Salud mental y aborto terapéutico por riesgo vital de la mujer

Salud mental y aborto terapéutico por riesgo vital de la mujer,
inviabilidad fetal y violación
Colegio de Psicólogos de Chile A.G
Comisión de Género y Diversidad Sexual
Coordinadora: Mg. Ps. Janet Noseda
Mg. Ps. Patricia Casanova
Dr. Ps. Ricardo Espinoza
Dr © Ps. Víctor Figueroa
Ps. Fidel Lajara E.
Asesoras y Asesores:
Ps. Vinka Jackson
Dra © Ps. Leslie Nicholls
Mg. Ps. Paula Sáez
Ps. Macarena Silva
Ps. Rodrigo Venegas
Noviembre 2015
1
Índice
Introducción…………………………………………………………………………..
2
Mujer, embarazo y maternidad: Aspectos políticos, sociales y
culturales…………………………………………………………………...…………
3
a.
b.
c.
d.
e.
Culturas precolombinas, religión y función reproductiva femenina……….
Sistema sexo-género y el principio de inferioridad de la mujer………....
Embarazo no deseado y salud mental……………………………………….
Embarazo no deseado, Estado y Derechos Humanos……………………..
Salud mental de hijos producto de embarazos no deseados………….…..
3
5
6
7
10
“Síndrome post aborto”: Investigaciones acerca de las reacciones psicológicas al
aborto…………………………………………………………………………………..
10
a.
b.
c.
d.
e.
Reporte del Grupo de Trabajo sobre Salud Mental y Aborto de la APA…..
Revisión de Charles y cols sobre aborto y salud mental……..……………
Revisión del Centro Nacional de Colaboración para la Salud Mental. UK..
¿Existe entonces el Síndrome Post Aborto?...............................................
Experiencias de Aborto, Ilegalidad e Inequidad………………………………
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13
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17
El embarazo producto de violación y el aborto ……………………………………… 19
a.
b.
c.
d.
e.
f.
g.
h.
Violación y abuso sexual en Chile…………………………………………….
Violación y abuso sexual en menores de 18 años…………………………..
Violación y abuso sexual en niñas y adolescentes mujeres………………..
Violación y embarazo en niñas y adolescentes mujeres……………………
Aspectos psicológicos de la violación y abuso sexual.……………………..
Consecuencias psicológicas de la violencia sexual en menores de edad...
Consecuencias psicológicas del embarazo por violación.…………………..
Violación, embarazo y aborto………………………………………………….
19
19
19
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¿Acompañamiento psicológico como alternativa al aborto?................................. 27
Conclusiones…………………………………………………………………………… 28
Referencias…………………………………………………………………………….. 30
2
Introducción
En Chile, existía derecho a terminar con un embarazo cuando había probabilidad de
muerte materno fetal. A finales de la dictadura militar, en 1989, se criminalizó el aborto
total, sea cual sea la causa, perdiéndose el derecho que tenían las mujeres de acceder
a aborto terapéutico. Actualmente se lleva a cabo una discusión general en el país,
donde una buena parte de la ciudadanía exige reponer el derecho a aborto terapéutico.
De hecho según una encuesta nacional realizada el año 2014 un 80,3% de la población
considera como importante despenalizar el aborto en caso de riesgo de vida de la
madre; un 78.7% en caso de inviabilidad del feto y un 73.2% en caso de violación a la
mujer (Instituto de Investigación en Ciencias Sociales, 2014). Sin embargo, la
aprobación del aborto por parte de la ciudadanía parece no ser una razón suficiente
para garantizar el acceso a un aborto legal. Existen sectores minoritarios que se
oponen a su aprobación, y que han elaborado fundamentos, apoyándose en
argumentos desde la psicología, con el fin de dar entender a la población de que el
aborto tendría efectos negativos en la salud mental de las personas y que la solución
sería una especie de acompañamiento psicológico para las mujeres a quienes se les
priva del acceso al aborto.
En este debate, algunos autores como Bunster (2008), Dughman y Paiva (2007), y
Fuentes (2008), han señalado que al realizarse un aborto se vivencian diferentes
reacciones psicológicas negativas, tales como un profundo dolor emocional, haciendo
mención a un supuesto “Síndrome Post Aborto”. Otros, sin embargo, indican que tal
reacción no existe (Charles, Polis, Sridhara y Blum, 2008) y que no se puede
homologar las respuestas psicológicas ante el aborto en todas las mujeres. De hecho
algunas mujeres puede presentar alivio luego de abortar (Petracci, Pecheny, Mattioli, y
Capriati, 2012), por lo que establecer una causalidad entre aborto y problemas de salud
mental parece algo difícil de sostener. En este documento intentamos dar respuesta a
preguntas como ¿cuáles son las reacciones psicológicas de las mujeres que se
practican un aborto por las tres causales descritas?, ¿Puede dañar la salud mental el
practicarse un aborto en dichas circunstancias?.
En la discusión en el Congreso, los sectores que no quieren despenalizar el aborto por
causales terapéuticas, parecen no tener en consideración el profundo dolor emocional
de las mujeres que llevan a cabo embarazos no viables, donde se encuentra en riesgo
su vida o producto de una violación, y han redactado proyectos de ley donde se
presenta un acompañamiento psicológico como alternativa al aborto. Como Colegio de
Psicólogos de Chile A.G, creemos menester hacer saber a la población y a los y las
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parlamentarias si un acompañamiento psicológico es efectivo o no cuando una mujer
desea terminar con su embarazo y no tiene la opción de abortar. ¿Es efectivo un
acompañamiento como alternativa al aborto?, ¿se logra disminuir el dolor emocional a
través de un acompañamiento psicológico como única opción y no teniendo la
posibilidad de elegir si continuar o no con el embarazo ? ¿qué tipo de apego podría
desarrollar una madre con su hijo que fue producto de una violación de un familiar?
El objetivo final de esta revisión consiste en realizar un aporte a la discusión
parlamentaria y a la discusión que sostiene el país, haciendo hincapié en el
acompañamiento como alternativa al aborto, “sindrome post aborto”, las reacciones
psicológicas al aborto, el embarazo producto de violación, y la maternidad en menores
de edad producto de violación.
Así, la Comisión de Género y Diversidad Sexual del Colegio de Psicólogos de Chile
A.G, durante los meses de junio, julio y agosto, revisó las investigaciones existentes
acerca de las reacciones psicológicas al realizarse un aborto, las vivencias de la
persona que cursa un embarazo producto de violación, y el contexto cultural y
antropológico en que se sitúan los significados y comprensiones de la maternidad y su
interrupción.
La presente revisión bibliográfica contó con la asesoría de cinco profesionales de la
salud mental con vasta experiencia en embarazo patológico y violación.
1. Mujer, embarazo y maternidad : Aspectos políticos, sociales y culturales
a. Culturas precolombinas, religión y función reproductiva femenina
La relación de las mujeres con la función reproductiva constituye una unión fundante
del pensamiento universal. La posibilidad biológica del embarazo se une por tanto a la
experiencia social de la maternidad, generando el binomio “mujer-madre” presente en
distintas culturas y en la nuestra en particular (Badinter, 2003; Lavrín, 1991; Rich,
1983). Lo anterior, determina una relación causal en diversas cosmovisiones donde el
rol y fin de las mujeres sea la reproducción (Montecino, 2005). De allí, el rechazo a que
las mujeres puedan desechar de sus proyectos vitales la no maternidad y/o el impedir
la maternidad sea una posibilidad difícil de comprender en nuestra cultura.
Diversos relatos antropológicos precolombinos dan cuenta de sacrificios femeninos
como requisitos para la reproducción social y biológica de las comunidades. En relación
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con lo anterior, Kurnitzky (1978) identifica la inmolación de una mujer para lograr la
reproducción de otras y dar continuidad a la vida social, como temas comunes, por
ejemplo, en mitología de las culturas Sherenté y Chamacoco. Así, el cuerpo femenino
germina la vida o contiene otras vidas, de allí que deba ser sacrificado para la
posteridad y el bien de la comunidad.
De modo que en el imaginario colectivo, entendido como el conjunto de
representaciones que explicitan la cultura de nuestras sociedades, “La Madre” ocupa
un lugar fundamental (Montecino, 2005). Cuando hablamos de La Madre o lo maternal
estamos aludiendo a atributos presentes en la cultura y no a situaciones que
reproducen lo real, dicho de otra manera, cuando decimos, por ejemplo, que nuestra
cultura categoriza a toda mujer como madre, ello no implica que ser madre se configure
en un espacio puramente biológico, sino que se ancla sobre todo en las conductas
sociales y creencias compartidas por una cultura.
El que se instale lo materno, como un símbolo del orden cultural, no significa que no
existan otros elementos -como el Estado- que organicen y estructuren el orden social.
Sin embargo, lo materno apela a un orden primario y la posibilidad de una identidad de
origen. La hipótesis a sostener en este apartado consistirá, por tanto, que una cultura
como la Chilena ha elaborado una construcción simbólica del género donde la
categoría de lo femenino es sinónimo de madre y la de masculino de padre o hijo
(Salazar, 2006).
Por otro lado, la relación mujer-madre posee un fuerte y poderoso correlato en la
religiosidad Católica presente en Chile y Latinoamérica, puesto que no es precisamente
la figura de Cristo la que domina el culto y fervor popular, sino la imagen de su Madre,
la Virgen María (Montecino, 1996; 2005). De esta manera, lo materno como principio de
orden -en cuanto género, del orden de lo cotidiano y en cuanto deidad, del orden de lo
sobrenatural- es un hecho cultural compartido. Este anclaje cultural ha promovido un
conjunto de valores y prácticas como constitutivas de lo femenino. La mujer a escala
del símbolo de la Virgen María va a ser comprendida como cuidadora, fiel,
organizadora de la paz familiar, transformándose en un conjunto de principios y valores
que organizará el comportamiento femenino (Silva, 2012) de la mujer chilena y latina.
Es importante señalar en este punto, que la maternidad, si bien implica aspectos
biológicos exclusivos de una mujer, no es un evento puramente natural, ni excepcional
de la esfera sociocultural, que comprometa sólo a las mujeres. Más bien es una
articulación compleja de aspectos bio-psico-sociales, políticos, étnicos, de clase, entre
otras implicaciones. En esta articulación se comprometen los significados que el
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contexto ha construido para este evento, los aspectos de las emociones conscientes
del sujeto, dinámicas individuales y colectivas, donde lo real, lo imaginario y los
simbólico se amalgaman de manera fundamental con las creencias y costumbres
(Árvelo, 2004; Silva, 2012).
b. Sistema sexo-género y el principio de inferioridad de la mujer
Un embarazo no deseado y su continuación forzada, tiene implicancias en la salud
mental de las mujeres debido a la experiencia de subordinación a la que son sometidas
quienes desean terminar con su embarazo y no tienen la opción legal de hacerlo. La
psicoanalista e investigadora chilena, Pilar Errázuriz invita a pensar y analizar en torno
a las relaciones de poder y la influencia de los contextos sociales en donde se
desarrollan las vidas de las mujeres (Errázuriz, 2006). La subordinación de la mujer en
nuestro contexto cultural tiene su base en las relaciones de poder, que para la escritora
estadounidense Kate Millet se inscriben en el marco de lo psicológico, lo sociológico y
lo político (1975, en Errázuriz, 2006).
Dicho contexto, se produce en un espacio histórico, y por lo tanto cultural, que la
antropóloga Gayle Rubin ha denominado como “sistema sexo-género” (1975, en
Oyarzún, 2000) con el propósito de describir y analizar cómo una sociedad transforma
la sexualidad biológica en productos de la actividad humana. Por lo tanto el género -ser
femenino / ser masculino- se manifiesta como producción característica de cada
cultura. Para la filósofa Kemy Oyarzún, dicho sistema sería un modo de “producción
simbólico-material”, entendiendo que “todo sistema sexo-género implica una dimensión
ontogenética (esto es, que produce efectos de sujeto individual) y una dimensión
filogenética (esto es, que produce efectos de subjetividad colectiva en la historia de la
especie)” (2000, p.271), lo cual facilita comprender cómo el psiquismo, así como la
salud mental, de manera inevitable, se ven afectadas por las producciones y
reproducciones de las violencias del contexto en donde se construyen los roles de
género.
Por otro lado, la psicoanalista argentina, Emilce Dio Bleichmar, sobre la sexualidad
femenina, señala que “aquello que perturba la feminidad es la ‘feminidad’ misma, tal
como está establecida, la sexualidad femenina misma con sus riesgos reales, la
identidad femenina misma con sus desventajas en una cultura que mitifica y devalúa la
feminidad” (1998, en Errázuriz, 2006, p. 13). Es decir, “la feminidad misma” opera en
una posición de subordinación, respecto de los privilegios que históricamente han
gozado los varones en occidente. Ante esta situación, el sociólogo Pierre Bourdieu
señala lo siguiente:
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“El principio de inferioridad y de exclusión de la mujer, que el sistema mítico-ritual
ratifica y amplifica hasta convertirlo en el principio de división de todo el universo,
no es más que la asimetría fundamental, la del sujeto y del objeto, del agente y
del instrumento, que se establece entre el hombre y la mujer en el terreno de los
intercambios simbólicos de las relaciones de producción y de reproducción del
capital simbólico, cuyo dispositivo central es el mercado matrimonial, y que
constituyen el fundamento de todo orden social” (2000, p. 59).
Teniendo en cuenta la posición de asimetría que viven las mujeres en nuestra cultura,
es posible comprender cómo la salud mental mental de la mujer emerge en medio de
este contexto sociocultural caracterizado por las relaciones de poder entre los géneros.
Tanto el sistema sexo-género descrito por Gayle Rubin como el sistema mítico-ritual al
cual apunta el sociólogo Pierre Bourdieu, convergen en dilucidar la noción de
subordinación de lo femenino a lo masculino. Lo cual facilita comprender cómo el
deseo, la subjetividad, así como el no deseo, y el poder de tomar decisiones sobres
sus propias vidas, son elementos que históricamente han situado a las mujeres en un
campo cotidiano de conflicto con su propia cultura.
Siguiendo esta línea de análisis, Pilar Errázuriz señala cómo “la construcción de la
subjetividad de las mujeres está atravesada por múltiples registros contradictorios.
Aquellos que son producto de la heterodesignación de la sociedad patriarcal moderna”
(2006, p. 77) lo que produce una serie de mitos y conceptualizaciones románticas
acerca de la feminidad y las mujeres. Señala la misma autora: “de categorías
reduccionistas y patologizantes que están instaladas en el discurso médico y que han
permeado el discurso cultural acerca de las mujeres” (Ibid.). Esto se puede vislumbrar y
analizar, por ejemplo, en la concepción misógina del concepto moderno de histeria
(Chauvelot, 2001), o en el actual mito del diagnóstico de “estrés post aborto” conceptualización que será analizada más adelante en este mismo documento- y por
qué no, en la psicopatologización del malestar que una mujer podría experimentar en la
forzosa situación de vivir un embarazo no deseado.
c. Embarazo no deseado y salud mental
En el documento, “Embarazo no deseado, continuación forzada del embarazo y
afectación de la salud mental” del Grupo Médico por el Derecho a Decidir de Colombia”
(2011), se pueden encontrar una serie de investigaciones estadísticas, que darían
cuenta del malestar implicado en las mujeres que vivirían un embarazo en este tipo de
condicionantes. Diversos estudios realizados durante un extenso período de 21 años,
7
entre 1980 y 2011, en torno a la vida de miles de mujeres, en distintas latitudes del
planeta, fueron analizados. Es así que pone en tabla, una serie de resultados entre 5
países – Australia, Lituania, China, USA e Irán-, en los cuales se muestra una
importante asociación entre el embarazo no deseado y su afectación a la salud mental.
En Australia, el año 2011, Eastwood, Phung y Barnett en un estudio de Corte
Transversal, en un grupo de 29.405 mujeres, expone como hallazgos: “mayor incidencia
de síntomas depresivos en el postparto entre mujeres con embarazo no deseado”.
Bunevicius y cols. en el año 2009, en un estudio de Cohorte, con un grupo de 230
mujeres en Lituania, señala que habría: “mayor riesgo de depresión durante cada
trimestre del embarazo entre mujeres con embarazo no deseado”. Lau y Keung (2007)
con un estudio de Corte Transversal en 2.178 mujeres en China, demuestra una
correlación entre el “40% de mayor incidencia de altos niveles de estrés psicológico y
tres veces más incidencia de altos niveles de síntomas depresivos, entre quienes tenían
un embarazo no deseado”. Un estudio de Cohorte en USA, con una población de 1.662
mujeres, expone como hallazgo: “Doble riesgo de depresión postparto entre mujeres
con embarazo no deseado en comparación con mujeres con embarazo deseado” (RichEdwards y cols., 2006). El estudio de Cohorte, con un grupo de 163 mujeres iraníes,
expone los mismos resultados que el trabajo anterior (Iranfar, Shakeri, Ranjbar, Nazhad
Jafar y Razaie, 2005). Najman, Morrison, Williams, Andersen, y Keeping (1991), con un
estudio de Cohorte de 6.642 mujeres en Australia, expone que habría “riesgo cinco
veces mayor durante el embarazo y tres veces mayor durante el postparto, de sufrir
depresión entre las mujeres que no deseaban el embarazo y que, además, tuvieron una
reacción negativa hacia él al principio del mismo”. En el año 1980, en USA, la
investigación de Laukaran y Van den Ber, estudio de Cohorte, con una población de
8.000 mujeres, señala que habría una “incidencia 2,6 veces mayor de problemas
psicosociales en mujeres con embarazo no deseado y una actitud negativa frente al
mismo (en GDC Colombia: 10, 2011). Esta evidencia, claramente sugiere que la
mujeres con embarazo no deseado tienen un riesgo significativamente mayor de
desarrollar problemas de salud mental en comparación con aquellas mujeres que
desean llegar con su embarazo a término.
d. Embarazo no deseado, Estado y Derechos Humanos
Si bien el embarazo no deseado puede afectar la salud mental de la mujer
negativamente, es necesario tener en cuenta que la mujer se encuentra inserta en un
contexto social y político que tiene un profundo impacto en su subjetividad. En
particular, la salud mental y la subjetividad de las mujeres que desean abortar, deben
ser analizadas en un contexto de incriminación y castigo por parte del Estado, donde la
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feminidad se constituye en el marco de la dominación (Tajer, 2013) y se imprime en la
vida psíquica, formando una conciencia moral que construye un Súper Yo
predominantemente sádico (Gilligan, en Tajer, 2013). En Chile, desde que la dictadura
militar criminalizó el aborto, impuso un castigo por parte del estado hacia la posibilidad
de elegir de la mujer, un acto denegado a partir de la prohibición, sin embargo, “lo que
la prohibición parece afectar son las reglas del juego, es decir, las condiciones más que
la práctica en cuestión” (Chaneton y Vacarezza, 2011, en Grosso, Trpin y Zurbriggen:
102, 2013). Las reglas y condiciones no hicieron desaparecer la práctica, el deseo y el
no deseo de las mujeres, por el contrario, precarizaron la vida y pusieron en riesgo la
salud y la vida misma de miles de mujeres que han decidido interrumpir un embarazo no
deseado en un contexto de “ilegalidad” y opresión por parte del Estado.
Por lo tanto, es necesario hacer un esfuerzo por comprender el malestar en un
embarazo no deseado, como una situación forzada, que va más allá de las hipótesis
naturalistas asociadas a desbalances neuronales y hormonales. En la Revista Chilena
de Neuro-Psiquiatría, uno de sus artículos plantea algo que debe tomarse en cuenta:
“Un tercio de las mujeres chilenas presenta síntomas de depresión y/o ansiedad durante
el embarazo, mientras que la prevalencia en el posparto supera el 40%. Si se utilizan
criterios operacionales estrictos, se encuentra que una de cada diez
embarazadas/puérperas está deprimida” (Jadresic, 2010). Sin embargo, la hipótesis que
el autor señala es que la psicoterapia y la farmacoterapia serían la solución, ya que las
causas con mayor peso, serían los desbalances en los inhibidores de serotonina,
coeficientes bajos de intelecto y la tendencia de comportamientos violentos (2010). Es
decir, una mirada reduccionista de la salud mental de la mujer, aislada de su contexto
social y político, y que replica el discurso misógino que promueve aproximaciones
naturalistas acerca del sufrimiento y el malestar en el período del embarazo, discurso
que además ignora las relaciones de poder entre los géneros.
Pese a esto, que un tercio de las mujeres en Chile manifiestan sintomatología depresiva
y/o ansiedad en el embarazo, es un dato muy importante, en un país que después de
casi tres décadas ha decidido pensar en revocar una prohibición constitucionalmente
antidemocrática. Dichas cifras, dejan entrever, que más de alguna correlación podría
haber en el deterioro de la salud y la precarización de las condiciones de vida, como por
ejemplo, la dificultades para el acceso a la salud como un derecho, y la negación de
condiciones saludables para poder interrumpir un embarazo no deseado.
Estudios de otros países en los cuales el aborto no es criminalizado de manera
totalitaria como en Chile, demuestran la importancia del peso de la cultura y las
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condiciones económicas sobre la salud mental de las personas, en este caso de las
mujeres. Por ejemplo, Ana Langer, en su artículo sobre “El embarazo no deseado y el
impacto sobre la salud y la sociedad en América Latina y El Caribe” (2012), expone
cómo la situación de clase, es un factor significativo en relación a la frecuencia de
mujeres que viven un embarazo no deseado. “Su frecuencia parece ser mayor entre las
mujeres de escasos recursos y bajo nivel educativo” (Langer, 2012), es decir, hay una
tendencia sociodemográfica importante.
Por otro lado, el denegar a las mujeres la posibilidad de decidir la continuación de un
embarazo constituye un violación de sus Derechos. En el artículo “La salud mental de la
mujer como indicación para el aborto legal”, Cook, Ortega-Ortiz, Romans y Ross (2006)
proponen un análisis, no sólo en términos asistenciales asociados a la salud, sino que
exponen una discusión en un plano jurídico, de poder explícito:
“El fundamento de la responsabilidad es el pacto internacional de Derechos
Civiles y Políticos y ésta se deduce ante el Comité de Derechos Humanos,
organismo monitor de dicho tratado, como ocurrió recientemente en el caso de
Perú. De acuerdo con la resolución del Comité, negar a una mujer acceso
equitativo y digno a un aborto necesario para la preservación de su salud
constituye una forma de trato cruel, inhumano y degradante y una denegación de
los derechos de las mujeres a tratamiento oportuno y eficaz” (Llontoy, 2003 en
Cook y cols., 2006).
Sobre la noción de salud mental, los mismos autores señalan que, “una afectación a la
salud mental no debe ser forzosamente conceptuada, de forma estigmatizante, como
locura o demencia” (Cook y cols., 2006). Es decir, el malestar no siempre cabe en los
criterios diagnósticos y las etiquetas psicopatológicas. Malestar es malestar, más allá de
lo endógeno, y traspasa lo personal. Los autores señalan: “un trastorno mental puede
caracterizarse como la angustia o los trastornos psicológicos asociados con la pérdida
de la integridad personal y autoestima, causados por ejemplo, por un embarazo
producto de una violación o de una relación incestuosa abusiva” (Cook y cols., 2006).
Es así que concluyen que “la salud mental de una mujer se verá negativamente
afectada si su embarazo es resultado de una violación; incluso, si ha recibido el
diagnóstico de una enfermedad propia o fetal, o si enfrenta circunstancias sociales o
económicas adversas, incluido el embarazo no deseado o temprano” (Cook y cols.,
2006).
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e. Salud mental de hijos producto de embarazos no deseados
Estudios muestran que los hijos productos de embarazos no deseados donde el aborto
fue requerido por la madre pero negado, sufren mayor depresión, ansiedad, abuso de
sustancias, abandono, maltrato y otros problemas de salud mental, en comparación
con los hijos de embarazos deseados. Esto ocurre en el entendido de que para el
desarrollo saludable de los bebés, es necesario un apego seguro y una madre
deseante de su embarazo. Los tipos de apegos desarrollados con los hijos productos
de embarazos no deseados, pueden ser de tipo inseguros o desorganizado, donde la
madre, que no desea al hijo o éste le provoca sufrimiento al recordar una violación, no
es capaz de estar conectada con éste, sin poder así responder a sus necesidades
correctamente. Por otro lado, en un estudio británico sobre embarazo no deseado, los
datos identificados por La Rochebrochard y Joshi (2013) dan cuenta que a los tres
años el desarrollo cognitivo era significativamente menor que los niños deseados. En
cuanto a la salud mental de los cuidadores, Bahk, Yun, Kim, y Khang (2015)
observaron un efecto global de un embarazo no deseado sobre la depresión materna,
además de que el estrés de los padres fue significativamente mayor.
Esto presupone una importante reflexión en sociedades como la chilena, en donde la
interrupción del embarazo está prohibido en su totalidad, incluyendo los embarazos
productos de una violación, en el contexto reduccionista de sólo preocuparse porque
los embarazos lleguen a término. Se hace necesario reflexionar este mandato del
deber ser madre, del deber llevar a término todo embarazo, sin importar si es deseado
o es producto de una violación. Desde la Psicología, se debiera trabajar en estos
aspectos socio culturales, haciendo un llamado a la reflexión y a la defensa de la
saludable vida psíquica, donde las intervenciones psicológicas no debieran enfocarse a
intentar hacer un poco menos doloroso el embarazo por violación mientras se llega al
momento del parto, sino que también a acompañar a quienes deciden poner término a
su embarazo, dando a la niña o mujer herramientas para volver a sentirse dueñas de
su cuerpo y donde se devuelva la voluntad, especialmente con respecto al cuerpo,
menoscabada y menospreciada durante la violación.
2. “Síndrome post aborto”: Investigaciones acerca de las reacciones
psicológicas al aborto
Muchas dudas surgen en torno a un presunto “síndrome post aborto”, el cual hace
alusión a una respuesta homogénea de las mujeres luego de abortar, caracterizada por
el sufrimiento, depresión, ansiedad y culpa (Speckhard y Rue, 1992). La premisa de
que todas las mujeres que abortan vivencian por igual estas sintomatologías, se vuelve
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dudosa, al ser todas las mujeres diferentes, con situaciones socioeconómicas y
culturales propias y particulares. Debe tomarse en cuenta además, que las mujeres que
solicitan abortar lo hacen por diversas razones, en diferentes periodos de gestación y a
través de diferentes procedimientos médicos (APA, 2008).
Los autores que defienden la existencia de este síndrome, al no existir en el Manual
Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales DSM - V, ni el Manual
Internacional de las Enfermedades CIE-10, indican que para su diagnóstico, deben
ocuparse los criterios del estrés post traumático de dichos manuales (APA, 2008). Sin
embargo, resulta curioso y anti ético que se diagnostique un trastorno basándose en
los criterios diagnósticos de otro, además de no entenderse para qué se describe la
existencia de un síndrome post aborto en vez de quedarse con el diagnóstico de estrés
post traumático. Nos parece de relevancia presentar entonces, los resultado de las más
recientes investigaciones sobre las reacciones psicológicas después de abortar, con el
fin de contribuir al debate de la existencia o no de dicho síndrome.
Los especialistas que plantean la existencia de un síndrome post aborto, en muchas
ocasiones basan sus argumentos en datos tomados a partir de mujeres que se
presentaron en servicios de salud mental con la queja de tener secuelas psicológicas
negativas tras un aborto. Sin embargo, no se consulta a mujeres que no presentaron
esta queja y que incluso manifiestan un grado de bienestar y alivio tras los abortos
(Aznar y Cerdá, 2014).
Los autores que defienden la existencia de un síndrome post aborto, señalan como
síntoma importante la culpa. En efecto, Fergusson, Horwood y Boden (2009) comentan
que entre las mujeres que presentaban trastornos psicológicos tras el aborto, algunas
mostraban un elevado sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, la culpa podría ser
también el resultado del mandato cultural que indica que las mujeres deben ser madres
y que deben saber llevar a término sus embarazos, aún en los casos en que ellas no lo
deseen. Así, el entramado histórico-cultural en base al binomio “mujer-madre” y su
correlato religioso, bien podría ser la explicación de la culpabilidad en las mujeres que
abortan, siendo estos mandatos los causantes de la culpa post aborto y no el aborto
per se.
A continuación se presentan los resultados de tres recientes revisiones de estudios,
que tuvieron por objetivo evaluar si existía una relación entre aborto y problemas de
salud mental. Los autores de estas revisiones seleccionaron los estudios que
presentaban las mejores condiciones metodológicas.
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a. Reporte del Grupo de Trabajo sobre Salud Mental y Aborto de la APA
El Grupo de Trabajo sobre Salud Mental y Aborto (Task Force on Mental Health and
Abortion - TFMHA) de la Asociación Americana de Psicología, APA, redactó un informe
de las investigaciones de salud mental y aborto en el año 2008, incluyendo estudios de
las respuestas psicológicas posteriores al realizarse un aborto. En este informe se
incluyeron todos los artículos escritos en lengua inglesa, desde el año 1990 hasta el
año 2007, que evaluaron la salud mental de las mujeres posterior al realizarse un
aborto. Se revisaron 50 estudios con grupo de comparación y 23 estudios sin grupo de
comparación.
La APA no encontró evidencia suficiente que pudiera respaldar la correlación entre
aborto y problemas de salud mental. Al parecer, habría otros factores que podrían estar
relacionados con la presencia de problemas de salud mental posteriores a un aborto.
Según su revisión, el embarazo no deseado y el aborto se correlacionan con
condiciones preexistentes, tales como pobreza, abuso sexual, uso de drogas y estilo de
afrontamiento, que pueden tener profundos y duraderos efectos en la salud mental,
siendo necesario aclarar que serían estas condiciones las causantes de problemas en
la salud mental y no el aborto per se. Por lo tanto, las diferencias en la salud mental de
las mujeres que han tenido un aborto pueden ser principalmente explicadas por estos
factores preexistentes.
La revisión de la APA identificó diversos factores predictivos de respuestas psicológicas
negativas después un aborto, de primer trimestre, entre mujeres de Estados Unidos,
como son: percepción de estigma, necesidad percibida del secreto, exposición a
campañas de anti aborto, percepción o anticipation de bajo apoyo social sobre la
decisión de aborto, historia previa de problemas de salud mental, baja autoestima, baja
percepción de control sobre su vida y uso de estrategias de afrontamiento de evitación
y negación, y baja capacidad percibida para afrontar el aborto antes de su ocurrencia.
Se concluyó que la salud mental previa era el factor predictivo más influyente para
desarrollar problemas de salud mental post aborto.
La APA también revisó algunos estudios que examinaron las respuestas de las
mujeres después de un aborto inducido debido a anomalía fetal. Los resultados de la
revisión de estos estudios sugieren que el aborto inducido de un embarazo deseado
debido a anomalía fetal parece estar asociado con menos reacciones psicológicas
negativas que cuando las mujeres dan a luz un niño con anomalías potencialmente
mortales, ya que en este caso las mujeres presentan mayores índices de depresión y
ansiedad. Además, las reacciones psicológicas producto de un aborto inducido debido
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a anomalía fetal son equivalentes a las experimentadas por las mujeres que presentan
un aborto espontáneo de un embarazo deseado o que experimentan una muerte fetal o
muerte de un recién nacido. Los hallazgos de la APA evidencian que tanto el aborto
producto de anomalía fetal como las experiencias de pérdida de un embarazo deseado
indudablemente están asociadas a problemas de salud mental, sin embargo, estas
reacciones psicológicas negativas son clínicamente menos significativas cuando se
comparan con los problemas de salud mental en madres que dan a luz hijos con
anomalías potencialmente mortales.
b. Revisión de Charles y cols. (2008) sobre aborto y salud mental
La revisión de Charles y cols. llamada “Abortion and long-term mental health
outcomes: a systematic review of the evidence”, fue publicada el año 2008 en la revista
“Contraception”. Ésta se centra especialmente en los problemas de salud mental
secundarios al aborto a más largo plazo, incluyendo solamente estudios en los que el
seguimiento de las mujeres tras el aborto fue de 90 días o más. Además, para que los
artículos fueran incluidos, tenían que haber sido publicados después de 1988 y haber
tenido al menos 100 participantes. De los más de 700 artículos identificados en la
búsqueda, se incluyeron 21 estudios con grupo de comparación. Los investigadores
decidieron centrar la revisión principalmente en mujeres con un aborto, ya que las
mujeres que tienen múltiples abortos pueden diferir en muchos aspectos de las mujeres
que tienen sólo un aborto.
La revisión tomó un enfoque analítico diferente a la revisión de la APA, ya que agrupó
los estudios de acuerdo a su calidad metodológica. Cada uno de los 21 estudios fue
calificado como “Excelente”, “Muy bueno”, “Razonable”, “Pobre”, o “Muy malo”. Los
criterios para la evaluación de los estudios fueron los siguientes: a) el uso de un grupo
de comparación apropiado; b) el uso de medidas de salud mental válidos; c) el control
del estado de salud mental preexistente; d) control de los factores de confusión; e) si
existía la exploración exhaustiva de la pregunta de investigación.
Los cuatro estudios que fueron calificados como “Muy bueno” encontraron que el
aborto no tenía ningún efecto sobre la salud mental de la mujer, en comparación con un
grupo control sin aborto. De los ocho estudios de calidad “Razonable”, los autores
informaron que tres mostraron hallazgos neutrales; mientras que de los 8 estudios de
calidad “Pobre” identificados, uno mostró resultados neutros, cuatro presentaron
resultados mixtos y tres tuvieron resultados negativos. El único estudio calificado como
14
“Muy malo” arrojó que el aborto había tenido un impacto negativo en la salud mental de
la mujer.
Los autores entonces concluyeron que cuanto mayor sea la calidad del estudio, mayor
es la probabilidad de que el estudio no encuentre ninguna asociación entre el aborto y
el riesgo de problema salud mental. Por lo tanto, lo autores señalaron que no se puede
establecer de forma fehaciente la existencia de una relación entre aborto y problemas
de salud mental tardíos en las mujeres que han abortado.
c. Revisión del Centro Nacional de Colaboración para la Salud Mental (2011). UK
El Centro Nacional de Colaboración para la Salud Mental (National Collaborating
Centre for Mental Health-NCCMH) del Reino Unido, realizó una revisión a través la
Academia de Colegios Reales Médicos (Academy of Medical Royal Colleges), la cual
fue publicada en diciembre de 2011. En ella participaron más de 20 profesionales,
centrando fundamentalmente su estudio en evaluar los trastornos de salud mental en
mujeres que han realizado un aborto legal tras un embarazo no deseado.
La revisión del NCCMH incluyó un análisis de las revisiones de la APA (2008), Charles
y cols. (2008), y Coleman (2011). Los autores señalaron que muchos de los estudios
incluidos en las revisiones anteriores no controlaron de manera específica otras
variables, como por ejemplo los problemas de salud mental pre-aborto. Además, las
revisiones anteriores incluyeron la comparación de las mujeres que habían tenido un
aborto con los que habían llegado a parto, sin tener en cuenta si el embarazo era
deseado. Los autores plantearon que la mejor evidencia disponible sería un grupo de
comparación de mujeres que llevan un embarazo “no deseado” a término. Sin
embargo, encontraron muy pocos estudios que hicieran esta comparación. Aunque
algunos estudios identificaron a las mujeres que tuvieron un embarazo no planeado, sin
embargo, hay una distinción importante entre “no planificado” y un embarazo “no
deseado”.
A diferencia de la revisión de Charles y cols. (2008), tanto la revisión de la APA (2008)
como la de Coleman (2011) no restringieron el tiempo de seguimiento a más de 90
días. La revisión del NCCMH también incluyó estudios que evaluaron las
consecuencias de la salud mental luego de 90 días. Por otra parte, dos de las
revisiones anteriores (APA y Charles y cols.) no realizaron ningún análisis estadístico
de los datos incluidos en la revisión realizando una análisis narrativo de la evidencia
disponible. Coleman, por su parte, realizó un meta-análisis. Sin embargo, de acuerdo a
15
Kendall, Bird, Cantwell, y Taylor (2012), el meta-análisis de Coleman no puede
considerarse como una revisión sistemática formal debido a que las estrategias de
búsqueda y criterios de exclusión no se publicaron. Por lo tanto, no queda claro por qué
ciertos artículos y resultados fueron excluidos de la revisión de Coleman. Por este
motivo, la revisión de Coleman no fue incluida en este documento.
La revisión del NCCMH consistió en un análisis narrativo y pequeño meta-análisis de
algunos estudios. Los autores realizaron una búsqueda de estudios publicados en
lengua inglesa entre los años 1990 y 2011. Además los estudios debían haberse
realizados con mujeres que tuvieron un aborto legal inducido y las muestras utilizadas
debían tener 100 o más participantes. Para el análisis preliminar seleccionaron 180
estudios potencialmente relevantes. De estos estudios sólo algunos fueron
considerados para la revisión final mientras otros fueron excluidos por no cumplir con
los criterios de elegibilidad para la revisión considerados por los investigadores. De los
estudios incluidos para el análisis narrativo, 34 examinaron la prevalencia de problemas
de salud mental después de un aborto; 27 consideraron factores asociados a los
problemas de salud mental después de un aborto inducido; 15 compararon los
resultados de salud mental para las mujeres que tienen un aborto con aquellas mujeres
que llegaron al parto. En análisis cuantitativo se basó en 4 estudios que compararon los
resultados de salud mental para las mujeres que tuvieron un aborto con mujeres que
llegaron al parto luego de un embarazo no deseado o no planificado.
Las principales conclusiones del NCCMH fueron:
1) Los problemas de salud mental de las mujeres de la población general después
de un parto o después de un aborto son similares.
2) los embarazos no deseados que terminan en parto, se asocian con un aumento
de riesgo de problemas de salud mental.
3) la incidencia de problemas de salud mental en las mujeres con un embarazo no
deseado que llegan a parto, es del mismo orden que la de quienes han
abortado.
4) el factor predictivo de mayor impacto sobre la posibilidad de que se den
problemas de salud mental tras un aborto, es la existencia de una historia de
trastorno mental previa.
5) los autores parecen constatar la existencia de factores externos a las mujeres
que abortan, que pueden asociarse a la mayor incidencia de problemas de salud
mental secundarios al aborto, como puede ser la presión de la pareja para que la
mujer aborte, la actitud negativa de la sociedad en general hacia el aborto o
experiencias personales negativas de la mujer en relación con el aborto,
incluyendo el dolor/duelo o duda.
16
Cuando los estudios controlaron si se planificó o si se deseaba o no el embarazo, se
encontró que:
1) no había pruebas suficientes de elevado riesgo de problemas de salud mental
tales como depresión, ansiedad, y enfermedad no psicótica después de un
aborto.
2) hubo alguna evidencia limitada para sugerir un aumento en la tasa de
autolesiones en forma posterior al aborto pero sólo cuando se comparó con el
grupo de embarazo no planificado y no con el grupo no deseado.
3) hubo alguna evidencia de tasas bajas de enfermedad psicótica para las mujeres
después del aborto.
Cuando los estudios controlaron los problemas anteriores de salud mental, las tasas de
prevalencia reportadas después de un aborto eran sustancialmente más bajas que en
los estudios en los que los problemas de salud mental anteriores no se controlaron. De
esta forma el NCCMH concluyó que sus hallazgos fueron consistentes con las
revisiones anteriores de la APA (2008) y de Charles y cols. (2008), y el estudio de
Munk-Olsen, Laursen, Pedersen, Lidegaard, y Mortensen (2011). De hecho el estudio
prospectivo de base poblacional de Munk-Olsen y cols. encontró que en las mujeres
que tuvieron un aborto, las tasas de consulta psiquiátrica después de que el aborto
ocurrió no fueron mayores que antes del aborto. Se trata de una clara posibilidad de
que los problemas de salud mental preceden a los embarazos no deseados y/o que un
embarazo no deseado puede conducir a problemas de salud mental.
A la luz de estos resultados, el NCCMH indicó que era importante tener en cuenta la
necesidad de apoyo y cuidado para todas las mujeres que tienen un embarazo no
deseado, porque el riesgo de problemas de salud mental aumenta sea cual sea el
resultado del embarazo, siendo que el predictor de problemas en salud mental debiera
estar puesto en el embarazo no deseado y no en el aborto.
d. ¿Existe entonces el Síndrome Post Aborto?
Los estudios anteriormente presentados muestran que no hay evidencia suficiente que
demuestre que los problemas de la salud mental de algunas mujeres se desprendan de
manera necesaria del acto de abortar. Por lo tanto, a la luz de la mejor evidencia
científica disponible, se puede establecer que el “Síndrome Post Aborto” es inexistente.
Incluso autores como Aznar y Cerdá (2014), que sostienen que el aborto tiene
consecuencias en la salud mental, han señalado que no se puede afirmar de que el
síndrome post aborto exista. Aznar y Cerdá realizaron una revisión narrativa de
17
algunos de los estudios mencionados en este documento y publicaron sus resultados
en la revista chilena Acta de Bioethica. Sin embargo, los autores omitieron hallazgos
significativos de las revisiones e ignoraron las limitaciones de los estudios que
presentaron, por lo que es posible apreciar que sus conclusiones no se basaron en la
evidencia científica disponible.
e. Experiencias de Aborto, Ilegalidad e Inequidad
Por último, para enriquecer estos resultados y ofrecer una mirada cualitativa de la
experiencia del aborto, expondremos brevemente los resultados de la investigación “El
aborto en las trayectorias de mujeres y varones de la ciudad de Buenos Aires” (Petracci
y cols., 2012), en conjunto con las reflexiones que aporta el artículo “Aportes al debate
sobre el aborto en Chile: Derechos, género y bioética” (Dides, 2006).
Desde este último texto, podemos observar cómo la medicina y la bioética han
abordado la temática del aborto durante los últimos años en Chile, con una voz que ha
alcanzado una alta legitimidad social. De este modo la medicina se ha convertido en el
nuevo depositario de la verdad, donde expertos supuestamente objetivos y moralmente
neutrales emiten juicios absolutos, y a menudo definitivos. Es así como una temática
que alguna vez perteneció al ámbito de lo privado, tal como decidir si abortar o no, ha
pasado a ser sujeto de opinión pública, lo cual va a tener distintas repercusiones en las
mujeres y parejas que deciden llevar a cabo un aborto.
Desde estos discursos, es importante revisar el carácter de ilegalidad que rige al aborto
en la actualidad en Chile y sus implicancias. Entre ellas se destaca la puesta en peligro
de la vida de las mujeres al abortar de manera clandestina, con profesionales poco
preparados y condiciones de higiene y seguridad inadecuados. Además el hecho de la
imposibilidad de hablar sobre la experiencia del aborto dificulta su elaboración en
términos psíquicos, lo que origina diversos síntomas y favorece la repetición de la
experiencia. Un dato interesante de considerar, es que la mayoría de las abortantes
procesadas por este delito en Chile son mujeres jóvenes, con hijos, con o sin relación
de pareja estable, de baja escolaridad y de escasos recursos, lo cual ofrece un
pequeño vistazo de quienes son las sancionadas por las características del abortar en
Chile (Dides, 2006).
La investigación realizada en Buenos Aires (Petracci y cols., 2012) ofrece una mirada
desde la voz de las propias mujeres - y sus parejas- que han decidido recurrir al aborto
en algún momento de sus vidas. Participaron 30 mujeres y 30 hombres de distintas
edades y estratos socio-económicos, algunos de ellos a favor del derecho a abortar, y
18
otros que aún estando en contra se vieron en la necesidad de abortar. Los principales
hallazgos comprenden que, en torno al carácter ilegal del aborto, no fue algo que las
mujeres y las parejas tomaron en cuenta a la hora de decidir la interrupción del
embarazo, es decir, su prohibición no tuvo un efecto disuasivo. Según los relatos, la
ilegalidad no se incluyó entre los puntos considerandos al decidir abortar, sin embargo,
tuvo un efecto en la desigualdad al momento de elegir el método para abortar.
Por otro lado, se destaca la clase social en cuanto al momento de la vida en que se
realiza el aborto: El estrato socioeconómico y educativo parece determinar patrones
identificables:
-
En las mujeres pobres al primer embarazo sigue un hijo (o más hijos) y luego el
aborto
En las mujeres de clases medias y altas, al primer embarazo ocurre el aborto y,
eventualmente luego, los hijos.
Tal secuencia típica, que requiere seguir siendo investigada, esquematiza modos
diferenciales –según la clase– de pautar la vida reproductiva para mujeres y para
varones heterosexuales. En común tienen un elemento: no se trata para ningún sector
social de un rechazo a priori a la maternidad o a la paternidad, sino de modos
diferenciales de ejercer mejor la crianza de los hijos en el marco de las circunstancias
personales y de la pareja.
También es importante destacar que dentro de las experiencias relatadas por las
mujeres que abortaron, en muchas de ellas se vislumbró un momento de mucha culpa,
ligada a sus creencias sobre todo Católicas, pero luego, una vez realizado el aborto,
sintieron alivio. La palabra alivio sintetiza e ilustra la sensación inmediata después del
aborto: más allá de las culpas y tristezas, la sensación de alivio y la resolución práctica
de una situación insostenible caracterizan a la mayor parte de las experiencias. A esto
se añade que retrospectivamente, ninguna entrevistada manifestó recuerdos
traumáticos: fue una decisión adecuada porque el momento no era el indicado (Petracci
y cols., 2012).
19
3. El embarazo producto de violación y el aborto
a. Violación y abuso sexual en Chile
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 2014), Chile ocupa el tercer
puesto a nivel mundial y el primero en latinoamérica en las tasas por denuncias de
abuso sexual. Por su parte, el Servicio Nacional de la Mujer, realizó una encuesta
nacional en el año 2013, que arrojó que un 22% de las mujeres ha sufrido abuso sexual
en su vida y sólo un 11% denuncia, constatando que las cifras reales de violación
podrían ser el doble (SERNAM, 2013). A su vez, Carabineros de Chile (2012) ha
reportado que por cada caso que se denuncia, hay seis casos que no lo hacen. Estos
datos evidencian que en Chile un porcentaje muy bajo de mujeres denuncia cuando ha
sido víctima de violación o abuso sexual. Esto nos lleva a preguntarnos qué ocurre con
el grupo de mujeres que no denuncian, sobre todo cuando se trata de menores de
edad. Si además añadimos que la consecuencia de la violación puede ser un
embarazo, el panorama resulta aún más incierto y desolador.
b. Violación y abuso sexual en menores de 18 años
Según la Fiscalía de Chile (2014), se reportaron aproximadamente 22.311 delitos
sexuales durante el año 2014, donde también señalan que un 70% corresponden a
menores de edad. Por su parte, el Centro de atención a Víctimas de Agresión Sexual
(CAVAS, 2003) señala que la mayoría de los abusos ocurren entre los 7 y 11 años de
edad, siendo que los agresores son en su mayoría familiares de las víctimas,
configurándose el delito de incesto en la mayoría de los abusos a menores de 7 años
de edad. A su vez, según el Servicio Médico Legal, el 78% de los casos de agresión
sexual, son a menores de edad. Estos datos claramente reflejan que en Chile las
principales víctimas de delitos sexuales son menores de edad, siendo el grupo etáreo
entre los 7 y los 13 años es el más vulnerable (Fiscalía de Chile, 2011).
c. Violación y abuso sexual en niñas y adolescentes mujeres.
Por otro lado, dentro del grupo de menores de edad víctimas de delitos sexuales, las
niñas y adolescentes mujeres son indudablemente el grupo más vulnerable. Según la
Fiscalía de Chile (2011), se denuncian 17 violaciones diarias en el país, donde
aproximadamente 10 corresponderá a niñas menores de 14 años de edad. Por su
parte, el SENAME (2010) señala que durante el año 2010 de un total de 5.996 víctimas
de abuso sexual atendidas por el SENAME un 75,28% eran niñas. A su vez, se
20
atendieron 1.015 casos de violación, 368 de explotación sexual y 38 de estupro, donde
el mayor porcentaje también estuvo representado por niñas y adolescentes mujeres
menores de 18 años (SENAME, 2010). Además, de un total de 9.263 niñas que
ingresaron al SENAME por abuso sexual y maltrato, sólo en 667 casos pudieron
confirmarse el abuso, siendo ello muy difícil de corroborar (SENAME, 2012).
Según el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM, 2013), un 7% de las niñas ha sufrido
abuso sexual en su vida, siendo el promedio de la agresión los doce años de edad. A
su vez, el CAVAS (2003), atendió entre los años 1987 a 1998 a 5.439 víctimas de
violación, de las cuales 80% eran mujeres menores de edad. El CAVAS (2003)
concluye que la mayoría de los abusos sexuales a niñas entre los 7 y 11 años de edad,
son ejecutados por un familiar o conocido. Un 30% de los abusos son a niñas menores
de 7 años, ejecutados también por parte de un familiar, correspondiente generalmente
a incesto. Según el SERNAM (2013) mientras que la violación ejecutada por familiares
ocurre a víctimas menores de catorce años de edad, la violación ejecutada por
desconocidos, ocurre a mayores de catorce años. La violación ocurrida en el seno
familiar, suele develarse con el descubrimiento de enfermedades de transmisión
sexual, en la consulta médica o cuando la víctima se embaraza.
Todas estas cifras nos permiten concluir que la principal población afectada por abuso
sexual y violación, corresponde a niñas y adolescentes mujeres menores de 18 años,
quienes representan la población más vulnerable en términos de edad y género. Lo
anterior debe tenerse en cuenta al analizar la causal de aborto terapéutico por
violación, especialmente si se considera que la menarquia se ha adelantado a los ocho
años promedio (Jackson, 2010).
d. Violación y embarazo en niñas y adolescentes mujeres.
En Chile, durante el año 2014, ingresaron a SENAME casi 700 niñas vulneradas y
embarazadas, todas con un promedio de 11 años de edad (SENAME, 2014). Además
según la misma institución, en el año 2012 ingresaron 693 niñas embarazadas y 40 con
intentos de aborto. La mayoría de las niñas embarazadas tenían entre 15 a 28
semanas de gestación (SENAME, 2012). Por su parte, el Colegio de Matronas y
Matrones de Chile, estima anualmente un número de 850 niñas menores de quince
años dando a luz, en su mayoría, por incesto no denunciado. Dado que 1 de cada siete
agresiones se denuncian, las cifras podrían aumentar significativamente.
21
e. Aspectos psicológicos de la violación y el abuso sexual.
Según Echeburua, Corral y Sarasua (2008), la violación es una palabra derivada del
latín “vis”, que significa fuerza. Se define como el acto de obligar a otra persona a tener
relaciones sexuales, usando para ello la fuerza, manipulación, coerción e imponiendo
guardar el secreto. En esa misma línea, pero profundizando en el tema, The Keeping
Children and Families Safe Act (2003) plantea que la comprensión de abuso sexual en
lo referente a niños y niñas implica mayor amplitud “.. es el empleo o uso de
persuasión, inducción o coerción a cualquier niño o niña para participar o asistir a
cualquier persona para participar en cualquier conducta sexual explícita o simulación
de la misma con el propósito de generar una representación visual de dicha conducta
abusiva o violación por parte del cuidador o de una persona de la familia o con lazos
familiares…”
Aspectos centrales de este fenómeno son la voluntad, la que es ignorada por completo
y el cuerpo, utilizado como objeto para el placer y satisfacción del victimario. Las
víctimas suelen vivenciar que se han traspasado los límites de su cuerpo o lo más
básico de ellas mismas, lo que provoca un quiebre psicológico de importante
envergadura. La vivencia de ser usada sexualmente, causa sentimientos de vergüenza,
humillación, asco, culpa y miedo extremo que se viven desde la alarma permanente,
los sobresaltos y las pesadillas de ser violada nuevamente (Jackson, 2010).
El estrés post traumático es la principal respuesta en las víctimas de violación, el cual
tiene como síntomas la disociación, temblores, retroceso a estadios anteriores del
desarrollo, conductas desorganizadas, llanto y angustia permanente. Ahora bien, la
respuesta psicológica de las víctimas variará según su personalidad previa y según las
características de la violación, esto es, si fue un evento único o repetido en el tiempo, y
si el agresor es un familiar o un desconocido de la víctima. Las habilidades de
afrontamiento, el apoyo social con que se cuente, y el autoestima también jugarán un
rol importante.
Según Rape, Abuse & Incest National Network (2009), las víctimas de violación son, en
comparación al resto de la población: tres veces más propensas a sufrir depresión, seis
veces más propensas a sufrir estrés postraumático, trece veces más propensas al uso
y abuso de alcohol, veintiséis veces más propensas al uso y abuso de drogas y cuatro
veces más propensas a cometer suicidio. Cuarenta por ciento de las mujeres violadas
refieren anorgasmia posterior, vaginismo, dispareunia y dolores pélvicos, mientras que
muchas resultan asesinadas luego de ser asaltadas sexualmente.
22
f. Consecuencias psicológicas de la violencia sexual en menores de edad
El impacto de la violencia sexual en niños y niñas presenta efectos que pueden ser
persistentes para la vida del sujeto. Perry y Pollard (2008) apuntan a significativas
alteraciones de las funciones neuropsicológicas y hasta estructurales del cerebro de
niños y niñas víctimas de violencia sexual que conllevan alteraciones negativas en la
percepción del medio ambiente, de sí mismos, de la capacidad de enfrentar estrés,
alteraciones relacionales/ vinculares, de la regulación emocional y cognitiva, y de la
adaptación general entre otros significativos daños.
En muchos sentidos, el incesto puede ser potencialmente más perjudicial para un
niño/a debido a la interrupción del sistema de apoyo principal del niño: la familia. En
los casos típicos de abuso sexual fuera de la familia, la familia del niño/a es capaz de
ofrecer apoyo. En el caso de incesto, el abusador es un miembro de la familia, por lo
que es difícil encontrar recursos fuera de la familia. Esto dificulta el proceso de
recuperación para el niño/a. Además, el incesto a menudo afecta a la capacidad del
niño/a para confiar porque su abusador es alguien que era su cuidador, alguien en
quien confiaba (Echeburua, Corral & Sarasua, 2008).
Los adultos tienen poder, autoridad sobre niñas y niños; la asimetría está presente todo
el tiempo. La “fuerza” es la imposición de autoridad y supremacía de un adulto sobre la
niña, sin necesidad de golpes, amenazas, ni siquiera secretos: la conminación al
silencio muchas veces no será necesaria, ya sea porque la niña será incapaz de
verbalizar una experiencia que supera su capacidad de comprensión e inclusive de
lenguaje, o bien, porque la tensión o tono presente en las interacciones con el adulto
abusador, tácitamente establece que el silencio es la única respuesta posible desde el
instinto de supervivencia y evitación de mayores riesgos para la integridad (Jackson,
2010).
A toda edad, las niñas y mujeres cuyos abusos sexuales sean denunciados a la
justicia, pasarán por varias instancias revictimizadoras: múltiples entrevistas para
recoger su testimonio; acreditación de credibilidad; configuración de la “prueba”
mediante pericias ginecológicas, proctológicas, y psicológicas. Las señales que
podrían, sin lugar a dudas, establecer la fuerza y violencia ejercidas durante actos de
violación, en un número considerable de casos no existirán. Si el mandato orgánico es
sobrevivir, es decir, no resultar muerta, o a lo menos, no arriesgar mayores daños a la
integridad física, las niñas no opondrán resistencia (Jackson, 2010). De hecho, la
disociación es el mecanismo de respuesta más frecuentemente, donde las víctimas
reportan cerrar los ojos y esforzarse por no sentir, por ausentarse de la violación y
23
reducir, de esta forma, lesiones físicas y distanciarse del dolor emocional y la vivencia
de una situación límite.
Aunque tanto en la violación por un familiar como por un desconocido se provoca un
quiebre de la vida psíquica, el incesto produce una sintomatología más grave, donde
los asaltos sexuales son además de carácter prolongado en el tiempo (Echeburua,
Corral & Sarasua, 2008). Stupiggia y Liss (2007), entre otros expertos contemporáneos,
son categóricos al señalar que la terapia es posible sólo hasta un cierto punto, y parte
de los procesos terapéuticos implican también ayudar a las víctimas en la aceptación
de esa frontera. No es posible, tampoco, definir formas estándar e inequívocas de
“acompañamiento”, cuando para una mayoría de las pacientes, sólo hablar de lo vivido
resulta enormemente doloroso y gatillador de evocaciones que infligen sufrimiento
psíquico y también corporal.
El trauma y el daño se producen tanto en la psiquis como en la significación del cuerpo
y por lo tanto es en estos ámbitos donde debe tener cabida la reparación psicológica.
Indica Lorca (2012), que el daño va a requerir y afectar a la víctima a tal nivel que es
posible que casi no pueda encontrarse. El abuso sexual constituye una experiencia
desgarradora de dolor y pérdida en diferentes sentidos, como el de la vida, como era
conocida hasta ese momento, de la significación del cariño y de la protección. La
persona, ocupada como un objeto, ve pisoteada su dignidad y su voz simplemente se
ignora. Para la víctima, el trauma se experimenta, se registra y recurre –a lo largo de la
vida, con intensidades variables, e indeleble su marca en la memoria- en sentimientos
de terror, repulsión, culpa y vergüenza. El quiebre psicológico es de envergadura
mayor. Cuadros depresivos, conductas de auto-lesión, ideaciones e intentos suicidas
son síntomas frecuentes. Las áreas de la confianza en la propia valía y en los vínculos,
la relación con el propio cuerpo, y la sexualidad, se ven seriamente dañadas y
requieren de trayectorias dolorosas y prolongadas de reparación. A veces, en distintas
etapas de la vida.
La angustia –que bordea el miedo constantemente, el terror y el pánico- llega así a
ocupar un lugar primario. Para las niñas, la violación es una experiencia que pulveriza –
sean ellas conscientes o no de esta consecuencia- la certeza en el cuidado como
imperativo de especie. El victimario, generalmente conocido, al dañar esa certeza,
activa la alarma de peligro vital: un peligro cuya evitación no es posible y frente al cual
la niña violada se reconoce impotente. El riesgo y peligro que el cuerpo informa, en
palabras muy sencillas, acerca la posibilidad de la muerte. El daño es expansivo
(Jackson, 2010).
24
La experiencia es de dolor y pérdida en diferentes sentidos –de la vida como era
conocida hasta ese momento, del cariño y la protección de alguien que se convierte en
agresor, de la inocencia, de la alegría, de la esperanza–. Todo aquello debilita la fuerza
vital y también la relación con los propios sentimientos. La persona, ocupada como un
objeto, pierde su dignidad y el respeto que merece todo ser humano por el solo hecho
de serlo.
La violación vivida en el seno familiar, supone asaltos frecuentes a niñas pequeñas,
que se extienden incluso por años. Estas niñas, reportan mecanismos de defensa
similares a los utilizados por las víctimas de tortura física para soportar el dolor, siendo
el principal, la disociación del lugar y de los afectos, mediante la fijación de la atención
en un punto en particular del lugar, repetir canciones mentalmente o las tablas de
multiplicar o imaginarse estando en otro lugar (Jackson, 2010).
g. Consecuencias psicológicas del embarazo por violación
Con respecto a las vivencias del embarazo producto de la violación, indica Carneiro
(2006) que uno de los mayores miedos de las víctimas de violación (junto al de volver a
ser violada), es el de estar embarazada producto del asalto sexual. El embarazo, es
significado como fruto del acontecimiento traumático, que lleva siempre a repetir la
agresión y a recordar al victimario, con todas las emociones que se vivieron: asco,
culpa, humillación e invasión del cuerpo. Londoño (2004), indica que el embarazo es
una réplica de la violación y que la preñez, es la imposición de la violencia en las
entrañas de la víctima y por lo tanto, un nuevo impacto sobrepuesto a la fragilidad
emocional en que se encuentran quienes han sufrido estos hechos.
Es muy probable que las niñas que viven violación en sus familias, resulten
embarazadas, debido a la repetición de las violaciones a lo largo del tiempo. La
experiencia de embarazo puede ser compleja inclusive para mujeres adultas
sobrevivientes de abusos sexuales infantiles prolongados, que aspiran a ser madres.
Stupiggia y Liss (2007) describen, con dolorosa precisión, como puede experimentarse
la idea o certeza de un embarazo con angustia y rechazo: como una imposición sobre
un cuerpo que siente y lee en clave de “violencia” su “ocupación”, así se trate de un
embarazo deseado, junto a una pareja amada y elegida.
Tal como se ha explicado anteriormente, para comprender la violación, hay que tener
en cuenta que el cuerpo tiene una participación central. Por lo tanto, el embarazo con
su transformación corporal, su sentir en el cuerpo junto con la sensación de llevar en
las entrañas al fruto de la violación, provoca un sufrimiento extremo, con mayor repudio
25
hacia el cuerpo, mayor enajenación, donde el tiempo de duración del embarazo expone
a un recordar continuo y un revivir la violación. Se acentúan las pesadillas, los intentos
de suicidio, el hacerse daño cortando el cuerpo o golpeándose, con mayor angustia,
llanto frecuente y conductas disociadas (Jackson, 2010).
Las niñas embarazadas no están preparadas psicológicamente para ser madres
(Jackson, 2010). Primero, se interrumpe la infancia para vivir una sexualidad que no
debería tener lugar hasta la adolescencia, donde el cuerpo y la psiquis están
preparados para ello, y luego, se vuelve a interrumpir otra vez la infancia, donde el
embarazo se presenta en una etapa del desarrollo psicológico impropio, que debiera
presentarse en la adultez. Las niñas deberían estar cumpliendo las tareas psicológicas
propias de la niñez, como jugar y aprender a sociabilizar en las primeras experiencias
con pares a través del juego. El asalto sexual rompe la confianza hacia los otros y priva
a las niñas de su propia infancia.
Así, la cuestión de la voluntad, es algo principal en la reparación de las víctimas de
violación. Por lo tanto, consultar a las víctimas que han resultado embarazadas y
permitirles que sean ellas quienes decidan si continuar o no con el embarazo, es
sanador y reparador. Los casos en los que se les criminalice si deciden abortar,
resultaría en un nuevo asalto y en una repetición de la utilización de sus cuerpos.
Con respecto al embarazo producto de violación, deberían evaluarse teniendo en
cuenta que corresponde en su gran parte a menores de catorce años de edad, por lo
que estaríamos frente a un doble dilema: la violación y la infancia transgredida. Esto no
implica que no habrían víctimas de violación que desearían continuar con sus
embarazos pero sí devela a un gran número de mujeres vivirá la obligación de
continuar con el embarazo como una violación más a su cuerpo, convirtiéndose
muchas veces en madres del hijo de su propio padre, abuelo, tío, etc. Por ejemplo, un
estudio llevado a cabo en Estados Unidos con una muestra nacional probabilística de
mujeres entre 12 y 45 años, encontró que un 50% de las mujeres que se embarazaron
producto de una violación se sometió a aborto; mientras que un 32,2% optó por
mantener al bebé, un 5,9% colocó al bebé en adopción, y un adicional de 11,8%
tuvieron aborto espontáneo. Llama la atención que un total de 32,4% de estas víctimas
no descubrió que estaban embarazadas hasta que ya habían entrado en el segundo
trimestre (Holmes, Resnick, Kilpatrick, y Best, 1996).
Para comprender la violación, hay que tener en cuenta que el cuerpo tiene una
participación central, donde fue usado, golpeado y utilizado para la satisfacción de
alguien más sin tomar en consideración la voluntad de la víctima. El cuerpo resulta
26
significado como ajeno o muchas veces, como forma de intentar manejar el dolor
emocional, ya sea a través auto-flagelación o trastornos alimentarios. Por lo tanto, el
embarazo con su transformación corporal, su sentir en el cuerpo, junto con la
sensación de llevar en las entrañas al fruto de la violación, provoca doblar el
sufrimiento, con mayor repudio hacia el cuerpo, mayor enajenación, asco y humillación
durante todo el tiempo de duración del embarazo, que se convierte en un recordar
continuo y un revivir la violación (Jackson, 2010).
h. Violación, embarazo y aborto.
En un estudio realizado en México se revisaron 1,651 expedientes de mujeres que
habían sido víctimas de violación y que fueron atendidas en un hospital general entre
los años 1991 y 2001. Los investigadores encontraron que la frecuencia de embarazo
producto de la violación fue de 13.9% (n=231). El promedio de edad de las mujeres
embarazadas producto de violación fue de 19 años, de las cuales más de la mitad
tenían entre 10 y 19 años (66%). El desglose por edad reveló que 7% de las
adolescentes embarazadas tenían entre 10 y 12 años, 28% entre 13 y 15 años, y 31%
entre 16 y 19 años. Un 52% de las mujeres tenían un embarazo mayor a las 12
semanas de gestación cuando acudieron a su primera cita al hospital. En la mayor
parte de los casos, el tiempo transcurrido entre la agresión sexual y el primer contacto
con el servicio de salud superó los tres meses, con una media de 102 días. Se detectó
que los grupos de mujeres de 20 a 29 años y de 30 a 50 años llegaron con mayor
frecuencia al hospital con embarazos menores a las 12 semanas que el grupo de 10 a
19 años (Lara, García, Strickler, Martínez, Villanueva, 2003).
El estudio Mexicano además reveló que de las 231 mujeres embarazadas producto de
violación 44 accedieron a un aborto legal, mientras que 141 continuaron con el
embarazo. La duración media del embarazo al momento de practicarse el aborto legal
fue de 8.3 semanas y en ningún caso superó las 12 semanas de gestación. De esta
manera los datos del estudio muestran claramente que la población más vulnerable al
embarazo producto de violación son las niñas y adolescentes mujeres. Por otro lado,
los resultados sugieren la consulta por embarazo por violación en los servicios de salud
no es inmediata y que las mujeres tardan al menos tres meses en realizar su primera
consulta (Lara y cols., 2003).
27
4. ¿Acompañamiento psicológico como alternativa al aborto?
El acompañamiento psicológico que se plantea como alternativa al aborto es una
instrumentalización de la Psicología y rompe la premisa de que la terapia psicológica es
voluntaria y nunca debe ser impuesta. Así, los Psicólogos y Psicólogas no debieran
participar en un acompañamiento impuesto a las mujeres como única opción, ya que en
las tres causales terapéuticas, y especialmente en mujeres embarazadas producto de
una violación, estaremos frente a personas profundamente dañadas y violentadas, que
debieran tener el derecho de poder decidir si continuar o no con esos embarazos. La
Psicología debe acompañar a las personas en su libertad de decidir.
Quienes proponen acompañamiento psicológico como una alternativa al aborto
terapéutico, lo están presentando como una actividad realizada con el fin de llevar el
embarazo a término y para ello, utilizan a la Psicología, en donde el fin justifica los
medios. Ello nos parece éticamente repudiable, siendo que además, se estaría usando
a la Psicología para continuar con el dolor emocional de las mujeres. Creemos
importante reflexionar profundamente frente a esto ¿Es ético que la Psicología participe
en prácticas que ayuden a soportar el dolor emocional a lo máximo aceptable?, ¿Qué
se encuentra a la base de la premisa de que el hijo nazca “sea como sea”?. Creemos
que esto es fruto un fuerte mandato cultural con un importante correlato religioso.
El acompañamiento psicológico como alternativa al aborto es ineficaz, puesto que
puede ser imposible disminuir los niveles de sufrimiento extremo, por ejemplo en casos
de embarazo por incesto, en donde la mujer se encuentra en situaciones de extremo
sufrimiento, que son alargadas en el tiempo durante su embarazo. En los casos de
violación, la voluntad de las víctimas debe ser escuchada y considerada, siendo este
aspecto el más dañado. Es necesario que estas víctimas puedan decidir llevar a cabo o
no sus embarazos. La pregunta “¿quieres continuar con este embarazo?”, es de por sí,
terapéutica.
El acompañamiento debería aplicarse a todas las mujeres, en conjunto con el derecho
a interrumpir sus embarazos. En ese escenario, el acompañamiento sí es efectivo,
puesto que las mujeres toman una decisión y su voz que es escuchada. El
acompañamiento psicológico, debería realizarse tanto en mujeres que deciden poner
término a sus embarazos como en aquellas que deciden continuar. El acompañamiento
psicológico, debe realizarse respetando las decisiones de las mujeres, en actitud
desprejuiciada. El acompañamiento forzoso, en cambio, que se propone desde los
grupos conservadores, es muy distinto, pues se plantea como alternativa al aborto
terapéutico, siendo que no debería ser condicionado. Es necesario que la ciudadanía
28
sepa que en situaciones extremas, en donde además se coarta la decisión y voluntad
de la mujer, el acompañamiento psicológico es inefectivo ¿Qué técnica habría de servir
para convencer a una víctima de incesto dar a luz?
El acompañamiento en casos de violación, no asegura ni necesariamente cambiará los
estilos de apego inseguros o ambivalentes que se puedan desarrollar con el hijo ya
nacido. No se puede obligar a la mujer a amar o desear ese hijo, para que pueda ser
responsiva y satisfacer sus necesidades. Así, tal como se mencionó anteriormente, los
hijos de embarazos no deseados cuya madre solicitó aborto pero le fue negado,
presentan serios problemas de salud mental. El acompañamiento psicológico forzoso,
no necesariamente ayuda a que esto sea diferente.
El acompañamiento psicológico, como se ha propuesto en las nuevas indicaciones, no
sólo es ineficaz, sino que además, se presenta como instrumento que al parecer,
pretende realizarse con el objetivo de el hijo nazca. Así, el acompañamiento incorpora
mayor consideración de los mandatos de ser madre y otros, que aumentan la culpa y
malestar psicológico en la mujer, utilizando la coerción y mandatos culposos.
La Psicología no debe ser cómplice de situaciones de vulneración de derechos
humanos.
Conclusiones
A partir de la literatura revisada, se destaca en torno a la experiencia de las mujeres
que abortan que cuando una mujer se enfrenta – por el motivo que sea - a un
embarazo no deseado, dispone de dos posibles caminos a seguir, a partir de los cuales
está obligada a tomar una decisión. El primer camino es realizarse un aborto
clandestino, dada la condición de ilegalidad del aborto en Chile. Esta opción representa
un grave peligro para la mujer. El segundo camino, es el de continuar con el embarazo
no deseado.
Según los artículos revisados, las respuestas negativas después del aborto, se pueden
presentar debido a características de personalidad previa y factores culturales. Las
reacciones psicológicas negativas se presentan por estos aspectos y no por el aborto
per se. Es decir, el aborto por sí sólo no tiene consecuencias en la salud mental, sino
que tanto el embarazo no deseado como la salud mental previa parecen tener un rol
significativo en la presencia de problemas de salud mental posterior a la ocurrencia del
aborto.
29
La sanción social es crucialmente importante, pues genera un fuerte impacto en la
experiencia de abortar de muchas mujeres, siendo la culpa un indicador de malestar
psicológico. Esta culpa, viene a evidenciar el complejo proceso que vive la mujer
cuando se trata de aborto. Esto, ya que se pone en juego su multideterminación como
sujeto social: la convivencia del discurso patriarcal y la exigencia de su rol de género en
la sociedad, su biografía, su ser contextual y la construcción subjetiva que deriva de
esas determinaciones.
En los casos de inviabilidad fetal, se obliga a la madre a convertirse en la portadora de
un hijo que no vivirá, lo cual puede generar lesiones psicológicas duraderas. En los
casos de violación, el obligar a una mujer a proseguir con su embarazo cumple la
función de re-victimizar a la mujer constantemente, negándole la autonomía de decidir
sobre su cuerpo, que ya ha sido violentado y usado.
Por lo tanto, el punto de quiebre se genera en el carácter obligatorio que se le impone a
las mujeres sobre la maternidad. ¿Pueden existir mujeres que deseen tener un hijo
inviable, no planeado, o producto de una violación? Sí, pero no es necesariamente el
deseo de todas las mujeres. El no considerar la decisión de las mujeres al respecto,
contribuye a su invisibilización como sujetos, negándoles autonomía y capacidad de
discernimiento sobre una situación que afecta su salud psíquica y su proyecto vital.
Este aspecto es esencial de comprender. La despenalización del aborto supone un
reconocimiento de las diferentes decisiones y vivencias de las mujeres ante un
embarazo que presupone muerte materna, inviabilidad fetal o cuando es producto de
una violación. Habrán mujeres que querrán continuar con el embarazo y otras que no,
siendo que las que desean interrumpir sus embarazos, no están siendo consideradas
en el país.
Es menester generar espacios de reflexión en conversaciones en torno a la maternidad
obligatoria y la narrativa cultural de la culpa sobre las mujeres. El debate, no debe
enfocarse en la vida de la mujer versus vida del feto, como únicas posturas y fines.
Esta posición no ayuda a develar factores más profundos de dolor en el embarazo
patológico o producto de una violación. Es necesario dar un paso al costado de esas
posturas irreflexivas y preguntarse por qué el llevar a término un embarazo debería ser
un fin en sí mismo, ignorando a las mujeres y sus voluntades, los factores médicos,
psicológicos y narrativas culturales que envuelven a todo el proceso. El fin último
siempre son los seres humanos, siendo entonces que como Psicólogos y Psicólogas,
estamos llamados a disminuir su dolor. Creemos infructuoso discutir en torno sólo al
poder de la mujer de decidir o sólo a llevar a término el embarazo. Estas discusiones
30
son circulares e imposibles de llevar a un buen fin. Creemos que dividir las posturas en
torno a las llamadas pro vida y pro aborto, es dividir a la ciudadanía entre quienes
quieren rescatar la decisión de las mujeres y quienes quieren enfocarse en el feto. Hay
muchos aspectos que van más allá de la mujer misma y del feto que deben de
analizarse y tomarse en cuenta.
Es necesario que primero, se cuente con el derecho a dar término a los embarazos no
deseados por causales médicas y violación y luego, desde esta base, poder brindar
acompañamiento psicológico tanto a las mujeres que deciden continuar sus embarazos
como las que deciden interrumpirlo. El acompañamiento no debe presentarse como
alternativa a la interrupción del embarazo, sino como una intervención psicológica tanto
para quienes decidan abortar como para quienes decidan en condiciones de embarazo
límite, llevarlos a cabo, sin jamás persuadir a la mujer para una u otra postura. El
acompañamiento debe contener, abordar las creencias, fantasías y mandatos sociales,
ayudar a tomar la decisión que la mujer desee tomar y ayudar a que se generen
buenas y eficaces redes de apoyo.
Ahora bien, junto con un acompañamiento psicológico a mujeres que deciden continuar
o no con sus embarazos, es imprescindible que desde el Estado se generen las
condiciones necesarias para llevar a efecto este acompañamiento. En las
maternidades, urgencias hospitalarias y centros de salud, debiese trabajar un equipo
multidisciplinario que tenga un Psicólogo o Psicóloga que acompañe a las mujeres en
estas circunstancias, siendo dicho equipo respetuoso de la decisión que tome la mujer.
En el caso de los embarazos por violación, consideramos necesario que cuando el
agresor no es parte de la familia, se trabaje con la mujer y toda la familia, pesquisando
sus significados del embarazo, fantasías, mandatos culturales, etc. El acompañamiento
no debe ser persuasivo, sino ayudante clarificador de la decisión que se desea tomar.
Se debe entregar toda la información científica que existe y sea cual sea la decisión, el
acompañamiento debe continuar para el grupo familiar completo.
Es necesario que el Estado de Chile tome en consideración las cifras alarmante de
violación a niñas y adolescentes mujeres e implemente programas de reparación de
víctimas que logre cubrir a toda la población afectada. Así mismo, consideramos
menester implementar un programa de atención a víctimas de agresión sexual en
donde puedan ser atendidas en un solo lugar del establecimiento de salud, en donde
se le tomen los exámenes necesarios y se brinde la ayuda psicológica. Consideramos
que se debe terminar de una vez con el peregrinaje que hacen las víctimas de agresión
sexual por los distintos lugares y especialidades de los establecimientos de salud,
31
donde se da lugar entonces a la revictimización al hablar una y otra vez de lo sucedido.
Se debieran tomar todos los exámenes en un solo lugar y la víctima debiera hablar sólo
una vez con la persona que tome el caso.
Nos parece también que los establecimientos reparatorios, tales como el CAVAS, no
dan a vasto. Se hacen necesario más lugares, especializados, de atención donde se
trabaje desde una actitud empática y respetuosa, resguardando a las víctimas de sus
agresores. Debieran existir también lugares especializados de atención a embarazos
producto de una violación.
Hacemos un llamado a los profesionales de salud mental a separar ciencia de religión.
Existen profesionales que implementan en las víctimas de violación o mujeres con
embarazos con probabilidad de muerte materno fetal la culpa desde la religiosidad, en
caso de decidir poner término al embarazo. Los Psicólogos y Psicólogas deben
reflexionar si sus conductas tienen que ver con la narrativa religiosa o creencias
personales y realizar sus intervenciones libres de prejuicios, teniendo siempre en
cuenta y promoviendo la autonomía de las personas, sus derechos humanos y su
bienestar emocional.
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