta lejanía- es otra prioridad del INC. “Como uruguayos deberíamos estar orgullosos de la Ley de Colonización de 1948, que es revolucionaria para América Latina; ésa fue una construcción de toda la sociedad, la urbana y la rural. El INC existe y aplica políticas porque la sociedad uruguaya hace el esfuerzo, y por eso corresponde que todos sepan qué estamos haciendo, más allá de que sean o no beneficiarios”, dijo la presidenta del INC. Y agregó, siempre haciendo referencia a los puentes entre el INC y el resto de la sociedad: “Incluir a los asalariados rurales, por ejemplo, es una cuestión de justicia social, es parte de las cosas que nos hacen mejor como sociedad. El efecto no es sólo rural: en la medida en que logramos una sociedad más justa, que distribuya mejor su riqueza, estamos haciendo un país mejor”. Gómez lo dice sin rodeos: en 2005 el INC era una “institución destrozada”, con graves problemas de gestión y normativas que no se cumplían. Para sacarlo adelante fueron necesarias “definiciones políticas claras”, empezando por el aspecto presupuestal. “Apostamos a una gestión transparente, austera, y llevamos adelante un conjunto de políticas basadas en definiciones ideológicas. Muchas de ellas tienen que ver con la inclusión social de los sectores más vulnerables, en definiti- va, con muchas cosas que caracterizan al ideario artiguista”, opinó. Gómez está “convencida” de que muchos postulados del Reglamento de Tierras de 1815 están reflejados en el accionar del INC, entre ellos la “visión revolucionaria” de priorizar a los sectores más vulnerables y el abordaje de la distribución de tierras como una herramienta que garantiza condiciones de bienestar para toda la sociedad, y no sólo para los individuos beneficiados. “La obligación que tiene esa gente, esos ‘brazos fuertes y útiles’ que nombra el Reglamento, es la de cumplir con la devolución hacia el resto de la sociedad, mediante el cuidado de los recursos naturales, la generación de riqueza y su posterior distribución. Por eso digo que esto no es solamente una cuestión de gestión, que también es importante; en todo esto hay un componente ideológico muy fuerte”, planteó. Puso como ejemplo la resolución que adoptó el INC para que las tierras se adjudiquen exclusivamente en arrendamiento, una definición política que apunta a que las tierras estén en manos del Estado, para que éste pueda delinear una política de tierra en el largo plazo. “En la medida en que cumplen, los colonos tienen una relación muy estable con el INC, pero si no lo hacen el INC tiene que tomar la decisión de sacarlos de las tierras y darles la oportunidad a otros. Eso asegura, en el largo plazo, una política de tierras para la sociedad uruguaya”, concluyó. ■ Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y producción: Sandro Pereyra / Diagramación: Martín Tarallo / Edición gráfica y fotos: Sandro Pereyra / Textos: Amanda Muñoz, Emilio Martínez Muracciole, Miguel Soler Roca / Corrección: Rosanna Peveroni, Magdalena Sagarra 02 200 jueves 10·set·2015 años Reglamento de Tierras Autogestión en el campo Los asalariados y productores de Arerunguá: un ensayo sobre cómo aprender a decidir en colectivo Campo adentro, al este del departamento de Salto, está la Colonia Arerunguá. Se llega después de transitar la ruta 31, que muestra en todo su esplendor la penillanura levemente ondulada que describen los libros. Cada tanto hay casas, alguna escuela rural y animales pastando; se ven muy pocas personas que, al cruzarlas, siempre saludan. Cerca de 1.400 hectáreas de los campos de influencia del cuartel general artiguista están, desde 2007, en manos del Instituto Nacional de Colonización (INC) y allí trabajan dos grupos de pequeños productores y asalariados rurales. Uno de ellos es el grupo Colonia Arerunguá, en el que hará foco esta nota. El otro es su vecino Nuevo Horizonte, con quien comparten instalaciones y experiencias. La tierra era y sigue siendo escasa: es cara y prácticamente no hay predios chicos que se vendan o se arrienden y, si los hay, son linderos a algún campo grande que lo termina absorbiendo, lamentan los productores. En 2008, cuando surgió la posibilidad de acceder a una de las dos fracciones del INC en Arerunguá, los grupos Los Orientales, Los Charrúas y Boquerón de Arerunguá se postularon; algunos de ellos se habían conformado unos años antes, en torno a programas de desarrollo de la zona. Reunían a productores familiares con parcela, asalariados con ganado pastando en los predios donde trabajaban o en la calle, y otros que sólo eran asalariados. Todos vivían en los alrededores del codiciado predio. La noche anterior al sorteo -la modalidad que eligió el INC, al constatar que los tres grupos tenían características similares y daban con el perfil- se fusionaron formando el grupo Colonia Arerunguá. La parcela a la que accedieron, en julio de 2008, se ubica en Boquerón de Arerunguá y tiene 760 hectáreas. El grupo está compuesto por diez personas: Alejandro Acosta, César Rodríguez, Carlos Rodríguez, Gerardo Olivera, Coraldino José Garciafeijó, Olga Correa, Javier da Silva, Cirino Pedroso, Nilton Moreira y Wilson Nicola. Algunos ya habían trabajado juntos en proyectos del Programa de Producción Responsable (PPR) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), pero otros ni siquiera se conocían. “A algunos nunca los había visto. Acepté porque dije: ‘Bueno, si no marcha, no marcha’”, reconoció Garciafeijó. Dos ingenieros agrónomos que los habían asesorado en proyectos previos, Marcelo Ghelfi y Mario Couture, ayudaron a encuadrar la idea. Con su apoyo elaboraron “el reglamento de funcionamiento, los números respecto del stock que teníamos, cómo íbamos a hacer, cómo íbamos a manejarnos, si con un fondo común o con aporte de cuota de todos”, explicó César Rodríguez. Los tres grupos iniciales tenían 16 integrantes. Dos desistieron al momento de la unificación. La salida de los otros cuatro se produjo después: “A uno el patrón no lo dejaba salir de la estancia y le dejaba poner allá sus animales, otro trabajaba en Tacuarembó y le quedaba lejos venir, a otro no le gustó la propuesta y otro se asustó con los números y no llegó a estar”, describió Correa. Rodríguez aclaró: “El susto con los números es porque el asalariado, cuando está encargado de un predio donde el patrón le da para criar animales, maneja costos de producción que en general van medio licuados en el costo del establecimiento: el pa- trón no le va a cobrar un curabichera o un baño, pero a la hora de tener que solventarlos y de aportar a la DGI [Dirección General Impositiva] y al BPS [Banco de Previsión Social], empezás a ver costos que cuando pastoreaste no tenías”. Ingresaron al predio en setiembre de 2008. No había ninguna construcción, y buena parte de los alambrados perimetrales estaban deteriorados. Los repararon e hicieron subdivisiones internas, transformaron en ocho los dos potreros iniciales y eso les permitió separar el ganado por tipo y etapa de crecimiento. Se aliaron con el grupo Nuevo Horizonte -compuesto por seis pequeños productores y asalariados rurales-, que recibió una parcela vecina, de 582 hectáreas, el mismo día que ellos. Construyeron un pozo semisurgente e instalaron el molino en el predio de Nuevo Horizonte; en el de ellos colocaron el tanque, que suministra el agua para las dos fracciones. También construyeron juntos el embarcadero de animales. Durante años sólo tuvieron una carpa hecha con lonas; lograron hacer un galpón que sirve para acopiar materiales y parte de la producción (tienen una montaña de bolsas de lana). Hace tres meses, cuando llegó la luz a la zona, pudieron prender la primera lamparita. Algunas inversiones se hicieron con créditos del INC, otras fueron hechas por cada grupo y luego se descuentan de la renta que pagan al INC. Paralelamente avanzaron en la forma jurídica y en 2012 se constituyeron como Asociación Agraria de Responsabilidad Limitada. Esquema colectivo “Éstas son como pequeñas islas porque, a no ser por alguna sociedad, predomina la producción individual, en la que el productor toma la decisión, decide su riesgo y hace su manejo. Este camino es distinto porque todas las decisiones grupales se toman en la asamblea mensual, en la que se informa, se dan los balances económicos, de campo, productivo y social, y se planifican las actividades para el mes siguiente. Se llega a las decisiones por acuerdo, prácticamente no votamos”, detalló César Rodríguez. Su hermano, Carlos, acotó que “hay una tradición de ser muy individualista, de trabajar porteras hacia adentro”. Garciafeijó aclaró: “Es difícil trabajar en grupo. En primer lugar, uno tiene que ponerse de acuerdo. No es fácil. Yo, por suerte, me adapté enseguida”. “Para que todo vaya hacia mejor, no pongo palos en la rueda. Siempre en el grupo vamos buscando una solución”, confió Olivera. Alejandro Acosta es productor familiar, estaba inscripto como aspirante Tierras con historia La zona de Arerunguá, cuyo nombre proviene del largo arroyo que atraviesa buena parte del departamento de Salto, fue elegida por José Artigas en 1814 para instalar su cuartel general, huyendo de la lucha que lo enfrentaba a los porteños. La investigadora Ofelia Piegas explicó que desde Corrales de Sopas, Artigas dirigió la Batalla de Guayabos, cuyo triunfo, el 15 de enero de 1815, provocó el retiro de los porteños de la Provincia Oriental. Pocos días después, el prócer se trasladó a Potreros de Arerunguá y allí levantó la primera bandera artiguista, reseñó. Manuela Mutti, profesora de Historia y diputada salteña por el Movimiento de Participación Popular, agregó que Artigas denominaba a la zona del cuartel general “centro de mis recursos”, porque de ahí sacaba todo lo económico -el ganado y la caballada-, y que en 1820, cuando se fue a Paraguay, “se dice que, de palabra, Artigas dio esas tierras a los charrúas”. En Paso de las Piedras de Arerunguá, zona de influencia del cuartel artiguista, el Ministerio de Defensa Nacional (MDN) tiene 5.707 hectáreas. En 2005 y 2006 los entonces ministros José Mujica (del MGAP) y Azucena Berrutti (MDN) hicieron gestiones para transferir al INC las 1.408 hectáreas que conforman la Colonia Arerunguá. El predio sigue siendo propiedad del MDN. Estaba previsto que otros padrones de esa estancia también fueran transferidos al INC. ■ en forma individual y no dudó cuando surgió la oportunidad de asociarse: “Era algo totalmente nuevo, porque uno toda la vida trabajó de manera muy individual. Sabía que de ahí yo iba a rescatar mucha cosa para hacer lo que hacía”. Con palabras y gestos, los integrantes del grupo dan cuenta de que el proceso ha sido largo y difícil, pero su balance es positivo: “Fuimos aprendiendo con el transcurso del tiempo. En el grupo uno se siente amparado frente a todas las dificultades, es como un respaldo”, expresó Acosta. Con el apoyo del INC, Ghelfi fue contratado por el grupo durante los primeros años para hacer el asesoramiento técnico y ahora está vinculado por intermedio del Instituto Plan Agropecuario (IPA). Desde su lugar, completa la idea: “Son procesos lentos. La toma de decisiones es mucho más lenta que cuando es individual, pero el grupo viene de un proceso de trabajo que le ha permitido llevar más lento el poder organizarse, pero de forma más segura”. El campo fue poblado con los animales de cada uno y, como algunos tenían poco y otros más, no formaron inicialmente un rodeo común, pero ése era el norte. Con los años fueron fijando metas, y hoy el rodeo colectivo representa la cuarta parte de los 2.000 lanares y los 600 vacunos. Para realizar tareas de sanidad siempre manejaron el rodeo como uno solo, pero otros aspectos los han incorporado. “La esquila hacíamos separando los lotes por propiedad; era un trabajo engorroso, teníamos que apartar los lotes antes de empezar, hacer la esquila y embolsar por separado. Nos dimos cuenta de que habíamos llegado a uniformizar bastante la finura de la lana, que no justificaba separar los lotes y que podíamos hacer una sola esquila, embolsando y comercializándolo como un solo lote. Éste es el segundo año que lo vamos a hacer”, detalló César Rodríguez. Manejar un rodeo común los ayudó a tomar las decisiones de modo “más rápido y más funcional”, observó Ghelfi. Hasta ahora nadie reside en el predio. Muy cerca vive uno de los integrantes, Wilson Nicola, que cumple la función de capataz. “Nosotros somos peones”, dice el resto. “Le dimos la potestad de que él cite a la gente para determinado trabajo; no tenemos por qué estar los diez, llama a cuatro, cinco”, comentó César Rodríguez. Por ejemplo, hay dos que están alerta en épocas de parto: Carlos hace cesáreas y Olivera tiene el aparato para desatracar. Otros integrantes, como Acosta o César, tienen su fuerte en el rol de representación del grupo en ámbitos institucionales o grupales como la red de colonos. También están las tareas de llevar las actas y la del tesorero. Hay para entretenerse. Modos de producir “A partir de PPR, por el año 2000, y antes con el trabajo del IPA, ya se promovían en la zona prácticas como el destete precoz en ovinos, el cordero pesado con suplementación, la inseminación artificial, los test para controlar los parásitos. Las vamos incorporando de a poco. Es bastante diferente a lo que se sigue haciendo tradicionalmente. Los asalariados están habituados a trabajar en un sistema productivo sin incorporación de tecnologías”, explicó César, aclarando que las tecnologías no necesariamente requieren inversiones. Tradicionalmente los productores se enfocan en el número de animales que tienen, sin considerar si cuentan con la cantidad adecuada de pasto para alimentarlos, lo que en épocas de sequía resulta nefasto. Esa lógica se da en establecimientos de grandes extensiones y se arrastra al resto. El aporte del INC para el asesoramiento técnico de los grupos fue decreciente. En 2011, cuando se terminó, Ghelfi le propuso a la sede de Tacuarembó del IPA, donde trabaja, seguir asesorando a los grupos Colonia Arerunguá y Nuevo Horizonte. En 2014 el predio de Nuevo Horizonte fue elegido como uno de los 24 focos del proyecto “Mejora en la sostenibilidad de la ganadería familiar de Uruguay”, que se desarrolla con aportes del gobierno de Nueva Zelanda, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, el MGAP y el IPA. El 28 de agosto, Nuevo Horizonte abrió sus porteras para que productores y técnicos de diferentes instituciones evalúen el trabajo. Desde la mañana estaban en el lugar los integrantes de Nuevo Horizonte y del grupo Colonia Arerunguá, que fueron invitados para acompañar el proceso. Productores y asalariados expusieron las metas productivas y cómo las están alcanzando. La primera premisa era no tener más de 0,80 unidades ganaderas (un vacuno o cinco ovinos) por hectárea. En función de eso, determinaron el stock de animales al que quieren llegar, el kilaje en cada etapa, índices de reproducción, crías al momento del destete, finura de la lana, así como las ventas, el costo de los insumos y el resultado económico. De base, tenían los registros que llevan desde 2012. Dieron cuenta de manejos y decisiones, y pacientemente 200 años del Reglamento de Tierras de 1815 contestaron las preguntas de los visitantes, que cuestionaban por qué habían procedido de tal forma y no de otra. Se organizó una recorrida por tres potreros donde se observó el buen estado de los animales y la calidad de las pasturas, y, por último, se puso a los invitados el ejercicio de calcular cuánto pesaban vaquillonas cuyo kilaje habían medido en la mañana; el ejercicio demostró, aun a técnicos y productores con experiencia, que el ojo engaña y la balanza nunca está de más. Acosta no pudo participar, pero los resultados que obtiene en su predio individual fueron puestos como ejemplo durante la jornada. Al ser consultado, volvió a remitirse al grupo: “La parte asociativa me ayudó mucho en cómo ver las cosas”. Y destacó el asesoramiento técnico: “Nos ayudó a llevar números, registros, a anotar todo, a cerrar los ejercicios; antes yo no tenía noción, no podía decir ‘saco tantos kilos de carne’, todas esas cosas las fui aprendiendo del mismo grupo. También me ayudó el manejo del campo por unidad ganadera. Eso no lo sabía llevar: tener una equivalencia de los bichos que tenés adentro del campo, cosa de que nunca te falte la comida para los animales. Siempre lo tenía sobrecargado”, reconoció. Ghelfi opinó que “el rendimiento productivo del grupo es bueno” y destacó que en ovinos, que es el fuerte del grupo, alcanzaron buenos porcentajes de señalada (75% a 80%) y mejoramiento genético, que ha permitido uniformizar y afinar la lana. Rentabilidad El grupo Colonia Arerunguá vende los corderos al año -una vez que les sacaron un vellón, es decir, que aprovecharon una cosecha de lana- y los Lejos del reglamento César Rodríguez valoró que el Reglamento de Tierras de 1815 fue “la primera propuesta de reforma agraria latinoamericana con base popular”, pero comentó que “después pasó lo que pasó: vino la derrota militar, y lo que hizo la Constitución de 1830 fue estampar sobre el papel un reparto prácticamente opuesto, un reparto entre los amigos de y clientes de”. Opinó que el INC es “una ventana que tiene nada más y nada menos que la tarea de ejecutar este concepto de que la tierra tiene que tener un uso social”. Sin embargo, acusó que “todavía tenemos tierras ociosas”, que hay especulación, que la gran concentración de la tierra expulsa a la gente del campo y que la oferta del INC no cubre la demanda. “Me parece que estamos bastante lejos de cumplir con el reglamento agrario artiguista”, sintetizó. ■ terneros al momento del destete. Se dividen las ganancias en diez partes iguales y cada uno obtiene un salario equivalente al de un capataz de campo; buena parte de lo que sacan lo reinvierten en el predio. Para los integrantes de los dos grupos estos predios significan un complemento. En 2014, por cada dólar que obtuvo, el grupo Nuevo Horizonte gastó 0,44 centavos. Durante la jornada algunos invitados cuestionaron la rentabilidad, porque con buenos precios internacionales y una renta subsidiada la ganancia no era mucha. “¿Qué sería si tuvieran que pagar 100 dólares de arrendamiento por hectárea?”, preguntaron, y los productores respondieron: “No los podríamos pagar”. Alguien, por lo bajo, cuestionó la propuesta del INC, porque tantas personas nunca podrán vivir en 500 o 700 hectáreas, y argumentó que una de las claves de la ganadería está en la escala. “Hay experiencias en escalas de 300 hectáreas que demuestran lo contrario, si lo llevamos a la producción por hectárea por año, quiero ver cuántos predios grandes tienen este rendimiento”, re- trucó César Rodríguez. Acosta reconoció que el volumen es importante -“cuanto más chico es uno, más tiene que tener objetivos de rentabilidad”-, pero dijo que la clave está en superar la producción que grandes o chicos obtienen por hectárea. Rodríguez afirmó que el grupo tiene decidido radicar familias en el predio, pero que hasta ahora no ha podido hacerlo; confían en que eso permitirá avanzar en sistemas de producción que requieren mayor presencia en el campo. Considerando los altibajos de los precios internacionales, Ghelfi se preguntó cuánto podrían sostenerse estos grupos en años en los que los ingresos netos pasen a ser de 0 a 10 dólares por hectárea, y dijo que puede ocurrir que en esas épocas se vuelquen a destinar mayor tiempo al trabajo remunerado. Por eso apuntó que “hay que anticiparse” a los fracasos y que los grupos tienen que “tener su meta muy firme”. Insistió en seguir mejorando el rendimiento productivo y en aumentar la escala, aunque identificó como “una debilidad” que “no haya tierras para arrendar”. jueves 10·set·2015 03 Olga Correa, Florentino Duarte, Carlos Rodríguez, Coraldino José Garciafeijó, Javier da Silva y César Rodríguez, integrantes del grupo Colonia Arerunguá, durante una jornada de trabajo del proyecto “Mejora de la Sostenibilidad de la Ganadería Familiar en el Uruguay”. / foto: sandro pereyra Acosta defendió la modalidad del INC, porque mediante emprendimientos asociativos pudo “cubrir mucho más la demanda de tierra”, y señaló que de ese modo “los favorecidos iban a ser más”. Rodríguez destacó que la práctica está demostrando que “una familia integrada por hijos de productores familiares viviendo todo el año en el predio puede sostenerse allí con rendimientos económicos muy por encima del promedio nacional, pero además dar solución a la cuestión social de la migración”. Una novedad de esta modalidad ofrecida por el INC consiste en nuclear a asalariados y productores, ya que hasta ahora la mayoría de las asociaciones no incluía a los primeros. La fusión, sostuvo César Rodríguez, “soluciona cuestiones como la mano de obra y la distribución del trabajo interno”. “Además, apunta a ver a dos estratos sociales como aliados estratégicos. Son combatidos desde todos lados y se sienten diferentes unos de otros, pero se trata de una alianza estratégica para superar una cantidad de contradicciones que tiene el modelo dominante del agronegocio. Son procesos lentos y graduales. Los desafíos permanecen y están mirándose con lupa: desde algunos lugares, con el deseo de que fracasen; desde otros, con el deseo de que se fortalezcan y se reproduzcan, apuntando a que el asociativismo sea un rumbo más dentro de lo que sería la autogestión. En este caso sería la autogestión en el campo”, concluyó. ■ Amanda Muñoz 04 jueves 10·set·2015 200 años Reglamento de Tierras 200 años del Reglamento de Tierras de 1815 jueves 10·set·2015 05 06 200 jueves 10·set·2015 años Reglamento de Tierras En otras manos Claudia Godan y sus hijos Bárbara y Facundo Capanna llevan las vacas para el ordeñe de la tarde en la fracción 19 de la Colonia Reglamento de Tierras de 1815. / foto: sandro pereyra Tambos familiares en medio de la ganadería extensiva cambiaron los aires del noreste floridense No era frecuente ver un camión de transporte lechero por la ruta 6 hacia el norte del departamento de Florida. Tampoco sentir el aroma de ensilados y fermentos de los tambos. Las cercanas a Capilla del Sauce son tierras apartadas de la cuenca, dedicadas principalmente a la ganadería extensiva desde, por lo menos, la segunda mitad del siglo XVIII, cuando eran de Juan Francisco de Zúñiga (ver recuadro). No era frecuente ver tambos ni muchas familias asentadas en un radio de algunas miles de hectáreas. En la estancia del Timote, de 4.708 hectáreas, trabajaban su encargado y otras seis personas en tareas propias de la actividad de cría y engorde de ganado ajeno. Actualmente, en 3.089 de esas 4.708 hectáreas hay 16 establecimientos lecheros y dos ganaderos. Y hay, además, tres facciones de utilización conjunta. Tampoco era frecuente ver tantos niños en la escuela rural 115, Santa Clara, pero el cambio que experimentó la zona llevó, entre otras cosas, a que se multiplicara la matrícula escolar. En 2010, antes de que se asentaran 16 de los 18 colonos, el escenario sociodemográfico de ese punto de Florida estaba en las antípodas. “Los hogares que presenta esta zona se destacan por su escasa cantidad de integrantes, inferior incluso a la media nacional. […] Se registra un alto grado de envejecimiento y muy poca vitalidad demográfica”, contó la antropóloga Verónica Camors, técnica del departamento de Experiencias Asociativas del Instituto Nacional de Colonización (INC) en la ficha técnica que incluyó en el primer informe de actividades en la colonia. Camino y piedra A las 6.30 arranca el día de Inés del Valle y Alejandro Gallero, los padres de Nicolás, que camina rumbo a su segundo cumpleaños. Primero es el turno de “las vueltas de la casa” y después van por las vacas para el primer ordeñe. Pueden ir a pie, en moto o a caballo, según qué tan lejos estén los animales. El ordeñe lo hacen ambos o uno solo, depende del día. Generalmente lo hace Alejandro. Mientras tanto, Nicolás corre un perro, juega con arena, agarra un gato de la cola o revolea una escoba; siempre se las arregla para que su presencia sea una palestra con la que la rutina gana colores y pierde monotonía. Después, lo inevitable: “Lavar la sala, darles leche a las terneras, darle de comer al ganado próximo a parir y a los que están en la primera etapa de la recría. Hay que armar riles de pastoreo para Cabeza abierta “En esta colonia hay productores con mucha formación, incluso formación técnica. Además, están acostumbrados a recibir asistencia técnica y son jóvenes”, comentó la antropóloga Verónica Camors. “Muchas veces los productores mayores, principalmente en ganadería, tienen sus saberes, que a veces chocan con los saberes técnicos”. Según Camors, “en este caso es diferente no sólo por la edad sino también por el origen socioeconómico y sociocultural”. ■ la tarde, cambiar estacas. Siempre hay algo para hacer”, comenta Inés, oriunda de Cardal (Florida) y criada en la lechería, al igual que Alejandro, que es de Villa Rodríguez, en San José. Cuando el padre de Inés se jubiló, en 2006, ellos siguieron con el tambo. Antes habían trabajado juntos en un establecimiento en Flores, como empleados. En Cardal explotaban 20 hectáreas propias y 40 arrendadas, entre ellas varias inundables. Ahora, en la Colonia Reglamento de Tierras de 1815, la superficie es de 110 hectáreas. Empezaron a ordeñar en setiembre de 2012, con 38 animales. Hoy tienen 75. Crecieron, pero no fue fácil. De hecho, tanto para ellos como para la mayoría de los colonos el camino, que se sabía que iba a ser complicado, ha sido bastante más difícil de lo esperado. Primero hubo que asumir que el Movimiento para la Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural (MEVIR) no desembarcaría allí con un programa para la construcción de viviendas y unidades productivas, algo que daban por descontado. El colono Carlos Hernández y su esposa, Karen Gutiérrez, tuvieron que enfrentar todo tipo de peripecias para empezar a producir y remitir. Después, cuando con financiamiento propio o me diante créditos logrados por intermedio del INC lograron la infraestructura para vivir y producir en el predio, tuvieron que hacer frente al problema de los caminos intransitables para camiones cisterna y, en algunos casos, a la falta de la electrificación. Tuvieron que conseguir equipos generadores. Como la energía no sólo es necesaria para ordeñar sino también para man- 200 años del Reglamento de Tierras de 1815 tener la leche fría en el tanque, el costo de ese servicio fue demasiado elevado. Pero cuando piensa en la situación anterior, se acuerda de otras dificultades. “Estábamos en un campo mucho más chico, de renta tres veces más cara, y aquí la posibilidad de crecer es mayor”, señala Carlos. Recuerda, por ejemplo, que en la seca de 2009 fue necesario “salir a hacer changas afuera, porque los números no daban”. Karen agrega: “De día trabajábamos en el establecimiento y de noche él se iba a hacer tajamares con una retro. Yo iba con él para que no se durmiera”, porque a veces no acumulaba más de tres horas de sueño. Pelearla Los aspirantes a colonos fueron más de 100. El proceso de selección fue minucioso, recuerda Alejandro, quien dice avalarlo más allá de que resultó beneficiado. “Yo no abrazo ninguna bandera, pero lo que está bien está bien. Antes, por bolillero, le podía tocar a uno que vivía en el medio de Montevideo y que lo que quería era meter unas ovejas, algunos caballos y después, a otra cosa. Acá hubo una preselección. Se visitó a las familias, se vio cómo trabajaban, cuáles eran las necesidades, el trayecto de trabajo y muchos aspectos más”. Los hechos, según sostiene, “demostraron que no le erraron, porque cuando los colonos se encontraron con que no tenían vivienda ni galpón, salieron a pelearla. Nadie salió con un ‘no, nosotros nos vamos porque no era lo que nos habían dicho’. Los colonos salieron a pelearla porque ellos querían instalarse acá. Tenían un proyecto, y de hecho terminó formándose, de algún modo, un grupo de amigos, porque había un pensamiento en común: poder trabajar con la familia, que los hijos puedan estudiar y que si quieren quedarse en el campo vean la posibilidad de progresar”, argumenta. Conceptos como “grupo de amigos” o “gran familia” surgen constantemente al conversar con los colonos y al pedirles que narren la experiencia de los últimos años. Aclaran que, como en toda familia, hay situaciones tensas, pero lo toman como algo inevitable y hasta necesario. Urbano, hombre rural El énfasis de la colonia es lechero. Y joven. El promedio de edad de los colonos es de 35 años, y 16 de los 18 establecimientos son lecheros. Los otros dos son ganaderos: uno es explotado por un grupo de cinco miembros y el restante por una familia que conocía esas tierras más que sus antiguos dueños. Urbano Sanner está al borde de las seis décadas. Llegó a la zona a los cuatro años, cuando su padre pasó a ser el puestero en una fracción de la antigua estancia Santa Clara. En 1991 Urbano empezó a trabajar en la estancia del Timote y fue su encargado hasta que la vendieron al INC. “Pedí para quedarme. Costó un poco; estuvieron bastante en duda”, cuenta Urbano, sentado en un ambiente de su casa en el que se impone la presencia de un escritorio metálico inmenso que recuerda, sin quererlo, a las antiguas administraciones de esas tierras. Junto a su casa está, abandonada, la vieja parada Timote del kilómetro 190 del ramal ferroviario 329, que muere en el Río Negro. Urbano y Aurora trabajan el campo con su hijo, que, además, se dedica a los servicios de maquinaria. Cuando Urbano era el encargado, en la estancia trabajaban unas “seis o siete” personas. Se dedicaban al “mantenimiento de alambrado, a atender al ganado con todo lo que lleva: yerra, señalada, vacunas y todo lo demás”, contó. Los dueños de la estancia nunca vivieron allí. El administrador iba una vez al mes a pagar. Estaba menos de media hora en el casco y volvía a Montevideo, previo café en lo de Urbano. A la esposa del administrador, que era la titular del establecimiento, nunca la vio en la estancia, en los 18 años que trabajó allí. a planta 5.193.357 litros, dado que uno de los establecimientos es quesero. Se lograron también mejores niveles de sólidos en la leche. Si bien, como ocurre con el sector en todo el país, la mayoría de los animales son holando, también hay ejemplares kiwi, jersey y normando. “El año pasado se notó que, aunque en forma despareja, estaban creciendo y se estaban consolidando, aumentando rodeo y mejorando a nivel tecnológico”, explicó la antropóloga Verónica Camors. El foco ahora está en cómo mejorar el crecimiento colectivo sin detener el crecimiento individual. “Si bien estaba presente todo el tiempo cómo se organizaba el componente asociativo, no se había hecho hincapié en ello porque había otras urgencias. Cuando se empezó a enfatizar en lo colectivo, se hizo en los dos planos: en lo social y en la organización de la producción colectiva”, agregó. Son 550 las hectáreas para uso conjunto en lechería, y en el proyecto inicial está previsto desarrollar un sistema de riego. Sin embargo, esto último parece aún lejano. “Desde el punto de vista productivo, el desafío es la consolidación, que en esta coyuntura cuesta un poco por las inversiones que han tenido que hacer los colonos. Pasa por ahí: consolidarse económicamente, productivamente, y después también el tema grupal”, comenta Leonardo Piedra Cueva, ingeniero regional del INC. Antes del riego hay que “consolidar los campos colectivos”. “La estrategia que se buscó es la de una medianería con una empresa agrícola que va a hacer agricultura y va a ir dejando 50 hectáreas de pradera por año. Ésa fue una alternativa que se analizó frente a la de tomar un crédito para hacer inversiones en pasturas. La idea es que vayan tomando posesión de los campos y los gestionen, como si fuese un campo de recría”, dice. Los campos colectivos se adjudican a la Sociedad de Fomento Rural Capilla del Sauce, integrada por los colonos, “que va a tener que asumir el desafío de gestionar los campos colectivos de la mejor forma posible, tratando de evitar los conflictos que se puedan generar”, apunta. “Nos ha costado, como grupo, poder consolidarnos y trabajar como tal”, admitió Carlos Hernández. “Somos productores muy distintos, en realidades muy distintas. Es difícil ponerse a pensar todos con la misma cabeza. Pero tenemos la posibilidad de un campo para recriar las terneras o para forraje, y eso es algo muy bueno, que daría mucho potencial a la colonia. No obstante, hoy no estamos en condiciones para empezar a usar todo eso”, agrega. Es que, como reafirma Karen, su compañera, “la cabeza todavía está puesta en los establecimientos, no tanto en los espacios en común”. Creciendo El cierre del ejercicio 2014-2015 refleja que los productores lecheros de la colonia han crecido. La tabla elaborada por el ingeniero Andrés Llagarías muestra que el rodeo en ordeñe aumentó 15% con respecto al año anterior. Más aumentó la producción del grupo. Entre el 1º de julio de 2014 y el 30 de junio de 2015 se produjeron en 15 de los 16 establecimientos (recién este año comenzó a producir el último colono) 5.425.386 litros de leche, 23% más que en el ejercicio agropecuario anterior. Se remitieron Se respira Acompañar a Claudia Godan y sus hijos más pequeños a buscar las vacas es una historia en sí misma. Facundo, de seis años, se sube al petiso y se adelanta al grupo. Bárbara, de 11, señala el pequeño puente ferroviario que se ve entre los árboles, a unos 500 metros, y explica que allí, según la leyenda, a medianoche aparece la decapitada de Timote subida al caballo de quien cruza el arroyo. Claudia se ríe y celebra, no el comentario de Bárbara, sino que Facundo aparece arreando una vaca jersey acompañada de una Tres dueños durante 250 años Las 4.708 hectáreas de la Colonia Reglamento de Tierras de 1815, en la que hoy producen 18 familias (y está previsto que se sumen, al menos, diez más), son apenas una fracción ínfima de la vieja estancia jesuita Nuestra Señora de los Desamparados; ésta tuvo más de 400.000 hectáreas, superficie que representa 40% del territorio del departamento de Florida. Las tierras fueron otorgadas en 1745 y quitadas en 1767 con la expulsión jesuita. Las compró Juan Francisco de Zúñiga a 29.000 pesos, y un hijo de éste, Tomás, se las vendió al inglés John Jackson en 1825; fue por 28.800 pesos, según el documento de compraventa reproducido en el libro El tío Coco (Susana Gallinal, 1990). Hasta la actualidad, buena parte de aquellas tierras adquiridas en 1825 siguen estando en manos de descendientes de Jackson, más puntualmente de los de su hija Clara, casada con Gustavo Óscar Heber. Elena Heber Jackson, casada con Alejandro Gallinal, era la madre de Alberto Gallinal Heber. Margarita Uriarte, viuda de Alberto Heber Jackson (hijo de Clara), se casó posteriormente con Luis Alberto de Herrera. Por eso, una de las fracciones es administrada actualmente por Luis Alberto Lacalle. Las 4.708 hectáreas de la Estancia del Timote fueron adquiridas por el INC a US$ 17.000.000 en 2008. El establecimiento era propiedad de Elina Gallinal Castellanos, hija de Alejandro Gallinal Heber. Las referencias religiosas son constantes en la fracción de la vieja estancia Santa Clara. Una inmensa cruz construida hace más de 80 años sobresale entre las praderas. Era el destino de procesiones y el escenario de misiones anuales organizadas por la familia Gallinal Heber. Duraban varios días y en ellas participaba “todo el personal”, recuerda Urbano Sanner. El año pasado, bajo la cruz, Alejandro Gallero e Inés del Valle bautizaron a su hijo Nicolás. ■ De las 4.708 hectáreas compradas en 2008, hubo 1.600 a las que el INC no pudo acceder hasta 2014, porque se encontraban arrendadas. Finalizado el contrato, el INC trabaja ahora en la adjudicación de esa fracción, en la que se instalarán “entre diez y 12 familias más”, explicó el jefe técnico de la regional Florida, Leonardo Piedra Cueva. jueves 10·set·2015 07 ternera que, deduce Claudia, nació la noche anterior. Celebra cuando la ve de cerca y confirma que es ternera. El citadino pregunta si esa protuberancia del abdomen no dice otra cosa, y la expresión de obviedad de Bárbara es un puñal a la ignorancia: “Es el ombligo”. Claudia y su marido, Ercole Capanna, tuvieron tambo en campos arrendados en Colonia Sánchez, la zona de la primera parada ferroviaria, partiendo desde Florida, del mismo ramal que hoy tienen lindero, pero 80 kilómetros hacia el noreste. En la primera mitad del siglo pasado el tren se detenía en Parada Sánchez y devolvía los tarros lecheros de la remisión del día anterior. “Parada Sánchez, bajen los tarros” sigue siendo, hasta hoy, una expresión que en Florida equivale a las “paradas de carro”. “Nos vinimos con una expectativa impresionante, y la expectativa no se ha perdido, pero nos ha costado más de lo que pensamos”, admite Claudia. Y agrega: “Con el precio actual de la leche, los números no dan”. La situación provoca que surjan limitaciones de todo tipo: alternativas para alimentar el ganado, reproducción y fertilización de praderas. Pueden sostenerse porque Ercole brinda servicio de maquinaria. En ocasiones han trocado servicios con otros colonos, cambiando siembra por enfardada. Pese a las dificultades, el proyecto del tambo sigue andando. “La idea es llegar a lo máximo que se pueda ordeñar. Creo que vamos caminando bien, lento pero bien”, comenta Claudia, que define el campo, y la actividad lechera en particular, como “un modo de vida”. “A mí me encanta el manejo con las vacas, hacer el ril, ordeñar y andar con las terneras, aunque tengas que embarrarte. Estuve trabajando en una peluquería en Florida y me gustaba, pero nada que ver. Acá me encanta. Me enloquece, por ejemplo, ver a esa vaca recién parida ayudando a la ternerita a salir del barro”, afirma. Tienen cinco hijos, de entre seis y 22 años. “Hay gente que me pregunta cómo hago con los chiquilines, porque no hay cine, no hay centro para ir. Los gurises acá se incentivan solos. No extrañan eso. El de 11 tenía nueve cuando dejó una escuela de 400 niños y pasó a la escuela rural, y no extraña”. A la par En los remates ganaderos a los que asisten medianos y pequeños productores lo frecuente es que el que vaya a comprar sea el hombre, que también suele ser, en el campo, el que hace y deshace, por más que la mujer dedique su tiempo a actividades relacionadas al establecimiento. Las representaciones sociales de un medio rural conservador y patriarcal llevan a que el rol de la mujer sea ése. Los colonos de Reglamento de Tierras de 1815 tienen, en promedio, 35 años. La producción es familiar y las decisiones, en el caso de los productores lecheros entrevistados, son colectivas. “En mi casa las decisiones son de los dos. Es lo mismo, no importa quién las tome. Son decisiones equitativas porque los dos tomamos decisiones y los dos hacemos todo. Hasta ahora me pasa que llega gente que pregunta por el dueño de casa. Yo les digo ‘también soy la dueña de casa’, y a veces, cuando se van, dicen: ‘igual, vos avisale que estuve yo’”, cuenta Inés del Valle y se ríe. ■ Emilio Martínez Muracciole 08 200 jueves 10·set·2015 años Reglamento de Tierras opinión Artigas, los maestros y Colonización Desde siempre, Uruguay se ha caracterizado por el vacío demográfico de sus campos. Lo dicen las estadísticas y lo he vivido personalmente; la situación es cada vez más grave. Aunque hay una diversidad de paisajes, algunos menos desérticos que otros, la sensación es siempre la misma: con la estupenda vocación agropecuaria de nuestro suelo, es inadmisible que nuestra población esté prácticamente estancada, que la densidad de población sea todavía de 18 habitantes por kilómetro cuadrado y que el porcentaje de población rural sea de 5%. Esta situación de vacío desorganizado ya rodeaba a Artigas en 1815, cuando decidió, con su Reglamento Provisorio, adoptar la primera ley de reforma agraria en América Latina. Artigas le asignó a la tierra la función social de garantizar una existencia económicamente solvente, y veló por poblarla de productores y productoras dotados de valores de alta calidad ética. Su visión era civilizadora. No alcanzó a ver los frutos de sus revolucionarias previsiones. Dice Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina: “La intervención extranjera terminó con todo. La oligarquía levantó cabeza y se vengó. La legislación desconoció, en lo sucesivo, la validez de las donaciones de tierras realizadas por Artigas. Desde 1820 hasta fines del siglo fueron desalojados, a tiros, los patriotas pobres que habían sido beneficiados por la reforma agraria. No conservarían otra tierra que la de sus tumbas”. En el resto del siglo XIX se fue pasando de la estancia cimarrona a la estancia moderna. Una de las mejoras tecnológicas de mayor repercusión fue, a partir de 1870, el alambramiento de los campos. La técnica productiva continuó basada en el pastoreo directo de la pradera natural. Pero el control del ganado y el uso del suelo comenzaron a requerir menos personal, gracias al alambrado. Muchos arrimados a la estancia fueron expulsados y pasaron a sobrevivir en los “rancheríos”, en los que, como decía Julio Castro en El analfabetismo (1940), “reina la mayor miseria; no hay en el país forma más desgraciada de existencia que la de sus habitantes”. Agrego a este rápido viaje por nuestra historia campesina el componente educativo. Comencemos con José Pedro Varela. En el Congreso de Inspectores de Durazno de 1878 se ocupó largamente de las escuelas rurales. “En nuestra época con las crecientes exigencias de la civilización, la más grande desgracia que el hombre puede tener es ser ignorante. […] Es tal vez como resultado de esa ignorancia de la campaña que nuestra vida política y social ha sido hasta ahora débil, enfermiza, anárquica, llena de lágrimas y de sangre. […] Partiendo de esta base, nos hemos ocupado principalmente del establecimiento de escuelas rurales en campaña”. Y propone que donde haya 20 niños en edad escolar se establezca una escuela fija y donde haya varios poblados con escaso número de niños actúe un “maestro volante”, para que “en lugar de esperar que los niños vengan a la escuela, el maestro vaya hacia los niños”. Esta propuesta de Varela es cada día más pertinente, en la medida en que se profundiza la despoblación de la campaña. Entre 1930 y 1960 el número de rancheríos oscilaba entre 400 y 600, y sus habitantes entre 80.000 y 120.000.1 La mitad de los rancheríos carecían de escuela. Durante más de 80 años, el magisterio reaccionó ante esta grave injusticia. En el Primer Congreso Nacional de Maestros de 1933, María Espínola denunció el éxodo de la población rural como fenómeno multicausal. “Yo me pregunto si estas causas puede anularlas la Escuela tal como ella existe; o aún modificarlas, transformarlas, de modo que esa transformación pueda hacer poblar los campos; y contesto sin duda de ningún género: sola, no, si no coopera con ella la acción gubernamental. […] La Escuela Rural sola, con toda la fuerza moral de nuestros maestros, con todo su espíritu de sacrificio, se perderá como una gota en el mar. Y esto es sencillamente criminal”. Con otras palabras, Espínola proclamaba la educación como un derecho humano. Otro congreso, en 1944, denunció la situación de la tierra y puso, por primera vez en boca de maestros, la expresión “Reforma Agraria”, al declarar: “El Congreso, en momentos que lucha por la reforma y racionalización de la Escuela Rural, declara ante la opinión pública que la acción de la escuela no adquirirá su verdadera significación ni alcanzará las proyecciones ambicionadas por los maestros mientras no se realice la Reforma Agraria, que transforme nuestro actual régimen económico […] El Congreso sostiene como doctrina la limitación del latifundio y la distribución de la tierra dada sobre el principio de ‘La tierra para quien la trabaje’”. Una concentración de maestros de seis departamentos, organizada en 1944 por el Consejo de Primaria en Tacuarembó (en la que participé), declaró: “Es preciso determinar que la tierra debe pertenecer a quien la trabaja y la hace producir, debiendo el Estado defender económicamente al pequeño productor, a quien debe ilustrársele técnicamente para el logro de una mayor eficiencia. Como una solución inmediata de este problema, aspira a la rápida sanción de la ley de Reforma Agraria”. El debate sobre la economía rural ya estaba lanzado, en buena medida por el testimonio de los educadores rurales y de médicos que obraban en áreas campesinas.2 La respuesta de la sociedad fue organizar el Primer Congreso Nacional de Colonización, en mayo de 1945, en Paysandú. Fue una reunión memorable, en la que no faltaron delegados de asociaciones magisteriales. Me limito a manifestar mi convicción de que el Poder Legislativo disponía, a partir de entonces, de la clamorosa presentación de un conjunto de fundamentos y propuestas contribuyentes a la sanción de una ley que reorganizara la tenencia y explotación de nuestro suelo. Pero todavía los maestros teníamos algo que agregar a lo resuelto en Paysandú. En 1945 fue creada la Federación Uruguaya del Magisterio (FUM) y su primera convención discutió, en 1946, la reforma agraria. Selecciono algunas de sus declaraciones: “El latifundio resulta el máximo oponente del progreso y bienestar colectivo. […] El 50% de los propietarios posee un 5% de la propiedad territorial rural. El 5% de los propietarios, los más ricos, posee el 50% de la propiedad rural del país […]. En lo social el latifundio es el origen de alrededor de 600 rancheríos, cuyos 250.000 habitantes se mantienen en un proceso gravísimo de desintegración física y moral. […] El magisterio y el pueblo observan atentamente la actitud de los partidos frente a los problemas que afectan la vida integral del hombre y exigen para el próximo período parlamentario que se antepongan los altos intereses nacionales a los propios de cada partido y se sancione la ley que atienda los urgentes reclamos del pueblo sobre Colonización y Reforma Agraria”. Como se ve, el sindicalismo de los maestros concebía la educación pública comprometida con un contexto nacional determinante de sus fines y funciones. Y entonces sí, al fin, se aprobó la Ley Nº 11.029, de 1948, que creó el Instituto Nacional de Colonización (INC), al que se encomendó, sin usar estos términos, iniciar un proceso de reforma agraria. Esa ley fue, y sigue siendo, una gran ley, prácticamente desconocida por nuestro pueblo, aplicada en muy reducida escala, sólo por temporadas, y traicionada la mayor parte del tiempo por los agentes políticos y sociales, desobedientes al mandato de su artículo 1º de “promover una racional subdivisión de la tierra y su adecuada explotación, procurando el aumento y mejora de la producción agropecuaria y la radicación y bienestar del trabajador rural”. Los maestros nos comprometimos varias veces con la causa colonizadora. Lo hicimos en el Congreso de 1949 en Piriápolis y cuando redactamos, ese mismo año, el Programa para Escuelas Rurales e incluimos expresamente entre los conocimientos a impartir en los cursos superiores: “Instituciones oficiales que colaboran con el hombre de campo: Instituto Nacional de Colonización”. Lo hicimos cuando en 1955 la FUM convocó un nuevo Congreso de Maestros Rurales, al que asistí como invi- tado especial, que denunció el agravamiento del latifundio y la aparición del latifundio agrícola. Respecto del INC, que ya llevaba siete años de actividad, declaró que “ha significado en lo teórico e institucional una importante conquista. El magisterio comprueba, sin embargo, que en la práctica dicho Instituto no ha satisfecho la expectativa pública ni las urgencias de nuestro campo, para lo cual se impone una revisión de su orientación y métodos”. Las insuficiencias del INC durante más de medio siglo son cosa sabida y documentada. El país vivió la contradicción de disponer de una Ley de Colonización, de no aplicarla existiendo miles de aspirantes a colonos y de tener a la vez la jactancia de firmar las declaraciones de dos conferencias de nivel presidencial, ambas realizadas en Punta del Este: la Carta de Punta del Este, de 1961, puso en marcha la Alianza para el Progreso y planteó el impulso de “programas de reforma agraria integral orientada a la efectiva transformación de las estructuras e injustos sistemas de tenencia y explotación de la tierra donde así se requiera, con miras a sustituir el régimen latifundista y minifundista por un sistema justo de propiedad”. Y también en Punta del Este, en 1967, la declaración de los presidentes de los países miembros de la Organización de Estados Americanos señaló: “Las condiciones de vida de los trabajadores rurales y de los agricultores de América Latina serán transformadas para asegurar su plena participación en el progreso económico y social. Con tal fin se ejecutarán programas integrales de modernización, de colonización y de reforma agraria, cuando los países lo requieran”. Pura hipocresía verbal, dependencia y claudicación ante el dictado estratégico del Norte. El dinamismo y la creatividad que caracterizaron al movimiento a favor de la educación rural se adormeció a partir de 1960 por la inacción de los gobiernos y los efectos de la dictadura. Hasta 2005, con la asunción de los gobiernos frenteamplistas. Lo mismo ocurrió con la actividad del INC. Mientras que entre 1973 y 2004 incorporó 54.125 hectáreas de nuevas tierras (un promedio de 1.746 hectáreas por año), entre 2005 y 2014 las nuevas tierras incorporadas sumaron 97.547 hectáreas (9.755 hectáreas por año). La cobertura se ha venido acelerando: a fines de 2014 el INC contaba con 1.530 colonos más que en 2009, con un promedio anual de 306 nuevos colonos. Más colonias han surgido en 2015, y quedan todavía, según se estima, más de 5.000 aspirantes a colonos a la espera de tierras. A este esfuerzo cuantitativo hay que agregar aspectos renovadores de la política colonizadora: la atención a las zonas fronterizas, la adjudicación de predios en cotitularidad del productor y su compañera, la adjudicación de tierras a jefas de hogar y la organización de explotaciones en forma grupal, superando la tendencia de la posesión individual. En lo institucional también se destaca la adjudicación de responsabilidades a la mujer. Hay mujeres en la dirección del INC, en cargos técnicos y, cada día en mayor proporción, en calidad de colonas. Son avances, en un sector habitualmente confiado a varones. Los vínculos entre la acción educativa rural y el INC se han intensificado. Primaria ha fortalecido su departamento de Educación en las Zonas Rurales, Secundaria incrementa el número de liceos rurales, la UTU convirtió sus escuelas agrarias en aliadas naturales del INC (en particular las que funcionan en régimen de alternancia). El INC, en acuerdo con colonos, ha denominado colonias con el nombre de maestros rurales. Fue para mí una de las más intensas emociones asistir en abril a la Escuela Nº 60 de La Mina, en Cerro Largo, que había sido mi centro de trabajo durante seis años hace más de medio siglo, a la entrega de 770 hectáreas a 24 familias que las explotarán en régimen de proyectos colectivos. Su colonia se llama Maestro Julio Castro. Quedan trabajos pendientes, que debemos atender con urgencia: enfrentar el latifundio, en especial el agrícola, potentemente tecnificado, despoblador, esquilmante y contaminador de suelos y aguas, extranjerizante, que se viene revelando como un inadmisible contraartiguismo antipatriótico; hemos de superar, con sosiego y justicia, la perturbación actual del funcionamiento del sistema educativo con motivo del infausto debate del presupuesto nacional; responder a los interrogantes sobre las responsabilidades de la sociedad entera respecto de los adolescentes insumisos, muchos de ellos originarios del medio rural; abordar crítica y científicamente la influencia de la acción humana sobre el cambio climático; elaborar un Plan Nacional de Educación, hoy inexistente, que oriente nuestros pasos hacia la construcción de una sociedad comprometida con la cultura, la solidaridad y la justicia y no con el despilfarro, el consumismo y el lucro económico. Sin olvidar que nuestra clamorosa exigencia de verdad y justicia sigue vigente. ¿Podríamos hacer el esfuerzo de homenajear la utopía subyacente en el Reglamento de Tierras de Artigas alimentando, pacífica y racionalmente, la utopía de construir un Uruguay más sano? ■ Notas: 1. Debe recordarse que entre 1908 y 1963 Uruguay no realizó censos de población. 2. Borges, Juan A y Fernández, Elsa (1946): “La educación sanitaria en el medio ambiente rural”, apartado del Boletín de Salud Pública Nº 10. Montevideo: Talleres LIGU. Maestro Miguel Soler Roca
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