Ensayos de la paciencia y autobiografía del no

ENSAYOS DE LA
PACIENCIA
y
AUTOBIOGRAFÍA
DEL NO
Alejandra Kurchan
Edición digital 2011
Edición gráfica 2002
Prisma
Neuquén
ISBN: 987-43-4879-8
PRÓLOGO
por Mariano Villegas
Los Ensayos de la Paciencia y Autobiografía del No
demandan e interpelan a un número ilimitado de
variantes de la creación verbal con un andar victorioso
de totalidad poética.
Entre otras cosas pertenece a una casi alucinada
reflexión sobre “el sujeto que se repite (el peso de lo
real) porque hay algo que nunca termina de poder
decirse”
Con donaire y sencillez, filosos rasgos de humor,
una impredecible y sospechosa cotidianeidad,
Alejandra Kurchan (AK) instala su discurso que
interpela (y pelea) en torno al uso, abuso, utilización y
deformación de las palabras generando diferentes
ámbitos del decir, el abrumador poder de la palabra
cuando está al servicio del peor de los poderes.
La agitada turbulencia de las demandas verbales de
AK nos plantea un seguimiento de su sistema de
lecturas, amplio, variado, profundo. En uno de sus
Ensayos, instala, primordiales, a Federico Nietzsche y
Antonin Artaud frente a frente, fumando puros, en
silencio. Por un lado, el revelador del origen de la
2
tragedia y por otro, el desesperado cuestionamiento a
la sin razón de la vida que no encontrará jamás el
camino de regreso.
Sin estar provisto con una porción del caudal
filosófico, lingüístico y poético que AK despliega en
sus ensayos, resultará difícil desentrañar alguna
legibilidad, donde “las significaciones se deslizan, son
esquivas, nunca se pueden aprehender las cosas de
manera unívoca y definitiva.”
En AK “el lenguaje no es inmaterial. Es cuerpo sutil,
pero cuerpo. Las palabras son tomadas en todas las
imágenes corporales que cautivan al sujeto; pueden
embarazar a la histérica, identificarse con el objeto del
penisneid, representa el flujo de la ambición uretral o
el material retenido del goce avaro”. Las de AK no son
palabras vacías, discurso de lo imaginario, sino
palabras plenas, lenguaje del deseo.
En tanto poeta, AK juega con la aliteración (heridaDerrida), la metáfora, la metonimia, incluye la aporía y
bordea el oximoron. Y esto es así, sencillamente,
porque incorpora el fallido al discurso, algo que la
lingüística no se puede permitir.
Enfrentada a la lengua corriente, al habla corriente
(que literalmente, corre) la lingüística trata de atrapar
esa expresión verbal, detener su carrera, fijarla en el
terreno, cristalizarla en signos.
3
AK habla y se habla desde el inconsciente en su
pulsión artística, de allí que su lenguaje sea similar al
de lalengua, expresión verbal que devela el
psicoanálisis, donde se incluye todo, hasta los fallidos..
Y como Alejandra Kurchan dice por ahí, en una
“puntada lacaniana”, puede afirmarse que sus ensayos
están encaminados para algún día develar “jeroglíficos
de la historia, blasones de la fobia, laberintos de la
zwangsneurose – encantos de la impotencia, enigmas
de la inhibición, oráculos de la angustia, armas
parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces
de la perversión – he aquí los hermetismos que nuestra
exégesis resuelve, los equívocos que nuestra
invocación disuelve, los artificios que nuestra
dialéctica absuelve, en una liberación del sentido
encarcelado, que va del palimpsesto a la palabra dada
del misterio y al perdón de la palabra.”
Mientras bajo la superficie de lalengua yace el
síntoma y la interpretación, la bienvenida voz de
Alejandra Kurchan devela, potenciada, la rara belleza
de una extrema poesía.
4
ENSAYOS
DE LA PACIENCIA
Ensayos de la paciencia
OPERTURA
En algún momento las palabras se inauguran, o si la
palabra cansada de sí misma se adivina repetitiva y
referencial, busca su incertidumbre en la boca de
algunos hombres. Generalmente aficionados a la
lengua, gente del FILOS, o de las físicas al límite,
gentes inciertas que tampoco se bastan con lo habido.
Y hay que hablar de una filosofía del lenguaje, y hay
que hablar de quienes andan hablando de ellas, pero no
por una cuestión de obligaciones disciplinares o
disciplinarias, sino más bien por una cuestión de
sostener cierto ethos en el habla, un ethos que se va a
encargar, fundamentalmente, de diferenciar la doxa de
la epísteme.
A veces, cuando fundamos una doxa nos fundamos a
nosotros mismos, cuando fundamos una epísteme:
fundamos un mundo. Alejados de Latifundear el
mundo sostenemos conversaciones con el silencio, y
no escuchamos nada, salvo el rumor de los arbitrios,
rumor de caprichos, de voluntades históricas, registros
de memorias intraducibles a los lenguajes que acechan
desde ese otro personaje.
Si alguna vez es cierto que los lenguajes vagaban por
el mundo buscando identidades, podríamos decir o
sospechar que mantienen un encuentro con la
6
Ensayos de la paciencia
(h)errancia de este hombre que se provoca a sí mismo
como si él también fuese un lenguaje indescifrable.
Bien podríamos hablar, sobre todo después de esta
convivencia de Nietzsche después de Nietzsche, que el
"problema" del origen es originar un ahora, buscar
algún apoyo para la posición del ahora. Originar sin
tiempo ni espacio, sino desde la ficción y desde la
voluntad de sostener un triángulo cualquiera.
Los lenguajes no existen de por siempre, y aunque
sufran de una materialidad casi al borde del
colonialismo, elaboran su voluntad con estrategias
robadas. Para ellos la opción no es materialidad Vs.
Inmaterialidad, sino materialidad y juego lingüístico.
Es una oposición en y, como la trilogía.
Descentrar la oposición, hacerla reversible,
reubicación de líneas y secuencias.
Lenguajes inaugurados, lenguajes originados,
lenguajes significados desde el cuerpo.
¿Qué es entonces la escritura en este momento del
lenguaje? ¿Qué son los lenguajes al momento de la
escritura?
Uno escribe sobre, y sobre todo: sobre lo que puede.
A veces también escribe sobre lo que se debe, o sobre
lo que no se debe.
Y hay un juego de sobres. Correo, juego y
superficies.
7
Ensayos de la paciencia
El hombre se señala porque actúa como el lenguaje,
se hace señas a sí mismo, y el sí mismo no le responde,
lo deja ignorante en el abismo de las cosas y los casos.
Entonces el hombre ficciona también la lengua, la
hace objeto, la cubre, la des-cubre, se hace amigo de
ciertos entre-dichos. Y después de muchos años
alguien leerá las múltiples maneras en las que fuimos
señalados por el lenguaje.
Entonces este diálogo celebrado, este encuentro de
rumores, esta epifanía, se alza sólo como un como.
Una metáfora maldita en el sueño de los ángeles.
Ciertamente la austeridad de la palabra se ha
convertido en un hechizo muy poco valedero.
La palabra no es austera, sólo mal-dita. Los lenguajes
de conciencia han derivado su absolución. Los
lenguajes: esos diablos que viven como ángeles,
escondidos en el uso cotidiano de los miedos y los
cuerpos. Esos brujos que se resuelven como cuerpos.
Cuerpos de lenguaje. Maquinaciones estoicas y
configuraciones paganas. Los lenguajes no representan nada, sólo se presentan a sí mismos, se
evidencian adulterando todo tipo de matrices.
Secuestros del cuerpo o robarle al lenguaje la palabra.
¿Y qué es lo que presentan de sí los lenguajes?
Presentan la errancia, la hendidura, la fábula de un destiempo, un modo de absorberse. Como una decadencia
8
Ensayos de la paciencia
del espectro ese que era. Como extrañando de la
certeza todas sus orillas.
Pregunta el hombre si los lenguajes sospechan
clasificaciones o si resisten el absoluto de una
categoría que los separe, por ejemplo, por usos,
funciones, formas y fines.
Los lenguajes enuncian su indecibilidad, son en tanto
pueden y no pueden ser ese otro lenguaje, de ahí que la
traducción, todavía, sea necesaria. Piénsese en Steiner
y su "Después de babel". Piénsese en los lenguajes
binarios (el lenguaje de la muerte es un lenguaje
binario), y piénsese en la poesía y piénsese en el
lenguaje del matemático.
Cuando alguien piensa en el lenguaje piensa una
instancia de primacías, se ve a sí mismo obligado en el
equívoco.
Un lenguaje es una víspera.
El pensamiento está hecho de lenguajes, pero no
siempre de palabras. Antonin y su pesanervios. El
pensamiento configurado, coanestesiado en esa especie
de simetría con los reales, ese empecinamiento
humano de pensar la realidad, de decir la realidad.
A veces pareciera que lo humano intenta establecer
sistemas de correspondencias, y pareciera que todos
los lenguajes escapan a las intenciones, algunos, más
predictibles que otros intentan un refugio, he aquí, el
lenguaje matemático.
9
Ensayos de la paciencia
He aquí el único lenguaje que no sirve a nada y sin
embargo practica su utilización en los glandes más
sensibles de todas las disciplinas, inclusive hasta en las
de moda. He aquí al único involuntario, despreocupado
de sus servidumbres extranjeras.
Los lenguajes matemáticos han dejado de imitar un
modelo de mundo, ahora se han constituido como
lenguajes de afirmación, ya no hay un sistema de
signos, sino un sistema de relaciones, y sobre todo,
relaciones confirmantes. La sintaxis matemática reduce
las expresiones hasta hacerlas válidas en tanto
relaciones de iguales, mayores, menores, incluidos,
excluidos, incógnitas cerradas o abiertas,
diferencias, etc.
Exorcizar al caos no del des-orden, sino de la
impredecibilidad. El sema matemático busca su origen
en sí mismo. Y no lo busca en el tiempo, sino en la
coherencia interna de la expresión.
La función de lo predecible y de lo predictible.
Puede anunciar y enunciar por conjetura, esa es una
simplicidad de la a-pariencia matemática, el meollo del
lenguaje matemático está depositado, digo bien,
depositado, en un sistema de abstracciones, un sistema
que prescinde voluntariamente de todo tipo de
referente, su pregunta no está en el afuera de sí mismo,
10
Ensayos de la paciencia
sino al interno, de ahí la función humana de la
matemática, demostrar si es posible o no una
coherencia interna en los sistemas cerrados, o si tal
coherencia corresponde a la voluntad de ficción de
todo lenguaje.
A veces, la secuencia lenguaje-palabra-escritura es la
mejor evidencia de las malformaciones culturales en
las que habitan los lenguajes, de la misma manera en la
que encontramos sutiles oposiciones y pretensiones de
transcripción de lo oralidad a lo escrito. Como si no se
pudieran in-corporar las diferencias de sistemas.
Y hay que hablar de sistemas, y de sistemas de
signos, hay que hablar de una sintaxis del sueño y de
un sema de la muerte. Hay que hablar de una
morfología del saber y de una escisión entre el saber y
la palabra.
La más de las veces asistimos a un palabrerío, y hay,
desde la arquitectura de los conscientes dos palabreríos
fundamentales, el que entre-tiene y el que revela y se
rebela. El primero está signado por una especie de
nadería que lo sostiene entre el tiempo de vida y el
tiempo de muerte, ambos personales, binarios,
histéricos, es decir de nombre extranjeramente propio.
El segundo mantiene una relación constante, y también
de patrimonio, con esa nadería que lo rodea. El uno ni
siquiera se preocupa por su pérdida; el otro, la sabe
pérdida y la considera como lugar vigilia. El uno es
11
Ensayos de la paciencia
significante del vacío, el otro, totalmente vaciado
funciona tal cual el nombre propio, sin significado e
incapaz de sostenerse por sí mismo como significante.
El primero, es la agonía del lenguaje, el segundo es su
voluntad pese al insomnio.
¿Cómo procede el ser humano ante la palabra que lo
instituye? La desconoce, la hace palabrerío,
indecencia, moral, moralina. La vuelve abrojo
cotidiano, la naturaliza, como si él, que es él porque
alguien dice él, no supiera de las mutaciones en las
letras y en los signos.
Un soporte lógico, eso es lo que busca, escribir
alguna vez un mal libro.
¿Y por qué escribir y no cantar o conjeturar o
deliberar?
Escribir? Instalar una marca, un signo que se desfigure con el tiempo y con el espacio, instalar una
marca que delibere con lo posible de todos los
lenguajes. Instalar una reinsurrección de la palabra.
Conceptos como "palabra", que necesitan ser
reinscriptos fuera de esa fonética nocturna, y
reinstalados en un habla discursiva, un habla de
cuerpo, un habla de acto, registran una evidencia de
estado del lenguaje.
La escritura, como estado de lenguaje, como estado
poético del lenguaje (en tanto que involucra
necesariamente un cuerpo y su ausencia) resuelve su
12
Ensayos de la paciencia
decadencia como estructura de parálisis ante el
pensamiento.
¿En qué términos se inscribe la escritura en los
sistemas de lenguaje? Se inscribe como agotamiento,
como una jugada final y premonitoria, se inscribe
como evidencia del lenguaje matemático. En tanto y en
cuanto, tanto para el subjetivismo individualista, como
para el objetivismo abstracto, existe todavía la
materialidad indivisa de la música. Materialidad
matemática. Convulsión de todos los secuestros de
escritura.
La escritura se inscribe entonces como forma lejana
de un lenguaje cualquiera sobre un cuerpo cualquiera.
La escritura habla en los cuerpos escritos, se dibuja
sobre cualquier síntoma, y se borra, automáticamente,
ante cualquier reduccionismo, sea éste de índole
política, religiosa o lingüística.
Conceptos como "palabra" fuertemente asociados a
escritura, como si la escritura no padeciera otras
superficies que el grafismo vacío de la letra. La
escritura revelada y rebelada se hizo letra en todas las
superficies y en todos los grafismos. Lo que sí nos
queda claro es que la escritura es una marca sobre una
superficie, una marca que no subestima, una marca que
se hace igual y de cualquier modo. No hablaremos de
huellas, por un simple síntoma de asociaciones,
13
Ensayos de la paciencia
entonces ese "no" es una presencia de la cual el cuerpo,
se siente, inevitablemente enamorado.
La escritura, ese bajo fondo del lenguaje, que lo
denuncia, lo permite, lo revela; ese posicionamiento
casi final, en categoría de término, que no deja más
consorcio que ese vecindario de alusiones y
señalamientos; ese contrapunto del enunciado, de la
regulación fatal de todo lo sujeto y todo lo sujetado.
La escritura del cuerpo sobre el cuerpo, la batalla
final de las comas en el organismo. La muerte
necesaria de una escritura necesaria. El homenaje de
bifurcación de los sentidos, y dejar asentada esa huella
de posibles, como si lo único imperecedero fuese ese
lenguaje monumental de las heridas.
Escribir, sí, escribir sobre el silencio con letras de
silencio. Escribir con la remuneración que deja el
cerebro después de haberse visto involucrado en el
sistema sensible que lo sentencia. Escribir en la
prolongación del vacío una interrupción que no diga
nada, que solamente deje el gesto de esa alteración en
lo continuo.
La escritura es un aborto del lenguaje. Es un aborto
del lenguaje del cuerpo. La escritura es un niño muerto
que se muestra enunciando a la madre.
¿Cómo hablar entonces de un origen de la escritura?
Origen de la herida. Origen de (h)erida. Derrida.
14
Ensayos de la paciencia
El problema del origen y el problema de la escritura
no siempre se con-dicen; hay quienes ponemos el peso
en cómo estructurar un problema y cómo estructurar
verbalmente un problema.
Un problema es una estructura soluble en la historia.
Con lo cual derivaríamos en que todas las palabras
llevadas a su extremo de "problema" son solubles en la
historia. Un des-armado casi apocalíptico de los
nombres, y sobre todo de las heridas de los nombres.
Dado que el nombre no es una afirmación sino un
vacío en el que se inaugura un cuerpo, sea este social,
mítico o individual; cabe sospechar que el nombre
propio es un origen de escritura tal como lo es el
cuerpo histórico y social que se instala en el organismo
recién nacido.
El cuerpo que nace es orgánico al lenguaje que se
instala como ley.
El cuerpo humano, además, quiere ser orgánico a la
identidad, identidad imaginaria, identificación ficticia,
falo fracturado por la firme oposición de la ley de los
lenguajes. Lenguaje del padre y de la ley.
¿Qué es entonces ese rasgo de identidad, ese estilo, o
ese lenguaje de ficción por el cual la inauguración de
un yo permanece aferrada a la escritura? Ser la ley para
inaugurar la ley. Dejar que la herida anuncie sin más
protocolo que una formación de letras, una puntada
15
Ensayos de la paciencia
lacaniana, una secuencia de marcas, un Sid Barret
esperando que los Pink Floyd lo inviten a tocar.
16
Ensayos de la paciencia
EL CAUTIVERIO
Durante mucho tiempo, en el caso de que el tiempo o
se falsifique a sí mismo incontrolable; o precisamente
por ello, por el estancamiento del tiempo, la recesión
de un movimiento, o la marca obsesiva de un algo no
definido; Federico y Antonin aparecieron como dos
retratos, dos convulsiones colocadas en pedestales de
época, dos maquinaciones de pensamiento de las
cuales no fue fácil tomar la debida, requerida, o
necesaria distancia.
¿y que sería esa distancia sino el desenamoramiento
germinal de un otro?
La seducción proviene de un oculto, de ese
manifiesto (manifiesto) que exige la realización de una
mirada, el lugar de una mirada o la fantasía de algún
yo. No más razonamientos a la hora de ser siervos y
esclavos de las letras. He aquí el cautiverio. Un
impulso, una pulsión, una mímesis con ese "algo" en
vías de continuar su ocultamiento. Ocultamiento de...
Sospecha.
Señalamiento. Espionaje. Observación de lo
prohibido.
La sangre hervida, la evaporación de glándulas y
plaquetas, el desmantelamiento de un esqueleto y la
seguridad de ser un homo sin retorno. Dislocamiento y
17
Ensayos de la paciencia
defocalización. No es la conversación sino la no
conservación. Una empatía general y sin dominio. Una
atracción visceral, una puerta en el ombligo. No hay
razones, ni causas, ni pretextos; apenas el vértigo, la
sensación de un registro lo suficientemente severo, la
jerarquía de una palabra que más que abyecta humana
se desplaza por lo erógeno, como una metástasis
necesaria, como una adherencia, como un llamado a
llamarse nuevamente.
Apenas se abre el laberinto, en plena iniciación,
Federico y Antonin se sientan a fumar un puro. Se
sientan y se miran y no hablan. En plena disquisición
del laberinto, en pleno arrastre de la palabra, en plena
polifonía, no atrapan, simplemente no es posible
rescindir de sus miradas.
18
Ensayos de la paciencia
LA VIDA SIN SU OJO
Luego aparece el abandono, la maceración, la creación
del pensamiento por el pensamiento mismo. La razón,
la lógica, la dominación, la anécdota, el diálogo
secreto que mantienen uno y otro con los otros. La
disquisición de occidente. La secuencia, la ciencia, la
paciencia. La compatibilidad, el ocio, la semblanza. La
época, la disciplina, el oficio. Las cartas. La
hegemonía de la letra.
Las críticas y las otras literaturas. Los críticos y los
otros personajes. Los laberintos y la virtualidad de los
espejos. Las adhesiones al "quién entiende más",
perverso vestigio de un estructuralismo. Los
reencuentros casuales y místicos. Las asociaciones, las
huellas, la no memoria.
Y esto no está "hecho" más que de memoria; en el
sentido escolar de la palabra, en el uso de hacer
presente por pura repetición y repetición; en el sentido
no escolar de la palabra, de aquello que quedó fijo por
impronta, de aquello que adherido a la carne se
reproduce produciéndose. Esto es el camino realizado,
el tiempo perdido de Deleuze, (Proust), el desvío, el
recurso de la curiosidad.
19
Ensayos de la paciencia
VALOR Y SUPERFICIE
Sobre lo cotidiano
Hablar de Proust, Deleuze, el signo. Hablar del habla,
la superficie, la movilidad, la repetición y los objetos.
La mala estima de lo subordinado. Nada más bello que
el lenguaje de lo diario y el lenguaje de lo diario
desentendido de cualquier voluntad de discurso. Algo
que recuperar después de tanta nada, tanto incierto,
tanto equívoco. Nihilismo puro en las orillas y en el
centro. Escepticismo y derrota o el derrotero de extraer
algún sentido. La gracia de la nada vuelta algo.
Después la insistencia cultural y culturalógica. Más
tarde aún: el derrumbe y la recuperación.
Si el signo como signo es repetición e insistencia, si
es de lo mostrado su propia causa, su origen, su
dilatación; si se deja fácilmente estallar, una y otra vez,
sobre superficies que lo admiten y lo niegan; si es ese
el signo como signo y como un sí; si es él y su sí
mismo; si es la lectura repetida, si es él su instalación y
su retiro, si es, en definitiva, la inauguración obsesiva
de un querer decir; entonces el signo es una sospecha
de las hablas.
Sospecha que se inicia en una voluntad de relaciones,
voluntad que se instala en la necesidad de dar paso y
entrada al mundo percibido. Ley arbitraria por la cual
20
Ensayos de la paciencia
lo que no era se inaugura como signo en la insistencia
y en el ordenamiento de lo informe en un sistema. El
signo es tal en tanto se lo inscribe como parte
constitutiva de un lenguaje; y en tanto este lenguaje
puede evidenciarse como presente en la convivencia
con otros lenguajes. Asi como no existe lenguaje sin
traducibilidad, tampoco ha de existir su existencia sin
ser el resultado de una voluntad de lectura.
El habla se inscribe sospecha; la lectura, la voluntad
gregaria por la cual el signo aprende su
comportamiento en el sistema que lo instituye. No hay
signo sin ley, y no hay signo que no mute en sus
incursiones y navegaciones por los distintos sistemas.
La ley es la impregnación que sujeta lo sujeto como
sujetado, la ligazón por la cual algo que permanecía
independiente, suelto y suspendido, cobra identidad en
el comportamiento de su orgánico.
La primer voluntad del lenguaje, la primer ley por la
cual se instaura como tal, es una voluntad de lectura.
El cuerpo, aparecido sin voluntad, pero con función
orgánica y vital de aprehensión del mundo, de
posicionamiento prelocativo, de instalación; es
inundado, y a veces hasta impulsado por impactos
perceptivos
que
inauguran
permanente,
y
permeablemente, zonas de afectación, zonas y
superficies de impacto, membranas sensitivas que
terminan teniendo por función la inhabilitación, algo
21
Ensayos de la paciencia
parecido a la memoria en sus funciones de olvido y de
recuerdo. Una protección. La voluntad primaria de la
mirada es la organización perceptiva, cuerpo que
recibe y se involucra, y que por lo tanto administra sus
fuerzas allí donde el caos y lo impredecible ponen en
riesgo el cuerpo y su hospitalidad hacia la escritura
necesaria. El universo humano es naturalmente
receptivo y perceptivo, la expresión y el decir sólo le
devienen al hombre de un estado de sobreabundancia
de la mirada. Es precisamente esa sobreabundancia la
que pone de manifiesto la inauguración de una
organización, la inauguración de los lenguajes como
tales, y la instauración de los signos como mariposas
subalternas. El signo no ha de ser más que la ley, la
superficie y la mirada que lo instituyen como tal. La
materialidad signica, el significante, no es más que la
distorción de algo encontrado y forzado en su
indiferencia a compartir el espacio de una significación
de la que él, aún, permanecía totalmente extranjero. Es
el significante quien reacciona ante la superficie en que
se inscribe; el significado, por el contrario, no
reacciona ante la superficie, sino ante otro significado
que se opone, lo delimita y lo describe. He aquí uno de
los menosprecios hacia el significante y la relación
entre el signo y la superficie. El significante como tal,
no tiene opuesto; ni siquiera la superficie que lo
sustenta tiene opuesto. Sí hay en todo caso una
22
Ensayos de la paciencia
distinción, táctica y tactil de las superficies, estas no se
inscriben en una jerarquía de los opuestos; sino más
bien en diferencias sensoriales más cercanas al efecto
que a la realización y organización de la materia; en
este caso la diferencia es de gradación y no de
cualidad. Que una superficie sea más o menos áspera,
o que sea más o menos fría, responde a una cuestión de
grado.
Así la superficie escrita sobre el concepto de lo
efímero. Como si la superficie, prescindible y maleable
pudiese retirarse en presencia de lo profundo, como si
apenas denunciada una profundidad, asumiera la
superficie un estado de vergüenza y retirada.
Entonces:
No es cruel el paraíso, sino su jerarquía sobre los
infiernos.
Superficie y superficialidad parecieran disputarse el
derecho a decir sobre los cuerpos, como si la leve
enunciación de "lo superfluo" desestimara de por
siempre el valor espacial de todo cuerpo.
Valor espacial de un algo sobre el cual dejar una marca. La
superficie necesaria.
Pareciera que no tan sólo el siglo se quiso
impresionar a sí mismo sino también los habitantes del
siglo.
La ingeniería de los actos como un significante puro.
La superficie del cuerpo como única zona posible. El
23
Ensayos de la paciencia
acto como actuación y como realización; el cuerpo
impuro como el desprendimiento absoluto de una
empíria compartida.
Lo que habla de lo humano no es la huella
excepcional, sino la marca registrada sobre la
superficie de lo cotidiano. Lo cotidiano es la superficie
sobre la que se escriben las hablas de los hombres. Si
el signo como signo es tal en su repetición y su
reconocimiento, son entonces los actos cotidianos,
repetidos y reconocibles, organizados y puestos en
correlación con otros actos los que se definen como
signos y signatarios de una vida particular o pública.
Proust, Deleuze y Barthes. La nostalgia de una
marca. La nostalgia de un lugar en el habla donde
poder colocar una preposición tal como la pre-posición
“sobre”.
Más le importa a lo humano una lectura de su
posibilidad, que la verborragia del algo que decir. He
ahí la paradoja de lo escrito y lo absurdo de este
ensayo.
La voluntad de lectura nace como necesidad de
supervivencia a diferencia de la necesidad de escritura
que nace por un lado, por la ley paterna de occidente,
voluntad de jerarquía y de dominio; y como madre una
mutación de silencios que han de resolverse en el traslado de la Ley. He aquí el por qué de la literatura
24
Ensayos de la paciencia
transgrediendo las leyes del lenguaje y lo poético
manifestándose sobre las superficies.
Cual fuera el elogio del hombre ante el asombro de lo
sucedido.
Hoy es el muro exorcizado de los ritos, un
cementerio de anécdotas donde desfilan los deshechos
de una iniciación, o la inagotable tarea de una
sentencia desestimada para siempre.
Han penalizado el rito y la iniciación ha sido abrupta.
La sentencia ha dejado el olor de quienes van
vociferando. A diferencia de la repetición mecánica del
acto, el rito es siempre iniciación, por lo tanto
melancolía del estado que se pierde y éxtasis del
estado que deviene. El ritual es transitivo por
definición.
Y
de
esa
sucesión-seducción
de
actos,
estratégicamente dispuestos, no sólo se ha expropiado
la privacidad del estado transitivo, sino al estado
mismo, a la corporeidad de un estado que declama el
abandono.
Pienso por ejemplo, en el rito amoroso como último
reducto de los ritos.
Sucesión de actos otorgándole al acto, a la sucesión
de los actos, un poder realizativo más allá del acto
mismo; en este sentido el rito es siempre metonimia.
Pienso entonces que el rito amoroso, sin importar el
25
Ensayos de la paciencia
objeto del amor, se encuentra siempre dirigido hacia la
exaltación del ser, el ser perdido, irrealizable,
irreconciliable con un presente dictatorial y sujetado a
la bóveda del hoy. El rito es situación en la cual el
estado de abandono.... Es la situación espectral de un
yo que no era y que deviene.
El rito del maquillaje, de la comunión, del
espectáculo. Toda sucesión de actos puede
comportarse como rito, y todo rito puede destituirse
como tal en la repetición mecánica del acto. Allí donde
se ha hecho público el rito y la fuerza realizativa del
rito, se ha obturado el transito y transitividad del ser en
tanto no se espera de él más que la confirmación del
estado que se espera. El cambio de estado bien podría
ser un estado alucinógeno y onírico de y desde el cual
no hay traducción posible. Apenas un señalamiento
imperceptible para el estado público de cosas.
El rito es delegarle al acto el anhelo de posesión por
el cual imaginariamente me completo. Pero la
completud funciona ya en el terreno de lo imaginario.
El rito es la sucesión de actos con la fuerza realizativa
para completarme, para decir algo de mí que todavía el
yo no sabe. En la sociedad de los seres completos,
donde el yo sabe todo del sí mismo o donde la
completud es reducida a un puzzle de objetos
domésticos, domesticantes y domesticables; en
sociedades donde los seres y los estados permanecen a
26
Ensayos de la paciencia
la medida de sus ideales; en sociedades donde los actos
son enajenados de su simbolismo posible; el rito es un
acto vacío, mecánico y acabado.
El rito inicia la disposición del yo hacia un objeto
amoroso. En el rito el objeto amoroso es depositario
del poder de transformarme. En el acto vacío el objeto
amoroso soy yo mismo.
En el rito amoroso, la sucesión de actos se encadena
caprichosa, siendo el objeto amoroso el cuerpo de lo
amado, y este, mutándose permanente.
El rito amoroso es una escritura, una marca. Marca
sobre el cuerpo, sobre la corporeidad de lo propio,
marca sobre la cotidianeidad y lo corpóreo del yo, pero
como marca eligió como superficie lo otro y no el sí
mismo. La marca y el destino del rito es siempre
especular. El rito dirige su obsesión hacia un cuerpo
que le es ajeno, el cuerpo del dios, del enemigo, del
amado. El acto vacío es vacío puesto que acaba su
obsesión en sí mismo: es profano, liberal, capitalista.
El acto vacío es lo pornográfico en la sucesión de los
actos. Repetición sin sospecha en los burdeles políticos
del signo. El acto vacío es la pornografía del cuerpo
sin el cuerpo.
La poesía es un ritual.
27
AUTOBIOGRAFÍA
DEL NO
Autobiografía del no
I
Con las ganas de adherirse al ejercicio
cotidiano, todos llegan, alguna vez, a la
vigilia. Llegan, en una maratón de diablos,
oliendo por primera vez un lugar fuera del
infierno.
Era el habla circular, la libélula, la circulación del
fuego en los andenes. Era el jardín, la epifanía, la
instancia definitiva en la que hombres y rostros se
defendían de sus hablas.
La palabra, ciertamente, provocaba claustrofobia.
Comienza al fin la subida. La impostación de un
ascenso en lo que va de su montaña. Sin embargo la
geometría, adulterada, divina, regulatoria ha olvidado
sus funciones en el mundo. Ninguna literatura lo
salvará del agua.
Suele adherirse a la superficie, a lo más corriente de
su cuerpo. Cuando se levanta, cuando mira, cuando ve
los zapatos y no ve más que una suela aferrándose en
los pisos. Cuando levanta un brazo y es el brazo quien
lo deposita en sus abajos, sus arribas, sus demoras.
Cuando come, cuando anda, cuando besa, cuando
bebe.
29
Autobiografía del no
Todo es demorable menos su obsesión. Quiere
corroborar lo obsceno en el uso de su tiempo. La
displicencia con la que juega a demorarse. Aquello que
durante el sueño se le había aparecido como una
función vegetativa, limpia, animal, involuntaria, se ha
delatado ahora como la más severa de todas sus
inquisiciones: Respira.
Sabe que está despierto, que durará en el día, que
anotará la fecha en un papel, que de todas maneras, al
menos la muerte le escribirá un futuro.
Mira sus actos, esos mismos que ha abandonado por
desuso, por irregularidad de la conciencia. Por
alteración de su estado de conciencia. Ni sus actos, ni
sus estados, ni sus días se sostienen en la particularidad
que los nombraba; no son tan propios, ni tan
específicos, ni tan identificatorios. Sabe que su
manifiesto es el silencio.
Escribe sobre lo efímero del día.
Nostalgia nocturna o el miedo enterrado hasta los
huesos. Quizás sea miedo, o quizás ciertamente la
sangre se le ha evaporado en una noche congelada y
los ángeles se le presentan como el suburbio de un
hombre apresado en el trabajo. Quizás desaparezca en
ese amasijo de memoria.
30
Autobiografía del no
Algún olvido o la ternura volviéndose cayo
embravecido. Quizás ya no le queden restos para la
ductilidad de los haceres o quizás el sol sea esa
mancha pálida que le ha quedado luego de mirarse en
el espejo.
Apareció como quien quiere, o como quien dice,
inundado de sudores, propios de cuando la madrugada
le deviene pesadilla. Allá esta el cráneo, el cadáver, la
calavera; allá el omoplato perdido, la sentencia, el
juicio, el ojo delirante; el feto que se distiende y habla,
la madre que como una celada ofrece la palabra.
Invierte al hombre y lo sujeta. Allá están los cuerpos
sepultados por los cuerpos, cuerpo que anda, que
seduce, que divulga ingenuidades. Cuerpo que anda
frágil. Ahí el gigante dinosaurio, ahí su pesadilla, su
cuchillo de titanes.
Se ha detenido sobre los rostros. Pasan y pasan y no
dejan de pasar. Cuerpos que chocan, que se esquivan,
que se pierden. Cuerpos que se buscan, que preguntan,
que se alzan.
Es el desnudo de Eva. Eva sobre la página, sobre el
icono, sobre el origen. Eva en las estampas, en la radio,
en la descendencia. Eva en el puerto, en el paraíso, en
la mesa. "Piensa que no es Eva todavía una mujer,
apenas una costilla con olor a barro". La ve ahí, en su
burdel. Las palabras son siempre prostitutas -piensa.
31
Autobiografía del no
"Fibras del cuerpo amenazando con la forma.
Consorcios de mujeres alimentando sus hímenes
borrachos" -se repite. "Era como entonces, con la idea
haciendo universo de sus dedos".
Abandona por primera vez su cuarto de fetiches,
abandona su mesa redonda, su esquina, su
reproducción de algebras y firmas. Está sentado en la
cubierta de un vagón, trazando vías y durmientes, está
depositado sobre el andamiaje inestable de los cuerpos.
Ya no importa si los colores o las frases. Busca en el
agotamiento, en la distancia, en la dualidad de todo
grito. Alguien lo ha visto sacudiendo su misterio,
frotando la habilitación de una poética que lo perdone.
Vuelve al desnudo, a la obsesión de todo cuerpo, a la
textura. Piensa que los cuerpos son lugares y que los
niños son desnudos de por siempre.
Se recuerda.
Recuerda, como un acuerdo final de su inocencia,
como un paso previo a su renglón definitivo.
Mira su reacción, mira la alteración, la colocación del
espacio, la distancia que lo protege como a un niño. No
hay mal en sus juguetes. Manipula la rueda, el final, el
tiempo, el reloj. Recuerda, sí, cuando el árbol o la
entraña, cuando la fascinación o el desengaño, cuando
la desesperación o el recorrido. Apuesta al trazo final
con el que curará sus afecciones.
32
Autobiografía del no
Sabe que nada era feo sino aquel zarpazo en la ubre
del mundo, aquel sortilegio por el cual las palabras se
envenenaban y las magias retrocedían asustadas.
Cualquier personaje se defiende -piensa- nadie quiere
entrar en ese tipo de novela.
Entonces le sucede el excarcelamiento de los que
amotinados en el oído de dios comen de la barbarie
sucedida; se alimentan del hombre sucedido; adiestran
sus consideraciones, naturalizan las costumbres;
reciben, la imagen de Eva y de dios escrita en páginas
amarillas.
El hombre verifica la continuidad de sus iguales, se
da vuelta, sobre el hombro, y el futuro lo persigue.
Ve a los personajes incrustados en los durmientes,
allí donde mira hay un depósito de ellos. No sólo la
clandestinidad en la que celebran los entierros, también
el secreto en el que producen sus deseos.
La muerte es impúdica, y amoral, y fuertemente bella
-escribe.
Ninguna eternidad ha sospechado tanto de sí misma.
Mira hacia la tumba y no ve más que tierra tapada
entre la tierra.
Entonces se pregunta si la muerte también es una
empiria,
Se pregunta sí las Evas y los niños. Se pregunta si
dios, si las calles, si los encuentros, las conjeturas, los
encierros, los absurdos. Se pregunta si no es la única
33
Autobiografía del no
continuidad posible, ser seres de muerte, discriminados
y azules.
34
Autobiografía del no
II
capítulos externos de:
LA VOZ NO AMANECIDA
Había sido una vez y sin embargo regresaba, una y otra
vez, en el cansancio acostumbrado de los cuerpos; una
y otra vez, en el dilatado ya está de la paciencia. No le
alcanzó el hambre, la madre, la víspera, el rumor de los
descuentos. Permaneció con la jerarquía de quien nace
en la frontera de un no ser.
Amaneció sobre la margen izquierda de su cuerpo.
Un luto clavado sobre el pie y un recuerdo en lo que le
queda de la mano. Amaneció como quien quiere, o
como quien dice, inundado de sudores.
Quizás le pareció simpático, el día en que las musas,
entregadas al gesto y a los sueños, detuvieron su andar
y le obsequiaron un tiempo enteramente humano. Sin
embargo ahora, cuando la madrugada le devenía
pesadilla, aparecían los alertas, las bifurcaciones, el
sopor de la mala imagen. Una ley ambigua y sombría,
una escisión en el escándalo de las horas; un estado en
el que el cuerpo se resiste a completar una vigilia.
35
Autobiografía del no
La impostación
como si el hombre, a veces yo, a veces nosotros, lo
inscribiera en el orden sartreano del hacerse.
Que se ha levantado esta mañana con el pudor de quien
ha descreído del sí mismo, que ha dudado, que ha visto
en los espejos, y el espejo a delatado su superficie
llana y sin destino, que ha levantado el pie, y el pie le
ha contestado con su vulgaridad acostumbrada, y que
al lado de su pie, su otro pie inmediato se quedara
retrasado en la vanguardia, demorado en el uso de los
pasos y los días. Que ha vestido al cuerpo como de
encajes y de calas. Que lo ha mirado así, como de
fiesta, y que sin embargo el cuerpo le llorara.
Confabulaciones de la infancia
A veces el hombre piensa, se recuesta, mira al techo
como al hombro, espera que el cielorraso sea cierto, o
al menos que no sea esa membrana permeable a los
incestos, al ojo y al enojo del extraño; a la mano que se
infiltra y estrangula. Piensa el hombre (siente) que
podría él, manipular su realidad de un modo mas
concreto.
Pensaba en su superficie de primate, especulaba que
habiendo dominado una espada, dominaría su fuerza y
el uso de algún habla. Pensaba el hombre, como
36
Autobiografía del no
queriendo asimilarse, que alineado en el vuelo de las
águilas descifraría la voluntad de algún dios escondido
en las alturas; que transcribiría, en fin, la gravitación
de todo cielo y la curva de una mujer en pleno parto.
Como queriendo destituirse de aquel otro gravamen
que lo asociaba al orden de lo frágil, pensaba en
sacrificar de su día lo indecible. Prefabricar una rutina
en lo más estable de una forma. Compilar los haceres
en categorías que no digan más de lo que el hombre
dice ser.
La alteración de los hospicios
Los centauros pasean en su celda. No les cabe el
mundo en las pupilas y despliegan alaridos de animal
en celo, o de víctimas fatales aferradas a la geografía
específica de un cuento.
Lo transvestido de u n a h o r a
Que no serían frenéticas las cuentas, las estrellas, y los
"ave María". Siente que podría levantarse esta mañana,
y tomar un desayuno como si fuese una tradición
insuperable; que podría viajar desde el horizonte hasta
el acá; que podría componer una sinfonía y
desdibujarse en el color de los deseos. Que su cuento,
en fin, conservaría algo del centauro.
Siente el hombre que su realidad es el placebo de un
extraño. La atrofia de un desconsuelo casi metafísico.
37
Autobiografía del no
No le han dado con el cero ninguna de sus cuentas.
Farolera tropezó y los siete jinetes del apocalipsis son
caballitos de metal en la calesita de algún barrio. Se ha
quebrado el niño en el desgaste de una sumatoria y la
limitación de una astrofísica severa. Todos los
números resultaron racionales y el entero una fracción
de su racionalidad inmediata. La glorieta de algún
parque muere de vergüenza por la exhibición de
ángeles y guardias. La pelota del niño es atropellada en
las fauces de una ley, y la ley adulterada en la boca del
más fuerte.
La divina gracia
Ayer ha insinuado lunas como un poderoso recuerdo
del "había". Primero fue una abuela, una madre, un
cuento, el "había una vez". Luego lavarse la cara y
desordenar el mundo. Recibir del mundo lo mundano,
percibir lo doméstico del hombre.
Nubes de pan y el hombre de barro ya no existe.
Edipo en la conquista y el ex-obrero metalúrgico. Arlt
en la esquina y los siete locos que ríen en la escena.
Siente que el destino es cierto y que se le viene la vida
como el acertijo final de un dios sin elocuencia. Siete
enanitos siete y blancanieves se desviste.
El hombre engulle la calle, chorrea su incertidumbre a cada
paso. Allá en la pista, justo en el pozo, la mujer que le guiña
y el perro que lo gruñe. Bozal de perro para el ángel. Cruza.
38
Autobiografía del no
Plaza de niños en hamacas cibernéticas. Un globo
rojo cruza la penumbra. La palabra es un camafeo en el
torso de un mendigo.
Pulseras de mediodía y el hombre arrasa con su
estirpe. Que no lo alcanzó la furia para desvanecerse ni
el ocio para aniquilarse. Adivina el acertijo. Siete
plagas, siete enanitos siete. Se suicida dulcemente en la
letra del amante.
Las morales del centauro
El hombre y blancanieves alucinan un celo en las
montañas. Ciervos de papel y un asterisco al norte de
la escena. Confía dios en vender como paraísos sus
entradas. El hombre es un arlequín de blandas
sepulturas.
Recorre el cerrojo con los dedos. Metal de metales y
el hombre se encierra en sus encierros. Blancanieves
ofrece un pecho. El hombre hace alusión a sus alturas.
No le bastan los dedos para descifrar su incertidumbre.
Arrabales de conciencias o la ingenuidad de andar
deshojando margaritas. El centauro y blancanieves son
un dúo indescifrable.
El bosque
El balido de un ciervo se argumenta con su especie: los
duendes usufructúan de la literatura. Mueren de a uno
los miles. Mueren de a uno en cada gota.
39
Autobiografía del no
Tierra nuestra que estas en los cielos y el cielo
envejece sin su ozono. Acechan las hienas como un
ataque final a la inocencia. Ríen con el descaro
acostumbrado de quien asesina diariamente.
Pornografías de un desnudo
El vestigio de una ciudad se le asoma por los ojos. No
hay más honor que la fiesta de haber visto. La
necesidad de haber tenido un pasado se le torna un
artefacto incuestionable. De lo que era, y lo que debió
haber sido. De lo que es y de lo que ya no debe ser. ¿Y
ahora qué? -pregunta en su modernidad inmediata.
Toma su papel, su lápiz, su cuaderno. Inventa un
círculo cualquiera. El placer de lo redondo se le
asemeja al instinto puro de un cachorro (humano).
Escribe anotaciones para un libro que será.
Toma un ángel, lo imagina, lo bebe como un trago. El
ángel se resiste a mirar su organismo todo adentro. El
ángel no quiere sangre, ni intestino, ni secreciones que
manchen su imagen en la plaza. Que bien podrían el
ángel y las musas conformar un panteón de viejos
ídolos. Destiende un cordel de ropas inocentes. Moja
las manos, las mira, se sienta y las conversa. Las hace
suyas en el desplazamiento de un deseo.
40
Autobiografía del no
III
Llueve sobre los hombros la carga somnolienta de los
días. Hesiodo. Quizás Hesiodo. Lo piensa como un
favor, una gracia, una concesión, hasta podría
sospechar una indulgencia.
Quizás Hesiodo hubiese configurado otros trabajos y
otros días, o quizás no, vaya a saber, algún otro Popol
Vuh hubiese manifestado la mítica entraña que hoy se
le empecina, soberbia, en contra de todo su catalogo de
glóbulos.
Que el día no es rosa, ni amarillo, ni se han inventado
colores sobre la masa fugaz del rostro humano. Que
apenas pálida, como un diciembre desflorado,
levantara el ojo de vez en cuando para espiar el resto
de un gesto obsceno.
Las mil y una noches y no hay soldados, -sueña-. Las
mil y una noches y no hay relato. Las mil y una
noches... y la fantasía, y el verbo, y el borges, y el
tiempo, se disuelven en el agobio de una Eva
cotidiana.
Los hijos que no llegan, o no terminan de llegar. El
paraíso que le queda grande, que no termina de
ordenar. El ojo de dios que no termina de morir. Adán
que juega al pool en la vidriera de occidente.
Eva recoge sus ropas y sus mitos. Escribe sobre una
piedra lo que ha presenciado del hombre mientras
duerme:
41
Autobiografía del no
"demasiada guerra para un ocio tan preciso".
Eva consulta a las musas, se le mezclan los mundos
en su mesa. Gran aquelarre esta noche en el paraíso.
Hembras de fuego en la era del insomnio. Las bacantes
no hacen caso a la costilla. Jarras de vino para la
iniciación de Eva en el olimpo.
Descubre Eva que su origen no era Adán. Tampoco el
tiempo es una idea acostumbrada. Su eterno presente ha
desvariado como la enfermedad de un loco sin recuerdos.
La eterna memoria constreñida: Eva no discute sus
entierros, lava sus atuendos en la memoria de los otros, los
hace uno con su estirpe, no recuerda si alguna vez sobre el
cuerpo alguna mancha.
Las bacantes se maquillan, inventan el cuerpo con
colores. Eva desnuda y pálida tropieza con su mito. Se
lee desteñida y sin sentido. Aguas afuera el mar no es
un holocausto pero Eva se aferra a su sentencia.
Principio y fin y el sentido de las Evas; sus
imitaciones, sus replicas, sus mandatos, embarazos y
artilugios. Principio y fin y el sueño de Eva no termina.
No despierta de su dios, ni de su adán, ni de su
comunidad de duendes que la adulan como a una
blancanieves. Eva y su séquito de mediatrices.
Lenguas vernáculas para la santidad de todas las Evas.
Las bacantes las miran desde lejos. Mejor el dios entre
sus guerras. Mejor la guerra que el lamento.
42
Autobiografía del no
Ojivas de falsos príncipes se dibujan en los ojos.
Mercancías baratas vendidas con desprecio. Ningún
amor se dibuja en la llanura, apenas el
desmantelamiento de una obra, una esquirla, un
incesto. Rubricas del buen amor certificadas en las
fábricas. Eva es una obrera de entreguerras. Dos
fuegos que la imanan.
Marcha en su procesión con su séquito de brujas. Un
adonis capataz guiará sus producciones. Llueven hijos
en la incipiente posmodernidad del paraíso. Alguna
vez, el paraíso fue moderno. Alguna vez la guerra, la
razón, los aniquiladores racionales; alguna vez las
trincheras, las vanguardias, los capitales industriales y
las evas. Las evas han quedado huérfanas de sus
machos; crían sus proles en la soledad absoluta del
sueño del incesto o en el amparo vertiginoso de algún
inesperado movimiento feminista. Evas caminan sin
sus machos, arrancan abedules confiadas en el
secuestro de una tecnología o en el avance de un
místico hermafrodita. Hermafroditas los que completos
caminan con su muerte. Ahí va la loca, embarazada de
alcohol y de rabia.
Escena II
Las evas esconden sus envidias.
43
Autobiografía del no
Escena III
Los adanes ocultan sus miedos.
Escena V
Baila el falo en su presente.
Vuelven los dragones y un ejército de fantasías. El
depósito extraño de algún signo. Algún dios que se
hace responsable. Vuelven las voces, los relatos, los
alegóricos pasados. Eva reniega de la alegoría. Las
bacantes se refugian. Froid ha resucitado entre los
muertos, y Ana Frank, y Anna Karenina, y Hanna
Arendt, interrogan sus oídos.
El viejo Froid se ha cortado la barba. Ya no hay
Viena ni judaísmo que lo amparen. Arrastra su
condena. Un paria entre los muertos y un paria entre
los vivos. A veces recuerda sus estudios. Quizás una
bacante no se someta al psicoanálisis. Froid abraza un
sol como la última novela del universo. Su tren lo
desconoce, no reconoce pasajeros. Vagones vacíos
alucinando una personalidad instantánea. Ningún
pasado sobre los bancos. Apenas el objeto perdido,
olvidado, secundado por esa otra miríada de objetos
que ya no se reconocen sobre sus dueños. Ningún
aljibe lleva agua y Eva mira lo pródigo del hijo.
44
Autobiografía del no
IV
Los hilos, los panfletos, las calles
la mirada, la mochila,
el sol.
dos o tres astucias militares, un cuadro
gubernamental, una fractura, tres perritos,
Picasso, Bartojk, un niño que se pierde.
La calle está como de siesta y una radio
suena en algún sitio, alguna guardia la
prefiere.
Los hilos, los panfletos, las calles, los
pasacalles. El peor índice. La ciudad sucia
de registros. Un mueble viejo y el faraón. La
vitrina de la abuela y una ropa de oferta. La
estampita del líder político y Eva en la
carpeta del posapán. La rama de olivo atrás
del cristo bien crucificado. María con cara
de amante y La Piedad. María y La piedad se
encuentran en la calle. Digo que están
paradas, una frente a la otra, como dos
desconocidas; se miran, se estudian, se
miden, se interrogan. María levanta el brazo
y la piedad no puede soltar al hijo. Digo que
a la piedad robada le han martillado también
al hijo y que la lágrima de María ha sido
apenas un escándalo, digo que las dos
mujeres, se miran, desterradas.
45
Autobiografía del no
Los hilos, los panfletos, el andén
la mirada, la valija,
el sol.
El anden vacío y un silbato que se pierde.
Ningún oído o física del celo. Las mujeres se
miran cruzadas. Lado a lado y la serpiente
que se muerde. El bar, la iglesia, el barrio.
El mito. El anden con sus marías. Es de tarde
en el sol de la mujer que amamanta. También
es tarde y el sol le da de lleno. La valija, el
año de la guerra, el cuero, el olvido, algún
refugio. Las abuelas. María y la piedad
pierden la mirada sobre las vías.
Los hijos, los panfletos, el mar
la mirada, el canasto
el sol.
La mujer retira el pecho. La piedad arrastra
lo famoso de su lágrima.
46
Autobiografía del no
V
Era la ubicación, la lucha por darle un nombre al
universo o un viceversa disimulado entre los años.
Darle cuerpo al cuerpo, hacerlo dimensión humana con
su sombra, su dolor orgánico de vida, su risa.
Reconocer su cuerpo en los espejos, también
diagramarlo, figurarlo, hacer de él una figura, jugar
con él en los imaginarios y vestirlo.
De cómo ha llegado ha ser él y no otra cosa, de cómo
ha llegado a ser o ha sido eternamente. De cómo no ha
dejado de llegar a ser. De cómo las fechas, los
solsticios y las modificatorias. De cómo el ángel y los
diablos, la libreta de direcciones, las agendas, los
afectos. De cómo se desfiguró, esta mañana, mientras
buscaba una continuidad que lo nombrara. Saber quién
era y saber si era posible que fuese. Volar como
sumergirse o andar tironeando el pan entre las calles.
Acaso una cuestión de pocas elecciones.
Apenas un lobo, una prostituta, un cuervo. Vestido en
harapos el hombre no llora, no duele, no pregunta.
Anda simétrico al sí mismo, destituido de las horas. No
hay Lázaro, apenas la sospecha de un lado semejante.
Se detiene frente a la imagen de un niño, no es esa su
ropa ni su gesto de andar en falta. No es esa su mujer
ni su plaza ni su rehacerse en los olvidos. Está sentado
en las orillas, viéndose pasar entre los otros. Ese es él,
se grita. Y el otro no responde. Ha dejado de ser ese
47
Autobiografía del no
que era y sabe que no se reconocerá mañana. Sabe.
Como un saber inmediato y sin respuesta.
De haber habido una continuidad debió de haberla
percibido más allá de los presentes.
Robados del simbolismo los hombres se degüellan piensa. Expropiados de la ley de gravedad flotan como
pompas en el hospicio.
Alguna vez fue la vergüenza, el arrepentimiento
mesiánico, la exposición completa de un cuerpo que
exponía a la manera de un grotesco. Un funeral a la
manera de los dioses, agradecer la denuncia animal
que llevaba dentro, agradecer la denuncia por la cual
ningún registro, ni siquiera los civiles, habían
progresado en hacer de él una persona. Había sido una
vez a la manera de un deseo, había sido al borde de
una cantera, picando arena, sol, piedra. Picando miel,
cobre, carbón, picando carne. Había sido mientras
rumiaba su deseo de asesinatos, su compulsión a
defecar, escupir, o masturbarse en cualquier sitio. Su
atracción casi instintiva hacia las escenas que lo
asesinaban social y diariamente. Fue verano entre
sudores que le pertenecían y que no. Fue virgen a la
manera de los mitos, delator en la gran medalla de los
escrúpulos morales, insuficiente en la sensualidad de
un cuerpo que lo separase de las bestias. También el
habla se sentía insuficiente, atropellada por los mitos y
los símbolos. Que más quería el hombre que huir a sus
48
Autobiografía del no
reductos y sus cuevas. Que más quiere que huir
delicadamente entre el gentío, disimulando su
desnudez y el grueso de su talla. Toma el hombre su
piel como reemplazo. También el acto sin prueba y sin
preguntas. La resolución de lo que debía, como si
siendo y debiendo ser lo devinieran. Como si algún
existencialismo lo comandara en sus ejércitos. Y
fueron sus batallas, sus déspotas, sus Otros. Abrió una
puerta, volteó los ojos sobre el beso de una pareja que
no termina de pasar. Volcó sobre la mesa una selección
de poemas mal escritos. Se hizo zapatero, constructor
de enmiendas, oficinista. Alguna vez no renunció a
ciertas palabras. Alguna vez dobló la esquina.
49
Autobiografía del no
VI
Sujetos al mármol, al desgarramiento
intermitente de la pérdida, al páramo
consumado de la desolación. Sujetos al
desorden, la iniquidad, el parámetro
descomunal de los latidos.
Sujetos a la dependencia. Sujetos a la
virtualidad de otro, y otro presente
y otro ausente
y otro
y otro
y otro
y otro...
Sujetos al desvarío, la inestabilidad, el
pudor. Sujetos al lenguaje y sujetados por el
habla. Con la boca abierta espantada. Con
los huesos esperando el crucifijo con los
ojos. Con la mano
en fin
la mano...
Sugestionados por ese otro embrujo del
"nunca jamás". Y Blancanieves. Y
Caperucita. Y Hansel y Gretel. Y la
Cenicienta. Y hasta los siete enanitos saben,
que Peter Pan es un cuento demasiado
maravilloso.
50
Autobiografía del no
Inevitable no cruzar la guardia. Y si fuera necesario se
sentaría nuevamente, codos a la mesa, mirando del
mundo su pequeña geometría.
Un hombre se sienta y retira al mozo con un gesto. Es
posible que el mundo se convierta en espejo -piensa- y
despide al mozo con la mano.
Quizás desde algún lugar se vea él tan extrañamente
abstracto, tal vez sea un recurso repetido, un estigma
verbal clavado en los ojos de todos los que hablan.
Quizás ese hombre es todos y él lo niegue dulcemente.
Lo mira. Tanto está aquí como detrás de una cortina,
tanto aquí como subastando sus lujurias, tanto aquí
como merodeando ese otro cuerpo que se acerca. Lo
mira, tanto esta aquí como en todas las edades.
A pesar de la leve asignatura de los sexos ella
también parece ser él.
Podría ahora mismo inventar una paternidad, o
inventar una autoría para ambos. Sin embargo, teme
que desde la sospecha se haya convertido ya en el hijo
pródigo de todos sus conservadurismos. Corre los
codos hacia el borde de la mesa y ya no sabe si
mirarlos.
Todos los amantes regalan flores a sus amadas y a
sus muertos. Él como yo -piensa- no distingue el
sentido de las rosas y las calas, tanto da el ramo de
novia como el aviso de una flor en el ojal.
51
Autobiografía del no
Los mira, se detiene, arriesga sus voces en una
palabra.
Imposible escribir una novela, el cuerpo está saturado
de redenciones -escribe-. El hombre lo mira como si la
desconfianza fuese su única alianza posible. Imposible
contestarle. Baja la mirada como si el delito y la
voluntad se constituyeran en el mismo ocio. El hombre
desconfía de él tanto como él de su hastío y sus
revoluciones. Ella lo sigue ciegamente abandonándolo
a la inevitable tarea de escribirlos.
52
Autobiografía del no
VII
Látigos de fuego en la inabarcable noche de
la poesía
Látigos
El fuelle es escenario
La luna mira sorprendida
podemos convertirnos en su espejo.
Opaco el velo de los látigos. No logrará
escribir,
ni siquiera, un mal epígrafe.
Como los lirios obligados a la forma o la
furia aquietada del estiércol.
Algo se pierde en la pérdida. Algo flama
viejo.
Algo ahí. En el látigo que espera su zarpazo.
Asomarse a la ventana, una y otra vez, mientras el
mundo se deshace en sus arreglos. Una y otra vez, con
la cara mirando al mundo.
Contagiarse de ese otro, luego medirse en los
hombros de un atlante. Luego volver sobre los
hombros más humanos.
Volver sobre la calle, una plaza, un boulevard, una
hilera de obreros buscando ser absueltos de la
53
Autobiografía del no
misericordia religiosa. Algo hay de mimesis en los
lunares que le brotan como marcas hospitalarias de una
clase. Lee el cuerpo de los que pasan y no han dejado
de pasar. Afirma el pie contra los pisos, contra el olor
que ha dejado el agua sobre el agua, lee el banco, el
buzón, la alcantarilla. Lee la sombra que han dejado
algunos dioses, la marca de un hombre sobre su pan, y
de un pan sobre algún niño. Lee La conspiración de
acuario, el libro, el graffiti de “prohibido prohibir”, la
mano de un hombre que sujeta desde la boca su
sentencia.
Ciertamente ella se deja ir por las ventanas, se deja ir
después de su resurrección mundana, después de su
cuasi muerte literal y absurda; y dejándose ir se
conmueve, y llora realmente por el embarazo de una
mujer desconocida. El mundo está cifrado y ella se
desanda en los espejos. Encierra sus lunas en botes de
papel. Sube escaleras con olor a sal. Quizás desaparece
entre la miel y los inciensos.
Está ahora desaparecida, leyendo del mundo lo que le
dicen sus arrugas. Leyendo del mundo lo que el mundo
dice del mundo.
La mujer no le cree al tedio, ni a la conspiración, ni a
la impostura de esa otra mano que la niega. Juega al
mundo la mordaza del mundo. No le cree a la noche, ni
a los muertos, ni al libro tibetano de los muertos. No le
cree a la voz que la renuncia.
54
Autobiografía del no
VIII
Registro de luna amarga. El óxido prendido a
la boca, la llaga no para de sangrar.
"jaca negra"
Lorca. Jaca.
Latas en el cuchillo filoso de la sangre. Una
entraña es una enredadera. Las flores hacen
nido en la pared intestinal de los olivos.
"Jaca negra" leche blanca. Luna roja.
Hombre y cuero y un solsticio apaga el celo
de todos los animales. La secreción aguanta
hasta hacerse madera (petrificada). Jaca
negra. Un oso polar ha perdido a su Osa
Mayor. Hay luto en la poesía más efímera.
Andrómeda juega a pintarse los párpados con
la sangre de los hombres. Parpadea con la
sístole acostumbrada de los corazones.
Solía desaparecer los viernes, encenderse y
desaparecer. Abandonarse a las orillas. Dejarse caer
desde el instinto hacia el instinto, andar sobre las
obsesiones, los dominios, la ostentación de las
funciones. Recuperarse y distender su abstracto de
deberes y de pérdidas. Abandonarse a ese otro yo, más
incauto con los sueños, los estados, las mujeres, el
pensamiento y el caos.
55
Autobiografía del no
Cuadro 1
Que apenas amenazaron los incendios, la mujer
conquistó al fuego con los ojos. Que apenas la lluvia,
la inundación, la mar, la mujer desbordó la sangre en
cántaros de vino. Y anduvo flotada desde el aire hasta
la tierra, como inventando girasoles que no la
acostumbraran a las guerras. Y anduvo exiliada y
expatriada inventándose un antídoto contra el veneno.
Y anduvo sembrando hijos como una exploración más
del universo. Amamantando con la pura elaboración
del agua que tomaba.
Él panteón
Camina el histrión hacia la mujer, adquiere del
témpano la contemplación y la secuencia, una
narración en lo que pareciera ser su esfinge; y sin
embargo camina desvalido, desde el hábito al vacío,
del vacío a la impostación de un personaje acallado y
tímido.
Camina
encaminado,
teledirigido,
minimalizado.
Juega a la payana con sus años, los ve subir, girar,
caer y golpearse contra lo más absoluto de la palma de
su mano; los ve hacia arriba, abajo, en el puño cerrado
de un encuentro. Los ve de a dos, de a tres, de a cinco;
fractálicos en la piedra que sujeta. Y luego el hombre
56
Autobiografía del no
se detiene, allá arriba, mientras le dura a la piedra las
alturas; y conjetura de la piedra el barrilete, del
barrilete la mano del gigante, del gigante el estallido
final de todos los objetos.
Tira la ficha, el dado, la bola. Tira el naipe, lo juega,
lo sortea; elabora un fetiche con su puño. Imagina el
poder del tirano y la tiranía del más cuerdo. Observa el
azar desmantelado sobre las mesas.
En algún otro yo ve la destitución en el orden de los
que suben o bajan o no paran de mover. Desciende
ahora la piedra como el más mortal de los descensos,
esquiva la mano, gira el vuelo, pega la piedra entre los
charcos. Juega el histrión ahora a sumergirse. Infiere
que su mano dará justo con el canto de la piedra. Palpa
el ocio con que demolerá sus obsesiones. Inventa la
ruta que legitimará tras el degüello, la inmediatez de
una decisión, las consecuencias de esa misma decisión
en las orillas de otro cuerpo.
Se hunde la piedra entre los charcos; el charco, flota inmune
sobre la mano.
Cuadro 2
Pulsa la mujer sobre su fondo. Puja con la fuerza
descomunal del universo sin sus riendas. Allá abajo, en
lo más humanamente profundo, pulsa la superficie
sobre la superficie de lo humano Sobre el hemisferio,
57
Autobiografía del no
la graduación alcohólica de la estampida de un
Aquiles. Aquiles, mira desde lo ancho de sus piernas.
58
Autobiografía del no
IX
Se hamaca en un columpio
mundo redondo y el dios se le parece
se hamaca en un columpio
luz lunar
periplo
estratagema
Algún ocio le ha prendido desde el pie
como el ángel dubitativo de su áurea
Volvía. No es extraño que en ese día todos los rostros
le hubiesen parecido conocidos, ni siquiera que
intentando el regreso, como lo intentaba ahora, aún lo
sobresaltaran los gestos y la descortesía De cualquier
forma la travesía le hubiese resultado extraña. Salió
sobre el día, con un andar displicente y absuelto de
toda prisa, como si el cuerpo se le hamacara, como si
el ocio imperfecto le aconsejara un desplazamiento sin
rutinas ni destinos. Salió a la calle, al borde, a los
gestos. Salió a la luz primitiva y dolorosa, salió al
andar, al andar puro de dejarse andar. Salió salido de sí
mismo.
Todos los gestos, como a todos alguna vez, le
resultaron familiares. Como esos días en los que uno
anda desperdiciando el tiempo, tratando de dilucidar en
qué circunstancias ha conocido qué cara, en qué
tiempo ha visto qué rostro, o en qué húmeda mañana
59
Autobiografía del no
ha tocado cada cuerpo. Y sabe que está desperdiciando
no sólo el tiempo sino también el esfuerzo, porque no
es la primera vez, y sabe que no será la última.
Le parece que todo es un gesto de familia, como esa manera
de tomar un objeto o avanzar a cualquier sitio, pero sobre
todo esa manera de alinear el ojo para enfrentar el saludo.
Se detiene en el titubeo, se certifica en la errancia, se afirma
en la certeza del error. Ningún saludo, ningún gesto, y sin
embargo la duda.
Primero fue la vieja y el preguntarse por la vieja. Si
la había sacado de un cuento de hadas o de algún viejo
vecindario, o si acaso, comadrona de su abuela había
perdido ella la memoria y él la posibilidad de
recordarla. En todo caso en todos los casos se le
antojaba similar. Si esos personajes habían ingresado
alguna vez en su historia o si él los acababa de ingresar
instituyéndoles un pasado y una familiaridad que
vulgarmente se les negaría como propia. Acaso la
posibilidad de inventarles una memoria o iniciar un
registro por el cual los sucesivos saludos sin razones
derivaran en la familiaridad de un gesto al cruzarse; y
morirse, en fin, por fin, al fin, habiéndose saludado
siempre, en la cotidianeidad de cruzarse,
sistemáticamente, en la misma cuadra, los mismos
días, a la misma hora. Quizás acaso, el desconocer la
cuadra si alguna vez, pasando por allí, no apareciera,
arrugada y retorcida, aferrada a su bolsa, taconeando el
60
Autobiografía del no
piso con su media chancleta, oliendo a sopa, la vieja y
su medio kilo de pan.
Después fue la vieja no tan vieja, vieja como un
decir, como marcar una distancia con algún otro
sentido del cuerpo, vieja por creerla pasada de
experiencia, pasada de anécdotas o entrada en esa
extrañeza en la que todo pareciera ser por el hecho de
haber sido. Y esta mujer que en nada pareciera
parecérsele, se detiene tratando de ordenar, de buscar,
o de encontrar, algún algo en lo que pareciera ser una
cartera. Pareciera no bastarle a la mujer su
incertidumbre, pareciera no bastarle su no encontrar,
que levanta la mirada como buscando algún otro
culpable. Y se detiene mientras ella misma se
encuentra detenida. Y no es más que él que detectando
el espectáculo se ofrece como objeto. Quizás él sea ese
pedazo de papel con alguna información, algún pedazo
de agenda perdida, construida a la salida de un bar, o
un fortuito encuentro en el que, dubitativo de
conocerle la cara, se hubiese ofrecido él a la laboriosa
tarea de brindarle alguna ayuda. Y quizás sí sea cierto,
que su nombre se desdibujó en los garabatos de la
mujer, y que sí la conoce pero no la reconoce, y quizás
sea cierto que fue realmente necesario ofrecerle el
gesto.
Caminaba. De todas maneras ningún gesto superó esa
instancia de delegar en el otro, de esperar que el otro se
61
Autobiografía del no
decidiera a reconocerle; inclusive en aquellos casos,
que como el mendigo, estaba seguro no lo
reconocerían. Mendigar, a su saber, eran siempre cosas
de anonimatos. Jóvenes o viejos, niños o niñas, pobres,
púberes, párvulos; mujeres frescas, embarazadas,
prostitutas. Ningún mendigo tiene nombre, apenas un
documento tan alejado de él como de ellos mismos.
Sin embargo ese, ese en particular, ese sentado,
solicitando valla a saber qué falsa moneda de la
moneda falsa, apretando la mirada contra el piso como
si el piso fuese a detenerle, tambaleando el brazo como
sí por enfermedad o alcoholismo, exponiéndose y
exponiendo la carencia total de cualquier encuentro;
ese también era conocido. Quizás el hombre, mendigo
por desorden, vagabundo por intolerancia social, se le
cruzaba una y otra vez, aquí y allá, como si el espacio
geográfico y ciudadano fuesen un espejismo elaborado
en tiempos en los que ellos, nada sabían de las formas.
Y en el intento de decir quizás buen día, se le viene el
miedo de mirar demasiado. De todas maneras él
miraba al hombre, a su manera particular y al uso de su
cuerpo; tal cual miraba a aquel otro que pasaba
príncipe, académico, divulgador, o estafador de
metafísicas de fin de siglo. Mirar al hombre y sin
embargo que el hombre sintiera mirada su condición.
Quizás el mendigo había sido algún día un mendigo de
sitio fijo, quizás ni siquiera en esa cuadra, sino más
62
Autobiografía del no
bien cerca del puerto, allá en el bajo, peleando contra
la humedad mientras él se dirigía, diariamente, hacia
otro sitio. Y quizás lo había conocido así, en la
deliberación y el impacto de diferenciarlo no sólo por
su tamaño, sino por la incoherencia de lo fuerte y de lo
débil. Que bien podría haber sido aquel hombre
pescador, levantador de redes, hombreador; que bien
podría haber sido administrador de prostitutas,
guardaespaldas, o soplón. Y que sin embargo el
hombre permaneciera ahí, mendigando a media voz la
posibilidad de un cigarro; que en contraposición a la
fisiología de un mendigo, bien podría el hombre haber
usufructuado de su masa muscular antes que volverse
mimbre enmohecido. Que bien podría haber batallado
un suicidio o la maldición de algún ejecutivo. Que todo
eso y que sin embargo se abrigara con diarios y fogatas
de basura. Quizás ese era el hombre que había visto
una vez enfurecerse en el medio de la calle o a la salida
de una iglesia. Pero por miedo a la reacción
intempestiva, por miedo a que el mendigo sintiéndose
malamente observado, desplegara de toda esa masa de
carne un derechazo que le fuera justo al cuerpo, pero
también quizás, o más, por miedo a que levantando la
mirada le diera el ojo justo en el centro de la culpa;
alzó la mano, hurgó en los bolsillos, tendió el cigarro y
siguió como si nunca hubiese sospechado el conocerlo.
63
Autobiografía del no
Continua, es ahora el turno de una gorra, un uniforme
similar a todos los uniformes, esos que evitan lo
particular en la fisonomía de una cara, esos que se
disimulan entre cascos, bastonazos y patrullas. Esos.
Sin embargo miro de frente, desafiando del pasado
algún encuentro, desafiando al hombre a que le
dedicara un buenos días. Lo mismo daba si el saludo
provenía del hombre particular, del gesto automático, o
del cuerpo al que pertenecía. Quizás lo habían
detenido, o lo habían salvado en un incendio, o quizás
esa cara debajo de esa gorra, y ese hombre debajo de lo
impersonal de la vestimenta, se hubiesen cruzado un
día, hospital mediante, curando sus heridas, o peor aún,
quizás se colindaran sus patios, y en las noches de
verano se saludasen como dos buenos vecinos, y se
preguntaran sinceramente por sus respectivas familias,
y quien sabe si hasta alguna vez no hubiesen
intercambiado opiniones sobre las mejoras de la
canchita. Y sin embargo ahora amablemente se
desconocían, se les frenaba el saludo en la
desconfianza común, se les venía el día con los
prejuicios acostumbrados del rechazo.
Intentó, intentó articular la voz con ese otro personaje
que aparecía. Ese cuerpo al que probablemente había
acudido tantas veces, probablemente mediados por un
mostrador. Quizás un bar, una oficina pública, un
almacén de barrio o hasta la boletería del cine que ya
64
Autobiografía del no
no existía. Quizás traída desde el pasado le hubiesen
cambiado naturalmente algunos rasgos, quizás algún
golpe duro le hubiese endurecido aún más las mejillas
y marcado descomunalmente el entrecejo. Quizás esa
era la mujer que aún joven había oficiado de
supervisora en las cajas de un hiper, y que aún con la
autoridad y el embarazo que envestía, desprovista de
algún gesto maternal para con él, o alguna tibia
asociación con lo que sacaría de su vientre hinchado,
lo había avergonzado, destituido de su calidad de
cliente e ingresado a la calidad de sospechoso, y que
luego de sembrar públicamente la sospecha entre
presentes y no presentes, como hubieron de ser el
padre como tutor, y compañeros de salidas por posible
hostigamiento y contagio, se había disculpado por las
molestias y las injurias infundadas, sin saber que
realmente sí había sido él el protagonista de aquel
trágametierra. La mujer siguió de largo por olvido, por
vergüenza o por verdadero desconocimiento. La mujer
siguió su paso, y él tragó el saludo, la disculpa, y la
posible absolución de todo cargo.
Volvía. No es extraño que en ese día todos los rostros
le hubiesen parecido conocidos, ni siquiera que
intentando el regreso, como lo intentaba ahora, aún lo
sobresaltaran los gestos y la descortesía con las que las
imágenes jugaban ha haber jugado en un pasado;
desconfiaba, sí, y más todavía, de la descortesía
65
Autobiografía del no
naturalizada con la que nadie, ni siquiera por error,
arriesgaba un tímido buen día.
66
Autobiografía del no
X
Figuras de luna y pan
El cuerpo tendido sobre las mesas,
diseminados los órganos,
abierto el Cáucaso volcánico del ojo.
Los muertos no acaban de morir.
Hasta Marechal ha desestimado sus
entierros,
muerto una y otra vez
sobre la misma anatomía.
Como los perros agazapados en su propio temporal,
vértigo en el índice muscular de su solsticio y
perplejidad en lo que ha perdido de su asombro. Ha
perdurado, sí, gracias a la gracia de una estrella que lo
inmola sin costumbres ni desdichos.
A veces a reiterado la acción, a veces. El impulso a
sujetarse, a sostenerse y adherirse a una superficie, a
resfriarse en lo más vulgar de las narices, ... y llorar.
Y fueron suficientes, las oleadas, los pergaminos, los
insomnios y la devastación del sueño; la rúbrica
precisa de ancestros, curiosos y jurados; la insipiente
soberanía de un yo sobre el yo mismo. Llegó a su
cumbre, lo más alto de su bajo fondo, la ramificación
exacta de una ironía dibujada en las márgenes de un
dedo; o de las cuatro estaciones, haciendo gloria, por si
acaso, en el ritual de todo ciclo.
67
Autobiografía del no
Compró un boleto, siempre es fácil viajar sobre la
literatura. Compró un boleto y se sentó.
Palabra tras palabra y la vacuidad que espía. Jura no
defenderse esta vez, ni de prototipos ni de engaños, ni
siquiera de la furia y de la fiera que le conjuran una
estadía más que irracional: irreductible.
Salta sobre el juego. Nada para comprender. Apenas
el idilio de los cuerpos y las cruces. Una fecha, un
refrán, un epígrafe. Alguna mano, que aún
desconociendo su epitafio, alguna vez escribió sobre
los mármoles. Letras muertas sobre lo muerto de los
cuerpos. Superficies llanas inmaculadas, limpias de
polvo y de memorias.
No hay flores este mediodía, ningún aroma que hable
de otros ojos. La tierra seca, partida, sempiterna. La
tierra extraña, constreñida, refugiada. Alguien hablará
de sus eternos. Quizás escriba una tonada.
Salta ahora sobre la ocasional voz de una liturgia.
Juega con los dedos a que construye una mano. Juega
con la mano a que destruye un paraíso. Salta, es la hora
de los requiems, alguna tumba hablará de su inocencia.
Capítulo
Sería como redondear las sombras, establecer un
vértice seguro, dibujar un personaje y un fragmento.
El hombre sale, se peina, se pasea en el imaginario de
las voces, del silencio en la boca de los niños.
68
Autobiografía del no
Fantasmas crudos que litigan el poder con lo más
abominable de los ogros. Sale, se pasea y se distancia.
Dialécticas del orden instaladas en las calles, las
paredes, los suburbios, los inapelables ritos, y la
infaltable ironía del hipo en la boca de un entierro.
Espasmos de la carne y orgasmos de la diócesis
primera. El universo sin mecánica, la muerte con o sin
auspicio, el rigor del miedo y de la culpa. El perdón
del otro que huye hacia otro entierro. La mano
famélica que seca las lagrimas jamás lloradas. El rubor
de los enamoramientos, los incestos y el perjurio de la
boca no besada. Quizás el semblante de un rostro lo
suficientemente externo y extranjero, la tragedia de un
Esquilo escribiendo permanente. Edipo ha sido
exonerado.
69
Autobiografía del no
XI
Solía el hombre construir sus artefactos. Observar de los
pueblos las estrías que han dejado los ojos en el universo.
Regímenes de sol y el sueño de una mujer se plasma
sobre el vientre. Una vendimia y un astro se disfrazan;
un girasol se asoma en la memoria.
De las prácticas del buen amor y de la buena muerte,
de la desaparición conjugada, de la imagen que no
vuelve, del inventario definitivo que elaborará después
del día.
Descansa sin prejuicios en la obsesión de limitar la
figura interrogante.
Registrar si hubo alguna vez alguna mesa; si hubo
alguna vez entre ellos, algún encuentro sin los cuerpos;
si es que acaso participaron juntos de la liturgia de los
peces; si es que acaso la muerte les devino ensueño y
creyéndoles unidos tomó a dos, en lo que era uno.
Volvió la vista hacia el cuaderno, una secuencia de
rayones y de marcas bibliográficas; una biografía, un
ordenador de emblemas y señuelos, un gesto sutil que
reproducía, a la manera de un itinerario, lo que aún
quedaba por decir. Denunciar que alguna vez hubo
algo por escribir y que sin embargo permanecía ahí,
latente y sombrío, como la sospecha de haber delatado
en el silencio la maquinaria imprecisa de los artificios
70
Autobiografía del no
y los sueños. Delegar en la letra y su vacío la
proscripción de vocablo tras vocablo, confinar en las
orillas el pulso inmediato de un solsticio y dejar, como
si fuese un espectro, esa pulseada maestra en la que la
pisada cotidiana intenta resguardarse de un umbral,
que de poder, lo repatriaría en un horizonte de
alucinaciones y de vísperas.
Volvió al cuaderno, a la construcción de su artefacto.
El reemplazo de un nombre sin cornisas; un abismo
desde el cual una pierna se desfigura y alarga en la
ráfaga de un pensamiento primitivo. Fabricar un topos
antes de ficcionar a la mujer. Darle una enmienda y la
posibilidad de un artilugio.
Estrías del universo luego de haberse ensanchado en
la a-parición de todo lo habido. Mira el hombre desde
su telescopio la gesta de un volcán y la euforia de un
cometa jugando con su cola.
Ahora es el universo sacrificado entre los huesos, la
reverberancia de un estruendo y la conciencia de haber
durado sobre los años. Células y estrellas se desvisten
en un guardarropas viejo y poco iluminado. Una orgía
de primates se presenta en las bocas que alucina, cada
cual en su alcurnia, su lenguaje y su miseria; cada cual
infectada del instinto de su especie. Infección e
infectación que no recuerda la secreción purulenta sino
el desvío atávico de una moral; y más aún que una
moral, la guerra siempre presente entre esa misma
71
Autobiografía del no
secreción y esa misma moral. Registro de haber nacido
y haber conciliado un nombre, un lugar proscrito de las
asepsias, un campo producido, un terreno de simples
alegorías jugando a disputarse si era o no posible
manifestación alguna; o si la mujer, al cabo,
restringiría su presencia a un lugar sin duendes ni
visitas.
Sumergió la cabeza en el agua, como apropiándose
del viejo tambor en el que Beethoven lavara su
jaqueca. Sacudió sin ritmo el viejo mito y escudriño en
las gotas caídas y vociferadas.
Alguna vez el agua, el fuego, la voluntad humana.
Alguna vez su mediodía, su compasión y su
exterminio. Alguna vez el haber reclutado margaritas
para un ejército de olores. Recostó el torso sobre una
roca que bien podrían haber sido sus tradiciones.
Recostó el torso sobre el reflejo de una amenaza; que
apenas ido el sol la cabeza permanecería húmeda y
tendida sobre su misma algarabía. No soporta el peso
de la fiebre, ni la aniquilación de un pensamiento en
pos de una mejora. Recuerda de lo soportado su
descanso, una especie de irrupción mientras altera el
contorno de los cuerpos. Un símil de las cohortes
fantasmagóricas que devinieran sangre y cultura. Un
refugio momentáneo hidratado con las aletas de un pez
en pleno celo.
72
Autobiografía del no
De las prácticas del buen amor y de la buena muerte.
Retoma su deliberación de presencias. Ni siquiera el
árbol seco ha permanecido quieto, ni siquiera las
orillas de una raíz han establecido el recorrido de las
formas. De las prácticas del buen amor y de la buena
muerte, de las formas piensa.
Que alguna vez, escribe, sobre lo escrito de los
cuerpos se escribe. Y vuelve a su jeroglífico de vidas.
Entonces le llega un entonces, como una resolución
infantil de una conexión improvisada. Resguarda el
sueño para el sueño que vendrá. Aligera su constante
en un “entonces la vendimia y los fresnos han de
hablar también por lo sucedido en los alrededores”;
quizás una marca infinita en la que la mujer, preñada
todavía, imagine las insignias que habrían de dejar en
él.
73
Autobiografía del no
XII
La perplejidad ha podido más que el día, el
sol es apenas una lluvia tibia y la mujer
investiga sus impulsos como queriendo
resolver, aquella otra luz, más lejana y
desconocida de lo que pareciera a simple
vista.
Luna y sol, y la mujer no entiende de los
astros.
La humanidad sin espejos y las guerras
sucesivas. Lucha contra lucha y la hegemonía
de una violencia sistemática. La mujer mueve
las piernas y camina, se sobrepone a las
ampollas y al descalzo. Quizás la marcha
sobre la que se ha montado su universo.
Que simplemente hubiese preferido no sospechar antes
que sostenerse en ese dintel de alertas, espionajes y
precipicios. Hurgar en la memoria, en la imagen
rechazada, en el Olimpo de simetrías donde se debaten
los círculos y el fuego; la red y el pez; la misantropía y
el absurdo de un delito.
Abjuró de su poder. El día cerró libretas y cuadernos,
ropas que parecían doblarse para no usarse nunca más.
Abjuró del poder y abandonó, por fuerza, la mirada
con la que construía gentilmente una certeza.
74
Autobiografía del no
Fuese para él, o para ese otro humano afecto;
restablecía día a día un frágil soliloquio de mutaciones,
alteraciones invisibles que lo reinstalaban en el
formato de los niños. Quizás desconocer suavemente el
sol, o incorporarse ante el asombro de las manos.
Quizás inventar una mentira, o una dulce ficción que lo
protegiera de la culpa.
Tomó el habla y se dirigió al sí mismo en una
historia: la del ermitaño en el derrumbe de sus cuevas.
Hablaba mientras se movía en la conquista rutinaria de
los haceres. El movimiento sistemático, la tarea
cotidiana, el cálculo de las horas y la epopeya de
haberse involucrado en la biografía de algún otro.
Levantar el brazo y poner en funcionamiento toda esa
maquinaria de carne con memoria. Luego el
sobresalto, la estampida descomunal, la imagen de la
imagen de un señuelo, de un patrón bioquímico que
decidía una secuencia, un lugar en el que las constantes
no devenían del tiempo, sino de aquel otro precipicio
de lo vulnerable, lo frágil, el equívoco y el error.
Abrió la boca, como queriendo anticipar otro decir,
como anunciando el advenimiento de una filmografía
en la que la plegaria y el ruego no eran más que la
reafirmación de una víscera que no se distiende y
trepa. Abrió la boca, y sin embargo quedó fijado y
estampado en el asombro, enloquecido en la cima de la
montaña, grabado e impreso en lo que duele la
75
Autobiografía del no
desolación de la infancia quemada y fría. Decir para no
decir y bosquejar una tachadura irreversible jugada en
el límite de las asociaciones y los cuerpos.
Sospechaba.
Y sin embargo la mudez y la movilidad del día, el
disfraz de la actividad sin destino, la ráfaga de
circunstancias clavadas en el cuerpo, la una y otra vez
en que la historia se resistía a comenzar. Entonces sí,
aceptar la resistencia como comienzo, y observarse
ahí, en ese espacio de luchas y batallas.
Colocó la imagen en lo más visible del recinto, una
altura media o la medida en la que al ojo le es
imposible algún desvío. Sacudió el polvo como
queriendo eliminar de la superficie todo lo mirado.
Quitó de a poco, con el cuidado de quien descubre una
reliquia, el paño manchado y casi roto. Luego escondió
las manos y retrocedió, intentó mirar y recoger del
olvido esa capa sedimentada, distorsionada en la
obsesión, construida día a día en la rigidez de un hecho
inapelable.
Mantener el culto al silencio como un epicentro de la
rutina, la confabulación de ángeles y cuervos, el
solsticio de una mariposa en la víspera de un cónclave
y una celada.
76
Autobiografía del no
¿Y si entrara la mujer? ¿Si se dispusiera a medir
inicios, distancias y colores? ¿Si entrara y desdibujara
el itinerario hacia la melancolía, corriendo de a poco,
el ídolo sempiterno de la derrota?
Tembló en la idea del desarme, la ubicación
imprecisa de un yo desconocido y la invasión de otros
miles disputándose el favor de una alianza con el
determinismo.
Buscó los materiales, prefabricar un recinto y
almacenar un conjuro en la memoria. Dividir las
geometrías e instalar un nuevo sortilegio. El embrujo
le sería una predisposición definitiva hacía el
sometimiento de una verdad más abarcativa e
incontrolable, algo en lo que deslindar su metamorfosis
de deberes y responsabilidades.
Lo oculto de la lágrima simularía un nuevo esclavo,
un nuevo entierro y la sistematización de los dolores;
elegir amuletos y adaptarlos, reinscribir los símbolos
por los que ella no variaría una presencia. Quizás,
pensar en un controlador de superficies y membranas.
Quizás, inventar un espacio en el que el nuevo esclavo
se dibujara simétrico al poder.
Huesos y madera, y el músculo compagina sus
estructuras de fuerza y de metal. Evitar el estímulo, en
fin, como una forma, una confusión de miradas sobre
el cuerpo que camina; o dejarlo, al estímulo, entrar
como una devastación definitiva de todo cuanto había.
77
Autobiografía del no
Algo lo quemará por dentro antes que el afuera lo
denuncie. Luego la estructura en su desarme y caerá
informe la coraza protectora. El ídolo y el afuera
permanecen inmaculados y acechando. El cuerpo sin
registro se adultera en la esperanza de un acuerdo. La
mujer debería entrar y no tocar nada de aquello que
fuera su prontuario.
Es la hora del intruso, de quien llega y ve a la mujer
arrodillada en el altar. Una súplica de la súplica del
otro y el hombre intenta realizar un personaje. Cumplir
con la novela del tercero necesario. Quizás allí el inicio
de todo cuanto escribe. Una dimensión desmesurada de
la culpa y el registro. El hombre la ve ahí, padeciendo
junto a sus fantasmas; y sin embargo el hombre piensa
su propio personaje, su propia marginación en la
alteración de los contornos. Destina la mirada hacía
otro ídolo. Otro altar que lo detenga en sus entierros.
Mira y espía su otra escena, siempre su otra escena, su
otra glándula que lo persigue. Imaginar su imaginario.
Una épica sangrienta que lo devolverá al nacimiento,
al resguardo de una orden y el desliz de un buen
equivoco. La mujer no lo percibe, continúa absorta en
la escena que intenta penetrar. El ídolo la acalla, nada
dice de lo que dice en otras bocas. El intruso rescribe
su novela.
78
Autobiografía del no
La mujer reingresa con su espada, decapitar al ángel
o reinstalar un ídolo de ébano. Metales y maderas y
una brújula que disipe su sombra sobre el norte. El
hombre no la verá nunca, tampoco elaborará desde la
luz una silueta. Sabrá el hombre de su imagen por la
impronta de los astros cuando desaparecen en el cielo.
Apenas un reflejo o la nebulosa de un mal sueño. Sin
embargo el hombre espía. La ve ahí, transportada entre
los lirios, la impotencia y el encierro; ver en el ángel lo
que ángel ya no muestra.
El hombre recoge sus pañuelos, juega con el vuelo de
los trapos a establecer un nuevo mediodía. Las
sombras y las luces y el espasmo de una textura contra
el fuego. Retener al sol en el punto cardinal de los
obreros y avanzar. Esgrimir sus argumentos y razones,
despojarse de todo, incluso de aquello que le
permitiera una defensa. La mujer levanta la espada y él
la ve sin variaciones.
Filos y cuchillas y el universo cae con tristeza
acostumbrada. El hombre hablará de imponderables
manteniendo al resguardo su cruz y su capricho.
Ensortijados en los hilos de una voz, la mujer y su
fantasma regresarán, una y otra vez, en el intento de
decirse en los objetos. El hombre los dispondrá desde
sus manos. Como un rostro estéril dejará que las
huellas se borren nuevamente.
79
Autobiografía del no
Vade retro
Lamer el sol, con el movimiento involuntario de la
lengua contra el fuego, con la temperatura, la forma, el
color encegueciendo la palabra; como si la lengua,
entumecida y seca, se convirtiera en una hoguera
humana que invirtiera su desprecio y su residuo.
Con las fauces abiertas, como un embrionario de
múltiples cosmos inseminados en las bocas, como un
hambre abierta o el ingreso en aquel otro silencio que
dejara sin opulencia a la palabra subvertida. Lamer el
sol, en un reflejo, en un apenas de sombras y de fríos.
Abandona el recinto, imagina por primera vez su
aliento en un espejo, sobre lo ilusorio de una superficie
dibuja personajes con el dedo, les implanta la madurez
de un verbo extraditado, la circunstancia oblicua con la
cual defenderse de un habla cotidiana. No más hablar
en la inocencia de un acuerdo, voluntades que luchan
sin espadas y palabras que se digieren sin decirse.
Ningún sol es demasiado fuego y ninguna palabra
suficientemente incinerada. No más razones para el
juego y para el sueño. Conquista la fragilidad.
Conquista y recupera aquella otra semblanza en la que
fuera apenas un síntoma del universo. El pulso
cardíaco de lo débil en lo humano, el pulso lunar de
una carne que intenta fabricarse con un alma.
Se mimetiza con el áurea, se vuelve espectro, espía
de un no ser en la inclinación andrógina que lo
80
Autobiografía del no
persigue. Sale al frío, a la pesadez de un día con la
atmósfera de un callejón que lo determina sombrío y
sin columna. Vidrieras y ladrillos o el consorcio de
voces que imploran y conspiran según lo pacten la
nostalgia y la melancolía. Jura no verse o verse a la
distancia, siempre, en un fragmento. Estatutos del no
ser que se inscriben como constituciones del olvido.
Luego fraguar una sentencia, despojarse de líneas y
mandatos, realizarse en una estría, en un estirón
desacostumbrado y desprolijo.
Entonces si, abandonar el refugio con la ilusión de
encontrar otra palabra, abandonar la hora humana,
dejar el jirón en las vísceras de una hiedra más
silvestre y primitiva. Mutar de verde. Restituirse en la
coloración de un esperma menos sólido y ovularse;
ovularse en la insipiente sensación de haber clonado
una conciencia. Morirse a sí mismo como quien
registra, una y otra vez, la devastación del cuerpo en la
inauguración de una nueva primavera.
81
Autobiografía del no
XIII
Un celo ha establecido la celada. Muerde el pudor con
el que fuese designado. Silbatos de origen
...y camina.
La marca, la ubicación imprecisa de una rúbrica. El
fuego que no acaba de apagar.
Anda el hombre como andando por su cuerpo. Su
tiempo de estampitas, piquetes, y des-ciertos.
Anda andando, como si el encuentro y la rueda de la
fortuna. Como si contrayendo su deseo muscular
completara su cybernética tarea.
El minotauro espía por el ojo de una paga. Millones
de pies confunden sus zapatos y sus medias. El
minotauro conjuga; comienza su sospecha en la
palabra.
Alguien habla desde la multitud como un sortilegio
de los ruidos. El minotauro no distingue; el hombre se
contagia. Juegan hombre y minotauro a diseñar otra
rayuela.
La línea quebrada, el tiempo de la acequia, el agua
que no sube, y un esperma que se pierde. Hombre y
minotauro no disparan, apenas si mascullan una
posición en el tiempo del secuestro.
Una imagen vulnerable, un cigarro, una profecía, una
mujer.
El ocio del hombre convertido en un trabajo.
82
Autobiografía del no
El minotauro no entiende de secuestros. Anda
perdido en el laberinto de los hombres. Anda perdido
el minotauro entre las líneas de la historia, anda
perdido mientras transcurre paralelo lo absoluto de
otro tiempo, anda pegando alaridos sobre las vidrieras
de los museos desencantados; anda con el hocico, en
fin, fabricando una mentira verdadera. Encuentra
gracioso el saludo de los niños: levantar la mano,
guiñar un ojo, recorrer la plaza, el patio, los baldíos;
...tocar la pelota con la mano. El minotauro no camina
como el hombre. Reconsidera su fisonomía de
alabastros y de mitos.
Reafirma su partida, huye de la atmósfera por temor a
ladrones
...y poetas.
83
Autobiografía del no
XIV
Sobre la grieta la luz que no ilumina
Contra los muros viven sombras
agujeros negros, enanas blancas
alaridos de una física Iroshima
crujen prostitutas de un milenio.
Nubes y oxígeno, vapores y aleaciones de un día con el
sol en el destierro. Los hombres son como esporas que
no dejan de caer
... y de sembrarse.
El hueso ya no piensa su dolor. Los aromos mutan
permanente para albergar los huevos de una sola
mariposa. El hombre se desprende de sus alas.
Ha visto el prado y la ciudad desmantelada.
Impostaciones de voz elaborando el noticiero
matutino. Alguna mujer regando el patio y el niño que
llora en la vereda.
El hombre balbucea su temperatura.
Escribe su inmediato, su día dibujado en el garabato
impreciso de los años. Quizás la hoja o el impacto de
una borradura, la marca de que ahí, justamente ahí,
solía el algo habitar como presencia. El hombre se
recuesta. Imágenes del día o del día que vendrá.
Apenas una responsabilidad lo detiene en el ahora.
Jura su permanencia. Se disuelve en los intentos.
84
Autobiografía del no
Toma su hambre como el hambre acostumbrada de
las almas. Ya no sabe si existen o si se han fugado con
los cuerpos. Apenas el estómago y el ácido. Apenas un
desgarrón. Un fragmento enredado en la paciencia. Un
transgénero divulgado en las palabras.
Ya no debe llorar, ni asustarse, ni dejarse asombrar
por el asombro. La luna es un girasol o un sol
disfrazado de fantasma. La ve ahí, por la ventana,
acechando de los vuelos algún pájaro.
Los perros aúllan como parte del mito de la luna
llena.
Tierras negras y tijeras; jardines de voz y un graffiti
en otra esquina.
El hombre levanta una mano, se deja guiñar el ojo.
Etérea y mística lo seduce en un boulevard de otoño.
Luces de cybermundo y el hombre no le cree a las
estrellas. Girasoles en otoño y el hombre ve sus huesos
recubiertos por los hongos.
Ahora es el sopor. Duerme la amante como un
amuleto colgado desde el cuello. El cansancio de un
niño que ha dejado de jugar. La libélula descarga una
sonrisa.
85
Autobiografía del no
XV
VARIACIONES EN UN TEMA DE
BODA
Habrá que matar al niño para que el hombre devenga
niño.
Sea que así sea, como en los juegos de truco;
malabarismos y señales. Apoderarse de los espejos, las
sustancias y los abecedarios.
Sea que el hombre se levanta de su jugada nocturna,
o que regresa con mujer e hijos a jugar el juego del
almuerzo. Sea que este hombre se inmiscuye de por
vida o por un segundo en la organización incompleta
de su cuerpo; sea que el hombre vuelve a la esquina
donde disputa con un niño el cuerpo común en el que
habitan. Juegos de infancia para la madre que
derrumban. Cuerpos de lenguaje para el hombre que
sentado esta mañana se sospecha Juan, Caín, Abel, y
hasta Lucia di Lammermoore.
Quizás Lucrecia ha sido un poco más contemporánea
y Lucia copia de ella el olor de la seducción y las
reglas del incesto.
Todos los personajes han sido dóciles esta mañana y
mientras el hombre se peina y se detalla, Lucía le hace
señas desde la postura femenina de una pierna.
86
Autobiografía del no
El hombre despierta cuando el Eliseo duerme su
siesta de batallas, y ahí está, su Lucia en el espejo,
asistiendo a las bodas y a los entierros. Electra la mira
desde una Antígona muy poco figurada.
Las cuatro mujeres se encuentran, no se hablan, no
discuten. Se miran, se toleran en tanto personajes, se
contemplan con el acecho que las sostiene como tales.
Retoman su tarea de bordar hermanos. En los campos
Eliseos todos los trajes, todos los bordados mantienen
su conducta. Corduras de batallas para este hombre
que alucina con el destierro de los nombres o la
ausencia de un sí mismo. Se incorpora desde su espejo,
de ese que le devuelve al hombre sobreviviente de su
siesta. Sabe que Lucia conquistará a un dios por la sóla
blasfemia de los lutos. Aberración constante de esa
Lucia devuelta al libreto sin más defensa que un
género o un género de época.
Y vuelven sobre su cama, las cuatro mujeres
presentadas ante el cuerpo del extraño, el cuerpo que
se extraña a sí mismo desde sí mismo. El cuerpo
extraño, extrañante y extrañado.
Caín, quien también ha padecido el destierro, ha
ofrecido nuevamente un fruto. Y sin embargo, para
este hombre, Caín no ha matado a Abel ninguno, sino a
Narciso, el que se ahogó de sí mismo enamorado de su
hermana. Caín, el vengado siete veces. Lamec, el
87
Autobiografía del no
vengado setenta veces siete. Un rumor geométrico de
biblia.
Este hombre no matará a Caín. Se recostará
nuevamente.
Lucia
se
habrá
enamorado
indistintamente de Abel y Caín al mismo tiempo.
Lucía buscará su muerte para sobrevivir en un sólo
amor. Vocaciones similares habrán desarrollado Caín y
Abel al mismo tiempo.
Y el hombre sigue resolviendo asesinatos mientras el
espejo le devuelve, indiscriminadamente, su mano
sobre el pelo de Lucia o el de Eva al mismo tiempo.
Ahora es Eva quien discute con Lucia sus menarcas.
Tal vez Eva reconsidere sus maternidades.
En los campos de batalla este hombre ve claramente
su astucia de guerrero. Vivir sin más premoniciones
que el alarido de una seducción sin nombre. Quizás el
gesto interrumpido, o la malversación del gesto. La
locura sin remedio o la locura sin locura. Reservas de
un coloquio que sostendrán las tumbas y los nichos.
Adán y Eva también discuten en el sentido de los
símbolos, obtener a Set, el sustituto, y he aquí que
Lucia permanece enamorada en las tierras de Nod, El
Errante.
El hombre se levanta y Caín ha vuelto a mirar sobre
el espejo. Dibuja su corbata como un ahorcado fatal de
88
Autobiografía del no
los disturbios del lenguaje, y ahí está, otra vez, sobre
su corbata, la Lucia que lo sueña y lo divide. Ninguna
realidad. Ninguna acusación. Caín.
El niño de la esquina lo mira sin consideraciones, le
parece desprolijo su músculo cerrado. Cree haber visto
la angustia de un muñeco. Y el niño ve al hombre
mirando en su espejo a su Lucia, y piensa que quizás
Lucia nació muerta; y el hombre piensa en el camisón
de Lucia, y piensa que quizás ha sido desglosado de un
himen demasiado perfecto.
El hombre se piensa sobre su cama. Luego de la
muerte de Abel y de la muerte del relato fue Caín
quien se presentó ante sus padres en camisones de
época, y se presentó ante el padre, y se presentó ante la
madre en alusiones totalmente desproporcionadas; en
halagos indistintos para el vuelo de una mariposa o el
vientre de un condenado a la soledad absoluta de los
mitos. Fue Caín quien derrotó la misericordia de un
dios absuelto de razones. En tanto que Lucía y Abel,
arrebatándole a la muerte sus derechos y viviendo
asesinado y loca aparecen sin consultas en la misma
esquina donde el hombre y el niño conservan su
batalla. Y quizás Abel esté realmente perdido, y
moleste al niño y al hombre con sus preguntas de
ubicación mientras el hombre y el niño no han resuelto
sus laberintos. Quizás Abel esté auscultando las
respuestas, inclusive las que se preguntan sobre el
89
Autobiografía del no
vicio de dios O la anarquía de las semejanzas entre los
encuentros de dios y los milagros por un lado y
Lautreamont y Artaud con las máquinas de coser y el
hombre sempiterno por el otro.
Y el niño y el hombre observan a Abel y sospechan
desde un lugar común que quizás Abel ha considerado
desde un lugar muy lejano la propiedad de la muerte; y
piensa el hombre que quizás Abel no ha sufrido
extradición alguna y que ha vivido siempre desde su
mismo nombre, adulterando las iniciales con las que se
escriben los epígrafes del mito y la literatura.
90