Nuevas Miradas En Los Procesos Del Desarrollo Evolutivo “Es poderoso el visualizar cómo al instaurarse cambios en la relación madre-hijo, paulatinamente ha ido variando el saber procedimental implícito de Kevin. En terapia, a través de los sucesivos encuentros intersubjetivos han surgido variaciones en los sistemas de control relacionales. Lo anterior queda de manifiesto en los progresos que el joven ha tenido en sus relaciones con otros y específicamente con el sexo femenino”. Por Viviana Tartakowsky Pezoa Psicóloga, egresada de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Coordinadora del Programa Previene-CONACE de la Ilustre Municipalidad de Quilicura y docente de la Universidad de Ciencias e Informática (UCINF). Alumna del Magíster en Psicología Clínica, mención estudios de la Familia y la Pareja, en la Universidad Diego Portales. El presente artículo intenta, mediante la presentación de un caso clínico, exponer algunos conceptos generales de la teorización propuesta por Daniel Stern, psiquiatra (profesor de psiquiatría y jefe del Laboratorio de Procesos Evolutivos del Centro Médico de la Universidad de Cornell, EEUU), quien combina los resultados de las más recientes investigaciones sobre el tema del desarrollo evolutivo con las concepciones psicoanalíticas, ofreciendo una importante comprensión acerca del modo en que los seres humanos crean un sentido de sí mismos y de sus relaciones con otros. Su aporte central reside en el hecho de que a diferencia de quienes ven el desarrollo temprano como un proceso gradual de separación e individuación, Stern sostiene que los infantes se diferencian desde el nacimiento, y describe este proceso con detalles obtenidos desde la observación empírica, mostrando cómo los bebés y sus cuidadores se comunican. Stern no solo cuestiona la secuencia evolutiva tradicional, sino también la noción de que el apego sólo remita a la infancia, lo cual tiene importantes connotaciones para la postura psicodinámica y la terapia. En este sentido, se considera que este autor propone una mirada muy interesante y novedosa, al articular la conceptualización psicoanalítica con la mirada evolutiva, logrando, por una parte, un entramado teórico-práctico contundente y, por otra, una visión acerca de los procesos de la más temprana infancia, los cuales eran territorios inexplorados por muchas de las disciplinas y corrientes psicológicas. El presente artículo provee una visión sinóptica de los principales conceptos de Stern y su aplicación en la clínica, ilustrados a través de la presentación de un proceso terapéutico. En este relato además se incluyen algunas conceptualizaciones propuestas por otros autores de esta línea, que aportan a la comprensión de este autor. Antecedentes generales: Kevin tiene 21 años, estudia cuarto año de sociología en la Universidad de Chile, y es hijo único del matrimonio de Luz y Kevin. Este último se separó de su mujer cuando el niño tenía 1 año y desde entonces no se ha comunicado con su familia. Luz tiene 54 años y es relacionadora pública. Es dirigente sindical hace 25 años, siendo una líder reconocida en el mundo social. En el hogar de Kevin habita éste junto a su madre y la hermana de ella, Gladys, quien tiene 40 años y es soltera, sin hijos. Motivo de Consulta: El joven es referido a quien suscribe a través de un psiquiatra. Este me comenta que desea derivarme a “un chiquillo que atendí hace algunos años”. Describe que hace tres años aproximadamente atendió a Kevin, quien presentaba “una especie de fobia social, con personalidad evitativa y algunos rasgos esquizoides”. Me relata que en esa ocasión, la madre es quien solicita apoyo para su hijo, quien tendría dificultades para establecer interacciones con otros sujetos. Esto, si bien sería una condición que Kevin presentaba desde la infancia, ese año causaba más dificultades, ya que debía efectuar disertaciones orales en la universidad. El profesional me señala que trabajó con él alrededor de ocho meses, tiempo en el cual logró disminuir muchos de los síntomas ansiosos asociados a la exposición a situaciones sociales. Describe que la madre recientemente lo llamó por teléfono, ya que han reaparecido algunas dificultades y sobretodo se encuentra asustada “ya que mi hijo tiene 21 años y nunca ha pololeado”. El psiquiatra comenta que le parece adecuado que el joven sea atendido por una mujer, dado el motivo de consulta. Refiere que habló de esta posibilidad con la madre, quien señaló estar de acuerdo. Yo acepto. Se acuerda que él llamará a la madre, para citar al joven a una primera entrevista. La historia terapéutica… Con estos antecedentes, se decide efectuar una primera entrevista “puente”, ya que parte de la sesión, consistió en que el psiquiatra le explicitara al joven que yo sería su terapeuta y el motivo de consulta referido por la madre. Luego nos deja solos. Kevin es un joven delgado, de ojos grandes y pelo crespo. Su vestimenta corresponde a la de un joven de su edad, sin embargo se evidencia cierto descuido en su apariencia personal. Prácticamente durante toda la sesión permanece en silencio, con la cabeza gacha y sólo responde a las preguntas moviendo su cabeza. El clima emocional predominante de este primer encuentro era de tensión, evidenciándose que ésta aumentó cuando el psiquiatra abandonó la sala, momento en el cual comenzó a tocar una de sus orejas, de manera sutil, pero visible (luego veremos que siempre el joven realiza esta conducta en momentos de estrés). A pesar de la tensión evidente, el joven logra expresar con monosílabos que efectivamente tiene dificultades para establecer relaciones con sus pares, específicamente con las mujeres. Manifiesta que es algo por lo cual sufre, ya que desea relacionarse con otros. De esta forma, presenta egodistonía. Durante la sesión, le planteo que éste será su espacio y que podrá permanecer en silencio si lo desea. A pesar de mi incomodidad con su mutismo y la evidente tensión en el ambiente, evito preguntar excesivamente o demostrar mi inquietud ante su dificultad de comunicarse verbalmente. Sin embargo, no puedo dejar de manifestar que en mis pensamientos rondaba la siguiente pregunta: “¿me irá a hablar alguna vez este lolo?” Al finalizar la sesión le realizo la siguiente consulta: “¿es así como te sientes cuando estás con una mujer?”. Asiente con la cabeza. “De esta forma”, continúo la pregunta, “¿te pasa que te cuesta conversar?”, vuelve a asentir. “Me parece, entonces, que podemos ver las sesiones como una especie de experimento, ya que, como yo soy mujer, podemos ver aquí mismo cuales son los problemas que surgen al relacionarte con una mujer… ¿Te parece?”. Kevin vuelve a asentir con la cabeza y logra establecer un primer contacto visual conmigo. Este aspecto resulta esencial, ya que constituye uno de los ejes de la intervención que se está llevando a cabo con el joven, en el sentido de observar en cada una de las sesiones el modelo “de estar con” (Lyons-Ruth, K. 2000) la terapeuta, develando el “estar con” que se instaura entre Kevin y los otros, específicamente con las mujeres. Lo anterior se sustenta en el hecho de que de acuerdo a Stern (1997), al realizar nuestras acciones, se activan “modelos de estar con”, los cuales seleccionan las conductas interactivas que hay que realizar y sus modo de expresión. Así, la terapia se plantea como la instancia en la cual se “ponen en acto” representaciones inconscientes o reglas procedimentales que regulan los intercambios (Lyons-Ruth, 2000). El trabajar con esta conceptualización a la base permite suponer que a partir de la relación paciente-terapeuta es factible establecer cambios en la experiencia intersubjetiva. Sin lugar a dudas, para lograr lo anterior, era necesario establecer un diálogo colaborador entre Kevin y mi persona, aceptando, por ejemplo, sus afectos negativos o silencios, así como aprehender en cada instante, la realidad subjetiva del joven, la cual durante las primeras sesiones, era prácticamente del todo no verbal. Desde esta perspectiva es central el énfasis en la interacción “momento a momento”, lo cual nos exige como terapeutas el desarrollo de la capacidad de la atención, de tal manera de captar todas las señales transmodales (Stern, 1991). Durante la segunda y tercera sesiones, a las cuales el joven acude puntualmente, se refuerza el vínculo, y el diálogo colaborador, aceptando sus silencios y su comunicación no verbal, así como sus “no sé” al efectuar preguntas que tuvieran relación con la definición de su Sí Mismo, desde los aspectos más concretos de éste (por ejemplo: su música preferida o su ramo de mayor agrado). Durante estos encuentros, el joven logra describir algunos hechos relevantes de su biografía. Sin embargo, al consultar sobre los afectos asociados a estas vivencias, la tensión sube, comienza a tocar su oreja y a permanecer en silencio. El acuso de recibo de estas señas no verbales permite conocer y ajustar los tiempos en las intervenciones. En ese sentido, la terapia se ilustra como un diálogo, ya que incorpora la perspectiva de ambos. Lo interesante de estos encuentros es que el diálogo se daba mayormente sin palabras, basado en comunicación analógica. Sin embargo, podría especularse que desde estas primeras fases surgió un verdadero encuentro intersubjetivo, lo cual se ilustra, por ejemplo, en el hecho de que Kevin nunca ha faltado a alguna sesión, incluso en estos primeros encuentros, en las cuales se estaba construyendo la alianza terapéutica. Así, puede hipotetizarse que el joven sintió que se validaba su Sí Mismo, lo cual, como se verá más adelante, ha sido la base para la concreción de los cambios. En ese sentido, podría especularse que se generó un clima de confianza, “esencial para que se genere un mundo vincular estable que permita acercarse a los momentos críticos en que los vínculos rigidizados evolucionan” (Carrasco, E. 2005). Además, se puede verificar cómo el construir esta base de confianza, en articulación con un diálogo colaborativo, constituyen requisitos ineludibles para el logro de cambios terapéuticos. En estos primeros encuentros surgen los siguientes contenidos de su biografía: - - - - Señala no tener recuerdos de su padre. Comenta que en casa jamás se ha hablado de éste y que nunca ha visto sus fotografías. Refiere que durante su infancia, en alguna ocasión, le preguntó a su madre acerca de éste y que ella se negó a darle esa información. Así, decidió nunca más referirse al tema. Comenta que vive en casa con dos mujeres, su tía y su madre. Refiere que con ambas no tiene una muy buena relación, más bien, que casi no hay relación, ya que sólo “me preguntan como me va en la “U” (universidad) o me dicen que ordene mi pieza”, “casi no las veo”. Se queja de que la madre “siempre responde por él”, ya que en encuentros con otros adultos, cuando le efectúan una pregunta, ésta contesta, no dejándole espacio para argumentar. Comenta que cuando niño la madre “era muy metiche”, “estaba siempre en el colegio”, “participaba de la directiva y me defendía de mis compañeros”. Por otro lado, señala que la madre “no me encuentra nada bueno… sólo recibo gritos y quejas de su parte”. Considerando esta queja, se plantea al joven que resultaría interesante traer a la madre a sesión, ya que éste afirma que, a pesar de que se siente pasado a llevar por ella, nunca se lo ha expresado verbalmente. El joven refiere no estar seguro de querer incorporar a la madre en su espacio terapéutico, ante lo cual se le plantea la posibilidad de pensarlo y conversarlo en la próxima sesión. Con estos antecedentes es factible desarrollar las primeras hipótesis con respecto a Kevin, evidenciándose que el “modelo de estar con” dice absoluta relación con la manera de vinculación establecida con su madre. De este modo, puede visualizarse como esta relación o vínculo primario es la base del “saber implícito relacional” de Kevin (Lyons-Ruth, 2000). Se infiere que se ha instalado, un estilo “de que la madre hace las cosas por él”, considerándolo como un niño que debe cuidar. En ese sentido, las dificultades aparecen con mayor fuerza en esta etapa del ciclo vital, en la cual la trayectoria evolutiva exige una mayor independencia y autonomía de parte del joven, tareas difíciles de aceptar para una madre que ha tendido a seguir viendo a su hijo como un bebé. Cabe señalar que a su vez esta conducta posibilita que Kevin se sitúe desde esta posición relacional, de tal manera que se genera una secuencia interactiva. Es interesante la potencia de esta vinculación, al visualizar que en la terapia Kevin replica este modelo, actuando como un niño conmigo, incluso sin lenguaje. Se puede suponer que esta condición ha dificultado que el joven logre desarrollar su autonomía y consolidar su identidad, tarea evolutiva que de acuerdo de Micucci (1998), debe alcanzarse en años anteriores, específicamente en la adolescencia tardía, pero que, evidentemente ha presentado retraso debido al sistema interaccional descrito. Siguiendo esta premisa, puede hipotizarse que el joven presenta dificultades en lo que respecta a su proceso de individuación conexa (Stierlin, 1997), ya que, de acuerdo al autor, para que una individuación resulte exitosa, el sujeto debe, en primer lugar, desarrollar una consciencia de identidad, aspecto que es una las principales dificultades descritas en Kevin (“no sé lo que me gusta”, “no sé”, ante la pregunta acerca de si siente predilección por algún ramo de su carrera universitaria). Por otra parte, se evidencia que Kevin presenta dificultades en el establecimiento de relaciones interpersonales, así como “saber establecer metas y valores” (pág 98), situaciones que, de acuerdo a la propuesta de este autor, dan cuenta de dificultades en los procesos de individuación. Por otra parte, la hipótesis es consistente con el hecho que: “La dialéctica relacional que se expresa de esta manera, comienza y se despliega en la relación entre la madre… y el niño.., incluye luego en medida creciente a personas externas, como compañeros de la misma edad, maestros, parejas..” (pág. 100). En Kevin se evidencia cómo esta dificultad relacional primaria se ha reflejado en las problemáticas interactivas posteriores. Profundizando esta argumentación explicativa, se puede señalar que existen dificultades en lo que respecta a la “individuación con” y la “individuación contra”. En relación a la primera, podría describirse la dificultad que presenta el joven al intentar “interiorizar los guiones, narrativas y programas de acción…ganándome lo heredado de mis antepasados para poseerlo, doy una dirección y sentido a mi vida” (pág. 108).. me dejo inspirar en la composición de mis historias por otras personas próximas, dejo que ellas me proporcionan el marco..(pág 111). Sobre esta base, pensemos lo complejo que resulta lograr lo anterior, cuando parte de la historia se desconoce por completo (todo lo relacionado con el padre). El vacío pasa a ser parte de mi historia, por tanto, yo también cargo con ese vacío, como parte de mi identidad. Por otro lado, en lo que respecta a la “individuación contra” también se evidencian dificultades, ya que, por una parte, es difícil contravenir un mandato o una historia familiar, si parte de ésta es una incógnita y, por otro lado, es aún más complejo cuando con la madre se ha instalado un estilo interactivo desde lo “infantil” o “hipercuidador”, desde el lenguaje de Stierlin. Esto último implica que no “existe posibilidad de discusión”. En ese sentido, es interesante pensar cómo si bien Kevin presenta tendencias hacia la autonomía, dada su etapa del ciclo vital, se siente incapaz de contradecir a la madre o simplemente solicitarle que “no responda por él cuando otro le hace una consulta” , lo que implicaría que ella lo viera como un adulto. Surge la paradoja de que la madre, si bien lo visualiza como un niño, es ella quien pide la consulta y describe la situación, de tal manera que vislumbro que a pesar de la tendencia centrípeta del sistema, existe cierta conciencia de la necesidad de desarrollar fuerzas en sentido inverso. Con este marco se plantean dos objetivos centrales: 1. Promover la individuación del joven, fomentando la promoción de nuevos modelo de “estar con”, más adultos. 2. Potenciar la construcción de la biografía del joven, de tal manera que tenga aspectos o contenidos hacia los cuales ser leal y/o contravenir. De esta manera puede verse como hace sentido la propuesta de Micucci (1998), en el sentido de que no es factible sólo tomar como foco los procesos de autonomía en un adolescente, ya que tanto el arraigo como la individuación son procesos complementarios e interactivos. En relación al primer objetivo, se parte de la base de que el trabajo terapéutico “lleva a un cambio en los procedimientos que la persona usa para vivir consigo misma y con los demás” (Lyons-Ruth en Carrasco, 2000). Cabe señalar, con respecto al segundo objetivo, que es factible describir el abandono del padre como un duelo patológico, ya que se intentó negar la pérdida y por tanto, la expresión emocional asociada a ésta. Por una parte, lo anterior da cuenta de cómo el modelo relacional implícito también incluye la negación de la expresión emocional, sobretodo de los aspectos tristes de la experiencia. Recordemos que el joven tiene dificultad en la manifestación de sus emociones, tendiendo a la introversión. Y por otra, desde Stierling, la situación descrita da cuenta de una “realidad blanda”…”cuando permanecen confusas las afirmaciones y posiciones de los integrantes de una relación… parecen ocultarse mutuamente como en una niebla… En resumen, en la dinámica de vinculación de las relaciones blandas, los conflictos quedan silenciados, lo que no impide que sigan ardiendo de manera oculta (Stierling, 1997, pág 120)”. Desde esta premisa se atisba la importancia de explicitar y elaborar esa vivencia. Cabe señalar, que se barajó la idea de solamente trabajar estos aspectos en la terapia individual, sin embargo, se pensó que tendría mayor potencia el hecho de que no sólo en el espacio terapéutico se evidencie un modelo distinto de “estar con”, sino que éste también surja con la madre. En ese sentido, era fundamental que también la construcción de la biografía se diera, de ser factible, en un espacio intersubjetivo madre-hijo. Así como también era primordial elaborar el abandono del padre con ambos. En la sesión siguiente, el joven refiere que desea que la madre participe del espacio terapéutico. Luz aparece en escena, es una mujer bastante alta y gruesa (a diferencia de Kevin), su voz es ronca y fuerte. Comento que fue Kevin quien deseaba que asistiera, ante lo cual sonríe, manifestando que “deseaba venir”. Durante la sesión, relata que se encuentra preocupada, pues siente que con Kevin “ya no nos comunicamos”. Refiere que su hijo no le habla y que ella sólo lo reta, pues éste no “hace su cama ni siquiera se ofrece a ir a pagar una cuenta”. Si bien en un primer momento de la sesión, se presenta como una mujer “fuerte” e intenta intelectualizar las respuestas, refiriéndose a hechos (análogo a lo descrito anteriormente en Kevin), al consultar acerca de sus emociones, asociadas a su hijo, surge la pena, y llora, señalando que no sabe cómo acercarse a su hijo. Por su parte, Kevin permanece en silencio (a estas alturas de la intervención ya lograba entablar un diálogo conmigo), con los brazos cruzados y con una actitud de rabia en el rostro. Al consultarle que es lo que siente, señala que nada. Sin embargo, al recordarle si desea decirle algo a su madre, con respecto a temas conversados en las sesiones individuales, éste afirma que sí. Con dificultad, manifiesta que está cansado de que su madre responda por él y que además ahora llore, ya que “sólo me habla para criticarme”. Puede evidenciarse como, en un contexto protector, Kevin logra por primera vez demostrar a su madre una emoción en una forma más adecuada o “adulta”, ya que, lo que antes sucedía, era que ante el hecho que Luz en una situación social respondiera por él, éste se enojaba y “no le hablaba”. Esto último puede verse como una “pataleta infantil”, la cual repetía el ciclo interactivo. La madre, con relación a esta información, refiere que no se había dado cuenta que lo hacía y que probablemente sea así, “ya que soy super avasalladora”. Describe que ella piensa que este estilo interactivo surgió como una coraza al quedarse sola con el niño, ya que “debí ser también el hombre de la casa”. En esa línea, uno puede evidenciar en Luz muchas características tradicionalmente asociadas al género masculino y es interesante como a partir de esta tesis, uno puede entender el porqué Kevin presenta tantas dificultades en lo que respecta a su identidad sexual. Desde una lectura psicoanalítica puede plantearse lo difícil que resulta para un niño desarrollar su condición de ser un hombre, por tanto, poseer un falo, cuando existe una madre que lo posee y que, por tanto, castra. Si bien esta visión ayuda a la comprensión de la dinámica, pierde de vista las potencialidades que esta madre presenta, ya que no es sólo una madre fálica (que ordena, “que la lleva” a nivel sindical, que tiene más “cuerpo” que su hijo y que ha bloqueado su capacidad de ternura), sino que es una mujer capaz de reconocer su errores, con un amor infinito hacia su hijo y con una historia de abandono que explica sus conductas. Es también interesante evidenciar como la intelectualización y negación de la expresión emocional en la madre pueden verse como conductas interactivas y adaptativas (Lyons-Ruth, 200) frente a la situación interpersonal que se estaba viviendo. De esta forma, puede especularse que desarrolló esta coraza emocional para que su Sí Mismo no se derrumbara y, por tanto, pudiera subsistir ella y su hijo. De esta manera, es factible leer el gesto de la madre no cómo una defensa intrapsíquica que dañó a Kevin, sino como un gesto de amor, que posibilitó que éste contara con una madre capaz de satisfacer los requerimientos de su desarrollo infantil. Es interesante cómo el hecho de ver en la madre una figura también vulnerable, ha sido central para el joven, quien percibe que Luz también ha vivido experiencias de tristeza, castración o falta. La madre, con respecto al reproche de Kevin acerca de que sólo lo critica, manifiesta que “es que no sé que hablarte”.”Desde hace algún tiempo siento que estoy con un extraño, que cada vez estamos más lejos”. A pesar de esta constatación, manifiesta que desea acercarse a su hijo y me solicita ayuda para hacerlo. Se plantea que lo central es que ambos puedan expresar sus sentimientos, experiencia que se había dado en sesión. Además, la madre le plantea al hijo que intentará no responder por él y le pide disculpas. Kevin señala que “no creo que lo logres”. En la siguiente sesión, desde el inicio se visualiza un clima emocional distinto. Kevin no tiene los brazos cruzados y la madre se visualiza más tranquila. A diferencia del encuentro anterior, entran a la sala conversando y se sientan más cerca, espacialmente hablando. El joven refiere que la madre ha cumplido con el trato y que incluso en una ocasión había comenzado a responder por él y al percatarse, dijo una broma y me “dio el pase”. La madre refiere que efectivamente ha intentado siempre cumplir con el acuerdo, “aunque me cuesta, porque incluso me ha servido para darme cuenta que no sólo lo hago con él, sino también con mis amigos y colegas” Se conversa con Luz acerca de la importancia de lo anterior y se instala la idea de que para que su hijo pueda vincularse con otras mujeres (no olvidemos que esa una preocupación visualizada por la madre) es central que ella lo vea y lo trate como un adulto. Así, la tarea anterior se instala en un marco comprensivo más amplio. Mediante esa intervención, la cual fue acogida y comprendida totalmente por la madre, se intentaba mostrar como su modo de “estar con” su hijo teñía indudable su modo de estar “con” otras mujeres. Esta idea, uno de los ejes centrales de la terapia, fue elaborada en forma tan positiva por la madre que, como veremos, tuvo una enorme potencia en los logros terapéuticos de Kevin. De ese momento en adelante, la madre siempre ha velado por consolidar una relación más simétrica con su hijo, lo cual ha fortalecido notoriamente el Sí Mismo de Kevin. Un aspecto significativo dice relación con el hecho de Luz, cuando a veces vuelve al estilo interactivo anterior, generalmente se da cuenta de esto y realiza gestos de reparación, como pedir disculpas. En ocasiones en las cuales no se ha percatado, es el joven quien le señala, no como una “pataleta”, sino desde una forma cariñosa y “adulta”. Kevin ha constatado el esfuerzo que ha implicado este cambio para la madre, valorando su disposición. Desde esa sesión y en los encuentros siguientes, surgió la necesidad de “hablar del padre”. La madre comenta que ella efectivamente estuvo muy mal cuando Kevin padre se fue y que optó por guardarse la pena. “Saqué todas las fotografías y decidí hacer como si no existiera”. “Reconozco que quizás estuvo mal, pero preferí hacerlo para no dañar al niño”. Lo anterior nos muestra cómo, por una parte, la negación del proceso de duelo instaló un tabú en la familia, de tal manera que existían lagunas en la biografía del joven. Por otra parte, se vislumbra cómo Kevin ha tendido a desarrollar un estilo emocional contenido, imitando y respondiendo las estrategias defensivas relacionales de la madre. Así, se evidencia cómo lo anterior surge interactivamente, ya que frente a una familia que calla o no responde, prefiero no preguntar, “guardar mis afectos” por tanto, no vincularme. También es factible visualizar cómo el hecho de que Kevin lleve el mismo nombre que su padre ausente no es menor, ya que, por una parte, la madre puede temer el nuevo abandono de parte de Kevin, por tanto, lo infantiliza para que no pueda partir. Por otro lado, para Kevin el llevar el nombre del padre ausente, es también una carga potente, ya que presenta el título de alguien que no conoce, que no sabe cómo fue y del cual sólo tiene el referente de que es una persona que deja. Así surgen las preguntas ¿desde que modelo masculino tomo elementos para la construcción de mi identidad si no existe ningún hombre relevante en mi historia? (aspecto que, como se verá más adelante, se indagó con el joven utilizando un genograma)¿cómo asumir mi rol masculino si el único referente de éste es el abandono? (temas que en el presente están siendo abordados con el joven). En sesión se conversa sobre el padre. La madre refiere que nunca tuvo una buena relación con éste y que Kevin padre la golpeaba. Llora. Kevin le da un pañuelo (es el primer gesto amoroso que surge en sesión desde el joven hacia Luz). La madre comenta que él nunca volvió a intentar acercarse al niño, sin embargo acota que sabe como ubicarlo, en caso de que Kevin desee hacerlo. Luz “encuentra” unas fotografías en donde él aparece, las cuales trae a la sesión. Refiere que “era tan distinto a Kevin, era amiguero, el alma de las fiestas”. Al indagar acerca de algunas semejanzas entre el joven y su padre, ella expresa que algo tienen en común: “Los dos son sensibles”, si bien le cuesta reconocer esta similitud, este mensaje fue muy potente para Kevin, ya que por una parte, le permitió reconstruir algo de su historia, como también le mostró que su madre no sólo veía en él sus defectos. Esto se recalcó durante toda la sesión, en la cual Kevin por primera vez llora, al evidenciar que su madre “ve algo bueno en mí”. Por otra parte, se consulta acerca de sí él comparte la idea de que esta es una característica de sí mismo. Este acota que sí, ya que amigos cercanos se lo han dicho. De esta manera, surge un importante contenido en la definición que Kevin puede dar acerca de su sí mismo, una condición que, además, se puede mirar “transgeneracionalmente”. La sesión siguiente, la madre comenta que encontró nuevas fotografías de Kevin padre y que, junto a su hijo en la casa, se sentaron a verlas y hablar de aquello. Este momento puede ser visto como algo crucial en la evolución de la historia, en el sentido de que se va instalando un nuevo estilo de “estar con”, que trasciende el espacio terapéutico. Desde esa premisa, puede verse como paulatinamente madre e hijo fueron construyendo un nuevo “modelo de estar con” que incluía distintos aspectos procedimentales, emocionales y cognitivos. No sólo el relato aludía a lo anterior, sino que también este cambio se ilustraba en la terapia, en la cual ambos se daban espacio para comunicar sus relatos, no habían interrupciones ni gestos analógicos de rechazo o incomodad con la presencia del otro. Por otra parte, se muestra cómo resulta sano el que madre e hijo hablen del abandono del padre y puedan resolverse todas las dudas que el joven tenía en relación a éste, desarrollándose una especie de trabajo de duelo. Estas sesiones con la madre se intercalaron con sesiones individuales con el joven, en las cuales se trabajaron aspectos de su biografía, utilizando un genograma, así como fotografías de su infancia. Cabe señalar que así como se evidenciaba un cambio en el modelo de “estar con” madre-hijo, también surgieron importantes modificaciones en el modelo de “estar con” Kevin-Terapeuta. Este cambio, como se ha descrito, fue anterior al sucedido en la díada principal, sentando las bases o promoviendo este último. De esta manera, puede verse como un “cambio terapéutico ocurre, en alguna medida, en las experiencias vividas en la escena terapéutica, a partir de la forma en que el terapeuta se hace parte en los modos vinculares que se activan en ella, puesto que se actualiza el pasado y se proyecta el futuro... La tarea primordial del terapeuta es su disposición a hacerse parte de un diálogo afectivo intergeneracional y por tanto, de un mundo vincular que por sí mismo se transforma” (Carrasco, E. 2000) Fue interesante realizar el siguiente ejercicio. En un primer momento, en el trabajo individual, se le pidió al joven que describiera a su madre con una palabra y éste señaló: “grito”. Luego, en un instante posterior, con los cambios descritos en Luz, al realizar la misma consulta, éste señaló: “palabra”. Al volver a efectuar la pregunta en el presente, Kevin señala “compañía”. Este simple ejercicio, nos muestra cómo ha logrado evolucionar un modelo de “estar con” rígido hacia otro más sano y flexible. Se constató que dicho estilo estaba más-menos consolidado cuando la familia volvió de vacaciones, momento en el cual ambos refirieron que lo pasaron “muy bien y conversaron bastante”. Es relevante acotar que Kevin no sólo tomó vacaciones con su familia, sino que también estuvo unas semanas con sus pares. Es poderoso el visualizar cómo al instaurarse cambios en la relación madrehijo, paulatinamente ha ido variando el saber procedimental implícito de Kevin. En terapia, a través de los sucesivos encuentros intersubjetivos (Lyons-Ruth, 2000) han surgido variaciones en los sistemas de control relacionales. Lo anterior queda de manifiesto en los progresos que el joven ha tenido en sus relaciones con otros y específicamente con el sexo femenino. En este último aspecto, es relevante acotar que Kevin ha manifestado avances progresivos paulatinos. En ese sentido, hoy logra no presentar síntomas ansiosos al estar en contacto con una mujer (recordemos por ejemplo la conducta de tocarse la oreja) o al menos controlarlos cuando éstos surgen. Ha podido “sacar a bailar a una mujer y conversar con desconocidas”, situaciones que él percibía como imposibles de realizar. Es relevante acotar que se ha explorado el tema de la sexualidad con el joven, evidenciándose su tendencia heterosexual, al sentir deseo por lo femenino. Sin embargo, es un aspecto que debe seguir desarrollándose, considerándose que Kevin no tiene ninguna experiencia en este tema. Los avances en esta línea han ido en la construcción de “lo femenino” como algo que no debe temerse, para lo cual fue fundamental el ejercicio descrito anteriormente acerca de la madre, a quien percibía como un “grito”. Al variar la visión de ésta y lo femenino, Kevin ha logrado desarrollar conductas promotoras de vinculación con las mujeres. Es interesante también cómo la modificación del modelo “de estar con” ha posibilitado que en ocasiones Kevin también sea el miembro que acoge al otro. De esta manera, hace un mes aproximadamente, el joven consoló a su madre cuando ésta tuvo un problema laboral. Así, se evidencia la flexibilidad en los roles, situándose en distintas posiciones relacionales, de acuerdo a los requerimientos de la vivencia. La terapia en la actualidad se ha desarrollado en un trabajo tendiente a fortalecer su personalidad e historia de vida, reflejando constantemente los progresos alcanzados por el joven. Hoy en día, Kevin es capaz de expresar sus emociones y de hablar “como un adulto” conmigo, su terapeuta. Esta mayor facilidad en el contacto ha sido visualizada incluso por el secretario de la consulta, quien afirma que desde hace algún tiempo “este cabro me saluda y me conversa”, cuando se encuentra en la sala de espera. Incluso, en lo que respecta a su apariencia personal denota más cuidado, pudiendo evidenciarse cómo se va instalando un estilo acorde con su etapa del ciclo vital, para lograr “ser gusto de las mujeres”. Un aspecto significativo ha sido el desarrollo de la capacidad de contradecir alguna hipótesis o idea que le he planteado como terapeuta, dando luces del proceso de individuación que se está llevando a cabo. Así, por una lado, parece tan ajena la pregunta de si “este cabro,¿me irá a hablar algún día?”, pero, a la vez, surgen nuevas interrogantes y desafíos, a saber: ¿podrá Kevin establecer una relación de pareja?, ¿Deseará algún día contactarse con el padre?... estoy por la apuesta de que dichas situaciones sucederán, sólo me surge el desafío de la paciencia, virtud que escasea en mi persona y que Kevin ha logrado desarrollar. En ese sentido, el espacio terapéutico logra ser un encuentro intersubjetivo, en el cual no existe una interacción unidireccional, sino un diálogo colaborador, en el cual como terapeuta participo como una persona completa, que crece, sufre, quiere y se cuestiona. Reflexiones de cierre… Se espera que a través de la lectura de este artículo se haya logrado en Ustedes, queridos lectores, una motivación e interés por conocer la enriquecedora visión de este autor. Desde esta perspectiva, se piensa que esta novedosa conceptualización provee al psicoanálisis nuevos marcos de aprehensión de la realidad, otorgando una visión integral acerca de los procesos del desarrollo evolutivo. Así, el afán de la presente exposición, sólo quedaría satisfecho al potenciar en Ustedes el interés por conocer en mayor profundidad los postulados de estos nuevos autores y enfoques, dejando la tarea de seguir sumergiéndonos en esta mirada distinta. Referencias Bibliográficas - Carrasco, E. (2002). Terapia familiar como psicoterapia infantil: algunas pistas teóricas y prácticas. De Familias y Terapias. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar. - Carrasco, E. (2005). Adolescente. Apuntes. - Lyons-Ruth, K. (2000). El inconsciente bipersonal: el diálogo intersubjetivo, la representación relacional actuada y la emergencia de nuevas formas de organización relacional. Aperturas psicoanalíticas, número 4. - Micucci, J. (1998). The adolescent in family. Therapy: breaking the cycle of conflict and control. Ch. 3. The Gilford Press. - Stern, D. (1991). El Mundo Interpersonal del Infante. Editorial Paidós. España. - Stern, D. (1997). La Constelación Maternal. Paidós, España. - Stierling, H. (1997). El individuo en el sistema. Ed. Herder. Cap. 7. Terapia Familiar Orientada al Desarrollo
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