CAPÍTULO 4 GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD Este cuarto capítulo tiene como objetivo ofrecer una panorámica contemporánea del sistema mundial y del análisis que del mismo se realiza desde la geopolítica. Para ello, un primer apartado hace un repaso a las teorías de las relaciones internacionales, desde las más clásicas a las más recientes, y a las diferentes interpretaciones que se han dado del sistema mundial y de su orden desde 1945 hasta el presente. La conclusión principal de esta primera parte -no está de más avanzarlo- es que el sistema actual ofrece muchas más dificultades de análisis que otros anteriores, tantas que incluso hay quien cuestiona la vigencia de la idea de sistema y, sobre todo, de la de orden mundial. Por eso, el segundo apartado analiza aspectos muy concretos de la geopolítica contemporánea -la pobreza, las migraciones, la economía criminal, los nuevos agentes políticos y económicos posestatales, ...-, precisamente aquellos que más cuestionan los modelos tradicionales de aproximación a la misma. 1. El sistema mundial en tiempos de cambio En este apartado se intenta dar una visión, evidentemente sintética, de la estructuración del sistema internacional desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente. Este análisis permitirá ejemplificar los aspectos que se han reseñado en los dos capítulos anteriores: por un lado, la relación entre la evolución de la disciplina y los fenómenos geopolíticos más recientes y, por otro, la progresiva relativización del estado como entidad política central del sistema mundial. El subcapítulo parte de una explicación de la naturaleza de la relaciones internacionales y de las diferentes escuelas que las teorizan. A partir de estas teorías se introduce el concepto de orden mundial y diferentes propuestas de sucesión de órdenes. De ellos, finalmente, se profundiza en el orden surgido a partir de la Segunda Guerra Mundial -el de la Guerra Fría o de la Pax Americana-, en su evolución y progresiva crisis y deriva hacia un presente en el que se cuestiona la existencia -¿caos? ¿Nuevo orden mundial?- de un sistema mundial organizado y sus posibles características. 1.1. LAS TEORÍAS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Todas, o prácticamente todas, las entidades políticas presentan una dimensión de relaciones hacia fuera, exteriores, además de la que hace referen- 96 GEOPOLÍTICA cia a los aspectos estrictamente interiores. Como mínimo, desde los primeros pasos de los estados modernos, éstos se han visto obligados a relacionarse con sus homólogos. Por supuesto, no es casual que los primeros y más reconocidos tratados de política y gobierno -desde Maquiavelo a Hobbes pasando por Grotius- sean análisis y modelos de formas de gobierno tanto interno como La capacidad de establecer relaciones internacionales o, mejor dicho, interestatales' -exteriores- forma parte de los elementos fundacionales y definidores de la identidad política, de la propia existencia del estado, puesto que hacen de la entidad política un sujeto. Como se ha resaltado en el capítulo anterior, las relaciones exteriores son uno de los atributos fundamentales de la soberanía política, como reverso del derecho, establecido desde el Tratado de Westfalia, a la no injerencia en los asuntos internos de cada estado (Gottmann, 1973). Incluso para algunos autores como Taylor (1999), la soberanía interior estaría subordinada a la exterior. En resumen, como escribe Norberto Bobbio: externo. «Ningún estado está solo. Todo estado existe junto a otros en una sociedad de estados, tanto las ciudades griegas como los estados contemporáneos. (...). La soberanía tiene dos caras, una hacia el interior y otra hacia el exterior. Del mismo modo que le corresponden dos tipos de límites: los que provienen de las relaciones entre gobernantes y gobernados, límites internos, y los que provienen de las relaciones entre estados, límites externos.» (Bobbio, 1983, pp. 112-113) La naturaleza de las relaciones internacionales ha sido estudiada desde diversos puntos de vista y con el resultado, también, de una notable diversidad de teorías. A continuación se sintetizan algunos de estos puntos de vista, en concreto los de Hedley Bull y Richard Muir, que ofrecen perspectivas desde la politicología y la geografia, respectivamente, amplias y no necesariamente coincidentes. El primero de ellos, Hedley Bull (1977), uno de los más reconocidos estudiosos contemporáneos de las relaciones internacionales, identifica tres escuelas principales de interpretación de las mismas: la realista, la internacionalista y la universalista. La primera de ellas engarza con las perspectivas hobbesianas de las relaciones internacionales, profundamente desconfiadas respecto a la vialidad del acuerdo, de las leyes y de la paz como objetivo y condición de dichas relaciones. Hobbes las entiende, al contrario, como una lucha constante, «egoísta y amoral» (Muir, 1997, p. 155), entre los estados -básicamente anárquicas-, de manera que la guerra se convierte, según él, en el principal instrumento de política exterior: la paz es un periodo entre guerras. En definitiva, las relaciones internacionales son, ni más ni menos, que el reflejo de una sociedad marcada por el conflicto permanente de todos contra todos -el hombre es un lobo para el hombre, como afirmaba Hobbes- que requiere un poder fuerte que imponga el orden. Así pues, el sistema interestatal es también una constante confrontación entre los esta 1. A pesar de que el término más utilizado es, sin duda, el de relaciones internacionales, sería más acertado, siguiendo a Taylor (1994 y 1999), hablar de relaciones interestatales, pues se ajusta más a los que han sido sus reales protagonistas, los estados. GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 97 dos, que tienen el deber de procurar por sus propios intereses, guiados, eso sí, por la prudencia y la experiencia. En cuanto a la escuela internacionalista, Bull la remonta a las teorías de Grotius, expuestas en De mare liberum (1609) y en Las leyes de la guerra y la paz (1625). A partir de la defensa del estado mercantilista,2 este autor intenta establecer un código -y una «razón de estado de carácter económico y ya no militar» (Taylor, 1999, p. 72)- para las relaciones internacionales que, por lo tanto, serán regidas por instituciones y acuerdos. Por último, la tradición universalista interpreta las relaciones internacionales, al igual que Grotius, como un sistema regido por el derecho pero, a diferencia de la visión internacionalista, sus protagonistas no son los estados, sino los grupos sociales y las ideas. Según Bull es Immanuel Kant -y su idea de «república universal de estados confederados»- el principal teórico dentro de esta línea, si bien esta visión no estrictamente política abre la vía para, como se verá, las interpretaciones posteriores de carácter internacionalista y de inspiración marxista. Relativamente distinta es la visión que da Richard Muir (1997) de estas relaciones internacionales, como mínimo desde un punto de vista terminológico. Según él, las escuelas se estructuran en otras corrientes, si bien coincide con Bull -y con la mayoría de estudiosos- en la centralidad de la línea realista. Su perspectiva respecto al realismo es más contemporánea y ubica su estructuración teórica en la finalización de la Segunda Guerra Mundial con las obras de Edward. H. Carry, especialmente, de Hans Morgenthau. Este politólogo estadounidense publicó el año 1948: Politics among nations, una vision cruda de la nueva situación de la relaciones internacionales de confrontación fría, marcada por la división de bloques y el poder desigual de los estados.' También es necesario destacar la aportación al realismo de la posguerra hecha por el sociólogo Raymond Aron, concretada en su libro Paz y guerra entre las naciones (1962). Evidentemente, si bien la Guerra Fría ha terminado, el realismo continúa firme como una de las interpretaciones más relevantes del sistema internacional, con muy diversas argumentaciones. Las más difundidas, como se verá, son las de origen norteamericano, basadas en los peligros para Occidente derivados de la confrontación cultural, la crisis ambiental y la pérdida de valores tradicionales. En este sentido, es oportuno recordar que el presidente George W. Bush ha manifestado recientemente que: the world is dangerous, como argumento para un aumento del gasto militar ante los peligros potenciales de estados piratas como Irak, Afganistán, Libia, Corea del Norte o Cuba. La segunda gran línea de interpretación, y acción, de las relaciones internacionales, siguiendo la lectura de Muir, es la idealista. Esta visión dibuja un sistema regulado por leyes e instituciones que tienen como objetivo el acuer 2. Unas preocupaciones para nada gratuitas, puesto que intentan justificar las políticas mercantilistas de los Países Bajos, como potencia emergente, frente al status quo dominado por las coronas española y portuguesa. 3. Aun dentro de la línea realista, John Agnew y Stuart Corbridge (1995) destacan la aportación de Kenneth Waltz, quien sintetizó en 1959 una visión del sistema interestatal marcada por tres características: anárquico, de base estatal y cada estado como unidad equivalente de parti da. A partir de esta base, la estabilidad del sistema solamente era posible mediante un equilibrio de poder entre potencias, muy en la línea ya marcada unos años antes por Nicholas Spykman. 98 GEOPOLÍTICA do y la estabilidad. Dentro del idealismo se pueden integrar muy diversas corrientes de pensamiento y praxis política: desde el universalismo kantiano, que tiende a una comunidad, hasta el marxismo con su aspiración última a una sociedad sin clases y sin las estructuras de poder y represión, que representan los estados.4 El idealismo es también, como mínimo a nivel teórico, la visión norteamericana que impulsó la creación en primer lugar, de la Sociedad de la Naciones (1919) y, posteriormente, de las Naciones Unidas (1945) y toda la estructura de instituciones y acuerdos que se desarrollaron a partir de ellas. La matización a la teoría surge de las interpretaciones de ambas instituciones como mecanismos destinados precisamente a impulsar y sostener la hegemonía norteamericana y de sus aliados dentro del sistema interestatal mundial. Es una crítica al idealismo y a sus instituciones que Peter Taylor (1999) argumenta con su teoría de que cada potencia hegemónica basa su orden mundial en una gran institución: es decir, la holandesa del siglo xvi en el Tratado de Westfalia, la británica del siglo xix en el Congreso de Viena (1815) y la estadounidense posterior a 1945 en Brethon Woods. Para Muir el realismo y el idealismo serían las dos corrientes clásicas, pero más recientemente el panorama se habría complicado con otras perspectivas menos polarizadas. Identifica tres: la pluralista, la globalista y la estructuralista o dependentista. Esta última parte de las visiones de base marxista de la evolución desigual del sistema internacional y de la división Norte-Sur/ Centro-Periferia que se desarrolla debido a los procesos de descolonización. Es heredera tanto del realismo, por su visión esencialmente conflictiva de las relaciones internacionales, como de la universalista, por la naturaleza ideológica, económica y supraestatalista del sistema. En cuanto al globalismo, comparte con la visión estructuralista la superación del estado como entidad política protagonista de las relaciones internacionales para pensar en un sistema internacional regulado con instituciones mundiales, llegando a lo que se ha denominado global governance. Finalmente, la aportación pluralista se centra también en la crítica de las perspectivas estrictamente estatalistas del realismo, que son consideradas obsoletas, y abre el abanico de la decisión e influencia geopolíticas a otros tipos de organizaciones como empresas, lobbies legales e ilegales, instituciones políticas internacionales, no gubernamentales. Se trata de una visión menos política -de menos gobierno y más governance- y más regida por el interés económico ( Hoogvelt, 1997), menos marcada por el concepto de soberanía y más por el de gestión policy- pragmática. Tanto el globalismo como el pluralismo tienden a confluir en lo que se ha. denominado multilateralismo, tal vez la nueva clave de lectura del sistema mundial. 1.2. LAS INTERPRETACIONES DEL ORDEN MUNDIAL Pero tan interesante, o relevante, como la vía de aproximación teórica a las relaciones internacionales ha de ser el resultado, la interpretación concre 4. Véase el capítulo 3.1. GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 99 ta de estas relaciones, de sus centros y mecanismos de poder específicos. Es desde aquí que surge otro concepto fundamental de las relaciones internacionales que es el de orden mundial. Como se preguntaba Bull: ¿existe el orden mundial? O bien, ¿el sistema internacional es, ya se ha dicho, esencialmente anárquico? ¿Cuál es la dinámica de los órdenes internacionales, en caso de que existan? ¿Existe actualmente un orden? Una primera aproximación a este concepto vendrá necesariamente vinculada a las perspectivas sobre la naturaleza de las relaciones internacionales antes mencionadas. Señaladamente, una perspectiva realista implicará o bien una negación de la existencia de orden en el sistema internacional o bien será un orden resultado de la imposición de la fuerza por parte de una potencia. Esto lleva a una conclusión inmediata, hasta cierto punto obvia, de que el concepto de orden mundial no se puede asociar a valoraciones ni morales ni prácticas del tipo: orden = bueno y desorden = malo; ni mucho menos con la combinación contraria. El orden tanto puede ser fruto de la coacción como del consenso, de la persuasión como de la disuasión. Desde otras perspectivas, como las universalistas o las internacionalistas, parecería que la realidad o la posibilidad de orden serían más factibles e incluso deseables. Dentro de esta línea, Pierre Hassner (1995) analiza las relaciones internacionales llegando a la conclusión de que el orden puede existir y que sus principios básicos son, o han de ser, la seguridad colectiva, el equilibrio de poder y el gobierno mundial. Es decir, un orden compartido que garantice la estabilidad del sistema sin sometimiento de ninguno de sus actores. Más recientemente, y de nuevo desde perspectivas realistas y/o estructuralistas, la idea de orden se asocia a la de hegemonía en el sistema internacional, en el sentido más o menos gramsciano del término (Cox, 1987; Agnew y Corbridge, 1995; Taylor, 1994; 1999); es decir, como capacidad de organizar el sistema según los intereses políticos, económicos e ideológicos de un sujeto determinado -un estado, un pool de estados, un organismo militar o económico-. Para Robert Cox (1987) -y también Peter Taylor (1994) y Hoogvelt (1997)-, el orden hegemónico se sustenta en tres fuerzas interactivas: la capacidad material, las ideas y las instituciones, de manera que será resultado de una combinación de la economía, de la ideología y de la política. Esta combinación entre las tres formas tradicionales del poder (Bobbio, 1984) no es nada simple, y son diversas las posturas sobre la preeminencia de una u otra. Por ejemplo, a los estructuralistas se les acusa de ser excesivamente economicistas y a los realistas de ser excesivamente políticos y estatalistas (Muir, 1997). Con este punto de partida son diversos los autores que desde la geografía política han participado en la discusión del orden internacional como teoría, como aplicación concreta a la historia reciente, y predicción futura, del sistema mundial y como configuración de un mapa del mismo. Algunos de estos autores, en función tanto de la lectura de Antonio Gramsci como de otros teóricos ya clásicos -como Karl Marx o Nikolay Kondratiev- periodizan los ciclos de hegemonía e intentan explicar los mecanismos de sucesión de los mismos, curiosamente con pocas coincidencias, pero sin grandes contradicciones entre ellos. El modelo de Robert Cox (1987), una referencia obligada para todos los 100 GEOPOLÍTICA autores posteriores, se basa en Gramsci en el sentido de dar al discurso ideológico y su institucionalización -en terminología de Michel Foucault- un rol central en la estructuración y permanencia de un orden hegemónico; en la creación de lo que se ha denominado «estructuras históricas» (Hoogvelt, 1997). Según este criterio, Cox identifica tres períodos, el primero de los cuales se extiende de 1845 a 1875, dominado por el modelo de relaciones sociales y políticas del imperio británico. El segundo se caracteriza por la crisis de la hegemonía anterior y la lucha por la instauración de una nueva, sucesos que marcarán la historia y la geografía entre 1875 y 1945. En cuanto al tercer período, de 1945 a 1965, Cox habla de la Guerra Fría como circunstancia que estimula la hegemonía de los Estados Unidos y de la Pax Americana, basada en el discurso del llamado mundo libre. A partir de 1965 se iniciaría una nueva etapa hacia un nuevo orden que emanaría de la fase precedente y que estaría marcada por la reestructuración impulsada por la globalización de los estados industriales occidentales (Agnew y Corbridge, 1995). Otro autor que merece atención es Ankie Hoogvelt (1997), quien establece una periodización del desarrollo y expansión del capitalismo, interesante como mínimo terminológicamente, puesto que introduce unos conceptos económico-culturales que trascienden la geopolítica. Así, según él, las fases serían cuatro: la mercantil (1500-1800), la colonial (1800-1950), la neocolonial (1950-1970) y la posimperialista o poscolonial (1970-...). Esta última, coincidiendo con Cox, implicaría el cuestionamiento de la hegemonía norteamericana y la emergencia de un nuevo orden multipolar y menos identificable con los estados. Finalmente, Peter Taylor (1994) se basa en la teoría de los sistemas mundiales del sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein, otro punto de referencia ineludible. Esta teoría parte de la lectura espacial y temporal de la geopolítica mundial desde el siglo xvi hasta los años ochenta del siglo xx, que el sociólogo interpreta como un sistema de partes interrelacionadas que nace, se desarrolla y entra en decadencia en paralelo a la consolidación del sistema sucesivo. El sistema mundial vigente desde el siglo xv hasta el presente sería el de la economía-mundo, en que se basaría la economía capitalista. Esta afirmación, por supuesto, no significaría que el sistema fuese inmutable, sino que habría pasado por diversas fases y hegemonías que, hasta cierto punto, manifestarían una dinámica interna de carácter cíclico. Unos ciclos que Wallerstein, y Taylor, fundamentan en las teorías del economista ruso Nikolay Kondratiev. Estos ciclos constan de fases hegemónicas que serán de ascenso de la hegemonía, triunfo, madurez y decadencia. Esta dinámica estará marcada fundamentalmente por: 5 «la supremacía económica. La primera (fase), el estado hegemónico ha logrado superar en eficacia productiva a sus rivales. En la segunda (...) los comerciantes pueden conseguir ventajas comerciales. En la tercera, los banqueros del La primera edición es d e 1 9 8 5 . GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 101 Tras el momento de auge y posterior asentamiento se produce gradualmente su decadencia. Las propias características del liberalismo' del estado hegemónico permiten que sus rivales copien los adelantos técnicos e igualen su eficacia productiva» (Taylor, 1994, pp. 63-64). En resumen, desde 1790 hasta mediados de los años setenta del siglo xx, Wallerstein y Taylor identifican dos ciclos hegemónicos dentro de la economía-mundo (Taylor, 1994) uno de primacía británica y otro norteamericana.' Estos dos ciclos llevan asociados cuatro órdenes mundiales o, lo que es lo mis mo, una determinada distribución del poder en el mundo que la mayor parte de los países respeta y tiene en cuenta a la hora de actuar. Estos órdenes son los siguientes: de «hegemonía y concertación» (1815-1870), de «rivalidad y concertación« (1870-1890), de «sucesión británica» (1890-1940) y de «guerra fría»» (1945-1989). Como puede observarse, todas las teorías de sucesiones de hegemonías finalizan con una cuestión, que se intentará responder más adelante, sobre la hegemonía y el orden mundial contemporáneos, los vigentes a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior desaparición de la Unión Soviética. 1.3. LA GUERRA FRÍA COMO ORDEN MUNDIAL Y SUS DIMENSIONES Respecto a la consideración del período comprendido entre 1945 y 1989 como un orden mundial, hay prácticamente absoluta unanimidad. Un período; como se sabe, marcado por la confrontación a todos los niveles entre las potencias mundiales norteamericana y soviética. También es bien conocida, y en parte comentada en el capítulo 2, la estrategia geopolítica que dicha confrontación Este-Oeste conllevó. Pero más allá de esta evidencia -materializada, por ejemplo, en la existencia de dos grandes coaliciones militares y de una carrera armamentística y tecnológica sin precedentes-, a partir de los años cincuenta los análisis de las transformaciones del capitalismo y los procesos de descolonización e independencia de países africanos y asiáticos generan otras perspectivas del sistema mundial más ligadas a un conflicto Norte-Sur, en buena parte todavía vigentes. Esta segunda perspectiva ha sido para muchos la que realmente definía un sistema mundial que en realidad estaba dominado por la hegemonía estadounidense y en el que la URSS era, simplemente, un antimodelo necesario para definir y cohesionar esta hegemonía. Un espejo, en definitiva, en el sentido metafórico que daba Josep Fontana' (1994) a dicho objeto, de la misma manera que lo había sido el estado absolutista para la hegemonía holandesa o el despotismo oriental para la británica (Taylor, 1999). Para Taylor (1994; 1999), por ejemplo, estos análisis Norte-Sur tienen 6. Según Taylor (1994), una característica del sistema-mundo es el diferente comportamiento económico de una potencia cuando es emergente y cuando consigue la hegemonía: pro teccionista en el primer momento y liberal en el segundo. 7. De hecho, ambos identifican una primera hegemonía anterior a 1790, la holandesa (Taylor, 1994 y 1999). 8. Véase el capítulo 2. 102 GEOPOLÍTICA que ver, sobre todo, con la estructuración de la Pax americana dentro de la economía-mundo. Esta estructuración se articula en tres elementos, que son: un único mercado mundial, un sistema de múltiples estados y, finalmente, una estructura socioterritorial tripartita. El primer elemento se define a partir de un mercado capitalista internacional de carácter, a priori, liberal, basado en estructuras económicas --empresas e instituciones- transestatales y con pautas de producción y consumo únicas. Es decir, el modelo ya comentado en el capítulo anterior que se perfila a partir de la Segunda Guerra Mundial con los acuerdos de Bretton Woods de 1944 entre las potencias capitalistas, que crea las instituciones del Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, posteriormente, los Acuerdos Generales de Aranceles y Comercio (GATT) con el fin de fomentar la estabilidad económica, el libre comercio y la difusión del capitalismo como vía de desarrollo. El segundo elemento, el sistema de múltiples estados, es interpretado (Wallerstein, 1991) como una paradoja, puesto que, mientras que por un lado el sistema tiende a ser único y de escala mundial, por otro lado mantiene, refuerza y promueve la organización estatal de las sociedades y las economías. La respuesta a la aparente contradicción radica en la necesidad del sistema de mantener tanto estructuras sociales y económicas diferenciadas y desiguales que aseguren el dinamismo' del sistema, como estructuras políticas eficientes y capaces de garantizar el orden. Por último, el tercer elemento consiste en una metaestructura de organización jerárquica de estos estados que ofrece tres posiciones: central, periférica y semiperiférica (Taylor, 1994). 0, más que posiciones, incluso geográficas -Norte-Sur- se trata de procesos, de manera que: «... las de centro son relaciones que combinan salarios relativamente altos, tecnología moderna y un tipo de producción diversificada; en tanto que los procesos de periferia son una combinación de salarios bajos, tecnología más rudi mentaria y un tipo de producción simple» (Taylor, 1994, p. 17). En cuanto a la semiperiferia, se trata de una condición y espacio, según Wallerstein, especialmente interesante, puesto que comparte elementos de centro y de periferia, pero además ejerce un rol fundamental para la estabilidad del sistema. En primer lugar, porque evita la simple y radical polarización entre ricos y pobres; en segundo lugar, porque constituye el espacio dinámico del sistema, el que avala la posibilidad de progresar dentro de él. En definitiva, y según esta interpretación, el resultado ha sido un sistema especialmente benéfico para los países centrales -capitalistas-, que han visto cómo su riqueza ha crecido sin interrupción durante casi treinta años, en valores absolutos y relativos. No ha sido así para los países periféricos, con singulares excepciones como el sudeste asiático,10 que han visto cómo se alejaba el bienestar, como mínimo en sentido colectivo. Los datos que corroboran esta afirmación son muchos y elocuentes, de manera que la participación 9. Más explícitamente, dinamismo significa para Wallerstein mecanismos de generación y transferencia de plusvalías, de explotación en definitiva. 10. Un análisis exhaustivo del sudeste asiático y su proceso de desarrollo puede encontrase en Castells (1999, vol. III). GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 103 de los países subdesarrollados en las exportaciones mundiales ha pasado del 31,1 al 21,6 % entre 1950 y 1990 (Castells, 1998, Vol. III, p. 110). Estas dinámicas divergentes han sido, y son todavía, argumentos de múltiples estudios y teorías, algunas de ellas bien conocidas, como la del intercambio desigual (Amin, 1975; Emmanuel, 1971; Prebisch, 1950), la de la dependencia (Faletto y Cardoso, 1978; Gunder Frank, 1967), la del imperialismo indirecto o la del neocolonialismo (Hoogvelt, 1997), en su mayoría asociadas a visiones estructuralistas de las relaciones internacionales. Más allá de diferencias entre ellas más o menos importantes, hay aspectos que todas comparten, como la denuncia de la desigualdad de los intercambios económicos entre los países centrales y los periféricos, una desigualdad que comporta que la soberanía de estos últimos quede notablemente mermada. Todas, por lo tanto, comparten una perspectiva crítica del modelo de desarrollo marcado a partir de Bretton Woods y, más en general, de lo que se ha denominado teoría, o paradigma, de la Modernización (Hoogvelt, 1997; Taylor, 1999). Esta teoría, o más bien compendio de teorías," intentaba ofrecer una fórmula para el desarrollo basada en el fomento, ampliamente financiado desde los países centrales a cambio de contrapartidas geopolíticas, de la integración de las economías de los nuevos estados subdesarrollados en el mercado mundial. Esta integración se hizo a partir de los criterios de la teoría liberal del comercio internacional y de la denominada occidentalización -la difusión de los valores culturales europeos y norteamericanos." La modernización abrazó de una manera u otra a todo el planeta con pocas resistencias. Sin embargo, allí donde las hubo, la respuesta a la modernización capitalista surgió por varios frentes en lo que se denominó Tercer Mundo." Una de estas respuestas fue la política de sustitución de importaciones, un modelo ensayado durante los años cuarenta por algunos países de América Latina que apostaba por políticas proteccionistas que pudieran crear las bases para la industrialización. Políticas apoyadas en discursos nacionalistas y desarrollistas y, a menudo, de declaración de independencia geopolítica -e incluso de escarceos con el socialismo- que llevaron a la creación, en la Conferencia de Bandung (1955), del Movimiento de Países No Alineados, encabezado por los líderes de Egipto, India y Yugoslavia -Nasser, Nehru y Tito respectivamente- como expresión de esta independencia. En otros casos, las políticas de sustitución de importaciones fueron incentivadas o permitidas desde los países centrales occidentales a pesar de ser contrarias a los principios del liberalismo. En estos casos -Japón, Corea del 11. La del asesor del presidente norteamericano John E Kennedy, Walt W. Rostow, es tal vez la más conocida. Es la teoría del Take off, del despegue, que establece cinco etapas hacia el desarrollo económico. Un desarrollo que se iniciaría a partir de polos y se extendería en forma de mancha de aceite. 12. También hay autores (Hoogvelt, 1997) que teorizan sobre la vía socialista hacia la modernización. Una vía que, si bien se presenta como antagonista a la liberal, en realidad comparte con ella su origen occidental -por lo tanto es vista por alguno de sus críticos como otro elemen to de colonización cultural (Fontana, 1994)- y su apuesta por la industrialización como motor del desarrollo. 13. Fue el sociólogo Alfred Sauvy el primero en utilizar este término en 1952. Él se refería, como analogía, al Tercer Estado de la Revolución Francesa, pero también remite a una atercera vía» entre el primer mundo capitalista y el segundo socialista. 104 GEOPOLÍTICA Sur, Taiwán... e incluso España a partir de 1959- la explicación cabe buscarla fundamentalmente en el contexto geopolítico de confrontación de bloques, aunque análisis más profundos ponen de manifiesto la importancia de aspectos históricos, sociales y políticos estrictamente internos. Contrariamente, no son pocos los casos en que la respuesta al neocolonialismo se expresó claramente en procesos revolucionarios que llevaron a experimentos de socialismo tercermundista, sobre todo en África (Hoogvelt, 1997), y a la proliferación de insurrecciones guerrilleras, especialmente en América Latina y el sudeste asiático, en ambos casos apoyados con mayor o menor sutileza por la Unión Soviética. En síntesis, pues, el orden mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial se caracteriza por un doble eje de interpretación: Este-Oeste y Norte-Sur. El primero marca la división política fundamental y el segundo el modelo de relación económica. Ambos, entrecruzados, ofrecían a los actores de la geopolítica de la segunda mitad de siglo xx unas pautas de actuación, de efecto-causa, diáfanos. Era un orden. Así se llega a los años setenta, en los que se empiezan a observar los efectos de todas estas políticas. Por un lado, el mapa geopolítico continúa, a pesar de los esfuerzos de distensión -como la Ostpolitik impulsada por el socialdemócrata alemán Willy Brandt, o la Conferencia de Helsinki de 1975-, marcado por la Guerra Fría y por los conflictos internacionales e intraestatales en los países periféricos y semiperiféricos, a menudo con implicación directa de las superpotencias -Vietnam, Angola y Mozambique; Nicaragua y Afganistán al final de la década—..-. Incluso, durante la primera mitad de los ochenta, se agudiza la carrera nuclear con la llegada de los republicanos a la presidencia estadounidense con un discurso, apoyado desde el Reino Unido, de visceral anticomunismo ideológico, político y económico. De esta manera, a partir de 1981, la carrera armamentística se radicaliza impulsada en gran medida por la Iniciativa de Defensa Estratégica (conocida como Guerra de las Galaxias) propuesta por Ronald Reagan. Desde un punto de vista económico, como se ha visto en el apartado anterior, el mundo capitalista vive profundas transformaciones desde los primeros setenta, cuando la crisis del petróleo de 1973 -otro fenómeno geopolíticopone en cuestión un industrialismo fordista que ya por otras vías mostraba su agotamiento (Agnew y Corbridge, 1995; Castells, 1998; Cox, 1987; Taylor, 1999) . Pero sus efectos no fueron la caída definitiva del sistema económico industrial capitalista -como pronosticaban los analistas, sobre todo desde las perspectivas más izquierdistas-, sino el impulso definitivo hacia una nueva fase marcada por el liberalismo, el boom financiero y las nuevas tecnologías. Por lo que se refiere al mundo socialista, lo que en un principio parecía su auge por la crisis del adversario-, se tomó en pocos años en un proceso de declive irreversible, de pérdida de productividad y falta de innovación, hasta hundir por completo -también política e ideológicamente- el propio sistema, empezando por la Unión Soviética. El conflicto Este-Oeste había finalizado. En cuanto a las relaciones Norte-Sur, la década de los setenta se ha interpretado como la del fracaso de la modernización (Castells, 1998, vol. I; Hoogvelt, 1997; Taylor, 1999). Efectivamente, tanto los indicadores socioeconómicos como la estabilidad política ponen de manifiesto que las diversas vías ha- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 105 cia el desarrollo emprendidas por los países latinoamericanos y africanos no resultaron eficaces. La modernización fracasó como proceso histórico de difusión mimética, como tránsito hacia el bienestar económico y, en general, hacia sistemas políticos democráticos. Las explicaciones de estos fracasos son diversas. Peter Taylor, criticando la teoría del Take off, afirmará que «la historia se repite, la geografía no» (Taylor, 1999, p. 95). Sin duda, los seguidores de las teorías de la dependencia y del intercambio desigual encuentran muchos de sus argumentos corroborados por estos fracasos. También los críticos con la política de sustitución de importaciones encuentran explicaciones a la ineficiencia del modelo, las principales la incapacidad de los sistemas políticos de crear mecanismos de redistribución de riqueza y, como consecuencia, la inexistencia de unas clases medias que sostuvieran el crecimiento y dieran estabilidad social (Cardoso y Faletto, 1978). Por lo que se refiere a las vías de desarrollo desde el socialismo, su fracaso es paralelo a la crisis del centro soviético. Los países que emprendieron su modernización a partir de la vía revolucionaria/socialista, no tan sólo se encontraron con los problemas del modelo, sino que además sufrieron una constante desestabilización política que frenó su desarrollo -casos, por ejemplo, de Angola, Mozambique, Nicaragua, Camboya-. En otros casos, a pesar de la estabilidad, la falta de apoyo soviético hundió sus economías o las empujó a reformas de carácter capitalista -sin que ello conllevase cambios políticos- como puede observarse en Cuba, Corea del Norte o Vietnam. 1.4. UN NUEVO MAPA DEL MUNDO. ¿GEOPOLÍTICA DEL CAOS? El 19 de noviembre de 1989 la población de Berlín Oriental se encaramó al Muro que dividía la ciudad y no tan sólo lo traspasó sin contratiempos, sino que empezó a derribarlo. Sin duda, éste será uno de los momentos del siglo xx que merecerán permanecer en los relatos históricos futuros. La dimensión del hecho radica en su valor real y metafórico de fin de una época geopolítica -la Guerra Fría- y de una ilusión, o una pesadilla, para millones de personas en todo el mundo -la revolución comunista soviética. Efectivamente, a la caída del Muro siguió una acelerada descomposición del antiguo bloque soviético, de manera que en los años noventa prácticamente todo su glacis evolucionó hacia una economía de mercado. En Europa, entre 1990 y 1997, se crearon 14.200 kilómetros de nuevas fronteras, desapareció la propia Unión Soviética y nacieron o renacieron 31 estados. Pero este suceso puntual, a pesar de su magnitud, necesita explicarse por procesos anteriores que, de alguna manera, lo sobrepasan, como corrientes de fondo. Si se acepta la explicación de la crisis soviética que ofrece Castells ( 1999, vol. III), ésta sería fundamentalmente debida a la incapacidad del sistema de adaptarse a un nuevo modelo de economía y de sociedad. Como afirman muchos otros autores, este nuevo mundo es el de las nuevas tecnologías de la información, del capitalismo global, flexible y descentralizado, de la sociedad red, de los nuevos o renacidos movimientos culturales que transforman el sistema industrial a escala mundial, las organizaciones de clases y las estructuras de poder social y político preexistentes. GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 107 Todos estos factores, amplios y complejos, son los que han puesto en cuestión no tan sólo la antigua división e interpretación geopolítica Este-Oeste, sino también la de Norte-Sur, Centro-Periferia y DesarrolloSubdesarrollo (O Tuathail, 1996; Hoogvelt, 1997; Méndez, 1997; Castells, 1998, vols. I y III), junto con la estructura estatal, ya analizada anteriormente. En definitiva, todas las claves de lectura geopolítica del sistema mundial vigente hasta el momento: «Centro y periferia se están convirtiendo en una relación social y dejando de ser una relación geográfica» (Hoogvelt, 1997, p. 145). «Este proceso de máxima diversificación de las trayectorias de desarrollo es también visible en el otro extremo de la economía global, el denominado Sur» ( Castells, 1998, vol. I, p. 139). Y, como relación social -según Hoogvelt-, se puede materializar en cualquier parte del planeta. El Tercer Mundo está presente tanto en los países pobres como en los desarrollados; en sentido contrario, el desarrollo también está presente en los países del Sur. Por lo tanto, la división internacional del trabajo ya no sería internacional, estatal, sino social; la economía capitalista global produciría una sociedad global, con desigualdades, pero finalmente única. De la unión de la crisis de la fractura Norte/Sur con la descomposición de la URSS y del bloque comunista, la lectura más inmediata que surgió de la situación geopolítica fue la del definitivo triunfo del capitalismo y de las democracias liberales, llegándose a la célebre afirmación del politólogo conservador norteamericano Francis Fukuyama (1994; 1992 en la edición inglesa) del fin de la historia. Según esta visión, se habría llegado a una estabilidad definitiva del sistema mundial y a un modelo sin alternativa; lo que los detractores han denominado pensamiento único. En paralelo, y en un sentido más práctico, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, en su discurso televisado que anunciaba el ataque occidental contra el régimen iraquí de Saddam Hussein, en 1991, anunció un nuevo orden mundial de democracia y capitalismo. Sin embargo, y a pesar de estas opiniones más bien voluntaristas, los hechos se han demostrado mucho más complejos y ambivalentes, y así lo han reflejado también los analistas de la geopolítica y las relaciones internacionales en general. Si se parte de la teoría antes mencionada de Castells, se llega a la conclusión de que las características de la economía globalizada y de la sociedad de la información desbordan las posibilidades de hegemonía y orden tal y como se ha interpretado hasta ahora como resultado de la capacidad de un estado de organizar el mundo según sus necesidades. Como base fundamental de esta aparentemente nueva situación hay que colocar la redefinición -en extensión y contenido- del concepto de soberanía en el sentido que se ha analizado en el capítulo 2. Así, en cuanto a las relaciones internacionales, más o menos explícitamente todos los analistas aceptan el concepto de multilateralismo o pluralismo para definirlas (Castells, 1998; Hoogvelt, 1997; Muir, 1997; Sassen, 1996). Esta nueva delimitación de la soberanía afectaría incluso a los Estados Unidos y a la Pax americana, a pesar de que, desde un punto de vista militar, sí se ha convertido en la única gran potencia. Como apunta ó Tuathail: 108 GEOPOLÍTICA «Este proceso de desterritorialización se refiere no a la creación de un mundo sin fronteras sino a la desaparición del orden espacial (formas, jerarquías y códigos) de la Pax Americana desde finales de los años sesenta en adelante. Esta desaparición y desbarajuste del orden espacial de la postguerra es el resultado de la pérdida de poder de los estados territoriales en los asuntos mundiales en general y el declive relativo de la capacidad de los Estados Unidos para dirigir el espacio político en particular. Esta desterritorialización es más eviden te en las finanzas y en la producción» (Ó Tuathail, 1996, p. 229). Esta aparente contradicción entre poder militar y relativa debilidad política y económica es la que ha llevado en los últimos años a toda una serie de politicólogos conservadores norteamericanos -y a grupos ultranacionalistas- a hablar de decadencia de los Estados Unidos y a dar argumentos para su regeneración. Por ejemplo, Edward Luttwak (1993), descubre una «tercermundización» de los Estados Unidos, sobre todo en relación al auge de Japón y Oriente en general (más orden, más disciplina, más eficiencia). Un auge en el nuevo aspecto fundamental de poder, la geoeconomía -frente a una decadencia, según él, de la geopolítica-, debido a un fracaso del liberalismo norteamericano en la gestión de la globalización. Otra opinión, bastante difundida, es la de Samuel Huntington (1997), quien teoriza sobre el nuevo eje de la geopolítica mundial a partir de los años noventa: «Occidente contra el resto.» Este resto son, para este autor, otras siete civilizaciones no/anti occidentales. Así, la geopolítica futura estará, para Huntington, marcada por un choque de civilizaciones en el que Occidente -dirigido por los Estados Unidos- parte de una posición de dominio a pesar de las debilidades internas crecientes (pérdida de valores, «exceso» de democracia). Bajo el empuje del reaganismo, otros autores presentaron ideas parecidas, como Paul Kennedy o Robert Kaplan, y todavía ahora tienen sus seguidores en fundaciones, asociaciones y grupos políticos: «Sólo Estados Unidos puede dirigir el mundo. Estados Unidos sigue siendo la única civilización global y universal en la historia de la humanidad. En menos de 300 años, nuestro sistema de democracia representativa, libertades individuales y empresa libre ha puesto los cimientos del mayor boom económico de la historia. Nuestro sistema de valores es imitado en el mundo entero (...). Estados Unidos es la única nación lo suficientemente grande, lo suficientemente multiétnica y lo suficientemente comprometida con la libertad como para dirigir el mundo (...). Sin una vibrante civilización norteamericana, la barbarie, la violencia y la dictadura aumentarán en todo el planeta» (Gingrich,14 1995). La orfandad de orden político y la emergencia de un nuevo modelo económico en gran medida posestatal -más que supraestatal- no sólo ha despertado visiones pesimistas desde posiciones conservadoras derechistas como las anteriores, sino que también desde posturas progresistas se ha interpretado como una tendencia hacia el caos o un pernicioso triunfo del liberalismo y sus consecuencias (Albiñana, ed.,1999). Tal vez, la reunión de la Orga 14. Newt Gingrich fue el portavoz de la mayoría republicana en el Congreso norteamericano durante el primer mandato presidencial de Bill Clinton. GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 109 nización Mundial de Comercio en Seattle en 1999 y la respuesta antisistema que generó -que periódicamente se repite- fue como un caleidoscopio de todas estas posiciones: desde los ultranacionalistas estadounidenses opuestos a cualquier organismo supranacional y estatalista, hasta el anarquismo antiglobalización, pasando por las reacciones clásicas del marxismo ante el capitalismo y por las opciones indigenistas revolucionarias de Chiapas. Igualmente, desde una perspectiva geopolítica son, sin duda, especialmente destacables los casos de los estados que a partir de los años ochenta se acogen al islamismo como guía política -o que se ven desestabilizados por él- y el caso de China." Por un lado, algunos países del área musulmana (Irán en 1979 y después Argelia y Afganistán), ante el fracaso de las políticas de desarrollo, con sus resultados de desigualdad y corrupción, se inclinaron por procesos políticos de ruptura violentos y por el rechazo a lo que se considerara occidental, empezando por el mismo concepto de modernización. Por otro lado, el caso chino significa otra singularidad, con su modelo de un país, dos sistemas económicos y gestión política nacionalista, como mínimo por su relevancia cuantitativa en multitud de aspectos, desde demográficos hasta económicos, pasando por militares.` La capacidad de ambos casos de crear incertidumbre en el sistema mundial es enorme. En definitiva, a partir de los años noventa han proliferado nuevas representaciones e interpretaciones del espacio geopolítico -o geoeconómico (Krugman, 1997)- del sistema mundial, sin que de momento se defina una lectura dominante. Por ejemplo, Saul Cohen (1991) -quien desde los años sesenta17 ha continuado con la tradición de la geografía política de representar cartográficamente el sistema mundial- dibuja un mundo de regiones geopolíticas -concretamente diez, una de ellas el clásico H e a r t l a n d sionadas o entrópicas internamente y en equilibrio o desequilibrio en sus relaciones exteriores. Manuel Castells, por su parte, propone una visión, como se ha dicho, de multilateralismo, en la que el centro económico del sistema -global- se ha reforzado, modificado y diversificado, pero el centro político se ha debilitado. En cuanto al primero considera fundamental la emergencia y ampliación de la tríada formada por Norteamérica, Pacífico asiático -según él la gran novedad y la prueba de la multiculturalidad del nuevo sistema económico- y la Unión Europea, es decir se trataría de áreas y no estados. Respecto al centro político, lo relevante sería la soledad de Estados Unidos como única gran potencia militar mundial pero, paradójicamente, también la cada vez menor capacidad de ejercer con omnipotencia este mando. Para Castells, así como otros autores (Albiñana, ed., 1999), la solución a este nuevo sistema mundial pasaría por la creación de mecanismos de gobierno, por la global governance, que regularan la economía y la justicia a escala mundial. 15. De nuevo, la obra de Castells La era de la información ofrece extensas explicaciones y referencias de estos casos. 16. Por ejemplo, China, con 1.255,7 millones de habitantes en 1998 significaba el 21,6 de la población mundial. Su crecimiento económico medio ha sido del 10,2 % entre 1980 y 1990 y del 11,1 % entre 1990 y 1998, cuando, por ejemplo, en los Estados Unidos ha sido del 3 % y del 2,9 % respectivamente o en España del 3 % y del 1,9 % (BM, 2000). 17. Véase el capítulo 2. Un sistema el actual, repetimos, más diversificado, pero todavía con más desigualdades que el precedente. He aquí unos cuantos datos: la inversión extranjera directa en los países pobres -sin contar India y China- ha pasado de representar un 1,1 % del total en 1990 al 0,03 en 1998 (BM, 2000); la ayuda al desarrollo ha pasado en estos mismos años de representar el 1,4 al 0,7 % del producto nacional bruto de los países ricos; las conexiones de internet van de 470 por 1000/habitantes en los países ricos a 0 por 1000/habitantes en algunos países pobres. Incluso los datos revelan la relatividad de los presuntos procesos de liberalización característicos de la globalización; o, mejor dicho, revelan el diferente rasero de dichos procesos, pues si, por un lado, los capitales ya no conocen fronteras, es evidente que los movimientos de personas sí que los sufren y que los flujos de las mercancías reflejan la persistencia de centros y periferias. Recientemente, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, denunciaba que los países ricos imponen a los países en vías de desarrollo unos aranceles cinco veces superiores a los productos manufacturados que a los agrarios; o que los aranceles, en el mismo sentido, a los productos cárnicos son del 826 % (!). Informaciones como ésta cuestionan cualquier teoría sobre la progresiva industrialización de los países pobres. Es decir, pesimismo y optimismo, en un totum revolutum: final, posiblemente, de la amenaza nuclear institucionalizada; progreso de la democracia; progresos de una justicia internacional en favor de los derechos humanos con un incipiente Tribunal Penal Internacional-; avances científicos. Pero también crisis financieras a escala mundial; terrorismo internacional; economía criminal; guerras no tradicionales; fundamentalismos religiosos y étnicos; crisis ambiental; continentes sumidos en la pobreza; cuarto mundo; aumento de las desigualdades sociales; globalización de la explotación económica; nuevos analfabetismos tecnológicos; nuevas rebeliones -Chiapas, Chechenia-; deconstrucción y reconstrucción de instituciones políticas. Así, se ha escrito y hablado de vértigo geopolítico (O Tuathail, 1996); turbulencia geopolítica (Rosenau, 1990); fuera de control (Brzezinsky, 1993); pérdida de control (Sassen, 1996); anarquía (Kaplan, 1998); nueva edad media (...) aleatoria, incierta, tribal (Minc, 1993); declive de occidente; desintegración; ... y también de inestabilidad, fragmentación, incertidumbre, ... En definitiva, geopolítica del caos ( Albiñana, ed., 1999), génesis de un nuevo mundo (Castells, vol. III, 1999) o viejas lógicas con nuevos métodos (Harvey, 1989; 2000). Sin duda, las perspectivas geopolíticas abiertas a partir de 1989 han comportado más interrogantes que soluciones -o, como decía Octavio Paz, «han fracasado las respuestas pero las preguntas persisten»-. Pero, si tal vez caos no sea el sustantivo adecuado, posiblemente complejidad sí que se ajusta más a la realidad. Complejidad que no niega la posibilidad ni la necesidad de interpretar la geografía política contemporánea el mundo-, pero que la dificulta. Que obliga, como se afirmaba, a buscar nuevas interpretaciones, nuevos agentes, nuevas imágenes: «El reto actual de la geopolítica crítica está en documentar y deconstruir las formas institucionales, tecnológicas y materiales de las nuevas estructuras del geo-poder; problematizar la manera como el espacio global es incesantemente re-imaginado y re-escrito por los centros de poder y autoridad de las postrimerías del siglo xx» (Ó Tuathail, 1996, p. 249). 2. Las nuevas terrae incognitae Nos hallamos en este fin de milenio ante un nuevo mundo. De acuerdo con Manuel Castells (1998), éste se originó hace unos tres decenios de la confluencia de tres procesos fundamentales: la revolución de la tecnología de la 112 GEOPOLÍTICA información, la crisis económica (tanto del capitalismo como del estatismo) y el surgimiento de nuevos movimientos sociales y culturales (feminismo, ecologismo, defensa de los derechos humanos, entre otros). De la interacción de dichos procesos emergió una nueva estructura social dominante (la sociedad red), una nueva economía (la economía informacional) y una nueva cultura ( la cultura de la virtualidad real). Todo ello ha dado como resultado -añadimos nosotros- una nueva geopolítica, que en los últimos años ha sido objeto de múltiples y variadas representaciones e interpretaciones, como veíamos en los apartados anteriores. En los atlas de la década de 1930 aparecían aún manchas en blanco para designar aquellos territorios no explorados o mal conocidos por los colonizadores europeos, especialmente en África. En el norte de Marruecos, por poner sólo un ejemplo, la región del Rif, desde cuyas cumbres se divisan con nitidez las costas andaluzas, fue prácticamente desconocida para los españoles hasta finales de los años 20 del siglo pasado, aun a pesar de la lejana presencia española en la zona y a pesar de que el Protectorado español en Marruecos se instauró oficialmente en 1912 y de que las posesiones españolas de Ceuta y Melilla se hallan a un tiro de piedra de la región. No fue hasta 1927, terminada la pacificación total del Protectorado, cuando se iniciaron los trabajos para la realización del mapa a escala 1:50.000, que resultaba imprescindible no sólo para el control del territorio, sino también para su organización en el ámbito civil y como base para cartografía de precisión en distintos ámbitos específicos (Nogué y Villanova, 1999). En pocos años, sin embargo, los colonizadores llegarán hasta el último rincón del continente y del resto del planeta y cartografiarán, organizarán y administrarán los territorios bajo su dominio, de manera que, en los años 60, coincidiendo con el proceso de descolonización, desaparecerán definitivamente los espacios en blanco de los atlas. A partir de aquella década, el espíritu pionero, la aventura de la exploración deberá canalizarse hacia otros ámbitos: las regiones polares, los fondos oceánicos, el sistema planetario. La Tierra se nos hará pequeña y la aldea global será, por fin, una realidad tangible. Se acabaron, aparentemente, los territorios inaccesibles, misteriosos, enigmáticos. Nada más lejos de la realidad. Los rasgos esenciales de la radiografía geopolítica de nuestros días son la heterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, así como la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de carácter más difuso y de límites imprecisos. Planteamos en este libro la reaparición de nuevas tierras incógnitas en nuestros mapas, que poco o nada tienen que ver con aquellas terrae incognitae de los mapas medievales o con aquellos espacios en blanco en el mapa de África que tanto despertaron la imaginación y el interés de las sociedades geográficas decimonónicas. Marlow, el principal protagonista de la novela El corazón de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansión colonial europea, afirma en un momento determinado de la obra: «Cuando era pequeño tenía pasión por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica, o África, o Australia, y me perdía en todo el esplendor de la exploración. En aquellos tiempos había muchos espacios en blanco en la tie- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 113 rra, y cuando veía uno que parecía particularmente tentador en el mapa (y cuál no lo parece), ponía mi dedo sobre él y decía: Cuando sea mayor iré allí» (Conrad, 1986, p. 24). Un siglo más tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestros mapas. La geopolítica contemporánea se caracteriza por una caótica coexistencia de espacios absolutamente controlados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incógnitas que funcionan con una lógica interna propia, al margen del sistema al que teóricamente pertenecen. El zapatismo, los narcotraficantes colombianos o del sudeste asiático, los señores de la guerra, las tribus urbanas, las mafias rusas o, por qué no, los grandes espacios metropolitanos que no tienen entidad administrativa propia, se nos aparecen como nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos límites imprecisos y cambiantes, difíciles de percibir y aún más de cartografiar, pero enormemente atractivas desde un punto de vista intelectual. Algunos de estos rasgos geopolíticos empezaron ya a perfilarse hace bastantes años, pero no ha sido hasta la crisis definitiva de la lógica geopolítica imperante en la segunda mitad del siglo xx -la Guerra Fría- cuando han salido definitivamente a la luz y han adquirido una notable relevancia. El estadonación sigue siendo una pieza fundamental en el nuevo orden internacional, pero nunca como ahora había mostrado tantos signos de desorientación, desorganización y crisis de sus funciones tradicionales. El colapso de la Unión Soviética y de Yugoslavia, así como el caos prácticamente total en países como Somalia, Liberia, Sierra Leona o Afganistán, están provocando la emergencia de nuevas y preocupantes formas de violencia. A ello hay que añadir otras circunstancias, como, en los países ricos, la tantas veces comentada crisis de las ideologías, la pérdida de ciertos valores éticos a raíz de la secularización de sociedades antaño religiosas o la crisis de la sociedad patriarcal y de la familia. Además, tanto en los países ricos como en los pobres, la violencia se ha incrementado como resultado de la polarización social, provocada por la exclusión de los potenciales beneficios del sistema económico imperante de inmensas bolsas de pobreza en un sinfín de regiones y de grandes periferias urbanas. La sensación de impotencia del estado-nación tradicional ante la nueva situación creada se manifiesta incluso en una de sus funciones y atribuciones más exclusivas: la guerra. En efecto, la guerra convencional entre estados e inclusive la estructura típica de los ejércitos pueden llegar a ser obsoletas dentro de poco si se confirman las tendencias observadas en estos últimos años. Asistimos en el Tercer Mundo a un tipo de conflicto armado en el que paramilitares, guerrillas y grupos de milicianos con una estructura inestable y poco organizada están adquiriendo un protagonismo impensable hace muy pocos años. En este tipo de conflictos la población civil se ve más expuesta que nunca a toda clase de abusos y sufrimientos, transmitidos al mundo entero por los influyentes medios de comunicación de masas a través de terribles imágenes cuyo fuerte impacto en los televidentes es lamentablemente perecedero y fugaz, al ser rápidamente sustituidas por otras imágenes procedentes de la eclosión de un nuevo conflicto en otro punto del planeta. El terrorismo afecta por igual al Primer y al Tercer Mundo y obedece a 114 GEOPOLÍTICA múltiples y diversas causas. Ante él, sin embargo, de poco sirven los ejércitos convencionales. De hecho, incluso los cuerpos de policía han tenido que modificar sus estructuras para responder mejor a una violencia cada vez más sofisticada y mortífera, capaz de abastecerse y de articularse en las redes internacionales del crimen organizado. En efecto, la violencia y el crimen también se han globalizado. He ahí el lado oscuro de la globalización. Por otra parte, la crisis de la guerra clásica entre estados-nación, junto a un cuestionamiento cada vez más abierto del concepto de soberanía territorial por parte de la opinión pública en situaciones críticas de carácter humanitario, están dando lugar a un interesante debate en el campo del derecho internacional y, a la vez, están provocando un replanteamiento del papel de algunos organismos internacionales, así como de las organizaciones no gubernamentales. A estas nuevas tierras incógnitas -y a sus agentes- vamos a dedicar el presente capítulo, no sin antes advertir al lector que, dada la enorme amplitud de los temas escogidos, nos será imposible profundizar en ellos tal como sería nuestro deseo. 2.1. DE LA DEPENDENCIA A LA IRRELEVANCIA Desde los orígenes del fenómeno geopolítico colonial, las relaciones entre las metrópolis y sus colonias y, por ende, entre los países centrales y los periféricos o, si se prefiere, entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo se han basado en un aspecto básico, sobre el que se ha asentado la lógica de todo el sistema: la dependencia. En efecto, los vínculos de las colonias y excolonias con sus correspondientes metrópolis partían de una realidad innegable impuesta por las relaciones de poder: la dependencia de las primeras hacia las últimas. Esta dependencia se ha materializado históricamente de muchas maneras, desde un intercambio comercial desigual hasta una total supeditación diplomática, pasando por una explotación (en ocasiones más bien expolio) de los recursos naturales de las colonias o excolonias en cuestión. Estas relaciones de dependencia siguen hoy vigentes y, de hecho, la economía informacional, en muchos casos, las ha agudizado. Las nuevas tecnologías de la información están ampliando el abismo existente entre aquellos países que disponen de las mismas y aquellos que carecen de ellas. Ahora bien, en los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno completamente nuevo en el campo de las relaciones internacionales basadas hasta ahora en la dependencia. Nos referimos al hecho de que muchos territorios e incluso países enteros del Tercer Mundo están pasando de la dependencia a la irrelevancia. Sea por la escasez de sus recursos naturales, sea por el analfabetismo y bajo nivel de instrucción de sus habitantes, sea por las largas contiendas bélicas sin visos de solución que en algunos de estos países se dan, lo cierto es que, en efecto, estos espacios han dejado de ser útiles al sistema económico y político internacional. Son, simplemente, irrelevantes. No importan para nada ni interesan a nadie, como no sea a algún periodista que consiga recordar de vez en cuando a la opinión pública su existencia, o a alguna organización humanitaria, si no ha sido ahuyentada de la zona. Son territorios -y GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 115 personas- desconectados y marginados de un sistema-mundo cada vez más segmentado en estratos espaciales absolutamente distanciados unos de otros, en todos los sentidos. He ahí, sin duda, uno de los rasgos más característicos de la nueva geopolítica. Estamos ante unas de las nuevas terrae incognitae del Tercer Mundo, ante unos espacios que ya no sirven, que ya no interesan ni para ser explotados. El mapa de África, de algunas regiones de Asia, del Cáucaso, de muchas islas del Pacífico y del índico o de algunas regiones del subcontinente indio, entre otras zonas del planeta, se ha llenado de nuevo de manchas blancas, de tierras desconocidas. Si se nos permite el símil, es como si una gran parte de las tierras exploradas por los expedicionarios europeos de los siglos XVIII y xix hubiera vuelto a su situación anterior. Muchos territorios explorados, cartografiados, fotografiados en el último siglo o siglo y medio se han vuelto, de nuevo, inexplorados, inaccesibles, desconocidos, inseguros, misteriosos, hostiles a toda penetración exterior. Son regiones que se alejan, que se apartan del mundo, que se descartografían. Los dramas humanos que ahí se viven apenas son conocidos en el resto del mundo. La opacidad es, sin duda, uno de los rasgos más destacables de estas nuevas tierras incógnitas (Rufin, 1999). No es de extrañar que, ante esta situación de desorden y caos, de vértigo geopolítico, proliferen interpretaciones geopolíticas de raíz determinista, ávidas por encontrar una lógica y un sentido a tan aparentemente incomprensible complejidad. Este es el caso de Samuel Huntington, cuyas tesis comentaremos más adelante, y de Robert D. Kaplan, cuyas observaciones y datos aportados son interesantes, pero cuyos argumentos son francamente débiles y de carácter claramente conservador. En efecto, Kaplan (2000) apuesta de hecho por estrategias de exclusión espacial para hacer frente a las nuevas amenazas de violencia geopolítica, que interpreta sirviéndose de argumentos de carácter determinista y neomalthusiano. Puede que el determinismo geográfico ya no esté en boga en los círculos académicos, pero sigue ejerciendo una considerable influencia en los ámbitos políticos y periodísticos La aparición de estas tierras incógnitas responde a su exclusión de los flujos de riqueza e información y a su nulo interés político y geoestratégico, muestra de la cada vez mayor polarización del mundo contemporáneo en términos de distribución de la riqueza y del bienestar social. En efecto, la pobreza -y sobre todo la pobreza extrema- ha aumentado en todo el planeta coincidiendo con el auge del capitalismo informacional y de la globalización. Se gún el Informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001: Lucha contra la pobreza, elaborado por el Banco Mundial, 2.800 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, vive con menos de dos dólares diarios. De ellos, 1.200 millones, que suponen una quinta parte de la humanidad, deben conformarse sólo con un dólar. El ingreso medio de los 20 países más ricos es 37 veces mayor que el de los 20 países más pobres, y esta brecha se ha duplicado en los últimos 40 años. En su informe, el Banco Mundial destaca el incremento espectacular de la miseria en la Europa del Este y en la ex URSS, donde los pobres se han multiplicado por más de 20 entre 1987 y 1998. Las personas que subsisten con menos de un dólar diario han pasado de 1,1 a 24 millones. Como se ha comentado en el capítulo anterior, en las tres últimas décadas la desigualdad y la polarización en la distribución de la riqueza han au- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 117 mentado considerablemente. Según el Informe sobre el Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1996), en 1993, sólo 5 bi llones de dólares de los 23 billones del PNB global procedían de los países en vías de desarrollo, a pesar de que éstos suponían el 80 % de la población total. El 20 % más pobre de los habitantes del mundo han visto reducirse su parte de la renta global de un 2,3 a un 1,4 %, mientras que la parte del 20 % más rico ha ascendido del 70 al 85 %. Aún más: los activos de los 358 multimillonarios del mundo exceden las rentas anuales sumadas de los países con el 45 % de la población mundial (Castells, 1998). Si alguna región se ve excluida de forma notoria de los flujos de riqueza e información y de los beneficios de la globalización, ésta es, sin duda, el África subsahariana, por lo que a esta zona vamos a referirnos, a título de ejemplo, a continuación. Ahí es donde se concentran los peores indicadores, los índices más extremos de pobreza y marginación. Cerca del 70 % de los 1.200 millones de personas que subsisten con un dólar diario se reparte entre el África subsahariana y el sur de Asia. En el África subsahariana los pobres han pasado de 217 millones a 291 millones en poco más de 10 años (del 18,4 % en 1987 al 24, 3 % en 1998). En las ciudades, el desempleo se ha duplicado entre 1975 y 1990, pasando del 10 al 20 %, y, en ellas, la mayor parte de la mano de obra puede perfectamente englobarse en las categorías de irregular o marginal, mientras los indigentes han aumentado dos tercios entre 1975 y 1985 (Castells, 1998). La miseria ha aumentado terriblemente en países como Sierra Leona (el más pobre del mundo), Burkina Faso, Nigeria, Zambia o Zimbabue, con esperanzas de vida alarmantes para la época en que vivimos: 37 años para Zambia, 39 para Malawi, 40 para Zimbabue y Mozambique, 41 para Níger, 45 para Sierra Leona y 46 para Etiopía, cifras todas ellas muy alejadas de los 79 años para las mujeres y de los 72 para los hombres del Primer Mundo. No se trata sólo, sin embargo, de un deterioro radical de su situación económica. La pobreza y miseria a la que se ha llegado se ve acompañada de la desintegración de sus estados, de la fragmentación de sus sociedades, de la siempre endeble base nacional e idea de nación de los estados africanos surgidos de la descolonización (incapaces se superar bajo un proyecto común las tensiones interétnicas), de las guerras civiles, de los éxodos masivos y forzados, de la violencia masiva, del caos generalizado e incluso de las epidemias. La epidemia del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), por ejemplo, continúa haciendo estragos en África, donde más de 24 millones de personas sufren este mal. La epidemia sigue avanzando y puede llegar a comprometer el desarrollo de muchos países, en especial de aquellos en los que uno de cada cuatro adultos está infectado. De los 5,4 millones de personas que enfermaron en 1999 en el conjunto de África, el 70 % correspondían a las regiones subsaharianas. Su progresión es de tal magnitud que las Naciones Unidas se han visto obligadas a revisar a la baja las previsiones de crecimiento demográfico de las regiones africanas afectadas. En ellas, la esperanza de vida se reducirá en un futuro inmediato en 15 o 20 años, de manera que un país como Zimbabue apenas superará los 30 años en el 2010. No debe sorprender, por lo tanto, que el país que parece destinado a liderar una parte del continente africano, la República Sudafricana, haya hecho de la lucha contra el sida uno de sus principales objetivos políticos. Con tal firmeza, que ha abierto un conflic- MAPA 7. Esperanza de vida en el África Subsahariana (1999). to -de gran repercusión mediática en todo el mundo- con algunas de las más importantes multinacionales farmacéuticas por el precio de los medicamentos específicos para el tratamiento de dicha enfermedad. Todo ello ha convertido esta región en una nueva tierra incógnita, justo en el momento en el que ha emergido el capitalismo informacional a nivel mundial, lo que induce a Castells (1998) a sugerir una cierta causalidad social y estructural en esta coincidencia histórica. En efecto, su PNB per cápita ha disminuido drásticamente en el periodo 1980-1995, debido a una profunda crisis agrícola ( resultado, en parte, de una agricultura excesivamente orientada a la producción para la exportación), así como a una crisis del incipiente sector industrial de los años ochenta. Además, sus exportaciones han perdido valor y han quedado prácticamente reducidas a materias primas y productos agrícolas -exceptuando ciertos minerales muy cotizados e incluso de alto valor geoes- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 119 tratégico-, algunas de ellas con un descenso continuo de los precios en el mercado internacional. Las duras políticas de ajuste impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no sólo no han conseguido invertir esta tendencia, sino que han empeorado las condiciones de vida de la población. Por otra parte, la inversión extranjera ha disminuido considerablemente y se ha dirigido a mercados con menor riesgo, con un entramado institucional más sólido, mejores infraestructuras y políticas económicas más estables. La corrupción generalizada y en especial la de los grupos que ocupan el poder ha agravado una situación ya de por sí crítica, que relata de forma muy vivida el periodista polaco Ryszard Kapuscinski (2000) en su reciente libro Ébano. Ésta es la causa principal del uso indebido de la ayuda internacional -incluso la de carácter humanitario- y de los créditos recibidos, así como de las fugas de capitales locales hacia cuentas bancarias en el extranjero. A este estado es al que Castells denomina estado predatorio o estado vampiro, esto es, un estado total mente patrimonializado por las elites políticas para su estricto beneficio personal, elites que mantienen un férreo control de todos los resortes del poder a través de unas eficaces redes de clientelismo. En definitiva, el África subsahariana se está alejando a pasos agigantados de la revolución de las tecnologías de la información, de la sociedad informacional y de la nueva economía. Se está dando el peor escenario posible: el de quedarse rezagada justamente ahora. El subdesarrollo tecnológico y la dependencia informacional ahondarán aún más el abismo existente hasta el presente entre estos países y los desarrollados. Por otra parte, la crisis del estadonación africano, pocas veces sólido y cohesionado, está comportando una reafirmación a menudo artificial y provocada de las identidades étnicas y territoriales, con el consiguiente aumento de tensión y violencia. Definitivamente, el tránsito de la dependencia a la irrelevancia sigue su curso. 2.2. E L LADO OSCURO DE LA GLOBALIZACIÓN La globalización tiene sin duda su lado oscuro, su dimensión perversa. El espacio de flujos y redes, la economía informacional, las nuevas tecnologías de la información están siendo bien utilizadas por los especuladores financieros sin escrúpulos, los comerciantes de armas, los contrabandistas al por mayor, los narcotraficantes, los terroristas, las mafias, ... en fin, por el crimen organizado, que se ha convertido -también él- en global. Estamos asistiendo en este inicio de siglo y de milenio a la configuración de organizaciones criminales transnacionales (o nacionales con conexiones internacionales) que operan en varios sectores a la vez y que se aprovechan de los procesos desreguladores puestos en marcha, de la creciente debilidad de algunos estados, de la presión migratoria hacia los países desarrollados, del colapso de la antigua Unión Soviética y del bloque comunista en general, de los paraísos fiscales y de las mayores facilidades concedidas a la circulación del capital a nivel mundial. Se trata de un fenómeno nuevo que representa incluso un desafío al derecho penal clásico, acostumbrado al manejo de unas categorías conceptuales ( autoría, complicidad, estado, inducción) que ya no son operativas en este contexto (Choclán, 2000). 120 GEOPOLÍTICA Estos grupos criminales organizados acumulan tanto poder que han llegado a hipotecar la acción de gobierno de algunos estados, como Tailandia, Bolivia, Colombia, México, Rusia o las ex repúblicas soviéticas. Incluso, un país como Japón se ha visto afectado por la implicación de la criminalidad en la economía; parece demostrado que parte de la responsabilidad en la crisis que afecta desde hace un lustro a la banca nipona se debe a la concesión de créditos condicionados por la mafia del país. Es imposible referirnos a todos estos casos, por lo que vamos a detenernos brevemente en dos de ellos, a título de ejemplo: Colombia y Rusia. El primer caso es interesante porque ilustra hasta qué punto el narcotráfico puede llegar a corroer los pilares fundamentales de un estado soberano; el segundo, porque muestra cómo el crimen organizado ha sacado partido de las dificultades de transición de una economía planificada y centralizada a una economía de mercado. En ambos casos nos enfrentamos de nuevo a tierras incógnitas, a espacios en blanco, a territorios fuera de control, regidos por una lógica interna no reconocida por el sistema, aunque en esta ocasión estén adheridos a él. A diferencia de las tierras incógnitas presentadas en el apartado anterior, éstas no son irrelevantes, sino todo lo contrario. Colombia es un país asolado por la violencia. Se calcula que, aproximadamente, cada año mueren más de 30.000 personas como consecuencia directa de la misma. El país está militarizado y armado hasta los dientes, siendo, en 1999, el tercer país del mundo, después de Israel y Egipto, en recibir ayuda militar de Estados Unidos, lo que se incrementará notablemente a raíz del reciente acuerdo de colaboración entre Washington y Bogotá para combatir el narcotráfico. La guerrilla está compuesta por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), con 17.000 efectivos (y una capacidad de movilización de 35.000 hombres), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), con 4.000, y el Ejército Popular de Liberación (EPL), con varios centenares. Desde hace ya medio siglo, la guerrilla lleva a cabo una guerra de intensidad variable contra la policía, el ejército y los paramilitares. Las FARC, dirigidas por Manuel Marulanda, alias Tiro fijo, son sin duda la guerrilla más importante y la única capaz de poner en jaque al estado. Los paramilitares, por su parte, están organizados en multitud de grupos, como las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) o las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Las AUC han experimentado un crecimiento exponencial: de 2.150 miembros en 1994 a 8.150 en el año 2000. Los grupos paramilitares están financiados por terratenientes, empresarios y narcotraficantes y su estrategia, basada en suplantar al estado en las tareas más sucias de la lucha insurgente, se dirige a expulsar a la guerrilla de los territorios que controla, esto es casi un 40 % del territorio nacional, si bien es cierto que se trata en buena parte de selvas y páramos, con poca población, pero con un alto valor estratégico si consideramos que aquí es donde se cultiva mayoritariamente la coca y la amapola, de la que sale la heroína. Según la organización estadounidense Human Rights Watch, las guerrillas son responsables del 17 % de las víctimas por violaciones de los derechos humanos (asesinatos y desapariciones), las fuerzas de seguridad del estado del 7 % y los paramilitares del 7 6 % , ocasionando las acciones de todos ellos centenares de GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 121 exiliados y más de un millón de desplazados internos, en general de campesinos atrapados entre dos fuegos (Santamarta, 1999). Las causas de esta violencia generalizada son múltiples y diversas y no es éste el lugar donde profundizar en ellas. Sí hay que señalar, sin embargo, dos hechos fundamentales, sin los cuales no puede entenderse tal grado de violencia: las desigualdades sociales y el narcotráfico. En efecto, Colombia es uno de los países con mayores desigualdades sociales del mundo: el 57 % de la población (23 millones de un total de 40) vive bajo el umbral de la pobreza y el 1,3 de los propietarios posee el 48 % de la tierra. La pobreza, el subempleo y el desempleo afectan a dos tercios de la población, lo cual puede darnos alguna pista para explicar también la extensión de la delincuencia común. En lo referente al narcotráfico y a su impacto en la economía nacional y en el nivel de violencia generalizado, son esclarecedoras las siguientes cifras (Santamarta, 1999): el 80 % de la cocaína y buena parte de la heroína que llegan a EE. UU. provienen de Colombia; todos los estudios sobre el tema coinciden en atribuir a Colombia un mínimo del 60 % del total de la producción de coca a nivel mundial, llegando algunos analistas a aumentar esta cifra hasta el 90 %; Colombia es, también, el cuarto productor mundial de heroína y el segundo de marihuana; el valor de las exportaciones colombianas de drogas ilegales llegó en 1998 a 16.000 millones de dólares, muy por encima de los 11.000 millones que representaron todas las exportaciones legales (carbón, petróleo, café, plátanos, ...); por último, hay que destacar que en 1998 los cultivos de coca en Colombia crecieron un 28 %, frente a una disminución del 26 % en Perú y del 17 % en Bolivia (a principios de los 80 el cultivo de coca representaba cerca del 8 % del PIB boliviano, pero la erradicación iniciada en 1997 piénsese que sólo en la zona de Chapare se ha pasado de las 38.000 hectáreas a las 2.300- ha sacado ya del mercado unos 500 millones de dólares vinculados al narcotráfico, que no han sido reemplazados, por cierto, por otro tipo de inversiones). Tanto los grupos paramilitares de extrema derecha como las FARC mantienen estrechos vínculos con el narcotráfico, empezando por el control -y protección- de los sembrados de coca y amapola y de las numerosas pistas de aterrizaje para avionetas improvisadas en medio de la selva, desde donde se transporta la mercancía. Las FARC han admitido públicamente que imponen un 30 % de gravamen a los beneficios de los campesinos y traficantes que operan en sus dominios, lo que equivale a unos 500 millones de dólares anuales. Esta cantidad sufraga el 60 % del presupuesto de guerra de las FARC, ligeramente inferior al 70 % del presupuesto sufragado por el mismo concepto en el caso de los paramilitares. En este sentido, es muy interesante la contradicción observada por Belén Boville Luca de Tena (2000): coexiste hoy en Colombia un sector del campesinado protegido por la guerrilla dedicado al cultivo de la coca con un sector terrateniente, apoyado por los paramilitares y de ideología conservadora, también especializado en el sector de la coca en base a grandes plantaciones comerciales. Los colombianos tienen una larga experiencia en el contrabando en general y en la producción y tráfico de drogas en particular. Ya a principios de los años 70 se exportaban desde La Guajira cantidades industriales de marihuana al mercado norteamericano, por lo que, establecidos los canales, no fue nada 122 GEOPOLÍTICA complicado pasar de la marihuana a la cocaína, mucho más rentable y fácil de transportar (Boville Luca de Tena, 2000). En regiones como Antioquia, con una fuerte recesión económica en la década de los 70, todo el mundo se volcó al desarrollo de un negocio que ofrecía beneficios astronómicos y en el que podían intervenir muchas personas: campesinos, transportistas, operadores, guardaespaldas, sicarios, abogados, contables, relaciones públicas. Hoy, algunas provincias del interior dependen casi en su totalidad, directa o indirectamente, de la hoja de coca, como la provincia del Putumayo, en la que las economías domésticas del 70 % de los 340.000 habitantes de la zona giran alrededor de este cultivo. Piénsese, además, en un dato indicativo: una hectárea de coca genera una renta de unos 2.500 dólares anuales, veinte veces más que la renta generada por cualquier otro cultivo legal. Ante ello, es fácil comprender que en un solo año, en 1999, se ampliara en 20.000 hectáreas la superficie cultivada de coca en Colombia. Mientras al campesino no se le ofrezcan cultivos alternativos (y mercados para la salida de dichos cultivos) con una rentabilidad parecida, de poco servirán las fumigaciones incontroladas, a parte de producir verdaderos desastres ecológicos y destruir, también, los cultivos legales. No hay que olvidar, por otra parte, que la producción colombiana responde a una fuerte demanda exterior, localizada en el Primer Mundo. En efecto, los principales consumidores y los mercados más rentables se hallan en los países ricos, en concreto en los Estados Unidos y en Europa. Ahora bien, si hasta hace muy poco Norteamérica superaba de largo al Viejo Continente en consumo y beneficios, en los últimos dos años la tendencia se está invirtiendo. Se creía a principios de 1999 que entraban en Europa, procedentes de Colombia, entre 30 y 50 toneladas de cocaína al año, pero una revisión de estos datos realizada un año más tarde, a raíz de los alijos capturados y de una información más precisa sobre el nivel de consumo, ha dado como resultado una cifra cuatro veces mayor: entre 120 y 200 toneladas. Se calcula que el volumen de cocaína que entra en Estados Unidos es de entre 170 y 300 toneladas, aún superior, por tanto, a la que entra en Europa. Sin embargo, no sucede lo mismo en relación con los beneficios. El consumo ha descendido de forma notable en aquel país (de más de 5 millones en 1985 a los cerca de 2 millones en la actualidad) y ello ha estabilizado los precios, mientras que en Europa ha sucedido exactamente lo contrario. El precio medio de un kilo de cocaína pura en los Estados Unidos es hoy de 25.000 dólares, mientras que en Europa llega ya a los 45.000 dólares. Al disminuir el consumo norteamericano y al aumentar, paralelamente, la producción de cocaína en Colombia, como hemos visto más arriba, Europa se convierte en un mercado extraordinariamente apetecible. Por España entra el 57 % de la cocaína que llega a Europa, lo que quizá ayude a explicar que nuestro país sea el primero en número de consumidores ( 562.000), por delante de Alemania (508.000), Italia (301.000) y el Reino Unido (249.000) (Carlin, 2000). En su conjunto, el negocio de las drogas mueve cada año, en España, casi 1,3 billones de pesetas, siendo el hachís la droga más rentable, pues se compra a 45.000 pesetas el kilo en la costa rifeña marroquí y se vende a 2 millones de pesetas en las calles españolas. En definitiva, al hallarse la producción y el consumo en distintos puntos del planeta, la internacionalización de esta práctica delictiva se convierte en GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 123 inevitable. De ahí, también, la extrema facilidad con que el narcotráfico se ha adaptado a la globalización y al uso de las nuevas tecnologías de la información, así como a aquellos circuitos financieros internacionales y mercados de valores poco interesados por el origen del capital, por no decir especializados en el blanqueo del dinero sucio (Panamá, Costa Rica, Islas del Gran Caimán, Bermudas, Antillas Holandesas, Florida y, en general, toda la cuenca del Caribe, además de otras muchas bancas off-shore y paraísos fiscales repartidos por todo el mundo -Europa incluida-, exentas de cualquier tipo de control y regulación legal). Por otra parte, a través de las redes criminales organizadas por el narcotráfico circulan también otras mercancías (armas, mujeres para la prostitución, emigrantes ilegales) que, a nivel regional y en algunos momentos de fuerte demanda, pueden llegar a ser tanto o más rentables que el propio tráfico de drogas. Así, por ejemplo, las mafias que controlan la inmigración ilegal a través del Estrecho de Gibraltar hicieron su agosto en el primer semestre de 2000, a raíz del efecto llamada que produjo en Marruecos la entrada en vigor de la nueva Ley de Extranjería. Ante la avalancha producida, las tarifas cobradas por los traficantes se dispararon y convirtieron esta práctica delictiva en un excelente negocio. También es verdad, por otro lado, que el narcotráfico se ha aprovechado a menudo de redes y canales ya establecidos, mejorándolos y sofisticándolos. Éste es el caso de las redes de contrabando de tabaco de Galicia y su uso actual por parte de los traficantes internacionales de droga, en especial de los colombianos. Éstos han establecido alianzas estratégicas con las mafias gallegas, a través de las cuales distribuyen la cocaína por España y el resto de Europa. El narcotráfico se ha adueñado de Colombia y, con él, el estado de derecho ha entrado en cuarentena. La debilidad intrínseca del estado colombiano ha favorecido la consolidación del crimen organizado vinculado al narcotráfico, quien, a su vez, ha contribuido a debilitarlo aún más. Los extraordinarios beneficios generados por esta práctica delictiva, junto a la violencia que conlleva, están erosionando los pilares fundamentales de todo estado soberano a través del soborno, de la corrupción y del asesinato de líderes políticos, jueces y periodistas. A una guerra civil que empezó hace medio siglo entre el ejército, la guerrilla y los grupos paramilitares, se ha añadido en los últimos años un nuevo elemento, capaz de impregnar y de condicionar al resto de los actores hasta ahora en pugna. La soberanía estatal, ya mermada en todo el mundo por efecto de los procesos de globalización, se ve aún más desgastada en aquellos estados, como el colombiano, donde el crimen, con una clara base local, se ha organizado a escala global, ignorando supinamente todo tipo de regulación jurídica y sorteando con facilidad, gracias a su enorme flexibilidad, las rígidas estructuras estatales. Un caso muy distinto al de Colombia es el de Rusia, a pesar de que la situación general sea similar e igualmente preocupante: estado de derecho amenazado, desconfianza de la población hacia los poderes establecidos, corrupción generalizada, violencia, empobrecimiento y consolidación del crimen organizado. Lo más resaltable del caso ruso es el provecho que ha sacado el crimen de las enormes dificultades de transición de una economía planificada y centralizada a una economía de mercado. Esta caótica transición creó las condiciones óptimas para que las redes del crimen organizado penetraran 124 GEOPOLÍTICA en las estructuras básicas del estado y de la economía, y no sólo de Rusia, sino de todas las ex repúblicas soviéticas, a las que Robert D. Kaplan (1996) denomina estados-bazar, por el hecho de estar generalmente controlados por mafias locales de carácter étnico muy marcado. Las actividades criminales a gran escala proliferaron en medio del caos y de la confusión, sobre todo después de la llegada al poder de Boris Yeltsin en 1991, quien se mostró incapaz de controlarlas o, cuando menos, de reducirlas. La fuga de divisas, la evasión fiscal, el narcotráfico, el tráfico ilegal de los más diversos productos (tabaco, armas, material nuclear, petróleo, bienes manufacturados procedentes de Occidente) o las redes de prostitución, entre muchas otras actividades criminales, florecieron como nunca y conectaron los centenares de grupos mafiosos locales con las organizaciones internacionales. Es especialmente alarmante y sintomática la desaparición durante los años noventa de al menos 400 toneladas de uranio enriquecido, suficientes para equipar 16.000 cabezas nucleares (Dear, 2000). Manuel Castells (1998), por su parte, estima que a mediados de los años noventa casi todas las pequeñas empresas pagaban un tributo a los grupos criminales y lo mismo hacían entre el 70 y el 80 % de los bancos y de las grandes empresas, tributo que representaba entre el 10 y el 20 % de los ingresos de las mismas. Parece ser que la economía sumergida, incluyendo también en ella a la criminal, llega hasta el 40 % del conjunto de la economía rusa. Definitivamente, el acceso privado a la propiedad estatal y la liberalización de la economía se llevaron de la peor manera posible, sin el adecuado control político, social e institucional. El cataclismo económico y el caos generalizado que tanto han beneficiado a los grupos criminales, han empeorado dramáticamente las condiciones de vida de la inmensa mayoría de ciudadanos rusos. Según Frédéric F. Clairmont (1999), 79 millones de rusos (el 53 % de la población) viven por debajo del umbral de la pobreza y el 2 % de la población acapara el 57 % de la riqueza nacional, cifras no muy alejadas, por cierto, de las que comentábamos para el caso colombiano. La deuda externa ha alcanzado el nivel récord de 180.000 millones de dólares y la deuda interna los 161.000 millones. Los salarios atrasados se elevaban al 11 % del PIB en enero de 1997 y al 27 % en septiembre de 1998, lo que explica en buena parte el éxodo de científicos y de excelentes profesionales hacia los países occidentales. La tasa de mortalidad infantil se ha disparado y la esperanza de vida masculina ha caído a niveles parecidos a los de algunos países del Tercer Mundo, debido al alcoholismo, al tabaquismo, al estado de estrés psicosocial que afecta a gran parte de la población, al deterioro de la dieta y, en general, a la crisis y degradación de la seguridad social y de las estructuras sanitarias. Colombia y Rusia son un claro exponente del crimen organizado y globalizado, pero desgraciadamente éste afecta también a muchos otros países y se refiere a muchos otros ámbitos apenas citados hasta el momento. Sin ir más lejos -y de acuerdo con Choclán (2000)-, en España operan unas 200 organizaciones criminales, con más de 4.000 miembros. Y en lo referente a otros ámbitos de actuación no analizados, ahí está el tráfico de armas hacia países que en un momento determinado han sido objeto de un embargo internacional decretado por las Naciones Unidas, como Irak o Serbia, o hacia grupos guerrilleros o bandas aunadas. 0 la industria de la prostitución a nivel mun- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 125 dial, con el correspondiente tráfico de mujeres y niños y con una especial vinculación con los flujos internacionales del turismo, en especial el que se dirige al sudeste asiático. O el tráfico de órganos de los países pobres (Brasil, Honduras, Perú) a los países ricos y, asimismo, el de la adopción por cauces ilegales o paralegales, siempre controlados por las correspondientes mafias locales. Otro campo de actuación del crimen organizado que genera unos beneficios extraordinarios es el del contrabando de inmigrantes ilegales, dispuestos a pagar lo que sea con tal de alejarse de unas condiciones económicas o políticas extremadamente difíciles, para instalarse en el Primer Mundo, en especial en Norteamérica, Europa, Japón y Australia. De ello vamos a hablar a continuación. 2.3. E M I G R A N T E S Y R E F U G I A D O S Los movimientos de población forzados por razones de diversa índole no son nuevos en la historia de la humanidad. No hay más que mirar hacia atrás y recordar el comercio de esclavos de África hacia América o las migraciones masivas de europeos depauperados hacia el Nuevo Mundo, por no citar las deportaciones de etnias enteras practicadas por Stalin dentro de la Unión Soviética. En el Occidente rico, tranquilo y sosegado de los años cincuenta, sesenta y buena parte de los setenta, en plena época de crecimiento económico y de implantación del estado de bienestar, no se divisaba, de ninguna manera, un horizonte parecido al vivido décadas y siglos atrás. Y, sin embargo, ocurrió lo inesperado: en los últimos años del siglo xx se han batido todos los récords en lo que se refiere a movimientos de población forzados, y todo ello en plena eclosión de la nueva economía y de la sociedad informacional. Por una parte, las migraciones Sur-Norte por razones económicas se han intensificado de manera espectacular y nunca vista hasta el presente, tanto en Norteamérica como en Europa. En ésta, son notorias las migraciones por motivos económicos desde el antiguo glacis soviético hacia los países comunitarios. Por otra parte, la inestabilidad en el Tercer Mundo y los conflictos bélicos surgidos a raíz de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética han llenado campos y carreteras de miles de refugiados, transportándonos a dramáticas situaciones que creíamos superadas. A estos dos nuevos movimientos forzados de población vamos a referirnos en los párrafos que siguen. Sería oportuno recordar, en este punto, cómo Saskia Sassen (1996) plantea el tema de las migraciones en un mundo globalizado. En esencia, y desde una perspectiva geopolítica muy sugerente, Sassen considera que, si bien es cierto que la globalización económica desnacionaliza las economías nacionales, también lo es que la inmigración, como otros fenómenos, está renacionalizando la política. El consenso es cada vez mayor en la comunidad internacional a la hora de eliminar barreras a los flujos de capital, información y servicios, pero, cuando se trata de inmigrantes -y de refugiados-, el Estado-nación reclama de nuevo su soberano derecho a controlar sus fronteras. El ejercicio de su soberanía en este terreno se ve limitado, sin embargo, por la acción de diversos actores sociales que juegan un papel cada vez más relevante en este y otros temas, como el sector agroindustrial (que precisa de mano de 126 GEOPOLÍTICA obra barata), las organizaciones humanitarias, los sindicatos o los grupos de presión étnicos. El tema de la inmigración plantea abiertamente la tensión entre la protección de los derechos humanos universalmente reconocidos y la soberanía estatal. Al cuantificar las migraciones internacionales, hay que ser muy cauto. No sólo la terminología y las categorías estadísticas varían de un país a otro, sino que nunca podrá saberse con certeza cuántos inmigrantes llegan a un país determinado de forma ilegal. Además, estamos ante un fenómeno que varía día tras día, mes tras mes, año tras año, dependiendo de múltiples y diversas circunstancias. Así pues, las cifras serán siempre aproximadas, nunca exactas. Se calcula que la población migrante en el mundo, esto es la migración internacional, ronda los 130 millones de personas, incluyendo a los refugiados, que no superarían el 15 % de esta cifra. Excluyendo a estos últimos, que se ven forzados a emigrar por otras razones, la mayoría de las migraciones responden a motivaciones económicas, en el sentido más amplio de la expresión. A lo largo de la primera mitad del siglo xx, los europeos tuvieron una presencia hegemónica en el campo de las migraciones internaciones, en especial las transoceánicas, sin olvidar la importante emigración asiática, sobre todo china, hacia el continente americano. Su contribución al poblamiento de los países nuevos de la zona templada de los dos hemisferios fue muy importante. Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, África del Sur, Australia y Nueva Zelanda deben su excepcional crecimiento demográfico de principios de siglo a esta inmigración. En tan sólo 14 años, de 1900 a 1914, 14 millones de europeos partieron hacia el Nuevo Mundo y en poco más de un siglo, de 1820 a 1945, 52 millones de personas emigraron del Reino Unido, Irlanda, Alemania, los países escandinavos, Italia, España, Polonia y Rusia, rumbo al otro lado del océano (Simon, 1995). A partir de la Segunda Guerra Mundial, el descenso progresivo de las tasas de fecundidad europeas, el aumento del nivel de vida y la estabilidad política y social redujeron drásticamente esta migración hasta hacerla casi insignificante. Fue entonces cuando entraron en escena en este terreno los países en vías de desarrollo, que accedían en su mayoría a la independencia a partir de 1945. El Tercer Mundo, que aparece como entidad geopolítica diferenciada en estos precisos momentos, concentrará todos los ingredientes imprescindibles para convertirse en la gran reserva de mano de obra barata del mundo entero: altísimas tasas de crecimiento demográfico, inestabilidad política, conflictividad social, pobreza y dependencia económica y diplomática. Todo ello explica que hoy día las tres cuartas partes de los migrantes internacionales (unos 95 millones de personas) sean originarios del Sur y, dentro de él, más de unas zonas que de otras, como veremos a continuación. Uno de los más activos polos mundiales de emigración se localiza en América Central y la cuenca del Caribe, con cerca de 16 millones de emigrantes, que se han dirigido prioritariamente a los Estados Unidos, Canadá y las antiguas metrópolis europeas (Simon, 1995). Por su propio peso demográfico, México aporta la mayor parte de estos migrantes. En el censo de población estadounidense de 1990, se contabilizaban casi 5 millones de mexicanos naci- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 127 dos en México, a los que había que añadir, como mínimo, otros 2 millones de clandestinos. La entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, así como la crisis financiera provocada por la caída en picado del peso mexicano, no han ayudado en nada a reducir los flujos migratorios hacia el norte. La presión migratoria en la frontera estadounidense no ha dejado de crecer y lo ha hecho al mismo ritmo que lo han hecho los dramas personales vinculados al cruce ilegal de la frontera: muchos son los jóvenes -denominados coloquialmente espaldas mojadas- que pierden la vida al intentar sortear una de las líneas fronterizas más vigiladas del mundo. Si consiguen superar este difícil obstáculo, lo que les espera al otro lado de la frontera, mientras sigan indocumentados y su situación no se regularice, son salarios miserables y a destajo. Más allá de la inmigración mexicana, lo cierto es que el porcentaje de población hispana en su globalidad se ha incrementado en los Estados Unidos de una manera espectacular en los últimos años. Se calcula que para el 2004 este grupo se habrá convertido ya en la primera minoría del país. Hoy ya sqn 35 millones los ciudadanos de origen hispano (en 1990 eran poco más de 22 millones), igualando por primera vez a la población afroamericana. Si tenemos en cuenta que un tercio de estos 35 millones son menores de 18 años, es más que probable que en menos de cincuenta años lleguen a los 96 millones, es decir incrementarán su número en un 200 %. Los hispanos se están convirtiendo en una importante minoría que tiene ya un peso considerable en los ámbitos político, económico y social. De ahí la proliferación de revistas, periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión en español. Y de ahí, también, las concesiones al español, en las campañas electorales, tanto del Partido Republicano como del Partido Demócrata. No parece, en efecto, que las políticas lingüísticas restrictivas a favor del inglés, al estilo de la del English Only, tengan mucho futuro. Sin duda alguna, el aumento del crecimiento demográfico en los Estados Unidos en los últimos diez años (el censo de 1990 contabilizaba un total de 248.790.925 millones de habitantes; el de 2000, un total de 281.421.906) no se explica sin considerar el fenómeno migratorio, en especial -insistimos- el de procedencia hispana. A pesar de la hegemonía indiscutible de México (que representa el 61,6 % del total de la población de origen hispano), no hay que olvidar el aporte continuo de migrantes de Puerto Rico, Cuba, Haití y Jamaica, así como del resto de países de América Central, en especial Guatemala, El Salvador y Nicaragua. El 37 % de esta población de origen hispano se concentra en tres ciudades: Los Ángeles, Nueva York y Miami. Si a ellas se añaden San Francisco, San José y Chicago, este porcentaje llega al 45 %. Otro de los polos de emigración más relevantes por su extraordinario dinamismo viene representado por el grupo de países del Magreb y del Próximo Oriente, con unos 15 a 20 millones de emigrantes. En cifras absolutas, los principales países de la zona de los que parten los emigrantes son Turquía y Egipto (con unos 3 millones de emigrantes cada uno), Marruecos (un millón y medio), Líbano (cerca de un millón), Argelia y Jordania (ambos con 800.000 emigrantes), Siria (con medio millón) y Túnez (unos 400.000). El destino al que se dirigen estos emigrantes es fundamentalmente Europa y los países árabes ricos en petróleo (Libia, Arabia Saudí, los Emiratos del Golfo). GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 129 A España acuden sobre todo emigrantes marroquíes. Si nos ceñimos a los datos oficiales hechos públicos por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, los permisos de trabajo concedidos a extranjeros a 31 de diciembre de 1998 ascendían a 197.074. De éstos, 76.870 correspondían a trabajadores de nacionalidad marroquí, lo que representaba el 39 % del total. El resto se repartía, por orden de importancia, entre las siguientes nacionalidades: peruana, dominicana, china, filipina, ecuatoriana, argentina, senegalesa, colombiana, argelina, polaca y gambiana. Sin duda, la cercanía de la costa española a Marruecos, así como la estratégica situación de Ceuta y Melilla en la costa africana, han hecho de este país una verdadera pista de despegue no sólo para los emigrantes marroquíes, sino para buena parte de los emigrantes africanos que desean instalarse en España o en cualquier otro país europeo. De ello se han aprovechado las mafias locales e internacionales, que han convertido el transporte ilegal de emigrantes por el Estrecho de Gibraltar en uno de los negocios más rentables del crimen organizado, sirviéndose para ello de las funestas pateras. Extremo Oriente y el sudeste asiático presentan en cifras absolutas el número más alto de emigrantes a nivel mundial (cerca de 40 millones), pero no en cifras relativas en relación con su población, puesto que no hay que olvidar que casi la mitad de la población mundial se concentra en este rincón del planeta. Sea como fuere, lo cierto es que la población de origen hindú y paquistaní en el Reino Unido es considerable, como también lo es la de origen chino repartida por todo el mundo y evaluada en su conjunto en unos 25 millones de personas (Simon, 1995). Por otra parte, los movimientos migratorios entre los propios países de la zona son mucho más significativos que en otras áreas, aunque es imposible conocer su verdadera magnitud. Los países del África occidental representan otro foco de emigración importante. Entre ellos hay que destacar a Burkina Faso (un millón de emigrantes), Senegal (400.000), Mali (400.000), Ghana y Nigeria. Por otra parte, en la República Sudafricana trabajan más de un millón de personas que provienen de Zimbabue, Botsuana y Mozambique. Finalmente, la emigración por razones económicas se ha disparado en estos últimos años en países tradicionalmente receptores de inmigrantes, como Argentina y Uruguay. Ha sido también el empeoramiento general de la situación económica lo que ha motivado la notable emigración de trabajadores muy cualificados de Europa Oriental y la antigua Unión Soviética hacia la Unión Europea y América del Norte. Desde principios de la década de 1950 hasta los primeros años de la de 1970, la mayoría de los países industrializados del hemisferio occidental incentivaron la inmigración, al precisar de mano de obra. Sin embargo, a raíz de la crisis económica de principios de los setenta, que conlleva un aumento espectacular del desempleo, así como una progresiva automatización de los procesos productivos, las políticas inmigratorias de los países occidentales se harán más restrictivas y selectivas. Ahora bien, el crecimiento económico experimentado en los países ricos a lo largo de los noventa, junto con la constatación de que algunos elementos básicos del estado de bienestar (como el régimen de pensiones) podrían verse cuestionados a medio plazo como resultado de una pirámide de edades casi invertida, están convirtiendo la inmigración -y en concreto el grado de restricción de los procesos de regularización- en 130 GEOPOLÍTICA un tema político de primer orden, sin duda polémico y con resultados aún inciertos. En esta misma línea, y por sorprendente que parezca, la nueva economía está apostando decididamente por una inmigración de elite: la inmigración de trabajadores cualificados y ya formados en un campo -el de las tecnologías de la información- en el que hay un serio déficit de titulados en los países ricos. La India envía cada año a Estados Unidos a 15.000 de sus 50.000 licenciados en informática y, de hecho, en el Silicon Valley de California, muchos fundadores de empresas informáticas son inmigrantes procedentes de la India, Pakistán o Hong Kong, quienes, a su vez, contratan en sus empresas a nuevos inmigrantes procedentes de Asia o de América Latina (Kaplan, 1999). Según este autor, ello explica el universo multicultural y multirracial del condado de Orange, donde se halla Silicon Valley. De los 2,6 millones de habitantes de la zona, casi el 25 % son latinos (2,5 veces la media nacional) y el 11 son de origen asiático (el triple de la media nacional). Hay otro tipo de emigración, de carácter radicalmente distinto al analizado hasta ahora y que, sin embargo, no puede dejar de mencionarse por su especificidad e incidencia en determinados espacios. Nos referimos concretamente a los crecientes flujos de población jubilada procedente de los países del norte de Europa con destino a las costas mediterráneas. Dichos flujos, que no son ajenos al proceso de unificación europea, generan singulares interacciones con las poblaciones y espacios de acogida, vinculadas a aspectos culturales, sociales, políticos y económicos para nada desdeñables. Tal vez, uno de los ejemplos más emblemático y cercano sea el de las Islas Baleares, concretamente Mallorca, donde la población de origen alemán tiene una presencia muy destacada, alterando de una manera muy significativa la estructura de la propiedad inmobiliaria, entre otras disfunciones. En cualquier caso, en lo que sí coinciden analistas y especialistas en el fenómeno inmigratorio, es en el hecho palpable de que la inmigración seguirá en aumento, y no sólo la legal, sino también la ilegal. Las condiciones para el desarrollo de esta última están ahí: fortísima presión inmigratoria procedente de un Tercer Mundo que no acaba de salir a flote, demanda en los países ricos de mano de obra barata dispuesta a desempeñar determinadas tareas que la población autóctona se niega a cubrir y, finalmente, promulgación de leyes de extranjería más bien restrictivas. Hay que reconocer que no siempre es fácil -ni oportuno- distinguir al emigrante por razones económicas del refugiado. Desde un punto de vista conceptual, quizá fuera mejor analizar ambos movimientos forzados de población en el marco más amplio de las migraciones. Sin embargo, por razones prácticas y de claridad expositiva, en este ensayo hemos optado por tratarlos de forma diferenciada. Nos ajustamos, pues, a la definición de la figura del refugiado promulgada por las Naciones Unidas en 1951 y ampliada posteriormente por el Protocolo de Nueva York de 1967. Según ésta, el refugiado es una persona que se ve forzada a huir de su propio país al sentirse objetivamente amenazada por cuestiones de raza, religión y nacionalidad o simplemente por pertenecer a un determinado grupo social o expresar una determinada opinión política. Pues bien, asistimos en el cambio de siglo a un incremento notable del número de refugiados en el mundo, algo difícil de preveer hace pocas décadas. La desintegración de Yugoslavia, las tensiones étnicas en los estados GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 131 surgidos en lo que fue la Unión Soviética, los secesionismos en la actual Federación Rusa (caso de Chechenia), los terribles conflictos de Afganistán, Ruanda, Burundi, Somalia, Liberia, Angola o Mozambique, entre otros, han originado miles, millones de refugiados. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ( ACNUR) se ha visto superado por las circunstancias. Siguiendo estrictamente la definición oficial apuntada más arriba, el ACNUR estimaba que a principios de la década de 1990 existían en el mundo entre 17 y 20 millones de refugiados, es decir entre un 10 y un 15 % de la población migrante mundial. Estas cifras son, en realidad, mucho más altas, puesto que, como sucede también en las estadísticas referidas a los inmigrantes, son muchos los refugiados no inscritos en los registros oficiales. Hay que señalar, por otra parte, que, más allá de la dimensión cuantitativa del fenómeno, éste ha adquirido en las últimas décadas una significación política muy notoria. Así, Hammar (1985) ha descrito la década de 1960 como la década de las migraciones por razones económicas, la de 1970 como la década de la reunificación familiar de los migrantes anteriores y la década de 1980 como la del asilo. Nosotros añadiríamos a esta última la de 1990. En efecto, los virulentos e inesperados conflictos de los últimos veinte años del siglo xx han acrecentado notablemente no sólo el número de refugiados, sino también la percepción y la conciencia de los gobiernos y de las poblaciones occidentales (es decir, de los países receptores ricos) ante semejante catástrofe humanitaria. El ACNUR considera que más de 6 millones de africanos abandonaron su país en el período 1980-1990. Dicho de otra forma: a nivel mundial, uno de cada tres refugiados es africano. Más de un millón de somalíes y de mozambiqueños, así como 800.000 etíopes y 800.000 sudaneses se convirtieron en refugiados en aquel período. En Angola, el balance de una larga guerra civil no podía ser más catastrófico: 300.000 muertos, 600.000 personas desplazadas en el interior del país y 500.000 refugiados repartidos en los estados de la región, básicamente en la República Democrática del Congo y en Zambia. En 1994, en Ruanda y Burundi, más de un millón y medio de personas fueron expulsadas de sus hogares. Hacia 1994, cerca de 2 millones de ruandeses (más de una cuarta parte de la población total) se habían instalado provisionalmente en los países vecinos: 500.000 en Uganda, 500.000 en Burundi y otros tantos en los campos de refugiados zaireños de Goma y Bukavu. Un éxodo parecido se vivió un año antes en Burundi, provocando 375.000 refugiados en Ruanda, 245.000 en Tanzania y 60.000 en Zaire. Y en el ojo del huracán, uno de los genocidios más horrendos de la historia reciente: la masacre de cerca de un millón de personas (tutsis en su mayoría). A pesar de que no sólo en África no se respetan los derechos humanos, quizá sea en este continente donde más atropellos se cometen. En el Magreb y el Próximo Oriente los conflictos son más localizados, pero no por ello las cifras de refugiados descienden ni los dramas humanos originados por los desplazamientos forzosos son menores. Dos conflictos siguen enquistados desde hace años: el de Palestina y el del Sáhara Occidental. El conflicto árabe-israelí, las guerras del Líbano y la permanente ocupación de los territorios palestinos por parte del Estado de Israel han provocado miles de refugiados y de desplazados. Según la ACNUR y con datos de diciembre GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 133 de 1998, los refugiados palestinos llegarían a los 3.417.688, repartidos de la siguiente manera: 359.005 en Líbano, 356.739 en Siria, 1.413.252 en Jordania, 746.050 en la franja de Gaza y 542.642 en Cisjordania. Casi un tercio de los mismos vive en campamentos. El otro conflicto cuyo desenlace parece cada vez más incierto es el que se vive en el Sáhara Occidental, antiguo territorio español hoy ocupado por Marruecos. Unos 165.000 refugiados saharauis siguen viviendo en el sur de Argelia y reclamando a las Naciones Unidas su derecho de autodeterminación desde que en 1975 España abandonara esta posesión. En Oriente Medio se estiman entre 500.000 y 2.000.000 el número de kurdos desplazados en Turquía y en cerca de 750.000 el número de kurdos iraquíes refugiados en Irán a raíz de las trágicas consecuencias de la Guerra del Golfo de 1991. Por su parte, los chiítas del sur de Irak refugiados en Irán después de la guerra se acercaban al millón. Un poco más hacia el este, ya en Asia Central, el interminable conflicto de Afganistán tiene el lamentable mérito de haber originado el mayor éxodo de población del mundo desde 1980: 7 millones de personas, 3 de ellas instaladas en Pakistán y 4 en Irán. La guerra contra la invasión soviética terminó en 1989, pero el país sigue inmerso en una guerra civil que no parece tener fin. Actualmente, los 2 millones de refugiados afganos se reparten entre Irán (1.411.800), Pakistán (1.200.000) y, en menor medida, la India y el Turkmenistán. Las tensiones nacionalistas y étnicas han resurgido en la antigua Yugoslavia después de la caída del Muro de Berlín, originando millares de víctimas y de refugiados. La guerra de Bosnia provocó un éxodo sorprendente en una Europa que vivía sin apenas conflictos bélicos desde hacía casi cincuenta años. Cerca de 3 millones de personas (bosnios en un 70 %) abandonaron sus hogares en pocos meses, refugiándose 700.000 de ellas en el exterior de la exYugoslavia (300.000 en Alemania, 89.000 en Suiza, 73.000 en Austria, 46.000 en Hungría, 62.000 en Suecia, etc., etc.). Unos años más tarde, la situación se repitió en Kosovo, aunque en esta ocasión se instalaron campos de refugiados en las fronteras limítrofes y el conflicto se zanjó con más rapidez, volviendo la mayoría de ellos a sus hogares, que encontraron destrozados y saqueados por las fuerzas serbias durante su retirada. En la antigua Unión Soviética la generación de refugiados no ha cesado desde que ésta se desintegrara como tal, a principios de los noventa. No hay estadísticas fiables sobre su número, pero es muy probable que hubiera que duplicar o triplicar el millón de personas reconocido oficialmente por las autoridades de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para mediados de la década pasada. De hecho, hoy sabemos que las guerras en las repúblicas del Cáucaso han originado alrededor de 2 millones de refugiados y personas desplazadas, entre ellos 854.000 azerbaiyanos, 291.000 armenios y 273.000 georgianos. A estos dos millones habría que añadir los miles de rusos que cada año vuelven a la Federación, abandonando las nuevas repúblicas independientes al sentirse marginados por razones étnicas o lingüísticas. Se calcula que la población rusa fuera de la Federación ronda los 25 millones y la rusófona no rusa, 11 millones. Moscú es una de las ciudades a las que llegan más refugiados de este tipo. Todos los refugiados a los que hemos hecho mención hasta ahora son de carácter político, ideológico, étnico y religioso. Sin embargo, se insiste mucho 134 GEOPOLÍTICA últimamente en la necesidad de considerar también como refugiados o desplazados a aquellos que se ven obligados a huir de su país o de su región por razones ambientales, a pesar de que hay quien considera que este adjetivo es demasiado ambiguo y oculta, de hecho, las verdaderas causas del desplazamiento, que pueden ser ambientales en la forma, pero políticas o económicas en el fondo (McGregor, 1993). Sea como fuere, lo cierto es que el término se utiliza para describir a las personas que se ven obligadas a trasladarse como resultado de la degradación ambiental de su hábitat tradicional o por desastres naturales o provocados por la actividad humana. La relación entre los refugiados y el medio ambiente se puede contemplar desde dos ángulos. Por una parte, desde la perspectiva de las consecuencias ambientales de los movimientos en masa de refugiados; por otra, desde la consideración de la existencia de los propiamente denominados refugiados ambientales. En este último caso, suelen considerarse tres tipos de refugiados ambientales. En primer lugar, los desplazados temporalmente como resultado de cambios ambientales repentinos que son reversibles ( accidentes industriales, desastres naturales puntuales). En segundo lugar, las personas permanentemente desplazadas debido a cambios ambientales casi irreversibles, como los provocados por la desertización, el aumento del nivel del mar o la construcción de un pantano. Finalmente, un tercer tipo incluye a aquellos que abandonan su hogar como resultado de una pérdida de su calidad de vida provocada por la degradación de su entorno (contaminación atmosférica, salinización del suelo, deforestación). En relación con las consecuencias ambientales de los movimientos en masa de refugiados, hay que señalar que, ciertamente, una presión demográfica excesiva sobre los recursos locales donde se asientan los refugiados puede conllevar serios procesos de degradación ambiental. Este fenómeno se da especialmente en el Tercer Mundo: en Malawi, por ejemplo, en un país con limitados recursos de madera, carne y pescado para la población autóctona, una de cada diez personas es ahora un refugiado procedente de otro país vecino. Sean de uno o de otro tipo, lo cierto es que el grueso de los refugiados se instala en los países vecinos. Sólo una minoría consigue trasladarse a otro lejano punto del planeta. Puesto que la mayoría de refugiados se originan en el Tercer Mundo, también será éste quien acoja a buena parte de los mismos. Como América del Norte, Europa Occidental sigue siendo una meta codiciada por muchos refugiados, a pesar de que pocos llegan a instalarse definitivamente, si exceptuamos el reciente éxodo balcánico, en el que Europa ha adquirido un cierto protagonismo. Desde 1945 hasta hoy se pueden distinguir, de acuerdo con su origen y generalizando mucho, tres grandes categorías de refugiados en Europa. En primer lugar, justo después de la Segunda Guerra Mundial, los procedentes de la antigua Unión Soviética y de Europa Oriental, muy numerosos en Austria y Alemania; en segundo lugar, refugiados políticos procedentes de otras partes del mundo, a raíz de los conflictos armados de los sesenta en el próximo oriente y el sudeste asiático (caso de Vietnam y países limítrofes) y de los sanguinarios golpes de estado de los setenta en África y América Central y del Sur (Uruguay, Chile y Argentina, entre otros). Finalmente, los refugiados originados por el inesperado conflicto en los Balcanes y en algunas antiguas repúblicas soviéticas. GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 135 A la joven España democrática llegaron, sobre todo, refugiados políticos de los países americanos de habla hispana y, más recientemente, algunos miles de refugiados procedentes de los Balcanes. Una vez normalizada la situación en su país de origen, muchos de ellos han iniciado su retorno. Casi al mismo tiempo de la llegada de aquellos refugiados latinoamericanos, España dejaba de ser un país de emigrantes, para empezar a recibir inmigración, procedente en su mayor parte del Magreb, del África Subsahariana, de América Latina y de la antigua Europa Oriental. Veinticinco años más tarde, el porcentaje de población inmigrante sigue creciendo, estando aún muy por debajo de la media europea. Más tarde o más temprano, éste será un país multiétnico y multicultural y la población autóctona debe prepararse para ello, a través fundamentalmente de una adecuada formación escolar. Ésta es la única foi uta de evitar que se repitan lamentables incidentes de carácter racista, como los sucedidos no hace mucho en el barrio de Can Anglada de Terrassa (Barcelona) o en El Ejido (Almería). 2.4. EL CUARTO MUNDO Las tierras incógnitas a las que estamos haciendo referencia en este capítulo no se hallan tan sólo en el Tercer Mundo, sino también en los países desarrollados. En efecto, en este tablero de ajedrez al que cada vez se parece más la geopolítica mundial, encontramos también bolsas de pobreza, de miseria y de marginación en los países ricos, a las que denominamos habitualmente Cuarto Mundo. El Cuarto Mundo se localiza fundamentalmente en la ciudad, en las grandes áreas metropolitanas del mundo occidental. Ello no quiere decir que no se halle también en las zonas rurales, pero en términos cuantitativos su peso es muy inferior, casi irrelevante en comparación con lo que sucede en el ámbito urbano, el espacio en el que se concentran con toda su intensidad las denomi nadas nuevas formas de pobreza. Estas nuevas formas de pobreza aparecen como resultado de la aplicación implacable de políticas económicas neoliberales, en el marco de un proceso más general de desregulación y adelgazamiento del estado del bienestar. Entran en ella los sectores sociales excluidos del mercado de trabajo, los parados de larga duración, los trabajadores poco cualificados y aquellos afectados por la precarización laboral y los bajos salarios, los ancianos no asistidos y con pensiones miserables, los inmigrantes no legalizados y explotados por empresarios desalmados, los grupos étnicos tradicionalmente marginados (gitanos, indios norteamericanos), así como ciertos colectivos de jóvenes marginales procedentes- en su mayoría de familias desestructuradas, con claros déficit educativos y serios problemas de acceso a una actividad laboral y a una vivienda propia, ante el encarecimiento de la misma y la casi total ausencia de vivienda social. La utopía neoliberal del libre mercado estaría llevando a Occidente, en palabras de Ulrich Beck (2000), a una especie de brasileñizac i ó n , es decir a la irrupción, sobre todo en términos de mercado de trabajo, de lo precario, lo discontinuo, lo impreciso, lo informal, de forma que la sociedad laboral típica del estado del bienestar se estaría convirtiendo, de hecho, 136 GEOPOLÍTICA en una sociedad riesgo, a imagen y semejanza de la dominante en el Tercer Mundo. La hipótesis de Beck es atrevida y, quizás, prematura, pero no deja de tener ciertos visos de real, lo que la convierte en inquietante. Estos procesos de empobrecimiento y de marginación social de determinados sectores de la población urbana se dan en la mayoría de países occidentales, aunque con diferencias notables entre ellos. Los países europeos nórdicos y centrales, por ejemplo, resisten mejor el embate, al haber disfrutado durante muchos años de un sólido estado del bienestar. En cambio, en los Estados Unidos de América, donde la presencia del estado en la sociedad ha sido siempre mucho menor, el abismo entre clases y sectores sociales se agranda cada vez más, a medida que avanzan los procesos de concentración del capital y de implantación del capitalismo informacional. Es por ello por lo que vamos a dedicarle una especial atención. Nos hallamos, en efecto, ante una terrible paradoja: en el país más rico del mundo hay más de treinta millones de personas que viven en la pobreza y la mitad de ellos en la miseria o pobreza extrema, de un total de 281 millones de habitantes según el censo de 2000. Las minorías no viven en su mejor momento: el escaso millón y medio de indios que hay en los Estados Unidos sufre un tasa de desempleo del 37 % (Kaplan, 1999), diez veces más que la del conjunto del país; la mitad reside en viviendas que no cumplen los requisitos mínimos de habitabilidad y sus índices de alcoholismo y drogadicción son realmente preocupantes. La nueva economía no ha abolido, de ninguna manera, la pobreza. El país vive en la abundancia y es verdad que, según el Instituto de Tecnología de Massachusetts, hay menos personas en la indigencia que hace unos años, es decir menos familias que viven por debajo de los 3.145.000 pesetas para un conjunto de cuatro miembros. Sin embargo, lo cierto es que los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. El 5 % más rico parte de unos ingresos de 26 millones de pesetas, mientras que los escasos tres millones apuntados más arriba representan los ingresos máximos para el 20 % más pobre. A su vez, la relación entre el sueldo total de los cargos de dirección y el sueldo total de los trabajadores pasó de 44,8 veces más en 1973 a 172,5 veces más en 1995. Por su parte, la renta media familiar, estancada en los años setenta y ochenta, llegó a descender en la primera mitad de los noventa, según Castells (1998). Este mismo autor vincula el aumento de la desigualdad y de la pobreza en los Estados Unidos con cuatro procesos interrelacionados. En primer lugar, la desindustrialización, como consecuencia de la globalización de la producción industrial y de los mercados, con la correspondiente eliminación de miles de puestos de trabajo semicualificados con un sueldo razonable, lo que ha conllevado también un duro golpe al sindicalismo. En segundo lugar, la informacionalización de la economía lleva a la individualización e interconexión del proceso laboral y, ello, a una extrema diversidad de acuerdos laborales entre empleadores y empleados, que favorece, sin duda, a los más cualificados, pero que perjudica a una inmensa mayoría que es fácilmente reemplazable. En tercer lugar, la incorporación de la mujer al trabajo remunerado (sobre todo de la nueva economía) en claras condiciones de discriminación, puesto que su salario sigue suponiendo, como media, en torno al 66 % del que recibe el trabajador masculino. Finalmente, Castells apunta a la crisis de la familia patriarcal como otro de GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 137 los procesos a tener en cuenta. El incremento creciente de hogares monoparentales (sobre todo si la cabeza de familia es una mujer) supuso casi la mitad del incremento de la desigualdad en la renta de los niños y el aumento de las tasas de pobreza infantil entre 1971 y 1989. Esta causa es la que explica que, en 1994, el 21,8 % de los niños estadounidenses vivieran en la pobreza, proporción que llega al 43,8 % en el caso de los niños afroamericanos. Una de las expresiones más visibles y extremas de esta nueva pobreza es la carencia de hogar. La población sin techo (homeless) en los Estados Unidos se incrementó de foi nia extraordinaria en la década de los ochenta y de los noventa. Aunque con un cierto margen de error, se calcula que el número de personas sin techo a finales de los años ochenta se situaba cerca de los 9 millones. Sólo en la ciudad de Nueva York, unas 100.000 personas duermen cada día en los asilos municipales y en los parques, calles y estaciones de metro. Algo más de la mitad de estos homeless manifiesta síntomas de trastornos mentales, de alcoholismo o de drogadicción (Rojas Marcos, 1992). Los sin techo se han convertido, además, en un problema de imagen. Al malvivir y pernoctar en el centro de la ciudad y en los espacios públicos, se convierten en elementos extremadamente visibles y molestos a los ojos del ciudadano medio y mucho más del comerciante, promotor o político que ha apostado por la promoción de la ciudad, estrategia que pasa sin duda por una buena imagen de la misma. De ahí, como recuerda con acierto Ramón Fernández (1993), la proliferación de medidas tales como la publicación de bandos prohibiendo dormir en las calles de determinadas zonas de Nueva York o la eliminación de los bancos y asientos del Metro de la ciudad para que no se instalen en ellos los marginales, llegando incluso a medidas algo esperpénticas en otras ciudades norteamericanas, como Atlanta, donde se contemplan multas de hasta 1000 $ a los mendigos que pidan por las calles. Otra manifestación preocupante de marginalidad muy extendida en el Cuarto Mundo es la drogadicción. Cuando hacíamos referencia hace un momento al lado oscuro de la globalización, nos ocupábamos del narcotráfico a nivel internacional, poniendo un especial hincapié en la demanda procedente de los países ricos y, en concreto, de los Estados Unidos. Sin duda alguna, las condiciones socioeconómicas de los espacios metropolitanos en crisis son idóneas para el desarrollo de la drogadicción. Como afirna Luis Rojas Marcos (1992), «las drogas florecen donde reina el desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades, la desesperanza de autorrealización, los hogares patológicos y las subculturas abrumadas por el crimen, el desempleo, la pobreza y un sistema escolar inefectivo» (p. 135). Aunque es verdad que las drogas se han introducido también con cierta facilidad en las clases sociales altas, ni los motivos ni sus consecuencias para el afectado son exactamente los mismos. Sea como fuere, lo cierto es que, según el autor antes citado, en Nueva York se contabilizan unos 200.000 heroinómanos y otros 300.000 drogadictos más, en su mayoría cocainómanos. Además, un 61 % de los escolares reconocen haber consumido drogas en algún momento y entre los jóvenes de 15 a 19 años la causa más frecuente de muerte es el homicidio relacionado con el uso o tráfico de las mismas. El sida está estrechamente vinculado a la drogadicción. Como es sabido, la infección, que ha adquirido verdaderos tintes de epidemia, se propaga por 138 GEOPOLÍTICA vía intravenosa entre los drogadictos, así como a través de prácticas sexuales poco seguras. Si bien es verdad que no se pueden comparar los estragos que esta enfermedad está provocando en el Tercer Mundo -y en especial, como se ha visto, en el África Subsahariana- con sus efectos en los países desarrollados, no es menos cierto que éstos son también dramáticos, sobre todo si consideramos que la población afectada se concentra fundamentalmente en el Cuarto Mundo. En efecto, y volviendo a los Estados Unidos, un millón de personas, por lo menos, estaban infectadas por el virus del sida a principios de los noventa, concentrándose en Nueva York 250.000 de ellas, de las cuales 120.000 eran consumidores de droga por vía intravenosa. Son de sobras conocidos, por otra parte, los altos porcentajes de infección entre los sectores más marginales de este Cuarto Mundo, como, además de los toxicómanos, los vinculados a la prostitución o la propia población reclusa. La degradación de las condiciones de vida de un amplio sector de la población urbana norteamericana tiene también su traducción en unas altas cotas de violencia, tanto más intensa cuanto más abandonado esté el barrio. La violencia urbana es, desgraciadamente, endémica en Norteamérica, donde, según datos recogidos por Rojas Marcos (1992), de 1960 a 1991 el número de crímenes violentos aumentó un 300 %, produciéndose anualmente 9 asesinatos por cada 100.000 habitantes, el triple que en Europa. A principios de los 90 la ciudad de Nueva York era el escenario de más de 2.300 homicidios anuales, 3.250 violaciones y cerca de 80.000 robos con fuerza o intimidación a las personas, muchos de ellos vinculados a la drogadicción y al narcotráfico. La violencia escolar en este país es mundialmente conocida después de varios asesinatos en masa efectuados por adolescentes que no siempre tenían sus facultades mentales perturbadas ni procedían de sectores marginales, lo que añade al fenómeno de la violencia juvenil una dimensión nueva. La protección contra el crimen y la violencia se ha convertido en un negocio altamente lucrativo que incluye desde sistemas de alarma y seguridad hasta guardias jurados, llegando al propio diseño arquitectónico y urbanístico de zonas residenciales de nivel adquisitivo medio y alto, que cada vez se parecen más a las ciudades medievales, con sus murallas y sus sistemas de defensa. Se calcula que en la década de los sesenta existían alrededor de mil comunidades de este tipo, es decir rodeadas de un perímetro defensivo e impulsadas por promotoras inmobiliarias privadas. De este millar se pasó a las 80.000 hacia mediados de los años ochenta, en un proceso que sigue avanzando con más ímpetu que nunca (Kaplan, 1999). A inicios de los noventa, más de la mitad de la oferta residencial de las cincuenta mayores áreas metropolitanas de los Estados Unidos se basaba en esta clase de comunidades (Harvey, 1998). Por otra parte, en estos momentos los efectivos de la policía privada triplican ya en número a los de la policía pública y, en California, incluso la cuadruplican, debido a la privatización del espacio como resultado de la proliferación de equipamientos privados de acceso público, como los malls o grandes centros comerciales, que actúan a modo de sucedáneo de los tradicionales lugares públicos de encuentro. Es lo que algunos autores han denominado privatopía (Mackenzie, 1994), un progresivo proceso de dislocación social, económica y política provocado por la creación de espacios -territorios- voluntariamente aje- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 139 nos a su entorno. Barrios enteros, nuevas ciudades de países pobres y ricos responden a estas características, cada uno con sus instituciones propias, mecanismos de control social específicos, fuerzas del orden privadas, entorno bien delimitado, ... Esta violencia urbana cotidiana puede llegar a ser explosiva y convertirse en un verdadero estallido social con motivo de alguna circunstancia excepcional. Esto es lo que sucedió en Los Ángeles en la primavera de 1992 a raíz de la absolución judicial de un grupo de policías blancos que, ante las cámaras de todo el mundo, habían apaleado con crueldad al joven negro Rodney King. La indignación se convirtió en una revuelta social de la población negra que, en pocas horas, asoló todo lo que encontró a su paso, provocando una brutal represión policial que se saldó con 55 muertos, 200 heridos graves y miles de detenidos. Fue la gota que colmó un vaso demasiado cargado de agravios, injusticias, racismo y resentimiento. Tendemos a asociar estos episodios de violencia urbana colectiva a las grandes urbes del Sur. El caso de Los Ángeles nos recordó que también el Norte está expuesto a ellos, aunque los motivos que los producen no sean los mismos. Baste recordar, además de la de Los Ángeles, las revueltas sociales de Washington, Atlanta, Tampa, San Diego y Miami y, fuera de los Estados Unidos, las de Lión, París, Birmingham, Cardiff y Bruselas, entre otras. El paradigma de la exclusión social es el confinamiento, la reclusión física de aquellas personas que han transgredido el orden establecido. Siguiendo con el ejemplo escogido, los Estados Unidos ostentan también en ese ámbito el récord mundial. Castells (1998) evalúa en 1,6 millones los internos en prisiones y cárceles y en 3,8 millones las personas en libertad condicional, lo que en su conjunto representa un 2,8 % del total de adultos bajo supervisión correccional, para el año 1996. La proporción sigue aumentando año tras año en casi todos los estados de la Unión, al imponerse las políticas de represión policial por encima de las preventivas y de las de rehabilitación. Paralelamente, en estados como el de Texas, las penas de muerte y su ejecución se han ido incrementando a un ritmo vertiginoso. Si hacemos caso de lo que un representante del Ayuntamiento de Leavenworth (Kansas), donde se halla la prisión federal, comentó a Robert D. Kaplan, no parece plausible que las cosas cambien mucho: «Las prisiones son un buen negocio. Proporcionan empleo, aumentan la base impositiva y no contaminan ni producen atascos. En el sector penitenciario no hay despidos. Es una industria floreciente» (Kaplan, 1999, p. 34). En todas partes la exclusión social tiene su correspondiente plasmación espacial. Sin embargo, en los Estados Unidos de América ésta es, si cabe, aún más explícita, puesto que hoy día se materializa claramente, en su vertiente urbana, en el guetto. En los guettos étnicos (en especial los negros y latinos) es donde se concentran las mayores expresiones de desigualdad y discriminación. El guetto está abandonado a su suerte y en él impera cada vez más un nuevo orden basado en la economía informal y criminal. Ante el fracaso generalizado de unas políticas sociales faltas de recursos, la movilidad social ascendente se convierte en una opción individual: todo aquel que puede abandona el guetto, materializando así espacialmente su promoción social. La clase media se aleja cada vez más de los centros urbanos pobres y degradados y se instala en las urbanizaciones periféricas, en un proceso que lleva ya varios GEOPOLÍTICA decenios y que sigue imparable, últimamente con nuevas formas en el marco de las experiencias comunitarias impulsadas por el nuevo urbanismo. En este sentido, Kaplan (1999) apunta un dato interesante: de las 25 grandes ciudades norteamericanas existentes en 1950, 18 han perdido población; mientras, a su vez, las zonas residenciales periféricas han aumentado en más de 75 millones de personas. En 1990, los habitantes de estos suburbia (que, por cierto, empiezan también a proliferar en Europa) superaban ya a los de las áreas rurales y urbanas juntas. Nos hemos referido a lo largo de este apartado al caso de los Estados Unidos, porque es ahí donde se dan los contrastes más impactantes. Debe quedar claro, sin embargo, que el Cuarto Mundo está presente, de una u otra forma y con más o menos intensidad, en la mayoría de las grandes ciudades occidentales, desde los suburbios de Madrid y Nápoles hasta las banlieues francesas habitadas mayoritariamente por ciudadanos de origen magrebí, pasando por algunos sectores del casco antiguo de Barcelona. Películas recientes como: Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, Barrio, de Fernando León, o Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, no sólo no esconden esta realidad, sino que basan en ella su argumento. En lo referente a España, uno de los estudios más completos sobre la pobreza en nuestro país, el patrocinado por la Fundación FOESSA y Cáritas ( Equipo de Investigación Sociológica, ed., 1998), llega a la conclusión de que el 19,4 % de los hogares españoles, en los que residen ocho millones y medio de personas (el 22,1 % de la población española), viven con unos ingresos inferiores al 50 % de la renta disponible neta o, lo que es lo mismo, se sitúan por debajo del umbral de la pobreza. Estos datos son mínimos, puesto que se elaboraron a partir del censo y de los padrones, en los que no aparece una parte importante de la población gitana, ni los inmigrantes indocumentados, ni, por descontado, la población sin techo. Por comunidades autónomas, el porcentaje de hogares pobres se reparte de la siguiente manera. Extremadura, Ceuta y Melilla rebasan el 30 % de tasa de hogares en pobreza. Andalucía, Canarias, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Murcia superan la media nacional sin llegar al 30 %. Aragón, Galicia y la Comunidad Valenciana se sitúan en los alrededores de la media (19,4 %). Asturias, Baleares, Cantabria, Cataluña y La Rioja oscilan entre el 13,5 y el 16,7 %, siempre por debajo de la media nacional. Finalmente, en Madrid, el País Vasco y Navarra, los valores son realmente bajos, cercanos al 10 %. Nuestro país no es de los mejor situados en los indicadores referidos a la calidad del empleo, principalmente cuando nos comparamos con países como Holanda, Dinamarca o Francia. El 32 % de los trabajadores españoles son eventuales y, lo que es peor, ocho de cada diez jóvenes en activo lo son también. A pesar de las críticas suscitadas, las grandes empresas siguen prejubilando a sus asalariados más antiguos y mejor pagados y sustituyéndolos por trabajadores más jóvenes y mucho peor remunerados. La subcontratación y la temporalidad incrementan la inseguridad laboral, lo que se traduce claramente en uno de los índices de siniestralidad más altos de Europa, del orden de 1.500 muertes al año. Por otra parte, aún sin llegar a los niveles norteamericanos, lo cierto es que la ratio en las empresas entre el sueldo más alto y el más bajo sigue creciendo, siendo hoy superior a 30. Definitivamente, para el mi- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 141 llón y medio de asalariados que cobran menos de 100.000 pesetas al mes y cuyos empleos son de carácter rutinario y estandarizado, las ventajas de la nueva economía son, como mínimo, poco perceptibles. Por otro lado, en éste y en otros países del entorno, el estado no quiere o no puede abordar en profundidad las consecuencias del envejecimiento de su población, con lo que se producirá sin duda un aumento de la presencia de la llamada tercera edad en este sector excluido y marginal de la sociedad. En lo que concierne a la población sin techo española, es muy ilustrativo el cambio de perfil experimentado en los últimos años, tal como se desprende del infor me: La acción social con personas sin hogar en España, elaborado por Cáritas y la Universidad de Comillas y dado a conocer en noviembre de 2000. Los homeless en España oscilan entre 20.000 y 30.000 y sus rasgos sociológicos se han transformado radicalmente: de una población tradicionalmente masculina, de más de 40 años y en su mayoría alcoholizada, se ha pasado a un espectro mucho más heterogéneo. Dicho de otra manera, la pobreza se ha diversificado: entre el 20 y el 23 % son jóvenes de 16 a 24 años, entre el 14 y el 17 % son temporeros, entre el 13 y el 24 % son extranjeros (básicamente marroquíes, argelinos y europeos orientales), entre el 8 y el 23 % son mujeres, entre el 2 y el 5 % son grupos familiares y el 1 % son menores de edad. Asistimos, según los analistas, a una cierta feminización de la pobreza, que obedece a múltiples factores, como el progresivo incremento de hogares monoparentales con mujeres como cabezas de familia, los obstáculos para la inserción laboral, la segregación ocupacional, la mayor tasa de paro y la estructura salarial desfavorable en relación con la de los varones. Así pues, el Cuarto Mundo existe, de eso no hay duda; incluso a veces se ve, pero casi nunca se mira. Las zonas inseguras, indeseables, desagradables, de los países ricos se convierten en nuevas tierras incógnitas, fácilmente sorteables por la lógica del espacio de los flujos: no cuentan, no sirven, no importan para nada ni a nadie. Sólo entrarán en escena cuando, por diversas circunstancias, el espacio que ocupan se reterritorialice, se convierta en ape tecible, bien por procesos de elitización (gentrification), bien por otro tipo de competencia en el uso del suelo. Mientras, allí seguirá viviendo una sociedad marginal, con sus propias dinámicas y normas de conducta, que a pocos importará, excepción hecha de aquellos que consideran inmoral e incluso inhumana tal dejadez. 2.5. L A CRISIS DE LA GUERRA La geopolítica contemporánea, que contempla con cierta estupefacción la reaparición de nuevas tierras incógnitas, asiste en estos últimos años a una radical transformación de una de las tradicionales funciones y atribuciones del estado-nación moderno: la guerra. En efecto, la guerra convencional entre estados está dejando de ser hegemónica en favor de un tipo de conflicto armado protagonizado por paramilitares, guerrillas, bandas de milicianos o grupos terroristas con una geometría variable, objetivos nada claros y unos mecanismos de toma de decisiones algo difusos. La guerra solían hacerla soldados regulares y ejércitos legitimados; no han dejado de hacerla, pero a ellos se 142 GEOPOLÍTICA han unido soldados no regulares y efectivos no militares, lo que quizás explique el incremento de crímenes y atrocidades entre una población civil desprotegida que la guerra posmoderna no tan sólo ya no respeta, sino que es utilizada como un instrumento más para alcanzar sus fines, como se demostró en la guerra de Bosnia. La guerra no desaparece, pero está en crisis. La clásica definición de Karl von Clausewitz, a principios del siglo XIX, según la cual la guerra es una competencia exclusiva del estado, ha dado paso a nuevas definiciones, más de acorde con la realidad actual. Así, el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) define la guerra o, mejor dicho, el conflicto armado mayor, como «un combate prolongado entre las fuerzas militares de dos o más gobiernos o entre un gobierno y al menos un grupo armado organizado, en el curso del cual el número de muertos sobrepasa el millar» (Sollenberg; Wa llensteen, 1997, p. 23). Por su parte, el: Heidelberg Institute for International Conflict Research (HIICR) clasifica los 693 conflictos registrados entre 1945 y 1999 en las siguientes categorías: guerras, conflictos básicamente violentos, conflictos básicamente no violentos y conflictos latentes. En cambio, en la clasificación de Holsti (1990) para prácticamente el mismo período, aparecen 164 conflictos armados mayores, en tres grandes categorías: guerras clásicas entre estados e intervenciones armadas que hayan supuesto muchas bajas ( caso de EE. UU. en Vietnam o de la URSS en Afganistán); guerras infraestatales con resistencia armada de grupos étnicos, religiosos o lingüísticos, a menudo de carácter secesionista (a título de ejemplo, la lucha de los tamiles en Sri Lanka); finalmente, guerras internas de carácter ideológico (caso de Sendero Luminoso en Perú). De acuerdo, por tanto, con Holsti, en los últimos cincuenta años, las guerras clásicas han representado sólo el 18 % de los conflictos. El número de bajas tomadas en consideración en estas definiciones es arbitrario y, hasta cierto punto, irrelevante en términos metodológicos. Lo interesante de las mismas -y de otras muchas- es que reconocen explícitamente que la guerra ya no es algo exclusivo del estado, ni se da sólo entre estados. Así, por ejemplo, en el año 1998 se registró un solo conflicto armado mayor estrictamente interestatal: el que enfrentó a la India y Pakistán por el contencioso de Cachemira. Es probable que en el futuro sigamos presenciando conflictos armados interestatales en zonas de alto riesgo, como en las repúblicas caucásicas, el Próximo Oriente o buena parte de África, pero cada vez serán menos. La interdependencia económica, la progresiva democratización de muchos regímenes autoritarios o la existencia de alianzas regionales son, entre otras, causas suficientes para augurar una previsible disminución de las colisiones interestatales. Y, sin embargo, paradojas de la posmodernidad, la sensación de inseguridad sigue en aumento, porque los agentes provocadores de conflictos son más confusos, menos regulados, más imprevisibles (Laïdi, 1994). En la guerra posmoderna, que, como hemos visto, va siendo mayoritaria, los parámetros de funcionamiento son muy distintos (Calabuig, 2000). En ella participan grupos armados no regulares con armamento ligero; no se distingue entre población civil y militar y, de hecho, la población civil es también un GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 143 objetivo militar; se recurre al terror indiscriminado contra poblaciones indefensas; no se reconoce la neutralidad ni las leyes de alto el fuego; no se respetan los límites territoriales de los estados; la financiación de las actividades tiene a menudo un origen criminal y, finalmente, determinados actos violentos tienen una función claramente propagandística y son utilizados para atraer la atención de los medios de comunicación, en especial de cadenas de ámbito mundial, como la CNN. No es que las reglas del juego estén cambiando: simplemente, éstas dejan de existir. Las masacres y genocidios, como los aplicados a tutsis y hutus en Ruanda y Burundi, ya no se practican en campos de exterminio, a escondidas, sino a plena luz del día. Los símbolos culturales del contrario se convertirán en objetivo militar, como fue el caso de las mezquitas en Bosnia y Kosovo o la biblioteca de Sarajevo. Ello, unido al hecho de que la población mundial es cada vez más urbana, están convirtiendo la ciudad en el campo de batalla preferido. El recuerdo que nos ha quedado de la guerra de Bosnia es el de una larga lista de ciudades asediadas y masacradas, símbolo de la brutalidad de los nuevos conflictos armados: Mostar, Sarajevo, Srevrenica, Banja Luka, Goradze, entre otras, han entrado con todos los honores en el catálogo de horrores del siglo xx. Esta nueva forma de hacer la guerra se corresponde con la emergencia y proliferación de las tierras incógnitas a las que estamos haciendo referencia en este capítulo. Los estados nación convencionales seguirán haciendo guerras convencionales, eso sí, cada vez más sofisticadas tecnológicamente. Ahora bien, es precisamente la crisis de este estado, junto a otra clase de crisis, como la cultural o la económica, lo que generará este nuevo tipo de conflicto. En efecto, parece del todo confirmado que un estado débil favorece la aparición de esta clase de conflictos, en una parte o en el conjunto de su territorio. Los conflictos identitarios infraestatales tienen mucho que ver con la deslegitimación y desuniversalización del estado y, en muchos casos, con la debilidad del mismo desde su creación (caso de las antiguas colonias africanas o de la antigua Yugoslavia). Renacen con fuerza antiguas rivalidades étnicas y culturales, que son convenientemente exacerbadas por nacionalismos radicales de uno u otro signo. En lo referente a causas de tipo económico, nadie discute el valor estratégico que seguirá teniendo el control de determinados recursos naturales no renovables. Por otra parte, procesos de degradación ambiental tales como la deforestación y la desertización pueden generar graves crisis económicas que, a su vez, se convertirán en potenciales elementos de desestabilización política y social. Es en el Tercer Mundo donde se manifiesta de forma más patente la incapacidad del estado para hacerse presente e imponer su autoridad efectiva en el conjunto del territorio bajo su soberanía, lo que favorece la existencia de regiones en rebelión que cuestionan la legitimidad de dicho estado. Cuando se añaden a ello determinadas particularidades geográficas que limitan objetivamente la capacidad de control del conjunto del territorio, como el carácter montañoso de un país o el hecho de constituir un archipiélago, las posibilidades de que aumenten los conflictos son notorias. Miles de kilómetros cuadrados de Colombia, de Filipinas, de Afganistán, de Birmania o de la República Democrática del Congo escapan desde hace años de la autoridad central y se organizan, de hecho, como un estado -o varios- dentro de otro estado. 144 GEOPOLÍTICA Constituyen las famosas zonas liberadas, en manos de una o varias guerrillas que combaten al estado y también, a veces, entre sí. Por estrategia o por falta de medios de uno o de ambos bandos, depende de los casos, estos conflictos se eternizan, quedando las zonas afectadas como enclaves especiales, como oasis aislados del mundo y del estado al que teóricamente pertenecen. El caso de la región de Urabá, en Colombia, es especialmente ilustrativo en este sentido, aunque desgraciadamente no el único. Desde hace más de cuarenta años Urabá vive intermitentemente una guerra irregular y desigual que enfrenta al ejército colombiano con un enemigo difuso, confundido con la población civil, elusivo y difícil de identificar, al que el estado ha sido incapaz de derrotar y al que, de facto, se le reconoce el control de la zona. Los habitantes de la región han terminado también por aceptar -en mayor o menor grado- el orden instaurado por la guerrilla. Según María Teresa Uribe (1997), una de las mejores conocedoras de esta situación, la guerrilla incide en prácticamente todos los espacios de la vida social. En el ámbito público influye en el destino de la inversión estatal, en los planes de desarrollo local, en los procesos electorales, en la distribución de la tierra e incluso en el control de la delincuencia común; en el ámbito privado la guerrilla llega a intervenir en temas tan domésticos como las disputas entre vecinos, las desavenencias matrimoniales, el pago de deudas atrasadas o el control de adolescentes revoltosos e indisciplinados. El estado está presente en Urabá, pero sólo testimonial y simbólicamente. El orden que realmente se acata es el instaurado por la guerrilla. De la misma opinión es Hubert Prolongeau (1992 y 1996), en relación también al caso colombiano y en concreto a las FARC. Para este autor, los guerrilleros, mitad revolucionarios, mitad bandidos, con contactos regulares con los narcotraficantes, no parecen plantearse seriamente la conquista del poder. La lucha armada se ha convertido en un oficio, en un modo de vida, en el que el componente ideológico original brilla por su ausencia. Jóvenes en paro o con graves problemas económicos son presas fáciles para una guerrilla en la que han militado, a veces, varias generaciones de una misma familia. Los territorios bajo su control no se han reducido a lo largo de los años, sino todo lo contrario. En sus pueblos, la guerrilla asume todas las funciones del estado, como ha constatado in situ Prolongeau: registra el estado civil, se ocupa de las comunicaciones, reemplaza al poder judicial e incluso concede permisos de construcción (los ingenieros responsables de la construcción de la autopista Cali-Medellín se entrevistaron previamente con los guerrilleros para conocer de primera mano si planeaban sabotear los trabajos, en cuyo caso pensaban abandonar el proyecto). Este tipo de conflictos, de guerras intermitentes y de larga duración den tro de un estado, se daban también en la Guerra Fría y, de hecho, respondían a menudo a la rivalidad Este-Oeste. Las grandes potencias crearon e instrumen talizaron a muchos grupos armados para la defensa de sus intereses geoestra tégicos -piénsese en Nicaragua, Angola o Afganistán-. Al desaparecer la confrontación de bloques, muchos de estos grupos se han mantenido igual mente activos, pero despojados de su razón de ser original y fuera de control. La situación ha cambiado ahora radicalmente. De ahí que uno de los rasgos de la nueva clase de conflictos sea la fragmentación de los grupos en GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 145 lucha, su opacidad y la dificultad por conocer con exactitud sus interlocutores y sus objetivos. La escisión y multiplicación de facciones se agrava cuanto más debilitado esté el estado central contra el que se lucha. Los casos de Sudán, Somalia, Sierra Leona, Liberia y la República Democrática del Congo son ilustrativos a este respecto. Los señores de la guerra campan a sus anchas y defienden sus territorios, sobre los que ejercen un poder absoluto y despótico y en los que ni la población civil ni las organizaciones humanitarias son respetadas. Un panorama absolutamente caótico y anárquico impera en estas nuevas tierras incógnitas, en las que los observadores extranjeros ( sean periodistas o voluntarios de alguna ONG), son recibidos con hostilidad y ahuyentados en el mejor de los casos, cuando no asesinados, en tanto que testigos incómodos del terror y de la barbarie. Lejos quedan aquellas guerrillas de los años sesenta y setenta, de elevado componente ideológico, sólidamente estructuradas y jerarquizadas, que buscaban a toda costa el respeto y el reconocimiento internacionales puesto que participaban de la lógica del sistema mundial. Las bandas armadas (denominación quizá más adecuada que la de guerrillas) se nutren hoy de jóvenes marginados y de niños-soldados y en las regiones por ellas controladas imperan -puesto que, a menudo, son el principal motor del conflicto- el contrabando, el narcotráfico, la economía informal y, en algunos casos, la explotación de algún recurso natural precioso (como los diamantes o el marfil) en connivencia con alguna compañía extranjera. Precisamente, estas compañías juegan un papel importante en la financiación de grupos armados, y no tan sólo bandas alunadas, para la defensa de sus intereses. En algunos casos, se llegan a crear prácticamente ejércitos privados, con unos niveles de organización y tecnología militar altamente cualificadas (Rich, 1999). En todo este contexto que estamos describiendo no podemos dejar de lado el comercio de armas. De nuevo, la finalización de la Guerra Fría alteró las reglas de juego. Una de las primeras consecuencias fue la intensificación del mercado negro de todo tipo de armamento, incluso el nuclear -de nuevo aquí aparecen las mafias-. Otra consecuencia, en este caso de la espectacular caída en un 61 % del mercado entre 1987 y 1995, fue la inevitable búsqueda de nuevos clientes en aquellos conflictos en ciernes, lo que contribuyó a su agravamiento. Hay que hacer observar que serán ahora los conflictos internos los que adquirirán mayor protagonismo, por lo que no es de extrañar que un 90 de las armas vendidas se dirija a este tipo de conflicto (Rich, 1999). Del panorama anteriormente descrito habría que resaltar una excepción: la protagonizada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la región mexicana de Chiapas. En efecto, se trata de un conflicto armado infraestatal de nuevo cuño, sin ningún tipo de relación con las dinámicas propias de la Guerra Fría, que presenta unos rasgos totalmente distintos a los comentados más arriba. Los planteamientos del EZLN van mucho más allá de la reivindicación indigenista y étnica para insertarse de lleno en las tesis de los movimientos antiglobalización y contra el neoliberalismo, que tanto auge han adquirido en los últimos años en los países del Norte. La singularidad de su líder, el Subcomandante Marcos, explica en buena medida el eco mundial de un movimiento nacido por sorpresa -que no por azar- en 1994, justo en el GEOPOLÍTICA 146 momento en el que México se adhería al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá. Marcos es un intelectual mexicano no indígena, filósofo de formación, que conoce a la perfección los mecanismos de la nueva sociedad de la información y se sirve de ellos, lo cual confiere al movimiento que encabeza, asentado en las apartadas selvas de Chiapas, un carácter a menudo considerado posmoderno. No es corriente hallar hoy un líder guerrillero que utiliza más la pluma que el fusil, que se cartea y se relaciona con los intelectuales de más renombre mundial (como el Premio Nobel de Literatura José Saramago), que escribe artículos plagados de citas de Jorge Luis Borges, Umberto Eco, Régis Debray o John Berger y que publica sus reflexiones en forma de libro ( Subcomandante Marcos, 2000) o en columnas de opinión en: Le Monde Diplomatique. No es corriente, en efecto, un guerrillero cuyo movimiento dispone de una página web (www.chiapas.com) y que escribe lo siguiente, desde la selva y para todo el mundo: «Así que, si resaltáramos algunas de las características de la época actual, diríamos: supremacía del poder financiero, revolución tecnológica e informática, guerra, destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento, ataques a los Estados-Nación, la consiguiente redefinición del poder y de la política, el mercado como figura hegemónica que permea todos los aspectos de la vida humana en todas partes, mayor concentración de la riqueza en pocas manos, aumento de la explotación y del desempleo, millones de personas al destierro, delincuentes que son gobierno, desintegración de territorios. En resumen: globalización fragmentada» («El fascismo liberal», Le Monde Diplomatique. Edición española, n.° 58-59, diciembre 2000, p. 25). O bien: «Pero no sólo en las montañas del sureste mexicano se resiste y se lucha contra el neoliberalismo. En otras partes de México, en América Latina y Canadá, en la Europa del Tratado de Maastricht, en África, en Asia y en Oceanía, las bolsas de resistencia se multiplican. Cada una de ellas tiene su propia historia, sus diferencias, sus igualdades, sus demandas, sus luchas, sus logros. Si la humanidad tiene todavía esperanzas de supervivencia, de ser mejor, esas esperanzas están en las bolsas que forman los excluidos, los sobrantes, los desechables. Por esto y por otras razones que no vienen al espacio de este texto, es necesario hacer un mundo nuevo. Un mundo donde quepan muchos mundos, donde que pan todos los mundos... » (Marcos, 1999, p. 299). Hay quien considera que los conflictos propios del siglo que hemos iniciado no serán tanto de carácter económico e ideológico, como cultural, y no sólo los de ámbito intraestatal, sino también los internacionales. El caso más extremo y polémico es el representado por Samuel Huntington (1997), para quien, superada la Guerra Fría y habiendo salido de ella como vencedor indiscutible el sistema capitalista, nos acercamos a un choque de civilizaciones -véase el apartado 4.1-. Occidente deberá defender su hegemonía e identidad ante siete grandes civilizaciones que le cuestionarán su liderazgo: la confuciana, la japonesa, la islámica, la hinduista, la eslavo-ortodoxa, la latinoamericana y, quizás, la africana. Según Huntington, la diversidad de visiones que cada una de estas civilizaciones tiene de las relaciones ser humano-Dios, marido-mujer, indivi- GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 147 duo-grupo, ciudadano-estado, libertad-autoridad, jerarquía-igualdad, entre otras, serán mucho más importantes que otro tipo de diferencias. El choque entre estas civilizaciones se producirá tanto a un nivel micro (caso de Bosnia), como macro (caso de la Guerra del Golfo o de la dura batalla económica entre los Estados Unidos y Japón para el control de los mercados mundiales). Las tesis de Huntington, un notable politicólogo neoconservador, han tenido una gran difusión e influencia, entre otras razones por sus estrechas conexiones con destacados miembros del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional norteamericanos. Supo aprovechar el repentino final de la Guerra Fría y la desorientación inicial de estrategas y geopolíticos, ávidos por dar sentido y contenido a un supuesto nuevo orden internacional que habría surgido de la noche a la mañana. Su diagnóstico es, sin embargo, algo simplista, determinista y plagado de tópicos culturales cargados de prejuicios; su análisis no resiste la complejidad del multiculturalismo, el peso de la historia y las herencias del pasado. En realidad, la tesis del choque de civilizaciones no se aparta mucho de la geopolítica convencional, basada en la rivalidad entre estados, en la línea de la geopolítica imperial de Mackinder, por poner un ejemplo; simplemente, se han sustituido los agentes y variado las escalas. La guerra convencional también está en crisis en los países desarrollados. Ante ello, los ejércitos de los países ricos están readaptando sus efectivos, sus estrategias y su logística. Por un lado, apuestan por la creación de sofisticados sistemas de información, ataque, protección y defensa, concebidos para un conflicto fugaz en el que todo el peso recaiga en el aparato tecnológico y en el que las bajas propias (siempre impopulares) sean las mínimas. He ahí, a título de ejemplo, los casos de la Guerra del Golfo y de la reciente intervención de la OTAN contra Serbia a raíz del conflicto de Kosovo. La reactivación por parte del Presidente de los Estados Unidos George W. Bush, elegido a finales de 2000, del proyecto de escudo contra misiles (NMD) es otra muestra de ello. Este tipo de guerra, transmitida al momento y simultáneamente a todo el mundo por medios de comunicación como la CNN, que actúan como algo más que simples testimonios, desdramatiza los horrores de la misma y la convierte en una especie de ficción, de trágico videojuego. Por otro lado, se están creando unidades de intervención rápida mucho más operativas que las compañías y regimientos tradicionales, capaces de actuar en aquellos conflictos regionales que se consideren relevantes para la seguridad nacional. A su vez, fenómenos como el terrorismo (nacional e internacional) son contemplados como una verdadera amenaza para la estabilidad del sistema democrático. La violencia indiscriminada e irracional de un grupo terrorista a la deriva como ETA es capaz de mantener a todo un país en vilo y de convertirse en la principal preocupación de los ciudadanos españoles, como demuestra la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de finales de 2000. En efecto, el terrorismo, ya sea de carácter étnico, ideológico o, simplemente, antisistema, es cada vez más capaz de acceder a armamento de gran capacidad destructiva y, por lo tanto, de provocar verdaderas masacres. Como ya vimos en el caso del crimen organizado, los principales grupos terroristas también están sacando ventajas de la globalización. Los entresijos de las relaciones entre grupos terroristas no son nada fáciles de descubrir, pero existen y van en aumento (Sónmez, 1998).
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