ENSAYOS DE LA PACIENCIA y AUTOBIOGRAFÍA DEL NO Alejandra Kurchan Edición digital 2011 Edición gráfica 2002 Prisma Neuquén ISBN: 987-43-4879-8 PRÓLOGO por Mariano Villegas Los Ensayos de la Paciencia y Autobiografía del No demandan e interpelan a un número ilimitado de variantes de la creación verbal con un andar victorioso de totalidad poética. Entre otras cosas pertenece a una casi alucinada reflexión sobre “el sujeto que se repite (el peso de lo real) porque hay algo que nunca termina de poder decirse” Con donaire y sencillez, filosos rasgos de humor, una impredecible y sospechosa cotidianeidad, Alejandra Kurchan (AK) instala su discurso que interpela (y pelea) en torno al uso, abuso, utilización y deformación de las palabras generando diferentes ámbitos del decir, el abrumador poder de la palabra cuando está al servicio del peor de los poderes. La agitada turbulencia de las demandas verbales de AK nos plantea un seguimiento de su sistema de lecturas, amplio, variado, profundo. En uno de sus Ensayos, instala, primordiales, a Federico Nietzsche y Antonin Artaud frente a frente, fumando puros, en silencio. Por un lado, el revelador del origen de la 2 tragedia y por otro, el desesperado cuestionamiento a la sin razón de la vida que no encontrará jamás el camino de regreso. Sin estar provisto con una porción del caudal filosófico, lingüístico y poético que AK despliega en sus ensayos, resultará difícil desentrañar alguna legibilidad, donde “las significaciones se deslizan, son esquivas, nunca se pueden aprehender las cosas de manera unívoca y definitiva.” En AK “el lenguaje no es inmaterial. Es cuerpo sutil, pero cuerpo. Las palabras son tomadas en todas las imágenes corporales que cautivan al sujeto; pueden embarazar a la histérica, identificarse con el objeto del penisneid, representa el flujo de la ambición uretral o el material retenido del goce avaro”. Las de AK no son palabras vacías, discurso de lo imaginario, sino palabras plenas, lenguaje del deseo. En tanto poeta, AK juega con la aliteración (heridaDerrida), la metáfora, la metonimia, incluye la aporía y bordea el oximoron. Y esto es así, sencillamente, porque incorpora el fallido al discurso, algo que la lingüística no se puede permitir. Enfrentada a la lengua corriente, al habla corriente (que literalmente, corre) la lingüística trata de atrapar esa expresión verbal, detener su carrera, fijarla en el terreno, cristalizarla en signos. 3 AK habla y se habla desde el inconsciente en su pulsión artística, de allí que su lenguaje sea similar al de lalengua, expresión verbal que devela el psicoanálisis, donde se incluye todo, hasta los fallidos.. Y como Alejandra Kurchan dice por ahí, en una “puntada lacaniana”, puede afirmarse que sus ensayos están encaminados para algún día develar “jeroglíficos de la historia, blasones de la fobia, laberintos de la zwangsneurose – encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia, armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces de la perversión – he aquí los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido encarcelado, que va del palimpsesto a la palabra dada del misterio y al perdón de la palabra.” Mientras bajo la superficie de lalengua yace el síntoma y la interpretación, la bienvenida voz de Alejandra Kurchan devela, potenciada, la rara belleza de una extrema poesía. 4 ENSAYOS DE LA PACIENCIA Ensayos de la paciencia OPERTURA En algún momento las palabras se inauguran, o si la palabra cansada de sí misma se adivina repetitiva y referencial, busca su incertidumbre en la boca de algunos hombres. Generalmente aficionados a la lengua, gente del FILOS, o de las físicas al límite, gentes inciertas que tampoco se bastan con lo habido. Y hay que hablar de una filosofía del lenguaje, y hay que hablar de quienes andan hablando de ellas, pero no por una cuestión de obligaciones disciplinares o disciplinarias, sino más bien por una cuestión de sostener cierto ethos en el habla, un ethos que se va a encargar, fundamentalmente, de diferenciar la doxa de la epísteme. A veces, cuando fundamos una doxa nos fundamos a nosotros mismos, cuando fundamos una epísteme: fundamos un mundo. Alejados de Latifundear el mundo sostenemos conversaciones con el silencio, y no escuchamos nada, salvo el rumor de los arbitrios, rumor de caprichos, de voluntades históricas, registros de memorias intraducibles a los lenguajes que acechan desde ese otro personaje. Si alguna vez es cierto que los lenguajes vagaban por el mundo buscando identidades, podríamos decir o sospechar que mantienen un encuentro con la 6 Ensayos de la paciencia (h)errancia de este hombre que se provoca a sí mismo como si él también fuese un lenguaje indescifrable. Bien podríamos hablar, sobre todo después de esta convivencia de Nietzsche después de Nietzsche, que el "problema" del origen es originar un ahora, buscar algún apoyo para la posición del ahora. Originar sin tiempo ni espacio, sino desde la ficción y desde la voluntad de sostener un triángulo cualquiera. Los lenguajes no existen de por siempre, y aunque sufran de una materialidad casi al borde del colonialismo, elaboran su voluntad con estrategias robadas. Para ellos la opción no es materialidad Vs. Inmaterialidad, sino materialidad y juego lingüístico. Es una oposición en y, como la trilogía. Descentrar la oposición, hacerla reversible, reubicación de líneas y secuencias. Lenguajes inaugurados, lenguajes originados, lenguajes significados desde el cuerpo. ¿Qué es entonces la escritura en este momento del lenguaje? ¿Qué son los lenguajes al momento de la escritura? Uno escribe sobre, y sobre todo: sobre lo que puede. A veces también escribe sobre lo que se debe, o sobre lo que no se debe. Y hay un juego de sobres. Correo, juego y superficies. 7 Ensayos de la paciencia El hombre se señala porque actúa como el lenguaje, se hace señas a sí mismo, y el sí mismo no le responde, lo deja ignorante en el abismo de las cosas y los casos. Entonces el hombre ficciona también la lengua, la hace objeto, la cubre, la des-cubre, se hace amigo de ciertos entre-dichos. Y después de muchos años alguien leerá las múltiples maneras en las que fuimos señalados por el lenguaje. Entonces este diálogo celebrado, este encuentro de rumores, esta epifanía, se alza sólo como un como. Una metáfora maldita en el sueño de los ángeles. Ciertamente la austeridad de la palabra se ha convertido en un hechizo muy poco valedero. La palabra no es austera, sólo mal-dita. Los lenguajes de conciencia han derivado su absolución. Los lenguajes: esos diablos que viven como ángeles, escondidos en el uso cotidiano de los miedos y los cuerpos. Esos brujos que se resuelven como cuerpos. Cuerpos de lenguaje. Maquinaciones estoicas y configuraciones paganas. Los lenguajes no representan nada, sólo se presentan a sí mismos, se evidencian adulterando todo tipo de matrices. Secuestros del cuerpo o robarle al lenguaje la palabra. ¿Y qué es lo que presentan de sí los lenguajes? Presentan la errancia, la hendidura, la fábula de un destiempo, un modo de absorberse. Como una decadencia 8 Ensayos de la paciencia del espectro ese que era. Como extrañando de la certeza todas sus orillas. Pregunta el hombre si los lenguajes sospechan clasificaciones o si resisten el absoluto de una categoría que los separe, por ejemplo, por usos, funciones, formas y fines. Los lenguajes enuncian su indecibilidad, son en tanto pueden y no pueden ser ese otro lenguaje, de ahí que la traducción, todavía, sea necesaria. Piénsese en Steiner y su "Después de babel". Piénsese en los lenguajes binarios (el lenguaje de la muerte es un lenguaje binario), y piénsese en la poesía y piénsese en el lenguaje del matemático. Cuando alguien piensa en el lenguaje piensa una instancia de primacías, se ve a sí mismo obligado en el equívoco. Un lenguaje es una víspera. El pensamiento está hecho de lenguajes, pero no siempre de palabras. Antonin y su pesanervios. El pensamiento configurado, coanestesiado en esa especie de simetría con los reales, ese empecinamiento humano de pensar la realidad, de decir la realidad. A veces pareciera que lo humano intenta establecer sistemas de correspondencias, y pareciera que todos los lenguajes escapan a las intenciones, algunos, más predictibles que otros intentan un refugio, he aquí, el lenguaje matemático. 9 Ensayos de la paciencia He aquí el único lenguaje que no sirve a nada y sin embargo practica su utilización en los glandes más sensibles de todas las disciplinas, inclusive hasta en las de moda. He aquí al único involuntario, despreocupado de sus servidumbres extranjeras. Los lenguajes matemáticos han dejado de imitar un modelo de mundo, ahora se han constituido como lenguajes de afirmación, ya no hay un sistema de signos, sino un sistema de relaciones, y sobre todo, relaciones confirmantes. La sintaxis matemática reduce las expresiones hasta hacerlas válidas en tanto relaciones de iguales, mayores, menores, incluidos, excluidos, incógnitas cerradas o abiertas, diferencias, etc. Exorcizar al caos no del des-orden, sino de la impredecibilidad. El sema matemático busca su origen en sí mismo. Y no lo busca en el tiempo, sino en la coherencia interna de la expresión. La función de lo predecible y de lo predictible. Puede anunciar y enunciar por conjetura, esa es una simplicidad de la a-pariencia matemática, el meollo del lenguaje matemático está depositado, digo bien, depositado, en un sistema de abstracciones, un sistema que prescinde voluntariamente de todo tipo de referente, su pregunta no está en el afuera de sí mismo, 10 Ensayos de la paciencia sino al interno, de ahí la función humana de la matemática, demostrar si es posible o no una coherencia interna en los sistemas cerrados, o si tal coherencia corresponde a la voluntad de ficción de todo lenguaje. A veces, la secuencia lenguaje-palabra-escritura es la mejor evidencia de las malformaciones culturales en las que habitan los lenguajes, de la misma manera en la que encontramos sutiles oposiciones y pretensiones de transcripción de lo oralidad a lo escrito. Como si no se pudieran in-corporar las diferencias de sistemas. Y hay que hablar de sistemas, y de sistemas de signos, hay que hablar de una sintaxis del sueño y de un sema de la muerte. Hay que hablar de una morfología del saber y de una escisión entre el saber y la palabra. La más de las veces asistimos a un palabrerío, y hay, desde la arquitectura de los conscientes dos palabreríos fundamentales, el que entre-tiene y el que revela y se rebela. El primero está signado por una especie de nadería que lo sostiene entre el tiempo de vida y el tiempo de muerte, ambos personales, binarios, histéricos, es decir de nombre extranjeramente propio. El segundo mantiene una relación constante, y también de patrimonio, con esa nadería que lo rodea. El uno ni siquiera se preocupa por su pérdida; el otro, la sabe pérdida y la considera como lugar vigilia. El uno es 11 Ensayos de la paciencia significante del vacío, el otro, totalmente vaciado funciona tal cual el nombre propio, sin significado e incapaz de sostenerse por sí mismo como significante. El primero, es la agonía del lenguaje, el segundo es su voluntad pese al insomnio. ¿Cómo procede el ser humano ante la palabra que lo instituye? La desconoce, la hace palabrerío, indecencia, moral, moralina. La vuelve abrojo cotidiano, la naturaliza, como si él, que es él porque alguien dice él, no supiera de las mutaciones en las letras y en los signos. Un soporte lógico, eso es lo que busca, escribir alguna vez un mal libro. ¿Y por qué escribir y no cantar o conjeturar o deliberar? Escribir? Instalar una marca, un signo que se desfigure con el tiempo y con el espacio, instalar una marca que delibere con lo posible de todos los lenguajes. Instalar una reinsurrección de la palabra. Conceptos como "palabra", que necesitan ser reinscriptos fuera de esa fonética nocturna, y reinstalados en un habla discursiva, un habla de cuerpo, un habla de acto, registran una evidencia de estado del lenguaje. La escritura, como estado de lenguaje, como estado poético del lenguaje (en tanto que involucra necesariamente un cuerpo y su ausencia) resuelve su 12 Ensayos de la paciencia decadencia como estructura de parálisis ante el pensamiento. ¿En qué términos se inscribe la escritura en los sistemas de lenguaje? Se inscribe como agotamiento, como una jugada final y premonitoria, se inscribe como evidencia del lenguaje matemático. En tanto y en cuanto, tanto para el subjetivismo individualista, como para el objetivismo abstracto, existe todavía la materialidad indivisa de la música. Materialidad matemática. Convulsión de todos los secuestros de escritura. La escritura se inscribe entonces como forma lejana de un lenguaje cualquiera sobre un cuerpo cualquiera. La escritura habla en los cuerpos escritos, se dibuja sobre cualquier síntoma, y se borra, automáticamente, ante cualquier reduccionismo, sea éste de índole política, religiosa o lingüística. Conceptos como "palabra" fuertemente asociados a escritura, como si la escritura no padeciera otras superficies que el grafismo vacío de la letra. La escritura revelada y rebelada se hizo letra en todas las superficies y en todos los grafismos. Lo que sí nos queda claro es que la escritura es una marca sobre una superficie, una marca que no subestima, una marca que se hace igual y de cualquier modo. No hablaremos de huellas, por un simple síntoma de asociaciones, 13 Ensayos de la paciencia entonces ese "no" es una presencia de la cual el cuerpo, se siente, inevitablemente enamorado. La escritura, ese bajo fondo del lenguaje, que lo denuncia, lo permite, lo revela; ese posicionamiento casi final, en categoría de término, que no deja más consorcio que ese vecindario de alusiones y señalamientos; ese contrapunto del enunciado, de la regulación fatal de todo lo sujeto y todo lo sujetado. La escritura del cuerpo sobre el cuerpo, la batalla final de las comas en el organismo. La muerte necesaria de una escritura necesaria. El homenaje de bifurcación de los sentidos, y dejar asentada esa huella de posibles, como si lo único imperecedero fuese ese lenguaje monumental de las heridas. Escribir, sí, escribir sobre el silencio con letras de silencio. Escribir con la remuneración que deja el cerebro después de haberse visto involucrado en el sistema sensible que lo sentencia. Escribir en la prolongación del vacío una interrupción que no diga nada, que solamente deje el gesto de esa alteración en lo continuo. La escritura es un aborto del lenguaje. Es un aborto del lenguaje del cuerpo. La escritura es un niño muerto que se muestra enunciando a la madre. ¿Cómo hablar entonces de un origen de la escritura? Origen de la herida. Origen de (h)erida. Derrida. 14 Ensayos de la paciencia El problema del origen y el problema de la escritura no siempre se con-dicen; hay quienes ponemos el peso en cómo estructurar un problema y cómo estructurar verbalmente un problema. Un problema es una estructura soluble en la historia. Con lo cual derivaríamos en que todas las palabras llevadas a su extremo de "problema" son solubles en la historia. Un des-armado casi apocalíptico de los nombres, y sobre todo de las heridas de los nombres. Dado que el nombre no es una afirmación sino un vacío en el que se inaugura un cuerpo, sea este social, mítico o individual; cabe sospechar que el nombre propio es un origen de escritura tal como lo es el cuerpo histórico y social que se instala en el organismo recién nacido. El cuerpo que nace es orgánico al lenguaje que se instala como ley. El cuerpo humano, además, quiere ser orgánico a la identidad, identidad imaginaria, identificación ficticia, falo fracturado por la firme oposición de la ley de los lenguajes. Lenguaje del padre y de la ley. ¿Qué es entonces ese rasgo de identidad, ese estilo, o ese lenguaje de ficción por el cual la inauguración de un yo permanece aferrada a la escritura? Ser la ley para inaugurar la ley. Dejar que la herida anuncie sin más protocolo que una formación de letras, una puntada 15 Ensayos de la paciencia lacaniana, una secuencia de marcas, un Sid Barret esperando que los Pink Floyd lo inviten a tocar. 16 Ensayos de la paciencia EL CAUTIVERIO Durante mucho tiempo, en el caso de que el tiempo o se falsifique a sí mismo incontrolable; o precisamente por ello, por el estancamiento del tiempo, la recesión de un movimiento, o la marca obsesiva de un algo no definido; Federico y Antonin aparecieron como dos retratos, dos convulsiones colocadas en pedestales de época, dos maquinaciones de pensamiento de las cuales no fue fácil tomar la debida, requerida, o necesaria distancia. ¿y que sería esa distancia sino el desenamoramiento germinal de un otro? La seducción proviene de un oculto, de ese manifiesto (manifiesto) que exige la realización de una mirada, el lugar de una mirada o la fantasía de algún yo. No más razonamientos a la hora de ser siervos y esclavos de las letras. He aquí el cautiverio. Un impulso, una pulsión, una mímesis con ese "algo" en vías de continuar su ocultamiento. Ocultamiento de... Sospecha. Señalamiento. Espionaje. Observación de lo prohibido. La sangre hervida, la evaporación de glándulas y plaquetas, el desmantelamiento de un esqueleto y la seguridad de ser un homo sin retorno. Dislocamiento y 17 Ensayos de la paciencia defocalización. No es la conversación sino la no conservación. Una empatía general y sin dominio. Una atracción visceral, una puerta en el ombligo. No hay razones, ni causas, ni pretextos; apenas el vértigo, la sensación de un registro lo suficientemente severo, la jerarquía de una palabra que más que abyecta humana se desplaza por lo erógeno, como una metástasis necesaria, como una adherencia, como un llamado a llamarse nuevamente. Apenas se abre el laberinto, en plena iniciación, Federico y Antonin se sientan a fumar un puro. Se sientan y se miran y no hablan. En plena disquisición del laberinto, en pleno arrastre de la palabra, en plena polifonía, no atrapan, simplemente no es posible rescindir de sus miradas. 18 Ensayos de la paciencia LA VIDA SIN SU OJO Luego aparece el abandono, la maceración, la creación del pensamiento por el pensamiento mismo. La razón, la lógica, la dominación, la anécdota, el diálogo secreto que mantienen uno y otro con los otros. La disquisición de occidente. La secuencia, la ciencia, la paciencia. La compatibilidad, el ocio, la semblanza. La época, la disciplina, el oficio. Las cartas. La hegemonía de la letra. Las críticas y las otras literaturas. Los críticos y los otros personajes. Los laberintos y la virtualidad de los espejos. Las adhesiones al "quién entiende más", perverso vestigio de un estructuralismo. Los reencuentros casuales y místicos. Las asociaciones, las huellas, la no memoria. Y esto no está "hecho" más que de memoria; en el sentido escolar de la palabra, en el uso de hacer presente por pura repetición y repetición; en el sentido no escolar de la palabra, de aquello que quedó fijo por impronta, de aquello que adherido a la carne se reproduce produciéndose. Esto es el camino realizado, el tiempo perdido de Deleuze, (Proust), el desvío, el recurso de la curiosidad. 19 Ensayos de la paciencia VALOR Y SUPERFICIE Sobre lo cotidiano Hablar de Proust, Deleuze, el signo. Hablar del habla, la superficie, la movilidad, la repetición y los objetos. La mala estima de lo subordinado. Nada más bello que el lenguaje de lo diario y el lenguaje de lo diario desentendido de cualquier voluntad de discurso. Algo que recuperar después de tanta nada, tanto incierto, tanto equívoco. Nihilismo puro en las orillas y en el centro. Escepticismo y derrota o el derrotero de extraer algún sentido. La gracia de la nada vuelta algo. Después la insistencia cultural y culturalógica. Más tarde aún: el derrumbe y la recuperación. Si el signo como signo es repetición e insistencia, si es de lo mostrado su propia causa, su origen, su dilatación; si se deja fácilmente estallar, una y otra vez, sobre superficies que lo admiten y lo niegan; si es ese el signo como signo y como un sí; si es él y su sí mismo; si es la lectura repetida, si es él su instalación y su retiro, si es, en definitiva, la inauguración obsesiva de un querer decir; entonces el signo es una sospecha de las hablas. Sospecha que se inicia en una voluntad de relaciones, voluntad que se instala en la necesidad de dar paso y entrada al mundo percibido. Ley arbitraria por la cual 20 Ensayos de la paciencia lo que no era se inaugura como signo en la insistencia y en el ordenamiento de lo informe en un sistema. El signo es tal en tanto se lo inscribe como parte constitutiva de un lenguaje; y en tanto este lenguaje puede evidenciarse como presente en la convivencia con otros lenguajes. Asi como no existe lenguaje sin traducibilidad, tampoco ha de existir su existencia sin ser el resultado de una voluntad de lectura. El habla se inscribe sospecha; la lectura, la voluntad gregaria por la cual el signo aprende su comportamiento en el sistema que lo instituye. No hay signo sin ley, y no hay signo que no mute en sus incursiones y navegaciones por los distintos sistemas. La ley es la impregnación que sujeta lo sujeto como sujetado, la ligazón por la cual algo que permanecía independiente, suelto y suspendido, cobra identidad en el comportamiento de su orgánico. La primer voluntad del lenguaje, la primer ley por la cual se instaura como tal, es una voluntad de lectura. El cuerpo, aparecido sin voluntad, pero con función orgánica y vital de aprehensión del mundo, de posicionamiento prelocativo, de instalación; es inundado, y a veces hasta impulsado por impactos perceptivos que inauguran permanente, y permeablemente, zonas de afectación, zonas y superficies de impacto, membranas sensitivas que terminan teniendo por función la inhabilitación, algo 21 Ensayos de la paciencia parecido a la memoria en sus funciones de olvido y de recuerdo. Una protección. La voluntad primaria de la mirada es la organización perceptiva, cuerpo que recibe y se involucra, y que por lo tanto administra sus fuerzas allí donde el caos y lo impredecible ponen en riesgo el cuerpo y su hospitalidad hacia la escritura necesaria. El universo humano es naturalmente receptivo y perceptivo, la expresión y el decir sólo le devienen al hombre de un estado de sobreabundancia de la mirada. Es precisamente esa sobreabundancia la que pone de manifiesto la inauguración de una organización, la inauguración de los lenguajes como tales, y la instauración de los signos como mariposas subalternas. El signo no ha de ser más que la ley, la superficie y la mirada que lo instituyen como tal. La materialidad signica, el significante, no es más que la distorción de algo encontrado y forzado en su indiferencia a compartir el espacio de una significación de la que él, aún, permanecía totalmente extranjero. Es el significante quien reacciona ante la superficie en que se inscribe; el significado, por el contrario, no reacciona ante la superficie, sino ante otro significado que se opone, lo delimita y lo describe. He aquí uno de los menosprecios hacia el significante y la relación entre el signo y la superficie. El significante como tal, no tiene opuesto; ni siquiera la superficie que lo sustenta tiene opuesto. Sí hay en todo caso una 22 Ensayos de la paciencia distinción, táctica y tactil de las superficies, estas no se inscriben en una jerarquía de los opuestos; sino más bien en diferencias sensoriales más cercanas al efecto que a la realización y organización de la materia; en este caso la diferencia es de gradación y no de cualidad. Que una superficie sea más o menos áspera, o que sea más o menos fría, responde a una cuestión de grado. Así la superficie escrita sobre el concepto de lo efímero. Como si la superficie, prescindible y maleable pudiese retirarse en presencia de lo profundo, como si apenas denunciada una profundidad, asumiera la superficie un estado de vergüenza y retirada. Entonces: No es cruel el paraíso, sino su jerarquía sobre los infiernos. Superficie y superficialidad parecieran disputarse el derecho a decir sobre los cuerpos, como si la leve enunciación de "lo superfluo" desestimara de por siempre el valor espacial de todo cuerpo. Valor espacial de un algo sobre el cual dejar una marca. La superficie necesaria. Pareciera que no tan sólo el siglo se quiso impresionar a sí mismo sino también los habitantes del siglo. La ingeniería de los actos como un significante puro. La superficie del cuerpo como única zona posible. El 23 Ensayos de la paciencia acto como actuación y como realización; el cuerpo impuro como el desprendimiento absoluto de una empíria compartida. Lo que habla de lo humano no es la huella excepcional, sino la marca registrada sobre la superficie de lo cotidiano. Lo cotidiano es la superficie sobre la que se escriben las hablas de los hombres. Si el signo como signo es tal en su repetición y su reconocimiento, son entonces los actos cotidianos, repetidos y reconocibles, organizados y puestos en correlación con otros actos los que se definen como signos y signatarios de una vida particular o pública. Proust, Deleuze y Barthes. La nostalgia de una marca. La nostalgia de un lugar en el habla donde poder colocar una preposición tal como la pre-posición “sobre”. Más le importa a lo humano una lectura de su posibilidad, que la verborragia del algo que decir. He ahí la paradoja de lo escrito y lo absurdo de este ensayo. La voluntad de lectura nace como necesidad de supervivencia a diferencia de la necesidad de escritura que nace por un lado, por la ley paterna de occidente, voluntad de jerarquía y de dominio; y como madre una mutación de silencios que han de resolverse en el traslado de la Ley. He aquí el por qué de la literatura 24 Ensayos de la paciencia transgrediendo las leyes del lenguaje y lo poético manifestándose sobre las superficies. Cual fuera el elogio del hombre ante el asombro de lo sucedido. Hoy es el muro exorcizado de los ritos, un cementerio de anécdotas donde desfilan los deshechos de una iniciación, o la inagotable tarea de una sentencia desestimada para siempre. Han penalizado el rito y la iniciación ha sido abrupta. La sentencia ha dejado el olor de quienes van vociferando. A diferencia de la repetición mecánica del acto, el rito es siempre iniciación, por lo tanto melancolía del estado que se pierde y éxtasis del estado que deviene. El ritual es transitivo por definición. Y de esa sucesión-seducción de actos, estratégicamente dispuestos, no sólo se ha expropiado la privacidad del estado transitivo, sino al estado mismo, a la corporeidad de un estado que declama el abandono. Pienso por ejemplo, en el rito amoroso como último reducto de los ritos. Sucesión de actos otorgándole al acto, a la sucesión de los actos, un poder realizativo más allá del acto mismo; en este sentido el rito es siempre metonimia. Pienso entonces que el rito amoroso, sin importar el 25 Ensayos de la paciencia objeto del amor, se encuentra siempre dirigido hacia la exaltación del ser, el ser perdido, irrealizable, irreconciliable con un presente dictatorial y sujetado a la bóveda del hoy. El rito es situación en la cual el estado de abandono.... Es la situación espectral de un yo que no era y que deviene. El rito del maquillaje, de la comunión, del espectáculo. Toda sucesión de actos puede comportarse como rito, y todo rito puede destituirse como tal en la repetición mecánica del acto. Allí donde se ha hecho público el rito y la fuerza realizativa del rito, se ha obturado el transito y transitividad del ser en tanto no se espera de él más que la confirmación del estado que se espera. El cambio de estado bien podría ser un estado alucinógeno y onírico de y desde el cual no hay traducción posible. Apenas un señalamiento imperceptible para el estado público de cosas. El rito es delegarle al acto el anhelo de posesión por el cual imaginariamente me completo. Pero la completud funciona ya en el terreno de lo imaginario. El rito es la sucesión de actos con la fuerza realizativa para completarme, para decir algo de mí que todavía el yo no sabe. En la sociedad de los seres completos, donde el yo sabe todo del sí mismo o donde la completud es reducida a un puzzle de objetos domésticos, domesticantes y domesticables; en sociedades donde los seres y los estados permanecen a 26 Ensayos de la paciencia la medida de sus ideales; en sociedades donde los actos son enajenados de su simbolismo posible; el rito es un acto vacío, mecánico y acabado. El rito inicia la disposición del yo hacia un objeto amoroso. En el rito el objeto amoroso es depositario del poder de transformarme. En el acto vacío el objeto amoroso soy yo mismo. En el rito amoroso, la sucesión de actos se encadena caprichosa, siendo el objeto amoroso el cuerpo de lo amado, y este, mutándose permanente. El rito amoroso es una escritura, una marca. Marca sobre el cuerpo, sobre la corporeidad de lo propio, marca sobre la cotidianeidad y lo corpóreo del yo, pero como marca eligió como superficie lo otro y no el sí mismo. La marca y el destino del rito es siempre especular. El rito dirige su obsesión hacia un cuerpo que le es ajeno, el cuerpo del dios, del enemigo, del amado. El acto vacío es vacío puesto que acaba su obsesión en sí mismo: es profano, liberal, capitalista. El acto vacío es lo pornográfico en la sucesión de los actos. Repetición sin sospecha en los burdeles políticos del signo. El acto vacío es la pornografía del cuerpo sin el cuerpo. La poesía es un ritual. 27 AUTOBIOGRAFÍA DEL NO Autobiografía del no I Con las ganas de adherirse al ejercicio cotidiano, todos llegan, alguna vez, a la vigilia. Llegan, en una maratón de diablos, oliendo por primera vez un lugar fuera del infierno. Era el habla circular, la libélula, la circulación del fuego en los andenes. Era el jardín, la epifanía, la instancia definitiva en la que hombres y rostros se defendían de sus hablas. La palabra, ciertamente, provocaba claustrofobia. Comienza al fin la subida. La impostación de un ascenso en lo que va de su montaña. Sin embargo la geometría, adulterada, divina, regulatoria ha olvidado sus funciones en el mundo. Ninguna literatura lo salvará del agua. Suele adherirse a la superficie, a lo más corriente de su cuerpo. Cuando se levanta, cuando mira, cuando ve los zapatos y no ve más que una suela aferrándose en los pisos. Cuando levanta un brazo y es el brazo quien lo deposita en sus abajos, sus arribas, sus demoras. Cuando come, cuando anda, cuando besa, cuando bebe. 29 Autobiografía del no Todo es demorable menos su obsesión. Quiere corroborar lo obsceno en el uso de su tiempo. La displicencia con la que juega a demorarse. Aquello que durante el sueño se le había aparecido como una función vegetativa, limpia, animal, involuntaria, se ha delatado ahora como la más severa de todas sus inquisiciones: Respira. Sabe que está despierto, que durará en el día, que anotará la fecha en un papel, que de todas maneras, al menos la muerte le escribirá un futuro. Mira sus actos, esos mismos que ha abandonado por desuso, por irregularidad de la conciencia. Por alteración de su estado de conciencia. Ni sus actos, ni sus estados, ni sus días se sostienen en la particularidad que los nombraba; no son tan propios, ni tan específicos, ni tan identificatorios. Sabe que su manifiesto es el silencio. Escribe sobre lo efímero del día. Nostalgia nocturna o el miedo enterrado hasta los huesos. Quizás sea miedo, o quizás ciertamente la sangre se le ha evaporado en una noche congelada y los ángeles se le presentan como el suburbio de un hombre apresado en el trabajo. Quizás desaparezca en ese amasijo de memoria. 30 Autobiografía del no Algún olvido o la ternura volviéndose cayo embravecido. Quizás ya no le queden restos para la ductilidad de los haceres o quizás el sol sea esa mancha pálida que le ha quedado luego de mirarse en el espejo. Apareció como quien quiere, o como quien dice, inundado de sudores, propios de cuando la madrugada le deviene pesadilla. Allá esta el cráneo, el cadáver, la calavera; allá el omoplato perdido, la sentencia, el juicio, el ojo delirante; el feto que se distiende y habla, la madre que como una celada ofrece la palabra. Invierte al hombre y lo sujeta. Allá están los cuerpos sepultados por los cuerpos, cuerpo que anda, que seduce, que divulga ingenuidades. Cuerpo que anda frágil. Ahí el gigante dinosaurio, ahí su pesadilla, su cuchillo de titanes. Se ha detenido sobre los rostros. Pasan y pasan y no dejan de pasar. Cuerpos que chocan, que se esquivan, que se pierden. Cuerpos que se buscan, que preguntan, que se alzan. Es el desnudo de Eva. Eva sobre la página, sobre el icono, sobre el origen. Eva en las estampas, en la radio, en la descendencia. Eva en el puerto, en el paraíso, en la mesa. "Piensa que no es Eva todavía una mujer, apenas una costilla con olor a barro". La ve ahí, en su burdel. Las palabras son siempre prostitutas -piensa. 31 Autobiografía del no "Fibras del cuerpo amenazando con la forma. Consorcios de mujeres alimentando sus hímenes borrachos" -se repite. "Era como entonces, con la idea haciendo universo de sus dedos". Abandona por primera vez su cuarto de fetiches, abandona su mesa redonda, su esquina, su reproducción de algebras y firmas. Está sentado en la cubierta de un vagón, trazando vías y durmientes, está depositado sobre el andamiaje inestable de los cuerpos. Ya no importa si los colores o las frases. Busca en el agotamiento, en la distancia, en la dualidad de todo grito. Alguien lo ha visto sacudiendo su misterio, frotando la habilitación de una poética que lo perdone. Vuelve al desnudo, a la obsesión de todo cuerpo, a la textura. Piensa que los cuerpos son lugares y que los niños son desnudos de por siempre. Se recuerda. Recuerda, como un acuerdo final de su inocencia, como un paso previo a su renglón definitivo. Mira su reacción, mira la alteración, la colocación del espacio, la distancia que lo protege como a un niño. No hay mal en sus juguetes. Manipula la rueda, el final, el tiempo, el reloj. Recuerda, sí, cuando el árbol o la entraña, cuando la fascinación o el desengaño, cuando la desesperación o el recorrido. Apuesta al trazo final con el que curará sus afecciones. 32 Autobiografía del no Sabe que nada era feo sino aquel zarpazo en la ubre del mundo, aquel sortilegio por el cual las palabras se envenenaban y las magias retrocedían asustadas. Cualquier personaje se defiende -piensa- nadie quiere entrar en ese tipo de novela. Entonces le sucede el excarcelamiento de los que amotinados en el oído de dios comen de la barbarie sucedida; se alimentan del hombre sucedido; adiestran sus consideraciones, naturalizan las costumbres; reciben, la imagen de Eva y de dios escrita en páginas amarillas. El hombre verifica la continuidad de sus iguales, se da vuelta, sobre el hombro, y el futuro lo persigue. Ve a los personajes incrustados en los durmientes, allí donde mira hay un depósito de ellos. No sólo la clandestinidad en la que celebran los entierros, también el secreto en el que producen sus deseos. La muerte es impúdica, y amoral, y fuertemente bella -escribe. Ninguna eternidad ha sospechado tanto de sí misma. Mira hacia la tumba y no ve más que tierra tapada entre la tierra. Entonces se pregunta si la muerte también es una empiria, Se pregunta sí las Evas y los niños. Se pregunta si dios, si las calles, si los encuentros, las conjeturas, los encierros, los absurdos. Se pregunta si no es la única 33 Autobiografía del no continuidad posible, ser seres de muerte, discriminados y azules. 34 Autobiografía del no II capítulos externos de: LA VOZ NO AMANECIDA Había sido una vez y sin embargo regresaba, una y otra vez, en el cansancio acostumbrado de los cuerpos; una y otra vez, en el dilatado ya está de la paciencia. No le alcanzó el hambre, la madre, la víspera, el rumor de los descuentos. Permaneció con la jerarquía de quien nace en la frontera de un no ser. Amaneció sobre la margen izquierda de su cuerpo. Un luto clavado sobre el pie y un recuerdo en lo que le queda de la mano. Amaneció como quien quiere, o como quien dice, inundado de sudores. Quizás le pareció simpático, el día en que las musas, entregadas al gesto y a los sueños, detuvieron su andar y le obsequiaron un tiempo enteramente humano. Sin embargo ahora, cuando la madrugada le devenía pesadilla, aparecían los alertas, las bifurcaciones, el sopor de la mala imagen. Una ley ambigua y sombría, una escisión en el escándalo de las horas; un estado en el que el cuerpo se resiste a completar una vigilia. 35 Autobiografía del no La impostación como si el hombre, a veces yo, a veces nosotros, lo inscribiera en el orden sartreano del hacerse. Que se ha levantado esta mañana con el pudor de quien ha descreído del sí mismo, que ha dudado, que ha visto en los espejos, y el espejo a delatado su superficie llana y sin destino, que ha levantado el pie, y el pie le ha contestado con su vulgaridad acostumbrada, y que al lado de su pie, su otro pie inmediato se quedara retrasado en la vanguardia, demorado en el uso de los pasos y los días. Que ha vestido al cuerpo como de encajes y de calas. Que lo ha mirado así, como de fiesta, y que sin embargo el cuerpo le llorara. Confabulaciones de la infancia A veces el hombre piensa, se recuesta, mira al techo como al hombro, espera que el cielorraso sea cierto, o al menos que no sea esa membrana permeable a los incestos, al ojo y al enojo del extraño; a la mano que se infiltra y estrangula. Piensa el hombre (siente) que podría él, manipular su realidad de un modo mas concreto. Pensaba en su superficie de primate, especulaba que habiendo dominado una espada, dominaría su fuerza y el uso de algún habla. Pensaba el hombre, como 36 Autobiografía del no queriendo asimilarse, que alineado en el vuelo de las águilas descifraría la voluntad de algún dios escondido en las alturas; que transcribiría, en fin, la gravitación de todo cielo y la curva de una mujer en pleno parto. Como queriendo destituirse de aquel otro gravamen que lo asociaba al orden de lo frágil, pensaba en sacrificar de su día lo indecible. Prefabricar una rutina en lo más estable de una forma. Compilar los haceres en categorías que no digan más de lo que el hombre dice ser. La alteración de los hospicios Los centauros pasean en su celda. No les cabe el mundo en las pupilas y despliegan alaridos de animal en celo, o de víctimas fatales aferradas a la geografía específica de un cuento. Lo transvestido de u n a h o r a Que no serían frenéticas las cuentas, las estrellas, y los "ave María". Siente que podría levantarse esta mañana, y tomar un desayuno como si fuese una tradición insuperable; que podría viajar desde el horizonte hasta el acá; que podría componer una sinfonía y desdibujarse en el color de los deseos. Que su cuento, en fin, conservaría algo del centauro. Siente el hombre que su realidad es el placebo de un extraño. La atrofia de un desconsuelo casi metafísico. 37 Autobiografía del no No le han dado con el cero ninguna de sus cuentas. Farolera tropezó y los siete jinetes del apocalipsis son caballitos de metal en la calesita de algún barrio. Se ha quebrado el niño en el desgaste de una sumatoria y la limitación de una astrofísica severa. Todos los números resultaron racionales y el entero una fracción de su racionalidad inmediata. La glorieta de algún parque muere de vergüenza por la exhibición de ángeles y guardias. La pelota del niño es atropellada en las fauces de una ley, y la ley adulterada en la boca del más fuerte. La divina gracia Ayer ha insinuado lunas como un poderoso recuerdo del "había". Primero fue una abuela, una madre, un cuento, el "había una vez". Luego lavarse la cara y desordenar el mundo. Recibir del mundo lo mundano, percibir lo doméstico del hombre. Nubes de pan y el hombre de barro ya no existe. Edipo en la conquista y el ex-obrero metalúrgico. Arlt en la esquina y los siete locos que ríen en la escena. Siente que el destino es cierto y que se le viene la vida como el acertijo final de un dios sin elocuencia. Siete enanitos siete y blancanieves se desviste. El hombre engulle la calle, chorrea su incertidumbre a cada paso. Allá en la pista, justo en el pozo, la mujer que le guiña y el perro que lo gruñe. Bozal de perro para el ángel. Cruza. 38 Autobiografía del no Plaza de niños en hamacas cibernéticas. Un globo rojo cruza la penumbra. La palabra es un camafeo en el torso de un mendigo. Pulseras de mediodía y el hombre arrasa con su estirpe. Que no lo alcanzó la furia para desvanecerse ni el ocio para aniquilarse. Adivina el acertijo. Siete plagas, siete enanitos siete. Se suicida dulcemente en la letra del amante. Las morales del centauro El hombre y blancanieves alucinan un celo en las montañas. Ciervos de papel y un asterisco al norte de la escena. Confía dios en vender como paraísos sus entradas. El hombre es un arlequín de blandas sepulturas. Recorre el cerrojo con los dedos. Metal de metales y el hombre se encierra en sus encierros. Blancanieves ofrece un pecho. El hombre hace alusión a sus alturas. No le bastan los dedos para descifrar su incertidumbre. Arrabales de conciencias o la ingenuidad de andar deshojando margaritas. El centauro y blancanieves son un dúo indescifrable. El bosque El balido de un ciervo se argumenta con su especie: los duendes usufructúan de la literatura. Mueren de a uno los miles. Mueren de a uno en cada gota. 39 Autobiografía del no Tierra nuestra que estas en los cielos y el cielo envejece sin su ozono. Acechan las hienas como un ataque final a la inocencia. Ríen con el descaro acostumbrado de quien asesina diariamente. Pornografías de un desnudo El vestigio de una ciudad se le asoma por los ojos. No hay más honor que la fiesta de haber visto. La necesidad de haber tenido un pasado se le torna un artefacto incuestionable. De lo que era, y lo que debió haber sido. De lo que es y de lo que ya no debe ser. ¿Y ahora qué? -pregunta en su modernidad inmediata. Toma su papel, su lápiz, su cuaderno. Inventa un círculo cualquiera. El placer de lo redondo se le asemeja al instinto puro de un cachorro (humano). Escribe anotaciones para un libro que será. Toma un ángel, lo imagina, lo bebe como un trago. El ángel se resiste a mirar su organismo todo adentro. El ángel no quiere sangre, ni intestino, ni secreciones que manchen su imagen en la plaza. Que bien podrían el ángel y las musas conformar un panteón de viejos ídolos. Destiende un cordel de ropas inocentes. Moja las manos, las mira, se sienta y las conversa. Las hace suyas en el desplazamiento de un deseo. 40 Autobiografía del no III Llueve sobre los hombros la carga somnolienta de los días. Hesiodo. Quizás Hesiodo. Lo piensa como un favor, una gracia, una concesión, hasta podría sospechar una indulgencia. Quizás Hesiodo hubiese configurado otros trabajos y otros días, o quizás no, vaya a saber, algún otro Popol Vuh hubiese manifestado la mítica entraña que hoy se le empecina, soberbia, en contra de todo su catalogo de glóbulos. Que el día no es rosa, ni amarillo, ni se han inventado colores sobre la masa fugaz del rostro humano. Que apenas pálida, como un diciembre desflorado, levantara el ojo de vez en cuando para espiar el resto de un gesto obsceno. Las mil y una noches y no hay soldados, -sueña-. Las mil y una noches y no hay relato. Las mil y una noches... y la fantasía, y el verbo, y el borges, y el tiempo, se disuelven en el agobio de una Eva cotidiana. Los hijos que no llegan, o no terminan de llegar. El paraíso que le queda grande, que no termina de ordenar. El ojo de dios que no termina de morir. Adán que juega al pool en la vidriera de occidente. Eva recoge sus ropas y sus mitos. Escribe sobre una piedra lo que ha presenciado del hombre mientras duerme: 41 Autobiografía del no "demasiada guerra para un ocio tan preciso". Eva consulta a las musas, se le mezclan los mundos en su mesa. Gran aquelarre esta noche en el paraíso. Hembras de fuego en la era del insomnio. Las bacantes no hacen caso a la costilla. Jarras de vino para la iniciación de Eva en el olimpo. Descubre Eva que su origen no era Adán. Tampoco el tiempo es una idea acostumbrada. Su eterno presente ha desvariado como la enfermedad de un loco sin recuerdos. La eterna memoria constreñida: Eva no discute sus entierros, lava sus atuendos en la memoria de los otros, los hace uno con su estirpe, no recuerda si alguna vez sobre el cuerpo alguna mancha. Las bacantes se maquillan, inventan el cuerpo con colores. Eva desnuda y pálida tropieza con su mito. Se lee desteñida y sin sentido. Aguas afuera el mar no es un holocausto pero Eva se aferra a su sentencia. Principio y fin y el sentido de las Evas; sus imitaciones, sus replicas, sus mandatos, embarazos y artilugios. Principio y fin y el sueño de Eva no termina. No despierta de su dios, ni de su adán, ni de su comunidad de duendes que la adulan como a una blancanieves. Eva y su séquito de mediatrices. Lenguas vernáculas para la santidad de todas las Evas. Las bacantes las miran desde lejos. Mejor el dios entre sus guerras. Mejor la guerra que el lamento. 42 Autobiografía del no Ojivas de falsos príncipes se dibujan en los ojos. Mercancías baratas vendidas con desprecio. Ningún amor se dibuja en la llanura, apenas el desmantelamiento de una obra, una esquirla, un incesto. Rubricas del buen amor certificadas en las fábricas. Eva es una obrera de entreguerras. Dos fuegos que la imanan. Marcha en su procesión con su séquito de brujas. Un adonis capataz guiará sus producciones. Llueven hijos en la incipiente posmodernidad del paraíso. Alguna vez, el paraíso fue moderno. Alguna vez la guerra, la razón, los aniquiladores racionales; alguna vez las trincheras, las vanguardias, los capitales industriales y las evas. Las evas han quedado huérfanas de sus machos; crían sus proles en la soledad absoluta del sueño del incesto o en el amparo vertiginoso de algún inesperado movimiento feminista. Evas caminan sin sus machos, arrancan abedules confiadas en el secuestro de una tecnología o en el avance de un místico hermafrodita. Hermafroditas los que completos caminan con su muerte. Ahí va la loca, embarazada de alcohol y de rabia. Escena II Las evas esconden sus envidias. 43 Autobiografía del no Escena III Los adanes ocultan sus miedos. Escena V Baila el falo en su presente. Vuelven los dragones y un ejército de fantasías. El depósito extraño de algún signo. Algún dios que se hace responsable. Vuelven las voces, los relatos, los alegóricos pasados. Eva reniega de la alegoría. Las bacantes se refugian. Froid ha resucitado entre los muertos, y Ana Frank, y Anna Karenina, y Hanna Arendt, interrogan sus oídos. El viejo Froid se ha cortado la barba. Ya no hay Viena ni judaísmo que lo amparen. Arrastra su condena. Un paria entre los muertos y un paria entre los vivos. A veces recuerda sus estudios. Quizás una bacante no se someta al psicoanálisis. Froid abraza un sol como la última novela del universo. Su tren lo desconoce, no reconoce pasajeros. Vagones vacíos alucinando una personalidad instantánea. Ningún pasado sobre los bancos. Apenas el objeto perdido, olvidado, secundado por esa otra miríada de objetos que ya no se reconocen sobre sus dueños. Ningún aljibe lleva agua y Eva mira lo pródigo del hijo. 44 Autobiografía del no IV Los hilos, los panfletos, las calles la mirada, la mochila, el sol. dos o tres astucias militares, un cuadro gubernamental, una fractura, tres perritos, Picasso, Bartojk, un niño que se pierde. La calle está como de siesta y una radio suena en algún sitio, alguna guardia la prefiere. Los hilos, los panfletos, las calles, los pasacalles. El peor índice. La ciudad sucia de registros. Un mueble viejo y el faraón. La vitrina de la abuela y una ropa de oferta. La estampita del líder político y Eva en la carpeta del posapán. La rama de olivo atrás del cristo bien crucificado. María con cara de amante y La Piedad. María y La piedad se encuentran en la calle. Digo que están paradas, una frente a la otra, como dos desconocidas; se miran, se estudian, se miden, se interrogan. María levanta el brazo y la piedad no puede soltar al hijo. Digo que a la piedad robada le han martillado también al hijo y que la lágrima de María ha sido apenas un escándalo, digo que las dos mujeres, se miran, desterradas. 45 Autobiografía del no Los hilos, los panfletos, el andén la mirada, la valija, el sol. El anden vacío y un silbato que se pierde. Ningún oído o física del celo. Las mujeres se miran cruzadas. Lado a lado y la serpiente que se muerde. El bar, la iglesia, el barrio. El mito. El anden con sus marías. Es de tarde en el sol de la mujer que amamanta. También es tarde y el sol le da de lleno. La valija, el año de la guerra, el cuero, el olvido, algún refugio. Las abuelas. María y la piedad pierden la mirada sobre las vías. Los hijos, los panfletos, el mar la mirada, el canasto el sol. La mujer retira el pecho. La piedad arrastra lo famoso de su lágrima. 46 Autobiografía del no V Era la ubicación, la lucha por darle un nombre al universo o un viceversa disimulado entre los años. Darle cuerpo al cuerpo, hacerlo dimensión humana con su sombra, su dolor orgánico de vida, su risa. Reconocer su cuerpo en los espejos, también diagramarlo, figurarlo, hacer de él una figura, jugar con él en los imaginarios y vestirlo. De cómo ha llegado ha ser él y no otra cosa, de cómo ha llegado a ser o ha sido eternamente. De cómo no ha dejado de llegar a ser. De cómo las fechas, los solsticios y las modificatorias. De cómo el ángel y los diablos, la libreta de direcciones, las agendas, los afectos. De cómo se desfiguró, esta mañana, mientras buscaba una continuidad que lo nombrara. Saber quién era y saber si era posible que fuese. Volar como sumergirse o andar tironeando el pan entre las calles. Acaso una cuestión de pocas elecciones. Apenas un lobo, una prostituta, un cuervo. Vestido en harapos el hombre no llora, no duele, no pregunta. Anda simétrico al sí mismo, destituido de las horas. No hay Lázaro, apenas la sospecha de un lado semejante. Se detiene frente a la imagen de un niño, no es esa su ropa ni su gesto de andar en falta. No es esa su mujer ni su plaza ni su rehacerse en los olvidos. Está sentado en las orillas, viéndose pasar entre los otros. Ese es él, se grita. Y el otro no responde. Ha dejado de ser ese 47 Autobiografía del no que era y sabe que no se reconocerá mañana. Sabe. Como un saber inmediato y sin respuesta. De haber habido una continuidad debió de haberla percibido más allá de los presentes. Robados del simbolismo los hombres se degüellan piensa. Expropiados de la ley de gravedad flotan como pompas en el hospicio. Alguna vez fue la vergüenza, el arrepentimiento mesiánico, la exposición completa de un cuerpo que exponía a la manera de un grotesco. Un funeral a la manera de los dioses, agradecer la denuncia animal que llevaba dentro, agradecer la denuncia por la cual ningún registro, ni siquiera los civiles, habían progresado en hacer de él una persona. Había sido una vez a la manera de un deseo, había sido al borde de una cantera, picando arena, sol, piedra. Picando miel, cobre, carbón, picando carne. Había sido mientras rumiaba su deseo de asesinatos, su compulsión a defecar, escupir, o masturbarse en cualquier sitio. Su atracción casi instintiva hacia las escenas que lo asesinaban social y diariamente. Fue verano entre sudores que le pertenecían y que no. Fue virgen a la manera de los mitos, delator en la gran medalla de los escrúpulos morales, insuficiente en la sensualidad de un cuerpo que lo separase de las bestias. También el habla se sentía insuficiente, atropellada por los mitos y los símbolos. Que más quería el hombre que huir a sus 48 Autobiografía del no reductos y sus cuevas. Que más quiere que huir delicadamente entre el gentío, disimulando su desnudez y el grueso de su talla. Toma el hombre su piel como reemplazo. También el acto sin prueba y sin preguntas. La resolución de lo que debía, como si siendo y debiendo ser lo devinieran. Como si algún existencialismo lo comandara en sus ejércitos. Y fueron sus batallas, sus déspotas, sus Otros. Abrió una puerta, volteó los ojos sobre el beso de una pareja que no termina de pasar. Volcó sobre la mesa una selección de poemas mal escritos. Se hizo zapatero, constructor de enmiendas, oficinista. Alguna vez no renunció a ciertas palabras. Alguna vez dobló la esquina. 49 Autobiografía del no VI Sujetos al mármol, al desgarramiento intermitente de la pérdida, al páramo consumado de la desolación. Sujetos al desorden, la iniquidad, el parámetro descomunal de los latidos. Sujetos a la dependencia. Sujetos a la virtualidad de otro, y otro presente y otro ausente y otro y otro y otro y otro... Sujetos al desvarío, la inestabilidad, el pudor. Sujetos al lenguaje y sujetados por el habla. Con la boca abierta espantada. Con los huesos esperando el crucifijo con los ojos. Con la mano en fin la mano... Sugestionados por ese otro embrujo del "nunca jamás". Y Blancanieves. Y Caperucita. Y Hansel y Gretel. Y la Cenicienta. Y hasta los siete enanitos saben, que Peter Pan es un cuento demasiado maravilloso. 50 Autobiografía del no Inevitable no cruzar la guardia. Y si fuera necesario se sentaría nuevamente, codos a la mesa, mirando del mundo su pequeña geometría. Un hombre se sienta y retira al mozo con un gesto. Es posible que el mundo se convierta en espejo -piensa- y despide al mozo con la mano. Quizás desde algún lugar se vea él tan extrañamente abstracto, tal vez sea un recurso repetido, un estigma verbal clavado en los ojos de todos los que hablan. Quizás ese hombre es todos y él lo niegue dulcemente. Lo mira. Tanto está aquí como detrás de una cortina, tanto aquí como subastando sus lujurias, tanto aquí como merodeando ese otro cuerpo que se acerca. Lo mira, tanto esta aquí como en todas las edades. A pesar de la leve asignatura de los sexos ella también parece ser él. Podría ahora mismo inventar una paternidad, o inventar una autoría para ambos. Sin embargo, teme que desde la sospecha se haya convertido ya en el hijo pródigo de todos sus conservadurismos. Corre los codos hacia el borde de la mesa y ya no sabe si mirarlos. Todos los amantes regalan flores a sus amadas y a sus muertos. Él como yo -piensa- no distingue el sentido de las rosas y las calas, tanto da el ramo de novia como el aviso de una flor en el ojal. 51 Autobiografía del no Los mira, se detiene, arriesga sus voces en una palabra. Imposible escribir una novela, el cuerpo está saturado de redenciones -escribe-. El hombre lo mira como si la desconfianza fuese su única alianza posible. Imposible contestarle. Baja la mirada como si el delito y la voluntad se constituyeran en el mismo ocio. El hombre desconfía de él tanto como él de su hastío y sus revoluciones. Ella lo sigue ciegamente abandonándolo a la inevitable tarea de escribirlos. 52 Autobiografía del no VII Látigos de fuego en la inabarcable noche de la poesía Látigos El fuelle es escenario La luna mira sorprendida podemos convertirnos en su espejo. Opaco el velo de los látigos. No logrará escribir, ni siquiera, un mal epígrafe. Como los lirios obligados a la forma o la furia aquietada del estiércol. Algo se pierde en la pérdida. Algo flama viejo. Algo ahí. En el látigo que espera su zarpazo. Asomarse a la ventana, una y otra vez, mientras el mundo se deshace en sus arreglos. Una y otra vez, con la cara mirando al mundo. Contagiarse de ese otro, luego medirse en los hombros de un atlante. Luego volver sobre los hombros más humanos. Volver sobre la calle, una plaza, un boulevard, una hilera de obreros buscando ser absueltos de la 53 Autobiografía del no misericordia religiosa. Algo hay de mimesis en los lunares que le brotan como marcas hospitalarias de una clase. Lee el cuerpo de los que pasan y no han dejado de pasar. Afirma el pie contra los pisos, contra el olor que ha dejado el agua sobre el agua, lee el banco, el buzón, la alcantarilla. Lee la sombra que han dejado algunos dioses, la marca de un hombre sobre su pan, y de un pan sobre algún niño. Lee La conspiración de acuario, el libro, el graffiti de “prohibido prohibir”, la mano de un hombre que sujeta desde la boca su sentencia. Ciertamente ella se deja ir por las ventanas, se deja ir después de su resurrección mundana, después de su cuasi muerte literal y absurda; y dejándose ir se conmueve, y llora realmente por el embarazo de una mujer desconocida. El mundo está cifrado y ella se desanda en los espejos. Encierra sus lunas en botes de papel. Sube escaleras con olor a sal. Quizás desaparece entre la miel y los inciensos. Está ahora desaparecida, leyendo del mundo lo que le dicen sus arrugas. Leyendo del mundo lo que el mundo dice del mundo. La mujer no le cree al tedio, ni a la conspiración, ni a la impostura de esa otra mano que la niega. Juega al mundo la mordaza del mundo. No le cree a la noche, ni a los muertos, ni al libro tibetano de los muertos. No le cree a la voz que la renuncia. 54 Autobiografía del no VIII Registro de luna amarga. El óxido prendido a la boca, la llaga no para de sangrar. "jaca negra" Lorca. Jaca. Latas en el cuchillo filoso de la sangre. Una entraña es una enredadera. Las flores hacen nido en la pared intestinal de los olivos. "Jaca negra" leche blanca. Luna roja. Hombre y cuero y un solsticio apaga el celo de todos los animales. La secreción aguanta hasta hacerse madera (petrificada). Jaca negra. Un oso polar ha perdido a su Osa Mayor. Hay luto en la poesía más efímera. Andrómeda juega a pintarse los párpados con la sangre de los hombres. Parpadea con la sístole acostumbrada de los corazones. Solía desaparecer los viernes, encenderse y desaparecer. Abandonarse a las orillas. Dejarse caer desde el instinto hacia el instinto, andar sobre las obsesiones, los dominios, la ostentación de las funciones. Recuperarse y distender su abstracto de deberes y de pérdidas. Abandonarse a ese otro yo, más incauto con los sueños, los estados, las mujeres, el pensamiento y el caos. 55 Autobiografía del no Cuadro 1 Que apenas amenazaron los incendios, la mujer conquistó al fuego con los ojos. Que apenas la lluvia, la inundación, la mar, la mujer desbordó la sangre en cántaros de vino. Y anduvo flotada desde el aire hasta la tierra, como inventando girasoles que no la acostumbraran a las guerras. Y anduvo exiliada y expatriada inventándose un antídoto contra el veneno. Y anduvo sembrando hijos como una exploración más del universo. Amamantando con la pura elaboración del agua que tomaba. Él panteón Camina el histrión hacia la mujer, adquiere del témpano la contemplación y la secuencia, una narración en lo que pareciera ser su esfinge; y sin embargo camina desvalido, desde el hábito al vacío, del vacío a la impostación de un personaje acallado y tímido. Camina encaminado, teledirigido, minimalizado. Juega a la payana con sus años, los ve subir, girar, caer y golpearse contra lo más absoluto de la palma de su mano; los ve hacia arriba, abajo, en el puño cerrado de un encuentro. Los ve de a dos, de a tres, de a cinco; fractálicos en la piedra que sujeta. Y luego el hombre 56 Autobiografía del no se detiene, allá arriba, mientras le dura a la piedra las alturas; y conjetura de la piedra el barrilete, del barrilete la mano del gigante, del gigante el estallido final de todos los objetos. Tira la ficha, el dado, la bola. Tira el naipe, lo juega, lo sortea; elabora un fetiche con su puño. Imagina el poder del tirano y la tiranía del más cuerdo. Observa el azar desmantelado sobre las mesas. En algún otro yo ve la destitución en el orden de los que suben o bajan o no paran de mover. Desciende ahora la piedra como el más mortal de los descensos, esquiva la mano, gira el vuelo, pega la piedra entre los charcos. Juega el histrión ahora a sumergirse. Infiere que su mano dará justo con el canto de la piedra. Palpa el ocio con que demolerá sus obsesiones. Inventa la ruta que legitimará tras el degüello, la inmediatez de una decisión, las consecuencias de esa misma decisión en las orillas de otro cuerpo. Se hunde la piedra entre los charcos; el charco, flota inmune sobre la mano. Cuadro 2 Pulsa la mujer sobre su fondo. Puja con la fuerza descomunal del universo sin sus riendas. Allá abajo, en lo más humanamente profundo, pulsa la superficie sobre la superficie de lo humano Sobre el hemisferio, 57 Autobiografía del no la graduación alcohólica de la estampida de un Aquiles. Aquiles, mira desde lo ancho de sus piernas. 58 Autobiografía del no IX Se hamaca en un columpio mundo redondo y el dios se le parece se hamaca en un columpio luz lunar periplo estratagema Algún ocio le ha prendido desde el pie como el ángel dubitativo de su áurea Volvía. No es extraño que en ese día todos los rostros le hubiesen parecido conocidos, ni siquiera que intentando el regreso, como lo intentaba ahora, aún lo sobresaltaran los gestos y la descortesía De cualquier forma la travesía le hubiese resultado extraña. Salió sobre el día, con un andar displicente y absuelto de toda prisa, como si el cuerpo se le hamacara, como si el ocio imperfecto le aconsejara un desplazamiento sin rutinas ni destinos. Salió a la calle, al borde, a los gestos. Salió a la luz primitiva y dolorosa, salió al andar, al andar puro de dejarse andar. Salió salido de sí mismo. Todos los gestos, como a todos alguna vez, le resultaron familiares. Como esos días en los que uno anda desperdiciando el tiempo, tratando de dilucidar en qué circunstancias ha conocido qué cara, en qué tiempo ha visto qué rostro, o en qué húmeda mañana 59 Autobiografía del no ha tocado cada cuerpo. Y sabe que está desperdiciando no sólo el tiempo sino también el esfuerzo, porque no es la primera vez, y sabe que no será la última. Le parece que todo es un gesto de familia, como esa manera de tomar un objeto o avanzar a cualquier sitio, pero sobre todo esa manera de alinear el ojo para enfrentar el saludo. Se detiene en el titubeo, se certifica en la errancia, se afirma en la certeza del error. Ningún saludo, ningún gesto, y sin embargo la duda. Primero fue la vieja y el preguntarse por la vieja. Si la había sacado de un cuento de hadas o de algún viejo vecindario, o si acaso, comadrona de su abuela había perdido ella la memoria y él la posibilidad de recordarla. En todo caso en todos los casos se le antojaba similar. Si esos personajes habían ingresado alguna vez en su historia o si él los acababa de ingresar instituyéndoles un pasado y una familiaridad que vulgarmente se les negaría como propia. Acaso la posibilidad de inventarles una memoria o iniciar un registro por el cual los sucesivos saludos sin razones derivaran en la familiaridad de un gesto al cruzarse; y morirse, en fin, por fin, al fin, habiéndose saludado siempre, en la cotidianeidad de cruzarse, sistemáticamente, en la misma cuadra, los mismos días, a la misma hora. Quizás acaso, el desconocer la cuadra si alguna vez, pasando por allí, no apareciera, arrugada y retorcida, aferrada a su bolsa, taconeando el 60 Autobiografía del no piso con su media chancleta, oliendo a sopa, la vieja y su medio kilo de pan. Después fue la vieja no tan vieja, vieja como un decir, como marcar una distancia con algún otro sentido del cuerpo, vieja por creerla pasada de experiencia, pasada de anécdotas o entrada en esa extrañeza en la que todo pareciera ser por el hecho de haber sido. Y esta mujer que en nada pareciera parecérsele, se detiene tratando de ordenar, de buscar, o de encontrar, algún algo en lo que pareciera ser una cartera. Pareciera no bastarle a la mujer su incertidumbre, pareciera no bastarle su no encontrar, que levanta la mirada como buscando algún otro culpable. Y se detiene mientras ella misma se encuentra detenida. Y no es más que él que detectando el espectáculo se ofrece como objeto. Quizás él sea ese pedazo de papel con alguna información, algún pedazo de agenda perdida, construida a la salida de un bar, o un fortuito encuentro en el que, dubitativo de conocerle la cara, se hubiese ofrecido él a la laboriosa tarea de brindarle alguna ayuda. Y quizás sí sea cierto, que su nombre se desdibujó en los garabatos de la mujer, y que sí la conoce pero no la reconoce, y quizás sea cierto que fue realmente necesario ofrecerle el gesto. Caminaba. De todas maneras ningún gesto superó esa instancia de delegar en el otro, de esperar que el otro se 61 Autobiografía del no decidiera a reconocerle; inclusive en aquellos casos, que como el mendigo, estaba seguro no lo reconocerían. Mendigar, a su saber, eran siempre cosas de anonimatos. Jóvenes o viejos, niños o niñas, pobres, púberes, párvulos; mujeres frescas, embarazadas, prostitutas. Ningún mendigo tiene nombre, apenas un documento tan alejado de él como de ellos mismos. Sin embargo ese, ese en particular, ese sentado, solicitando valla a saber qué falsa moneda de la moneda falsa, apretando la mirada contra el piso como si el piso fuese a detenerle, tambaleando el brazo como sí por enfermedad o alcoholismo, exponiéndose y exponiendo la carencia total de cualquier encuentro; ese también era conocido. Quizás el hombre, mendigo por desorden, vagabundo por intolerancia social, se le cruzaba una y otra vez, aquí y allá, como si el espacio geográfico y ciudadano fuesen un espejismo elaborado en tiempos en los que ellos, nada sabían de las formas. Y en el intento de decir quizás buen día, se le viene el miedo de mirar demasiado. De todas maneras él miraba al hombre, a su manera particular y al uso de su cuerpo; tal cual miraba a aquel otro que pasaba príncipe, académico, divulgador, o estafador de metafísicas de fin de siglo. Mirar al hombre y sin embargo que el hombre sintiera mirada su condición. Quizás el mendigo había sido algún día un mendigo de sitio fijo, quizás ni siquiera en esa cuadra, sino más 62 Autobiografía del no bien cerca del puerto, allá en el bajo, peleando contra la humedad mientras él se dirigía, diariamente, hacia otro sitio. Y quizás lo había conocido así, en la deliberación y el impacto de diferenciarlo no sólo por su tamaño, sino por la incoherencia de lo fuerte y de lo débil. Que bien podría haber sido aquel hombre pescador, levantador de redes, hombreador; que bien podría haber sido administrador de prostitutas, guardaespaldas, o soplón. Y que sin embargo el hombre permaneciera ahí, mendigando a media voz la posibilidad de un cigarro; que en contraposición a la fisiología de un mendigo, bien podría el hombre haber usufructuado de su masa muscular antes que volverse mimbre enmohecido. Que bien podría haber batallado un suicidio o la maldición de algún ejecutivo. Que todo eso y que sin embargo se abrigara con diarios y fogatas de basura. Quizás ese era el hombre que había visto una vez enfurecerse en el medio de la calle o a la salida de una iglesia. Pero por miedo a la reacción intempestiva, por miedo a que el mendigo sintiéndose malamente observado, desplegara de toda esa masa de carne un derechazo que le fuera justo al cuerpo, pero también quizás, o más, por miedo a que levantando la mirada le diera el ojo justo en el centro de la culpa; alzó la mano, hurgó en los bolsillos, tendió el cigarro y siguió como si nunca hubiese sospechado el conocerlo. 63 Autobiografía del no Continua, es ahora el turno de una gorra, un uniforme similar a todos los uniformes, esos que evitan lo particular en la fisonomía de una cara, esos que se disimulan entre cascos, bastonazos y patrullas. Esos. Sin embargo miro de frente, desafiando del pasado algún encuentro, desafiando al hombre a que le dedicara un buenos días. Lo mismo daba si el saludo provenía del hombre particular, del gesto automático, o del cuerpo al que pertenecía. Quizás lo habían detenido, o lo habían salvado en un incendio, o quizás esa cara debajo de esa gorra, y ese hombre debajo de lo impersonal de la vestimenta, se hubiesen cruzado un día, hospital mediante, curando sus heridas, o peor aún, quizás se colindaran sus patios, y en las noches de verano se saludasen como dos buenos vecinos, y se preguntaran sinceramente por sus respectivas familias, y quien sabe si hasta alguna vez no hubiesen intercambiado opiniones sobre las mejoras de la canchita. Y sin embargo ahora amablemente se desconocían, se les frenaba el saludo en la desconfianza común, se les venía el día con los prejuicios acostumbrados del rechazo. Intentó, intentó articular la voz con ese otro personaje que aparecía. Ese cuerpo al que probablemente había acudido tantas veces, probablemente mediados por un mostrador. Quizás un bar, una oficina pública, un almacén de barrio o hasta la boletería del cine que ya 64 Autobiografía del no no existía. Quizás traída desde el pasado le hubiesen cambiado naturalmente algunos rasgos, quizás algún golpe duro le hubiese endurecido aún más las mejillas y marcado descomunalmente el entrecejo. Quizás esa era la mujer que aún joven había oficiado de supervisora en las cajas de un hiper, y que aún con la autoridad y el embarazo que envestía, desprovista de algún gesto maternal para con él, o alguna tibia asociación con lo que sacaría de su vientre hinchado, lo había avergonzado, destituido de su calidad de cliente e ingresado a la calidad de sospechoso, y que luego de sembrar públicamente la sospecha entre presentes y no presentes, como hubieron de ser el padre como tutor, y compañeros de salidas por posible hostigamiento y contagio, se había disculpado por las molestias y las injurias infundadas, sin saber que realmente sí había sido él el protagonista de aquel trágametierra. La mujer siguió de largo por olvido, por vergüenza o por verdadero desconocimiento. La mujer siguió su paso, y él tragó el saludo, la disculpa, y la posible absolución de todo cargo. Volvía. No es extraño que en ese día todos los rostros le hubiesen parecido conocidos, ni siquiera que intentando el regreso, como lo intentaba ahora, aún lo sobresaltaran los gestos y la descortesía con las que las imágenes jugaban ha haber jugado en un pasado; desconfiaba, sí, y más todavía, de la descortesía 65 Autobiografía del no naturalizada con la que nadie, ni siquiera por error, arriesgaba un tímido buen día. 66 Autobiografía del no X Figuras de luna y pan El cuerpo tendido sobre las mesas, diseminados los órganos, abierto el Cáucaso volcánico del ojo. Los muertos no acaban de morir. Hasta Marechal ha desestimado sus entierros, muerto una y otra vez sobre la misma anatomía. Como los perros agazapados en su propio temporal, vértigo en el índice muscular de su solsticio y perplejidad en lo que ha perdido de su asombro. Ha perdurado, sí, gracias a la gracia de una estrella que lo inmola sin costumbres ni desdichos. A veces a reiterado la acción, a veces. El impulso a sujetarse, a sostenerse y adherirse a una superficie, a resfriarse en lo más vulgar de las narices, ... y llorar. Y fueron suficientes, las oleadas, los pergaminos, los insomnios y la devastación del sueño; la rúbrica precisa de ancestros, curiosos y jurados; la insipiente soberanía de un yo sobre el yo mismo. Llegó a su cumbre, lo más alto de su bajo fondo, la ramificación exacta de una ironía dibujada en las márgenes de un dedo; o de las cuatro estaciones, haciendo gloria, por si acaso, en el ritual de todo ciclo. 67 Autobiografía del no Compró un boleto, siempre es fácil viajar sobre la literatura. Compró un boleto y se sentó. Palabra tras palabra y la vacuidad que espía. Jura no defenderse esta vez, ni de prototipos ni de engaños, ni siquiera de la furia y de la fiera que le conjuran una estadía más que irracional: irreductible. Salta sobre el juego. Nada para comprender. Apenas el idilio de los cuerpos y las cruces. Una fecha, un refrán, un epígrafe. Alguna mano, que aún desconociendo su epitafio, alguna vez escribió sobre los mármoles. Letras muertas sobre lo muerto de los cuerpos. Superficies llanas inmaculadas, limpias de polvo y de memorias. No hay flores este mediodía, ningún aroma que hable de otros ojos. La tierra seca, partida, sempiterna. La tierra extraña, constreñida, refugiada. Alguien hablará de sus eternos. Quizás escriba una tonada. Salta ahora sobre la ocasional voz de una liturgia. Juega con los dedos a que construye una mano. Juega con la mano a que destruye un paraíso. Salta, es la hora de los requiems, alguna tumba hablará de su inocencia. Capítulo Sería como redondear las sombras, establecer un vértice seguro, dibujar un personaje y un fragmento. El hombre sale, se peina, se pasea en el imaginario de las voces, del silencio en la boca de los niños. 68 Autobiografía del no Fantasmas crudos que litigan el poder con lo más abominable de los ogros. Sale, se pasea y se distancia. Dialécticas del orden instaladas en las calles, las paredes, los suburbios, los inapelables ritos, y la infaltable ironía del hipo en la boca de un entierro. Espasmos de la carne y orgasmos de la diócesis primera. El universo sin mecánica, la muerte con o sin auspicio, el rigor del miedo y de la culpa. El perdón del otro que huye hacia otro entierro. La mano famélica que seca las lagrimas jamás lloradas. El rubor de los enamoramientos, los incestos y el perjurio de la boca no besada. Quizás el semblante de un rostro lo suficientemente externo y extranjero, la tragedia de un Esquilo escribiendo permanente. Edipo ha sido exonerado. 69 Autobiografía del no XI Solía el hombre construir sus artefactos. Observar de los pueblos las estrías que han dejado los ojos en el universo. Regímenes de sol y el sueño de una mujer se plasma sobre el vientre. Una vendimia y un astro se disfrazan; un girasol se asoma en la memoria. De las prácticas del buen amor y de la buena muerte, de la desaparición conjugada, de la imagen que no vuelve, del inventario definitivo que elaborará después del día. Descansa sin prejuicios en la obsesión de limitar la figura interrogante. Registrar si hubo alguna vez alguna mesa; si hubo alguna vez entre ellos, algún encuentro sin los cuerpos; si es que acaso participaron juntos de la liturgia de los peces; si es que acaso la muerte les devino ensueño y creyéndoles unidos tomó a dos, en lo que era uno. Volvió la vista hacia el cuaderno, una secuencia de rayones y de marcas bibliográficas; una biografía, un ordenador de emblemas y señuelos, un gesto sutil que reproducía, a la manera de un itinerario, lo que aún quedaba por decir. Denunciar que alguna vez hubo algo por escribir y que sin embargo permanecía ahí, latente y sombrío, como la sospecha de haber delatado en el silencio la maquinaria imprecisa de los artificios 70 Autobiografía del no y los sueños. Delegar en la letra y su vacío la proscripción de vocablo tras vocablo, confinar en las orillas el pulso inmediato de un solsticio y dejar, como si fuese un espectro, esa pulseada maestra en la que la pisada cotidiana intenta resguardarse de un umbral, que de poder, lo repatriaría en un horizonte de alucinaciones y de vísperas. Volvió al cuaderno, a la construcción de su artefacto. El reemplazo de un nombre sin cornisas; un abismo desde el cual una pierna se desfigura y alarga en la ráfaga de un pensamiento primitivo. Fabricar un topos antes de ficcionar a la mujer. Darle una enmienda y la posibilidad de un artilugio. Estrías del universo luego de haberse ensanchado en la a-parición de todo lo habido. Mira el hombre desde su telescopio la gesta de un volcán y la euforia de un cometa jugando con su cola. Ahora es el universo sacrificado entre los huesos, la reverberancia de un estruendo y la conciencia de haber durado sobre los años. Células y estrellas se desvisten en un guardarropas viejo y poco iluminado. Una orgía de primates se presenta en las bocas que alucina, cada cual en su alcurnia, su lenguaje y su miseria; cada cual infectada del instinto de su especie. Infección e infectación que no recuerda la secreción purulenta sino el desvío atávico de una moral; y más aún que una moral, la guerra siempre presente entre esa misma 71 Autobiografía del no secreción y esa misma moral. Registro de haber nacido y haber conciliado un nombre, un lugar proscrito de las asepsias, un campo producido, un terreno de simples alegorías jugando a disputarse si era o no posible manifestación alguna; o si la mujer, al cabo, restringiría su presencia a un lugar sin duendes ni visitas. Sumergió la cabeza en el agua, como apropiándose del viejo tambor en el que Beethoven lavara su jaqueca. Sacudió sin ritmo el viejo mito y escudriño en las gotas caídas y vociferadas. Alguna vez el agua, el fuego, la voluntad humana. Alguna vez su mediodía, su compasión y su exterminio. Alguna vez el haber reclutado margaritas para un ejército de olores. Recostó el torso sobre una roca que bien podrían haber sido sus tradiciones. Recostó el torso sobre el reflejo de una amenaza; que apenas ido el sol la cabeza permanecería húmeda y tendida sobre su misma algarabía. No soporta el peso de la fiebre, ni la aniquilación de un pensamiento en pos de una mejora. Recuerda de lo soportado su descanso, una especie de irrupción mientras altera el contorno de los cuerpos. Un símil de las cohortes fantasmagóricas que devinieran sangre y cultura. Un refugio momentáneo hidratado con las aletas de un pez en pleno celo. 72 Autobiografía del no De las prácticas del buen amor y de la buena muerte. Retoma su deliberación de presencias. Ni siquiera el árbol seco ha permanecido quieto, ni siquiera las orillas de una raíz han establecido el recorrido de las formas. De las prácticas del buen amor y de la buena muerte, de las formas piensa. Que alguna vez, escribe, sobre lo escrito de los cuerpos se escribe. Y vuelve a su jeroglífico de vidas. Entonces le llega un entonces, como una resolución infantil de una conexión improvisada. Resguarda el sueño para el sueño que vendrá. Aligera su constante en un “entonces la vendimia y los fresnos han de hablar también por lo sucedido en los alrededores”; quizás una marca infinita en la que la mujer, preñada todavía, imagine las insignias que habrían de dejar en él. 73 Autobiografía del no XII La perplejidad ha podido más que el día, el sol es apenas una lluvia tibia y la mujer investiga sus impulsos como queriendo resolver, aquella otra luz, más lejana y desconocida de lo que pareciera a simple vista. Luna y sol, y la mujer no entiende de los astros. La humanidad sin espejos y las guerras sucesivas. Lucha contra lucha y la hegemonía de una violencia sistemática. La mujer mueve las piernas y camina, se sobrepone a las ampollas y al descalzo. Quizás la marcha sobre la que se ha montado su universo. Que simplemente hubiese preferido no sospechar antes que sostenerse en ese dintel de alertas, espionajes y precipicios. Hurgar en la memoria, en la imagen rechazada, en el Olimpo de simetrías donde se debaten los círculos y el fuego; la red y el pez; la misantropía y el absurdo de un delito. Abjuró de su poder. El día cerró libretas y cuadernos, ropas que parecían doblarse para no usarse nunca más. Abjuró del poder y abandonó, por fuerza, la mirada con la que construía gentilmente una certeza. 74 Autobiografía del no Fuese para él, o para ese otro humano afecto; restablecía día a día un frágil soliloquio de mutaciones, alteraciones invisibles que lo reinstalaban en el formato de los niños. Quizás desconocer suavemente el sol, o incorporarse ante el asombro de las manos. Quizás inventar una mentira, o una dulce ficción que lo protegiera de la culpa. Tomó el habla y se dirigió al sí mismo en una historia: la del ermitaño en el derrumbe de sus cuevas. Hablaba mientras se movía en la conquista rutinaria de los haceres. El movimiento sistemático, la tarea cotidiana, el cálculo de las horas y la epopeya de haberse involucrado en la biografía de algún otro. Levantar el brazo y poner en funcionamiento toda esa maquinaria de carne con memoria. Luego el sobresalto, la estampida descomunal, la imagen de la imagen de un señuelo, de un patrón bioquímico que decidía una secuencia, un lugar en el que las constantes no devenían del tiempo, sino de aquel otro precipicio de lo vulnerable, lo frágil, el equívoco y el error. Abrió la boca, como queriendo anticipar otro decir, como anunciando el advenimiento de una filmografía en la que la plegaria y el ruego no eran más que la reafirmación de una víscera que no se distiende y trepa. Abrió la boca, y sin embargo quedó fijado y estampado en el asombro, enloquecido en la cima de la montaña, grabado e impreso en lo que duele la 75 Autobiografía del no desolación de la infancia quemada y fría. Decir para no decir y bosquejar una tachadura irreversible jugada en el límite de las asociaciones y los cuerpos. Sospechaba. Y sin embargo la mudez y la movilidad del día, el disfraz de la actividad sin destino, la ráfaga de circunstancias clavadas en el cuerpo, la una y otra vez en que la historia se resistía a comenzar. Entonces sí, aceptar la resistencia como comienzo, y observarse ahí, en ese espacio de luchas y batallas. Colocó la imagen en lo más visible del recinto, una altura media o la medida en la que al ojo le es imposible algún desvío. Sacudió el polvo como queriendo eliminar de la superficie todo lo mirado. Quitó de a poco, con el cuidado de quien descubre una reliquia, el paño manchado y casi roto. Luego escondió las manos y retrocedió, intentó mirar y recoger del olvido esa capa sedimentada, distorsionada en la obsesión, construida día a día en la rigidez de un hecho inapelable. Mantener el culto al silencio como un epicentro de la rutina, la confabulación de ángeles y cuervos, el solsticio de una mariposa en la víspera de un cónclave y una celada. 76 Autobiografía del no ¿Y si entrara la mujer? ¿Si se dispusiera a medir inicios, distancias y colores? ¿Si entrara y desdibujara el itinerario hacia la melancolía, corriendo de a poco, el ídolo sempiterno de la derrota? Tembló en la idea del desarme, la ubicación imprecisa de un yo desconocido y la invasión de otros miles disputándose el favor de una alianza con el determinismo. Buscó los materiales, prefabricar un recinto y almacenar un conjuro en la memoria. Dividir las geometrías e instalar un nuevo sortilegio. El embrujo le sería una predisposición definitiva hacía el sometimiento de una verdad más abarcativa e incontrolable, algo en lo que deslindar su metamorfosis de deberes y responsabilidades. Lo oculto de la lágrima simularía un nuevo esclavo, un nuevo entierro y la sistematización de los dolores; elegir amuletos y adaptarlos, reinscribir los símbolos por los que ella no variaría una presencia. Quizás, pensar en un controlador de superficies y membranas. Quizás, inventar un espacio en el que el nuevo esclavo se dibujara simétrico al poder. Huesos y madera, y el músculo compagina sus estructuras de fuerza y de metal. Evitar el estímulo, en fin, como una forma, una confusión de miradas sobre el cuerpo que camina; o dejarlo, al estímulo, entrar como una devastación definitiva de todo cuanto había. 77 Autobiografía del no Algo lo quemará por dentro antes que el afuera lo denuncie. Luego la estructura en su desarme y caerá informe la coraza protectora. El ídolo y el afuera permanecen inmaculados y acechando. El cuerpo sin registro se adultera en la esperanza de un acuerdo. La mujer debería entrar y no tocar nada de aquello que fuera su prontuario. Es la hora del intruso, de quien llega y ve a la mujer arrodillada en el altar. Una súplica de la súplica del otro y el hombre intenta realizar un personaje. Cumplir con la novela del tercero necesario. Quizás allí el inicio de todo cuanto escribe. Una dimensión desmesurada de la culpa y el registro. El hombre la ve ahí, padeciendo junto a sus fantasmas; y sin embargo el hombre piensa su propio personaje, su propia marginación en la alteración de los contornos. Destina la mirada hacía otro ídolo. Otro altar que lo detenga en sus entierros. Mira y espía su otra escena, siempre su otra escena, su otra glándula que lo persigue. Imaginar su imaginario. Una épica sangrienta que lo devolverá al nacimiento, al resguardo de una orden y el desliz de un buen equivoco. La mujer no lo percibe, continúa absorta en la escena que intenta penetrar. El ídolo la acalla, nada dice de lo que dice en otras bocas. El intruso rescribe su novela. 78 Autobiografía del no La mujer reingresa con su espada, decapitar al ángel o reinstalar un ídolo de ébano. Metales y maderas y una brújula que disipe su sombra sobre el norte. El hombre no la verá nunca, tampoco elaborará desde la luz una silueta. Sabrá el hombre de su imagen por la impronta de los astros cuando desaparecen en el cielo. Apenas un reflejo o la nebulosa de un mal sueño. Sin embargo el hombre espía. La ve ahí, transportada entre los lirios, la impotencia y el encierro; ver en el ángel lo que ángel ya no muestra. El hombre recoge sus pañuelos, juega con el vuelo de los trapos a establecer un nuevo mediodía. Las sombras y las luces y el espasmo de una textura contra el fuego. Retener al sol en el punto cardinal de los obreros y avanzar. Esgrimir sus argumentos y razones, despojarse de todo, incluso de aquello que le permitiera una defensa. La mujer levanta la espada y él la ve sin variaciones. Filos y cuchillas y el universo cae con tristeza acostumbrada. El hombre hablará de imponderables manteniendo al resguardo su cruz y su capricho. Ensortijados en los hilos de una voz, la mujer y su fantasma regresarán, una y otra vez, en el intento de decirse en los objetos. El hombre los dispondrá desde sus manos. Como un rostro estéril dejará que las huellas se borren nuevamente. 79 Autobiografía del no Vade retro Lamer el sol, con el movimiento involuntario de la lengua contra el fuego, con la temperatura, la forma, el color encegueciendo la palabra; como si la lengua, entumecida y seca, se convirtiera en una hoguera humana que invirtiera su desprecio y su residuo. Con las fauces abiertas, como un embrionario de múltiples cosmos inseminados en las bocas, como un hambre abierta o el ingreso en aquel otro silencio que dejara sin opulencia a la palabra subvertida. Lamer el sol, en un reflejo, en un apenas de sombras y de fríos. Abandona el recinto, imagina por primera vez su aliento en un espejo, sobre lo ilusorio de una superficie dibuja personajes con el dedo, les implanta la madurez de un verbo extraditado, la circunstancia oblicua con la cual defenderse de un habla cotidiana. No más hablar en la inocencia de un acuerdo, voluntades que luchan sin espadas y palabras que se digieren sin decirse. Ningún sol es demasiado fuego y ninguna palabra suficientemente incinerada. No más razones para el juego y para el sueño. Conquista la fragilidad. Conquista y recupera aquella otra semblanza en la que fuera apenas un síntoma del universo. El pulso cardíaco de lo débil en lo humano, el pulso lunar de una carne que intenta fabricarse con un alma. Se mimetiza con el áurea, se vuelve espectro, espía de un no ser en la inclinación andrógina que lo 80 Autobiografía del no persigue. Sale al frío, a la pesadez de un día con la atmósfera de un callejón que lo determina sombrío y sin columna. Vidrieras y ladrillos o el consorcio de voces que imploran y conspiran según lo pacten la nostalgia y la melancolía. Jura no verse o verse a la distancia, siempre, en un fragmento. Estatutos del no ser que se inscriben como constituciones del olvido. Luego fraguar una sentencia, despojarse de líneas y mandatos, realizarse en una estría, en un estirón desacostumbrado y desprolijo. Entonces si, abandonar el refugio con la ilusión de encontrar otra palabra, abandonar la hora humana, dejar el jirón en las vísceras de una hiedra más silvestre y primitiva. Mutar de verde. Restituirse en la coloración de un esperma menos sólido y ovularse; ovularse en la insipiente sensación de haber clonado una conciencia. Morirse a sí mismo como quien registra, una y otra vez, la devastación del cuerpo en la inauguración de una nueva primavera. 81 Autobiografía del no XIII Un celo ha establecido la celada. Muerde el pudor con el que fuese designado. Silbatos de origen ...y camina. La marca, la ubicación imprecisa de una rúbrica. El fuego que no acaba de apagar. Anda el hombre como andando por su cuerpo. Su tiempo de estampitas, piquetes, y des-ciertos. Anda andando, como si el encuentro y la rueda de la fortuna. Como si contrayendo su deseo muscular completara su cybernética tarea. El minotauro espía por el ojo de una paga. Millones de pies confunden sus zapatos y sus medias. El minotauro conjuga; comienza su sospecha en la palabra. Alguien habla desde la multitud como un sortilegio de los ruidos. El minotauro no distingue; el hombre se contagia. Juegan hombre y minotauro a diseñar otra rayuela. La línea quebrada, el tiempo de la acequia, el agua que no sube, y un esperma que se pierde. Hombre y minotauro no disparan, apenas si mascullan una posición en el tiempo del secuestro. Una imagen vulnerable, un cigarro, una profecía, una mujer. El ocio del hombre convertido en un trabajo. 82 Autobiografía del no El minotauro no entiende de secuestros. Anda perdido en el laberinto de los hombres. Anda perdido el minotauro entre las líneas de la historia, anda perdido mientras transcurre paralelo lo absoluto de otro tiempo, anda pegando alaridos sobre las vidrieras de los museos desencantados; anda con el hocico, en fin, fabricando una mentira verdadera. Encuentra gracioso el saludo de los niños: levantar la mano, guiñar un ojo, recorrer la plaza, el patio, los baldíos; ...tocar la pelota con la mano. El minotauro no camina como el hombre. Reconsidera su fisonomía de alabastros y de mitos. Reafirma su partida, huye de la atmósfera por temor a ladrones ...y poetas. 83 Autobiografía del no XIV Sobre la grieta la luz que no ilumina Contra los muros viven sombras agujeros negros, enanas blancas alaridos de una física Iroshima crujen prostitutas de un milenio. Nubes y oxígeno, vapores y aleaciones de un día con el sol en el destierro. Los hombres son como esporas que no dejan de caer ... y de sembrarse. El hueso ya no piensa su dolor. Los aromos mutan permanente para albergar los huevos de una sola mariposa. El hombre se desprende de sus alas. Ha visto el prado y la ciudad desmantelada. Impostaciones de voz elaborando el noticiero matutino. Alguna mujer regando el patio y el niño que llora en la vereda. El hombre balbucea su temperatura. Escribe su inmediato, su día dibujado en el garabato impreciso de los años. Quizás la hoja o el impacto de una borradura, la marca de que ahí, justamente ahí, solía el algo habitar como presencia. El hombre se recuesta. Imágenes del día o del día que vendrá. Apenas una responsabilidad lo detiene en el ahora. Jura su permanencia. Se disuelve en los intentos. 84 Autobiografía del no Toma su hambre como el hambre acostumbrada de las almas. Ya no sabe si existen o si se han fugado con los cuerpos. Apenas el estómago y el ácido. Apenas un desgarrón. Un fragmento enredado en la paciencia. Un transgénero divulgado en las palabras. Ya no debe llorar, ni asustarse, ni dejarse asombrar por el asombro. La luna es un girasol o un sol disfrazado de fantasma. La ve ahí, por la ventana, acechando de los vuelos algún pájaro. Los perros aúllan como parte del mito de la luna llena. Tierras negras y tijeras; jardines de voz y un graffiti en otra esquina. El hombre levanta una mano, se deja guiñar el ojo. Etérea y mística lo seduce en un boulevard de otoño. Luces de cybermundo y el hombre no le cree a las estrellas. Girasoles en otoño y el hombre ve sus huesos recubiertos por los hongos. Ahora es el sopor. Duerme la amante como un amuleto colgado desde el cuello. El cansancio de un niño que ha dejado de jugar. La libélula descarga una sonrisa. 85 Autobiografía del no XV VARIACIONES EN UN TEMA DE BODA Habrá que matar al niño para que el hombre devenga niño. Sea que así sea, como en los juegos de truco; malabarismos y señales. Apoderarse de los espejos, las sustancias y los abecedarios. Sea que el hombre se levanta de su jugada nocturna, o que regresa con mujer e hijos a jugar el juego del almuerzo. Sea que este hombre se inmiscuye de por vida o por un segundo en la organización incompleta de su cuerpo; sea que el hombre vuelve a la esquina donde disputa con un niño el cuerpo común en el que habitan. Juegos de infancia para la madre que derrumban. Cuerpos de lenguaje para el hombre que sentado esta mañana se sospecha Juan, Caín, Abel, y hasta Lucia di Lammermoore. Quizás Lucrecia ha sido un poco más contemporánea y Lucia copia de ella el olor de la seducción y las reglas del incesto. Todos los personajes han sido dóciles esta mañana y mientras el hombre se peina y se detalla, Lucía le hace señas desde la postura femenina de una pierna. 86 Autobiografía del no El hombre despierta cuando el Eliseo duerme su siesta de batallas, y ahí está, su Lucia en el espejo, asistiendo a las bodas y a los entierros. Electra la mira desde una Antígona muy poco figurada. Las cuatro mujeres se encuentran, no se hablan, no discuten. Se miran, se toleran en tanto personajes, se contemplan con el acecho que las sostiene como tales. Retoman su tarea de bordar hermanos. En los campos Eliseos todos los trajes, todos los bordados mantienen su conducta. Corduras de batallas para este hombre que alucina con el destierro de los nombres o la ausencia de un sí mismo. Se incorpora desde su espejo, de ese que le devuelve al hombre sobreviviente de su siesta. Sabe que Lucia conquistará a un dios por la sóla blasfemia de los lutos. Aberración constante de esa Lucia devuelta al libreto sin más defensa que un género o un género de época. Y vuelven sobre su cama, las cuatro mujeres presentadas ante el cuerpo del extraño, el cuerpo que se extraña a sí mismo desde sí mismo. El cuerpo extraño, extrañante y extrañado. Caín, quien también ha padecido el destierro, ha ofrecido nuevamente un fruto. Y sin embargo, para este hombre, Caín no ha matado a Abel ninguno, sino a Narciso, el que se ahogó de sí mismo enamorado de su hermana. Caín, el vengado siete veces. Lamec, el 87 Autobiografía del no vengado setenta veces siete. Un rumor geométrico de biblia. Este hombre no matará a Caín. Se recostará nuevamente. Lucia se habrá enamorado indistintamente de Abel y Caín al mismo tiempo. Lucía buscará su muerte para sobrevivir en un sólo amor. Vocaciones similares habrán desarrollado Caín y Abel al mismo tiempo. Y el hombre sigue resolviendo asesinatos mientras el espejo le devuelve, indiscriminadamente, su mano sobre el pelo de Lucia o el de Eva al mismo tiempo. Ahora es Eva quien discute con Lucia sus menarcas. Tal vez Eva reconsidere sus maternidades. En los campos de batalla este hombre ve claramente su astucia de guerrero. Vivir sin más premoniciones que el alarido de una seducción sin nombre. Quizás el gesto interrumpido, o la malversación del gesto. La locura sin remedio o la locura sin locura. Reservas de un coloquio que sostendrán las tumbas y los nichos. Adán y Eva también discuten en el sentido de los símbolos, obtener a Set, el sustituto, y he aquí que Lucia permanece enamorada en las tierras de Nod, El Errante. El hombre se levanta y Caín ha vuelto a mirar sobre el espejo. Dibuja su corbata como un ahorcado fatal de 88 Autobiografía del no los disturbios del lenguaje, y ahí está, otra vez, sobre su corbata, la Lucia que lo sueña y lo divide. Ninguna realidad. Ninguna acusación. Caín. El niño de la esquina lo mira sin consideraciones, le parece desprolijo su músculo cerrado. Cree haber visto la angustia de un muñeco. Y el niño ve al hombre mirando en su espejo a su Lucia, y piensa que quizás Lucia nació muerta; y el hombre piensa en el camisón de Lucia, y piensa que quizás ha sido desglosado de un himen demasiado perfecto. El hombre se piensa sobre su cama. Luego de la muerte de Abel y de la muerte del relato fue Caín quien se presentó ante sus padres en camisones de época, y se presentó ante el padre, y se presentó ante la madre en alusiones totalmente desproporcionadas; en halagos indistintos para el vuelo de una mariposa o el vientre de un condenado a la soledad absoluta de los mitos. Fue Caín quien derrotó la misericordia de un dios absuelto de razones. En tanto que Lucía y Abel, arrebatándole a la muerte sus derechos y viviendo asesinado y loca aparecen sin consultas en la misma esquina donde el hombre y el niño conservan su batalla. Y quizás Abel esté realmente perdido, y moleste al niño y al hombre con sus preguntas de ubicación mientras el hombre y el niño no han resuelto sus laberintos. Quizás Abel esté auscultando las respuestas, inclusive las que se preguntan sobre el 89 Autobiografía del no vicio de dios O la anarquía de las semejanzas entre los encuentros de dios y los milagros por un lado y Lautreamont y Artaud con las máquinas de coser y el hombre sempiterno por el otro. Y el niño y el hombre observan a Abel y sospechan desde un lugar común que quizás Abel ha considerado desde un lugar muy lejano la propiedad de la muerte; y piensa el hombre que quizás Abel no ha sufrido extradición alguna y que ha vivido siempre desde su mismo nombre, adulterando las iniciales con las que se escriben los epígrafes del mito y la literatura. 90
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