Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. México BIBLIOTECA IBEROAMERICANA DE PENSAMIENTO FERNANDA NÚÑEZ BECERRA La prostitución y su represión en la ciudad de México (Siglo xix) LA PROSTITUCIÓN Y SU REPRESIÓN EN LA CIUDAD DE MÉXICO (SIGLO XIX) Prácticas y representaciones Prácticas y representaciones RAFAEL MONTESINOS Las rutas de la masculinidad Ensayos sobre el cambio cultural y el mundo moderno Fernanda Núñez Becerra Serie CLA•DE•MA Historia PETER BURKE Hablar y callar JosÉ BABINI Historia de la medicina JosÉ BABINI Historia de la matemática, Volumen 1 JosÉ BABINI Historia de la matemática, Volumen 2 COORDINACION DE HUMANIDADES JACQUES LE GOFF GEORGES DUBY Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval El año mil CARLO GINZBURG Mitos, emblemas e indicios JACQUES LE GOFF La bolsa y la vida PETER BURKE BERNARD LEBLON PROGRAMA UNIVERSITARIO-DE ESTUDIOS DE GENERO "EyBLIOTECA ROSARIO CASTELLANOS" Los avatares de El Cortesano Los gitanos de España gedisa editorial Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. Diseño de cubierta: Alma Larroca La presente obra ha sido editada con la ayuda del Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales) Índice Primera edición, septiembre del 2002, Barcelona PREÁMBULO Reservados todos los derechos de esta versión castellana de la obra O Editorial Gedisa, S. A. Paseo Bonanova, 9, 1°-la 08022 Barcelona Tel. 93 235 09 04 Fax 93 235 09 05 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com ISBN: 84-7432-945-0 Depósito legal: B. 40060-2002 Impreso por: Carvigraf Cot, 31 - Ripollet Impreso en España Printed in Spain Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada de esta versión castellana de la obra. - La pasión por las reglas Las miradas La prostitución innata Capítulo uno I. Desde los comienzos del mundo La represión se empieza a dejar ver La prostitución en la Nueva España II. El siglo mx El sistema francés llega a México El reglamentarismo: tolerar y vigilar Reglamentaristas versus abolicionistas El abolicionismo Los criminalistas y sus teorías de la prostituta congénita III. Miradas La mirada científica El fin de un sistema La mirada romántica Prostitutas en la novela 11 14 15 17 21 23 25 28 29 30 33 35 38 41 42 44 46 51 Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. duo, su grado de cultura, pues los delincuentes de todo el mundo, por una regresión atávica, tienden a parecerse al hombre primitivo y se tatúan. Tiene un capítulo consagrado al tatuaje en la mujer criminal, en la prostituta y en los locos, y así concuerda completamente y se declara partidario de las tesis de Lombroso, sobre todo del concepto de atavismo. Tampoco fueron de peso para menguar las tesis reglamentaristas las críticas de socialistas, anarquistas y en general de todos aquellos que rehusaban admitir la primacía del temperamento. En 1907, en La moral sexual, el sociólogo francés Tarde intentará recordar que la prostitución cumplía un papel muy importante en la sociedad, es decir, que llenaba los defectos de un matrimonio monogámico, concebido esencialmente al servicio de la generación. Este sociólogo visionario pedía que si el matrimonio monogámico no cambiaba en esencia, por lo menos se respetara la prostitución y dejara de ser un estigma infamante. Y a pesar de que Roumagnac leyó a Tarde, nunca mencionará ese punto de vista. Sin embargo, los reglamentaristas mexicanos de los comienzos así lo habían entendido. Como veremos más adelante, a pesar de las penurias que pasó el pobre inspector Bravo y Alegre cuando estuvo al frente de la Inspección Sanitaria de mujeres públicas y de que estaba convencido de que las prostitutas eran una clase muy envilecida y la escoria de la sociedad, también sabía que eran indispensables, pues así «tantos ricos desocupados como había en la capital y la juventud que necesitaba del desahogo de la naturaleza, se ocuparían de visitar a las prostitutas, distrayéndose con ellas y no se preocuparían de prostituir niñas y señoras casadas, como lo harían si no tuvieran a su disposición a estas desgraciadas mediante una corta remuneración». III. Miradas Si bien en el siglo xIx la prostitución siguió siendo considerada como un mal necesario, lo fue más en el sentido de un paliativo a males mucho peores. La inclusión de la prostitución en la noción de «problema» fue porque por entonces su solución se volvió algo que se le empezaba a escurrir de los dedos a la colectividad, para ponerse en manos de portadores de un saber especializado que se encargarían de proteger al cuerpo social de los efectos de tal problema. Desde la segunda mitad del siglo xIx y la puesta en marcha del sistema francés en México los médicos que abogaron por la reglamentación de la prostitución tienen que elaborar y caracterizar su objeto de estudio. De esa tarea azarosa nos han dejado una serie de descripciones de las mujeres públicas que podremos utilizar para reconstruir lo que hemos llamado «las miradas», tanto científicas como literarias, sobre la prostitución. Veremos cómo estos doctores y escritores mexicanos construyen una serie de representaciones de la prostituta que legitima de manera conjunta su saber, su práctica cotidiana y los efectos sociales de sus recomendaciones reglamentaristas. Los esforzados científicos sostenían que al conocer las causas de la prostitución, al hacer la estadística de la misma, en fin, al poner en marcha el sistema de la tolerancia reglamentada, la prostitución se volvería menos dañina, más higiénica, menos inmoral y podría volverse esa válvula de escape imprescindible en la sociedad moderna, pero ya completamente inofensiva. Con la definición de los conceptos prostituta/prostitución que dan los doctores al comenzar sus ensayos y tesis, podremos entender cómo la prostitución en este siglo fascinó a los observadores sociales y despertó en el público que los leía una especie de morbo que podemos palpar perfectamente, pues a pesar del asco, repugnancia y vergüenza que aparentemente dicen que el tema despertaba en los que se atrevían a escribir sobre esa «plaga moderna» la describen bastante prolíficamente. Gracias a estos informes, ensayos, tesis, propuestas y reglamentos, sin olvidar las novelas, cuentos, artículos periodísticos, etcétera, podemos hacernos una idea de que las aparentes reticencias personales están a la altura de su fascinación profesional y nos muestran cómo la prostitución atraía tanto porque estaba también profundamente ligada con la sexualidad y con vicios «más asquerosos» aún, como la masturbación o la pederastia, como llamaron a la homosexualidad. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. La mirada científica En 1870 El Observador Médico publica el reporte «Prostitución en la capital», que los doctores de la Inspección Sanitaria presentan en la Asociación Médica «Pedro Escobedo». Ahí la prostitución es descrita como un mal irremediable porque es un vicio de lo más difícil de desarraigar del corazón humano y sobre todo del femenino. En este reporte podemos ver que se enuncian enmarañadas una serie de consideraciones sociales, históricas, morales, prejuicios sobre la mujer, nudo en el cual los doctores estarán totalmente atrapados. En 1874 se publica el Estudio de higiene social sobre la prostitución en México del Dr. José M.a Reyes, que contiene una buena síntesis del pensamiento familiarista y de los enormes prejuicios sexuales de una época disfrazados de cientificidad, ejemplificando perfectamente el pensamiento de su época, clase y género con respecto al papel importante, pero ambiguo, que la prostituta tenía en el siglo. Para la conservación de la especie humana, escribe el Dr. Reyes, tanto las leyes civiles como las religiosas han santificado el matrimonio y condenado la prostitución que no es más que placer material despojado de las afecciones morales; es la degradación del hombre... ya que muchos —afirma horrorizado— llegan a la masturbación y entre los más ignorantes al vicio de la pederastia y aun al de la bestialidad, depravaciones que comienzan temprano, cuando se sienten los primeros síntomas de aptitud viril; y si el incauto (mal educado y pobre ciertamente) trata de multiplicarlas por medio del onanismo, eso repercutirá en su salud ya que este vicio asqueroso y repugnante conlleva irremediablemente a la impotencia precoz y a la tisis. Vicios que en las mujeres son mucho peores, aunque los daños en ambos sexos son irreversibles. Esa era la razón por la que la prostitución era una funesta necesidad social, un paliativo al matrimonio para aquellos que sentían la imperiosa necesidad del coito y no podían satisfacerlo conforme a las miras de la Naturaleza, como pensaban los médicos. A pesar de que era un remedio indispensable, los doctores creían que quienes se dedicaban a ese comercio eran seres abyectos y los burdeles cloacas de infección que podían extender sus estragos a la mujer pura y a los hijos inocentes; eran el germen de la degeneración de las razas. Los doctores pensaban que la prostitución era un fenómeno social, como una úlcera que tenía que ser atendida con urgencia, porque era un estado morboso inherente a la especie humana. Mientras la civilización no hiciera posible el matrimonio para todos, se debía vigilar la prostitución para conservar la vida del organismo social. El Dr. Francisco Güemes (1888) dice no temer mancharse de lodo al descender a analizar en su tesis a las prostitutas. Su pluma —que escribe para médicos y autoridades— no vacilará en decir la verdad sobre los pozos de infamia que entrevé en la ciudad. Para él, la prostitución era también una repugnante herida social y la prostituta un ser abyecto que instiga a los hombres con objeto de entregarse a ellos por dinero; al ser un peligro para la moral y la salubridad pública la policía tenía el deber y el derecho de reprimir y vigilar. Pero afirmaba que la prostitución era un mal mil veces preferible, con todo y su fango y su vergüenza, ya que era el único freno a la masturbación, que era un horroroso pecado de higiene, un atentado contra la especie, peligroso para el individuo, deplorable para la familia y la sociedad. El discurso médico nos muestra así el miedo y desconfianza hacia la mujer, que no es tan científico ni profiláxico: mientras una mujer no tuviera costumbres escandalosas ni públicas, la sociedad y la ley la protegían. Una mujer que vive con un hombre que atiende a sus necesidades y la sostiene no ha abdicado de los derechos de todo individuo, piensa el Dr. Güemes. Lo que quiere decir es que a fines del siglo xIx una mujer sola no tiene derechos, y que el primer escándalo y motivo de sospecha era el hecho de no tener algún hombre que la mantuviera. Hasta para el criminalista Julio Guerrero la prostitución seguía siendo un vicio que perduraba porque no todos podían fundamentar una familia. Los pobres, por ejemplo, no deberían fundarla porque eran degenerados. Guerrero llora por los buenos tiempos perdidos, porque la liberalización del estado había logrado que todos los vicios se desataran escandalosamente. Ve a la Colonia como una época dorada, cuando el clero tenía poder sobre las conciencias y prescribía el amor a todos los desheredados prohibiendo la fornicación. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. El fin de un sistema Este discurso elaborado a partir de finales de los años 60 se irá perfeccionando. Los doctores piden rigor y poder tener mano dura para la persecución de la prostitución y ven a la reglamentación como el único freno capaz de contener el vicio, coincidiendo con la fecha en que el fracaso de dicho sistema ya era evidente en Europa. Se busca desesperadamente domesticar las conductas sexuales, sobre todo la de los pobres, pues para estos «liberales» la libertad sexual, el laicicismo del Estado, la relajación de las costumbres, etcétera, hacía que los jóvenes ya no se casaran, que perdieran toda retención y cordura amenazando así la integridad de las familias, de la sociedad en su conjunto. Podemos palpar en estos ensayos que los autores intentan paliar la angustia de una sociedad que se siente amenazada por los cambios. Pretenden que se vigile, hasta en el matrimonio, toda actividad sexual, especialmente la femenina, en nombre de la lucha contra la prostitución. Ya no habrá diferencias entre prostituta-concubina-amante-viciosa-degenerada. La mujer —como siempre—, la mantenida o la querida, pero sobre todo la pobre, era la culpable de todos los problemas morales e higiénicos. Los observadores sociales no se cansan de dar consejos a las mujeres decentes para que fueran buenas madres, la literatura moraliza, la medicina asusta con los riesgos y peligros que acechaban en las calles; todo es eco de esa gran empresa global de represión de la sexualidad, sobre todo de la extraconyugal, que se dará en el mundo occidental hacia finales del siglo. Es por eso que desde la instauración del reglamentarismo a mediados del siglo hasta cuando se empieza a discutir su aplicabilidad a principios del xx, tanto para la administración como para el resto de los observadores sociales era tan importante y tan difícil establecer el criterio para clasificar a una mujer como prostituta. Sin embargo, ni siquiera legalmente la prostitución estaba claramente definida. No era —y aún no lo es— un delito el ser prostituta. Para la mayoría de los médicos del siglo xIx no era nada fácil distinguir la libertad sexual de la prostitución. El Dr. Lara y Pardo, que escribe en 1908, critica la mayoría de las definiciones de la prostituta que manejaba su época: la notoriedad o fama-pública, la venalidad, el que se entregue indiscriminadamente a cualquiera que lo solicite y la ausencia de placer. Sin embargo, esta somera categorización no era suficientemente explícita para el Dr. Lara, quien afirma que muchas mujeres se prostituían sólo para equilibrar el presupuesto familiar. Critica así los reglamentos que, por el hecho de que una mujer tuviera un salario, las borraba de los registros de prostitución. Tampoco le parece que el que la mujer se entregara a los hombres por dinero fuera factor determinante para que se la considerara prostituta, pues para él no había diferencia entre la que recibía dinero de la que no. Julio Guerrero pensaba que una causa terrible de la depravación que se vivía en México era que los matrimonios escaseaban y que la mayoría de la gente vivía en el amasiato: sin la boda religiosa la sociedad confundía a la esposa con la concubina, y eso era muy peligroso. Él las distingue perfectamente y nos proporciona una lista para facilitarnos el trabajo. La esposa era la honorable dueña de su hogar, ahorrativa, sencilla, envejeciendo dignamente hasta que muere rodeada de sus hijos y nietos; en cambio, la concubina era considerada un vil y repugnante instrumento de placer: sin estado civil, lleva una vida vergonzante, esconde a sus hijos, no puede ir al teatro, no recibe visitas sino amigos de vicio del amante de quienes recibe invitaciones de infidelidad, sus canas son un pesar y muere sola. En México, concluye, las concubinas eran las abandonadas, las seducidas, las criaditas bellas e hijas de otras concubinas, las costureras y obreras cansadas de la aguja y el taller, las huérfanas que no hallan esposo en una sociedad donde la prostitución arrebata a la juventud, saciando sus apetitos de carne, incluso las beatas y solteronas hijas de la aristocracia venidas a pobres. Con esta breve enumeración de las definiciones podemos apreciar que no es hasta finales del porfiriato cuando los doctores introducen el término de «anormalidad». Si la prostituta individualmente era un ejemplar anormal que en ocasiones tocaba los límites de lo patológico, en lo colectivo representaba una forma parasitaria. Por ello, Lara y Pardo y Carlos Roumagnac están contra el reglamentarismo y abogan para que la prostitución fuera perseguida como un delito, igual que el rapto, el estupro, el adulterio, que fuera vista como una enfermedad social. Aunque la imprecisión misma de los Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. términos vuelva tan difícil la clasificación y tan importante la discusión en torno a las mujeres, las abandonadas, las viudas, las que viven solas, las madres solteras. En México, dice Lara y Pardo, no hay diferencias entre la que cobra y la que no. Sobre todo en ciertos grupos sociales donde las necesidades son mínimas. La mirada romántica Vimos ya cómo los ilustrados hombres de ciencia describen e intentan circunscribir su objeto de estudio; ahora analizaremos el retrato que los novelistas hacen de las mujeres galantes y de la prostitución en el siglo xix. Creemos que la literatura jugó un papel muy importante, si no fundamental, como creadora o propagadora de estereotipos. La novela no solamente iluminó la escena prostitucional difundiendo así ese tema, sino que lo llevó a sectores sociales mucho más vastos. La novela, esa creación del xix, debía ser, decía Ignacio Manuel Altamirano en sus Crónicas a mediados del siglo, fácil de comprender por todos y particularmente para el bello sexo, «que es el que más la lee y al que debe dirigirse con especialidad, porque es su género». No podemos olvidar tampoco cuando hablamos de la novela en este siglo que la mayoría de los hombres de letras eran también políticos y fecundos periodistas, además de ser abogados o doctores. Hilarión Frías y Soto, por ejemplo, quien escribe a finales de los años 70 sobre la mujer venal en La Traviata o en su novela realista llamada Vulcano, estudió y se graduó en la Escuela Nacional de Medicina, es un prolífico periodista y conocido político liberal además, detalle importante, un gran conocedor del mundo prostitucional, es él quien escribirá varios informes científicos sobre el tema e incluso uno de los reglamentos de prostitución para el Gobierno del Distrito. En Los mexicanos pintados por sí mismos, José M.a Rivera hace una interesante reflexión en 1850 acerca del papel tan importante que la literatura tuvo en México como formadora de la identidad nacional, y de la influencia de la novela francesa en la creación de caracteres como el de la preciosa y tan conocida Alegría, de Eugéne Sue, porque desde que el autor de Los misterios de París pintó a la novia de Germán todas las grisetas que conocían al tipo quisieron parecérsele, y todas dieron en ser Alegrías. Las novelas francesas jugaron en México un papel fundamental en la promoción y difusión del tema prostitucional, y seguramente en la elaboración de fantasías colectivas. Sin embargo, a pesar de lo afrancesados que se sienten y se quieren nuestros ilustres mexicanos de la segunda mitad del siglo, en México no se escriben tantas novelas como en Europa. El tema de la prostitución lo habían puesto de moda en Francia desde la primera mitad del siglo los hermanos Goncourt, Émile Zola, Victor Hugo, Eugéne Sue, Huysmans, Alejandro Dumas... Sus novelas son muy leídas en México y el tema parece gustar también en estas latitudes ejerciendo una innegable influencia en nuestros novelistas. Hasta tal punto que no sabemos cual sería la realidad, es decir, si fue el exceso de conductas venales, que los doctores, policías, moralistas e higienistas no cesan de denunciar, lo que influyó para que la novela desarrollara ese tema, o al revés. Lo que sí evidentemente refleja es una preocupación general por la cuestión. El Dr. Lara y Prado confirma la importancia del tema prostitucional en las novelas mexicanas y se escandaliza de que la novela romántica haya hecho de la prostituta una heroína. Escribe que «ellas lo saben bien y explotan a maravilla la credulidad de los parroquianos para quienes tienen siempre a la mano una página del más acabado romanticismo». Y añade: «¿acaso uno de nuestros intelectuales, que es al mismo tiempo un viveur impenitente y un literato de gran talento, no ha revestido, en una de sus más deliciosas novelas, de una vestidura exquisita a dos de los personajes que vegetan como en un invernadero, en el ambiente de perversión moral de un prostíbulo?». Seguramente el Dr. Lara se refería a una novela que empezaba a circular en México. El éxito sin precedentes de Santa, la más famosa novela de Federico Gamboa (1864-1939), la convirtió en un clásico de la literatura nacional. Desde su aparición en 1903 hasta los años 30 se publicaron 60.000 ejemplares. Hoy no se puede hablar sobre prostitución sin referirse a Santa, que se volvió incluso un clisé, un arquetipo, un mito, que a través de varias películas, innumerables adaptaciones musicales y parodias teatrales pasó a formar Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. parte de la experiencia de quienes jamás leyeron esa novela. Santa dejó de ser una invención, una aclimatación de Naná, para convertirse así en una persona de carne y hueso que vivió en ámbitos tangibles. El éxito del que nos habla José Emilio Pacheco en la introducción al Diario de Gamboa (1977) fue indudable en el primer tercio del siglo xx, pero a nosotros nos interesa el periodo inmediatatamente anterior, es decir, el de la formación y educación sentimental de Gamboa, para poder ejemplificar la decisiva influencia francesa que vivieron en México nuestros médicos y los literatos decimonónicos. Si Santa se convierte en un mito es porque su autor logra amalgamar perfectamente la temática de moda con el medio social mexicano. No solamente porque Santa trata de la vida de una prostituta, que tal vez quisiera ser la hermana mexicana de Naná, sino porque su propio autor vivió en la «bohemia» tan típica de la vida intelectual y artística parisina, imbuida en el mundo de la galantería, en esa época en que la venalidad se puso a la orden del día. Gamboa, abogado a los 20 años y amante de la literatura, del periodismo y los «bajos fondos» de la ciudad de México, es cautivado por las artistas francesas que llegan a la ciudad a trabajar: a la Théo le escribió varios poemas, a la Judic le hizo críticas galantes y le enviaba ramos de flores cotidianos, a la Pirad confesó haberla seguido una vez hasta Puebla. Tal vez por eso no es extraña su opción por el naturalismo, su pretensión de convertirse en el Zola mexicano, ni que adopte el seudónimo La Cocardiére (de la obra La jolie parfumeuse) con el que firma sus artículos en El Diario del Hogar; ni que prefiriera buscar el autógrafo de su idolatrado Zola o platicar con Edmond de Goncourt en París, en vez de luchar contra la reelección de Díaz al lado de Filomeno Mata, dueño del periódico. Y es que París era la ciudad ansiada por los jóvenes vividores con pretensiones literarias, aunque no todos tuvieran el privilegio de Gamboa de poder conocerla. Tal vez fueran esos sueños colectivos los que lo hacen seducir a la primera muchacha que encontró parecida a la Fille Elisa, de la novela homónima de Goncourt. Margarita, que algunos dicen pudo haber sido la inspiración de Santa, joven de 19 años que había sido violada y que cuando Gamboa la conoce está prófuga de su familia y muere de una pleuresía durante su estancia parisina. A falta de memorias, autobiografías y correspondencias íntimas, géneros tan desarrollados y practicados en el xIx europeo —y que han permitido a los investigadores especializados en la «historia de las mentalidades» penetrar en el mundo íntimo y privado de la Europa de esa época—, en México se ha utilizado a la novela muchas veces como fuente privilegiada para desarrollar estudios históricos sobre la vida social; pero nosotros nos preguntamos si podemos utilizarla también para conocer la vida íntima y el pensamiento de las mujeres reales del siglo xIx. Saber si la literatura decimonónica tuvo, como lo quieren ver sus defensores, algún impacto o influencia en sus lectores, y si las mujeres leían, quiénes lo hacían, qué preferían, y si influyeron las novelas en la creación de patrones de conducta, o si ellas se sentían retratadas. Es difícil solucionar este problema en la medida en que no disponemos de estudios acerca del lector y menos aún de la lectora mexicana en el siglo xIx. Si bien la novela es una invención del xIx y según algunos autores nacionales como Altamirano estaba destinada en primer lugar a la ilustración del bello sexo, es evidente que este género literario, el más importante de ese siglo, también anhelaba llegar a los hombres en la medida en que pretendía ser la piedra angular de la emergencia de una cultura nacional, cuyas metas eran patrióticas, didácticas y moralizantes. Tal vez lo único que podríamos añadir es que novela y realidad (si es que tomamos realidad por historia) se mueven en dos niveles diferentes uno del otro y corresponderían a análisis distintos pero que nos permiten volver a nuestra argumentación: lo que la novela sí nos refleja es una forma de ver el mundo y las concepciones que acerca de la mujer, su sexualidad y la prostitución tienen los hombres del xIx. Sabemos que el público lector creció en el xIx y que hubo novelas para todos los gustos, aunque en general el público quería placeres sencillos, a lo que los novelistas respondieron perfectamente, haciendo las veces de moralistas. Ya nuestro primer novelista moderno, Fernández de Lizardi, había resumido perfectamente la mentalidad y la moral social de fines de la época colonial en esa antología del sexismo decimonónico que es La Quijotita y su prima: las mujeres —las buenas, claro está— están hechas para tener hijos y acompañar, amar y obedecer al hombre con paciencia, amor y gratitud; ellos, maestros, padres, esposos, luchan en el mundo para protegerlas y proveerlas de Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante. lo que necesiten. A partir de entonces, los novelistas del xIx se han abocado a escribir loas al matrimonio, y no hay que olvidar que el matrimonio decente implicaba también riqueza, linaje, influencia, poder, educación. El género novelístico del xix posee leyes propias, los valores morales de la novela dan fuerza a la realidad económica burguesa, donde las mujeres dependen por completo del matrimonio para su sobrevivencia material. Carlos Monsivais opina que nuestra literatura le ha dado a la mujer —y eso hasta los años sesenta de este siglo— un papel fundamental: el del paisaje. El vínculo entre realidad literaria y realidad real sólo conduce a un mundo donde la mujer carece de peso específico. Nuestra cultura, escribirá, sólo acepta como mujer interesante a la mujer idealizada, mítica. Únicamente el mito, la exaltación o la denigración es atendible, la mujer ha transcurrido en nuestra literatura como un vasto proyecto utópico. Su capital inicial es su pasividad; el matrimonio es su meta y su realización; el adulterio es su expulsión del paraíso; la promiscuidad, su exterminio. Virgen o puta, en nuestra literatura las mujeres del pueblo podrán ser todo lo simpáticas que se quiera, pero espirituales nunca, el espíritu es un favor de las élites. Las novelas fueron, en general, advertencias prudentes contra los peligros de las pasiones desenfrenadas y exhortaciones acerca de que la civilización moderna exigía sacrificios, es decir, la propagadora de la disciplina erótica. Las feroces críticas hacia ciertas novelas «osadas» (Madame Bovary, por ejemplo) demuestran la incertidumbre burguesa del siglo xIx acerca de la expresión erótica y muestran también la vacilación entre el anhelo desesperado por saber más y el de seguir ignorante, es decir, puro. La novela generó inquietudes porque no sólo registra e inventa vida y amor, sino porque moldea ambos, lo que hacía exclamar al doctor Lara y Pardo: «rondan los jóvenes influenciados y con la imaginación sobreexcitada por la leyenda que corre de boca en boca y que nimba de gloria a la prostituta». Autor y lector responden a las mismas pasiones. Los censores opinaban que la literatura podía echar a perder a los jóvenes, que las novelas eran invitaciones a la perdición, que podían incluso inducir al crimen... Sus propias angustias les impedían ver que la lectura podía servir, al contrario, como sustituto de la satisfacción erótica. Prostitutas en la novela A partir de un breve recorrido por algunas novelas escritas en la segunda mitad del xIx con algún tema prostitucional, como: La Traviata y Vulcano de Hilarión Frías y Soto, Las memorias de Paulina (1874) de José Negrete, Fragatita y otros cuentos (1884) de Alberto Leduc, Angelina, o La Rumba (1890) de Ángel del Campo, sin olvidar a nuestra sempiterna Santa, podríamos sacar algunas conclusiones: — Tanto el naturalismo como el realismo coinciden en que la mujer toma existencia en la literatura como un ejemplo. Santa es una suma de pecados que sólo la muerte logra redimir. La novela no es el tránsito de su canonización, sino el recuento de un castigo justo. Gamboa, tan típico como Santa, no intenta comprender sino elaborar una condena. Además esta novela introduce claramente la preocupación de su época, es decir, la de la prostitución innata, la de la degeneración de la raza, Santa «llevaría en su sangre los gérmenes de la lascivia de algún ancestro corrompido o atacado por la sífilis». — La forma en que todos los relatos describen a las mujeres transparenta bastante ambigüedad, acaso temor hacia el sexo femenino. En la mayoría de estas historias casi ninguna mujer se salva de un espantoso juicio moral: las solteronas o quedadas, pero también las casadas. Las suegras, las beatas, sin olvidar a las monjas. En general, en las novelas abundan las malas madres, acusadas de vender a sus hijas no sólo como prostitutas, sino buscándoles buenos partidos. Las jamonas, las pollas, las viejas, nadie se salva. Las bachilleras, porque saben mucho, leen, piensan y supuestamente no dependen del hombre o podrían criticarlo. Las campesinas, por rústicas, bárbaras, ignorantes y feas. Las sirvientas, porque no tienen moral, son candidatas a la prostitución o de allá vienen, pueden contagiar a los hijos de familia, o provocar a los maridos. Las coquetas, porque son demasiado bonitas y atraen a varios hombres y aunque sean decentes y jamás les den ni un beso los alumbran con su belleza y juegan con sus sentimientos, haciendo que muchos de ellos se pierdan de amor, se peleen por Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. celos, se acaben la vida. Las mujeres tienen defectos espantosos y de este documento es responsabilidad por lo tanto, mucho más vulnerables sexualmente hablando, los El uso indebido del estudiante. son las culpables del sufrimiento de los hombres. instintos animales las controlan. La mujer está perdida, nos di— La única mujer rescatable, la única digna de respeto es la ideal, la cen, desde que concede el primer beso, ni siquiera hace falta que mujer de los sueños, el «ángel» del hogar. La blanca paloma, virla desfloren, ella está a merced del hombre. Una vez logrado el gen e inocente —por supuesto con buena posición económica—, primer paso ella ya está corrupta e inicia una funesta carrera que que lee pero no tanto, que borda, cocina, canta y toca el piano, que irremediablemente la llevará a la perdición. pasa su vida esperando, obedeciendo, haciendo obras de caridad, respetando a Dios en el cielo y a su padre, y luego al marido Pero lo que es importante resaltar es que —como la prostituta— no en la tierra, llenándolo de bendiciones con cada hijo que pare sin toda mujer es susceptible de ser seducida, en general es la desprotechistar. gida social la que es mira de los libertinos. Como se ve claramente — La sexualidad femenina es vista como peligrosa para el hombre. en las novelas, es la abandonada moral o familiarmente, es la pobre, Es por eso que en las novelas, la pareja ideal debía estar formada la huérfana, la sirvienta, una y otra vez regresamos al mismo punto por una jovencita y un hombre maduro, a veces hasta 30 años de partida: a la de origen innoble, la del asilo, ahí están las muchamayor que ella. Él debía ser por supuesto el primer hombre en la chas producto del pecado de sus madres, que es el antecedente de su vida de su mujer, e introducirla en el mundo de la sexualidad para propio pecado. La degeneración es genética así como la propensión así poder gestionar su placer, si es que con todos esos agravantes al vicio y a la perdición. De este modo, la gran constante en la lite—la joven paloma educada para no sentir— podía tener derecho a ratura será que la mujer bonita —recordemos además que la mayoría él. Lograr que la mujer sintiera por lo menos para no rechazar al son blancas—, seducida y abandonada, es quien encabeza las filas de marido, pero no tanto, para no despertar a la fiera que duerme en la prostitución. todas las mujeres y que amenaza con destruir a su víctima, el El fin de estas pobres desgraciadas es muy triste. Si bien podrían hombre. Nunca antes, como en el xIx, la bipolaridad de la natusalvarse con un buen matrimonio —nos dejan entender los novelisraleza femenina estará tan marcada. Por su antigua alianza con el tas— como ya están podridas por dentro, todas terminan mal. En gedemonio, las hijas de Eva pueden pecar todo el tiempo. Al estar neral, la mayoría de ellas se arrepiente y busca, ya en sus últimos más próximas al mundo orgánico e identificarse más con la Namomentos, acercarse a Dios. Esto nos muestra que las mujeres por turaleza, viven en la permanente amenaza de que fuerzas telúnaturaleza son religiosas, ellas piden, en el lecho de muerte al sacerricas hagan explosión dentro de ellas y las lleven a todo tipo de dote, confiesan sus pecados y mueren con una sonrisa, aunque coexcesos. La histérica, la ninfómana, son tan sólo dos ejemplos rroídas por enfermedades espantosas. Otras con terribles dolores, que nos muestran ese gran enigma que es la feminidad para el sitísicas o sifilíticas, en oscuros y patéticos hospitales, solas, pobres y glo xix. Los literatos desarrollan incluso un modelo de devorafeas, desgastadas por una vida torpe entregada al alcohol y al vicio, dora de hombres, que siempre termina mal. mueren como vivieron. — Otra idea general en las novelas es la de un determinismo social y genético que condena a las mujeres a priori. Si bien las muchachas de las novelas siempre intentan defender su honor frente al seductor en ciernes y el proceso de seducción no sea tan rápido, los hombres luchan por conquistar, ellas resisten pero... pero al final ceden. Siempre ceden. Ceden porque son mujeres, ergo débiles frente al hombre. Ceden porque son pobres, ignorantes, y
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