Homo Economicus vs Homo Solidarius

Economía Política
Doctorado en Derecho Público
Fernando Raúl Pedicone
¿HOMO ECONOMICUS vs. HOMO SOLIDARIUS?
Una aproximación a la Economía Solidaria
FERNANDO RAUL PEDICONE (*)
Convencional Constituyente (mandato cumplido)
Nota: El presente trabajo fue evaluado en el año 2001 por la Cátedra de Economía de la Carrera de Doctorado
en Derecho Público de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán, mereciendo
la máxima calificación. Está compuesto por dos partes: la primera se refiere a la tensión existente entre el concepto de
“homo economicus” y “homo solidarius”, la solución propugnada por la teoría liberal y la anomalía observada en dicha
teoría. La segunda parte trata sobre la posibilidad de la existencia de la “economía solidaria”, su concepto y sus
pensadores, el camino propuesto y la solución verdadera: la “Economía Solidaria” y la “Economía de donaciones”, con
sus manifestaciones: la empresa integrada, las empresas de economía solidaria, las redes de economía solidaria y
alternativa.
PRIMERA PARTE
1. Introducción
La presente monografía ha surgido como una inquietud intelectual de efectuar un
análisis dialéctico superador de la dicotomía existente –según mi parecer- entre el modelo
economicista que sustenta la existencia de un denominado “homo economicus”, de rancia
estirpe en la ciencia económica desde su sistematización como tal a partir de Montchrétien,
Smith y otros pensadores, con la muchas veces incomprendida, difusa y poco conocida
“economía solidaria”, que -a mi criterio- también se encuentra ínsita en la naturaleza
humana, y según la cual existe también un “homo solidarius”, terminología que me animo
a proponer aunque sea en forma provisoria, ya que es comprensiva -lo mismo que la
primera- sólo de un aspecto de la compleja naturaleza humana, segmentada y parcializada a
fin de servir de fundamento a la posición que cada autor sustente.
A esos efectos corresponde entonces situar en sus justos términos los conceptos
primordiales dentro de los cuales se hace el presente análisis. Para ello debemos en
consecuencia precisar los límites de lo que se entiende por “homo economicus” como
paradigma de un comportamiento que -si bien sustentado en un natural egoísmo ínsito no
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sólo en nuestra especie, sino en muchas otras, por no decir casi todas- no por ello es
absoluto, pues de pensarse así, caeríamos en la falacia de creer en el individualismo
exagerado y absoluto de Hobbes (sintetizado en la frase: “homo homini lupus”, el hombre
es el lobo del hombre) y en el racionalismo cartesiano de creer que el individuo, por su
pensar (cogito, ergo sum), crea su propia existencia (res cogens) y la del mundo (res
extensa), que ya desde el atomismo de Demócrito de Abdera y las vertientes filosóficas de
allí provenientes ha disociado la verdadera naturaleza del hombre, inclusive incursionando
en la teoría política y sociológica mediante la postulación del famoso “contrato social”,
por el cual cedemos parte de nuestros derechos (lo curioso es que nunca se hace referencia
a las obligaciones a cargo de cada individuo) a fin de que los congéneres cedan también
parte de sus derechos y pueda surgir en consecuencia “la sociedad”.
Tampoco debe creerse que el hombre -pese a su desarrollo en sociedad, sea ésta
rudimentaria u organizada- por tal circunstancia pierda algunos instintos atávicos propios
de la supervivencia del más apto y de la lucha competitiva, como sucede también en otras
especies y que magistralmente describiera y fundamentara Darwin y sus seguidores,
inclusive dándose dicha lucha a nivel genético, como lo describe Dawking en “El gen
egoísta”.
Ante estos extremismos simplificadores -al igual que los modelos mencionados, que
como tales nunca explican con profundidad la naturaleza verdadera del fenómeno que
tratan de explicar y que son nada más que simples remedos de la realidad- cabe entonces
aplicarles el concepto del “justo medio” aristotélico, a fin de posibilitar -aunque sea en
modo incompleto- una caracterización más equilibrada de la condición humana ante la
apremiante paradoja de tener que satisfacer innumerables necesidades de toda clase,
mediante bienes materiales generalmente insuficientes o escasos.
Habiendo nombrado al gran filósofo Aristóteles, no está de más recordar que
conceptuó al hombre como un “zoon politikon”, un “animal político” o “animal social”.
Si bien la mayoría de los pensadores dan por sentado que con dicha definición se establece
el origen o fundamento de la sociedad organizada como Estado (polis), a mi entender dicha
definición -si bien válida- peca por defecto y también por exceso. En el primer caso porque
deja de lado el aspecto de la “racionalidad” humana (logos), distintiva de la especie, y se
centra en el aspecto físico -insoslayable por cierto- de “viviente” (zoon), aunque es lícito
reconocer que la traducción latina “animal” implica ya una idea de “ánima”, como sustento
del posterior “cuerpo y alma” cristiano), y por exceso en cuanto -como buen griego- sólo
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concibe la sociedad humana en forma de Estado organizado (polis en un kosmos), dejando
de lado el concepto primordial o simple de “sociedad”.
Con ello quiero significar que el hombre es hombre sólo en tanto y en cuanto vive
en sociedad. ¡Vaya verdad!, podrá decirse. Pero me estoy refiriendo a un concepto
antropológico y sociológico de “sociedad”, no a un concepto político aristotélico.
“Sociedad” entonces es dar a cada individuo el carácter de “socio humano”; “sociedad =
individuo + individuo +.....+ recíproca interdependencia + tradición + cultura +
necesidades comunes + convivencia + solidaridad”, etc., que da un resultado sinérgico, o
sea, un modo de convivencia en el que lo que se obtiene es siempre más que lo que se da, o
cuyo resultado como todo es mayor que la suma de las partes. Uso el término “individuo”
como opuesto a masa, a la masificación que muchas veces se produce; el término
“tradición” como el bagaje de historia, usos, costumbres creencias y ritos heredados;
“cultura” como significante de toda creación del espíritu humano, las costumbres y
civilización de un pueblo o grupo particular, el resultado de un comportamiento aprendido
(incluye también a la tradición antes mencionada); las “necesidades comunes” comprenden
las necesidades individuales y sociales de toda clase; la “convivencia” como ocupación de
espacios físicos comunes y expresión de espacios mentales compartidos, en un universo
social, y la “solidaridad” como término unificador o aglutinante, meollo de la cuestión en
análisis.
La naturaleza humana, que lleva implícita la necesaria “socialización” y
“sociabilidad” del hombre, conlleva también la exigencia ética de la solidaridad. Los
conceptos ético, jurídico, político y antropológico de solidaridad tienen un fundamento
común: se trata siempre de obligaciones y derechos comunes a todos los integrantes de un
cuerpo social, que se traducen en derechos-deberes de cada integrante.
Una sociedad incluyente ofrece a cada individuo la oportunidad de crecer, de tener
logros, de contribuir y crear su propia dignidad y la de otros, es decir, una sociedad en la
que cada persona, a la vez, ofrece y comparte. Así, Shutte, cuando describe el modo de vida
tradicional o premoderno en Africa, resume esto con el proverbio de los Xhosa: "umuntu
gumuntu ngabantu", lo cual significa "una persona es una persona a través de las
personas". Este sentimiento africano muy común capta un sentido de mutualidad y
reciprocidad en una forma de vida social en la que la gente alcanza la autorrealización a
través de la dependencia personal mutua, más que como individuos autónomos que flotan
libremente desprendidos de la sociedad. La satisfacción de los deseos de una persona
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depende del desarrollo de la comunión con otros, de un modo que se supone evitará la
conformidad impuesta del colectivismo y del individualismo. Para Shutte, “Mientras más
involucrado esté en una comunidad con otros, soy más completamente capaz de darme
cuenta de mis profundos deseos en toda su plenitud. El bien de la comunidad (con el que
también estoy comprometido) será mi valor supremo, así como lo habría esperado el
sentimiento africano tradicional. Al mismo tiempo, la influencia de la comunidad sobre mí
es lo que me permite alcanzar esta forma de autotrascendencia y autodonación, que es la
expresión más plena de mi autorrealización”.
2. El problema
2.1 El “homo economicus”
Vidal Auladell sostiene que “la teoría económica ha utilizado tradicionalmente el
paradigma de la acción racional para explicar las acciones y decisiones individuales por
el deseo de maximizar la diferencia entre costos y beneficios. Desde esta perspectiva, se ha
considerado que la racionalidad instrumental que actúa en el mercado se manifiesta a su
vez en la acción individual eficaz. Ésta, no obstante, no puede considerarse la única forma
posible de racionalidad que guía la acción humana. Por el contrario, el “homo
economicus” no es sino un concepto, ubicado como eje central en determinadas
concepciones de la teoría económica, de un espécimen difícilmente encontrable en la
realidad”.
Los economistas clásicos, con Adam Smith al frente, consideraban que el mercado
es un mecanismo que se autorregula, y que el sistema de precios organiza el
comportamiento de los individuos de forma automática. Esta centralidad del mercado en el
análisis económico dejó paso, con los economistas neoclásicos, al estudio del
comportamiento de los productores y de los consumidores. Desde esta perspectiva, se
formuló la ley de la utilidad marginal, de modo que la conducta racional maximizadora del
“homo economicus” de Mill, así como las máximas utilitaristas de Bentham, quedaron
definitivamente integradas en la teoría económica contemporánea.
En este sentido, se ha considerado que “los modelos económicos suponen que el
comportamiento de los individuos es racional en el sentido de que se toman aquellas
decisiones que son más efectivas para ayudar al individuo a alcanzar sus propios
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objetivos” (Mochón, F., “Economía. Teoría y política”, Ed. Mc Graw Hill, Madrid, 1996,
p. 8.) El punto de equilibrio del consumidor representaría el punto de asignación
máximamente eficiente, sería el lugar que plasmaría la máxima racionalidad en el
comportamiento del “homo economicus”.
Sin embargo, existen dos objeciones que se podrían presentar a este planteamiento,
y que muestran lo quimérico del mismo. En primer lugar, cabe destacar que el mecanismo
de precios no asegura siempre la consecución de un resultado eficiente, puesto que requiere
de ciertas condiciones (la ausencia de incertidumbre, mercados para todos los bienes,
derechos de propiedad claramente definidos, ausencia de poder de influencia sobre el
mercado e inexistencia de externalidades) que de no cumplirse, generan lo que se ha
convenido en llamar “fallas del mercado”, es decir, una situación en la que el equilibrio
competitivo se corresponde con una asignación ineficiente de los recursos. Un segundo
grupo de objeciones surge de considerar hasta qué punto unas ciencias sociales que
atendieran únicamente, para elaborar sus explicaciones, a la acción instrumental, conllevan
una neutralidad valorativa.
La capacidad limitada del tipo de modelo reseñado más arriba para dar cuenta de la
realidad observada, surge de una particular concepción de la conducta del hombre, una
concepción dominada por una racionalidad económica convencional (u “homo
economicus”) que requiere una dedicación obsesiva a la maximización de los beneficios
por parte de los productores y a la maximización de las utilidades por parte de los
consumidores. La teoría económica neoclásica subyacente no hace ningún tipo de
concesiones a toda una gama de consideraciones comportamentales que pueden incidir en
la toma de decisiones, que se podrían definir como políticas, sociales y culturales, y se
limita a una esfera independiente de actividad económica, aislada de otros aspectos de la
vida,
Fontela, por su parte, dice que “la economía es una praxeología que se apoya en la
racionalidad. Los agentes económicos, al actuar racionalmente, defienden sus intereses
personales. El “homo economicus” es egoísta y racional. En consecuencia, el altruismo
se interpreta como un comportamiento irracional desde el punto de vista de la economía,
y por ello obedece a otro tipo de racionalidad que apela a valores de solidaridad. Adam
Smith, al identificar la existencia de complementariedad entre la suma de intereses
individuales y el interés económico colectivo gracias a la intervención de la “mano
invisible” de los mercados, era consciente de los límites de esta interpretación del ser
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humano y de su comportamiento. De hecho, en su “Teoría de los Sentimientos Morales”,
Smith insiste sobre la necesidad de la simpatía hacia el resto de la humanidad como
elemento moderador del comportamiento económico racional, y se supone que el tercer
libro de Smith (totalmente destruido en un incendio) abordaba la necesidad de
procedimientos de redistribución de los resultados de las actividades económicas”.
León Walras, padre de la economía matemática contemporánea, dejó bien clara su
preocupación por la cuestión social y por la necesidad de distribución justa de la riqueza.
Esta repetida insistencia de los padres fundadores de la ciencia económica moderna sobre
los límites de la simplificación del estereotipo del “homo economicus”, no ha impedido
que la mayor parte de la investigación ulterior se haya concentrado sobre la racionalidad
económica, con su carga de egoísmo individual y su escaso interés por la cuestión social.
Las críticas son muy abundantes; el premio Nobel de Economía Amyrta Sen señala que
“el hombre puramente económico es casi un imbécil social. La teoría económica se ha
ocupado mucho de este tonto racional arrellanado en la comodidad de su adecuamiento
único de preferencias para todos los propósitos” (Sen, 1977).
Sen (1989) considera dos motivaciones que tienen un marcado carácter altruista: la
simpatía, en el sentido smithniano, y el compromiso. La noción de simpatía implica la
consecución psicológica de un cierto bienestar personal como consecuencia del bienestar
de los otros, y se apoya sobre valores de bondad o de caridad. La noción de compromiso
se refiere a un acto que se sabe va a beneficiar más a otro que a sí mismo, o sea, implica
un sacrificio potencial de bienestar personal.
También Mieles Ugarte señala que “numerosos comportamientos sociales que
originan desigualdades y desastres se derivan del creciente “economicismo” de nuestras
sociedades. De ahí la necesidad de una nueva ética económica y de un cambio de valores
que integre en mayor medida egoísmo y altruismo”.
Ferullo en su obra "La inclusión de la solidaridad en el pensamiento económico
tradicional", señala que “La globalización deja al descubierto más que nunca las falencias
de la Economía para fundamentar, desde la teoría, medidas de política que permitan
solucionar adecuadamente ciertos problemas que también implican la asignación de
recursos escasos y de uso alternativo, y se pregunta si la posición originariamente
individualista del pensamiento económico es compatible con la solidaridad que toda
sociedad necesita para mantener su cohesión".
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En la búsqueda de una respuesta a dicha pregunta, Ferullo distingue dos posiciones
dentro del pensamiento económico actual. "Una excluye de la problemática
específicamente económica a todas las cuestiones que no pueden abordarse sin abandonar
el presupuesto individualista del pensamiento económico tradicional, mientras que la otra
propone la creación de nuevos modelos, capaces de incluir en la Ciencia Económica el
tratamiento de cuestiones y situaciones en las que los efectos económicos individuales no
actúan con la racionalidad típica del individuo maximizador".
Luego refiere que “las fórmulas tales como "economía social", "economía de la
reciprocidad" y "economía de la solidaridad", constituyen decisiones de comportamientos
humanos que no son explicados adecuadamente por la Economía Neoclásica, pero
ciertamente no constituyen respuestas científicas a la pregunta formulada”, concluyendo
en que dichas fórmulas "representan en conjunto una propuesta, por el momento un tanto
difusa pero con un dinamismo creciente que permite alentar esperanzas ciertas sobre el
resultado final, de ampliar el objeto de estudio de la Ciencia Económica, hoy limitada, en
buena medida, a los supuestos individualistas del homo economicus". Sostiene asimismo
que “resulta necesario incorporar al análisis económico una dimensión clave, cuál es la
comprensión sobre lo que realmente significa para la vida económica de las sociedades
modernas la coordinación y la cooperación humanas".
Para Ferullo el principio de solidaridad niega las posiciones extremas del
individualismo y del colectivismo, pues -como en el justo medio aristotélico al que me
referí en la introducción- se satisfacen tanto las exigencias del interés individual y del bien
común. Dicho autor cree que es posible superar el exclusivo concepto de racionalidad
clásico ampliando la concepción del “homo economicus” y enfatizándose las actitudes
cooperativas. Así, anticipa que la relación de la Ciencia Económica con el exagerado uso de
las matemáticas disminuiría, pero crecería en la utilización de nuevos instrumentos de
análisis vinculados a la Filosofía, el Psicoanálisis, la Antropología Cultural, la Sociología,
la Historia, etc., que podría dar lugar al nacimiento de una nueva etapa en la historia del
pensamiento económico, sobre todo en esta época en que la teoría económica tradicional
muestra magros resultados ante los problemas económicos del mundo actual.
3. La solución liberal, ¿una solución errónea?
Cabe ahora entrar a un rápido análisis de la filosofía del liberalismo económico en
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relación con la antropología, a fin de demostrar que la solución que sostiene, si bien es una
solución, es errónea o por lo menos no ha dado los frutos esperados.
En su obra “Sociedad de consumo o sociedad de mercado: el caso de las
comunidades kula”, De Lucas llama la atención sobre la discrepancia entre la figura del
“homo economicus” y el “hombre primitivo”, observada ya por Bronislaw Malinowski en
el Pacífico Occidental, y sostiene que la teoría formulada por Adam Smith de la división de
trabajo y el intercambio económico como consecuencias necesarias de la naturaleza
humana, no es aplicable a dichas sociedades.
En las sociedades kula, Malinowski observó cómo la distribución de recursos estaba
basada en un sistema de dones más parecido a una expresión del altruismo que del egoísmo
del cual habla Smith en “La riqueza de las naciones”. Aquellas observaciones realizadas
durante los años 1914-1918, podrían constituir una anomalía de la teoría liberal sobre la
naturaleza humana. Otros estudios antropológicos con potencialidades similares son
aquellos realizados por Julian Steward y sus seguidores, que revelan una gran preferencia
del colectivismo frente al individualismo entre las comunidades primitivas.
La discrepancia identificada por De Lucas crea un problema muy grave para la
filosofía del liberalismo. A la expansión global del sistema que, entre sus partidarios, es
llamada "democracia liberal”, le falta de repente justificación moral. Si no se puede
identificar la gente con el concepto de “homo economicus”, eso significa que el sistema de
“democracia liberal” tampoco es el adecuado para su organización social. Entonces falta un
argumento utilitario satisfactorio para imponer este sistema. En vista de que la expansión de
este sistema es algo intrínseco con respecto a su carácter, su fundamento normativo se
encuentra amenazado por la conclusión de De Lucas.
Entre los partidarios de la teoría liberal se pueden identificar dos concepciones
diferentes de la naturaleza del ser humano, cuyos caracteres son determinantes en este
contexto. Una tendencia clásica, encabezada por Adam Smith, concibe la naturaleza
humana como fija. Otra tendencia más moderna, en la que se encuentra Francis Fukuyama
como su representante principal, concibe al hombre como mutable en su naturaleza.
De Lucas considera falsa la teoría de la naturaleza humana fija de Smith, lo cual
amenaza también la justificación de la economía de mercado. La ley de la población de
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Malthus y la ley de los rendimientos decrecientes de Ricardo, se encuentran reducidas a
meras especulaciones para describir la situación social como una consecuencia necesaria y
ordenada, y proclamar que nadie tiene la culpa de la situación de los pobres. Si el hombre
no tiene una naturaleza fija, sino mutable, toda tentativa de justificar lo social como un
hecho determinado es imposible.
De Lucas ha demostrado que se puede criticar a la teoría liberal con estudios
antropológicos, cuyos resultados contradicen lo proclamado por Adam Smith. Eso subraya
la posible función de la antropología como un instrumento útil para refutar falsas
suposiciones teóricas, y señala una posible oposición conceptual entre la antropología y la
teoría de la economía de mercado, pues la antropología debe adjudicar a toda cultura
humana la misma dignidad, mientras que el liberalismo económico se encuentra forzado a
considerar sociedades cuya manera de vivir se distingue de la sociedad occidental -la
sociedad de mercado - como excepciones de la norma.
3.1 La posible anomalía de la teoría liberal
3.1.1
Las observaciones de Service
En sus estudios de "Las bases económicas y sociales de las bandas primitivas",
Julian Steward intentó identificar rasgos comunes entre pueblos primitivos diferentes. Sus
resultados, que describían una manera de vivir muy distinta de la sociedad occidental,
fueron una inspiración para nuevas tentativas entre sus seguidores, y para Elman R. Service
en particular.
Service logró identificar otros rasgos comunes aún más distintos de la cultura
occidental, y sobre todo de la sociedad capitalista. Estos rasgos describían una manera de
vivir diametralmente opuesta a la que proclamaba la teoría liberal como necesaria para la
autorrealización humana. Los rasgos eran los siguientes:
1. La apropiación colectiva de los medios de producción
2. El castigo de la competitividad
3. Un escaso interés por la acumulación de bienes
4. Una gran apreciación de la cooperación
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3.1.2 Las observaciones de Malinowski
Por su parte, durante su trabajo de campo en el Pacífico Occidental, Malinowski
observó cómo en las comunidades kula la vida económica se organizaba en torno a un
sistema de intercambio y dones, según una mezcla de los principios de reciprocidad y
redistribución. Los acontecimientos cotidianos así como los singulares estaban
acompañados por una circulación ininterrumpida de regalos y donaciones que garantizaba
el sustento para todos.
Este intercambio de prestaciones y contraprestaciones no servía de ninguna manera
para proporcionar beneficios económicos individuales, ni en la producción ni en el
intercambio mismo. Malinowski caracterizó la vida tribal de las comunidades kula como
"regida por un constante dar y tomar".
En la obra de Malinowski se describe una excepción de este sistema de donaciones
recíprocas en las comunidades kula, el llamado gimwali, un intercambio caracterizado por
un fuerte regateo. Malinowski describe cómo los indígenas lo distinguían con claridad de
las otras transacciones, y cómo un gran desprecio social recaía sobre los que lo practicaban.
Además, no se describe el gimwali como una actividad económica libre, sino como limitada
por una serie de restricciones. En los intercambios recíprocos entre los asociados en el kula,
el gimwali estaba estrictamente prohibido.
En vista de que esta organización de la vida económica excluye la motivación del
beneficio económico individual, no puede ser considerada como una expresión de la
naturaleza humana que da por supuesta Adam Smith, sino más bien como una indicación de
que su proclamación de la naturaleza egoísta del hombre como fundamento de toda
actividad económica es falsa. Una hipótesis sobre una cierta naturaleza humana fija debería
ser considerada como falsada una vez que se ha observado su ausencia en un lugar
cualquiera.
De Lucas expone que nada de lo que describe de los kula existe ya. La organización
social, modos de producción material y la cultura han sido "barridos por el choque con la
civilización capitalista".
Según la teoría evolucionista de Morgan, sociedades como las del kula iban a
evolucionar hacia una cultura parecida a la nuestra, pasando por estadios determinados. La
sociedad occidental contemporánea había pasado por esos estadios, y en sociedades más
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primitivas la vida se asemejaba a lo que debía haber sido ésta durante el paleolítico y en la
cultura neolítica. También Tylor proclamaba que las instituciones de los hombres "se
suceden las unas a las otras en series que son sustancialmente uniformes en el mundo
entero, independientes de lo que parecen diferencias comparativamente superficiales de
raza y de lengua, y conformadas por una naturaleza humana similar que actúa en las
condiciones sucesivamente cambiadas de la vida salvaje, bárbara y civilizada."
3.1.3 La postura de Fukuyama
Fukuyama, a su vez, proclama que la democracia liberal, es decir la sociedad de
mercado, es el fin de la historia. Fukuyama rompe con la concepción de la naturaleza
humana fija de Smith y argumenta que el hombre no nace como “homo economicus”, sino
que se convierte en “homo economicus” a través de un desarrollo histórico, dado que
Fukuyama aplica la teoría hegeliana de que el hombre no tiene una naturaleza fija.
Según Fukuyama, el liberalismo es "el reconocimiento del derecho a la libre
actividad económica y al intercambio económico basado en la propiedad privada y en el
mercado". Eso implica una concepción de este "derecho" como existente
independientemente de un reconocimiento. Una concepción semejante debe derivar de la
idea de una preferencia humana universal por el disfrute de este "derecho", muy parecida a
una concepción de la naturaleza humana como la de Adam Smith.
Fukuyama nunca proclama la existencia de una naturaleza humana fija, sino que
concibe al hombre como mutable en su naturaleza y capaz de convertirse en un ser con
preferencias nuevas en un desarrollo histórico, por lo que resulta problemático argumentar
que los rasgos culturales observados por Malinowski en las comunidades kula constituyen
una anomalía de su teoría liberal. Pero se puede decir, sin problemas, que su argumentación
es muy inconsecuente.
Se puede también criticar la idea de la desaparición de lo observado en las
comunidades kula, como "una evolución hacia la civilización", proclamando que no son las
comunidades kula las que han evolucionado, sino que el sistema capitalista y la sociedad de
mercado se han expandido. Este "imperialismo cultural" no debe necesariamente tener algo
que ver con la evolución, ya que es un orden nuevo que ha sido impuesto a una cultura
diferente, de una manera no natural (obiter dictum, me permito agregar que cualquier
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coincidencia con lo que sucediera en América luego del descubrimiento y colonización
europea, la dejo sujeta a la libre interpretación y valoración de cada uno, aunque cabe
recalcar la similitud de los procesos colonizadores de otras épocas y globalizadores
actuales).
Es decir, para juzgar la expansión del sistema capitalista se debe analizar el efecto
del impacto de este sistema en otras culturas. Si el hombre se convierte en “homo
economicus” tras haber sido puesto en contacto con la economía de mercado, como una
adaptación, resulta difícil criticar la expansión del capitalismo de esta manera. El ser que va
a vivir en el orden nuevo del capitalismo es entonces ya no el “zoon politikon” del pasado,
sino el “homo economicus”, cuya sociedad debe ser la sociedad de mercado.
La pregunta central para juzgar el nuevo orden que impone la sociedad de mercado
a otras culturas será entonces: ¿los miembros de la cultura actual se han convertido en
“homo economicus” después de que los principios de la economía de mercado fueran
impuestos a su sociedad? Para contestar a esta pregunta es necesaria una investigación
antropológica cualitativa, realizada a modo de estudio comparativo intracultural e
Intercultural, que escapan por el momento a los fines tenidos en cuenta por esta
monografía, pero es evidente que las respuestas liberales posibles a la anomalía señalada
resultan poco sostenibles manteniendo una perspectiva antropológica adecuada, es decir,
que una perspectiva antropológica adecuada no es conciliable con la filosofía del
liberalismo económico.
3.1.4 Mi postura
Mi postura es eminentemente filosófica y antropológica, por lo que como prisma de
color, evidentemente va a teñir del mismo tono todo lo que argumente, no obstante lo cual,
si bien es una posición subjetiva, no por ello deja de tener un sesgo de crítica fundada y de
posicionamiento ideológico válido ante el tema analizado.
En el año 1996 publiqué lo siguiente, que transcribo en forma resumida:
“El gran avance científico y tecnológico de la Humanidad en estos últimos siglos
(Modernidad y también Postmodernidad) sólo ha sido posible merced al uso de la razón y
merced al uso del método empírico experimental. Los excesos de una y del otro han creado
una aparente contradicción, por lo menos desde el punto de vista de los resultados
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obtenidos. Así, el racionalismo exagerado dejó de lado al ser humano en su ámbito
corporal, deificando a la razón, y por su lado las exageraciones del empirismo se basaron
en un materialismo a ultranza, desconocedor de la dimensión espiritual del hombre, a la
que negó o desvalorizó.
El proceso de revalorización se dio hacia fines de la modernidad y en pleno
postmodernismo, mediante la Filosofía Existencial, la Antropología Filosófica y las
Ciencias Psicológicas, que tuvieron la tarea importantísima de enfocar y estudiar la
problemática humana desde el punto de vista existencial y esencial, dándole a la creatura
humana la posibilidad de conocerse mejor introspectivamente, como sujeto no sólo
racional, sino como sujeto pletórico de sentimientos, buenos y malos, pleno de actitudes
mentales positivas y negativas, creador de un universo humano accesible no sólo por el
razonamiento impoluto y frío del racionalismo, sino también por el excitante mundo
afectivo, como sujeto capaz de dar y recibir amor, de sufrir, de llorar, que cae numerosas
veces por sus imperfecciones innatas, pero que también nuevamente se pone de pie y mira
("ánthropos"), que tiene fe y esperanza, que descubre mediante el sentimiento que no está
solo, como razón encerrada en un palacio de cristal e inmutable al Universo que pasa
enfrente, sino como hacedor del mundo humano en que convive y que es su responsabilidad
ineludible e insoslayable, en el que continuamente se debe jugar en pos del mejoramiento
del proyecto que es como individuo, y por ende de la sociedad que constituye con sus
iguales.
Pienso que lo que sucede es que las sociedades postindustriales han entrado en el
hastío de la riqueza y -como contraste- las sociedades preindustriales en la desesperanza
por el cambio aún no realizado, pero que tampoco promete un mundo mejor. Se luchó
denodadamente en busca del conocimiento como panacea de toda injusticia y desigualdad,
mediante la satisfacción de las necesidades vitales corporales del ser humano, y se dejó de
lado la cobertura de sus necesidades vitales antropoculturales, anímicas, su tiempo vital
como individuo trascendente, quitándoselo en aras del "tiempo es oro", del utilitarismo
desmedido de sus fuerzas creadoras y transformadoras con el único fin de satisfacción de
sus necesidades urgentes, pero no por ello las más importantes. Y este capitalismo separó a
los hombres y a los pueblos, a los nuevos dueños de los nuevos esclavos. Creó imperios y
colonialismo. Creó dependencia y rencor. Y es recién en el postmodernismo, a partir del
fin de la segunda guerra mundial y con la creación de nuevas estructuras internacionales,
que se van dando las pautas de reconocimiento e independencia de nuevas o viejas
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naciones y pueblos, de una cierta igualdad en su trato, de vislumbrar el acercamiento de
culturas diferentes, no como amos y esclavos, sino como iguales. Pero este proceso no ha
terminado aún su perfeccionamiento y completividad, por lo que mal cabe decir que el
futuro es el hoy, el presente actual. Por el contrario, nunca en su historia la Humanidad
tuvo -como ahora- la posibilidad de avizorar un futuro mejor, que no es precisa ni
únicamente un mundo industrial y luego postindustrial, sino la creación de un ámbito más
humano, más integrado, más igualitario. Se ve que el hombre está efectuando una apertura
hacia el hombre, un darse cuenta de que es una única especie, de que es digno, invalorable
e insustituible. Los medios de comunicación permiten saber al instante lo que pasa en cada
rincón de la Tierra, conocer las diferentes culturas y pueblos, compartir sus necesidades y
sufrimientos, procurar e ir en su ayuda. La educación para todos, las responsabilidades
compartidas, el cuidado conjunto del planeta, son tareas que unirán aún más al hombre,
dejando de lado el supuesto hastío de algunas sociedades, en procura de un mundo más
justo y solidario. Es deber de dichas sociedades emprender esta tarea reunificadora y
humanizante”.
En fin, mi postura se funda en una profunda crítica a la deshumanización de la
Economía (no descarto ni desconozco que lo mismo ha sucedido en otras áreas de las
ciencias, pues siendo la Economía una ciencia social le caben las mismas críticas que a las
demás), y en una indudable “revalorización de los valores” - valga la redundancia- sobre
todo en referencia a la “solidaridad”.
Por la razón que sea, es indudable que entre los agentes “económicos” existen
muchos que no actúan sobre la base de la supuesta racionalidad de la maximización de su
renta o de su beneficio, y basan su actividad en motivaciones de carácter altruista, como se
verá a continuación.
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SEGUNDA PARTE
LA ECONOMÍA SOLIDARIA
1. El fin de la hegemonía neoliberal
En una conferencia ante el Foro Mundial Social en febrero de 2002, Coraggio
expresó que “durante décadas las teorías económicas neoliberales, al servicio del
conservadurismo y de los monopolios, han pretendido validar el principio del mercado
total, sosteniendo que todas las actividades humanas pueden realizarse mejor si se
organizan como mercados libres donde cada individuo procure egoístamente lo mejor para
sí, compitiendo sin límites con todos los demás. Han afirmado que la economía es una
esfera independiente, cuya lógica objetiva pretendidamente universal debe cumplirse como
ley de la naturaleza so pena de generar el caos, y que la política, la resistencia social y
cultural, los valores más profundos de lo humano y el mismo sentido común debían ser
desplazados por el economicismo como sentido final. Han dispuesto que el mercado debe
indicar quién tiene capacidades y quién no, quién merece ser sujeto de derechos humanos y
quién no”.
Por su parte, señala que el sistema interestatal y sus organizaciones multilaterales Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio- han
mostrado su incapacidad para gobernar al mundo con justicia y objetividad, y para
promover el respeto mutuo de los pueblos. Por el contrario, ha quedado al desnudo que
representan e imponen los intereses del capital financiero y de ciertos gobiernos. Conforme
ello, propugna alternativas a las políticas macroeconómicas de dichos organismos, basadas
en una economía “centrada en el trabajo y no en el capital. Esto significa otros arreglos
sociales para promover la valoración y el desarrollo pleno de las capacidades humanas,
organizando de manera cada vez más adecuada y justa el uso de los recursos materiales y
la aplicación de conocimientos y sabidurías para satisfacer las necesidades de todos de
acuerdo a modos de consumo racionales en armonía con la naturaleza”.
Argumenta luego, que no está hablando de ideas utópicas sino de otro mundo
posible, basado en la consolidación, promoción, potenciamiento y enriquecimiento humano
de realidades ya existentes, tales como:
a) Miles de redes nacionales y globales de productores y consumidores vinculados por
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relaciones económicas más justas;
b) Miles de sindicatos que mantienen su lucha por un salario justo y condiciones
humanas de trabajo;
c) Miles de nuevos movimientos sociales que luchan contra la discriminación, la
explotación y en defensa de los derechos humanos que viola el sistema capitalista
globalizado;
d) Decenas de miles de iniciativas colectivas, gestionando desde la sociedad, recursos
privados y públicos, formas asociativas, comunitarias, de producción conjunta, de
banca ética, de resolución de necesidades que el mercado capitalista no considera
porque no son fuente de ganancias;
e) Centenas de miles de organizaciones de crédito solidario, de ayuda mutua, de
servicios públicos autogestionados, de trabajo voluntario, protección que sostiene
identidades étnicas, que produce relaciones sociales más igualitarias, que elimina la
explotación entre mujeres y hombres, que ataca el patriarcalismo y el clientelismo y
valoriza a los jóvenes de la tercera edad, que valora los equilibrios ecológicos de los
que depende la vida en el planeta;
f) Miles de millones de iniciativas de producción y trabajo autónomo en unidades
domésticas del campo y la ciudad y sus microemprendimientos, asumidos
principalmente por mujeres.
Esas formas de producción y de reproducción de la vida ya existen, señala
acertadamente Coraggio, y “encaran de otra manera sus contradicciones internas y
pugnan por afianzarse en un mundo hasta ahora dominado por el paternalismo, por el
mercado capitalista y por gobiernos asistencialistas que están más preocupados por la
gobernabilidad, por ser aceptados por las cúpulas del poder financiero, por dar prioridad
a su "responsabilidad" de reducir la carga fiscal al capital, por ser buenos pagadores de
deudas ilegítimas y por seguir las recetas del neoliberalismo, antes que por su
responsabilidad como representantes de la sociedad”.
Sostiene que “la Economía Solidaria es un concepto que abarca un amplio espectro
de propuestas y expectativas, y debe permanecer plural, permitiendo la experimentación
responsable en la búsqueda de nuevas formas de organización de la producción y la
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reproducción”. Esas propuestas deben poder manifestar sus pretensiones de legitimidad y
tendrán variadas respuestas por parte de las sociedades en las diversas culturas y
situaciones históricas. “El conflicto estará inevitablemente presente en esas búsquedas, agrega- pero eso no es malo ni es un obstáculo, si logramos regular los conflictos de
manera de volverlos motor del desarrollo de formas siempre mejores de gestión del sistema
de necesidades, de modo que todos los seres humanos fueran puedan desarrollar sus
capacidades”.
2. La economía solidaria
Ante el fracaso socioeconómico de los modelos capitalista y comunista, hoy
evidente, hay quienes han formulado alternativas científicas, modelos económicos
rigurosos para sustituir y mejorar sistemas que no respetan al hombre ni a la naturaleza. El
peligro de sobreexplotación del planeta y el control del poder económico en manos de unos
pocos, lleva indiscutiblemente hacia la pobreza, no sólo económica, sino también humana.
Y cuando un modelo roza el extremo de su decadencia, necesariamente surgen voces y
acciones que reivindican la necesidad de dar la vuelta a aquello que no funciona; a estos
movimientos se les tilda de irrealizables por lo utópico, pero son el camino para que se
produzca la verdadera evolución.
Son propuestas socioeconómicas de vanguardia que van desde modelos económicos
como la Empresa Integrada, a estructuras concretas como la Red de Economía Solidaria,
las empresas basadas en el comercio justo, los clubs de trueque, etc., intentos éstos que
basan sus principios y funcionamiento en el respeto al ser humano, el entorno y la
armonización de intereses, devolviendo el poder de decisión y gestión a la persona,
integrando a sus miembros para recuperar el derecho de autogestión y, por ende, la libertad
y la conciencia de que es posible crear y evolucionar en simbiosis y sinergia con los demás
y la naturaleza.
2.1 El pensamiento de Razeto
Luis Razeto, considerado como uno de los pensadores sociales contemporáneos más
brillantes del continente americano, ha realizado importantísimos estudios sobre “economía
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popular” y “economía de la solidaridad”, que se remontan a principios de los ochenta en
Chile.
Expresa dicho autor que “en los textos de teoría y análisis económico de las más
variadas corrientes y escuelas, no nos encontramos nunca con la “solidaridad”. Cuando
mucho, aparece la palabra “cooperación”, pero con un significado técnico que alude a la
necesaria complementación de factores o intereses, más que a la libre y gratuita
asociación de voluntades. Una excepción se da en el “cooperativismo”, pero éste ha
encontrado grandes dificultades para hacer presente su contenido ético y doctrinario al
nivel del análisis científico de la economía”.
Al decir de Razeto, “la idea de solidaridad se inserta habitualmente en el llamado
ético y cultural al amor y la fraternidad humana, o hace referencia a la ayuda mutua para
enfrentar problemas compartidos, a la benevolencia o generosidad para con los pobres y
necesitados de ayuda, a la participación en comunidades integradas por vínculos de
amistad y reciprocidad. Este llamado a la solidaridad, enraizado en la naturaleza humana
y siendo, por tanto, connatural al hombre cualquiera sea su condición y su modo de
pensar, ha encontrado sus más elevadas expresiones en las búsquedas espirituales y
religiosas, siendo en el mensaje cristiano del amor donde la solidaridad es llevada a su
más alta y sublime valoración”.
Así, por mucho tiempo, los llamados a la solidaridad, la fraternidad y el amor han
permanecido exteriores a la economía misma. Fue S.S. Juan Pablo II en su viaje a Chile y
Argentina en 1987, y especialmente en su discurso ante la CEPAL, quien difundió con
fuerza la idea de una "economía de la solidaridad" en la cual -dijo- "ponemos todos
nuestras mejores esperanzas para América Latina".
Agrega Razeto que “cuando decimos "economía de solidaridad" estamos
planteando la necesidad de introducir la solidaridad en la economía, de incorporar la
solidaridad en la teoría y en la práctica de la economía. Se ha dicho muchas veces que la
solidaridad solamente es un modo de paliar algunos defectos de la economía, de subsanar
algunos vacíos generados por ella, o de resolver ciertos problemas que la economía no ha
podido superar. Así, se tiende a suponer que la solidaridad debe aparecer después que la
economía ha cumplido su tarea y completado su ciclo. Así, una vez efectuada la producción
y distribución, recién sería el momento de que entre en acción la solidaridad, para
compartir y ayudar a los que resultaron desfavorecidos por la economía y quedaron más
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necesitados. La solidaridad empezaría cuando la economía ha terminado su tarea y
función específica. La solidaridad se haría con los resultados -productos, recursos, bienes
y servicios- de la actividad económica, pero no serían solidarias la actividad económica
misma, sus estructuras y procesos”.
Siguiendo el pensamiento de Razeto, entiendo que la solidaridad debe introducirse
en la economía misma, operar y actuar en las diversas fases del ciclo económico. Ello
implica producir con solidaridad, distribuir con solidaridad, consumir con solidaridad,
acumular y desarrollar con solidaridad.
Pero, ¿cómo se puede producir, distribuir, consumir y acumular solidariamente?
Al incorporar la solidaridad en la economía, aparece un nuevo modo de hacer
economía, una nueva racionalidad económica. Por ello, la “economía de solidaridad” no
constituye un modo definido y único de organizar actividades y unidades económicas. Por
el contrario, muchas y muy variadas serán las formas y modos de la economía de
solidaridad, como veremos luego.
No obstante, es preciso reconocer que algo de solidaridad existe ya en las relaciones
económicas clásicas, aunque no se lo reconozca expresamente. Algunas de esas
manifestaciones o expresiones de solidaridad se dan entre los trabajadores de una empresa
que negocian colectivamente, o entre los técnicos que trabajan en equipo, compartiendo
conocimientos o transfiriéndolos a otros menos calificados, o cuando algunos empresarios a
veces mantienen empleos de los que podrían prescindir, preocupados por los efectos del
despido en personas y familias que han llegado a conocer y apreciar, etc. Se dirá que esto
sucede rara vez, pero sucede, y el hecho es que las relaciones y comportamientos solidarios
existen.
Si bien económicamente el mercado opera de manera tal que cada sujeto toma sus
decisiones en función de su propia utilidad, la existencia misma del mercado pone de
manifiesto el hecho innegable de que nos necesitamos unos a otros, y que de hecho
trabajamos los unos para los otros. Esta presencia parcial de la solidaridad en la economía
se explica por el hecho que las organizaciones y procesos económicos son el resultado de la
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acción real y compleja de los hombres que ponen en su actividad todo lo que hay en ellos, y
la solidaridad es algo que, en alguna medida, está presente en todo ser humano.
Pero esto no quiere decir que la economía actual sea solidaria. Por el contrario, un
análisis de la misma muestra una organización social y económica en que compiten por el
predominio los intereses privados individuales con los intereses de las burocracias y del
Estado, en un esquema de relaciones basadas en la fuerza y en la lucha, la competencia y el
conflicto, que relegan a un lugar muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a
las relaciones de cooperación y solidaridad.
Por ello, la economía de solidaridad no podrá extenderse sino en la medida que los
sujetos que actuamos económicamente seamos más solidarios, porque toda actividad,
proceso y estructura económica es el resultado de la acción del sujeto humano individual y
social. Para expandir la economía de solidaridad es preciso que comprendamos con
profundidad la conveniencia, oportunidad e incluso necesidad de construirla. Muchos
hombres y mujeres, numerosos grupos humanos, han emprendido caminos prácticos de
incorporación de solidaridad en la economía, y así se ha venido y está construyendo
economía de solidaridad tanto a escala global como en un sector económico especial. Tales
procesos, por cierto, enfrentan múltiples obstáculos y dificultades y deben hacer frente a
tendencias adversas que parecen ser hoy las predominantes.
Razeto se pregunta también ¿cómo es que formas económicas tan eficientes como
demuestran ser internamente las solidarias, no logran afirmarse en el mercado, y no han
llegado a predominar en él, atrayendo e integrando a sí, a más abundantes y mejores
factores? Si son tan eficientes, ¿cómo es que no predominan? En efecto, la teoría
económica neoclásica sostiene que una forma de organización de la producción se impone
en el mercado y desplaza a las otras cuando es más eficiente que ellas. A esto habría que
dar una respuesta, si se quiere sostener que la forma solidaria de organizar la producción es
más eficiente que la forma capitalista de hacerlo, aunque no se haya aún impuesto en el
mercado.
Hace algunos años Stephen A. Marglis, profesor de economía en la Universidad de
Harvard, demostró empíricamente que no es cierto que la división capitalista del trabajo se
implantó por su superioridad tecnológica, y que un nuevo método de producción no tiene
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necesariamente que ser más eficiente que los otros para ser adoptado, y que esto depende,
en gran medida, de las instituciones económicas y sociales, de quién tiene el control de la
producción, y bajo qué condiciones y limitaciones se ejerce ese control. (Stephen A.
Marglis, “Perdiendo el Contacto”, Bolivia, 2002)
Hay que partir reconociendo el hecho de que la economía solidaria -las
organizaciones y empresas del sector asociativo, cooperativo y autogestionario- no suelen
tener fácil acceso al financiamiento, a las tecnologías más eficientes e innovadoras, a los
ejecutivos, gestores y administradores más capaces, y ni siquiera a la fuerza de trabajo más
capacitada y productiva. Decir que no tienen acceso no significa necesariamente que
alguien se lo impide, sino también, al menos en condiciones de un mercado semi-libre, que
ellas no son suficientemente atractivas y capaces de convocar, motivar, seducir e interesar a
quienes poseen dichos factores.
La explicación del hecho tiene cuatro aspectos:
1. El contexto económico, político, institucional, jurídico y cultural no facilita ni
orienta a los individuos y grupos a relacionarse con la economía solidaria y sus
organizaciones.
2. El modo de producción capitalista y sus empresas proporciona a los poseedores de
algunos de esos factores (capital, tecnología, gestión) beneficios y utilidades
extraordinarias, superiores a las que corresponden a su efectiva productividad.
Puede hacerlo, porque dicho modo de producir extrae a los poseedores de otros de
esos factores (los trabajadores, la comunidad) una parte de las remuneraciones que
les corresponderían según su productividad. Por eso, los dueños del capital, los
poseedores de conocimientos tecnológicos y de capacidades gestionarias, prefieren
integrarse y operar en empresas capitalistas en vez de hacerlo en otras que, como las
solidarias, sólo les ofrecerían beneficios justos, equivalentes a sus aportes a la
producción.
3. La economía solidaria no está en condiciones de integrar todos los recursos y
factores que estarían disponibles para operar en ella, porque el Factor C (categoría
organizadora) en base al cual se organizan sus unidades económicas, no se
encuentra suficientemente desarrollado, no habiendo aún dado lugar a las empresas
y unidades económicas que podrían ocuparlos.
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Economía Política
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4. Se han establecido en la economía cooperativa, autogestionaria y solidaria, por
razones históricas, ideológicas, culturales, ciertos criterios de tratamiento de los
factores productivos, que implican inflexibilidades de mercado y que causan
distorsiones y distanciamientos respecto a la auténtica racionalidad de la economía
de solidaridad y trabajo, impidiendo que ésta se desenvuelva eficientemente. En este
sentido, hay dos errores que superar. El primero, creer que es suficiente la
superioridad ética de la economía solidaria y una consecuente conducción
ideológica y valórica de sus organizaciones y actividades, para que haga su aporte
decisivo a la superación de la pobreza, al desarrollo humano y social, a la
restauración de la justicia y la construcción de una sociedad más fraterna. El
segundo error, es pensar que la eficiencia de la economía solidaria y de sus
organizaciones y empresas, pueda lograrse integrando a sus actividades financieras,
de gestión, tecnológicas, de comercialización, etc., los criterios de eficiencia que se
han elaborado a partir del modo de ser y de actuar y de relacionarse y funcionar en
el mercado, que son propios del capitalismo y de sus empresas e instituciones.
Aplicados a la economía solidaria, esos conocimientos de economía y de
administración capitalistas no hacen sino integrar a la economía solidaria la
ineficiencia del capitalismo, con consecuencias aún más graves, pues le introducen
confusión e inconsecuencias que la debilitan.
2.2 Los caminos a seguir
Para Razeto, la economía de solidaridad es un gran espacio al que se converge desde
diferentes caminos, que se originan a partir de diversas situaciones y experiencias. Así,
señala con claridad diez caminos a seguir, los que en forma resumida son:
a) El camino de los pobres y de la economía popular: Un primer camino parte
desde la situación de pobreza y marginalidad en que se encuentran grandes grupos sociales.
La pobreza ha venido aumentando insistentemente hasta alcanzar, en algunos países,
porcentajes que superan el 60 % de la población, observándose una creciente distancia en
los niveles de vida que separan a los ricos y pobres de la región. Esta expansión de la
pobreza tiene causas estructurales profundas, siendo una de las principales el papel del
mercado en la asignación de los recursos y la distribución de los ingresos, que ha llevado a
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una impresionante concentración de la riqueza, junto a extendidos procesos de marginación
y exclusión de grandes sectores sociales.
Ha surgido así la “economía popular”, que combina recursos y capacidades
laborales, tecnológicas, organizativas y comerciales de carácter tradicional con otras de tipo
moderno, y el resultado es un heterogéneo multiplicarse de actividades orientadas a
asegurar la subsistencia y la vida cotidiana. Busca intersticios y oportunidades que
encuentra en el mercado, aprovecha beneficios y recursos proporcionados por los servicios
y subsidios públicos, se inserta en experiencias promovidas por organizaciones no
gubernamentales, etc. Hay solidaridad, en primer lugar porque la cultura de los grupos
sociales más pobres es naturalmente más solidaria que la de los grupos sociales de mayores
ingresos. La experiencia de la pobreza lleva a muchos a vivenciar la importancia de
compartir lo poco que se tiene, de formar comunidades y grupos de ayuda mutua y de
recíproca protección. Así, se encuentran elementos significativos de solidaridad en las
ferias populares, entre los artesanos pobres, entre los pequeños negocios y sus clientelas
locales, incluso el acceso a mejores precios en el abastecimiento de insumos, o llegar a
complementar actividades productivas reduciendo costos, o sustituir intermediarios
mediante la comercialización conjunta, o acceder a créditos mediante avales cruzados, o
aprender nuevas técnicas productivas y de gestión a través del intercambio de experiencias,
etc.
b) El camino de la solidaridad y los servicios de promoción social: Este camino
parte de alguna situación de riqueza -personas que tienen abundancia de recursos, un nivel
profesional elevado, etc.- que lleva a los más generosos a asumir un compromiso solidario.
En términos económicos, la solidaridad de estos sectores se manifiesta en la forma de
donaciones y ha dado lugar a numerosas instituciones sin fines de lucro que canalizan,
distribuyen, intermedian y ejecutan donaciones, y a la conformación de complejos circuitos
de producción y distribución de bienes y servicios que pueden ser considerados como una
verdadera economía de donaciones institucionales.
c) El camino del trabajo: Un tercer camino parte del mundo del trabajo, en
cualquiera de sus formas. La mayor parte de los procesos laborales suponen y exigen la
complementación y cooperación activa y directa entre muchos trabajadores. Siendo así, el
trabajo genera naturalmente vínculos de solidaridad entre quienes lo realizan.
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d) El camino de la participación social: Un cuarto camino se origina en las
búsquedas de participación que muchas personas, grupos, organizaciones y comunidades
despliegan en los más variados ámbitos de la vida social. La participación es expresión de
solidaridad a la vez que la crea y refuerza, e implica esencialmente un proceso de constante
comunicación, de intercambio de experiencias y de informaciones, de búsqueda del
consenso a través de la puesta en común de los objetivos, ideas, intereses y aspiraciones de
cada uno.
e) El camino de la acción transformadora y de la lucha por cambios sociales:
Un quinto camino que lleva hacia la economía de solidaridad parte de la "conciencia
social" que se expresa en la acción o la lucha por el cambio de las estructuras sociales. En
la época moderna las principales energías transformadoras han estado orientadas a cambiar
el "sistema económico" imperante definido como capitalista, del cual se critica la estructura
de valores que exige y difunde entre las personas y por toda la sociedad (utilitarismo,
individualismo, consumismo, etc.), y también los efectos desintegradores que tiene en la
organización social (división de clases sociales, distribución regresiva de la riqueza,
explotación del trabajo, etc.) derivados de la concentración de la propiedad y de la
subordinación del trabajo al capital.
f) El camino del desarrollo alternativo: Se ha empezado a hablar de la necesidad
de "otro desarrollo", de un desarrollo alternativo, sustentable, integral. Ello porque el
desarrollo económico tal como se ha dado en el mundo moderno, parece haber llegado a sus
límites, superados los cuales comienzan a generarse más problemas que beneficios:
desequilibrios ecológicos, desintegración social, deterioro tendencial de la calidad de vida,
pérdida del sentido humano del proceso, etc. “Otro desarrollo” significa que debe conducir
a niveles superiores de integración social; que ha de estar presidido por valores de justicia y
solidaridad.
g) El camino de la ecología: Un séptimo camino surge de la creciente preocupación
por el deterioro del medio ambiente, y de la conciencia de que los desequilibrios ecológicos
se originan en la economía, lo que plantea la necesidad y urgencia de desarrollar otros
modos de organizarla.
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h) El camino de la mujer y de la familia: El octavo camino hacia la economía de
solidaridad surge de la problemática de género y de la familia. Los cambios que han
afectado y continúan verificándose en la situación de la mujer, en la relación entre los sexos
y en la organización de la familia, constituyen un proceso de transformación cultural que
puede considerarse entre los más importantes de nuestra época. Con ellos una serie de
nuevos fenómenos y tendencias aparecen en la vida cotidiana, en los comportamientos y
relaciones sociales y también en las actividades económicas y políticas.
i) El camino de los pueblos antiguos: Un noveno camino es el que se origina en
los pueblos y etnias originarios del continente, en las diversas comunidades indígenas que
buscan rescatar sus propias culturas ancestrales y reconstituir sus tradicionales modos de
vida. En los últimos años los pueblos indígenas han visto acentuarse su marginación
económica, social y cultural como consecuencia de la reestructuración de las economías
nacionales en el marco de los procesos de modernización y de los concomitantes esfuerzos
tendientes a reinsertar las economías latinoamericanas en los mercados mundiales. Esta
vivencia de la marginación está despertando en muchos de ellos, cierta tendencia a
reutilizar sus modos tradicionales de hacer economía, mediante la revalorización de formas
de trabajo, tecnología, organización, distribución y reproducción económicas integradas
sobre la base de formas de propiedad comunitaria, de trabajo colectivo y de relaciones de
reciprocidad y cooperación.
j) El camino del espíritu: La existencia de una grave explotación del hombre, su
reducción a mero factor instrumental de producción, la exacerbación del individualismo en
las relaciones sociales, la búsqueda de la riqueza material y del éxito económico como
metas que suplantan la persecución racional de la felicidad, el sometimiento de los hombres
a las supuestas leyes objetivas del mercado o de la planificación, la alienación y
objetivación del sujeto, han llevado a búsquedas espirituales y comunitarias que
desarrollaron una actitud crítica más o menos sistemática, como denuncia de las injusticias
que se producen, como ejercicio de una presión moral que exige correcciones en los modos
de operar establecidos, o bien desde el punto de vista de la acción social, como esfuerzo por
paliar la pobreza de los que sufren injusticias y marginación, mediante actividades
asistenciales, promocionales o de concientización.
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Comienza a percibirse con creciente claridad que se debe vivir la economía en
conformidad con los valores y principios espirituales y cristianos, mediante la creación y
desarrollo de empresas de nuevo tipo, organizadas conforme a una racionalidad económica
especial, según la cual las formas de propiedad, distribución de excedentes, tratamiento del
trabajo y demás factores, acumulación, expansión y desarrollo, y en general todos los
aspectos relevantes, queden definidos y organizados de manera coherente con las
exigencias que derivan de aquellos principios y valores. Las búsquedas espirituales y
religiosas promueven los valores del amor y la solidaridad entre los hombres, destacan el
trabajo humano como expresión de la dignidad del hombre y fuente de importantes
virtudes, fomentan el sentido de comunidad, resaltan la gratuidad, la reciprocidad y la
cooperación como expresiones superiores de fraternidad, promueven un cierto desapego de
los bienes materiales y un consumo responsable de éstos en función de satisfacer con
equilibrio y de manera integral las necesidades humanas. Se plantean, así, en el núcleo
mismo de la economía de solidaridad.
3. Una verdadera solución: la Economía de la Solidaridad
La Economía de la Solidaridad es una verdadera corriente de pensamiento genuina de
nuestro continente. Efectivamente, a diferencia de buena parte de las doctrinas e ideologías,
así como de las grandes teorías en ciencias sociales, la Economía de la Solidaridad no nace
en los países centrales, sino que es fiel expresión del análisis que nuestros pensadores
sociales han realizado sobre los concretos dramas económicos y de las respuestas sociales
que se han generado desde los pueblos de América Latina.
La expresión nace a comienzos de los ochenta en Chile, cuando en medio de un
desempleo avasallante, un grupo de investigadores se propuso estudiar cómo hacían los
sectores populares para subsistir. El contacto con ellos permitió observar prácticas
económicas alternativas, basadas en valores y racionalidades muy distintos a los que la
economía neoclásica hacía creer que guiaban nuestras acciones.
De la noción de “Economía popular” a la de “Economía de la solidaridad” sólo habría
un paso. A partir de entonces, la “Economía de la Solidaridad”, según Razeto, persigue al
menos dos objetivos: uno de carácter más práctico, rescatar las formas de hacer economía
(esto es, de producir, consumir, distribuir y acumular) que podemos considerar alternativas
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a las formas que predominan en los mercados, y el otro más teórico, como un esfuerzo de
reconceptualizar y reelaborar la teoría macro y micro económica.
De esta manera, la Economía de la Solidaridad ha logrado conformar un corpus teórico
propio, mediante la reformulación de la Ciencia Económica y rescate de las experiencias
alternativas. Así, en las últimas décadas han surgido desde diversos ámbitos académicos,
serios intentos por reelaborar los principales supuestos teóricos con los que parte la
Economía más convencionalmente divulgada.
Evidentemente, al provenir de las ciencias sociales, el objeto de la Economía de la
Solidaridad no ha sido ni será atentar contra la economía, sino lograr una crítica lo más
acertada posible a los efectos de comprender mejor la lógica de acción de una inmensa
cantidad de sujetos que no se comportan de acuerdo con los modelos preestablecidos por la
Economía Neoclásica, como demostrara Razeto.
Frente a estos acontecimientos, numerosos investigadores de Norteamérica y Europa
han desarrollado una nueva disciplina a la que han llamado "socio-economía", justamente
para demostrar sintonía con la Economía de la Solidaridad. Más allá de la pluralidad de
concepciones, en una corriente que reúne a prestigiosos economistas y sociólogos como
Boulding, Hirchman, Galbraith, Sen, Simon, Bordieu, Etzioni, etc., la socio-economía parte
de ciertas premisas:
1. Las personas no son entendidas como seres calculadores, caracterizables por
su racionalismo, sangre fría y propio interés
2. La modificación del argumento de racionalidad
3. La imbricación social del mercado y el consecuente papel en él de las
instituciones y el poder político
4. El incremento de elementos empírico-inductivos en el estudio del
comportamiento económico.
La "Economía de la Solidaridad", como ya se dijo, nace en Latinoamérica, siendo su
más celebre expositor Luis Razeto y se convierte en verdadera escuela de pensamiento. Así,
numerosas Universidades del continente han instaurado Cátedras de Economía Solidaria.
Además, muchas organizaciones sociales, sindicales, comunitarias y cooperativas han
adherido al postulado de una Economía Solidaria. Por su lado, la Iglesia Católica,
fundamentalmente a través de sus Pastorales Sociales, se ha definido -a la luz de las últimas
Encíclicas Sociales- por esta línea.
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También los ciudadanos de diversos países de América han promovido -y logradoque en las Constituciones de sus respectivas naciones o estados, figure la voluntad de
apoyar las iniciativas provenientes de la solidaridad y de la Economía Solidaria. En el
Preámbulo de la Constitución de Jujuy, de 1986, que presenté como Proyecto y se aprobó
por unanimidad, tuve ocasión de lograr incluir como uno de los objetivos constitucionales
“fomentar la cooperación y solidaridad en una sociedad sin privilegiados”, y en el Art. 1
ap. 2 se establece que “las normas jurídicas serán actuadas conforme a los principios de
solidaridad y justicia social, en procura del bien común”. También en el Art. 43 sobre
Deberes de las Personas, se estatuye en el ap. 3 inc. 6 que “toda persona tiene el deber de
prestar servicios civiles en los casos en que las leyes por razones de seguridad y
solidaridad así lo requirieren”, y en el Art. 72 sobre “Promoción Económica”, entre otros
fines, se establece en el ap.3 que “La Provincia fomentará y orientará la aplicación de
sistemas, instrumentos o procedimientos que tiendan a facilitar la comercialización de la
producción...”, y en el ap. 6 que “El Estado promoverá, favorecerá y protegerá el
cooperativismo. Este se incluirá en los programas de educación y se difundirán sus
principios y logros”.
Puede en tal sentido definirse a la Economía de la Solidaridad como “un modo
especial y distinto de hacer economía, que por sus características propias constituyen
alternativas respecto de los modos capitalista y estatista predominantes”.
Al respecto, en el plano de la producción, para Razeto el elemento sustancial
definitorio de esta particular racionalidad económica está dado por la presencia central del
“factor C” como categoría organizadora. El “factor C” tiene expresiones variadas:"se
manifiesta en la cooperación en el trabajo, que acrecienta la eficiencia de la fuerza
laboral; en el uso compartido de conocimientos e informaciones que da lugar a un
importante elemento de creatividad social; en la adopción colectiva de decisiones, en una
mejor integración funcional de los distintos componentes funcionales de la empresa, que
reduce la conflictividad y los costos que de ésta derivan; en la satisfacción de necesidades
de convivencia y participación, que implica que la operación de la empresa proporciona a
sus integrantes una serie de beneficios adicionales no contabilizables monetariamente,
pero reales y efectivos; en el desarrollo personal de los sujetos involucrados en las
empresas, derivados de la comunicación e intercambio entre personalidades distintas,
etc.".
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En el plano de la distribución, lo distintivo y definitorio de la Economía Solidaria
consiste en que los recursos productivos y los bienes y servicios producidos, fluyen, se
asignan y distribuyen no solamente por medio de las relaciones de intercambio valoradas
monetariamente (como sucede en el sector propiamente capitalista), sino también mediante
otras relaciones económicas que permiten una mayor integración social, tales como:
a) Donaciones: esto es, transferencias unilaterales por la cual una parte (donante)
transfiere a otra (beneficiario) un bien o un servicio sin esperar nada a cambio. Las
donaciones, desconocidas por la economía convencional en sus análisis mercantiles,
sin embargo, constituyen una relación absolutamente fundamental en cualquier
mercado. En EE.UU., por ejemplo, para el año 1994 el dinero donado representó
144 mil millones de dólares, de los cuáles sólo el 5,1% correspondió a empresas.
b) Reciprocidad: transferencias bidireccionales entre sujetos ligados por lazos
extraeconómicos de amistad y confianza, que no implican el establecimiento de
equivalencias formales entre los valores.
c) Comensalidad: transferencias pluridireccionales entre distintos sujetos que
constituyen un grupo humano integrado por vínculos familiares, religiosos, sociales,
culturales, etc.
d) Cooperación: transferencias bidireccionales múltiples, de bienes aportados por
sujetos individuales a un sujeto colectivo del que forman parte. “A posteriori”, el
sujeto colectivo compensa a cada uno según su contribución. Es el esquema de la
distribución en “cooperativas”.
En el proceso de consumo la solidaridad se verifica en una particular forma de
consumir que se apoya en una cultura diferente a la predominante en cuanto satisfacción de
las necesidades, tales son la preferencia por el consumo comunitario sobre el individual; la
integridad en la satisfacción de las necesidades de distinto tipo; en algunas formas
populares de economía solidaria se destaca la proximidad entre producción y consumo; y
finalmente, el consumo tiende cualitativamente a la simplicidad y austeridad.
Evidentemente, estas líneas académicas vienen respaldadas por una historia muy
rica tanto en lo práctico como en lo teórico, de impulso a formas diferentes y solidarias de
hacer economía. Entre las fuentes, cabe rescatar el aporte de los socialistas utópicos, del
movimiento cooperativo, la economía humana de Lebret, el comunitarismo de Mounier, los
movimientos autogestionarios, la práctica del socialismo libertario, la acción de vida en
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comunidades, la Doctrina Social de la Iglesia Católica, los aportes de un "Desarrollo a
Escala Humana", etc.
4. Una solución complementaria: la economía de donaciones
Según Razeto, la “Economía de Donaciones” es un cuerpo teórico incorporado a la
Ciencia de la Economía por Kenneth Boulding en su obra “Economía del amor y del
temor”, quién investigó precisamente el significado económico de la filantropía.
En su forma elemental y más simple, la “donación” es una relación económica de
algún modo análoga al intercambio, en cuanto por su intermedio se verifica un flujo de
activos entre dos sujetos. Igual que los intercambios, las donaciones son transferencias
económicas. La diferencia con el intercambio está en que, mientras en éstos los activos
económicos fluyen de manera bidireccional buscando ambas partes su propia utilidad, en la
donación el flujo es unidireccional y se realiza en función del beneficio del receptor. A
diferencia del intercambio, en que los sujetos participantes son movidos por el propio
interés, la motivación del donante es en muchos casos altruista, manifestándose en ella
gratuidad y generosidad. Ambas persiguen maximizar utilidad y beneficio con recursos
escasos, pero mientras en una se trata de la utilidad para sí mismo, en la otra se busca la
utilidad para terceros.
Aunque la Ciencia Económica prácticamente las desconoce o considera irrelevantes
a escala macroeconómica, las donaciones constituyen un componente decisivo de la
economía. De hecho, el volumen total de donaciones es enorme si se considera el conjunto
de donaciones privadas que efectúan las personas. Gran parte del gasto que hacen los
consumidores con sus ingresos corrientes está destinado a hacer donaciones, siendo éstas
determinantes de la distribución social de la riqueza. En efecto, durante la mayor parte de
nuestras vidas las personas vivimos de las donaciones que se nos hacen. Cuando niños y
hasta la edad en que comenzamos a efectuar aportaciones mediante el trabajo, que es el
momento en que entramos al mercado como productores, obtenemos casi todos los bienes y
servicios con que satisfacemos nuestras necesidades, de las donaciones que nos hacen los
parientes, las instituciones y el Estado. En la tercera fase de nuestras vidas, desde que
dejamos de formar parte de la población económicamente activa, volvemos a convertirnos
en receptores netos de donaciones. Aproximadamente los dos tercios de nuestra vida somos
"económicamente inactivos" o “pasivos”, lo cual implica que accedemos a la satisfacción
de muchas necesidades en cuanto receptores netos de transferencias unidireccionales. Y en
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el tercio restante, seguimos siendo objeto de ciertas donaciones y pasamos a ser donantes
netos en beneficio de los inactivos que dependen de nosotros.
La idea que tanto ha difundido el neoliberalismo en el sentido de que cada uno
posee tanta riqueza como la que ha sido capaz de generar con su trabajo, sus negocios y su
iniciativa individual, es completamente errónea. La verdad es muy distinta: nuestro nivel de
vida, la clase social a que pertenecemos, la alimentación, el vestuario y la vivienda, la
educación, las atenciones de salud, viajes y relaciones sociales, las oportunidades que de
hecho se nos ofrecen en la vida, dependen fundamentalmente de la cantidad y tipo de
donaciones que hayamos recibido en nuestra infancia y juventud. Es preciso, pues,
reconocer que el componente probablemente más decisivo de la distribución social de la
riqueza lo constituyen los flujos de donaciones.
Esto explica que todos los sujetos económicos hacen donaciones en diferentes
proporciones: unos más y otros menos, somos todos filantrópicos. Cuánto de nuestros
ingresos, de nuestras capacidades, riqueza y recursos personales estemos dispuestos a
transferir gratuitamente, identifica nuestro grado de solidaridad y filantropía. Como indica
Boulding, cada sujeto manifiesta una diferente "propensión a donar". Cuánta de la riqueza
y de los recursos socialmente disponibles en una sociedad sea destinada a donaciones,
define el nivel de filantropía presente en su economía. Cada sociedad manifiesta un grado
distinto de integración solidaria.
5. Algunas formas de manifestación de la Economía Solidaria
5.1 La Empresa Integrada
La “Empresa Integrada” es un modelo socioeconómico integral y humanista
revolucionario ideado por José Luis Montero de Burgos, ingeniero de montes español ya
fallecido, quien trabajó durante 35 años para sintetizar un sistema que corrigiese los errores
del actual modelo socioeconómico, adecuado para el ser humano y coherente con la forma
en que la naturaleza ha concebido la apropiación de recursos. Para ello consideró
indispensable que el hombre realice un cambio interno que le lleve a reconocer su
integridad, recuperando su capacidad de decidir, algo que ha cambiado por trabajo, dinero,
competitividad y que le ha fragmentado.
Montero de Burgos observó en el bosque que las plantas funcionan como las
personas: las hay depredadoras y parásitas, como así también las simbióticas que se ayudan
y benefician, y en estos ejemplose se basó formular su teoría. Así, para que nadie pierda su
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condición de ser que decide, en la “Empresa Integrada” todos los miembros son socios de la
misma. El fundamento del poder empresarial está en el riesgo o grado de responsabilidad y
compromiso que cada uno asume, no en la propiedad de los medios. Ejerce el poder de
decisión la persona o comunidad a quien afecte el problema, de tal manera que el que
arriesga o se involucra, decide.
Para este visionario y defensor a ultranza de los valores humanos, la propiedad es
antinatural, y es esclavitud, y por ello el hombre debe recuperar la responsabilidad y
capacidad de decisión que ha delegado en el empresario y en la empresa. Para Montero el
respeto es la manera humana de obedecer, y concluye: "Lo que vaya bien para la empresa
ha de ser bueno para todos y lo que vaya mal ha de ser malo para todos. Así se hace
posible la existencia de un poder humano, base de la empresa-sociedad democrática a la
que aspiro. Sólo una revolución convincente, libre y eficaz puede ser digna del ser humano.
Hoy se habla de libertad, pero la primera liberación que el hombre necesita es liberarse
del poder de las cosas. (...) Quitar el poder a las cosas y entregárselo a la persona".
5.2 Empresas de Economía Solidaria
Las “empresas de economía solidaria” son aquellas que se crean por un número
determinado de personas, con el objetivo de crear y organizar una persona jurídica de
derecho privado, cuyas actividades deben cumplirse con fines de interés social y sin ánimo
de lucro. Toda actividad económica, social o cultural puede organizarse sobre la base de un
acuerdo de este tipo.
Existen varios tipos de empresas de economía solidaria: cooperativas, fondos de
empleados, asociaciones mutuales, empresas solidarias de salud, cooperativas de trabajo
asociado, administraciones públicas cooperativas, entre otras.
"Se presume la ausencia del ánimo de lucro en cualquier entidad de economía
solidaria".
5.3 Redes de Economía Alternativa y Solidaria
Las “redes de economía alternativa y solidaria” se presentan como un conjunto
abierto de espacios micro-sociales, de prácticas, de realizaciones, de actividades y de
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empresas, denominadas con palabras diversas (economía voluntaria, autónoma, solidaria,
comunitaria) en la mayoría de los países industrializados, de Europa y América.
Objetivo general:
Tienen como objetivo general, fortalecer el crecimiento regional y comunitario a
través de alianzas estratégicas del Estado con empresas sociales, económicas y
organizaciones de la sociedad civil, para inducir y gestionar procesos de desarrollo
sustentable orientando la inversión social hacia la creación y consolidación de
emprendimientos estratégicos, para la generación de ingresos de hogares en condiciones de
vulnerabilidad.
Objetivos específicos:
•
Generar información diagnóstica, identificar líneas de intervención y de
orientación para la selección de proyectos y para la asistencia técnica.
•
Impulsar el incremento de la actividad de las micro y pequeñas empresas en los
ámbitos urbano y rural para multiplicar la generación de fuentes de ingreso
familiar.
•
Brindar asistencia financiera directa a los municipios, mediante la creación de
subsidios no reintegrables que permita otorgar créditos a emprendimientos
productivos, con criterio de autosustentabilidad.
•
Transferir capacitación y asistencia técnica a sujetos e instituciones, para
promover la formación de sus capacidades en vistas de generar acuerdos y
formular diagnósticos y proyectos de desarrollo productivo en el ámbito
regional.
•
Promover el incremento de la participación de beneficiarios y agentes locales a
través de la creación de los Consejos Sociales Locales, orientados a priorizar
problemas y formular propuestas de solución.
•
Apoyar los procesos de reestructuración institucional municipal en miras a
incrementar su capacidad de gestión en políticas sociales y de desarrollo.
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•
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Propiciar desde el gobierno local la coordinación con otros programas de apoyo
al desarrollo local y al fortalecimiento institucional, con el propósito de lograr el
aprovechamiento integral de los recursos.
Una particularidad de este movimiento es haber nacido fuera de las grandes
instituciones. Varios de sus elementos son fácilmente reconocibles en Francia:
•
La inserción de comunidades en zonas en proceso de desertización, portadoras
de valores culturales como “vivir y trabajar en el campo”, “cambiar de vida”, y
planteamientos de “revoluciones minúsculas” en las que se pueden percibir
elementos anticipadores de la Ecología.
•
La aparición de empresas alternativas y de instrumentos financieros de
proximidad, críticos con los efectos negativos de la macro-organización, con
una nueva visión sobre la Economía.
•
Las actuaciones solidarias de las asociaciones de parados (desocupados) y de
acción contra la precariedad.
•
El movimiento poblacional de los barrios (jóvenes, mujeres, inmigrantes), sector
en los años 80 de la cultura del mestizaje, de la mezcla, del desarrollo local y
comunitario.
•
Las experiencias adquiridas por aquellos que han actuado en la realidad de las
relaciones entre los países del Norte y del Sur comprometiéndose en la
cooperación, han sido útiles para difundir el espíritu y los métodos de creación
de micro-proyectos en Francia. Así han aparecido miles de iniciativas de las
cuales, ciertamente, algunas fueron efímeras, pero muchas se han consolidado y
cohesionado, por ejemplo en el área agrícola, de medio ambiente, de
comunicación, de formación, de artesanía, de salud o de comercio, etc.
A estos elementos iniciales tienden a sumarse, bajo los efectos de las evoluciones
sociales y la crisis de representación de las políticas mayoritarias:
•
Las experiencias de renovación e innovación en los movimientos asociativos,
muy a menudo reducidos simplemente a la redistribución de fondos estatales.
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•
Las mutaciones de ciertas formas de sindicalismo agrícola que proponen
integrar la crisis planetaria y ecológica en el tratamiento de los problemas de
producción, de preservación del patrimonio, de calidad y de renta.
•
Los logros del movimiento de desarrollo territorial, insatisfecho del proceso por
el que la descentralización, poco a poco, se ha reducido a una simple
distribución de los poderes entre los políticos locales.
•
Las tentativas, todavía minoritarias en las prácticas del sindicalismo
remunerado, de rechazo a la elección entre oposición contestataria y gestión
tecnocrática u oportunista.
6. Valores y aportaciones
En primer lugar, los valores importantes que sustentan a esta visión económica del
mundo, basados en el respeto al otro e inseparables entre sí, son:
•
La solidaridad: ningún individuo, ningún grupo, puede actuar sin sopesar las
consecuencias de su actividad sobre los demás y, más aún, sobre toda la
sociedad y el planeta.
•
La autonomía: cada persona, cada unidad de base, cada territorio debe ser
capaz de ir al límite de sus propias potencialidades, disponer de la máxima
capacidad de acción con sus medios, limitar su dependencia, conquistar una
soberanía óptima.
•
La igualdad: las desigualdades unidas al azar, a las situaciones, a la historia, al
tiempo o a la naturaleza, las diferencias inevitables y deseables, no deben
transformarse en dominación, en opresión, en exclusión. No existe “a priori”
jerarquía entre individuos, sexos, generaciones, naciones o cultura. La paridad
se impone como un derecho.
•
El compartir: en contra de los mecanismos hegemónicos y de proliferación,
deben ser valorados la difusión y la adaptación del saber hacer. Hay que
compartir no solamente los excedentes, los beneficios y el consumo, sino
también el trabajo, el tiempo y el riesgo.
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La búsqueda de calidad no tiene sentido más que en la cooperación y el
intercambio. Estos valores, que los militantes de la economía alternativa y solidaria intentan
vivir y hacer que fructifiquen en sus prácticas, están en las antípodas de los modelos
dominantes, para quienes son considerados -en el mejor de los casos- “a posteriori” como
correctivos o reguladores.
Se pone énfasis por mantener constantemente abierta la cuestión de sentido en la
economía, pero también en la tecnología y en la ciencia. Se pone de nuevo en cuestión el
concepto de progreso y se amplían los criterios tradicionales de racionalidad,
introduciendo de forma destacada los factores de responsabilidad respecto a la vida en la
tierra y los derechos de las generaciones futuras.
A partir de estos valores, la Economía Alternativa y Solidaria encuentra su lugar en
las búsquedas que propician la aparición de una nueva cultura de cambio, como parte
integrante de los movimientos que conciben cambiar no él, sino los poderes.
Admite y protege las reivindicaciones individuales y sociales del disenso: reconoce
como legítimo que algunas personas puedan desear vivir de otra manera distinta a la norma
más extendida, mientras esto no genere ninguna forma nueva de opresión o sufrimiento, y
se sitúa en el “mercado democrático del debate de las ideas”, con la fuerza de la
convicción y la ejemplaridad, como portadora de soluciones múltiples y útiles para la
sociedad.
Preocupada por el máximo nivel de no violencia posible, afronta la conflictividad
que engendra dominación, explotación, opresión y ruptura del vínculo social.
La Economía Alternativa y Solidaria desarrolla la ciudadanía. Sus herramientas y
métodos facilitan el acceso de las personas o de los grupos a la empresa y al capital,
ampliando el control de los productores y de los consumidores sobre el contenido del
trabajo, la utilidad social, el valor de los productos y las tecnologías; se esfuerzan en la
promoción de la igualdad y la responsabilidad, en reducir las distancias (entre los sexos, las
rentas, entre concepción y ejecución); proponen a los ciudadanos un mejor dominio de los
flujos, de los circuitos de decisión y del dinero (beneficio, inversiones, fiscalidad, ahorro).
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7. Conclusiones
1. Luego de tan arduo discurrir, considero que, si bien la dicotomía entre “homo
economicus” y “homo solidarius” existe, no por ello es insuperable, pues
siempre hay algo en común: la sustancialidad humana, sociable, proclive a crear
una sociedad incluyente, que ofrezca a cada individuo la oportunidad de crecer,
de tener logros, de contribuir y crear su propia dignidad y la de otros, es decir
una sociedad en la que cada persona, a la vez, ofrece y comparte.
2. Para evitar que la riqueza esté en manos de los menos y la pobreza esté en
manos de los más, o para morigerar tal situación, es preciso refundar el
pensamiento económico tradicional e imbuirlo de la Etica de la Solidaridad, así
como la Política debe ser imbuida de la Etica de la Responsabilidad.
3. De nada vale una Economía de la Solidaridad si no somos solidarios en nuestro
vivir cotidiano, si no nos importa “el otro”. De nada vale una Economía que no
priorice al hombre ni una Política que no se funde a ultranza en el sentido de la
responsabilidad.
4. En la actual economía globalizada, todos somos responsables de todos, y por
ende, debemos ser solidarios con nuestros congéneres. Lo mismo debe darse al
nivel de las naciones ricas respecto de las naciones pobres.
5. Debemos revalorizar al hombre, causa y fin de la Ciencia Económica, y causa y
fin de todas las ciencias.
6. La solidaridad no es más que uno de los aspectos del amor, del dar a cada uno lo
suyo, del vivir con “el otro”, el convivir.
7. La “mano invisible” smithniana se ha hecho visible y -lamentablemente- ha
destruido, más que construido. Necesitamos también entonces el “corazón
invisible” que reformule el natural egoísmo y permita el nacimiento del
verdadero hombre, el “homo solidarius”, para que el problema económico deje
de ser tal y se vea como un desafío de todos, para que juntos lo transformemos
en busca de la solución para los millones de seres humanos que poblamos este
pequeño mundo, pero mundo nuestro.
8. El “corazón invisible” que nos debe guiar no es sino el sentimiento de
pertenencia a un mundo de todos y para todos, y en esta tarea la Economía de la
Solidaridad tiene un lugar de preeminencia, al igual que la Educación, y el amor
y respeto al prójimo.
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9. Lo importante es el hombre, no las cosas. No es más rico quien más tiene, sino
quien menos necesita. Hagamos solidariamente una economía de la solidaridad.
10. Seamos libres e iguales, pero hermanos.-
Bibliografía:
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S.A., Madrid, 1976
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(*)
ABOGADO (UNT)
PROCURADOR (UNT)
PROFESOR UNIVERSITARIO EN CIENCIAS JURIDICAS (UCS)
LICENCIADO EN EDUCACION (UCN, Chile)
ABOGADO ESPECIALISTA EN DERECHO PENAL (UNL)
ABOGADO ESPECIALISTA EN DERECHO PROCESAL PENAL (UNL)
Doctorando en “DERECHO PUBLICO Y ECONOMIA DE GOBIERNO” (UNT)
Post-Grado en “TEORIA DEL ESTADO” (Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA)
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