AR TÍCULO - Revista La Cañada

ART Í C ULO
Campos de concentración de las dictaduras
latinoamericanas.
Una mirada filosófica
MARIELA AVILA
IDEA/USACH
Doctora en Filosofía
Resumen
Abstract
En el presente artículo se lleva a cabo una reflexión
This article sets forth a philosophical approach to the
filosófica sobre los campos de concentración de las dic-
concentration camps created by the Latin American dic-
taduras latinoamericanas. Para ello se analiza su cons-
tatorships. We examine their legal and political estab-
titución jurídico-política a partir del estado de excep-
lishment stemming from the state of emergency and its
ción y de su relación con los Lager nazis. Esto permite
relationship with the Nazi Lagers. This provides insight
vislumbrar las características propias de los campos de
into the specific characteristics of Latin American con-
concentración latinoamericanos, donde cobra particular
centration camps, where politics plays a crucial role. In
importancia el lugar de lo político. En estos espacios, la
these spaces, the relationship between life and politics
relación entre la vida y la política se materializa en prác-
is materialized by practices of torture and dehumaniza-
ticas de tortura y deshumanización, que buscan hacer
tion, which aim at doing away with the allegedly subver-
desaparecer a un sujeto político considerado subversivo.
sive political subject.
Palabras clave: Campos de concentración - Latino-
Key words: Concentration camps - Latin America - Nazi
américa - Lager nazi - tortura - desaparición.
Lager - Disappearance.
LA CAÑADA Nº4 (2013): 215- 231
CAMPOS DE CONCENTRACIÓN DE LAS DICTADURAS LATINOAMERICANAS · MARIELA AVILA
Campos de concentración de las dictaduras
latinoamericanas.
Una mirada filosófica
MARIELA AVILA
I
“¿Qué ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo ha podido suceder?”1 Estas son las preguntas que Hannah Arendt realizó para tratar de comprender una nueva forma de
gobierno, el totalitarismo, y sus instituciones más descarnadas, los campos de concentración. Considero que las preguntas de Arendt, dirigidas al mundo, pero también a
sí misma, se sostienen como un grito que atraviesa una densa noche de niebla que se
1
Arendt, Hannah, Los Orígenes del totalitarismo, Madrid: Alianza Editorial, 1987,
p. 458.
cierne sobre la comprensión. A simple vista, las demandas de Hannah Arendt podrían
parecer simples, incluso cotidianas, pero una mirada más atenta pone en evidencia la
profundidad que estas encierran. En efecto, los interrogantes arendtianos dan cuenta
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de la desesperación y el desconcierto de quien no puede abarcar con el entendimiento
la magnitud de ciertos sucesos.
Así, las preguntas de Arendt se constituyen en la punta del hilo que busca desenmarañar el ovillo de ciertos acontecimientos que dan un nuevo carácter al horror
conocido hasta ese momento en la historia. En efecto, el ejercicio de un pensar “sin
barandillas”2 que emprende la autora, busca ahondar en las especificidades del acontecimiento totalitario y no simplemente asimilarlo a algo que ya haya acontecido con
anterioridad en la historia, como sería el primer impulso natural3. Los interrogantes de
Arendt se dirigen a lograr una comprensión de la novedad histórico-político-filosófica
que implica el totalitarismo ya que, según Arendt, cada acontecimiento es fruto de una
cristalización particular de sucesos, lo que le brinda un carácter de diferencia respecto
a los otros eventos. El vislumbrar la Historia como una cristalización aleatoria, que no
sigue un orden preestablecido, es decir, que no es resultado directo de acontecimientos
previos, ni condición de eventos futuros, se hace patente en la reflexión de Arendt sobre
el totalitarismo y los campos de concentración.
Entonces, desde esta perspectiva analítica —que permite la entrada del azar en
el campo de la Historia— el movimiento totalitario se convierte en un evento particular,
cuyas consecuencias ponen en jaque las herramientas conceptuales y morales con las
que los hombres han pensado tradicionalmente lo humano, la Historia y la Política.
Si bien este análisis arendtiano sobre la radical novedad del totalitarismo podría
verse como problemática, pues una lectura rápida y poco profunda podría tildarlo de
2
Cfr., Birulés, Fina, Una herencia sin
testamento. Hannah Arendt, Barcelona:
Herder, 2007.
3
Cfr., Arendt, Hannah, La nature du totalitarisme, Paris: Payot, 1990.
eurocentrista, considero que, en gran medida, la radical novedad que Arendt advierte
en el totalitarismo guarda una relación directa con su principal institución: los campos
de concentración. En efecto, algunas de las críticas que recibe Arendt en este respecto dicen relación con su aparente imposibilidad de analizar otros acontecimientos de
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carácter tan horroroso como el totalitarismo. Así, diversas matanzas a lo largo de
la Historia, como la Conquista de América, el Colonialismo Africano y Asiático, o el
Genocidio Armenio, parecieran pasar a un segundo plano frente al asesinato de los judíos en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, creo que la novedad que ve Arendt
en el totalitarismo no guarda relación con la cantidad de muertes, sino con el modo en
que son producidas esas muertes, es decir, con la maquinaria productiva que posibilita
el asesinato masivo. Tal maquinaria no es otra que el campo de concentración y exterminio, al que Arendt considera un “escollo” para logar una correcta comprensión de lo
acontecido. “La tesis de este escrito, es que la institución de los campos de concentración
y de exterminio (…) puede muy probablemente llegar a ser ese fenómeno inesperado,
ese escollo en la comprensión adecuada de la política y la sociedad contemporáneas”.4
En ningún caso es la intención de este escrito realizar una apología de las ideas
de Arendt, sin embargo, considero importante este punto, porque a la vez, me permite
aclarar mi propia intencionalidad frente al problema de los campos de concentración y
exterminio. En efecto, la reflexión que trato de desarrollar aquí no desconoce las matanzas, los asesinatos, la violencia y el dolor sin límites que han acontecido en la Historia.
Es decir, no creo que la Segunda Guerra Mundial, y los campos de concentración, sean
el paradigma de la violencia y el horror, ya que no creo que un suceso histórico en particular sea el abanderado del dolor y trascienda el tiempo bajo esa categoría. Desde esta
perspectiva, la Historia puede verse como un gran campo de batalla, plagado de acon4
Arendt, Hannah, “Las técnicas de las
ciencias sociales y el estudio de los campos de concentración”, en Ensayos de
comprensión, Madrid: Caparrós, 2005,
p. 283.
tecimientos que afincan en el horror y la injusticia. No es la intención de este trabajo
entrar en los detalles de cada uno de dichos acontecimientos, ni si quiera enumerarlos,
pero sí tratar de mostrar por qué es posible encontrar en los campos de concentración
nuevos elementos que se encuentran ausentes en estos otros sucesos previos.
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Sumando mi reflexión a la de Arendt, creo que es posible ver una serie de factores
absolutamente novedosos en los campos de concentración. Uno de estos factores, y quizá el más importante, es la organización perfecta —cual una maquinaria— de los campos
de concentración, pues en estos espacios de excepción se lleva a cabo una sistemática
producción de la muerte. En efecto, el aspecto operativo de estos dispositivos evidencia
una faceta productiva dentro de su “antiutilidad”5, cuyo producto final es la muerte y la
des-humanización de millones de sujetos.
Arendt busca mostrar cómo en estos “laboratorios de la muerte” se experimenta
con la humanidad de los hombres, hasta convertirlos en algo diferentes de sí mismos e
incluso de su especie. El papel de una racionalidad técnica puesta al servicio del exterminio y la muerte da cuenta del modo en que la razón —estandarte y tesoro de la modernidad— puede actuar en vistas a la deshumanización de los hombres. Esa racionalidad, a la
que podríamos llamar instrumental, cobra su mayor visibilidad en los campos de concentración. En efecto, son los Lager nazis los espacios en donde se desarrolla una técnica metódica, calculada y efectiva de producción del dolor y la muerte. Entonces, según Arendt,
lo que ocurre dentro de estos laboratorios de la muerte es lo que desafía al pensar y le
impone la tarea de elaborar nuevas categorías para tratar de lograr su comprensión.
Ahora bien, la idea que sustenta este escrito es que los campos de concentración
no tuvieron sólo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, sino que su estructura trasciende dicho momento histórico, y que es posible encontrarlos en otros tiempos y lugares más cercanos a nuestra realidad histórico-política contemporánea. Creo, en efecto,
que durante las últimas dictaduras del Cono Sur se erigió la estructura de la excepción,
por lo que sería posible encontrar operando campos de concentración en dichos perio5
Cfr., Arendt, Hannah, op. cit., 1987,
p. 661 y ss.
dos políticos. Es necesario aclarar que no es mi intención realizar una simple traspolación categorial, es decir, aplicar las categorías analíticas con que se pensaron los Lager
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nazis a otros campos de concentración en la Historia sin ningún tipo de mediación. Por
el contrario, esta reflexión busca tener en cuenta las especificidades propias de cada
suceso, centrándose precisamente en sus particularidades. No obstante, creo que la batería conceptual surgida a partir del análisis de los campos nazis puede presentar un
interesante rendimiento filosófico al momento de pensar los campos de las últimas dictaduras latinoamericanas del Cono Sur.
II
En esta línea, las preguntas de Arendt —“¿Qué ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo
ha podido suceder?”— que se dirigían a lograr una comprensión de la magnitud del horror acontecido en la Alemania nazi, se convierten en una suerte de guía al momento de
reflexionar sobre los campos de concentración de las dictaduras latinoamericanas. Creo
que estas interrogantes tienen la potencialidad de iluminar otros sucesos, no ajenos al
dolor y al horror, que demandan también un ejercicio de comprensión.
Hay sucesos de nuestro reciente pasado político que interpelan hoy a la Filosofía,
pues su cercanía y —a la vez— lejanía temporal, los coloca en el centro de la reflexión.
Uno de estos sucesos son, precisamente, los campos de concentración de las últimas
dictaduras latinoamericanas. Al hablar de dictaduras latinoamericanas en conjunto,
atiendo a las palabras de Marcelo Raffin, quien indica que las dictaduras del Cono Sur se
inscriben en un registro común interno, relativo al terrorismo, a los golpes de Estado y a
la disrupción de la vida constitucional. En efecto, uno de los elementos comunes de esta
forma de gobierno es el quiebre de la vida constitucional y la instauración de estados de
excepción, que suspenden la continuidad de estados de Derecho.
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Ahora bien, junto a este registro común interno, se agrupan ciertos factores externos, como los pactos clandestinos de cooperación represiva que respaldaron los golpes
militares de América Latina. Estos pactos de cooperación tenían entre sus tareas moldear una sociedad y un ciudadano que se ajustaran a las necesidades de las nuevas prácticas políticas y económicas que se buscaba imponer. En este sentido, dice Raffin: “…las
dictaduras del Cono Sur implicaron la creación de un nuevo modelo social, construido
a partir de una política de terror ejercida desde el Estado”6. El terror y la violencia son
administrados estatalmente, siendo su punto visible, e incluso neurálgico, los campos
de concentración. Respecto al caso chileno, dice Tomás Moulian: “La Comisión Rettig
demostró de manera brutal y fehaciente que las prácticas de fusilamientos, desapari Raffin, Marcelo. La experiencia del horror. Subjetividad y derechos humanos
en las dictaduras del Cono Sur, Buenos
Aires: Del Puerto, 2006, p. 158.
ciones y torturas con consecuencia de muerte eran institucionales.”7 En esta línea, se
Moulian, Tomás, “El gesto de Agüero y
la amnesia”, en Verdugo, Patricia (Ed.),
De la Tortura no se habla. Agüero versus
Meneses, Santiago de Chile: Catalonia,
2004, p. 55.
administración del terror.
6
7
8
En relación a la Doctrina de Seguridad
Nacional: “Esta doctrina fue implantada
durante la década de 1960 y 70 en toda
América Latina, siendo los casos más
conocidos en Sudamérica Brasil, 19641985; Argentina, 1976-1983; Bolivia,
1971-1978; Uruguay, 1973-1984; y Chile,
1973-1990.” Colectivo de Memoria
Histórica Corporación José Domingo
Cañas, Tortura en poblaciones del Gran
Santiago (1973-1990), Santiago de Chile:
ByJ Impresores, 2005, p. 35.
puede ver claramente que los campos de concentración son mecanismos implementados por el Estado, lo que los convierte en sus principales instituciones represivas y de
Si bien, cada proceso político latinoamericano tuvo sus propias características,
hay un número de elementos teóricos y prácticos que nos permite hablar de las dictaduras latinoamericanas en conjunto. Así, la Doctrina de Seguridad Nacional, aplicada
a la mayoría de los países Latinoamericanos, da cuenta de las similitudes estructurales
que respaldaron a los procesos militares que buscaban reorganizar la Nación8. En este
contexto, se instauran estados de excepción que propician la aparición de campos de
concentración destinados a albergar y torturar a aquellos sujetos que, a partir de una
supuesta disidencia política, se opusieran a los proyectos de Estado-nación deseados por
las Juntas Militares.
Un punto fundamental es la nominación que en América Latina reciben estos espacios de excepción, pues parece no haber un nombre instituido para referirse a ellos.
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Hay pensadores que los llaman “campos de concentración”, mientras que otros, prefieren utilizar un lenguaje jurídico-político, y denominarlos “centros de detención clandestina”9. Entonces, ¿cómo llamar a estos ámbitos del horror? ¿Es posible hablar de campos de concentración en América Latina? El uso de este nombre, a primera vista, podría
parecer una simple homologación entre estos espacios de prisioneros en Latinoamérica
y los Lager nazis de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es necesario notar que
los campos de concentración no surgen con el nazismo, sino que sus orígenes pueden
encontrarse en el último cuarto del siglo XIX. Además, todos los testimonios de los prisioneros de estos espacios de excepción hablan directamente de campos de concentración. Dado lo anterior, creo que no sólo es posible hablar de campos de concentración
en Latinoamérica, sino que también es necesario. Para clarificar estas ideas haré una
pequeña genealogía de la irrupción y transformación de estos espacios en la Historia
contemporánea.
III
Sobre el surgimiento de los campos de concentración en la Historia existen dos versiones, por un lado, hay quienes sitúan su aparición a fines del siglo XIX en Cuba, en el contexto de la Guerra Independentista con España. Mientras que por otro lado, hay quienes
ven el origen de los campos de concentración en Sudáfrica, en el último cuarto del siglo
9
Raffin, Marcelo, op. cit., p. 158.
10
Cfr., Agamben, Giorgio, Homo sacer I. El
poder soberano y la nuda vida, Valencia:
Pre-textos, 2006 y Arendt, Hannah,
op. cit., 1987.
XIX, en la Guerra entre los Boérs y el Imperio Británico10. Lo que intento mostrar es
que estos espacios existían antes de la Segunda Guerra Mundial, incluso en territorio
alemán, donde durante la Primera Guerra Mundial albergaron enemigos políticos. No
obstante, si bien estos espacios excepcionales se implementaban desde el siglo XIX,
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es necesario mencionar que durante el gobierno nazi adquieren algunas características novedosas. Así, la principal de estas nuevas características durante el nazismo, es
la de constituirse como un espacios de exterminio11. Si bien en los campos cubanos y
africanos la muerte no estaba ausente, esta se producía más bien por abandono que
por acción directa de los administradores del campo. Ahora bien, los campos de concentración alcanzan su momento extremo al convertirse en espacios donde se lleva a cabo
una meticulosa, sistemática y planificada producción de la muerte, y esto ocurre, justamente, durante el periodo nazi12. Este es, precisamente, el elemento que busca destacar
Arendt: el momento en que los campos de concentración se convierten en fábricas de
la muerte, donde la existencia humana pierde todo valor. En efecto, en ese contexto, la
vida de los prisioneros pierde toda valía política, y su existencia queda a merced de una
violencia y un terror descarnado, pues no hay un estado de derecho que garantice la
11
La característica del exterminio planificado es precisamente el elemento que
me permite centrar este análisis en los
Lager nazis, y separarme de los gulags
rusos, ya que en los primeros se desarrolla una mecánica productiva alrededor
de la muerte que está ausente en los
segundos, donde los prisioneros morían
por abandono e inanición. En efecto, es
la producción sistemática del dolor y la
muerte lo que me interesa abordar en
este trabajo.
12
Cfr., Arendt, Hannah, op. cit., 1987,
p. 661.
13
Aguilar, Héctor Orestes. Carl Schmitt,
teólogo de la política, México: Fondo de
Cultura Económica, 2001, p. 23.
dignidad de estos hombres.
La situación jurídico-política permite reunir a estos espacios en un conjunto común, el del estado de excepción, pues todos se construyen al margen de la legalidad.
Si bien ya he adelantado esta noción, para comprenderla con mayor profundidad es
necesario acudir al pensamiento de Carl Schmitt, jurista alemán que busca justificar
legalmente la existencia y el mantenimiento del régimen nazi en el poder. Así, según
Schmitt, el estado de excepción es una especie de quiebre temporal en la linealidad de la
legalidad, una suspensión del Derecho que tiene por fin mantenerlo. “El caso excepcional, no descrito en el orden jurídico vigente, puede a lo sumo definirse como un caso de
necesidad extrema, de peligro para la existencia del Estado o algo semejante”13.
En efecto, este recurso jurídico suspende el Derecho excepcionalmente, para luego poder restablecerlo. La declaración del estado de excepción es prerrogativa exclusiva
del soberano, que es quién decide sobre el caso normal y el caso anormal. Entonces, al
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quedar suspendido el marco legal rigen decretos con fuerza de ley, que según Derrida,
se caracterizan por ser mera fuerza sin ley14. La estructura jurídico-política que posibilita la aparición, implementación y mantenimiento de los campos de concentración es el
estado de excepción, ya que durante estos periodos se abre un margen de violencia que
puede recaer sobre la población. En este contexto, torturas y tormentos inimaginables
hacen del cuerpo de los prisioneros el blanco de sus flagelos. Ahora bien, si seguimos la
reflexión de Benjamin en la “Octava Tesis de Filosofía de la Historia”, hay que considerar que el estado de excepción ha devenido regla, esto es, que se ha extendido y dejado
de ser un caso excepcional para convertirse en normal. “La tradición de los oprimidos
nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que vivimos es la regla. Tenemos que llegar
a un concepto de historia que le corresponda. Entonces estará ante nuestros ojos, como
tarea nuestra, la producción del verdadero estado de excepción; y con ello mejorará
nuestra posición en la lucha contra el fascismo”.15 De esta tesis se hace eco Agamben
para mostrar que cada vez que se decreta un estado de excepción se dan las condiciones
estructurales para que emerja un campo de concentración, sumiendo a la vida en una
particular relación con la Política.
En este sentido, la suspensión de la vida democrática para garantizar su continuidad fue, precisamente, la fórmula que utilizaron las juntas militares de los países
latinoamericanos, que escudadas en procesos de reorganización nacional, buscaron
14
Derrida, Jacques. Fuerza de ley. El fundamento místico de la autoridad, Madrid:
Técnos, 2008.
15
Benjamin, Walter. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia,
Santiago de Chile: LOM-Universidad
Arcis, 1996, p. 53.
instaurar un orden particular, amenazado por las prácticas políticas de una disidencia
subversiva. La suspensión de la legalidad, que conllevó al quiebre de los derechos y las
garantías de la ciudadanía, tuvo claras consecuencias en el espacio público, resintiendo las relaciones personales e institucionales. Así, sobre el caso chileno dicen Loveman
y Lira: “En circunstancias de crisis, los regímenes de excepción, la suspensión de las
garantías constitucionales, la concesión de facultades extraordinarias al Ejecutivo, y
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la usurpación del poder en algunos casos, fue la respuesta reiterada desde el antiguo
orden a las demandas para reformar, modernizar y liberalizar la vida chilena.”16 La instauración de estados de excepción fue la respuesta no sólo del Estado chileno, sino la de
aquellos países latinoamericanos que instalaron el terrorismo de Estado como modo de
gobierno, dando por tierra toda posibilidad de reparo legal.
A partir de lo anterior, creemos haber dado cuenta de modo suficiente del motivo jurídico-político por el que los espacios que se constituyeron al margen del derecho,
posibilitando prácticas de terror y muerte sobre la población, pueden ser llamados en
América Latina campos de concentración.
IV
En el contexto de lo presentado, es posible ver ciertas similitudes estructurales entre los
campos de concentración latinoamericanos y los Lager nazis. No obstante, es necesario
remarcar que estos espacios tienen numerosas diferencias, que son las que precisamente, le dan su especificidad a cada acontecimiento histórico. Entonces, aunque en ambos
casos nos encontramos ante un dispositivo excepcional que tiene una función específica,
creemos que esta función es diferente en cada caso, y que esta diferencia se centra, principalmente, en su relación con el ámbito político. Si bien no es posible pensar que los
Lager nazis estaban exentos de prácticas políticas, no era una cuestión de filiación o mi16
Loveman y Lira, “Marco Histórico:
Terrorismo de Estado y Tortura en Chile”,
en Verdugo, Patricia (Ed.), De la Tortura
no se habla. Agüero versus Meneses,
Santiago de Chile: Catalonia, p. 202.
litancia el elemento que determinaba quienes quedarían apresados en estos espacios.
Por el contrario, en los campos latinoamericanos es precisamente el factor de la
filiación política el que determinó que miles de sujetos se convirtieran en prisioneros,
y luego, en desaparecidos. El uso desmedido de la tortura y la violencia descarnada
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aplicadas desde el aparato Estatal sobre cuerpos considerados sacrificables, tuvo como
fin el mantener en movimiento una maquinaria que se alimentaba de la captura de vidas. Esas vidas consideradas indignas, a las que se buscaba despolitizar y en última instancia deshumanizar, eran el elemento que permitía el funcionamiento de los campos
de concentración. En este contexto, el sujeto político disidente era un “otro” al que era
necesario exterminar, pues su sola existencia impedía el orden y la paz social. La presencia de ese “otro” al interior del cuerpo social alteraba un proyecto que buscaba elevar
los valores establecidos como hegemónicos sobre la Patria, Dios y la familia. En este
sentido, y aludiendo al caso argentino, dice Pilar Calveiro: “La política argentina (…) se
basó durante décadas en una concepción de tipo binario. La noción del Otro, peligroso,
al que es preciso destruir, estaba profundamente arraigado en las representaciones y
prácticas políticas.”17
Para apoyar esta reflexión hacemos uso de la noción de Racismo de Estado18 analizada por Foucault, para quien este mecanismo opera a partir de una segregación o corte
al interior del cuerpo social, que marca una división de carácter biológico entre quienes
merecen vivir y quiénes no. Esto puede verse con claridad en el caso del régimen nazi,
donde una característica biológica fue suficiente para decretar la muerte de millones de
personas. No obstante, este análisis, visto a la luz de las dictaduras latinoamericanas,
cobra otro cariz. En efecto, si bien es posible encontrar un factor que divide el cuerpo
social entre vidas que merecen vivir y vidas que no, ya no es un elemento biológico el
17
Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los
campos de concentración en la Argentina,
Buenos Aires: Colihue, 2008, p. 152.
18
Cfr. Foucault, Michel, Defender la sociedad, Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 2001.
que marca este límite, sino que la diferencia la instala ahora el factor ideológico. Así,
la existencia que se busca aniquilar porque enferma el cuerpo social ya no es el judío
ni el homosexual, sino el comunista, el guerrillero o el subversivo, considerados una
amenaza y un factor de alteración social y política. Este diagnóstico se actualiza en políticas represivas y desaparecedoras, que sumen a la población en un terror generalizado.
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La tortura juega un papel primordial en este contexto, y es a la vez, uno de los
elementos que caracteriza a los campos de concentración latinoamericanos. Si bien en
los Lager había sectores destinados a la tortura, su fin era el aleccionamiento o el castigo
de actos particulares, como robos o intentos de huida. Sin duda, las condiciones de vida
dentro de los campos de concentración pueden considerarse en sí mismas una tortura,
pero en este análisis hacemos alusión a la práctica constante, consciente y sistemática de causar dolor sobre el cuerpo del prisionero. Respecto al elemento teleológico que
tiene la tortura, dice Roberto Garretón: “(…) la tortura a una persona debe perseguir
obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que
haya cometido o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona
o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación.”19
Por cierto, cuando uno lee en los testimonios los relatos sobre las torturas y las
violaciones emerge una mezcla de vergüenza, dolor, rabia e impotencia al conocer la
gran diversidad de crueles métodos para ocasionar terror y dolor en los prisioneros. Al
respecto, dice Pilar Calveiro: “El tormento fue la ceremonia iniciática de cada uno de los
campos de concentración-exterminio. La llegada a ellos implicaba automáticamente el
inicio de la tortura, instrumento para “arrancar” la confesión, método por excelencia
para producir la verdad que se esperaba del prisionero, criterio de verdad para producir
19
Garretón, Roberto. “Una perspectiva
desde el Derecho Internacional de
los Derechos Humanos. ¿Qué es ser
Torturador?”, en Verdugo, Patricia (Ed.),
De la Tortura no se habla. Agüero versus
Meneses, op. cit., p. 154.
20
Calveiro, Pilar, Poder y desaparición.
Los campos de concentración en la
Argentina, op. cit., p. 60.
el quiebre del sujeto”20.
De esta manera, es posible ver que el modo en que el campo de concentración
operó en América Latina tiene ciertas particularidades que no es posible encontrar en
otros campos. En gran medida, estas particularidades estás dadas precisamente por el
uso sistemático de la tortura sobre los cuerpos individuales. Pilar Calveiro habla del proceso de vaciamiento que sufren los prisioneros en los campos del Cono Sur, lo que no
puede dejar de remitirnos al proceso de des-humanización al que alude Arendt en Los
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Orígenes del totalitarismo. Allí, la filósofa judía hace referencia a un proceso que busca
destruir la humanidad de los hombres, cuyo primer paso es la destrucción de la persona
jurídica por la falta de respaldo legal que ampare esas vidas. Quienes son deportados
son exceptuados de la sociedad civil, e incluso, dice Arendt, del mundo de los vivos. El segundo paso es la destrucción de la moralidad de los prisioneros, mientras que el tercero
es el quiebre de la individualidad o de la personalidad21. Cuando un sujeto pierde aquello
que lo hace único y lo diferencia de los demás, se vuelve un ser superfluo, sin capacidad
de resistencia ni de concertación política.
En esta línea, sobre el proceso de vaciamiento que sufren los prisioneros en los
campos latinoamericanos dice Calveiro:
Si bien el objetivo final de los campos de concentración era el exterminio, para completar su circuito y
obtener la información que alimentaba el dispositivo, los campos necesitaban transformar a las personas
antes de matarlas. Era una transformación que consistía básicamente en deshumanizarlas y vaciarlas,
procesarlas por medio de la tortura para que aceptaran los mecanismos del campo y colaboraran con ellos.
Una parte central de esta transformación consistía en borrar en el hombre toda capacidad de resistencia.22
El ingreso al campo de concentración implicaba también el ingreso a un universo desconocido de torturas, cuyo fin era la búsqueda de información para lograr más
detenciones y secuestros, lo que, en algún momento, llevaría a la aniquilación total de
los elementos considerados subversivos. Dice Calveiro, “Hay una autentica labor del
campo de concentración para destruir al hombre; para eso usa la tortura, el terror y un
conjunto de mecanismos de deshumanización y despersonalización”23. Estas prácticas
21
Arendt, Hannah, op. cit., 1987, pp. 661 y ss.
muestran cómo, a partir del uso de la tortura se busca quebrar la condición humana de
22
los hombres, para llevarlos a un límite en que su existencia se convierta en una mera
23
vida biológica, sin atisbos de humanidad que pueda oponer alguna clase de resistencia.
Calveiro, Pilar, op. cit., p. 93.
Calveiro, Pilar, ibídem, p. 100.
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El uso de la tortura, presente en todos los campos de concentración latinoamericanos,
buscó diezmar la posibilidad de concertación política de los hombres, sometiéndolos a
prácticas brutales con un alto grado de humillación y violencia.
No obstante, y en esto concuerdan Arendt y Calveiro, la condición humana puede
ser reestructurada, esto quiere decir que en estos espacios donde se busca hacer desaparecer la humanidad de los individuos, surgen gestos ínfimos y prácticas que afirman
la resistencia de los hombres. Por numerosos testimonios de prisioneros es posible ver
que pequeños gestos cotidianos burlan y enfrentan el poder totalizante de los campos
de concentración. Para finalizar, cito las palabras de Calveiro: “Aun en medio de un proyecto de destrucción y arrasamiento de la personalidad, el hombre busca y encuentra
su dignidad.”24
A modo de conclusión
Dentro de los campos de concentración, en muchos casos, el resultado de la tortura y la
violencia es la desaparición de los prisioneros. Si bien muchos de los asesinados en estos espacios de excepción fueron abandonados en la vía pública, la mayor parte de ellos
nunca aparecieron. Los desaparecidos son el resultado de la violencia y el horror de un
poder totalizante, y dan cuenta de la producción sistemática de la muerte que se llevó a
cabo en los campos de concentración en las últimas dictaduras del Cono Sur.
En el año 1979, en una conferencia de prensa, el ex presidente de facto argentino
Jorge Rafael Videla decía, refiriéndose al producto de los campos de concentración, los
desaparecidos: “Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el
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Ibídem, p. 113.
hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza
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de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede
tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”.
Esta clase de discursos y el trato que puede recibir la vida —y la muerte— de algunos
hombres muestra la vigencia que tienen aún hoy las preguntas de Hannah Arendt con
que comenzamos: “¿Qué ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo ha podido suceder?”
Tales preguntas se encuentran vigentes hoy en la medida en que no han sido completamente respondidas ni agotadas, y en realidad me pregunto si efectivamente se pueden
llegar a responder, porque como bien sabía Arendt, creo que hay sucesos que por la
magnitud del horror que representan, siempre guardan un resto que nunca alcanza a
ser comprendido. No obstante, dicha vigencia sigue interpelando al pensamiento en general y a la Filosofía en particular, a reflexionar sobre la magnitud de ciertos sucesos que
aún perviven en nuestro presente.
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