memoria y política del 11 de septiembre de 1714: la - El Mundo

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MEMORIA Y POLÍTICA
DEL 11 DE SEPTIEMBRE
DE 1714:
LA “DIADA”
JORDI CANAL. ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES (PARÍS).
RESCIENTOS AÑOS DESPUÉS DE 1714, EL DÍA 11
T
DE SEPTIEMBRE ES, EN
CATALUÑA, UNA JORNA-
DA FERIADA. En esta fecha se conmemora la
denominada “Diada” –el Día-, que corresponde a la principal festividad de
esta comunidad autónoma. Desde
hace bastante tiempo es un punto señalado en rojo en el calendario laboral.
Cierto es que sucesos más o menos recientes han coincidido en el título de
11-S con la celebración, ya sea la caída de Salvador Allende en Chile, en
1973, ya sean, en especial, los impactantes atentados de Nueva York en
2001. Como quiera que sea, el 11 de
septiembre por excelencia de los catalanes no es otro que el de 1714, cuando Barcelona cayó ante las tropas borbónicas en la guerra de Sucesión. En el
relato nacionalista, con una marcada
y punzante obsesión por la historia –
Ricardo García Cárcel se ha referido en
algunas ocasiones, con razón, a una sociedad enferma de pasado-, se interpreta este vencimiento como el principio del fin de las libertades de Cataluña. La derrota es invocada como
base de una victoria futura.
LA FIESTA DE LA PATRIA. Esta fiesta re-
sulta inseparable, por consiguiente, de
la evolución del nacionalismo catalán.
En el calendario de la patria que este
elaboró desde finales del siglo XIX,
en tanto que uno de los elementos definitorios, al mismo tiempo que afirmadores, de la nueva entidad en construcción, la fecha del 11 de septiembre adquirió rápidamente un lugar destacado. En aquel día de un lejano año de
1714, según el relato nacionalista, Cataluña resultó vencida, dando paso a
la pérdida de sus libertades, provocada por el decreto de Nueva Planta
(1716). Con estas disposiciones, el rey
Felipe V, el primer Borbón, habría puesto fin, supuestamente, a la “nación
catalana” y forzado el inicio de una
larga época de decadencia, que se mantuvo hasta el renacimiento cultural la Renaixença- y, más adelante, el político, con el (re)surgimiento nacionalnacionalista de finales del siglo XIX.
Fueron los seguidores de este nacionalismo emergente, precisamente,
en su empeño por construir una nación,
los que decidieron convertir el 11 de
septiembre en fiesta de la patria recobrada. No se trata, como se ha sostenido a veces por parte de la historiograLA AVENTURA DE LA
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fía catalanista, de un producto de la voluntad popular, una suerte de plebiscito anímico, a espaldas del poder político. Estamos ante una construcción
voluntaria y consciente, fundamentada en materiales del pasado, que debe
ser inscrita en el proceso definitorio de
una nación y el consiguiente proceso
de nacionalización de la sociedad catalana. La Diada tiene, en este sentido,
una historia.
Los escritores de la Renaixença, desde
Víctor Balaguer hasta Pitarra pasando
por Pablo Piferrer y otros más, dedicaron poemas y narraciones a los hechos
de 1714. En la Historia de Cataluña y de la
Corona de Aragón, de 1863, escribía Balaguer: “Así fue como sucumbió Cataluña. Peleó y combatió hasta el último momento en defensa de sus libertades patrias.” Y, asimismo, añadía: “Sea
venerada siempre por los descendientes de aquellos esforzados varones la
buena memoria de los que prefirieron
morir antes de renunciar a la libertad, y
sean los que sucumbieron en la lucha,
mártires de su deber, un ejemplo y modelo dignos de ser imitados y seguidos por las generaciones futuras.”
En 1886, varios jóvenes catalanistas
radicales, miembros del Centre Català,
una entidad presidida por Valentí Almirall, organizaron un funeral, dedicado a los que murieron “en defensa de
las libertades catalanas destruidas por
Felipe V con la toma de Barcelona, el
11 de septiembre de 1714”, en Santa
María del Mar. Esta basílica barcelonesa está situada en el antiguo barrio de
Ribera, en donde se enterró, en el fosar llamado de las Moreras a un gran
número de defensores –y atacantes,
puesto que no siempre era fácil distinguir entre los restos de unos y otros- de
la ciudad en 1714. Las presiones del capitán general provocaron que el obispo
de la ciudad prohibiera al canónigo Jaume Collell pronunciar el sermón que
tenía preparado. Josep Narcís Roca Ferreras identificó esta celebración inicial
del 11 de septiembre como “nuestro
2 de mayo”; en ambos casos se produjo, sostenía, un acto de resistencia contra el invasor extranjero.
En los años siguientes no hubo actividad. En 1891 se celebró, por vez primera, una velada en el Foment Catalanista en honor de los “mártires de
las libertades catalanas”. El acto se
repitió en 1892. Dos años después se
llevaron a cabo las primeras ofrendas
florales al monumento de Rafael Casanova, el conseller en cap herido en el sitio
de Barcelona con la bandera de Santa
Eulalia en las manos. Debió tratarse de
una acción bastante aislada. En 1895,
la Associació Popular Regionalista, de
Barcelona, organizó el festejo. En 1897,
unos jóvenes de la Juventud Excursionista Los Muntanyencs decidieron,
al finalizar la celebración, ir a ofrecer
una corona de flores a Casanova. La acción se repitió en 1899, con el añadido del canto de “Els segadors”.
El año 1901 fue, como en tantas cosas vinculadas con el nacionalismo catalán, un momento clave. La ofrenda
floral, que se sumaba a las veladas y a
una misa funeral, terminó con una carga policial y una treintena de detenidos.
La movilización de protesta por los
arrestos tuvo como consecuencia la
creación de una sociedad de socorro
para los encarcelados por motivos nacionalistas, La Reixa, y la popularización
de todos los actos anteriores. A partir de
entonces, el ritual iba a repetirse, con
pocas variaciones, hasta la actualidad.
Hubo, sin embargo, en el interior del
propio nacionalismo catalán, algunas
voces parcialmente críticas con la elección del 11 de septiembre, como las de
Enric Prat de la Riba o de Gabriel Alomar, que, en 1906, reclamaba menos
pasado y más futuro. El primero, en un
famoso artículo de 1899, cien veces reproducido –“1714. Els herois màrtirs”,
que publicó La Veu de Catalunya-, proponía mirar hacia momentos más gloriosos del pasado catalán, la que él denominaba la edad de oro de la patria,
esto es, la época medieval, y dejar a
un lado otros como 1640 o 1714.
El Corpus de sangre de 1640 y la figura de Pau Claris fueron propuestos,
en especial desde sectores nacionalistas republicanos, como fecha y héroe
alternativos, respectivamente, a 1714
y Casanova. A pesar de algunas iniciativas, en esta línea, entre 1905 y 1912,
no se impusieron y cayeron en el olvido. Menos éxito tuvo aún la ocurrencia
de Antoni Rovira i Virgili, en la segunda década del siglo XX, de convertir
la Nochevieja, el Cap d’Any, en “fiesta
nacional” catalana.
El 23 de abril, Sant Jordi, el día del
patrón de Cataluña, en cambio, se convirtió en una celebración complementaria, más centrada en los aspectos culturales. De hecho, hasta que la fiesta no
se subsumió en la del Libro, en la tercera década del siglo XX, fue siempre
bastante minoritaria. Y el nombre Jordi
no ha tenido hasta épocas bastante recientes el favor de los padres y padrinos
catalanes –solamente dos personas con
este nombre vivían en la Barcelona de
1640, por ejemplo-. La devoción a este
santo fue, desde el siglo XIV, cosa de
la nobleza y de la Diputación del General, sin ecos populares. La feria de las rosas está documentada desde principios
de la época moderna. Las cosas van a
cambiar solamente con la Renaixença y
el ulterior surgimiento del nacionalismo, que convirtieron al santo en patrón
y al dragón pérfido en enemigo de la
nueva patria. La Generalidad republicana declaró el 23 de abril fiesta cívica
e inhábil en las oficinas públicas. En
la actualidad, la rosa y el libro –nada que
ver, empero, con la fiesta internacional,
con Cervantes y Shakespeare- resultan
inseparables en Cataluña en este día
del año.
OFRENDAS Y MANIFESTACIONES. Los
años 1905 y 1906 marcaron el inicio
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de los actos unitarios. Y, asimismo, la
celebración empezó a enraizar en todo
el territorio catalán. A partir de 1913 se
sumaron a la conmemoración los actos que tenían por escenario el Fossar
de les Moreres. La dualidad espacial se
ha mantenido, con escasos cambios,
hasta 2014: la estatua de Rafael Casanova, que se colocó en 1888 al lado
del Arco de Triunfo, en el marco de la
Exposición Universal de Barcelona, y,
a partir de 1914, en la Ronda Sant Pere;
y el Fossar, un lugar de memoria y de
concentraciones radicales que preside la leyenda sacada de una poesía patriótica de Pitarra, “Al Fossar de les Moreres no s’hi enterra cap traïdor / fins
perdent nostres banderes serà l’urna de
l’honor.” (“En el Fosar de las Moreras
no se entierra a ningún traidor / incluso perdiendo nuestras banderas va a ser
la urna del honor.”)
Las celebraciones estuvieron prohibidas durante la dictadura de Primo de
Rivera. En la Segunda República, en
cambio, alcanzaron gran trascendencia. Francesc Macià afirmó, en 1931,
que el 11 de septiembre constituía
una demostración ante todo el mundo
de que “por las libertades, nuestros antepasados estaban dispuestos a morir
antes que a someterse”. El tono martirial de los dirigentes nacionalistas era
recurrente. Aseguraba el avi Maciá,
al año siguiente, que no había ido hasta el monumento de Casanova para
“conmemorar la pérdida de aquellas libertades, sino para proclamar bien
alto, ante Cataluña y el mundo, que
aquellas libertades habían sido recobradas”. Según algunas fuentes periodísticas partidarias asaz exageradas,
en 1933 llegaron a acercarse entre 300
y 400 mil personas ante el monumento a Casanova y a depositarse de 750
a 1.500 coronas de flores.
Entre 1939 y 1975 se impidió toda
celebración e, incluso, se hizo desaparecer el monumento a Casanova. El
primer intento de recuperación de la
tradición tuvo lugar en 1964, de la
mano, entre otros, de Josep Benet, Heribert Barrera, Anton Cañellas, Jordi
Carbonell o Joan Reventós. Sin embargo, la primera celebración legal no pudo
hacerse hasta 1976, aunque no en Barcelona, sino en San Boi de Llobregat.
En 1977 se restituyó a su antiguo emplazamiento la estatua de Casanova. El
11 de septiembre de aquel año tuvo lugar la llamada manifestación unitaria
del Millón de personas –acaso 750 mil,
según cálculos generalizadamente generosos-, con el lema “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”. Una
ley del nuevo Parlamento catalán declaró la Diada, en 1980, “Fiesta Nacional de Cataluña”.
En la última década del siglo XX y
en la primera del XXI, con el gobierno
autónomo plenamente consolidado, la
festividad del 11 de septiembre se
volvió algo más banal, coexistiendo
tres planos: institucional -desde el gobierno catalán y el Parlamento se organizaban los actos principales (en los
años del llamado Tripartito, en el Parque de la Ciudadela), en tanto que
fiesta “nacional” fundamental, y TV3
ofrecía, la noche del 10, el discurso del
presidente de la Generalidad-; reivindicativo, sobre todo por parte de los
sectores independentistas, y, por último, festivo -muchos ciudadanos participaban en los actos planeados en
toda la geografía catalana y colgaban
banderas en los balcones, pero muchos aprovechaban también la oportunidad para escaparse a la playa o a la
montaña-.
El componente nacionalista y nacionalizador ha continuado siendo, no
obstante, esencial. En fin de cuentas, en la Diada se conmemoran unos
hechos del pasado y se pasa revista al
presente –sirve ese día, sostiene Albert Balcells, para hacer un balance
anual de lo que Cataluña ya ha conseguido y de lo que le falta para su “futuro nacional”-, aunque siempre con la
vista puesta en el futuro.
DEL PASADO AL FUTURO. Desde 2010,
a raíz del intenso desarrollo de las posiciones soberanistas e independentistas en Cataluña, la festividad del 11 de
septiembre ha adquirido nuevamente un marcado tono reivindicativo. Las
convocatorias de 2012 y 2013, a cuyo
frente se colocó la flamante Asamblea
Nacional Catalana (ANC), descolocando al propio gobierno autonómico, han
sido multitudinarias. El primer año
tuvo lugar una gran manifestación con
el lema “Cataluña, nuevo estado de
Europa”, mientras que el siguiente se
organizó la llamada Vía catalana a la independencia, una cadena humana que
unía el norte con el sur de Cataluña.
Según los datos de los convocantes y la
consejería de Interior del gobierno de
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la Generalidad, la iniciativa reunió a
1.600.000 personas. Un estudio pormenorizado, que ha coordinado Josep
Maria Oller, llega a la conclusión, sin
embargo, que asistieron un total de
793.683 ciudadanos.
La principal novedad de la también
muy concurrida conmemoración del 11
de septiembre de 2014, al margen de
la formación de una V (de victoria) de
cuerpos humanos en las calles de Barcelona, ha consistido en una ofrenda
oficial en el Fossar de les Moreres: por
un lado, parece coherente con la deriva independentista de los gobernantes
catalanes; muestra, por otro, que el
presidente Artur Mas sigue dando desconcertantes pasos en un camino a ninguna parte. Sus declaraciones, al igual
que las de otros dirigentes, sobre ganar
en las urnas en 2014 lo que se perdió
en 1714 por las armas, resultan, desde un punto de vista histórico, una barbaridad. Y, sin duda alguna, una irresponsabilidad desde el más estrictamente político. Aunque han pasado
ya tres siglos desde 1714 y casi nada
vincula el presente con aquel entonces,
los nacionalistas se esfuerzan en revivirlo año tras año. El futuro se construye desde el pasado. 