El viaje de Piteas El “País del Estaño” era para los griegos una especie de bruma fabulosa perdida en el centro del Océano inmenso. Los tesoros incalculables que acumulaban las islas estaban guardados por espantosos monstruos marinos, de terrible boca y ojos enfurecidos, capaces de azotar con su larga cola los navíos que se aventuraran por aquellas aguas y lanzarlos nada menos que fuera del mundo, al lugar donde habitan los muertos, de donde jamás se tiene la posibilidad de regresar. Este era el concepto que poseían los griegos de las lejanas Islas Casitérides. Ningún indicio geográfico, ni siquiera el nombre del océano donde se encontraban las islas, ni su posición bajo los astros, ni la referencia de los países vecinos de estas tierras cuajadas de riqueza. Grecia no tenía ningún indicio que le permitiera suponer la localización del “País del Estaño”, las famosas Casitérides, y por eso daba crédito a una leyenda que explicaba su existencia. Los fenicios fomentaban astutamente esta creencia porque eran ellos los que explotaban los ricos yacimientos de estas islas y quienes comerciaban después con el producto por todo el mundo conocido. Por eso rodeaban las islas de leyendas, monstruos vigilantes, océanos rodeados de abismos, etc. Y por si acaso, pese a estas amenazas, algún marino intrépido pensaba en arriesgarse a buscar los yacimientos, las leyes fenicias tenían prohibido que los barcos de los demás países rebasaran las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar). La Historia no sabe, porque no hay documentos, cómo consiguió sortear Piteas de Marsella la vigilancia fenicia de las columnas de Hércules. Lo cierto es que el marino griego (Marsella era una colonia griega) consiguió eludir esta vigilancia y doblar el Promontorio Sagrado, que hoy conocemos como Cabo de San Vicente, internándose en el desconocido Océano Atlántico. Piteas era un buen geógrafo y científico, además de marino. Parece ser que su viaje de exploración por las tierras del Norte lo realizó entre los años 330 y 315 antes de J.C. Provisto de dos trieras, naves pequeñas pero muy ligeras, su viaje tenía dos propósitos: uno científico, explorar y levantar mapas geográficos de las tierras desconocidas y los astros que se veían desde ellas por la noche, y otro comercial: buscar y estudiar los yacimientos de estaño de las Casitérides y la ruta que seguía el comercio del ámbar. Costeando la parte occidental de la península Ibérica, Piteas llegó hasta el Cabo Ortegal. Desde allí no se sabe si costeó hasta llegar a la Bretaña francesa o se lanzó a mar abierto desembarcando en las islas Uxisama, hoy islas francesas de Ouessant. Desde este punto, Piteas zarpó hacia Belerium, archipiélago hoy llamado Scilly, que se alza frente al extremo occidental de Cornualles, en las islas británicas. En Belerium descubrió los yacimientos de estaño. Las leyendas sobre el brumoso País del Estaño habían sido desveladas por un intrépido navegante con sólo dos pequeños barcos. Y desde luego, la abundancia de este mineral era grande en toda la isla. Cuenta Piteas que los indígenas de estas tierras eran muy amables con los extranjeros debido al intenso comercio que con ellos realizaban. Las costumbres en estas tierras, la Inglaterra actual, eran, según Piteas, las mismas que había en Grecia en los tiempos que describen los relatos homéricos; sin embargo, pese a este primitivismo, que asombraba al navegante griego, los antiguos britanos eran muy hábiles en la calada y fusión del estaño, un metal que hay que extraer de trozos de roca cuya ganga terrosa es muy difícil de separar. Cumplida su primera misión, la localización de las minas de estaño, Piteas rodea completamente lo que es hoy Inglaterra, sin querer explorar la isla de Irlanda por creer que estaba llena de tribus antropófagas. Levanta mapas de la travesía, y en Escocia, la punta septentrional de la isla, realiza una pasmosa medición de la distancia que le separa de Marsella, calculando 1.700 kilómetros, cien menos de los que en realidad hay. Desde la punta de Escocia realiza Piteas una de las travesías más fabulosas en la historia de la navegación, travesía que ha dado paso incluso a leyendas y mitos que todavía tienen vigencia en los mares del Norte. Piteas navegó durante seis días con rumbo Norte en medio de la bruma helada. Bruscamente, como saliendo de repente de detrás de un telón blanquecino, surgió una isla, a la que llamó Thule. En esta isla el día duraba veinticuatro horas porque el sol no se ocultaba, sino que se mantenía en el horizonte. Más allá de la isla, según Piteas, no se puede navegar, ni andar, ni volar, porque cielo, tierra y agua se confunden y enormes trozos de hielo vagan por la niebla que cubre a jirones su mole helada y fantasmal. Se ha querido identificar a la isla descrita por Piteas con alguna de las Feroe o de las Shetland, pero estos archipiélagos se encuentran relativamente cercanos a Escocia y no a seis días de navegación, como se lee en el relato del navegante griego. Es más probable que Piteas hablara de Islandia, cuyo territorio más septentrional roza con el círculo polar ártico, razón que explicaría la permanencia del sol en el horizonte y la proximidad de los icebergs, que espantaron al navegante griego. Vuelto a Cornualles, Piteas decidió costear el litoral de Galia y Germania para buscar la ruta del comercio del ámbar. Era éste un producto muy preciado que, desde los tiempos prehistóricos, había sido monopolio de los pueblos bárbaros que habitaban en el centro de Europa. También estos pueblos, para evitar competidores, explicaban el origen del ámbar por medio de una leyenda. Según ellos, el material era depositado en las orillas de la tierra por un brumoso océano que se encontraba al Norte del mundo. Piteas llegó en su navegación hasta Jutlandia, donde encontró ámbar pero en cantidades muy pequeñas. Y en este punto la historia no se pone de acuerdo: unos opinan que Piteas regresó desde Jutlandia hacia Marsella por el mismo camino; otros, sin embargo, aseguran que se internó en el Báltico y exploró el Golfo de Riga y luego el de Finlandia en busca del preciado producto. El viaje de Piteas fue el más fecundo de todos los realizados hasta la Edad Moderna. Dejó escrita una obra, Sobre el Océano, en la que describió todos sus descubrimientos y observaciones, pero no ha llegado hasta nosotros.
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