Los alcances de la flor de la palabra

ANTOLOGÍA POÉTICA
Los alcances de la flor de la palabra
VÍCTOR DE LA CRUZ
Selección y prólogo: Manuel Matus Manzo
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PRÓLOGO
Es muy posible que las lenguas prehispánicas nunca hayan perdido su
espíritu poético, pues son lenguas de flores, la flor es la poesía. El Istmo de
Tehuantepec ha construido una poética de las flores, y con ello ha hecho
una tradición que inicia con su origen mismo. De muchas voces lejanas y
nuevas hemos visto surgir creadores que han enriquecido la herencia
verbal escrita y oral; por este camino ha transitado lo que ahora resulta
una antología. Juchitán concentra una serie de dones poéticos, vemos y
escuchamos destacarse el cultivo de su o sus lenguas, pero con arraigo el
diidxazá y a sus hablantes y escribanos. Uno de esos brillos de elevada luz
lo tenemos en el esfuerzo y voluntad de Víctor de la Cruz. Y aquí hacemos
una antología significativa de su obra poética.
Nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1948 Víctor de la Cruz Pérez comienza su
trayectoria literaria antes de cumplir los veinte años en los convulsos días
de 1968, al publicar en la ciudad de México Primera voz, con un
premonitorio prólogo de Gabriel López Chiñas, al decir que por su rara voz
poética alcanzaría la gloria.
Esta reunión poética en torno al homenaje que se le brinda en su ciudad
natal, comienza precisamente con Primera voz en forma íntegra, para que
el lector de hoy aprecie la pulcritud y la claridad de la segunda lengua del
autor, para destacar también el impulso juvenil que se manifiesta en su
formación de lector despierto y preciso del castellano que nos ha
correspondido aprender. No comienza todavía con la escritura del diidxazá
en aquel momento, pero el poeta está hecho bajo el impulso de la palabra.
López Chiñas, sin embargo, pronosticaba que Víctor sería en Oaxaca el par
de los poetas nacionales. Hoy lo vemos en antologías con los grandes
poetas latinoamericanos: José Martí, Ramón López Velarde, César Vallejo,
Octavio Paz, Jorge Luis Borges, José Emilio Pacheco, lo cual para nosotros
es una alegre celebración.
Otra obra suya aparecerá hasta 1983: En torno a las islas del mar
océano. Que abre con ese poema ahora ya memorable y antologado: “Tu
laanu, tu lanu”, “¿Quiénes somos?, ¿Cuál es nuestro nombre?”. Con ello el
poeta muestra su origen, su pertenencia, su tradición; el dominio de su
poética, pues la poesía es elevada aún más que los límites de una lengua. Él
mismo ahora ha sido nombrado miembro de la Academia Mexicana de la
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Lengua, aún mayor motivo para celebrarlo. Se reconoce una trayectoria de
múltiples senderos, hasta alcanzar el suyo propio.
El poeta demuestra pleno y absoluto dominio del espíritu de sus dos
lenguas, el diidxazá y el castellano, incluso su paso al inglés y el francés. Es
decir, su primera tradición literaria es el zapoteco, fuente de sus grandes
maestros, oral y escrito; pero pronto le llega la fuente del español de
Quevedo y Cervantes; y con ello se abre el aprecio universal de los clásicos.
Se dice fácil y en pocas palabras el camino de búsqueda y creación de quien
muchos años y penalidades se llevó cultivar la palabra. Más cercano podría
notarse al tono de César Vallejo, el de “Los heraldos negros”. Sus nutridas
lecturas provienen de poetas ingleses, de Octavio Paz, de los clásicos
griegos y latinos, de Carlos Pellicer. Carlos Montemayor en su antología Los
más bellos poemas de amor en lengua española, incluye nada menos que
“Cuando con tus ojos me busques”.
Aunque Víctor de la Cruz siguió publicando en diferentes medios,
mientras hacía investigación, funda y dirige la revista Guchaachi’RezaIguana Rajada, así publica en 1991 su poemario Jardín de cactus, del cual
también reproducimos algunos de sus poemas. De igual manera reunió los
materiales para la antología literaria de la tradición zapoteca, que se ha
convertido en su ya clásica obra, La flor de la palabra, entrañable al tiempo
de los binnizá de antes y de ahora.
Esta selección un tanto apresurada propone una lectura en español,
dadas las condiciones de tiempo, pero buscando siempre conservar el
espíritu poético y la personalidad del autor; sin trasgredir el ambiente que
lo impulsa ir más allá de su ámbito regional. Para el año 2006 el Instituto
Nacional de Lenguas Indígenas y la Comisión Nacional para el Desarrollo de
los Pueblos Indígenas, le hacen una edición bilingüe de su obra poética, en
la cual también nos apegamos en esta selección.
Los poemas finales que van cerrando esta obra, corresponden al
poemario Los niños juegan a la ronda, publicado en 1975, divididos en tres
partes y con el título “Líneas fundamentales”. Y el último se llama “El tren”
y pertenece al poemario Cuando tú te hayas ido…, de 1985, y queda al final
con toda intención de recuerdo y nostalgia, pues el tren es ya una ausencia.
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Me queda provocar el gusto y la crítica del lector, pues cada uno
siempre busca poemas que más le agraden, su selección personal; tal vez
coincidamos con algunos; ahora me declaro, y espero no ser anticipativo
en ello, por: los citados ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestro nombre?”,
“Cuando con tus ojos me busques” y “Suele suceder”, por lo menos. Una
mera declaración que comienza con los títulos, un recorrido por las
palabras, luego los versos infunden la complicidad para sentir al final un
sabor de boca cercano hacia sí mismo. Pero toda la responsabilidad
selectiva queda de mi parte y aprecio.
Al poeta generalmente no se le designa el oficio, ni se le nombra, ni se le
pide que lo sea, pero cuánto se le agradece que lo sea cuando conocemos
su obra. Este es el caso de Víctor, porque vemos resultados de lecturas y
dedicación de muchos años; golpes también que maduran, enseñan y dan
frutos como los que aquí aparecen puestos en manos del buen lector.
Hoy celebramos la trayectoria del poeta, la obra suya con el homenaje
que merecidamente le brinda su ciudad natal, Juchitán, y sus autoridades.
Nuestro mayor deseo es la lectura y el aprecio íntimo de su poesía entre las
jóvenes generaciones. Pues cuán necesario resulta hoy a la cultura y a los
binnizá del Istmo o de Oaxaca, la palabra y el saber de Víctor de la Cruz.
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I
El amor es el eje
y en torno suyo giran nuestras
vidas,
entiéndelo bien,
si no amamos a tiempo
no quedará otro camino
más que el odio.
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II
Quiero trasplantar un árbol en tu vida.
El árbol de mis orígenes
y el de mis fines.
Permíteme
trasplantarme todo en ti.
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III
Un poema.
Yo quiero un poema para ti;
pero hace tanto tiempo
que en bandada de pájaros
se escaparon de mis manos las palabras
y en mis labios
el silencio se hizo de piedra.
Hace tanto tiempo
que las palabras idas
esculpieron en piedra mi silencio.
Las palabras venidas
¿de quién, de dónde?
no lograron herir siquiera
la piel de mi mudez.
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Un poema,
¡cómo podré yo hacer un poema!
si no tengo las manos
que pongan en marcha,
el ritmo de la sangre.
Y yo que fui de esos
que soñaron amorosa sinfonía
y vibraron muy temprano
en el ritmo y en la nota.
Fui intérprete
o interpretado yo mismo.
Hoy sólo soy ceniza
de un lejano himno
que los pájaros olvidaron.
Como tórtolas heridas por el sol
aparecieron en mí
las palabras.
De mi verbo levantaron sus tronos
los silencios.
Palabras de amor.
Miserables silencios.
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IV
¿Pronunciaré tu nombre
para endulzar mi boca;
o me endulzaré la boca
para pronunciar tu nombre?
…diré tu nombre
como nadie lo ha dicho,
lo escribiré
como nadie lo ha escrito,
con llana claridad
como nuestros campos desolados,
con clara exactitud.
Lo diré con voz ciclónica
y retumbar marino.
Lo escribiré con ardiente sol
y sangre fría
sobre la soledad tendida
de mi existencia.
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V
¡Pero si apenas
deshebrabas tus pasos!
Si apenas los enderezabas
en espiral fiesta.
Y la lluvia brotó de tus ojos.
Y la sangre saltó de sus cauces
de amor
en que lo conducíamos
amantes…
…olvidaste
aquella nuestra enramada,
donde la celosa melodía
planeaba danzar,
donde se desgranan las lágrimas
en círculo
por mí y por mis padres
por ti y por tus padres.
¿Qué haré con este vacío
sin tu presencia?
No se camina hacia atrás;
beberé entonces mis angustias.
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VI
Suspendido en el aire quedó
nuestro beso.
Sólo fuimos sonrisas
enlazadas a distancia.
Corrimos por un cauce
que no volveremos a encontrar
¡Ya no seremos el origen
Como ayer lo fuimos;
ya no seremos el punto
o la síntesis del amor!
Sólo el análisis
infinito del recuerdo.
¿Te acuerdas cómo desgranábamos noches
como maíz blanco y sonriente;
cómo ensartábamos días a nuestros días
como florida cadena de cacaloxóchitl?
Ahora sólo recuerdos
enlazamos a distancia.
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VII
Un beso tengo en las manos
que al aire extiendo.
Te lo ofrendo,
como una sonrisa
prendida en mis labios,
una gota de lluvia
caída de mis ojos.
En mis manos tengo, alegría
envuelta en mañana,
zurcida por la luz invisible
que dispararon tus ojos,
por la sonrisa infinita
que emitieron tus labios;
pero por qué me dijiste: ¡estatua!
así mi beso ya no puedo recoger,
tampoco mi sonrisa.
¡Sólo espero que los recojas,
los beses, les sonrías
antes que la tormenta
que se acerca con agua y aire
me lave las manos
y quede con ellas solas,
extendidas!
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VIII
Para Efigenio
Limpias las palabras,
sencillas
puras y perfectas
se armaron de amor para abrazarte,
sacudiéronse la vergüenza que los cuidaba.
Alimentándose
enraizaron hasta lo profundo de la tierra
y elevaron su limpieza
hasta las latitudes de las galaxias.
Limpias las palabras
diré
amor
revolución
odio
sangre
y al final y siempre
¡amor!
¡Basta de lloriqueos!
Esta es la hora de los hombres
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IX
A Teresa
Escucha
cómo las palabras solemnes
se acercan sostenidas de los dedos
danzando a tus oídos.
Escucha
el apurado, lejano ritmo
que marcan tibios, nuestros corazones
cuando el mío pretende
y el tuyo responde.
Y las dalias
que se caen de ilusas
desmorónanse a tus pies.
La voz que se me desdobla
en ilusoria sinfonía
de amor.
La haces de solista
y mi acompañamiento cada vez
más se va perdiendo en el remolino,
de la última nota, solitaria
que a mi vida
arrancas, desesperada.
Escucha
y muerde mi esperanza.
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X
Blanquecino
este poema
esta mañana
que del néctar de tus pechos
alimentaste
tierna.
¡Con qué finura!
¡Con qué elegancia!
desabrochabas tu alegría
a nuestras miradas
desérticas…
Sonrientes
y limpísimos
tus luceros clavabas
en la ancha extensión de la llanura
de mi abierto pecho miserable.
Ya no había
ni un niño andrajoso
desnudo
en tu pueblo
que manchara los jazmines
de tus mejillas.
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Caminabas al campo,
elotes tiernos y abundantes
tus pechos
se daban para los hombres…
…sigo pensando
…si es más grande mi amor
o el hambre de los humanos;
si es más dulce tu beso
o el jugo de las abejas.
¡No!
Reafirmo mi fe en ti,
en tu amor
en el amor
que salvará al mundo.
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¿QUIÉNES SOMOS?, ¿CUÁL ES NUESTRO NOMBRE?
Hablar, decir sí a la noche;
decir sí a la oscuridad.
¿Con quién hablar, qué decir
si no hay nadie en esta casa
y tan sólo oigo el gemir de l grillo?
Si digo sí, si digo no,
¿a quién digo sí, a quién digo no?
¿De dónde salió este no y este sí
y con quién hablo en medio de esta oscuridad?
¿Quién puso estas palabras sobre el papel?
¿Por qué se escribe sobre papel
en vez de escribir sobre la tierra?
Ella es grande,
es ancha, es larga.
¿Por qué no escribimos bajo la superficie del cielo
todo lo que dicen nuestras mentes,
lo que nace en nuestros corazones?
¿Por qué no escribimos sobre las verdes hojas,
sobre las nubes, sobre el agua,
en la palma de la mano?
¿Por qué sobre el papel?
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¿Dónde nació el papel,
que nació blanco
y aprisiona la palabra nuestra?
La palabra que esculpieron nuestros abuelos
sobre las piedras,
la que cantaron en la noche
cuando hicieron su danza,
la que usaron para decorar sus casas,
dentro de sus santuarios,
de sus palacios reales?
Quien trajo la segunda lengua
vino a matarnos y también a nuestra palabra,
vino a pisotear la gente del pueblo,
como si fuéramos gusanos
caídos del árbol, tirados en la tierra.
¿Quiénes somos, cuál es nuestro nombre?
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TU LAANU, TU LANU
Guinié', gabe' ya huaxhinni;
gabe' ya lu gueela'.
Tu guinie'nia', xi guinié'
pa guiruti' guinni ndaani' yoo
ne nisi berendxinga ribidxiaa riuaadia'ga'.
Pa guinié' ya, pa guinié' co'
tu cayabe' ya, tu cayabe' co';
paraa biree co' ne ya di ya'
ne tu canienia' lu gueela'.
Tu gudixhe ca diidxa' di' lu gui'chi'.
Xiñee rucaa binni lu gui'chi'
ne cadi lu guidxilayú:
laa naro'ba',
nalaga, naziuula'.
Xiñee qué ruca'nu' xa guibá'
guirá' ni rini'í'quenu
ne riale ladxido'no.
Xiñee qué ruca'nu' lu bandaga yaa,
lu za, lu nisa,
ndaani' batananu.
Xiñee gui'chi',
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paraa biree gui'chi',
gasti' cá lu,
gutaguna' diidxa' riree ruaanu,
diidxa' biruba ca bixhozególanu lu guie,
ni bí'ndacabe lu gueela'
ra biyaacabe,
ni bitieecabe guriá lídxicabe,
ndaani' xhiu'du'cabe, ra yoo la'hui' stícabe.
Ni bedané diidxa' biropa,
bedaguuti stiidxanu ne laanu,
bedaguxhatañee binni xquídxinu,
sícasi ñácanu bicuti'
biaba lu yaga, nexhe' layú.
Tu laanu, ¿tu lanu?
(Esta versión en zapoteco no forma parte de la antología original, sin embargo, la incluimos
aquí, con la aprobación del antologador, por la gran importancia del texto para los binnizá.)
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CONSTANCIA DE SAN CRISTOBAL
Lo único permanente es esa lluvia,
esa llovizna bajo cuya sombra
crece un hinojo.
Hablamos durante toda la noche
de enfermedades y muertes,
seguramente
por que la muerte es un hecho amoroso.
Al día siguiente regresé
con una colección de mariposas,
que escogí entre la variedad de colores
de los lagos de Montebello,
para que las guardaras en los tuyos.
¿A dónde andabas, mariposa?
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RECUERDO DE UN DÍA ESTIVAL
Como gajos de fruta pasada
el tiempo rebana nuestras vidas.
Un beso nada más, decimos
Y la selva se incendia.
La llanura arde con una colilla
tirada sin querer.
Y el fuego se extiende
a todo lo largo del estío,
desde el amanecer lodoso de los saurios
al corazón dorado del anochecer.
Cómo olvidar así el diario ejercicio erótico,
las infinitas ganas de deletrear en tus labios
el texto al margen del deseo.
Tú siempre eras un poema
que andaba en el campo de batalla
donde luchaba el amor contra la muerte,
en tanto en el horizonte salitroso
se extendía el moribundo canto de huaves
y otros seres cercanos a las ciénegas.
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Los lagartos salían a oler el fuego
y las llamas lamian las colas
de imprevistos cocodrilos.
Huían de sí mismos iguanas y armadillos
a recónditos rincones de los ríos.
Bramaban vacas raquíticas y sementales sedientos
a nuestro paso oloroso a pescadería,
y al fin encontrábamos la lluvia
que preludiaba el canto de sirenas en tu cuerpo.
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EN TORNO A TUS ISLAS
Iridiscencia:
el agua recorre tus costas salobres.
De las islas de tu mar océano
se llena de espuma embravecida
la isla negra entre tus muslos.
La imaginación al servicio de la mano.
Aromas marítimos en torno a ti
y pétalos radiantes
enredados entre los dedos.
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PIEDRA
La piedra habla
ríe
corre.
¿Quién ha dicho que la piedra no es agua?
¿Quién no ha con una piedra
amaneciendo de su solidez?
Levanta su voz,
sacude su eco
y todos oyen una piedra que rueda,
que siente su caída,
que le duele su despeñarse,
que le arde la escoriación
en un dedo del pie izquierdo.
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VIVO O MUERTO
Mañana, al alba, partiré en tu busca, siguiendo la sombra del atardecer.
Caminaré a lo largo y a lo ancho del valle; bajaré a Tierra Caliente por el
cañón donde el río ha hecho su camino, limando las asperezas de las rocas,
rellenando de suave arena los huecos por donde descienden serpenteando
las aguas sobre mullido lecho. Seguiré esa ruta hasta alcanzarte en el mar,
nadando o flotando, vivo o muerto.
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¿QUIÉN SE ATREVE?
En esta casa no vive nadie.
Sólo la desolación.
La esperanza fue la última inquilina
que la habitó.
Murió de tristeza
por que nadie llegó a verla.
Aún cuelga en la puerta
el viejo anuncio: “se renta”.
¿Quién se atreve a tomar
una casa en ruinas?
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METAMORFOSIS EN LAOYAGA
Quizá tenga una conciencia trágica
de la vida.
¿Todo amor termina irremediablemente
muerto o en el matrimonio?
Retornemos, pues, a las viejas metáforas:
Tus pechos un racimo de mangos en Laoyaga.
Tus manos, tus ojos, tu cuerpo,
toda tú, poseedora poseída,
ave de un paraíso en ciernes,
colibrí de un trópico en ruinas,
como las alas de la guacamaya-mango,
madurándote bajo el sol de mayo.
Toda tú, santa-diosa-mujer hechicera,
niña calandria embravecida,
desmañanando al día para beber en su cáliz.
¿Puedo convertirme en ti o viceversa?
Toma las plumas, las hojas, estrújalas;
rompe las alas, los pechos guacamaya
la voz tzenzontle, el día cristal.
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Tómame, transfórmame en ti
y esta metamorfosis nos haga uno y el mismo.
Nada de tú y yo, tuyo y mío,
solamente el vórtice, el remolino;
la vida-muerte alrededor,
en torno nuestro;
el aire del sur sobre nuestras cabezas,
bajo tus caderas plúmbago frenesí.
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ELOGIO AL SILENCIO AMOROSO
El silencio se volvió nuestra medida.
En su cáscara de nuez cerrada
guardamos las gastadas palabras amorosas
para peores tiempos,
y en su dimensión de puño cerrado
cruzamos todas las miradas
para no usar más la palabra amor,
la manoseada frase te quiero.
De cuando en cuando,
como para salir de nuestra irrealidad
y caer en la realidad de otra lengua,
decíamos:
Nadxiee´ lii ne guidubi ladxidua´ ya´.
Y de nueva cuenta nos amurallábamos
en la dura cáscara del silencio.
Y cantamos, ebrios,
como segundas voces de alguien
más cuerdo que nosotros;
llenamos el aire de la noche
con las voces destempladas del coro de amigos;
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pero entre nosotros sólo puentes
o ríos de miradas fugitivas.
Por instantes huía de mí
y recalaba en tus ojos de agua dulce.
Por instantes tus ojos de cierva serrana
caían en mí como chorro de agua tibia.
Otro día ascendimos por calles empedradas
a tus bosques de pinos .
¿Todo ensueño es únicamente sueño?
El calor de junio rebota nuestras miradas
sobre las paredes de Jalatlaco.
y el silencio blanco se volvía turbio
y al fin me sentí feliz de verte sonriendo
nada más.
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BUENOS DÍAS COMPAÑERA
Saluda al sol, araña, no seas rencorosa
Rubén Darío
Buenos días mesa,
buenos días sillas,
buenos días campesino
amaneciendo en la milpa;
buenos días obreros hacia la fábrica
de cal y cemento,
buenos días compañera
del aire que respiro.
Perdón sol que no te haya visto,
perdón pasto que te haya pisado
siguiendo las huellas de la soledad.
Dime ahora, tú,
piedra pulida,
piedra basalto,
granito o cantera verde;
dime cómo llamaban a Monte Albán
nuestros antepasados comunes.
Dime cómo ama,
si ama,
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cuando grito su nombre
de piedra a piedra,
de pirámide a pirámide,
del templo a la tumba.
Buenos días lluvia,
tierra mojada y bosque húmedo.
Buenos días camarada ausente en este día.
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DE LO PERDIDO LO QUE APAREZCA
I. La sangre
Se necesitan hojas anchas,
días desplegados como sábanas blancas,
para darle respiración al verso,
sol a la patria y aire al moribundo
que arrastró su huella por tantas calles
entre casas amoratadas en las esquinas.
Necesitamos calles limpias, pulcras;
bárranlas y escarben hasta encontrar
las sucias raíces del cemento.
Allí está, allí corre,
aún sin coagularse,
y saltará cuando menos lo piensen
para arañarles la cara
y retorcerles el pescuezo de gallináceas.
Allí está, vive, señor urbanizador.
Yo he muerto y miren aquí, allá,
todavía nadie está resucitando.
¿Ya los muertos enterraron a sus muertos?
¿Quién vive en aquel quicio oliente?
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Este rencor agitará el polvo de aquellos lodos,
y dará vida a cada calle pavimentada
en los decenios del miedo.
Caerán viejas las prolongaciones de palacios
carcomidos por enloquecidos glóbulos rojos,
casas que se levantaron con el sudor ajeno,
con aquélla, ésta, esa sangre.
y sollozarán,
y será su herencia una red de agujeros.
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ESTE DURO OFICIO
Ha sido dura esta larga tarea
de hacerse hombre.
Haber bebido de tarde en tarde
el trago dulce y amargo
de la vida cotidiana,
el trago amargo y dulce
de la vida doméstica.
Ha sido duro este endurecerse
en este edificio cayéndose.
¿No oyen cómo crujen a nuestros pies
las viejas estructuras,
desde el húmedo sótano de las torturas
al asta bandera del palacio?
Nuestra moneda rueda por la pendiente del dólar
empujada por el peso de la corrupción.
Este país se está derrumbando,
y nosotros en él como si nada.
Ha sido duro este endurecerse
para vivir en las ruinas.
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PRIMERA ELEGÍA
Tengo la espina dorsal terriblemente adolorida.
De repente parece que el aire ya no fuera
sino un bostezo a medio día,
entre tulipanes y bugambilias
o una voz quebrada en tus pulmones.
De repente esto sucede
como sucede un crimen a otro en este país
y no como las estaciones del año
que cuelgan de nuestros párpados
o de los eucaliptos enhiestos.
Sucede esto
y me cercioro que el soñado paraíso
nunca ha existido
y en su lugar hay un terreno baldío
donde perros y marranos
disputan nuestros cadáveres a los zopilotes.
Si supieras que el sol aún brilla
y Copilco y la Ciudad Universitaria
y Cuicuilco se mueren de asfixia,
como dicen que moriste.
En tu pulmón estaba la muerte,
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te cazaba en cada sorbo de oxígeno
y al fin salió por un orificio
de calibre cuarenta y cinco.
O en tu pulmón estaba la vida
y de ahí la sacó un proyectil
para que entrara la muerte a presidirte.
La vida, una estera de muertes,
es acaso la luz.
La muerte, una línea de vidas
trazada sobre el polvo.
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SEGUNDA ELEGÍA
Vino de golpe la sangre
y en un abrir y cerrar de ojos
señaló el camino de la muerte.
Habría de ver su rostro en la esquina,
habría de oír sus gritos,
frotándose las manos
en medio de la calle.
Y es que tu voz te abandonaba
como a un navío inundado de silencio.
Parece que todo es mentira
cuando se recuerdan estas cosas,
como si la muerte no fuera
nuestra verdadera dimensión.
Pero al fin aprendemos a olvidar
a ciegas las cosas que nombramos
aquí, a la orilla de esta piel
que no acaba de cubrir la herida,
como si no hubieras muerto,
como si nunca hubieras existido.
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LA TERCERA ELEGIA
Al amanecer de aquel día
cuando supe que te habían matado,
hermano,
me llegaron ganas de llorar.
Quién habría armado a los extraños
que te mataron a ti
y a los campesinos paisanos nuestros
aquella tarde en que obscurecía la tierra
como de los ojos de ustedes se iba la luz
para no volver jamás.
Quién provocó a los perros rabiosos
para verter su rabia sobre ti,
hermano, y los paisanos míos.
Tú no querías ahogarte,
aún deseabas ver las flores abrirse
en el pueblo nuestro.
Ahí acabaron todos los dolores tuyos
y toda tu dulzura
y la de aquellos campesinos,
como siete luceros apagados
sobre un camino en alguna noche.
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Ahí les obscureció la vida,
se nubló el cielo,
como los días en que nos cubre una tormenta.
Aquí de cuando en cuando amanece
con el canto de los pájaros
sobre el ramaje de los verdes árboles
y tú ya no estas para oírlos.
Hay noches en que brilla la luna
y derrama su fulgor
como quien llora de soledad.
Atravesaré el río grande
Que cruzaste, hermano,
y ante la diosa de la muerte
nos encontraremos.
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CUARTA ELEGÍA
A qué horas terminaremos
de hundirnos en nosotros mismos,
hermano mío, me pregunto.
De tantas muertes que nos alimentan
nos vamos quedando solos y vacíos.
Sin tu pena, sin tu coraje,
el mundo es menos decidido.
¿A qué horas dejaremos el alcohol
para limpiarnos la sangre?
¿Esperaremos otro octubre
sentados en la sala del amigo
o bailando en la boda del vecino?
O iremos a la calle.
Sin tu coraje el mundo es menos decidido.
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LLUVIA
Hace ya mucho tiempo que esta lluvia cae,
muchas vueltas de cientos de años.
Hoy estuvo lloviendo durante todo el día.
Me acordé de ti –y tú no estabas–
y de tu nombre en nuestra lengua.
De muy lejos viene esta agua,
como nuestra lengua y nuestra gente.
Los antepasados nuestros la vieron caer
y la llamaron: agua flor de tumba,
porque la vieron derramarse
al abrirse una flor en el firmamento
dentro de la obscuridad que lo encerraba.
Porque nuestras vidas se abren
como flor y se cierran en la puerta de una tumba.
Ya hace mucho tiempo que nos sigue esta agua
y también hace mucho que la seguimos,
y no nos abandonará,
tampoco nosotros la dejaremos;
porque de donde salió nacimos:
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dentro de una flor abriéndose,
y en donde acaba nosotros acabamos:
en la tierra cerrándose.
Los Binnigula´ sa´, nuestros abuelos,
quienes comenzaron a hablar nuestra lengua,
la vieron caer sobre sus pueblos:
Juchitán y Tehuantepec;
y la vieron caer en brechas, milpas,
Y también la vieron inundar todos sus caminos,
llenó sus ríos de Tehuantepec y Juchitán;
la vieron recalar en la lengua Biahuidó´
y en Guichibele, camino a Xadani;
la vieron llegar al mar,
a donde terminan las aguas que lloramos.
Esta lluvia está cayendo con fuerza,
Como hace muchas vueltas de cientos de años,
y tú ausente de mí;
y yo que soñé que te me acercabas
para hacer revivir mi corazón.
Ahora nació en mí escribir algunas palabras,
hermosas y brillantes como tus ojos,
como una mañana nublada
repentinamente iluminada por el sol.
Palabras que crezcan en la palma de tus manos,
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como esta lluvia hará crecer la milpa tierna,
enredaderas, monte y pasto donde se espesa la tierra
y todo lo verde sobre la tierra fértil.
Y tú no estás para ver este florecer de la vida
traída por el agua que cae sobre la tierra
desde donde brotó una flor en el cielo este día.
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LA PALABRA AMOR
La pepeno y la hago mía,
la exprimo en mis manos,
la oprimo contra mi pecho
para que me dé su calor,
su jugo y mi sustento diario.
Al alba voy a la mar.
¡Ah, si este ir marítimo
lograra retener todas las aguas
en el delta de sus muslos!
Morirá de ella letra a letra.
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CUARTO DE SOLTERO
En mi cuarto no hace falta nada:
tengo desde telarañas en las paredes
hasta un alacrán en el librero.
De los zancudos ni se diga:
son los huéspedes de honor
y los dueños del aire y del espacio.
Cuando algún despistado llega a visitarme
y me pregunta por qué
no lo pinto de otro color
(en vez del horrible rosa-sucio
que deprime aun a los más plantados)
no me queda mas que preguntarle:
¡para qué!
Si las flores se marchitan
dejémoslas disfrutar de su muerte.
Yo lo que quiero es
que no vuelva la que se fue.
47
A VECES SUCEDE
Suele suceder a veces
que alguien se enamora de alguien
y el amor se encaja en nuestro cuerpo
como la mala hierba en la tierra.
Suele suceder que algunas veces
el amor nos duele
cuando se encarama sobre nosotros
con todos sus garfios
aferrándose a nuestra piel.
Suele suceder todo esto
y uno no acaba de salir de su asombro
por que el amor nos mantiene en la inocencia.
Suele suceder que el amor nos levante
o nos aniquile el dolor.
Yo no sé,
pero hay amores que duelen.
48
INTERDICTO
Me has puesto en estado de interdicción
sin saberlo.
No miro a nadie
más que a ti.
Luego te retiras
como el mar en su reflujo.
Entonces no puedo hablarte
olerte,
tocarte.
Sólo pienso:
una casa si no estás,
una casa sin amor,
es como un templo sin dios.
49
EN UN AUTOBÚS
La humilde adolescente de tez blanca
me mira con un mirar oculto.
¿Qué temprano cansancio
a sus límpidas pupilas habrá llegado
que los inunda de quebradiza ternura?
Sus pies,
como delgadas cañas de maíz,
arañan la tierra al caminar.
50
ILUSIONES
Elegida de mis ilusiones,
mañana me acercaré a ti
con el fuego fatuo de mis manos
para acariciarte palmo a palmo,
hasta acomodarme tu cuerpo
con una espiga sólida polen.
Desvarío,
mas cuando te busco
no te encuentro a mi lado,
sólo la fetidez de la sucia almohada.
51
SI TUS OJOS ME ENCUENTRAN
Cuando unos ojos buscan
y encuentran otros,
desesperados,
encuentran el amor
–o creen encontrarlo–
puede surgir la luz que da vida,
un puente sobre ríos alucinados
de futuro.
Si tus ojos buscan los míos,
los encontrarán
buscando los tuyos.
52
EN DONDE NACEN LAS LIBÉLULAS
Afluente de la vida
que fluyes a ti misma,
atrae mis cansadas aguas
a tu corriente impetuosa;
purifícalas
para que se posen en mi piel
las límpidas libélulas
nacidas en nuestro origen,
en donde se parten las aguas
y hace delta tu cuerpo.
¿O quieres que suba
sobre tu sedoso lomo,
como barco a la deriva,
hasta naufragar en ti?
53
ESPIGA EN LA CALLE
Sexo abundante,
espiga frondosa del día,
en época de crisis tú floreces
como si nada.
Y nosotros con hambre
desde un páramo de pobres en acecho
y en ese pan de cada día pensamos
cuando tú pasas solitaria,
como una erecta caña de deseos
alimentada en el humus de la calle.
Ven aquí a torearnos,
no bastan las soledades
para embellecerte en las tardes,
ni para embelesarnos en las mañanas,
cuando pasas tu falda capote blanca
sobre nuestras entumecidas narices,
tras el aroma de jazmines desplegados.
Acuérdate de día que tus ojos
se abrieron
como dos gaviotas sobre el mar.
54
UNA CANCIÓN
Islas de luz,
océanos de sombras,
la vida no es una broma.
Amor es un juego que nos asombra
y nos olvida
según el aire que se respira.
Enseguida te canto una canción
en mi lengua,
porque en castellano no puedo;
no me rinden los mil años
y mis cien décadas de vida,
para decirte que el amor no se agota
en la adolescencia fugitiva.
Purti´ naa nga nadxiee´ lii
casi guiruti ranaxhii
ndaani guidxilauú ri´
de dxi biasa.
Palabras, palabras,
es todo lo que tengo
y la verdad o la mentira
pueden ir en ellas encerradas.
Desátalas.
55
¿ES POSIBLE?
Madre mía,
cuando ya no camine
y los gatos sean azules,
quiero irme de ti para andarte.
Y dejar que mi corazón se anegue
con las lágrimas de las mujeres
que amé.
Tal vez entonces entenderás
que nunca quise estar solo,
buscando el abrevadero de los animales
para ganar la batalla que ganaba
la muerte sobre el amor en Igú.
Ya no vendrán las ruinas en sueños
a despertarme en las pesadillas
al pie de un cerro,
a la orilla de un lejano arroyo
moribundo en una seca planicie.
56
¿QUÉ TE DIGO?
Viniste esta tarde,
¿qué te digo?
Mi tos es más profunda
que el Océano Pacífico
y más antigua que una iguana negra.
Viene del norte y en el sur
quedó detenida por la brisa
en los manglares salitrosos
y se aferró en mi garganta.
Le he dedicado poemas para exorcisarla,
he disertado sobre ella en conferencias.
la he discutido con médicos eminentes;
pero no encuentro respuesta a mi angustia.
¿De dónde viene esa tos que me delata
y me hace hijo exclusivo del trópico
y me niega las delicias de las nieves?
Quizá de quienes me antecedieron
en la era de las glaciaciones,
cuando caminaron sobre la nieve
antes de engendrar a quienes me engendraron.
57
Viene de la noche en que se amaron
a pleno frío,
abrazados por el fuego de sus cuerpos.
Para curarme de esta tos,
que no me deja respirar,
debo llegar a tu orilla,
al mediar octubre,
a la luz de la luna,
amada mía.
58
JARDÍN DE CACTUS
Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanzas ni temores,
vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
Ignacio Ramírez, “El Nigromante”
¡Qué zona prodigiosa,
qué entrar a un panteón
y salir a las playas de un verano!
Octubre de mis cuarenta años,
lucho sin este amor
que lo tiene todo.
¿Quién puede lanzarse a pecho partido
en las aguas del océano
y salir sin llenarse de sal?
El mar, el mar que todo lo llena
es el abismo,
y el que lo atraviesa y sale vivo
jamás volverá a recobrar
la inocencia perdida.
¿Puedo serlo yo o mi corazón entero
si lo abrí de par en par
para que se llenara del horizonte?
59
Yo no sembré cactus,
pero en mi jardín florecen,
cuando yo sólo quería corales
para hacerte un collar
que me atara a ti,
de este lado,
en esta orilla de la vida.
mas alguien soltó las amarras
antes de tiempo
o la tempestad de la vida las cortó.
Aunque sembré rosales
en mi jardín hoy florecen cactus.
60
NOSTALGIA DE TUXTLA
A Eraclio Zepeda, en sus 50 años
Las mañanas y las noches primaverales de Tuxtla Gutiérrez casi no se
diferencian en nada: ambas son tibias y están conectadas por el puente
delirante del día tórrido, seco; apretado el valle entre dos serranías vecinas
da la impresión de ser una gran canoa flotando sobre el río Grijalva, cuyas
olas las estuvieran empujando hacia el mar, hacia la costa, de donde vienes
esas bocanadas de aire caliente que discurren por las calles, como sopladas
por el cañón del Sumidero.
La madrugada en que arribé por primera vez a Tuxtla me alojé en un
lugar que no puedo recordar bien si era una casa de huéspedes o un hotel
de décima clase. Los cuartos estrechos con camas desvencijadas,
chirriantes; sábanas que alguna vez fueron blancas servían de
intermediarias entre la espalda y el vado del colchón; por debajo de la
cama un ejército de aguerridas cucarachas, perseguidas por una caterva de
pollos o gallinas, amenazaban permanentemente tomar por asalto lo que
delicados poetas llamarían “mullido lecho”. ¿Sobra decir que los baños
eran colectivos? Habría dos o tres, y de ellos salían penetrantes olores que
me supongo eran los que lanzaban a las cucarachas en busca de refugio en
los cuartos. Jamás volví a hospedarme en aquel lugar, a donde llegaban
todo tipo de peregrinos que escupían los camiones de segunda clase, cuya
terminal era el dormitorio de quienes no tenían para pagar las tarifas del
hotel frontero. Olores y calor me hicieron recordar otro que conocí en
Cárdenas, Tabasco, un día camino a Paraíso y a La Venta, antes del
petróleo.
61
Conforme el sol se alzaba las cucarachas empezaron a gruñir feamente,
enfurecidas por el calor que avanzaba y así se volvió difícil mantenerlas a
raya. Finalmente, como a las nueve de la mañana, abandoné el hotelucho
para ir a buscar al poeta Oscar Oliva a su oficina sobre la avenida principal,
en realidad la única, que tiene Tuxtla; avenida Ángel Albino Corzo que nuca
supe dónde terminaba y empezaba la carretera Panamericana y viceversa.
El ascenso del sol en su camino hizo el día transparencia molida que, al
caer el pavimento, rebotaba y entraba en los ojos y hacía imposible
distinguir a un ángel albino en medio de aquel caos solar.
–Es el colmo –dijo Elva Macías–, un ángel albino. Lo bueno fue que
cuando encontré al fin al poeta Oliva tuvo la feliz idea que huyéramos de
aquellas oficinas de cultura-pues no tenía caso permanecer en un edificio
donde no había escritorios, secretarias ni a quién atender- y nos
refugiáramos en la casa de un amigo suyo que cumplía años, en donde nos
refrescamos con cervezas heladas y botaneamos una infinidad de granos
solares reblandecidos, los cuales supe después que eran huevos de
codorniz.
Eso fue en mi primer viaje, mi primera impresión de Tuxtla.
Posteriormente volví y ya pude vivir, primero en un hotel de tercera clase,
creo; después en un cuarto de azotea, desde donde tuve una pavorosa
vista de la avenida Ángel Albino Corso; y, al fin, fui a dar por el rumbo del
panteón, en el barrio San Marcos, por cuyas calles pueblerinas pude
caminar tranquilamente para ir a comer shuti o caracoles de río en una
cantina, sin tener la obligación de pensar que estaba en una gran ciudad ¿el Houston del Sureste?- cuya avenida principal es la prolongación de la
carretera por donde los juniors corren sus autos en locas carreras, mientras
en las calles se alzaba el olor de las garnachas y los pollos fritos brotando
de las cenadurías juchitecas.
62
UNA MADRUGADA DE JORGE FERNANDO
Fue una de esas madrugadas frescas, cuando la Oaxaca turística ya estaba
dormida y los gallos habrían sacudido sus alas –para aligerar el peso del
sueño antes del canto– si estuviéramos en los alrededores de la ciudad o
en algún pueblo. Jorge Fernando y yo avanzábamos del centro a la zona
del vicio, por Morelos o Independencia tal vez, buscando la húmeda calle
de Trujano a la altura de Díaz Ordaz. Hablábamos de Alejo Carpentier, de
su escritura barroca, de sus conocimientos musicales y sus ensayos sobre
musicología, de Ernesto Lecuona. ¡Ah, Ernesto Lecuona!, el cubano autor
de Siboney. “¡Así se toca Siboney!” , me dijo Jorge Fernando, tarareando la
pieza mientras abría el estuche en donde guardaba su trompeta; se lanzó a
tocarla parado a media calle.
De los antros, de las esquinas, del fondo de las oscuridades de aquella
madrugada asomaron primero sus caras, después brotaron de cuerpo
entero las “muchachas ebrias” con sus novios abrazados y una botella en la
mano de alguno.
–Maestro –dijo un enamorado–, hoy es el cumpleaños de mi novia, por
favor tócale Las mañanitas.
Y Jorge Fernando pasó de Siboney a Las mañanitas.
Terminadas de tocar éstas, nuestros inesperados anfitriones nos
escoltaron por las calles hasta llegar al Mercado 20 de Noviembre,
seguidos por unos patrulleros celosos de su deber como nosotros del
nuestro. En el costado sur del mercado estaban sentados los “hombres del
alba” esperando el día, sin el sacudir de alas no canto de gallo alguno,
solos en su sed de siglos que los arrastra por la vida; pero ahí estaba Jorge
Fernando para hacer menos doloroso su amanecer, para complacerlos
conforme a su gusto y lo que fueran pidiendo: jazz, bolero, blues, danzón…
“Lo que quieran, maestros, que esta madrugada es de todos nosotros”.
Fue nuestra penúltima farra. En la última se nos fue.
63
UNA FLOR PARA ALEJANDRO
Si no fuera por que la barbarie fascista se impuso ya, privándonos de
Alejandro Cruz Martínez, uno pensaría que su muerte es una mentira más
de Manuel Yela; y un día de éstos regresaría de alguna parte, en un tren sin
ruedas, para oír dicha mentira, arreglarla y agregarla al ramo de leyendas
zapotecas que fue recogiendo en su diario caminar entre Ixtepec y
Juchitán, esquivando huizaches y mezquites para cortar la flor de sus
poemas rojos de pintahayas y guriziñas, cuando cantan los chituguí’s. pero
la muerte es algo más que un pozo profundo: es un límpido arroyo que
nace al pie del Cerro del León en Guevea y crece con las lágrimas que el
cielo niega, con el agua que tanta falta hace, como Alejandro; el agua que
fue a buscar para su pueblo, llevando entre sus dedos un racimo de versos
con los cuales se enfrentó a la banda de matones que privó de la vida;
bandidos que han ensuciado nuestro río Los Perros, nuestro Guiigu´ Bi´ cu´
Nisa, y quienes nos impiden lavar en él nuestras penas, lavar la cara herida
del poeta, cubierta de sangre por los asesinos, con las aguas que han
besado “el cuerpo de tantísimas mujeres”, como su Lucía Zenteno.
Y si Alejandro ya no puede regresar porque su tren se quedó sin ruedas
o porque se extravió al pie del Dani Guiaati´, mientras seguía los pasos a
una iguana, engañando tal vez por el espíritu de María de Pachi, quien
ronda por esos rumbos a la hora en que el sol se acalora en su medio
camino; el agua sí nos lo devolverá en cada espiga, en cada flor de
calabaza, en cada fruto que dé el campo istmeño, cuando lo zapotecos
puedan regar sus tierras y producir alimentos para nosotros y nuestros
descendientes, y por lo que Alejandro luchaba: la vida que él buscó
afanosamente con sus versos y con su lucha al alado de su pueblo.
64
LOS MUERTOS DEL VEINTE
Hoy he tomado la decisión de vivir,
aunque alguien me niegue la oportunidad;
he tomado la decisión de vivir los míos,
aunque alguno me los niegue tan entrañables.
En noviembre las flores han muerto,
octubre ha caído con su luna luminaria
sobre los ocho muertos del veinte.
Aquí tal vez la tierra
toque un son bajo nuestros pies
y nosotros estaremos para bailarlo,
o estarán nuestros descendientes
donde los antepasados binngula’sa’
plantaron sus raíces y sus casas.
Hoy he tomado la decisión de vivir
nuestros muertos del olvido.
65
HOMENAJE AL MALCOLM LOWRY
(En la cárcel de Oaxaca)
En las duras noches de mezcal
uno cae al fondo de sí mismo
empujado quién sabe por qué dioses asesinos,
armados con puñales de agave y obsidiana.
Perseguido por sus miradas de horror
o las cuencas vacías de sus ojos,
los padres primigenios vienen a nosotros
en auxilio de nuestras almas moribundas.
¿Qué dioses son éstos que nos asaltan
y arrojan al fondo de los precipicios,
donde ya nadie nos espera,
ni siquiera nuestras sombras deshechas?
¡Oh, Quetzalcóatl, sabio e incestuoso,
en Tula te atormentó el pulque
y reviviste Kukulkán los mayas!
66
LA LLUVIA
La es un ensayo de dios para el diluvio o quizás un recuerdo. Viene del azul
fecundo del cielo hasta el verde sediento de la selva. Viene del mar y sube
a las altas galerías antes de derrumbarse sobre nuestras cabezas. El rayo no
es la espada del apocalipsis, es simplemente la artillería de los dragones del
agua.
En nuestras tierras, San Mateo y San Vicente son los portadores de
esta velocísima arma contra tecos y mareños en la lucha de siglos por una
campana, que la lluvia un día –en su versión marítima– arrojó sobre
nuestras costas para nuestra desgracia.
67
LAS IGUANAS
Las traje de Juchitán hasta El Rosario,
en donde vivieron conmigo una semana
antes de ser sacrificadas
y hechas tamales (no eran cocaína)
en masa de maíz y envueltas en hojas de plátano.
Pobres, han de haber sufrido mucho:
las bocas cosidas,
las manos amarradas atrás,
como si fueran borrachos,
con sus propias uñas,
encerradas días y noches
en una caja de cartón.
El Rosario queda en un recodo oriental
en el Valle de Oaxaca;
aquí vivo y aquí vive mi familia,
aunque seamos juchitecos,
y aquí murieron las iguanas
después de varios intentos de fuga
por las noches,
mientras creían que dormíamos.
68
Al iniciarse la primavera habrían sido madres
si no las hubiéramos sacrificado
y comiéramos sus huevos en tamales.
Los binnizá no podemos vivir
sin comer iguanas y armadillos,
por lo menos una vez al año,
cuando tienen sus racimos de huevos,
al final del invierno o principio de la primavera.
¿Pero qué pasará en el día en que se acaben?
¿Acabaremos nosotros también los zapotecos?
Su muerte es nuestra vida,
pero el día en que se extingan
también nosotros dejaremos de existir.
69
CUANDO CON TUS OJOS ME BUSQUES
El día que con tus ojos busques
ya no me encontrarás,
y dentro de mi corazón
no habrá nadie que te diga
por qué camino me fui
y en dónde te olvidé.
El día que abras los ojos
ya no estaré,
me habré ido por otra senda
y te habré olvidado.
Volverás la vista hacia el norte y el sur,
por donde nace y se oculta el sol,
en donde se hacen cuatro los brazos del camino
mirarás como loca, buscando mis huellas.
Quién sabrá qué lluvias
y vientos habrán pasado ya,
barriéndolas.
70
SUELE SUCEDER
Sucede de cuando en cuando
que cae el amor sobre nosotros,
como suben las enredaderas
como espina en la punta de los dedos
y las clavan en nuestro cuerpo,
cuando conocemos a alguien de otra parte
que de lejos llegó repentinamente.
Sucede a veces que llega la muerte
cuando el amor nos abandona,
cuando ya no encontramos
por dónde queda el norte,
hacia donde perdimos la voz
la voz de la mujer amada;
y no encontramos
a quien voló con la luz de nuestros ojos
y así su patria se fue abandonándonos.
Nos sucede todo esto
y aun así
no dejamos de amar.
71
PALABRAS DE LOS VIEJOS
“Primero caminarás todos los caminos de la tierra
antes de encontrarte a ti mismo.”
Esas fueron las palabras que dejaron
los ancianos zapotecos.
Ahora ya las estoy entendiendo:
Primero caminaré por todo el mundo
antes de encontrarme y encontrarte;
a ti, mujer,
en quien reposarán mis huesos.
72
CÓMO DUELES
Frente a tu belleza me pongo de rodillas,
diosa que entra en mi corazón y lo lastima,
al pasar frente a mí
como un colibrí batiendo sus alas en el aire,
al cual no puedo acercar.
Ah, qué doloroso es vivir en la soledad
sin poder dormir en la larga noche;
Por que a ti te sueño, mujer,
a mi lado, ahuyentando mi sueño.
¡Quién soy!, ¡Adónde estás!
Que no te puedo encontrar.
73
ESPIGA DE MAÍZ
Tus cabellos, la milpa en flor,
el racimo de tus ojos como gotas de agua
y tu boca como un zapote dulce.
Mujer a quien yo amé,
mujer que me causa la muerte:
Eres hermosa como el límpido cielo
en las noches plenas de luna.
74
MI CASA TE BUSCA
Encalé mi casa y, blanca como la nieve,
te está esperando
el día que quieras entrar a descansar en su hamaca
y con los bordes de tu enagua
ahuyentes el calor y sudor de la cama
y en mis labios dejes un beso.
Como una hoja de papel en blanco quedó,
esperando que escribas tu nombre en su corazón,
bajo la viga de chicozapote
que atraviesa su techo,
la que sostiene la hamaca que te busca.
Ven pronto, que la casa y yo te esperamos,
ya la tarde nos alcanza;
si anochece ya no sabrás
si ella es blanca
ni sabrás cómo yo te amo.
Bajo la sombra de los árboles frutales
que rodean la casa,
te espero con todo mi corazón.
Ven pronto,
no esperes que anochezca.
Ahora que vive el día
y vive
mi corazón.
Ojos de venado
75
TIERRA
Nuestra madre, la que nos parió,
ésa es la tierra.
Nuestra madre, la que nos tiene en sus manos,
la que nos da de comer y de beber
mientras tejemos la vida bajo el cielo.
Y el día de nuestra muerte
nos tendrá en su corazón día y noche.
Ella es nuestra madre, no cualquiera.
Pero muchos no lo saben
por eso la lastiman.
No saben que es la madre que los parió
a quien lastiman, matan y destruyen
con todas sus locuras.
76
LÍNEAS FUNDAMENTALES
I
Lo peligroso es llevar papeles en las manos;
alguien podría decir:
¿adónde lleva eso?
Y nosotros cómo responderíamos
Si todos somos culpables.
Lo peligroso es llevar esos papeles
y nadie los entienda,
nadie sepa leer el poema,
porque la hoja se queda silenciosa
como un papel higiénico en la mano.
Y uno va por los subterráneos
preguntando cosas,
silencios,
heridas;
por los prostíbulos,
como si fuera un poema
lanzado a un bote de basura.
77
II
Éste es el árbol del las cenizas,
¡ah rabia, perro rabioso
que envenenas amaneceres
y te deslizas por la fuente!
Qué ardiente soledad la tuya.
Qué solitaria desolación
al pie de la lujuria.
Ésta es la mañana en que te encuentro
cayendo como esperma del árbol del llanto,
como gota estalactita en la caverna;
y te levantas limpiamente desnuda,
con pavor,
esperando el insulto del día,
su palabra clara.
78
III
A la hora en que pregunto por tu origen
me contestas dulcemente,
temblando,
como si un ciempiés caminara en tus labios
o una tarántula
estremeciera tus senos.
Mientras unos gorriones cantaban,
y tu cuerpo era como una pena larga
o una herida abierta en las manos.
Y como si en mi alma anidaran escorpiones,
se deshacen células y nervios,
y sube el dolor alto con el moho
por sobre la pared en ruinas.
79
EL TREN
El tren es una cordillera en movimiento
desplazándose sobre vías de agua,
se detiene en las estaciones
que son los macizos montañosos
–te digo en el hotel y no me crees.
El tren pasa silbando su partida
hacia lejanas praderas
donde se diluye en serranías,
pequeños montículos a la orilla del mar
–¿O será que me crees
y simplemente no te asombras?
El tren es un recuerdo de ausencia nostálgica a su llegada.
A veces pienso en ti como esa cordillera
que se detiene en mí por un momento
mientras llega a su estación definitiva.
80