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Fronteras de la realidad
La ciencia y lo inexplicado
Rafael Andrés Alemañ Berenguer
Fronteras de la realidad
La ciencia y lo inexplicado
Ediciones Corona Borealis
Fronteras de la realidad
© 2009, Rafael Andrés Alemañ Berenguer
© 2009, Ediciones Corona Borealis
Salvador Rueda, 7
29631 - Arroyo de la Miel
MÁLAGA
Tel. 951 100 852
www.coronaborealis.es
www.edicionescoronaborealis.blogspot.com
Diseño editorial: Olga Canals y Carlos Gutiérrez
Imprime: GSP Impresores
Primera edición: octubre de 2009
ISBN: 978-84-95645-89-0
Depósito Legal: M-XXXXX-2009
Distribuidores: http://www.coronaborealis.es/?url=librerias.php
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de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni
utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea
electrónico, mecánico, químico o de otro tipo, tanto conocido como
los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación,
ni se permite su almacenamiento en un sistema de información
y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Printed in Spain – Impreso en España
Índice
PREFACIO ..................................................................................
13
PARTE I: OVNI
1. Ayer y hoy de la ufología .......................................................... 19
2. Astronautas en la antigüedad .................................................. 43
3. Analizando la evidencia ........................................................... 65
4. ¿Es posible el viaje? .................................................................. 83
PARTE II: ENIGMAS Y LEYENDAS
5. Civilizaciones desaparecidas ....................................................
6. La maldición de los faraones ....................................................
7. Los triángulos del misterio .......................................................
8. Extrañezas y falsedades ............................................................
97
109
115
125
PARTE III: LOS PODERES DE LA MENTE
9. La percepción extrasensorial .................................................... 155
10. Fenómenos paranormales ....................................................... 183
11. Buscando una explicación ....................................................... 205
PARTE IV: EL MÁS ALLÁ
12. Magia y brujería ...................................................................... 227
13. El otro lado de la muerte ........................................................ 245
14. La cuestión sobrenatural ........................................................ 271
EPÍLOGO .................................................................................... 291
BIBLIOGRAFÍA ......................................................................... 305
A mi padre, Rafael Alemañ Pacheco,
artista, dibujante y pintor, in memoriam.
A mi madre y hermana, que se sostuvieron firmes
en los momentos oscuros.
Agradecimientos
No puedo dejar de expresar mi gratitud a todos cuantos de un modo u
otro han colaborado en la realización de esta obra, proporcionando ya
fuese ayuda material o respaldo moral, aun cuando en la práctica resulten demasiados para ser citados por completo. Sin embargo, sí desearía
mencionar a algunos de los que más se han destacado en su apoyo.
A Isabel Mª García Magdaleno, por sus interesantes comentarios
acerca de las bases psicológicas de las creencias humanas, así como
por su inestimable ayuda durante el mecanografiado y corrección del
manuscrito.
Al Dr. D. Fernando Lafont Déniz, por sus oportunas observaciones
sobre los fundamentos de las teorías del espacio-tiempo.
A Eduardo Casanova Duch, Isabel García Magdaleno, Pedro David
Crespo, Miguel del Campo, Francisco Millán, y a D. Miguel de GarciaSerna y Colomina, por su ayuda en la recopilación de los fondos bibliográficos a los que he tenido acceso.
Al comandante D. Carlos García Rodrigo, que me distingue con su
amistad personal y me facilitó con todo lujo de detalles cuantos datos le
solicité sobre su asombrosa experiencia.
Y, en fin, a todas aquellas personas cuyos nombres me sería imposible recordar individualmente, pero que con su aliento y entusiasmo han
propiciado que esta empresa fuese coronada con éxito.
11
Prefacio
Una simple mirada a nuestro entorno nos revela de inmediato una multitud de cosas que conocemos bastante bien. El funcionamiento de un
ordenador, por ejemplo, no guarda secretos para los expertos informáticos o para los técnicos en electrónica. También conocemos minuciosamente el proceso por el que los alimentos son digeridos por los animales
gracias a la biología. Todas estas cuestiones y muchas otras son objeto
de estudio de las ciencias particulares, las cuales, a su vez, se esfuerzan
por ensanchar sus propios límites dando respuesta a un mayor número
de fenómenos inexplicados.
Sin embargo, existe una serie de interrogantes que, ya sea por caer en
principio fuera del ámbito de la investigación científica, o por contradecir en apariencia los resultados de ésta, permanecen ignoradas a pesar
de la inquietud que provocan en gran número de personas. ¿Hay civilizaciones inteligentes en otros lugares del cosmos con capacidad técnica
suficiente para visitar a hurtadillas nuestro planeta?; ¿sobrevive nuestra
conciencia en algún sentido a la muerte física del cuerpo, o es tan sólo
una creencia consoladora que nos ahorra la desesperación de un final
irremediable?; ¿está confinada nuestra mente por las fronteras del espacio y del tiempo, o es capaz de exhibir facultades extraordinarias que no
suelen manifestarse por distintos motivos? Estos asuntos y todas las preguntas aparejadas con ellos constituyen el escenario de un debate que ha
arreciado notablemente durante el último siglo.
En tanto en cuanto no consta de modo indiscutible la autenticidad
de estos fenómenos, no puede otorgárseles la categoría de científicos y
pasan por ello a engrosar las filas de los sucesos pretendidamente maravillosos, que encandilan a las gentes aficionadas a las emociones fuertes. Todos, en mayor o menor medida, compartimos esa afición y el
auge de cuanto rodea al mundo de lo oculto demuestra la inclinación
humana al disfrute del misterio. Esta denominación de «parapsicología» resulta una etiqueta genérica en la que prácticamente todo cabe,
pues tales son la heterogeneidad y el número de estos asuntos que sería
13
FRONTERAS DE LA REALIDAD
imposible dar un nombre colectivo que simultáneamente hiciese justicia a todos ellos.
En la antigüedad, cualquier enigma que rebasase la esfera del quehacer cotidiano era reclamado como competencia propia por brujos y
sacerdotes. El mundo mental del hombre antiguo se restringía a la relación con sus más allegados y a la lucha diaria por el sustento; cuanto sobrepasase esos ámbitos se consideraba patrimonio exclusivo de la
magia y de la religión. Un cambio decisivo en tales circunstancias se
gestó en Occidente a partir del siglo XVII, cuando la revolución científica dio paso a un modo nuevo y más amplio de concebir el universo. Desde esta novedosa perspectiva, todo lo sobrenatural se desdeñó
como un conjunto de añejas supersticiones heredadas de viejos periodos históricos.
Mas algunas de tales creencias se resistían a morir y no cesaban de
asomar la cabeza reclamando la misma atención que antaño se les dispensara. Los poderes de la mente, el contacto con seres de otros mundos
y los misterios del más allá continuaban turbando las fibras más hondas tanto de crédulos como de escépticos, por muy dispares que fuesen
las actitudes de ambos. Los más estrictos entre los críticos insisten en
afirmar que estos enigmas no son sino supercherías propias de gentes
ociosas e incultas. Otros se contentan con aceptar la palabra de quienes
dicen conocer la verdad mediante revelaciones místicas y libros sagrados
de toda índole. Y aun otros —los menos— tratan de desbrozar las briznas de verdad que acaso se hallen entre la extensa maleza que recubre la
región de nuestra ignorancia.
El presente libro pretende unirse a la senda de estos últimos buscadores de minúsculas migajas de lo posible en el inmenso páramo de lo improbable. No nos sumamos a esta excursión en territorio desconocido
con el ánimo de descubrir alguna certeza indudable, sino tan sólo por el
gusto de recorrer, aun a tientas, los caminos que tal vez otros alumbrarán
definitivamente en el futuro. No siendo realista aspirar a un tratamiento
exhaustivo de todos y cada uno de estos temas, ha sido indispensable seleccionar los más difundidos y por ello de mayor interés común.
Se ha intentado también recopilar una documentación bibliográfica
tan amplia como ha resultado posible, con el ánimo de dotar de seriedad y rigor a la discusión subsiguiente, así como de obtener una adecuada visión de conjunto que exponer después a los lectores. En la época de
Internet, cuando un caudal ingente de información sobre cualquier tema
se halla a nuestro alcance, vale más ofrecer una visión de conjunto que
permita que la persona interesada se forme una opinión propia, abrien14
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
do la posibilidad de una profundización ulterior allá donde juzgue conveniente hacerlo.
Asimismo, las notas de los capítulos pretenden ampliar detalles de
los aspectos tratados en cada apartado que, aunque no son imprescindibles para la comprensión del texto, sí pueden resultar apropiados a
fin de profundizar en él. No se ha dado por supuesto ningún conocimiento especial, ni científico ni humanístico, entre los posibles lectores
de esta obra y creo que será perfectamente inteligible para cualquiera
que disponga de la cultura general impartida en la enseñanza básica.
Más importante que vastos conocimientos especializados, sin embargo,
es tener una actitud hacia estos asuntos tan libre de prejuicios en uno u
otro sentido como sea posible. Si nuestra singladura consiguiese arrojar
un mínimo destello sobre las zonas de sombras más espesas, sentiríamos el legítimo orgullo de los pioneros y podríamos darnos plenamente por satisfechos.
15
PARTE I:
OVNI
1
AYER Y HOY DE LA UFOLOGÍA
E
n la historia viva y actual de nuestro tiempo el año 1947 encierra
numerosos hitos de gran interés: creación del estado de Israel, organización de la CIA norteamericana, ruptura de la barrera del sonido,
primeras pruebas nucleares controladas, etc. Existe, no obstante, un suceso de este año al que no se suele conceder mucha importancia, pero
que tiempo más tarde demostraría un relieve sociocultural de primera
magnitud. El 24 de junio de 1947, de común acuerdo histórico, da comienzo la era moderna1 del fenómeno OVNI. Ese mismo día el piloto y
empresario Kenneth Arnold observó una formación de nueve extraños
objetos voladores de silueta discoidal mientras sobrevolaba la costa Este
de Estados Unidos.
A falta de una mejor comparación, Arnold describió el movimiento de los discos «como platillos que se hubiesen hecho rebotar sobre el
agua». Sólo fue necesario el chusco ingenio del periodista Bill Bequette
para popularizar mundialmente la expresión «platillo volante», aunque
los expertos siguen prefiriendo el término OVNI, por Objeto Volador
No Identificado (UFO en inglés), u otros todavía más asépticos. De esta
expresión nacería poco después la voz «ufología», usada para designar
la actividad de los investigadores de este enigma.
Llámese como se quiera, lo cierto es que no bien se había difundido
internacionalmente la noticia del avistamiento protagonizado por Kenneth Arnold, cuando comenzaron a aparecer por todo el mundo nuevos
testimonios como setas después de la lluvia. El momento álgido de esta
oleada de testimonios se produjo el 7 de julio, cuando se registraron más
de 160 informes sobre observaciones de platillos volantes en los cielos
de Estados Unidos. Y lo que es más, a comienzos de agosto de ese mismo
año tuvo lugar —de acuerdo con los testimonios de sus protagonistas—
el primer intento conocido de secuestro (la palabra preferida en estos casos es «abducción») de un humano por presuntos seres extraterrestres.
El suceso acaeció cuando un geógrafo se hallaba junto con dos ayudantes extrayendo muestras topográficas en la selva brasileña. En ese
19
FRONTERAS DE LA REALIDAD
momento, afirman los tres hombres allí presentes, un extraño objeto
lenticular se posó cerca de ellos. Y cuál no sería su sorpresa cuando vieron salir de su interior a dos pequeños humanoides, idénticos entre sí,
con grandes cabezas calvas y ojos saltones. Estas dos criaturas intentaron capturar al geógrafo con la clara intención de introducirlo en lo que
aparentaba ser su nave, pero afortunadamente el agredido logró escapar,
tras lo cual los enigmáticos seres desaparecieron a bordo de su vehículo.
En años posteriores, y a todo lo largo y ancho del globo, se multiplicaban los informes; se veían ovnis de todas las clases: lenticulares,
fusiformes, alados, esféricos, cónicos, troncocónicos, achatados, abombados, imitando en su forma todos los modelos de vajilla imaginables.
Asimismo se les contemplaba realizando las actividades más inverosímiles: explorar el terreno, recoger muestras, robar y matar el ganado, asustar a los lugareños, transmitir mensajes ecuménicos, lanzar discursos
absurdos y otras acciones varias. Las descripciones de los tripulantes,
que pronto se dejaron ver, son casi tan dispares como los testigos que las
hacen. Se oscila desde el típico extraterrestre alto, rubio y de inequívoca forma humana, hasta el feo y peludo enano alienígena, pasando por
una combinación variable de rasgos antropomórficos y monstruosos;
todos ellos portaban unas vestiduras tan variopintas como sus respectivos aspectos. Ante una actitud tan imprevisible —tan pronto discutían
de política con algunos individuos como secuestraban a otros para experimentar con ellos—, y dada la diversidad de tipologías entre estos seres,
se les imputaron los orígenes y objetivos más variados.
Para algunos eran los «hermanos mayores del cosmos» que acudían
a salvar a la especie humana de su propia insensatez; para otros se trataba de pérfidos extraterrestres dispuestos a esclavizar nuestras mentes
y a explotarnos en su único beneficio. Y no faltaban quienes aseguraban que nos encontrábamos frente a naves tripuladas por el Diablo, el
Anticristo, los supervivientes de la Atlántida, miembros de civilizaciones
ocultas en el Himalaya, en selvas intrincadas o en el interior de la Tierra,
viajeros del futuro, habitantes de «mundos paralelos», «otras dimensiones», o diferentes «planos de la realidad», aunque nadie sabe con precisión qué quiere decir esto último. El caso es que, enjuiciando el tema
fríamente, más de sesenta años tras el inicio de este asunto nos encontramos tan en penumbras como al principio.
En un intento de facilitar el estudio de una casuística que empezaba
a ser abrumadora, algunos estudiosos de los ovnis ensayaron distintos
modos de catalogar los informes transmitidos por los testigos. El sistema de clasificación del Dr. J. Allen Hynek, que pronto hizo fortuna entre
20
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
los investigadores del fenómeno, giraba en torno a la distancia (mayor
o menor de 150 m) entre los testigos y el suceso observado. A fin de alcanzar una mayor precisión, el Dr. Hynek subdividió cada grupo en tres,
creando un total de seis subapartados. Éstos eran:
• Observaciones distantes (más de 150 m) de luces nocturnas con
rasgos poco usuales de movimiento, brillo y comportamiento.
• Observaciones distantes de discos diurnas: Se dice haber visto de
día objetos de características inexplicables (discos, óvalos, esferas, cilindros, etc.).
Observaciones
distantes radar-visuales. Son una de las evidencias
•
de más peso en el estudio del problema y se producen cuando un
ovni es detectado simultáneamente por un testigo visual y por un
registro de radar.
• Encuentros cercanos del primer tipo (Close Encounters of the First
Kind, en inglés). Simple observación del ovni a menos de 150 m
sin mayores consecuencias.
Encuentros
cercanos del segundo tipo. Semejantes a los anteriores
•
salvo que ahora quedan huellas y rastros detectables (marcas sobre el terreno, daños en la vegetación, averías en equipos eléctricos, rastros anómalos de radiactividad ambiental).
• Encuentros cercanos del tercer tipo. Popularizados en todo el
mundo por la obra cinematográfica de Steven Spielberg Encuentros en la tercera fase. Este apartado abarca todos los casos en los
que se advierte la presencia de los supuestos tripulantes del ovni
en su interior o en los alrededores.
• Encuentros cercanos del cuarto tipo. Durante sus últimas investigaciones, Hynek consideró la posibilidad de incluir en una cuarta
categoría todos los informes relativos a secuestros de seres humanos perpetrados por los ocupantes de los ovnis («abducciones»).
Otro método de ordenación lo propuso el astrofísico francés Dr.
Jacques Vallée y atendía, no a la relación de distancia testigo-suceso,
sino principalmente al aspecto físico del objeto observado. Los tipos delimitados son los siguientes:
• Tipo I. Ovnis próximos al suelo o posados sobre él o sobre el
agua, siempre a una altura no superior a 15 m. Vallée definía este
tipo como «visión de imágenes insólitas» y reunía en él tanto el
avistamiento de cualquier objeto desconocido como la presencia
21
FRONTERAS DE LA REALIDAD
de presuntos alienígenas, las cuales se clasificaban según el interés
mostrado hacia el testigo.
• Tipo II. Avistamiento de ovnis de grandes proporciones (naves
«nodriza» de las que se suponía que emergían los objetos discoidales) que pueden tener forma cilíndrica, fusiforme, circular, de
sección labial o similares a un panal. Los subtipos IIA y IIB corresponden a un movimiento errabundo o estacionario del ovni,
este último generalmente asociado con la presencia de pequeños
objetos alrededor.
• Tipo III. Formas esféricas, discoidales o elípticas, en particular si
presentan fases de inmovilidad en el aire. Se recogen aquí hasta
seis subclases: objetos de Ruan (discos con una especie de periscopio), adamskianos (forma acampanada), saturnales, los de New
Jersey (extremos romos o rectos), los de forma de «yo-yo» (esfera
partida por la mitad) y los sombreriformes.
• Tipo IV. Avistamiento de un objeto insólito con movimiento continuo de traslación en la atmósfera.
• Tipo V. Fenómenos luminosos asociados al fenómeno OVNI.
Si la clasificación de los propios ovnis no era una tarea fácil, catalogar los diferentes aspectos de los tripulantes —cuyos avistamientos
crecían sin cesar— resultaba, si cabe, aún más complejo. Con mayor asiduidad se utiliza una socorrida clasificación universal realizada en función de la altura de los seres, con la inclusión de cuantos subgrupos se
estime necesario. De esta manera tendríamos:
a) Primera clase. Entre 0,80-1,40 m de estatura.
-Variante 1: Humanoides de aspecto infantil
-Variante 2: Humanoides de cabeza normal o calva, ojos globulares y boca rugosa.
-Variante 3: Seres con hipertrofia craneal, calvos y de mentón
puntiagudo.
-Variante 4: Criaturas totalmente peludas.
-Variante 5: Humanoides con escafandra.
-Variante 6: Seres muy pequeños (80 cm aproximadamente) con
un solo ojo azul en la frente y pelo largo rubio.
-Variante 7: Seres no antropomorfos (formas trapezoidales, globulares, amorfos, etc.)
22
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
b) Segunda clase. Estatura entre 1,50-1,90 m.
-Variante 1: Morfología idéntica a la humana.
-Variante 2: Seres con máscara respiratoria, ojos redondos y muy
separados, piel verde y cuerpo robusto.
-Variante 3: Altura media (1,60 aprox.) con escafandra.
-Variante 4: Elevada estatura (1,80-2 m), piel blanca, esbeltos y a
veces con escafandras.
c) Tercera clase. Talla muy notable, de entre 2 y 3 m.
-Variante 1: Larga cabellera rubia, piel blanca y torso robusto.
-Variante 2: Humanoides con escafandra y ojos redondos.
-Variante 3: Cíclopes con escafandra
-Variante 4: Seres con escafandras opacas que impiden ver su
rostro.
El Centro de Investigación de Ovnis (CUFOS), organismo norteamericano fundado por el Dr. Hynek, ha creado un sistema de cinco categorías para definir la relación entre el ovni y quienes presumiblemente son
sus tripulantes.
• Relación explícita: Visión de alienígenas en el interior de un ovni,
a través de ventanas, puertas u otras aberturas.
• Asociación directa: Observación de seres que entran y salen del
ovni.
• Asociación deducida: Entidades observadas en la vecindad de un
ovni.
• Asociación supuesta: Presencia de criaturas desconocidas en una
zona de actividad ufológica.
• No asociados: Avistamiento de entidades desconocidas en un área
sin antecedentes ufológicos.
Un poco de historia
Las primeras noticias sobre ovnis en la era contemporánea coincidieron
con el periodo de máxima confrontación (conocido como Guerra Fría)
entre los dos bloques políticos y militares en los que a la sazón se dividía el mundo, capitaneados respectivamente por los Estados Unidos y
la Unión Soviética. Dado que los avistamientos de platillos volantes no
respetaban fronteras y tan pronto ocurrían en una zona como en otra, se
23
FRONTERAS DE LA REALIDAD
llegó a una singular situación de desconfianza. Por un lado los soviéticos
sospechaban de los americanos como responsables de tales avistamientos, mientras que los americanos recelaban a su vez de los soviéticos
por el mismo motivo. Intentando imitar la supuesta tecnología en poder
de los rusos que les permitía construir semejantes naves, en los Estados
Unidos lograron construir un pequeño platillo volador, llamado AVRO,
que se desplazaba sobre un colchón de aire que le mantenía a un metro
sobre el suelo, de manera similar a como funcionan los barcos aerodeslizadores actuales. El AVRO, con capacidad para un solo pasajero y un
coste de varios millones de dólares, jamás consiguió franquear la valla
de dos metros que rodeaba la fábrica en la que se desarrolló.
El secretismo con el que los militares norteamericanos rodearon el
tema —imitados impecablemente en esto por sus colegas del resto de las
naciones— no contribuyó en absoluto a disipar el halo de misterio e intriga que envuelve este fenómeno. La muerte del piloto militar Thomas
Mantell por la caída de su aparato mientras perseguía un ovni (en el informe oficial se explica que el capitán Mantell había perseguido erróneamente al planeta Venus, a pesar de que la experiencia del aviador y
sus últimas comunicaciones con la base invitaban a pensar todo lo contrario) enrareció todavía más un ambiente ya de por sí bastante turbio.
La negación sistemática de todo rasgo enigmático en el asunto OVNI
cuando el número de indicios opuestos a esta tesis crecía de manera
arrolladora, ejerció precisamente un efecto inverso al deseado. Entre el
público en general se abrió paso la firme convicción de que en este tema
existía algo que las autoridades intentaban esconder.
La ocultación sistemática de testimonios y evidencias insólitas así
como la opacidad mostrada por las autoridades militares sobre este fenómeno inclinaron a un gran sector de la población a buscar por sí mismo las razones de semejante comportamiento. Los motivos principales
para una actitud tal por parte de los gobiernos, se dijo, podían ser tres:
el ensayo de prototipos militares ultrasecretos, la realización de estudios sobre guerra psicológica y difusión de rumores entre la población
civil en tiempos de crisis, o el comprensible temor a la histeria mundial
que presumiblemente produciría el reconocimiento oficial de que nuestro planeta estaba siendo visitado por naves alienígenas, de tecnología
muy superior a la nuestra, y ante las cuales nos hallábamos completamente inermes.
En un primer momento, y dadas las circunstancias históricas en las
que inicia su andadura la ufología, cundió entre los ciudadanos la idea
de que podría tratarse de armas secretas soviéticas, por lo cual los man24
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
dos militares deseaban mantener el asunto en secreto para privar de ventajas tácticas al adversario y no atemorizar a la población. Pero no tardó
mucho en hacerse obvio que aquel no era el caso. Al margen de lo absurdo que resultaría que una potencia militar ensayase sus armas secretas sobre territorio enemigo, el paso del tiempo sin que los soviéticos
hiciesen uso político de este novísimo armamento (al revés de lo sucedido con la bomba atómica, de cuyo poderío todo gobierno poseedor se
apresura a alardear) y la extensión de los avistamientos a prácticamente todos los países del globo dieron al traste con esta explicación. Si a
esto añadimos que el diseño y las maniobras de los ovnis evidenciaban
una tecnología muy superior a la disfrutada en aquel entonces, y ahora,
por cualquier nación, pronto se hizo clara la necesidad de un nuevo enfoque del problema.
La Fuerza Aérea persistía tercamente en su rechazo oficial del fenómeno OVNI mientras en secreto gastaba ingentes sumas de dinero
con la pretensión de averiguar su procedencia y características2. El Alto
Mando militar norteamericano llevó a cabo no menos de tres investigaciones clandestinas. La primera de ellas, el Proyecto Sign («signo, señal»), finalizó sus trabajos en julio de 1948 y elevó un informe definitivo
en el cual se señalaba la hipótesis extraterrestre como la más probable, a
juzgar por los datos sometidos a estudio. El general Hoyt S. Vandenberg,
a la sazón jefe del Estado Mayor aéreo, rehusó aceptar esta conclusión
y en febrero de 1949 dio paso al Proyecto Grudge («rencor, ojeriza»),
cuya misión específica era denostar todo cuanto tuviese que ver con los
ovnis. El 27 de diciembre de ese mismo año esta comisión investigadora
fue disuelta tras entregar un estudio en el que el 20 % de los avistamientos quedaba sin explicar, a pesar de que los informes eran suficientemente detallados para determinar su naturaleza.
La tercera indagación oficial, denominada a principios de 1952 Proyecto Blue Book («libro azul»), constó de dos periodos bien diferenciados. En una primera fase las pesquisas se practicaron bajo la dirección
del capitán E. Ruppelt quien, habiendo examinado 9.265 observaciones
provenientes de testigos cuya rectitud y competencia eran indudables,
concluyó que 663 de ellos eran de todo punto inexplicables, aun cuando los testimonios eran los suficientemente precisos y por más que los
expertos se agotasen intentando justificarlos de algún modo. La segunda etapa del Proyecto Blue Book consistió en la revisión de las investigaciones de Ruppelt por parte de una comisión de técnicos y científicos
con el objetivo declarado de desmenuzar lo que permanecía inconmovible ante toda tentativa de explicación racional. Esta ingrata misión se
25
FRONTERAS DE LA REALIDAD
encomendó a un comité encabezado por Edward U. Condon, físico de
la Universidad de Colorado, y cristalizó en un libro de 965 páginas en
su versión breve, plagado de prejuicios, conclusiones sesgadas y análisis tendenciosos.
Baste decir que de un total de 25.000 casos disponibles, el informe
Condon sólo tomó en cuenta 90 de ellos —y no precisamente los más
enigmáticos—, de los cuales, con todo, 30 quedaban inexplicados. La
falta de escrúpulos exhibida por los ponentes del informe Condon y sus
jefes militares quedó de manifiesto cuando dicho estudio, basándose en
unos trabajos tan brillantes como los suyos propios, juzgó que el tema
OVNI era insignificante e indigno de interés. El Dr. J. Allen Hynek, contratado inicialmente por las Fuerzas Aéreas para desacreditar el asunto
OVNI, se desvinculó de toda relación oficial cuando comprendió cuáles
eran las verdaderas intenciones del físico de Colorado y sus adláteres.
Las tácticas empleadas a este respecto por los servicios de información militares y por la CIA se circunscriben en su mayor parte a la «desinformación», esto es, la difusión de bulos, falsos rumores y noticias
fraudulentas con el fin de desprestigiar a quienes las creen y a cuantos,
consciente o inconscientemente, las propalan. En esta línea de confusionismo provocado se insertan historias como la del «experimento Filadelfia», que habría consistido, según sus propugnadores, en una prueba
secreta de invisibilidad realizada por la marina estadounidense en 1943
gracias a la cual el buque Eldridge se había desmaterializado y teletransportado instantáneamente a unos cientos de kilómetros de distancia. De
este mismo jaez son relatos como Alternativa 3, el mito de una conspiración ruso-norteamericana para trasladar clandestinamente a Marte a una colonia de eruditos de todo el mundo con el ánimo de salvarlos
cuando la Tierra perezca víctima de la degradación medioambiental; o
el informe M (por Matrix o Majestic, que ni en eso se ponen de acuerdo
sus publicistas), supuesta revelación de un pacto oculto entre el gobierno de los EE. UU. y varias razas de malévolos extraterrestres, a las cuales se les permitiría secuestrar humanos para someterlos a toda clase de
crueldades y sevicias a cambio de entregar preciosos adelantos tecnológicos a las autoridades norteamericanas.
¿Qué motivos podrían haber movido al estamento militar y a las agencias de inteligencia de la primera potencia mundial a adoptar una actitud semejante? Las razones sugeridas han sido numerosas pero se pueden
agrupar en tres grandes grupos. Uno de los puntos antes mencionados se
refería al deseo gubernamental de evitar un posible pánico generalizado
entre el público si se admitiese sin ambages que nos encontramos iner26
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
mes ante la vigilancia a la que nos someten razas alienígenas (recuérdese el caso de Orson Welles y la retransmisión radiofónica del serial La
guerra de los mundos). Otra de las motivaciones para la postura oficial
en el tema OVNI correspondería a la intención de disimular la incapacidad de las fuerzas armadas de cualquier país para controlar la presencia
de estas naves no identificadas sobre su espacio aéreo. Los astronómicos
presupuestos de defensa norteamericanos y la propia eficacia de su complejo tecnológico-militar quedarían gravemente en entredicho de llegarse
a aceptar una realidad de este cariz.
Una tercera causa habría de buscarse, en opinión de los ufólogos, en
las extraordinarias oportunidades de realizar experimentos de guerra
psicológica que la temática OVNI proporciona. Por un lado los militares seguirían cómodamente con sus experimentos aéreos secretos, protegidos de esta forma contra intromisiones, accidentales o no, gracias al
manto de desprestigio que las instancias oficiales harían caer sobre los
investigadores demasiado inquisitivos. Por otra parte, los psicólogos de
la CIA podrían descubrir hasta qué punto es manipulable la conciencia
del gran público y cómo reaccionan los individuos enfrentados a esta
clase de situaciones extrañas y sin precedentes.
Dentro de este enredado ovillo de intrigas e intereses soterrados se
enmarcaría el asunto de los «hombres de negro» (Men in Black, MIB,
en inglés), misteriosos personajes elegantemente vestidos de oscuro que
amenazan a los testigos y a los ufólogos para que no divulguen sus investigaciones. Aunque no faltan quienes están convencidos de que los
MIB son extraterrestres camuflados entre los seres humanos con el objetivo de impedir una difusión excesiva de datos comprometedores para
sus actividades. Desde luego, todas las anteriores consideraciones no son
más que extensiones naturales de una hipótesis sugestiva sin verificación
alguna. Pero a cuantos están persuadidos de que los servicios secretos
son muy capaces de asesinar a un presidente contrario a sus designios,
no les resultaría sorprendente este posible proceder en un asunto comparativamente de mucha menor importancia.
Un aspecto de la susodicha campaña informativa acerca del cual el
parecer de los ufólogos está profundamente dividido es el referente a las
noticias de ovnis estrellados en nuestro planeta y recuperados subrepticiamente por los mandos militares de diversas naciones. De entre todos
los accidentes pretendidamente ocurridos (S. Freixedo cifra el número
total en 38 durante el periodo 1947-1989), el más celebrado es el que,
se supone, tuvo lugar en Roswell, Nuevo México, y en el que además de
los restos de la nave fueron presuntamente recuperados varios cadáve27
FRONTERAS DE LA REALIDAD
res de pequeños humanoides tripulantes. Los ufólogos no se ponen de
acuerdo sobre este particular; los hay que niegan con firmeza la veracidad del hecho, mientras que otros dan por buenas con igual convicción
las informaciones expuestas.
Existen algunos indicios inquietantes sin los que no se dudaría en
desechar la historia como una vulgar patraña. Éstos son los testimonios
de personas como W. W. MacBrace, el ranchero en cuyas tierras se encontraron extraños restos metálicos desperdigados y quien puso sobre
aviso a los militares. El oficial Jesse Marcel, el primer militar que acudió junto con MacBrace a examinar los restos, declaró a una cadena
televisiva norteamericana pocos años antes de su muerte que aquellos
fragmentos metálicos resultaban algo completamente desconocido, desmintiendo así la versión oficial del globo sonda. O la testificación de la
viuda del piloto militar que trasladó los restos de la nave y cuatro pequeños cuerpos humanoides. A lo anterior se añade la curiosa nota de prensa en la que el general de brigada Roger Ramsey, jefe de la base militar
de Roswell, admitía la captura de un ovni pocos días antes de que una
orden superior le obligase a rectificar y a acogerse a la versión del globo
sonda. Un observador neutral, sin pronunciarse a favor o en contra, procuraría calibrar la verosimilitud de los asertos anteriores por los efectos
que serían esperables de un acontecimiento como éste.
Si el gobierno estadounidense se apoderó de un número indeterminado de alienígenas muertos, es de suponer que su utilidad estaría en
proporción directa al grado de conservación de los mismos; cuerpos altamente calcinados serían mucho menos interesantes que otros casi intactos. Asumiendo que los cadáveres no quedasen inutilizables, ¿para
qué desearían las autoridades el estudio oculto de seres anatómica y fisiológicamente distintos a los humanos? La única expectativa razonable
de un estudio como ése sería un avance espectacular en biología pura
(o exobiología, más propiamente), pero parece difícil creer que dicho
campo fuese digno de catalogarse como secreto militar. Máxime cuando en 1947 se desconocía por completo hasta la estructura del ADN y
la investigación genética se hallaba aún en sus más tiernos balbuceos,
lo que dificultaba severamente el tan necesario examen biomolecular
de estas criaturas. En un contexto de esta clase, unos cadáveres —por
muy extraterrestres que fuesen— resultarían tan provechosos a los militares como los planos de una central nuclear lo serían para un sencillo
pastor de ovejas. Para acrecentar la polémica, a mediados de la década
de 1990 diversos medios de comunicación sensacionalistas difundieron
unas imágenes en las que presuntamente se realizaba la autopsia de uno
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de los alienígenas cuyo cadáver se habría recuperado tras el incidente de
Roswell. Los repetidos análisis a los que fue sometida la grabación no
consiguieron disipar la sospecha de que se trataba de un montaje muy
cuidadosamente elaborado.
En cuanto a los restos del aparato, puede seguirse un razonamiento
muy parecido. Unos residuos en muy mal estado disminuirían sensiblemente su utilidad en vistas a extraer de ellos datos técnicamente beneficiosos. Pero, aun si admitimos que los fragmentos de la nave permanecían
lo suficientemente íntegros, nos enfrentamos al problema de su utilidad
potencial. En el caso probable de que el salto tecnológico entre nuestra
civilización y la de los ufonautas fuese insalvable, nos hallaríamos en las
mismas condiciones que un salvaje de Borneo que pretendiese dilucidar
los principios por los que funciona el helicóptero que acaba de aterrizar
cerca de su poblado. La distancia cultural que medie entre nuestra civilización y la de los supuestos alienígenas puede ser de tal magnitud (y debería pensarse que lo es si han conseguido viajar hasta aquí) que se alce
ante nosotros como un muro infranqueable, obstruyendo un aprovechamiento ventajoso de los adelantos técnicos de semejante nave.
Lo cierto y verdadero es que, de poseer un ovni estrellado, los expertos norteamericanos no demostraron gran habilidad en su explotación. La carrera espacial EE. UU.-URSS, iniciada unos años después, no
se aceleró en el lado anglosajón ni siquiera por el uso de una aleación
especialmente innovadora (los materiales usados fueron los previsibles
según la tecnología de la época), dada la facilidad con la que se podría
haber practicado un análisis químico y metalúrgico del fuselaje del vehículo. A la vista de lo inferido debemos decantarnos por contemplar este
caso con la mayor circunspección, admitiendo que probablemente algo
inusitado sucedió en aquella región de los Estados Unidos en el verano
de 1947, aunque no podamos asegurar qué fue, al menos hasta la presentación de pruebas de peso muy superior.
Los contactados
De un modo u otro, si los estudiosos de la guerra psicológica buscaban
en la ufología un campo abonado para sus ensayos, sin duda habrán encontrado suficientes elementos de reflexión en el fenómeno del «contactismo», una vertiente del problema OVNI que no revela temor hacia
nuestros singulares visitantes sino todo lo contrario. Se define como
«contactados» a aquellas personas que dicen mantener trato frecuente
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
con extraterrestres y, generalmente, recibir de ellos determinados mensajes mediante una gran variedad de canales (telepatía, escritura automática, ouija, cartas, entrevistas personales). Por lo común, los contactados
intentan dar a conocer los supuestos mensajes cósmicos a la mayor cantidad de gente posible, y, si encuentran eco entre quienes los escuchan,
se conviene entonces en que ha surgido un movimiento contactista. Muchos de estos movimientos nacen y mueren en paralelo con la popularidad de sus dirigentes, mientras que otros sobreviven durante un tiempo
a la desaparición de su fundador.
La inmensa mayoría suele adoptar la organización interna de lo que
se conoce como sectas destructivas: fuerte dependencia psicológica (que
en ocasiones llega a extremos patológicos) del guía de la comunidad o
de sus enseñanzas; desconexión de la realidad circundante que no tenga relación directa con los objetivos de la congregación; sentimiento
de pertenencia a una élite escogida para una misión trascendental, etc.
Algunos de estos movimientos contactistas —unos perviven aún hoy y
otros no— que reflejan este policromado panorama son los fundados
por George Adamski (en 1952 Adamski, uno de los primeros contactados, declaró haber departido amigablemente con un habitante de Venus)
o por Eugenio Siragusa en Italia, George King en Gran Bretaña y Sixto
Paz en Perú, sólo por citar un número reducido de ellos. Su peligrosidad
no es desdeñable, pues —por citar uno de los casos más recientes y renombrados— entre 1994 y 1995 hubo sesenta y nueve asesinatos o suicidios relacionados con la secta contactista conocida como «Orden del
Templo Solar».
Los contactados, o cuando menos los fundadores de las sectas que
los reúnen, forman un colectivo constituido mayoritariamente por individuos emocionalmente perturbados, con una gran dosis de ansiedad,
un irreductible afán de notoriedad y el carisma suficiente para congregar a su alrededor una cantidad respetable de seguidores. Además acostumbran a ser personas de ideas conservadoras, atemorizadas por un
progreso que no alcanzan a comprender, que permutan las imágenes
religiosas convencionales por un nuevo concepto —el de «ángeles cosmonautas»— que les permite aunar sus creencias tradicionales (seres espirituales velan por nosotros, mensajes salvacionistas, recompensa de
los justos y castigo de los inicuos, etc.) con el ropaje tecnológico de los
nuevos tiempos, predicando a sus semejantes como altavoces de estos
pretendidos pontífices galácticos.
Esta singular colusión de factores personales y circunstancias sociales cobra su verdadera dimensión a la luz de los estudios llevados a cabo
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
por distinguidos psicoanalistas sobre la reacción del público ante los
«platillos volantes». Carl Gustav Jung opinaba que el fenómeno OVNI,
prescindiendo de su auténtica naturaleza, no hace más que reactualizar
el poder de arquetipos ancestrales sobre nuestro inconsciente y expresar
los deseos, reprimidos o no, de quienes los ven. Los discos voladores serían así versiones modernas de lo que Jung denominó mandala (palabra
sánscrita que designa la figura del círculo en todas sus versiones) y que
representaría el arquetipo de la totalidad, de la autorrealización, conceptos extraordinariamente revalorizados en una sociedad desorientada, desquiciada, disgregada y a la deriva como es la que contemplamos
en las postrimerías del siglo XX. Una y otra vez Jung aclaraba que no deseaba entrar en la polémica de la existencia o no de una base física en el
asunto OVNI, y que para él lo importante era poner de manifiesto que
fenómenos reales o supuestos proporcionan la oportunidad de proyectar contenidos mitológicos de nuestro inconsciente con la fuerza simbólica de todo arquetipo.
Análogamente opina el filósofo francés Bertrand Méheust, quien se
inclina a pensar que las características de numerosos sucesos asociados
al fenómeno ovni —como las abducciones— revelan su origen psicológico, pues parecen demasiado similares a los tópicos habituales de la literatura de ciencia ficción. Méheust considera, además, que los temas
típicos de la ciencia ficción ya aparecían disfrazados bajo el ropaje de un
folclore arcaico en multitud de antiguas tradiciones y mitologías.
Mención especial y tratamiento aparte merece el caso UMMO por
su singularidad, su extrañeza y su prolongación en el tiempo (30 años).
En torno a 1965 un grupo de unas veinte personas en España comenzó
a recibir llamadas y cartas mecanografiadas en las que sus autores afirmaban proceder de un planeta de nombre UMMO en su lengua vernácula, perteneciente a un sistema solar distinto al nuestro. Los supuestos
ummitas relataban también su llegada a nuestro planeta el 28 de marzo
de 1950, su aterrizaje en las cercanías de La Javie (Alpes franceses) y su
labor de estudio de la civilización terrícola. Y para corroborar sus aserciones adjuntaban por correo informes semidivulgativos sobre los temas
más variados: biología, física, historia, cosmología, sociología, psicología, derecho y otros muchos.
Complementariamente los ummitas advirtieron de la arribada de
una de sus naves a las cercanías de Madrid poco antes de que circulasen noticias de un avistamiento OVNI en la localidad madrileña de
Aluche, uno de cuyos testigos fue el conocido parapsicólogo José Luis
Jordán Peña, inicialmente escéptico en este tema. Un año después se
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
produjo un suceso de muy parecidas características en San José de Valderas (Alcorcón), con el añadido de que en esta ocasión un desconocido hizo llegar al diario Informaciones unas asombrosas fotografías en
las que se apreciaba a la perfección un vehículo volador de planta discoidal. En 1974 se interrumpe la recepción de misivas para reanudarse
desde 1980 hasta el presente con unos comunicados de marcado cariz
mesiánico y espiritualizante, muy diferente al tono de los mensajes del
primer periodo.
La verdad es que los análisis sobre este caso no han arrojado demasiada luz al enigma. El examen de las anónimas fotos de San José
de Valderas por la organización especializada Ground Saucer Watch de
Phoenix (Arizona) concluyó sin lugar a dudas que se trataba de una falsificación realizada con una maqueta de papel de 20,3 cm que pendía de
un hilo fino para dar la sensación de vuelo, idénticas conclusiones fueron las aportadas por análisis similares en el Centre Nationale d’Etudes
Spatiales de Tolouse. Por su parte, la investigación, completada en Francia por el grupo barcelonés U3 y publicada en el número 64 de la revista
Mundo Desconocido, desmiente los datos aportados en los informes de
UMMO acerca del lugar de su primer aterrizaje en nuestro planeta. Las
características geográficas, toponímicas y topográficas, así como la revisión de los archivos municipales y de prensa de la zona, permiten invalidar tajantemente la versión expuesta en las cartas ummitas.
Debido a estos y a otros resultados parecidos, entre los ufólogos se
acredita la impresión de que, en lugar de auténticos extraterrestres, el
problema UMMO encubre a un grupo o grupos interesados en expandir
un nuevo culto religioso, un nuevo tipo de sociedad similar a la que se
describe en el presunto planeta, o en experimentar las reacciones de sujetos sumidos en una situación extremadamente inusual para comprobar
el punto hasta el que se puede manipular la psicología de un individuo
crédulo. Otros observadores optan por una alternativa más ecléctica y
sugieren la posibilidad de que los mensajes de la primera fase (19661974) fuesen verdaderos, en tanto que los de la segunda (1980-1991)
resultasen falsos a causa de la decisión de alguien de aprovecharse de
una situación ya en marcha. La confesión efectuada en 1993 por parte
de Jordán Peña, atribuyéndose la autoría exclusiva del asunto UMMO,
enturbió todavía más un asunto ya de por sí escasamente transparente. Algunos ufólogos consideraron que la revelación zanjaba el enigma,
mientras otros opinaban que se trataba de una declaración engañosa
realizada por motivos sin esclarecer. El fallecimiento de Jordán Peña
poco tiempo después cegó esa línea de investigación.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
No habría dudas razonables sobre el fiasco de UMMO de no ser por
algunos avistamientos protagonizados por pilotos de aerolíneas comerciales, como el comandante Carlos García Rodrigo. En 1985, durante
un vuelo de Iberia entre Barcelona y Madrid (IB-1331), el comandante García Rodrigo pilotaba un 727 en medio de unas magníficas condiciones climáticas; era una radiante tarde de verano, y el cielo estaba
completamente despejado. Alrededor de las 13:45 h, sobre la vertical de
Maella (Teruel) el comandante García Rodrigo creyó ver a lo lejos y a
una altura superior a la suya, un objeto lejano que él supuso otro avión
de pasajeros. Cuando se aproximaron más, el objeto se reveló como una
gigantesca esfera de color azul cobalto que pendía inmóvil a unos 20 km
por encima del avión (unos 30 km sobre el suelo). La esfera debía medir unos 300 m —según la estimación de los pilotos— y mostraba en su
panza la inconfundible señal en forma de hache atravesada en su centro
por un línea paralela a las dos laterales. De inmediato, el comandante
García Rodrigo requirió la presencia en cabina del resto de la tripulación, cuyos componentes corroboraron la veracidad del avistamiento.
Incluso un avión de la compañía Aviaco que circulaba en sentido Valencia-Madrid confirmó al control de tierra la presencia del objeto observado por el comandante García Rodrigo y su tripulación. Ni el radar del
control de tierra en Madrid, ni el radar militar de Calatayud detectaron
la presencia del objeto que, sin embargo, fue avistado por las tripulaciones de estas dos aeronaves.
Abducciones y avistamientos
Para nuestra desdicha, sin embargo, no todos lo forasteros cósmicos que
nos visitan parecen tan discretos como los presuntos ummitas. Si lo que
aseveran no pocos testigos es cierto, existen razas alienígenas que no dudan en secuestrar temporalmente a algunas personas para someterlas
a extraños exámenes médicos. Este fenómeno, conocido entre los ufólogos como «abducción», se hizo popular tras la publicación por John
G. Fuller de un libro, El viaje interrumpido, en el que narra un supuesto episodio de abducción ocurrido en 1961 al matrimonio formado por
Betty y Barney Hill. Betty Hill dibujó posteriormente un mapa que recordó, bajo hipnosis, haber visto en la nave extraterrestre a la que ella y
su marido fueron conducidos.
Este mapa fue interpretado tiempo después por una aficionada a la
astronomía, Marjorie Fish, quien indicó que los mundos natales de los
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
secuestradores orbitaban en torno a las estrellas Zeta 1 y Zeta 2 del
Retículo.
No obstante, y orillando la escasa fiabilidad de las declaraciones pronunciadas bajo hipnosis, esta hipótesis se debilitó notablemente cuando
en 1981 se descubrió que Zeta 2 era una estrella binaria, imposibilitada
de albergar vida en sus alrededores. Además, Carl Sagan y Steven Soter,
tras un análisis computerizado de los mapas de la Sra. Hill y la Sra. Fish,
concluyeron que siempre tendríamos éxito en encontrar un conjunto de
astros que se ajustasen a ambos dibujos si podemos elegir cualquiera de
las infinitas perspectivas de las que dispone un observador en el espacio
y, asimismo, si seleccionamos a voluntad los elementos que consideramos significativos en cada perspectiva.
El tema de las abducciones volvió a estar de actualidad en la década de 1990 gracias a la difusión del mismo efectuada por los escritores
Withley Strieber y Budd Hopkins mediante sus respectivas obras Comunión e Intrusos. Como ya es costumbre, los ufólogos permanecen escindidos en diversos grupos según la teoría sustentada para explicar esta
materia. Las conjeturas abarcan un amplio espectro de posibilidades
apto para todos los gustos: alucinaciones, fabulaciones subconscientes,
dramatizaciones de recuerdos perinatales que afloran desde el inconsciente profundo, engaños perpetrados deliberadamente por neuróticos
deseosos de notoriedad, campaña de experimentos en guerra psicológica y control mental practicada por ciertos servicios secretos o sociedades clandestinas, intervenciones de auténticos extraterrestres o entidades
«transdimensionales» (¿?) que buscan programar y dominar progresivamente las indefensas mentes humanas o llevar a cabo inconfesables experiencias genéticas...
En el transcurso de todos estos años el esfuerzo de hallar algún tipo
de pautas definidas en el comportamiento del fenómeno ha desesperado a los ufólogos dedicados a esta empresa. El único y tímido esbozo de una regla para el estudio de la casuística OVNI fue la «hipótesis
ortoténica», propuesta por el investigador francés Aimé Michel. La ortotenia (del griego ortothenos, «tendido en línea recta») hace referencia
a la posibilidad de situar un conjunto de avistamientos OVNI a lo largo de una línea recta sobre un mapa geográfico. En general, aseguraba
Michel, varios de estos alineamientos se cruzaban en un punto en el que
se había observado casi invariablemente la presencia de una nave nodriza. Pareciera, pues, que de ser cierta la hipótesis del ufólogo francés,
indicaría una estrategia de exploración radial de determinadas áreas de
nuestro planeta por parte de unos supuestos visitantes no invitados. Y,
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
como adición a la ortotenia, el propio Michel y su colega J. Vallée descubrieron la «línea Bavic», una línea obtenida al unir las poblaciones de
Bayona y Vichy (de ahí su nombre) que presentaba a lo largo de su trazado una concentración especialmente notoria de observaciones OVNI,
incluso si dicha línea se prolongaba por todo el globo terráqueo. El método de las ortotenias, muy en boga en los años 70, cayó más tarde en
un cierto desuso.
El 14 de abril de 1977 el control aéreo de Maastricht informaba al
capitán Hans-Georg Schmid, de la compañía suiza Swissair, de que un
objeto no identificado lo seguía. El propio Schmid lo contaba así años
después: «Me dijeron que veían algo en sus pantallas de radar a unos 30
km de mi avión. Yo lo capté unos segundos después en mi pantalla con
una elevación de 3 grados. Maastricht me dijo que el objeto se situó detrás de nosotros y luego se desplazó hacia el sur a 4 ó 5 veces la velocidad del sonido. Yo leí más tarde el informe escrito del controlador y allí
se decía que la velocidad de alejamiento debió ser el doble, unos diez o
doce mil kilómetros por hora».
Dos años después de este incidente, la Academia de Ciencias de la
URSS publicó un informe oficial sobre el tema ovni, donde se analizaban 256 avistamientos, algunos de los cuales se remontaban a 1923. El
estudio estadístico indicó que el 7,5 % de los testimonios eran de astrónomos o personal relacionado con la observación del firmamento. Por
ello, comparado con un individuo corriente, un astrónomo —según este
estudio— se halla en disposición de ver 7.500 veces más ovnis que otra
persona cualquiera.
Hacia 1980 se habían investigado ya en todo el mundo más de cien
mil avistamientos ovni (no todos inexplicables, naturalmente), cifra considerada por los expertos no superior al 10% de la totalidad de casos
ocurridos, muchos de los cuales permanecían sin ser denunciados por la
resistencia de los testigos a abandonar el anonimato. Ese mismo año, al
mayor Tarmo Tukeva, piloto de caza en las fuerzas aéreas finlandesas,
no le quedó más remedio que reconocer su incapacidad para encontrar
una explicación convencional a la experiencia vivida mientras perseguía
unos ovnis sobre el cielo de su país. Los objetos que siguió el mayor
Tukeva, según sus propios informes, eran redondos y lisos como bolas
de color amarillo pálido con un indudable aspecto de solidez. Fueren lo
que fueren, su velocidad era tal que no tuvieron dificultad alguna en dejar atrás al piloto finlandés en cuestión de unos instantes.
No menos extraña fue la situación vivida por los ocupantes del
Boeing 747 propiedad de la compañía japonesa Japan Airlines el 17 de
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
noviembre de 1986. Pilotado por el capitán Teraoshi, el avión se vio escoltado por un ovni durante su vuelo sobre Alaska. A las 17:10 h (hora
local), el piloto percibe por primera vez la presencia de dos luces anaranjadas a lo lejos, pese a que la torre de control de Anchorage no detecta
nada. Las luces comienzan a aproximarse y la tripulación del Boeing japonés experimenta una súbita ola de calor en la cabina. Poco después, el
único objeto que se hace visible en la lejanía les acompaña hasta la ciudad de Fairbanks, y es en ese momento cuando los asombrados pilotos
japoneses advierten, gracias a las luces de la ciudad, que el contorno esférico del objeto que les ha seguido es 30 o 40 veces mayor que su avión.
Alrededor de las 18:00 h, otro reactor comercial se acerca a ellos y la gigantesca esfera se desvanece suavemente ante la atónita mirada de la tripulación del capitán Teraoshi.
El 29 de noviembre de 1989 se inició en Bélgica una oleada de avistamientos de ovnis con forma triangular, seguida con bastante minuciosidad por la SOBEPS (asociación belga para el estudio científico de tales
fenómenos). Un videoaficionado de Bruselas y el teniente coronel André Amont, del ejército de tierra belga, fueron testigos de estas inusuales
apariciones. Todos los observadores describieron la visión de tres luces
blancas situadas en los vértices de un triángulo con una luz roja central
parpadeante. La textura de dicha luz roja era aparentemente granulosa
(como la de la antracita o la de un metal anódico), y en algunos casos
los testigos afirmaron haber apreciado en la figura triangular algo semejante a placas remachadas.
Tanto las asociaciones particulares de aficionados como las autoridades civiles y militares belgas, iniciaron de inmediato las pesquisas a fin
de averiguar qué extraños objetos eran los que surcaban sus cielos. El
extremadamente sofisticado avión F-117 —al que inicialmente se atribuyó el fenómeno— quedó pronto descartado. No sólo por el desmentido de la embajada estadounidense, sino porque abundantes testimonios
refieren velocidades muy bajas o nulas de los objetos avistados, mientras
que la velocidad mínima del F-117 es de 200 ó 300 km/h. Por otra parte, la pregunta es obvia: ¿para qué ensayar las mejoras y modificaciones
de un prototipo militar secreto sobre los barrios de Bruselas? Este tipo
de pruebas se suelen realizar en zonas solitarias y perfectamente controladas por el ejército, de modo que si se produce algún percance —cosa
nada infrecuente— ni se produzcan víctimas civiles ni la tecnología ensayada quede al descubierto.
Un dato interesante es el de la fuerte tormenta que se desató sobre
gran parte del territorio belga el 28 de febrero de 1990. El viento superó
36
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
en esa ocasión los 150 km/h, pero los testimonios de ese día afirman que
los ovnis triangulares apenas si se veían afectados por el vendaval. Esta
circunstancia parece descartar la posibilidad de que se tratase de objetos
más ligeros que el aire, como globos sonda de algún tipo.
A comienzos de abril de 1990, un joven fotógrafo aficionado belga del pueblo de Petit Rechanne tomó la imagen de uno de estos ovnis
triangulares con una cámara 24-36, una película de ISO 200 y un tiempo de exposición de entre 1 y 2 segundos. El estudio mediante ordenadores del negativo demostró que el objeto se hallaba en movimiento en
el momento de ser fotografiado. March Acheroy, profesor de la Escuela
Real Militar belga, considera que no hay trucaje en la fotografía, conclusión refrendada por tres estudios de laboratorios franceses y belgas junto a un cuarto análisis realizado por el equipo de Richard Heims, de la
NASA. En el curso de estas investigaciones se detectó alrededor de una
de las luces blancas (situadas en los vértices del perfil triangular) lo que
aparentaba ser radiación ultravioleta probablemente emitida por la ionización del aire circundante.
Hipótesis en abundancia
Sin embargo, las preguntas fundamentales sobre los ovnis —quiénes son
y qué pretenden— permanecen sin contestación. Ello no quiere decir que
no se hayan barajado todo tipo de respuestas; pasemos revista a algunas
de ellas. El renombrado ufólogo sevillano Ignacio Darnaude ha reunido
durante los últimos veinte años más de trescientas hipótesis que él clasifica en ortodoxas y heterodoxas. Las explicaciones ortodoxas serían:
1º) Fenómenos naturales.
- Cuerpos astronómicos malinterpretados: fenómenos solares,
fases de la Luna, planetas cercanos (Venus, Marte, Mercurio),
constelaciones, meteoros, estrellas fugaces, novas, supernovas,
etc.
- Fenómenos atmosféricos: formaciones nubosas peculiares, perturbaciones eólicas, reflexión de la luz solar, refracción atmosférica, espejismos ópticos, inversión térmica de capas de aire en la
atmósfera, fuegos fatuos, vapores de amoniaco o gases orgánicos en ignición, fosforescencia de origen sísmico, fuegos de San
Telmo, rayos globulares (extraño fenómeno, poco conocido en
la actualidad, por el que más o menos pequeñas capas de aire
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
ionizado se condensan en forma esférica y se desplazan luego
aparentemente al azar), otros efectos de aire anómalamente ionizado (plasmas fríos, plasmas rotativos, efecto «corona», etc.)
- Objetos identificables: aviones y helicópteros convencionales,
prototipos militares secretos, artefactos científicos y meteorológicos (globos sonda, globos testigo, blancos para radar, cohetes
meteorológicos, satélites espaciales de vuelta a la atmósfera, satélites en órbita), basura espacial (restos de sondas y satélites),
nubes de materiales particulares (polvo, carbón, sodio, espuma
de detergentes), bandadas de pájaros o de insectos cuyo exoesqueleto brilla en el campo eléctrico de una tormenta, etc.
2º) Fenómenos psicosociales.
- Errores individuales de percepción: alteraciones visuales (efectos ópticos, anomalías oculares), afecciones psicopatológicas
(histeria, alucinaciones).
- Fraudes conscientes.
- Histeria colectiva, predisposición ambiental que induce a percepciones erróneas, etc.
En un lugar diametralmente opuesto encontramos las explicaciones
que por su extrañeza se ha tenido a bien llamar heterodoxas. Sin duda
ésas serán las más apasionantes para muchos de los interesados en el
tema OVNI.
• Comunidades ocultas de nazis en la Antártida o en las selvas amazónicas.
• Formas de vida propias de la atmósfera (hipótesis de los «animales aéreos»).
• Fenómenos paranormales (pensamientos solidificados, creaciones
mentales, formas espirituales).
• Viajeros del tiempo (crononautas).
• Nativos de otras dimensiones y «mundos paralelos» (qué se quiere decir con esto se discutirá más adelante).
• Habitantes del interior hueco de la Tierra (intraterrestres).
• Cosmonautas provenientes de otros planetas habitados.
• Demonios o entes sobrenaturales malignos.
Obedeciendo al aumento de complejidad que, a su juicio, experimenta en años recientes el asunto OVNI, los miembros de la última genera38
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ción de ufólogos se inclinan cada vez en mayor número hacia la hipótesis
«ultraterrestre» del investigador americano John A. Keel o alguna de sus
variantes. Para Keel, los ovnis no son de naturaleza exactamente material pues provienen de un «universo paralelo» que se interpenetra de
algún modo con el nuestro, lo que permite a los ultraterrestres materializarse y desmaterializarse a voluntad. Estos ultraterrestres, prosigue
Keel, podrían actuar de intermediarios entre una inteligencia suprema
rectora del cosmos y las razas menos evolucionadas, como la humana.
Las indagaciones de este investigador de lo desconocido le llevaron a
pensar, con mayor convicción a medida que ahondaba en sus pesquisas,
que estos ultraterrestres obrarían ocasionalmente por motivos de índole particular, engañando y manipulando a los seres humanos, y que son
ellos los responsables de todas las leyendas de gnomos, demonios, brujas
y duendes que han ido surgiendo en el decurso de la Historia.
Los intereses particulares de los ultraterrestres pueden moverles a ser
amigables u hostiles con los terrícolas, con lo que habremos de observar
su comportamiento para deducir su disposición hacia nosotros. Uno de
los ufólogos que abogan por la teoría de la amenaza OVNI es el ex jesuita Salvador Freixedo. En la visión de este autor, los ovnis no son más
que la manifestación moderna de las fuerzas malignas que han estado
acosando al género humano desde sus inicios. En otros periodos han
asumido formas concordantes con el temperamento de la época (demonios, trasgos, apariciones), mientras que en nuestra era tecnológica encuentran más de su gusto la ficción que los presenta como humanoides
de allende las galaxias.
En todo este tiempo el objetivo de estas entidades ha sido siempre
el mismo y ha consistido en explotar a los humanos maltratándoles en
sentido material (devorándoles o sometiéndoles a inauditos experimentos) o moral (se ha sugerido que los ultraterrestres hallan muy apetitosas las «energías negativas» desprendidas por los sufrimientos y los
instintos salvajes de los terráqueos). La única razón para que no nos masacren a todos directamente es la misma que tenemos nosotros para seguir cuidando nuestro ganado vacuno, por ejemplo, y es la de prolongar
al máximo los beneficios que podemos obtener de él.
Tan tremebunda argumentación sirve de base a Freixedo para descargar sobre los extraterrestres la culpabilidad de todas las calamidades habidas y por haber: el sectarismo religioso, el gamberrismo futbolístico, la
indolencia juvenil, el consumo de drogas, el terrorismo internacional, la
decadencia del arte moderno, el rock duro y la moda punk o la corrupción política y las dictaduras africanas. Los evidentes reflejos paranoides
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
que despiden las anteriores aseveraciones no arredran a su autor. Esto
sería un admirable ejemplo de independencia de criterio de no ser porque el entendimiento necesita al tiempo libertad y sensatez si no queremos acabar engullidos en el pozo sin fondo de los delirios personales. El
árbol de nuestro pensamiento precisa, sin excusa posible, de ser regado
simultáneamente con prudencia e imparcialidad si deseamos verlo crecer
robusto y lozano. Achacar a los extraterrestres toda tribulación imaginable, desde crímenes pasionales a la sequía agrícola, no conduce a más
que a desacreditar una posición que se torna caricaturesca de tanta desmesura con que la cultivamos.
De otro lado, no es posible soslayar la sospecha de que el mismo perfil psicológico que hizo ingresar a Freixedo en la Compañía de Jesús es el
que lo lleva a sostener ahora sus últimas afirmaciones. El hábito de concebir la realidad como un eterno campo de batalla en el que los conceptos de bien y mal se personifican en forma de enemigos irreconciliables y
donde la humanidad entera se brinda como trofeo al vencedor es un rasgo característico del pensamiento religioso, ya sea en su versión eclesiástica tradicional o ufológica moderna. De esta creencia en una contienda
cósmica en curso entre fuerzas benéficas y malignas, fluye de modo natural la identificación de los protagonistas de la pugna con ángeles y
demonios, evangélicos o perversos alienígenas y cualesquiera otras imágenes dependiendo del contexto intelectual del creyente.
En todos estos casos —y por mucho que Freixedo abogue por una
postura activa— el hombre se ve forzado a asumir el papel de peón indefenso en una partida entre poderes suprahumanos, cuya envergadura le
sobrepasa hasta extremos impensables. Así, tal sensación de impotencia
facilita inmensamente la sumisión a las potencias sobrehumanas, reales
o presuntas, y por añadidura a los que se distinguen como sus intermediarios (clérigos, profetas, gurús o contactados).
No todas las pretensiones de los extraterrestres se presumen tan malvadas, especialmente por quienes no albergan duda alguna de que los
«hermanos del cosmos» están aquí para educarnos y salvarnos de nuestra misma locura. El francés J. Vallée prefiere creer, por su parte, que los
ovnis son tan sólo un peldaño más en un gigantesco sistema de control
que regula el desarrollo cultural y psicológico de la especie humana a
través de las eras con unos fines que apenas podemos atisbar. Vallée se
sitúa así un tanto en la línea de Keel, pero despojando a nuestros visitantes de su halo diabólico.
Otros aseguran con plena convicción que los ovnis son un cuerpo de
vigilancia espacial cuya misión consistiría en impedir la invasión de la
40
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Tierra por alienígenas imperialistas, la autodestrucción de la humanidad o que los demás planetas se vean amenazados por la codicia terrestre cuando el avance tecnológico los coloque en nuestro radio de acción.
Por último no podemos olvidar la más común y prosaica de las explicaciones, la de que acaso se trate de expediciones científicas organizadas
por criaturas inteligentes de otros planetas con el deseo simple y llano
de estudiar el nuestro.
Cualquiera que sea la respuesta correcta —si es que alguna lo es— la
Iglesia Católica, estimando que ningún alma inmortal terrestre o foránea
escapa a su jurisdicción, se prepara para afrontar la empresa de las «misiones espaciales». Plantear con propiedad la evangelización de otros
planetas implica dilucidar primero la cuestión de si los alienígenas permanecen todavía en el estado de gracia que precedió a la caída de Adán
(posibilidad apuntada por el jesuita A. Mesineo en un artículo de la revista Time del 19 de septiembre de 1955) o si, por el contrario, si los sacramentos cristianos sólo son válidos en nuestro cuerpo celeste (opinión
defendida por el teólogo E. Stakeimer en el mismo artículo).
A pesar de todo, en la década de 1980 se llegó a proponer la creación
de una «sección OVNI» en la prestigiosa Academia Alfonsiana, por si se
diese la urgencia de comenzar un apostolado cósmico entre extraterrestres paganos. Los sermones de un sacerdote de negras ropas talares predicando a uno de estos cosmonautas podrían resultar tan efectivos como
el intento de un inca precolombino de convertir a un astrofísico moderno a la adoración del disco solar. Empero, si llegase el momento supremo del encuentro entre los pastores eclesiales y sus nuevas ovejas, no
sería yo el que quisiese perdérselo. Sería la primera ocasión, por cuanto sé, de que la comicidad provocada por la ridiculez humana alcanzase cotas siderales.
41
2
ASTRONAUTAS EN LA ANTIGÜEDAD
L
a consolidación de la teoría evolucionista, reforzada por los éxitos
de la genética molecular y otras ramas de la biología, ha logrado que
nadie hoy, salvo un reducido número de fundamentalistas, crea en los
relatos religiosos en virtud de los cuales la humanidad es fruto del acto
creador de uno u otros dioses, según la doctrina escogida. No obstante,
los mitos y leyendas acerca de la creación del hombre parecen ser un patrón cultural tan universalmente arraigado que algunos estudiosos de lo
oculto y lo enigmático han sentido la necesidad de darles un nuevo enfoque más acorde con los tiempos en que vivimos.
El avance tecnológico del que han sido testigo las últimas generaciones nos permite, dicen estos escritores, realizar una nueva lectura de
los relatos de la antigüedad, a resultas del cual las viejas leyendas ya no
reflejarían las fabulaciones de pueblos primitivos, sino verdaderos encuentros con seres provenientes de otros mundos. A esta escuela de interpretación «paleoufológica» o «ufoarqueológica» pertenecen Erich Von
Däniken, Louis Pauwels, Jacques Bergier, Brinsley LePoer Trench (Lord
Clancarty, un excéntrico noble británico que hizo celebrar un debate sobre los ovnis en la Cámara de los Lores en 1979), Raymond Drake, John
Mitchell, Tom Lethbridge, Andreas Faber-Kaiser o Zecharia Sitchin, así
como ciertos aspectos de las obras de J. A. Keel y S. Freixedo.
Este grupo de autores ha acumulado una enorme cantidad de testimonios, extrayendo datos de tradiciones y creencias de todo el mundo,
que constituye un cuadro singular —ridículo en ocasiones, intrigante en
otras— sobre el que resulta difícil pronunciarse. Su metodología, lisa y
llanamente expuesta, consiste en permutar en todas las antiguas religiones la palabra «dioses» o equivalentes por «extraterrestres», y examinar
entonces si esta modificación nos aporta nuevos matices antes desapercibidos o una coherencia distinta para estos relatos. El problema radica
en que cualquier aserto más o menos legendario puede recibir interpretaciones tan diversas como diferentes sean los condicionantes culturales,
perfiles psicológicos e ideas preconcebidas del observador.
43
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Así por ejemplo, las historias que versan sobre la creación del ser
humano por criaturas divinas podrían ser interpretadas por un antropólogo como la necesidad de explicar los orígenes de la comunidad,
por un creyente como un testimonio fidedigno del poder de su dios
y por un ufólogo como un recuerdo arcaico deformado de una intervención alienígena. De este modo, la paleoufología se convierte en un
paradigma interpretativo autónomo que explica todo enigma histórico
por la actuación de seres no humanos que, guiados por no se sabe bien
qué objetivos, influyeron en el desarrollo prístino de la humanidad. A
partir de este momento nada es ya lo que era: los dibujos de dioses cornudos no son símbolos del macho cabrío y la fertilidad, sino astronautas con escafandras y antenas, los mitológicos pájaros de fuego se nos
revelan ahora como artefactos voladores de manufactura extraterrestre, y cada suceso histórico ha sido decidido, propiciado o cuando menos permitido por los alienígenas. Se puede decir —y Von Däniken lo
ha hecho— que esta hipótesis es tan indemostrable como la de la arqueología ortodoxa por la sencilla razón de que no nos es dado volver
a presenciar de nuevo los eventos históricos para dilucidar quién está
en lo cierto.
Pero esta clase de argumentaciones, que en definitiva aspiran a gozar
del beneficio de la duda, olvidan que precisamente por no ser accesibles
a la experimentación las suposiciones arqueológicas deben regirse por
el principio de economía lógica, absteniéndose de multiplicar las causas
sin necesidad y de apartarse sin muy graves razones de la más estricta
prudencia. En los campos en los que la verificación no es posible, fantasear resulta muy fácil y por ello hemos de adherirnos a la más férrea
sensatez, prescindiendo de influjos desconocidos en tanto sea posible. Y
es en ese punto, en la decisión de si es posible o no rehusar la hipótesis
extraterrestre, donde los paleoufólogos divergen ampliamente de la senda convencional.
Los libros sagrados de antiquísimo origen de todas las culturas suministran abundante material para la tesis de los nuevos exégetas. El
Mahabbharata hindú o el Drona Parva sánscrito nos hablan de «un
proyectil brillante que producía vientos terribles, achicharraba el mundo
y destruía carros a millares», de «la Saeta de Indra, un rayo poderosísimo que consumía en instantes cualquier blanco», o de vehículos aéreos,
llamados vimanas, en los que se desplazaban y guerreaban sus dioses. En
verdad, descripciones como éstas sugieren con fuerza la imagen de nuestras actuales bombas atómicas y rayos láser, pero no es menos cierto que
resulta muy fácil dejarse arrastrar por el lirismo de las epopeyas orienta44
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
les, el cual, unido a nuestros prejuicios ideológicos, puede dirigir de manera unívoca las conclusiones.
Por esta razón debemos mostrarnos sumamente cautelosos a la hora
de afrontar una nueva lectura de textos sagrados en clave extraterrestre,
como es el caso de la Biblia judeocristiana, donde se encuentran algunos
de los pasajes más queridos de los ufoarqueólogos. Conforme al criterio
de éstos, Sodoma y Gomorra fueron destruidas por sendas explosiones
nucleares y la mujer de Lot pereció calcinada por las radiaciones (aunque el nivel de radiactividad en la zona no hace pensar en ningún suceso
extraordinario); o el Arca de la Alianza se nos aparece como una máquina de alta tecnología, capaz de producir el alimento que los judíos
llamaban maná y de comunicarlos con Yavhé mediante un radiotransmisor. El carro de fuego que arrebató de este mundo al profeta Isaias era en
realidad un ovni, como también lo eran «la gloria del Señor» que guiaba a Moisés por el Sinaí y donde se le entregaron las tablas de la Ley, la
visión del profeta Ezequiel del trono de Dios y la Estrella de Belén que
dirigió a los Reyes Magos. El nacimiento de Jesucristo hubo de ser asimismo una fecundación artificial asistida por alienígenas —¡o quizás
Cristo mismo era uno de ellos!—, del mismo modo que los prodigios
realizados en su vida lo fueron con el auxilio de los seres del espacio,
siempre prestos a intervenir en el momento oportuno.
Existe un pasaje en el Antiguo Testamento que parece especialmente
sugerente a los partidarios de la paleoufología, y es aquel en el que se relata cómo unos seres denominados «los hijos de Dios» se emparejaron
con las mujeres humanas. El famoso texto dice así:
Y habiendo comenzado los hombres a multiplicarse sobre la Tierra, les
nacieron hijas. Viendo los Elohim [«Señores» o «hijos de Dios»] que
las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron las mujeres que escogieron entre todas... Y había gigantes en la Tierra por aquellos días,
porque después que los hijos de Dios entraron en las hijas de los hombres, ellas tuvieron los Nephilim [«los caídos» o «los gigantes»]; éstos
son los poderosos, desde la antigüedad varones de fama (Gen., 6-4).
Este fragmento planteó abundantes quebraderos de cabeza a los teólogos de la Iglesia, incapaces de explicar esta sorprendente intromisión
celestial en tan mundano asunto como la procreación. La hermenéutica
bíblica ha ofrecido tradicionalmente dos interpretaciones a este párrafo,
siendo la primera de ellas que los «hijos de Dios» no eran sino ángeles
perversos que decidieron darse a los placeres humanos dirigidos por su
45
FRONTERAS DE LA REALIDAD
jefe Lucifer. La otra explicación prefiere distinguir dos linajes: los «hijos de Dios» serían los descendientes de Set, el tercer hijo de Eva, mientras que «hijas de los hombres» sería la denominación genérica de las
descendientes de Caín. Esta exégesis —en la que se hacía hincapié en la
expresión metafórica de la bondad de Set y la maldad de Caín— fue propuesta por Julio el Africano en el siglo IV, y refrendada por numerosos
Padres de la Iglesia, cuando se estableció definitivamente la naturaleza
espiritual de los ángeles y su desconexión de cualquier apetito carnal.
No resultaría ésta una mala respuesta de no ser porque en otros lugares del texto sagrado se hace referencia a los Elohim de un modo que
no parece posible asociar a los hijos de Set. Los párrafos previos a la
destrucción de Sodoma y Gomorra, por ejemplo, nos presentan a Lot
confraternizando con unos «ángeles» —los Elohim— que por su comportamiento más se asemejarían a seres corpóreos que a criaturas espirituales: descansan y almuerzan a la sombra de un árbol, se lavan los pies
y cenan pan sin levadura, duermen como cualquiera, despiertan el deseo
de los habitantes de Sodoma y siempre son citados como «varones» con
clara apariencia masculina. Que se sepa, en ninguna parte de la Biblia se
insinúa siquiera que la estirpe de Set haya de oficiar en momento alguno
como intermediaria entre Dios y los hombres.
Además, uno de los papiros del Mar Muerto (rollos de Qumrán)
cuenta cómo Lamech, padre de Noé, se sorprende de que su esposa, Bathenosh, hubiese dado a luz un vástago que «no parece hijo de los hombres sino de los mensajeros del Cielo». Esta comparación de Lamech
parece indicar que la gente de su época tenía cierta familiaridad en el
trato con tales «mensajeros del Cielo» —hasta el punto de poder distinguirlos como distinguible sería un escandinavo entre mongoles— y que
los diferenciaban del resto de los hombres, descendientes de Set o no.
Por si esto fuese poco, Nácar y Colunga (teólogos, profesores de la Universidad de Salamanca y consultores de la Comisión Bíblica Pontificia)
dudan de la hipótesis de los hijos de Set y se inclinan a pensar que el capítulo sexto del Génesis es un fragmento mutilado de un texto original
cuya lectura entera ayudaría a una comprensión completa de su significado. En este sentido, son muchos los autores que han rastreado en los
célebres evangelios apócrifos3 un sinfín de citas que, a su juicio, demuestran con claridad el carácter humanoide de los «hijos del Cielo».
A pesar de esto, los adeptos a la ufoarqueología saben muy bien que
necesitan pruebas de mucho mayor calado que un puñado de dudosos
sucesos mítico-religiosos acaecidos hace miles de años y relatados por
otros, si es que de veras desean conferir seriedad a su postura. Y en bus46
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ca de tales pruebas se han lanzado por los cuatro rincones del globo una
gran cantidad de escritores afines a lo oculto. El autor de mayor fama
entre todos ellos, qué duda cabe, es el suizo Erich Von Däniken, y sus
tesis constituyen una excelente muestra del nutrido grupo ufológico al
que pertenece.
Von Däniken, empleado de hostelería convertido en filósofo, arqueólogo y antropólogo, arrastraba una triste existencia de trabajos mal pagados y condenas por fraudes financieros hasta que decidió dedicarse a
reescribir por completo la historia del género humano en clave alienígena. La obra de Von Däniken se dirige a la reinterpretación desde una óptica extraterrestre de buena parte de los monumentos de la antigüedad,
cuya estructura y perfecto acabado no hubieran podido realizarse, en
opinión del escritor suizo, sin el concurso de tecnología no humana. El
estilo de todos sus libros es por completo recurrente, toda vez que se limita a presentar una lista de artefactos desconcertantes o magnas obras
arquitectónicas y luego ofrece una nueva interpretación de los mismos
en el contexto de su teoría. Bajo la mirada de Däniken la historia entera de la humanidad adquiere nuevas dimensiones y un colorido hasta
entonces inapreciado; resulta mucho más excitante concebir las pirámides de Egipto como bóvedas criónicas o la lámpara de Aladino como un
aparato de radio, por citar sólo dos ejemplos extraídos de su pluma. La
faceta menos brillante de su trabajo, empero, acumula multitud de imprecisiones históricas, errores y malentendidos (algunos de ellos deliberados) y confusiones de todo tipo. La sospechosa facilidad con la que
cualquier indicio se adapta a la hipótesis de Däniken y el hecho notorio
de que cada vez que las ventas de sus libros eran mayores, menor era el
rigor de los datos en ellos contenidos hicieron desconfiar a muchos expertos de los campos del saber en los que el autor suizo entraba a saco.
Veamos algunos de los más clásicos argumentos vertidos en sus obras.
Las pirámides de Egipto
De las varias veces milenarias pirámides de Egipto en general y de las
del complejo de Gizeh en particular, se ha dicho casi todo lo que es posible decir de unas edificaciones de sus características. Junto con la presunción tradicional que las identifica con tumbas faraónicas, han sido
propuestas por los «piramidólogos» un sinnúmero de hipótesis más o
menos descabelladas para añadir emoción y misterio a su origen. Refugios contra el Diluvio Universal, graneros para almacenar el producto
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
de los siete años de riqueza prometidos en la Biblia por José al Faraón,
manifestaciones monumentales de una revelación mística hoy ignorada,
o balizas de un sistema regulador construido por extraterrestres para sus
vuelos interplanetarios, son algunas de las alternativas sugeridas.
Al margen de lo ridículo de estas proposiciones, las pirámides egipcias, en especial la Gran Pirámide de Keops, no dejan de conmover a un
observador atento. Sin ningún género de dudas, es cierto que los arquitectos de la Gran Pirámide disfrutaban de unos conocimientos geométricos y astronómicos sin parangón en su tiempo, pero media una gran
distancia entre admitir un hecho como éste y extraer de él las conclusiones a las que Däniken y sus colegas nos tienen acostumbrados.
Algunos de los estudios sobre la orientación y dimensiones de la pirámide de Keops han arrojado resultados sorprendentes. La pirámide está
situada en el centro de una circunferencia uno de cuyos cuadrantes delimita exactamente el delta del Nilo; la base cuadrada está perfectamente alineada con los cuatro puntos cardinales (existe una ligera variación
debida a la deriva continental de la placa africana ocurrida hasta hoy);
su estructura implica un conocimiento muy preciso del número π; la cámara principal está construida sobre la base del triángulo sagrado pitagórico; y probablemente sus constructores conocían la longitud de un
arco de meridiano, así como la duración del año incluyendo la fracción
de día sobre los 365, es decir, 0,2422. Con bastante seguridad, la edificación de la pirámide respondía a un antiguo y quizá universal sistema
de pesas y medidas.
Este gigantesco monumento sería, pues, una señal geodésica sobre la
que se organizaba la cartografía del mundo antiguo. Podría actuar a guisa de observatorio celeste con el fin de levantar mapas y tablas celestes
o como punto fijo de referencia para obtener la proyección de un mapa
altamente sofisticado del hemisferio norte. Estas consideraciones, por sí
solas, bastarían para asombrar a cualquier estudioso, mas no contentos
con ello Däniken y sus colegas se lanzaron a especular con mucha mayor
osadía de lo que aconsejaba la prudencia, y gestaron unas hipótesis que
desde entonces han empañado la seriedad de esta materia.
No es cierto, por ejemplo, que el peso de la pirámide exprese una
parte alícuota del peso de la Tierra (proporción que además depende de las unidades escogidas), ya que no se conoce con exactitud el
peso de esta obra magna y las más lógicas estimaciones realizadas hasta
la fecha no permiten mantener semejante proporcionalidad. Tampoco
puede afirmarse categóricamente que exprese una parte alícuota de la
distancia Tierra-Sol, puesto que la altura exacta de la pirámide se des48
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
conoce al haberse perdido en su cima, por erosión y otras causas, una
cifra de alrededor de diez metros. La aseveración según la cual el perímetro de la base indica la duración del año solar no carece asimismo de
dificultades, ya que no existe acuerdo en la precisión con la que hay que
medir este perímetro para obtener el resultado apetecido y cada autor
ofrece una medida diferente (como hacen Charles Piazzi Smyth o Flinders Petrie, entre otros).
Mucho más peregrina, en cambio, resulta la suposición de que el sarcófago de la cámara real indicaría la densidad media de la Tierra, pues
se trata de una conclusión inverosímil obtenida mediante abstrusos cálculos que pueden retorcerse a conveniencia de quien los efectúe. Las
profecías de la pirámide —teoría que asume que la pirámide es una especie de almanaque pétreo en el que está grabado por completo el pasado y el futuro del mundo— se nos presentan tan contaminadas por
la fe y las mitificaciones personales de sus defensores que acaba siendo
imposible concederles la menor fiabilidad. Finalmente, si se toman suficientes medidas de cualquier construcción, empleando cualquier sistema de unidades y realizando cuantas operaciones matemáticas nos
venga en gana, siempre podremos hallar relaciones aparentemente significativas. De hecho existen combinaciones fortuitas en toda clase de
edificios: el matemático y divulgador estadounidense Martin Gardner
señaló al respecto que cabe deducir el número áureo de los griegos clásicos a partir de las dimensiones del monumento a Washington en la capital norteamericana.
Por otra parte, los presuntos poderes taumatúrgicos de la geometría
piramidal jamás han sido probados de forma fehaciente. El hábito de secar las hojas de afeitar Blue Gillette para evitar su oxidación y la constatación de que la mayoría de los individuos desecha estas hojas antes de
agotar al máximo su eficacia explican la supuesta longevidad de cuchillas como las colocadas por el checoslovaco Karl Drbal en el interior de
una pirámide de cartón, mejor que la apelación a inexplicables fuerzas
mágicas. Del mismo modo, los experimentos llevados a cabo por el físico Luis Álvarez con el objetivo de radiografiar el interior de la pirámide
de Kefrén mediante un detector de rayos cósmicos no fracasaron a causa de alguna fuerza misteriosa sino por el hecho de que dicho detector
dependía críticamente para su funcionamiento de una cierta cantidad de
gas neón, y cualquier impurificación de éste lo hacía poco fiable. A despecho de tales dificultades, y tras una revisión de las medidas conseguidas, el grupo de Álvarez concluyó que no había ninguna cámara oculta
en el interior de esta pirámide.
49
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Ahora bien, aquello que mayores polémicas ha levantado en torno a
las pirámides de Egipto ha sido, con toda seguridad, su modo de construcción. Una obra ingenieril de tal magnitud ha provocado la estupefacción entre legos y eruditos, y ha inquietado a más de un experto,
vacilante a la hora de explicar los medios por los que pudo llevarse
a efecto semejante maravilla arquitectónica. El presunto relato de su
edificación puede hallarse hoy día en los textos especializados sin que
parezca existir nada extrahumano en él, aun cuando el ímprobo esfuerzo requerido para esta empresa haya dado pie al adjetivo «faraónico»
como sinónimo de grandiosidad sin par.
La labor de construcción era inenarrable —se nos dice— no sólo
por el trabajo en sí sino por los problemas logísticos involucrados:
concentración de obreros, aprovisionamiento de víveres y herramientas,
vías de comunicación, etc. La unidad básica de mano de obra estaría
integrada por grupos de doscientos cincuenta trabajadores, ya fuesen
esclavos, prisioneros o deudores de impuestos. El terreno se nivelaba
construyendo una red seccionada de zanjas que luego se llenaban de
agua. Después el lugar era inundado, desecado y finalmente nivelado,
obteniéndose un margen de error del 0,004 %. El punto de referencia
para la orientación de la pirámide era la estrella Polar en su posición
nocturna, con pequeñas correcciones observando las posiciones de otras
estrellas a media noche.
Los bloques de piedra —cerca de 2,5 millones para la pirámide de
Keops— pesaban entre 1,5 y 5 toneladas (las más pesadas llegaban a las
200) y si bien en ocasiones debían traerse desde distancias considerables
(a veces más de 1.000 km), en el caso del complejo de Gizeh se extrajeron de unas canteras próximas a la Esfinge. Las piedras de la fachada
—ligeras por ser de caliza— procedían de las canteras de Tura, en la orilla izquierda del Nilo, donde los túneles aún existen. La excavación de
los bloques se practicaba mediante cuñas de madera humedecida que
al hincharse rompían la piedra, tras lo cual se completaba la labor con
martillos de dorita, escoplos de cobre y mazos de madera. No es cierto
que se necesitasen herramientas de una dureza extraordinaria, desconocida por la ciencia moderna, para trabajar el granito y la diorita, como
algunos autores poco rigurosos han afirmado con frecuencia. El ingeniero y egiptólogo de la Universidad de Mánchester, Denys Allen Stocks,
realizó experimentos de perforación y consiguió perforaciones con las
mismas características que las egipcias sirviéndose de instrumentos de
cobre. Las marcas visibles en el interior del hueco perforado, que parecen sugerir una increíble capacidad de penetración de las antiguas he50
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
rramientas egipcias, se deben, a juicio de este investigador, a la fricción
de los cristales de cuarzo contenidos en la arena utilizada como abrasivo durante el proceso de perforación. En una inusual muestra de lo que
podría llamarse «arqueología experimental», Stocks reforzó su opinión
con demostraciones de que el efecto se producía de veras en la práctica.
El bloque era transportado gracias a rodillos de granito, de madera
(importada de otras zonas en cantidades ingentes) o trineos deslizantes,
y se igualaban, para lograr un adecuado encaje, en su destino final. Las
medidas se realizaban con escuadras en forma de T, plomadas, palos y
láminas de revestimiento. Las piedras eran grabadas con buril y cortadas
con afiladas láminas de cobre. Por medio de rampas (se han encontrado algunas con una pendiente de 1/10) se proveía de piedras una cara de
la pirámide, mientras que las otras tres se rodeaban de terraplenes más
abruptos y estrechos. El encaje de los bloques se conseguía trabajándolos por pares para su exacta adecuación y empotrando cada hilera en la
inferior unos cuatro o cinco centímetros, puliendo los planos resultantes
una vez colocados los bloques y rellenando de piedras los huecos entre
peldaños, con lo que surgían así los planos continuos característicos de
las pirámides clásicas.
No se sabe a ciencia cierta cómo fueron colocadas las piedras en su
posición final, pero es casi seguro que se debió utilizar la palanca, al menos para los tramos más abruptos. A diferencia de las puntualizaciones
de Däniken, es justo aclarar que las cuerdas sí existían a la sazón, y que
se pueden observar representadas en algunas esculturas e incluso conservadas en algunos museos. El historiador griego Herodoto, que visitó
Egipto el 440 a. C., casi dos mil años después de la construcción de las
grandes pirámides, gozaba de fama de exagerar en sus apreciaciones. Sin
embargo, el griego no atribuyó a los colosales monumentos más que 22
años de trabajo realizado por cien mil obreros, cifra desde luego muy lejana del millón de hombres laborando durante 664 años de las estimaciones de los ufoarqueólogos. Y por numerosa que fuese la tropa que
trabajaba en este titánico proyecto, el fértil valle del Nilo podría haberles alimentado en abundancia.
Hasta aquí alcanza la narración ortodoxa de lo sucedido, pero a poco
que se observe con detenimiento, se hace pronto irresistible la evidencia
de que los hechos no pudieron desarrollarse de tal modo. Casi cualquier
proeza técnica atribuible a sus constructores palidece frente a la de cubrir la Gran Pirámide con 27.000 losas de revestimiento, de las que hoy
quedan ya pocas. Esos millares de bloques constituyen la obra de ingeniería más portentosa realizada jamás sobre este planeta, fuesen quienes
51
FRONTERAS DE LA REALIDAD
fueran sus responsables. Y estamos hablando de hace cinco mil años según la escuela de Verrin, o siete mil seiscientos a decir de Maleton, con
el que concuerdan otros arqueólogos.
Las losas en cuestión poseen superficies de más de tres metros cuadrados, y sus aristas —de casi dos metros— exhiben entre sí un paralelismo cuyo error es de cinco centésimas de milímetro, de tal forma que
al colocarse juntas las caras de una y de otra quedan en íntimo contacto. No hay en esos bloques huellas de arrastre ni marcas o puntos para
el enganche de grúas o cuerdas. Además, sus constructores colocaron
en las juntas yeso de fraguado rápido, que obliga a colocar el bloque al
primer intento, sin posibilidad de moverlo después. ¿Cómo lo hicieron?
En las canteras actuales una campana de vacío succionando sobre una
superficie pulida permite alzar piezas de hasta dos toneladas. Pero, dejando a un lado el hecho de que nada nos indica que en la IV Dinastía
dispusiesen de campanas de vacío, cada una de esas 27.000 losas de revestimiento pesaba, no dos, sino 16 toneladas.
Los noventa grados exactos que formaban los ángulos constituidos
por los bordes de esas losas les permitían ajustarlas a lo largo de los
230 metros de la primera hilera de bloques con un error de angularidad en cada uno de ellos de un segundo de arco (1’’). En otras palabras, cada uno de los bloques de revestimiento que en su día arroparon
las majestuosas caras de la Gran Pirámide está fabricado con más precisión que una escuadra normalizada de las que se utilizan en la industria moderna.
Este asunto de las losas de recubrimiento plantea una cuestión cuya
importancia parece haber escapado la mayoría de los arqueólogos, quizás por juzgarla un tecnicismo alejado de su propia especialidad. Se trata de la utilización en el Egipto faraónico de instrumentos ópticos de
medida. Y la razón es sencilla: un instrumento de otra clase ocasiona
errores angulares de hasta trescientos segundos, el error de un anteojo
corriente de autocolimación es de hasta cinco segundos, y sin embargo, en los bloques de revestimiento la angularidad se halla corregida
con errores de un segundo. Ello indica que no sólo debieron poseer el
equivalente a nuestros modernos instrumentos ópticos de medida, sino
que además sus herramientas fueron de lo que hoy consideraríamos alta
precisión. De hecho, el tallado y pulimento de cada una de las losas es
una tarea comparable a la de pulido de la lente del telescopio mayor de
Monte Palomar, y eso 27.000 veces —porque 27.000 eran los bloques
de revestimiento— hace entre 5.000 y 7.000 años, de esto último no estamos seguros.
52
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
La exactitud en la orientación de la Gran Pirámide, asimismo, revela un nivel de conocimiento geodésico cuando menos intrigante.
Los registros arqueológicos esgrimen datos supuestamente explicativos, como las representaciones del faraón u otros personajes con una
maza, estacas y la cuerda de arpentar, determinando la orientación de
un templo. Como en los manuscritos e inscripciones tampoco aparece
la menor muestra de conocimiento geodésico, es natural que numerosos arqueólogos atribuyan a la mera casualidad la exquisita orientación
de estos monumentos. Pero el hecho es que tanto la pirámide de Keops
como la de Kefrén presentan una desviación respecto al norte de cinco minutos y treinta y un segundos de arco, cuando nuestras modernas
normas de precisión dan por buenas medidas con errores mucho mayores. Es más, esos cinco minutos y treinta y un segundos de error serían hoy mismo una hazaña geodésica si advertimos que, como medida
angular, equivalen al ancho de una moneda contemplada desde un kilómetro de distancia.
De inferir los conocimientos matemáticos de los antiguos egipcios
partiendo de los textos que nos han legado, la conclusión es lamentable:
no pasaron de lo que hoy se imparte en los primeros cursos de enseñanza primaria. Sin embargo, sus obras arquitectónicas indican claramente lo contrario. Por ejemplo, la Cámara del Rey de la Gran Pirámide,
de forma rectangular, fue excavada con un error de una décima de milímetro por cada metro, el mismo margen que se acepta en la actualidad
para los prismas ópticos. Pero lo más impresionante es que esa exactitud se mantiene en superficies mucho mayores, como es la propia base
de la Gran Pirámide. Cada lado mide 230,363 m como promedio —casi
un kilómetro de perímetro— lo que da una superficie de 53.067 metros
cuadrados para la base de la Gran Pirámide, aproximadamente la de
ocho campos de fútbol.
Recordemos que, según los datos arqueológicos, los egipcios no utilizaron hasta la XVIII Dinastía la plomada y la mira de observación.
Pero seamos generosos y concedamos a los arquitectos de la IV Dinastía plomadas y miras como las de sus descendientes. ¿Qué precisión
podían permitir aparatos de esa clase? Es difícil calcularlo, si bien advirtiendo que instrumentos muy posteriores, como el astrolabio, la ballestilla o la escuadra de espejos, dan errores de entre treinta y veinte
minutos de arco, convendremos en que el mergeb egipcio ocasionaría
errores —como mínimo— de treinta minutos. Pues bien, retornando a
la base de la Gran Pirámide, resulta que en un cuadrado de más de cincuenta y tres mil metros de superficie el ángulo noroeste mide 89 gra53
FRONTERAS DE LA REALIDAD
dos, 59 minutos, 58 segundos. Si por dos segundos de arco no se trata
de un ángulo recto perfecto, parece inevitable concluir que los antiguos
egipcios se sirvieron en sus obras arquitectónicas de sistemas de medida equivalentes en precisión a nuestros modernos instrumentos ópticos,
como el teodolito.
Otro motivo de perplejidad alrededor de la Gran Pirámide lo encontramos en la horizontalidad de su base. Sobre todo si consideramos que
sus constructores dejaron sin labrar la piedra de la meseta en el centro y
sólo trabajaron el perímetro. A pesar de ello, si comparamos dos ángulos opuestos, el noroeste y el sureste, veremos que la diferencia de altura
es de un centímetro y medio. Esa diferencia representa un error de cuatro centésimas de milímetro por cada metro, lo que concuerda con la rigurosa exactitud de todas las medidas involucradas en esta magna obra.
La conclusión que se impone es que, fuesen dioses o ingenieros de extraordinarios conocimientos cuyo origen desconocemos, los artífices del
conjunto de Gizeh disfrutaban de unas facultades técnicas muy superiores a las esperables en sus contemporáneos. La Gran Pirámide está realizada con más precisión que nuestros actuales relojes de pulsera, con la
diferencia de que fue erigida hace muchos miles de años y no pesa cien
gramos, sino siete millones de toneladas.
Civilizaciones precolombinas
Las culturas existentes en el cono sur del continente americano con anterioridad a la llegada de los descubridores europeos han sido también
una veta riquísima de curiosidades para los paleoufólogos y, a su vez,
fuente de continuas objeciones para sus críticos. Las gigantescas cabezas de piedra esculpidas por los olmecas, en contra de lo dicho por Däniken, son susceptibles de transporte por métodos modernos y algunas
pueden contemplarse en museos mejicanos y estadounidenses. La ciudadela andina de Tihauanaco, por otro lado, constituye un relativo enigma
ya que, aun cuando se conoce con exactitud la fecha de su fundación, sí
ha sido factible establecer (como ha hecho el notable arqueólogo Ponce Sanginés) cinco etapas diferenciadas en los pueblos que la habitaron.
Este lapso abarca en su conjunto hasta el 1.500 d. C., mientras que se
acepta que la fundación del enclave tuvo lugar en el 800 d. C. Las investigaciones al respecto se ven obstaculizadas por el hecho de que el periodo preincaico de Tihauanaco fue borrado casi en su totalidad cuando los
incas ocuparon la ciudad y, en un claro ejemplo de imperialismo cultu54
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ral, se dedicaron a reescribir la historia de manera que sus hazañas pareciesen consecuencia de imperativos divinos.
La construcción de esta urbe, al igual que en el caso de las pirámides, exigió un esfuerzo ciclópeo, pero es muy dudoso que en él interviniesen alienígenas de clase alguna. El pórtico denominado «Puerta del
Sol» ha levantado encendidos comentarios debido a que en su frontispicio aparece una figura tallada del dios Viracocha con cuatro dedos
(¿un extraterrestre?). Los arqueólogos han hecho notar que puede tratarse de una posición en la cual la sujeción del cetro hace que el dedo
pulgar oculte el índice, o bien una representación mitológica en forma
de hombre-animal con cuatro dedos en lugar de cinco. Otro tanto podría decirse de Machu Picchu, las ruinas incas descubiertas en una cima
montañosa en 1911 e identificadas durante muchos años erróneamente con Vilcabamba, la última capital del imperio inca antes de la conquista española.
La fabricación de las estatuas en la isla chilena de Pascua, en el Pacífico sur, no parece un misterio tan severo si se nos hace constar que
en 1956 el antropólogo Thor Heyerdhal y un grupo de seis isleños esculpieron juntos los rasgos de una nueva estatua en tres días, sirviéndose de utensilios de piedra y de recipientes de agua para ablandar la roca
volcánica. Idéntico equívoco envuelve el asunto de los túneles del Ecuador, una extensa red de galerías subterráneas que contenía una misteriosa biblioteca de finas láminas metálicas, según el testimonio de Däniken.
Poco después de publicar su relato, empero, el escritor suizo admitió que
nunca había estado en el interior de una de esas grutas. Las grutas, por
lo demás, sí existen y es lamentable decir que hasta la fecha no se ha emprendido ningún intento serio de investigarlas exhaustivamente.
Asimismo, el «astronauta de Palenque» es uno de esos ejemplos demostrativos de que la interpretación de una imagen puede diferir por
completo dependiendo del observador que la examine. La tapa del ataúd
maya, tallada en el 683 d. C. y hallada en 1952, se encuentra en el Templo de las Inscripciones en Palenque, México, y fue descrita por Däniken
como representando a un hombre que pilota un cohete. Partes de un dibujo del sarcófago se sombrearon en el libro del escritor suizo para inducir al lector a ver lo que Däniken quería que viese. El efecto general
del sombreado es el de reducir intencionadamente la visibilidad de la decoración maya tradicional.
De hecho, en opinión de los expertos, el grabado de Palenque representa a un gobernante, Pacal, suspendido entre el mundo de los vivos y
el de los muertos. Por encima de él, el pájaro Quetzal, que simboliza el
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
amanecer, se halla posado en la parte superior de una cruz parcialmente formada por espigas de maíz en representación de la fertilidad. Debajo del asiento de Pacal se acurruca el sonriente monstruo de la Tierra,
parecido a un ogro de grandes fauces. A todo esto han respondido los
ufoarqueólogos alegando que la introducción de elementos mitológicos
mayas no elimina la posibilidad de que sea un reflejo de un contacto
alienígena real revestido de rasgos legendarios. Nada excluye este extremo, por supuesto, mas sería pertinente contar con pruebas mejores que
el simple beneficio de la duda.
En el altiplano de Nazca, Perú, existe un entramado de líneas y figuras que sólo resultan visibles desde el aire dada la enormidad de sus
dimensiones. Por ello, datándose su construcción muchos siglos atrás,
hubieron de esperar a ser descubiertas en 1927, cuando la aviación estaba suficientemente desarrollada para permitir que los exploradores
sobrevolasen la zona. Como era de esperar, esta circunstancia no escapó a la atención de Däniken, quien vio en los dibujos de Nazca un nuevo apoyo para su hipótesis extraterrestre. Así, en un cierto momento del
pasado, una expedición alienígena improvisó un aeródromo en esta altiplanicie peruana, y tras su partida los nativos añadieron otras pistas y
dibujos para invocar el retorno de los dioses espaciales.
Ahora bien, las objeciones a esta idea son muchas y poderosas. Para
empezar, el terreno es demasiado blando para soportar el peso de una
aeronave de tamaño regular («Me temo que los extraterrestres se habrían hundido», hizo notar la arqueóloga alemana y experta mundial en
Nazca, Maria Reiche). En otro orden, es lógico suponer que astronaves
capaces de surcar el espacio sideral precisarían tanto de pistas de aterrizaje y despegue horizontal como un moderno astronauta necesitaría
de un sextante para calcular su posición en órbita. Igualmente es difícil
mantener que las líneas de Nazca sirvan de referencia para la navegación cuando muchas de ellas señalan hacia laderas de colinas, propiciando así una colisión segura.
Más bien se diría que en Nazca nos encontramos ante un sofisticadísimo calendario astronómico compuesto de líneas rectas —a las que después se añadieron figuras de animales totémicos— y marcas gigantescas
en el suelo, las cuales al mismo tiempo actuarían a modo de salmo arquitectónico dirigido a las deidades locales, generalmente personificaciones
de astros y constelaciones. La construcción de estas líneas pudo efectuarse de varias maneras: una de ellas sería mediante pequeños modelos
a escala, que permitiesen trasladar los dibujos sobre el terreno, sección
por sección, marcando cada una de las mismas con un poste y usando
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
una unidad de medida basada quizás (como el codo bíblico) en las proporciones del cuerpo humano.
La otra posibilidad, mucho más ingeniosa y espectacular, consiste en
sugerir que los antiguos lugareños pudieron haber dirigido las obras desde las alturas, gracias a globos de aire caliente que la tecnología de la
época era apta para fabricar. El norteamericano Jim Woodman y el británico Julian Nott consiguieron elevarse sobre la llanura de Nazca en
1975 en el interior de un aerostato que fabricaron utilizando réplicas
fieles de los materiales comunes entre los antiguos nazcas. El aerostato,
bautizado Cóndor I, constaba de una barquilla con la forma de las piraguas de Totora (mimbre que crece en la zona) usadas todavía en el lago
Titicaca, y de un globo confeccionado con una fidedigna reproducción
de los lienzos de las tumbas indígenas, cuyos poros se taparon con hollín de fuego de leña.
Misterio en China
Consideración a parte merece el llamado «enigma de los Dropas», una
tribu china situada a unos 640 km de la ciudad más cercana en las montañas de Bayan Kara-Ula. Pese a convivir estrechamente con la tribu
Han, los Dropas se distinguen por su reducida estatura (la altura media
de un adulto es de 1,25 metros), cabezas notablemente grandes con muy
escaso cabello, ojos también grandes y azulados, pero sin rasgos orientales. Su aspecto es más bien caucásico, con cuerpos sumamente delgados
y delicados. El peso medio de un adulto es de unos 50 kilos. Algunos antropólogos afirman que los Dropas constituyen un grupo racial singular
y diferente de todos los demás existentes en nuestro planeta, lo que se
atribuye a mutaciones aleatorias o a degeneración genética por endogamia prolongada. Los ufólogos, desde luego, han planteado una hipótesis
alternativa con la consiguiente controversia.
La tribu de los Dropas fue hallada y estudiada por el profesor de arqueología Chi Pu Tei, cuando se dirigía con sus alumnos a inspeccionar
una serie de cuevas que se entrelazan en las montañas de Bayan KaraUla, en las fronteras entre China y el Tíbet. Una vez allí, llegaron a la
conclusión de que podría tratarse de un sistema de túneles artificiales.
Las paredes eran cuadradas y cristalizadas, como si el corte en la montaña hubiera sido realizado con una fuente de calor extremo. Allí, además
de esqueletos enterrados con curiosas proporciones anatómicas, encontraron un disco de piedra tallado a mano. El disco tenía 22,7 cm de diá57
FRONTERAS DE LA REALIDAD
metro y 2 cm de grueso, con un orificio central, perfectamente circular,
de 2 cm de diámetro. De aquí surgía un surco fino en espiral hacia el exterior con signos que aparentaban ser caracteres de alguna escritura desconocida. La antigüedad de este disco se estimó entre 10.000 y 12.000
años (anterior a las fechas comúnmente atribuidas a las grandes pirámides de Egipto). Más tarde se descubrieron hasta un total de setecientos
dieciséis discos, todos ellos con inscripciones diferentes.
Los extraños discos dropas fueron catalogados y guardados en la
Universidad de Beijing. Y en 1962, un grupo de investigadores dirigidos por el profesor Tsum Um Nui anunció avances en la traducción de
las misteriosas inscripciones. La historia supuestamente relatada en los
discos dropas llegó a conocimiento del gran público en 1965, gracias al
artículo que el filólogo ruso Vyacheslav Saizev escribió para la revista
alemana Das Vegetarische Universum y la rusa Sputnik. La presunta narración refiere el aterrizaje forzoso de una nave sideral procedente de un
planeta lejano en las montañas de Baian Kara-Ula. Los tripulantes de la
nave espacial (los Dropas originales) buscaron refugio en las cuevas de
las montañas, donde los oriundos de la zona, la tribu Han, los tomaron
en un principio por invasores extranjeros. Estalló el conflicto y un cierto número de alienígenas murió en los enfrentamientos, hasta que los
Han comprendieron sus pacíficas intenciones. A partir de ese momento,
y dado que los Dropas no pudieron reparar su nave, ambos grupos convivieron en armonía y sin intromisiones gracias al aislamiento geográfico del que disfrutaron durante siglos.
Otras rarezas históricas
La columna que no se oxida en Delhi, popularizada por Däniken, no
está realmente en Delhi sino en Mehauli, no se oxida porque es de hierro puro (sin aleaciones), y fue erigida en honor al rey Candragupta II,
en siglo V d. C.
Las tablillas sumerias de Ur no contienen descripciones de dioses en
naves voladoras, por el contrario se trata de textos comerciales y legales. Además los dioses sumerios no provenían de las estrellas sino que se
identificaban con ellas, tal como ocurría en la mitología religiosa de los
otros pueblos de la zona. El hecho de que hacia el nacimiento de Cristo los plateros de Bagdad utilizasen primitivas baterías eléctricas, montadas con varillas de hierro, betún, vasijas de barro y fundas de cobre,
para chapar electrolíticamente (las baterías funcionaron en la actuali58
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
dad usando de electrólito una mezcla de vino, vinagre y sulfato de cobre,
como reconoció Walter Winton, superintendente del Museo de la Ciencia de Londres), o que los griegos hubiesen construido hacia el 65 a. C.
un complicado dispositivo de engranajes para cálculos astronómicos según los restos encontrados cerca de la isla de Cerigotto (el esquema del
mecanismo fue reproducido por Derek J. de Solla Price y es conocido
popularmente como «la máquina de Anthykitera»), puede resultar escalofriante pero no absurdo si nos percatamos de lo mucho que, probablemente, hemos subestimado los conocimientos prácticos de nuestros
predecesores en la Historia.
El mapa atribuido al almirante turco Piri Reis, que data del siglo XVI,
es otra de las armas esgrimidas por los paleoufólogos para persuadirnos
de que la Tierra fue visitada por cosmonautas de otros mundos durante el pasado remoto. Según Däniken, el mapa de Piri Reis, descubierto
en 1929 en el curso de un inventario en el museo Topkapi de Estambul,
contiene detalles inauditos acerca de cordilleras antárticas (hoy enterradas por el casquete glacial y sólo detectables con ecogoniómetros) que
únicamente pudieron ser accesibles a cartógrafos de hace diez mil años.
Afirma, además, que para trazar este mapa se partió de una fotografía
de nuestro planeta tomada desde un satélite sobre la vertical de El Cairo,
y que Cristóbal Colón se sirvió de uno semejante al planificar su viaje al
Nuevo Mundo (volveremos sobre ello en el capítulo 5).
El Dr. A. D. Crown, del Departamento de Estudios Semíticos de la
Universidad de Sidney, tiene, por su parte, graves impugnaciones que
plantear a estas teorías. Sin cuestionar los méritos del mapa, el Dr.
Crown niega que su trazado necesitase de fotografía aérea y sostiene
que los datos geográficos contenidos en él, ni son tan misteriosos como
el escritor suizo supone, ni eran desconocidos para los buenos navegantes de la época. Este estudioso señala que las distorsiones del dibujo con
las que Däniken pretende explicar el extraño alargamiento de Sudamérica no se hubiesen producido si el documento estuviese realmente centrado en la capital egipcia. Extremando las comprobaciones, el Dr. Crown
delimitó sobre un mapamundi ordinario la zona cubierta por el mapa de
Piri Reis y, además de que en esta representación no aparece la Antártida
en absoluto, los cartógrafos de los tiempos de su confección (aproximadamente el 1513) ya conocían el sector de la costa suramericana recogido por esa carta5.
Un marcado motivo de discusión radica en los huesos fósiles prehistóricos que presentan perforaciones similares a las que produciría el orificio de un proyectil balístico. Däniken nos muestra en su libro El mensaje
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
de los dioses (título original Meine Welt in Bildern) la fotografía de una
testuz de bisonte, datada en diez mil años de antigüedad y conservada en
el Museo Antropológico de Moscú, con un supuesto orifico de bala en el
centro. Igualmente, en 1921 el British Museum recibió un cráneo neandertaloide hallado en Broken Hill (Zimbabwe), cuyos laterales mostraban dos perforaciones circulares perfectamente alineadas con la forma
típica de los orificios de bala. Por si esto fuera poco, el escritor y ufólogo
español Antonio Ribera descubrió en el museo de la localidad de Moià
(Barcelona) un cráneo cuyo hueso frontal presentaba una perforación
circular que evocaba de inmediato la producida por una bala moderna.
Ribera se hizo acompañar en una segunda visita de un médico amigo suyo que confirmó la perfecta circularidad del orificio (descartándose así que hubiese sido causado por una punta de sílex), que la herida
no afectaba ninguna parte vital, y que el individuo debió sobrevivir a
la misma ya que los bordes aparecían esclerosados (formación de callo
óseo circundante a la abertura). La posibilidad de que se tratase de una
trepanación era débil, pues las trepanaciones se solían practicar en los
parietales y producían incisiones más grandes e irregulares. Aun así, lógicamente, las explicaciones ortodoxas no se encaminan en la dirección
de los cazadores extraterrestres, toda vez que nos ofrecen justificaciones
como las de que se trata de heridas provocadas por esquirlas o fragmentos originados en explosiones volcánicas, meteoríticas6 u otro fenómeno
natural violento. O incluso se especuló con que fuesen agujeros hechos
por el hombre prehistórico para drenar una sinusitis. La realización de
un concienzudo estudio forense y balístico acaso pudiera determinar con
relativa facilidad el agente causante de estos singulares orificios, pero,
que se sepa, nadie se ha tomado la molestia de efectuarlos.
En resumidas cuentas, en todas las cuestiones debatidas se puede demostrar que a Däniken le asiste mucha menos razón que a sus críticos,
aunque este extremo no haya repercutido en absoluto en sus éxitos editoriales. Su estilo provocativo, rayano en lo escandaloso y carente de
todo rigor, no constituye, por cierto, el vehículo que mejor pueda transportarnos en pos de una verdad que cuando menos es sumamente controvertida. El desprecio de Däniken por la más elemental sensatez acaba
dando la impresión a un espectador ecuánime de que, más que ante
crónicas de contactos arcaicos con extraterrestres deformadas por el
pensamiento primitivo, estamos ante viejas leyendas y mitologías distorsionadas en virtud de las preconcepciones de los ufoarqueólogos.
Tras casi todos los escritos de Däniken subyace el pensamiento de que
nuestros antepasados fueron invariablemente demasiado torpes y bárba60
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ros para imputarles las fabulosas realizaciones de la antigüedad. La idea
directriz es que cabe concebir a nuestros ancestros como unos brutos ignorantes y medio salvajes, incapaces de lograr nada por sí mismos sin
ayuda externa. Cada día, sin embargo, los estudios de arqueología y antropología tienden a reforzar la suposición contraria, eliminando una
vez más visos de verosimiltud a mucho de lo postulado por la paleoufología. Otra de las principales taras de las teorías dänikenianas queda de
relieve en su costumbre de interpretar toda extrañeza del pasado en función de nuestros conocimientos del presente, lo cual aumenta el peligro
de vernos traicionados por nuestros propios tópicos culturales del mismo modo que los narradores arcaicos se vieron contaminados por la mitología y el folklore que les eran familiares. Una actitud tal no pasa de
ser en el fondo una muestra de psicología proyectiva; cualquier individuo puede entrever al trasluz de cada leyenda todo cuanto desee sin que
exista forma humana de refutarlo. Como ya había quedado dicho, los
mitos son el espejo donde el ser humano refleja hasta las más secretas
estancias de su mente.
Pero tampoco sería justo confundir los términos. Que las pruebas
aportadas por estos autores sean una mezcla homogénea de falsedades y
exageraciones no quiere decir que cualquier otro indicio deba ser igualmente erróneo. Así lo entendieron el etnólogo soviético M. M. Agrest
—quien ya en 1959 especuló con la posibilidad de que Sodoma y Gomorra hubiesen sido devastadas por una explosión nuclear o que el Libro de Enoch refiriese un contacto con alienígenas en términos de una
mentalidad primitiva— o, más recientemente, el astrofísico y exobiólogo norteamericano Carl Sagan. Este último subrayó que un contacto con
una civilización alienígena permanecería registrado de forma tanto más
reconstruible cuanto mayor fuese el cambio operado en la sociedad humana contactada a resultas del encuentro, cuanto más rápidamente quedase plasmado por escrito dicho contacto y cuanto menos procurase la
civilización foránea de desfigurar su genuina naturaleza.
Para Sagan, el mito cultural que mejor cumple estas tres condiciones es la leyenda sumeria de Oannes y los Apkallu, hombres-peces portadores de la civilización que se dedicaron durante varias generaciones
a educar a la humanidad. La narración más fidedigna se remonta a Beroso, un sacerdote babilónico de la era de Alejandro Magno, quien nos
detalla que los antiguos habitantes de las orillas del golfo Pérsico —quizás cerca de Eridú— tomaron contacto con seres no humanos (descritos como «semidemonios», «personajes» o «seres», nunca como dioses)
que les transmitieron muy estimables enseñanzas. De todos modos Sa61
FRONTERAS DE LA REALIDAD
gan concluye que resulta imposible demostrar la veracidad de esta clase
de relatos, por cuanto a nadie le es dado asegurar en qué proporción se
componen de fantasía y en qué otra son un retoque poético de sucesos
reales. Ciertamente, acerca de cualquier leyenda jamás podremos dilucidar sin sombra de duda el papel jugado por la imaginación del cronista en la modificación de la base real, si es que había alguna, que articula
este tipo de mitos.
Pero es el mismo C. Sagan quien nos ofrece una posible salida al dilema realidad-mitología. Dice en su libro La Conexión Cósmica: «Sólo
hay una clase de leyenda que podría ser convincente: cuando la información que contiene la leyenda no pudo ser generada por la civilización
que creó la leyenda. Si, por ejemplo, un número transmitido desde hace
miles de años como sagrado resultase ser la constante de estructura nuclear, éste sería un caso que merecería toda consideración».
Pues bien, no faltan quienes opinan que en el caso de los Dogón africanos disponemos de indicios semejantes a los reclamados por el astrofísico americano. La tribu de los Dogón, en Mali (África occidental),
posee unos conocimientos astronómicos extraordinariamente precisos
para tratarse de una población primitiva y aislada, y que además se encuentran incorporados a sus ritos tradicionales desde hace un gran número de siglos. Este pueblo fue estudiado en el periodo 1931-1952 por
dos de los antropólogos más prestigiosos de Francia, Marcel Griaule y
Germaine Dieterlen. En 1946, Griaule pudo por fin acceder a los más
secretos rituales de la tribu tras haberse ganado la confianza de los sacerdotes. El antropólogo francés quedó entonces estupefacto por la inconcebible corrección de lo que descubrió. Los Dogón conocían el anillo
de Saturno (imperceptible a simple vista), conocían las cuatro principales lunas de Júpiter, sabían de la redondez de la Tierra y de su rotación
sobre sí misma, y, por increíble que parezca, estaban seguros de que la
galaxia tiene forma espiral, hecho éste conocido hace comparativamente pocos años por la astronomía moderna.
Siendo como son asombrosos estos conocimientos, lo más impactante es su sabiduría referente al sistema estelar doble que al que llamamos
Sirio. En torno a Sirio A, el astro visible, gira Sirio B —una estrella que
se encuentra en un estado superdenso denominado «enana blanca»—
absolutamente inapreciable a ojo desnudo, que fue identificada por primera vez en 1862 y fotografiada en 1970. Los Dogón sabían que Sirio
A estaba acompañada de Sirio B; sabían que a pesar de su pequeñez su
densidad es inmensa, conocían que la órbita de Sirio B alrededor de Sirio A era elíptica y duraba cincuenta años, así como la posición exacta
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de Sirio A en el interior de la elipse, esto es, sobre uno de sus focos y no
en el centro, donde incluso muchos occidentales educados la colocarían
espontáneamente.
Por si todo esto no fuese suficiente, los sacerdotes Dogón explican
que sus conocimientos les fueron entregados por unos seres anfibios
provenientes del sistema Sirio. Las tradiciones tribales relatan también
con todo lujo de detalles la llegada de estos seres, que los Dogón llaman
Nommo, y el aterrizaje de su «arca» (tal vez una nave) describiendo sus
movimientos y sonidos. Para más exactitud, sitúan el lugar de origen de
los Nommo en un planeta dependiente de una segunda estrella orbitante
en torno a Sirio A y que sería cuatro veces más ligera que Sirio B.
Los mencionados Griaulle y Dieterlen, junto con el historiador estadounidense Robert Temple, abogaron sin reservas por la veracidad de
la narración y por admitir la extremadamente probable llegada a la Tierra hace cientos o quizás miles de años de una civilización extraterrestre
procedente de Sirio. Está claro que en esta ocasión la evidencia favorable
no es baladí, y la posibilidad de un contacto en tiempos inmemoriales, o
casi, entre alienígenas llegados desde Sirio y la tribu africana de los Dogón resulta una hipótesis de todo punto digna de análisis.
Las explicaciones alternativas de algunos escépticos son bastante pintorescas, como la de que un ignorado grupo de misioneros con grandes
dotes astronómicas instruyó a los Dogón entre 1926 (fecha en la que A.
S. Eddington sugirió que Sirio B era una enana blanca) y 1931 (fecha de
la arribada de los antropólogos franceses, quienes no hallaron rastro de
tales misioneros), convenciéndoles de que fingieran que sus enseñanzas
formaban parte de una tradición ancestral. O que los ritos Dogón descienden en parte de la cultura egipcia, lo cual supondría que en tiempo
de los faraones algunos hombres dominaban ya las modernas teorías sobre la estructura estelar. Por parte de algunos comentaristas se ha discutido, incluso, si los Dogón alcanzaron sus saberes gracias a los poderes
extrasensoriales y clarividentes de sus sacerdotes. Sin desmerecer el esfuerzo imaginativo de sus autores, tales proposiciones no se tienen en pie
ante un examen mínimamente serio y adoptan los modales de muchos
paleoufólogos, resumidos en la negación de los indicios existentes, por
palmarios que sean, cuando éstos son contrarios a su postura.
Algunos científicos y escritores de ciencia —como C. Sagan y I. Ridpath— han expresado sus dudas sobre la licitud de estas conclusiones,
aun a pesar de que sus objeciones se encuentran mucho menos respaldadas que en el caso de Däniken. Sin dudas de ninguna clase, el hallazgo
de una nueva compañera de Sirio A, además de Sirio B, constituiría un
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
refrendo definitivo a las narraciones Dogón. Por el momento no se ha
detectado prueba alguna que haga pensar en su existencia, si bien una
simulación por ordenador ha establecido la compatibilidad de una hipotética tercera estrella con la estabilidad del sistema Sirio. Por todo esto,
convendría mantener una postura imparcial al respecto, pues tal vez el
tiempo acabe propinándonos un baño de humildad si se llega a demostrar que no fueron nuestros escépticos contemporáneos, sino los sacerdotes de una remota tribu africana, quienes estaban en lo cierto.
64
3
ANALIZANDO LA EVIDENCIA
A
las muchas dificultades que ha de afrontar el estudioso del fenómeno OVNI se agrega una especialmente insidiosa, debida a la confusión en la terminología. El vocablo OVNI, por su propia definición,
puede aplicarse con todo derecho a cualquier cosa que surque los cielos y cuya identidad nos sea desconocida en algún momento. En puridad, la inmensa mayoría de lo que es visible en el cielo nocturno podría
calificarse como OVNI, no podemos estar completamente seguros de
que las luces de posición de un avión son tales hasta que nos aproximemos lo suficiente para verlo con total claridad, lo que con frecuencia no es posible.
En cambio, el uso coloquial de la palabra OVNI hace casi siempre
referencia a una nave espacial de origen extraterrestre, con lo cual el
hablante excluye de principio cualquier otra explicación alternativa
de los sucesos que se cobijan bajo este epígrafe. Entre la proposición
«Hemos visto un OVNI», que expresa el avistamiento de algo cuya
naturaleza exacta nosotros ignoramos, y la otra de «Hemos visto una
cosmonave alienígena», que es la que acostumbra a entender la práctica
totalidad de los oyentes, existe un salto lógico inaceptable para todo
observador imparcial.
Por ello, si tomamos el rigor y la precisión como normas de conducta, el correcto análisis de este problema pasa por la respuesta a dos
preguntas principales, a saber: ¿disponemos de suficientes indicios que
apunten a la existencia de fenómenos aéreos verdaderamente inexplicables? y ¿podemos inferir razonablemente de dichos indicios —si los
hay— el origen natural o artificial del fenómeno? El examen cuidadoso
de estos dos interrogantes será una guía de inapreciable valor en nuestro
afán de aproximarnos al núcleo de la cuestión, evitando la espesa capa
de confusiones, equívocos y presuposiciones que la rodean. Y al inicio
no parece que nos haya de faltar material de trabajo.
Desde 1947 hasta el presente se calcula en más de diez millones el número de testigos que podrían haber protagonizado un encuentro OVNI
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
en cualquiera de sus modalidades. Aunque la cifra ha de reducirse a
cien mil si es que deseamos restringirnos a los casos de mayor extrañeza. Con el fin de evitar los extravíos, en la discusión subsiguiente nos ceñiremos a los tres tipos de indicios que mayor peso ofrecen de cara a la
indagación de este asunto: testigos cuya honestidad personal o categoría intelectual les hacen acreedores de la máxima fiabilidad; testimonios
refrendados por marcas físicas presuntamente producidas por el ovni en
cuestión; y avistamientos apoyados por el registro del fenómeno en aparatos de detección y rastreo.
La fuente primordial de pistas, tanto por su número como por la
cantidad de información extraíble, y también una de las más controvertidas, se encuentra en el conjunto de declaraciones de todas aquellas personas que afirman haber presenciado un suceso ufológico del
todo inexplicable según los procedimientos usuales. Generalmente
estos sucesos se concretan en el avistamiento de algo cuyo comportamiento invita a pensar en una nave de origen no terrestre. Por desgracia, el testimonio humano es una de las pruebas menos fiables que
un investigador concienzudo aspiraría a poseer. La naturaleza de las
personas es tal que cuando se ven inmersas en una situación sorpresiva o inusitada, de inmediato se manifiesta una invariable tendencia a
fantasear en busca de una explicación para la experiencia insólita que
han protagonizado.
La predisposición a creer en la existencia real de ciertas entidades
(ovnis, fantasmas, monstruos), marcada por el ambiente social en el
que se desenvuelve el sujeto, puede influir —y de hecho así lo hace—
en la interpretación adjudicada al suceso extraño que se ha vivido. El
modo más seguro, por tanto, de enjuiciar un determinado testimonio
estriba en valorar el grado en el que satisface una serie de condiciones
cuyo cumplimiento aumenta proporcionalmente la fiabilidad del relato.
Estas condiciones serían: ¿qué apariencia y qué comportamiento muestra el objeto?; ¿es su forma plenamente visible?; ¿posee el fondo visual
la suficiente claridad como para distinguir nítidamente sus contornos?;
¿tenemos algún modo de estimar la distancia para calcular aproximadamente su tamaño?; ¿disponemos de algún punto fijo de referencia que
nos dé una idea de su velocidad real?; ¿se encuentran los sentidos perceptivos del testigo en una situación óptima para captar lo que sucede
a su alrededor?, etc.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Testigos cualificados
Por uno de los dos bandos de la controversia se acostumbra a proclamar con vehemencia que la práctica totalidad de los testigos ufológicos son gentes ignorantes o medio analfabetas, de psicología fácilmente
influenciable o con tendencias histéricas, y que ningún científico —en
particular ningún astrónomo— ha presenciado nada que se encontrase
imposibilitado de explicar. Sin embargo, las anteriores aserciones no son
en modo alguno ciertas; numerosos individuos de muy alta cualificación
científico-técnica han asistido a sucesos que con apuros podrían calificarse de normales o trivialmente explicables.
Un caso paradigmático fue el que le ocurrió el 12 de agosto de 1883
al director del observatorio astronómico de Zacatecas (México), José
Bonilla. Mientras estudiaba las manchas solares, observó telescópicamente el paso de una nutrida formación de objetos fusiformes no identificados, algunos de los cuales llegó incluso a fotografiar. La posibilidad
de que se tratase del vuelo desenfocado de una bandada de patos, sugerida ya entonces al testigo, fue rechazada tajantemente por el Dr. Bonilla. Lo acaecido al astrónomo mejicano no sería muy significativo de
haber constituido un hecho aislado. Pero lo cierto es que desde entonces
hasta nuestros días han sido muchos los sucesos similares referidos por
astrónomos respetables: los profesores Swift, Hines y Zentmayer, los
doctores Schafarick y Klein, o Sir John Frederick Herschel (hijo del descubridor de Urano) son sólo algunos ejemplos.
Particularmente singular se considera el episodio acaecido el 20 de
agosto de 1948 al célebre astrónomo descubridor del planeta Plutón,
Clyde Tombaugh. A las 22:15 h se encontraba descansando cuando observó en el cielo entre seis y ocho rectángulos luminosos que resultaron
ser los ventanales de una figura volante, opaca y de débil luminosidad,
que se perdió volando lentamente hacia el sureste. Por su parte, siendo
director del Instituto de Meteorítica de la Universidad de Nuevo México, el Dr. Lincoln La Paz estudió una serie de informes sobre objetos volantes, denominados «bólidos verdes» por su color, que se observaron
entre 1948 y 1949 en aquel estado. El propio Dr. La Paz llegó a divisar
personalmente uno de aquellos «bólidos verdes», tras lo cual confesó su
ignorancia sobre la naturaleza del suceso. Lo que sí pudo asegurar fue
que no se trataba de meteoritos, por presentar una trayectoria demasiado horizontal y una coloración excesivamente verdosa.
No menos perplejos quedaron el 26 de julio de 1965 los astrónomos
letones Robert Vitolnick, Yan Melderis y Esmeralda Vitolnick cuando a
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
las 21:35 h descubrieron, gracias a un telescopio de la estación de Ogra,
una figura consistente en un disco plano, en cuyo centro se apreciaba
una pequeña esfera, junto con otros tres esférulos que giraban alrededor
de este cuerpo principal, dando al conjunto una tonalidad verde brillante. Los astrónomos calcularon que los enigmáticos objetos se encontraban a algo más de 100 km sobre la Tierra, así como las dimensiones del
disco mayor, unos 91 m de diámetro.
Análogamente, los astrónomos H. I. Potter y A. Sazanov, del observatorio de la Montaña, a 12 km de Kislovodosk (Cáucaso), observaron
en el verano de 1967 un disco blanco lechoso con un núcleo rojorosado, y un objeto volador con forma de semicírculo asimétrico cuyo
lado convexo estaba vuelto en la dirección de su movimiento. Asimismo,
el geólogo y mineralogista Nicolai Sochevanov, jefe de una expedición
geofísica en Kazajistán del Instituto de Investigación de Leningrado, presenció el 16 de agosto de 1960 el vuelo de un cuerpo desconocido en torno al campamento. Aquel objeto contaba con un diámetro visible una
vez y media superior al de la Luna, y mostraba un brillo característico
que disminuía en sus bordes.
Mas no era la entonces Unión Soviética la que poseía la exclusividad
de estos informes tan bien documentados. En marzo de 1950 la revista
norteamericana True publicaba un trabajo redactado por el capitán de
fragata R. B. McLaughlin, jefe de un equipo científico de la Armada en
White Sands, Nuevo México. En su artículo el capitán McLaughlin narraba las observaciones realizadas por él o por sus compañeros, durante
las cuales contemplaron el 24 de abril de 1949 un objeto elíptico de más
de 30 m de longitud por 12 de anchura —según medidas de teodolito—
y que se desplazaba a 12 km/s a una altura de 89 km.
La misma base militar de White Sands fue el escenario donde los técnicos de la General Mills y cuatro residentes de la cercana localidad de
Artesia presenciaron atónitos cómo dos discos de color blanco mate de
18 ó 20 m de diámetro dieron una vuelta en orden cerrado alrededor de
un globo sonda y partieron en la misma dirección por la que habían llegado. El Dr. Charles B. Moore divisó también un ovni de similares características en las inmediaciones de White Sands, mientras se disponía
a lanzar un aerostato auxiliado por un grupo de cuatro marinos. Todavía dentro del campo de los investigadores meteorológicos, cabe reseñar
que el 23 de octubre de 1958 José Luis Calviña y Francisco Villenoel se
encontraban lanzando uno de estos globos de sondeo en el observatorio
de La Coruña cuando, hacia las 17:45 h, observaron el paso de un objeto lenticular plateado sobre el grupo del teodolito.
68
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
De todas maneras, no es imprescindible ser astrónomo o meteorólogo para vivir este tipo de experiencias. El Dr. Leon Brening, profesor de
Física Teórica de la Universidad Libre de Bruselas, describió el objeto
que pudo observar con prismáticos una noche de marzo de 1990 como
una figura triangular de 50 m de largo, que parecía maniobrar de una
forma insólita y difícil de concebir en una aeronave convencional. Otro
conocido científico vinculado al mundo de la ufología, el astrofísico e
informático Jacques Vallée, se inició en el fenómeno OVNI cuando aún
era un joven astrónomo. En 1961, durante su periodo de pertenencia al
Comité Francés del Espacio, este equipo había estado detectando objetos que presentaban anomalías muy curiosas y Vallée se vio desagradablemente sorprendido al verificar que las cintas magnéticas en las que
se registraron tales observaciones fueron destruidas de modo sistemático. Ello hizo que se decidiera a desligarse de este grupo y a iniciar indagaciones particulares, indagaciones que le persuadieron de que existía
un fenómeno digno de estudio tras el conjunto de sucesos calificados
como OVNI.
Idénticas conclusiones extrajo el Dr. J. Allen Hynek, astrofísico y
asesor científico de las Fuerzas Aéreas estadounidenses con el mandato explícito de desprestigiar esta casuística, cuando comprobó las repetidas tergiversaciones, las deformaciones deliberadas de la realidad y las
consideraciones inaceptables que efectuaban los organismos gubernamentales con el único fin de adaptar los hechos a unas explicaciones elaboradas de antemano.
Probablemente esta actitud de imparcialidad intelectual incluso frente a lo netamente increíble y un espíritu sin más norte que el de perseguir
la verdad allá donde estuviere, condujo a un científico mundialmente
reconocido como Herman Oberth —autor del primer tratado de astronáutica y fundador de la Sociedad de Astronáutica de Alemania— a interesarse en el fenómeno OVNI y manifestar su impresión de que, no
pudiendo achacarse a efectos atmosféricos, aerolitos o armas secretas,
no era descartable que estos objetos resultasen producto de una tecnología extraña a nuestro planeta.
Lo mismo debieron pensar con toda seguridad los miembros de la
Misión protestante de Boinai (Nueva Guinea) los días 26 y 27 de junio
de 1959. En estas fechas una nave de 12 m de diámetro se situó sobre
el lugar durante varias horas, hasta el punto de que uno de los presentes agitó su mano en señal de saludo a unas figuras humanoides que se
asomaban por los bordes de la estructura anular, las cuales devolvieron
amablemente el gesto. El grupo de testigos estaba compuesto por el di69
FRONTERAS DE LA REALIDAD
rector de la Misión, el reverendo William B. Gill, acompañado de siete
profesores, dos médicos, veintinueve asistentes de la Misión y decenas
de indígenas de la zona. Todos, por separado, testimoniaron lo mismo
y sus testificaciones se recogieron en un informe de trece páginas acerca de lo ocurrido.
Uno de los materiales más espectaculares sobre la captación del paso
de un ovni es el constituido por las filmaciones obtenidas en la ciudad
de México, el 11 de junio de 1991, del paso de un disco de apariencia
metálica que permaneció suspendido en los cielos de la metrópolis entre
7 y 10 minutos. La feliz coincidencia de que en aquellos momentos miles de aficionados mexicanos se encontrasen preparados con sus cámaras de vídeo para inmortalizar un eclipse de Sol permitió que el extraño
objeto fuese filmado al mismo tiempo desde diversas perspectivas. Los
barrios de Arreguín (al suroeste de la capital mexicana), Torres (centro),
Alamilla (sureste), Vallejo (noreste) y otros como Colina Aragón o Colonia Condesa fueron los puntos desde los que se pudo captar tan inusual aparición.
Marcas sobre el terreno
Un nuevo tipo de indicios que suministraría mayores pruebas en favor
de la realidad física del fenómeno vendría determinado por el conjunto de marcas y huellas que los testigos atribuyen presuntamente a los
efectos del aterrizaje de un ovni. Y tampoco faltan las declaraciones de
informantes en las que se refiere la existencia de estas señales sobre el
terreno. El 21 de abril de 1967, R. N. Crowder dijo haber observado
el despegue de un objeto tubular desde la superficie de la carretera de
South Hill (Virginia). En la investigación del caso, practicada por William Powers, de la Northwestern University y ayudante del Dr. Hynek,
se localizaron cuatro orificios sobre la carretera que formaban un cuadrado y una mancha negra alargada, probablemente provocada por el
intenso calor despedido por un objeto que debía pesar varias toneladas,
a tenor de la profundidad de las huellas.
A semejanza del caso anterior, pero esta vez en España, el 25 de julio de 1979 a las 11:30 h, Federico Ibáñez Ibáñez quedó estupefacto al
contemplar a 4 km de su pueblo, Turis (Valencia), un objeto semiovalado de base plana y con una superficie lisa de color blanco reluciente, de
2,20 m de altura por 2,50 de anchura aproximadamente, descansando
sobre el suelo apoyado en cuatro soportes. La perplejidad del testigo se
70
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
hizo mayor al percibir la presencia de dos pequeños seres de 90 cm de
altura vestidos holgadamente de blanco que se lanzaron a la carrera hacia el objeto. Tras alcanzarlo éste despegó a enorme velocidad y casi en
vertical, sin ruido y sin más consecuencias que un remolino de polvo.
Investigaciones posteriores descubrieron en el lugar cuatro huellas
que formaban un rectángulo de 1,76 m×1,30 m. Cada una de las huellas
consistía en una silueta lobular de 8 cm de diámetro cuyo interior estaba
compuesto de ocho casquetes esféricos que, a su vez, rodeaban a un casquete central de unos 3,5 cm de diámetro. La profundidad de las huellas
oscilaba entre los 9 y los 14 mm, y se estimó el peso del objeto en 400
kg aproximadamente. No se hallaron rastros significativos de radiactividad o temperatura anormales.
Entre 1978 y 1979, las investigaciones de la policía francesa sobre
avistamientos y declaraciones sometidas a juicios periciales muy rigurosos arrojaron un saldo residual de un 38 % de casos de todo punto inexplicables, cifra que puede empezar a considerarse significativa. El 8 de
enero de 1981, por ejemplo, un ovni aterrizó en el pueblecito de Tranceon-Provenze ante el asombrado albañil Renato Nicolai. El objeto —a
decir del testigo— «era como dos platos unidos por su parte cóncava».
Posteriormente, la gendarmería constató la presencia de huellas sobre el
terreno y envió muestras de la hierba aplastada a cinco centros oficiales
de análisis. Michel Bounias, biólogo y matemático del Instituto Nacional de Agronomía, confirmó que sobre el suelo se había posado un objeto de gran peso. Asimismo se detectaron restos muy tenues de partículas
metálicas, y se comprobó una alteración metabólica —probablemente
de origen electromagnético— en las plantas de la muestra.
Todavía más sorprendente fue lo que aconteció a las 12:30 h del 21
de octubre de 1982 en Nancy (Francia). En esa fecha aterrizó un insólito objeto en un jardín de 10 m2 propiedad de un biólogo que prefirió
preservar la privacidad de sus datos personales. El objeto se detuvo levitando a un metro del césped y a un metro y medio del testigo. Con
mucha prudencia, el biólogo se acercó a unos 50 cm del artefacto sin tomar fotografías del mismo. Sus descripciones señalan una forma ovoide de 1,5 m de diámetro, espesor de unos 80 cm y la presencia de una
corona circular de unos 40 cm de anchura. El objeto parecía formado
por dos materiales: uno azul-lago por encima y otro como berilio pulido por debajo.
Veinte minutos después de su llegada, el objeto partió silenciosamente y se perdió en el firmamento. Lo curioso es que para producir los movimientos de la hierba que el testigo dijo que se produjeron durante el
71
FRONTERAS DE LA REALIDAD
despegue se hubiese necesitado al menos un campo electromagnético de
30 kilovoltios/metro. Y, en efecto, al analizar una amaranta dañada por
el fenómeno, se descubrió que las cáscaras de sus frutos habían estallado y su contenido se había cocido de una manera harto sorprendente.
No obstante, el más célebre testimonio que pretende aportar evidencias de un aterrizaje OVNI corresponde a Lonnie Zamora, agente de
la policía de Socorro (Nuevo México), quien divisó un objeto ovalado
posado sobre el terreno el 24 de abril de 1964. Junto al objeto Zamora pudo distinguir a dos seres —descritos por el policía como adultos de
reducida estatura— enfundados en monos blancos ajustados. Al percatarse de que eran observados, ambos seres penetraron en el interior de
aquella estructura, que despegó y se alejó a una velocidad calculada por
el testigo en más de 200 km/h.
Poco después llegó al escenario de los hechos el sargento M. S. Chaves, de la policía de Socorro, y ambos compañeros comprobaron que la
maleza estaba quemada y se apreciaban huellas sobre el terreno, justamente donde Zamora (que había llegado a situarse a 30 m del ovni) había visto que el tren de aterrizaje de aquel artefacto, formado por tres
patas telescópicas, tomaba contacto con el suelo. Este caso es uno de los
diagnosticados «sin resolver» por el informe Libro Azul (a despecho de
los ímprobos esfuerzos oficiales para encontrar explicaciones alternativas o para desacreditar el testimonio de Zamora). Pese a todo, ésta y
otras declaraciones similares fueron juzgadas sin importancia por los investigadores militares.
Radares y pilotos
En no pocas ocasiones estos desconocidos objetos volantes quedan registrados en las pantallas de radar, lo que viene a refrendar su condición
de cuerpos materiales independientes de las confusiones y alucinaciones de las personas que dicen avistarlos. Así ocurrió el 19 de julio de
1952 cuando, a las 12:40 h de la noche, los radares del centro de control del Aeropuerto Nacional de Washington a cargo de los controladores Harry G. Barnes y Ed Nugent detectaron siete ecos inidentificados
que sobrevolaron la capital federal, atravesando incluso espacios aéreos
prohibidos sobre el Capitolio y la Casa Blanca. Dichos objetos luminosos fueron avistados por algunos pilotos comerciales y los cazas enviados a interceptarlos desde las bases de New Castle y New York se vieron
impotentes para cumplir su misión.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Diez días después, tras varios comunicados contradictorios emitidos
por las autoridades militares, el general Stanford manifestó en una rueda de prensa su opinión de que se trataba de fenómenos naturales que la
ciencia actual es incapaz de explicar. En España existe un crecido número de controladores aéreos que asegura haber detectado ecos inexplicables, muchas veces acompañados de un contacto visual de algún piloto
próximo a la zona. Tales son los casos de José Mª Naranjo, Luis Fernández, el teniente Antonio Paule, el brigada Javier Padilla o Pedro Díaz
Moreda, controlador del aeropuerto de Barajas que junto con el controlador de Paracuellos siguió las evoluciones y posterior división en tres
del ovni observado el 10 de marzo de 1979 por, al menos, tres tripulaciones de aviones comerciales.
El 31 de marzo de 1950 el piloto norteamericano Jack Adams, al
mando del DC-3 que se dirigía de Arkansas a Little Rock, advirtió hacia
las 21:29 h una intensa luz blanca que volaba junto a él y bajo la que se
podía percibir una difusa forma circular y una especie de fila de 8 ó 10
ventanillas resplandecientes de color azul. El 31 de marzo de 1967 dos
F-86 españoles partieron desde su base en Madrid en misión de identificación de un objeto enigmático en el cielo de Talavera de la Reina. Los
pilotos no lograron determinar la naturaleza de aquel objeto pero sí descartaron que fuese cualquier tipo de globo, y lo describieron como una
figura triangular con el vértice hacia abajo, móvil y más brillante por el
lado que no reflejaba el sol.
En el otoño de 1968 el piloto Juan Rodríguez Bustamante y el copiloto Juan Luis Ibáñez presenciaron la aproximación de un objeto brillante verdoso de unos 3 m de diámetro, llegando a colocarse a varios
metros del ala izquierda del Fokker que cubría la línea Tenerife-Las Palmas, con posterioridad a lo cual desapareció en la misma dirección que
había venido. El 9 de marzo de 1972, hacia las 22:00 h, el piloto italiano Gianni Agnelli al mando de un reactor en el vuelo París-Turín, se
aproximó a una luz desconocida detectada también por la torre de control de Milán. El acercamiento le ofreció la imagen de «algo parecido a
un plato invertido multicolor caracterizado por anillos amarillos hacia
el borde exterior».
Muy por encima de los demás destaca en extrañeza lo que les sucedió al piloto español Juan Ignacio Lorenzo y a su tripulación durante el
vuelo Londres-Alicante el 4 de noviembre de 1968. Este piloto, absolutamente escéptico hasta entonces acerca del tema OVNI, sufrió la aparición ante su nave de una enorme luz que se situó a diez metros del
fuselaje del aparato. El objeto comenzó a desplazarse en torno al avión
73
FRONTERAS DE LA REALIDAD
del comandante Lorenzo, quien estableció un código de luces para comunicarse con aquello —fuese lo que fuese— en el caso de que estuviese dirigido inteligentemente. El código consistía en dos encendidos para
el «sí» y tres para el «no»; a la pregunta de si eran amigos el objeto respondió afirmativamente, y a la de si procedían de la Tierra la respuesta fue negativa.
Tal vez sus experiencias no resultaron tan inquietantes como las del
comandante Lorenzo, pero de todos modos la lista de pilotos que pasaron por situaciones semejantes es notablemente amplia. Andrés Ciudad, Antonio Miralles, Paco Andreu, Carlos Remacha, José Arroquia,
Jose Luis Rodríguez Bustamante, Francisco Javier García, Gregorio Ramos Ramos, Justo Funes, Carlos García, Pedro Collantes, Rafael Frías y
Francisco Daza son algunos ejemplos. Se calcula que una cifra cercana a
los 130 pilotos españoles se ha visto involucrada en algún avistamiento
OVNI de características análogas al suceso mencionado aunque de menor espectacularidad.
Las situaciones en las que un registro de radar se ve respaldado por el
testimonio visual simultáneo de pilotos —o viceversa— son, quizás, las
que mejor nos indican que el fenómeno que nos ocupa es real, muy extraño y por ello mismo digno de un estudio serio. Tomemos, por ejemplo, lo sucedido en el espacio aéreo español el 24 de noviembre de 1974
a las 19:50 h, cuando un capitán retirado del Ejército y varios pilotos comerciales en vuelo sobre las Islas Canarias avistan un punto de
luz, cuatro veces más grande que Venus, realizando extrañas maniobras. A la misma hora, el radar del centro de Gando, W-8 (hoy conocido como «Papayo») detecta un objeto no identificado desplazándose a
1.000 km/h, y precisamente desde la base del Gando diversos militares
observan lo que describen como una brillante luz blanca que fluctúa.
Al año siguiente, el 3 de mayo de 1975, el piloto mexicano Carlos
Antonio dos Santos volaba en su avioneta particular, una Azteca Piper,
cuando fue rodeado por tres objetos discoidales de pocos metros de diámetro y una cúpula en la parte superior que fueron también detectados
por los radaristas de México D.F. A medio mundo de distancia, en Irán,
el 19 de septiembre de 1976 un objeto sin identificar surcó los cielos
persas al norte de Teherán, lo que causó la infructuosa salida de un F-4
Phantom para interceptarlo. El caza iraní sufrió al acercarse un completo bloqueo de todo su sistema de armamento y la total anulación de los
sistemas de comunicación del mismo. Los pilotos iraníes describieron
el objeto como una figura muy intensamente refulgente de un volumen
—según el radar del caza— comparable al de un avión cisterna A707. Su
74
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
brillo era similar al de unas luces relampagueantes de fijación agrupadas
rectangularmente, alternando los colores azul, verde, rojo y anaranjado
de forma tan veloz que se podían ver todos a la vez.
De manera idéntica a lo anterior, el 11 de noviembre de 1979 a las
23:11 h, la presencia de un ovni, contemplado por el mecánico de aviación Francisco Javier Rodríguez, el piloto Javier Lerdo de Tejada y el copiloto Ramón Zuazu (descrito por ellos como dos luces rojas esféricas
que de punta apunta tendrían el tamaño de un avión Jumbo), obligó al
Super-Caravelle de la compañía española TAE que éstos pilotaban portando 109 pasajeros austriacos desde Palma de Mallorca a las Palmas
de Gran Canaria a aterrizar en el aeropuerto valenciano de Manises. En
dicho aeropuerto la torre de control pudo apreciar visualmente el movimiento de tres luces volantes de identidad indeterminada. La detección
de estos objetos en el radar de Madrid originó el despegue de un F-1 Mirage desde la base de Los Llanos de Albacete, pilotado por el entonces
capitán Fernando Cámara, el cual se vio forzado a abandonar la persecución en el instante en que todos los sistemas de su aparato quedaron
temporalmente inutilizados.
El caso más reciente, y uno de los más impresionantes, tuvo lugar en
Bélgica en la madrugada del 30 al 31 de marzo de 1990. Como se comentó en un capítulo anterior, esa noche, tras diversas alarmas provenientes de la gendarmería de Pinson, del radar de la OTAN en Glons y
del civil de Semmerzake, dos aviones despegaron de Bruselas para identificar un ovni de aspecto triangular. Este objeto efectuó una maniobra
de aceleración calculada en 40 g (la máxima aceleración soportable por
un piloto de caza es de 8 g, ocho veces la gravedad terrestre en el nivel
del suelo) con la que pasó de 3.000 m a 7.000 m de altura a la velocidad de 1.800 km/h, rebasando con creces la barrera del sonido pero sin
producir estampido alguno. Por gentileza del jefe de la Sección de Operaciones del Cuartel General de las Fuerzas aéreas belgas, el coronel De
Brauwer, la periodista Marie-Therese de Brosses, del semanario francés
Paris Match, tuvo acceso a la filmación de lo que captaba el radar de
uno de los F-16 durante la mencionada persecución.
Esta amabilidad estuvo por completo ausente en el episodio narrado por el piloto civil, químico y periodista José A. Silva —quien también experimentó encuentros OVNI durante sus funciones de piloto
comercial— acerca del control de las misiones espaciales norteamericanas Apolo desde la Estación de Seguimiento Espacial de Fresnedillas
(Madrid), hoy ya clausurada. Según lo relatado por Silva, de cuya integridad no cabe dudar, en dos ocasiones (la primera durante el aluni75
FRONTERAS DE LA REALIDAD
zaje del Apolo XII en 1969, y después en 1972 con el Apolo XVI) los
astronautas estadounidenses contactaron con Houston en estado de
gran excitación, comunicando algo absolutamente fuera de lo normal
y diciendo: «Están ahí otra vez». En esos momentos se invitó a abandonar la sala, cordial pero enérgicamente, a todos los periodistas y a
todo el personal no norteamericano alegando que unas molestias intestinales del astronauta aconsejaban respetar la intimidad de su consulta con el médico.
Inútil sería añadir más datos a los ya expuestos. A estas alturas de
la discusión parece incuestionable la existencia de un conjunto de sucesos inexplicados, referidos en numerosas ocasiones por testigos cuya
rectitud y competencia no es posible cuestionar —muchos de ellos previamente escépticos ante los OVNI— y en condiciones de perfecta observación. Estos avistamientos difícilmente podrían ser justificados en
base a nuestros conocimientos actuales, tanto tecnológicos como acerca de los fenómenos naturales. Preciso es decir que esta conclusión no
es universalmente compartida; en especial no lo es por los miembros del
CSICOP norteamericano, encabezados por Philip J. Klass (editor de la
prestigiosa revista Aviation Week & Space Technology), o por los componentes de la española Alternativa Racional a las Pseudoiciencias (hoy
denominada Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico), uno de
cuyos presidentes fue Félix Ares de Blas, doctor en Informática y antiguo
miembro del grupo de investigación ufológica Eridani.
Una de las más lógicas objeciones planteadas por los críticos es que
se han visto demasiados ovnis para que semejantes historias sean mínimamente dignas de crédito. Si tan siquiera una mínima fracción de todos
los testimonios difundidos fuera auténtica, deberíamos admitir que un
planeta tan vulgar y corriente como la Tierra, oculto entre miríadas de
otros astros en la galaxia, ofrece algún tipo de reclamo particularmente
atractivo para multitud de civilizaciones extraterrestres cuyas probabilidades de existencia —y éste es otro punto conflictivo— no son en absoluto asunto saldado.
Aun asumiendo esto y tras reducir los informes OVNI a sus justas
proporciones, en honor a la verdad no es posible omitir que muchas de
estas declaraciones vienen avaladas por testigos de muy alta fiabilidad
y envueltas en unas circunstancias que resisten obstinadamente toda solución convencional, a no ser que nuestros prejuicios en contra sean tan
vivos que nos arrastren a aceptar explicaciones que en momentos de
mayor frialdad intelectual juzgaríamos tan improbables, sino más, que
la misma realidad del fenómeno OVNI. El homólogo español de Philip
76
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Klass bien podría ser el director del planetario de Pamplona, Javier Armentia, quien se ha distinguido públicamente en el ejercicio del descrédito de este tema, y conoce a la perfección lo que es aferrarse con furor
a las hipótesis más enrevesadas con tal de no admitir la extrañeza del
asunto que se nos plantea.
Una táctica muy socorrida por los seguidores de esta línea ultramontana es la de asociar de manera subrepticia los testimonios de alta fiabilidad con aquellos otros que sólo un fanático platillista tomaría en
consideración. La maniobra, aunque soterrada, es clara: encerrando todas las testificaciones en un mismo círculo, la ridiculez de unas contaminará la honestidad de otras, con lo que el público no acertará a ver más
que una confusa amalgama indigna de la menor confianza. Por ello, y en
aras de una indagación seria, es inexcusable deslindar los grupos de investigadores rigurosos, que no excluyen de principio ninguna hipótesis
ordinaria o extraordinaria, de cuantos dan vida y estridencia a las congregaciones de incondicionales proalienígenas.
Estos últimos, de forma totalmente acrítica, tratan por lo general de
compensar la inanidad de sus vidas con vuelos de la imaginación durante los cuales la identificación psicológica y la expresión de deseos se camufla bajo la apariencia de un registro objetivo de datos. A ellos se unen
los que movidos por un único y desmedido afán de lucro no dudan en
propalar los engaños más groseros, y todos juntos conforman una tropa macabra que amenaza con arrasar los escasos testimonios dignos del
más atento examen, aliándose así circunstancialmente con los obsesos
del signo opuesto.
Pero, dejando estos extremos aparte, la actividad desmitificadora
contra los OVNI consiste —y así lo hace Armentia— en tomar unos
cuantos casos explicables y explicarlos, felicitándose luego por el triunfo
sobre la irracionalidad que esto supone y dándose por satisfechos con lo
conseguido. Resulta indiscutible que obrando de tal modo jamás encontraremos enigma que se nos resista. Si enfrentados a un misterio procedemos a seleccionar con cuidado los aspectos menos oscuros del mismo,
podremos marchar siempre con la completa seguridad de que antes o
después alguna solución será hallada, pues de lo contrario la impondremos a nuestro gusto en virtud del propio método de investigación.
Esto, desde luego, no es una genuina actitud científica, dado que la obtención de explicaciones viene garantizada por el mismo procedimiento
que se emplea para buscarlas, sin conocer más limitaciones que la capacidad imaginativa del individuo que las inventa y amolda a cada situación particular.
77
FRONTERAS DE LA REALIDAD
A pesar de ello, multitud de casos permanecen ignotos, indiferentes
a los furibundos asaltos de los críticos empedernidos. Eventualmente algunos escépticos acuden a tretas de la más baja ralea, como la imputación de intenciones y el esparcimiento de sospechas acerca de los testigos
y de sus informes. Así fue como Philip Klass, impotente para explicar el
avistamiento de Lonnie Zamora, insinuaba diez años después que todo
había sido un montaje para fomentar el turismo en la zona, a beneficio
de uno de los jefes de Zamora, propietario del terreno en el que aterrizó
el supuesto ovni. Esta clase de comentarios, comparados con el cúmulo de indicios que pretenden refutar, no colaboran en nada al esclarecimiento de los hechos y tan sólo surten el efecto de rebajar la dignidad
de quien los profiere. Y lo triste es que en no pocas ocasiones ni siquiera
esta estratagema se revela posible.
El 20 % de los casos estudiados en el Proyecto Grudge no recibió explicación satisfactoria aun cuando se disponía de datos suficientes para
ello. La tesis de los espejismos y reflejos solares o de estrellas y planetas,
cuyo adalid fue el distinguido astrofísico y director del observatorio de
la Universidad de Harvard, Donald Menzel (antecesor doctrinal de Philip Klass), no puede sostenerse seriamente finalizado un análisis de los
informes mejor caracterizados. Asimismo, el Air Technical Intelligence
Centre (ATIC) de las Fuerzas Aéreas norteamericanas recogió 4.400 testimonios entre 1947 y 1952, de los que 1.593 se examinaron con sumo
cuidado y con gran riqueza de medios. El resultado nuevamente concluyó que el 27 % de las observaciones carecía de justificación posible
a pesar de que la información aportada debía ser, en principio, suficiente para lograrlo. La procedencia de estos avistamientos se desglosaba
como sigue: pilotos y tripulaciones aéreas, 17,1 %; científicos e ingenieros, 5,7 %; controladores aéreos, 1,0%; radaristas, 12,5 %; observadores civiles y militares, 63,7 %.
Éste es un punto muy importante y merece ser destacado con nitidez,
ya que invalida la frecuente afirmación de que los casos OVNI inexplicados lo son por la falta de datos para esclarecerlos. Este aserto es del
todo incorrecto, a menos que consideremos datos apropiados únicamente aquellos que refuercen nuestra opinión y despreciemos los demás. En
verdad, con frecuencia ocurre que, si bien el estudio detallado de algunos
casos aparentemente inexplicables ha logrado esclarecerlos, en algunos
otros esa misma minuciosidad en la investigación ha revelado que las explicaciones convencionales adoptadas en primer término no se sostienen.
Muy a menudo los resultados de una investigación quedan poderosamente influidos por la clase de soluciones que a priori estimamos
78
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
posibles. Supongamos que se nos encomiendan las averiguaciones de un
crimen y se nos presenta al elenco de sospechosos junto con todas las
pruebas recopiladas sobre los mismos. Si por algún motivo que no venga al caso estamos inamoviblemente convencidos de que cierto individuo no es culpable, será inútil apilar ante nosotros indicio tras indicio
apuntando a su culpabilidad. Siempre encontraremos algún modo de
negarnos tercamente a reconocerlo, ya sea dudando de la autenticidad
de las pruebas, de la fiabilidad de quien las aporta o de ambas cosas a
un tiempo. Y, al contrario, si deseamos a toda costa hacer responsable
de ello a alguien, no nos importará remodelar las evidencias con mayor
ahínco que un maestro de alfarería hasta lograr que cuadren con nuestros objetivos.
Algo muy semejante ocurre con el acercamiento de muchos investigadores a la problemática ufológica. Se parte del convencimiento de
que todo posee una solución ordinaria y se desechan todos aquellos aspectos que no sean coadyuvantes en ese sentido. Especialmente equivocado resulta el comentario de J. Armentia cuando dice que el residuo
de casos sin explicar no es significativo, pues «en cualquier experiencia
científica es normal que los datos no se ajusten exactamente al valor correcto». Este comentario pasa por alto un punto crucial, y es que nada
tiene que ver una experiencia controlada de laboratorio con la investigación sobre el terreno de supuestos fenómenos inexplicados, cual es el
asunto OVNI.
En el primer caso, la experimentación arrojará una serie de datos
que, si el experimento ha sido bien realizado, no se apartarán demasiado
de un valor central que supondremos el exacto. Las desviaciones de este
valor teórico exacto son debidas a errores sistemáticos e, incidentalmente, a errores humanos; el conjunto de todos estos errores recibe el nombre de «ruido del experimento». Mientras tanto, en la segunda situación
lo que primero hemos de determinar es si existe o no una casuística inexplicada, es decir, si hay motivo para emprender alguna indagación.
Una vez que pretendemos desgajar los casos enigmáticos de los que
no lo son es cuando se invierten los términos: ahora son los hechos explicables el «ruido» de nuestra investigación en la medida en que tienden a ocultar el fondo anómalo de los sucesos tras cuya pista andamos.
Así pues, la anterior aserción de Armentia se puede reconvertir en otra
equivalente y más precisa que sería: «Todos, absolutamente todos, los
informes OVNI, en presencia de suficientes datos, acabarían recibiendo
una explicación común». Y esto es justamente lo que antes hemos comprobado que no ocurre. Decir otra cosa no es sino tergiversar interesa79
FRONTERAS DE LA REALIDAD
damente lo hechos y acarrear mayor confusión donde ya de por sí hay
más de la tolerable.
Los que sostienen que la totalidad de los eventos ufológicos son pura
filfa saben muy bien que los testimonios provenientes de personal notablemente cualificado son un serio obstáculo para esta aseveración. No
por otra causa Philip Klass formuló un principio que enuncia: «Ningún
observador humano, incluyendo tripulaciones aéreas experimentadas,
puede calcular con exactitud la distancia, altura o tamaño de un objeto no familiar en el cielo, salvo si está muy cerca de un objeto que sí es
familiar y cuyo altura o tamaño sí se conocen». Y después pasa a establecer que las declaraciones de pilotos aducidas como pruebas no son
asumibles, manifestándonos que durante la guerra de Corea el 30 %
de las persecuciones de los cazas norteamericanos se habían efectuado
contra el planeta Venus. Realmente el único mérito de la anterior sentencia consiste en recordarnos que los pilotos y sus tripulaciones, en su
condición humana, son falibles y no siempre aciertan a darnos una descripción exacta de lo acaecido.
Sin embargo, poca gente dudará de que en un altísimo porcentaje
de los casos el personal de vuelo con experiencia se encuentra infinitamente mejor adiestrado para realizar estimaciones de objetos voladores
inusuales que un individuo corriente. Aunque jamás nadie está completamente a salvo del error, los expertos en navegación aérea, entrenados y
preparados para superar las mil y una incidencias cotidianas de su profesión, serán en buena lógica menos susceptibles de equivocarse que quien
no se encuentra en sus condiciones. Tanto un veterano fontanero como
un ciudadano normal pueden errar en la colocación de un nuevo sistema
de tuberías, pero pocos de nosotros apostaríamos a que el primero fracasase mientras que triunfara el segundo. Como consecuencia de todo
esto, el principio de Klass resulta irrelevante donde es verdadero y en la
medida en que es falso tiende a desviar la atención del núcleo de las deliberaciones, embrollando ociosamente los términos del debate.
El objetivo primordial de Klass y sus acólitos al postular semejante principio no es otro que el de inhabilitar al contrario para presentar
pruebas en su favor y asegurarse así unas ventajas en la controversia
que de otro modo no disfrutarían. Esta manera de proceder recuerda
fuertemente a un principio parapsicológico similar, usado para justificar los fracasos de los dotados en experimentos adecuadamente controlados, según el cual los «sensitivos» ven inhibidos sus poderes por
la presencia o las sugerencias de los incrédulos. En ambas situaciones
se pretende fortalecer la posición propia despojando al contrincante de
80
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
toda posibilidad de argumentación, cerciorándonos de que en la disputa nos veremos favorecidos por los principios que nosotros mismos
hemos impuesto como reglas de discusión. No obstante, ni aun recurriendo a esta suerte de garantías previas pueden mantenerse las tesis
del escéptico estadounidense. Cuando un radar de tierra detecta un objeto desconocido en vuelo, los radaristas lo aprecian visualmente, despega un caza en misión interceptora, el piloto también lo ve y establece
contacto con él mediante el radar de a bordo, comprueba que muestra
una clara apariencia sólida y que despide un típico brillo metálico, y si
el objeto exhibe una maniobrabilidad inaudita, bloquea los sistemas del
avión cuando éste se aproxima o se aleja a una velocidad muy superior
a la de cualquier aeronave convencional, entonces es más que complicado tratar de comprimir los acontecimientos para acomodarlos en el
reducido calibre de las explicaciones usualmente esgrimidas por la escuela de Klass.
¿Qué decir, pues, de los casos relatados por los pilotos Juan Ignacio
Lorenzo o Javier Lerdo de Tejada —por citar sólo algunos— en los que
el ovni estuvo tan cerca que hizo temer a los pilotos una colisión inminente? No nos es dable aplicar aquí el principio de Klass, toda vez que
en alguno de estos casos existió contacto visual desde tierra, detección
en un radar del aeropuerto y despegue de un caza interceptor. Al igual,
los testimonios de científicos como Clyde Tombaugh o Lincoln La Paz
son lo bastante precisos como para afirmar que su avistamiento lo fue
de algo enteramente desacostumbrado y, por ello, digno de estudio. Este
cortejo de acaecimientos inidentificados se ve engrosado por testificaciones apoyadas con huellas sobre el terreno, como en el caso de Lonnie
Zamora en 1964 entre otros muchos. El sargento Zamora fue investigado hasta la saciedad y no se encontró mácula alguna en su historial profesional o privado que pudiese desacreditar su observación (el Dr. La Paz
calificó a Zamora de «testigo de alta calidad»).
En el momento en que la futilidad de sus argumentos queda patente
algunos prominentes escépticos optan, bien por la burla descalificadora,
bien por el agrio improperio. Esta última táctica fue la misma utilizada
por otro de los antiufólogos al proclamar en un programa radiofónico:
«El testimonio OVNI de los pilotos es equiparable al de las porteras».
Al margen de la ofensa que supone para pilotos y porteras el tono insultante de esta declaración, no se ofrece ningún otro razonamiento para
sustentar la crítica que antecede. Es más, en tanto que los testimonios
mencionados derivan de profesionales de honorabilidad incuestionable,
como Lorenzo, Lerdo de Tejada, Silva o García Rodrigo, la crispación
81
FRONTERAS DE LA REALIDAD
de tales críticas las hace bordear peligrosamente el terreno de la calumnia personal.
Tal vez a juicio de los debeladores del fenómeno OVNI, la dialéctica empleada para combatir al enemigo carece de importancia con tal de
que resulte efectiva. Mi opinión, empero, difiere completamente de la
suya. Estos a ardides que nada tienen que envidiar a los de las intrigas
menos admirables únicamente logran descalificar a quienes las hacen y
disminuir la potencia de unos argumentos que en otras circunstancias
resultarían de mayor peso. Existen, qué duda cabe, gruesas razones por
el bando de los escépticos, pero la técnica de negar al oponente el derecho a incidir en sus puntos débiles desluce el brillo de una posición que
sería mucho más lustroso de no ser por algunos de sus sostenedores. Y
puesto que la elocuencia vehemente y poco respetuosa suele volverse
contra quienes se sirven de ella, son preferibles los testigos cualificados
de honestidad indubitable, antes que personajes de grandes dotes e influencia que utilizan su talento para introducir el ridículo y el insulto en
una seria investigación cuando se ven huérfanos de mejores argumentos,
ridiculizando a quienes buscan sinceramente la verdad.
82
4
¿ES POSIBLE EL VIAJE?
C
on mucho, el escollo más importante con el que se topan las hipótesis extraterrestres (HET) explicativas del fenómeno OVNI se debe
a la dificultad misma de los viajes interplanetarios, es decir, el insalvable obstáculo que suponen las colosales distancias que separan unos sistemas estelares de otros. En realidad, el problema crucial de la HET no
radica en la existencia de civilizaciones extraterrestres avanzadas, puesto que cálculos moderados indican que el número de estas civilizaciones debería oscilar entre medio millón y un millón en el seno de nuestra
galaxia. La cuestión fundamental es si su desarrollo tecnológico las podría proveer en algún caso de los medios técnicos imprescindibles para
franquear la inmensidad del vacío sideral y explorar planetas lo bastante alejados del suyo.
En este sentido los escépticos no andan desencaminados y sus razonamientos son perfectamente sólidos. Philip Klass escribía al respecto:
... Se necesitarían al menos 100 años para que los habitantes del sistema estelar más cercano al nuestro en el que podría haber vida, el de
Alpha Centauri, llegaran a la Tierra, admitiendo que sus naves pudieran volar a 70 millones de millas por hora. Esto se basa en la suposición optimista de que exista un planeta que orbite alrededor de Alpha
Centauri, que sobre el mismo exista vida inteligente, y esté tecnológicamente tan avanzado como para poder construir naves espaciales
capaces de volar a esa velocidad. Así pues, si existe vida inteligente relativamente cerca de nosotros, y si tales criaturas viven hasta 200 o incluso 400 años, un viaje que dure 100 años tiene una cierta lógica.
Planteándolo de forma distinta, Ian Ridpath, autor de Mensajes de
las estrellas, nos explica:
Imaginemos por un momento que en la galaxia existan un millón de
civilizaciones y que de todas ellas partan naves espaciales. Dado que
83
FRONTERAS DE LA REALIDAD
debe haber algo así como 10.000 millones de sitios interesantes de visitar (la décima parte del total de estrellas de la galaxia), entonces cada
civilización debería lanzar 10.000 naves espaciales por año para que
solamente una llegara a la Tierra cada año. Si, en cambio, cada civilización sólo lanza una nave al año, lo que parece mucho más razonable, tendríamos que esperar ser visitados una vez cada 10.000 años.
Más que cualquier otra cosa, es este abismo de improbabilidad estadística el que se abre entre los escépticos como Klass y los ufólogos
ordinarios.
Una gran cantidad de personas se pregunta racionalmente si en verdad estas distancias constituyen una barrera insuperable. Volviendo
nuestra mirada hacia la historia del desarrollo tecnológico humano, es
fácil advertir que lo que fue tenido por increíble en una época determinada se contempló más tarde como algo perfectamente natural, una
vez que los adelantos científicos materializaron en la práctica lo que en
teoría se presumía imposible. Con frecuencia se nos recuerda que para
un contemporáneo de Colón sería inconcebible el viaje entre Europa y
América en unas escasas horas. Y, dado que cuanto más avanzan nuestros conocimientos más se abrevia el periodo entre la posibilidad teórica
y la consecución técnica, no debería sorprendernos que no a mucho tardar lográsemos surcar los espacios galácticos con la misma soltura con
la que ahora lo hacemos en los mares y cielos de nuestro mundo. Por
desgracia, las cosas no son tan sencillas, y quienes así argumentan no
han comprendido el nudo de la cuestión.
El obstáculo que se alza ante nosotros a la hora de alcanzar una velocidad interplanetaria útil no es una dificultad de orden práctico, como
los problemas técnicos a los que se tuvo que enfrentar Edison durante la
invención del fonógrafo o la bombilla eléctrica, sino una imposibilidad
teórica enraizada en las mismas leyes de la naturaleza semejante al deseo de la eterna juventud. Tenemos razones muy poderosas para suponer
que la velocidad de la luz (simbolizada con la letra c) es una velocidad
máxima e irrebasable, y esas razones se derivan de uno de los pilares básicos de nuestro conocimiento del universo, la Teoría de la Relatividad.
La Relatividad ha sido corroborada en infinidad de ocasiones durante
otros tantos experimentos realizados en todas las condiciones imaginables, y hasta la fecha no se ha encontrado la menor discrepancia con los
resultados experimentales, revelándose como una de las teorías predictivas más precisas disponibles por la ciencia. Su extraordinario grado de
adecuación empírica y su perfección lógica interna la hacen difícilmente
84
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
sustituible en el acervo del conocimiento humano y merecedora de una
inmensa confianza. Como consecuencia de esto, debemos examinar con
sumo cuidado todas aquellas hipótesis —como es el caso de la extraterrestre— que parezcan contradecir los postulados de la Relatividad.
Con respecto al tema que nos ocupa, el viaje interestelar en un tiempo útil, y teniendo en cuenta el rango de las distancias que manejamos,
incluso la velocidad de la luz resulta francamente insuficiente para nuestros propósitos. Pero no podemos adquirir una rapidez mayor; de intentarlo comprobaríamos que la masa de nuestra nave —la cual constituye
una medida de su resistencia al cambio de velocidad— parece incrementarse en un factor (1 − v2/c2)−1/2. En otras palabras, cuanto más aceleremos más resistencia encontraremos a seguir acelerando, de forma que
para obtener una velocidad igual a c tendríamos que emplear una energía infinita, ya que nuestra masa aparentaría ser también infinitamente
grande. Como es lógico, esta posibilidad queda eliminada de inmediato,
pero no nos impide considerar otras alternativas.
¿Más deprisa que la luz?
Las soluciones más socorridas al problema de los viajes espaciales más
rápidos que la luz (FTL, Faster Than Light en inglés) son las naves taquiónicas y los atajos gracias a «agujeros negros». Los taquiones son
una supuesta familia de partículas subatómicas cuya característica distintiva es la de que siempre viajarían FTL, resultándoles a ellas tan imposible frenar hasta la velocidad c como a nosotros nos es alcanzarla.
Dejando a un lado que la existencia de los taquiones es puramente hipotética, nos las veríamos en todo caso con el espinoso problema de
servirnos de ellos para construir algún tipo de ingenio volador; la barrera de la velocidad c seguiría irguiéndose inexpugnable entre nosotros y
los presuntos taquiones. En segundo lugar, hay una simetría matemática que sugiere que desde la perspectiva de un observador en un universo taquiónico, es en nuestro universo donde el viaje FTL parece posible,
lo que nos hace dudar que nuestra situación mejorase en algo de contar
con estas exóticas partículas.
En relación con el uso de los agujeros negros como atajos cósmicos,
es necesario aclarar algunos extremos que el uso y abuso de esta suposición por la literatura fantástica han nublado considerablemente. En primer término, una nave que penetrase en un agujero negro estático sería
destruida sin remedio; en cambio, tratándose de un agujero negro gira85
FRONTERAS DE LA REALIDAD
torio se teoriza con la posibilidad de que las naves que ingresasen en él
de un determinado modo podrían salvarse de la destrucción (sólo desaparecerían aquellas que penetrasen en el agujero por el plano ecuatorial)
y emerger del mismo quién sabe dónde.
Si bien esta posibilidad parece atractiva, no debemos cantar victoria tan pronto pues tampoco carece de inconvenientes. El más obvio es
que dondequiera que nos conduzca el atajo, la detención relativista del
tiempo significará que nuestro universo envejecerá y morirá antes de entrar en el interior del agujero; huelga hablar entonces de la salida. Otros
modelos predicen que cualquier viajero que inicie tan intrépida singladura radiará toda su masa en forma de ondas gravitatorias, lo cual suena como una importante desventaja para el éxito del viaje. También es
probable que un agujero de tamaño regular que absorba masa constantemente genere otra singularidad interna que bloquee el desplazamiento por su atajo interior. Además, el posible universo alternativo al que
accedería quien viajase a través de un agujero negro giratorio dependería del ángulo de aproximación de la nave y de su momento angular
con respecto al momento angular del agujero. Resulta igualmente probable que nuestros osados cosmonautas fuesen arrojados a un punto
cualquiera del tiempo y del espacio sin la menor esperanza de regresar
a sus hogares; grave incomodidad que convendría sopesar antes del inicio de la travesía.
En las dos opciones que hemos discutido, y en otras que veremos
después, se acostumbra a pasar por alto un hecho de capital importancia. La barrera de c es consecuencia directa de la exigencia de que la
estructura del espacio-tiempo esté libre de contradicciones, no sólo vetando la posibilidad de transferir información FTL, sino ampliando esta
prohibición al desplazamiento de materia (el vehículo y sus ocupantes)
del mismo modo. Si deseamos en todo caso preservar la estructura causal del espacio-tiempo (dicho toscamente, que las causas preceden a sus
efectos), c debe ser la máxima velocidad físicamente alcanzable. De lo
contrario el orden temporal de cualquier serie de acontecimientos conectados causalmente quedaría indeterminado; podríamos retroceder en el
tiempo y dar lugar a toda clase de paradojas. ¿Qué ocurriría si retrocedemos en el tiempo y asesinamos a nuestros abuelos antes de que hubiesen engendrado a nuestros padres?
El viaje FTL conduce inevitablemente a una traslación en el tiempo, y
el recíproco también es cierto: el viaje en el tiempo equivale a velocidades FTL. Un astronauta que viajase FTL hasta otro planeta para no prolongar excesivamente la duración del recorrido, quedaría desconectado
86
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
por completo de la trama temporal de su mundo de origen. Cuando desease regresar a él hallaría que está retornando a su propio pasado, lo
que nos precipita nuevamente en contradicciones lógicas de todo punto
intolerables. Así por lo tanto, la disyuntiva que hemos de afrontar no es
fácil: a velocidades normales una travesía espacial típica hacia otra estrella tomaría un tiempo demasiado largo para ser practicable; por otro
lado, un desplazamiento FTL —de ser posible— supondría para sus protagonistas la pérdida de todo contacto con su concepto de realidad, convirtiendo la empresa en algo tan útil para ellos y para la civilización que
les envió como en el caso anterior.
Se puede señalar que hasta ahora nos hemos ceñido a la Relatividad
Especial, y que tratándose de los viajes interplanetarios debemos acudir
a la parte de la teoría que versa sobre el cosmos y la gravedad, es decir,
la Relatividad General. Desde este nuevo punto de vista, los científicos
conciben el universo, o más concretamente el espacio-tiempo, a modo
de una lámina de caucho capaz de encogerse y estirarse. En especial así
ocurre en presencia de masas, dando origen a lo que llamamos gravitación. Ahora bien, admitiendo que la gravedad es una consecuencia de la
curvatura del espacio-tiempo producida por la presencia de masas, ¿qué
problema habría en aceptar que el cosmos, como un todo, puede curvarse sobre sí mismo y aproximar lugares que para un observador interno parecerían extremadamente lejanos? Esta idea, al igual que muchas
otras, ha sido domesticada por los escritores de ciencia-ficción y utilizada para sus fines novelescos bajo el nombre de «hiperespacio».
El hiperespacio, sucintamente explicado, no sería más que un espacio
de varias dimensiones —tantas como nos plazca— en cuyo seno nuestro espacio tridimensional (o tetradimensional si incluimos el tiempo) se
hallaría doblado y arrugado, de la misma manera que podemos doblar
una hoja de papel bidimensional para hacer con ella una pequeña bola
tridimensional. Este símil es bastante ilustrativo puesto que si el papel
representase un mapa astronómico, dos estrellas muy alejadas entre sí
podrían quedar situadas juntas si curvásemos el papel de forma que esas
dos partes se tocaran desde la perspectiva de un observador situado en la
tercera dimensión. En una situación tal, un insecto no tendría que arrastrarse por todo el mapa para pasar de una de esas estrellas a la otra; podría saltar de un punto a otro allá donde el doblez ha ubicado las dos
estrellas tridimensionalmente juntas (aunque no en el espacio bidimensional restringido de la superficie del mapa). Intercambiando las expresiones «mapa astronómico», «espacio tridimensional» e «insecto» por
«universo», «hiperespacio» y «cosmonauta», obtendremos una imagen
87
FRONTERAS DE LA REALIDAD
muy ajustada de los beneficios que los autores de ciencia-ficción desean
extraer de esta hipótesis.
Tras un examen más atento, una vez más surgen agudos inconvenientes donde todo parecía encajar a la perfección. La dificultad más evidente reside en que para saltar de un punto a otro del universo, según el
ejemplo anterior, el viajero debería moverse en una dimensión durante
un tramo de su recorrido. Obviamente esto es imposible; los seres humanos (y también los extraterrestres) somos entes tetradimensionales y precisamos sin excusa de un espacio físico tetradimensional en cuyo seno
desenvolvernos. Es en este punto donde la analogía con la hoja de papel
resulta particularmente incorrecta. Por muy fina que sea una hoja de papel, en tanto que superficie física real, siempre poseerá un cierto grosor
tridimensional. Únicamente en matemáticas puras podemos operar con
planos y superficies abstractas sin anchura a lo largo de una dimensión.
En el mundo natural no existen los grosores nulos, pues si así fuese no se
apreciaría en forma alguna la existencia de dichas dimensiones adicionales ni desempeñarían ninguna función en nuestras teorías, careciendo por tanto de sentido físico hablar de ellas. Como máximo podríamos
especular con la posibilidad de que las dimensiones múltiples del hiperespacio tuviesen un grosor inapreciable de forma que no influyera significativamente en nuestra vida diaria.
Semejante a esta concepción son las teorías de Kaluza-Klein, en la
que una quinta dimensión permanecería enrollada sobre sí misma en un
bucle menor que la mil millonésima parte de radio de un protón. O la
teoría de los «agujeros de gusano» (wormholes en inglés), según la cual
la estructura del espacio-tiempo podría dar lugar a túneles y puentes a
escala submicroscópica merced a los efectos cuánticos. Ni que decir tiene que tamaños tan minúsculos invalidan toda posibilidad de viajar por
mediación suya.
Otra incorrección del símil de la hoja de papel nace de nuestra errónea costumbre de considerar el concepto de curvatura como algo necesariamente visualizable «desde fuera». Dado que siempre que algo se
curva solemos ser nosotros los causantes del doblez o la torsión, adquirimos inconscientemente el hábito de pensar en la curvatura como algo
susceptible de contemplación por un observador externo. Realmente, y
los matemáticos lo saben muy bien, esto no es así. Hablando en rigor, la
curvatura matemática no precisa en absoluto de ser contemplada exteriormente; es mucho más apropiado concebirla como un parámetro calculable a partir de las medidas efectuadas en el interior de la superficie
que deseamos estudiar. Tal como la redondez de la Tierra era cosa acep88
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
tada mucho antes de que los astronautas del Apolo XII pisasen la Luna
y nos observasen desde ella, es igualmente posible llevar a cabo una serie de mediciones y detectar, a resultas de determinadas operaciones matemáticas, el tipo de espacio en el que nos encontramos sin salirnos de él
ni apelar a ninguna dimensión adicional.
En concreto, podemos concebir espacios de tres o cuatro dimensiones intrínsecamente curvos sin precisar ninguna dimensión ajena a ellos
mismos y cuya curvatura, variable de un punto a otro, estaría implícita
en las medidas de longitudes hechas por completo en el interior de dicho
espacio. En lo que a nosotros atañe, y fieles al espíritu de la Relatividad,
podemos entender propiamente la curvatura del universo como una indicación del tipo de movimiento de los objetos físicos inmersos en él, y
es el hábito equivocado que hemos comentado antes el que nos impide
concebirla sin el auxilio de dimensiones añadidas.
Para solventar la primera crítica se han propuesto modelos de espacios con numerosas dimensiones, evitando así que un imaginario astronauta tuviese que abandonar en algún momento cualquier clase de
espacio tetradimensional (algo tan impensable como pedirle que se introdujese en una pantalla cinematográfica y participase en la acción de
la película). Bajo estas circunstancias tan sólo habría que dejar un cierto
tipo de espacio 4D para viajar más velozmente por otro y reingresar en
el antiguo espacio al llegar al punto de destino. A pesar de que la idea es
ingeniosa, hay, sin embargo, severas objeciones que plantear a falta de
una teoría más concreta.
En primer término, estas dimensiones deben encontrarse desplegadas pues de nada nos sirven permaneciendo comprimidas, como en la
teoría de Kaluza-Klein. Pero si estuviesen plenamente desarrolladas tendríamos que percibir algún efecto provocado por su presencia, de lo
contrario sería ocioso hablar de que existen ya que jamás podríamos interaccionar con ellas. No obstante, afrontaríamos serios problemas si
el número de dimensiones efectivas de nuestro espacio fuese superior al
que es. En un universo de n dimensiones espaciales las fuerzas disminuirían mucho más deprisa de lo que lo hacen en el nuestro tridimensional;
en particular, su disminución se produciría en factor 1/r(n − 1) con la distancia. La consecuencia más inmediata de ello es que las órbitas de los
electrones en los átomos, las órbitas de los planetas en torno al Sol y la
estructura interna de las mismas estrellas se tornarían inestables, imposibilitando la vida y cualquier organización a escala cósmica.
La principal deficiencia tanto de este modelo como de todos los hiperespaciales estriba en el simple hecho de que trasladarse de un pun89
FRONTERAS DE LA REALIDAD
to a otro —no importa el procedimiento utilizado— en menos tiempo
del que tarda la luz en cubrir esa misma distancia es suficiente para alterar el orden temporal de los acontecimientos y violar el principio de
causalidad, recibiendo a cambio la correspondiente dosis de aberrantes
paradojas. Esto es debido a que, para nuestros propósitos, la velocidad
de un móvil puede definirse como el cambio de posición en cada unidad
de tiempo. Partiendo de esta acepción de la palabra «velocidad» es inmediato comprender que, a efectos prácticos, la anterior definición puede aplicarse con igual derecho tanto a un objeto que desaparezca de un
punto y aparezca en otro transcurrido un determinado plazo de tiempo
en nuestros relojes, como a otro que en el mismo tiempo se traslade entre esos dos mismos lugares recorriendo todas las posiciones intermedias. Aunque superficialmente da la impresión de ser distinto a un viaje
FTL, el atajo hiperespacial conduce exactamente a un idéntico choque
con la relatividad y la causalidad.
Existe además otro argumento al respecto que raramente se considera, incluso entre los autores de ciencia-ficción que suelen servirse del hiperespacio en los viajes de sus novelas. Si accedemos a otra dimensión u
otro universo —signifique esto lo que sea— donde la velocidad de la luz
no resulte una barrera infranqueable, ello quiere decir que allí las leyes
físicas no prohíben superar el límite de c. Ahora bien, la estabilidad de
nuestros átomos depende de cantidades en las que entra en juego el valor de la velocidad de la luz, como la constante de estructura fina (proporcional a e2/hc, donde e es la carga del electrón y h la constante de
Planck). Una variación del valor de c, aun cuando las demás constantes
no se modificasen, supondría una alteración fatal en la estabilidad de los
átomos que componen nuestros cuerpos, lo cual podría ocasionar serios
contratiempos a quienes decidiesen utilizar este medio de transporte.
Viajeros extravagantes
La curiosa forma discoidal de los presuntos ovnis es merecedora por
este motivo de una breve atención. Para todos nosotros, habituados desde siempre a la forma alargada de los aviones y cohetes convencionales,
no deja de resultar llamativa la silueta circular o elíptica que describen
la inmensa mayoría de las referencias ufológicas. Nuestra costumbre de
concebir las aeronaves con un claro perfil fusiforme se debe a que cualquier móvil en el interior de un fluido (cual es la atmósfera terrestre) ha
de asumir esa vaga forma de punta de flecha a fin de minimizar la fric90
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ción con el medio que le rodea. El resto de los aditamentos en nuestros
aviones —alas, alerones, cola— son consecuencia de su utilidad en los
procesos de dirección y sustentación a que dan lugar los sistemas de propulsión usados por la tecnología común.
Nada de esto, sin embargo, sería necesario en la navegación interestelar. Atravesando vastas regiones de espacio vacío, la nave no encontraría
rozamiento de gases atmosféricos en ninguna dirección. En esas circunstancias la forma más lógica para un vehículo parecería ser la circular, al
mostrar una perfecta simetría cilíndrica respecto a un eje central perpendicular y según los infinitos ejes que pasan por su centro contenidos en
su plano ecuatorial, siendo además el círculo la figura plana que encierra
la máxima superficie en el mínimo perímetro. La forma esférica estaría
desfavorecida en tanto que no permitiría operar a la nave a altas velocidades en una atmósfera planetaria, mientras que los agudos bordes de
un disco cortarían el aire reduciendo la fricción al mínimo posible. Cierto es que no hemos contado con que un profundo dominio de la magnetohidrodinámica (control del movimiento de un fluido conductor en
presencia de un campo magnético) permitiera a los supuestos ufonautas
regular el rozamiento de la nave con la capa exterior de aire hasta hacerlo despreciable. Sea esto así o no, si el contorno discoidal posee algún
otro tipo de justificación técnica es algo que por ahora nos resulta enteramente desconocido.
A juzgar por las terribles adversidades que los tripulantes de una odisea espacial habrían de arrostrar, el contacto entre distintas civilizaciones planetarias debería ser un gozoso acontecimiento, magníficamente
celebrado y del que ambas partes guardasen imborrable recuerdo. No
parece lógico, pues, que tras el terrible esfuerzo técnico y personal requerido para esta clase de viajes —como arguyen persuasivamente los
escépticos— una tripulación alienígena aterrice sobre una sementera en
cualquier aldea perdida, se deje ver tímidamente por algún rústico viandante si es que no logra pasar del todo desapercibida, y parta después sin
mayores consecuencias. Esta objeción, empero, está sujeta a la falacia de
petición de principio, según la cual se nos impone como premisa una de
las conclusiones a las que se pretende llegar.
Nada nos garantiza que unos pretendidos extraterrestres empleen el
mismo tipo de razonamiento lógico que nosotros y crean así conveniente
mantener un contacto abierto con otra civilización diferente de la suya,
particularmente si han conseguido vencer las dificultades que los viajes
espaciales involucran. Puede, también, que su superioridad sobre nosotros sea tal que ni siquiera se planteen la posibilidad de un intento de
91
FRONTERAS DE LA REALIDAD
comunicación. Un naturalista, digamos, que desee estudiar una comunidad de chimpancés no pregunta quién es el jefe; simplemente los estudia
y se marcha. Tal vez nuestra situación frente a los ufonautas sea análoga
a la de los monos frente al naturalista. En todo caso sería necesario solventar el problema de los desplazamientos espaciales en tiempo útil para
que resultase comprensible la actitud de unos cosmonautas foráneos, deseosos de estudiar una civilización extraña a la suya sin ser descubiertos
ni influir en el ambiente sobre el que trabajan.
Hemos pasado lista a numerosos inconvenientes, y los más graves no
estriban en dificultades prácticas, resolubles con mayor o menor maña
por unos ingenieros hábiles, sino obstáculos teóricos fundamentales que
nos dejan acorralados por los principios lógicos que componen la base
más elemental de nuestro concepto de realidad. Ensayamos varias salidas y todas fracasaron. Para algunos esto significa que la cuestión carece de respuesta posible y para otros sencillamente que no hemos dado
con ella todavía. La confianza de los primeros se sustenta en la solidez
de nuestros conocimientos actuales, en tanto que las expectativas de los
segundos se apoyan en las tremendas modificaciones que han sacudido
dicho conocimiento desde el comienzo de su evolución.
Lo único cierto es que hasta el presente tan ansiada solución, de existir, no se insinúa siquiera sobre el horizonte de nuestro saber. A raíz
de ello y juzgando por los indicios considerados en el capítulo anterior, mientras persistan estas inconveniencias teóricas junto al testimonio cualificado e indudable de multitud de testigos apoyados por huellas
físicas y aparatos detectores, decidir si fallan nuestras percepciones del
mundo exterior o las teorías científicas seguirá constituyendo materia de
gusto y opinión.
92
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
NOTAS
1. En realidad existe una cuantiosa cantidad de relatos anteriores a 1947 sobre
ingenios volantes no conocidos en los que se describen misteriosas máquinas voladoras —mucho antes del primer vuelo de los hermanos Wright— con los rasgos
típicamente decimonónicos de los artefactos futuristas de J. Verne. No es posible
saber hoy si dichas narraciones eran ciertas y, de serlo, si tales características eran
propias de aquellos aparatos, o bien se trataba de adiciones imaginativas añadidas por los testigos según la cultura de la época.
2. Durante la Segunda Guerra Mundial se informó en numerosas ocasiones de
enigmáticas luces voladoras que seguían a los pilotos beligerantes y parecían
mostrar un comportamiento inteligente, bautizadas como foo-fighters. Ambos
bandos en conflicto iniciaron una investigación reservada, achacando la responsabilidad del fenómeno a un arma secreta enemiga.
3. «Evangelios apócrifos» es la denominación colectiva que recibe el conjunto de
textos que, aunque atribuidos a un autor sagrado, no son admitidos por la Iglesia
Católica como válidos para su uso en el rito religioso. El criterio seguido en esta
primera clasificación por los primeros Concilios y Padres de la Iglesia no pudo
ser más arbitrario. A tenor de ello, un número crecido de historiadores acusa a
las jerarquías de entonces y de ahora de haber suprimido en su beneficio ideológico gran parte de los escritos que harían mucho más inteligible el origen de la religión cristiana. Particularmente, los paleoufólogos creen haber hallado en estos
Evangelios una fuente documental para apoyar sus tesis de que el nacimiento de
las religiones, especialmente la judeocristiana, estuvo provocado por el contacto
entre extraterrestres y pueblos de la antigüedad.
4. En los últimos años se extendió entre los ingenieros más imaginativos la moda
de diseñar supuestos artilugios de alta tecnología basándose únicamente en las
indicaciones que ofrece la Biblia acerca de objetos tan controvertidos como el
Arca de la Alianza de Moisés y la nube angélica contemplada por Ezequiel. Así
lo hicieron los ingenieros Sasoon y Dale al elaborar un dibujo del Arca (según
las descripciones recogidas en los textos judíos tradicionales como el Zohar), a
la que consideraban un sofisticadísimo tanque de cultivo hidropónico, equipado
con un reactor nuclear, cuya misión era la de fabricar el maná. Acaso ahora pudiera aclararse el enigma, pues, según el periodista británico Graham Hancock,
la verdadera Arca de la Alianza se encuentra custodiada en la iglesia de Santa
María de Zion, en Axúm (Etiopía).
93
FRONTERAS DE LA REALIDAD
En otro orden, el diseñador de aviones y cohetes Joseph F. Blumrich, analizó minuciosamente el relato de Ezequiel con el ánimo de refutar las interpretaciones
ufológicas. Sin embargo, acabó reconociendo que la descripción del profeta podría cuadrar perfectamente con la de un vehículo aeroespacial de corto alcance,
técnicamente posible de construir y utilizar.
5. No obstante, el profesor Charles Hapgood, del Keen State College en New
Hampshire, sostiene una opinión contraria y sus argumentos parecen asimismo
consistentes. El mapa de Piri Reis no es el único, sino que junto a él se reúnen
otros igualmente precisos y misteriosos, como los de Oronteus Finnaeus, Hadji Almed, Ibn Ben Zara o Andrea Benincasa. La explicación defendida por Hapgood se basa en la posible existencia de un pueblo perdido desde la era glacial (es
decir, anterior al 10.000 a. C.) y responsable de los antiquísimos mapas originales en los que se fundaron los posteriores cartógrafos (véase el capítulo 5 para un
tratamiento más profundo el tema). Otras hipótesis aducidas han sido una corrección en 3.000 años de la fecha fijada por los geólogos para la congelación de
la Antártida, permitiendo así su exploración a fenicios y minoicos; la posesión de
poderes paranormales que permitiesen a los antiguos sacerdotes-cartógrafos dibujar mapas mediante dotes de clarividencia; o la aceptación de que los mapas
en cuestión fueron trazados merced a las fotografías espaciales obtenidas ya sea
por exploradores extraterrestres, ya sea por una avanzadísima civilización perdida de origen humano.
6. Existe constancia histórica de un caso en el que la pierna de una mujer fue
atravesada limpiamente por un diminuto meteorito. Es un suceso excepcionalmente infrecuente, tanto como el hallazgo de restos fósiles agujereados de la manera discutida.
94
PARTE II:
ENIGMAS Y LEYENDAS
5
CIVILIZACIONES DESAPARECIDAS
L
a idea de que las primeras civilizaciones reputadas como tales no
fueron sino las tristes sombras de culturas muy anteriores, desaparecidas en medio de terribles cataclismos, ha excitado repetidamente la
imaginación del ser humano. La civilización perdida más célebre es, qué
duda cabe, la Atlántida o Atlantis, imperio perdido cuyas únicas citas
aparecen en dos de los diálogos de Platón, el Timeo y el Critias. Conforme al relato platónico, el gran estadista ateniense Solón, de viaje por
Egipto en el 590 a. C., había escuchado de un sacerdote en Sais la historia del continente de la Atlántida, ubicado en pleno océano Atlántico
y que resultó hundido por una repentina catástrofe 9.000 años antes, lo
que situaría el suceso alrededor del 10.000 a. C.
El Critias hace una descripción detallada de la isla, pero se interrumpe sin completarla. La singularidad de proporcionar una descripción
tan prolija cuando no existe constancia de que Solón la recibiera —además de otros detalles— provocó que ya en la época clásica el relato fuese tomado como una elaborada fábula. Sin embargo, el hecho de que
Aristóteles pusiese claramente de manifiesto el carácter legendario de la
Atlántida indica con toda seguridad que había quienes estaban dispuestos a creerlo sin asomo de duda.
El asunto pasó desapercibido durante la turbulenta Edad Media para
experimentar durante el Renacimiento una notable puesta al día con
el descubrimiento de América, continente al que muchos autores achacaban la narración platónica. El resurgimiento mayor, no obstante, se
produjo con la publicación en 1882 de la obra del atípico abogado,
novelista y político norteamericano Ignatius Donnelly, La Atlántida: el
mundo antediluviano. Este libro más que ningún otro convirtió la historia de la Atlántida en un mito clásico, y por tanto imperecedero, y en él
se contienen las tesis fundamentales que articulan la concepción legendaria del continente perdido. Los puntos básicos se reducen a admitir la
existencia real de una gran isla-continente en el océano Atlántico, más o
97
FRONTERAS DE LA REALIDAD
menos frente al estrecho de Gibraltar, donde el ser humano pasó por primera vez de la barbarie a la civilización.
En esa masa insular se situaba la residencia original de las razas turánicas, semíticas y arias o indoeuropeas, algunos de cuyos supervivientes
se diseminaron por el resto del globo cuando una terrible convulsión de
la naturaleza destruyó la isla. Las grandes civilizaciones de la antigüedad (egipcios, mayas, sumerios, incas, etc.) eran en realidad colonias de
la Atlántida que adquirieron identidad propia tras el hundimiento de la
metrópoli. Las mitologías clásicas de los antiguos griegos hindúes, fenicios y escandinavos representarían entonces un confuso recuerdo de las
hazañas históricas de los reyes atlantes, junto con un aluvión de toponímicos cuya referencia original era siempre la Atlántida: el Edén, los Jardines de las Hespérides, el Mesonfalo, el Monte Olimpo, el Asgard o
Avalón, la Hiperborea y muchos otros.
La emoción de la historia se vio acrecentada gracias a la falsa historia
divulgada por Paul Schliemann, nieto del famoso descubridor de Troya,
quien dijo haber encontrado una vasija en forma de búho con la inscripción «del rey Cronos, de la Atlántida», en una deshonesta tentativa de
seguir los pasos de su ilustre antepasado. Mas estas revelaciones fraudulentas, lejos de poner coto al poder de la leyenda, lo incrementaron.
Pronto aparecieron nuevas civilizaciones perdidas que se disputaban
con la Atlántida el honor de haber sido cuna primigenia de la humanidad. Cuando algunos geólogos y biólogos evolucionistas plantearon
la posibilidad de que la India y África hubiesen estado unidas en tiempos remotos por un puente de tierra firme (entonces se desconocía la
deriva continental) para explicar la distribución geográfica de ciertos
grupos de mamíferos —en particular los primates primitivos llamados
«lémures»— los amigos del misterio se apoderaron de la idea y denominaron Lemuria a este nuevo emplazamiento de imaginarias culturas
desaparecidas.
El número de continentes ignotos se multiplicaba sin cesar pues pronto se unió a tan curioso cortejo la tierra de Mu, frecuentemente confundida con Lemuria y a veces situada en la misma zona. Este nombre, y las
subsiguientes historias épicas con él relacionadas, se desprenden de una
traducción extremadamente libre de un códice maya realizada en 1864
por el abate Brasseur, quien se sirvió para esta finalidad de una especie
de alfabeto maya redactado en tiempos por el obispo del Yucatán, Diego de Landa. En realidad, la escritura maya era pictográfica, no fonética, y en consecuencia carecía de alfabeto. Pero el obispo español carecía
por igual de conocimientos filológicos y era incapaz de concebir un idio98
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ma sin alfabeto fonético, por lo cual compiló un limitado conjunto de
símbolos cuyos nombres sonaban de forma lejanamente parecida a la
pronunciación que a De Landa le era familiar para las letras de su propio alfabeto.
Apoyado en tan endebles estudios lingüísticos y con grandes dosis
de imaginación e improvisación, Brasseur decidió que el códice relataba
la historia de un país aniquilado por una catástrofe volcánica. Este país
parecía indicado por dos glifos que recordaban vagamente a una «M» y
una «U» del alfabeto de De Landa. Posteriormente, James Churchward,
basándose en unas tablillas que afirmaba haber visto durante sus viajes por Extremo Oriente, desarrolló una elaborada mitología con la que
revestir la historia de Mu; historia construida a partir de peregrinas interpretaciones sobre no menos erráticas traducciones de escrituras desperdigadas, tomadas de aquí y de allá, obviando siempre la enrevesada
simbología cultural de sus autores originarios.
Todas esas civilizaciones míticas fueron amalgamadas en las enseñanzas ocultistas de la teósofa Helena Blavatsky, que nos ofrece una narración acentuadamente imaginativa a través de las siete «Razas Raíz»,
dos de las cuales aún han de emerger. La segunda Raza Raíz habitó en
Hiperborea (el idílico país que los griegos situaban al norte de Europa), la tercera —una raza de simiescos gigantes hermafroditas y ovíparos con cuatro brazos y tres ojos— vivió en Lemuria, y la cuarta Raza
Raíz lo hizo en la Atlántida. Este fantasmagórico esquema evolutivo,
desarrollado más detalladamente todavía por W. Scott-Elliot, deriva su
autoridad del supuesto libro esotérico perdido Las estancias de Dzyan,
conocido en trance por Helena Blavatsky y reproducido en su obra La
doctrina secreta.
Frente a esta profusión de culturas engullidas en la noche de los tiempos, quienes no rechazan de plano la verosimilitud de estas historias se
agrupan en tres grandes escuelas de pensamiento. Los primeros son los
«difusionistas», seguidores de las tesis de Donnelly con alguna que otra
variación secundaria, distinguiéndose por defender la suposición de que
la Atlántida constituyó el centro germinal desde el que se dispersaron
los pueblos que más tarde fundarían las más importantes civilizaciones.
El grupo de los ocultistas defiende la existencia de la Atlántida sin otro
sostén que intuiciones, inspiraciones y comunicaciones del «más allá».
Según ellos, fue aquella la fuente de todo lo mágico y de lo que se ha
dado en llamar el saber antiguo o secreto, conservado en las escuelas de
ocultismo y ligado a algunas reliquias del pasado, como Stonehenge o
las pirámides de Egipto. De la Atlántida nacerían también las leyendas
99
FRONTERAS DE LA REALIDAD
universales que hablan de razas de gigantes, en tanto que la nuestra es
simplemente la última de una larga serie de civilizaciones que se remontan desde 65.000 a 650.000 años a. C. Lemuria y Mu serían así parte
de un plan coherente de evolución cósmica que abarcaría todo el tiempo y el espacio.
El tercer y último grupo propugna la posibilidad de que el mito atlántico se asiente en una auténtica civilización devastada por alguna catástrofe en tiempos protohistóricos sin descartar ninguna localización
razonable para la misma, a resultas de lo cual se han propuesto varios
centenares de ubicaciones en todos y cada uno de los siete mares.
Como es natural, desde los tiempos de Platón el hombre ha adquirido una serie de conocimientos sobre la naturaleza que le facultan para
enjuiciar con suficiente fiabilidad determinadas hipótesis sobre los acontecimientos acaecidos en el mundo. Es lícito preguntarse entonces si un
análisis de mitos como el atlantídeo a la luz de la geología, la oceanografía
o la geofísica puede esclarecer lo que una nutrida cohorte de visionarios,
mitómanos y embaucadores ha enturbiado a lo largo de generaciones.
Por ejemplo, la tesis de la catástrofe cósmica ha sido sopesada en todos
sus aspectos con gran detenimiento sin resultados positivos.
La hipótesis del «hielo cósmico», debida al iluminado austriaco Hans
Hörbiger, sostenía que la colisión de un fabuloso bloque de hielo espacial con nuestra estrella había provocado la formación del sistema solar. La falsedad de estas especulaciones, que en su momento trataron de
relacionarse con la desaparición de civilizaciones perdidas, ha quedado
probada más allá de toda duda —si es que todavía quedaba alguna—
con la comprobación personal por los astronautas norteamericanos de
que los satélites no son de hielo Análogamente, la suposición de que el
choque de un cuerpo astronómico con nuestro planeta produjo algún
tipo de cataclismo continental debe rechazarse por un doble motivo:
los cometas son demasiado pequeños para causar un efecto semejante,
y un meteorito del tamaño necesario para provocar cataclismos a escala
planetaria (inversión del movimiento de rotación, variación de la inclinación del eje terrestre) hubiese supuesto no ya la destrucción de la Atlántida sino de toda la Tierra.
Queda descartada, por ser evidentemente contraria a las leyes de la
física, la existencia de franjas gaseosas muchos kilómetros por debajo de
la superficie terrestre, cuyo desplome hubiera ocasionado el hundimiento de un continente situado sobre ellas. Y ha de rechazarse también la
posibilidad de algunos desastres menores, como la sugerida por Buffon y
Tournefort de la inundación del Mediterráneo tras el hundimiento de un
100
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
istmo que habría unido Europa y África, debido a la presencia de pruebas fehacientes que indican la existencia del estrecho de Gibraltar desde
el Pleistoceno superior, hace algunos millones de años. De igual modo,
la búsqueda de analogías entre mitos culturales o la marcha anual de los
roedores noruegos llamados lemmings para encontrar la muerte en las
aguas oceánicas —que es explicada por los etólogos como incapacidad
de distinguir un río del mar más que en términos de un insuperable «instinto atlante»— no pueden ser tomadas seriamente, como si de verdaderas pruebas se tratase, a no ser por los más encendidos proatlantistas.
Gracias a la teoría de la deriva continental de Wegener, actualmente
no necesitamos postular la existencia pretérita de tierras emergidas para
justificar la similitud entre los accidentes geográficos de distintos continentes o la distribución de especies animales y vegetales en ellos. Según esta teoría, hoy plenamente contrastada y aceptada, la corteza de la
Tierra está dividida en placas (placas tectónicas) que se desplazan lentamente portando las masas continentales que hay sobre ellas. Empero,
aun cuando no nos es posible denegar con rotundidad el hundimiento
en eras lejanas de extensiones este-oeste de tierra firme que habrían comunicado algunas zonas de los continentes que hoy conocemos, este extremo no sería de gran utilidad para el mito platónico. La sumersión de
esos «puentes» intercontinentales, de haberse producido, habría tenido lugar a velocidades geológicas, es decir, a pocos centímetros por año
como máximo. Se conocen casos de hundimientos más rápidos, pero
sólo en relación a áreas limitadas de relieve plano y nunca más de algunas decenas de metros. Esto explicaría las muestras obtenidas ocasionalmente en el fondo oceánico (como en 1898 a causa de la rotura de un
cable transatlántico) entre las que se encontraban arenas costeras, restos fósiles de plantas de agua dulce, rocas de tipo continental y taquilitas
(lava basáltica vidriada enfriada presumiblemente al aire libre).
Además, la denominada Dorsal del Delfín —relieve orográfico en
forma de doble «S» localizado en el centro del Atlántico— se halla en
su mayor parte a 3 ó 4 km bajo la superficie, lo cual es una profundidad
excesiva para corresponder a un hundimiento geológico o a un ascenso
del nivel marino al final de la última glaciación de Würm (ascenso máximo calculado en un centenar de metros). En suma, todos los antedichos
fenómenos geológicos concluyeron en el actual asentamiento geográfico, que apenas ha experimentado variaciones, desde hace aproximadamente 70 millones de años de antigüedad, según indican los estudios
efectuados con sónar sobre el fondo del océano Atlántico. Una datación
incompatible con cualquier mítica civilización perdida, ya fuese reseña101
FRONTERAS DE LA REALIDAD
da por Platón o por otro autor clásico, ignorantes todos de las escalas de
tiempo a las que se enfrentaban.
¿Cómo responder, pues, a las pruebas aportadas por los numerosos
atlantólogos dedicados a este menester? En primer lugar conviene reducir tales indicios a sus justas proporciones para comprobar que no se trata en realidad más que de un cúmulo de argumentos plagados de errores
e inexactitudes, ingeniosos algunos, chapuceros la mayoría, y que abusan de la fascinación que el tema de la Atlántida ejerce entre el público para ocultar las abundantes inconsistencias que les aquejan. Uno de
los pilares fundamentales de quienes defienden la realidad histórica de
la Atlántida subraya las similitudes existentes, a su juicio, entre áreas
geográficas tan alejadas como las que ocuparon la civilización egipcia y
las culturas de la América precolombina. Pero si se analizan de cerca las
pretendidas semejanzas se disuelven con rapidez.
Las coincidencias lingüísticas, pongamos por caso, cuando son ciertas resultan demasiado frágiles como elemento probatorio. La demencial
obra idiomática de De Landa no demuestra más que la incompetencia
de su autor y hoy no sería admitida por filólogo alguno. La lingüística
moderna juzga indispensable proceder a la comparación entre lenguajes
partiendo de unidades globales (escritura-sonido-significado) en el marco de construcciones lo más estructuradas que sea posible, rechazándose toda comparación entre palabras y mucho menos entre sílabas (como
el célebre fonema «atl»).
Otros elementos de similitud cultural han acabado igualmente resultando un fiasco. Una revisión del conocido «glifo de Waldeck» del
elefante maya reveló únicamente un rostro humano, mientras que la célebre «estela B» de Copan parece que no representa a un paquidermo
sino a lo que sería la fantástica reproducción de un pájaro tropical (los
ojos están rodeados de plumas, con la nariz en la base y no en el extremo de la trompa). Las pirámides, al margen de la diferencia de formas
y utilizaciones, se inspiran en un sólido geométrico altamente funcional, inventable con facilidad por culturas independientes. El denominado «arco maya» es una falsa arcada que suple precisamente la falta de
un verdadero arco; y las momias precolombinas son simplemente cadáveres resecos, muy alejados en técnica y sofisticación del embalsamamiento egipcio.
En tanto que las semejanzas parecen ser más bien débiles, las diferencias entre los antiguos pobladores de ambos lados del Atlántico se alzan
imponentes, circunstancia ésta olvidada con excesiva frecuencia por los
atlantófilos. El calendario maya se divide en 18 meses de 20 días y no en
102
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
12 de 30, con un ciclo total de 2.760 años en lugar de 1.460. Los mayas
no conocían el bronce, ni el arado, ni la rueda, ni el abono, ni los ladrillos cocidos, ni los instrumentos musicales de cuerda. Sufrían también
enfermedades particulares y su escritura se basaba en jeroglíficos propios con sonidos igualmente privativos de su cultura. Todo ello sin mencionar que el florecimiento de la cultura egipcia se dio en el 2.500 a. C.
y el de la maya tuvo lugar en el 1.000 a. C. aproximadamente. Asimismo, el origen de los pueblos ameríndios puede atribuirse con toda seguridad a las migraciones mongólicas por el estrecho de Bering durante la
última glaciación, hace no menos de 30.000 años.
La idea de la aparición repentina de las civilizaciones ha sido desmentida por los arqueólogos, pues si bien puede aplicarse a los hombres
de Cromañón, tal aplicación ha de realizarse con todas las reservas. Los
cromañones, indudablemente superiores a los neandertales, se encontraban en el momento de su aparición al nivel cultural de los bosquimanos y debieron evolucionar trabajosamente durante milenios antes
de estar en condiciones de efectuar obras rupestres como las de Altamira. De manera semejante, en la actualidad es posible reconstruir en sus
rasgos fundamentales la evolución cultural desde el Neolítico en adelante, tanto de los mayas como de los egipcios, sin que existan vacíos
inexplicables.
Antiguos mapas misteriosos
Aun cuando pueda parecer lo contrario, la Atlántida en sus múltiples
acepciones no es la única civilización perdida con defensores pertrechados de muy variados argumentos. Otra posible cultura primigenia, dotada de avanzados conocimientos técnicos y desvanecida por motivos
ignorados, salió a la luz como resultado de un inventario que se llevó a
cabo en el museo Topkapi de Estambul en 1929. Fue entonces cuando se
encontró un antiguo mapa del siglo XVI dibujado en piel de gacela y atribuido al almirante turco Piri Reis, quien —a decir de las crónicas— lo
había copiado de otros mapas aún más antiguos.
El mapa de Piri Reis no es una carta de navegación —no sirve para
orientarse en el mar— sino un regalo que hizo en 1517 el navegante turco al sultán de Constantinopla, en el que se pretendía recopilar todo el
conocimiento cartográfico «de portugueses, castellanos y de la antigüedad», según las anotaciones del mapa que se imputan al propio Piri. Una
de esas anotaciones menciona que un tal Columbus —sin duda, Cristó103
FRONTERAS DE LA REALIDAD
bal Colón— había tenido acceso a un libro de la perdida biblioteca de
Alejandría, en el cual se refería la existencia de tierras por descubrir al
otro lado del Atlántico.
La controversia entorno a este mapa, y algunos otros semejantes aunque menos conocidos, se debe a la obra del norteamericano Charles
Hapgood, historiador y geógrafo partidario de conjeturas catastrofistas en la explicación de los cambios planetarios. Hapgood, inicialmente
contrario a la deriva continental, trató más tarde de probar que esta deriva podía acelerarse hasta dar lugar a modificaciones notables en periodos de tiempo geológicamente breves.
En una de las tareas que rutinariamente encomendaba a sus alumnos
universitarios, Hapgood les indicó que examinasen el mapa de Piri Reis
anotando cualquier peculiaridad que les llamase la atención. No se sabe
en concreto quién, pero alguien sugirió que en el citado mapa aparecía
el contorno de la Antártida libre de hielos. Tras una revisión preliminar,
Hapgood asumió como propia la hipótesis y la defendió en un famoso
libro titulado Mapas de los antiguos reyes del mar (1966). En esta obra
Hapgood sostiene que una desconocida civilización, con capacidad tecnológica suficiente, exploró las costas de la Antártida y del continente
americano diez mil años antes de nuestra era. Los restos de esa civilización perdida, a la cual se refiere colectivamente como «los antiguos reyes del mar», se reflejan en diversos artefactos y monumentos dispersos
por todo el mundo, cuya perfección técnica impide situarlos en el seno
de las culturas a las que supuestamente pertenecen.
Pese al apoyo recibido de personas tan solventes como Walters, del
Instituto Hidrográfico de la Marina estadounidense, o Linneham, del
Observatorio Astronómico de Weston, la hipótesis antártica de Hapgood difícilmente se sostiene frente a la evidencia geofísica disponible.
Hay que forzar mucho la imaginación para creer que la maraña de líneas completamente distorsionadas que aparece en la parte inferior del
mapa de Piri Reis corresponde de hecho al contorno de la Antártida
antes de quedar cubierto por el hielo. No es así, y jamás ha habido un
estudio con sondas acústicas que lo confirme, contra las engañosas afirmaciones realizadas con frecuencia al respecto. Lo más probable es que
Piri Reis recogiese en su mapa el mito clásico de la Terra Austalis, o Terra Incognita, una supuesta masa de tierra que debía existir en el hemisferio sur para compensar la presencia de los continentes conocidos en el
hemisferio norte. Un concepto legendario que se manifiesta asimismo en
el mapa medieval de Oronteus Finnaeus, otro de los mapas enigmáticos
que Hapgood intentó emplear en defensa de sus especulaciones.
104
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Sí es cierto, en cambio, que en el mapa de Piri Reis aparecen accidentes geográficos o islas no descubiertas en la época del almirante turco. La cordillera de los Andes parece insinuarse al este de Suramérica
cuando entonces esa zona se hallaba inexplorada. Y en el mapa aparece
también la isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, descubierta oficialmente en 1543, y las islas Malvinas, incluidas en los mapas en 1592.
Posibilidades verosímiles
En vista del auténtico alud de pruebas en contra, los atlantidistas de
mayor sentido común se han replegado hacia posiciones más moderadas, proponiendo que la destrucción de zonas geográficas limitadas a
causa de desastres naturales (maremotos, terremotos, erupciones) circunscritos al área en cuestión pudo dar al traste con florecientes comunidades y sembrar la semilla de la leyenda atlantídea. Esta sugestiva
hipótesis —que no deja de ser posible e incluso probable— presenta algunos inconvenientes, el principal de los cuales es que pueden relacionarse con el mito platónico toda clase de culturas y civilizaciones por el
simple hecho de que alguna clase de siniestro natural interrumpiese su
desarrollo histórico.
Así ha ocurrido con la tesis sostenida por el doctor alemán Jurgen
Spanuth, quien situó la Atlántida en la zona de la isla de Helgoland,
junto a la costa alemana del mar del Norte. Este investigador afirmó
que, de hecho, constituía la precursora en la Edad del Bronce de la civilización vikinga nórdico-escandinava, también conocida como «Atland».
A pesar de sus persuasivos argumentos, la tesis de Spanuth adolece de
los mismos defectos que las demás; en particular, la necesidad de modificar la ubicación geográfica y cronológica de la cultura candidata
a asumir el papel de la Atlántida para que las piezas de su hipótesis
encajen debidamente.
Mucho menos convincentes que las del sabio alemán resultan las sugerencias del grupo de estudiosos que localiza la Atlántida en África, ya
sea en el Sahara (D. A. Godron en 1866), frente a las costas de Marruecos (Félix Berlioux), o en el nigeriano reino de los yoyubas (Leo Frobesius en 1926). El archipiélago de las Azores ha sido ya desde 1803
(Boryo de Saint-Vicent) uno de los emplazamientos favoritos para los
posibles restos de la Atlántida, y en sus inmediaciones se ha informado
del hallazgo de algunos restos arqueológicos sumergidos (bloques, las105
FRONTERAS DE LA REALIDAD
tras de piedra, un metro de pared de mampostería), aunque nada de ello
se ha confirmado.
No podían faltar tampoco las Islas Canarias a este curioso certamen,
y sus antiguos habitantes, los guanches, han sido señalados más de una
vez como últimos descendientes de los extintos atlantes. Tampoco en
esta ocasión nos encontramos ante pruebas incontrovertibles; la naturaleza geológica del archipiélago canario, un conjunto de protuberancias
volcánicas directamente proyectadas desde el suelo oceánico, nada tiene
que ver con los restos de un continente hundido, y tanto la raza como el
idioma guanches han sido identificados como pertenecientes al tronco
berebere, grupo étnico preárabe del norte de África. Que los guanches
desconociesen las artes de la navegación no respalda más que el hecho
comprobado repetidas veces por los etnólogos de que una comunidad
aislada geográficamente puede perder habilidades técnicas disfrutadas
por sus ancestros.
El último capítulo hasta el presente de esta historia se escribió frente a la costa de Miami, en los islotes de Bimini (islas Bahamas), donde
se descubrió en 1967 una extraña construcción pétrea a diez metros de
profundidad bajo las aguas que podría ser parte de un camino pavimentado, el lado superior de una muralla semienterrada o el lateral de un
muro volcado por alguna sacudida telúrica. Según parece —y dejando a
un lado el que Bimini está a miles de kilómetros de la supuesta localización de la Atlántida platónica— gran parte de lo hallado corresponde a
caprichosas formaciones naturales y el resto únicamente podría probar
que largo tiempo atrás los habitantes del lugar eran capaces de trabajar
la piedra y emplearla en construcciones como la que se halló sumergida.
En la actualidad, las civilizaciones aspirantes al título de generadoras
del mito atlantídeo con mayores posibilidades son Tartesos (la bíblica
Tharsis) y Thera (o Santorín). La primera de ellas apoya su candidatura en el análisis histórico-arqueológico de los indicios existentes sobre
su pujanza y su situación geográfica, así como una serie de puntos de
contacto entre la fábula platónica y lo que conocemos sobre aquella comunidad. Tartesos fue una próspera ciudad-estado de origen fenicio erigida en la desembocadura del río Tartéssides (Guadalquivir) —aunque
su localización exacta no se conoce—, cuya fundación tuvo lugar hacia
el 1.000 a. C. y su destrucción, probablemente debida a un ataque cartaginés, ocurrió sobre el 650 a. C.
La repentina desaparición de Tartesos, que dejó tras de sí la vaga
noción de una espléndida cultura bruscamente arrasada, junto con las
espeluznantes historias que la rivalidad comercial de los cartagineses
106
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
hizo circular acerca de los peligros de la región, contribuyeron a asentar las bases del mito. La riqueza de sus minas y el comercio con las
islas del mar del Norte proporcionaron a Tartesos los rasgos de grandeza que Platón transfirió a otro lugar y época para conformar su leyenda atlántica.
En otro orden, en el segundo milenio a. C. (unos 800 años antes del
viaje de Solón a Egipto referido por Platón en su crónica de la Atlántida), gozó de su apogeo una importante civilización centrada en la isla de
Creta, hoy denominada civilización minoica. Su brusco fin hubo de deberse a una tremenda erupción volcánica en el mar Egeo cuya reliquia es
el grupo de islas Santorini, incluidas Thera y Therasia. Si esta erupción,
y así parece, fue de potencia comparable a la del Krakatoa en 1883, entonces es seguro que una isla entera pudo desaparecer y el maremoto devastar muchas islas vecinas. Esta teoría, sustentada por los profesores
Marinatos, Galanopoulos y Luce, es una de las más sólidas y congruentes al respecto.
Según ellos, el nombre egipcio de Creta, Keftiú («Pilar»), pudo recordar a Solón el mito de Atlante, y agregan que las dimensiones continentales conferidas a la isla se originaron en un error de Platón al transcribir
meson («más grande») en lugar de mezon («en medio», es decir, una isla
entre Libia y Asia Menor). Otra confusión al traducir «años» en vez de
«meses» desplazó 10.000 años lo que en realidad había ocurrido 800
años antes, periodo que concuerda mucho mejor con una cultura del
bronce como la que describe Platón al hablar de la Atlántida. Los paralelismos técnicos, folclóricos y orográficos entre la Atlántida y la civilización minoica, así como los estudios sobre la catástrofe de Thera,
concuerdan tan notablemente entre sí que otorgan una poderosa fuerza
de convicción a esta teoría.
Sin embargo, cualquiera que fuese el núcleo de verdad —si es que
lo hubo— en el que se basó Platón para pergeñar su relato, lo cierto es
que aquel quedó irreconocible por las invenciones y distorsiones que el
sabio griego le añadió para sus propios fines. Así, resulta fuera de toda
discusión que el gran filósofo ateniense abrigaba la intención, con sus
diálogos Timeo y Critias, de ampliar el esbozo trazado en su obra La república acerca de su concepción de una sociedad ideal.
A buen seguro, Platón describió como si hubiese sido real la existencia de un Estado perfecto bajo el nombre de la Atlántida a fin de ofrecer
una imagen más impactante de los contenidos que deseaba transmitir
en su disertación política. Al tiempo alababa el orgullo de los atenienses
narrando su victoria sobre los atlantes, mientras les recordaba de modo
107
FRONTERAS DE LA REALIDAD
subliminal lo virtuosos que habían sido en el pasado y cuánto debían
aprender de los usos y costumbres de sus antepasados. Pero Platón subestimó su propio ascendiente sobre la posteridad y con el transcurso de
los años fueron legión los hombres dispuestos a dar carta de completa
autenticidad al mito, parapetándose en la autoridad del genial ateniense.
Probablemente la leyenda de la Atlántida permanecerá por siempre
en la conciencia popular como baluarte invencible del mito del paraíso
perdido, un idílico estado de felicidad ideal del que la humanidad se vio
privada en sus tiempos más tempranos. Y aunque es bueno complacerse de vez en cuando con mitologías reconfortantes, no lo es confundir la
ilusión con la realidad, por cuanto que una actitud tal acabará robándonos la energía necesaria para modelar nuestras vidas de la manera más
semejante posible a aquello que añoramos en nuestros sueños.
108
6
LA MALDICIÓN DE LOS FARAONES
L
a apasionante aventura de la arqueología, la reconstrucción de las
vidas y culturas de nuestros lejanos antepasados, se ve envuelta en
ocasiones en un velo de misterio que empaña inmerecidamente el brillo
de sus logros y el esfuerzo de sus impulsores. El mejor exponente de esta
situación lo constituye la así llamada «maldición de los faraones». Tal
vez ello sea debido a que el Antiguo Egipto, su civilización y sus enigmas
fascinan nuestras mentes con un poder inigualable.
El Egipto de los faraones evoca imágenes de océanos de arena sobrecogedoramente vastos azotados por los vientos del desierto, magnificentes soberanos laureados con riquezas sin cuento, esclavos cuyas vidas se
sacrificaban cruelmente en la construcción de obras ciclópeas, o castas
sacerdotales entregadas a misteriosos rituales mágicos, celosas centinelas de saberes ocultos venidos quién sabe de dónde. En esta atmósfera
de exotismo oriental y romántico misterio, las leyendas sobrenaturales
afluyen como algo consustancial y casi imprescindible.
La más célebre y vigorosa de estas leyendas es la que nos anuncia que
a los faraones difuntos les es dado castigar desde el más allá a cuantos
osen profanar sus tumbas, o «mansiones de la eternidad» en el eufemismo egipcio de aquel entonces. El mito cobró fuerza en 1922 con el hallazgo de la tumba del faraón Tutankhamón y el posterior fallecimiento
en circunstancias supuestamente extrañas de varios participantes en el
descubrimiento. Lo cierto es que Tutankhamón ha sido el único mandatario egipcio con el que se han asociado directamente maldiciones y conjuros, se dice, cumplidos. Por este motivo nos centraremos sobre él en
la discusión que sigue y analizaremos si en verdad tuvieron lugar tantas
muertes vinculadas a la tumba del faraón-niño como se pretende, y si las
acaecidas fueron tan extraordinarias como algunos defienden.
La controversia nació cuando ciento treinta y dos días después de la
apertura de esta tumba murió el patrocinador de las excavaciones, Lord
Carnavon. Su desaparición dio pábulo a toda clase de rumores y propició que la prensa frívola de la época emprendiese una de las campañas
109
FRONTERAS DE LA REALIDAD
más sensacionalistas organizada jamás en torno a un hecho infundado.
La colaboración involuntaria de otra clase de prensa, interesada en hacerse eco de los temas de actualidad, contribuyó también a convertir
«la maldición del faraón» en uno de los más señeros tópicos populares
de principios del siglo XX, a despecho de las réplicas de Howard Carter
(descubridor material de la polémica tumba) y Georg Steindorff.
No parecen haber tomado demasiado en cuenta los seguidores del
embrujo faraónico —que todavía hoy pueden encontrarse en abundancia— algunos detalles que cualquier examen de la cuestión juzgaría muy
clarificadores. Uno de ellos consiste en la notable ineficacia de la magia
egipcia (como todas las magias, por cierto) en orden a cumplir su cometido. Ni las terribles advertencias recogidas en los Textos de las Pirámides, ni en los Sarcófagos, ni en el mal llamado Libro de los Muertos, ni
en ningún otro pergamino previnieron las egregias sepulturas contra los
saqueadores ya en la época de los faraones, ni procuraron el castigo de
los culpables. Valga como muestra que, según el papiro Leopold II que
trata de los robos efectuados en la necrópolis tebana, duraron cuatro
años las tropelías de una banda de malhechores que llegó a quemar, incluso, el cadáver del faraón Sobekemsaf, de la dinastía XVII (165-1567
a. C.), además de saquear cuantas tumbas hallaron a su paso. Tras su
detención los facinerosos fueron puestos en libertad sin que sobre ellos
recayese castigo alguno, divino o humano.
Un punto crucial a destacar en medio del marasmo de bulos, confusiones y malentendidos es que la tumba de Tutankhamón no contenía
ninguna maldición especial. Es rotundamente falso que existiera una advertencia tal como: «La muerte se acercará rápidamente a todos cuantos perturben el descanso del faraón». Este texto en particular jamás
fue grabado en ninguna cripta ni objeto faraónico, y lo único verdadero es que las inscripciones de la tumba hallada por H. Carter reflejan temas religiosos o históricos, pero nada parecido a hechizos o sortilegios.
Sí responde a la realidad, en cambio, el hecho de que algunos monarcas
egipcios se sirviesen de maldiciones y anatemas mágicos para salvaguardar su última morada.
Amenazas de esa especie se encuentran documentadas desde el Reino
Antiguo (2686-2181 a. C.) hasta la época Ptolemáica (323 a. C.). Conforme ya quedó dicho, esta clase de truculentos avisos no surtieron efecto alguno, como bien puede comprobarse en el caso de Ursu, «jefe de los
países auríferos de Amón» de la dinastía XVIII (1570-1320 a. C.). Hacia 1915, el grupo escultórico procedente de su tumba, en el que había
grabada una de estas advertencias en tono atemorizador, llevaba unos
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
cincuenta años en una mansión británica sin que sus propietarios se viesen afligidos por desdicha alguna, si descontamos la molestia de buscarle un lugar apropiado.
Una tercera circunstancia a subrayar es que la magia tradicional egipcia, tomada en sentido estricto, tendría precisamente a los egiptólogos
como último objetivo posible. Por un lado, la mayoría de las inscripciones funerarias sólo profieren amenazas contra quienes dañen la tumba y
sus aditamentos, o contra los que penetren en ella impuros y sin el debido respeto; esto es, en esencia, lo que dicen los mensajes inscritos en las
tumbas del monarca Herkhuf, del Reino Antiguo, en Qubhet-el-Hawa
(delante de Assuan), o en la del gobernador de la provincia de Hapidjefa, del Reino Medio (2040-1786 a. C.).
Por otra parte, los genuinos textos mortuorios demandan la buena
voluntad de los vivos y anuncian la recompensa futura para quienes así
lo hicieren. Curiosamente, tan buena disposición hacia cuantos cumplimentasen los ritos de homenaje al difunto venía motivada por la firme
convicción de los antiguos egipcios de que el simple hecho de recitar una
larga lista de ofrendas necesarias al finado para alimentarse en el otro
mundo originaban su existencia. Análogamente sustentaban la creencia de que era indispensable rescatar del olvido el nombre del fallecido, edificándole monumentos o dedicándole inscripciones, puesto que
se admitía sin reservas que en el nombre residía la esencia de la persona nombrada.
Siendo así, se diría que son los egiptólogos los únicos capacitados
para leer los textos funerarios y «hacer vivir» el nombre del desaparecido, y únicos también en preservar con devoción, escrupulosidad y pasión las tumbas y demás objetos relativos a ellas. Por tanto, más que
víctimas de las maldiciones los egiptólogos habrían de ser los auténticos
usufructuarios de la protección de los faraones desde ultratumba.
En las últimas décadas alcanzaron popularidad una serie de teorías
que intentaban explicar racionalmente los efectos de la presunta maldición faraónica, haciendo caso omiso a cualquier vertiente mágica o
supersticiosa. Según estas teorías, las pretendidas muertes de los egiptólogos acontecidas tras la apertura de la tumba de Tutankhamón obedecerían a una causa racional y justificable, ya fuese como un hecho
fortuito o debido a una trampa hábilmente preparada por los constructores de los monumentos funerarios.
Una de ellas, quizás la más pintoresca, culpa de dichos fallecimientos
a la alevosía del faraón o sus sacerdotes al colocar materiales radiactivos en el recinto de la tumba (algún mineral compuesto de oro, uranio
111
FRONTERAS DE LA REALIDAD
y torio), de tal modo y manera que perjudicasen seriamente la salud de
cuantos osasen perturbar la paz de aquel lugar. Sin desmerecer el ingenio de sus autores, debe decirse que nada de lo anterior ha sido probado.
Muy al contrario, mediciones realizadas con contadores de radiaciones
no detectaron nada sospechoso. De igual modo se demostró la falsedad de la suposición de que en la atmósfera herméticamente cerrada de
la cámara mortuoria se hallasen dispersados gases venenosos (cianuro
o mercurio), merced a las investigaciones de R. Philips, oficial médico y
delegado naval para investigaciones científicas en El Cairo.
Otro conjunto de hipótesis versa sobre la posibilidad de que la supuesta maldición se explique a partir de infecciones provocadas por hongos
microscópicos (el Aspergillus Niger o el Histoplasma Capsulatum) responsables de síntomas como la fiebre e inflamación de las vías respiratorias. El microhongo histoplasma, por ejemplo, se halla incrustado en los
excrementos de murciélagos y provoca una dolencia manifestable en dos
formas. La forma aguda (uno de cada 10.000 casos) mataba al cabo de
algunos días o meses, hasta que en 1958 se encontró el remedio en un potente fungicida. La forma benigna produce fiebre, tos y expectoraciones
que remiten en una o dos semanas. Sin embargo, aún quedaría por explicar cómo accedieron los murciélagos al interior de la tumba de Tutankhamón, que permaneció cerrada durante la mayor parte de su existencia (de
ahí la conservación de sus tesoros), para depositar sus deyecciones.
Dejando a un lado la extrema fetidez de estas heces, lo cual hubiese
puesto sobre aviso a los arqueólogos de su presencia, cabe preguntarse si
el microorganismo podría recobrar tan fácilmente su actividad después
de 3.274 años de aislamiento absoluto (ciertamente los hongos en estado de espora pueden resistir larguísimos periodos de tiempo, mas no se
conoce caso alguno de un periodo tan dilatado). Además, si admitimos
esta hipótesis, resultaría que el microhongo histoplasma habría actuado
en especial en una tumba concienzudamente sellada, sin afectar a la legión de investigadores que trabajaron y trabajan en tumbas abiertas, fácilmente accesibles, pues, al murciélago.
Tomemos como ejemplo lo sucedido en la tumba del monarca
Ankhtifi, descubierta en 1928 cerca del poblado de Moalla, en el Alto
Egipto, 765 km al sur de El Cairo. En este lugar sí que se pueden leer
abundantes maldiciones, y el egiptólogo Jacques Vandier, quien estudió
el monumento en 1935 y 1949, se quejaba de los daños causados por
las deyecciones endurecidas de los murciélagos sobre las paredes. Pues
bien, Vandier vivió 70 años, 50 de ellos transcurridos después de visitar la tumba de Ankhtifi. Igualmente, Pierre Lacau, jefe del Servicio de
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Antigüedades de Egipto y uno de los primeros en penetrar en el recinto,
contaba 91 años cuando murió y había gozado de 56 de ellos con posterioridad a su estancia en la mencionada tumba.
Aun cuando las infecciones infrecuentes podrían ser la explicación
en el caso de las dolencias de algunos arqueólogos, o aunque barajemos
otras teorías (como la sugerida por el forense español Dr. J. M. Reverte
Coma, de que determinados ácaros microscópicos semejantes a los causantes de la sarna, presentes en momias y cadáveres resecados, hayan
transmitido algún virus mortífero) es preciso contemplar con frialdad lo
ocurrido alrededor del hallazgo de la célebre tumba de Tutankhamón.
Tan sólo existe constancia de dos muertes vinculadas directamente al
descubrimiento de esta tumba y ocurridas en un breve plazo posterior:
Lord Carnavon y G. Benedite. El primero de ellos falleció a consecuencia de una infección debida a la picadura de un mosquito, diez años después de haber visitado la tumba de Amenofis I —cuyo desenterramiento
también patrocinó él—, sin haber sufrido de magias ni histoplasmosis
por esta primera «profanación». Tal vez sea que el poder sobrenatural
de unos faraones excede al de otros, y resulta difícil saber por qué. En
el caso de George Benedite, conservador del Departamento Egipcio del
Museo de El Cairo, el óbito le sobrevino como resultado de una congestión por el intenso calor del Valle de los Reyes, sin que su actuación en
torno a la tumba fuese especialmente significativa. Un tercer egiptólogo al que a menudo se relaciona de manera indebida con la maldición es
Arthur C. Mace (1874-1928), el cual sobrevivió siete años a su visita a
la cámara mortuoria, tiempo más que suficiente para dudar de la efectividad de cualquier sortilegio.
Una rápida mirada a la longevidad de otros egiptólogos nos proporciona una imagen de la realidad muy distinta al lúgubre cuadro pintado
por los amantes del misterio. El equipo encargado de estudiar los textos encontrados en la tumba que nos ocupa estaba compuesto por A. H.
Gardiner, P. E. Newberry y J. H. Breasted. Cada uno de ellos murió a
una avanzada edad y disfrutó de largos y dichosos años tras su contacto con Tutankhamón; el primero murió a los 85 años (41 después de la
apertura), el segundo a los 81 (27 años después), y el tercero a los 70 (13
años más tarde). H. Carter falleció a los 67 años, sobreviviendo así 17
años a su hallazgo, y W. B. Emery pudo relatar durante 49 años a quien
quisiese escucharle su experiencia en el Valle de los Reyes (contaba 20
en el momento del descubrimiento).
Ampliando el abanico de ejemplos nos encontramos con R. Enhelbach, inspector jefe del Servicio de Antigüedades del Alto Egipto,
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
quien murió a los 59 años (24 después del descubrimiento), y G. Lefèbvre, conservador jefe del Museo de El Cairo, el cual vivió hasta los 79
años, transcurridos 35 desde el desenterramiento de Tutankhamón. Y
si nos extendemos al siglo XIX hallamos al conocido egiptólogo Mariette (1821-1881), que nos abandonó a la edad de 61 años tras haber visitado él solo más necrópolis que muchos colegas suyos juntos (31 años
después de haber descubierto el Serapeum aún vivía). Maspero (18451916), jefe del Servicio de Antigüedades de Egipto, cumplió los 71 años
sin incidencias destacables, y Petrie (1853-1942) falleció a los 90 años
manifestando su capacidad de sobrevivir 62 años a una intensa exploración de la pirámide de Kheops en Gizeh. En conjunto, el promedio de
vida de estos eruditos es de 70 años, lo que resulta más que respetable
para su época, y parecía aconsejar la dedicación a la egiptología de todos aquellos que desearan alcanzar una prolongada ancianidad.
¿Qué queda, pues, de la «maldición del faraón»? Tan sólo un residuo
de ignorancia e infundios persuasivamente esparcidos entre una opinión
pública ávida de emociones fuertes. El matrimonio del deseo de unos
por incrementar sus ventas aun por encima de la honestidad y la verdad
histórica y la necesidad en otros de sucesos terroríficos y sobrenaturales
que les apartasen de la torpe y triste monotonía de sus vidas cotidianas
produjo un vástago intemporal con forma de leyenda negra que todavía
nos acompaña.
Ambas circunstancias, por desgracia, se repiten incesantemente en
todos los tiempos y siempre nos las veremos con autores sin escrúpulos
prestos a propalar toda clase de maledicencias y falsedades para beneficiarse a expensas de la incultura y el ansia de misterios excitantes de
muchos otros. A los últimos puede recomendárseles que se procuren una
buena y completa información antes de rendirse en los brazos de cualquier mitología, en tanto que contra los primeros nada puede hacerse
salvo replicar a sus falacias.
A pesar de ello, estos desaprensivos buscarán permanentemente refugio en la afirmación de que, sea cual sea el tiempo transcurrido entre un
hecho y otro, la muerte de un egiptólogo se deberá a su penetración en
las tumbas de los faraones. Flaca excusa ésta, pues consiste en sentarse
a esperar que la naturaleza siga su curso para proclamarse luego dueños
de una razón que sólo reposa en la mortalidad de los seres humanos. Al
fin y al cabo, los egiptólogos han de morir antes o después como toda
persona; de lo contrario sí que nos encontraríamos ante un suceso realmente «mágico».
114
7
LOS TRIÁNGULOS DEL MISTERIO
A
todo lo largo y ancho de la superficie de nuestro planeta se dice que
existe un conjunto de zonas geográficas en las que se dan unas extrañas aberraciones geomagnéticas y donde se produce un número anormalmente alto de desapariciones misteriosas de aeronaves y buques, o
bien algunas de estas pérdidas ocurren en condiciones en extremo enigmáticas. Estas áreas son conocidas popularmente como «triángulos de
la Muerte» o «triángulos del Diablo», aunque su forma geométrica no
corresponde a la de una figura triangular.
El más famoso de estos lugares es, cómo no, el triángulo de las Bermudas. Ésta sería una zona idealmente triangular que tendría como vértices las zonas de Florida, Puerto Rico y las Bermudas, si bien el escritor
Richard Winer se vio obligado a afirmar que el «triángulo» era en realidad un trapecio casi cuatro veces más grande, dado que muchos de los
casos reputados como desapariciones misteriosas tuvieron lugar fuera
del área triangular original, e incluso otros autores han hablado de extensiones aún mayores para este «limbo de las cosas perdidas».
El inicio de la leyenda del triángulo de las Bermudas suele situarse en
la publicación en 1964 de un artículo al respecto firmado por Vincent
Gaddis en la revista Argosy. Este artículo fue reproducido y ampliado
con posterioridad en un libro, Horizontes invisibles, en el que se trataba globalmente el tema de las desapariciones envueltas en el misterio (islas que desaparecen, tripulaciones perdidas, buques fantasmas, aviones
extraviados) y en el que se apuntaba la posibilidad de que estos sucesos
estuviesen relacionados con fenómenos de la misma clase que el presuntamente acaecido durante el no menos presunto «experimento Filadelfia» (véase capítulo siguiente). La aseveración de Gaddis de que en la
citada zona la frecuencia de extravíos inexplicables de barcos y aviones
era extrañamente elevada, argumentada a lo largo del libro con abundantes casos más o menos curiosos, alcanzó pronto gran predicamento
entre los entusiastas de lo insólito.
115
FRONTERAS DE LA REALIDAD
De nada sirvió que se señalase la circunstancia de que el triángulo de
las Bermudas es una de las áreas más concurridas en cuanto a medios de
transporte marítimo y aéreo del globo, y que su climatología no siempre
es todo lo apacible que sería menester para garantizar la feliz culminación de estos desplazamientos. El servicio norteamericano de guardacostas informó que, con un censo de 150.000 embarcaciones y unas 10.000
llamadas de socorro al año, el número de naves desaparecidas sin dejar
rastro no deja de ser bastante satisfactorio. En 1975, de las 21 desapariciones sin pistas registradas en las proximidades de las costas americanas, cuatro sucedieron en la zona del triángulo; en 1976 las cifras fueron
24 y seis respectivamente. No obstante lo reducido de estos porcentajes,
la posición de los adictos al misterio no varió ni un ápice. La filosofía de
los «triángulos desvanecedores» había calado entre el público.
Como ocurre siempre, la controversia arreció cuando entraron en
liza estudiosos de ambos bandos pertrechados con análisis exhaustivos
de los casos de desapariciones enigmáticas. Lawrence Kusche, bibliotecario de la Universidad de Arizona, demostró concluyentemente que casi
todos los ejemplos de vehículos marítimos o aéreos que se esfuman en
apariencia sin dejar rastro deben su calidad de misteriosos a citas erróneas, alteraciones de la realidad u omisiones de hechos. Por ejemplo,
barcos desprovistos de tripulación a los que se describe como «intactos», se encontraban en realidad dañados y medio inundados. Asimismo, los datos climatológicos se refieren normalmente equivocados, por
lo que, para Kusche, todas las pérdidas pueden justificarse por las condiciones climáticas, errores humanos o averías técnicas.
En el extremo opuesto, un grupo de investigadores organizado por
Alan Landsburg, de Los Ángeles, revisó los casos estudiados por Kusche
y llegó a conclusiones un tanto diferentes. Este grupo encontró que Kusche sólo había considerado un tercio de todos los casos disponibles, y de
su propia labor obtuvieron una lista de 147 extravíos en mar y aire, la
mitad de los cuales no pudieron ser determinados en sus causas conforme a los factores citados por el bibliotecario de Arizona, o en otras palabras, parecían ser auténticamente inexplicables.
Uno de los casos que alcanzó mayor difusión fue el del tristemente
célebre «vuelo 19». A las 14:10 h del 5 de diciembre de 1945 despegaba de la base de Fort Lauderdale (Florida, EE. UU.) una escuadrilla de
aviones torpederos Avenger TBM-3, en vuelo regular de entrenamiento,
contando con un pronóstico meteorológico excelente y muy alta visibilidad. Sin embargo, a las 15:15 h, aproximadamente, los pilotos comenzaron a informar de problemas técnicos, pérdida de la orientación
116
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
y dificultades en las comunicaciones con la base. Los compases giroscópicos giraban enloquecidos imposibilitando el menor cálculo de la posición, los aviadores informaban que «el cielo y el mar presentaban un
aspecto extraño», y finalmente perdieron todo contacto con la torre de
control a las 18:20 h.
Para mayor infortunio, un hidroavión PBM Martin Mariner, perfectamente equipado y pilotado por trece hombres, partió en misión de
rescate para esfumarse poco tiempo después en tan intrigantes circunstancias como aquellos a quienes debía salvar. La espectacular operación
de rastreo organizada por el ejército norteamericano al día siguiente no
ofreció ni la menor pista de su paradero.
Resulta intrigante el abultado número de testimonios según los cuales, al atravesar esa zona, aviones y barcos sufren perturbaciones magnéticas en su instrumental de a bordo con una frecuencia excesiva para
tratarse de una mera coincidencia. Además de lo acontecido en el fatídico vuelo 19, declararon haber experimentado anomalías técnicas
atribuibles a efectos magnéticos atípicos los siguientes testigos: Charles
Lindbergh, en febrero de 1928, pilotando el Spirit of St. Louis; el teniente Robert Ulmer, en noviembre de 1943, pilotando un B-24 (a resultas de
los disturbios magnéticos la tripulación tuvo que abandonar la nave); el
comandante Billson, en marzo de 1945, pilotando un Navy PBM; el marinero W. J. Morris, en julio de 1945, a bordo del buque Atlantic City;
el piloto Chuck Wakeley en noviembre de 1964; el piloto Jim Blocker
en febrero de 1968; el piloto Bruce Gernon Jr. en diciembre de 1970; el
capitán de navío Richard E. Byrd en marzo de 1971; la tripulación del
USS Vogelgaing en marzo de 1974; el piloto Mike Roxby, en diciembre
de 1974, pilotando un Cesna 172; el piloto Jack Strehle, en diciembre de
1974; y en diciembre de 1975, la lancha Diligence de la Guardia de Costas de los Estados Unidos.
Particularmente singulares son algunos casos sobre los que nos detendremos un tanto. En julio de 1966, Don Henry, capitán del remolcador Good News se vio importunado por unas extrañas averías en el
compás y en el motor. Cuál no sería su sorpresa al comprobar que la embarcación que estaba remolcando había desaparecido de su vista aunque
el cable al que estaba atada aún permanecía tenso. Poco después la lancha comenzó a hacerse lentamente visible de nuevo, como si se materializara. Henry constató igualmente que el tiempo era bueno así como que
todas las baterías del remolcador estaban descargadas.
Si este suceso puede catalogarse cuando menos de inquietante, no lo
es menos el ocurrido en agosto de 1974 a una tripulación de la guardia
117
FRONTERAS DE LA REALIDAD
costera norteamericana. Los ocupantes del patrullero Hollyhock detectaron mediante radar la aparición de un trozo de tierra de gran tamaño
en una zona vacía del mar, a pesar de que repetidos controles del aparato no revelaron avería alguna y las observaciones visuales no apreciaron
ninguna masa terrestre. Simultáneamente cesaron los contactos con la
radio local pero se mantuvo abierta una línea con California.
Ahora bien, el caso más inquietante tuvo lugar en julio de 1975,
cuando durante un viaje topográfico el Dr. Jim Thorne fotografió una
luminosidad en el horizonte (el objetivo de la expedición era filmar
tempestades electromagnéticas) y el revelado mostró la figura de una
vieja embarcación de velas cuadradas, pese a la ausencia en aquellos
momentos de otros buques en las inmediaciones. La imagen de esta supuesta aparición sobre el negativo sigue todavía pendiente de aclaración satisfactoria.
Por si el asunto no estuviese bastante confuso, el criptozoólogo norteamericano Ivan T. Sanderson hizo notar a sus colegas de la Sociedad
para la Investigación de lo No Explicado la existencia de once regiones
más donde el índice de desapariciones enigmáticas era digno de estima.
El conjunto de los doce triángulos se distribuía uniformemente sobre la
superficie terrestre: cinco espaciados regularmente en el hemisferio norte, otros cinco ubicados del mismo modo en el hemisferio sur y los dos
restantes situados en los polos. La idea de Sanderson acerca de la disposición de estos doce «vórtices terribles» guarda un sensible paralelismo con los intentos de ciertos sabios en la antigua Unión Soviética por
concebir la estructura de la Tierra como un gigantesco retículo cristalino
que poco a poco fue adoptando la forma que posee actualmente.
Algunos de estos nuevos triángulos se hallan en zonas tan alejadas de
occidente como el mar del Diablo en Japón, mientras que otros de ellos
se localizan en lugares tan cercanos a España como el mar de Alborán.
Concretamente, en este último punto se produjo en 1969 la desaparición
de un avión antisubmarino AN-17 Gruman, de las Fuerzas Aéreas Españolas. La postrera comunicación recibida en tierra desde la aeronave
informaba con agitación: «¡Vamos hacia un gran sol!». La gran operación de búsqueda emprendida posteriormente permitió encontrar algunos restos dispersos, entre ellos dos asientos.
La aparente regularidad en la distribución de estas regiones «malditas» hizo pensar a muchos parapsicólogos que se encontraban ante un
fenómeno gobernado por leyes susceptibles de ser descubiertas, algo similar a lo ocurrido con la moda de las ortotenias en ufología. A raíz de
esto, las hipótesis explicativas manejadas fueron principalmente tres, a
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
saber: un fenómeno natural extraño pero dilucidable merced a una investigación metódica como en cualquier otro campo del saber; fenómenos provocados deliberadamente por una inteligencia no humana; o una
serie de sucesos producidos intencionadamente por autores ignorados
aprovechando un fenómeno preexistente de origen natural.
Teleportaciones sólitas
Y, quizás por la similitud de características, no tardaron en conectarse
los acontecimientos típicos de estos doce triángulos con diversos casos
en los que personas y objetos desaparecían repentinamente de un lugar
o se veían transportadas de un sitio a otro sin tener conciencia de ello y
a velocidades increíbles («teleportación»). En otras ocasiones, se cuenta,
los individuos retornaban a sus localidades de origen al cabo de muchas
décadas, en tanto que para ellos no parecía haber transcurrido más que
un breve lapso de tiempo. Como era de esperar, entre los parapsicólogos
se barajaron las explicaciones más aventuradas para dar cuenta de esta
casuística. Desde la socorrida hipótesis del secuestro extraterrestre unida a efectos relativistas de desfase temporal hasta la sugerencia de «fisuras espaciotemporales» (¿?) fueron tenidas en cuenta sin que se llegase a
ningún resultado positivo.
Aunque parezca difícil de creer, lo cierto es que los anales históricos
españoles cuentan con un caso certificado de teleportación durante la
época colonial. La crónica, datada en el siglo XVI, relata lo sucedido a
un soldado español (desgraciadamente los informes no recogen su nombre) que, hallándose destacado en la guarnición de Manila, Filipinas, se
vio transportado súbitamente hasta la plaza Mayor de Ciudad de México, el 25 de octubre de 1593. Para demostrar su afirmación de que pocos instantes atrás se encontraba en Filipinas, el soldado mencionó que
el gobernador español de las islas, Gómez Pérez Dasmariñas, había sido
asesinado por unos piratas chinos poco antes de su insólito viaje. Cuando algunos meses después llegaron noticias desde Filipinas confirmando
el testimonio del soldado, éste fue devuelto a su guarnición de origen sin
que las autoridades militares españolas ni él mismo lograsen comprender cómo había conseguido franquear la distancia de 15.000 km que separa ambos lugares en apenas un parpadeo.
Un suceso de teleportación tan abundantemente refrendado como el
antedicho es el protagonizado por Sor María de Agreda, quien afirmaba poder trasladarse desde España hasta América Central y haber co119
FRONTERAS DE LA REALIDAD
menzado así la evangelización de los indios Jumano. Esta religiosa fue
ásperamente reprendida por las jerarquías eclesiásticas a causa de sus
fantásticas declaraciones hasta que el padre Alonso de Benavides, oficialmente encargado de convertir a los indios de México, vino a apoyar
su historia. El padre Alonso comunicó al Papa y al rey Felipe IV de España que una monja no identificada se le había adelantado, educando a los
indios en la fe cristiana y entregándoles algunos objetos de culto, como
un cáliz. En 1630 este sacerdote interrogó a Sor María de Agreda y, para
su asombro, descubrió que conocía detalles de las ropas y costumbres de
los indios así como de su aldea que nadie podía haberle referido.
Pero lo más impactante resultó ser que las superioras del convento,
aun garantizando por escrito que Sor María no había abandonado jamás el lugar, reconocieron como suyo el cáliz que los indios utilizaban
ya a la llegada del padre Alonso. Una biografía autorizada por la Iglesia
de esta singular monja contabiliza no menos de 500 viajes de Sor María
por el suroeste de Estados Unidos cuyas consecuencias fueron atestiguadas por conquistadores españoles, exploradores franceses y diversas tribus indias distantes miles de millas entre sí.
Un caso clásico en la bibliografía referente a las teleportaciones es el
del matrimonio argentino formado por el Dr. Gerardo Vidal y su esposa Raffo de Vidal. A comienzos de 1968 y en el transcurso de un tranquilo viaje de 120 km hacia el sur de Buenos Aires, el matrimonio Vidal
desapareció durante 48 h para reaparecer como por ensalmo a 20 km
de Ciudad de México con molestias en la nuca y la sensación de haber
dormido muchas horas. Semejantes aunque menos documentadas resultan las supuestas experiencias de dos matrimonios españoles, uno de los
cuales marchaba de Madrid a Sevilla y acabó en Lima, mientras que el
otro se desplazaba desde Granada hasta el mismo destino del anterior
y reapareció en Santiago de Chile. En vistas a reafirmar la veracidad de
estos relatos, es lamentable que sus protagonistas decidiesen permanecer en el máximo anonimato posible —en uso, por otra parte, del legítimo derecho a la intimidad— lo que nos impide aceptar sin reservas esta
clase de historias.
Mucho más detalladas, sin embargo, resultan las extrañas circunstancias vividas por las tripulaciones de dos aparatos comerciales cuyo
vuelo se vio perturbado por sucesos de origen desconocido. Alrededor
de 1969, los tripulantes un Boeing 747 de la National Airlines aterrizaron en el aeropuerto de Miami y se vieron sorprendidos por la preocupación de los controladores del citado aeropuerto, quienes habían
observado la desaparición de su nave de la pantalla del radar y su reapa120
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
rición en pleno vuelo diez minutos más tarde. La tripulación aludida no
se percató de nada anormal en todo el vuelo pero sí pudieron comprobar que, junto a los diversos instrumentos horarios del avión, los relojes
del personal de a bordo y los de los pasajeros se habían retrasado inexplicablemente diez minutos. La única incidencia de la travesía fue que
durante aquellos diez minutos pedidos, el aparato había volado en el interior de una nube.
Una nube de análogas características fue la que atravesó en febrero de 1978 un Caravelle de Aviaco que se dirigía camino del aeropuerto de Parayas (Santander) al verse imposibilitado de aterrizar en Bilbao.
Al ingresar en una masa nubosa lenticular, densa y dotada de una rara
luminosidad blanca, todos los instrumentos del avión quedaron sin funcionamiento. Las brújulas electrónicas (cuatro RMI y dos MHR4B),
horizontes artificiales (HZ4), el radar de abordo y dos radios VHF, perdieron su eficacia. En ese momento el DME (dispositivo que cuenta las
millas recorridas durante el vuelo) comenzó a contar hacia atrás, como
si retrocedieran, llegó a cero y aún siguió midiendo hacia atrás, como
si hubiesen retrocedido nueve millas más allá de Bilbao. Finalmente salieron de la nube y todo el instrumental recuperó el funcionamiento al
instante como si nada hubiera ocurrido (a pesar, por ejemplo, de que el
radar necesita varios minutos para calentarse tras haber sido desconectado y vuelto a activar).
Al aterrizar en el aeropuerto de Santander la tripulación del Caravelle constató que el tiempo empleado en el vuelo había sido de unos 35
minutos en tanto que la duración normal del vuelo Bilbao-Santander es
de 10-12 minutos. Treinta y cinco minutos de vuelo real les hubieran situado como mínimo sobre Asturias y, no obstante, nada de eso había
ocurrido. La posibilidad de que el avión volase en círculos queda totalmente descartada por las indicaciones de la brújula de bitácora que señaló en todo momento el rumbo oeste. Igualmente, ni los tableros de
alarma ni las revisiones de los mecánicos de tierra revelaron avería alguna en los sistemas electrónicos del Caravelle. Este incidente fue corroborado por el comandante del Aviaco-501, Carlos García Bermúdez, el
segundo piloto, Antonio Pérez Fernández y la azafata de cabina, Ana
Fernández de la Calzada.
El reconocido ufólogo y escritor español Antonio Ribera Jordá se
mostró partidario de la existencia de lo que él denominaba «fallas
espacio-temporales», esto es, discontinuidades o «brechas» en la urdimbre del espacio-tiempo que explicarían, a su juicio, las teleportaciones
casi instantáneas de personas y cosas. Esta hipótesis reposa en la con121
FRONTERAS DE LA REALIDAD
cepción del tiempo a modo de un río que nos arrastra, con sus remansos
y torrenteras, o como una senda que recorrer cuyos riscos y desniveles,
si son de poca altura, nos permitirían saltar de un tramo a otro del camino ahorrándonos el trecho intermedio. Bajo esta perspectiva, nuestra
percepción ordinaria del tiempo puede comparase a la de un individuo
que desciende por unos escalones, peldaño a peldaño, a un ritmo uniforme. En cambio, quienes caen por una «falla del tiempo» se comportan
como el que decide bajar abruptamente arrojándose por el hueco de la
escalera, con la diferencia de que los teleportados no lo son por su gusto.
Esta manera de concebir las cosas descansa, como ya se ha dicho,
en la vieja idea del tiempo como algo que «fluye» y cuya corriente nos
transporta querámoslo o no. Con el advenimiento de la Relatividad esta
visión ha quedado completamente obsoleta; el flujo del tiempo no es
más que una ilusión psicológica subjetiva y las únicas discontinuidades
espacio-temporales se hallarían, hipotéticamente, en el interior de los
«agujeros negros», unos objetos demasiado exóticos y peligrosos para
tomarlos a la ligera. Si hiciésemos responsable a un agujero negro de, digamos, la teleportación del matrimonio Vidal, resultaría que no sólo la
pareja argentina hubiese perdido la vida, sino que el planeta Tierra entero hubiese sido aplastado sin remedio. No parece, pues, ésta una explicación muy convincente.
En otro orden, el mismo Ribera propone una curiosa y sugestiva teoría para justificar los fenómenos inherentes a los doce triángulos del
misterio. Según el ufólogo español —que se apoya en las ideas manifestadas por un ingeniero ruso de nombre Nikolai Koroviakov—, las inexplicables desapariciones en dichos triángulos se deberían a poderosas
anomalías geomagnéticas causadas a su vez por una doble disposición
pentagonal (una en cada hemisferio) de las corrientes de convección de
los materiales semifluidos del manto, por debajo de la corteza terrestre.
La teoría es ingeniosa y original, pero puede ser también objeto de importantes objeciones.
En primer lugar, no es cierto que la rotación diurna de la Tierra o
su traslación en torno al Sol constituyan el motivo de las corrientes de
convección en el manto. Estas corrientes se originan fundamentalmente
en razón de las diferencias de temperatura entre el núcleo caliente y la
corteza fría. Además, el campo magnético terrestre, según se cree hoy,
debe su existencia a las corrientes de convección en el núcleo externo y
no en el manto. En efecto, formado por hierro y níquel, el núcleo comprende un centro sólido y una periferia fluida animada de movimientos
convectivos comparables a los de un líquido en ebullición. Tales mo122
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
vimientos son los responsables del geomagnetismo gracias al llamado
«efecto dinamo».
En segundo lugar, nada se nos dice de por qué las corrientes de convección postuladas por Koriakov-Ribera han de ser tan sencillas como
las de un pentágono. Muy al contrario, se sabe que las corrientes convectivas en el manto sólo pueden simularse en ordenador por medio de
cálculos extremadamente complejos, dado que dependen del gradiente
de temperaturas y de la composición de los materiales subterráneos. Es
un grave error comparar, como hace Ribera, el movimiento del manto
con el del agua, ya que el agua es un fluido homogéneo y el manto resulta ser un fluido inhomogéneo de viscosidad sensiblemente variable. Estos factores no influyen para describir el campo gravitatorio terrestre en
su globalidad con la ley de Newton, mas sí invalidan el intento de asimilar a las corrientes convectivas la geometría simple de un pentágono.
Por otro lado, el contacto con una superficie exterior en movimiento relativo, como es la corteza terrestre, tiende a ensanchar las corrientes de
convección en su parte superior complicando aún más su movimiento.
Por último, nadie nos explica tampoco la relación lógica que cabe esperar entre perturbaciones geomagnéticas, por intensas que éstas sean, y
la desaparición en circunstancias más o menos misteriosas de naves aéreas y marítimas. La exposición de personas y aparatos a potentes campos electromagnéticos produce averías en los sistemas eléctricos de estos
últimos, y en las primeras puede provocar trastornos fisiológicos varios,
dolencias graves e incluso la muerte, dependiendo de la intensidad del
campo magnético y el tiempo de exposición. Empero, nada de lo anterior nos hace pensar en «desmaterializaciones», «teleportaciones» y
acaecimientos de este tipo.
Así por lo tanto, aun cuando las hipótesis de investigadores como Ribera precisan de argumentos más abundantes y vigorosos para adquirir
una mínima consistencia, tampoco parece aceptable negar tajantemente que en algunas de las zonas denominadas «triángulos» o «vórtices»
tienen lugar fenómenos electromagnéticos de naturaleza no esclarecida.
Aunque únicamente la mitad de los informes testificados sobre anomalías magnéticas fuese cierta, ello sería una razón suficiente para considerar la posibilidad de que en aquellos lugares se den fenómenos todavía
no contemplados por nuestros actuales conocimientos geofísicos. Y a
pesar de que esta posibilidad pueda ser estimada pequeña, no convendría en absoluto desdeñarla.
123
8
EXTRAÑEZAS Y FALSEDADES
E
n este capítulo se recogerán a modo de miscelánea una sucesión de
enigmas, misterios y sucesos insólitos que parecen no encuadrarse
con propiedad en ninguno de los epígrafes repasados hasta ahora. Estas
materias, presentadas aquí sin orden de prelación, han sido objeto de extenso tratamiento en obras al respecto, por lo cual no sería justo abordar un estudio de lo desconocido mínimamente serio sin hacer siquiera
mención de ellos. Algunas de estas cuestiones han quedado resueltas en
apariencia con el paso del tiempo y la ejecución de nuevas investigaciones. Otras, empero, permanecen tan oscuras como desde el primer momento en que se tuvo noticias de ellas.
Lluvias insólitas
La mayoría de nosotros al oír hablar de lluvias pensamos, lógicamente, en precipitaciones de agua y en nada más. Sin embargo, no son pocas las veces en que, según parece, llueve algo más que agua. Existen
crónicas en todas las épocas que nos hablan de toda clase de objetos
que caen desde el cielo sin explicación aparente: peces, ranas, sapos, caracoles, serpientes, orugas, gusanos, saltamontes, ratones, ratas, patos,
larvas, piedras, gatos, lagartos, copos de lana, bloques de hielo y hasta
trozos de carne. Estos relatos se remontan muy atrás en el tiempo ya que
una obra griega del siglo II a. C. nos narra una lluvia de peces sobre el
Quersoneso que duró tres días y otra de ranas sobre Cerdeña. En 1883
en Futterpoor (India) cayó una gran cantidad de peces muertos y secos
—lluvia repetida en Allahabad en 1936— mientras que en la localidad
francesa de Montussan numerosas hectáreas quedaron recubiertas de
una sustancia lanosa de naturaleza desconocida. En 1966, ya en pleno
siglo XX, una misteriosa lluvia de peces en Kent (Gran Bretaña) descargó
sobre una sola parcela de terreno sin afectar a las contiguas.
125
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Éstos son sólo algunos ejemplos de los centenares existentes en la bibliografía, y resulta curioso constatar que la creencia en la verosimilitud
de estos eventos llegó a estar tremendamente extendida. El mismo Descartes, basándose en el juego entre partículas de su filosofía mecanicista, suponía posible que el choque entre nubes y otras exhalaciones diera
lugar a este tipo de efectos. Hoy día la explicación más socorrida es la
de que torbellinos y tornados, originados en tormentas o por la diferencia de temperaturas entre capas de aire, succionen animales de las charcas, ríos o campos por donde pasen y los depositen ocasionalmente muy
lejos de su lugar de origen. Sin embargo, esta hipótesis no concuerda
con los testimonios de quienes estando presentes aseveran que el inusual
chaparrón mostraba una duración excesiva (hasta tres días de precipitaciones incesantes), una localización espacial inusitada (el caso que afectó a un sola parcela) o algunas características incomprensibles, como el
hecho de que los peces caídos estuviesen secos (así ocurrió en Futterpoor
en 1883), o que hubiesen aparecido ánades muertos dentro de bloques
de hielo (mar del Norte, 1974).
La caída de estos bloques reviste particular interés dado que en principio nada sugiere la existencia de algún misterio en la formación de hielo atmosférico. De hecho, el proceso de formación de granizo no está
todavía hoy suficientemente esclarecido, y los testigos que sostienen con
firmeza haber presenciado la caída de trozos de hielo de tamaño descomunal suponen un serio desafío a la capacidad explicativa de nuestros
conocimientos meteorológicos. Por remontarnos a un clásico en su género, el estudio de C. Flammarión sobre la atmósfera señala que en los
tiempos de Carlomagno cayó un fragmento de hielo cuyas medidas eran
de 5×2×3,5 m. Si nos aproximamos a la actualidad, viene a nuestro encuentro el caso de Timnberville (Virginia). En esta población norteamericana, hacia las 20:45 h del 7 de marzo de 1976, un bloque de hielo del
tamaño de un balón de baloncesto atravesó el techo de una casa y se pulverizó contra el suelo sin causar, por fortuna, daños personales. Veinte
segundos después un gélido proyectil de análogas características se estrelló a 50 m del primer punto de impacto.
La justificación de incidentes como el anterior, que culpa a la escarcha formada sobre el fuselaje de un avión o a una fuga en la cisterna de
algunos de esos aparatos, no puede ser sustentada sin rubor por individuos medianamente informados. Al margen de que una capa de hielo de
más de unos pocos centímetros de espesor comprometería seriamente
la estabilidad de cualquier aeronave, y de que todos los aviones modernos están provistos de un sistema eléctrico de descongelación automáti126
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ca, esta explicación se puede aplicar en rigor a un número muy reducido
de casos.
La posición de la teoría aeronáutica se debilitó aún más a la vista
de lo que le sucedió el 2 de abril de 1973 al Dr. R. S. Griffiths, profesor
de física de la Universidad de Mánchester y observador oficial de rayos
para la Asociación de Investigaciones Eléctricas de Inglaterra. En esa fecha el científico británico advirtió la aparición de un violento relámpago en el cielo y, tras haberse percatado de los detalles principales del
fenómeno (tiempo, condiciones atmosféricas, altura, posición estimada,
etc.), observó nueve minutos después la caída de un sólido bloque de
hielo a tres metros de él. El profesor Griffiths recogió los trozos más importantes de entre aquellos en los que se había fragmentado el bloque y
los guardó en su congelador para su estudio. El análisis posterior reveló
que los pedazos de hielo —pesaban 612 gr y constituían probablemente un tercio del bloque original— mostraban una estructura completamente distinta a la del granizo ordinario y se habían formado a nivel de
las nubes, aunque se comprobó que el cielo se encontraba despejado por
entero en aquel momento y no había presencia de aviones en las proximidades.
A este respecto, el escritor Ronald J. Willis recabó la opinión de diferentes universidades americanas con un interesante resultado. El Drexel
Institute descartó que el hielo pudiera deberse a procesos meteorológicos conocidos en razón del tamaño y peso de los bloques comunicados. La Universidad de Colorado, por su parte, rechazó la posibilidad
de que el hielo fuese de origen meteorítico y la Universidad de Virginia
reconoció francamente su ignorancia sobre el particular. Nuevamente, tan sólo podemos limitarnos a esperar la ocasión propicia para que
investigaciones futuras aclaren nuestras dudas. Y aunque sea anecdóticamente, no es ocioso poner de manifiesto que los fenómenos desconocidos no parecen satisfacer al ser humano más que en su gusto por
el misterio. Así se diría a juzgar por el hecho de que se ha visto llover
de todo salvo moneda de curso legal. De esto podemos sospechar que
el viejo aforismo «el dinero no cae del cielo» rige incluso en el ámbito
de lo oculto.
Estos inusitados fenómenos volvieron a la actualidad en España a
principios del año 2000, cuando numerosos bloques de hielo de dimensiones anómalas cayeron en diversos lugares de España. Y no sólo
sucedió en la península; entre octubre de 1999 y abril de 2000, se multiplicaron los impactos de bloques de hielo en Suiza, Suecia, Italia, Holanda, Austria y Canadá. Pese a los rigurosos estudios realizados sobre
127
FRONTERAS DE LA REALIDAD
el asunto (véase, por ejemplo, el magnífico artículo de Jesús MartínezFrías y Fernando López-Vera citado en la bibliografía), nada definitivo
pudo aclararse al respecto. El caso de los «meteoritos de hielo», repetido a lo largo de la historia y por doquier en nuestro planeta, permanece
envuelto en el misterio.
La explosión de Tunguska
El 30 de junio de 1908 un bólido incandescente no identificado surcó los
cielos siberianos y explosionó a 8.000 m de altura sobre el valle rocoso del río Tunguska, con una potencia equivalente a una bomba nuclear
de 12 megatones y medio. Una teoría popular culpa a una nave extraterrestre averiada de la explosión de Tunguska, en tanto que los científicos
han debatido variadas posibilidades (cometas, meteoritos, un microagujero negro, un cúmulo de antimateria) de entre las cuales la hipótesis
del cometa ha ido tomando la delantera. Los defensores de la tesis extraterrestre —como el profesor Félix Ziegel, del Instituto de Aviación de
Moscú— alegan que, según los testigos, el cuerpo de Tunguska describió
antes de estallar un enorme arco de 375 millas de extensión, lo que se interpretó como una maniobra dirigida e impropia de un objeto inanimado. A esto se suele agregar que la explosión dejó considerables residuos
de radiactividad en el entorno del suceso, responsabilizándose de este
efecto al estallido de los motores atómicos de la supuesta nave.
Ahora bien, quienes opinan que lo ocurrido en Tunguska es susceptible de recibir una explicación perfectamente natural tampoco se hallan
desarmados. Muy al contrario, la expedición científica dirigida en 1962
por el geoquímico soviético Kirill Florensky encontró restos de polvo
cósmico compuesto por magnetita (óxido de hierro magnético) y pequeños cristales de roca fundida, atribuibles todos ellos a la detonación
de un cometa. Esta misma expedición comprobó que la única radiactividad presente en el lugar de los hechos se debía al polvillo radiactivo
proveniente de pruebas atómicas militares y absorbido por los árboles.
Las conclusiones de tres científicos americanos, Cowan, Atluri y Libby,
que detectaron una presencia anormalmente alta de radiocarbono 14 en
los anillos de los árboles tras la explosión de Tunguska, fue desmentida con posterioridad por las investigaciones de otro grupo de tres científicos holandeses que confirmó lo contrario. Para completar el estudio,
una nueva expedición soviética en 1977 halló partículas de polvo cósmico típico de la atmósfera superior junto con trocitos mellados de hie128
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
rro meteorítico, estos hallazgos abonan la hipótesis de que el objeto de
Tunguska era en realidad un cometa compuesto de condrita carbonácea.
El astrónomo checo Lubor Kresak señaló en 1976 con respecto a este
bólido que probablemente se trataba de un fragmento del cometa Encke.
El profesor Kresak calculó que el cuerpo tendría unos 100 m de diámetro y una masa de hasta un millón de toneladas. Este cometa no fue divisado en el cielo antes de su impacto porque se mantuvo cerca del Sol
en toda su trayectoria, perdiéndose así su brillo, y porque era demasiado pequeño y poco resplandeciente incluso para ser visto en el cielo nocturno. Ciertamente, fenómenos como éste pueden volver a repetirse y sin
duda algo similar fue la causa de la explosión registrada el 31 de marzo de 1965 sobre las ciudades de Revelstoke y Golden, 400 km al sur
de Edmonton (Alberta, Canadá). La energía del estallido fue equivalente a varios kilotones de TNT y el análisis del polvo hallado demostró ser
condrita carbonácea.
Anomalías astronómicas
Una propuesta que sobresale por sus propios méritos entre todas las que
sitúan civilizaciones perdidas en lugares inaccesibles del planeta es aquella que decide ubicarlas en el interior de la propia Tierra. Esta idea, conocida como la «teoría de la Tierra hueca», concibe nuestro astro como
si fuera un inmenso coco, poseyendo una corteza dura en el exterior y
un inmenso vacío interno. En esta colosal oquedad se desarrollaría la
vida cotidiana de otras razas no humanas —denominadas «intraterrestres»— a las que se achaca el origen de las mitologías ancestrales sobre
paraísos perdidos y las más recientes visitas de ovnis (en realidad naves
de los intraterrestres). A menudo los defensores de esta tesis afirman haber llegado a convencerse de la misma tras un viaje «astral» o mediante
alguna sesión de meditación mística. De cómo pueden estar seguros estos autores de que no nos transcriben las primeras divagaciones fantásticas que pasaron por sus cabezas es una cuestión sobre la que se guarda
un mutismo absoluto.
La teoría más elaborada acerca de la posibilidad de un planeta hueco reposa principalmente en una interpretación imaginativa de los viajes
a los polos Norte y Sur del distinguido explorador norteamericano y vicealmirante de la US Navy Richard Evelyn Byrd. Según el autor Amadeo
Giannini, el vicealamirante Byrd no había sobrevolado el Polo Norte en
sus viajes de 1947 y 1956, sino que habría penetrado en el interior a tra129
FRONTERAS DE LA REALIDAD
vés de una de las enormes aberturas (la otra estaría en el Polo Sur) que
comunican la superficie de la Tierra con su cavidad interna. El ufólogo
y editor estadounidense Ray Palmer recogió las afirmaciones de Giannini en su revista Flying Saucer y las reforzó con la publicación de una curiosa fotografía tomada en 1968 por el satélite ESSA-7 que muestra un
enorme orificio donde debería estar el Polo Norte.
En honor a la verdad las pruebas en favor de la oquedad de nuestro
mundo no son más que un conjunto de deformaciones de la realidad y
de hechos intencionalmente tergiversados. No es cierto que Byrd navegara por el Polo Norte como sostienen algunos, sino que sobrevoló el
Polo Sur en el curso de la operación «Gran Salto» (High Jump). A juzgar
por su diario de operaciones nada extraordinario se halló; en palabras
del propio Byrd: «... Como era de esperar, aunque resulta decepcionante decirlo, no se observa ninguna característica importante más allá del
Polo. Sólo el inmenso desierto blanco que cubre el horizonte». El vicealmirante exploró 25.900 km2, siendo pues falso que se perdiese y recorriera miles de kilómetros por una tierra desconocida en la que se podían
observar vegetales y mamuts.
En cuanto a la fotografía del satélite es fácil advertir, con un mínimo de conocimientos al respecto, que se trata de una composición en la
que se combinan imágenes tomadas por el satélite durante 24 h. El área
ensombrecida de la fotografía se debe a que la luz solar no iluminaba
esos lugares en el momento en que fueron captadas las instantáneas, de
modo que en la imagen final compuesta aparece una región oscura sólo
imputable a la técnica fotográfica usada y a la época del año en la que se
llevó a cabo. En efecto, otras vistas de la Tierra, como las tomadas por
la Apolo XVII, muestran una hermosa y nacarada zona ártica. Si a esto
unimos las mediciones sobre la estructura interna del planeta, realizadas
mediante sismógrafos y computadoras, que revelan la típica conformación en capas concéntricas (corteza, manto, núcleo y nucléolo), podemos afirmar sin ningún género de dudas que los únicos huecos se dan en
el sentido común de quienes defienden esta clase de suposiciones.
Exactamente lo mismo cabe decir de la supuesta oquedad de la Luna.
La sugerencia según la cual la Luna podría ser un satélite hueco fabricado artificialmente por una civilización extraterrestre para explorar el
cosmos y que resultó atrapado por la gravedad de nuestro planeta ha
espoleado la imaginación de no pocos escritores de ciencia fantástica.
Éste es el caso del conocido autor Don Wilson, que publicó un libro, La
Luna, una misteriosa nave espacial, en el que respalda con emoción la
hipótesis en esta línea de dos investigadores soviéticos, Mijail Vasin y
130
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Alexandr Sherbakov. Posteriores mediciones del interior lunar llevadas
a cabo con los sismógrafos allí colocados por las misiones Apolo han
descartado por completo semejante eventualidad.
Más serias resultan las controversias que giran en torno a la posibilidad de que el cinturón de asteroides que se localiza entre Marte y Júpiter estuviese causado por la destrucción catastrófica de un planeta que
antaño ocupase dicha órbita. Aunque no faltan los entusiastas de lo extraño que decoran esta alternativa con tintes melodramáticos hablando
de batallas espaciales y conflagraciones nucleares, la cuestión no carece de interés científico, especialmente si tenemos en cuenta que la ley de
Titus-Bode (fórmula que proporciona una sucesión de distancias a partir del Sol coincidente con las órbitas planetarias) predice la presencia de
un planeta justo donde se encuentran los citados asteroides. No obstante, la posible existencia de Faetón —nombre con el que bautizaron al hipotético planeta los estudiosos rusos— flaquea en cuanto se analiza con
cierto detenimiento.
Las órbitas de los asteroides no se mueven en direcciones opuestas
cruzándose en un punto, como sería de esperar en el caso de los fragmentos de una explosión; la distribución de los tamaños y formas de los
asteroides no concuerda con la confusa mezcla que produciría un estallido; la suma de todas las masas de los asteroides es demasiado reducida siquiera para constituir un planetoide pequeño (no podemos suponer
que la fuerza de la explosión alejó el resto porque una deflagración de
tal magnitud habría llenado de polvo y rocas todo el sistema solar); los
cráteres de la Luna y la Tierra son de una datación que no coincide con
la presunta fecha de la explosión de Faetón (el porcentaje de meteoritos
grandes que han llegado a los planetas interiores de nuestro sistema se
han mantenido constante en los últimos 3.500 millones de años). Parece
insostenible, pues, la existencia de Faetón, y la ley de Titus-Bode —que
no se cumple pata Neptuno y Plutón— no pasa de ser una mera curiosidad matemática de ciertas correlaciones astronómicas, mientras no se
demuestre lo contrario.
Los autores que cultivan las tesis de contactos con alienígenas y el
correspondiente transvase de información gustan de recordarnos que J.
Swift, en su conocidísima obra Los viajes de Gulliver, predijo en apariencia la existencia de las dos lunas de Marte, hecho éste que fue confirmado telescópicamente 151 años después. A pesar de que esta singular
circunstancia ha sido atribuida a poderes sobrenaturales, a conocimientos cedidos por extraterrestres, o a la posibilidad de que el mismo Swift
fuese un extraterrestre, resulta prácticamente seguro que el escritor inglés
131
FRONTERAS DE LA REALIDAD
dedujo el número de los satélites marcianos a partir de las ideas astronómicas del insigne Johannes Kepler. Este sabio, matemático y astrónomo del siglo XVII, descubridor de las leyes de los movimientos planetarios
que llevan su nombre, se hallaba inmerso en la tradición pitagórico-platónica de la armonía numérica del cosmos y suponía que debía existir
una progresión geométrica en el número de los satélites de los planetas
entonces conocidos. Esto le llevó a creer, casualmente con acierto, que
Marte tenía dos lunas y a Swift no le fue difícil acceder a las teorías de
Kepler a través de la revista Philosophical Transactions, editada por la
Royal Society de Londres. Con un pequeño aporte de imaginación, el
autor de las aventuras de Gulliver pudo perfectamente haber confeccionado la descripción de los satélites que aparece en su famosa novela.
Si bien este extremo acerca de las lunas de Marte parece aclarado, no
ocurre así con la naturaleza del movimiento de la más interior, Fobos,
desde que el astrónomo norteamericano Sharpless calculara en 1945 un
extraño efecto de aceleración en su órbita. Se ensayaron diversas explicaciones para dar cuenta de esta aceleración anómala (fricción atmosférica, fuerzas de marea, frenado electromagnético, presión de radiación,
perturbaciones típicas de la mecánica celeste) pero ninguna resultó satisfactoria, hasta el punto de que el científico ruso I. S. Shklovskii especuló
con la posibilidad de que se tratase de un cuerpo hueco. Evidentemente,
como no existen satélites naturales huecos, de esta sugerencia se seguía
la eventualidad de que por lo menos Fobos fuese un objeto artificial.
Otros astrónomos han optado por desconfiar de los cálculos de Sharpless, y, efectivamente, investigaciones posteriores demostraron su error
eliminando cualquier residuo de misterio sobre la naturaleza y la órbita
de este satélite marciano.
Un último ejemplo de la capacidad imaginativa del ser humano y su
inclinación a fabular casi de cualquier cosa nos lo ofrece el asunto de las
«caras» de Marte. Una serie de fotografías de la superficie marciana tomadas por la nave Viking en 1976 daba la impresión de reflejar gigantescas esculturas de rostros y pirámides. Al margen del revuelo causado
en los círculos ufológicos por esta noticia, la explicación es perfectamente natural. Sombras en una formación rocosa crean la ilusión de una nariz, un ojo y una boca, y datos erróneos de la computadora debidos a
dificultades de transmisión producen abundantes motas en la imagen.
Todo ello provoca la sensación de hallarse ante una escultura que no es
tal. Los datos enviados por la sonda Mars Surveyor a comienzos de abril
de 1998 despejaron finalmente cualquier duda sobre el origen puramente accidental de este relieve geográfico marciano.
132
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Idénticamente ocurre con la llamada «cara feliz», un típico cráter
marciano de impacto que parece mostrar una boca sonriente y unos
ojos, o con la «pirámide marciana», un promontorio montañoso de base
pentagonal en el que algunos han querido, más que podido, distinguir
vagamente la forma de una pirámide.
Combustiones espontáneas
La creencia de que el cuerpo humano puede arder en determinadas condiciones hasta la carbonización total es muy antigua y se asocia con la
noción de castigo divino en atención a un pasaje contenido en el Libro
de Job. Esta opinión ha demostrado ser tan persistente que ha logrado
atraer sobre sí la mirada de la ciencia académica, las más de las veces
con el objetivo de refutarla. Uno de los precursores de la ciencia química, el barón Justus Von Liebig, rehusaba aceptar la posibilidad de combustiones humanas espontáneas por falta de testimonios fiables. Y es
cierto que muchas crónicas históricas manifiestan ser una muestra de
la creencia en este fenómeno más bien que verdaderas pruebas sobre su
existencia real. No obstante, se dispone también de numerosos casos en
los que la refutación no es tan sencilla.
Algunos de ellos son: la muerte de la condesa Cornelia Bandi cerca
de Verona en 1761; la muerte del cura Bertoli en la ciudad de Fileto en
1789; el fallecimiento de Grace Pett en Ipswich (Gran Bretaña) en 1744;
la muerte de un jubilado de 65 años en Aberdeen en 1888; el óbito de la
señora Crochane en Falkirk en 1904; el caso de una mujer india del pueblo de Manner, cerca de Dinapore, en 1907; el de la anciana Elizabeth
Clark, muerta por quemaduras no explicadas en un hospital de Hull en
1905; la muerte de Magde Knight en 1943; la combustión total del Dr.
J. Irving Bentley en Coudersport (Pennsylvania) en 1966; o la incineración de Laón Eveille en el interior de su propio coche en Arcis-sur-Aube
(Francia) en 1971.
En todos estos casos puede hablarse de cremaciones repentinas y
legítimamente inexplicables. Los sujetos afectados estaban sanos, no
sufrieron agresión alguna y no se produjo ningún incendio en sus proximidades. Las características más intrigantes de este fenómeno son la extrema velocidad a la que se produce (la mayoría de las víctimas aparece
en posturas sosegadas por lo que se diría que no tuvieron tiempo de
reaccionar), la extraordinaria intensidad del calor generado (se necesita
una temperatura de 1.650ºC durante bastantes horas para pulverizar
133
FRONTERAS DE LA REALIDAD
los huesos humanos) y la extrañísima focalización de ese calor (prácticamente en todos los casos los cadáveres aparecían reducidos por completo a cenizas sin que los objetos inmediatamente adyacentes hubiesen
sufrido el menor daño). Se ha tratado de buscar una explicación plausible entre las hipótesis más aventuradas —desde la acumulación bajo
la piel de productos inflamables hasta «estallidos de energía psíquica»,
pasando por la acción de rayos globulares o corrientes geomagnéticas—
aunque ninguna ha resultado convincente, por lo cual la combustión
humana espontánea sigue siendo un inquietante fenómeno pendiente de
justificación.
El Experimento Filadelfia
En 1979 se publicó un libro escrito por William Moore con la colaboración de Charles Berlitz titulado The Philadelphia Experiment, y que en
España se tradujo por El misterio de Filadelfia: Proyecto Invisibilidad.
Esta obra provocó un considerable revuelo entre el sector del público interesado en estas materias al exponer una tesis particularmente original
y sugestiva. A juicio de los autores, este pretendido experimento —ocurrido en 1943— habría consistido en la tentativa de lograr la invisibilidad frente al radar de un buque de guerra estadounidense, el Eldridge,
perturbando el campo magnético terrestre a su alrededor mediante unos
poderosos electroimanes instalados a bordo.
La presunta experiencia condujo finalmente a un resultado inesperado: el navío no sólo se invisibilizó frente al radar sino también ante la
vista de todos los observadores presentes en una embarcación cercana.
Se nos dice que la supuesta transparencia del barco se debió a que éste
llegó a desmaterializarse trasladándose en un viaje instantáneo de ida y
vuelta a un puerto situado a miles de kilómetros. Para mayor escándalo, en el libro de Moore y Berlitz se sugiere abiertamente que durante
dicha desmaterialización los tripulantes del buque accedieron a dimensiones ocultas de la realidad y contactaron con entidades no humanas
que nos vigilan desde ellas, lo cual, en opinión de estos autores, fortalece la posibilidad de un acuerdo secreto entre el gobierno de los EE. UU.
y los extraterrestres.
Moore y Berlitz no aportan más pruebas que las confusas declaraciones enviadas por carta de un tal Carlos María Allende (o Carl M. Allen),
que dijo haber presenciado el experimento mientras servía en el barco
Andrew Furuseth, y una pretendida entrevista entre Moore y un cientí134
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
fico participante en los cálculos previos del Proyecto Filadelfia, quien se
oculta bajo el pseudónimo de Franklin Reno. Pesquisas realizadas años
más tarde por investigadores neutrales arrojaron serias dudas sobre la
veracidad del susodicho experimento. No se ha logrado identificar con
claridad a Carlos Allende ni se conocen los motivos que le llevaron a
contar su historia de la forma en que lo hizo. El relato de Allende se
ve impugnado por los datos sobre los servicios activos del Eldridge, así
como por el libro de navegación del maquinista y los informes del capitán. No existen pruebas de que el Eldridge y el Furuseth se cruzasen en
momento alguno.
Más bien los indicios disponibles apuntan hacia todo lo contrario: los
únicos periodos en los que hay una pequeña posibilidad de que los dos
buques coincidiesen no concuerdan en absoluto con las fechas y datos
proporcionados por Allende. Los errores que Moore y Berlitz imputan
a los registros oficiales de las actividades del Eldridge son sensiblemente menores que los equívocos que estos mismos autores introducen en
su propio libro. El único artículo periodístico que podría reforzar el relato de Allende, al referirse a una riña protagonizada por los tripulantes
del Eldridge tras el hipotético experimento, llegó a manos de Berlitz en
forma de fotocopia sin fecha y sin nombre del periódico enviada anónimamente. El mismo Allende admite que no fue testigo de la supuesta teleportación del Eldridge hasta el muelle de Norfolk (Virginia), sino que
se enteró de ello leyendo un diario en Filadelfia; desgraciadamente no recuerda cuál ni en qué fecha.
Si a este mar de confusiones agregamos las crecientes sospechas, suscitadas entre los investigadores de asuntos paranormales, de que por
lo menos William Moore ha estado actuando durante no pocos años
como canal de intoxicación informativa a las órdenes del servicio de inteligencia de las Fuerzas Aéreas norteamericanas (AFOSI), las razones
para dudar del asunto Filadelfia se hacen arrolladoras. La última maniobra desinformativa en la que participó Moore fue el conocido Informe Matrix (ya comentado en el primer capítulo). Este informe también
había sido remitido anónimamente y en él se pormenorizaba un pacto
clandestino entre el gobierno estadounidense y unos perversos alienígenas con fines más que tenebrosos. Una idea ésta que se desliza ya en el
libro de Moore y Berlitz sobre el Experimento Filadelfia y que no hace
más que restar visos de autenticidad a una historia ya de por sí carente de ellos.
135
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Las Piedras de Ica
El curiosísimo asunto de las piedras de Ica comenzó hacia 1966, cuando
el Dr. Javier Cabrera Darquea, del pueblo peruano de Ica, recibió una
extraña piedra grabada como regalo de su amigo Félix Llosa Romero.
Conocedor de que circulaban numerosas piedras de las mismas características adquiridas por visitantes y turistas como recuerdos artesanos,
el Dr. Cabrera pronto decidió iniciar una colección particular de estos
objetos animado por el interés que en él despertó el regalo de su amigo.
No tardó el médico peruano en sospechar que no se trataba de obras de
artesanía sino de piezas arqueológicas que Basilio Uchuya e Irma Gutiérrez, supuestos autores de las artesanías, vendían a muy bajo precio
para alimentar sus enflaquecidas economías. La pretensión de que eran
ellos quienes las labraban a mano resulta comprensible puesto que en
Perú —donde son habituales los hallazgos de telas, alfarería y metales
enterrados que dan testimonio de la orgullosa cultura que floreció antes
de la llegada de los españoles— la comercialización ilegal de antigüedades es un grave delito.
De cualquier modo, el Dr. Cabrera se percató con rapidez de la imposibilidad de que aquellas piedras grabadas fueran producto del trabajo artesanal de cualquier lugareño, por industrioso y hábil que fuese.
En primer lugar, Basilio Uchuya, teniendo en cuenta su edad y el tiempo que requeriría fabricar una de estas piedras, no puede haber grabado
en toda su vida más de 10.000 (y es una estimación muy optimista). En
cambio, se han catalogado unas 40.000 piedras a las que hay que sumar
las exportadas a Estados Unidos y vendidas a turistas, con lo que la cifra oscilaría alrededor de las 50.000. Además, en 1967 el geólogo Erich
Wolf analizó varios de estos ejemplares en el laboratorio de la compañía
minera Mauricio Hoschshinld y concluyó que, conforme a la pátina de
óxido que cubría por igual las incisiones de los grabados y la superficie
pulida, los dibujos debieron elaborarse con bastante anterioridad a la fecha sostenida por Uchuya.
En segundo lugar, las escenas representadas en estas piedras («gliptolitos» en la terminología de Cabrera) parecían exceder con mucho los
conocimientos accesibles a los campesinos a los que se adjudican su autoría. Cuando el Dr. Cabrera comenzó a reunir un número suficiente de
ellas advirtió que las piedras podían agruparse en distintas series temáticas, cada una de las cuales se subdividía a su vez en apartados particulares del tema en cuestión. Basilio Uchuya suele mostrar un libro infantil
con dibujos de saurios para convencer al público de que copió sus gra136
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
bados de allí. También suele fabricar él mismo alguna piedra grabada
ante quien se lo pide; piedra cuya disparidad con las originales, según
algunos observadores, es tan enorme que la diferencia resulta llamativa.
El Dr. Cabrera, por su parte, afirmaba que al ordenar los gliptolitos, las
series formadas transmiten información sobre multitud de temas: medicina, antropología, geología, zoología, etc.
Algunas de estas series pétreas, a las que el médico peruano prefiere
llamar «gliptoteca» o «biblioteca lítica», son de interpretación difícil y
subjetiva ya que Cabrera atribuyó significados a los símbolos que aparecían en las piedras de acuerdo con su criterio personal. Otras, empero, resultan considerablemente más claras. Entre éstas se encuentran las
que describen con todo detalle el ciclo vital de los dinosaurios desde el
huevo hasta la completa madurez, con la particularidad de que aparece una fase intermedia de compleja metamorfosis. Este extremo, de confirmarse, asemejaría la reproducción de los saurios a la de los anfibios
más que a la de los reptiles, en contra de lo generalmente supuesto por
la paleontología actual. Hay conjuntos gliptolíticos que muestran a seres
de apariencia humanoide manejando telescopios, volando en pájaros de
llamativo aspecto mecánico o cazando dinosaurios. Otras series pétreas
representan complicadas operaciones quirúrgicas, como transplantes de
riñón, corazón e incluso cerebro (¡!). Y aún otras se diría que reflejan
la conformación de nuestro planeta con anterioridad a las convulsiones
geológicas que le imprimieron su aspecto presente.
Después de reunir miles de gliptolitos y estudiarlos durante veinte
años, el Dr. Cabrera poseía para explicar su origen y significado una
teoría propia notablemente elaborada en la que se mezclan por igual interpretaciones personales fruto de su pasión investigadora y hechos difícilmente rebatibles. Para Cabrera los verdaderos autores de las piedras de
Ica, calificados por él de «humanidad gliptolítica», fueron miembros de
una raza humanoide creada por extraterrestres —probablemente llegados de la constelación de las Pléyades— a partir de un primate emparentado con el lémur llamado Notharcus que se extinguió hace 50 millones
de años. Esta humanidad gliptolítica de la era secundaria o mesozoica
(entre 75 y 215 millones de años) decidió inmortalizar los logros culturales de su civilización grabándolos en piedras para preservarlos de los
avatares de la naturaleza con la esperanza de que sirviesen de guía a los
hombres del futuro. Uno de los primeros pueblos que tomó su ejemplo,
según Cabrera, fueron los incas y de ahí el esplendor de su cultura.
El hombre gliptolítico aparentaba ser de corta estatura, de cabeza y
tórax anchos, y carente de pulgares en las manos. Esta raza humanoide
137
FRONTERAS DE LA REALIDAD
—siempre en opinión de Cabrera— construyó un cinturón de pirámides
a lo largo del ecuador terrestre para aprovechar la energía geomagnética del planeta, algunas de las cuales han sido atribuidas a civilizaciones
posteriores como la egipcia o la maya. Un uso desmedido de esta energía
provocó la caída de dos de los tres satélites naturales que entonces orbitaban en torno a la Tierra, causando la desaparición de los grandes saurios (en parte producida también por las cacerías de estos seres) y de la
mayoría de la humanidad gliptolítica. No obstante, las élites intelectuales
de aquella humanidad, sabedoras del desastre que se avecinaba, partieron hacia el planeta del que provenían sus creadores, allá en las Pléyades.
El tremendismo y la espectacularidad de esta hipótesis, explica el rechazo o simplemente la indiferencia con la que ha sido recibida en los
círculos académicos competentes. En realidad no es fácil pronunciarse
sobre un cúmulo de circunstancias en las que se mezclan indicios altamente significativos con opiniones en extremo subjetivas del Dr. Cabrera. Para cualquier investigador no malintencionado, es obvio que Basilio
Uchuya no pudo grabar las piedras de Ica, ni por su cantidad ni por su
calidad. Un informe del 28 de enero de 1967, firmado por el profesor
Freuchen, de la Universidad de Bonn, corrobora las deducciones del geólogo Wolf en cuanto a que las piedras no son de manufactura reciente.
Dichas piedras son andesitas, formadas en el periodo terciario, y los
análisis no han confirmado hasta el momento que los grabados sean
contemporáneos de las mismas, aunque algunos microorganismos hallados en las ranuras de los dibujos sí tienen una antigüedad de millones
de años. Añadamos a esto que Santiago Agurto, director entonces de la
Universidad Nacional de Ingeniería, acompañado por Alejandro Pezzia
Assereto, arqueólogo del Patronato Nacional de Arqueología de Perú,
descubrió dos piedras de características análogas a las de Ica en el ajuar
funerario de dos tumbas de las necrópolis de Max Uhle y Tomaluz.
Por el contrario, las elucubraciones acerca del origen de la supuesta
humanidad gliptolítica, sus realizaciones tecnológicas y las consecuencias catastróficas de éstas son mucho más discutibles, toda vez que dependen de las ideas privativas de Cabrera sobre la significación de los
símbolos de las piedras grabadas. Responsabilizar, por ejemplo, a esta
raza humanoide de la construcción de las pirámides de Egipto resulta
francamente descabellado. No existe la menor prueba de que la Tierra
hubiese contado en remotas eras geológicas con dos satélites que se precipitaran contra ella.
Además, el mecanismo propuesto por el médico peruano no es plausible aun admitiendo que se trataba de satélites conductores, la escala
138
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de tiempo para el amortiguamiento magnético de su movimiento orbital sería superior a la edad del sistema solar. Asimismo, el Dr. Cabrera se
negó siempre a revelar la localización del depósito del que procedían estas piedras, lo que dificulta terriblemente su datación y clasificación. Por
último, el arqueólogo Roger Ravínez, del Instituto Nacional de Cultura
de Perú, afirma haber detectado merced a microfotografías diferencias
entre los grabados de una piedra hallada por Max Uhle (la única considerada por él auténtica) y las pertenecientes a Cabrera.
En verdad la situación es todavía más compleja de lo que podría deducirse de las anteriores estimaciones. Se sabe que en Argentina, en el
siglo XIX, el paleontólogo Florentino Ameghino declaró haber encontrado restos humanos en estratos terciarios. Sus aseveraciones fueron acogidas con tanta frialdad como el hallazgo, más reciente, del antropólogo
Hernao Marín en Colombia. Allí desenterró en el mismo estrato geológico los huesos de un animal prehistórico (un iguanodón) junto a lo que
supuso eran los restos de un neandertal. Por otra parte, en una entrevista concedida en 1989 al psiquiatra y parapsicólogo español Dr. Jiménez
del Oso, Basilio Uchuya reconoció haber mentido sobre su autoría en el
asunto de las piedras de Ica.
En este mismo viaje el Dr. Jiménez del Oso junto con todo su equipo
acompañante fue guiado por Cabrera en el desierto de Ocucaje, donde
ambos investigadores dijeron haber hallado, entre los restos fosilizados
de criaturas del mesozoico, otros que consideraron pertenecientes a un
ser aparentemente humano. Teniendo en cuenta que la paleontología
convencional sólo admite la llegada del hombre al continente americano
hace alrededor de 30.000 años a resultas de una emigración de las tribus
mongoloides a través del estrecho de Bering, es inmediato comprender la
trascendencia de un descubrimiento semejante. Por desgracia nada más
volvió a saberse de este revolucionario hallazgo.
Las investigaciones posteriores de periodistas y arqueólogos, como
Tony Morrison y Ray Sutcliffe, Neil Steede, Alejandro Chionetti, o el español Vicente Paris, reforzaron la hipótesis de un origen reciente para
los grabados de las piedras. Terció en la polémica el grupo de quienes,
con una postura más ecléctica, sugirieron la existencia de un conjunto
original de piedras auténticas que habrían sido adoptadas como modelo
por Javier Cabrera para encargar a Uchuya copias con las que aumentar
las piezas de su colección. El Dr. Cabrera falleció en 2001, y desde entonces sus familiares son quienes se ocupan de dirigir el museo gliptolítico.
Verdaderas o no, la polémica entre quienes juzgan auténticas las piedras
de Ica y quienes las consideran una burda falsificación todavía persiste.
139
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Alineamientos megalíticos
No todas las piedras precisan de contener intrincadas inscripciones para
encerrar un inescrutable misterio. Los alineamientos megalíticos de las
Islas Británicas (Stonehenge, Avebury, Callanish, etc.) y de la costa atlántica francesa (Carnac) ya constituían un enigma mucho antes de que
las mediciones topográficas realizadas entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX revelasen la auténtica magnitud de la obra llevada a
cabo por sus constructores. Nada se sabía entonces, ni se sabe ahora,
de la identidad de sus artífices, de los pensamientos que les impulsaron
a efectuar semejantes esfuerzos de ingeniería, ni de los motivos por los
que las piedras debían ser acarreadas, en ocasiones desde grandes distancias, y ubicadas en lugares muy específicos. Y todo continuaría considerándose tan sólo una singular curiosidad arqueológica de no ser por
la paciente labor de Alexander Thom, profesor de Ingeniería de la Universidad de Oxford desde 1945 hasta 1961.
El Dr. Thom descubrió que todas las construcciones megalíticas estudiadas por él —unas seiscientas— habían sido levantadas según criterios geométricos altamente precisos y orientadas astronómicamente con
un asombroso nivel de perfección. Thom descubrió asimismo la unidad
métrica empleada en estas obras, la «yarda megalítica» (equivalente a
unos 83 cm), y comprobó que era posible dibujar triángulos pitagóricos
trazando líneas imaginarias entre menhires aparentemente desordenados con una perfección que excluía cualquier alineamiento casual. Para
mayor perplejidad se encontró que el círculo pétreo de Stonehenge, por
ejemplo, podía servir de extraordinario observatorio astronómico desde
el cual medir las direcciones de salida del Sol en los solsticios de verano
e invierno, la retrogradación de la Luna (fenómeno cuyo periodo es de
18 años, 10 días y 8 horas), e incluso predecirse eclipses lunares durante centenares de años.
Estos hallazgos de Thom venían a confirmar las ideas sobre la relación entre los círculos megalíticos y la observación celeste propuestas a
finales del siglo XIX por el astrónomo Sir Norman Lockyer, miembro de
la Royal Society, director del Laboratorio de Física Solar, así como fundador y director durante cincuenta años de la prestigiosa revista científica Nature. Las filas de quienes no descartan esa posibilidad se vieron
engrosadas posteriormente por Gerald Hawkins, profesor de Astronomía de la Universidad de Boston, Richard Atkinson, de la Universidad
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de Cardiff (Gran Bretaña) e inicialmente crítico de Hawkins, y también
el célebre astrofísico Fred Hoyle.
Ahora bien, el asunto tomó un sesgo místico al popularizarse la teoría del inglés Alfred Watkins, quien defendía que todos los enclaves de
relevancia histórica o religiosa de las Islas Británicas, y probablemente
también de otros lugares, estaban situados sobre una inmensa red de líneas rectas que daban fe de la existencia de corrientes subterráneas por
las que circulaba una misteriosa «fuerza telúrica». Esta idea —que se
había impuesto repentinamente al espíritu de Watkins a modo de súbita
iluminación— es prácticamente idéntica al concepto chino de Feng-Shui
(corrientes de energía vital de la Tierra) y explicaría, en opinión del investigador británico, la disposición a lo largo de dilatadísimas rectas de
toda clase de entornos sagrados, castillos, túmulos y muchos otros lugares de importancia histórica o espiritual. Watkins bautizó esta hipotética
red de líneas como «sistema Ley» en atención al hecho de que numerosos emplazamientos situados sobre ella poseían topónimos terminados
en ley, ly, lee o leigh.
Si bien pronto proliferaron seguidores entusiastas de este sistema capaces de vislumbrar líneas Ley en cualquier sitio y de alterar la interpretación de los accidentes del terreno para adaptarlos a sus concepciones,
en no pocos casos se daban coincidencias que cabría calificar cuando
menos de inusuales. Los escépticos aducían que en un lugar tan densamente poblado y con tantos avatares históricos como la antigua Europa,
casi cualquier línea trazada en cualquier dirección atravesaría lugares
con alguna significación más o menos destacada. Sin embargo, un análisis estadístico mostró que las probabilidades de que una línea ley de 50
km contuviera 6 ó 7 puntos significativos eran de 1:200 y 1:1.000 respectivamente. Por contra, muchas alineaciones reales cuentan con 6 o
más puntos en una distancia de 12 a 15 km.
Sea como fuere, la sola exactitud de los conocimientos geométricos y
astronómicos demostrados por los constructores de edificaciones megalíticas como las de Stonehenge o Carnac no debería dejarnos impasibles,
y más aún teniendo en cuenta que sus autores, los hombres del Neolítico, han sido desde siempre juzgados como tribus de gentes iletradas y semisalvajes. Son obras éstas que propician una nueva ocasión de revisar
nuestra imagen de unos pueblos de seguro injustamente tratados por los
herederos de una civilización cuyos cimientos contribuyeron ellos tan
brillantemente a establecer.
141
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Los pictogramas ingleses
Desde algunos años atrás aparecen en los campos de cereales ingleses,
antes de la recolección, unas extrañas figuras de estilo psicodélico y tamaño gigantesco realizadas mediante el aplastamiento cuidadoso o la
torsión de los tallos de las plantas. En un principio se culpó de tales dibujos al vandalismo de grupos de truhanes que causaban destrozos en
las cosechas amparándose en la oscuridad de la noche. Pero más pronto
que tarde tuvo que admitirse que tanto por las dimensiones de las figuras y su la rara belleza geométrica como por la habilidad de los autores para efectuar el trabajo en una sola noche, burlando la vigilancia de
los dueños de los terrenos, aquéllos no debían ser gamberros comunes.
La noticia de estos hechos pronto se difundió por todo el mundo haciendo de los dibujos en los cultivos ingleses objeto de animada especulación. Como siempre ocurre en estos casos, se recurrió a una amplia
colección de hipótesis sin retroceder ante lo estrambóticas o risibles que
pudiesen ser algunas de ellas. Así, se responsabilizó de los pictogramas
a fuerzas sobrenaturales, al espíritu de la Madre Tierra, a la energía del
inconsciente colectivo, a escapes de gas natural subterráneo, a plagas de
hongos con una extraña afición por el arte abstracto, a pruebas militares
secretas, a trastornos químicos del terreno, a vórtices de aire ionizado, a
la acción de helicópteros volando boca abajo, o a manadas de erizos enloquecidos corriendo en formación.
La posibilidad del fraude cobró fuerza cuando a finales de 1991 dos
jubilados ingleses, Dough Bower y Dave Chorley, confesaron ser los autores de los intrigantes pictogramas. Los escépticos se sintieron felices
ante este giro de los acontecimientos y no desaprovecharon la oportunidad para ridiculizar a los investigadores que habían barajado otros
orígenes que no eran el fraudulento. Pero no a mucho tardar los ridiculizados fueron estos escépticos, quienes en esta ocasión, paradójicamente,
pecaron de credulidad excesiva. Pasando por alto la obvia tosquedad de
los dibujos realizados por Bower y Chorley para demostrar sus asertos,
sólo en 1990 aparecieron más de 1.000 dibujos durante los tres meses
de cosecha en Gran Bretaña, muchos de ellos bastante alejados de la residencia de estos dos jubilados. Ello nos da una media de unos 11 cada
noche, algo a todas luces difícil de atribuir a una persona joven y robusta en la plenitud de su vida activa, y tanto más a dos maduros caballeros retirados de sus respectivas profesiones. Parece más cierto que lo
que Bower y Chorley pretendían con su autoinculpación era cobrar las
5.000 libras que la Fundación Koestler ofrecía a quien aportase una ex142
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
plicación racional al enigma, lo que sin duda hubiese significado un sustancioso complemento para las pensiones de ambos personajes.
De hecho, se organizó en Inglaterra un concurso para llevar a cabo
pictogramas de noche y sin linternas, con el objetivo de comprobar si su
ejecución era realmente posible en tales condiciones. El premio de 1.500
libras fue ganado por un equipo de estudiantes, aunque las diferencias
entre su obra y las aparecidas de manera anónima resultaban evidentes.
Asimismo, entre las figuras de los ganadores no había ninguna sin las
plantas aplastadas y rotas, mientras que las auténticas de autor desconocido respetan los tallos inclinándolos.
También conviene hacer notar que en el interior de los círculos las
plantas mostraban un cambio en la dirección de crecimiento de sus raíces pero sin indicios de haber sufrido daños. No pueden faltar, igualmente, quienes relacionan estos dibujos con el fenómeno OVNI, y no es
pequeño el número de testigos que declaran haber visto misteriosas luces
en el cielo con anterioridad a la aparición de los pictogramas. Sea ésta
u otra la explicación verdadera, empero, estamos sumidos todavía en la
más absoluta ignorancia al respecto.
La Sábana Santa
El Santo Sudario de Turín, denominado así a causa de la suposición de
que envolvió el cadáver de Jesucristo antes de su resurrección, es un lienzo de cuatro metros de largo por uno de ancho, en cuya superficie puede
apreciarse la impresión amarillento-parduzca de un cuerpo humano desnudo y con barba. En la tela aparece una imagen de la parte anterior del
cuerpo y otra de la posterior, unidas por la coronilla. Unas manchas oscuras que se consideran de sangre se superponen a la figura, sobre todo
en la cabeza, muñecas, pies y costado izquierdo. El lienzo perteneció
desde 1353 hasta 1548 a la familia De Charney, la cual acabó cediéndolo a la Casa de Saboya. Esta dinastía instaló la tela en la catedral de Turín en 1578, donde ha permanecido hasta ahora.
En 1898 un fotógrafo de Turín llamado Secondo Pía realizó varias
tomas de la sábana durante una exhibición pública y quedó atónito al
revelar las placas. Resultó que en los negativos habían aparecido los
rasgos perfectamente definidos de un hombre, lo que significaba que
la imagen del sudario era en sí misma un negativo fotográfico que se
había positivado al fotografiarlo. Esta sorprendente circunstancia animó al médico agnóstico y miembro destacado de la Academia de Cien143
FRONTERAS DE LA REALIDAD
cias francesa, Yves Dellage, a examinar la tela junto con el biólogo
Paul Joseph Vignon. Tras tres años de estudios, la pareja de científicos concluyó que el tejido del lienzo correspondía a un tipo elaborado
en Palestina hasta el siglo V de nuestra era, y que las manchas parduzcas del sudario habían sido producidas por una combinación de la urea
desprendida por el sudor del cadáver más mirra y aloe, ungüentos fúnebres corrientemente usados por los judíos de aquella época. Delage,
por tanto, se mostró tan partidario de que la Sábana de Turín era el sudario de Cristo como firme se mantuvo igualmente en sus convicciones
antirreligiosas.
Un estudio forense completado en 1932 por Pierre Barbet descubrió
que el sudario mostraba detalles anatómicos demasiado precisos (perforación de las muñecas y no de las palmas de las manos, retracción involuntaria de los dedos pulgares) para ser conocidos por un falsificador
medieval. Análogamente, el profesor Max Frei encontró en el lienzo siete clases de pólenes típicos de Palestina, y su colega Gilbert Rae, experto en tejidos de la Universidad de Gante (Bélgica), halló que la tela había
sido tejida a mano —la rueca se utiliza en Europa desde 1150— y sus hilos blanqueados previamente, procedimiento éste muy arcaico. Estas y
otras evidencias, como la especie de algodón a la que pertenecía el hilo
o el estilo de trama cruzada empleada para tejerlo, persuadieron al profesor Rae de la probable autenticidad del sudario.
No es de extrañar, pues, que el interés por este asunto fuese en aumento así como la magnitud de los esfuerzos dedicados a su estudio. Por
ello en 1974 dos científicos norteamericanos examinaron fotografías del
lienzo con el analizador de imagen VP-8 de la NASA, y cuatro años después se emprendió una serie de pruebas no destructivas autorizadas por
el ex rey Humberto de Saboya y practicadas por un equipo internacional
de expertos. De inmediato surgió la polémica pues la opinión general era
que la imagen no había sido producto de ninguna clase de pintura o pigmento, en tanto que la forma y orientación de las presuntas manchas de
sangre resultaban absolutamente plausibles para un cuerpo recién crucificado, además un análisis de rayos UV y X reveló la proporción exacta
de hierro de la sangre humana.
El espectroscopista Sam Pellicori, del Santa Bárbara Research Centre, se decidió a describir la formación de la imagen como efecto de una
quemadura superficial del tejido originada por un violento estallido de
energía radiante. Este parecer venía avalado por J. Jackson y E. Jumper,
los científicos que se sirvieron de la VP-8, cuyas opiniones se resumen en
suponer que el cuerpo envuelto por la sábana emitió uniformemente una
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
radiación desconocida durante una fracción de segundo (de no ser así
hubiese incinerado el lienzo por completo) que impresionó la imagen visible sobre la tela. Para mayor intriga, Jackson y Jumper agregaron que
durante esa emisión de energía era muy probable que el cuerpo hubiese
permanecido levitando ingrávido, ya que de lo contrario las marcas de
la espalda hubieran presentado una intensidad superior y diferente contorno a consecuencia de la presión sobre el dorso de la figura ocasionada por el peso de un cadáver colocado boca arriba.
Sin embargo, las divergencias también fueron notorias y uno de los
que no se dejó conmover por las explicaciones de cariz sobrenatural fue
el norteamericano Walter C. McCrone, director de análisis químicos y
famoso por desenmascarar el mapa «vikingo» de Vinland. Para McCrone el sudario era una falsificación aunque ignoraba cómo había sido
realizada, y predijo con acierto que los investigadores de 1978 manifestarían que la figura era muy similar a una imagen quemada pero que no
podían distinguirla de ella.
Por su parte, el antropólogo Victor Pesce Delfino admite que la imagen puede haber sido producida por una decoloración térmica o por
algún tipo de quemadura, si bien discrepa profundamente de sus oponentes sobre la naturaleza de dichas quemaduras. Pesce Delfino juzga
con fundamento que las huellas de la sábana pueden haberse logrado
trabajando sobre un panel de madera o una losa de piedra en la que se
habría grabado un bajorrelieve de la imagen de Jesús por ambos lados
del cuerpo, el anterior y el posterior. Sucesivamente los relieves habrían
sido impregnados de una sustancia calcinante o algún ácido capaz de actuar en el tejido (los ácidos cáusticos eran ya conocidos en el siglo XII) y
se habría envuelto el panel con la sábana; el truco ya estaba listo.
Los granos de polen no indican necesariamente que la sábana haya
estado en Palestina en el siglo I de nuestra era, por cuanto que puede haber pasado por allí con posterioridad o haber sido contaminada por el
polvo de las ropas de los peregrino venidos de Tierra Santa, cuando en
sus primeros tiempos se exhibía sin protección alguna. Igualmente el falsificador podía haber utilizado un auténtico lienzo de la época de Cristo para elaborar su engaño, o bien haber mandado la confección de una
tela con el mismo estilo de aquel entonces. En el primer caso se nos señala con propiedad que la datación correcta de la sábana es condición
necesaria pero no suficiente de su autenticidad, mientras que en el segundo es lícito preguntarse por qué alguien iba a tomarse tanto trabajo
en falsificar una reliquia si nadie la examinaría con tanta meticulosidad.
De todos modos, los experimentos del profesor Pesce Delfino con bajo145
FRONTERAS DE LA REALIDAD
rrelieves de bronce impregnados con ácidos y calentados a altas temperaturas han reproducido figuras muy semejantes a la original.
A los ojos de la ciencia y de todas las personas sensatas, la polémica
finalizó definitivamente en 1988 cuando tres prestigiosos laboratorios
universitarios —uno en Gran Bretaña (Oxford), otro en Suiza (Zúrich)
y el tercero en Estados Unidos (Arizona)— analizaron con permiso vaticano tres pequeñas muestras del lienzo usando el método del carbono
14. El resultado fue concluyente y estableció la datación de la tela entre
los años 1262 y 1384, es decir, entre los siglos XIII y XIV (justo como había predicho McCrone en 1980). Paradójicamente, los entusiastas de lo
oculto que tanto se ufanaban de que las pruebas del VP-8 confirmaban
sus tesis sobre el sudario, fueron los que más encarnizadas críticas levantaron contra este último experimento.
Buen exponente de ello es la actitud del parapsicólogo español Julio
Marvizón, quien se vale de unos supuestos defectos de procedimiento
(no publicación del protocolo de purificación de las muestras, filtraciones a la prensa, fallos en el sistema de claves que garantizaba la imparcialidad del examen) y de una interpretación sesgada de las declaraciones
del Cardenal de Turín y de un científico participante en la prueba, Michael Tite, para impugnar el estudio completo. A parte de lo incongruente de la posición eclesiástica al mantener el culto público a una reliquia
que se ha demostrado falsa, el comportamiento empecinado de un nutrido grupo de parapsicólogos corrobora lamentablemente una vez más
que a cuantos aman el misterio por sí mismo todo cuanto concierne a la
metodología científica les resulta oscuro.
A mediados de la década de 1990 se popularizó en los círculos parapsicológicos más cerradamente defensores de la autenticidad de la síndone el argumento de que las fechas obtenidas por los científicos mediante
procedimientos radiactivos se habían visto perturbadas por una insólita radiación de neutrones emitida por el cuerpo de Jesucristo durante
la resurrección. El bombardeo neutrónico sufrido por la tela del sudario sería así el responsable de su rejuvenecimiento aparente a efectos de
los análisis científicos. Dejando a un lado su patente indemostrabilidad,
esta idea ha de enfrentarse a otra publicada en la misma época, igualmente imaginativa pero bastante menos sobrenatural. De acuerdo con
ciertos autores la imagen de la Sábana Santa no pertenecería a Cristo
sino a Leonardo Da Vinci, el cual —forzando un tanto las fechas históricas— habría experimentado con ellas los rudimentos de la moderna
fotografía. Pese a su indiscutible talento cabe dudar que la anticipación
del genio italiano le permitiese alcanzar tales extremos, pero no es me146
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
nos cierto que en el asunto de la Sábana de Turín queda todavía mucho
por aclarar.
Seres de leyenda
¿Quién no escuchó durante su infancia un cuento en el que el heroico
protagonista tenía que vencer al inevitable dragón para ganar los amores
de la doncella de turno? La mayoría de los niños escuchan embelesados
con los ojos abiertos de par en par este tipo de relatos, y justo es decir
que la fascinación de éste y otros monstruos semejantes ha acompañado
a jóvenes y viejos de todas las latitudes en todos los tiempos. En el caso
del dragón casi todas las culturas poseen leyendas sobre estas fabulosas
criaturas a las que se atribuye un simbolismo tan variado como las ópticas desde las que se las contempla. Si bien es cierto que no en todas partes
la figura del dragón se asocia con sentido maléfico —en Extremo Oriente
ocurre todo lo contrario— en la práctica las explicaciones buscadas para
la universalidad de ese mito abundan en sus aspectos terroríficos.
Así, el psicoanálisis moderno nos dice que la contienda entre el caballero y el dragón representa el conflicto interior entre nuestros instintos
reprimidos y los requerimientos de nuestro yo consciente, o tal vez la lucha edípica entre el decadente padre y el hijo pujante. Las características
de los dragones de cada civilización manifestarían los rasgos típicos de
los animales de su zona geográfica: el dragón indio se parece a un elefante, el chino a un ciervo y el occidental a un reptil. Los más imaginativos suponen que quizás el mito del dragón proviene del encuentro entre
nuestros antepasados más primitivos y algún gran saurio superviviente del mesozoico. Una idea tan improbable como sugestiva.
Otro tanto ocurre con las sirenas y demás criaturas fantásticas del
mundo acuático, cuyo simbolismo mítico es prácticamente universal. La
imagen que en la actualidad presenta a las sirenas como un híbrido de
mujer y pez es fruto de un error debido en parte al historiador romano
Plinio. Corresponde a Homero habernos brindado el primer testimonio
literario clásico sobre sirenas, y en él se describen criaturas con cabeza
de mujer y cuerpo de pájaro, no de pez. El equívoco lo creó la posterior
costumbre de Plinio de designar indistintamente como tritones y nereidas a todas las criaturas marinas semihumanas, cuando las nereidas habían sido en su origen mujeres normales.
Más tarde, los historiadores del medioevo confundieron la personalidad de las sirenas con la de las nereidas y así ha permanecido has147
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ta el presente. De un modo u otro, las sirenas también han recibido su
correspondiente interpretación psicoanalítica. Esta vez el mito es generado por la fantasía sexual masculina, ya que la sirena representa a la
hembra inaccesible, dulce y voluptuosa en apariencia pero fría y cruel
en verdad. Parece, pues, simbolizar una mezcla psicológicamente explosiva de erotismo y muerte junto al deseo masculino, de matiz masoquista y autodestructivo, de abandonarse totalmente en brazos de las
personas o las pasiones que le conducirán a una segura perdición. No
se puede negar que las leyendas de sirenas ocultan claros referentes psicológicos de índole emocional, como el anhelo de conseguir el ideal
inalcanzable de mujer. Ellas serían la materialización de esa clase de
hembra indomable y a la vez perfecta cuyo amor resultaría incomparablemente más placentero que el de cualquier mujer mortal, pero que
por eso mismo siempre permanecerá fuera de nuestro alcance.
En contraste, las declaraciones de los marineros que aseguraban haber visto sirenas por todos los siete mares —las más recientes datan del
siglo XIX— se suponen causadas por el avistamiento de focas, dugones
y manatíes (cetáceos estos dos últimos que pueden llegar a tres o cuatro metros de longitud con pechos similares a los femeninos), cuya visión despertaría toda clase de fabulaciones en hombres forzosamente
privados del contacto con mujeres durante meses interminables. Esta
explicación es la más razonable pero también la que en mayor medida
ofendería al sexo femenino, pues la extrema fealdad, desde el punto de
vista humano, de las manatíes y hembras de dugón haría que una doncella con su figura no agradase ni al hombre de gustos más sencillos.
Adentrándonos ahora en una mitología más macabra arribamos al
reino de los hombres-monstruo, entre cuyos personajes sobresale por
derecho propio el del vampiro. La figura del ser fantasmagórico, ni vivo
ni muerto, que sale de su tumba para alimentarse de la sangre de los
vivos —quienes a su vez se convierten en nuevos vampiros tras morir
exangües— clavándoles en la yugular sus afilados caninos, se ha convertido en una noción arquetípica del género de terror. Las leyendas de
vampiros parecen tener su origen en la región de los Cárpatos, en el sudeste de Europa, a comienzos del siglo XVI, siendo popularizadas por
autores de la talla de Goethe, Byron, Baudelaire, y en especial Bram
Stoker por mediación de su clásico Drácula, publicado en 1897. Esta
misma palabra proviene de un vocablo serbio que pasó a otros idiomas
europeos a mediados del siglo XVIII en referencia directa a Vlad Tepes,
tiránico gobernador de la región de Valaquia (en la actualidad parte de
Rumania) desde 1413 a 1477. Este déspota cruel se hacía llamar «Drá148
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
cula» que puede ser traducido por «(hijo del) Diablo o Dragón». El
apelativo estaba justificado ya que los tormentos y sevicias infligidos
por Tepes a sus prisioneros o enemigos, a los que solía empalar en estacas de madera (Tepes significa «empalador»), causaron pavor entre
sus contemporáneos.
Las explicaciones del auge y origen de las leyendas de vampiros son
múltiples y variadas, dado que un mito duradero entraña siempre un
fenómeno complejo. En cualquier caso, motivos indiscutiblemente importantes fueron las epidemias de peste que azotaron Europa con periodicidad desde la antigüedad hasta el siglo XVIII. El terror a la enfermedad,
unido a la muerte y la miseria que ésta provocaba, configuró el clima
ideal de pánico supersticioso necesario para el arraigo de las historias
vampíricas. Y, sobre todo, los casos de enterramiento prematuro (ciertamente numerosos en medio de una epidemia incontrolada) de personas
en estado cataléptico, en sueño profundo, o simplemente embriagadas,
abonaron el terreno del vampirismo cuando al abrirse las tumbas por
cualquier motivo se hallaron los cuerpos desplazados e indicios de movimientos en sus miembros. Otras explicaciones resaltan el hecho de que
algunos cuerpos encogen al morir, con lo que es fácil tener la sensación
de que las uñas y el pelo han crecido.
También existen argumentos fisiológicos para dar cuenta del grito
proferido por algunos cadáveres cuando se les atraviesa el corazón con
una estaca en virtud del aire que escapa de la cavidad torácica a resultas de una rotura violenta. Asimismo, la naturaleza geoquímica del suelo puede justificar el buen estado de conservación en el que se mantienen
algunos cuerpos tras su inhumación. Los testimonios de quienes aseguran haber visto por las noches vampiros saliendo de sus tumbas encuentran justificación sin más que recordar que en numerosos lugares y
épocas los vagabundos se han refugiado en tumbas y mausoleos abiertos —debido a robos de cadáveres, traslados o exhumaciones varias—
saliendo al amparo de la noche a buscar alimentos por las cercanías.
Enfermedades como la rabia (por el comportamiento violento y enloquecido de sus víctimas), la catalepsia, ciertos tipos de epilepsia o la porfiria (enfermedad caracterizada por la rojez de la piel, hipersensibilidad
a la luz y propensión hemorragias) contribuyeron en alto grado a la extensión de la creencia en vampiros.
La figura del vampiro y cuanto le rodea presenta también connotaciones psicológicas muy significativas. La sangre, por ejemplo, mitificada como vehículo portador y transmisor de la vida, es un elemento
folclórico de la práctica totalidad de las culturas. El trasfondo sexual del
149
FRONTERAS DE LA REALIDAD
mito del vampiro queda claro sin más que recordar que el vampiro masculino suele atacar a bellas jovencitas y el femenino prefiere a los jóvenes
apuestos (en este contexto el mordisco sería una contrapartida perversa del beso erótico en el cuello), o incluso el apelativo de «vampiresa»
(vamp) conferido a las mujeres cuyo atractivo físico resulta más popular
entre los varones. Tampoco podemos olvidar el referente psíquico de la
inmortalidad, tan patente en un mito centrado en torno a un personaje
cuya condición de no-muerto le obliga a vagar en una búsqueda nocturna de víctimas para poder perpetuar ese especialísimo estado.
Pero, por encima de todo esto, el mito1 del vampiro parece cumplir la
misma función de muchos otros semejantes: materializar de algún modo
nuestras fobias y nuestros miedos impersonales a fin de imaginar así que
contamos con algún medio para combatirlos. Ésta es la razón de que en
todas las épocas que nos han precedido se condenara por vampiro, brujo, hereje o villano de cualquier especie a cuantos se apartasen de la norma moral o religiosa dominante. Una vez más la eterna y cruel aversión
del rebaño a quienes se mostrasen diferentes de la mayoría.
Un poco más lejos de estas leyendas nos encontramos con las mitologías vinculadas a una supuesta raza de gigantes que pobló la Tierra
en tiempos protohistóricos. Gran cantidad de escritores especializados
en lo desconocido como Eric Norman o John A. Keel citan en sus libros abundantes hallazgos de tumbas y esqueletos de tamaño desproporcionado y que, a decir de estos autores, podrían corresponder a los
presuntos gigantes. Concretamente el británico John T. Battle es un aficionado a este tema que afirma haber reunido cientos de pruebas sobre
la existencia pretérita de gigantes, como huesos y casos documentados
de enormes esqueletos hallados en extrañas sepulturas.
Algunos de estos eventos son los hallazgos de restos humanos colosales en Terracina (Italia) en 1969, en Tura (Assam suroccidental, India)
en 1960, en Crittenden (Arizona) en 1891 o en Lompock Ranchero (California) en 1833. En todos los casos los esqueletos medían en promedio unos cuatro metros y muchos mostraban una doble fila de dientes en
las dos mandíbulas, según los testigos de estos hechos. Mas no precisamos remontarnos a enterramientos antiquísimos, puesto que conforme a
otros testimonios los gigantes se pasearon por la Patagonia hasta el siglo
XVIII. Hernando de Magallanes en 1520, Sir Francis Drake en 1570 y el
comodoro Bryan (o Byron) en 1764 transmitieron detallados relatos de
sus encuentros con gigantes a los que describen «de aproximadamente
2,5 m de altura, tez parecida a los indios norteamericanos y voz gutural
como el mugido de un toro».
150
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Desgraciadamente hay razones de peso —nunca mejor dicho— que
hacen muy difícil la existencia de verdaderos gigantes. El volumen y el
peso de un gigante crecerían en proporción al cubo de sus dimensiones
(altura, anchura y grosor corporal), mientras que la capacidad de sus
huesos para soportar ese peso aumentaría proporcionalmente al cuadrado de la longitud. Puesto que, matemáticamente, las unidades al cubo
crecen mucho más deprisa que al cuadrado, el peso del gigante se incrementaría a un ritmo muy superior que la capacidad de sus huesos para
soportarlo. Entonces, o bien los gigantes de aproximadamente 3,60 m
en adelante estarían absolutamente raquíticos para no caer aplastados
bajo su propio peso, o sus huesos debieron hacerse tan gruesos que su figura hubo de perder todo aspecto humano, asemejándose más a la de un
trolebús que a la de un hombre. Todo ello además de los problemas cardiovasculares, de transpiración cutánea y la distribución de calor corporal que la fisiología de un gigante habría de afrontar irremediablemente.
El proceso de exploración geográfica desde el siglo XV hasta nuestros
días borró de un plumazo gran cantidad de mitos y supercherías acerca
de las exóticas razas humanas moradoras de lugares remotos. No sólo
se demostró la inexistencia de los gigantes sino también la de los ámbaros (africanos sin orejas y con los pies quemados), andróginos (mitad
hombre y mitad mujer), parvini (hombres con cuatro ojos), agriófagos
(hombres que se alimentan de carne de pantera y de león), cinocéfalos
(hombres con cabeza de perro), acéfalos (hombres sin cabeza), cíclopes
(gigantes con un solo ojo), hipópodas (hombres con patas de caballo),
blemios (con los ojos en el pecho), presumbanos (hombres desorejados), hiperbóreos (pueblo que conoce la eterna felicidad), y monópodos
(hombres con una sola pierna y un gigantesco pie).
Una suerte de hombres-peces denunciada por Salvador Freixedo
como producto de las maquinaciones de pérfidos extraterrestres demostró ser en todos los casos cadáveres desecados y convenientemente deformados de la raya marina Mylobatis califórnicus, batoideo común en
las costas del sur californiano y conocido por «pez-murciélago» entre
los pescadores mexicanos. Y es que el mundo de las criaturas vivas reales acaba siendo mucho más fascinante que el de las legendarias.
151
FRONTERAS DE LA REALIDAD
NOTAS
1. No hay que buscar las raíces de otras leyendas, como la de los hombres-lobo, en un lugar distinto a las del vampiro. En el caso del hombre-lobo, la figura
de esta criatura terrible, mitad hombre y mitad bestia, contiene todos los ingredientes necesarios para simbolizar la dicotomía entre los instintos más salvajes
del ser humano y sus facultades intelectuales. Cierta base real para estas historias pudo venir servida por diversas causas, como la acción de criminales sádicos
o desequilibrados mentales (de hecho existe una enfermedad mental llamada licantropía que hace sentirse transformado en lobo a quien la padece) que abandonaban en pleno campo los cuerpos maltrechos de sus víctimas. También los
sucesos, bastante poco frecuentes pero no imposibles, representados por enfermedades de la especie del hirsutismo excesivo (dolencia por la que un cuerpo se
ve cubierto completamente de un pelo largo y espeso), o los relatos de niños salvajes criados en lugares inhóspitos por animales de la zona, sembraron la semilla
de esta leyenda.
152
PARTE III:
LOS PODERES
DE LA MENTE
9
LA PERCEPCIÓN EXTRASENSORIAL
C
asi desde los mismos albores de la Historia, cuando el ser humano
se hizo consciente de sus limitaciones y creó así la mitología a modo
de escudo psicológico frente a un impredecible devenir, surgieron individuos en apariencia capaces de sustraerse prodigiosamente a tales restricciones. Sin duda en todas las edades y culturas han existido personas
cuyas aptitudes han excedido a las de la gente común. En la Grecia clásica el intelecto de los filósofos y la potencia de los atletas podía ser una
buena prueba de ello. Pero, a pesar de todo, se daban individuos que
afirmaban ser extraordinarios, no por sus habilidades físicas o mentales
fuera de lo corriente, sino en virtud de capacidades aparentemente sobrenaturales. Esta clase de personajes singulares suele ser una constante histórica, pues ya en la antigua Grecia vemos a los oráculos, adivinos
que se suponía habían de comunicar al mundo los designios de los dioses. La mayor fama en este menester recayó sobre la pitonisa de Delfos
(el «oráculo de Delfos»), que decía recibir su información del mismísimo Apolo.
El porvenir posee la incómoda característica de no poderse conocer
por anticipado, y ello ha sido el origen de una de las más irritantes limitaciones para el conocimiento humano. Por tal causa han florecido
a lo largo de la historia auténticas legiones de adivinos y futurólogos,
dispuestos a suplir semejante deficiencia. Las castas sacerdotales de los
egipcios, los caldeos y los judíos asumieron en la más temprana antigüedad de Occidente la función de escudriñar lo que el futuro deparaba.
Por su lado, Oriente desarrollaba uno de los métodos adivinatorios más
ricos en posibilidades interpretativas, el I Ching o «Libro de las Mutaciones». El I Ching es básicamente un libro de consultas oraculares compuesto por sesenta y cuatro textos, cada uno de los cuales explica un
dibujo diferente, o hexagrama, formado por seis líneas superpuestas.
Los textos se inspiran en la cosmovisión china, cuyo tema central es la
transformación entre sí de todas las cosas que componen el universo. La
155
FRONTERAS DE LA REALIDAD
descripción del cambio como verdadera esencia de la realidad es fruto
directo de la concepción filosófica del Yin-Yang, los dos principios elementales que reconocía el antiguo pensamiento chino. El Yang, representando los atributos activos, es el principio positivo; el Yin, pasivo
pero no por ello menos importante, simboliza lo negativo.
El medio de usar correctamente el I Ching ha evolucionado con el
tiempo, desde arrojar tallos de bambú a monedas, y su origen se funde
con el mito, aunque su formato actual fue completado en el año 1143
a. C. por el rey Wen y mejorado por su hijo, el duque de Kau (o Chou).
El I Ching no acepta la inmutabilidad del futuro ni pretende adivinarlo,
limitándose a facilitar reglas de conducta de altísima calidad moral con
objeto de que el consultante, según su capacidad interpretativa, decida
libremente el camino a seguir. El influjo del I Ching sobre el confucianismo y el taoísmo en China ha sido extraordinario, y ya en el siglo XX
cautivó la atención del célebre psiquiatra Carl G. Jung, quien relacionó
el contenido de los textos con su teoría de los arquetipos alojados en el
inconsciente colectivo.
Volviendo a Occidente, los oráculos griegos —denigrados por filósofos como Demócrito y alabados por historiadores como Plutarco— dieron paso a los augures de la Roma imperial y, más tarde, a las
apocalípticas profecías de San Juan. Estas últimas cerraron una época,
al iniciarse con el dominio de la Iglesia la duradera costumbre de quemar vivos a cuantos se jactasen de conocer por anticipado del futuro
más de lo que obraba en sus agendas de compromisos. A partir de entonces las únicas predicciones admisibles eran las consignadas en las
Sagradas Escrituras y las enunciadas por religiosos ilustres, como San
Pablo, San Judas o San Vicente Ferrer. Mención especial merecen las
profecías de San Malaquías (1094-1148), el más popular de los santos
irlandeses. Su pronóstico de los Papas que habrían de ser elegidos desde
sus propios días hasta el fin del mundo levantó gran polémica en los círculos esotéricos y milenaristas durante las últimas décadas del siglo XX.
La profecía es simplemente una lista de ciento once lemas alegóricos,
cada uno de los cuales representa a un Papa, desde el año 1143 hasta la
época de la Parusía.
Lo curioso del caso es que las previsiones de San Malaquías no son
citadas por su biógrafo contemporáneo y amigo San Bernardo, pero sí
lo son por un religioso benedictino en su libro Lignum Vitae publicado
451 años después de la muerte del santo. Esto resta tanta fiabilidad a
la autoría de las profecías como la ambigüedad de la mayoría de los lemas. Esa inconcreción garantiza en la práctica que siempre podamos ha156
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
llar algún punto de similitud entre un Papa y su lema si buscamos con
suficiente ahínco. No menos aleccionador es el hecho de que las profecías de San Malaquías recobraron actualidad en el siglo XIX, cuando la
Iglesia católica sufría los embates de Napoleón I y posteriormente de
Garibaldi. Siempre que tienen lugar grandes cambios históricos, la conciencia popular siente la necesidad de explicarlos según un orden oculto impuesto a las cosas por una inteligencia rectora superior. Entonces
es cuando rebrotan las profecías en el intento de penetrar en ese ordenamiento desconocido.
Las profecías de Nostradamus
Circunstancias similares explicarían la enorme popularidad alcanzada
a finales de la década de 1970 por las profecías de quien probablemente fue uno de los más celebrados videntes de entre todos los agoreros y
futurólogos de la historia. Michel Nostradamus (1503-1566) nació en
Francia, en el seno de una familia de judíos conversos, y estudió Medicina en Avignon, convirtiéndose en uno de los galenos más afamados
de su tiempo. Con motivo del nacimiento de su hijo César, Nostradamus le dedicó una serie de versos, las Centurias, en las que compendió
la mayor parte de sus predicciones. La vastedad de la obra de Nostradamus, que abarca muchos temas, especialmente médicos, no se limita
sólo a esto. Además incluye: La Carta a César (texto aclaratorio de sus
profecías, dedicado también a su hijo); Epístola al muy Invencible, muy
Poderoso y muy Cristiano Enrique II, Rey de Francia (una especie de sinopsis de sus visiones); Los Presagios (ciento cuarenta y una cuartetas,
cada una con el nombre de un mes del año); y Los Sextetos (cincuenta y
ocho estrofas de seis versos). Empero, el núcleo central de sus previsiones se condensa en sus famosas Centurias.
Este importantísimo fragmento de su obra se compone de doce textos con cien cuartetas de versos cada uno, excepto el VII (cuarenta y dos
cuartetas), el XI (dos cuartetas) y el XII (once), lo que nos da un total
de 965 cuartetas terminadas con una en latín. La interpretación de estos
versos se enfrenta a tres escollos principales, a saber: la utilización de un
lenguaje, francés del siglo XVI, voluntariamente velado con la adición de
giros arcaicos, voces griegas, afrancesadas y el uso de una sintaxis latina
en la que escasean las preposiciones. Tenemos, además, que Nostradamus utiliza alternativamente la cronología ordinaria y la bíblica, por lo
que algunos de sus vaticinios alcanzan hasta el año 7000 según este últi157
FRONTERAS DE LA REALIDAD
mo sistema. Finalmente, los hechos augurados en las centurias no guardan orden alguno, no se exponen conforme a una sucesión lógica, ya sea
temática o en el orden temporal. La conjunción de estas tres características hace extraordinariamente difícil la labor de descifrar el sentido de
los textos, y priva a cualquier resultado de la más mínima certidumbre
sobre su corrección. Todo ello ha dado origen a interpretaciones para
todos los gustos —ninguna de ellas completamente satisfactoria, a decir verdad— e incluso que uno de sus más famosos exégetas, el francés
Fontbrune, emplease medios informáticos en su empresa.
En octubre de 2007, el canal temático de televisión History Channel emitió en Estados Unidos su programa El libro perdido de Nostradamus, un documental en el que desvelaba la existencia de un antiguo
manuscrito, descubierto casualmente en Italia, cuyo autor parecía ser el
famoso adivino francés. El aspecto más singular del caso es que las páginas del antiguo libro contienen una serie de imágenes alegóricas, cuyo
críptico mensaje es examinado en el reportaje por expertos en el profeta
francés. Tales dibujos, cuajados de simbolismo ocultista, podrían ser las
últimas visiones del futuro que tuvo Nostradamus. Entre ellas destaca
especialmente una, poderosamente evocadora del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York.
La historia sobre el hallazgo de este manuscrito inédito se remonta
a más de diez años atrás. A mediados de 1994 una periodista italiana,
Enza Massa, que se encontraba realizando una investigación casi rutinaria con textos antiguos en la Biblioteca Nacional de Italia, se topó con
un raro ejemplar. El libro, supuestamente escrito en el año 1629, había
sido comprado por la biblioteca a comienzos del siglo XIX, y si bien su catalogación lo atribuía a un mago del siglo XVII, el registro de compra indicaba con toda claridad la autoría de Nostradamus. El título del texto,
Nostradamus Vaticinia Codex y, sobre todo, la firma del autor en tinta
indeleble —Michel de Notredame— señalaban en esa misma dirección.
La posibilidad de que se hubiera descubierto un libro inédito del profeta francés puso en alerta a numerosos investigadores de todo el mundo.
El manuscrito cuenta con ochenta acuarelas, ilustraciones a todo color
supuestamente pintadas a mano por el propio Nostradamus. El documento parece ser, en efecto, del siglo XVII y no una falsificación moderna,
como certifican los especialistas de la biblioteca donde se encontró. Las
ilustraciones van acompañadas de dos cartas, una introductoria y otra
a modo de conclusión, en las que se puede leer que Nostradamus legó el
manuscrito a su hijo César. Al parecer, éste habría recibido también órdenes de su padre para que el original llegase a manos de un cardenal de
158
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
la época, Maffeo Barberini, convertido en Papa pocos años más tarde,
con el nombre de Urbano VIII.
El llamado «manuscrito perdido» de Nostradamus aborda el futuro
del papado romano desde el año 1623 hasta la actualidad. Se trata de
gráficos, textos y dibujos muy esquemáticos formados por velas, banderas, animales y letras que componen un código que podría aludir veladamente a apellidos concretos. Por ejemplo, una de las ilustraciones
parece referirse al papa Pío X (Giuseppe Sarto); lo representa en un trono con una tela sostenido por ángeles en el fondo (Sarto significa «sastre» en castellano). Otra imagen se correspondería con el papa Pío VI
(Barnaba Chiaramonti), dibujado como un pontífice con hábito monacal, que en un puño sostiene una rosa y en el otro una hoz que le amenaza (tal vez porque fue prisionero en la Francia de Napoleón). En la
parte inferior de la imagen aparece la letra B (¿una alusión a su nombre
de pila?), junto con una clara vista panorámica de la cordillera Chiaramonti en el fondo.
Los especialistas en el célebre vidente francés sugieren que las imágenes podrían profetizar acaecimientos a lo largo de un intervalo de 400
años, desde las primeras décadas del siglo XVII hasta comienzos del siglo XXI. En la ilustración número 33 del libro, por ejemplo, puede verse
a una mujer ataviada con una corona real y un vestido rojo. Para la periodista Enza Massa, esta imagen alude a María Antonieta y a Luis XVI
durante la Revolución Francesa. La Primera y Segunda Guerra Mundial
también estarían reflejadas de modo alegórico. Además, una de las figuras más llamativas es la de un Papa gigante, con un bastón pastoral y
la imagen de la Santísima Virgen María, que es asaltado por un soldado
con una cimitarra (una espada curva típica del mundo árabe), un turco
tal vez. Como es sabido, Juan Pablo II sufrió un atentado perpetrado por
el turco Mehmet Alí Agca. También es cierto que Juan Pablo II tenía en
su emblema la M de María, y se cuenta —al menos por los católicos más
piadosos— que fue precisamente una insignia de la virgen de Fátima que
llevaba bajo su traje la que detuvo una de las balas.
Pero casi con toda seguridad, la imagen más impactante para un observador actual aparece al final del supuesto manuscrito de Nostradamus. Se trata de una torre de gran tamaño, presa de unas enormes
llamaradas que la devoran surgiendo de sus cuatro costados. Escritos
especializados en asuntos enigmáticos, como el italiano Ottavio Cesare
Ramotti, han interpretado esa imagen como un anuncio del ataque a las
Torres Gemelas de Nueva York del año 2001. No deja de ser curioso que
el primer ensayo sobre este manuscrito fue publicado en Italia en 1995,
159
FRONTERAS DE LA REALIDAD
y hasta dos años después no se tradujo al inglés. Según Enza Massa, «las
llamas parecen salir de grandes ventanales de la torre, y se expanden en
todas direcciones, no verticalmente, de abajo hacia arriba, como si obedecieran a una explosión más que a un incendio».
En opinión de Ottavio Cesar Ramotti, los atentados de Nueva York
también aparecen reflejados en las famosas cuartetas del profeta. Así, en
la Centuria IV, verso 66, se puede leer: «Bajo la apariencia simulada de
siete cabezas rapadas. Serán esparcidos algunos investigadores. Pozos y
fuentes con venenos rociados». Según Ramotti estas líneas aluden a los
siete suicidas de Al Qaeda que perpetraron los atentados del 11 de septiembre. En su Centuria X, cuarteta 49, se dice: «Jardín del mundo junto a ciudad nueva. En el camino de las montañas huecas. Será tomado
y echado a la caldera humeante. Forzado a beber aguas sulfurosas envenenadas». Acaso se refería Nostradamus a New Jersey, como «el Estado
jardín», o a Nueva York como la «ciudad nueva»; e incluso quizás las
«montañas huecas» sean precisamente las torres gemelas del World Trade Center. Otro asiduo de los textos de Nostradamus, John Hogue, lee
en la «caldera humeante» una referencia velada al caos de fuego y humo
que siguió al derrumbe de las dos torres. El atentado previo del 26 de
febrero de 1993, perpetrado mediante una furgoneta amarilla cargada
con una bomba de 600 kilos que explosionó en los garajes subterráneos
de las Torres Gemelas, pudo ser también vaticinado por Nostradamus,
si atendemos a la cuarteta: «Un fuego subterráneo del centro de la Tierra. Harán temblar las torres de la nueva ciudad. Dos grandes rocas harán la guerra por largo tiempo».
Análisis químicos efectuados sobre el manuscrito han descubierto
trazas de zinc en la tinta que se utilizó para colorear los grabados. Puesto que pigmentos con ese metal no se utilizaron hasta el siglo XVIII, cabe
suponer que se trate de una copia de un manuscrito original más antiguo, cuyo valioso contenido se pretendía preservar del paso del tiempo.
En su libro The Nostradamus Code: World War III, Michael Rathford
analiza los dibujos en cuestión, para concluir que estamos ya inmersos
en un tiempo de tribulación que se intensificará desde el 2008 al 2012,
coincidiendo justamente con el final del calendario maya, que para muchos representa el fin de la Historia. A partir de ahí se desencadenará
una gran guerra entre Este y Oeste precedida por un conflicto armado
entre Irán y Estados Unidos. A su vez, un gran líder de Oriente Medio
se apoderará de artefactos nucleares, uno de los cuales hará detonar en
un país cuya costa está bañada por el Mediterráneo, probablemente Italia. De hecho, según Rathford, esto llevará a la destrucción nuclear de
160
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Roma, y a la huida del Papa. Italia y el sur de Francia serán inhabitables.
Otro de los modernos estudiosos de Nostradamus, Jack Manuelian, deduce del conjunto de la obra del profeta francés la inminencia de una
tercera guerra en la región de Iraq, Irán y Turquía durante la cual serán
totalmente derrotadas las fuerzas occidentales.
Detalles al margen, lo cierto es que la mayoría de los autores interesados coincide en ofrecernos un bosquejo muy sugestivo de lo que el
futuro nos reserva. Las centurias presentan asimismo la curiosidad de
ir haciéndose tanto más confusas y desvaídas a medida que nos alejamos de los tiempos de Nostradamus. Algunos lo achacan a la lejanía
de los acontecimientos o a que la carencia de conceptos modernos deforma el sentido de la visión ante el mismo profeta. Sea como fuese, las
primeras profecías son realmente sorprendentes por su exactitud, como
las de la muerte del rey Enrique II de Francia, la Revolución Francesa,
la muerte de Luis XVI o la ascensión y caída de Napoleón Bonaparte.
Ahora bien, aunque los versos se van oscureciendo paulatinamente al
acercarse a la época actual, ello no es óbice para que los intérpretes de
esta obra rastreen entre las cuartetas signos anunciadores de la Guerra
Civil española de 1936, el atentado contra Juan Pablo II y la Tercera
Guerra Mundial.
Este tercer conflicto planetario, que sin duda se nos antoja el suceso
más decisivo, consistiría en síntesis en la alianza de rusos y musulmanes
para invadir mancomunadamente toda Europa occidental, con inclusión de la Península Ibérica y las Islas Británicas. Árabes e israelíes se
enfrentarán en Palestina, el Papa huirá de Roma encontrando la muerte
en Francia y la invasión de Turquía extenderá la guerra por Asia. Pero,
afortunadamente y a despecho de tantas calamidades, tres años y siete meses después de su inicio, la conflagración concluirá con la victoria
de los ejércitos occidentales encabezados por el rey de España y Enrique
V, el nuevo monarca francés, tras las desavenencias y muerte de los jefes enemigos.
Sin embargo, esta contienda no es más que el preludio de otra peor:
la guerra del Anticristo. Este pavoroso personaje nacerá en Extremo
Oriente y, encabezando un gigantesco ejército chino-islámico (se habla
de 120 millones de soldados), ocupará toda Eurasia en primer lugar y el
mundo entero con posterioridad, en un enfrentamiento que duraría desde el 1999 hasta el 2026. Acabados estos 27 años de tribulaciones en los
que el Anticristo se ensañará con la Iglesia y con las naciones de mayor
raigambre en la fe (España, Italia y Francia), Dios mismo al frente de sus
legiones de ángeles y de santos arrollará totalmente a la satánica criatu161
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ra, dando así entrada a la resurrección de los muertos, el Juicio Final y,
por fin, el reinado eterno del Divino Verbo.
Tan apocalíptico cúmulo de catástrofes no puede dejar de conturbar ni al espíritu menos sensible. El día de Armagedon se nos presenta
como un festival de cataclismos —cosa común, por lo demás, en la escatología de los profetas milenaristas— que culmina en un apoteósico final con todos los protagonistas en escena: humanos, dioses, demonios,
ángeles y santos. Desafortunadamente para los amantes de los espectáculos wagnerianos, la Historia parece moverse por otros derroteros. El
año 1999 transcurrió sin contemplar el fin de la civilización humana.
Los países árabes y eslavos, a comienzos del siglo XXI, se ven abrumados
por unos problemas que propenden a desembocar en luchas intestinas o
en desesperadas demandas de ayuda, lejos de pensar en la agresión a las
naciones desarrolladas. Si bien es cierto que el panorama internacional
puede variar veloz y trágicamente, las centurias de Nostradamus adolecen del mismo defecto de todos los visionarios previos y posteriores, y
es su imprecisión tanto mayor cuanto más tratamos de aplicarlas al momento presente.
En general, aun cuando no se puede enjuiciar por igual la sinceridad
de todos los videntes, la vaguedad de las predicciones acerca de lo venidero hace tan buena en la actualidad como la primera vez que se dijo la
contestación de Julio César a cierto adivino. Interrogado el oráculo por
el desenlace de la siguiente batalla, éste repuso que la respuesta se hallaba en el corazón del general romano y que si le parecía que le iría bien,
que siguiese adelante; mas si algo le parecía mal debería esperar, pues la
decisión de los dioses era mudable. Entonces César espetó: «Para eso,
mentecato, no era necesario que consultases el oráculo en las entrañas
de ese pobre animal sacrificado, pues la respuesta no está en mi corazón
sino en el filo de mi espada. De todos modos, farsante, espero que mis
soldados conozcan mucho mejor su oficio que tú el de adivino».
Nace la parapsicología
Los modernos estudios parapsicológicos sólo pudieron ver la luz cuando la expansión de la cultura científica consolidó una sociedad escéptica frente a lo sobrenatural, y, simultáneamente, apareció un grupo de
investigadores interesados en descubrir los límites de validez de este escepticismo. En el siglo XVIII la visión científica de la naturaleza se había
impuesto casi por completo entre las gentes educadas del mundo occi162
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
dental y el ocultismo sonaba a franca tomadura de pelo. Así, incluso un
personaje un tanto extravagante como Franz Mesmer intentaba explicar mediante una suerte de «magnetismo animal» los llamativos efectos
de su terapia. Hoy sabemos que el mesmerismo no es más que hipnosis
empleada con fortuna desigual en la curación de enfermedades. El hipnotismo, cuya íntima naturaleza nos es todavía poco conocida, no se
considera en absoluto algo sobrenatural. Se trata más bien de un estado alterado de conciencia al que un sujeto paciente suficientemente receptivo es inducido por un individuo agente que posea las cualidades
precisas de carácter y personalidad. Durante este estado de trance el paciente parece desconectar total o parcialmente el sistema que controla
los actos automáticos que todos realizamos en la vida cotidiana sin necesidad de pensar, con lo cual es el agente hipnotizador quien asume el
control de dicho sistema sobreimponiéndose en apariencia a la voluntad
del hipnotizado.
Los mesmerianos también descubrieron que en algunas personas hipnotizadas las habilidades artísticas o lógicas se agudizaban enormemente, hasta el punto de efectuar obras de las cuales en su estado consciente
se sentían incapaces. Asimismo, la hipnosis parece dotar al paciente,
bajo el control del hipnotizador, de un autodominio neurofisiológico cuyos mecanismos son aún escasamente conocidos. Éste es el caso de las
quemaduras inducidas por sugestión o, viceversa, la inmunidad aparente frente a ciertas agresiones somáticas (quemaduras que no dejan ampollas, pinchazos que no duelen, etc.). La terapia hipnótica fue tomada
muy en serio por el psiquiatra francés Charcot, al que imitó Freud, a
fin de tratar los casos más agudos de histeria. No obstante, el método
se abandonó posteriormente y en la actualidad no se usa como técnica
principal, dado que, al paliar únicamente los síntomas sin curar el problema en su raíz, las recaídas eran frecuentes.
La llegada del siglo XIX y la explosión de interés por el espiritismo y
lo paranormal que éste trajo también propiciaron el surgimiento de grupos de investigadores que intentaban con honestidad desentrañar el misterio que rodeaba estas pretendidas manifestaciones sobrenaturales. Uno
de los más importantes entre estos grupos fue la Sociedad de Investigaciones Psíquicas (SPR), cuyos dirigentes eran H. Sidgwick, F. Myers y E.
Gurney, todos ellos miembros del Trinity College de Cambridge. La meta
fundacional de la SPR era «investigar el conjunto de fenómenos diversamente calificados de mesméricos, psíquicos y espiritistas», haciéndolo
«sin prejuicio de ningún tipo, en el espíritu de averiguación exacta e imparcial que ha permitido a la Ciencia resolver tantos problemas, otrora
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
no menos intrincados y polémicos». Más adelante la SPR contaría con la
colaboración del entonces joven profesor de la Universidad de Liverpool,
Oliver Lodge, y de Frank Podmore, antiguo alumno de Oxford.
A los tres años de iniciar la investigación de los fenómenos parapsicológicos, Myers y Podmore junto con un tal Malcom Guthrie, publicaron un grueso volumen titulado Phantasms of the Living («Fantasmas
de los vivos») en el que recopilaban 702 casos estudiados. Y aunque los
autores daban a entender con claridad que habían obtenido pruebas de
la existencia de facultades extrasensoriales, pocos investigadores actuales considerarían sus resultados verdaderamente concluyentes. Aun así,
los decididos estudiosos decimonónicos lograron clasificar los fenómenos a los que se enfrentaban en varias categorías:
• La telepatía, término creado por F. Myers en referencia a la transmisión del pensamiento con independencia de los canales sensoriales conocidos.
• La clarividencia, o metagnomía, es la aptitud para obtener datos por conducto extrasensorial de cosas o acontecimientos ignorados por cualquier otra persona. Ya desde un punto de vista
teórico se hallan dificultades en la distinción entre casos de clarividencia pura y de telepatía entre el sujeto experimentado y alguien que sí conocía los resultados de la prueba.
• La psicometría es un caso particular de la clarividencia en el que
el sujeto obtiene datos de una persona tocando un objeto relacionado con ella.
• La precognición y la retrocognición abarcan el conocimiento paranormal de sucesos futuros y pasados, respectivamente.
• La psicocinesis describe el movimiento de objetos físicos originado mediante poderes mentales.
• La teleportación consiste en la capacidad de hacer desaparecer,
por medios parapsíquicos, un objeto o persona de un lugar para
reaparecer en otro, sin importar la distancia entre ellos.
• La levitación versa sobre el poder para elevarse o elevar a otros,
por medios paranormales, desafiando la gravedad.
• La curación psíquica, por último, es la facultad de curar dolencias
y enfermedades con el único auxilio del poder mental.
En este capítulo sólo nos ocuparemos de los fenómenos de tipo cognitivo (telepatía, clarividencia, precognición, etc.), dejando para el siguiente la consideración de los fenómenos motores, o de acción de la
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
mente sobre la materia. Estos dos grupos de eventos han sido respectivamente denominados por los parapsicólogos como Psi-gamma (Pg) y
Psi-kappa (Pk).
Así pues, hemos de esperar hasta las primeras décadas del siglo XX
para que se emprendiese una investigación sistemática de laboratorio
con el objetivo declarado de recolectar pruebas sobre la realidad de los
poderes psíquicos. Todo comenzó cuando William McDougall, miembro de la SPR británica y pionero de la parapsicología experimental en
los EE. UU., accedió a una cátedra de psicología experimental en la Universidad de Duke (Carolina del Norte). Allí acudieron en 1927 dos jóvenes doctorados en Botánica para dedicarse a la investigación psíquica.
Eran Joseph Banks Rhine y su esposa Louise. Y en verdad que sus comienzos no pudieron ser menos prometedores, ya que el dúo McDougall-Rhine se estrenó estudiando el caso de Lady Wonder, la yegua
de Richmond (Virginia) que adivinaba el pensamiento de las personas
que lo anotaban en un papel. El especialista en ilusionismo Milbourne
Christopher relató con posterioridad cómo se llegó a demostrar concluyentemente que el dueño del caballo «leía el lápiz» —antigua técnica
consistente en determinar lo que escribe una persona siguiendo los movimientos del lápiz— del interrogador y transmitía la respuesta al animal mediante señales casi imperceptibles.
Rhine nunca admitió por completo que la yegua careciese de poderes telepáticos y, molesto por la indiferencia general hacia esta primera investigación suya, se entregó al empeño de demostrar la existencia
de la percepción extrasensorial (PES) en los laboratorios de la Universidad de Duke. Con este fin se diseñó un conjunto de cinco cartas, cada
una de ellas con un símbolo relativamente neutro para que las preferencias emocionales no jugasen papel alguno, que se pretendía usar en
pruebas estadísticas de adivinación. Estos símbolos eran una cruz, tres
líneas onduladas, un círculo, un cuadrado y una estrella. El nombre de
la baraja era «cartas Zener» en honor a su inventor. Estos naipes trataban de ser un utensilio más eficaz de investigación parapsíquica que los
toscos dibujos utilizados, por ejemplo, pocos años antes por el escritor
Upton Sinclair en unos experimentos realizados con su mujer.
La idea era, sencillamente, que un supuesto dotado psíquico acertase el orden de las cartas Zener que un colaborador, oculto a la vista,
extraía de un mazo barajado al azar. Como los mazos empleados constaban de cinco cartas por cada palo, veinticinco en total, el cálculo de
probabilidades nos indica que en una serie extensa de intentos un individuo normal puede obtener un promedio de cinco aciertos cada veinti165
FRONTERAS DE LA REALIDAD
cinco tiradas. Una vez establecidas larguísimas series de estadísticas con
miles y miles de intentos, se podría averiguar hasta qué punto los resultados obtenidos se apartaban del simple azar1. Rhine y sus colaboradores se pusieron manos a la obra para detectar desviaciones estadísticas
que, descartados otros factores causales (trampas, errores, etc.), probaran la existencia de la PES.
Las técnicas empleadas eran también muy simples. En relación con
la clarividencia las experiencias podían llevarse a cabo carta a carta, extrayendo el experimentador una a una las cartas del mazo barajado sin
mirarlas, mientras el sujeto debía adivinarlas situado en otro lugar; o
con el mazo completo, donde el individuo examinado tenía que acertar
el orden completo del mazo, orden que el controlador tampoco sabía.
Por su parte, las pruebas de telepatía consistían en una variante del método carta a carta reseñado antes, que en este caso incluía el visionado
de los naipes por parte del experimentador, quien se concentraba en la
carta y trataba de transmitir mentalmente la información al sujeto puesto a prueba.
Parapsicología experimental
Pasados seis años del inicio de estos trabajos, Rhine consideró suficientemente probatorio el material recopilado y publicó su obra Extra-Sensory
Perception, con el consiguiente escándalo en los medios especializados y
la lógica repercusión entre el sector de la opinión pública ávido de maravillas y sucesos excitantes. El libro contiene ocho casos de sujetos que
superaban siempre la media probable de aciertos. El más notable de los
logros descritos se obtuvo con un estudiante de Teología, Hubert Pierce.
En una ocasión, y animado por la promesa de que obtendría 100 dólares
(¡eran los años de la Gran Depresión!) por cada carta acertada, Pierce
adivinó el orden de toda la baraja, aunque luego Rhine se excusó diciendo que tan sólo había sido un intento de estimular sus poderes. A pesar
de lo extraordinario de este caso, los informes publicados en fechas posteriores son enormemente imprecisos. Nadie estaba presente allí además
de los dos protagonistas del suceso, no se registraron los detalles del ensayo con el fin de poder describirlo después con la máxima meticulosidad, ninguno de los dos hombres recordaba el procedimiento exacto por
el que se barajó el mazo, se sacaron las cartas y se produjo la adivinación; y aún bastantes años después, Pearce seguía negándose a comentar
el incidente. Es inevitable sentir que hay algo sospechosamente extraño
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
en todo esto. Con franqueza, resulta incomprensible que un hecho tan
asombroso no fuese inmediatamente registrado y descrito con todo lujo
de detalles, así como glosado muchos años después por los protagonistas de la hazaña sin importar el tiempo transcurrido.
Otro de los experimentos en los que participó Pearce, y que es citado
con profusión en la literatura parapsicológica, fue el llevado a término
bajo la dirección del psicólogo Joseph Gaitter Pratt. En dichas experiencias, Pratt y Pierce sincronizaban sus relojes y se situaban en dependencias universitarias separadas por 90 metros (aumentados más tarde
hasta 230). A una hora convenida Pratt tomaba una a una todas las cartas del mazo y las colocaba frente a él, boca abajo durante un minuto
completo. En ese tiempo Pierce, desde su lugar, trataba de adivinar la
carta extraída. Posteriormente, Pratt daba la vuelta a las cartas y anotaba su orden en dos registros —al igual que hacía Pierce con sus conjeturas— que iban en sendos sobres cerrados, uno dirigido al Dr. Rhine
para control, y otro conservado por los participantes en la prueba para
la comparación de resultados.
Desde luego, los frutos del experimento fueron apabullantes: se obtuvieron 119 aciertos en 300 ensayos, en lugar de los 60 que cabía esperar
por azar. La probabilidad estadística de que algo así hubiese sucedido
fortuitamente era de 10-15, es decir, una vez en mil billones de intentos.
Nuevamente se produjo un clamor de aprobación entre los partidarios
de la existencia de la PES, a la que daban ya por hecho probado, y de
nuevo se alcanzó a descubrir numerosos puntos oscuros en la fiabilidad
de la serie experimental.
Existe un efecto que se debe tomar en cuenta cuando se usan métodos
estadísticos como herramienta de trabajo. Si se probasen 1.000 personas, aproximadamente 100 obtendrían resultados ligeramente por encima del azar; si se repitiesen las pruebas las superarían 10 de las cien
y luego 1 de las 10. Así pues, la persona que alcanzase una puntuación
significativa en las tres pruebas, ¿debería ser calificada de «dotada psíquica»? Éste es un efecto estadístico tan poco misterioso como el que sucedería si se pidiese a mil personas que lanzaran una moneda al aire con
el objetivo de obtener cara. Con gran aproximación, 500 de ellas lo conseguirían en el primer intento, 250 en el segundo, 125 de éstas en el tercero y así sucesivamente. Y nadie debería pensar que posee habilidades
«psiónicas» por el hecho de estar entre el grupo de los más agraciados
por el azar. Es simplemente una mera consecuencia de las leyes de la probabilidad. Pero, aun conscientes de esto, dado que los procedimientos de
Rhine fueron aprobados por un congreso de matemáticos en Indiana (o
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
mejor dicho, el congreso matemático aprobó los métodos que Rhine dijo
haber empleado), no insistiremos más sobre el particular.
A principios de los años 60, el psicólogo C. E. M. Hansel, profesor
de la Universidad de Mánchester y autor del libro ESP, A Scientific Evaluation (actualizado en 1980 con el título de ESP and Parapsychology,
A Critical Re-Evaluation) revisó las experiencias Pearce-Pratt de 1933
y 1934. Hansel calculó que Pearce había dispuesto de tiempo suficiente
para abandonar su sala, recorrer la distancia que mediaba entre ésta y
el lugar donde estaba Pratt, encaramarse o subirse a una silla, y mirar a
través de una ventana o claraboya situada a espaldas de Pratt que daba
al corredor. Con este proceder era perfectamente factible observar las
cartas extraídas y lograr tantos aciertos como se deseara. Concretamente, Hansel demostró la viabilidad de su hipótesis sometiéndose a un experimento parecido bajo la supervisión de un colaborador de Rhine en
Duke, y efectuando el truco descrito. De este modo el psicólogo de Mánchester obtuvo un promedio de 22 aciertos sobre 25 cartas, para asombro de sus incautos examinadores.
No contento con esto, Hansel averiguó que al finalizar Pratt su labor, la puerta del laboratorio quedaba sin cerrar bajo llave y con las
cartas sin barajar encima de la mesa, expuestas a toda clase de miradas
indiscretas. Es obvio que en estas pruebas brillan por su ausencia tanto
las condiciones de control como la fiabilidad de lo que se dedujo de las
mismas. De nuevo Pearce, convertido en ministro metodista en Arkansas, rehusó pronunciarse sobre la cuestión ante los argumentos de Hansel, y sólo ante la reiterada insistencia del parapsicólogo Ian Stevenson,
accedió a firmar un documento en el que aseguraba no haber cometido
fraude en las experiencias de Pratt. Tras hacer esto guardó un absoluto
mutismo hasta su muerte en 1973. Pese a ello, Hansel se mantuvo firme señalando inconsistencias flagrantes en los nueve informes publicados acerca de las pruebas Pearce-Pratt. Destaca especialmente el hecho
de que en estos informes no se incluyera el plano del edificio donde estaba el despacho de Pratt, y que a Hansel se le negasen dichos planos así
como la descripción de las reformas realizadas en las instalaciones desde
aquellos años. Por todo lo expuesto, el sentido común y la más elemental prudencia nos invitan a invalidar uno de los pilares fundamentales de
la parapsicología clásica. Pero esto es algo que no se explica en la típica
literatura paranormal; vaya usted a saber por qué.
Otra pieza clave en la casuística tradicional de la parapsicología la
constituye el conjunto de experiencias realizadas por S. G. Soal, Shackleton y Stewart. El Dr. Soal se introdujo en la parapsicología con el ánimo
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de censurar la obra del Dr. Rhine, dado que mientras éste había hallado
aparentemente ocho sujetos superdotados en un breve espacio de tiempo, el propio Soal había efectuado más de cien mil pruebas con 160 individuos sin sobrepasar nunca los niveles del azar. En 1940, el Dr. Soal
retomó una serie de experimentos iniciados en 1936 con un un fotógrafo y una dama, llamados Basil Shackleton y Gloria Stewart, quienes parecían poseer la habilidad de adivinar las cartas Zener que salían en el
lugar anterior o posterior al de la que debían acertar en cada momento.
Convencidos de que estos hechos brindaban pruebas irrefutables a favor
de la precognición y la retrocognición, Soal extendió hasta 1943 unas
experiencias reputadas entre la generalidad de los investigadores parapsíquicos como piedra angular de sus teorías. Mas tampoco estaban éstas
exentas de sospechas.
El ya nombrado profesor Hansen, verdadero azote de parapsicólogos farsantes, estudió concienzudamente las hojas de puntuación de Soal
y encontró que los aciertos se distribuían de una forma anormalmente
regular. Tal cosa sugería que alguien había retocado las cifras pero sin
hacerlo de forma completamente aleatoria. Entonces, Hansel optó con
mucha cordura por solicitar al mismo Soal las hojas originales en las
que pruebas químicas revelarían cualquier manipulación. Soal respondió a esto que las había perdido en un tren en 1946, aun a pesar de que
en 1954 había afirmado que los registros originales estaban bien guardados y que podrían ser consultados por quien lo desease en el futuro.
Las acusaciones de falsedad vertidas por dos de sus colaboradores, Grett
Albert y K. M. Goldney —uno los cuales incluso afirmaba haber visto a
Soal corrigiendo los registros— vinieron a enturbiar un panorama que
sólo se aclaró definitivamente con la revisión estadística llevada a efecto
por Betty Markwick, publicada en 1978.
El nudo de la cuestión residía en que, para asegurar que las cartas del
experimento eran elegidas completamente al azar, Soal utilizó la técnica
habitual en los laboratorios científicos; esto es, acudió a las tablas logarítmicas de Chambers y a las listas de números aleatorios de Tippit, pero
sin explicar cómo lo hizo2. El análisis subsiguiente de Markwick no sólo
demostró que Soal había usado una serie de números más reducida de lo
normal, sino que tales secuencias muestran además números añadidos
precisamente en los lugares correspondientes a los aciertos de Shackleton.
Betty Markwick acabó sentenciando: «Ninguna de las series de experimentos de adivinación de cartas realizadas por el Dr. Soal es digna de crédito».
Algunos años después de sus experimentos con Shackleton, la ingenuidad de Soal quedó claramente de manifiesto cuando se comprobó
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
que había sido burlado por dos primos galeses, Glyn y Jeuan Jones, a
los que sometió a una gran serie de pruebas, convencido de sus poderes
telepáticos. Los Jones pronto fueron sorprendidos empleando diversos
códigos visuales (ademanes, muecas, etc.) y auditivos (toses, carraspeos, ruidos de sillas, etc.) para transmitirse realmente los mensajes.
Cada vez que los muchachos mejoraban sus sistemas de comunicación,
Soal confiaba en que había conseguido convencerles de que no hiciesen
trampa. Por ello, la obra del Dr. Soal y sus investigaciones parapsicológicas suscitan, más que desaprobación, tristeza, de no ser por su patente falta de perspicacia.
Pratt falleció en 1979 y el Dr. Rhine lo hizo a principios de 1980, habiendo dedicado cincuenta años de su vida al estudio de lo paranormal.
Ni uno ni otro acabaron jamás de aceptar la posibilidad, tan nítidamente demostrada por el profesor Hansel, de que Pearce hubiese cometido
fraude. En el caso de Pratt nos encontramos con un individuo honesto
pero crédulo hasta el límite de la incompetencia. Tanto fue así que llegó a sugerir que Soal alteró los registros de sus pruebas con Shackleton
bajo precognición inconsciente, insertando números donde luego habría
aciertos. En cuanto a Rhine, podemos decir que trabajó incansablemente en pos de la demostración definitiva de la PES sin conseguirlo nunca,
y a la vez sin admitir ni sus preconcepciones ni su fracaso en refrendarlas. Estaba firmemente convencido de que la parapsicología sería en el
futuro el basamento racional de la religión, y no dudaba de su utilidad
en «el rearme moral para la lucha contra el comunismo», en sus propias
palabras. Nunca logró entender que las opiniones acerca de la PES son
independientes de las creencias trascendentales de las personas. Freud se
interesó por los fenómenos parapsíquicos (si bien lo hizo de una manera
saludablemente escéptica, pues invitó a Jung a oponerse a «la marea negra del ocultismo que amenaza con anegarnos») y era ateo, mientras numerosos devotos de la religión desconfían de todo lo paranormal. Rhine
no comprendió esto ni muchas otras cosas, por lo cual no nos es posible
alabar su sinceridad intelectual, vistos los prejuicios ideológicos que le
animaban en su investigación.
PES tras el Telón de Acero
Cabe preguntarse qué pensaban de estos temas aquéllos contra quienes se dirigían las invectivas políticas de Rhine, es decir, los países del
socialismo soviético. ¿Era la parapsicología una preocupación exclusi170
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
va del mundo capitalista? Antes bien al contrario; desde prácticamente
el mismo periodo de esplendor experimental en Duke, la URSS primero
—coincidiendo con el advenimiento de Stalin al poder—, y más adelante sus satélites, se empeñaron en la indagación parapsicológica a partir
de bases puramente materialistas. El interés por los fenómenos psi venía de antiguo pues ya en 1891, bajo el régimen zarista, se había creado
la Sociedad Rusa de Psicología Experimental, y tras la revolución bolchevique la Unión Soviética se convirtió en el primer país en proporcionar apoyo oficial a este tipo de estudios. Según parece, el mismo Stalin
pudo haber estado interesado en el uso de la telepatía con fines militares
al quedar impresionado por las habilidades del formidable hipnotizador
Wolff Messing, a quien el dictador soviético creía poseedor de poderes
extrasensoriales. La investigación parapsíquica se intensificó en la URSS
por el rumor de que la marina norteamericana había completado pruebas de comunicación telepática entre el submarino nuclear Nautilus y su
base en tierra. A partir de entonces, y tal vez por si acaso, la KGB controló e incentivó discretamente la investigación psi. Y en la China comunista, si al principio se calificaban los psi-fenómenos como «una religión
sin cruz para distraer al pueblo», se iniciaron investigaciones oficiales al
poco de morir el presidente Mao.
El congreso de psiconeurología celebrado en Moscú en 1924 encargó
al profesor Leonid Vasiliev la investigación de los fenómenos PES. Vasiliev se entregó a su labor con ahínco y objetividad, mas fracasó en su
anhelo principal de dar una explicación física de los sucesos paranormales. Mucho más intrigantes, de confirmarse su veracidad, serían las
experiencias concebidas y puestas en práctica por el profesor Ippolit Kogan, director de la División de Bioinformación (término usado por los
soviéticos para designar la telepatía) de la Sociedad Radiotécnica A.S.
Popov. El experimento consistía en la transmisión de mensajes telepáticos entre el biofísico Yuri Kamensky y el actor y periodista moscovita
Karl Nikoláiev. Ambos se encontraban separados durante el desarrollo
de las pruebas por 600 km (uno en Moscú y el otro en Leningrado) en
una ocasión, y por 3.200 (de Moscú a la localidad siberiana de Novosibirk) en otra. En ningún momento el incremento de la distancia influyó
en los resultados, que fueron, al parecer, excelentes. En presencia de un
comité científico Kamensky transmitió telepáticamente a Nikoláiev las
imágenes de seis objetos que le fueron entregando los experimentadores. También pudo identificar Nikoláiev 12 de 20 cartas a medida que
un agente emisor distinto de Kamensky iba descubriendo y observando
en Moscú.
171
FRONTERAS DE LA REALIDAD
El aspecto más singular del caso se dio por el hecho de que los científicos soviéticos consiguieron detectar variaciones en el electroencefalograma de Nikoláiev que eran correlativas a la presunta recepción por
parte de éste de los mensajes mentales de Kamensky. El electroencefalógrafo registraba un aumento de actividad cerebral en Nikoláiev —que
desconocía el tipo de mensaje y el momento en que le sería transmitido— y detectaba el área afectada por según la clase de mensaje que se
recibía. Gracias a ello se pudo determinar que si Kamensky enviaba una
imagen visual, se activaba la zona visiva del cerebro de Nikoláiev; si la
señal era olfativa otro tanto ocurría con la región cerebral correspondiente, y así en adelante. Según el Dr. Kogan, el electroencefalograma
manifestaba una actividad inusual entre uno y cinco segundos después
de que Nikoláiev fuera consciente de la recepción del mensaje. Al principio se encontraba una excitación general de las áreas frontales y medias
del cerebro, excitación que se concretaba en las zonas aferentes específicas del tipo de estímulo enviado cuando el sujeto receptor se hacía consciente del mensaje. Cuando Nikoláiev no lograba hacer presente en su
conciencia el contenido de la transmisión, el paso de la excitación inespecífica a la específica no se producía*.
Basándose en todo esto, los directores del experimento idearon un
método para transmitir mensajes en código Morse. Pidieron a Kamensky
que imaginase combates de distinta consideración con Nikoláiev. Las
peleas de 45 segundos se interpretaban en el punto de recepción como
una raya Morse, mientras que los asaltos de 15 segundos se anotaban
como un punto. Con este procedimiento, Kamensky acertó a transmitir la palabra rusa mig («instantáneo») a Nikoláiev a través de más de
3.000 km de distancia entre ellos. Es francamente lamentable que unas
experiencias de este calibre no pudieran ser verificadas por científicos
occidentales, y que la única información que disponemos sobre ellas
sea la aportada por dos periodistas americanos, Ostrander y Schroeder,
en contacto por aquel entonces con Edward Naumov, componente del
equipo experimentador. Hasta ahora ningún investigador occidental ha
podido reproducir hechos tan prodigiosos como los arriba descritos, ensombreciendo desafortunadamente lo que de otro modo sería una evidencia de peso abrumador.
* Referencias detalladas de las investigaciones soviéticas en parapsicología pueden hallarse en la revista Psi Research, editada por Larissa Vilenskaya, y publicada trimestralmente por el Washington
Research Institute and Parapsychology Research Group en San Francisco, California.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Una técnica muy semejante fue la usada por Douglas Dean, electroquímico, profesor de Informática e investigador psíquico, quien empleó
para sus experiencias un pletismógrafo. Mientras el electroencefalógrafo
registra, a través del cuero cabelludo, las diferencias de potencial eléctrico entre las células cerebrales sea cual sea el origen de esta electroactividad, el pletismógrafo controla pequeñísimas variaciones en el volumen
sanguíneo de cualquier región del cuerpo. Con este aparato Dean dijo
haber descubierto que cuando el agente emisor se concentra en alguien
con quien el sujeto conectado al pletismógrafo tiene un vínculo emocional, se registra con frecuencia una alteración en el volumen sanguíneo de
este último. El hecho de que el sujeto estudiado desconociese en quién se
concentraba el emisor descarta, a juicio de Dean, la posibilidad de fraude. Junto con dos ingenieros del Colegio Newark (Nueva Jersey), Dean
concibió un sistema para utilizar las señales del pletismógrafo como código Morse, análogamente a las experiencias efectuadas con Kamensky
y Nikoláeiv. Mediante este proceder resultó posible transmitir un mensaje en Morse a 2.000 km de distancia, desde Nueva York a Florida.
El caso de la «percepción dermo-óptica» o «visión extrarretiniana»
constituye otro de esos hilarantes desatinos que salpican la temática parapsicológica. Tal denominación hace referencia a la presunta facultad
de ciertas personas para captar colores, describir formas o leer textos
con los ojos tapados, pasando a lo sumo los dedos sobre las letras que
debe captar. El revuelo organizado en la URSS fue mayúsculo cuando en
1963 se difundió la noticia de que dos mujeres, Rosa Kuleshova y Nina
Kulagina, poseían tan asombrosas habilidades. De inmediato, por toda
la Unión Soviética y demás países por los que se extendía la noticia, brotaron como flores en primavera nuevos dotados que declararon ser capaces de lo mismo. La buena nueva corrió como un reguero de pólvora
entre los parapsicólogos y pronto surgieron especulaciones de todo cariz: podría tratarse de una variante de la clarividencia, de la existencia de
terminaciones sensibles a la luz en los dedos; podríamos hallarnos ante
una técnica susceptible de ser enseñada a invidentes para ayudarles a superar su ceguera, etc.
No tardó mucho en verterse un jarro de agua fría sobre tan candentes
esperanzas. Un informe fechado en 1964 del Instituto Psiconeurológico
de Leningrado (hoy San Petersburgo) anunciaba que se había descubierto el vulgar fraude que empleaba Nina Kulagina y, por ende, las demás
personas «dotadas». Existen multitud de trucos mediante los cuales los
profesionales del ilusionismo y la prestidigitación practican las llamadas
demostraciones de mentalismo, en las que simulan poseer poderes espe173
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ciales. Una de las más típicas es la lectura con los ojos vendados y para
lograrlo hay muchas artimañas. La de mayor sencillez es la «visualización nasal», la cual se fundamenta en que, a causa de la forma y los contornos del rostro humano, es imposible vendar los ojos sin dañarlos de
forma que no se dejen dos pequeñas aberturas a ambos lados de la nariz.
La proyección del puente nasal por encima del plano de las cuencas oculares impide que el vendaje sea completo y seguro, hágase como se haga.
Si se intenta tapar estos orificios con algodones es sumamente fácil para los expertos desplazarlos, lo suficiente para poder ver, con leves movimientos de los músculos faciales o fingiendo que uno se ajusta
la venda. Tan sólo es necesario aprender a disimular el gesto de «olfateo» (elevación de la nariz conforme tenemos que mirar a un objeto más
alto) cuando se pide al sujeto que describa algo que se halla a una cierta
altura. La única precaución que surtiría efecto frente a los dermosensibles sería encerrar la cabeza en una escafandra o recipiente opaco —con
aberturas para respirar por encima o detrás de la cabeza— y realizar las
pruebas de esta forma. No es necesario puntualizar que los exámenes
efectuados con esta modalidad u otra similar a fin de evitar completamente la visión residual han producido resultados negativos en cuantos
casos se han presentado.
La segunda mitad del siglo XX
En un escenario diferente al del bloque soviético, los parapsicólogos
occidentales prosiguieron sus investigaciones en el periodo que abarca desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad,
con la aspiración de ahondar en una serie de fenómenos cuya existencia
real consideraban ellos suficientemente probada. Sobre estas premisas
se inauguró una segunda etapa en la que los investigadores psi se encaminaron a refinar sus estudios, aquilatando las características de las
cuestiones examinadas bajo la expectativa de desarrollar teorías explicativas de las mismas. Esta nueva fase de la parapsicología pone sus miras,
más que en la demostración de los sucesos, en la determinación de las
condiciones que hacen posible la actividad PES. Para ello se usan tests
de aptitud parapsíquica general (relegando los sistemas uniopcionales,
como la adivinación de naipes y otros similares), con el auxilio de instrumentos electrónicos diseñados para medir reacciones fisiológicas que
puedan indicar de algún modo las funciones psi en curso. En esta línea
de renovación no sólo se estudia a los sujetos con dotes excepcionales,
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ya que se impone la hipótesis de que las facultades extrasensoriales son
patrimonio de toda la humanidad, variando la intensidad con que se expresan de un individuo a otro.
De este mismo parecer es la Dra. Gertrud Schmeidler, quien publicó
unos trabajos hacia 1950 de los que dedujo que los creyentes en la existencia de psi-fenómenos obtenían puntuaciones más elevadas que los
escépticos. A estos dos grupos los llamó respectivamente «ovejas» y «cabras» y concluyó, en una visión democrática de la parapsicología, que
las aptitudes paranormales las poseemos todos pero el escepticismo las
inhibe. A conclusiones semejantes llegó la Dra. Betty Humphrey de la
Universidad de Duke, cuando creyó descubrir que la personalidad tímida e introvertida era un obstáculo para el éxito en las experiencias PES,
mientras que lo contrario sucedía con los temperamentos abiertos y expansivos. Estos resultados venían a sumarse a lo que el Dr. Rhine en los
años 30 denominó «efecto declinación» y que se refería al hecho aparente de que el cansancio, la monotonía y la falta de motivación en las pruebas disminuía la puntuación de los sujetos experimentados.
Nuevos enfoques de la investigación psi se han desarrollado desde
la obra pionera de Rhine en Duke. Algunos de ellos se reseñan a continuación:
• Factores de personalidad. Además de lo explicado antes, el intento de clasificar a los sujetos psi-sensibles mediante un sistema
de doble escala («introvertidos-extrovertidos» y «equilibradosdesequilibrados») propuesto por Eysenck, falla debido a la diversidad de los tests utilizados y a la imposibilidad de homologar sus
resultados por las diferentes concepciones imperantes en psicología sobre los factores determinantes de la personalidad.
• Factores de edad. Van Bussbach, Anderson, Spinelli y el propio
Rhine creían que los niños podían exhibir capacidades paranormales de igual o superior magnitud que las de los adultos. Concretamente, Spinelli era de la opinión de que los mejor dotados
son los niños de siete o menos años, a causa de que en edades
tan tempranas aún no se han consolidado los procesos de razonamiento lógico-deductivo que actuarían, según este autor, bloqueando las facultades PES.
• Factores culturales. Para algunos investigadores los pueblos primitivos poseerían poderes supranormales que a lo largo de las eras
se habrían disfrazado a los ojos del mundo desarrollado bajo el
manto de ritos mágicos y animistas. Los experimentos al respecto
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
de Ronald y Lyndon Rose entre 1951 y 1955, acabaron haciéndose inoperantes por las excesivas diferencias entre la mentalidad de
los aborígenes consultados y la de los experimentadores.
• Factores de parentesco. Según esta visión los lazos extrasensoriales se darían con mayor intensidad entre quienes comparten
un poderoso vínculo familiar o afectivo. El parpsicólogo Jan
Erenwald sustentaba la opinión de que la telepatía madre-hijo
viene impuesta por la evolución, en tanto que el recién nacido no
puede comunicarse verbalmente con su progenitora y depende
enteramente de ella para su supervivencia. Cuando el niño aprende a hablar y a valerse por sí mismo, la telepatía materno-filial
desaparecería. También es un lugar común en parapsicología discutir el enlace extrasensorial entre gemelos (se atribuye incluso un
caso de PES a dos componentes del grupo musical Bee Gees). No
obstante, los ensayos realizados en los años 40 en la Universidad
de Fordham con seis parejas de gemelos sometidas a veinte mil
pruebas no arrojaron resultado significativo alguno.
• PES en animales. Nadie cree hoy en día en los supuestos animales extraordinarios, al estilo de los caballos y perros que realizan
operaciones matemáticas sencillas. Es sabido que tales espectáculos circenses se basan en una aguda comunicación entre el animal y su entrenador a través de un código de señales previamente
convenido. Cuantos intentaron hallar facultades paranormales
en esto, sólo consiguieron cubrirse de ridículo, como el mismo
Rhine y su mentor McDougall en el caso de la yegua telépata.
Los supuestos poderes psi aducidos para explicar la asombrosa
capacidad de orientación e intercomunicación de determinadas
especies animales no parecen ser más que facultades naturales
extraordinariamente afinadas. Los métodos por los que diversos
animales logran semejantes hazañas son muchos y muy variados:
orientación por el Sol, la Luna o las estrellas, por los campos
magnéticos o gravitacionales de la Tierra, o bien gracias a complejísimos sistemas de comunicación entre los miembros de la
misma especie (abejas, hormigas, etc.). Todo nos mueve a admirar la magnífica sutilidad de los mecanismos de la naturaleza, antes que las supuestas aptitudes supranormales.
• PES en plantas. Clave Backter, responsable de la polémica sobre
los poderes telepáticos de las plantas, difundió ciertas experiencias suyas con plantas a las que decía haber conectado un polígrafo (aparato que mide la conductividad eléctrica de un material).
176
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Operando de esta manera con las hojas de un drago, observó variaciones en el registro poligráfico cada vez que pensaba en dañar
la planta. Esto constituyó para Backster una prueba suficiente de
la PES vegetal y así lo hizo saber al mundo. Por descontado que
ninguna investigación rigurosa ha vuelto a reproducir positivamente sus experiencias.
• PES onírica. La investigación de la telepatía y la precognición durante los sueños ha sido objeto de intensos estudios principalmente por parte de los doctores Montaga Ullman y Stanley Krippner,
a los que luego se uniría Charles Honorton. Los experimentos,
todos ellos realizados en el Centro Médico Maimónides de Brooklyn (Nueva York), consistían en la transmisión telepática de
una imagen determinada a un sujeto dormido por un agente emisor. Un electroencefelógrafo controlaba las ondas cerebrales del
durmiente y éste era despertado cuando el electroencefalograma
indicaba que había comenzado a soñar. Si lo que el sujeto decía
haber soñado coincidía —conforme a la evaluación de tres personas— con la imagen transmitida, la experiencia se consideraba positiva. Dejando a un lado la subjetividad en la evaluación
de los aciertos de este tipo de pruebas, es necesario subrayar que
se han producido importantes fracasos a al hora de repetir estos
experimentos oníricos. En algunos casos los resultados negativos
los obtuvieron los propios parapsicólogos investigadores al colaborar con observadores escépticos.
Otro tanto ocurre con los pretendidos sueños premonitorios. La
evidencia sobre este tema es demasiado esporádica, dispersa e inconexa para constituir un argumento sólido. Tan sólo saltan a la
fama los sueños precognitivos de personajes famosos y siempre
que el acontecimiento predicho ha tenido lugar. El único intento digno de mención de investigar este punto seriamente lo materializaron los expertos del Maimónides en 1969, con el biofísico
Malcom Bessent en calidad de sujeto a prueba. Los frutos de la
prueba fueron desalentadores y el asunto se arrinconó. Puesto
que todos estamos seguros de que el inconsciente contiene mucho
más conocimiento y percepción de lo que imaginamos, no es prudente achacar inmediatamente a la PES todo fenómeno onírico
poco claro. En este campo, como en tantos otros, hemos de ceder
el paso a los neuropsiquiatras y psicofisiólogos.
• Aislamiento sensorial. También en el Centro Maimónides, los
doctores Honorton y Krippner emprendieron un programa inves177
FRONTERAS DE LA REALIDAD
tigador destinado a dilucidar si un individuo en situación de aislamiento sensorial agudiza sus facultades PES. Recordemos que
el aislamiento sensorial se da cuando al sujeto examinado se le
priva de toda sensación exterior, bloqueando o desorientando sus
órganos perceptivos. Honorton declaró haber confirmado que en
dichas condiciones se producía una exaltación de las aptitudes
paranormales. Como ya es habitual, el análisis de las pruebas y su
repetición fallida por investigadores ajenos al proyecto desacreditaron su tesis.
Tecnología para la investigación
Entretanto, los sucesores de Rhine no cejaban en su empeño de obsequiarnos con sucesos cada vez más inexplicables y espectaculares, si bien
es cierto que sólo se difunden al gran público los éxitos experimentales,
en tanto que sobre los fracasos se corre un tupido velo. Esto fue lo que
ocurrió cuando en 1965 la revista norteamericana Journal of Psychology (vol. 60, pp. 313-318) informó de unos experimentos llevados a cabo
por Richard C. Sprinthall y Barry S. Lubetkin. En ellos dos grupos de voluntarios se sometían a una prueba típica de PES, con la salvedad de que
uno de los dos grupos había sido incentivado con la promesa de recompensa económica por cada acierto. La tentativa de corroborar el efecto
de «estimulación» referido por Rhine con H. Pearce acabó en un rotundo fiasco. Nadie consiguió dinero alguno y todos quedaron decepcionados excepto los organizadores de la prueba, que esperaban ese final.
Algo por el estilo se demostró cuando en 1962 se realizaron las pruebas del sistema electrónico VERITAC. Este sistema seleccionaba al azar
diez dígitos (del 0 al 9), imprimía la cifra seleccionada, la conjetura del
sujeto y medía tanto la duración del ensayo como el tiempo transcurrido
entre la selección del dígito y la conjetura. Pues bien, empleando el VERITAC en experimentos de telepatía, precognición y clarividencia sobre
37 individuos con un total de 55.000 ensayos, no apareció desviación
alguna del azar ni particular ni colectivamente, ni tampoco se demostró
diferencia significativa entre «ovejas» y «cabras». Un ensayo semejante retomado años después por los físicos especialistas en láseres Russell Targ y Harold E. Puthoff (famosos por sus trabajos con Uri Geller)
fracasó idénticamente en cuanto los controles se hicieron tan rigurosos
como cabía esperar en una prueba científica. En consecuencia, Targ y
Puhoff atribuyeron el fracaso al aumento de los controles, cuya compli178
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
cación —afirmaban sin sonrojarse— aminoraba los poderes paranormales de los participantes. Como pusieron de manifiesto los críticos, sesgos
inconscientes, la subjetividad de los criterios de los controladores, ninguno de los cuales era un escéptico, y otros factores pudieron provocar
el éxito aparente de las primeras fases del ensayo.
No satisfechos con sus intentos previos, Puthoff y Targ volvieron a la
carga estudiando el caso de Ingo Swann y Harold Sherman, dos supuestos dotados que presumían de poder describir por clarividencia cualquier lugar geográfico que se les solicitase, sin exceptuar lejanos planetas
y constelaciones. En su primer viaje mental a Júpiter, en 1973, tuvieron
tan mala fortuna que comunicaron la existencia de enormes montañas
en su superficie, inmediatamente antes de que la sonda espacial Pioneer
10 revelara que Júpiter carece de superficie. Su siguiente «viaje», esta
vez a Mercurio, no fue más afortunado pues dijeron que el primer planeta del sistema solar estaba «cubierto de nubes» y poseía «algo como
formas de vida acuática que se adherían a las rocas». Al poco, la sonda
Mariner 10 informó que Mercurio era un astro ardiente, estéril, sin nubes y con una superficie llena de cráteres.
A despecho de tan bochornosas videncias, Targ y Puthoff se refugiaron en unos pretendidos éxitos obtenidos por la pareja Swann-Sherman
durante una ronda de visualizaciones de objetivos terrestres. Esta habilidad, que ambos investigadores creen desarrollable por cualquiera, se denominó «visión remota». El protocolo experimental consiste en que el
sujeto describa el emplazamiento en el que se hallan varios experimentadores, que han salido del laboratorio hacia una serie de lugares que sólo
ellos conocen. Con posterioridad se pasan las cintas magnetofónicas con
las declaraciones del dotado a un árbitro, quien asimismo es trasladado
a los lugares visitados por los experimentadores para que evalúe el grado de coincidencia.
Una vez más los escépticos hicieron notar que el árbitro era un
miembro del centro donde se realizaban las pruebas y amigo de Targ
y Puthoff, con lo que su ecuanimidad podía quedar en entredicho.
Tampoco se especificó claramente el momento en que habían sido tomadas las fotografías incluidas en los informes de Targ y Puthoff para
comparación con los esbozos de los dotados. Si se tomaron después de
los experimentos, el consabido sesgo inconsciente pudo llevar a los experimentadores a fotografiar los paisajes desde los puntos de vista más
favorables. Pero si las fotos habían sido tomadas antes, eso significa que
se hubieron de fotografiar una cantidad enorme de perspectivas para
estar seguros de que no se les escaparía la descrita por el sujeto. Si a esto
179
FRONTERAS DE LA REALIDAD
agregamos que tanto los enfoques de las fotografías como los bosquejos
de los dotados resultan desesperadamente vagos, tenemos al fin que las
conclusiones no pueden ser más ambiguas. Con el procedimiento de
Targ y Puthoff no es extraño que la clarividencia se antoje al alcance
de todo individuo, dado que casi cualquier descripción puede hacerse
coincidir con casi cualquier fotografía.
A fin de cuentas, los que parecieron menos desanimados fueron los
dos psíquicos principales, Swann y Sherman, de los cuales Swann unió
sus poderes con dos videntes anónimos para profetizar una catástrofe
planetaria que debería haberse producido en 1985. Cabe preguntarse si
Swann y Sherman serían capaces de predecir el tiempo que habrá en el
siguiente par de horas echando un vistazo por la ventana. Tal vez ni siquiera eso, aunque su situación no es excepcional. Sólo basta recordar
los estrepitosos errores de videntes tan célebres como Jeane Dixon (es
falso que predijese el asesinato del presidente Kennedy como luego quiso hacer creer) o Edgar Cayce (todavía esperamos el resurgimiento de
la Atlántida), uno de los «médiums» contemporáneos más famosos de
los EE. UU.
Pero para ser justos no debemos pasar por alto casos como los de los
videntes Gerard Croiset y Pieter Van der Hurk (o Peter Hurkos). Estos
dos dotados acertaron, por medios aparentemente extrasensoriales, en
infinidad de consultas que se les realizaban. Tanto uno como otro auxiliaron a cuantas personas acudieron a sus domicilios en demanda de
ayuda para localizar a personas desaparecidas, sin aceptar ningún dinero a cambio. Y no sólo eso, sino que ambos, Croiset y Hurkos, ganaron
fama en los años 60 y 70 por sus colaboraciones con la policía en pos
de la resolución de casos dudosos, ya fueran secuestros, extravíos, asesinatos u otros cualesquiera. La ejecutoria de Croiset es especialmente
notable ya que existen centenares de casos referentes a él, investigados y
archivados en la Universidad de Utrecht por el parapsicólogo W. H. C.
Tenhaeff. A diferencia de muchos otros dotados, Croiset siempre manifestó la máxima inclinación a colaborar con los investigadores —tanto
parapsicólogos como criminalistas— llegando incluso a trasladarse de
vivienda para estar a disposición de sus examinadores. Croiset murió el
20 de julio de 1980 a la edad de 71 años, contando en su haber con uno
de los archivos paranormales más cualificados, provisto de multitud de
casos en los que su clarividencia había sido en apariencia autentificada
por ciudadanos particulares y autoridades policiales.
Últimamente el debate sobre lo parapsicológico se ha centrado en la
cuestión de si la Parapsychological Association, fundada en 1957, debe
180
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ser expulsada de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia
(AAAS), en la que fue admitida en 1969. Actualmente las opiniones que
giran en torno a la parapsicología pueden dividirse en dos campos claramente diferenciados. En un lado se situarían los físicos convencidos
de la realidad de los fenómenos psi y de su vínculo con la física cuántica. Algunos de los más famosos exponentes de esta postura serían Oliver Costa de Beauregaurd, Jack Sarfatti, Brian Josephson, Fritjof Capra,
Michael Talbot y algunos otros. Frente a ellos se agruparía el resto inmensamente mayoritario de científicos, cuyo heterogéneo pensamiento
abarca desde un escepticismo expectante o una tibia indiferencia, hasta
el más furibundo rechazo.
Juzgando con la mayor imparcialidad posible, debemos conceder una
considerable dosis de razón a la posición de los escépticos. La parapsicología experimental no ha conseguido establecer, desde su fundación en
tiempos de Rhine, ni un sólo hecho bien contrastado tras pública controversia. Ello es una verdad que únicamente podría ser discutida por los
más ofuscados y acérrimos defensores de lo paranormal. Los fenómenos que ofrecían un mejor y más prometedor aspecto —como los ensayos electroencefalográficos rusos o los del pletismógrafo de Dean— no
han podido ser reproducidos, por un motivo u otro, a lo largo de un periodo de tiempo suficiente para rendir conclusiones inequívocas, y han
acabado tornándose meras anécdotas sin utilidad real. Por desgracia, todos los demás datos aportados por los partidarios de una parapsicología «científica», se desvelaron finalmente como errores experimentales
o simples y desvergonzadas falsedades. Y con tan escuálida sustentación
no cabe llegar muy lejos en el desarrollo de un saber que aspira a reconocerse como científico.
Pero una vez bien establecido esto, es menester señalar la parte de
culpa de quienes han permitido que se llegara a semejante estado de cosas. Decir que se admitió a la parapsicología en la AAAS con el ánimo
de reformarla, haciéndole respetar en verdad los cánones de la ciencia,
resulta cómodo e hipócrita si no se guardó simultáneamente una actitud
vigilante para estimular dicho cambio de comportamiento. Un seguimiento más estricto por parte de los demás miembros de la asociación
científica hubiese obligado a los parapsicólogos a extremar sus controles desde el principio, y probablemente no se habría desembocado en la
actual situación que con tanta dureza se denuncia desde algunos foros.
Sea cual fuere el final al que se llegue, el momento presente sigue
haciendo buena la frase de Crookes, cuando lamentaba hace ya un siglo que estos fenómenos fuesen considerados «con una credulidad de181
FRONTERAS DE LA REALIDAD
masiado grande por parte de algunas personas y con una incredulidad
igualmente irracional por parte de otras». Así por lo tanto, más que la
consecución de teorías e hipótesis, es la batalla por la credibilidad y la
dignidad la que deben ganar quienes deseen rescatar la investigación
parapsíquica del fraude y del desprestigio donde ahora se encuentra,
por mucho que algunos de sus más conspicuos representantes se nieguen a reconocerlo.
182
10
FENÓMENOS PARANORMALES
A
demás de las habilidades de percepción extrasensorial ya tratadas,
los parapsicólogos contemplan un segundo tipo de poderes psíquicos que agrupan bajo el nombre de Psi-kappa. Esta categoría de facultades está vinculada a la presunta capacidad de la mente para actuar
directamente sobre la materia, sin el concurso de los medios físicos ordinarios. Esta actuación puede revestir diferentes modalidades: provocar
movimientos inexplicables, detectar objetos o personas perdidas, curar
por un simple acto de voluntad, etc. Otro nivel de la acción psicomaterial es el que no atañe a un objeto exterior, sino al propio cuerpo del
sujeto dotado. Son los poderes de concentración y autocontrol que posibilitan al cuerpo para desenvolverse aparentemente por encima de las
capacidades normales de una persona humana, y de ellos nos ocuparemos en primer lugar.
Muchos magos indios, los llamados faquires (palabra árabe que significa «los humildes»; la denominación correcta del asceta indostánico
es sadhu), son notoriamente capaces de lograr hazañas espectaculares
mediante el control de su sistema nervioso, gracias a la práctica del milenario arte hindú de meditación conocido como yoga. Algunos de estos hechos se manifiestan en forma de un asombroso dominio por parte
del faquir de sus constantes vitales, o de la inusitada insensibilidad al
dolor que parecen demostrar. El misticismo oriental, como todo misticismo que se precie, concede primacía a la mente sobre el cuerpo y considera que lo espiritual posee una excelencia intrínsecamente superior a
lo sensible. No es sorprendente, entonces, que los yoguis indios justifiquen estas proezas por el grado de sumisión en que queda el cuerpo bajo
el poder del espíritu.
Lo que podemos afirmar sin titubeos es que tales sucesos prodigiosos
son reales, independientemente del mecanismo que los explique. El francés Guy Goudoux, de la isla Martinica, a pesar de sus 1,85 m de altura
y 80 kg de peso, llega a introducirse en una caja de cristal hermética de
51×41×43 cm durante seis horas. Goudoux evita quedarse sin aire —un
183
FRONTERAS DE LA REALIDAD
hombre normal lo agotaría en menos de una hora— controlando su respiración, que baja de 16 inhalaciones por minuto a 8, o incluso a 5. Esto
es una insignificancia si lo comparamos con lo sucedido en 1971, durante una prueba practicada a tres yoguis por un equipo médico de la Universidad de Nueva Delhi para comprobar si de verdad podían controlar
los latidos del corazón. El examen constató que los latidos desaparecían
del estetoscopio, había ausencia de pulsaciones y descendía la presión
sanguínea. No obstante, el electrocardiograma y las radiografías mostraban que las pulsaciones cardiacas, aunque muy disminuidas, no habían cesado en ningún instante.
La explicación, aun no siendo sobrenatural, sí es francamente poco
común: los tres yoguis inspiraban profundamente y a intervalos, realizando lo que en medicina se llama hiperventilación; después retenían el
aliento durante algunas decenas de segundos, con lo que contraían los
músculos de la faringe, los pectorales y los abdominales. Esta contracción provoca una bajada de la presión del aire en los pulmones y una
disminución de la afluencia de sangre venosa al corazón. Por otra parte, los ventrículos reducen la contracción del corazón al no llenarse del
todo, y la sangre, débilmente bombeada, deja el impulso imperceptible.
Asimismo, la extrema tensión que impone el yogui a los músculos impide la captación de los latidos. El secreto de estas y otras hazañas semejantes (largos periodos de ayuno e inmovilidad) reside en que quienes
las realizan gozan de la facultad de someter su sistema neurovegetativo
a la actividad voluntaria del cerebro. Es decir, el cerebro aprende a inmiscuirse en la actividad cardiaca, o cualquier otra función fisiológica, y
modifica su ritmo voluntariamente. Ejemplo palmario de ello es el yogui
Subalpatchari, de Calcuta, que lograba perturbar las vibraciones eléctricas de su cerebro de manera que, en estado de concentración, ofrecía el
electroencefalograma de un hombre dispuesto a dormir.
Habilidades faquíricas
Los estudios llevados a cabo sobre el faquir europeo Mirin Dajo (un holandés de verdadero nombre A. G. Henskens, fallecido en 1948) arrojaron bastante luz en la controversia y mostraron lo esclarecedora que
puede ser la seriedad en las investigaciones acerca de esta clase de asuntos. Se descubrió que la introducción lenta de las espadas, durante el ejercicio de «tragasables», determina una progresiva distensión de los tejidos
y provoca la desviación de los grandes vasos sanguíneos, cuyas paredes
184
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
son muy resistentes. El Dr. L. Rivet atribuye la inexistencia de complicaciones infecciosas a que los instrumentos metálicos lisos y limpios llevan
por lo general microbios relativamente poco numerosos y, en su mayor
parte, saprófitos, que quedan, en el curso de las transfixiones, en la superficie de la piel y en la hipodermis, donde el roce los elimina, y los escasos gérmenes que penetran profundamente sucumben bajo la acción
viricida de los humores. Asimismo, parecía existir una autosugestión con
efectos psicosomáticos, por los cuales el sistema inmunológico aumentaba su poder germicida y las heridas cicatrizaban con extrema rapidez.
Desde luego, y pese a las explicaciones racionales, queda en pie el hecho de que acrobacias fisiológicas como estas transfixiones requieren un
gran valor y una confianza absoluta en la precisión de lo que se va a realizar. Esto no significa que en ocasiones no se recurra sencillamente al
vulgar trucaje. Se suele utilizar una lengua de animal o de caucho pintada par fingir atravesarla con un estilete. Menos frecuente es habérsela
agujereado de antemano, como habían hecho los miembros de la tribu
aissaua que se exhibieron en la Exposición Universal de París de 1889.
Estos mismos personajes se hacían introducir también clavos en la cabeza por medio de mazazos. A tal efecto el operador presentaba el clavo
perpendicularmente a la superficie del cráneo, pero ya desde el primer
mazazo inclinaba su punta para que sólo penetrase entre la piel y el hueso. El detenimiento del pulso, si deseamos simularlo, se consigue fácilmente con ayuda de una almohadilla colocada en la axila. Una presión
en el brazo hace apoyar la almohadilla sobre la arteria humeral y el pulso deja de latir. Con un poco de costumbre se puede hacer imperceptible
y luego volverlo a poner en marcha. Algunos sujetos consiguen incluso
el detenimiento del pulso y la disminución de las pulsaciones mediante
la simple contracción de los músculos anteriores de la axila y, por tanto, sin almohadilla.
En la experiencia de la tabla de clavos, el secreto radica en la multiplicidad de los clavos, por lo general débilmente acerados y muy largos
y flexibles. Es fácil comprender que si un hombre de 70 kg se acuesta
sobre un tablero con 100 clavos, cada uno de ellos habrá de soportar
únicamente 700 g, fuerza claramente insuficiente para asegurar la penetración de un clavo de punta ligeramente embotada. Además, el faquir
porta con frecuencia un calzón de cuero bajo la ropa, lo que le permite
sentarse sin peligro sobre los clavos (la presión es entonces relativamente grande) antes de tumbarse.
La exhibición de la escala de sables, en la que un faquir sube sin daño
aparente por una escalera cuyos peldaños son afilados cuchillos, se basa
185
FRONTERAS DE LA REALIDAD
en principios similares. En primer lugar, las hojas están afiladas en bisel
o chaflán y dispuestas oblicuamente tal que cada hoja presente al pie,
no la parte cortante, sino el chaflán. Por lo demás, se sabe que una hoja
cortante saja con dificultad si actúa perpendicularmente sobre el objeto que ha de cortar, mientras que lo hace con facilidad si se la obliga a
deslizar (compruébese con un trozo de pan). Por tanto, el fakir toma la
precaución de colocar el pié bien perpendicular, sin que se deslice, a lo
largo, y no de través, a fin de aumentar la superficie de contacto y disminuir la fuerza prensante. Finalmente, algunas partes del sable (la extremidad o la base) en las que no reposa el pie están bien afiladas; son
las que permiten cortar una hoja de papel en la demostración previa
ante el público.
Pero qué duda cabe de que el acontecimiento faquírico que más admiración y emociones despierta entre las gentes es la marcha sobre el
fuego con los pies desnudos. Hasta tal punto resulta sensacional esta
exhibición que constituye el plato fuerte de algunas fiestas populares
fuera de Asia, como las celebradas, por ejemplo, en San Pedro Manrique, en la provincia española de Soria. Estos alardes de insensibilidad al
dolor, que consisten en caminar sobre un lecho de brasas en estado de
ignición, se pueden explicar por una curiosa conjunción de efectos naturales. La elevada temperatura —alrededor de 430ºC en la superficie de
las brasas— y, tal vez, un control voluntario estimulado por las preparaciones rituales, provocan una copiosa exudación de los pies. Los líquidos, por su parte, pueden ser muy buenos conductores del calor, como
el mercurio, o muy malos, al igual que sucede con el agua (aunque tenga
disueltas ciertas sales, como en el caso del sudor humano). El agua es un
magnífico aislante térmico cuando se encuentra en pequeñas gotas. Estas pequeñas esferas acuosas (del orden de 0,07 mm) no pueden conducir el calor por convección debido a su reducido tamaño, y aún se une a
esta circunstancia otra todavía más peculiar. Si vertemos unas gotas de
agua sobre una plancha caliente (unos 300ºC), éstas parecen rebotar varias veces sin evaporarse. Lo que ocurre es que se evapora la corteza externa del esférulo acuoso. Esta capa es tan aislante que protege el núcleo
de la gota manteniéndolo frío. En el caso que nos ocupa, las gotas de sudor pasan al estado esferoidal, protegiendo la epidermis de la planta del
pié e impidiendo que sufra erosión alguna.
No existen verificaciones fiables de los relatos milagrosos según los
cuales santos y místicos de todas las religiones, y a veces incluso personas corrientes, se frotaban todo el cuerpo con metales fundidos u otras
sustancias incandescentes sin sufrir daños ni ellos ni sus ropas. Los ca186
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
sos en los que las brasas contactan con zonas anatómicas distintas a los
pies no han sido bien estudiados, pero parece tener mucha relación con
dichos fenómenos la existencia de callosidades y otras durezas cutáneas,
así como que la piel puede insensibilizarse por tratamiento con alumbre
o con ácido sulfúrico diluido.
Atacando el problema desde otro ángulo, es lógico suponer que, posiblemente, la insensibilidad experimentada ante el dolor por los yoguis
y sus seguidores occidentales sea debida en parte a la endorfina, sustancia calmante similar a la morfina que segrega el propio cerebro. Desde
este punto de vista, el largo aprendizaje de las técnicas yóguicas produciría una domesticación del cerebro que le permitiría el aprovechamiento
voluntario de esta sustancia atenuante del dolor. Esta misma explicación, unida a ciertas variantes de las anteriores, serviría para dar cuenta
de otros fenómenos dramáticos y espectaculares. Un conocimiento suficiente de las zonas corporales menos inervadas e irrigadas aclara la pasmosa facilidad de muchos de estos personajes para atravesar su piel con
afiladas agujas sin dolor ni hemorragia aparente.
Sucesos portentosos como el crecimiento instantáneo de plantas o la
ingestión de vidrios rotos (en realidad láminas de azúcar transparente),
sólo son fruto de una hábil mezcla de prestidigitación y sugestión que
hizo rivalizar estas triquiñuelas con el famoso truco de las sogas que se
sostienen solas. La técnica del engaño es elaborada e ingeniosa. El sadhu
dispone a los espectadores en semicírculo alrededor del lugar en el que
ha dejado enrollada la cuerda, cuerda que previamente puede haber dejado tocar al público en el afán de ganar su confianza. Desde un bosquecillo cercano se han abierto varias galerías subterráneas, una de las
cuales termina justamente debajo de donde el mago hindú va a realizar su prodigio (las otras galerías tienen por objeto repetir la función en
otros puntos sin despertar sospechas).
En la galería subterránea, un ayudante secreto espera que el sadhu introduzca un extremo de la cuerda por uno de los orificios que comunica
con la superficie (el rollo de cuerda colocado en torno al agujero impide
así su visión) y ayudándose con un gancho de alambre recoge dicho extremo y tira de él. Simultáneamente, eleva una barra de hierro preparada
al efecto y cubierta con fibra trenzada para imitar la cuerda original. Los
espectadores, ignorantes de la operación, únicamente pueden ver como
la cuerda parece desenrollarse sola y ascender por sí misma en completa
rigidez, cuando lo que en realidad se eleva es la barra de hierro cubierta
de fibra para disimular su auténtica naturaleza. Una vez que la barra ha
llegado a su altura máxima, el ayudante clandestino la calza bajo tierra
187
FRONTERAS DE LA REALIDAD
con otra viga transversal de madera, asegurando su estabilidad con el fin
de continuar la representación.
Una variante de este truco se lleva a cabo enlazando el extremo superior de la cuerda con un cable fino y resistente (o bien cabellos humanos, o de animales, entrelazados) tendido entre dos árboles o dos
accidentes del terreno cercanos. Para garantizar su impunidad, los sadhus suelen actuar al atardecer, cuando el hilo queda disimulado por el
cielo oscuro y por las sombras del follaje circundante. El asceta hindú
acostumbra a preparar al público con malabarismos, historias y trucos
banales que aumentan la impaciencia de los espectadores por contemplar verdaderas maravillas y a la vez lo aburren, relajando su atención
para así facilitar los manejos del charlatán. Unas cuantas linternas, colocadas sobre el suelo en lugares específicos por los ayudantes del santón, provocan una parcial ceguera nocturna por deslumbramiento que
imposibilita a los observadores para apreciar el extremo suspendido de
la cuerda. Algunos faquires concluyen el espectáculo subiendo hasta el
final de la cuerda junto con un niño al que fingen descuartizar (en realidad se usan miembros afeitados de un mono recién sacrificado y un modelo pintado de la cabeza del niño), mientras verdaderamente lo ocultan
entre sus ropajes con el fin de hacer ver más tarde que lo han resucitado
reuniendo sus pedazos.
El encantamiento de serpientes es otro ejemplo muy claro de cómo
pueden mezclarse el mito, la impresionabilidad de los occidentales y la
simulación de los expertos hindúes. Las cobras, como todas las serpientes, son sordas, y cuando parecen bailar al son de la flauta del encantador, lo que intentan realmente es colocarse en una posición propicia
para atacar las balanceantes manos del flautista (es difícil pero desgraciadamente en ocasiones lo consiguen). Los faquires que fingen dar vida
con sus silbidos a pequeños fragmentos de cuerda, que reptan y se contorsionan como verdaderas serpientes, obran con suma habilidad. La
argucia es la siguiente: las aparentes cuerdas son en verdad unas pequeñas serpientes de la familia colubridae, del género opheodrys, de escamas verdosas, longitud entre 40 y 70 cm, sin colmillos tóxicos y fáciles
de domesticar.
Tras un conveniente adiestramiento, los faquires las recubren con
una funda de esparto y yute trenzado que sólo deja libre la zona ventral
del ofidio, adhiriéndola a las escamas mediante una sustancia gelatinosa
obtenida de la maceración y hervido de vegetales. De este modo, el reptil con su cubierta artificial, desde lejos, aparenta ser un trozo de cuerda
normal. El mago hindú esconde por la mañana sus serpientes —previa188
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
mente rociadas con una solución hipnógena que las adormece durante
unas horas— en una pequeña excavación del terreno. La cubre con una
tabla perforada y disimula la superficie con barro y piedras. Cuando va
a celebrar la sesión tiene buen cuidado de colocar la cesta coincidiendo
su orificio central con la señal que marca en el terreno la posición del
orificio excavado. Disimuladamente abre con el dedo la perforación de
la tabla (obturada con un poco de barro húmedo); las serpientes pueden
salir entonces a las órdenes acústicas del amo, e integrarse después a la
madriguera artificial, dejando en el espectador no avisado la sensación
de que han aparecido mágicamente en el cesto vacío.
Otros poderes de los faquires, yoguis y lamas tibetanos se dice que
les facultan para flotar en el aire, como si fuese lo más natural de mundo, en insolente desafío a la ley de la gravedad. Durante mucho tiempo
corrieron en Occidente rumores acerca de las asombrosas posibilidades
de levitación de los ascetas orientales. No obstante, fue en 1936 cuando
P. T. Plunkett tomó unas fotografías, publicadas más tarde en el Illustrated London News, donde se aprecia la levitación del yogui Subbayah
Pullawar, realizada en el sur de la India. Eran las doce y media de la mañana y Pullawar, ante 150 espectadores además de Plunkett, levitó a casi
un metro del suelo, permaneciendo rígido y en posición horizontal los
cuatro minutos que duró la demostración, sin más apoyo que un bastón envuelto en tela —examinado antes por Plunkett— y usado, según
el yogui, para equilibrar el cuerpo. Al finalizar el acto, Pullawar descendio lentamente sin abandonar la posición horizontal, y necesitó varios
minutos de masajes y duchas frías hasta que sus miembros perdieron la
increíble rigidez a la que estaban sometidos. Plunkett se mostró convencido de que no existían trucos en esta clase de exhibiciones, a pesar de
que no poseía cualificación alguna para detectar las estratagemas, a veces harto complicadas, que los ilusionistas pueden aplicar con sobrado éxito. Los fenómenos de levitación experimentados por los eremitas
hindúes o chinos no han sido objeto de tan concienzudos estudios como
los casos de las cuerdas mágicas o los encantamientos de serpientes. Por
esto no es posible pronunciarse con rotundidad sobre ellos, aunque, a
la vista de otros sucesos acaecidos de forma semejante, se abre paso la
duda de que se trate de otra modalidad, eso sí, todo lo ingeniosa que se
quiera, de picaresca oriental3.
189
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Prodigios en Occidente
Los casos de levitación no se circunscriben exclusivamente, ni mucho
menos, al continente asiático. Todo lo contrario; en Occidente contamos
con eventos similares supuestamente acreditados por lo menos desde el
milagro de Cristo caminando sobre las aguas. Muestras notables de poderes para burlar la gravedad fueron ofrecidas por santos y ascetas cristianos como Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola y San José de
Copertino. Este último organizaba tales escándalos durante sus muy frecuentes e incontroladas levitaciones que fue encarecidamente requerido
a que cumpliese sus devociones en privado.
Ahora bien, el más extraordinario y conocido de los dotados capaces de volar sin más equipo que sus propias ropas resultó ser sin duda
Daniel Douglas Home, prestigioso médium anglo-norteamericano del
siglo XIX. No sería exagerado calificar a D. D. Home como el médium
de mayor celebridad en todos los tiempos, ya que su prestigio se extendió por los cuatro confines del mundo y le permitió actuar ante grandes
personalidades de su época, entre ellas el mismísimo emperador Napoleón III. Muchas fueron las maravillas atribuidas a los poderes de Home
—incombustibilidad, alargamiento del cuerpo, materializaciones fantasmales— pero sus demostraciones más celebradas eran las de levitación
y telequinesis.
El episodio de levitación que mayor solidez aportó a la fama de Home
tuvo lugar el 16 de diciembre de 1868 ante tres destacados miembros de
la sociedad londinense, el vizconde Adare, el señor Lindsay y el capitán
Wynne. En aquella ocasión parece ser que dichos caballeros afirmaron
haber contemplado al conocido médium salir flotando por una ventana de la casa y entrar por otra, a unos 24 m de altura sobre la calle. El
hecho, así relatado, resultaría absolutamente avasallador de no ser por
el cúmulo de vaguedades y contradicciones que pesan sobre los testimonios de los testigos. La única declaración registrada de uno de los allí
presentes dice escuetamente: «Home salió por una ventana y entró por
otra», sin añadir más detalles. Unos días antes y ante los mismos testigos, Home había abierto una ventana y se había encaramado en el alfeizar, proporcionando de este modo una especie de boceto de la imagen
que se proponía crear.
Qué fue exactamente lo que vieron los tres testigos nunca lo sabremos. Tal vez Home se valió de la sugestión hipnótica, de un alambre de
volatinero (tensándolo entre los balcones y sujetándolo en los cerrojos
de las persianas que sobresalían de los balcones) o de cualquier otro ele190
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
mento artificial para pasar de una ventana a otra andando o balanceándose. Por si fuera poco, es de destacar que Home, quien comentaba a
menudo no poder controlar sus levitaciones, había estado insistiendo
aquel día en que se iba a producir el efecto que luego presuntamente sucedió. Otro detalle altamente sospechoso se refiere a la petición hecha a
los testigos de que no se moviesen de sus sillas, lejos de la ventana hasta que él volviese. Los tres caballeros presentes cumplieron su palabra y
Home coronó con éxito su exhibición.
A despecho de las dudas razonables que pudiesen suscitar sus levitaciones, las manifestaciones psicocinéticas del médium escocés no eran
menos espectaculares. Los desplazamientos de toda clase de objetos sin
el concurso de medios materiales reconocibles constituyen una lista interminable. Algunos de los reseñados son: movimiento de objetos pesados con contacto pero sin hacer presión sobre ellos; sonidos de percusión
y similares; alteraciones del peso de los objetos; movimiento de objetos
pesados colocados a cierta distancia del médium; levitaciones de mesas
y sillas sin contacto con ninguna persona; levitaciones de personas, etc.
Esta serie de fenómenos fue estudiada por el Dr. William Crookes, distinguido físico y químico, descubridor de los rayos catódicos, de varios
elementos químicos y uno de los presidentes de la Royal Society inglesa.
Crookes admitió la autenticidad de los poderes de Home, mientras que
otros científicos de renombre se mostraron más recelosos. Darwin dijo
que no podía desmentir las afirmaciones de Crookes ni creer en su relato, y Faraday juzgaba que el médium escocés era un vulgar embaucador.
No es del todo cierto, a diferencia de lo asegurado por algunos autores, que Home rehuyese los ambientes de penumbra y las atmósferas de
misterio en sus actuaciones. La verdad es que comenzaba sus sesiones a
la luz y las finalizaba en la oscuridad. Conviene igualmente subrayar que
en ningún caso contó Crookes en sus pruebas con las cautelas necesarias para garantizar la fiabilidad de las mismas. No fueron supervisadas
ni por una variedad de científicos neutrales ni, lo que es más importante, por prestidigitadores expertos, aptos para descubrir algún truco en el
caso de haberlo. De hecho, y aunque jamás se logró sorprender a Home
cometiendo fraude —en buena parte a causa de las precauciones que el
mismo médium tomaba para evitar esta eventualidad— descollantes ilusionistas como Harry Houdini no pasaron de considerar a Home como
un prestidigitador extremadamente hábil.
No deja de ser sintomático que Home se asegurase muy mucho de
que a sus representaciones no asistía ningún perito en ilusionismo. Uno
de los prodigios que mayor asombro produjo en Crookes, el poder de
191
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Home para hacer que un acordeón tocase solo, sujetándolo por el lado
opuesto a las teclas, ha sido blanco de numerosas críticas por parte de
ilusionistas actuales. Lo más probable, dicen éstos, es que usase el auxilio de un cómplice o de una armónica especial que los prestidigitadores
suelen ocultar en la boca al realizar sus trucos. La sencillez de las melodías interpretadas por el acordeón —nunca más de cuatro o cinco notas— tienden a avalar esta hipótesis.
Otros aspectos de los poderes paranormales para actuar sobre la materia no son tan aparatosos como los anteriores, consistiendo tan sólo
en obtener información extrasensorial a partir del contacto con objetos
relacionados con el objetivo de nuestra indagación. Ésta es la labor de
la llamada «psicometría» (término acuñado por Buchanan a mediados
del siglo XIX) y engloba las percepciones extrasensoriales que precisan
de un objeto-testigo para producirse. Los defensores de esta actividad
propugnan la teoría de que los objetos son fuente de radiaciones que
impregnan la materia, dejando en ella su imagen. Así, el dotado únicamente recogería la imagen que perdura en los objetos. Es innecesario
decir que, no sólo no existe ninguna prueba que refrende semejantes
pretensiones, sino que todos nuestros conocimientos físicos sobre la naturaleza de las radiaciones apuntan claramente a la falsedad de tales hipótesis. Si los psicómetras son algo más que hábiles ilusionistas, habrán
de buscar la fundamentación de sus procedimientos en un terreno muy
distinto al de las ondas y las radiaciones.
Estrechamente emparentada con la psicometría se halla la capacidad
para detectar filones minerales o corrientes de agua, con la única ayuda
de una vara de avellano o un hilo con un objeto pesado en su extremo a
modo de péndulo. Se supone que cuando el zahorí pasa cerca del lugar
donde se encuentra lo que busca (sea agua, minerales, objetos perdidos),
la vara vibra o el péndulo gira de forma que el sentido de sus movimientos indica el alejamiento o la aproximación al objetivo. Las interpretaciones dadas por los rabdomantes a este fenómeno se enlazan con
las anteriores teorías psicométricas de las «radiaciones de materia», sin
que el radiestesista sirviese más que de canal para las presuntas energías
causantes del movimiento. Una mirada fría al problema, como la investigación realizada por el químico Chevreul en 1812, arroja otras conclusiones. Chevreul demostró que el péndulo del zahorí sólo gira cuando
es sostenido por el operador, debido a las pequeñas contracciones musculares involuntarias que todo organismo humano experimenta aunque
no sea consciente de ellas. En efecto, cuando el péndulo es sostenido por
un soporte fijo y convenientemente aislado de movimientos exteriores
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
—aunque el operador esté en contacto con el extremo— no se advierte
movimiento alguno. A ello cabe agregar que los zahoríes se desenvuelven mejor en las zonas que les son familiares y con abundancia de acuíferos (en realidad puede encontrarse agua en casi cualquier sitio si se
profundiza lo bastante). Explicaciones alternativas sugieren que los rabdomantes constituyen un caso de hiperestesia, o agudización fuera de lo
común de los sentidos naturales. Estos sujetos poseerían así una sensibilidad especial a los campos magnéticos y eléctricos, u otros parámetros
físicos poco estudiados, lo cual no sería más paranormal que los talentos
de las aves migratorias que vuelan guiándose por el magnetismo terrestre. En todo caso, las pruebas de laboratorio efectuadas con radiestesistas han conducido a fracasos incontestables.
Las tan traídas y llevadas «radiaciones de materia» parecieron haber
sido definitivamente descubiertas por Seyon Kirlian, un ingeniero ruso
que en 1939 obtuvo la primera fotografía de lo que entonces se supuso que era el aura humana. Para tomar una fotografía Kirlian de una
mano, por ejemplo, la colocamos en un poderoso campo eléctrico de alta
frecuencia y la fotografiamos; la fotografía resultante muestra un halo
luminoso en torno a la mano. Estas emanaciones luminosas en forma de
aura o halo son las que se designan como «aura Kirlian». Los miembros
de todas las variantes del ocultismo se apresuraron a utilizar este efecto
como explicación de cuantas doctrinas esotéricas han existido. El aura
Kirlian venía ahora a justificar la radiestesia, la psicometría, el cuerpo
astral, el espiritismo, la PES, y cualquier fenómeno imaginable. Los más
comedidos se limitaron a juzgarla como la manifestación de una fuerza
vital desconocida que variaría con el estado de salud, cordura, sobriedad, facultades paranormales y otra serie de características personales.
Pero, para lamento de místicos impenitentes, el aura Kirlian está
hoy completamente desacreditada y se considera como un efecto curioso aunque trivial. En contra de las aseveraciones de que el aura humana cambia ostensiblemente de acuerdo con el estado físico y mental del
individuo, los experimentos han demostrado que cabe producir toda la
gama posible de auras alterando la separación entre el objeto y el electrodo, la intensidad y frecuencia del campo eléctrico, la humedad del
propio objeto y multitud de otras circunstancias. Si todos estos parámetros permanecen constantes no hay diferencias significativas entre las
auras. Ello nos mueve a pensar, mientras no se pruebe fehacientemente
lo contrario, que el efecto Kirlian es el resultado normal de la descarga
eléctrica entre el objeto, el electrodo y la película fotográfica, conocido
también como efecto corona4.
193
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Psicocinesis
Por lo general, los sucesos paranormales que involucran la acción mentemateria no suelen ser tan discretos como los arriba mencionados. En la
categoría de los que producen toda clase de desmanes y alborotos a su
alrededor, pocos pueden competir en fama con los denominados poltergeist. Este vocablo deriva de los términos alemanes polter («ruido») y
geist («espíritu»), que indican la idea de ruidos y movimientos provocados por espíritus burlones. Actualmente, empero, los estudiosos de la
parapsicología prefieren añadir los fenómenos poltergeist a la cuenta de
las manifestaciones picoquinéticas inconscientes y, por tanto, incontroladas. Ello dio lugar al más rebuscado término de «Psicoquinesis Espontánea Recurrente» (PKER).
Ningún acontecimiento poltergeist ha sido comprobado fehacientemente en nuestros días, salvo uno ocurrido en 1967 en la localidad
bávara de Rosenheim. En esas fechas sucedieron una serie de anomalías en el despacho de un abogado, que incluían desde oscilaciones sin
causa de la corriente y el voltaje en los circuitos eléctricos de la oficina o registros en el contador telefónico cuando nadie llamaba, hasta los
estallidos de bombillas, balanceos de lámparas y cuadros o tubos fluorescentes que se desenroscaban espontáneamente. Estos hechos fueron
certificados como inexplicables por Paul Brunner, gerente de la compañía eléctrica suministradora del despacho, el Dr. Karger (del Instituto
Max Planck), el Dr. Zicha (de la Universidad de Múnich) y el Dr. Hans
Bender (del Instituto de Friburgo).
Finalmente se supuso que el origen de los enigmáticos fenómenos había sido encontrado cuando una empleada llamada Anne-Marie, y que
a la sazón contaba 19 años, confesó que no estaba satisfecha con su trabajo. Cuando Anne-Marie se casó y abandonó su puesto, todos los fenómenos cesaron por completo. Parecía como si el inconsciente de la
muchacha hubiese actuado físicamente, por medios desconocidos, contra un ambiente laboral que le era ingrato. Curiosamente esta circunstancia desmiente la teoría parapsicológica que busca el origen de los
poltergeist en la fuerza psíquica desbocada de adolescentes con problemas emocionales durante la pubertad. Desde luego, de ser esto cierto
algún otro factor hubo de intervenir, pues si todos los empleados reaccionaran habitualmente de este modo contra los entornos profesionales
que les desagradan, la actividad económica de la mayoría de los países
quedaría pronto paralizada.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
El caso Uri Geller
Sin lugar a dudas, la casuística más abundante, y a la vez más descorazonadora, en el campo de la psicoquinesis (PK) la han generado los dotados actuales, cuya popularidad entre el público ha crecido a la par que
su descrédito entre la comunidad científica. La PK no escapó a la atención del incansable Dr. Rhine en Duke, quien afirmó haber hallado pruebas de que a la «energía psi» le era posible, no sólo interactuar entre las
mentes, sino influenciar físicamente la materia. Los fracasos de las investigaciones independientes en repetir las experiencias de Rhine no desanimaron a los entusiastas del nuevo poder psíquico, aunque ni siquiera
el Dr. Soal fue capaz de aportar la menor evidencia en su favor. La cuestión más candente es que si la P. podía alterar la caída de unos dados en
los experimentos de Rhine, ¿cómo es que se mostraba incapaz de desplazar una pestaña sobre una superficie lisa en el vacío, o de hacer girar
una aguja diminuta suspendida magnéticamente para eliminar toda fricción? La verdad lisa y llana es que los especialistas de Duke intentaron
reproducir experimentos de este tipo en la década de 1950, pero a causa
del fracaso de los mismos nada fue dado a conocer.
La absoluta carencia de pruebas experimentales fiables acerca de
la PK no supuso un obstáculo serio para la popularización de individuos con gran talento para la impostura bajo la apariencia de sensitivos telequinéticos. El decano de todos ellos fue el israelí Uri Geller,
quién se dio a conocer en los años 70. Geller se ganaba la vida haciendo trucos de magia en un cabaret nocturno de Israel hasta que conoció
al médico norteamericano Andriha Puharich, ferviente enamorado de
todo lo paranormal. No tardó Geller en convencer a Puharich de que
poseía unos increíbles poderes metapsíquicos que le habían sido concedidos directamente por los superordenadores de Spectra, una nave
extraterrestre en órbita en torno a la Tierra. Puharich no tardó en trasladarse a los EE. UU. con Geller, sabedor de que el interés del gran público norteamericano por la parapsicología era el caldo de cultivo ideal
para difundir las habilidades del joven israelí. Y así ocurrió en efecto.
Con sorprendente rapidez Geller se convirtió en una de las atracciones parapsicológicas más admiradas de los medios de comunicación de
masas, mientras con la misma rapidez fue denunciado como un mero
embaucador por la comunidad de magos profesionales. El talento de
Geller se desvanecía en experimentos debidamente controlados, y todas
sus pretendidas exhibiciones PK han sido duplicadas por expertos en
magia de espectáculo.
195
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Los procedimientos de Geller para doblar llaves y cubiertos, sus manifestaciones más populares, siempre incluyen el trucaje del escamoteo,
por el cual consigue distraer la atención de los presentes el tiempo justo
para que no observen como dobla la llave de alguna forma vulgar (con la
mano, contra una mesa, silla o quicio de una puerta, etc.). Excusándose
en su condición de sensitivo encuentra un pretexto perfecto para disculparse si el truco no funciona como es debido. En ese caso, Geller declarará compungido que las «malas vibraciones» de algún escéptico han
bloqueado sus poderes. Mientras tanto, a los simpatizantes del joven judío no se les pasará por la cabeza ni por un momento que tan sólo se trata de una disculpa ante la imposibilidad de perpetrar la burda impostura.
Habiendo logrado el ambiente propicio para el fraude, Geller no tiene escrúpulos en hacer creer a su público que las llaves y cubiertos permanecen intactos cuando en realidad ya han sido doblados. Una mezcla
de sugestión por parte de los espectadores y de pericia prestidigitadora
por parte de Geller proporcionan el resultado deseado: una consistente ilusión de que el público está viendo auténticamente cómo se dobla
el objeto. Lo único cierto es que han sido inducidos a creer que «veían»
la flexión del cubierto por medio de la sugestiva palabrería de Geller, su
destreza en los juegos de manos y el propio deseo de los espectadores de
asistir a un hecho prodigioso, lo que aumenta todavía si cabe su propensión a aceptar el embuste.
El abanico de añagazas y estratagemas usadas por Geller y los de su
misma escuela se extiende también a la aparente facultad de perturbar
dispositivos como contadores Geiger y brújulas. En el primer caso, Geller montó una pantomima en el Birkbeck College de Londres, el 21 de
junio de 1974, ante un distinguido grupo de físicos, tan cualificados en
sus respectivas materias como supinos ignorantes en cualquier técnica
de magia profesional. Aquel día, Geller fingió provocar una descarga
en el tubo del contador Geiger gracias a su PK, cuando lo que en verdad hizo fue activarlo, mientras simulaba un estado de tensión extática,
aproximándolo a una cierta cantidad de inofensivo material radiactivo
oculta en alguna parte de su cuerpo (el dial de un reloj luminoso es una
fuente de rayos beta suficientemente buena para producir una respuesta Geiger). Análogamente ocurre con la acción sobre la aguja de las brújulas. Un pequeño pero potente imán (existen imanes finos, flexibles y
muy potentes que se pueden disimular con gran facilidad) se oculta en
la punta del zapato, en la rodilla bajo el pantalón, en el cuello de la camisa o incluso en la boca. Nadie guardó jamás la cautela necesaria para
descartar dichos engaños.
196
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Las torsiones de objetos efectuadas por Geller no se limitaban a llaves
y cubiertos, sino que supuestamente alcanzaban asimismo a perturbar
aleaciones metálicas como el nitinol (aleación de níquel y titanio). Ningún científico neutral asistió a la prueba, se permitió a Geller manipular
las muestras de nitinol bajo la «atenta» mirada de uno de los organizadores (e incluso llevárselas a casa, según se supo después), y las deformaciones producidas no pasaron de ser vulgares dobleces fáciles de realizar
por los mismos sistemas que las llaves. Para mayor descaro se consintió
que el amigo y ayudante de Geller, Shipi Strang, merodease por los alrededores sin control alguno. El tal Shipi Strang colaboraba como compinche oculto entre el público en las actuaciones mágicas de Geller en Israel
y, al parecer, continuó desempeñando la misma función cuando ambos
viajaron a Norteamérica de la mano de Puharich.
Los alardes de ilusionismo llevados a cabo por Geller bajo la apariencia de fenómenos PK impresionaron favorablemente a un pequeño
número de hombres de ciencia, que se vieron traicionados por su incapacidad para descubrir los manejos del escamoteo, por una arrogante renuencia a reconocer la posibilidad de haber sido engañados y por
un falso sentido de la responsabilidad que les hacía sentirse obligados a
asumir hechos pretendidamente comprobados. Uno de estos científicos
fue el profesor John Taylor, del Kings College de Londres, quien, conmocionado por los doblamientos gellerianos de objetos, se lanzó al estudio de niños con supuestas habilidades del mismo tipo. Los controles
de estos experimentos fueron tremendamente inadecuados, y Taylor se
cubrió definitivamente de ridículo cuando se supo, gracias a filmaciones
a través de espejos unidireccionales (que reflejan por delante pero son
transparentes por detrás, y así un sujeto puede ser observado sin percatarse de ello), que los niños doblaban manualmente las varillas cuando creían que nadie les veía. Taylor estaba persuadido hasta entonces
de que la ausencia de resultados cada vez que los niños eran sometidos
a observación se debía a un típico «efecto de timidez», según el cual el
nerviosismo de saberse observados aminoraba su poder PK No sabemos
si Taylor llamaría del mismo modo al bochorno que debió sentir al presentarse de nuevo ante sus colegas.
Psicocinesis y curaciones psíquicas
La Unión Soviética, al igual que con la PES, no se despegó de Occidente en la carrera por ver quiénes presentaban mejores poderes telequi197
FRONTERAS DE LA REALIDAD
néticos; o dicho de otra manera, quiénes contaban con farsantes más
refinados. Nina Kulagina (cuyo verdadero nombre era Nelia Mikhailova), condenada a cuatro años de cárcel por actividades de mercado
negro, eludió la prisión por intercesión de un conocido parapsicólogo
soviético, Leonid Vasiliev, a quien convenció de sus capacidades PK.
Poco después fue descubierta usando imanes e hilos finísimos para mover y levitar objetos. Antes de esto ya había sido sorprendida cometiendo fraude en una prueba de lectura dactilar con los ojos tapados. Y otro
tanto ocurrió con Rosa Kuleshova, rival de Kulagina en la competición
por el engaño más elaborado, la cual acabó sus días trabajando en un
circo tras ser desenmascarada por científicos soviéticos.
Sin embargo, uno de los casos más cómicos, por estrafalario, de farsa
paranormal lo protagonizó en los años 60 el botones neoyorkino Ted Serios. Este hombre alcanzó la fama anunciando su facultad para proyectar pensamientos sobre una película Polaroid, de tal modo y manera que
la película quedaba impresa con la imagen que Serios ponía en su mente.
Su popularidad se mantuvo en alza, apoyada por parapsicólogos como
Scott Rogo y Jules Eisenbud, hasta que tres magos aficionados a la fotografía descubrieron en la exposición Popular Photography de 1967
el truco utilizado. El artilugio empleado por Serios, llamado «gismo» y
justificado por su usuario en la necesidad de enfocar su poder psíquico,
era un minúsculo cilindro en el que se colocaba una transparencia positiva de la imagen a reproducir en un extremo y una lente en el otro. La
luz reflejada por la cara y la camisa de Serios es suficiente para plasmar
las supuestas fotografías psíquicas, y una hábil manipulación previa impide que los crédulos parapsicólogos que actúan de testigos descubran
el montaje.
Un área mucho más controvertida y peligrosa es la que delimitan
quienes amparándose en sus poderes metapsíquicos se aventuran al intento de curar males diagnosticados como irremediables por la medicina
convencional. Los curanderos y sanadores psíquicos configuran un conjunto de individuos tremendamente dispares cuyo único punto en común es la general pretensión de poder curar gracias a fuerzas astrales o
energías desconocidas. A ellos se acogen los desdichados que, atenazados por la desesperación, buscan a toda costa un asidero para su última
esperanza. De esta manera, los «médicos psiónicos» se convierten a menudo en viles mercaderes de las postreras angustias e ilusiones humanas,
ahogando sus escrúpulos en el aumento de sus ingresos. Es lamentable
que tal aumento ocurra a expensas de los inocentes desahuciados que se
entregaron un día a quienes sólo tenían alma de embaucadores y manos
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de matarifes. Y el hecho de que algunos de estos sanadores actúen de
buena fe no disminuye la turbidez de la cuestión.
La conocida influencia psicosomática del estado de ánimo sobre el
organismo posibilita que en ocasiones la sugestión hipnótica, la creencia ferviente en la curación, o incluso el efecto placebo, estimulen las defensas naturales contra la enfermedad y aceleren la mejoría. El agua de
Lourdes puede incitar a un creyente a sobreponerse a sus males, y la autosugestión puede hacer desaparecer verrugas (infecciones víricas benignas), pero evidentemente la sugestión no cura una perforación gástrica
ni extirpa una apendicitis. Los curanderos paranormales de Filipinas y
Suramérica atrajeron la atención del mundo merced a su supuesta capacidad para realizar operaciones de cirugía mayor con las manos desnudas, ayudados, eso sí, por la fuerza psíquica o los seres astrales de turno.
Estos sanadores hunden sus dedos en el cuerpo del paciente y extraen
trozos de carne que ellos identifican con tumores, quistes o tejidos indeseables. Pero los médicos que examinan después a esos pacientes no
detectan la ausencia de ningún órgano ni signos inequívocos de cirugía
alguna (ambulatoria o no). Los trozos presuntamente extirpados siempre demuestran ser de origen animal y así los curanderos demuestran,
a su vez, ser farsantes que se ganan la vida con la habilidad de sus manos y la credulidad, alimentada por la desesperanza, propia de los enfermos sin salida.
Algunos de estos sanadores pueden lograr un predicamento envidiable durante sus años de ejercicio. Un ejemplo prototípico de ello lo
hallamos en el campesino brasileño José Pedro de Freitas, más conocido como Ze Arigo («paisano jovial»). Este hombre, habitante de la aldea montañesa de Congonhas do Campo, al norte de Rio de Janeiro,
practicó el curanderismo durante veinte años, tratando una media de
trescientos pacientes diarios, bajo los auspicios del espíritu del médico alemán Adolphus Fritz, fallecido en 1918. Arigo repetía una rutina
de actuación que se ha hecho clásica en estos casos. Diagnosticaba con
sólo mirar al paciente, prescribía extrañas recetas (sin tener otros conocimientos que los de la escuela más elemental), operaba con cuchillos
oxidados, sin asepsia, ni anestesia, ni dolor, ni fuertes hemorragias. Si a
veces aparecía una pequeña hemorragia, Arigo la detenía con una seca
orden verbal y todas las heridas cicatrizaban totalmente en cuestión de
horas. Este prodigioso curandero brasileño fue condenado en tres ocasiones por prácticas ilegales de medicina, aunque en una de ellas se vio
indultado por el presidente Kubitschek. Arigo murió en 1971 en un accidente de tráfico.
199
FRONTERAS DE LA REALIDAD
A cuantos defendían que los poderes de Arigo eran genuinos no parecían faltarles evidencias. El juez Filippe Immesi acompañado de un
fiscal, del Dr. Ary Lex (cirujano especialista del aparato digestivo y profesor de la Clínica Universitaria de la Universidad de Sao Paulo), y del
Dr. Mauro Godoy (director del Hospital de Congonhas do Campo), declararon haber asistido a las operaciones de Arigo y certificaron su autenticidad. El Dr. José Hortencia de Madeiros, radiólogo del Instituto
Estatal de Cardiología, fue testigo de la curación de una enferma terminal de cáncer, después de que tomase los medicamentos recetados por
Arigo, hasta el punto de que se le pudo deshacer la colostomía practicada con anterioridad.
La argumentación de los escépticos tampoco es baladí. En primer lugar, acusaron a Arigo de que, contra lo generalmente presumido, sí cobraba por sus servicios, dado que al morir era un hombre acaudalado y
dueño de extensas propiedades. Además, su hermano poseía la farmacia
en la que se expendían sus rectas y el hotel del pueblo, donde se alojaban
los pacientes ricos venidos del exterior. Incluso algunos fármacos anticuados y caros se seguían vendiendo sólo porque él los recetaba.
Por su parte, el parapsicólogo Oscar González Quevedo efectuó interesantes críticas a la labor terapéutica de Arigo. A decir de este investigador, la tan difundida extracción de un tumor que Arigo llevó a cabo en el
brazo de Andriha Puharich resultó ser falsa. González Quevedo denunció públicamente el trucaje por Jorge Rizzini y Herculano Pires de una
película sobre la intervención de Arigo en el brazo de Puharich, emitida por la televisión brasileña. En la filmación original se podía apreciar
que el brazo no era cortado realmente, que el tumor no podía ser auténtico y que la cicatriz no era más que un burdo dibujo pintado en la piel.
Lo único que allí tuvo lugar fue una sencilla operación de cirugía menor
practicada por Arigo para extraer un quiste sebáceo del brazo de Puharich. La técnica de extracción de lipotomas, pterigios y quistes sebáceos
conformó el armazón principal del teatro mágico que Arigo montó alrededor de sus operaciones psíquicas, en opinión de sus detractores. Un
lipotoma o quiste sebáceo sale al ser comprimido sin más sangre que la
provocada por una pequeña incisión de 1 cm de longitud. Una operación simple que, con anestésicos, desinfectantes y demás preparativos,
no hubiese durado más de quince minutos.
Para mayor polémica, González Quevedo desafió a Arigo a que realizara ante él una operación de apendicitis, o incluso más sencilla, apostando para ello diez millones de cruceiros de la época, sin que el famoso
curandero aceptase el reto. Los testimonios del médico espiritista Cicero
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Valerio o los del ya conocido Puharich son de una fiabilidad escasa, por
no decir absolutamente nula. A pesar de lo declarado por los doctores
arriba citados, las operaciones de Arigo jamás fueron verificadas por una
comisión de expertos imparciales, no se confirmó que los tumores extraídos fuesen verdaderos, ni se realizó seguimiento alguno de los pacientes
(evolución clínica, cicatrización, etc.), ni se les sometió a un diagnóstico
previo antes de que acudiesen a él. Es una lástima que la repentina muerte de Arigo destruyese toda posibilidad de investigación fidedigna de una
leyenda que permanecerá para siempre bajo el signo de la duda.
Manos portentosas
No todos los sanadores psíquicos se dedican a actividades tan cruentas
como las arriba descritas. Entre los más inofensivos cabe destacar al grupo de los curanderos que obran sus milagros por imposición de manos.
El método es bien conocido: se colocan las manos sobre la zona afectada —ya sea en contacto con la piel o directamente encima— y se permite que la «energía psi» fluya desde las manos del dotado hasta el cuerpo
del enfermo, donde restablecerá el equilibrio fisiológico perdido. Las
claves de la discusión se centran en determinar si de verdad se dan curaciones gracias a este curioso sistema, y, de haberlas, qué es exactamente
lo que las produce.
La imposición de manos es una práctica nada infrecuente a través de
la historia de la milagrería. Era considerada como un privilegio divino
de los reyes ingleses y franceses desde la Edad Media hasta el siglo XVIII,
aunque ya un siglo antes los británicos discutían este poder real. Se dice
que Guillermo III de Orange (1605-1702) murmuró a uno de los enfermos mientras le imponía sus manos: «Que el Señor te conceda mejor salud y sobre todo más sentido común». Hoy en día se conviene en que la
eficacia que pudiese tener este rito se explicaría por la sugestión de los
afectados. La majestad del rey, casi sagrada para los enfermos sencillos e
ignorantes, el marco de abrumadora solemnidad en el que se desarrollaban estas ceremonias —siempre en el interior de un templo o palacio—,
el lujo e indescriptible boato que las rodeaba, habían de surtir su efecto
no sólo sobre enfermedades psicosomáticas, sino también en otras puramente somáticas como la tuberculosis, aunque, claro está, en una proporción reducidísima. Se supone, por analogía, que no serían otros los
mecanismos subyacentes a la mayoría de las curaciones actuales por imposición de manos.
201
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Sin embargo, parecía existir cierta evidencia de que no todos los casos podrían explicarse de esta forma. La muestra mejor documentada
de esto se tiene en las facultades parapsíquicas del húngaro afincado en
Montreal Oscar Estebany. Este sanador fue puesto a prueba por varios
investigadores anglosajones con unos resultados francamente inquietantes. En 1961 el Dr. Bernard Grad, bioquímico de la Universidad McGill
(Montreal), produjo una misma herida cutánea a un conjunto de ratones
a los que luego dividió en tres grupos. El primero era sostenido por Estebany durante quince minutos al día, el segundo recibía artificialmente
un calor equivalente al de las manos del curandero húngaro y el tercero quedaba como control, sin tratamiento específico alguno. A las dos
semanas, Grad constató que las heridas del primer grupo se habían reducido en más de la mitad en comparación con las otras dos. Desafortunadamente, nadie realizó un control riguroso y exhaustivo de estas
pruebas de manera que pudiesen considerarse científicamente válidas.
Enterada de estos y otros experimentos en los que Estebany provocaba un significativo aumento de la cantidad de hemoglobina y de contenido de oxígeno en las células rojas de la sangre de un grupo de 16
pacientes, la Dra. Justa Smith, bioquímica y directora de investigaciones
del Instituto de Dimensiones Humanas del Rosary Hill College de Búffalo (Nueva York), se decidió a emprender sus propias investigaciones. La
Dra. Smith razonó que si las manos de Estebany ejercían alguna influencia medible sobre los organismos de los enfermos, ésta debería producirse sobre las enzimas, compuestos proteínicos que aceleran las reacciones
bioquímicas en los seres vivos. Para comprobarlo tomó la enzima tripsina, la dañó irradiándola con luz UV y pidió a Estebany que extendiese
sus manos en los costados del recipiente. Cada 15 minutos se extraían
muestras que eran analizadas mediante un espectrofotómetro.
Si en anteriores experiencias la Dra. Smith había verificado la capacidad del húngaro para acelerar reacciones enzimáticas en células sanas,
ahora descubrió que aquel hombre parecía tener la capacidad de restaurar la estructura de enzimas deterioradas. Sucesivos ensayos con otros
enzimas y otros sanadores confirmaron la validez de estos resultados.
En ningún caso los individuos consultados conocían la clase de enzima
usada ni las transformaciones necesarias para hacer óptimo su funcionamiento. Debido a este cúmulo de circunstancias, la Dra. Smith encabezó
su informe oficial con el título: La curación psíquica, un mito incorporado a la ciencia. Semejantes conclusiones fueron las expuestas por Dolores Krieger en un artículo publicado en la revista The American Journal
of Nursing (vol. 75, nº 5, mayo de 1975, pp. 784-787).
202
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Cualquiera que fuese la naturaleza de tan asombrosos poderes, ni la
Dra. Smith ni ninguno de los demás investigadores lograron aclarar sus
causas o su mecanismo. Postular una indefinible e indetectable «energía
cósmica» y asociarla con conceptos tan cronológica y culturalmente dispares como el chi o ki (la energía interna de los antiguos monjes chinos y
japoneses), el prana (fluido vital de la antigua religión hindú que se absorbe con la respiración), los chakras (centros etéreos del cuerpo humano donde se condensa el prana), el áura Kirlian o los cuerpos astrales no
hace sino aumentar la confusión y desprestigiar las investigaciones emprendidas con seriedad. Lo único que parece comprobado hasta ahora
es que el efecto de las manos de Estebany sobre la tripsina era análogo
al observado en otros tubos de control sometidos a un campo magnético
de 13.000 gauss (el campo magnético terrestre es de 0,5 gauss). Huelga
decir que ninguna prueba realizada determinó la emisión a través de las
manos del curandero húngaro de campo magnético alguno o de cualquier otra fuerza mensurable por los medios técnicos conocidos.
Otros presuntos poseedores de poderes supranormales, empero, no
se vieron tan agraciados por las indagaciones experimentales. El francés Jean-Pierre Girard desarrolló una carrera paralela a la de Uri Geller.
Como éste, Girard comenzó siendo un prestidigitador especializado en
ilusiones ópticas y, como Geller, acabó convertido en un consumado
embustero, burlador de cándidos científicos y parapsicólogos. El mago
americano James Randi, apodado «el increíble Randi», no tuvo dificultades en discernir los trucos de Girard al visionar una filmación de sus
pretendidas proezas. Y en una serie de pruebas con controles propuestos
por Randi, Girard no fue capaz de doblar ni una sola llave.
Exactamente lo mismo ocurrió con la habilidad PK de la norteamericana Felicia Parise, para quien se suponía sencillo conseguir que corchos, trozos de papel de aluminio y botellas se desplazasen y rodaran
sobre la mesa sin tocarlos. Charles Honorton, parapsicólogo del Maimónides Medical Centre, la apadrinó afirmando haberla sometido a rigurosos controles con resultados igualmente positivos. La verdad es que
Honorton no contó con el asesoramiento de ningún ilusionista experto,
y Randi, nada más ver una filmación de las pruebas, no dudó en identificar el mecanismo productor de tal impresión. Se trataba de un hilo fino
y casi invisible de nailon; el hilo se tensaba al presionar contra el objeto
produciendo su desplazamiento hacia adelante de manera espasmódica,
justo como parecía en la película de Parise. En 1976 Randi perfeccionó
el método y ofreció una demostración en un programa de la BBC con un
hilo más fuerte y una pesada botella de vino.
203
FRONTERAS DE LA REALIDAD
En una pretendida línea de superior distinción científica, el físico
Helmut Schmidt construyó un generador aleatorio de números basado
en la desintegración radiactiva del isótopo Sr-90. Con este artefacto se
embarcó en una secuencia de experimentos sobre PES, PK y, más difícil
todavía, PK retroactiva (PK que trataba de afectar sucesos ya ocurridos).
Según Schmidt, los resultados fueron magníficos y desafiaban cualquier
crítica. De eso no estaban tan seguros los escépticos, como el Dr. Hansel,
cuando señalaban que Schmidt se negó siempre a facilitar sus hojas de
datos para la discusión pública. Una actitud harto sospechosa por parte
de quien se enorgullece de la imbatibilidad de sus experimentos.
Quizás uno de los datos más reveladores de la fenomenólogía parapsíquica se pondrá de manifiesto si pensamos que el mago Randi, miembro del CSICOP (Comité para la Investigación de Supuestos Hechos
Paranormales), ofreció una recompensa de diez mil dólares a quien le
demostrase bajo condiciones de estricto control la existencia de poderes
parapsíquicos. Hasta la fecha, el premio permanece sin entregar.
204
11
BUSCANDO UNA EXPLICACIÓN
E
l contacto con el mundo de lo paranormal suele generar dos actitudes bien diferenciadas: o bien se rechaza de plano la totalidad de
la parapsicología, o bien se acepta con fervor su autenticidad y se divaga sobre el enriquecimiento espiritual que los fenómenos psi supondrán
para el ser humano. Asimismo es posible que en una misma persona se
den sucesivamente ambas posturas, como ocurrió en el caso del profesor
John Taylor, quien pasó de defender una explicación electromagnética
para la telequinesis a convertirse en un acérrimo detractor de la parapsicología al verse burlado por los sujetos de su experimentación. La
posición intermedia, una indagación exhaustiva y sin prejuicios, es comparativamente muy escasa y cuando acontece acostumbra a darse sin las
debidas garantías de rigor y veracidad. Ello ocurre, no por la voluntad
fraudulenta de los investigadores, sino por el apego a unos procedimientos que, siendo necesarios y fecundos en otros ámbitos, en éstos devienen en un lastre entorpecedor.
Los hábitos que actúan como rémoras para los parapsicólogos y científicos que se aventuran a bucear en estas materias se resumen en la confianza de que esta clase de investigaciones puede ser tan limpia y directa
como lo es en otros campos de la ciencia ortodoxa. La costumbre de enfrentarse a los fenómenos en la convicción de que la naturaleza no usa
de trucos sucios es fruto de la tradición cultural de la comunidad científica. Y este hábito es el que ha sido adoptado por todos los profesionales
en sus investigaciones; los parapsicólogos, debido a una admiración más
o menos inconfesada por el método científico, y los científicos, porque
forma parte de su psicología en lo tocante a la exploración de la naturaleza. Lo penoso es que este único punto de acuerdo tácito es justamente
donde en general todos se equivocan.
El arte del ilusionismo nació en el momento en que algunos hombres
hábiles advirtieron que podían ejecutar falsas maravillas sin que los demás se apercibiesen de cómo lo hacían. La atracción del ser humano por
lo maravilloso espoleó a estos «magos» a refinar y perfeccionar sus tru205
FRONTERAS DE LA REALIDAD
cos a lo largo de la Historia. La diferencia entre los magos de antaño y
los actuales estriba en que ahora ninguno de ellos declara poseer poderes especiales. Esto no impide que los aficionados disfruten con los espectáculos de magia que los profesionales ofrecen a su público, pues si
en general rechazamos el milagro, aceptamos gustosos sus apariencias.
Los espectadores se deleitan tanto por la magnificencia de los trucos
como por la destreza del mago al realizarlos, pero también saben perfectamente que todo es pura ficción. El problema surge cuando algunos de
estos hombres y mujeres hábiles, amparándose en el auge de lo paranormal, intentan hacernos creer que sus poderes son genuinos. Entonces, en
el instante en el que alguien afirma tener capacidad para violar las leyes naturales, es cuando intervienen aquellos que investigan profesionalmente dichas leyes con el ánimo de descubrir la verdad.
Pero —y éste es el punto crucial— los más aptos para examinar a los
presuntos dotados son otros magos, expertos conocedores del sutil arte
del escamoteo y del engaño, no quienes se dedican a escudriñar científicamente un mundo natural que no entiende de fraudes ni bellaquerías.
Los científicos menos precavidos, cegados por un exceso de confianza
en su titulación superior (la cual no les capacita, evidentemente, para
desenmascarar a los buenos prestidigitadores) y por una comprensión
errónea de cómo se debe aplicar el método científico, se ven empujados
a caer en las redes del embuste. Ésta es la explicación de que respetables
y respetados hombres de ciencia hayan sido persuadidos por farsantes
como Geller, Swann, Serios, Girard y una larga lista de personajes cuyo
único mérito especial es el de saber mentir con desenvoltura.
Un principio psicológico esencial del ilusionismo que es compartido por los dotados charlatanes en sus pantomimas públicas es el de que
todo individuo lleva en su mente el esquema de los gestos humanos habituales. Resulta de ello que acaba mentalmente movimientos que en
realidad no terminan. Los trucos deben realizarse con total naturalidad,
lo que permite insertar fácil y subrepticiamente la manipulación deseada en una serie de movimientos regulares. El poder verbal del ilusionista
—o dotado psiónico— es también importante en vistas a lograr la credulidad del público, desviar la atención de los espectadores y provocar
el momento de distracción necesario para llevar a cabo la manipulación
pertinente (argucias muy utilizadas por Uri Geller).
A veces el ilusionista asocia sensaciones que no guardan entre sí relación de causalidad alguna. Esta estafa a la percepción se halla en la
base de lo que los testigos creen ver cuando afirman haber contemplado
cómo un objeto se dobla sin tocarlo, levita o desaparece. Concretamen206
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
te, la experiencia del «silbato espiritista» fue muy usada por los médiums decimonónicos y desenmascarada por ilusionistas como el gran
Houdini. Este truco se escenifica mediante un silbato corriente suspendido de una cuerdecita fijada en el extremo de un palo asido por el médium. Con gran sorpresa de todos, el silbato toca por sí sólo y responde
a las preguntas del público por medio de un código convenido de pitidos. La explicación es que el silbato que se oye no es el que se ve, sino
otro que el ilusionista lleva oculto entre sus ropas y que acciona gracias
a una pera de goma. El número de casos similares podría alargarse casi
sin fin.
Siendo esto así, es lógico plantearse la pregunta: ¿debemos desdeñar
la fenomenología parapsicológica en bloque calificándola de burda patraña? La respuesta no es excesivamente alentadora. Si desbrozamos la
casuística paranormal de toda la hiedra que la envuelve, restan tan sólo
un número escasísimo de hechos dignos de alguna consideración. La
PES presenta los experimentos electroencefalográficos rusos de Kamenski-Nikoláiev y los pletismográficos de Dean como máximos exponentes
de su respetabilidad. Por su parte, los defensores de la PK aducen los estudios sobre el curandero Estebany como muestra de la realidad del fenómeno. Estos sucesos, aun con toda clase de reservas, constituyen un
material demasiado reducido para levantar una teoría mínimamente sólida. Incluso si tales hechos de comprobasen de una forma irrebatible,
su minúsculo número supondría una dificultad añadida a la tarea de
los investigadores. Cualquiera que sea el caso, nada nos prohíbe inquirir hasta qué punto estos poderes psíquicos entran dentro de lo posible,
siempre a la luz de nuestros conocimientos actuales. Cabe alegar con razón que las limitaciones de lo que ahora sabemos, comparado con lo que
se conocerá en el futuro, puede impedirnos vislumbrar el sendero de la
solución. Sin duda esto es cierto, pero al menos nuestro intento nos servirá de excelente gimnasia mental y nos ayudará a reconocer la falsedad
de las alternativas demostrablemente equivocadas, aclarando el panorama de cuanto nos es dado conocer en el presente.
Especulaciones y conjeturas
Las primeras hipótesis al respecto resultaron sumamente vagas y muy
poco prácticas. Rhine hablaba de una «fuerza Psi», como una facultad
inmaterial poseída de manera latente por todos los seres humanos y desarrollada por algunos dotados excepcionales. Este pionero de la parap207
FRONTERAS DE LA REALIDAD
sicología llegó a sugerir que el factor psi podría ser el vínculo entre la
mente y el cerebro (resolviendo de un plumazo un secular quebradero
de cabeza de científicos y filósofos) y que sus manifestaciones eran mucho más frecuentes en los estadios primitivos del hombre, atrofiándose después.
Igual de inconcreta es la teoría del «yo subliminal» de Myers. Ésta
postula la existencia de un estado superior de conciencia —similar al éxtasis de iluminados y místicos— capaz ya sea de superar las barreras del
espacio y del tiempo, ya sea de fundirse en una especie de supermente
global en la que se subsumirían todas las mentes individuales y para la
cual nada sería incognoscible. En esta línea se revelan quienes apuestan
por la explicación espiritualista, que todo lo imputa a un alma inmaterial no sujeta a ley física alguna, y con posibilidad de proyectarse en
otras épocas y lugares o leer mentes ajenas.
La explicación, por llamarle de alguna manera, de los metapsiquistas se encuentra claramente ligada al espiritismo clásico. Sus partidarios creen firmemente en una energía especial, llamada por ellos telergía,
que era expedida por el médium y podía solidificarse (ectoplasma), siendo así responsable de fenómenos como la psicoquinesis, levitaciones y
otros. Una energía igualmente indeterminada, mas ya sin resonancias
fantasmales, es la que defienden la mayoría de los parapsicólogos rusos
con su teoría del bioplasma. Éste sería un aspecto energético desconocido pero patrimonio de todos los seres vivos y detectable a través de la
cámara Kirlian.
El último bloque de hipótesis trata de conectar la explicación de los
sucesos parapsicológicos con las extrañas características de la moderna
física cuántico-relativista. Los simpatizantes de esta solución han alumbrado conjeturas que dejarían en mantillas al más febril de los escritores
de ciencia-ficción. Desde la existencia de «psiones» (o «psitrones»), partículas de masa imaginaria y velocidad hiperlumínica, rayos cósmicos,
protones, positrones, taquiones o gravitones, hasta nuevos modelos del
universo y de la realidad, todo lo imaginable ha sido barajado sin dejarse amilanar por lo alucinante de la propuesta.
Uno de los más emblemáticos representantes de este grupo es el físico Jack Sarfatti, quien declara haber vivido experiencias subliminales de
comunicación con otros modos de conciencia y haber recibido mensajes,
artículos científicos inclusive, por medio de la escritura automática. Este
estudioso de la parafísica (así se llama al intento infructuoso de explicar
los psi-fenómenos en virtud de alguna modificación de la física convencional) ha dado a luz una elaborada teoría en la que mezcla elementos
208
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de misticismo, física subatómica y elucubraciones personales. Analizaremos brevemente sus ideas tomándolas como ejemplo representativo del
grupo al que pertenecen.
Sarfatti se apoya en las teorías del físico David Bohm, cuya intención
es escapar a las paradojas de la mecánica cuántica. Los experimentos del
físico francés Aspect consagraron la «no-separabilidad» cuántica; esto
es, que el estado de una partícula subatómica determina de algún modo
el estado de otra partícula correlacionada con la primera, no importa
la distancia que las separe. Bohm, deseando explicar esta perplejidad,
propone que la estructura del espacio-tiempo se compone de una escala infinita de niveles de complejidad, como una cebolla con infinidad de
capas. En cada nivel encontramos paradojas y contradicciones aparentes que sólo se explican adecuadamente cuando nos sumergimos en el
nivel siguiente, que presenta a su vez sus propias paradojas. La mecánica cuántica sería, pues, el primer peldaño en una interminable escalera
descendente de niveles de estructura; algo semejante a una serie infinita
de cajas chinas o muñecas rusas, cada una de ellas encerrada dentro de
la que le precede.
Sarfatti interviene en este punto para aseverar que por debajo del infinito número de niveles subcuántico se encuentra la Conciencia o la
Mente, con mayúsculas. Como muestra de su hipótesis, tenemos la respuesta de Sarfatti a la causalidad y la no-separabilidad cuántica, relatada por M. Gardner:
Consideremos al mundo como un inmenso e intrincado espectáculo
de títeres. Todo lleva sujeta una «cuerda», y todas las cuerdas son manejadas por el Gran Titiritero. Parece como si el títere A arrojase una
partícula al títere B, pero es una ilusión. El Titiritero mueve el brazo
de A, luego lleva la partícula hasta B y mueve el brazo de B para que la
coja. Independientemente del grado de azar y falta de causalidad que
parezcan tener los acontecimientos a nivel microscópico, la causalidad
queda reestablecida postulando la existencia del Gran Titiritero. Jung
llama a esto «sincronicidad». Leibniz lo llamó «armonía preestablecida». Comoquiera que llamemos al Titiritero —Dios, Ser, Tao, Brahmán, o el Absoluto— sus cuerdas infinitas proporcionan la conexión
que permite la transferencia de información a velocidades instantáneas
a través del espacio y del tiempo.
Nadie debe pensar que dicha transferencia viola el dictado de la relatividad, que dice que las señales no pueden ir más deprisa que la luz.
No existen las señales instantáneas en el sentido de que la energía se
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
transfiera. Nada «se mueve». El tiempo «no pasa». Es lo que Sarfatti
llama «transferencia superlumínica instantánea» de información mediante «conexión hiperdinámica». En nuestra metáfora, un títere tira
de una cuerda aquí y el Gran Titiritero tira instantáneamente de otra
cuerda allí.
De este modo, Sarfatti y sus acólitos se embarcan en una epistemología plena de misticismo y trascendencia que, en su opinión, resuelve
todos los problemas científicos, parapsicológicos y aun religiosos. Una
terrible mezcolanza de términos pseudotécnicos («grado de orden de la
energía local», «conexión hiperdinámica», «ondas superlumínicas cuántico-materiales de De Broglie») constituye el aderezo de un constructo
teórico sólo levantado al gusto y satisfacción de sus creadores. Y no se
detienen hasta obtener un híbrido macabro, hijo bastardo de la magia,
la ciencia y la fantasía personal de sus autores, que por su colosalidad
puede impresionar gratamente a quienes carecen de la formación suficiente para descubrir sus taras.
¿Qué nos puede decir la ciencia actual sobre la fenomenología parapsicológica? Mucho; menos de lo que nos agradaría, pero más de lo que
algunos están dispuestos a admitir. Desde luego, no alcanzaremos una
solución definitiva, mas estaremos en condiciones de comparar las pretensiones paranormales con los resultados plenamente contrastables de
la ciencia, y estimar así la probabilidad de que opiniones semejantes se
hallen en el buen camino. En lo sucesivo, y con el fin de permitir la especulación, asumiremos que los sucesos de la parapsicología son o pueden ser posibles, cualquiera que sea el veredicto final que con el tiempo
nos aguarde.
¿Transmisión de información o de energía?
Los talentos que operan tan sólo con información son ligeramente más
respetables a los ojos de los científicos, ya que, en apariencia, chocan en
mucha menor medida con el principio de conservación de la energía. De
hecho, las primeras investigaciones habían partido del supuesto de que
la forma más verosímil de la PES era la telepatía, aceptándose en principio la posibilidad de ciertas reacciones intermentales y dudándose en
cambio de las interacciones mente-materia u otras por el estilo.
Llamativo es que las primeras experiencias en el campo de la telepatía, realizadas por J. B. Rhine y el soviético L. Vasiliev, parecían indicar
210
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
que las facultades psi eran independientes de la distancia, a diferencia de
todas las fuerzas conocidas de la naturaleza. A la misma conclusión llegaron tras sus experimentos el psicólogo inglés W. Carrington en 1939,
con cientos de sujetos situados en Holanda, Gran Bretaña y EE. UU.; los
participantes en las experiencias Turner-Owbney, Warner y Reiss; los
organizadores de las pruebas que tuvieron lugar entre el College Tarkio
(Missouri) y la Duke University; el Dr. Carlo Marchesi con su experimento entre Zagreb (Yugoslavia) y Duke, así como los ensayos pletismográficos efectuados por el Dr. Jean Barry y D. Dean entre Burdeos
(Francia) y New Jersey (EE. UU.).
Esta suposición, lejos de desanimarle, confirmó para Rhine el carácter no material de los poderes mentales y su emancipación de todas las
leyes físicas. Empero, esta característica tuvo el indeseable efecto de aumentar el escepticismo de la ciencia académica y de encauzar la explicación de la telepatía en función de una supuesta «radio mental». En
consecuencia, tanto los expertos soviéticos como muchos occidentales
trataron de solventar el problema postulando la existencia de unas hipotéticas ondas de radio emitidas por el cerebro del sujeto emisor y captadas por el receptor (los científicos rusos se referían a la PES como
«bioinformación», remarcando así la presunción de su base física). Por
desgracia para sus progenitores, la hipótesis de las radio-ondas mentales pronto encontró una serie de dificultades que a la postre resultaron
ser fatales.
En primera instancia se puede decir que el cerebro humano no se
comporta en absoluto como un transmisor de ondas de radio. Los campos eléctricos cerebrales se producen por efecto secundario de los procesos bioeléctricos que acontecen en el encéfalo y son notablemente
débiles. Los electroencefalógrafos detectan los ritmos de actividad eléctrica cerebral, pero los cerebros no pueden captar los mucho más potentes campos electromagnéticos que constituyen las ondas de radio. A
pesar de esto, el profesor Kogan calculó que con la existencia de electroondas de longitud superior a una milla cabría explicar los efectos descritos en la telepatía. El problema que esto acarrearía se explica por la
relación inversa entre longitud de onda y energía de una onda electromagnética. A mayor longitud de onda la energía se hace menor, con lo
que parece extremadamente difícil que la energía portada por una onda
de una milla pudiese causar los asombrosos eventos atribuidos a la PES.
En segundo lugar, resulta incuestionable que el profesor Vasiliev hizo
cuanto pudo para demostrar el carácter ondulatorio de la telepatía y fracasó en el empeño. Sus intentos se concretaron en experiencias efectua211
FRONTERAS DE LA REALIDAD
das en «cajas de Faraday» (cámaras que impiden el paso de cualquier
onda electromagnética), sin que semejante montaje experimental provocase alguna variación respecto de los experimentos practicados en condiciones normales.
Un último argumento, y no el menos importante, se alza contra la
«radio mental» en relación con la ya citada independencia de la distancia exhibida por la PES. Si nos fijamos en las fórmulas del campo
eléctrico Fe = Ke·Qq/r2, y del gravitacional Fg = G·Mm/r2, además de su
simetría formal notaremos que en ambos casos las cargas (o masas) están multiplicadas por una constante, Ke para el campo eléctrico y G
para la gravedad. Cabe escribir estas constantes como otro número dividido entre 4π para que adquieran la forma Ke = K′/4π, y G = G′/4π. Si
agrupamos ahora el factor 4π, que queda dividiendo, con r2, obtendremos el término 4πr2 y una expresión que, digamos, para el campo eléctrico sería Fe = K′ Qq/4πr2.
Como la geometría nos enseña que 4πr2 es la superficie de una esfera de radio r en el espacio de tres dimensiones, podemos imaginarnos una señal cualquiera (eléctrica, luminosa, sonora) emitida por una
fuente puntual, extendiéndose en todas direcciones y formando una superficie esférica de radio r. Hemos dicho que el área de una tal superficie es 4πr2, por lo que el área esférica aumentará proporcionalmente al
cuadrado de la distancia entre dicha superficie y el centro emisor. Ahora nos es posible comprender por qué la intensidad de una señal física
se debilita cuando se aleja de su fuente, aunque no exista nada que la
amortigüe. Si pensamos que la señal será más intensa cuanto menor sea
la superficie que deba cubrir, parece evidente que a medida que la señal, pongamos una onda luminosa, se separa de su foco emisor, ha de
cubrir un área cada vez mayor y su intensidad disminuirá correlativamente. Ésta es la razón de que las leyes del inverso del cuadrado gocen
de una aplicación tan general en electricidad, gravedad, magnetismo,
acústica, etc.
Ahora bien, si admitimos con los parapsicólogos que los efectos de
la telepatía son independientes de la separación espacial, es decir, no se
debilitan con la distancia, nos vemos obligados a concluir que la PES
actúa como una suerte de «acción a distancia» instantánea. Ello es debido a que una influencia física del tipo que fuere que actúa instantáneamente a distancia, se concibe, tal vez, de una forma mucho más natural
como una especie de conexión perfectamente rígida, algo que implica un
efecto independiente de la distancia. Pero ésta es una situación expresamente prohibida por la teoría de la relatividad de Einstein. De existir un
212
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
sólido perfectamente rígido, una varilla por ejemplo, podríamos mofarnos de la relatividad enviando señales más rápidas que la luz por un procedimiento muy simple. Puesto que la varilla posee una rigidez ideal (y
podemos darle la longitud que se nos antoje), toda ella se moverá cuando empujemos el extremo más cercano a nosotros. De tal manera sería
posible enviar mensajes instantáneos tan lejos como se desee, según la
longitud de la varilla, mediante un código preestablecido de movimientos. En realidad no ocurre nada de eso. No hay nada parecido a sólidos
perfectamente rígidos, y la energía de cada empujón viajaría a lo largo
de cualquier varilla como una onda de sonido o presión a lo largo de un
tubo, a mucha menos velocidad que la luz.
Así pues, se diría que hemos llegado a un callejón sin salida. ¿O no?;
tal vez las pruebas llevadas a cabo hasta ahora no sean suficientemente
concluyentes sobre este extremo. Podría ser que la influencia telepática
acusara el efecto de la separación espacial para distancias mucho mayores que las ensayadas hasta el momento. De hecho, parece más lógico
dudar de la exactitud de los experimentos que determinan la instantaneidad de la PES, dado que la medición de tiempos resulta en extremo difícil
en esta clase de experiencias. Entre otras cosas, porque desde el instante
en que el receptor capta el mensaje telepático hasta que éste se manifiesta
a su consciente, puede transcurrir un periodo de tiempo, pequeño pero
finito. Como los impulsos nerviosos se propagan a través de las neuronas con una cierta velocidad, y teniendo en cuenta la enorme velocidad
de la luz (una onda luminosa daría siete veces la vuelta a la Tierra en un
segundo), una transmisión telepática producida a la velocidad de la luz
se le antojaría instantánea a un observador ordinario. No obstante, no
ha sido el argumento de la velocidad de propagación el que nos ha abocado a una acción a distancia instantánea, sino la suma del rechazo a la
posibilidad de radio-ondas mentales y la aserción de los partidarios de
la PES de que ésta no se ve afectada por la distancia. Armémonos, pues,
de valor y emprendamos una indagación sobre las consecuencias de una
comunicación instantánea (FTL, del inglés Faster Than Light), que resultará a la par muy interesante y no menos instructiva.
Más veloz que la luz
La relación entre el principio de causalidad y la velocidad de la luz, c,
límite para la propagación de cualquier señal física, es objeto de intensas controversias. El principio de causalidad nos dice simplemente que
213
FRONTERAS DE LA REALIDAD
las causas preceden siempre a sus efectos, y la aparente sencillez de este
aserto está enraizada en nuestra costumbre de dar por sentado un sentido definido en el curso del tiempo. El significado mismo de la palabra
«preceder» depende críticamente de esto. En un mundo donde la tinta
derramada en agua se diluyese y se concentrase con la misma frecuencia, o en el que los jarrones rotos se recompusiesen a partir de sus pedazos con la misma naturalidad con la que caen y se rompen, no existiría
modo humano imaginable de distinguir causas y efectos. Más propiamente, tales palabras perderían todo su significado, al igual que cuantas
indicasen orden temporal.
La manera en la que lo anterior impone la velocidad de la luz como
límite para cualquier señal física no es difícil de comprender. Antes de
Einstein se suponía tácitamente que, en principio, no había razón para
que dos hechos cualesquiera no estuviesen conectados de alguna forma.
En teoría no existía una velocidad límite para la propagación de las señales físicas y se aceptaba también que el tiempo medido por cualquier
par de observadores provistos de buenos relojes era siempre el mismo
(simultaneidad absoluta). Por lo tanto cualquier par de sucesos podía
estar relacionado causalmente en el sentido discutido arriba. Con la llegada de la relatividad se vio, por contra, que ninguna señal puede viajar
más deprisa que la luz sin provocar un caos causal.
Supongamos que un hipotético cohete, cuyas paredes son transparentes para poder ver su interior, viaja al 99 % de la velocidad de la luz
y pasa cerca de la Tierra. En el centro del cohete se ha dispuesto un mecanismo que envía un pulso de luz en ambas direcciones a lo largo de la
nave. Como es natural, un observador en el interior del cohete verá que
la luz llega simultáneamente a los extremos porque ambos pulsos tienen
la misma velocidad, c. Pero la situación no es así, vista desde la Tierra.
El observador de la Tierra mide también la misma velocidad c para los
dos pulsos de luz —la cual es independiente de la velocidad de la fuente emisora—, mas para este observador la velocidad del cohete interviene decisivamente en el problema. Como desde la Tierra se ve al cohete
avanzar en todo momento al 99 % de la velocidad de la luz, el observador terrestre no puede estar de acuerdo en que los pulsos luminosos tocan simultáneamente las paredes anterior y posterior de la nave. Para el
terrestre, la pared posterior avanza rápidamente al encuentro del pulso
mientras que la pared anterior se aleja de la luz que se envió hacia ella.
En el tiempo que la luz tarda en recorrer el cohete, éste se habrá movido
apreciablemente hacia adelante, por lo que, para un espectador en tierra, el pulso posterior llegará a la pared posterior del misil antes que el
214
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
otro llegue a la parte frontal. Lo que para el observador del cohete eran
sucesos simultáneos resultan ser sucesos temporalmente separados vistos desde la Tierra. La conclusión es que el concepto de simultaneidad, o
mejor, la medida de los intervalos de tiempo, depende del estado de movimiento del observador. Ni hay ni puede haber un acuerdo universal sobre lo que es «el mismo instante» en lugares separados.
Nos percatamos entonces, siguiendo el ejemplo anterior, que el concepto de transmisión instantánea no sólo pierde su significado, sino que
crea problemas insolubles. Una señal que viaje «instantáneamente» del
frente a la cola del cohete (por ejemplo, el mensaje: «Ha llegado el pulso
de luz») sería vista desde la Tierra como una señal que remonta el curso
del tiempo. Ya que el observador terrestre ve la luz alcanzando la pared
frontal después que la posterior, la señal instantánea para el observador
del cohete parece desde la Tierra una señal desde un suceso anterior a
otro posterior. Esto no ocurre sólo con señales instantáneas (velocidad
infinita de propagación), sino con señales que viajen más deprisa que la
luz aunque su velocidad no sea infinita.
La posibilidad de revertir la secuencia temporal de causa y efecto resulta particularmente absurda, como se puede poner de manifiesto con
diversos ejemplos macroscópicos. Cuando una pistola dispara una bala
contra un blanco, todos acordamos que el disparo del arma (la causa)
precede a la llegada del proyectil a la diana (el efecto). En contraste con
esto, si la velocidad de la bala excediera la de la luz, siempre podríamos
encontrar un sistema de referencia en el cual el impacto de la bala sería
un suceso anterior al disparo de la pistola. En rigor se percibiría una inversión del proceso entero: la energía térmica del blanco se concentra de
tal manera que el proyectil es expulsado de la diana y vuela hasta introducirse en el cañón del arma.
La pugna entre nuestro sentido común y las conclusiones obtenidas es tan violenta que de inmediato nos afanamos en hallar una vía
de escape, pero la búsqueda se nos revela más compleja de lo esperado.
Nuestra primera reacción puede ser la de negar que la acción a distancia
deba ser necesariamente instantánea. La idea consiste en postular que la
acción a distancia, mediante un proceso imposible de colegir por nosotros, se produce justo después del tiempo que emplearía la luz en cubrir
la distancia entre la causa y el efecto. Este modelo se refuerza por el hecho de que las ondas idealmente planas que se transmiten en una sola
dimensión (ondas en una cuerda o un muelle) no aumentan su superficie al crecer su separación de la fuente, por lo que no se debilitan con
la distancia aún teniendo una velocidad de propagación finita (lamen215
FRONTERAS DE LA REALIDAD
tablemente una de estas ondas es una idealización tan imposible como
el sólido rígido). Este modelo de la denominada «acción a distancia retardada» podría dejarnos satisfechos de no ser porque la ley de acción
y reacción impone la existencia de señales que avanzan y retroceden en
el tiempo, exactamente igual que si mantuviésemos la instantaneidad
ya examinada.
Decíamos que, contando con una velocidad FTL, siempre es posible encontrar un observador que contemplase una inversión temporal
del proceso en cuestión. Pero ¿realmente lo vería? Consideremos esto
con cuidado. Para estar en disposición de ver algo, un observador debe
captar los haces de luz que parten del objeto o del suceso que desee percibir. Por otro lado, cualquier fuente que emita ondas de luz se enfrenta al problema de la disminución de la intensidad con la distancia. Así
pues, desde un sistema de referencia animado de la velocidad requerida
para observar la inversión causal, tal vez no se diera dicha observación
por el sencillo motivo de que jamás se captarían las ondas luminosas
que es menester. El único modo de garantizar que veremos el acontecimiento deseado es acercarnos lo suficiente al lugar de uno de los sucesos como para asegurarnos que la luz no se difumine tanto que impida
nuestra percepción del hecho. Pero con eso sólo lograríamos imposibilitar todavía más la percepción del otro suceso. Desafortunadamente, el
abandono de la velocidad de la luz como límite introduce un caos causal
insoslayable. Es fácilmente demostrable que, si asumimos la posibilidad
de señales FTL, un individuo que se comunicase con otro sirviéndose de
estas señales recibiría la respuesta a sus mensajes antes de haberlos enviado. Posible o no, debemos admitir que una conversación en tales condiciones resultaría extraordinariamente singular.
Un enfoque distinto lo encontramos en la alternativa de un universo determinista en el que todo suceso está de alguna manera preestablecido. Esto elimina la paradoja de los acontecimientos que ocurren antes
que sus causas, puesto que en un mundo así el futuro es tan inmodificable como el pasado. Si la bala debe dar en la diana y el dedo ha de
apretar el gatillo, ya no tiene sentido hablar de que uno de los acontecimientos es la causa del otro. En vez de ello, en un universo determinista todos los sucesos se hallan prefijados, como los átomos en un cristal
rígido, y pueden contemplarse en cualquier orden. En un diagrama que
representase el orden de los sucesos en el espacio y el tiempo (diagrama
espacio-temporal) resultaría, en efecto, que el pasado y el futuro serían
tan reales como nuestro presente, pues todos podrían incardinarse en el
gráfico espacio-temporal con idéntica legitimidad.
216
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Multitud de parapsicólogos ha querido ver en esta expectativa una
confirmación de su fe en la precognición. Apoyándose en los diagramas
espaciotemporales de la relatividad, barajan la posibilidad de que los
precognitivos sean capaces de percibir por adelantado los acontecimientos que constituyen las líneas de universo de personas y cosas antes que
dichos sucesos se hagan presentes a la conciencia de sus protagonistas
(lo mismo podría decirse sobre la retrocognición). Verdad es que la relatividad nos enseña que el flujo del tiempo es una ilusión psicológica,
pero no es menos cierto que nada en ella nos habilita para la captación
anticipada de los eventos, previamente a que sean experimentados por
alguien. Más bien al contrario: la conciencia individual sólo tiene sentido en las secciones tridimensionales del gráfico de Minkowski (nuestro
«presente» en cada instante), las cuales aparecen desconectadas causalmente por entero de las regiones denominadas «pasado absoluto» y «futuro absoluto». Y una interacción entre ellas violaría el principio de
realatividad tanto como las velocidades FTL. Una cosa es concebir la
realidad tetradimensionalmente, de modo que los conceptos de «pasado», «presente» y «futuro» no conserven su significado habitual; otra
muy distinta es aseverar que podemos conocer en algún sentido los acaecimientos que, para nosotros, pertenecen aún al futuro absoluto. Desde
luego, y mucho menos dentro de este esquema, la posibilidad del conocimiento precognitivo no es lógicamente refutable; empero, nada en la
constitución de nuestro cerebro ni en las leyes físicas descubiertas permite tal eventualidad. Nuevamente el peso de la prueba recae sobre quien
realiza las afirmaciones menos plausibles.
En auxilio de los indeterministas parece acudir a su vez la física cuántica con su afirmación de que, bajo ciertas condiciones, los acontecimientos son influenciados decisivamente por la intervención del observador.
La idea básica es que ningún acontecimiento es plenamente «real» hasta que efectuamos el acto de observación del mismo y, entonces, lo dotamos de un tipo particular de realidad según el modo en que decidamos
observarlo. Una partícula no tiene una identidad ni un comportamiento
definido, onda o corpúsculo, mientras no es sometida a una clase concreta de observación. La objeción principal a lo antedicho estriba en que
los argumentos precedentes no refutan más que el anticuado determinismo mecanicista, basado e la predictibilidad de los eventos, y deja indemne el determinismo ontológico. Valga un ejemplo para entender esto.
Pongamos que nos entregan una tira de papel en la que se ha dibujado una suave línea ondulada, parecida a una sucesión de pequeños
montículos y valles. A continuación, nos piden que examinemos la tira
217
FRONTERAS DE LA REALIDAD
lentamente, de izquierda a derecha, sin abarcarla toda de una mirada.
Pronto nos persuadiremos de que la figura se repite sin cesar y podremos
decir que hemos descubierto la ley de formación de las ondulaciones,
siendo así capaces de predecir la curva que veremos a continuación.
En cambio, si nos entregan posteriormente el registro de un sismógrafo tendremos que confesarnos incapaces de establecer ninguna ley
predictiva. Todo lo que veríamos sería una maraña de líneas carente de
cualquier orden. En ambos casos las imágenes que nos son ofrecidas están, por supuesto, ya dibujadas; empero en el primer caso tuvimos éxito
al hallar la ley de formación de las figuras, mientras que en el segundo
fracasamos. Ésa es la cuestión básica del determinismo moderno: la afirmación de que las fluctuaciones impredecibles de las partículas, aunque
no sigan ley alguna, y nuestras decisiones de observarlas están ya prefijadas en el esquema espaciotemporal del que hablábamos antes.
La física cuántica, sin embargo, no agota ahí sus posibles implicaciones en las señales FTL. Los experimentos de Alain Aspect en 1982
demostraron que la correlación de las fluctuaciones cuánticas de dos
partículas no se ve influida por la distancia y, a partir de tal fecha, se
convirtieron en el refugio de parapsicólogos y paracientíficos que pretendían justificar la instantaneidad de la PES con razonamientos de esta
guisa. Su gran error incide en la incomprensión de las bases correctas de
la teoría en la que se apoyan. Las fluctuaciones cuánticas son justamente
eso, fluctuaciones, y por tanto son impredecibles e incontrolables. Para
enviar cualquier mensaje, hiperlumínico o no, debemos poder ejercer
algún control sobre los mensajes que transmitimos. De lo contrario no
tendríamos un verdadero mensaje sino un conjunto de señales transmitidas al azar. El hipotético receptor de nuestro mensaje sólo captaría fluctuaciones sin tener ni la menor idea de lo que le tratamos de transmitir.
Conclusiones
Resumiremos ahora las conclusiones alcanzadas en nuestra indagación
teórica sobre la PES, con el ánimo de facilitar una imagen global de la
materia.
a) Los mensajes telepáticos, de existir, no se transmiten por ondas
electromagnéticas ni por ninguna otra interacción física conocida.
b) Si la telepatía es independiente de la distancia entre sus protagonistas, nos vemos empujados a admitir una velocidad de propa218
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
gación infinita y, de acuerdo con la relatividad, un caos causal así
como la desorganización del orden temporal de los sucesos.
c) Investigando las condiciones en las que sería permisible una violación de la causalidad y una desestructuración del orden temporal, concluimos que ello no es posible ni siquiera acogiéndonos a
los comportamientos de las partículas cuánticas, las cuales se las
ingenian para no vulnerar en ningún momento las prescripciones
relativistas.
d) La única alternativa, por lo que se me alcanza, a fin de conciliar
parcialmente una telepatía FTL con la estructura coherente del
universo que percibimos es la de aceptar un mundo esencialmente determinista, en el sentido ontológico antes discutido.
e) Esta hipótesis, junto con la de la precognición, sustentadas en
apariencia por los gráficos tetradimensionales de la relatividad,
no es por cierto consistente con nuestro conocimiento de la naturaleza y difícilmente nos es dado imaginar cómo podría serlo
en el futuro. Tales son los obstáculos que las leyes físicas les oponen. Confiar en que dichas leyes sean modificadas en el futuro
parece conducirnos sin remisión a los mismos problemas de desbarajuste espacio-temporal que precisamente buscábamos eludir
al comienzo.
Así pues, de no rechazar la PES se abre ante nosotros una grave encrucijada. O bien esta extraordinaria facultad reviste características
distintas a las descritas por sus investigadores, o bien habremos de cuestionarnos muy seriamente nuestras concepciones acerca del espacio, el
tiempo y aun la realidad misma globalmente considerada.
El otro ámbito al que envuelve el tema de los poderes mentales es el
referido a la psicocinesis o interacción paranormal de la mente con la
materia. De acaecer sucesos como los descritos en el capítulo correspondiente, no tenemos ni el más remoto indicio de cómo puede ocurrir algo
así. Además de nuestra ineptitud para dar con la menor explicación, hemos de constatar que los fenómenos de la parapsicología infringen todos los principios conocidos de la ciencia con la misma soltura con la
que un carterista experto infringe las leyes de la propiedad en una aglomeración. Esto resulta tan flagrantemente antagónico tanto para nuestras convicciones como para las contrastaciones sobre el orden natural
del universo, sin mencionar la abultada jauría de mitómanos, farsantes y
desaprensivos que merodean en los lindes de lo oculto, que no es de extrañar el árido escepticismo de la comunidad científica al respecto.
219
FRONTERAS DE LA REALIDAD
A pesar de todo, nos las hemos de ver en ocasiones con sucesos como
los de Rosenheim —ya comentados— en los que los peritos renunciaron
a toda alternativa de explicación racional. Según se estableció, ninguna
alteración electrostática, magnética, ultrasónica o infrasónica fue observada, ni se detectó fraude alguno. Las variaciones de tensión eléctrica en
el despacho afectado por el fenómeno no correspondían a cambios en el
voltaje de la central transformadora. Los efectos dinámicos sobre masas
(cuadros, lámparas, etc.) parecían resultado de fuerzas aperiódicas, de
breve duración y controladas inteligentemente. Por todo esto, concluían
los investigadores, los sucesos reseñados desafiaban cuantas leyes naturales conocemos. El caso quedó sin resolver.
Limitándonos a los casos aparentemente menos fraudulentos, como
el del curandero Estebany, dos interrogantes se perfilan: ¿qué clase de
energía es la que actúa? y ¿cuál es su mecanismo de acción? Ninguna
de estas dos preguntas es fácil de responder. En cuanto a la primera, estamos sumidos en la más absoluta oscuridad. Si es real, ha de ser inevitablemente una forma de energía desconocida hasta ahora, o bien una
novísima manifestación de alguna de las energías ya caracterizadas por
nosotros. Los experimentos realizados con Estebany, en lugar de aclarar, confunden aún más el panorama. Si el curandero húngaro es capaz
de renaturalizar la tripsina, diríase que ha de producir cierto efecto sobre las cargas de las moléculas enzimáticas, favoreciendo su ordenación.
La única fuerza conocida que afecta a las cargas es la electromagnética
(y así se demostró al lograr asimilar los resultados conseguidos por Estebany a los de un fortísimo campo magnético), pero nada de ello se comprobó en el sujeto dotado.
Los grandes principios de conservación de la física también se sienten ultrajados. La energía de los fenómenos PK ha de salir de algún sitio,
pero ¿de dónde? Si un parapsíquico consigue materializar en el aire un
pequeño objeto de cien gramos, es seguro que la energía implicada en el
proceso (superior a una explosión de dos megatones) tiene que producir efectos secundarios medibles, tanto si es tomada de algún otro lugar
como si es creada de alguna forma allí mismo.
Quizás no sea más que otro caso de violación aparente de un principio de conservación debida a nuestra apresurada ignorancia de las sutilezas del universo. Un ejemplo de violación aparente de la conservación
del momento angular (magnitud relacionada con la rotación de un sistema que gira) se da cuando acercamos rápidamente un imán a un anillo conductor. En ese caso, el anillo girará en una determinada dirección
y parecerá que el momento angular se crea de la nada. Ésta es una im220
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
presión falsa dado que el campo electromagnético circundante posee un
momento angular propio que no se manifiesta como un giro visible y
que sirve para compensar el momento del anillo. Si los fenómenos PK
funcionaran del mismo modo significaría que existe alguna entidad física, aún por descubrir, que justificaría todos sus efectos. El gran inconveniente es que no contamos con la menor traza de la existencia de una
entidad semejante. Intentar imaginar entelequias teóricas innecesarias
por incontrastables nos deslizaría a un cenagal de discusiones bizantinas y consideraciones incomprobables, progenitoras de retoños como la
«Mente Cósmica» de Sarfatti u otros de igual condición.
En resumidas cuentas, estamos muy lejos todavía de contar con una
base empírica sólida que sostenga la respetabilidad de los poderes parapsíquicos. Las evidencias experimentales aportadas hasta hoy son flojas, circunstanciales y equívocas. Apenas si hemos mejorado un ápice
desde los días en que Einstein prologaba el libro de Upton Sinclair Mental Radio, editado por primera vez en 1930. Las citas de este prólogo
han sido entresacadas tendenciosamente tanto por defensores como por
detractores de los fenómenos psi y emborronan la claridad de la posición de Einstein acerca de estos temas. El genio alemán se situaba ante
la PES con una mezcla de cautelosa curiosidad y prudente escepticismo.
En una carta enviada posteriormente al psiquiatra Jan Ehrenwald, Einstein mantiene una actitud abierta hacia estos fenómenos, pero sigue reticente a causa de las incongruencias teóricas y la insuficiencia de pruebas
experimentales al respecto5.
Sin embargo, la sensatez de científicos como Einstein contrasta con
la incompetencia y el desmañamiento de los procedimientos empleados por gran cantidad de parapsicólogos, que se creen abastecidos con
los conocimientos científicos de la escuela elemental para adentrarse en
los arcanos de la naturaleza. El olvido de las más fundamentales normas de la metodología científica en el que se ha sumergido la inmensa mayoría de los parapsicólogos ha obstaculizado en mayor medida
si cabe su aceptación por la comunidad científica, por muy buena que
fuese la disposición de ésta. Baste recordar la pobreza de las excusas
con las que los investigadores parapsíquicos trataban de maquillar sus
fracasos experimentales. Se han manejado toda clase de cláusulas exculpatorias en descargo de los poderes mentales fallidos: los controles
rigurosos los inhiben, la presencia de escépticos dificulta su aparición,
el nerviosismo o la incomodidad bloquea al dotado, los poderes psiónicos sólo se manifiestan cuando nadie los observa («efecto timidez»),
y un sinfín más.
221
FRONTERAS DE LA REALIDAD
A pesar de ello, no debemos desesperar, y una disminución correlativa en el dogmatismo de unos y la ingenuidad de otros puede servir al
propósito de desenredar la madeja paranormal. Si así ocurriese, la política del compromiso, como en otros tantos ámbitos, demostraría una vez
más rendir mejores frutos que ninguna otra.
222
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
NOTAS
1. La estadística es una rama interesante y compleja de las Matemáticas. Su uso
es imprescindible para investigar fenómenos cuyo mecanismo es desconocido y
de los que, por tanto, no podemos más que estudiar si su aparición es o no producto del azar. El Congreso de Estadística Matemática de Indianápolis de 1937
refrendó la corrección de los análisis estadísticos de Rhine. «Si existe algún error
en los trabajos de Rhine, no se debe buscar en el empleo que él hace del cálculo
de probabilidades», fueron sus palabras.
2. En general, todas las personas suelen seguir algún tipo de pauta subconsciente
a la hora de elegir números al azar. Buscando evitar esas perturbaciones se recurre al concepto de número aleatorio. Éste es un número obtenido por un procedimiento en el que todos los dígitos tienen siempre las mismas posibilidades de
aparecer. Para lograrlo se acude a las listas de números aleatorios generados por
computadoras. Otras veces se utilizan tablas de logaritmos para obtener secuencias «pseudoaleatorias».
3. Un ejemplo de lo difícil que puede ser el apercibirse de los trucos de ilusionismo fue la levitación protagonizada por el padre Heredia, activo divulgador antiespiritista, en un teatro de Springfield. Durante esta exhibición (mencionada
por el padre Heredia en su libro sobre fraudes espiritistas) ninguno de los numerosos testigos y periodistas presentes, aun estando a pocos metros del escenario,
pudo advertir el método empleado para conseguir tan insólito efecto ni detectar
tramoya alguna entre bastidores que indicara la menor pista.
4. Las emanaciones luminosas obtenidas por la fotografía Kirlian son consecuencia directa de las descargas de alta tensión, por lo que es lógico suponer que las
variaciones en el halo cromático fotografiado se deben a algún efecto que interactúe con estas descargas. En algunos casos los distintos tipos de penachos luminosos del aura Kirlian bien pueden imputarse a la riqueza de componentes
químicos del sudor humano o de las exudaciones de otros organismos vivos. Estas modificaciones de color e intensidad en el halo luminoso serían consecuencia directa del espectro de emisión característico de estos compuestos químicos.
Algunos de ellos, especialmente los sulfurados, son fluorescentes; esto es, emiten
luz al ser irradiados con cierto tipo de frecuencias. Si a esto añadimos que estas
sustancias varían su concentración con factores como la edad, el sexo, la salud o
el estado anímico del sujeto en cuestión, podremos entender con mucha mayor
claridad el asunto de las «auras Kirlian».
223
FRONTERAS DE LA REALIDAD
5. En realidad, las relaciones entre científicos y parapsicólogos han sido siempre
bastante complicadas. Carl Gustav Jung no disimulaba su gusto por el ocultismo
y su apego a la noción de «alma». Por contra, Freud, ateo en materia religiosa,
se muestra más prudente. En sus Nuevas Conferencias sobre Psicoanálisis aborda explícitamente el tema «Sueño y ocultismo» en su segunda conferencia. En
ella se pregunta si el ocultismo ofrece nuevos datos de verdadero interés científico y su atención se ve retenida sobre todo por la telepatía, ante la que no muestra
mala disposición: «Diré incluso que, al insertar el inconsciente entre lo físico y lo
que hemos venido llamando lo psíquico, el psicoanálisis nos ha preparado para
admitir fenómenos como el de la telepatía». El biógrafo de Freud, E. Jones, nos
refiere que el psiquiatra vienés vivió experiencias que él mismo estimó de tipo telepático, y que escribió, por ejemplo, un artículo sobre «Psicoanálisis y telepatía»
(no publicado en vida del autor). Además, en sus Nuevas Conferencias, Freud
explica que cabe considerar la telepatía «como una contrapartida de la telepatía
sin hilos». Obviamente, el célebre psiquiatra desconocía las dificultades de orden
teórico que entraña tal concepción.
224
PARTE IV:
EL MÁS ALLÁ
12
MAGIA Y BRUJERÍA
L
a aproximación a la magia por parte de cualquier autor requiere
un gran tiento, si se desean evitar las justificaciones fáciles y las explicaciones superficiales. Puede parecer ridículo hablar de magia en la
era de los módulos espaciales y las centrales nucleares. Pero, de ceñirnos a los hechos, hemos de admitir que miles de personas de los países
tecnológicamente avanzados se conducen por la vida como si las prescripciones de la magia tuviesen una solidez igual a las del código penal. O incluso más, puesto que el conocimiento de las leyes penales no
nos confiere un gran poder sobre el prójimo (salvo en el caso de jueces
y abogados), mientras que el dominio de los rituales mágicos nos transfigura en seres especiales, para quienes en principio todo puede ser posible. Por lo tanto, si perseguimos comprender las razones del origen y
la subsistencia de las creencias mágicas, habremos de interrogarnos honestamente sobre la miríada de ingredientes que conforma y hace bullir
nuestro inconsciente.
Como se suele decir al tratar de la generación de los mitos y del
pensamiento científico, la indefensión de los hombres primitivos en un
medio ambiente hostil engendró la creencia en dioses con atributos humanos en el intento de explicar y controlar los fenómenos naturales. El
único modo de influir sobre tales sucesos era pactar con los dioses que
los gobernaban. Así nació la figura del hechicero primitivo, o chamán,
encargado de comunicarse mediante éxtasis con las potencias sobrehumanas y de canalizar los poderes mágicos que sus conocimientos ocultos le otorgaban. La figura del chamán es universal (aunque la palabra
proviene del tanguso, lengua centroasiática en la que significa «técnica
del éxtasis») y en toda sociedad primitiva éste se convierte en intermediario entre los seres de este mundo y los del otro: sana cuerpos y almas,
aplaca los elementos, levita, se hace invisible e incombustible, comprende el lenguaje de animales, plantas, dioses y demonios, y, en fin, está libre de las ataduras del espacio y del tiempo que se imponen al común
de los mortales.
227
FRONTERAS DE LA REALIDAD
El desarrollo posterior de las civilizaciones codifica de forma estable la relación de los hombres con lo sobrenatural a través de las religiones institucionalizadas. Con todo, la magia no desaparece, sino que
se desenvuelve paralelamente y en ocasiones de manera semiclandestina.
La integridad de los principios que configuran la magia se ha mantenido intacta durante los avatares históricos sufridos por sus practicantes,
debido al hecho de que una de las condiciones indispensables para la
efectividad del sortilegio era que la fórmula de éste permaneciese incólume a lo largo de las épocas. De no resultar posible esta garantía, la entera acción mágica queda en precario. Como jamás se disfruta de absoluta
seguridad en este extremo, esta situación nos ilustra uno de los más típicos modos de proceder de magos y chamanes: en caso de éxito, la gloria y el provecho son para el brujo; y si no es así, el fracaso es imputable
únicamente a circunstancias externas.
Precisando algo más, podemos poner de manifiesto los rasgos esenciales de la magia y sus rituales aparejados, de la mano de dos insignes
antropólogos, Sir James Frazer y Bronislaw Malinowsky. Frazer, autor
de la magna obra The Golden Bough («la rama dorada»), nos descubre
que los dos principios básicos de la magia son el de «semejanza» y el de
«impregnación». El principio de semejanza enuncia simplemente que lo
semejante produce lo semejante, o que los efectos se asemejan a sus causas. A su lado, el principio de contagio o impregnación nos asegura que
las cosas que una vez estuvieron en contacto se influyen recíprocamente
a distancia, aún después de haber sido cortado todo contacto físico. Una
extensión natural del postulado de impregnación, que algunos toman
como un tercer principio, declara que todo lo existente en el universo
interactúa entre sí al margen de cualquier barrera espacial o temporal.
Asimismo, para Malinowsky los componentes del rito mágico son
tres: ciertas palabras habladas o cantadas, ciertas acciones ceremoniales que se llevan a efecto siempre, y la presencia invariable de un ministro mágico-religioso que oficia la ceremonia. En conjunción con los dos
principios precitados, estas tres condiciones son las responsables de que
el influjo mágico surta su efecto. Estas características básicas dan cuenta también de algunas creencias asociadas a la magia, como la de que la
parte contiene o refleja al todo, la existencia de afinidades entre determinados planetas y ciertos colores, metales, vegetales y animales (correspondencias mágicas), o la eficacia de los talismanes.
228
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Magia cabalística
Una de las tradiciones mágicas más antiguas y ricas es sin duda la Cábala judía. La Qábbalah o Kabbala —la palabra se vulgariza a partir del
siglo XII— proviene de una raíz judía que significa «recibir de...» o «estar en presencia de...». La cábala se nos aparece aquí como el mandato
que Dios ha transmitido verbalmente junto con la Ley escrita1 (Torah).
En síntesis, es una enseñanza divina, transmitida oralmente del maestro
al discípulo en el más puro estilo iniciático oriental, sin más intermediarios. Quizás por eso la cábala comparte gran cantidad de preceptos fundamentales con la magia universal. Así, tanto cabalistas como ocultistas
consideran que todas las cosas del universo forman parte de una unidad
orgánica, regida por leyes secretas, y que existen conexiones o correspondencias ocultas entre unas partes y otras, aunque muchas veces no
resulten evidentes. Otras nociones comunes a magos, ocultistas y cabalistas se centran en la presunción de que todos los fenómenos participan
en algún grado de la esencia divina, constituyendo el hombre un reflejo
a escala infinitesimal de Dios y del universo; que el sendero hacia Dios
está dividido en etapas que debemos superar perfeccionando nuestras almas; y la creencia de que sólo el conocimiento obtenido por inspiración
divina nos puede conducir hasta el Todopoderoso, por lo cual es la ignorancia —y no el pecado en el sentido cristiano del término— la que separa al hombre de Dios (idea ésta defendida también por el gnosticismo,
movimiento místico que floreció en los países del Mediterráneo oriental
hacia la época de Cristo).
En la visión de los cabalistas, el universo no existe por creación de
Dios, sino por emanación de Su infinita naturaleza. Él dio lugar al universo —o, mejor dicho, el universo brotó de Él— a través de tres Potencias Superiores (Sephar, la letra-cifra; Sipur, la letra-palabra hablada,
y Sepher, la letra-palabra escrita) llamadas en conjunto Sepharim. Los
diez atributos divinos, llamados Sephirot belima (Amor, Sabiduría, Inteligencia, Clemencia, Rigor, Belleza, Triunfo, Gloria, Fundamento y
Realeza), representados en el árbol sefirócio y las 22 letras del alfabeto sagrado (tres madres, siete redobladas y doce simples) han permitido
esta emanación. De esta génesis alfabético-numérica procede la cábala,
que comprende tres partes: la notárica, la themura y la gematría.
Esta última es el arte de la combinación de los valores numéricos
de las letras y engendró a su vez la magia numerológica. La idea básica es que, puesto que hasta el más ínfimo componente del universo forma parte de un gran diseño cósmico según los designios del Creador, la
229
FRONTERAS DE LA REALIDAD
magia de los números supone el carácter numérico de tal ordenamiento
y, en consecuencia, deduce la asignación de diversas propiedades a cada
uno de los números. El hecho de que en la antigüedad no se conocieran
muchos tipos de números y que algunas clases se juzgasen superiores en
perfección a otras explica que los naturales fuesen los únicos números
a los que se atribuyesen propiedades mágicas. Sin embargo, la gematría
cabalística distinguía el carácter y destino de una persona o cosa traduciendo su nombre en valores numéricos. La escuela pitagórica, círculo
místico-matemático de la Grecia clásica, había aportado ya en sus tiempos un método interpretativo de esos valores, conforme a los atributos
de cada entero. Más tarde judíos y cristianos añadieron nuevas interpretaciones, y así nació la numerología. El sistema más difundido se basa en
las correspondencias entre el alfabeto hebreo y el latino, de forma que a
cada letra se le asigna un guarismo y mediante sumas sucesivas se llega
a un número de una sola cifra. Esta cifra, u otra derivada de alguna variante del método, definirá la naturaleza y destino de la persona u objeto que represente.
Existen otros muchos procedimientos mágicos muy populares y utilizados para desentrañar el carácter y el sino de los individuos. La baraja
de naipes conocida como tarot es uno de ellos. Según la opinión más extendida, el tarot nace en Egipto y fue traído a Europa en los albores de
la Edad Media por gitanos transhumantes que primero se asentaron en
Bohemia y luego se expandieron por todo el continente, aposentándose
en el sur de Francia. Las influencias cabalísticas quieren manifestarse en
el nombre de la baraja, «tarot», que podría descender de la palabra hebrea Torah (la Ley). Pero el pensamiento más aceptado, y sostenido en
su tiempo por la secta gnóstica Rosa Cruz, hace derivar la palabra tarot
de los vocablos Tar, «sendero», y Ro, «real», lo que expresaría que el
tarot es el auténtico sendero que permite captar los aspectos más recónditos de la vida del consultante. Tomando cada naipe como símbolo de
una actitud o situación, y mediante diversos modos de barajar y cortar
el mazo de cartas, es posible seleccionar una pequeña serie de las mismas
y profetizar sobre las preguntas que el sujeto demandante haya planteado. La cartomancia en general no se limita al tarot, y casi puede decirse que existe un procedimiento adivinatorio para cada clase de baraja.
La colección de métodos para enunciar augurios (las «mancias») se
puede multiplicar casi hasta el infinito. Sólo desde la antigüedad nos han
llegado setenta de esas mancias, sin contar aquellas cuyo recuerdo se ha
perdido en los vaivenes de la historia. La quirología y la quirognomía estudian la afinidad entre el conjunto de los rasgos de la mano y el carác230
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ter del sujeto que la posee. La quiromancia, por su parte, es una técnica
abiertamente adivinatoria, basada en los signos revelados en la mano y
en el estudio de sus líneas. Esta peculiar mancia distingue particularmente en la mano los «montes» (rugosidades de la palma) y las «líneas» (de
la vida, de la inteligencia, del corazón, etc.).
Pero sin duda, el mayor poder de los magos se encuentra en el conocimiento preciso de las palabras mágicas con las que invocar los poderes ocultos y ejecutar con éxito sus encantamientos. La palabra mágica
de mayor fama, «abracadabra», parece heredada de los gnósticos, los
cuales a su vez la recibieron de los hebreos y la helenizaron. Su origen
real es el hebreo abrep ad habra, que significa «manda tu rayo hasta la
muerte», aunque otras leyendas discuten este extremo. El poder de las
palabras mágicas ha sido la pieza clave de las prácticas hechiceras desde que estas actividades se dan en la humanidad. La confianza en este
poder nace de la creencia de que los nombres2 encierran una influencia
misteriosa sobre la condición y el destino de las personas y cosas a las
que pertenecen. No es probable que quienes así pensaban se parasen a
reflexionar que los nombres son nada más (y nada menos) que símbolos, etiquetas lingüísticas que nos permiten referirnos a alguien o a algo,
verbalmente o por escrito, sin necesidad de que lo referido esté presente.
Por medio del nombre yo puedo referirme a mi amigo José Pérez aunque no cuente con su presencia junto a mí en ese momento. Y a la vez el
acto de nombrar nos habilita para distinguir ciertas cosas entre sí. Existen muchos hombres pero sólo uno es mi amigo José Pérez, por lo cual,
cuando quiero referirme a él y sólo a él de entre todos los presentes, utilizo su nombre para denotarlo. El malentendido de magos y ocultistas
sobre las funciones del lenguaje posibilitó su fe en la eficacia de los sortilegios pronunciados y escritos. Dicho sea de paso, y para consuelo de
los hechiceros, una idea similar a ésta fue sustentada por una nada desdeñable escuela filosófica del siglo XX, que pretendía deducir las propiedades del mundo real a partir del lenguaje empleado para hablar de él.
Esta tesis se extinguió mucho más rápidamente que la creencia popular en la magia, tal vez porque la mayoría de las gentes consideran más
emocionante ser mago que filósofo.
Algo análogo sucede con una de las más viejas y extendidas supersticiones, la del «mal de ojo». Las denominaciones «mal de ojo», «aojamiento» u otras de la misma factura se aplican al presunto influjo
maléfico que una persona puede ejercer sobre otra a través de la mirada. Los nigromantes de tiempos inmemoriales achacaban este efecto a
un fluido misterioso emitido por los ojos; los parapsicólogos actuales,
231
FRONTERAS DE LA REALIDAD
en consonancia con la cultura de la modernidad en la que vivimos, manejan otros conceptos explicativos con nombres tan fascinantes como
«subyugación telepsíquica» o «hipnosis telepática». Por otra parte, los
neuropsiquiatras se inclinan por argumentos más prosaicos y han interpretado estos fenómenos como resultado de impulsos agresivos dirigidos internamente, debido a una necesidad de autocastigo provocada
por sentimientos neuróticos de culpabilidad. Estos sentimientos pueden
estar originados por motivos de muy diversa índole (represión sexual,
complejo de inferioridad, ideas obsesivas, etc.). Esta superchería resalta
el hecho de que los ojos han sido los únicos órganos corporales a los que
siempre se ha atribuido popularmente una función exactamente contraria a la que en realidad tienen. Los globos oculares son sistemas de alta
calidad para la recepción de señales luminosas. En ningún caso el proceso de la visión implica que el ojo emita algún tipo de rayo, energía o influjo, tal como ha acostumbrado a representarlo la mitología ancestral.
Las brujas y su persecución
Retomando el camino de la magia, cabe dividir los hechizos en dos clases principales: si se utilizan para el bien y la justicia, tenemos la magia
blanca; pero si la intención es malévola y depravada se trata de magia
negra o goetia. Y al hablar de magia negra es ineludible tratar de la figura del diablo, causa última y definitiva de toda malignidad, a juicio de
los doctos escolásticos. Las mujeres eran sensiblemente más numerosas
que los hombres en este oficio, puesto que al ser tenidas por inferiores al
hombre, se admitía que podían ser tentadas con mucha mayor facilidad
por el Maligno. Las brujas lo eran por haber pactado con el demonio, y
siendo así no podían esperar piedad ni en este mundo ni en el otro, especialmente por cuanto que el poder secular y el eclesiástico andaban unidos en estrecho maridaje durante la edad de oro de la brujería.
Y así fue como comenzó la caza de brujas3, una página de horror en
la historia europea que quedará para siempre como ejemplo emblemático del fanatismo e intolerancia alcanzable por quienes pretendían representar a un dios infinitamente bondadoso. En un principio la Iglesia
trata de reemplazar el arsenal de creencias mágicas por las suyas propias, suplantando talismanes con objetos benditos, fiestas paganas con
festividades religiosas, o lugares de ritos ancestrales con santuarios y
templos santificados. Pero en vista de la incompleta efectividad de este
proceder, pronto los métodos de persuasión se tornaron mucho más vio232
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
lentos. La supervivencia de los credos mágicos amenazaba el predominio absoluto de la ortodoxia religiosa sobre las conciencias de los fieles,
por lo que los dignatarios eclesiásticos, siempre recelosos de cuanto pudiera menguar su poder terrenal, asociaron dichas prácticas con el culto diabólico. Por otro lado, las autoridades laicas se sintieron turbadas
por la posibilidad de que unos feligreses descreídos desafiaran las leyes
humanas conjuntamente con las divinas. Tan obvia colusión de intereses propició la terrible combinación antibrujeril Iglesia-Estado que todos conocemos históricamente, para infortunio de sus contemporáneos.
De tan maquiavélico enlace no cabía esperar nada bueno y, efectivamente, una ola de hechicería, sabbaths, autos de fe, torturas y confesiones,
hogueras y locura colectiva arrasó Occidente ocasionando una trágica
represión que hizo estragos del siglo XIII al XVIII. El Papa Inocencio VIII
promulgó en 1248 la Bula de las Brujas e impuso un manual para los juicios cuyo título era Malleus Maleficarum («martirio de las maléficas» o
«martillo de brujas»).
En verdad, las actas de los procesos contra las brujas presentan un
cuadro dantesco de sus actividades, pintándolo tan espeluznante y truculento que causaría espanto en el villano más endurecido. El pliego de cargo de los inquisidores, quienes con frecuencia parecían deleitarse con el
regodeo en el detalle escabroso, relata toda clase de aberraciones y desacatos, a cuál más horroroso, con intención de justificar así el salvajismo
del posterior castigo. La manifestación más importante del satanismo ha
sido siempre el sabbath o aquelarre, asamblea de brujos y brujas presidida por el mismísimo diablo en algún prado apartado. Tales reuniones,
si nos guiamos por los informes de la Inquisición, parecían seguir unas
reglas tan precisas como las del minué. Hasta allí llegaban las brujas en
escobas voladoras o a lomos de diablos menores, y allí esperaba a todos
Satán en persona, en forma de macho cabrío tricornudo, con ojos de fuego, patas peludas y dos caras, una en la faz y otra en las nalgas.
Una vez en el lugar del aquelarre, las brujas y brujos pasaban revista ante el diablo4 de todas las maldades cometidas, siendo premiadas las
peores y castigados quienes no hubiesen alcanzado un mínimo. Todos
besaban a Satanás en su cara trasera (el «ósculo infame», «beso negro»
o «beso del diablo»), y a veces en la boca y en el miembro viril. Si había algún neófito se le hacía abjurar de todo lo divino, y el Maligno le
marcaba en el ojo con una de sus horribles uñas. Después se llevaba a
cabo un repugnante festín con excrementos, carne de ahorcado y trozos
de infantes descuartizados. Al acabar el banquete tenía lugar una bacanal inmunda en la que participaban brujas, brujos, demonios y el pro233
FRONTERAS DE LA REALIDAD
pio Satán, así como algún que otro animal para mayor depravación. En
este punto se ayuntaban todos carnalmente sin pudor ni vergüenza, y sin
distinción de sexo, edad o parentesco. Las prácticas más aberrantes eran
acogidas con tanto mayor gozo cuanto más se pensase que ofendían al
Todopoderoso. Mientras tanto, Lucifer, con sus cuernos resplandecientes bajo el brillo de la Luna, regaba a intervalos con su orina pestilente,
y a la vez excitante, a todos los brujos y brujas que revolcaban su lascivia desenfrenada por la pradera.
Tras esto se celebraba la misa satánica o misa negra, que consistía
en una parodia de la misa cristiana con la inversión de todos los símbolos y ritos de esta última. Sobre un altar en el que descansaba una mujer desnuda coronada por una cruz invertida, se materializaba la farsa
insultante por medio de un cáliz lleno de sangre de un niño recién degollado y una hostia negra y dura. No se paraba de cantar coplas obscenas
ni de proferir blasfemias a la luz de cirios negros que algunos asistentes, en posturas grotescas, sujetaban en el ano. Los brujos y brujas solían mostrar sus posaderas al cielo y expeler ventosidades en señal de
injuria al Altísimo. Próximo ya el amanecer, Lucifer defecaba y las brujas se untaban voluptuosamente con sus deyecciones. Finalmente, todos
regresaban a sus lugares de origen antes de que los primeros rayos del
sol rasgasen el cielo nocturno. Había transcurrido una «noche de Walpurgis» más.
El origen del diablo
Ante tanto desenfreno cabe preguntarse qué hay de cierto en la descripción que antecede, empezando por la figura misma del diablo5. Quienes contribuyeron principalmente a la consolidación de este personaje
fueron, indudablemente, los dioses cornudos de la caza y la fertilidad,
cuyos orígenes pueden rastrearse hasta el Paleolítico. Para la Iglesia todos los dioses eran malos en sí mismos (salvo el suyo propio, por supuesto), pero los dioses cornudos, por su personificación del sexo y de
la virilidad masculina, resultaban mucho más abominables. La ironía
que esto encierra es enorme, dado que las religiones primitivas carecían de diablo; la concepción de deidades separadas del bien y del mal
se debió a credos posteriores más desarrollados. La aparición del concepto del diablo obedece a unos condicionamientos sociales y religiosos
muy claros, que irán marcando luego su evolución a través de las distintas culturas. Su raíz hay que buscarla en el periodo en el que Ciro, rey
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de Persia, había liberado a los judíos de su cautiverio en Babilonia. Los
hebreos aprendieron de los persas las enseñanzas del profeta Zarathustra, acerca de la existencia de dos principios sobrenaturales gobernantes del cosmos: el Bien (Ahura-Mazda) y el Mal (Arhimán). Los judíos
incorporaron a su religión —antes la única divinidad era Yavhé— las
ideas persas sobre el dios de la luz y el de las tinieblas, creando así la figura del diablo, un espíritu al que temer del mismo modo que a Yavhé
se le amaba.
Una equivocación ampliamente extendida es la de identificar al diablo con el Satanás judío, debido, quizás, a las sucesivas traducciones de
la Bíblia del hebreo al griego, al latín y a las lenguas nacionales. El Satanás del Antiguo Testamento es un ángel acusador, una especie de fiscal,
cuya función es probar la fidelidad del hombre a Dios pero jamás desafiar al Todopoderoso, como el diablo cristiano. La leyenda más antigua
en la que se funda la imagen del diablo proviene del libro judío de Enoch
(no incluido en el Antiguo Testamento), el cual describe cómo los demonios brotaron de los cuerpos de los gigantes, seres horripilantes hijos de
los ángeles caídos y las hijas de los hombres. Algunos de los primeros
Padres de la Iglesia, por su parte, prefirieron otra leyenda que imputaba
el origen del diablo a la rebelión de un arcángel que se sublevó contra
Dios por soberbia. También resulta llamativo comprobar que las versiones originales del Génesis no sugieren en absoluto que la serpiente que
tentó a Eva fuese el diablo ni ninguno de sus agentes. Esta doctrina fue
establecida muchos años más tarde por San Pablo.
Por si fuera poco, si analizamos la etimología de ciertas palabras encontramos interesantes curiosidades. La palabra griega diabolein, de la
que proviene el término «diablo», significa ruptura, separación, alejamiento, y se empleaba, entre otros casos, en relación con las tablillas de
barro en las que los antiguos griegos inscribían sus compromisos sociales o comerciales. Si el compromiso se respetaba la tablilla era denominada símbolo, en referencia a su función de representar el cumplimiento
de lo acordado. Pero si no era así, la tablilla se rompía y entonces se la
llamaba diábolo, para expresar la violación del compromiso contraído.
Por otro lado, la palabra «demonio» deriva de la voz griega daimón, que
significa «espíritu de la naturaleza» y en modo alguno implica idea de
maldad. Tampoco está involucrada esta idea en la palabra griega sheol,
que quiere decir «mundo invisible», y que más tarde fue equivocadamente traducida por inferus (lo inferior), palabra que a su vez se asoció
de manera gratuita con la representación de un lugar horripilante y maligno, el infierno.
235
FRONTERAS DE LA REALIDAD
En otras palabras, la historia, la antropología y la etimología parecen
indicar claramente que las religiones primitivas desconocían el concepto
de diablo como concentración del mal absoluto, y que éste fue introducido al correr de los tiempos con una significación muy distinta a la que
se le dispensó posteriormente. La religión hebrea primigenia asimiló el
concepto de lo diabólico en el sentido de todo aquello que nos separa de
la bondad divina. El diablo simbolizaba así el alejamiento de lo bueno,
la ruptura humana del compromiso de amar a Dios, y no la personificación real de la maldad en el mundo. El judaísmo primitivo, cuya carga de
misticismo era más que considerable, asumió que quien se apartaba de
Dios descendía en la escala de la perfección y de ahí el sentido de ínferus
(inferior, infierno), vocablo que originalmente expresaba un significado ético y no geográfico. El infierno no es, pues, un lugar (ni aun inmaterial) espantoso, sino un estado de degradación e infelicidad que causa
en el hombre su separación de Dios. Y el diablo no es un ser individual
(sobrehumano o no) que encarna las fuerzas del mal, sino la expresión
de la ruptura por el hombre de su unión con la divinidad. La conclusión
lógica de todas las consideraciones precedentes es la de que la figura del
diablo, como príncipe del pecado, fue una invención de los primeros
tiempos de la Iglesia a fin de infundir pavor y asegurar la lealtad de los
creyentes. Y esto es así por mucho que pese a sumos pontífices nostálgicos de un pasado en el que la superstición ocupaba el lugar de la razón.
Con este nuevo enfoque se nos antoja mucho más convincente concebir los orígenes del aquelarre o sabbath como una derivación de los ritos
propiciatorios de la fertilidad, harto comunes en las culturas primitivas.
La creencia en las brujas (tan arraigada que una comisión enviada por
Felipe II a Galicia certificó haber presenciado vuelos de brujas en escobas) se mantuvo por la mala fe de unos, el fanatismo de otros y la supina
ignorancia de todos. Para dar salida a su rabia e impotencia, las mentes
embrutecidas del medioevo atribuían cualquier desgracia de la vida cotidiana al siniestro conjuro de alguna bruja. Los tormentos de la Inquisición —éstos sí muy reales— garantizaban la confesión, lo que a la vez
alimentaba y expandía la leyenda. La moderna farmacopea ha descubierto que muchas de las hierbas que las brujas decían usar con mayor
frecuencia en sus pócimas y ungüentos contenían alcaloides de poderosos efectos alucinógenos (acónito, belladona, beleño, estramonio, cornezuelo del centeno, etc.). Ello explicaría las fantasmagóricas imágenes
y sensaciones que unas pobres curanderas a las que tildaron de brujas
acabaron por creer, cuando sólo eran producto de las drogas que se hallaban a su alcance.
236
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
¿Qué decir entonces de los posesos y endemoniados si en verdad el
diablo no existe? Todos los casos de posesión diabólica desde la era
medieval hasta el presente han acabado mostrándose como una combinación de fraude y de histeria. Desde un punto de vista estrictamente psicológico los fenómenos de posesión se inscriben en el contexto de
ciertos trastornos llamados de «escisión», que permiten la aparición de
sistemas autónomos que suplantan la síntesis habitual de la personalidad. Algo así como una grieta por la que asoma el magma de una región
poderosa e insospechada del inconsciente.
Durante la década de 1970 se experimentó en Estados Unidos un florecimiento de satanismo, que alienta la vivencia del mal como fuerza vital y cultiva la maldad como forma religiosa. En principio no parece ser
más que otra forma de contracultura con la que ciertos sectores de la sociedad desean manifestar su protesta con un tipo de civilización que no
les agrada. La rebelión encabezada antes por beatniks, hippies y punks
se encarna ahora de un modo negativamente nihilista y abiertamente estrafalario en el satanismo. Muy distinta y peculiar es la situación que
atañe a las brujas modernas, quienes nada tienen que ver con el satanismo o la maldad militante. Las brujas actuales buscan un retorno a las
más puras esencias de su credo ancestral. Esas creencias, según estudiosos como Joseph Frazer, Margaret Murray o Aldous Huxley, surgen de
las antiguas religiones mistéricas de culto a la fertilidad. Las brujas de
hoy día son directas deudoras de las religiones naturalistas del paganismo precristiano y están exentas de toda contaminación diabólica. Las
razones del rebrote de este culto son muy variadas: huida del materialismo consumista hacia un misticismo exótico, reacción frente a la moralidad caduca de una Iglesia desacreditada, búsqueda de un culto más
comunitario y libre, o el sentimiento de distinción que proporciona la
pertenencia al conventículo (congregación local de brujas). Sean cuales
sean los motivos, el caso es que la magia de las brujas contemporáneas
es una mezcla de ocultismo y parapsicología cuyo único efecto es satisfacer anímicamente a sus practicantes.
Magia y ocultismo
Algo diferente es la historia de la reciente magia ritual, cuyo resurgimiento entre finales del siglo XIX y principios del XX se dio en medio de
circunstancias rocambolescas. La sociedad mágica más famosa fundada
en Occidente se constituyó en 1887 en Londres bajo la denominación de
237
FRONTERAS DE LA REALIDAD
«Templo de Isis-Urania del Alba Dorada», aunque se popularizó simplemente como «Alba Dorada» (Golden Dawn). Era una sociedad ocultista
cuyos miembros —entre los que se contaban personajes famosos como
el poeta W. B. Yeats o la actriz Florence Farr— trataban de abrir caminos hacia nuevos planos de la realidad practicando los ritos de Eleusis,
una serie de rituales destinados a invocar a los dioses de la antigüedad.
La Golden Dawn, asimismo, realizó un intento sincero de reunir lo mejor de las viejas tradiciones mágicas: el Hermetismo, la Cábala y la magia de textos como el Libro de Enoch, La clavícula de Salomón, El libro
de Abramelín el Mago, El manual de magia del Papa Honorio y el afamado (aunque ficticio) Necronomicón. Por desgracia para sus adeptos,
la organización no tardó en caer bajo las luchas intestinas de sus dirigentes, cegados por el afán de poder y protagonismo. Uno de los miembros más notorios de la Golden Dawn fue Aleister Crowley, un siniestro
personaje obseso, mitómano y mentalmente desquiciado que creó más
tarde varias sociedades secretas y viajó por Oriente Medio en busca de
secretos místicos. Escribió también un tratado mágico (El Libro de la
Ley) que consideraba dictado por Aiwass, un espíritu preternatural que
formaba parte del grupo de los Maestros Ocultos y que se comunicaba
a través de la esposa de Crowley, que ejercía de médium. Tras una vida
llena de escándalos y acusaciones, Aleister Crowley murió olvidado de
todos en 1947 en el sur de Inglaterra.
Otros nombres especialmente vinculados a la magia en el siglo XIX
y comienzos del siguiente fueron Eliphas Lévi y Helena Hahn o Helena
Petrovna Blavatsky. El verdadero nombre de Eliphas Lévi era Alphonse
Louise Constant, y alcanzó la fama volviendo a poner de moda la magia ancestral al publicar en 1856 el libro Dogma y Ritual de Alta Magia, seguido más tarde por Historia de la Magia. Por su parte, Madame
Blavatsky (como era conocida entre sus simpatizantes) fundó en 1875
con el Coronel Olcott la Sociedad Teosófica, establecida primero en Estados Unidos y trasladada después a la India. El objetivo de esta sociedad era lograr un sincretismo religioso entre todos los credos del mundo
y desarrollar las potencialidades ocultas del hombre. Para impresionar a
sus seguidores, Madame Blavatsky no dudaba en presentarles trucos de
ilusionismo que ella disfrazaba como fenómenos paranormales producidos por su espíritu-guía indio, Koot-Hoomi. Este espíritu y otros maestros del Tíbet, según su versión, le transmitieron los contenidos del libro
La doctrina secreta, en el que se expone que la Tierra está destinada a
purificarse a través de siete «Razas Raíz» de las cuales nosotros somos
la quinta.
238
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
La pasión por los conocimientos místicos de Oriente se hizo notable
en el mundo occidental a partir de 1893, cuando el maestro hindú Vivekananda difundió su doctrina Vedanta de espiritualidad transformadora combinada con el esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de
las gentes. En las décadas siguientes la moda orientalista se extendió lenta pero firmemente. Hasta ese momento los occidentales sólo habían
pensado en Oriente como un remoto lugar geográfico del que extraer
materias primas y sobre cuyos incultos pobladores ejercer su poder; en
adelante comprenderían que la cultura de aquellos pintorescos personajes admitía un digno parangón con la europea en riqueza y profundidad.
Mas el rostro oscuro del nuevo descubrimiento no tardó en mostrarse.
Junto a los primeros maestros espirituales como Vivekanada apareció
una pléyade de swamis, gurús y yoguis, algunos verdaderos pero no así
en su mayoría, ansiosos únicamente de explotar en su propio beneficio
la buena fe de unos seguidores hambrientos de trascendencia. Krishnamurti fue uno de los maestros religiosos sinceros que más crecida fama
alcanzó en los años 60 con su mensaje de expansión de la conciencia
humana. El Maharishi Yogui, en otra línea, se hizo célebre al lograr
discípulos de la talla de los Beatles y la actriz Mia Farrow, quienes le
ayudaron a transmitir su doctrina pacifista que, bajo el nombre de «poder de las flores», tuvo su auge también en la década iniciada en 1960.
Desgraciadamente, no todos los maestros guardaban idénticas intenciones y, además de los anteriores, se infiltraron sectas psicológicamente
destructivas como la conocida como «Conciencia de Krishna».
Causas de la creencia
Al finalizar este breve recorrido por los fundamentos de la magia y su
historia, podemos preguntarnos ahora con mayor conocimiento de causa sobre la razón de ser de estos rituales en los tiempos presentes y en
los pretéritos. La noción cardinal que comparten místicos, magos y ocultistas es la de la identificación y entrelazamiento del microcosmos y el
macrocosmos. En este principio tiene su origen la leyenda de Hermes
Trimegisto («Tres veces más grande que Hermes»), el equivalente griego de la divinidad egipcia Toth. Dicha leyenda reza que este personaje
fue enterrado bajo la pirámide de Gizeh y cuando exhumaron su cuerpo encontraron una tabla esmeralda con la siguiente inscripción: «Tanto
arriba como abajo». Los expertos esotéricos nos explican que su significación mágica indica la identificación del hombre con el cosmos; el
239
FRONTERAS DE LA REALIDAD
hombre es un modelo a tamaño reducido del universo y, dado que cada
individuo estaría unido al resto del cosmos por infinidad de finas hebras,
el ser humano vendría a ser un órgano del universo, al igual que el corazón es un órgano del cuerpo.
Del peligro que encierra ofuscarse con esta clase de metafísica se ha
discutido en multitud de ocasiones. No es lícito extrapolar la analogía
orgánica entre el hombre y el universo más allá de una imagen poética.
El universo en general constituye, inmensa y mayoritariamente, un frío
conjunto de cosas inanimadas —planetas, galaxias, nebulosas— que no
abrigan esperanzas ni temores, como los humanos, y que son por completo indiferentes a nuestras dichas y amarguras. Los seres humanos
son, por lo que sabemos hasta ahora, los únicos portadores de emociones, amores y odios en ese inacabable océano de oscuridad que nos rodea. Es muy probable que esto produzca una incómoda sensación de
soledad y desvalimiento, y que nos sea posible paliarla imaginando toda
suerte de conexiones mágicas entre nosotros y el universo. En efecto, es
reconfortante persuadirnos de que estamos vinculados con todo lo existente por el mismo plan trascendente que mantiene danzando a las estrellas y a los planetas por la vastedad de los espacios siderales. Empero,
que una creencia sea agradable no la hace más verdadera.
Las interacciones conocidas por la ciencia no garantizan en absoluto
este tipo de enlace universal en el que tanto se complacen magos y esotéricos. Todas las fuerzas de la naturaleza se debilitan con la distancia
de forma que las influencias de las partes más alejadas del cosmos pueden considerarse despreciables con todo derecho, y obrar en la práctica como si tales partes no existieran. Y es una suerte que así sea, ya que
de otro modo no sólo sería imposible comprender la menor parcela de
la realidad, sino que la suma de una serie infinita de interacciones, todas ellas estimables, imposibilitaría un comportamiento ordenado de la
materia. En esas condiciones sería extremadamente improbable la existencia de mentes que se interrogasen sobre poderes mágicos y arcanos
ocultos. Por otro lado, las modernas correlaciones cuánticas que tanto
invocan los modernos ocultistas metidos a físicos y los modernos físicos
metidos a ocultistas sólo rigen en los sistemas ultramicroscópicos y sus
efectos en el mundo ordinario pueden suponerse totalmente nulos.
Así, las raíces de la magia han de buscarse en los ignotos terrenos del
inconsciente humano, individual y colectivo, que psicólogos y antropólogos luchan por desvelar. Conforme a lo dicho en numerosas ocasiones,
la mentalidad del hombre primitivo precisa de una respuesta presuntamente válida y útil frente a las desdichas y amenazas de la vida cotidia240
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
na. De este sentimiento de necesidad brotan de forma espontánea tanto
la magia como la religión. La diferencia estriba en que, mientras la religión se funda en un acto de fe en el que priman la humildad y las plegarias hacia un ser superior, la magia es un arte pragmático orientado a la
consecución de fines prácticos. Con la religión el feligrés suplica favores
de modo pasivo y con la magia el hechicero ejercita su voluntad de manera activa.
La impotencia que experimenta un ser humano enfrentado diariamente a toda clase de infortunios imprevisibles e irresolubles se mitiga
con algún tipo de acción, en principio de la clase que sea, pues lo importante es no permanecer inactivo. El sistema nervioso del hombre impone a éste una tensión que le arrastra a buscar cualquier cosa que pueda
servir, más o menos lejanamente, para enmendar su situación. A estas
actitudes se las denomina «actividades supletorias» y se basan en un mecanismo psicofisiológico natural e inherente al hombre. Las actividades
supletorias son un mecanismo para prolongar las emociones mediante
palabras y actos con el fin de compensar nuestra sensación de indefensión. Estas acciones cumplen, entonces, el papel de anticipar psicológicamente los resultados deseados que no hemos conseguido materializar
en la realidad.
Imaginemos, como ejemplo, el caso de dos enamorados que se disputan los favores de una muchacha. Si uno de los dos se ve decepcionado y su carácter es lo suficientemente tempestuoso, no se resignará con
facilidad a un final que no le ha sido propicio. Acaso combine su apasionamiento profundo con una prudencia superficial que le prevenga de
atentar directamente contra la vida de su rival —lo que atraería sobre
él el castigo de la comunidad— y decida recurrir a otros métodos. Puede tomar un muñeco y caricaturizar con él la figura de su adversario; tal
vez comience a descargar sobre el guiñapo toda su ira, hiriéndolo con
agujas y deseando con ardor que ese mal, enfocado ahora sobre el títere,
se transmita en verdad a su enemigo. Este comportamiento (algo semejante a lo que modernamente hacen muchos empleados cuando juegan
a los dardos con el retrato de un jefe huraño como diana) es el llamado «supletorio» o de «desplazamiento emocional». Mediante un procedimiento tal descargamos aquellas emociones que resultan demasiado
candentes para esconderlas en nuestro interior sin que peligre nuestro
equilibrio psicológico.
Quizás, siguiendo con el ejemplo, quiera la fatalidad que no tarde en
ocurrirle alguna desgracia a quien es blanco de las maldiciones, y con
seguridad el autor del ritual antecedente se convencerá de que ha sido
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
por su causa. Aunque se repita el procedimiento en otras situaciones y
no siempre demuestre ser efectivo, una memoria nublada por el furor y
la autocomplacencia sólo recordará los que sí lo fueron, y probablemente traspase la tradición del secreto a algún sucesor. Ha nacido un hechizo de venganza (en este caso similar al vudú afroamericano). Variando
el contexto histórico y geográfico y los motivos de la riña, tendremos,
en un sentido amplio, la génesis de la magia como fenómeno cultural.
A pesar de que, como dice el antropólogo B. Malinowsky, «la magia
se engendra por la unión del deseo humano con el capricho de la suerte», existe una serie codificada de ritos que cumplimentar a fin de conseguir el objetivo añorado. El proceso de invención de la liturgia mágica
suele comprender varios pasos definidos: visualización de lo que se desea; asociación con lo visualizado de la pasión requerida (odio si es un
enemigo, anhelo si es algo querido, etc.); convicción íntima de su efectividad por la sensación de que es un poder exterior el que nos otorga los
dones solicitados; y el reforzamiento de la confianza en su eficacia por
la posterior consolidación de una tradición y una mitología en torno a
las prácticas mágicas llevadas a cabo. El hecho de que en una memoria
humana sesgada por la emoción pesa mucho más un ejemplo favorable
que una multitud en contrario, tiende a reafirmar el mito alrededor de la
magia y su efectividad. En cuanto al sentimiento de que el poder mágico
es válido porque nos pone en comunicación con poderes ocultos exteriores a nosotros, cedamos la palabra al propio Malinowsly:
Dicho brevemente, una fuerte experiencia emotiva que se desgasta en
un flujo de imágenes, palabras y actos de conducta, puramente subjetivos, deja una profundísima convicción de su realidad, como si se tratase de algún logro práctico y positivo, de algo que ha realizado un poder
revelado al hombre. Tal poder, nacido de esa obsesión mental y fisiológica, parece hacerse con nosotros desde afuera, y al hombre primitivo,
o a las mentes crédulas y toscas de toda edad, el hechizo espontáneo,
el rito espontáneo y la creencia espontánea en su eficacia han de aparecer como la revelación directa de fuentes externas y, sin duda alguna, impersonales.
La magia se asemeja a la ciencia porque nace para satisfacer profundas necesidades humanas, tanto de orden emotivo como práctico, y porque también aquélla declara poseer como ésta un sistema de principios
generales que gobiernan sus técnicas. Pero las diferencias son asimismo
abismales, y la principal reside en que, en tanto la ciencia surge de la
242
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
observación de la naturaleza combinada con el razonamiento, la magia
aparece a partir de la observación de nuestro propio interior, unida a un
juego subjetivo de emociones en el que la razón no toma parte alguna.
En el hombre moderno, culto y racionalista, los rescoldos de creencia mágica se pueden entender acercándonos a esas situaciones en las
que el raciocinio ante un problema se ve nublado por la ignorancia de
su remedio o por la vehemencia de algún deseo que nos asalta. El bloqueo de la razón por el desconocimiento o por la urgencia emotiva de lo
que es anhelado con fervor nos sumerge en las profundidades del embravecido mar de la magia en hermandad psicológica con los pueblos primitivos que aún quedan en nuestro planeta. La función cultural que la
magia desempeña en las sociedades arcaicas es la de constituir una válvula de escape para la tensión nerviosa del hombre en momentos críticos
de frustración o angustia, y la de ser crisol de confianza en un mañana
mejor. Hoy juzgaríamos más apropiado depositar nuestras esperanzas
de un porvenir más halagüeño en la inteligencia y la constancia, y no en
los credos toscos y vanos de un pasado que fue la senda de nuestra marcha hacia el presente.
243
13
EL OTRO LADO DE LA MUERTE
L
os dos motivos que más hondamente han conmovido el espíritu del
ser humano desde que éste existe como tal son sin duda el amor y
la muerte. En todas las edades y lugares al primero han atendido poetas
y artistas, mientras que del segundo se han ocupado monjes y sacerdotes, ambos grupos con gran éxito. Éste ha sido el caso en razón de que
el anhelo de amor y el temor a la muerte son los sentimientos más vigorosos que articulan la existencia de un individuo corriente y mentalmente sano. En lo tocante al amor el sentimiento es gozoso y expansivo,
pero en cuanto a la muerte la emoción es incómoda y angustiosa, puesto que amenaza la felicidad duramente lograda mediante todos nuestros
afectos. La muerte representa en su máximo grado el miedo a lo desconocido, a dejar de ser, a perder el contacto con todo cuanto nos es familiar y querido. No es extraño, pues, que el miedo a morir esté en la
base ideológica de las religiones y que constituya la médula del instinto
de conservación, uno de los más primarios en el animal humano. Como
contrapartida de la obediencia de los feligreses, la religión ofrece la consoladora creencia en el alma, una especie de cuerpo inmaterial e invisible
que reúne todas las esencias de nuestro propio yo, invulnerable a la corrupción de la carne y a todo devenir mundano. Nuevamente Bronislaw
Malinowsky toma la palabra con maestría para explicar el origen psicológico y antropológico de la creencia en el alma trascendente:
El salvaje teme a la muerte de manera intensa, lo que probablemente
sea el resultado de ciertos instintos que, profundamente asentados, son
comunes al hombre y a los animales. No quiere darse cuenta de que
la muerte es un fin, ni puede enfrentarse a la idea de la completa cesación, de la aniquilación [...]. A la confortadora voz de la esperanza, al
intenso deseo de la inmortalidad, a la dificultad, o en algún caso, a la
imposibilidad de hacer frente a la aniquilación, se oponen poderosos
y terribles presentimientos. El testimonio de los sentidos, la horrorosa
descomposición del cadáver, la visible desaparición de la personalidad,
245
FRONTERAS DE LA REALIDAD
y en apariencia ciertas sugerencias instintivas de miedo y horror parecen amenazar al hombre, en todos los estadios de la cultura, con una
idea de aniquilación y con presagios y terrores escondidos. Y aquí, en
este juego de fuerzas emotivas, en este supremo dilema del vivir y de la
muerte final, la religión entra en escena, seleccionando el credo positivo, la idea confortadora, la creencia culturalmente válida de la inmortalidad en el espíritu independiente del cuerpo y en la continuación de
la vida post mórtem [...].
De esta manera, la creencia en la inmortalidad es el resultado de una
revelación emotiva profunda, y no se trata de una doctrina filosófica
primitiva.
Creer en un espíritu preternatural alivia la tensión provocada por el
conflicto entre nuestro ardiente deseo de continuar viviendo a toda costa, en el sentido que sea, y la percepción de que las evidencias disponibles no avalan supervivencia alguna, sino todo lo contrario. La religión
nos proporciona un antídoto contra el miedo y la confianza en un futuro que trasciende incluso el terrible trance de la muerte. Ésta es la causa
de que los credos religiosos hayan estado ligados a la evolución cultural
del hombre desde sus estadios más primitivos. Sin embargo, para infortunio del ser humano, la religión se convirtió de inmediato en un arma
de doble filo que no tardó en volverse contra su creador. Cuando una
convicción intensa es compartida por muchos individuos a la vez, se
convierte en un importantísimo mecanismo de cohesión social y es relativamente sencillo manejar este mecanismo como instrumento de control sobre la población. Esto fue lo que ocurrió con las religiones en el
mundo antiguo y, con menos fuerza según los casos, en el actual.
Un caso extremo lo hallamos en la utilización del credo vudú por el
desaparecido régimen dictatorial de la familia Duvalier, en la isla de Haití, para amordazar a los descontentos. La fe de los haitianos, de cultura
mayoritariamente africana, en los ritos del vudú se veía afianzada por
las historias de los zombis, cadáveres andantes dominados por los conjuros de un brujo malvado que los desenterraba y los reducía a esa lamentable situación. Como es lógico suponer, no había auténticos zombis
ni hechiceros, sólo curanderos oportunistas que inducían en algún desdichado un estado cataléptico mediante drogas vegetales, fingiendo revivir después a quien nunca había fallecido para mantenerlo esclavizado
bajo pócimas narcóticas.
El descrédito de las iglesias tradicionales, creciendo a la par que el
nivel cultural de los pueblos, no disminuyó en cambio la pretensión
246
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
humana de sobrevivir al óbito. Ése era justamente el caldo de cultivo
ambiental necesario para el florecimiento de las ideas espiritistas, aunque bueno es puntualizar que experiencias de este tipo han tenido lugar
a lo largo de toda la Historia. En la Bíblia, el rey Saul consulta al espíritu del sacerdote Samuel a través de una pitonisa. En la Odisea, Ulises
utiliza la mediación del adivino Tiresias, y en el senado de Roma, Tertuliano habla de mesas giratorias allá por el siglo II d. C. Con la institucionalización del cristianismo, se reprimen en todo el mundo occidental los
intentos de comunicar con ultratumba. La Iglesia entiende que las únicas
revelaciones sobrenaturales dignas de respeto fueron hechas por Jesucristo y sus apóstoles y, en consecuencia, todas las demás no pueden ser
sino satanismos y herejías. No obstante, los contactos ultramundanos
persisten de forma esporádica, pero no por ello menos impresionante.
En 1774, el filósofo y místico sueco E. Swedenborg comenzó a transcribir sus andanzas por un más allá que no se diferenciaba demasiado del
más acá, según sus descripciones, y aseguraba que era posible ponerse en
comunicación con los fallecidos.
La fundación del espiritismo
El verdadero auge del espiritismo en la era contemporánea fue iniciado en 1848 por los sucesos de Hydesville. En diciembre de ese año, las
jóvenes Maragaret y Katie Fox, de 12 y 15 años respectivamente, pretendieron haber escuchado en su granja los golpes propinados por el espíritu de un buhonero asesinado por los anteriores dueños de la finca y
enterrado allí mismo (estos golpes sobrenaturales serán llamados raps
ulteriormente, y la triptología asumirá su estudio). Contando los golpes
y estableciendo un código para las respuestas afirmativas y negativas, la
familia Fox inventó el principio del alfabeto espiritista. El éxito de estas
experiencias, cuando lo acaecido en Hydesville se hizo de dominio público, fue tremendo. Pese a los anatemas de la Iglesia metodista, y luego
de todas las demás Iglesias, la moda espiritista se extendió como un incendio en un almacén de combustibles, primero en Norteamérica y después en todo el mundo. En 1854 se contaban ya diez mil «médiums»
(personas capaces de conectar con el mundo de los espíritus) con tres
millones de seguidores en Estados Unidos, así como 22 diarios y revistas dedicados al particular. Pocos años más tarde la ola espiritista anegó
el Viejo Continente, con el inquietante resultado de que el mundo de las
ciencias y las artes quedó dividido en partidarios y detractores del nue247
FRONTERAS DE LA REALIDAD
vo credo. Los británicos William Crookes, Oliver Lodge y Alfred Russell Wallace (físicos de renombre los dos primeros y coautor con Darwin
de la teoría de la evolución el segundo), los franceses Charles Richet
(premio Nobel de Medicina en 1913), Cammille Flammarión (astrónomo y aficionado al ocultismo) y Victor Hugo6 (actor y dramaturgo) o el
criminólogo italiano Cesare Lombroso eran resueltos defensores de la
autenticidad de los fenómenos espiritistas. En el bando contrario, personalidades del calibre de Darwin, Faraday, Kelvin, Helmholtz o el mismo ilusionista Houdini denunciaban a los médiums como falsarios e
impostores.
Los conatos de investigación imparcial ensayados por algunos de los
antedichos científicos sólo consiguieron enturbiar aún más el panorama. La dificultad de generalizar en un campo donde cada caso y cada
médium revestían características específicas, junto a la frecuente carencia del menor rigor experimental en las pruebas y a la imposibilidad de
reproducir los fenómenos bajo condiciones de estricto control dieron al
traste con tan encomiable intento. Para mayor complicación, las hermanas Kate y Margaret Fox, cuyas relaciones con su hermana Leah se habían ido agriando poco a poco, confesaron públicamente en 1888 que
todo había sido una farsa urdida por su hermana mayor. Las dos hermanas menores, según su propio testimonio, aprendieron a ejecutar una
serie de ruidos haciendo chasquear los nudillos de manos y pies sin despertar sospechas, e incluso Margaret llegó a realizar una demostración
de ello en un teatro de Nueva York. Ahora bien, ambas se retractaron de
todo esto en 1892, y en 1904, desaparecidas ya las tres hermanas, se halló un esqueleto humano con los utensilios de un buhonero al derrumbarse una pared maestra de la vieja casa de Hydesville.
Verdad o no, la realidad era que el número de presuntos médiums
crecía sin cesar causando espanto y maravilla entre la gente común. En
las postrimerías del siglo XIX y los inicios del XX, los espíritus desencarnados parecían pulular por todos lados, ávidos de alardear sus poderes
de forma ostentosa y hasta a veces desbocada. Las probabilidades de
fraude aumentaron al ponerse en boga el espiritismo en los salones de la
alta sociedad y ser bien recibidos en ellos los individuos supuestamente
dotados. Así ocurrió con Eusapia Paladino, Kathleen Goligher, Marthe
Béraud, Ladislas Lasslo o Margery; todos consiguieron burlar durante algún tiempo los controles de investigadores como Geley, SchrenckNotzing, Richet o Lombroso, para verse desenmascarados por otros
científicos (Prince, Osty, Hodgson, etc.), o por comités examinadores
de las universidades de Cambridge, Harvard o La Sorbona, entre otras.
248
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Pasquale Erto —tenido por muchos parapsicólogos serios por un prodigio viviente— fue sorprendido en La Sorbona, donde se descubrió que
disimulaba, entre sus uñas especialmente, plumas de acero y de ferrocerio para producir sus «rayos» y «fenómenos luminosos». Lo mismo sucedió con Jean Guzik, quien, tras una carrera llena de muy discutibles
demostraciones paranormales, no pudo escapar a los controles a los que
fue sometido en Cracovia, donde se le atrapó en plena mascarada. Quizás por eso Franck Kluski sólo accedía a trabajar sin controles y en total oscuridad. Su eclipsamiento llegó cuando se pudo comprobar que los
moldes obtenidos de sus espectros materializados eran más que dudosos. La negativa de Kluski a comparecer en las pruebas de Paul Heuzé
no ayudó a mejorar su credibilidad.
De las maravillas atribuidas a D. D. Home ya se habló en el capítulo dedicado a los sucesos paranormales, mas es inevitable tan siquiera
citarlo aquí de nuevo. William Crookes investigó durante cuatro años
a este médium escocés y nos legó un rosario de historias realmente increíbles: acordeones que tocan solos mientras flotan por la habitación,
pianos que suenan sin pianistas, movimientos de objetos sin contacto,
luminiscencias inexplicables, materializaciones de manos fantasmales
aun bajo luz ordinaria, etc. Las indagaciones actuales llevadas a cabo
por el Dr. E. J. West, director de la Society for Physchical Research, subrayan que los controles impuestos al médium por Crookes fueron mucho más relajados de lo que se informó en un principio (en algunas
sesiones parece que no hubo control de ninguna clase). Crookes, dominado seguramente por el asombro, exageró en sus testimonios y no
guardó las debidas precauciones empíricas, aunque él creyese que sí lo
hacía. Existen algunos testimonios de contemporáneos de Home —escasos en número a causa de la astucia de este médium— que afirmaron
haberle visto haciendo trampas. Y algo debía haber de cierto en ello,
ya que Home siempre rehusó actuar en presencia de magos profesionales, en particular su negativa fue tajante a hacerlo ante el gran ilusionista francés Robert Houdin (quien no debe ser confundido con su sucesor
norteamericano, Harry Houdini).
Desgraciadamente, Crookes se reveló como un hombre en extremo
crédulo en temas espiritistas. El caso de Florence Cook es buena prueba de ello. Entre enero y mayo de 1874, esta joven médium londinense entretiene a Crookes con las materializaciones de un espíritu llamado
Katie King (apodo ultraterreno de una tal Annie Morgan, muerta en
tiempos de Carlos II de Inglaterra). El control fue aquí prácticamente
inexistente —un galvanómetro usado en el intento de garantizar la per249
FRONTERAS DE LA REALIDAD
manencia de la médium en su cabina no basta— pero Crookes defendió
con vigor la existencia genuina de espectros tangibles, que eran fotografiables y cuyos latidos cardiacos y pulso podían detectarse. Hubo quien
de inmediato se apercibió de la curiosa semejanza entre los rasgos faciales de Katie King y los de la propia médium. La falta de escrúpulos de
Florence Cook se demostró fehacientemente cuando fue capturada en
1880 durante una representación en la que simulaba ser la aparición de
un espectro femenino de nombre Marie.
Otros distinguidos científicos cayeron también en las trampas de pícaros y desalmados a causa de alguna necesidad emocional que les inclinaba favorablemente acerca de la controversia, como le ocurrió a Sir
Oliver Lodge, destacado físico británico, a quien el dolor por la pérdida
de su hijo en la Primera Guerra Mundial le indujo a participar en una lamentable farsa espiritista gracias a la cual creía comunicarse con su desaparecido vástago. Ni siquiera se percató de la bochornosa situación al
recibir mensajes de su hijo en los que le decía que en el otro mundo bebía whisky con soda y fumaba puros (no precisó la marca).
Cazadores engaños
Para suerte de las personas de buen sentido y alegría de los escépticos,
simultáneamente a la avalancha de médiums y dotados se multiplicaron
asimismo los investigadores empeñados en desenmascararles. El clérigo
F. W. Monck, Henry Slade y William Eglinton fueron atrapados en flagrante engaño durante 1876. El primero fingía materializaciones espectrales con guantes rellenos y trozos de muselina blanca. Slade afirmaba
recibir mensajes de los espíritus escritos con tiza en una pequeña pizarra, pero el truco consistía en un resorte secreto que destapaba una parte de la pizarra preparada de antemano y escondía las placas sin escribir.
Finalmente, Eglinton fue declarado farsante cuando el párroco T. Colley
descubrió que un trozo de barba cortada a uno de sus fantasmas correspondía a una barba postiza perteneciente al médium.
Uno de lo más enconados e infatigables luchadores contra los embustes espiritistas fue Harry Price, antiguo estudiante de ingeniería reconvertido a la investigación paranormal. Él desenmascaró al fotógrafo
William Hope, quien se ufanaba de haber inventado la técnica de doble
exposición para lograr presuntas imágenes fantasmagóricas. En lo sucesivo, muchos otros fotógrafos embaucadores serían descubiertos: W.
Mummler, J. Myers, T. Hudson, Buguet, etc. Price descubrió igualmen250
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
te las añagazas de Rudi Schneider, famoso por sus materializaciones de
«miembros ectoplásmicos», al fotografiarlo en una sesión experimental
en el acto de liberar un brazo de los controles eléctricos a fin de fingir
fuerzas paranormales. Este investigador denunció la circulación de un
catálogo en el que se describían diversos objetos por medio de los cuales
podían producirse los fenómenos de las falsas sesiones espiritistas. Uno
de estos equipos para tramposos incluía una pizarra para escribir mensajes espectrales, una mesa danzante y varios sistemas para leer en el interior de sobres cerrados.
Todavía más elaborados si cabe eran los trucos y artificios expuestos en los libros Los fenómenos psíquicos del espiritismo del Dr. H. Carrington y Lo que se esconde tras los médiums de D. P. Abbot, ambos
publicados en 1907. En esta última obra se explica el modo de responder a preguntas secretamente escritas por los espectadores en un teatro.
El público escribía sobre un cuaderno de manera que cada consultante
arrancaba su hoja y la guardaba. Al hacer esto la pregunta había quedado grabada, sin que ellos lo supieran, en una tablilla de cera que había
debajo de cada hoja. El médium llevaba un auricular telefónico disimulado entre los cabellos, cuyos cables corrían por sus ropas hasta dos contactos en sus zapatos. Sólo tenía que conectar dichos contactos tocando
dos clavos disimulados en el escenario para escuchar a un ayudante que
le dictaba las preguntas leyéndolas sobre la tablilla de cera.
Técnicas parecidas, con el auxilio de ayudantes y aparatos mecánicos, fueron empleadas en 1955 por el embaucador británico que se hacía llamar Roy, cuyo verdadero nombre era William George Holroyd
Plowright. Roy recogía informes sobre potenciales víctimas de sus engaños escudriñando en el Registro Civil datos acerca de matrimonios, defunciones y nacimientos, y ocasionalmente los intercambiaba con otros
charlatanes como él. Otros procedimientos utilizados eran el registro
clandestino de las carteras y bolsos de sus clientes, a la búsqueda del
menor detalle susceptible de simular información obtenida por medios
paranormales. Ejecutaba los fenómenos sonoros en la oscuridad con la
ayuda de un socio, auriculares de bolsillo, bocinas disimuladas y micrófonos ocultos entre sus ropas —los cuales se conectaban al cerrar un circuito camuflado en la alfombra a través de dos electrodos hábilmente
colocados en sus zapatos— con los que podía simular voces fantasmales a plena luz.
Pero sin duda, la mayor amenaza para los farsantes la representó el
genial mago norteamericano Harry Houdini, quien acusaba decididamente a los médiums de intrusismo en su profesión. Houdini denunció
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
el truco de la «mano espiritista» como una mano de juguete accionada
en la penumbra por métodos neumáticos a través de tubos de caucho.
La oscuridad era el ambiente idóneo para desarrollar las habituales
patrañas desveladas por Houdini: levitación simulada rozando las cabezas de los asistentes con los tacones de dos zapatos, uso de objetos
falsificados adheridos al calzado o a determinadas prendas de la ropa,
etc. El protocolo de la reunión consistía generalmente en que los presentes, sentados en círculo, se tomasen de las manos sumidos en la oscuridad o en la semipenumbra. El contacto de las manos servía a un
tiempo para unir las «energías psíquicas» y para controlar al médium.
Lo que ocurría era que el médium resultaba más hábil que sus adláteres y soltaba sus manos uniendo las de sus acompañantes entre sí. Los
crédulos asistentes quedaban entonces asombrados por la pantomima
de ruidos, luces y otros efectos que el falso médium desplegaba a su
alrededor.
La discrepancia pública más conocida que Houdini mantuvo durante su labor desenmascaradora, tuvo lugar entre él y un amigo, el celebérrimo escritor Sir Arthur Conan Doyle. Doyle fue un ardiente espiritista
que dio muestras de una credulidad sin límites, especialmente en el caso
de «las hadas de Cottingley». La historia sucedió en 1917, cuando dos
primas, Elsie Wright y Frances Griffith —que a la sazón contaban 10
y 16 años respectivamente—, sostuvieron haber fotografiado hadas y
gnomos en una hondonada detrás de su casa, en Cottingley, Yorkshire
(Gran Bretaña). Las fotos mostraban diminutas figuras femeninas con
alas de mariposa y un gnomo con calzas largas y gorro puntiagudo, todos ellos de unos 20 cm de altura como máximo. Estas imágenes, de
cuya autenticidad Conan Doyle jamás dudó, se publicaron en 1920 con
la consiguiente euforia de los círculos espiritistas.
Pronto los escépticos hicieron notar que las hadas mostraban los peinados típicos de la época, sus alas no presentaban ni la menor señal de
movimiento y que todas las figuras aparecían tan planas como recortes
de cartulina. La falta de animación de las figuras y lo marcado de las
siluetas sugiere que Elsie (la joven poseía un talento artístico suficiente y había realizado algunos diseños de joyería y trabajos con un fotógrafo) simplemente dibujó o recortó las figuras y luego las clavó ente la
hierba o las suspendió con hilos no visibles. Frances y Elsie, ya ancianas damas, fueron entrevistadas en 1971 en un programa de la BBC en
el que declinaron negar que hubiesen trucado las fotos y rehusaron dar
una respuesta más clara. En 1978, el periodista especializado en ocultismo Fred Gittings publicó su libro Ghosts in Photographs (Harmony
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Books), donde aporta la solución definitiva al enigma de Cottingley. En
un libro infantil publicado en Inglaterra en 1915, Princess Mary’s Gift
Book (Hodler & Stoughton), aparece una ilustración sobre hadas idéntica a las supuestas imágenes captadas con su cámara por Elsie y Frances. Un triste final para una ingenua ilusión.
Sesiones espiritistas
A despecho de impostores, pícaros y truhanes de toda ralea, es justo preguntarse por lo que hacen y lo que piensan las personas que creen sinceramente en la posibilidad de confraternizar con los inquilinos del más
allá. Veamos cómo se desarrollaría una típica sesión espiritista decimonónica con un médium de oficiante.
Los asistentes se agrupan en torno al velador o mesa giratoria y forman «la cadena», ya sea cogiéndose de las manos, ya sea tocando los
dedos meñiques con los de sus vecinos. Una música suave o un cántico
pueden acompañar la escena. El médium (del latín medius: medio, pues
se supone que actúa como intermediario entre los espíritus y los mortales) puede hallarse en un rincón de la estancia en estado de trance, o
incluso en la «cabina espiritista», especie de camerín montado con varillas y cortinas. Algunos médiums se hacen atar para dejar bien patente
que su intervención debe excluirse, aunque se sabe igualmente bien que
estos lazos son un juego de niños para los profesionales. La asamblea
de participantes ha de armarse de paciencia —los espíritus pueden hacerse aguardar— concentrarse para acrecentar la «energía psíquica» del
grupo y hacer acopio de una buena dosis de fe, pues de lo contrario las
almas convocadas pueden ser reticentes y aparecer en su lugar otras insustanciales y hasta groseras, según la maña del oficiante.
Después de un tiempo más o menos breve de meditación, el médium
se pone a salmodiar y comienzan las mil y una maravillas. A veces aparecen entidades vaporosas llamadas «ectoplasmas», o se aprecia una aureola luminosa («aura») que rodea al médium. Algunos de estos dotados
quizás se desdoblen, sufran bilocaciones o desprendan de su cuerpo físico un duplicado inmaterial («cuerpo astral»), lo que les permite viajar
a planos espirituales superiores inaccesibles a los profanos (de tal guisa
obraba Mirelle, médium del coronel Rochas, que iba incluso al planeta
Marte). Otros médiums ceden temporalmente su cuerpo para que un espíritu se posesione de ellos y hable por su boca, o bien emiten ectoplasma por alguna zona anatómica —boca, nariz, oídos— hasta formar la
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
figura completa del espectro en cuestión. Otros, en fin, realizan telequinesis, aportaciones o cualquier otra clase de fenómeno portentoso. Esta
es, en suma, la descripción de un prototipo de sesión espiritista, a pesar de que los trabajos del parapsicólogo francés Robert Amadou, entre
otros, hayan reducido estos prodigios a unas dimensiones bastante insignificantes, sobre todo desde que existen los rayos infrarrojos que no
permiten más engaños al amparo de la oscuridad.
En muchas investigaciones sobre materialización de seres fantasmales era frecuente solicitar que el susodicho ser introdujese, digamos, una
mano en un recipiente con parafina. Este producto químico, similar a las
ceras o plásticos en estado fundido, proporciona al solidificarse moldes
muy precisos de los miembros sumergidos en él. Así se pretendía obtener
una prueba tangible de la auténtica presencia de un espíritu materializado. Los investigadores acostumbraban a guardar ciertas precauciones,
como añadir un ingrediente químico en la mezcla de parafina para evitar su sustitución subrepticia durante la experiencia, sujetar con fuerza
al médium y comprobar que el tamaño y huellas dactilares del molde no
correspondían a ninguno de los presentes.
Como ya se dijo, el empleo de visores infrarrojos reveló el procedimiento utilizado para cometer el fraude en estas condiciones. Generalmente una hábil maniobra del médium, amparado en la sugestión
ejercida por el cántico y el misterio imperante en esos momentos, obligaba a que los investigadores se cogiesen mutuamente, cual si juzgasen
que le aprehendían a él. El impostor se dirigía entonces al recipiente de
parafina e inflaba un guante de goma, fácilmente ocultable entre sus ropas, sumergiéndolo acto seguido en la sustancia de prueba. La operación
completa no le llevaba al farsante más de unos segundos y el molde seco
creaba una sensación terriblemente convincente de una mano que, claro
está, no pertenecía a ninguno de los que allí había.
Mas, en honor a la verdad, no todos los que se acercan al mundo espiritista lo hacen con el ánimo solapado de engañar a sus semejantes menos precavidos. Uno de los hombres que con mayor sinceridad profesó
estas creencias fue el francés Hippolyte Leon Denizard Rivail, un lionés
nacido en 1804 que se convirtió en recopilador y formalizador del movimiento espiritista bajo el pseudónimo bretón de Allan Kardec. Los contenidos son siempre los mismos: rechazo del materialismo, del ateismo
y del ejemplo de una Iglesia corrompida, así como la prédica del amor y
la caridad universal. Un hermoso mensaje que le valió un duro enfrentamiento con la curia y que, por desgracia, cayó tan en saco roto como
todos los equivalentes que le precedieron.
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Según las revelaciones suministradas a Kardec por diez médiums que
se prestaron a colaborar con él, el ser humano consta de tres partes: el
alma o espíritu, que es inmortal; el cuerpo físico, que es perecedero; y
el periespíritu, especie de envoltura fluídica y semimaterial que sirve de
lazo entre el cuerpo y el alma (otras revelaciones provenientes de fuentes esotéricas elevan el número hasta siete componentes). Volvemos a encontrar aquí la vieja división ternaria en boga entre los ocultistas desde
el antiguo Egipto. El periespíritu es el vínculo que permite a los muertos comunicarse con los vivos, aun cuando usualmente se necesite el
concurso de un médium, persona de psiquismo particularmente receptivo. Siendo la perfección espiritual el objetivo del ser humano, nos dice
Kardec, cabe reencarnarse cuantas veces sea preciso en vistas a lograrlo. Entre una reencarnación y otra, las almas permanecen en el más allá
agrupadas según su grado de desarrollo espiritual. Los espíritus —siempre siguiendo a Kardec— se pueden dividir en impuros, ligeros, de falsa
instrucción, neutros, golpeadores (poltergeist), benévolos, sabios, prudentes y superiores. El tiempo que un espíritu tarda en acomodarse a
su nueva forma de existencia es inversamente proporcional a la pureza
de su conciencia. El hecho de que a muchos de ellos les cueste en mayor
medida realizar el tránsito y permanezcan en este mundo rodeados de la
envoltura fluídica del periespíritu explicaría las apariciones que ocurren
en las casas encantadas y lugares hechizados.
Voces e imágenes de ultratumba
Los informes de casas encantadas por duendes molestos que no cesan
de incomodar a sus inquilinos se remontan muy atrás en la Historia.
San Agustín tuvo que enviar un sacerdote para apaciguar los ruidos en
una casa encantada del distrito de Hipona. Y San César, bajo Teodorico, purificó una casa encantada por los lémures. En esta cuestión, como
en otras del mismo jaez, existe una marcada diferencia de opiniones entre los parapsicólogos de tendencias científicas, quienes achacan los fenómenos de poltergeist a fuerzas psíquicas producidas o moduladas por
el cerebro humano, y los que se decantan por el origen periespiritual de
esta clase de fenómenos.
La tipología de los fenómenos registrados en las casas encantadas es
extensa y variopinta, a juzgar por lo que nos relatan los parapsicólogos encargados de su estudio. Se habla de «litotelergia» o «paralitogénesis» para referirse a las piedras que vuelan solas, «parafonolalia» si se
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
trata de voces sin origen aparente, «paraosmogénesis» cuando se perciben aromas sin causa que los produzca, «parasismogénesis» en relación
con los movimientos de muebles y tabiques, etc. La inmensa mayoría de
esta casuística es finalmente explicable en parámetros del todo naturales: vibraciones forzadas, resonancias acústicas, corrosiones sobre metales, ratones, carcomas, termitas, bromistas humanos, aves nocturnas,
corrientes subterráneas, conducciones de agua, microseismos locales, dilataciones térmicas de los materiales de construcción, etc.
El parapsicólogo español J. L. Jordán Peña nos refiere un curiosísimo suceso ocurrido en un inmueble cercano a la Gran Vía de Madrid en
1966. Informado de que allí se producía un insólito fenómeno de parafonolalia, Jordán Peña inició las investigaciones comprobando que, efectivamente, la bañera del domicilio parecía musitar frases entrecortadas e
ininteligibles y hasta cantar algunas noches. Hubo que desmontar la susodicha «bañera parlante» para descubrir que las voces correspondían a
las transmisiones de la cercana emisora de Radio Madrid. Es un efecto
peculiar, pero nada misterioso el que se da cuando una lámina metálica
(aquí la superficie esmaltada de acero de la bañera) se muestra capaz de
captar la onda portadora de alta frecuencia de ciertas emisoras radiofónicas, y a la vez actuar como altavoz, originando la aparente comunicación preternatural.
El mismo parapsicólogo se vio envuelto en la investigación de las famosas «caras de Bélmez», unas pretendidas imágenes con rostro humano que surgieron de manera aparentemente sobrenatural en un domicilio
de Bélmez de la Moraleda (Jaén). Dos conocidos estudiosos de lo inexplicable, el español Germán de Argumosa y el alemán Hans Bender, no
dudaron en atribuir al hecho un carácter paranormal. En contraste, un
equipo encabezado por Jordán Peña llegó a conclusiones opuestas. Para
estos últimos investigadores las caras habían sido elaboradas con una
mezcla grosera de hollín y vinagre (aún podían detectarse las huellas del
pincel de cerda utilizado) y con un agresor químico que decolora lentamente el cemento. No resulta del todo probatorio el que se desarrollasen
nuevas caras mientras estaba precintada la cocina en la que se encontraron las primeras, ni el que se pudiese raspar la superficie del cemento
sin que las imágenes desaparecieran. Podríase justificar el primer punto
por el uso de un producto agresor incoloro que hace visible su huella en
el transcurso de los meses, y el segundo mediante la técnica del fresco,
en la que los colores emulsionados con cal quedan por debajo de ésta
una vez fraguada. Según se dice, los autores de estos dibujos sólo trataban de bromear con sus vecinos cuando se vieron abrumados por la in256
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
flación publicitaria de los fenómenos, por lo que no se sintieron capaces
más que de guardar silencio.
Tal vez las conclusiones de Argumosa y Bender resultasen viciadas
por las adversas condiciones en las que hubieron de desempeñar su labor, pero lo cierto es que el misterio no se extinguió. Contraanálisis realizados más tarde rebatieron los argumentos referidos a la naturaleza
pictórica de las caras de Bélmez y reavivaron la polémica. Todavía hoy
se sigue informando periódicamente de la aparición de nuevas caras en
la misma casa de Bélmez, mas ya casi nadie lo recuerda. El fallecimiento
en 2004 de la dueña de la casa, María Gómez Cámara (conocida como
María, «la de las caras»), contribuyó a apaciguar la controversia, si bien
no aclaró el enigma a satisfacción general.
De un modo u otro, es en las supuestas casas encantadas donde los
aficionados al método de contacto con el más allá conocido como «psicofonías» deciden probar suerte con mayor asiduidad. Se denominan
psicofonías las grabaciones de voces presuntamente no humanas obtenidas por medio de un magnetófono que graba del sonido ambiente en un
lugar silencioso, o que se encuentra grabando en una banda de frecuencias en la que no hay emisoras (ruido blanco). Las primeras de estas cintas fueron grabadas accidentalmente por el sueco Friedrich Jürgenson en
1959, aunque ya el inventor Thomas Alva Edison en 1920 había especulado con la posibilidad de que, de darse tal comunicación, fuese factible
construir un aparato eléctrico que la facilitase.
El descubrimiento de Jürgenson atrajo la atención del profesor Bender, cuyos equipos científicos investigaron el evento y concluyeron: «…
En diferentes condiciones y circunstancias, una cinta virgen, colocada en
un magnetofón corriente y en un ambiente silencioso, registra voces humanas que pronuncian palabras inteligibles; el origen de esas voces es
aparentemente inexplicable a la luz de la ciencia actual, y las voces son
objetivas, en la medida en la que dejan en la cinta huellas iguales a las de
las voces normales y quedan registradas como impulsos osciloscópicos visibles en las grabaciones». El Dr. Konstantin Raudive, ex profesor de Psicología de las universidades de Upsala y Riga, fue otro de los psicólogos
experimentales que se sintió llamado a indagar estos asuntos, y lo llevó a
efecto con tanta eficacia que logró registrar más de 100.000 psicofonías
entre 1965 y 1974, fecha de su fallecimiento. David Ellis, tras conseguir
una beca Perrot Warwick en el Trinity College de Cambridge, analizó entre 1970 y 1972 los trabajos de Raudive. Ellis anunció finalmente que,
salvo media docena de casos susceptibles de una explicación plausible, el
resto de las cien mil grabaciones era inexplicable en términos normales.
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FRONTERAS DE LA REALIDAD
Por enésima vez las opiniones de los expertos divergen claramente al
juzgar las psicofonías, distribuyéndose entre los partidarios de la pura
y simple acción espiritista y quienes se inclinan por las explicaciones
«psi». Dentro de este segundo ámbito se inscribe la telepsicoquinesis (la
mente humana imprimiría las cintas), o la suposición de un acceso casual de nuestras facultades parapsíquicas a los estratos más profundos
del inconsciente colectivo de la especie humana. Esta última hipótesis,
por el momento indemostrable, explicaría también la labor de los curanderos que dicen actuar en nombre de famosos médicos fallecidos o de
los médiums artísticos y literarios. Los dotados espiritistas que creen poderse comunicar con las lamas de grandes artistas desaparecidos, constituyen un grupo notabilísimo dentro de los médiums. En 1964, por
ejemplo, el ama de casa británica Rosemary Brown comienza a escribir
música al dictado, dice ella, de Brahms, Liszt, Chopin, Debussy, Beethoven, Bach y otros insignes compositores. Lo más asombroso de todo es
que las piezas compuestas parecen conservar el estilo de sus supuestos
autores. Análogamente, el británico Matthew Manning y el brasileño
Luis Antonio Gasparetto pintan cuadros en 30 estilos diferentes, cada
uno de ellos correspondiente a un magno pintor de antaño. O el también brasileño Francisco Cándido «Chico», que ha escrito psíquicamente lo que a su parecer son las obras póstumas de 400 autores difuntos.
Un curioso experimento realizado en 1972 se alega por los partidarios del origen psíquico de los fenómenos fantasmales. La experiencia
consistía en crear un espíritu totalmente ficticio (con una biografía llena de contradicciones históricas para asegurar su inexistencia), basándose en los datos proporcionados por ocho miembros de la Sociedad de
Investigaciones Psíquicas de Toronto (Canadá). El grupo de experimentadores estuvo reuniéndose todo un año una vez por semana hasta que
«Philip» —nombre del quimérico personaje— comenzó a comunicarse
mediante el método del tablero ouija. Poco a poco el espíritu inventado
fue cobrando entidad propia y, aunque solía atenerse a los datos de su
biografía, a veces sostenía sus propias ideas. Los investigadores descubrieron que cuando todo el grupo estaba de acuerdo en alguna cuestión,
Philip respondía sin dilación, pero cuando alguno de los participantes
disentía, el fantasma dudaba. En el libro Conjuring up Philip, en el que
los autores del experimento detallan los pormenores de su desarrollo,
se resumen las conclusiones del siguiente modo: «Comprendimos claramente que hemos probado que detrás de tales comunicaciones no hay
ningún espíritu. Los mensajes proceden del subconsciente del grupo,
pero necesitamos conocer mejor qué fuerza física es la que actúa». Las
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RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
sesiones prosiguieron hasta que Philip, tras recibir una fuerte reprimenda, no volvió a presentarse más.
Sin embargo, la historia no se detiene ahí. La última y más moderna versión de las psicofonías son las psicoimágenes, esto es, imágenes
presuntamente paranormales que quedan plasmadas en las cintas magnéticas de un dispositivo reproductor o magnetoscopio (coloquialmente conocido como «vídeo»). La técnica no es en exceso complicada: se
monta un circuito cerrado con una videocámara enfocando a la pantalla
en blanco de una televisión conectada a su vez a dicha cámara, se graba durante algunos segundos y luego se pasa la cinta fotograma a fotograma. Los buenos «psicofilmadores» pueden captar presuntas figuras,
rostros y toda clase de imágenes de personas fallecidas, las cuales se
complementan en ocasiones con psicofonías tomadas simultáneamente.
Las explicaciones más socorridas (aparte de la del fraude, por supuesto) cristalizan, cómo no, en dos campos bien diferenciados. En uno
se cuentan los que opinan que tanto las psicofonías como las psicoimágenes son dos aspectos de una misma realidad extradimensional, manifestación de una vida inteligente sin soporte físico. En el otro campo
se agrupan quienes son del parecer según el cual se trata de un fenómeno de teleplastia, proyección mental o «pensiforma». Lo que sí es
posible asegurar es que, hasta la fecha, no se ha emprendido una investigación de seriedad y envergadura ni siquiera similar a las de las psicofonías, que nos permita pronunciarnos al respecto. Quizás se deba a
que los pocos que lo han intentado acabaron por atribuir el fenómeno
a la amplificación retroalimentada de señales aleatorias en el interior
de los circuitos osciladores del sistema electrónico montado para grabar las psicoimágenes.
Apariciones y milagros
A estas alturas de la discusión es lícito preguntarse si, ya que parecen
producirse comunicaciones con los difuntos en todas sus variantes, por
qué no podrían darse apariciones de los máximos poderes divinos. Estos serían, en el contexto cultural de Occidente, Jesucristo, la Virgen
María, santos, mártires y demás personajes beatíficos. Y, efectivamente, así ha ocurrido, aunque debamos señalar que de toda la corte celestial quien más se prodiga en sus visitas a la Tierra no es el Padre Eterno
sino Santa María. Esta característica es la que ha consolidado todo un
género sobrenatural, las llamadas «apariciones marianas». En el siglo
259
FRONTERAS DE LA REALIDAD
XIX nos encontramos con apariciones tan famosas como las de La Sallette y Lourdes (Francia), Konck (Irlanda) o Llanthony (Gales). En el siglo
XX las apariciones aumentan su dispersión geográfica, pero mantienen
una serie de constantes: en los cuatro casos más importantes la aparición se expresó oralmente (en tres de ellos para transmitir profecías), la
figura vista es aparentemente la misma en todos los casos, en todos ellos
se produjeron curaciones, y en tres de estas apariciones los testigos fueron niños.
Muchos de estos sucesos son sobradamente conocidos, en especial
los acaecidos en Fátima (Portugal, 1917), Beauraing (Bélgica, 1932),
San Sebastián de Garabandal (Santander, 1961) y Nueva York (EE. UU.,
1970). El patrón de los acontecimientos se repitió fielmente. Las visiones
evocadas reflejaban la imagen de la madre del Mesías tal como la han
entendido los pintores y escultores desde los primeros tiempos de la cristiandad: mujer joven y bella, túnica y velo blancos, escapulario, corona
de rayos luminosos, manos entrelazadas y vista vuelta hacia el cielo. Los
mensajes, por su parte, consisten como de costumbre en una mezcla de
amenazas, advertencias y expresiones de preocupación. Causa una notable extrañeza en el espectador imparcial el contraste existente entre la
primerísima categoría del personaje aparecido y la esplendorosa magnificencia de su manifestación, frente a la vaguedad e insustancialidad de
los mensajes ofrecidos. Las características de las descripciones aportadas
por los testigos, así como los tipos psicosociales y culturales de éstos, sugieren que quizás las visiones constituyan sólo diferentes versiones de un
mismo arquetipo psicológico universal, el de la diosa-madre protectora;
acaso tras la mayoría de estos hechos no haya realidad objetiva alguna.
Como consecuencia de las apariciones divinas se engendra casi ineluctablemente todo un cortejo de sucesos pasmosos y fenómenos calificados de milagro, originados y magnificados al compás de la religiosidad
y la credulidad de las gentes piadosas. Entre estos sucesos se incluyen estigmatizaciones7, hematografías y dermografías (signos formados con
sangre o dibujados sobre la piel, respectivamente), cadáveres incorruptos, exudación de sangre por feligreses e iconos, inedia (capacidad de
vivir sin ingerir alimentos), licuefacción de sangre coagulada y una interminable lista de fenómenos de la misma estirpe. Los milagros que han
llegado hasta nosotros a través de textos sacros u otra clase de referencias semejantes pueden muy bien considerarse como exageraciones y deformaciones más o menos involuntarias, dirigidas a exaltar la fe de los
creyentes y —por qué no— a impresionar también a los infieles. Así ha
ocurrido en todas las religiones durante todas las épocas. En esa tesitura
260
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
no se hacía distinción entre lo extraordinario y lo divino, pues para los
cronistas de la antigüedad ambas cosas eran lo mismo. Hoy ya no asumimos esa postura tan fácilmente y preferimos responder al desafío de
lo milagroso dentro de parámetros racionales más aceptables.
La estigmatización es el fenómeno por el cual en el cuerpo de una
persona devota aparecen las señales inflingidas a Cristo durante su crucifixión y muerte. La enumeración de personajes que protagonizaron
tan dramática experiencia en el curso de la Historia podría hacerse inacabable: San Pablo, San Francisco de Asís, Santa Gemma, el Padre Pio
Forgione, Teresa Neumann, y muchos otros. El caso de esta última es
destacadamente original por cuanto en él coinciden, en apariencia, una
multiplicidad de sucesos asombrosos como éxtasis, expresión en idiomas
extranjeros (xenolalia), curaciones, bilocaciones y el proceso de inedia
más prolongado que se conoce en todos los tiempos. Teresa Neumann
era una muchacha de Baviera que sanó de una misteriosa enfermedad al
tiempo que aparecían los estigmas en su cuerpo, en 1926. Desde entonces y hasta su muerte en 1962 Teresa sufría la Pasión de Cristo cada viernes, abriéndose heridas en su costado, manos y frente, que desaparecían
al llegar el domingo. Se dice también que durante 35 años no ingirió más
alimento que la hostia consagrada de su comunión diaria. Científicos de
todo el mundo (Hynek, Killerman, Wittry, Ewald, Titter de Lama, Hilgenreiner, Stökl y el español Vallejo Nájera) analizaron la sintomatología
sin llegar a una conclusión definitiva. En cambio, una comisión enviada por la Iglesia Católica en 1928 dictaminó un cuadro histérico agudo,
con señales inequívocas de simulación inconsciente.
La neurosis de conversión o histeria parece ser la responsable en
gran mediada de estos intrigantes síntomas. La existencia de ciertos
conflictos a nivel inconsciente podría manifestarse en forma de reacciones musculares (agitación psicomotriz de los histéricos) o de perturbaciones de las actividades circulatorias, hormonales, neurológicas
y metabólicas en general. Estudios de fisiología psicosomática han demostrado que, en una zona definida, el sistema nervioso es susceptible
de afectar la red de vasos sanguíneos que irriga los tejidos circundantes.
Si se produce una gran vasodilatación, venas y arterias pueden romperse eventualmente, fluyendo así la sangre a los tejidos intersticiales (hemorragia interna) con la consiguiente aparición de una mancha rojiza o
eritema bajo la epidermis. Por contra, de producirse una vasoconstricción excesiva, la sangre no fluirá en cantidad suficiente con lo que las
células del área afectada mueren (necrosis tisular) y se genera una llaga.
El sujeto neurótico, presa de una fortísima sugestión, regularía incons261
FRONTERAS DE LA REALIDAD
cientemente la irrigación y el metabolismo de esas zonas. Esta hipótesis
viene reforzada por el hecho de que las estigmatizaciones se centran en
las palmas de las manos y no en las muñecas, donde realmente los verdugos romanos clavaban a sus víctimas para evitar el desgarro de los
tejidos interpalmares y el desprendimiento del crucificado. Este punto
quedaría explicado admitiendo la influencia del psiquismo en tales síndromes, ya que las heridas palmares constituyen la imagen mental que la
inmensa mayoría de los creyentes guarda acerca del martirio de Cristo.
Eventos milagrosos semejantes pueden ser atribuidos a multitud de
causas, algunas curiosas, otras prosaicas, mas ninguna necesariamente
sobrenatural. Las hostias que manan sangre han sido objeto de estudios
que han imputado el fenómeno a la presencia de Micrococus Prodigiosus, un extraño microorganismo que presenta en sus colonias más densas una coloración purpúrea. Las licuefacciones de sangre coagulada
conservada en ampollas de vidrio, supuestamente pertenecientes a San
Jenaro en Nápoles y San Pantaleón en Madrid, sólo podrían calificarse
de sobrenaturales si un serio examen verificase la composición de dichos
fluidos y aseverase la imposibilidad lógica de tal comportamiento. Nada
de eso se ha efectuado hasta la fecha. Existen mezclas —entre cuyos
componentes se encuentra sangre auténtica— que se coagulan y licuan
alternativamente en determinadas condiciones físicas. Especiales condiciones fisicoquímicas son también las responsables de los casos de momificación espontánea ocurridos en los cuerpos de santos y santas. La
aparente incorruptibilidad de estos cadáveres se debe más bien a la inusual conjunción de características peculiares de temperatura, humedad,
asepsia ambiental, propensión de los tejidos biológicos.
No obstante, allí donde parece innegable que se da el mayor influjo
del inconsciente es en aquellos fenómenos que usan el médium como canal para la transmisión de mensajes, esto es, la «escritura automática»
y el tablero «oui-ja». Este tablero se constituye disponiendo en círculo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9 sobre una mesa cualquiera. Situamos luego un vaso u otro objeto deslizante en el centro de
la mesa, tras lo cual todos los presentes apoyan sus dedos ligeramente
en el vaso y esperan algún movimiento con el concurso de los espíritus.
Si así ocurriese, el vaso debería desplazarse hasta las letras necesarias
para formar un mensaje inteligible. La «escritura automática», por otro
lado, consiste en sujetar suavemente un lápiz y relajar la mente confiando en que algún poder sobrenatural utilice nuestro brazo como vehículo
de sus comunicaciones. Para los espiritistas estaba claro que hechos de
este tipo implicaban la acción de una fuerza exterior, pero los psicólo262
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
gos no eran de la misma opinión. Estos especialistas interpretaron tales
acaecimientos como manifestaciones del subconsciente o del inconsciente, científicamente explicables, que nada tenían que ver con la presencia
de espíritus misteriosos.
Las complicaciones se dan cuando, en lugar de manifestarse un ente
sobrenatural, lo que aflora en realidad es el torrente de traumas, miedos, deseos o problemáticas del consultante en particular. Todo el que
se acerca a un tablero ouija (así como la inmensa mayoría de los que no
lo hacen) no alberga dudas sobre la solidez de su mente y su perfecta capacidad para afrontar cualquier imprevisto. Desafortunadamente, esta
suposición, como todas las ideas autocomplacientes, rara vez se cumple
por completo en la práctica; nadie está a salvo de mostrar en algún momento cualquier pequeña e inadvertida grieta en su cordura. Y es por
esa minúscula fisura por donde se abalanzarán hacia el exterior todas las
penumbras de nuestro inconsciente, si no sabemos ponerles dique a su
debido tiempo. Las personas psicológicamente inestables o socialmente
inadaptadas suelen valerse de liturgias paranormales —desde las sectas
mesiánicas a la comunicación con espíritus— para exteriorizar sus insatisfacciones profundas. En estas situaciones es donde radica el gran peligro de un interés desmedido por lo oculto.
Ocasionalmente, los individuos afectados pueden no sufrir en su origen problemas psicosociales de ningún tipo; empero, esto no es garantía
absoluta de su imbatibilidad en caso de una embestida del ocultismo patológico. Un hombre o una mujer con escasa tendencia crítica que participen en una sesión de ouija o en un rito espiritista tradicional es muy
posible que se sientan hondamente conmovidos por los sucesos a los que
han tenido oportunidad de asistir. Si son personas sin inclinaciones filosóficas o científicas carecerán del hábito mental que invita a mantener
un abierto escepticismo frente a la realidad, tanto conocida como desconocida, y a suspender provisionalmente el juicio cuando las evidencias de la razón y de los sentidos se nos antojan contradictorias. Estando
así las cosas, lo más probable es que tales individuos abracen un nuevo
concepto de lo real con tan pocas reservas como asumieron el antiguo, y
esta actitud imprudente es la que les encamina hacia su perdición. Quienes aceptan, cada vez con más fervor, que el mundo paranormal encierra
mayor autenticidad que el cotidiano, comienzan a separarse anímicamente de cuantos parientes y amigos no opinan en la misma dirección,
y acaban comportándose como espías perpetuamente internados en un
país enemigo. Los que no comparten sus opiniones es porque tratan de
descarriarles de su nuevo sendero vital. Y todo ahora tiene una clave
263
FRONTERAS DE LA REALIDAD
oculta, una doble lectura: los sueños son viajes astrales, las ocurrencias
se interpretan como mensajes telepáticos; ya no hay corrientes de aire
que abren las puertas sino espíritus invisibles que hacen lo mismo, y una
luz en el cielo nocturno es, obviamente, una nave extraterrestre. El hundimiento en la obsesión paranoica se ha rubricado.
Experiencias extracorpóreas
La exploración del inconsciente no ha sido el único punto de contacto entre los científicos y la cuestión de la supervivencia tras la muerte.
En la década de 1970 vieron la luz una serie de estudios y compilaciones de casos interesantes llevados a cabo por psiquiatras especializados
en la investigación de los momentos próximos al óbito. Las obras del
Dr. Raymond Moody, de la Dra. Elizabeth Kübler-Ross, o de los Drs.
K. Osis y E. Haraldson constituyen buena prueba de ello. En estos libros se presta especial atención a las experiencias cercanas a la muerte
denominadas «experiencias fuera del cuerpo» o EFC. De la lectura de
estos relatos se desprende un conjunto de rasgos comunes a la inmensa
mayoría de ellos. Las características más usuales se resumen en que, en
un estado de profunda postración (aunque también suceden EFC en situaciones de normalidad, como durante el sueño o la meditación) causado por una enfermedad, un accidente traumático, anestesia general
u otros, el sujeto siente como si su propio «yo» se despojase del cuerpo y emergiese al exterior. En los casos de gran peligro de muerte suele experimentarse la sensación de atravesar un túnel oscuro, después de
lo cual muchos declarantes manifiestan hallarse a sí mismos flotando
a cierta distancia de su cuerpo físico pero con plena capacidad de percepción de la escena (e incluso de leer las mentes de los presentes). Al
final del túnel se suele situar una luz intensamente brillante, pero no hiriente, que no parece provenir de fuente alguna y que da paso a escenas
de indescriptible esplendor y belleza. También es frecuente la alusión
a la presencia de personas difuntas (familiares y amigos) que acompañan al relatante en tan singular trance; la visión plástica y tridimensional de escenas de la vida pasada que se presentan en orden cronológico
(una especie de balance de la propia existencia), y la contemplación de
un ser de luminosidad extraordinaria —cuya presencia producía unas
vívidas sensaciones de paz y felicidad absolutas— que los sujetos acostumbraban a identificar con la deidad o deidades específicas de sus respectivas religiones.
264
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Los psicofisiólogos se muestran escépticos frente a estas respuestas
espiritualistas y suelen atribuir las EFC al hecho de que los sujetos que
las experimentaron no llegaron a morir realmente8. Hacen así hincapié
en el importantísimo punto de que no debe confundirse muerte clínica
con muerte real, dado que la actividad neurológica de los estratos más
profundos del cerebro es capaz de persistir durante cierto tiempo a un
ritmo tan débil que ni los más sensibles detectores actuales podrían registrarla. En tales situaciones la frontera entre la vida y la muerte es algo
virtual y no definible con total exactitud. Entonces es posible buscar una
explicación a las EFC en el hecho comprobado de que los individuos en
trance de morir sufren un bloqueo prácticamente total de estímulos sensoriales externos, lo que obliga al mismo cerebro a crear sus propios estímulos a fin de mantener una actividad vital mínima.
Una prolongada penuria de estímulos perjudicaría el sistema reticular activador —grupo de largas fibras que desembocan en el tálamo y
alertan al neocórtex para que procese los estímulos externos e internos— responsable de los niveles de conciencia, forzando al cerebro a
producir sus propios estímulos para garantizar el mínimo nivel funcional imprescindible. Estos estímulos tomarían la forma de imágenes alegóricas sobre el momento capital de la muerte, bien extraídas de las
enseñanzas de todas las religiones acerca de este tránsito, bien recogidas
de la memoria inconsciente donde se conservan los recuerdos de otro
momento traumático, el nacimiento (con igual sensación de salida de la
oscuridad a la luz), como ha propuesto el exobiólogo y astrofísico Carl
Sagan. Argumentos en favor de esta tesis los aportan los relatos alucinatorios, plenos de luces y melodías psicodélicas, que nos brindan los sujetos sometidos a la acción de drogas, meditación, hipnosis, sugestión
autohipnótica y técnicas análogas.
Sin explicación quedarían, de admitir esta explicación fisiologista,
casos como el del teniente de aviación H. C. Irwin, quien presuntamente se comunicó después de su muerte, acaecida en un accidente aéreo en
1930, con la médium británica Eileen Garrett mientras ésta se encontraba en el laboratorio de Harry Price. El tristemente desaparecido teniente Irwin transmitió a la médium datos sobre el dirigible en el que se
había estrellado —información que de ningún modo había trascendido al público— con el objeto de mejorar en lo sucesivo la seguridad de
estas aeronaves. El mayor Olivier Villiers, del Ministerio del Aviación
Civil británico, el señor Charlton, constructor del dirigible R101 accidentado, y el investigador Archie Jarman corroboraron posteriormente
la exactitud de todos los detalles ofrecidos por Eileen Garrett, o quizás
265
FRONTERAS DE LA REALIDAD
sería mejor decir por el teniente Irwin. Naturalmente, los parapsicólogos no espiritistas reclamaron con prontitud el caso del dirigible R101
como un tanto más en la lista de los fenómenos PES. Para ellos, la psique memorizante de Irwin, y no su espíritu desencarnado, había contactado con la médium a despecho de las barreras del espacio y del tiempo.
Como los espiritistas opusieron con igual vehemencia su hipótesis del
periespíritu, capaz de contactar con los vivos antes de alcanzar un plano
superior de la existencia, nos hallamos como tantas otras veces en una
encrucijada insoluble.
Vivir varias vidas
Esto mismo es lo que sucede con un tema tan directamente relacionado
con la supervivencia post mórtem, cual es la reencarnación o la transmigración de las almas y la metempsicosis (transferencia del alma humana
a otro organismo, por ejemplo, un animal). La creencia de que el alma se
encarna sucesivamente en diferentes cuerpos es universal y se remonta a
tiempos antiquísimos. Se extiende desde el pensamiento budista e hindú
hasta los credos de las tribus de Kenya y Borneo. En el mundo occidental fueron reencarnacionistas personajes de la talla de Pitágoras, Platón,
Plotino o Hume. En el seno del cristianismo, algunas sectas gnósticas
sostuvieron estas ideas durante el siglo I, al igual que los maniqueos en
los siglos IV y V. No obstante, en el año 533 el segundo concilio de Constantinopla condena la reencarnación calificándola de herejía —condena
reafirmada por la Iglesia Católica en 1917— a pesar de que en un pasaje
de los Evangelios cristianos se refleja con claridad que Jesucristo indicó
a sus discípulos: «Elías ha vuelto como Juan el Bautista»; las alusiones
de los reencarnacionistas a este pasaje, reclamando para sí el apoyo del
Salvador, no se hicieron esperar.
Modernamente, la técnica hipnótica comenzó a utilizarse para exhumar la memoria de vidas anteriores de la mano del coronel francés
Albert de Rochas en 1911. Desde entonces un número creciente de parapsicólogos se ha adherido a estos métodos, cosechando éxitos variables. Las regresiones hipnóticas arrojan un saldo muy ambiguo; tanto
por una parte como por otra, los argumentos en favor y en contra de la
reencarnación parecen demostrar igual consistencia. En el lado positivo
hallamos que la dramatización de las presuntas vidas anteriores es tan
intensa que casi resulta obligado descartar el fraude consciente; los detalles históricos aportados suelen mostrarse abrumadoramente exactos y
266
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
ofrecerse de manera espontánea en el curso de la conversación; las regresiones son idénticas cuando se realizan hacia el mismo periodo histórico
aunque entre un experimento y otro transcurran varios años (la personalidad, las palabras y los incidentes recordados son los mismos); y, por
último, la hipnosis parece revelar que traumas generados en existencias
previas son en ocasiones la causa de neurosis inexplicables padecidas en
la vida presente. Esta consideración final implica una coherencia inesperada entre la estructura del relato expuesto bajo hipnosis y la forma de
las patologías nerviosas sufridas por los pacientes (alguien tiene vértigo porque murió en una caída, otro teme al agua porque se ahogó, etc.)
Del lado negativo encontramos salvedades no menos importantes.
Para empezar, se detectan muchos anacronismos, algunos errores históricos, casos de ignorancia injustificables y ejemplos inconsistentes (aunque mucho más raros que los coherentes). La frecuente imposibilidad
material de contrastar los datos de las narraciones por ausencia de registros históricos suficientemente detallados supone una dificultad añadida a las investigaciones de estos fenómenos. Una poderosa objeción,
asimismo, es la referente a las técnicas de regresión. Freud abandonó la
hipnosis como método terapéutico por las mismas razones que han acabado empañando la parapsicología reencarnacionista. Una de ellas es
que el estado hipnótico restringe tanto el campo de la conciencia del paciente que éste sólo dispone del hipnotizador como vía de contacto con
el mundo exterior. A consecuencia de ello, el sujeto se ve sugestionado por las influencias de su controlador hasta un punto completamente indeterminado. Otra razón es que los hipnotizados fantasean de una
forma impresionantemente lógica y coherente, estando después convencidos con gran firmeza de la autenticidad de sus experiencias, fuesen éstas reales o imaginarias (ello se vio confirmado por los experimentos del
psicólogo estadounidense Robert A. Baker en los que sólo obtuvieron
resultados positivos quienes estaban previamente predispuestos en favor de la reencarnación). Los asombrosos conocimientos exhibidos por
muchos individuos hipnotizados podrían explicarse como producto de
la criptoamnesia o recuperación de informaciones olvidadas en el nivel
consciente. Se conocen casos de personas que se mostraron capaces de
reproducir por completo un idioma antiguo habiéndolo visto únicamente de reojo en un libro.
Sin embargo, los anteriores razonamientos no pueden dar cuenta de
algunos casos realmente inquietantes. Unos ensayos llevados a cabo por
dos investigadores de la Chicago State University con sujetos ciegos de
nacimiento proporcionaron esencialmente la misma clase de informa267
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ción que las personas con vista y describían los acontecimientos como
si fueran capaces de ver. Jean Evans, un ama de casa británica estudiada
por el psiquiatra Arnall Bloxham, retornó a una vida anterior en la que
se llamaba Rebecca, vivía en York en 1198 y era asesinada por una partida de antisemitas. En el curso del relato citó la existencia de una cripta bajo el altar de una iglesia que más tarde se identificó con St. Mary
de Castlegate. Lo extraño es que sólo se descubrió una cripta bajo el altar varios años después de la hipnosis de Evans, durante los trabajos de
conversión de la iglesia en un museo. Por último, pero no por menos estremecedor, contamos con el caso de Raví, el niño nacido en la ciudad
india de Kanauj que afirmaba ser la reencarnación de Munna Prasad,
muerto en una riña con chicos de la misma ciudad. Tanto fue así que
Raví-Prasad logró reconocer su antiguo hogar, a sus anteriores padres,
a sus parientes y pertenencias y reveló datos inéditos sobre su asesinato.
El caso más espectacular es el de Stayanarayana Raju, que dice ser la
reencarnación del santón indio Sai Baba y desde entonces realiza milagros y sucesos pasmosos det oda índole sin más parangón que los atribuidos a Jesucristo. Sai Baba dice poder materializar objetos sin problema
alguno —al parecer su número se eleva a 10.000— cura enfermos e incluso afirma haber resucitado a V. Radhakrishna a los tres días de su fallecimiento (versión moderna del milagro de Lázaro), a pesar de que sus
detractores le acusan de ser tan sólo un prestidigitador hábil y un predicador carismático. Cualidades inexplicables como la xenoglosia o xenolalia (dominio de idiomas nunca aprendidos) no faltan en los presuntos
reencarnados, constituyendo un punto más de controversia.
Una imponente cantidad de hipótesis ha sido propuesta para intentar
justificar todos estos extremos. La posibilidad de personalidades disociadas, la telepatía y clarividencia, la comunicación espiritista con difuntos y otras muchas han sido las explicaciones aducidas para ello. La tesis
psiquiátricamente más plausible es la existencia de personalidades compensatorias, las cuales actuarían como muralla psicológica contra la gestación de debilidades neuróticas al proveer al paciente de la ilusión de
una vida pasada que cubra las deficiencias de la actual. La psicodinámica —examen de la personalidad en términos de sus experiencias pasadas,
presentes y sus respectivas motivaciones— supone que las fabulaciones
sobre vidas pasadas se basan en recuerdos inconscientes que revelan la
relación entre la personalidad consciente del sujeto y las que emergen
bajo la hipnosis. Esto, empero, no explica qué compensación cabe esperar de vidas irreales que en su mayoría son aburridas, infelices o finalizan en muerte violenta. Quizás instintos sadomasoquistas; quién sabe.
268
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Tampoco faltan quienes recurren a los «registros akashicos» (del
sánscrito akasha, que designa la sustancia etérea fundamental del universo); estos registros son depósitos de todo lo que ha sido hecho y dicho desde que empezó el mundo y, al parecer, ciertas mentes humanas
podrían tener acceso a ellos. Algunas personas sugieren que es de estos
registros de donde se toman las vidas anteriores, aunque estas hipótesis (salvedad hecha de la imposible demostración de la sustancia akasha)
no consiguen explicar por qué se seleccionan unas vidas en particular, ni
por qué los sujetos de la regresión hipnótica carecen en su mayoría de
aptitudes parapsíquicas.
El parapsicólogo Antonio Ribera, haciendo gala de una prudencia
poco frecuente entre sus colegas, prefiere rechazar la inmortalidad del
alma y responsabilizar de los efectos antedichos a las memorias atávicas almacenadas, supuestamente, en el código genético de cada individuo, así como al inconsciente, donde en virtud de dicha memoria
genética se preservan fragmentos de un pasado no vivido por nosotros.
Tan sólo nos restaría averiguar, de resultar esto cierto, por medio de qué
mecanismos es posible que las impresiones y experiencias particulares
de un individuo afecten a sus genes y, por añadidura, cómo éstos pueden
ser capaces de transmitir recuerdos tan precisos y particulares.
Cualquiera que sea la respuesta elegida para afrontar la enorme constelación de hechos pretendidamente sobrenaturales subyace siempre la
pregunta: ¿qué ocurre con nuestro espíritu tras la muerte física? Aunque
tal vez sería más correcto comenzar por inquirir: ¿Qué sentido tiene hablar de la existencia de un alma o espíritu? Este interrogante es de tanta
importancia que será necesario dedicarle el próximo capítulo.
269
14
LA CUESTIÓN SOBRENATURAL
S
i existe un asunto en cuya indagación sea especialmente difícil conservar la indispensable imparcialidad científica es el de la posibilidad
de que el ser humano perviva de alguna manera tras la muerte. Acaso no
podía ser de otra forma, ya que en esta cuestión se hallan implicadas las
interrogantes vitales más íntimas que puede plantearse una criatura inteligente: ¿es la muerte el fin de todo?, ¿qué sentido tiene la existencia, si es
que tiene alguno? Los científicos son también, qué duda cabe, seres humanos provistos como los demás de sentimientos y emociones. Por esto,
la actitud de los primeros investigadores serios del espiritismo se mostró
un tanto ambivalente. Desde un punto de vista humano se sentían existencialmente involucrados en la investigación de la vida post mórtem.
Pero frente a ello se hallaba la convicción de que casi todas las pruebas
aportadas por los espiritistas no eran más que patrañas mal disimuladas;
que la progresiva investigación científica del mundo disminuía cada vez
más el ámbito de lo sobrenatural, amenazando con hacerlo desaparecer
del todo; y, finalmente, la sospecha de que quizás después de todo el método científico no fuese adecuado para tratar este problema.
A pesar de todo esto, nos consta que algunos de los científicos de
aquel entonces se esforzaron tanto como pudieron en pro del rigor y la
ecuanimidad en sus trabajos. Lamentable es decir que hoy en día compartimos una visión mucho más estricta del rigor y las cautelas necesarias
en la indagación de lo sobrenatural, y por ello no estimamos significativas las conclusiones que dichos investigadores obtuvieron. No obstante,
es justo reconocer el valor de unos hombres que no temieron arriesgarse
al ridículo ni a la incomprensión si con ello lograban que la verdad resplandeciese entre falsedades y supercherías. Uno de estos investigadores
fue William Crookes, de quien hoy podemos criticar su ingenuidad y su
falta de perspicacia en prevenirse lo suficiente contra impostores e ilusionistas, pero al que no podemos negarle el admirable valor de defender públicamente lo que él creía cierto a despecho de las consecuencias
que pudiese acarrearle.
271
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Prueba del conflicto intelectual en el que se encontraba son los escritos del propio Crookes, en los que señala: «Los fenómenos que voy a
narrar son tan extraordinarios y tan opuestos a las leyes científicas, entre otras la ley de la gravedad, que incluso ahora, recordando los detalles de los que he sido testigo, se crea un antagonismo en mi mente entre
la razón, que afirma que es científicamente imposible, y lo que percibí
con mis sentidos que dan fe de algo opuesto a mis conocimientos [...].
Habiéndome cerciorado de su veracidad [de los hechos observados], sería para mí una cobardía el no dar testimonio sobre ellos...». Incluso
quienes pensemos que se equivocaba al certificar la autenticidad de sus
observaciones, no podemos menos que sentir el más profundo respeto
por la fuerza moral que se necesita para exponer semejantes resultados
de cara a una comunidad científica que sabemos de antemano contraria a ellos.
Ahora como entonces sigue siendo interesante reparar en las hipótesis explicativas propuestas por Crookes para los fenómenos por él
presenciados:
1) Trucos de prestidigitación (rechazada por Crookes).
2) Hipnosis inducida de algún modo por el médium sobre los espectadores.
3) Alucinaciones de los testigos.
4) Acción del espíritu del médium.
5) Acción de los demonios.
6) Acciones de otro tipo de seres que habitan la Tierra pero invisibles para nosotros.
7) Acciones de los espíritus de personas difuntas.
8) Acción de una «fuerza psíquica» —poseída por el médium o por
el conjunto de los presentes— que es controlada ya sea por la
mente del médium (metapsiquistas), ya sea por espíritus desencarnados (espiritistas).
Obsérvese que el primer apartado de la octava hipótesis es idéntico a
la teoría que el Dr. Rhine postuló muchos años más tarde para bosquejar
siquiera un intento de comprensión de los poderes psiónicos. En cambio,
la séptima hipótesis y la segunda parte de la octava resumen a grandes
rasgos el credo espiritista sobre la naturaleza de estos fenómenos. Son
numerosos los metapsiquistas que se inclinan por soluciones vinculadas
a los poderes mentales9. Desde esta óptica, las apariciones se deberían a
la emisión telepática de un agente a un sujeto receptor, quien visualizaría
272
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
el mensaje PES como si de un fantasma se tratara. La visión colectiva de
aparecidos se daría cuando el receptor retransmite su captación extrasensorial a un grupo de personas. Por el contrario, otros parapsicólogos
se decantan claramente por la tesis espiritista. Esta propugna la existencia de un principio sobrenatural, llamado alma o espíritu, que es propio
y definitorio de cada persona (como el documento de identidad), que sobrevive a la muerte y que es capaz de interactuar por medios desconocidos con el mundo físico que a nosotros nos es familiar.
A la vista de un escéptico, estas hipótesis no dejan de desprender un
cierto aroma de autoengaño. El procedimiento, por lo demás muy viejo, consiste en resolver un misterio a través de un concepto tan oscuro
como el que pretendíamos explicar, pero con la diferencia de que a este
último nos hemos habituado por la fuerza de la costumbre y lo sentimos
por ello menos desconocido. Los hombres primitivos que responsabilizaban de los relámpagos al dios de las tormentas, en realidad, desconocían la naturaleza de su dios tanto como la del rayo que le atribuían, mas
ese artificio psicológico les permitía vivir confiados y contentos creyéndose sabedores de las razones del fenómeno.
La teoría espiritista adolece de otro defecto muy importante: es acientífica en el sentido popperiano, es decir, es irrebatible por principio. Tal
cual argumentan sus razones los adictos al espiritismo, es imposible sorprenderles jamás en un renuncio; cualquiera que sea el resultado de una
prueba siempre les será posible dar con alguna argucia que les permita
salir bien a ellos y a sus creencias. Y como lo sobrenatural, por su propia definición, nunca queda al alcance de una dirimente verificación empírica por medios naturales (los únicos a nuestra disposición), la disputa
siempre permanece inconclusa.
Buen exponente de esto es el intento ideado por el parapsicólogo decimonónico F. W. H. Myers para garantizar la autenticidad de los mensajes espiritistas. En 1891 escribió un mensaje que sólo él conocía y lo
entregó sellado a la Sociedad Parapsíquica de Londres, con el propósito
de transmitir su contenido desde el otro mundo a través de un médium
una vez hubiese fallecido, verificando así la comunicación entre vivos y
muertos. El 13 de diciembre de 1904, cuatro años después de la muerte
de este caballero, una médium de su mismo país aseguró haber recibido
el mensaje secreto. Se desveló entonces el manuscrito y se comprobó que
nada tenía éste que ver con lo dicho por la médium. Pero, para perplejidad general, Sir Oliver Lodge no admitió el fracaso de la experiencia
sino que afirmó que Myers se había olvidado de lo escrito. Una suposición ésta diametralmente opuesta a quienes opinan que los espíritus
273
FRONTERAS DE LA REALIDAD
gozan de una especie de omnisciencia beatífica. Por cierto, que si este
último extremo fuese correcto nos enfrentaríamos al peliagudo problema de autentificar, no ya la comunicación entre los vivos y los que no
lo están, sino la propia identidad de cada comunicante del más allá. Si
todas las almas desencarnadas lo saben todo y en todo momento, cualquier espíritu burlón y marrullero puede divertirse con un sinfín de trapacerías a costa del médium y de los confiados creyentes que le toman
por quien no es.
La credulidad de los más ardientes espiritistas durante la era dorada
de los médiums rozaba los límites de la memez más evidente. Que en el
gabinete del médium se oye tocar, por manos invisibles, guitarras palmas y castañuelas; nada tiene de extraño: son los espíritus de artistas flamencos que vuelven desde el otro mundo a recordar sus buenos tiempos.
¿Quién puede probar lo contrario? Que las mesas se ponen a bailar y dar
piruetas sin que nadie vea las manos que las ponen en movimiento; no es
sorprendente: son los espíritus de saltimbanquis y titiriteros que siguen
poniendo en práctica sus habilidades. ¿Qué derecho tenemos nosotros
para negarles ese esparcimiento? Toda explicación, por ridícula y chusca que resultase, se juzgaba adecuada si era útil para sostener del modo
que fuera la creencia en la manifestación de espíritus. Desde luego, a nadie con una mínima dosis de sensatez se le oculta que no es con este género de testimonios como investigaremos provechosamente la existencia
de fenómenos sobrenaturales.
Ciñéndonos ahora a la doctrina espiritista, analicemos con cierto cuidado el concepto de alma, crucial para todas las variantes de esta teoría.
Veamos asimismo lo que nos puede decir la ciencia de éste y otros conceptos aparejados, en el intento de discernir lo que es legítimo de lo que
no en las pretensiones espiritistas.
¿Qué es el alma?
El concepto preternatural de alma es de orígenes nebulosos e imprecisos.
Germinó sin duda en el antiguo Egipto, donde se distinguían dos espíritus en cada individuo: el ba, análogo al alma de los creyentes actuales,
y el ka, equivalente al periespíritu del que se habló con anterioridad. La
creencia en el alma inmortal se consolida y expande gracias a la religión
judeocristiana, que la asume aunque también de manera indefinida. En
la Bíblia este término se usa habitualmente como sinónimo de «soplo vital» o «aliento de vida». Los escolásticos medievales, con Santo Tomás
274
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
a la cabeza, refuerzan y refinan la doctrina: el alma humana es la forma
del cuerpo (como en Aristóteles), es única en cada sujeto, es inmortal
y es creada en el momento en el que Dios ha de insuflarla en un nuevo
hombre. En tiempos más cercanos a los nuestros, Descartes consagró lo
que ha sido desde entonces una constante en la cultura de Occidente, el
dualismo espíritu-materia. Ésta es la idea de que la realidad consta de
dos planos desconectados, uno espiritual y el otro material, donde sólo
el hombre —al poseer cuerpo y alma— participa de ambos. Tan fundamental ha sido esta concepción en el pensamiento europeo que las elucubraciones filosóficas occidentales han basculado siempre entre quienes
otorgaban mayor preponderancia al espíritu (idealistas) y quienes hacían esto con la materia (materialistas). Los rastros de esta marcada dicotomía pueden encontrarse incluso hoy en el campo de la biología.
Jacques Monod, premio Nobel y uno de los padres de la biología molecular, es de la opinión de que el hombre debe asumir de una vez el hecho
de su evolución por azar, sin que exista más vida que la terrenal. El también premio Nobel J. Eccles defiende un parecer exactamente contrario,
hasta el punto de que mantiene haber hallado la zona cerebral donde el
alma interacciona con el cuerpo (se trataría del área motriz suplementaria, AMS, situada en la parte superior del cerebro).
Nadie ha tomado en serio tan discutible afirmación del investigador británico, pero la idea en sí tampoco es nueva. De modo más o menos consciente, se suele concebir el alma como el operario que dirige
por control remoto un robot en este caso representado por el cuerpo de
la persona en cuestión. Despojado de su alma, el cuerpo humano no sería más que un autómata sin vida. Idéntico a éste era el pensamiento de
Descartes, quien situaba el centro de control del alma en un orgánulo cerebral llamado glándula pineal. Asimismo, algo parecido aunque de forma menos concreta fue lo expresado por el psiquiatra suizo C. G. Jung
cuando declaró: «Creo sencillamente que alguna parte del Yo o del alma
no está sujeta a las leyes del espacio y del tiempo».
El concepto de alma es una contrapartida filosófica del concepto de
sustancia (o viceversa), y por eso mismo aquella heredó todos los problemas de ésta. Se supone que el alma es el asiento de todas las emociones, sentimientos y características de nuestro propio yo. Pero a la par
debe ser algo distinto del conjunto de sus propiedades, toda vez que
los místicos y religiosos hablan de «la purificación y evolución de las
almas» como un proceso en el que se adquieren ciertos rasgos considerados deseables y se pierden otros indeseables. Curiosamente, de las
emociones moralmente neutras como el sentido del humor o el aburri275
FRONTERAS DE LA REALIDAD
miento (siempre que no se exteriorice demasiado durante el sermón dominical), no se hace comentario alguno. Ahora bien, cuando eliminamos
todos los sentimientos residentes en el alma nos encontramos con que
no nos queda nada. En otras palabras, ¿cómo podemos distinguir dos
almas si sus emociones no son propiedades distintivas de ellas mismas?
Nos topamos, en consecuencia, con el problema de que dos almas deben
ser justamente dos sin que exista ningún criterio para distinguirlas; entonces, ¿cómo podremos saber nunca que son dos?
Si prescindimos de los sentimientos y nos fijamos en la memoria ocurre otro tanto. La memoria parece depender críticamente de nuestro estado cerebral y de la fisiología del organismo en general. Las drogas
(como sabe cualquier bebedor durante la resaca) y la neurocirugía perturban el ejercicio normal de la memoria, así como un desequilibrio
hormonal o un trauma emotivo. El hecho de que nuestros recuerdos dependan, por ejemplo, de una crisis histérica, nos hace renuentes a incluir
la memoria como uno de los atributos inmanentes del alma. Decir que el
alma posee una especie de registro etéreo donde se conservan incólumes
los recuerdos a salvo de todo disturbio del organismo no mejora la situación, ya que nos enfrenta de nuevo a un aserto del todo inverificable. Lo
que no cabe negar es que la capacidad de rememorar los acontecimientos vividos constituye un ingrediente indispensable para forjar nuestro
sentido de la identidad personal y reconocernos día tras día como el mismo individuo.
Ésta es una tecla delicada para los reencarnacionistas. Si la memoria es uno de los rasgos más señeros de la identidad del yo, ¿qué decir
de quienes afirman que son la reencarnación de alguien ya desaparecido, pero no pueden aportar dato alguno que lo confirme? Estas personas podrían argumentar: «No recuerdo nada de mis vidas anteriores;
tan sólo tengo la conciencia de que mi alma es la misma que habitó otros
cuerpos humanos en otras épocas y lugares». La simpleza de esta afirmación anterior salta fácilmente a la vista. Resulta patente que la única
manera de identificar a un individuo es a través de su personalidad y su
memoria, y si el supuesto reencarnado carece de ello no podremos aceptarlo seriamente por mucho que insista y proteste.
Pretender que el alma es una especie de etiqueta transferible cuya
única propiedad es la de exhibir una cierta señal mística e invariante de
identidad nos precipita en un abismo de absurdos y sinsentidos. ¿Cómo
probar siquiera indirectamente su existencia?, ¿por qué no postular un
alma para cada cosa: plantas, bacterias, rocas y locomotoras, por ejemplo? Se nos podría decir: «Ésta es, en apariencia, una cámara cinemato276
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
gráfica corriente, pero de hecho contiene el espíritu del cámara original
de los hermanos Lumière. El diseño y los materiales son distintos, sus
prestaciones no se parecen en nada, pero en esencia es la cámara original
de los Lumière, pues posee el mismo espíritu». A poco que se examinen,
estas aseveraciones resultan tan vacías como el entendimiento de quien
las formula. No obstante, por estos mismos motivos, los casos en los que
los presuntos reencarnados proporcionan datos contrastables y precisos
sobre las circunstancias de sus vidas anteriores infunden ánimos en los
partidarios de la reencarnación, aunque los detractores echen mano de
un amplio abanico de otras explicaciones.
En realidad, lo que parece cierto es que la idea de alma, como la de
sustancia, surge a partir de lo que tan sólo es una convención lingüística. Encontramos conveniente para comunicarnos describir cierto número de sucesos como acontecimientos en la vida de, digamos, nuestro
amigo José Pérez. En algunas ocasiones José Pérez estuvo enfermo y en
otras sano, en ciertos momentos fue feliz y en otros desdichado, por lo
que nos inclinamos a pensar en José Pérez como algo que persiste durante un periodo de tiempo y que actúa como sustrato de los sucesos que
le ocurren. A ello se debe que consideremos que nuestro amigo es más
sólido y real que los acaecimientos que protagoniza. Sin embargo, aunque José Pérez no necesite en particular estar enfermo o feliz para existir,
desde luego algo debe ocurrirle para poder decir de él que existe. Por lo
cual, en la práctica, la persona es indistinguible de sus vivencias y nuestro amigo no es más sólido que el conjunto de las cosas que le ocurren.
Pensemos por un momento, ¿qué nos encontramos al estar en presencia de José Pérez? Una forma coloreada que se mueve sobre un fondo
estacionario y emite una serie de sonidos. Por comparaciones hechas en
nuestra memoria, identificamos esa forma y esos sonidos como los mismos, o muy similares, a otros que acontecieron antes en nuestra vida y
a los que asociamos siempre la etiqueta «José Pérez». Entonces, ¿es José
Pérez algo aparte de ese conjunto de sucesos que nosotros percibimos?
Hemos de reconocer que, rigurosamente hablando, nuestro amigo José
Pérez (aunque es seguro que él no opinará lo mismo) sólo debe juzgarse un mero soporte hipotético para todos esos sucesos. No quiero decir
con esto que nuestro amigo sea en modo alguno una creación de nuestra
mente, o que él no exista cuando no lo percibimos. Lo que deseo aclarar
es que de ninguna manera necesitamos suponer la existencia de un principio intangible y misterioso que se oculte tras la envoltura de su cuerpo
para dar continuidad a su vida y a su personalidad. «José Pérez», «Isabel
García», etc. son símbolos convenientes para el discurso hablado; pen277
FRONTERAS DE LA REALIDAD
sar en ellos como algo distinto de sus experiencias no es más que un artificio útil que nos sirve para agrupar colectivamente los sucesos en haces
coherentes. Y en puridad ni siquiera necesitamos de estos andamiajes
desde el punto de vista de la física, como tampoco necesita la Tierra de
un gigante Atlas que la sostenga. Nos basta con los sucesos espaciotemporales y las leyes que describen su evolución. Para describir el mundo,
pues, no precisamos de alma o sustancia algunas, conceptos que resultan
de imponer a la realidad la estructura gramatical de sujeto y predicado.
Mente y materia
Los comentarios precedentes no son, ni pueden ser, una refutación de la
idea de alma. Sí son, en cambio, una muestra de que es posible de todo
punto prescindir de ella a cualquier efecto. Algunos entusiastas de dualismo cuerpo-alma han propuesto que el alma puede valerse de la indeterminación cuántica para actuar sobre el cerebro. Si una neurona se
encuentra en un estado tal que la menor perturbación atómica pueda
desencadenar su activación, la física cuántica nos dice que hay una probabilidad definida de que se dé la perturbación (y la activación neuronal), pero es imposible precisar cuándo. El alma —o la mente, que aquí
son términos sinónimos— solamente habría de influir en el momento
y el modo de la variación cuántica sin que ninguna ley física se violase, ya que de todos modos existía una posibilidad previa de que el suceso ocurriese. Ahora bien, dejando a un lado la falta de pruebas de
que los sucesos cuánticos puedan ejercer efectos macroscópicos en el
funcionamiento cerebral, tendríamos que admitir un cerebro extraordinariamente equilibrado para que fuese susceptible de una respuesta significativa ante transiciones subatómicas. Las complicaciones que esto
nos produciría se hacen bien patentes sin más que pensar que, frente a
un equilibrio tan delicado, pequeñas perturbaciones exteriores eléctricas
y magnéticas (ondas electromagnéticas, campos de fuerza, etc.) modificarían sustancialmente nuestros mecanismos cerebrales y por ende nuestra conciencia.
Pero si rechazamos la idea tradicional del alma controlando nuestro
cuerpo a través de la actividad cerebral, ¿cómo podremos dar cuenta
de cosas tales como nuestros pensamientos, emociones, deseos e incluso nuestra propia vida? Al fin y al cabo, los átomos que forman los
cuerpos humanos no son distintos de los que constituyen los objetos
inanimados, aguas, cenizas, pedruscos. Si existe vida en nosotros es
278
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
porque debemos poseer algo con lo que las cosas inertes no cuentan, es
decir, una suerte de «fuerza vital» que además, en el caso del hombre,
ha de contar con inteligencia y voluntad libre a fin de identificarse con
el alma humana. Éste era, a grandes rasgos, el razonamiento de los
vitalistas decimonónicos.
El problema de vincular la actividad de las células cerebrales con la
actividad de la conciencia fue percibido ya por Leibniz y diáfanamente
expuesto por él mismo cuando observó: «Si imaginamos un cerebro humano real y actuante, y sin embargo tan grande que podamos penetrar
en su interior y andar por él como por un molino, de modo que pudiéramos estudiar todos los mecanismos de los átomos cerebrales, no encontraríamos más que átomos en movimiento sin que percibiésemos nada
de los pensamientos correspondientes a aquellos movimientos». El asunto no es baladí, dado que la cuestión de la conciencia encierra el problema de nuestra propia identidad individual. Viéndose enfrentados a tan
terribles interrogantes a la par que privados de cualquier respuesta plausible, no es extraño que los pensadores de épocas pretéritas hubiesen de
postular algún principio desconocido, llámese alma, mente o vis vitalis.
Sin embargo, hoy estamos en condiciones de ofrecer soluciones alternativas al vitalismo y al animismo. Bajo el punto de vista actual lo que
ha descarriado a los dualistas desde los filósofos presocráticos, pasando por Descartes, hasta el Dr. Eccles, ha sido su empeño en buscar una
sustancia (el alma) para explicar lo que es en realidad un concepto abstracto y no un objeto. La historia de la ciencia está repleta de casos similares en los que se intentó acudir a cosas sustantivas, como el flogisto, el
éter luminífero o el calórico, para manejar fenómenos que acabaron requiriendo conceptos abstractos de la clase de actividad química, campo
electromagnético o energía térmica.
Para empezar, ni la vida ni la conciencia precisan de ninguna clase de
principio oculto para ser explicadas convenientemente. Si bien es cierto que los átomos que constituyen los seres vivos son indistinguibles de
otros de su misma especie, la clave de los organismos biológicos está en
la manera en que dichos átomos interaccionan entre sí y se estructuran,
es decir, en el grado de orden y complejidad de la estructura resultante.
La vida es una propiedad emergente que resulta de la interacción global
de los componentes de un sistema sin que pueda ser deducida del análisis
de sus componentes aislados. Por mucho que estudiemos una proteína
separadamente del resto, no nos aproximaremos ni un ápice a la comprensión de la vida mientras no advirtamos que el concepto de vida es
en cierto modo holístico (referido a la totalidad) o sinergético (produc279
FRONTERAS DE LA REALIDAD
to de una acción de conjunto). Al igual que la estética de un monumento
no puede inferirse del análisis de sus piezas, o el mensaje de un anuncio
luminoso no puede deducirse del estudio de los circuitos eléctricos que
lo componen, tampoco es posible abordar el fenómeno de la vida si no
es desde una perspectiva global.
Exactamente lo mismo sucede con la mente. El concepto de «mente»
es también holístico; el comportamiento colectivo no puede comprenderse en términos de sus partes constituyentes aisladas. Las brumas
que envolvían la doctrina dualista se disipan con prontitud a la luz de
esta nueva visión de la naturaleza. La mente y el cuerpo son conceptos
que pertenecen a diferentes niveles de abstracción en nuestra empresa
de describir la naturaleza. El error del dualismo radica en considerar
ambos términos como si fuesen caras de la misma moneda, cuando en
verdad se trata de conceptos enteramente distintos adscritos a planos
de descripción diferentes dentro de una misma jerarquía de abstracciones. No obstante, el hecho de que un concepto posea un elevado
grado de abstracción no lo hace ilusorio o irreal, como bien sabe
todo trabajador desempleado por causa de una inflación galopante.
Conceptos tales como entropía, información, energía, vida o mente10
no son propiamente cosas, en el sentido sustancial de «objetos», sino
expresiones (muy sólidas y útiles por cierto) referidas a relaciones entre
cosas y fenómenos.
Avanzando un paso más en la senda de una cabal comprensión del
concepto de mente, no nos basta con la visión holística de la misma, porque su amplia generalidad le impide matizar los términos del problema
con la precisión que sería deseable. La concepción holística sostiene que
hay determinados niveles abstractos de descripción que no se refieren
a ninguna clase especial de sustancia, sino solamente a ciertas organizaciones y disposiciones de elementos que no son significativos considerados individualmente. Ahora bien, si nos quedamos con esta mera
definición tropezaríamos con algunas complicaciones inesperadas. El
adjetivo «frágil», digamos, denota una disposición de los cuerpos, mientras que el adjetivo «inteligente» atañe a una disposición de las mentes,
así que ambos vocablos convienen en realidad a distinta clase de entidades. No obstante, desde un punto de vista holístico encontraríamos dificultades en explicar por qué consideramos mental uno y físico el otro,
si los dos indican un mismo nivel de abstracción obtenido con base en
las propiedades generales de muchas entidades similares (no olvidemos
que prescindiendo de la doctrina dualista no podemos distinguir lo físico y lo mental como dos clases de sustancias). En razón de estas y otras
280
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
consideraciones, es necesario subsumir el holismo bajo otra teoría que
precise con propiedad el concepto de lo mental. Esta teoría, debida al filósofo William James, es la que con generalidad se denomina «monismo neutral».
La naturaleza de la realidad
El monismo neutral está sólidamente cimentado en los descubrimientos de la física y la psicofisiología modernas, y sucintamente expuesto
viene a decir que la correcta aplicación de las categorías de «físico» o
«mental» depende de la manera en que consideremos la ordenación de
los sucesos espacio-temporales objeto de nuestra atención. Cuando encendemos una vela el día de nuestro cumpleaños, pongamos por caso,
vemos la luz de la vela gracias a una serie de procesos de percepción relativamente complicados. La luz de la vela recorre a enorme velocidad el
espacio intermedio entre la vela y el ojo, y causa una perturbación en el
nervio óptico que determina un suceso, la sensación en nuestro cerebro
que llamamos «ver la vela encendida».
Si asumimos, con la teoría de la relatividad, que los sucesos en el
espacio-tiempo tienen lugar siguiendo líneas causales que expresan la
relación causa-efecto entre unos sucesos y otros, hemos de concluir que
la percepción de la vela constituye por sí misma una cadena causal. Esta
cadena se inicia con la emisión de luz por la vela y termina con la sensación localizada en nuestro cerebro («localizada» en un sentido amplio, desde luego, no como se localiza el hipotálamo o el cerebelo). En
otro momento podemos recordar otras velas vistas en anteriores fiestas
y compararlas con la actual; tal vez incluso deploremos que cada año las
velas sean más numerosas y el pastel más diminuto. En esa situación, los
sucesos recordados están conectados por cadenas de memoria con el suceso percibido en el presente.
El punto fundamental es éste: una sensación puede conectarse con
otra serie de sucesos mediante la memoria, en cuyo caso constituye parte de una mente; o bien puede agruparse con sus antecedentes causales
espacio-temporales y entonces se presenta como una parte del mundo
físico. Es ésta una diferencia que el filósofo B. Russell comparaba con la
diferencia que hay entre agrupar a los individuos por proximidad geográfica, lo que da lugar al concepto de vecindario; por el año de nacimiento, como se hace en el registro civil; o por orden alfabético como
en las guías telefónicas. En todos los caos los elementos son los mismos
281
FRONTERAS DE LA REALIDAD
—las personas son las mismas— pero sus distintos ordenamientos engendran conceptos que no tienen nada que ver entre sí.
El nombre de «monismo neutral» se debe a que esta teoría dispensa
un trato igualitario a los sucesos divididos comúnmente en mentales y
físicos. Un trozo de materia, si se analiza seriamente, es en realidad un
conjunto de abstracciones lógicas construidas por nuestro cerebro mediante sensaciones que siempre y necesariamente acaban desembocando
en ese mismo cerebro. Por su lado, es posible tomar una mente como un
conjunto de sensaciones de introspección relacionadas con otras sensaciones recordadas (imágenes) gracias al proceso cerebral de la memoria.
Si, con la ingenuidad de los anatomistas del Renacimiento, diseccionásemos un cerebro buscando hallar la mente y los pensamientos que encierra, quedaríamos decepcionados al no encontrar más que materia en
forma de células neuronales. En ese momento haríamos bien en percatarnos de que, en última instancia, las neuronas son también materia y
por tanto artificios lógicos creados por la ciencia para describir las sensaciones que recibimos del exterior. Sin ninguna duda existen entes físicos causantes de esas sensaciones, pero estamos tan alejados de verlos
como de ver nuestras propias mentes, ya que con la materia sólo tomamos contacto a través del remoto y complejo proceso de la percepción.
Esto es lo que físicos, psicólogos y algunos filósofos no cejan de intentar explicarnos (véanse, por ejemplo, los trabajos de Max Velman, de
la Universidad de Londres, citado en la bibliografía) aunque, a pesar de
tanto esfuerzo aunado, es algo que las exigencias de la vida cotidiana
nos hacen olvidar con frecuencia.
Llegados a este extremo de la discusión parecería que la existencia
del alma trascendente se rechaza de plano, y ciertamente no es así. Sucede que, aun no negando su existencia, el concepto de alma se nos revela ahora fútil e innecesario. No podemos probar que no haya un alma
inmortal porque la idea de alma, como todos los conceptos lógicamente vacíos, es imposible de refutar. En cuanto a la inmortalidad del alma
ocurre algo análogo. La característica primordial del alma —o de la mente— son los recuerdos, los cuales dotan de identidad individual a cada
persona. Empero, como la memoria parece ligada a ciertas estructuras
cerebrales, todo haría pensar que la memoria también cesa cuando tales estructuras se desmoronan con la muerte del individuo. No obstante,
para quienes aceptan la concepción según la cual la mente no es ni más
ni menos que información organizada (como el programa de un circuito
de computadoras) la puerta de la supervivencia de la personalidad queda
abierta. Sin tomar partido, el físico P. Davies lo explica con gran claridad:
282
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Esta conclusión deja abierta la cuestión de si el «programa» se vuelve
a ejecutar en cualquier otro cuerpo en una fecha posterior (reencarnación) o en un sistema que no percibimos como parte del universo físico
(¿el cielo?), o si simplemente se almacena en algún sentido (¿el limbo?).
En lo que atañe a la percepción del tiempo, veremos que es sólo durante la ejecución del programa (como ocurre en la interpretación de
una sinfonía) cuando se puede dar algún sentido al flujo del tiempo. La
existencia de un programa, como el de una sinfonía, una vez creado es
esencialmente atemporal.
Lo que queda del espiritismo
¿Qué decir ahora de todos los médiums y dotados que sostienen ser
capaces de provocar «materializaciones» de fantasmas y espíritus? Un
hombre tan tolerante para el ocultismo como Cammille Flammarión
constata que ha sorprendido engañando poco más o menos a todos los
supuestos dotados. La mayor investigación sobre los grandes médiums
fue la impulsada por R. Amadou, que examinó minuciosamente cada
caso, tras lo que concluyó que no hay nada probado hasta el día de hoy.
Y, si nos paramos a pensarlo, la situación es diáfana: actualmente no se
conocen médiums sobresalientes como los que despuntaron a caballo
entre los siglos XIX y XX. Y hemos de tener bien presente que, estadísticamente, todas las épocas deberían producirlos con análoga frecuencia.
Los escépticos arguyen que el motivo está en el rigor de los controles
practicados en la actualidad y, en un sentido distinto al pretendido por
ellos, hemos de admitir que no les falta razón.
La «fantasmogénesis» se produce, dicen, en virtud de una especie de
sustancia gelatinosa, fosforescente a veces, exudada por el cuerpo del
médium y que los espiritistas llaman ectoplasma. La figura del fantasma va delimitándose poco a poco por efecto de las transformaciones sufridas por esta misteriosa sustancia. El ectoplasma actúa así de vehículo
para los espíritus que desean tomar cuerpo en el mundo de los vivos.
Cuando la sesión mediúmnica finaliza, la figura fantasmal se deshace y
el ectoplasma es reabsorbido por el cuerpo del sensitivo. En otras ocasiones los filamentos de ectoplasma sólo se utilizan para mover objetos
y dar lugar a levitaciones aparentes. Ni que decir tiene que los fraudes
han sido variados y numerosos: gasas, estopa fina humedecida con agua
y untada de aceite, telas, grasa de envoltorios de mantequilla, pulpa de
283
FRONTERAS DE LA REALIDAD
madera con clara de huevo, tejidos artificiales y otros muchos materiales trataron de ser camuflados como genuino ectoplasma.
Mas no debemos extraer conclusiones apresuradas pues, esporádicamente, los resultados fueron distintos. Schrenck-Notzing consiguió
arrebatar una muestra de un milímetro de ectoplasma, con aspecto de
albúmina de huevo, a la médium Stanislawa Tomczyk. El análisis posterior reveló la presencia de clorato de sodio, fosfato de calcio, glóbulos de grasa, abundantes leucocitos y células epiteliales. Parapsicólogos
como Harry Price, Lebiedzinski o Bisson, entre otros, llegaron a similares conclusiones en sus estudios. En 1958, en Japón, un grupo de científicos analizó el ectoplasma obtenido del médium Keith Rinehart en el
curso de un experimento bajo estrictos controles de seguridad con resultados análogos a los ya mencionados.
De todos modos, la investigación más interesante, con diferencia,
realizada hasta la fecha fue la llevada a cabo por el grupo español
Hipergea. Esta agrupación de parapsicólogos, dirigida por José Antonio Lamich, se apoderó de una muestra de 87 gramos de ectoplasma
emitido por una mujer con facultades mediúmnicas. La consecución
de la muestra, extraída por corte con un bisturí de parte de la masa
blanca y brillante exteriorizada por la boca de la dotada, tuvo lugar
en la madrugada del 13 de octubre de 1983. En el momento de la
amputación la médium gimió profundamente, se agitó con brusquedad
y su pulso se aceleró —todo ello sin salir del trance— mientras los
medidores apreciaban un descenso de la temperatura en la sala y un
aumento de la humedad ambiental. Posteriormente se efectuó el pertinente análisis de la muestra, cuyo informe merece la pena reproducir
aquí en su integridad:
Por la presente en Barcelona a 5 de marzo de 1984, los abajo firmantes... CERTIFICAN: la exactitud de los datos que aquí se describen de
la «masa» entregada el día 24 de febrero del año en curso por D. José
Antonio Lamich Cámara, en calidad de director del grupo Hipergea, y
por el Dr. Kamal Hawtahme, doctor en Medicina y Urología.
Que según las aseveraciones de ambos, dicha masa procede de un elemento denominado «ectoplasma», surgido de la cavidad bucal de una
médium-sensible, durante una concentración parapsíquica.
A tenor de los experimentos realizados, los fragmentos examinados
proceden y se identifican con las capas epitélicas de mucosa.
… estas capas mantienen la clásica disposición celular de pavimentos
estratificados.
284
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Las células de la capa estudiada son del tipo mucícego y contiene vacuolas resecadas.
Existe en la masa examinada un músculo central que identificamos con
el Genigloso Radiado.
Debajo de la primera capa existe tejido conjuntivo laxo y muestra el
clásico aspecto de mechones. Estos se vuelven transparentes al ácido
acético, hinchándose como así debería ocurrir tratándose de tejido biológicamente humano.
En lo que creemos es el nervio lingual, se observan papilas caliciformes
y coroliformes. Las papilas fungiformes aparecen en escaso número.
La masa y muestras observadas y analizadas demuestran que se trata
de tejido humano. Concretamente podríamos manifestar que se trata
de tejido lingual, sin llegar a un desarrollo completo.
Y para que conste a los efectos oportunos firmamos la presente...».
Este informe, firmado por tres médicos, un analista, un químico y un
bioquímico, establecía que la muestra analizada era una especie de prolongación de la lengua sin alcanzar su total desarrollo. El fragmento recogido, inicialmente de 13 cm, fue reduciéndose de tamaño hasta pasar
a medir 3,5 cm de largo por 1,5 cm de ancho, en los seis meses siguientes. En opinión de los miembros de Hipergea, el brillo exhibido por esta
sustancia durante su formación podría estar causado por cierta cantidad de fluorina confeccionada por las células presentes. La diferencia
entre los 250 gramos de peso perdidos por la paragnosta (que sufrió algún trastorno físico y hormonal tras la ablación) y el peso de la muestra
retirada era atribuida por los miembros de Hipergea al gasto energético
empleado en la ectoplasmia.
Todos estos singulares estudios incrementan nuestras sospechas de
que los fenómenos mediúmnicos tengan más relación con procesos fisiológicos desconocidos hasta hoy que con la acción de entidades sobrenaturales, llámeseles espectros, almas incorpóreas o como se quiera.
La averiguación del origen biológico del ectoplasma —generado por un
mecanismo biológico capaz de generar tejidos a una velocidad pasmosa— se revela de esta forma como un excitante campo de investigaciones. Todo cuanto se ha dicho no cierra en ningún caso el debate sobre la
muerte y el más allá, pero sí aporta elementos de juicio suficientes para
introducir en él mesura y racionalidad.
Entretanto, la mejor actitud que le es dada adoptar al ser humano
frente a su desaparición final, sin avivar ni extinguir ninguna íntima esperanza, seguramente sea la expresada por el Comendador Escrivá en su
285
FRONTERAS DE LA REALIDAD
Cancionero General de 1511, que el propio Cervantes cita en El Quijote (II Parte-c.28) en su forma actualizada y más conocida: «Ven muerte tan escondida que no te oyese venir, pues el placer de morir pudiera
darme la vida».
286
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
NOTAS
1. En la Biblia se conviene que hay adivinaciones permitidas de acuerdo con los
antiguos ritos judaicos. Adivinación por los árboles (Jueces, 9, 37), por la copa
de la bebida (Génesis, 44, 5), por las flechas (II Reyes, 13-15), por el hígado de
los animales (Ezequiel, 21-26), por los nudos (Ezeq., 13-18) y otros muchos.
2. Para los judíos cabalistas el nombre más poderoso es el de Dios. Gracias a él
cuenta la leyenda que el Rabí Judah Loew Ben Bezazel dio vida a una estatua de
arcilla, el Golem, en la Praga del siglo XVI. Finalmente, y en paralelismo con el
mito de Frankestein, el Golem escapa al control de su creador y así el Rabí Loew
ha de destruirlo.
3. Ya la frase bíblica del Antiguo Testamento que dice «no permitirás que ninguna bruja viva» (Éxodo XXII, 18; Levítico XIX, 31) indicaba lo que se podía esperar de sus fieles respecto de este asunto. Mucho después, la Iglesia (Concilio
de Tours en el 567 y de Berghampstead en el 697) asimila abiertamente paganismo y brujería, aunque la auténtica represión vendrá de la mano de la Inquisición,
instaurada en el 1220.
4. El número de diablos calculados por los doctores de la Iglesia era enorme y
muy superior al de los ángeles. El libro De Praestigiis de Jean Winer, aparecido
en 1568 en Basilea, asegura que existen 7.405.926 diablos divididos en 111 legiones bajo el mando de 72 príncipes infernales. Pero pronto este cálculo se ve
sobrepasado por el del teólogo y beato Reichlelm de Schöngam quien, engrosando considerablemente cada legión, lo eleva a 1.758.064.176. Cifra notablemente desproporcionada frente a las huestes angélicas, cuyo número fue establecido
por San Alberto Magno en 399.920.004. No hay constancia de los métodos de
cálculo utilizados por estos píos autores.
5. Hasta la época del destierro babilónico, Israel había visto el origen del mal en
el corazón del hombre e incluso en Dios (cf Gn 6,5,13; 8,21; Sal, 51,12; Is, 45,7).
En esta concepción no se operó cambio alguno hasta la época postexílica, cuando en mal fue relacionado con la figura del diablo de una manera casi obvia (cf 1
Tim 3,6s., 11; 5,15; Sant, 4,7; 1 Pe 5,8; Ap 2, 1.10.13). El primer pasaje veterotestamentario en el que aparece Satanás pertenece al profeta Zacarías. Allí Satanás se nos presenta como acusador del sumo sacerdote Josué, no como causante
de algún mal en la vida de éste. El Libro de Job da un paso más al reflejar a Satanás como verdadero culpable del mal del inocente, excluyendo así la intolerable
idea de que Dios pudiese infligir sufrimientos a los justos.
287
FRONTERAS DE LA REALIDAD
6. Los interlocutores sobrenaturales de Victor Hugo fueron numerosos y de
gran renombre: Esquilo, Aristófanes, Jesucristo, Mahoma, Moliere, Shakespeare y otros del mismo calibre. Es sorprendente el apreciable contraste entre la
altura intelectual de los supuestos comunicantes y la insustancialidad de sus
mensajes. Por ejemplo, preguntado en 1854 el presunto espíritu de Galileo por
la existencia real de constelaciones astronómicas, responde lo siguiente: «Ninguna estrella hablará [...]. La verdad no confesará, el absoluto no se dejará intimidar [...] y ningún escribano establecerá la lista de las constelaciones [...]. Yo,
Galileo, declaro ignorar el contenido del infinito [...]. El firmamento es un enorme enigma con millones de claves; una estrella es la negación de otra; todos estos astros se niegan y afirman y nadie sabe si estos millones de Oro pertenecen
a sí o a no».
7. Se denominan estigmas —en la acepción que aquí nos interesa— las lesiones
sobre tejidos blandos periféricos en cualquiera de sus variedades: eritemas, excrecencias de la conjuntiva tisular, llagas abiertas que exudan sangre o un líquido seroso, granulaciones y cicatrices (con aspecto purulento si se presenta infección).
Estos cuadros patológicos suelen aparecer vinculados a personas con fuerte exaltación religiosa; los cristianos sufren estigmatizaciones representativas de la Pasión de Cristo, los musulmanes reflejan en sus cuerpos las heridas recibidas en
batalla por Mahoma, etc.
8. La ley define como muerta a toda persona que mantiene un paro irreversible
en sus funciones circulatoria y respiratoria, o una suspensión irreversible de todas las funciones del cerebro, incluyendo el tronco cerebral. En la actualidad,
para determinar la muerte de un individuo se utilizan lecturas de electroencefalograma o EEG (una lectura plana indicaría cese de la actividad cerebral) o, más
recientemente, la evaluación de los potenciales evocados. Estos últimos expresan
la respuesta del cerebro ante estímulos externos (sonido, luz, tacto) y en los comatosos irrecuperables desaparecen al tiempo que el EEG se hace plano.
9. Un destacado parapsicólogo, el Dr. Gelley, declaraba en el I Congreso Internacional de Investigaciones Psíquicas (Copenhague, 1921): «Por el momento toda
prueba de la supervivencia post mórtem corre el riesgo de ser descartada de inmediato por la inmensa mayoría de los científicos, incluso los metapsiquistas. En
rigor, dicen, todo puede ser explicado por las facultades supranormales del médium. Y está claro, en efecto, que si reconocemos a este último las capacidades de
exteriorización compleja, de criptomnesia, de lectura del pensamiento y de clarividencia, no hay más lugar para una prueba cierta de identificación espiritista».
288
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
10. Algunos recalcitrantes dualistas se cobijan bajo el interrogante de qué es lo
que inicia la corriente de señales eléctricas en las neuronas que constituye cualquier proceso mental o motriz. El desatino de este planteamiento reside en concebir la actividad de la conciencia como una fila de fichas de dominó que necesita
de un empujón exterior para iniciar su caída en cascada. La mente se asemeja
más bien a un caleidoscopio donde continuamente las ideas, como las figuras coloreadas, se van formando y combinando entre sí por efecto de la interrelación
de los componentes y la acción de influencias externas, en nuestro caso los datos sensoriales. No existe ningún momento en el que la conciencia esté absolutamente vacía de contenidos como para poder preguntar con sentido por la causa
inicial de una volición subsiguiente. Cabría decir que el pensamiento humano es
como una rueda de molino cuyo incesante giro comienza con el alba de nuestra
vida y finaliza con la muerte.
289
EPÍLOGO: ENIGMAS PENDIENTES
E
n los capítulos anteriores hemos esbozado el desarrollo histórico y
el momento actual de las numerosas regiones que configuran la geografía de lo oculto e inexplicado. Tantas y tan diferentes son las ramificaciones de tales incógnitas que parece imprescindible terminar nuestra
exposición con unas consideraciones de conjunto, que han de permitirnos sopesar con mayor claridad los argumentos en favor y en contra de
cada una de estas materias. Para evitar inexactitudes dividiremos en varios apartados nuestras consideraciones finales y ofreceremos las conclusiones generales que cada tema en particular merezca. Asimismo, a
partir de las discusiones previas cabría asignar a cada uno de estos apartados una estimación del grado de veracidad que podría haber en él. Si
nos equivocamos en todo o en parte de esta clasificación, el tiempo habrá de aclararlo.
El fenómeno OVNI
El primer peldaño en la escala es el de la ufología, pues aquí el conflicto con nuestro conocimiento de la naturaleza comienza a ser apreciable.
No sabemos en absoluto de ningún fenómeno físico, atmosférico o no,
que asuma las apariencias de artificialidad tecnológica que rodean los
avistamientos de ovnis. Por otra parte, quedan mayoritariamente descartadas las explicaciones que hacen recaer la responsabilidad de estos sucesos sobre prototipos militares secretos de las grandes potencias.
Esta podría ser la solución en un contadísimo número de casos; en los
otros la versatilidad y disponibilidades de estos objetos implicarían unos
avances técnicos tan pronunciados que a la fuerza habrían de manifestarse en otros aspectos de la vida del país constructor.
La única alternativa restante, que los ovnis sean productos tecnológicos de una civilización foránea, es tan aventurada o más que las ya desechadas. La física más avanzada que actualmente nos respalda prohíbe
291
FRONTERAS DE LA REALIDAD
terminantemente los viajes a mayor velocidad que la de la luz. Éste es un
hecho incontrovertible y, dada la inmensidad de las distancias interestelares, para que un viaje de esta clase resultase factible debería bien recurrirse a velocidades muy superiores a la de la luz, bien suponer que los
presuntos alienígenas disfrutan de un promedio de vida de cientos de miles o aun millones de años (lo cual tampoco evitaría que perdiesen para
siempre todo contacto con sus contemporáneos).
Es tan terrible la disyuntiva a la que se ve forzada una mente racional que la salida más fácil consiste en negar el fenómeno; posición
adoptada por la mayoría de los escépticos. Sin embargo, un estudio imparcial suministra suficientes indicios para pensar en una base material
del fenómeno, lejos de alucinaciones y psicosis colectivas. Filtrando el
poso de fraude que desafortunadamente siempre acompaña a todos estos asuntos, aparece una acumulación de datos que obligan a plantearse el acaecimiento real de sucesos pendientes de explicación. Quizás por
eso, desdeñando las pueriles concepciones de extraterrestres angelicales o depravados, no parece impensable que científicos de otros planetas hayan resuelto el problema de los viajes espaciales a larga distancia.
Pero esta posibilidad sólo es fácilmente concebible para el profano; al especialista científico le parece tan probable como la cuadratura del círculo, dada la abrumadora cantidad de problemas que en todos los órdenes
teóricos y prácticos se levantan contra esta empresa.
En virtud de lo dicho, dilucidar aun sólo teóricamente la posibilidad
de un viaje sideral en tiempo útil supondría en las ciencias la revolución
de las revoluciones al conjugar el mantenimiento casi íntegro de nuestra
física de vanguardia con el cese de uno de sus postulados básicos. Si esto
puede llegar a conseguirse algún día no se atisba otra manera sino reduciendo la insuperabilidad de la velocidad de la luz a un caso particular
dentro de un abanico de varias alternativas; mas nadie tiene la más remota idea de cómo puede ser posible. Lo único cierto es que nadie, excepto los ingenuos, estaría a salvo del vértigo producido en nosotros por
un vuelco semejante en nuestra concepción del universo.
Poderes mentales
Si el fenómeno OVNI se nos aparece plagado de dificultades y absurdos,
peor es todavía la situación de los denominados «poderes psíquicos». En
este caso no sólo se afrentan a la Relatividad sino a casi todos los principios físicos conocidos y por conocer. Visión remota, telequinesis, pre292
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
cognición, retrocognición, bilocaciones, etc., componen el elenco de este
sector de lo paranormal. Contemplando el problema desde fuera, diríase que aparece una clara tendencia a sobrevalorar todo cuanto desafía
el realismo cotidiano del sentido común. Da la impresión de que existe
una especie de goce malicioso entre los admiradores de la parapsicología al pensar en el irremediable derrumbe de nuestra imagen de la realidad que una serie de hechos como estos provocaría.
Ahora bien, sobrando entusiasmo por el lado de sus partidarios, lo
que se echa notoriamente en falta son las pruebas que respalden seriamente tan monumentales afirmaciones. La debilidad de los argumentos
aportados no guarda proporción alguna con el carácter portentoso de
los fenómenos que pretenden demostrar. Las observaciones aducidas en
favor de la PES y sucesos afines resultan ser invariablemente equívocas,
impredictiblemente fragmentarias y del todo inconvincentes para la inmensa mayoría de los científicos. Prácticamente la totalidad de los casos
considerados de mayor peso probatorio por los parapsicólogos han demostrado poseer la solidez de un castillo de naipes tras la realización de
un examen minucioso.
Gran cantidad de psicólogos —W. Wundt y sucesores— han demostrado que los investigadores parapsicológicos han sido víctimas de fraudes o autoengaños inconscientes; han cometido falacias estadísticas; no
han empleado controles experimentales adecuados (y cuando lo han hecho, los resultados positivos han estado ausentes); y han descontado los
datos desfavorables, o han culpado de ellos al cansancio de los psíquicos
o a la hostilidad de los controladores. El cuantioso número de farsantes
y desaprensivos que por él pululan convierte este terreno en mucho más
ingrato para la investigación decente y rigurosa.
Uno de los principales problemas de la parapsicología es la falta de
una delimitación clara de su materia de estudio. Porque, en definitiva,
¿qué estudian los parapsicólogos? Y la respuesta podría ser, en principio,
todo: apariciones fantasmales, telepatía, telecinesis, levitaciones, trances
mediúmnicos, clarividencias, etc. Hay casi tantas opiniones como asociaciones parapsicológicas. Lo único evidente es que la parapsicología
carece de un núcleo central universalmente reconocido de conocimientos básicos, de metodologías comprobadas y de fenómenos demostrables. Esto hace muy difícil su vinculación con las ciencias establecidas, y
también, por consiguiente, su corroboración imparcial. Si los fenómenos
parapsicológicos no resultan repetibles en condiciones controladas, si su
aparición depende aleatoriamente del estado anímico de los individuos,
o de multitud de variables indeterminadas, su estudio deviene imposible.
293
FRONTERAS DE LA REALIDAD
No es cierto que los científicos académicos jamás hayan puesto a
prueba seriamente las afirmaciones de los parapsicólogos. Robert Jahn
estudió en los años 80 la posibilidad de que la mente influyese en la generación de números al azar por un sistema electrónico, sin obtener resultados positivos. Uno de sus discípulos intentó la misma experiencia,
aplicándola a la distorsión telepática de las figuras creadas por la interferencia de haces de luz; tampoco logró detectar perturbación alguna.
En 1938 una encuesta de la Asociación Americana de Psicología reveló que el 89 % de los consultados consideraba legítima la investigación
científica de los fenómenos parapsicológicos. Y entre 1950 y 1982, el
15 % de los artículos reseñados en los Psychological Abstracts, de esa
misma asociación abordaba asuntos relativos a la parapsicología. No es
una pretendida conspiración para ocultar portentos inexplicables, sino
la falta de evidencias sobre la realidad de estos fenómenos lo que aparta
a los investigadores científicos del mundo parapsicológico.
Puede objetarse a lo dicho que existen investigaciones aparentemente exentas de esas dudas, como las protagonizadas por Oscar Estebany
en EE. UU., o Kamenski y Nikolaiev en la antigua URSS. Mas estas
experiencias ni contaron con una contrastación suficientemente general de la comunidad científica, ni han permitido la elucidación de ninguna hipótesis explicativa. Sucesos mucho más escandalosos, como el
caso de poltergeist certificado en Rosenheim por investigadores independientes y técnicos de la compañía eléctrica, no sirven de gran ayuda
en la resolución del misterio a consecuencia de su extrema infrecuencia
e imprevisibilidad.
El conocimiento científico no puede avanzar cimentándose en casos
esporádicos o únicos, por muy singulares que sean. La ciencia opera
a partir de hipótesis explicativas aplicables a conjuntos de fenómenos
cuya interconexión mutua constituye la totalidad del mundo físico. Es
por esta razón que no cabe enunciar leyes para sucesos individuales, a
no ser que tales hechos solitarios se infieran como deducciones lógicas
de leyes y teorías bien asentadas (éste es el caso, por ejemplo, de acontecimientos no repetibles que son susceptibles de consideración científica,
como el origen del universo o la evolución de las especies). A la luz de
cuanto se ha expuesto, los interesados en los fenómenos parapsíquicos
deberán procurarse nuevas y mucho mejores pruebas de sus aseveraciones, si es que desean dejar de ser algún día una adherencia incómoda y
mayormente fraudulenta de la ciencia real.
294
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
Espiritismo
El principal motivo para situar el espiritismo por debajo de los poderes
psiónicos, no depende de ninguna concepción atea del universo. Más
bien se trata de la constatación de algo destacado ya en los capítulos específicamente dedicados a esta temática. Esto es, que si admitimos la
posibilidad de poderes psíquicos, ellos mismos podrían justificar por sí
solos todos y cada uno de los sucesos paranormales antes atribuidos a la
acción de espíritus desencarnados. Nos vemos entonces entre dos hipótesis heterodoxas que aspiran a explicar igualmente bien una presunta
colección de hechos asombrosos (en el supuesto, claro está, de que tales hechos se den realmente). El principio de economía lógica exige que
abandonemos la más complicada y superflua de ambas. Y ésa parece ser
la intervención de espíritus en un ámbito en el que poderes mentales,
aún por descubrir, se arrogan la facultad de ejercer los mismos efectos
que pretendidas entidades inmateriales provenientes de un inescrutable
«más allá».
Quizás a causa de este tipo de consideraciones, o por la evolución de
los tiempos que ha traído consigo investigadores más atentos y cautelosos, lo cierto es que el espiritismo actual poco tiene que ver con el del
siglo XIX y comienzos del XX. Incluso se ha cambiado el nombre de «espiritistas» por el de «espíritas» o «espiristas», en un intento de alejar del
espiritismo actual la atmósfera de opereta y engaño que rodeó a su predecesor decimonónico. En nuestros días las sesiones mediúmnicas, lejos
de la antigua teatralidad que las hizo famosas, se reducen a momentos
en los que determinadas personas entran en estado de trance (también
llamado canalización) para transmitir verbalmente mensajes cuyo autor,
se dice, los envía desde el otro mundo. Obviamente, en este último caso
la aceptación del testimonio de los espiritistas es mucho más subjetiva.
Ya no hay fenómenos físicos inusitados que aportar como prueba favorable a la vida de ultratumba. Tan sólo tenemos individuos que aseguran que entes incorpóreos toman posesión de sus cuerdas vocales para,
a través de ellas, aleccionar a los mortales sobre las maravillas del plano
astral y otras lindezas por el estilo.
Sin embargo, no debemos confundir el escepticismo racional frente a
las aserciones espiritistas con una inflexible postura negativa. De haber
algún tipo de vida ultraterrena —signifique esto lo que sea— tendría que
ocupar un segmento de la realidad (llámese «más allá», «otro mundo»
o como se quiera) enteramente distinto al nivel en el que nosotros y el
universo físico nos desenvolvemos. Ello debe ser así porque de lo contra295
FRONTERAS DE LA REALIDAD
rio el mundo de los espíritus y el nuestro propio se interpenetrarían, de
modo que en el más allá habrían de regir en todo o en parte las mismas
leyes físicas que a nosotros nos son familiares, privándose entonces al
otro mundo de su carácter sobrenatural. La suposición de algunos Testigos de Jehová de que el Todopoderoso mora en algún punto del espacio
cósmico desde el que impera sobre constelaciones y galaxias es una grosera simpleza que nos presenta a una deidad sometida a las mismas leyes
naturales por ella creadas.
Asimismo, constituye un craso error vincular inseparablemente el espiritualismo con la creencia en una divinidad omnipotente. La supervivencia tras la muerte, de ser cierta, puede formar parte de un orden
superior de las cosas cuyo comportamiento todavía no conocemos, y
que requiere tanto de un Dios rector para mantenerse como la Tierra
precisa de ángeles que la hagan girar en su órbita. El mundo de ultratumba podría ocupar por sí mismo otro plano diferente del nuestro en el
seno de una realidad polifacética de la cual los seres humanos sólo captamos un mínimo fragmento. Al igual que conforme aumentaba nuestro
conocimiento del universo, disminuía el número de dioses y demonios
necesarios para explicar su funcionamiento, quizás algún día exploremos otros planos de existencia y hallemos prescindible la idea de un
Creador infinitamente poderoso.
Al hilo de la concepción filosófica que ya comentamos, conocida
como monismo neutral (que sostiene la posibilidad de concebir la mente y la materia como distintos modos de agrupación de sucesos espaciotemporales), resulta especialmente interesante rememorar las palabras
del insigne B. Russell a este respecto:
Si lo que acabamos de decir es justo, no creo que se pueda afirmar, de
modo absoluto, que no puede existir ningún espíritu descorporeizado.
Existiría un espíritu sin cuerpo si existiesen grupos de acontecimientos, conectados según las leyes de la psicología y no conectados según
las leyes de la física. Estamos dispuestos a creer que la materia muerta consiste en grupos de acontecimientos, ordenados según las leyes de
la física y no ordenados según las leyes de la psicología. Y no aparece
ninguna razón, a priori, para que no ocurra lo contrario. Podemos decir que no tenemos la evidencia empírica de ello, pero no podemos decir nada más.
En efecto, resulta ineludible diferenciar con claridad entre la admisión de la posibilidad lógica de algún tipo de supervivencia post mórtem
296
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
(dentro de la cual la creencia en un dios personal es un agregado lógicamente independiente) y las presuposiciones del espiritismo clásico.
Una cosa es conjeturar alguna especie de vida no terrenal, y otra muy
distinta creer que algunas personas especialísimas —los médiums— gozan de la potestad de invocar a su capricho a los espíritus de difuntos u
otros seres astrales, para hacerles zarandear muebles, tocar panderos y
contestar las preguntas de los asistentes como si de una función de circo se tratase. Tales eran, aunque hoy parezca increíble, las ejecuciones
que el espiritismo decimonónico proponía a sus seguidores, y lo que todavía hoy continúa manteniendo mentalidades presas de su adicción a
las maravillas.
En nuestros días, empero, la situación es muy diferente. La luz infrarroja y otros métodos de control han extinguido la estirpe de los
médiums obradores de prodigios, tan frecuentes en el siglo XIX. Las «canalizaciones» actuales sólo son, a fin de cuentas, largos parlamentos
cuya coherencia, a menudo, deja mucho que desear. Restan, es cierto,
raros fenómenos como el de las psicofonías (que ahora parecen contagiarse a cualquier aparato grabador, incluyendo los contestadores automáticos de los teléfonos) y las psicoimágenes; pero nada es esto que un
parapsicólogo imaginativo defensor de la hipotética «fuerza psi» no sea
capaz de justificar.
Como ya dijo J. B. S. Haldane: «El hecho de que un médium reciba
mensajes de un ser muerto desde hace mucho tiempo no prueba de ninguna manera la supervivencia de un “alma” después de la muerte. Si la
transmisión del pensamiento es independiente del tiempo tanto como
del espacio, tales fenómenos son perfectamente plausibles». Los acontecimientos extraordinarios, de producirse, podrían ser achacados a poderes extrasensoriales, y el mundo de los espíritus, de existir, parecería
estar completamente desligado del nuestro propio. Como ya se ve, el futuro del espiritismo contemplado a la luz de la razón no resulta, por lo
que parece, muy halagüeño.
Magia y brujería
Llegamos por fin al ínfimo escalafón de nuestro recorrido por el abanico
de lo desconocido. La magia ritual que aún pervive entre nosotros bajo
diversos camuflajes (astrología, tarot, adivinaciones y otras «mancias»),
constituye por sí misma un señalado reducto cultural de la psicología
humana primitiva. Los ritos mágicos cobran vigor allí donde el azar
297
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ocupa un lugar amplio y preponderante. Generalmente también se halla presente un cierto elemento de peligro, que aumenta la ansiedad del
hombre ante el resultado impredecible y le espolea en busca de garantías
que apacigüen su agitación. Así pues, el ritual mágico trata fundamentalmente de colmar nuestro anhelo profundo de seguridad en aquellas
actividades de elevada importancia (guerra, caza, matrimonio) cuyo desenlace final no está bajo nuestro absoluto control. Al mismo tiempo, las
creencias mágicas dispensan al espíritu la confianza necesaria para conservar la presencia de ánimo en situaciones donde, de otro modo, sería
fácil caer en la desmoralización, la desesperación y la angustia.
El mago moderno ha variado un tanto su lenguaje, pero no demasiado, y los signos inequívocos de su identidad resultan todavía reconocibles a poco que arañemos la superficie de su aparente respetabilidad.
Se siguen postulando fuerzas espirituales y seres extraños de inconmensurable poder, análogos a las malevolencias y beneficencias ocultas de
los antiguos dioses. Se continúa saciando el humano deseo de acercarse a los misteriosos factores de la vida que parecen burlarse de los severos controles del sentido común y los requerimientos del conocimiento
racional. Dar significado a las desdichas y reconducir nuestra mala fortuna no es una pretensión necesariamente condenable. Únicamente comienza a serlo cuando los usuarios de este servicio ya no lo reconocen
como tal —un remedio momentáneo que aplaque hondas necesidades
psicológicas— a la vez que se muestran incapaces de enfrentarse con valor a la vida si no es aferrados a esta espúria tabla de salvación.
Conocimiento y realidad
Habiendo llegado al término de este breve repaso global, lo que a la
postre queda en nuestras manos no es más que un puñado de materias
ordenadas de acuerdo con su grado de verosimilitud. El lector puede
preguntarse ahora: ¿Era necesario un tratamiento relativamente extenso, como el contenido en los capítulos de esta obra, para arribar a conclusiones tan poco seguras? O también: no pudiendo sino obtener una
cierta probabilidad en nuestros resultados, ¿de qué nos sirve efectuar un
examen atento de los temas ocultos y de sus relaciones con el conocimiento científico? Para responder estas cuestiones tenemos que recapitular los motivos que nos impulsaron a emprender esta indagación, así
como añadir luego algunas palabras sobre el conocimiento humano y
sus relaciones con el resto del universo.
298
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
El conocimiento, en todo lo que al ámbito humano se refiere, es un
concepto mucho más impreciso de lo que comúnmente se cree, y se
arraiga en los hábitos de la evolución biológica en una medida mayor de
lo que la generalidad de los pensadores suele admitir. Según esto, cuando alguien nos inquiere si podemos conocer algo con suficiente certeza, cabría responder sí o no conforme al sentido en que interpretemos
la pregunta. Mas en el sentido en el que la respuesta es negativa, resulta
que no sabemos absolutamente nada de ninguna cosa, y el conocimiento
aparece como una ilusión engañosa. La tosquedad del concepto humano
de conocimiento nace de dos fuentes principales: la primera de ellas es
que cualquier palabra, salvo en lógica y matemáticas, encierra vaguedades e imprecisiones; la segunda es que todo lo que consideramos conocimiento es incierto en mayor o menor cuantía, sin que dispongamos de
medio alguno para estimar con exactitud dicha incertidumbre.
La práctica totalidad de las creencias mágicas, religiosas y científicas
expresa, cada una a su modo, la ambición de nuestra especie por comprender y ordenar el medio ambiente en el que le ha tocado vivir. El saber científico, por muy refinado que sea como forma de conocimiento,
adolece de los mismos defectos que comentábamos antes sobre el conocimiento en general. Sin embargo, el ocultismo no se halla mejor dispuesto para colmar nuestros anhelos. Un leve examen de los supuestos
que cimentan sus creencias revela una excesiva confianza en su propia
firmeza, demasiada vaguedad y, además, que resultan contradictorios
entre sí. A pesar de estas evidencias, los amantes de lo inexplicable se
atrincheran en el beneficioso margen de la duda que abre para ellos las
lógicas insuficiencias del conocimiento racional. Usando una vieja táctica, el ocultismo busca su fortaleza en las debilidades del contrincante,
rehuyendo siempre definir su propia naturaleza si no es con carácter negativo, por oposición a sus contrarios.
El mundo de lo oculto se nutre de ciertos problemas que interesan a
mucha gente y que, ya sea porque no han podido ser solventados por la
ciencia, ya sea porque su resolución no ha satisfecho a la mayoría, permanecen todavía candentes. Todas estas cuestiones (vida después de la
muerte, relación mente-materia, visitantes extraterrestres, criaturas legendarias, civilizaciones desaparecidas) son de tal especie que suscitan
dudas acerca de lo que comúnmente pasa por ser conocimiento racional
fiable y bien establecido. Entre estos temas hay algunos que difícilmente
se prestarán a un tratamiento intelectual por sí mismos, al trascender las
facultades cognoscitivas del ser humano. Otros, empero, tal vez no puedan ser dilucidados por el momento aunque sí podemos atisbar la direc299
FRONTERAS DE LA REALIDAD
ción que ha de seguirse, así como discutir el género de soluciones que les
conviene y que quizás se alcance algún día.
En consecuencia, el análisis sosegado e imparcial de los fenómenos
supuestamente inexplicables tiene un valor propio por dos razones cardinales: porque puede poner al descubierto las raíces psicológicas de
nuestras falsas creencias y tamizar de entre ellas el núcleo de verdad que
acaso exista en ocasiones; y porque puede ayudarnos a contemplar nuestros modos de pensamiento desde otra perspectiva completamente distinta, destacando sus ventajas y deficiencias.
En efecto, si nos detenemos primeramente en las creencias, los psicólogos modernos no se cansan de repetirnos que éstas raramente están
determinadas por motivos racionales, y lo mismo ocurre con la incredulidad, aunque los escépticos pasan este hecho por alto con frecuencia.
Los supuestos básicos de la mayoría de nuestras creencias son, lógicamente hablando, el punto final de una larga serie de refinamientos de las
expectativas animales, como por ejemplo, que algo con un olor agradable debe ser bueno para comer. Del cumplimiento repetido de estas expectativas se genera la creencia de un orden persistente en los sucesos de
la naturaleza, y de ahí se llega paso a paso tanto al concepto de causa
como a la suposición de que todo fenómeno posee una causa. Así, desde que los hombres empezaron a pensar se sintieron oprimidos por las
fuerzas de la naturaleza. Terremotos, inundaciones y pestes les atormentaban, y fueron atribuidos a la acción de dioses o demonios a los que se
podía aplacar con ritos crueles.
El avance hacia formas más suaves y razonables de conocimiento resultó lento y trabajoso, porque la psicología también nos enseña que una
vez asimilada una cierta concepción del universo, la resistencia a modificarla es muy poderosa. Ésta es la razón de que numerosos descubridores
y pensadores adelantados a su tiempo fuesen recibidos con menosprecio y acritud, cuando no abiertamente perseguidos (esto no justifica, no
obstante, el victimismo de muchos excéntricos ignorantes o malintencionados que ven en el rechazo a sus afirmaciones la prueba de una envidia general contra sus méritos no reconocidos). Por fortuna, a lo largo
de la historia la batalla contra la crueldad y el dogmatismo ha sido ganada por la racionalidad, y no parece haber motivo para que en el futuro ocurra algo distinto.
La discusión acerca de la importancia de la racionalidad en nuestras
vidas ha quedado un tanto oscurecida por la virulencia del debate entre científicos y ocultistas. Los primeros haciendo hincapié en las incongruencias de sus oponentes; los segundos reclamando un nuevo patrón
300
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
de racionalidad que les dé cabida, a la vez que acusan al modelo intelectual racionalista de estrechez de miras y anquilosamiento. En este punto
parapsicólogos y esoteristas aciertan de pleno al subrayar que el pensamiento racional es un mecanismo imperfecto y sometido a multitud de
restricciones. Pero no parecen percatarse de que fracasan estrepitosamente en ofrecer una alternativa válida.
Cuando nos hablan, por ejemplo, de «una nueva concepción de las
leyes cósmicas con las que el Hombre debe armonizar», diríase que la
expresión «leyes cósmicas» no tiene para ellos un significado lógico sino
emocional; significa lo que en algún sentido ellos consideran importante. Desde luego, ninguno nos aclara qué es lo que ellos juzgan más importante para el cosmos, ni debido a qué. A tenor de esta interpretación,
el lenguaje del ocultismo expresa emociones y no hechos. No afirma
nada, y por tanto no puede ser confirmado ni contradicho por la ciencia. Que los admiradores de lo oculto declaren tan categóricamente unas
cosas u otras se debe a su particular incapacidad para separar la importancia emocional de la validez científica. Naturalmente, no es de esperar
que esta opinión se haga muy popular entre ellos, pero creo honestamente que es la única que, reconociendo algo de lo aseverado por ellos,
no se opone a la inteligencia científica.
El único sustituto que se nos ofrece a menudo para ocupar el lugar
del racionalismo ahora en boga es un misticismo de viejo cuño presentado con un envoltorio de tecnicismos propios de nuestra época. Se nos
dice, a modo de descargo, que en rigor nada sabemos de la realidad o
irrealidad del mundo que se revela al místico en sus instantes de mayor
penetración espiritual, y que tampoco podemos declarar que tales videncias no son genuinas. Todo esto es verdad; pero también lo es que semejante penetración, sin apoyo ni prueba, no constituye garantía suficiente
de autenticidad. En tales condiciones, un estilo de pensamiento como
ése conducirá con más frecuencia al error que al acierto, si es que no se
muestra totalmente inadecuado para afrontar los problemas que suscite
nuestra vida material o intelectual.
La angustia sentida por los adeptos de lo paranormal ante la voz «racionalismo», no ha favorecido precisamente un debate sin prejuicios. La
raíz de esta fobia suele encontrarse en la convicción de que el hábito de
razonar mata la vivacidad de nuestros sentimientos, del mismo modo
que la domesticación destruye el ímpetu indómito de los caballos salvajes. El temor a esta suerte de castración emocional no sólo no está justificado, sino que confunde por entero los términos de la cuestión. Quienes
así opinan propenden a pensar en la ciencia como carcelera de la imagi301
FRONTERAS DE LA REALIDAD
nación y las pasiones, en lugar de contemplarla como liberadora de las
prisiones de la superstición y la ignorancia.
El malentendido resulta descomunal, dado que las únicas pasiones a
las que un pensamiento inteligente puede poner freno son aquellas que
rebasan su legítimo ámbito, exigiendo al mundo que se someta a sus
propias exigencias con independencia de la verdadera naturaleza de este
último. Un apasionamiento de esta índole refleja nuestros peores miedos
y obsesiones: el miedo a encararnos con el mundo sin los agregados imaginarios que le hagan asemejarse a lo que nuestros sueños desearían que
fuese, así como la mórbida ambición de poder absoluto sobre un universo que siempre escapará a la completa dominación humana. Éstas son
las pasiones insanas a las que pone coto la ciencia, y las que un intelecto
saludable difícilmente lamentará ver reprimidas.
Por el contrario, un pensamiento claro inspirado por el amor a la
verdad y guiado por una razón imparcial nos otorgará, a nosotros y
a nuestros semejantes, frutos mucho más dulces que las interminables
ensoñaciones de cualquier místico ensimismado. Un raciocinio libre de
ataduras nos permitirá navegar, más allá del horizonte de nuestros recelos, hasta las orillas de mundos infinitos, desplegando poco a poco el
grandioso plan de la Creación. En este majestuoso navío la inteligencia
emancipada gobernará el timón, mientras que los vientos del entusiasmo por el conocimiento verdadero hincharán las velas, apuntando eternamente nuestra proa hacia las extrañas formas del misterio que habitan
en lo desconocido.
Cierto es que siempre habrá desfiladeros que nuestra nave no podrá
cruzar, o regiones tempestuosas a las que jamás podremos acercarnos so
pena de naufragio inevitable. Mas la conciencia del peligro y la aceptación de sus limitaciones no hace sino enaltecer la empresa e inflamar los
corazones de los intrépidos expedicionarios. Pues por muy vacilante que
sea el candil de la razón, por muy parpadeante que resulte su luz contra
el huracán de los enigmas, el buscador de la verdad sabe que cada parcela arrebatada a las tinieblas lo es de una vez y para siempre, haciendo
que cada éxito se experimente tan arduo como inexpugnable.
El hombre que encauza su vida según este proceder aprende a concebir el universo como una parte de sí mismo, no para exigirle vasallaje,
sino para convertirla en un camarada al que se puede acceder por caminos acerbos pero increíblemente gratificantes. Cuantos buscan la verdad
con la pasión del primer amor, recobran las virtudes que permiten al corazón humano elevarse sin límite. Y esas ansias de perfección en la verdad, de inteligencia libre y sentimiento imparcial, acaban empapando
302
RAFAEL ANDRÉS ALEMAÑ BERENGUER
toda su alma hasta transformar su finitud en eternidad y dar a sus emociones un trasfondo inmortal. Es por esto por lo que el drama implícito
en la búsqueda de la verdad objetiva, accesible a la inteligencia humana,
se representará inacabablemente era tras era. Esta búsqueda constituye
una de las más nobles iniciativas a las que es posible consagrarse, en virtud de su inestimable maestría para cincelar el espíritu humano, a fin de
crear hombres mejores, capaces de vislumbrar entre las nieblas del futuro un mundo mejor que éste.
Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada
sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para
investigar una materia tan vasta... Por lo tanto este conocimiento sólo
se podrá formar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en
la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas
que para ellos son tan claras... Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya borrado el recuerdo de
nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada si no ofreciera a cada época algo que investigar... La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre.
SÉNECA
Cuestiones Naturales, Libro 7, siglo I
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CAMBIA TU VIDA EN 30 DÍAS
CON LA LEY DE LA ATRACCIÓN
Olivia Reyes Mendoza
CONCIENCIA Y ESENCIA
Antonio Carranza
LA INTELIGENCIA DEL AMOR
Jorge Lomar
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EL PROFETA
Khalil Gibram
O
LA DIOSA DESTRONADA
Luisa Alba González
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VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
Julio Verne
HELDER
Pelayo Martín Ramos
LOS TIEMPOS DE LOS SIGNOS
J. Aldebarán
HISTORIA SECRETA DE LOS AÑOS 50
Manuel Espín
EL SECRETO DEL PERGAMINO
Xavier Musquera
YO, MANUEL AZAÑA
Francisco Cánovas
HISTORIAS MALDITAS Y
OCULTAS DE LA HISTORIA
Francisco J. Fernández
LEGIÓN ÁUREA
Manuel Espín
SANADORES
Luisa Alba González
HEREJES DE LA CIENCIA
Alejandro Polanco Masa
REGLAS DE ORO DE LA ABUNDANCIA
Selene Jade Aghina
LO QUE ES, ES
Germán González y Ana María Liñares
R
E
C
O
M
E
N
D
A
M
O
S
PUEDE CONOCER TODOS LOS LIBROS
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