INTRODUCCIÓN El presente curso tiene como propósito introducir a los estudiantes en el estudio de los principales rasgos de la formación cívica y ética en la escuela secundaria. La convivencia en una sociedad democrática y plural plantea a sus integrantes el desarrollo de un conjunto de conocimientos, habilidades, valores y actitudes, orientados a la participación responsable y al mejoramiento y enriquecimiento de las relaciones entre las personas y las instituciones. Estos rasgos son parte del conjunto de saberes básicos que corresponde a la educación básica formar en los alumnos y que tienen características específicas en la educación secundaria. Por esa razón, en el curriculum de educación secundaria se ha considerado un espacio para que los adolescentes reflexionen sobre aspectos relacionados con su desarrollo, como personas que se encuentran en el proceso de definir diversos aspectos de su identidad, con base en el análisis de sus potencialidades. La asignatura Formación Cívica y Ética de la escuela secundaria pretende que los alumnos se reconozcan como integrantes de una sociedad dentro de la cual tienen derechos y responsabilidades, y en cuyo seno pueden identificar situaciones y posibilidades para su vida personal y para la participación colectiva. Por lo anterior, resulta fundamental que el futuro profesor de educación secundaria que se prepara para atender esa asignatura entre en contacto con los contenidos e inicie un reconocimiento general de los retos que plantea, de tal modo que esta primera visión general de la formación cívica y ética repercuta en los compromisos que habrá de atender, como profesionista, en la práctica educativa; además, que identifique a la formación cívica y ética como un proceso que se desarrolla a lo largo de la vida de los sujetos dentro del cual la educación básica tiene un compromiso específico. Especialmente, se requiere que conozca las particularidades de dicha formación en el nivel de educación secundaria a partir del estudio de los contenidos específicos de la asignatura; el trabajo que los alumnos desarrollan en el resto de las asignaturas que integran el plan de estudios, y mediante las experiencias que tienen al relacionarse con los demás en el ámbito escolar. En esta asignatura, Introducción a la Formación Cívica y Ética, el estudiante normalista realizará un análisis de los contenidos, estrategias y recursos para la enseñanza con el fin de identificar la gama de experiencias formativas de carácter ético y cívico que pueden ofrecer las escuelas secundarias. Por lo anterior, se propone el estudio de tres grandes dimensiones que entran en juego al trabajar con esta disciplina: el sentido de formar cívica y éticamente a los alumnos que cursan la educación secundaria; la orientación de la formación cívica y ética que en ella se promueve; y las implicaciones y retos fundamentales para el docente que imparte esta asignatura. ORGANIZACIÓN DE LOS CONTENIDOS A partir de las dimensiones anteriores se han definido tres bloques temáticos para el presente programa, los cuales se describen a continuación. El primero aborda algunos planteamientos generales sobre la materia de estudio con el fin de que los alumnos reflexionen sobre la importancia de promover en los adolescentes de la escuela secundaria una formación cívica y ética, a través de la cual desarrollen conocimientos, habilidades y actitudes para la convivencia democrática, para constituirse en personas autónomas y para reconocerse como ciudadanos en formación, pues aunque todavía no adquieren dicho estatuto de manera formal, resulta imprescindible que reflexionen y adopten como propios los valores que caracterizan a una ciudadanía activa y responsable. Se busca promover en los futuros profesores una perspectiva amplia sobre el compromiso de la escuela y del reto que enfrentarán al trabajar con esta asignatura. Para ello, se propone que manifiesten sus expectativas sobre la profesión de maestro de Formación Cívica y Ética y, a partir de ellas, exploren los contenidos de la asignatura. Para tal efecto, revisan textos que ofrecen las concepciones de algunos autores, a partir de las cuales puedan elaborar ideas propias respecto al reto que implica favorecer en los adolescentes un aprendizaje que les permita convivir y construir espacios propios y colectivos. 1 En el segundo bloque se analizan los contenidos que constituyen el objeto de enseñanza de la asignatura. Para ello, se plantea que, en un primer momento, los alumnos aprecien cómo la formación cívica y ética se inscribe en la normatividad constitucional que orienta a la educación básica. La revisión de documentos normativos, como el Artículo Tercero Constitucional, la Ley General de Educación y los programas de estudio, tiene la intención de propiciar en los estudiantes normalistas la identificación de lineamientos jurídicos y éticos que constituyen las directrices de la asignatura. En segundo lugar, el trabajo de este bloque se dirige a un examen de los campos temáticos en que se organizan los programas de estudio. Para ello, los alumnos entran en contacto con textos que les proveen de referentes para analizar los contenidos programáticos, así como la forma en que se expresan en los libros de texto utilizados para la educación secundaria. Con lo anterior se pretende que los normalistas reflexionen sobre los criterios generales que fundamentan la propuesta temática de los programas. Si bien no se busca que esta revisión resulte exhaustiva, es necesario que identifiquen cómo los ámbitos de conocimiento que se abordan tienen una estrecha relación con las necesidades de los adolescentes y con la manera particular en que enfrentan y perciben el entorno social. El tercer bloque introduce la reflexión acerca del tipo de tareas, situaciones y recursos que deberá considerar el profesor de Formación Cívica y Ética. Se busca que los estudiantes aprendan a reconocer la diversidad de oportunidades y posibilidades que existen en el entorno, en las experiencias de los alumnos, en los medios de información y en los libros de texto, para llevar a cabo actividades congruentes con el enfoque para el trabajo con la asignatura. Para lograr lo anterior, se considera imprescindible considerar los aprendizajes que los alumnos de secundaria logran mediante el trabajo que realizan en otros cursos, así como la contribución que las relaciones con sus compañeros y el ambiente escolar ofrecen como espacios para la formación cívica y ética. ORIENTACIONES DIDÁCTICAS GENERALES En virtud de que el presente curso tiene un carácter introductorio, la mayor parte de las actividades están encaminadas a la exploración de los contenidos y recursos que se proponen para el trabajo de la asignatura. Por ello, es importante que los alumnos normalistas consideren que la exposición de dudas y el intercambio de ideas constituyen elementos enriquecedores para este acercamiento. En este sentido, las actividades en grupo y por equipo ofrecen la posibilidad de reflexionar en torno a situaciones y problemáticas que en un momento inicial, como éste, pueden representar auténticas preocupaciones de quien comienza su preparación como profesor de esta asignatura. Para que formas de trabajo como los debates, las actividades en equipo, las mesas redondas, las tareas de investigación en grupo, entre otras, se conviertan en verdaderos espacios de reflexión, es necesario tomar en cuenta las inquietudes que los estudiantes normalistas pueden tener respecto a su futuro desempeño como docentes de Formación Cívica y Ética. Es importante considerar que, aunadas al trabajo colectivo, las elaboraciones individuales son necesarias como parte de un proceso personal de apropiación del oficio de docente de esta asignatura. Deberán promoverse actividades como el análisis de textos y la producción de ensayos, para sistematizar las reflexiones y la discusión en grupo sobre los retos que implica la formación cívica y ética de los adolescentes en la escuela secundaria. El trabajo que los normalistas realicen en las jornadas de observación del proceso escolar constituye un referente para el desarrollo de las actividades de esta asignatura introductoria. Por ello, se han contemplado tareas en las cuales se parte del contacto que los alumnos tengan con diversas situaciones de la vida escolar, así como con las sesiones en que se imparte Formación Cívica y Ética en la escuela secundaria. En lo que concierne a los materiales de apoyo, la mayoría de ellos han sido concebidos para leerse de manera individual y antes de la sesión en que se aborden colectivamente, a fin de que los estudiantes tengan la oportunidad de tomar notas y plantear sus inquietudes en clase. Esta 2 recomendación es particularmente importante con los textos: El principio del placer, de José Emilio Pacheco, y Los secretos de Margarita, de Maite Ibargüengoitia y Magali Lara, cuya lectura debe iniciarse desde el comienzo del curso escolar. Algunos textos podrán leerse en clase cuando las actividades así lo requieran. Los criterios que orienten la evaluación deben ser congruentes con el trabajo que los estudiantes realizan a lo largo del curso, por lo que las estrategias que se apliquen requieren considerar las habilidades, conocimientos y actitudes que ellos desarrollen. Asimismo, no debe olvidarse que la evaluación es un proceso que requiere ser sistemático, con criterios claros y concretos acerca de cómo y cuándo llevarla a cabo. A lo largo de este curso, se espera que los normalistas identifiquen diversos retos relacionados con el trabajo de la asignatura. No se pretende que todas las dudas y problemas que se definan sean resueltos en este momento. Por el contrario, se busca que este curso introductorio abra la reflexión y el interés de los alumnos por construir propuestas y alternativas ante diversas situaciones didácticas, las cuales se irán trabajando en los siguientes semestres de la licenciatura. PROPÓSITOS GENERALES A través de los contenidos y actividades del presente curso, se pretende que los estudiantes normalistas: 1. Comprendan los aspectos centrales de la Formación Cívica y Ética en la educación secundaria como parte de la educación básica. 2. Adquieran un panorama general sobre los contenidos de la asignatura de Formación Cívica y Ética. 3. Se familiaricen con algunas de las estrategias y recursos para el desarrollo de los contenidos de Formación Cívica y Ética y reflexionen sobre los retos que plantea al profesor trabajar de acuerdo con el enfoque establecido. BLOQUE I FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? PROPÓSITOS Se pretende que mediante las actividades de estudio de este bloque, los estudiantes normalistas: • Analicen algunos elementos del contexto social que fundamentan la existencia de la asignatura Formación Cívica y Ética en la escuela secundaria. • Reconozcan diferentes habilidades que los alumnos de secundaria requieren desarrollar y consolidar para la convivencia democrática y para la toma de decisiones de manera libre y responsable. • Comprendan los propósitos de la asignatura Formación Cívica y Ética. 1. Los retos de vivir en la sociedad actual. • La demanda social: convivencia, democracia y ciudadanía. • Crecer con una conciencia clara de la persona que se es y que se desea ser. • Construcción y fortalecimiento de la identidad nacional. 2. Aprender a vivir en sociedad y el desarrollo de habilidades que se requieren para hacerlo en el contexto actual. • Necesidades e intereses de los adolescentes. • El desarrollo de habilidades dialógicas, de reflexión y de autoconocimiento. • Posibilidades de participación y de toma de decisiones. • Desarrollo del juicio crítico, del juicio moral y de la responsabilidad en el cuidado de sí mismo. 3 BIBLIOGRAFÍA Y MATERIALES BÁSICOS • • • • • • • • • Delors, Jacques (1997), “Educación cívica y prácticas ciudadanas” y “Aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás”, en La educación encierra un tesoro, México, Correo de la UNESCO, pp. 59-61 y 98-103. Freinet, Célestine (1972), La educación moral y cívica, Barcelona, Laia, pp. 5-17. Gutiérrez, José Luis (1999), “¿Por qué enseñar democracia?”, en Educación cívica y construcción democrática en el actual contexto político mexicano, ponencia presentada en el marco del seminario taller sobre Formación Cívica y Ética, México, pp. 2-5. (Mimeo) Ibargüengoitia, Maite y Magali Lara (1992), Los secretos de Margarita, México, SEP (Libros del rincón). Merino, Mauricio (1995), “Los valores de la participación democrática”, en La participación ciudadana en la democracia, México, IFE (Cuadernos de divulgación de la cultura democrática), pp. 51-55. Pacheco, José Emilio (1994), El principio del placer, México, CNCA (Alianza cien). Puig, Josep Ma. (1993), “Educación moral y diálogo”, en Toma de conciencia y habilidades para el diálogo. Materiales para la educación ética y moral (educación secundaria), Madrid, Infancia y aprendizaje, pp. 7-14. Reyes Heroles, Federico (1999), “Democracia, límites y alcances”, en Memorial del mañana, México, Taurus, pp. 35-51. SEP (1999), Formación Cívica y Ética, México. - (1998), La educación cívica en la actualidad, México, SEP (Entre maestros), fragmento inicial hasta el minuto: 00:09:50 (videocinta). - (1999), Presentación de la asignatura. Formación Cívica y Ética, México (videocinta). ACTIVIDADES SUGERIDAS 1. Redactar un texto en el que los estudiantes expresen los motivos que los llevaron a elegir la profesión de maestro y, particularmente, en la especialidad de Formación Cívica y Ética. Posteriormente, en plenaria, comentar al resto del grupo sus reflexiones. Puede organizarse un cuadro como el siguiente para clasificar los posibles motivos de la elección de la especialidad. Factores y Influencia del Condiciones Otros experiencias entorno institucionales personales Obtener algunas conclusiones sobre los criterios que guiaron a los integrantes del grupo para inclinarse por la especialidad. 2. Leer el texto de Freinet y en equipo discutir el interés en 1914 sobre la formación cívica y moral descrito por el autor. Argumentar cuál sería la importancia que en nuestros días tiene dicha formación. 3. A partir del análisis del texto de Reyes Heroles, identificar en plenaria: • Los retos que en la actualidad enfrenta la vida democrática. • Aquellos problemas que la democracia debe considerar y atender. • Los valores y principios que entran en juego al definir, de acuerdo con el autor, los rasgos que la democracia debe asumir en la actualidad. 4. Con apoyo en la lectura de Delors y el fragmento del video “La educación cívica en la actualidad”: • Comentar algunos compromisos de la escuela para que los estudiantes adquieran herramientas necesarias que les permitan vivir y comprender ciertas problemáticas y situaciones que afectan a toda la comunidad internacional. 4 • Elaborar un escrito sobre la responsabilidad de la escuela frente a la problemática social y sus implicaciones en la vida personal. Para ello, recuperar algunas de las ideas expuestas en las lecturas de Freinet, Reyes Heroles y Delors. 5. Con base en los libros El principio del placer y Los secretos de Margarita: • A través de una lluvia de ideas, elaborar una lista de los aspectos abordados en ambos textos que sean de interés primordial para los alumnos que cursan la educación secundaria. • Señalar la manera en que se abordan, en los textos anteriores, temas como la sexualidad, la salud, la autoestima, la exploración del mundo y de nuevas formas de relación con los demás. • Esos temas también pueden analizarse a partir de experiencias personales o de ejemplos que hayan podido recopilar de los alumnos de secundaria. 6. A partir de la lectura de los textos de José Luis Gutiérrez y Mauricio Merino: • Discutir el papel de las normas y los valores en los adolescentes y el lugar que la escuela puede tener en el proceso de aprender a vivir en sociedad. • Explicar los retos de vivir en una sociedad democrática. • Relacionar los argumentos de estos autores con las conclusiones obtenidas en la actividad 3. 7. De manera individual, leer el texto de Puig y con base en la información que presenta: • Argumentar por qué es necesario que los estudiantes aprendan a dialogar. • Señalar qué relación existe entre el desarrollo de las habilidades para el diálogo y la formación en valores. • Presentar un ejemplo de diálogo entre alumnos y maestros que hayan podido presenciar. Identificar en él la manera en que se ponen o no en práctica algunas habilidades para el diálogo señaladas por Puig. 8. En plenaria, y a partir de las lecturas realizadas, identificar algunas habilidades que los alumnos de secundaria requieren desarrollar para: • Buscar, comprender y analizar críticamente información de diversas fuentes. • Establecer relaciones entre aspectos de la vida individual y colectiva. • Dialogar y resolver conflictos de manera no violenta. • Participar y tomar decisiones al definir proyectos individuales y colectivos. 9. A partir de la consulta del programa de la asignatura en las páginas 7 a 12 y la observación del video Presentación de la asignatura, en el fragmento correspondiente a la entrevista al c. subsecretario de Educación Básica y Normal, profesor Olac Fuentes Molinar, redactar un texto en el que explique los propósitos de incluir la asignatura Formación Cívica y Ética en la escuela secundaria. BLOQUE II ¿QUÉ FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE PROMOVERSE EN LOS ADOLESCENTES? PROPÓSITO Con el desarrollo de las actividades propuestas para este bloque, se espera que los estudiantes normalistas: • Exploren los contenidos de la asignatura y la manera en que éstos se organizan a partir de tres grandes campos temáticos. TEMAS 1. Los principios del Artículo Tercero Constitucional como fundamentos para la formación cívica y ética de los estudiantes de educación secundaria. 5 2. Convergencia de lo cívico y lo ético en una asignatura de la educación secundaria. • Características de la naturaleza humana. • Los adolescentes como sujetos de derechos y responsabilidades. • La participación social y las relaciones democráticas. BIBLIOGRAFÍA Y MATERIALES BÁSICOS • • • • • • • • • • • • • • Dahl, Robert (1999), “¿Por qué la democracia?”, en La democracia. Una guía para los ciudadanos. Madrid, Taurus, pp. 45-54. Pérez Tapias, José Antonio (1996), “Los valores de la democracia”, en Claves humanistas para una educación democrática. De los valores humanos al hombre como valor, Madrid, Alauda-Anaya, pp. 119-181. Piaget, Jean (1999), “El desarrollo moral del adolescente en dos tipos de sociedades: la sociedad primitiva y la sociedad moderna”, en De la pedagogía, Buenos Aires, Paidós, pp. 165-171. Rodrigo, María José (1996), “Las teorías implícitas en el aprendizaje escolar: ¿qué hacer con el conocimiento cotidiano en el aula”, en Kikirikí, núm. 42-43, Sevilla, pp. 51-54. Savater, Fernando (1995), “Prólogo”, en Política para Amador, México, Ariel, pp. 9-18. (1998), ”Prólogo” y “De qué va la ética”, en Ética para Amador, México, SEP/Cooperación Española, pp. 11-33. SEP (1993), Artículo 3º Constitucional y Ley General de Educación, México. (1999), Formación Cívica y Ética, México. (1999), Programas de estudio comentados de Formación Cívica y Ética, México. (1993), Plan y programas de estudio. Educación primaria, México, pp. 123-140. (1993), Plan y programas de estudio. Educación secundaria, México. Historia y Geografía. Tercer grado, México. (Se cuenta con un texto para cada entidad) (1999), La naturaleza humana en la Formación Cívica y Ética, México. (videocinta) (1998), La formación en valores, México (Entre maestros, Educación Cívica), fragmento inicial hasta el minuto 00:19:50. (videocinta) (2000), Entrevista a Carlos Cullen, México, fragmentos del 00:04:34 al 02:07:34; del 00:08:48 al 00:11:00; y del 00:15:10 al 00:16:57. (videocinta) (1999), Embarazo entre los jóvenes, México. (Salud y sexualidad, 2) (videocinta) Ciencias Naturales. Cuarto grado. Ciencias Naturales. Quinto grado. Ciencias Naturales. Sexto grado. Libro integrado. Primer grado. Libro integrado. Segundo grado. Conoce nuestra Constitución, México. (Nuestros materiales) (videocinta) Libros de texto de Formación Cívica y Ética para la educación secundaria. ACTIVIDADES SUGERIDAS 1. Elaborar una lista de recomendaciones a los protagonistas de El principio del placer y Los secretos de Margarita –Jorge y Margarita, respectivamente– para salir de los problemas que se les presentan. • Recopilar, a través de entrevistas, algunos testimonios de padres de familia sobre las recomendaciones que suelen hacer a los hijos que cursan la educación secundaria. • En equipo, intercambiar opiniones sobre las recomendaciones que cada quien elaboró y recopiló. Identificar los principios y valores que se encuentran presentes en las recomendaciones emitidas. • Destacar cuál es la orientación de la formación cívica y ética en la educación básica con base en los principios y valores que se expresan en el Artículo Tercero Constitucional y los artículos 7 y 8 de la Ley General de Educación, así como en el fragmento del video La formación en valores. • Comparar las recomendaciones elaboradas y recopiladas con lo que señalan los documentos anteriores. • Obtener conclusiones sobre el papel que corresponde a la escuela secundaria en la formación cívica y ética de los alumnos. 6 2. A partir de la lectura del programa de la asignatura, en equipos, señalar la relación entre los principios de la normatividad jurídica y los planteamientos de la asignatura que se presentan en el programa de estudio. 3. Analizar, de manera individual, los rubros o campos temáticos en que se organizan contenidos de la asignatura y los valores hacia los cuales se orienta la formación ética de alumnos; para ello: • Consultar los apartados 1.3, 1.3.1, 1.3.2, 1.3.3. (pp. 23-26) y 2.1.2 (pp. 57-62) de Programas de estudio comentados. • Elaborar un esquema en el que se describan los rasgos principales de los rubros y relaciones que existen entre ellos. los los los las 4. Con base en la lectura de Pérez Tapias, “Los valores de la democracia”, discutir en torno a los siguientes puntos: • La relación entre los valores que describe el autor y el sentido que tienen para la vida individual y colectiva. • La capacidad de los seres humanos para valorar unas cualidades sobre otras y los criterios que se han definido para esta valoración. 5. A partir de una lectura de “Naturaleza humana y valores”, en los programas de estudio comentados, identificar: • Contenidos referidos al estudio de los valores y las posibilidades humanas. • Los temas de este rubro que se abordan en cada grado. Comentar qué contenidos de otras asignaturas del plan de estudios apoyan el trabajo con este rubro. 6. Observar el video La naturaleza humana en la Formación Cívica y Ética y responder: • ¿De qué manera los contenidos de este rubro contribuyen al desarrollo de la identidad de los alumnos y de su proyecto de vida? • ¿Cuál es la importancia de que los adolescentes identifiquen aquellos ámbitos de su vida sobre los que pueden decidir? • ¿De qué manera el reconocimiento de la naturaleza humana aporta a los alumnos de secundaria elementos para identificar quiénes son y proyectar lo que quieren ser? En equipos, analizar varios libros de texto para identificar cómo se abordan algunos de los contenidos de este rubro: • Analizar los conceptos y la información que presentan los textos. • Identificar la relación que existe entre los contenidos presentados y su descripción en los programas. 7. A partir de la lectura de los textos “Prólogo” y “De qué va la ética”, de Savater, y “El desarrollo moral del adolescente en dos tipos de sociedades: la sociedad primitiva y la sociedad moderna”, de Piaget, identificar de manera individual: • Los elementos de la naturaleza humana. • Los retos que tienen los adolescentes y jóvenes ante la vida. • El papel que ambos autores atribuyen al ejercicio de la libertad. • Qué significa que una persona pueda discernir entre lo que le conviene y lo que le perjudica. • El papel de la ética en la vida de los adolescentes. 8. En equipos, leer “Problemática y posibilidades de adolescentes y jóvenes” en los programas de estudio comentados. Con apoyo en esta lectura: • Identificar los contenidos de cada grado relacionados con este rubro. • Relacionar los contenidos identificados con las ideas expresadas por Savater y Piaget acerca de la formación ética de los adolescentes. • Formar equipos y observar el tratamiento de algunos contenidos de este rubro en diversos libros de texto. • Discutir qué contenidos de otras asignaturas pueden ser relacionados con los de este rubro. 7 • • Observar el video El embarazo entre las jóvenes e identificar la relación que existe entre la formación ética y temas relacionados con la sexualidad. Elaborar conclusiones sobre la importancia de la formación ética en la elaboración del proyecto de vida personal. 9. Con base en los textos “¿Por qué la democracia”, de Dahl, y el prólogo de Política para Amador, de Savater, responder en equipos las siguientes preguntas: • ¿Qué relaciones se pueden establecer entre las nociones de democracia –que aborda Dahl– y de política –que plantea Savater? • De acuerdo con Dahl, ¿qué rasgos tendría una sociedad democrática? • ¿Qué ideas, de las expresadas por los autores, pueden explicar la importancia de que los adolescentes comprendan los fundamentos de la organización política y la democracia? 10. Individualmente, leer en los programas de estudio comentados el rubro “Organización social, democracia, participación ciudadana y forma de gobierno en México”. • Identificar la manera en que se presentan los contenidos relacionados con este rubro en los tres cursos de la asignatura. • En plenaria, comentar cuáles son las implicaciones de sus contenidos en la formación de los alumnos. • Comentar las ideas expresadas por Carlos Cullen en entrevista videograbada respecto a la relación entre democracia y formación cívica y ética. • Identificar qué relación tienen algunos contenidos pertenecientes a otras asignaturas con los del rubro “Organización social, democracia, participación ciudadana y forma de gobierno en México”. • En equipos, revisar, en diferentes libros de texto, el tratamiento de los temas relativos a este rubro. 11. En equipo, revisar los programas y materiales de educación primaria en los que se abordan contenidos relacionados con la formación cívica y ética y responder a las siguientes preguntas: • ¿Qué tratamiento se brinda al tema de los derechos de los niños en los libros integrados de primero y segundo grados? • ¿Cómo se abordan los contenidos relativos a la organización política de la entidad y el municipio en los libros estatales de Historia y Geografía de tercer grado? • ¿A partir de qué elementos se desarrollan los temas relacionados con el género, en los libros de Ciencias Naturales de cuarto a sexto grados? • ¿Qué sugerencias brinda el video Conoce nuestra Constitución para la formación cívica y ética? 12. En equipo, con base en observaciones realizadas en el aula y la lectura del artículo “Las teorías implícitas en el aprendizaje escolar: ¿qué hacer con los conocimientos cotidianos?”, de Rodrigo: • Argumentar sobre la necesidad de que los alumnos de secundaria analicen su conocimiento cotidiano como parte de la formación cívica y ética. • Analizar algunos contenidos de la asignatura Formación Cívica y Ética y relacionar los propósitos de su estudio con las metas educativas propuestas por el autor. • Obtener conclusiones sobre la importancia del conocimiento que los alumnos tienen de su realidad como elemento que se debe considerar en la asignatura Formación Cívica y Ética. 13. De manera individual, elaborar un ensayo en el que se expongan la importancia de que en la escuela secundaria exista una asignatura para favorecer la formación cívica y ética de los adolescentes. 8 BLOQUE III ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? PROPÓSITO Con el estudio de los temas y las actividades de este bloque, se espera que los estudiantes normalistas: • Reflexionen sobre algunas implicaciones didácticas de la asignatura. • Reconozcan los retos que le plantea al docente promover la formación cívica y ética. • Identifiquen formas y recursos de enseñanza congruentes con los propósitos y contenidos de la asignatura. TEMAS 1. Retos y posibilidades para la promover la formación cívica y ética. • El entorno de los adolescentes y sus intereses como elementos de referencia para el tratamiento de los contenidos. • El ambiente del aula y el papel formativo de las relaciones entre pares y con los adultos en la escuela. • El maestro ante las opiniones y actitudes divergentes. • La manifestación de los aprendizajes que promueve la asignatura: posibilidades y dificultades para la evaluación. 2. Recursos para el trabajo en la asignatura. • La observación como recurso permanente para la enseñanza y la evaluación. • El uso de los libros de texto y otros materiales impresos. • El trabajo crítico con los medios de comunicación. BIBLIOGRAFÍA Y MATERIALES BÁSICOS • • • • • • • • • • Arévalo, Javier (1998), “Imagen y pedagogía”, en Didáctica de los medios de comunicación, México, SEP, pp. 17-34. Barba, Bonifacio (1997), “Los enfoques de la educación valoral”, en Educación para los derechos humanos, México, FCE, pp. 111-125. Buxarrais, María Rosa et al. (1997), La educación moral en primaria y en secundaria, México, Cooperación Española/SEP (Biblioteca del normalista), pp. 75-85. Fernández Enguita, Mariano (1995), “Yo no soy eso... que tú te imaginas”, en Cuadernos de Pedagogía, núm. 238, agosto, Barcelona, Praxis, pp. 35-38. [La consulta se realizó en el CD ROM 25 años contigo. Cuadernos de Pedagogía 1975-2000.] Funes Artiaga, Jaume (1995), “Cuando toda la adolescencia ha de caber en la escuela”, en Cuadernos de Pedagogía, núm. 238, agosto, Barcelona, Praxis, pp. 32-34. [La consulta se realizó en el CD ROM 25 años contigo. Cuadernos de Pedagogía 1975-2000.] Martínez, Miquel (1993), “La evaluación en educación moral”, en Aula de Innovación Educativa, núm.16-17, julio-agosto, Barcelona, Graó, pp. 41-47. Rodrigo, María José (1997), “Hacia una cultura del cambio escolar”, en Investigación en la Escuela, núm. 32, Sevilla, Díada, pp. 27-31. Stodolsky, Susan S. (1991), “Los libros de texto”, en La importancia del contenido en la enseñanza, Barcelona, Paidós/MEC, pp.132-135. SEP (1999), Programas de estudio. Formación Cívica y Ética, México. - (1999), “Entrevista con el c. subsecretario de Educación Básica y Normal, profesor Olac Fuentes Molinar”, en Presentación de la asignatura. Formación Cívica y Ética, México. (videocinta) - (2000), Didáctica de los medios, México. (videocinta) - Entrevista a María Rosa Buxarrais y Miquel Martínez, México, fragmento del 03:13:37 al 03:17:52. (videocinta) Libros de texto de Formación Cívica y Ética para la educación secundaria. 9 ACTIVIDADES SUGERIDAS 1. Consultar, en el programa de la asignatura, los apartados “Pautas pedagógicas y didácticas” y “Evaluación” y elaborar un esquema en el que destaquen las orientaciones que se brindan para el trabajo y la evaluación de la asignatura. 2. Con base en la lectura de Rodrigo, discutir en equipos: • ¿Por qué se considera que las experiencias e intereses de los alumnos de secundaria pueden servir como punto de partida para abordar los contenidos de la asignatura? • ¿Cuál es el sentido de trabajar con estos referentes? • ¿Qué tipo de trabajo puede promoverse con los alumnos a partir de sus experiencias e intereses? • ¿Qué conclusiones pueden obtenerse sobre la disyuntiva de que los alumnos enriquezcan su punto de vista sobre estas experiencias o bien que no trasciendan la vivencia cotidiana de las mismas? • ¿Cuál es el valor del conocimiento cotidiano? ¿En qué casos resulta valioso? ¿Por qué? En equipos, proponer ejemplos del conocimiento cotidiano de los adolescentes que pueden ser relevantes para la asignatura. 3. A partir del análisis de los textos de Funes Artiaga y Fernández Enguita: • Identificar algunas características de las actividades de enseñanza para trabajar con el entorno y con los intereses de los alumnos. • Discutir qué rasgos debe ofrecer el ambiente del aula. • Elaborar conclusiones sobre cómo estos elementos (entorno, intereses, ambiente del aula) también forman parte de la formación cívica y ética. • Organizar un debate en torno a la siguiente pregunta: ¿por qué los contenidos programáticos no pueden trabajarse al margen de las experiencias de los alumnos? 4. Individualmente, leer el texto de Buxarrais e identificar los planteamientos que los autores hacen respecto a las actitudes del profesor y las diferentes clases de valores que señalan. • Seleccionar un contenido de la asignatura Formación Cívica y Ética e identificar los valores que trabaja y las actitudes que el profesor debe asumir para el tratamiento de dicho contenido. • Comentar con el grupo el análisis realizado y confrontar los resultados obtenidos. 5. En equipos, analizar los planteamientos de Barba y obtener conclusiones sobre las posibilidades de sistematizar la promoción de la formación cívica y ética. • Identificar las formas de promoción de la formación valoral planteadas por Barba. • Relacionar la postura del autor con los planteamientos del enfoque de la asignatura. 6. Analizar los fragmentos de los videos correspondientes a las entrevistas al profesor Olac Fuentes Molinar y al doctor Miquel Martínez. De este último, leer también el texto sugerido en la bibliografía. • Tomar nota de las referencias que se hacen a la evaluación de la asignatura. • Comparar las afirmaciones de ambos autores respecto al sentido de la evaluación en la formación cívica y ética. • Comentar algunas implicaciones del enfoque en las formas de evaluación de la asignatura. 7. A partir de la lectura previa de los textos de Javier Arévalo y Susan Stodolsky, discutir las posibilidades que ofrecen los recursos impresos y audiovisuales para el trabajo de la asignatura Formación Cívica y Ética. • Elegir un tema del programa de estudio de Formación Cívica y Ética de cualquier grado y analizar, en un libro de texto, la manera en que se abordan la información, las estrategias de enseñanza y de evaluación. • Leer en el programa de estudio las pautas didácticas y comentar, de acuerdo con los planteamientos revisados anteriormente, la utilidad de las actividades de indagación y el empleo de la legislación vigente para abordar este tema. 10 8. Con base en la observación del video Didáctica de los medios, contestar las preguntas: • ¿Qué posibilidades de trabajo ofrecen los medios de comunicación? • ¿Cómo pueden ser utilizados los medios en la asignatura Formación Cívica y Ética? 9. En equipos, señalar algunos ejemplos de programas de radio, televisión, canciones, películas y publicaciones que conozcan y que pueden ser utilizados en el trabajo con la asignatura. • Identificar el tipo de contenidos que proporcionan y la manera en que pueden vincularse con las experiencias e intereses de los adolescentes. • Elaborar una propuesta de trabajo para alguno de los contenidos de la asignatura, en la que incorporen sugerencias para la utilización de recursos diversos (libros de texto de Formación Cívica y Ética, audiovisuales, gráficos, actividades de investigación y uso de la legislación vigente). • Comentar las propuestas obtenidas, señalando las posibilidades que los maestros encuentran en el empleo de recursos para el trabajo de la asignatura. 10. Individualmente, redactar un escrito en el que hagan un balance de los contenidos, estrategias y recursos para el trabajo de la asignatura y reflexionen, de nueva cuenta, en los motivos que les han llevado a ser maestros en la especialidad de Formación Cívica y Ética. • Comparar sus reflexiones con el escrito realizado en la primera actividad del curso. • Comentar, en plenaria, los resultados de esta comparación y elaborar conclusiones sobre los retos personales y profesionales que implica formarse como profesor de Formación Cívica y Ética. 11 12 MATERIAL DE APOYO 13 14 FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? LA EDUCACION MORAL CIVICA Digamos en primer lugar, a modo de preámbulo, que la escuela no debe desinteresarse de la formación moral y cívica de los niños, pues esta formación no es sólo necesaria, sino imprescindible, ya que sin ella no puede haber una formación auténticamente humana. Tenemos razón al quejarnos de que, a causa de una serie de razones que examinaremos, la escuela actual no cumple con esta función, se ha descuidado casi totalmente este tipo de preparación. ¿Se ha dado en otras épocas este tipo de educación? ¿Bajo qué formas? ¿Por qué se ha descuidado y abandonado? ¿Se trata, pura y simplemente, de volver a las formas antiguas o de proponer otras soluciones? Y, ¿cuáles serían éstas? LA FORMACIÓN MORAL Y CÍVICA EN LA ESCUELA A PRINCIPIOS DEL SIGLO: EVOLUCIÓN Y DECADENCIA El desinterés de la escuela por la formación moral y cívica de los niños es un fenómeno muy reciente, producto del cientifismo. A principios de siglo se creyó que los avances técnicos y el crecimiento de los conocimientos iban a hacer al hombre automáticamente mejor. Enseñémosle a leer y escribir, mejoremos las condiciones técnicas de su trabajo, aportemos cada vez más elementos de civilización, por los medios de comunicación, periódicos, cine, discos, radio, televisión... y el hombre dejará de ser un lobo para el hombre. Démosle una cultura e, inmediatamente, mejorará su potencial moral. Se había creído en ello hace cincuenta u ochenta años, durante el periodo verdaderamente ascendente de la era científica, y así Víctor Hugo, entre otros, podía escribir con cierta grandilocuencia: "Todo niño al cual se enseña es un hombre que se gana". A principios de siglo, los maestros franceses fueron como los sacerdotes de esta nueva religión. Creían y combatían por ella, frente a los oscurantistas que la ciencia condenaba irremediablemente. También para ellos, los niños a los que se había enseñado a leer y a calcular eran hombres salvados y el certificado de estudios aparecía entonces como una auténtica promoción moral, cívica y humana. Niños y hombres creían en ello como en un nuevo dios, que hace sus milagros, por el simple hecho de creerse dios. Las lecciones de moral eran el evangelio y nos impresionaban. Cuando nos hablaban de Sócrates bebiendo la cicuta, entreveíamos una especie de esfera superior de la naturaleza humana, aún más misteriosa y exaltante que los sacrificios de los santos, cuyos ejemplos nos mostraba la Iglesia. Los sabios rendían culto al deber y a la ciencia. La moral significaba, entonces, algo y los premios a la virtud empañaban de lágrimas los ojos de quienes los celebraban. La formación cívica caminaba al unísono con esa formación moral. Hoy nosotros sonreiremos ante esos batallones escolares cantando himnos patrióticos y, sin embargo, es posible que hayan reflejado momentos únicos de nuestra historia nacional. Sin olvidar que los maestros y profesores, conscientes de ejercer un sacerdocio, pretendían, también con fervor, aportar a los adolescentes y hasta a los adultos los conocimientos de la ciencia, sin los cuales no podían llegar a ser hombres. Esta formación moral y cívica había sido, por otra parte, eficaz, pues el fervor es siempre rentable. No es baladí recordar cómo había preparado para sus deberes patrióticos a los ejércitos de ciudadanos que, en 1914, marcharon a defender su país de la misma manera que siglos atrás sus antepasados se colocaron sobre el pecho la insignia de los cruzados, soldados de Cristo. Es necesario haber vivido esas horas emocionantes de la movilización de 1914 para comprender lo que puede valer una enseñanza moral y cívica, dada con convicción y método, al servicio de un ideal. Esta convicción, ese ideal no ha sobrevivido a la primera guerra. Yo recuerdo el desconcierto de nuestros maestros cuando veían regresar de las trincheras, llena la boca con palabras de duda y de rebelión, que ellos consideraban sacrílegas. Elevaban los brazos al cielo como 15 FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? creyentes dioses. que oyeran blasfemar de sus Efectivamente, nuestros educadores nos habían enseñando con su fe y nos habíamos sentido subyugados. Pero nosotros, combatientes, vivíamos el fracaso de esta moral y de esta instrucción cívica. Los rebeldes de 1917 fueron la expresión de esta crisis, de igual modo que los creyentes comprometidos en una Cruzada un día se rindieron a la evidencia de que sus dioses les habían abandonado. En esas fechas fatídicas, entre 1914 y 1917, podemos situar la crisis de la moral y de la instrucción cívica que durante treinta años fueron el motor de una educación que no careció de eficacia y de grandeza, que tuvo también sus héroes, a los que nosotros no siempre glorificamos en la medida de su prestigioso ejemplo. Posteriormente, la escuela no ha vuelto a tener esta fe y este espíritu, esa moralidad y ese civismo que la hacían merecedora, en la ciudad, de una posición excepcional que nos será difícil reconquistar. , Sólo hay que comparar el periodo de 1939 con el de 1914 para medir el alcance de esa crisis. En 1939, los hombres a los que habían enseñado la escuela de antes de la guerra -y sin duda lo había hecho con método y entrega- no tenían ni tan siquiera conciencia de servir a una patria. No defendieron, como en 1914, el suelo que temblaba bajo sus pies; huyeron y dimitieron. Es posible que solamente en la hermandad de los campos de prisioneros y de concentración se forjaran de nuevo los elementos de una nueva moral y de un nuevo civismo, cuyas posibilidades aún no ha sabido explotar la escuela. En la práctica, después de 1919, sobre todo si lo comparamos con lo que sucedía a principios de siglo, ya había en las escuelas francesas verdaderas lecciones de moral. Tanto los maestros como los alumnos sólo veían en la verborrea moral una fruslería pasada de moda. Las exigencias de la instrucción habían invadido todo el abanico de la pedagogía y, hasta con la mejor voluntad, los educadores, comprometidos en el engranaje escolástico, no llegaban a recrear en sus clases ese clima que da cuerpo y sentimiento a las palabras y por esa vía hace posible el desarrollo de un ideal. 16 Actualmente encontramos este entusiasmo en los países nuevos que han podido acceder a formaciones sociales que les movilizan individual y socialmente: en la URSS y en las democracias populares, en Yugoslavia, en China y en el Vietnam, en Túnez. Deseemos que este mismo entusiasmo pueda aglutinar y animar a los pueblos de África que acceden a la independencia, de la misma forma que el dinamismo revolucionario entusiasma a los campesinos y obreros de Cuba, como nos dice en cada una de sus cartas nuestro amigo Almendros. En Francia no tenemos de momento y, sin duda, por un tiempo bastante largo, ninguna de estas posibilidades y nuestras prédicas, por muy convincentes que sean, entran en contradicción casi siempre con las realidades sociales y técnicas. Se nos había asegurado que la instrucción convertía al hombre que la gozaba en un ser más moral y mejor ciudadano. Sin embargo, hoy todo el mundo sabe -y los propios niños los primeros- que hay formas de inteligencia y de cultura que descuida la escuela y que proporcionan, a los que saben conservarlas y desarrollarlas, éxito, prestigio y dinero; y que es falso afirmar que las gentes instruidas son de una moral y de un valor cívico superior. Al menos lo que se puede afirmar es que la escuela no les ha elevado, en esos campos, por encima de los que han sabido conservar el buen sentido, la afectividad y el espíritu crítico. El espectáculo alucinante de las últimas guerras, el más monstruoso todavía de los campos de exterminio y los crímenes nazis, la práctica corriente, posteriormente, de las torturas científicamente perfeccionadas, la amenaza permanente de una destrucción atómica, hacen hoy flagrante una constatación que aparecía hace poco, todavía, como iconoclasta. No, el conocimiento, la falsa cultura, la ciencia y todos los descubrimientos técnicos que ella ha posibilitado no son factores automáticos de progreso humano, moral, social y cívico. Aquéllos no son más que simples instrumentos que, bien manejados, pueden sin duda servir a la humanidad, pero que pueden también, utilizados por manos perversas, serles irremediablemente funestos. Nuestra función es hacer al hombre dueño y no esclavo de sus conocimientos y técnicas, para dominarlas y apropiárselas. Para ello es necesario devolver al hombre la conciencia y el prestigio, hacer vibrar en él las cuerdas que la escuela ha descuidado totalmente, sin las FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? cuales nuestro fracaso no cejará de acrecentarse. Desde el punto de vista cívico nos falta forjar, de la cabeza a los pies, al ciudadano consciente de sus derechos y de sus deberes, que sepa jugar su papel esencial como miembro activo de una sociedad democrática. Todo está por hacer o por rehacer. Y esta renovación no la podemos abordar con la vieja pedagogía. No podemos seguir pensando, por mucho que digan las instrucciones ministeriales o las revistas pedagógicas, que vamos a mejorar el clima moral por medio de lecciones y sermones, ni tan siquiera por medio del ejemplo. Los niños de hoy no son lo que éramos nosotros a principios de siglo, en la época en que la palabra era rara y, por ello, más impresionante. El mundo de hace poco era silencioso en comparación con el que ha irrumpido después: cuando el cura parafraseaba los evangelios o el maestro explicaba la lección, nosotros nos sentíamos afectados, aunque sólo fuera por el hecho de la novedad de las palabras empleadas que creíamos, de buen grado, prestigiosas. Actualmente la palabra se ha vulgarizado; los altavoces, las radios y los televisores han invadido los hogares y las calles; los discos repiten las canciones de moda e imponen los slogans. De cara a este desbordamiento mecánico, ¿qué significa ya la pobre palabra, no siempre elocuente, del maestro? Se convierte en un fruto demasiado vulgar que nos hace torcer el gesto, aun en los casos en que sea exquisito. Las clases de instrucción cívica están aún más pasadas de moda. Han periclitado la época en que los gestos de un rey o las decisiones del Parlamento constituían los máximos acontecimientos de la vida cívica y cuando se podía, por tanto, hacerse la ilusión de ser un buen ciudadano por conocer de memoria los órganos del poder. LA MORAL NO SE ENSEÑA, SE PRACTICA La moral es como la gramática. Podemos conocer perfectamente las reglas pero ser incapaces de aplicarlas en la vida diaria. Aún más: el conocimiento de estas reglas es, por lo menos en la fase de aprendizaje, peligrosa, ya que puede hacer creer a los alumnos, y también a los maestros, que han progresado normalmente porque han estudiado esas reglas y, por lo tanto, no tienen por qué hacer ningún esfuerzo especial para integrar estas reglas en su comportamiento vital. De esta manera, enmascaran eventualmente sus faltas tras una verborrea moral que supone la más hipócrita de las soluciones. Actualmente es totalmente inútil y, por tanto, maléfico repetir a los niños las recomendaciones tradicionales: sé cariñoso y obediente; sé bien educado; respeta a tu maestro; no hagas a tus compañeros lo que no te gusta que te hagan a ti; sé generoso y servicial... La lista es larga. Véanse los capítulos de los manuales de moral. Cara a un problema complejo de comportamiento tendremos, como en el caso de la ortografía, dos tipos de individuos: Los que por deficiencia natural o por error de educación no ven el problema tal y como está planteado. Por lo tanto, no intentan analizarlo y profundizarlo para encontrar las soluciones que mejor respondan a las circunstancias, siempre particulares, que lo han suscitado y que se reflejan únicamente en las reglas aprendidas, siempre insuficientemente adaptadas a las circunstancias. Diríamos que actúan como automáticamente, tal y como les habéis preparado, y corren el riesgo de cometer los más graves errores. Efectivamente, la vida no coincide nunca con los teoremas; exige del individuo una larga experiencia en el examen metódico o intuitivo de las situaciones, mucho sentido común y una inteligencia flexible. "Demasiados idealistas, demasiados pacifistas, demasiadas almas buenas y corazones nobles -escribía Emmanuel Mounier (Escrito, noviembre de 1934)- han convertido lo espiritual en una casa de retiro para los diversos reumatismos que origina la existencia. Al primer dolor se pega un salto hacia el ideal y, en compañía de los grandes espíritus de todos los siglos y de todas las religiones, previamente vaciados de su carne y de su fuego, reducidos a la condición de fantasmas morales, se construye una triple y santa coraza de dulzura frente a su misión de hombres". Hay otros -son los más numerososque, despreciando totalmente las nociones verbales que se les ha enseñado, resuelven esos mismos problemas por medio de su propia experiencia, que es la del medio donde viven, esa experiencia que la escuela no ha sabido considerar ni enriquecer, faltando así totalmente a su función educadora. La moral no se enseña, se vive. Y ello supone, por lo tanto, que nos esforcemos en que el 17 FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA, ¿PARA QUÉ? niño viva en un medio normal y rico pedagógicamente hablando-, un medio a la medida de aquél en el que tendrá que resolver más tarde los problemas urgentes y no en un medio especial: la escuela, con sus costumbres y sus leyes inútiles para la vida, para la cual no sabrá, por lo tanto, preparar. Lo queramos o no, hoy es una necesidad superar la escolástica y crear un medio humano, donde el niño se habitúe a actuar como hombre y como ciudadano. 18 EDUCACIÓN CÍVICA Y PRÁCTICAS CIUDADANAS EDUCACIÓN CÍVICA Y PRÁCTICAS CIUDADANAS La educación no puede contentarse con reunir a los individuos haciéndolos suscribirse a valores comunes forjados en el pasado. Debe responder también a la pregunta: vivir juntos, ¿con qué finalidad? ¿Para hacer qué? Y dar a cada persona la capacidad de participar activamente durante toda la vida en un proyecto de sociedad. El sistema educativo tiene por misión explícita o implícita preparar a cada uno para ese cometido social. En las complejas sociedades actuales, la participación en el proyecto común rebasa ampliamente el ámbito político en sentido estricto. En realidad, cada miembro de la colectividad debe asumir su responsabilidad para con los demás de forma cotidiana, en su actividad profesional, cultural, asociativa y de consumidor. Por consiguiente, hay que preparar a cada persona para esa participación, enseñándole sus derechos y sus deberes, pero también desarrollando sus competencias sociales y fomentando el trabajo en equipo en la escuela. La preparación para una participación activa en la vida ciudadana se ha convertido en una misión educativa tanto más generalizada cuanto que los principios democráticos se han difundido por todo el mundo. Cabe distinguir a este respecto varios niveles de intervención que, en una democracia moderna, deberían completarse mutuamente. En una primera concepción minimalista, el objetivo es tan solo el aprendizaje del ejercicio de la función social con arreglo a los códigos establecidos. La escuela básica debe asumir esta responsabilidad: el imperativo es el de la instrucción cívica concebida como una alfabetización política elemental. Como ocurre con la tolerancia, esa instrucción no puede constituir una simple asignatura entre otras. Efectivamente, no se trata de enseñar preceptos en forma de códigos rígidos que pueden caer en un adoctrinamiento, sino de hacer de la escuela un modelo de práctica democrática que permita a los niños entender, a partir de problemas concretos, cuáles son sus derechos y deberes y cómo el ejercicio de su libertad está limitado por el ejercicio de los derechos y la libertad de los demás. Una serie de prácticas, ya experimentadas, podría consolidar ese aprendizaje de la democracia en la escuela: elaboración de cartas de la comunidad escolar, creación de parlamentos de alumnos, juegos de simulación del funcionamiento de instituciones democráticas, diarios escolares, ejercicios de solución no violenta de conflictos. Además, como la enseñanza de la ciudadanía y la democracia son por excelencia una educación que no se limita al espacio y al tiempo de la educación formal, es importante que las familias y demás miembros de la comunidad participen de forma directa. Sin embargo, la educación cívica constituye para el alumno un conjunto complejo que abarca a la vez la adhesión a unos valores, la adquisición de conocimientos y el aprendizaje de prácticas de participación en la vida pública. Por consiguiente, no cabe considerarla neutra desde el punto de vista ideológico; plantea forzosamente al alumno problemas de conciencia. Para salvaguardar la independencia de ésta, la educación en general, desde la infancia y durante toda la vida, debe forjar también la capacidad crítica que permite un pensamiento libre y una acción autónoma. Cuando el alumno se convierta en ciudadano, la educación actuará como guía permanente en un camino difícil en el que tendrá que conciliar el ejercicio de los derechos individuales, basados en las libertades públicas, y la práctica de los deberes y de la responsabilidad para con los otros y las comunidades a las que pertenecen. La enseñanza en general debe ser, por tanto, un proceso de formación del juicio. El problema que se plantea aquí es el del equilibrio entre la libertad del individuo y el principio de autoridad en que se basa toda enseñanza, lo que pone de relieve el papel de los profesores en la formación de la autonomía de juicio indispensable para cuantos van a participar en la vida pública. Por último, si se busca una relación sinérgica entre la educación y la práctica de una democracia participativa, además de preparar a cada individuo para el ejercicio de sus derechos y deberes, conviene recurrir a la educación permanente para edificar una sociedad civil activa que, entre los individuos dispersos y el poder político lejano, permita a todos asumir su parte de responsabilidad en la sociedad, al servicio de una auténtica solidaridad de destino. La educación de cada ciudadano debe continuar durante toda la vida, para convertirse en un eje de la sociedad civil y de la democracia viva. Se confunde incluso con esta última, cuando todos participan en la construcción de una sociedad 19 EDUCACIÓN CÍVICA Y PRÁCTICAS CIUDADANAS responsable y solidaria, respetuosa de los derechos fundamentales de cada individuo. APRENDER A VIVIR JUNTOS, APRENDER A VIVIR CON LOS DEMÁS Sin duda, este aprendizaje constituye una de las principales empresas de la educación contemporánea. Demasiado a menudo, la violencia que impera en el mundo contradice la esperanza que algunos habían depositado en el progreso de la humanidad. La historia humana siempre ha sido conflictiva, pero hay elementos nuevos que acentúan el riesgo, en particular el extraordinario potencial de autodestrucción que la humanidad misma ha creado durante el siglo XX. A través de los medios de comunicación masiva, la opinión pública se convierte en observadora impotente, y hasta en rehén, de quienes generan o mantienen vivos los conflictos. Hasta el momento, la educación no ha podido hacer mucho para modificar esta situación. ¿Sería posible concebir una educación que permitiera evitar los conflictos o solucionarlos de manera pacífica, fomentando el conocimiento de los demás, de sus culturas y espiritualidad? La idea de enseñar la no violencia en la escuela es loable, aunque sólo sea un instrumento entre varios para combatir los prejuicios que llevan al enfrentamiento. Es una tarea ardua, ya que, como es natural, los seres humanos tienden a valorar en exceso sus cualidades y las del grupo al que pertenecen y a alimentar prejuicios desfavorables hacia los demás. La actual atmósfera competitiva imperante en la actividad económica de cada nación y, sobre todo, a nivel internacional, tiende además a privilegiar el espíritu de competencia y el éxito individual. De hecho, esa competencia da lugar a una guerra económica despiadada y provoca tensiones entre los poseedores y los desposeídos, que fracturan las naciones y el mundo y exacerban las rivalidades históricas. Es de lamentar que, a veces, la educación contribuya a mantener ese clima al interpretar de manera errónea la idea de emulación. ¿Cómo mejorar esta situación? La experiencia demuestra que, para disminuir ese riesgo, no basta con organizar el contacto y la comunicación entre miembros de grupos diferentes (por ejemplo, en escuelas a las que concurran niños de varias etnias o religiones). Por el contrario, si esos grupos compiten unos con otros o no están en una situación equitativa en el espacio común, ese tipo de contacto puede agravar las tensiones latentes 20 y degenerar en conflictos. En cambio, si la relación se establece en un contexto de igualdad y se formulan objetivos y proyectos comunes, los prejuicios y la hostilidad subyacente pueden dar lugar a una cooperación más serena e, incluso, a la amistad. Parecería entonces adecuado dar a la educación dos orientaciones complementarias. En el primer nivel, el descubrimiento gradual del otro. En el segundo, y durante toda la vida, la participación en proyectos comunes, un método quizá eficaz para evitar o resolver los conflictos latentes. EL DESCUBRIMIENTO DEL OTRO La educación tiene una doble misión: enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos. Desde la primera infancia, la escuela debe, pues, aprovechar todas las oportunidades que se presenten para esa doble enseñanza. Algunas disciplinas se prestan particularmente a hacerlo, como la geografía humana desde la enseñanza primaria y, más tarde, los idiomas y literaturas extranjeros. El descubrimiento del otro pasa forzosamente por el conocimiento de uno mismo; por consiguiente, para desarrollar en el niño y el adolescente una visión cabal del mundo, la educación, tanto si la imparte la familia como si la imparte la comunidad o la escuela, primero debe hacerle descubrir quién es. Sólo entonces podrá realmente ponerse en el lugar de los demás y comprender sus reacciones. El fomento de esta actitud de empatía en la escuela será fecundo para los comportamientos sociales a lo largo de la vida. Así, por ejemplo, si se enseña a los jóvenes a adoptar el punto de vista de otros grupos étnicos o religiosos, se pueden evitar incomprensiones generadoras de odio y violencia en los adultos. Así pues, la enseñanza de la historia de las religiones o de los usos y costumbres puede servir de útil referencia para futuros comportamientos. Por último, la forma misma de la enseñanza no debe oponerse a ese reconocimiento del otro. Los profesores que, a fuerza de dogmatismo, destruyen la curiosidad o el espíritu crítico en lugar de despertarlos en sus alumnos, pueden ser más perjudiciales que benéficos. Al olvidar que son modelos para los jóvenes, su actitud puede atentar de manera permanente contra la capacidad de sus EDUCACIÓN CÍVICA Y PRÁCTICAS CIUDADANAS alumnos de aceptar la alteridad y hacer frente a las inevitables tensiones entre seres humanos, grupos y naciones. El enfrentamiento, mediante el diálogo y el intercambio de argumentos, será uno de los instrumentos necesarios de la educación del siglo XXI. espiritualidad. Todos los seres humanos deben estar en condiciones, en particular gracias a la educación recibida en su juventud, de dotarse de un pensamiento autónomo y crítico y de elaborar un juicio propio, para determinar por sí mismos qué deben hacer en las diferentes circunstancias de la vida. TENDER HACIA OBJETIVOS COMUNES El informe Aprender a ser (1972) manifestaba en su preámbulo el temor a una deshumanización del mundo vinculada a la evolución tecnológica.2 La evolución general de las sociedades desde entonces y, entre otras cosas, el formidable poder adquirido por los medios de comunicación masiva, ha agudizado ese temor y dado más legitimidad a la advertencia que suscitó. Posiblemente el siglo XXI amplificará estos fenómenos, pero el problema ya no será tanto preparar a los niños para vivir en una sociedad determinada sino, más bien, dotar a cada cual de fuerzas y puntos de referencia intelectuales permanentes que le permitan comprender el mundo que le rodea y comportarse como un elemento responsable y justo. Más que nunca, la función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud y seguir siendo artífices, en la medida de lo posible, de su destino. Cuando se trabaja mancomunadamente en proyectos motivadores que permiten escapar a la rutina, disminuyen y a veces hasta desaparecen las diferencias e incluso los conflictos entre los individuos. Esos proyectos que permiten superar los hábitos individuales y valoran los puntos de convergencia por encima de los aspectos que separan, dan origen a un nuevo modo de identificación. Por ejemplo, gracias a la práctica del deporte, ¡cuántas tensiones entre clases sociales o nacionalidades han acabado por transformarse en solidaridad, a través de la pugna y la felicidad del esfuerzo común! Asimismo, en el trabajo, ¡cuántas realizaciones podrían no haberse concretado si los conflictos habituales de las organizaciones jerarquizadas no hubieran sido superados por un proyecto de todos! En consecuencia, en sus programas la educación escolar debe reservar tiempo y ocasiones suficientes para iniciar desde muy temprano a los jóvenes en proyectos cooperativos, en el marco de actividades deportivas y culturales y mediante su participación en actividades sociales: renovación de barrios, ayuda a los más desfavorecidos, acción humanitaria, servicios de solidaridad entre las generaciones, etcétera. Las demás organizaciones educativas y las asociaciones deben tomar el relevo de la escuela en estas actividades. Además, en la práctica escolar cotidiana, la participación de los profesores y alumnos en proyectos comunes puede engendrar el aprendizaje de un método de solución de conflictos y ser una referencia para la vida futura de los jóvenes, enriqueciendo al mismo tiempo la relación entre educadores y educandos. APRENDER A SER Desde su primera reunión, la Comisión ha reafirmado enérgicamente un principio fundamental: la educación debe contribuir al desarrollo global de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, Este imperativo no es sólo de naturaleza individualista: la experiencia reciente demuestra que lo que pudiera parecer únicamente un modo de defensa del ser humano frente a un sistema alienante o percibido como hostil es también, a veces, la mejor oportunidad de progreso para las sociedades. La diversidad de personalidades, la autonomía y el espíritu de iniciativa, incluso el gusto por la provocación son garantes de la creatividad y la innovación. Para disminuir la violencia o luchar contra los distintos flagelos que afectan a la sociedad, métodos inéditos, derivados de experiencias sobre el terreno, han dado pruebas de su eficacia. En un mundo en permanente cambio, uno de cuyos motores principales parece ser la innovación tanto social como económica, hay que conceder un lugar especial a la imaginación y a la creatividad; manifestaciones por excelencia de la libertad humana, pueden verse amenazadas por cierta normalización de la conducta individual. El siglo XXI necesitará muy diversos talentos y personalidades, además de individuos excepcionales, también esenciales en toda 21 EDUCACIÓN CÍVICA Y PRÁCTICAS CIUDADANAS civilización. Por ello, habrá que ofrecer a niños y jóvenes todas las oportunidades posibles de descubrimiento y experimentación -estética, artística, deportiva, científica, cultural y social- que completarán la presentación atractiva de lo que en esos ámbitos hayan creado las generaciones anteriores o sus contemporáneos. En la escuela, el arte y la poesía deberían recuperar un lugar más importante que el que les concede, en muchos países, una enseñanza interesada en lo utilitario más que en lo cultural. El afán de fomentar la imaginación y la creatividad debería también llevar a revalorar la cultura oral y los conocimientos extraídos de la experiencia del niño o del adulto. Así pues, la Comisión hace plenamente suyo el postulado del informe Aprender a ser: “El desarrollo tiene por objeto el despliegue completo del hombre en toda su riqueza y en la complejidad de sus expresiones y de sus compromisos; individuo, miembro de una familia y de una colectividad, ciudadano y productor, inventor de técnicas y creador de sueños” Este desarrollo del ser humano, que va del nacimiento al fin de la vida, es un proceso dialéctico que comienza por el conocimiento de sí mismo y se abre después a las relaciones con los demás. En este sentido, la educación es ante todo un viaje interior, cuyas etapas corresponden a las de maduración constante de la personalidad. En el caso de una experiencia profesional positiva, la educación, como medio para alcanzar esa realización, es, pues, a la vez un proceso extremadamente individualizado y una estructuración social interactiva. 22 ¿POR QUE ENSEÑAR DEMOCRACIA? ¿POR QUE ENSEÑAR DEMOCRACIA? Entre quienes han reflexionado alrededor del tema de la democracia, hay un segmento que opina que enseñar democracia resulta innecesario puesto que solamente se puede aprender democracia ejerciéndola. Este señalamiento no carece del todo de razón: la formación ciudadana quedaría trunca si todo se redujese a la promoción de un aprendizaje erudito, sin el necesario complemento del ejercicio real y efectivo de los derechos y obligaciones consustanciales a la ciudadanía democrática. Creo, sin embargo, que este enfoque es reduccionista. Por diversas razones, a las que enseguida me voy a referir, estoy convencido de que la vigencia y la prevención misma de la democracia requiere un esfuerzo deliberado y sistemático de formación de sus ciudadanos en valores, prácticas e instituciones democráticas, formación que supone un proceso de enseñanza-aprendizaje constituido por conocimientos, valores y destrezas específicas de la ciudadanía democrática. En este punto me gustaría resaltar en primer lugar que la democracia, a diferencia de cualquier otro régimen, es por definición una construcción ciudadana. En efecto, la democracia es un orden político cuyo núcleo es la participación de los gobernados en las decisiones colectivas. Esta participación, conviene subrayar, no es un elemento accesorio o prescindible, sino que está en la base de su diseño institucional y de su dinámica. En otras palabras, sin participación ciudadana, la democracia se vacía de sentido. Ahora bien, la participación ciudadana que requiere la democracia no es cualquier tipo de participación, sino una con determinadas características, atributos y funciones. Vayamos por partes: ¿cuáles son las funciones de la participación ciudadana en la democracia? En principio dos: sirve para integrar los órganos de gobierno y sirve para que la propia ciudadanía influya en los procesos de decisión de esos mismos órganos. Para decirlo con palabras de un estudioso de la materia: "La participación es indispensable para integrar la representación de las sociedades democráticas a través de los votos, pero una vez constituidos los órganos de gobierno, la participación se convierte en el medio privilegiado de la llamada sociedad civil para hacerse presente en la toma de decisiones políticas". Dicho esto, preguntémonos ahora por las características y atributos de que debe estar revestida esa participación. Si se acepta la definición de la participación democrática como el conjunto de "aquellas habilidades legales emprendidas por ciudadanos que están directamente encaminados a influir en la selección de los gobernantes y/o en las [decisiones] tomadas por ellos", se pueden inferir tres atributos fundamentales: 1. Debe ser una participación ceñida [a] y respetuosa del marco legal vigente. El Estado de derecho no puede verse quebrantado sin poner en riesgo a la propia democracia. Y aquí conviene recordar la expresión de John F. Kennedy, quien certeramente afirmó que "en una democracia los ciudadanos son libres de no estar de acuerdo con la ley, pero no de desobedecerla, porque es un gobierno de leyes, y no de hombres, nadie, por muy prominente o poderoso, y ningún motín callejero, por más violento o exaltado, tiene derecho a desafiarlas". En suma, ha de ser participación apegada a la legalidad en la medida en que se conduce por los cauces prescritos por la norma jurídica, incluso cuando su interés es transformar la propia norma. 2. Debe ser, en consecuencia, una participación pacífica por naturaleza, ajena a toda fórmula violenta. 3. Debe ser una participación libre, producto de la autodeterminación de los individuos por involucrarse en los asuntos públicos; en otras palabras, decidida sin presiones ni imposiciones de una fuerza externa a los propios ciudadanos. A estos tres atributos fundamentales se añaden otras dos características sin las cuales dicha participación no podría reputarse de cabalmente democrática: 4. Debe ser una participación informada, lo que supone un mínimo conocimiento objetivo del tema, de sus implicaciones y del contexto en el que ocurre la participación. 5. . Debe ser una participación responsable, porque aun estando presente el interés inmediato y particular de los ciudadanos participantes, su acción no puede desentenderse del interés de otros factores sociales y del interés general. 23 ¿POR QUE ENSEÑAR DEMOCRACIA? Aceptando que estos son los atributos de la participación democrática, la pregunta es qué garantiza que se hagan presentes. Bien visto el asunto, no hay elementos que permitan pensar que, librada a su propia dinámica, la participación ciudadana pudiera de manera espontánea adquirir estos rasgos. Por el contrario, la evidencia indica que si no hay un esfuerzo deliberado de formación cívica, la participación puede discurrir por cauces muy distintos y producir vicios de manipulación, clientelismo, intolerancia y exclusión. De suerte que los ciudadanos requieren ser educados para participar. En síntesis, la participación ciudadana requiere de garantías legales y espacios institucionalizados, pero eso no es suficiente. Se requiere, además, de un esfuerzo educativo que provea a la gente de los conocimientos, valores y destrezas prácticas adecuados para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes y obligaciones ciudadanas. Y esto es así, en general, porque la democracia no es un orden natural, no surge por generación espontánea ni se reproduce automáticamente. Muy por el contrario, es una construcción política enormemente fina y compleja que exige ser cultivada y afianzada tanto en el plano legal e institucional como en el terreno de las actitudes y comportamientos si quiere pervivir. Y un instrumento invaluable en esta tarea es la educación cívica. Ahora bien, la importancia de enseñar democracia se ve subrayada si se asume a la democracia no sólo como un forma de gobierno, que lo es, sino en un sentido más amplio como un sistema de vida, como una fórmula singular de convivencia social, y si se asume a la vez a los valores democráticos como referentes axiológicos válidos para la convivencia en general y no sólo para las relaciones propiamente políticas. Enseñar democracia se vuelve así enseñar para la vida, para una forma de vida y una convivencia sustentada en la libertad, la tolerancia, el pluralismo, la igualdad política, la solidaridad, la responsabilidad y el Estado de derecho que aspira a la justicia. Todavía hay razones adicionales para poner de relieve la responsabilidad de la educación cívica. La democracia no es algo que se consiga de una vez y para siempre. No es sólo que se trate de un proceso siempre inacabado sino de que, como lo revela de manera dramática la experiencia histórica, la 24 democracia no está a salvo de riesgos e involuciones autoritarias: la pérdida de legitimidad, la presencia de fenómenos de ingobernabilidad, el surgimiento de fundamentalismos religiosos o políticos, etcétera, han provocado espirales de intolerancia y violencia y hecho sucumbir a numerosas democracias. Hay un libro muy revelador del politólogo español Juan Linz, La quiebra de las democracias, en el que describe la gama de circunstancias que pueden derivar en el derrumbe de un sistema político democrático. Y significativamente, cuando habla de la legitimidad de las instituciones democráticas, Linz afirma que en este aspecto "no hay duda de que la socialización política juega un papel decisivo, y ésta es una ventaja para los regímenes democráticos...cuyos sistemas de educación, de información y prensa y de cultura de élite han permitido la penetración y comprensión de los ideales democráticos". Pero si la educación cívica algo tiene que aportar siempre, su contribución es tanto más crucial ahí donde, como en el caso de México, se vive un proceso de transición en el que los valores, las prácticas y las instituciones democráticas no están plenamente desarrollados y consolidados. LOS VALORES DE LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA LOS VALORES DE LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA Resulta casi tautológico -una explicación que se explica a sí misma- decir que el núcleo de la participación ciudadana reside en la actitud de los individuos frente al poder. Ya en otra parte habíamos distinguido esa forma de acercarse a los problemas públicos, de tomar parte en ellos, de cualquier otra forma de acción colectiva. Pero todavía no hemos aclarado el último punto: que no todas las formas de participación conducen a la civilidad ni a la democracia, ni tampoco que el hecho de participar en actividades públicas debe conllevar a una cierta ética: una carga de valores que no sólo deben ser exigidos de los gobiernos, sino de todos y cada uno de los ciudadanos que deciden participar en favor de la democracia. En otras palabras: que no es suficiente participar sin más en cualquier cosa y de cualquier modo para decir que se trabaja en favor de la sociedad. Con más frecuencia de la que quisiéramos, por el contrario nos encontramos con formas de participación que tienden más a destruir que a construir nuevos espacios para el despliegue de las libertades humanas o para el encuentro de la igualdad. De modo que es preciso subrayar que la participación ciudadana apenas podría imaginarse sin una cuota, aunque sea mínima, de eso que llamamos conciencia social. Me refiero a los vínculos que unen la voluntad individual de tomar parte en una tarea colectiva con el entorno en el que se vive. Abundan los ejemplos de las empresas comunes que olvidan abiertamente los efectos postreros de la acción inmediata. El mundo no padecería conflictos sociales ni sufriría la depredación creciente de sus exiguos recursos, por citar sólo los ejemplos más conocidos, si todos los seres humanos actuáramos sobre la base de lo que Max Weber llamó una ética de la responsabilidad (ética que, por cierto, le asignó especialmente a los políticos profesionales). Pero ocurre que la mayor parte de las personas suele luchar por satisfacer sus intereses y sus necesidades individuales antes que permitirse el sacrificio por los demás. Yen la mayor parte de los casos, son esas necesidades e intereses privados los que mueven a los seres humanos a emprender actividades conjuntas con otros: los que empujan a la participación ciudadana. De ahí que la trama de motivaciones y aspiraciones que rodean la vida social resulte tan complicada. No obstante, el tema que nos ocupa se encuentra a medio camino entre las razones de cada individuo y la vida política: entre los deseos personales y las restricciones y los estímulos que ofrece la sociedad. Pero además lo hemos abordado desde una perspectiva democrática, lo que supone que la soberanía entregada a los pueblos les impone también ciertas obligaciones. Aquella idea de la responsabilidad que atañe a los gobiernos de los regímenes democráticos atraviesa también, inexorablemente, por el comportamiento de los ciudadanos. No todo depende de las élites. Si bien son éstas las que han de asumir mayores compromisos con el mantenimiento y el respeto a las reglas del juego que hacen posible la democracia, lo cierto es que esa forma de gobierno sería imposible sin un conjunto mínimo de valores éticos compartido por la mayoría de la sociedad. Aunque la gente no participe siempre y en todas partes -ya vimos que eso es sencillamente imposible-, la consolidación de la democracia requiere mantener abiertos los canales de la participación y despiertos los valores que le dan estabilidad a ese régimen. Entre la actitud ética y la actitud política hay ciertamente diferencias notables: “la ética es ante todo una perspectiva personal (mientras que) la actitud política busca otro tipo de acuerdo, el acuerdo con los demás, la coordinación, la organización entre muchos de lo que afecta a muchos. Cuando pienso moralmente no tengo que convencerme más que a mí; en política es imprescindible que convenza o me deje convencer por otros.”Pero la participación política, la participación ciudadana, supone ambos procesos simultáneamente: el convencimiento propio acerca de las razones que me llevan a participar, y el acuerdo con los demás para iniciar una empresa común. De modo que en ella se reúnen los valores individuales que hacen plausible la iniciativa personal de participar, y los valores colectivos que hacen posible, además, la vida civilizada. Algo que Victoria Camps ha llamado, en síntesis, virtudes públicas. En buena medida, la democracia es una forma de emancipación de las sociedades. Sociedades maduras que han abandonado la protección más o menos cuidadosa, o más o menos autoritaria, de alguien que vigila la convivencia a nombre de todos. En la democracia ya no hay a quien culpar de las desgracias sociales, ni tampoco ante quien 25 LOS VALORES DE LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA reclamar sin más el reparto gracioso de beneficios. Con la democracia los pueblos se quedan solos ante sí mismos: ya no hay reyes, ni dictadores, ni partidos totalitarios, ni ideologías cerradas que ayuden a resolver las demandas o a responder las preguntas que nos hacemos. Hay leyes, instituciones y procedimientos que regulan la convivencia, pero que a fin de cuentas llevan a cada individuo a hacerse responsable de sí mismo y de los demás. Tarea difícil novedosa, cuando la mayor parte de la historia del mundo se ha construido a través de los grandes líderes, de los dirigentes que lo decidían todo y por todos. Por eso la responsabilidad es la primera de las virtudes públicas que vale la pena considerar. Si antes dijimos que los monarcas absolutos eran responsables únicamente ante Dios, ahora hay que agregar que la responsabilidad de sus súbditos no era como la que han conocido las democracias modernas, porque ellos no participaban en la confección de las leyes que los regían. No habían conquistado las libertades que nos parecen tan naturales: los derechos intrínsecos a la vida del ser humano. Ser libre, en cambio, es ser responsable, ¿ante quién? Ante los individuos con quienes se comparte la libertad. Y en ese sentido, la participación ciudadana en la democracia es también una forma de influir y de dejarse influir por quienes comparten la misma libertad de participar. Responsables ante nosotros y ante los demás, pues el propio régimen de libertades que hace posible la participación es, al mismo tiempo, su primera frontera. En otras palabras: sería absurdo que la participación llevara hasta el extremo de destruir la posibilidad misma de participar. Ese era el riesgo que temían los griegos, y es el mismo que obliga a tener presente la responsabilidad de los ciudadanos frente a la construcción y la consolidación de la democracia. El segundo valor que conviene recordar es la tolerancia: "el reconocimiento de las diferenciaste la diversidad de costumbres y formas de vida"/*Tolerar no significa aceptar siempre lo que otros opinen o hagan, sino reconocer que nadie tiene el monopolio de la verdad y aprender a respetar los puntos de vista ajenos. ¿Por qué se relaciona esto con la participación ciudadana? Porque si la representación política se integra a través de los votos, y éstos suponen una primera forma de aceptar y de respetar las posiciones de los demás, la participación se construye necesariamente a través del diálogo: de la confrontación de opiniones entre varios 26 individuos independientes, que han decidido ofrecer una parte de sus recursos y de su tiempo en busca de objetivos comunes, pero que también han decidido renunciar a una porción de sus aspiraciones originales para cuajar una acción colectiva. Sin tolerancia, la participación ciudadana sería una práctica inútil: no llevaría al diálogo y a la reproducción de la democracia, sino a la confrontación y la guerra. Por último, la solidaridad: ese término difícil y controvertido que, sin embargo, nació desde los primeros momentos de la Revolución Francesa, esa revolución de occidente en busca de libertad, igualdad y fraternidad: La libertad puede existir sin igualdad -escribió Octavio Paz- y la igualdad sin libertad. La primera, aislada, ahonda las desigualdades y provoca las tiranías; la segunda oprime a la libertad y termina por aniquilarla. La fraternidad es el nexo que las comunica, la virtud que las humaniza y las armoniza. Su otro nombre es solidaridad, herencia viva del cristianismo, versión moderna de la antigua caridad. Una virtud que no conocieron ni los griegos ni los romanos, enamorados de la libertad pero ignorantes de la verdadera compasión. Dadas las diferencias naturales entre los hombres, la igualdad es un aspiración ética que no puede realizarse sin recurrir al despotismo o a la acción de la fraternidad. Asimismo, mi libertad se enfrenta fatalmente a la libertad de otro y procura anularla. El único puente que puede reconciliar a estas dos hermanas enemigas un puente hecho de brazos entrelazados- es la fraternidad. Sobre esta humilde y simple evidencia podría fundarse, en los días que vienen, una nueva filosofía política. En efecto, la idea de la solidaridad, siendo tan antigua, tiene que recrearse en el futuro. Pero el matiz con la idea fraterna es pertinente: si ésta se encuentra ligada a la caridad como un acto simultáneo de generosidad y de salvación individual, la solidaridad tiene que ver con la sobrevivencia de todos. La fraternidad se establece entre individuos: es una relación entre personas, por sí mismas. La solidaridad, en cambio, quiere abarcar a la sociedad, pero sobre todo pretende surgir de ella. Ningún gobierno puede dar solidaridad como tampoco puede dar democracia, porque ambas se desprenden de la convivencia entre ciudadanos. De modo que la solidaridad es algo más que un acto caritativo: es un esfuerzo de cooperación social y una iniciativa surgida de la participación ciudadana para vivir mejor. LOS VALORES DE LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA Responsabilidad, tolerancia y solidaridad son valores públicos que se entrelazan, por último, con uno más amplio que los abarca: la justicia. Pero de la justicia "sólo conocemos leves y esporádicos destellos. No sabemos cómo es la sociedad justa, porque queremos que la nuestra lo sea. Este querer implica una predisposición que puede y debe concretarse en una serie de disposiciones. De ellas, tal vez entendamos mejor su significado negativo, lo que no es, pero esa es ya una vía para conocerlas. Digámoslo ya de una vez: los miembros de una sociedad que busca y pretende la justicia deben ser solidarios, responsables y tolerantes. Son estas las virtudes indisociables de la democracia" ¿Puede estimularlas la participación ciudadana? Sin duda, pues no hay otro camino que reconozca, al mismo tiempo, la civilidad y la soberanía de los pueblos. 27 EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO El programa que presentamos pretende facilitar la "toma de conciencia de las habilidades para el diálogo". Es una propuesta de actividades escolares pensadas para optimizar las competencias dialógicas y para darles sentido y valor moral. Se trata pues de trabajar el diálogo entendido como principio ético, como procedimiento democrático, y como conjunto de habilidades de interrelación. Para conseguir esos objetivos el programa entremezcla modalidades de aprendizaje pensadas para propiciar experiencias de diálogo y modalidades de aprendizaje orientadas a la conceptualización y control de los mecanismos dialógicos (a la toma de conciencia de las habilidades para el diálogo). Las páginas que siguen están divididas en tres partes. La primera se destina a la fundamentación y descripción teórica del programa. En ella se presentarán algunas ideas sobre el valor del diálogo en educación, sobre los mecanismos psicológicos que se ponen en juego en el aprendizaje para el diálogo, y sobre los modos de enseñar a dialogar y a tomar conciencia de las habilidades para el diálogo. La segunda parte, de carácter práctico, está dedicada íntegramente a presentar las propuestas de actividades que componen el programa. Sus destinatarios son los profesores, ya que en ella se explica el modo como debe aplicarse cada una de las actividades, cuál es su utilidad y qué indicaciones deben darse a los alumnos. Sin embargo, hemos presentado en tipos distintos y convenientemente señalados aquellos textos que han sido redactados para uso directo de los alumnos. En la última parte, o apéndice, se incluyen de nuevo esos textos especialmente destinados a los alumnos, esperando con ello facilitar su reproducción y su uso. EDUCACION MORAL Y DIALOGO En este apartado intentaremos justificar y fundamentar de modo sintético el lugar que a nuestro parecer debe ocupar el diálogo en una propuesta de educación moral. Para ello empezaremos aproximándonos al concepto de educación moral y a sus modelos más representativos. Posteriormente, veremos los conceptos de autonomía y sobre todo de diálogo como criterios básicos de la propuesta de educación moral que presentamos y del programa que hemos desarrollado. Por último, expondremos un modelo ideal que recoge las 28 características constitutivas del diálogo y que usaremos como referente normativo. CONCEPTO Y MODELO DE EDUCACION MORAL La educación moral -o si se prefiere la educación ética, la educación cívica o la educación en valores- pretende enseñar a vivir colectivamente de modo justo y solidario. Además quiere intentarlo respetando a la vez la conciencia personal de cada sujeto y los normales compromisos de convivencia en que se sustenta la sociedad. Sin embargo, este objetivo de convivencia justa y a la vez respetuosa con las posturas y opciones personales nunca se alcanza inmediatamente ni con demasiada facilidad. Las relaciones que tejen la vida de cada individuo y la vida de la colectividad están constantemente atravesadas por conflictos que enfrentan a los individuos consigo mismos, con los demás, e incluso con costumbres y creencias defendidas por colectivos enteros. Plantearse tales conflictos con criterios de justicia y buscando el bienestar de todos es la tarea que la educación moral pretende enseñar a realizar. Para alcanzar ese objetivo la educación moral actúa en dos direcciones facilitando la adaptación de los individuos a las formas sociales de convivencia, y sobre todo cuestionando tales formas cuando son injustas, e incluso ideando soluciones originales y correctas si es preciso enfrentarse a nuevos conflictos de valor. En muchos aspectos las formas de vida que inculcan los procesos de socialización sirven para solventar sin mayores inconvenientes conflictos de valor o conflictos de interés que de modo recurrente suele presentar la convivencia. La vida queda en infinidad de aspectos regulada por las formas sociales que se transmiten de una generación a la siguiente. Sin embargo, en otras situaciones las costumbres y las normas de convivencia que se han aprendido por socialización resultan poco útiles para enfrentarse a nuevos problemas de valor, o descubrimos que son inaceptables para resolver de modo justo situaciones ya conocidas, pero que ahora comprendemos que no eran tratadas de modo justo para con todos los implicados. En estos casos la educación moral no puede reducirse a lo que aporta la socialización, sino que debe capacitar a los jóvenes para que sean capaces de criticar las EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO formas sociales injustas e idear criterios y normas de convivencia que busquen un tratamiento justo de los conflictos de valor. Cuando nos enfrentamos a situaciones controvertidas para las que no tenemos una solución prevista y aceptable, es decir, que no pueden resolverse satisfactoriamente apelando a lo que hemos aprendido de las generaciones anteriores, es preciso buscar algún procedimiento que nos permita fundamentar con cierta seguridad nuevas soluciones. ¿Qué tipo de procedimiento moral podemos usar para intentar alcanzar una solución adecuada a los conflictos de valor no regulados totalmente por las tradiciones que aporta la socialización? Una primera posibilidad consiste en apelar a alguna formulación de valor que permita obtener con toda seguridad soluciones a los temas controvertidos. Esta postura supone que el valor considerado tiene en sí mismo la capacidad para producir respuestas adecuadas y casi ya previstas a cualquier problema que podamos plantearnos. Las concepciones absolutas de los valores, sean de orientación religiosa o política, han borrado la vivencia personal de los conflictos, así como la responsabilidad en su solución, y todo ello en beneficio de un código acabado de criterios sobre lo que es correcto o incorrecto. Código que permitiría solventar de antemano cualquier controversia moral o cívica en la que pudieran verse implicados los individuos. Esta postura limita la autonomía y la responsabilidad, es decir, la experiencia adulta o la mayoría de edad de los hombres ante los conflictos que la vida presenta. Cuando las posturas que defienden una concepción absoluta de los valores pierden su poder de convencimiento, suelen ser sustituidas por una combinación de criterios éticos derivados de la ciencia y criterios éticos subjetivos y situaciones. Es decir, ante la inseguridad que crean los conflictos de valor y la falta de criterios o normas que los regulen con certeza absoluta, la solución que tiende a adoptarse combina la objetividad que pretende aportar el conocimiento científico y la subjetividad y autonomía de la decisión personal consciente. De este modo, las controversias éticas de índole social se quieren resolver a partir de indicaciones científicas que prescriban el tipo de conducta más racional, o sea, más beneficioso. Aunque en muchos casos no quede nada claro cómo se determina qué es lo más racional, ni qué significa simplemente racional; ni tampoco quede claramente definido qué se entiende por beneficioso por la solución adoptada. Para orientar a la propia conducta ante los conflictos éticos interpersonales se apela a la conciencia de cada sujeto. Aunque tal criterio resalta la autonomía y la responsabilidad individual de un modo positivo, hay acuerdo en señalar -siempre desde una visión sociológica- que los sujetos tienden a orientar su conducta moral por criterios que buscan exclusivamente su beneficio, y lo hacen tomando decisiones individualistas, escasamente solidarias, muy afectadas por la inmediatez concreta de la situación a la que se enfrentan, o por motivos eminentemente emocionales. En definitiva, toman decisiones con autonomía y cierta responsabilidad, pero a menudo desoyendo el carácter colectivo de los problemas -los problemas éticos no son nunca únicamente individuales-, y despreciando la posibilidad de razonar rigurosamente sobre ello, los problemas éticos no son discernibles sólo emotivamente LA AUTONIMIA Y EL DIALOGO COMO CRITERIOS PARA LA EDUCACION MORAL Si las formas de vida que aporta la socialización no son suficientes ni quizás del todo aceptables para regular la convivencia, si los criterios basados en valores absolutos han sido deslegitimados, pero difícilmente pueden ser sustituidos por la seguridad que aprende aportar la ética científica, ni son tampoco del todo satisfactorias las posturas éticas que destacan la toma de decisiones individuales, se hace necesario ver qué tipo de orientaciones permitirían repensar satisfactoriamente el modo de considerar las controversias morales. Se trata en primer lugar de buscar algún principio que supere los tratamientos individualistas y relativistas de lo moral, sin caer por ello en posiciones heterónomas y absolutas que ya hemos criticado. Es necesario hallar criterios universales que sin embargo permitan lo moral de manera contextualizada, pero que lo hagan con procedimientos que pudieran ser aceptados por todos. Por todos, más allá de situaciones personales diversas, de opciones de valor distintas, de pertenencia a grupos de interés enfrentados, e incluso de tradiciones culturales netamente diferenciadas. Se trata de buscar criterios de reflexión universalizables; pero universalizables tan sólo en tanto qué criterios de reflexión. Criterios que permitan construir una ética 29 EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO mínima, pero común a todos, de modo que sea posible hablar de una ética universal, y a la vez conservar la autonomía y responsabilidad personal, y toda la capacidad para dilucidar de modo específico qué es lo bueno y más conveniente en cada situación cultural y personal concreta. Lo universal o común debiera ser el principio de reflexión moral, no las soluciones que su aplicación pueda llegar a generar. Aunque obviamente eso no significa que cualquier solución o alternativa que se adopte ante un problema ético tenga que ser igualmente aceptable. Hay posturas simplemente inaceptables, aunque probablemente expresan también un déficit en el procedimiento de producirlas. Por tanto, no estamos ante la voluntad de recuperar una moral de valores absolutos, sino una moral de procedimientos de reflexión aceptable por todos como meros procedimientos. Pero de procedimientos que hagan inaceptable la adopción de posturas injustas e insolidarias bajo su cobertura. En segundo lugar, se trata de construir un procedimiento que respete la autonomía, la conciencia y la responsabilidad de cada sujeto, pero que no se limite a ese momento subjetivo e individual. Ha de ser un procedimiento que sepa respetar simultáneamente ese momento de la conciencia personal, y el reconocimiento de que lo moral se refiere a cuestiones que en un momento y otro afectan a más de una persona, o incluso a toda la colectividad. Por tanto, queremos acercarnos hacia criterios que resalten lo Ínter-subjetivo de toda controversia moral, es decir, que señalen la necesidad de enfrentarse a la moral atendiendo a las opiniones de todos los implicados en el conflicto que se considera. En cierto modo se introducen la solidaridad y la justicia no sólo como valores deseables, sino como notas de valor constitutivas del procedimiento o método de reflexión moral. Los valores se convierten en elementos constitutivos del proceso de reflexión moral, además de finalidades u horizontes de la conducta moral. Pero si en la consideración de los problemas morales queremos respetar su carácter Interpersonal hemos de apelar a la reflexión y discusión colectiva. De este modo es posible, por una parte, entrecruzar las razones de todos los afectados y, por la otra, reconocer que los temas morales no son campo exclusivo de las intuiciones debidas al interés, a las emociones. Se trata de acercarse a criterios que reconozcan que lo moral debe 30 ser pensado colectivamente, aunque ello no signifique abandonar la conciencia y los sentimientos personales que nadie debería querer borrar de la reflexión moral. Las condiciones a cumplir por los procedimientos para dilucidar controversias morales -aceptabilidad universal, reconocimiento de la conciencia y la responsabilidad personal, reflexión intersubjetiva, y la necesidad de fundamentar las opciones en buenas razones- nos acercan al juego simultáneo de criterios tales como la autonomía y el diálogo. Es decir, a criterios basados en el control de las presiones ajenas a la conciencia personal -autonomía-, y a la adopción del diálogo como procedimiento moral que puede cumplir con las condiciones de aceptabilidad general, intersubjetividad y producción de razones poderosas. Dichos criterios buscan el equilibrio entre la autonomía de la conciencia personal y el acuerdo interpersonal basado en razones aceptables por todos los implicados. Desde esta perspectiva podría decirse que actúan de modo moralmente correcto aquellas personas que ante un problema moral o una situación injusta se comprometen a dialogar con todos los implicados. A dialogar respetando todos los puntos de vista, aceptando que merece la pena considerar todas las razones aportando las propias reflexiones, haciendo todo eso sin ninguna presión que menoscabe la libertad de todos los implicados en el proceso de discusión, y comprometiéndose sinceramente en la búsqueda de las mejores razones que permitan enfrentarse al problema moral considerado y producir alternativas cuyas consecuencias previsibles puedan ser aceptadas por todos los afectados. El diálogo entendido así, como método o procedimiento para considerar las situaciones moralmente relevantes, puede ser un criterio que cumpla las condiciones de aceptabilidad universal, consideración colectiva de los problemas morales, respeto de la conciencia personal de los implicados, y la posibilidad de afrontar con buenas razones los conflictos normativos. En consecuencia, pensamos que el diálogo es uno de los principios procedimentales más relevantes que debe transmitir la educación moral. Y ello, como ya se ha dicho, en la medida en que en el diálogo encontramos un criterio respetuoso para con los individuos y para con la colectividad así como un criterio adecuado para orientar la reflexión moral en sociedades plurales de modo justo y solidario. EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO No se nos escapa, sin embargo, que el diálogo como principio procedimental de la educación moral no resuelve en modo alguno la problemática moral en su conjunto. Al menos quisiéramos señalar algunos aspectos respecto de los cuales el diálogo, a pesar de su relevancia, manifiesta algunas limitaciones. En primer lugar, el diálogo no asegura la resolución acertada de los problemas morales, ni tampoco asegura que se vaya a llegar a un consenso racional que permita la adopción de soluciones por acuerdo. Tampoco entendemos que el consenso a que tiende el diálogo sea siempre la situación más deseable. El disenso, la disputa, la controversia y el conflicto parecen condiciones ineludibles de la conducta y la reflexión moral. Todo ello no niega el rol que debe tener el diálogo en la consideración de los temas morales, aunque sí lo distancia de toda imposición, o fácil búsqueda de acuerdos uniformes. El diálogo es sólo un instrumento que no elimina la duda, la responsabilidad y el dramatismo a que está abocada la reflexión moral autónoma. Finalmente, aunque el diálogo responsabiliza y compromete a los participantes, no asegura necesariamente la correspondencia entre las soluciones adoptadas y su aplicación. MODELO NORMATIVO DE CAPACIDADES DIALÓGICAS Tal como se ha dicho, pensamos que es muy deseable enseñar a dialogar y a dar valor moral al diálogo. De ello hablaremos algo más en el siguiente apartado. Ahora, sin embargo, vamos a precisar con mayor detalle en qué consiste el diálogo, es decir, qué debemos enseñar cuando enseñamos a dialogar. A partir del trabajo de diversos autores, hemos elaborado un modelo analítico que recoge los aspectos más importantes a tener en cuenta en un proceso de diálogo correcto. Es, por tanto, un intento de traducir las reflexiones y propuestas generales que antes hemos formulado a conceptos normativos que sean utilizables pedagógicamente. Consideremos que las siguientes habilidades son necesarias para conducir con posibilidades de éxito un proceso de diálogo. 1. Habilidad para percibir problemas morales. Antes de referirse directamente a las capacidades de diálogo es preciso conocer en qué circunstancias y para resolver qué tipo de problemas se hace imprescindible desarrollarlas. Es decir, se trata en cierto modo de afilar la sensibilidad para percibir y reconocer aspectos de la realidad que encierran problemas morales que normalmente no son reconocidos como tales, o de aceptar francamente conflictos conocidos por todos, pero no siempre aceptados como tema de reflexión y diálogo 2. Habilidad para el autoconocimiento. Una de las condiciones previas de cualquier relación dialógica es conocer la propia posición con el menor grado de deformación posible. Es decir, reconocer los propios intereses y necesidades, saber los sentimientos que en cada cual desencadena la consideración de un determinado problema, conocer también los valores que se defienden a propósito de una temática controvertida y, finalmente, conocer y elaborar las propias opiniones y razones sobre lo que se discute y sobre las alternativas que se pueden llegar a considerar. 3. Habilidad para el conocimiento de los demás. La habilidad para conocer la propia opinión debe ampliarse con la habilidad complementaria; a saber, la habilidad para conocer el punto de vista de todos los demás implicados en la situación problemática. Sin la capacidad para captar las necesidades e intereses de los demás, sus sentimientos, valores, opiniones y razones será muy difícil lograr que el diálogo progrese, o simplemente que el intercambio verbal sea de verdad diálogo. 4. Habilidades y condiciones del discurso dialógico: principio de cooperación. Las habilidades para intercambiar constructivamente razones y puntos de vista suponen unas actitudes básicas que deben presidir cualquier proceso de diálogo. Nos referimos fundamentalmente a las siguientes: • Habla con ánimo sincero de contribuir al entendimiento y a la solución de los problemas tratados. • Habla de modo que se facilite una comprensión correcta del significado que los distintos interlocutores otorgan a las razones aducidas. • Habla de modo que se respeten y reconozcan las pretensiones de validez intersubjetivas de lo expresado (verdad, rectitud y veracidad). 5. Habilidades y condiciones del discurso dialógico: actitudes dialógicas. Conducir con éxito un proceso de diálogo requiere que se den en el máximo grado posible algunas condiciones o recomendaciones 31 EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO generales que hacen referencia a actitudes presentes necesariamente en el diálogo. De forma muy concreta y casi coloquial, pensamos que para dialogar es necesario que los interlocutores quieran entenderse y hagan todo lo posible por conseguirlo. Esto supone cumplir normas como las siguientes: • Respeta la verdad en todas tus intervenciones. Trata de que tus intervenciones sean verdaderas, no digas lo que no sabes, lo que es falso, o no afirmes tajantemente cosas sin pruebas o razones convincentes. • No mientas. • Aporta toda la información necesaria para que te entiendan, pero no más de la necesaria. No te enrolles. • Expresa ideas y argumentos que tengan que ver con lo que se discute sin salirse, por lo tanto, del tema de debate. No te andes por las ramas. • Habla sabiendo lo que quieres decir. Piensa con anterioridad lo que realmente quieres expresar, pero no pierdas la espontaneidad. No improvises tus intervenciones. • Expresa tus pensamientos de manera clara, metódica, ordenada y sin ambigüedad. Resalta la idea o ideas principales de tu pensamiento. Expresa correctamente tus puntos de vista sin embrollarte. • Expresa tus ideas de modo que los demás puedan comprenderte. Al hablar asegúrate de que los demás entienden lo que dices de igual modo o como tú lo entiendes. Descubre el nivel comprensión de los demás respecto de lo que tú expresas, y adáptate a sus requerimientos. No te hagas el sabio. 6. Habilidades y condiciones del discurso dialógico: estrategias para la comprensión y el razonamiento. Las condiciones dialógicas que siguen quieren incidir en aspectos más técnicos y, por tanto, explicitan un conjunto de recomendaciones sobre cómo comportarse durante el proceso de intercambio de razones. Nos parecen especialmente destacables las siguientes: • Para dialogar es necesario que los interlocutores se respeten mutuamente. Es decir, que eviten la prepotencia, el autoritarismo y la coerción. Se trata, por el contrario, de que todos contribuyan a crear una 32 • • • • • • • • situación de igualdad, en la que nadie acapare ni centralice la palabra y se deje hablar de todo a todos. No seas agresivo ni dogmático. Para dialogar es necesario que los interlocutores se impliquen personalmente en el intercambio de opiniones y razones. Es decir, se comprometan constructivamente en el discurso dialógico considerando las razones ajenas, expresando las propias y modificándolas si cabe. Lo cual supone a su vez recomendaciones como las siguientes: Mirar a los interlocutores cuando hablan y, sobre todo, escucharlos y prestarles atención. Retener sus posiciones y argumentos de modo que los puedas recordar y utilizar. Estar dispuesto a escuchar los puntos de vista y razones ajenas hasta entenderlos. Si es necesario, pedir que repitan lo que han dicho o que lo amplíen. Hacerlo con la intención de modificar, si parece oportuno, la propia opinión. No centrarse en los posibles defectos expresivos o de argumentación en que puedan caer los interlocutores, sino pasarlos por alto y fijarse tan sólo en lo que realmente quieren expresar y en los sentimientos que acompañan a sus razones. Piensa en lo que quieren decir y no en cómo lo han expresado. Escuchar los puntos de vista de los interlocutores pensando en lo que dicen, y no en la respuesta que vamos a darles. Cuando hayamos comprendido bien sus posiciones será el momento de reflexionar sobre la propia opinión y sobre la respuesta. No buscar la polémica por la polémica. Pensar sobre las razones que nos han presentado los interlocutores hasta llegar a comprenderlas, valorarlas, relacionarlas con nuestras razones, modificar nuestros puntos de vista y expresar con claridad lo que en cada momento vamos incorporando a nuestro pensamiento. Solucionar los conflictos interpersonales que surgen en todo proceso de diálogo. Controlar las emociones respecto a los demás y respecto a sí mismos. No comportarse como si las únicas opiniones acertadas fuesen las propias. Aceptar que los demás expresen ideas mejores que las propias. EDUCACIÓN MORAL Y DIALOGO • • • Evitar comportamientos cuya única intención sea llamar la atención de los demás y convertirse en el centro de la discusión, a pesar de no tener gran cosa o nada que aportar. Eliminar las respuestas agresivas, las polémicas inútiles o las controversias innecesarias, cuyo único origen es la animadversión o prejuicio que se siente respecto a algunos de los interlocutores. No buscar dobles intenciones y pretensiones ocultas en lo que dicen los demás. Dialogar confiadamente. 7. Habilidad para imaginar y adoptar soluciones alternativas basadas en el acuerdo, y para anticipar y evaluar sus consecuencias. En la medida que un proceso de diálogo se orienta hacia la búsqueda de soluciones justas basadas en el acuerdo, es preciso ser hábil para contribuir a la construcción colectiva de buenas alternativas que permitan solucionar los conflictos de valor. Este proceso cooperativo y orientado a un acuerdo basado en buenas razones supone la voluntad -no la seguridad- de que es posible y deseable llegar a una solución que integre lo mejor o lo bueno de las posturas en controversia y que prevea las posibles consecuencias. 8. Habilidad para dar sentido moral a la adopción de los anteriores criterios para la resolución de problemas de valor. Este último aspecto trata de resaltar la capacidad de dar sentido a lo que se ha aprendido. Se trata, en definitiva, de entender por discurso dialógico aquella forma comunicativa que ante un problema personal y/o social que comporte un conflicto de valores consigue comprometer a los implicados en un intercambio de razones que les acerque a soluciones justas y solidarias. 33 DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES Hay palabras que embrujan. Al escuchar su sonido, al conjugarlas o declinarlas, caemos de inmediato atrapados en una imperceptible jaula que nos transporta a sus territorios sin permitir tregua. De pronto estamos allí, en un sitio extraño, lejos de donde nuestra voluntad quería llevarnos. La imaginación corre desbocada. La razón languidece. Una palabra nos causa miopía, ceguera. La palabra democracia es de ésas. Al pronunciarla aparecen en el horizonte edenes y paraísos. Luchar por la democracia es un ideal incuestionado. Vivir en democracia es una exigencia de todos los días. Imaginar la democracia venidera, el cómo deberá ser, es entretenimiento de muchos que se convierte en vicio. Pero sacudamos la cabeza, dejemos el embeleso, ¿es de verdad tan poderosa esa forma de gobierno? ¿No estaremos fincando vanas esperanzas? ¿No la habremos convertido en una acepción casi mágica que como un rayo fulminante llega y todo lo transforma? De ser tan poderosa, ¿por qué ha llevado tantos siglos lograr que avance como forma de relación entre los seres humanos? ¿Por qué se ve tan severamente amenazada por fuerzas de todos los espectros, por factores económicos, históricos, ideológicos? ¿Dónde queda toda su fortaleza? Elíxir que todo lo soluciona o artículo de delicado cristal, lo más probable es que nuestro juicio sobre la democracia se vea afectado más por impresiones, deseos y convicciones, que por el frío análisis. El final de siglo obliga, quizá por esa tentación de cerrar y abrir ciclos, a cuestionarnos sobre qué podemos esperar y que no podernos esperar de la democracia, cuáles son sus límites y cuáles sus alcances. Aún más severo: ¿estamos de verdad ciertos de que ella triunfará sobre las otras formas de gobierno: los despóticos, los autoritarios o los francamente dictatoriales que nos rodean? Empecemos con una buena noticia: la democracia formal atraviesa por un momento de expansión. Pero es temprano para afirmar que la tendencia es clara e irrefrenable. El panorama ha variado sensiblemente durante los últimos cien años Avances y retrocesos simultáneos y sucesivos hacen de la lectura del fenómeno algo complejo. Samuel P. Huntington se ha dedicado a seguirle la pista a esa presa. Según algunas cifra recientes presentadas por este autor: "Hace dos decenios menos del 30% de países en el 34 mundo eran democrático. Ahora, más de 60% tienen gobiernos producidos por elecciones abiertas, justas y competitivas." Huntington es, sin embargo, bastante escéptico. Hay que distinguir, nos advierte, entre las democracias electorales y las democracias liberales. Han desaparecido los politburós comunistas, las juntas militares las dictaduras personales, pero, un pero muy importante, en esos países la democracia liberal no ha echado raíces. Tanto a Huntington como a Seymour Martin Lipset, el autor más citado de ciencias sociales en Estados Unidos, se les descalifica fácilmente por el hecho de que en sus obras han establecido ciertos vínculos entre el desarrollo económico, huelga decir de tipo capitalista, y la aparición de la democracia. El asunto es complejo e incómodo, pero la relación es innegable. En palabras de Huntington: "mientras que en el corto plazo el rápido crecimiento agudiza la desigualdad económica, en el largo plazo produce una mayor igualdad en la distribución del ingreso. ‘‘ Crecimiento e igualdad pasan por periodos de alta tensión, además de que "la democracia es incompatible con la total igualdad económica, la cual sólo se puede alcanzar con una dictadura coercitiva". Pero también la democracia es, a la larga, incompatible con la grave desigualdad. Tesis final: "el crecimiento económico reduce estas desigualdades y facilita el surgimiento de la democracia". Pero quizá lo relevante en la argumentación de Huntington sea precisamente la distinción entre democracia electoral y democracia liberal, que retoma de Larry Diamond. Las democracias electorales tienen gobiernos surgidos de elecciones razonablemente libres y justas. De acuerdo con un reciente estudio de Freedom House, en la comunidad internacional ya 118 países califican como democracias electorales, pero sólo 79 son considerados como verdaderamente libres y, por lo tanto, pertenecientes a la familia de las democracias liberales. En la clasificación hay de todo, incluso la muy curiosa y cuestionable calificación de "parcialmente libres" que incluye a Rusia, la India, Ucrania, Turquía, Brasil, Pakistán y Colombia. Pero entonces, ¿en qué consiste pertenecer a la estirpe de las democracias liberales? La respuesta está en una serie de condiciones que se deben añadir a las elecciones libres: Poder Judicial independiente, restricciones al Ejecutivo, protección a los derechos individuales y a la libertad de expresión, de asociación, de DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES creencias y de participación, consideración de los derechos de las minorías, límites a la capacidad del partido en el poder para desviar un proceso electoral, garantías contra el arresto arbitrario y la brutalidad policíaca, eliminación de la censura y un mínimo de control por parte del gobierno sobre los medios. La lista es larga. Los requisitos para entrar al club parecieran infinitos y no pueden lograrse por decreto. Pero, ¿qué duda cabe de que constituyen un plano certero de hasta dónde deben de ir los cimientos cíe la democracia? ¿Qué va primero: la prensa libre o elecciones libres?, es una mañosa pregunta. Todo condiciona a todo. De cualquier forma, corno se quiera leer, el hecho concreto es que la democracia formal, electoral, así sea sólo un primer paso, ha avanzado. Al principio del siglo, las monarquías todavía campeaban a sus anchas y los países con formas democráticas de gobierno eran auténticas excepciones. Recordemos la existencia de un muy popular discurso que mostraba a la democracia como experimento peligroso, de riesgos incalculables, que derriba los diques que contenían la inestabilidad social. Aunque hoy nos parezca iluso repetirlo, la primera gran batalla de democracia en este siglo ha sido la de convencer de que una forma no sólo deseable de gobierno, sino también conveniente. La política no es el reino de los deseos, sino de 1 conveniencias. Los príncipes gobiernan a los pueblos y 1 intereses a los príncipes, nos recuerda Maquiavelo. Los críticos acérrimos de la democracia, igual en la derecha que en la izquierda, si es que la expresión todavía nos dice algo, han hecho una larga lista de sus debilidades: inestabilidad, falta de conducción y rumbo, populismo, demagogia pérdida de tiempo, desorden y, los más modernos, manipulación de los ignorantes, control por parte cíe los medios, etc. Hace apenas unos tres decenios, que en tiempos históricos son un instante, las dictaduras de uno y otro signo se paseaban a sus anchas en nuestro continente. Lo hacían porque, así nos duela reconocerlo, además de las bayonetas tenían apoyo. Es decir, en las creencias de muchos la democracia era obsoleta, peligrosa e ineficaz. Se nos olvida, por ejemplo, que el NO surgido del plebiscito que sacó a Pinochet parcialmente del poder, después de más de un decenio de atrocidades, entre ellas medio millón de demandas por violaciones a derechos humanos, lo logró con menos de 10 puntos de ventaja. Más del 40% de la población todavía apoyaba al dictador. Las razones del autoritarismo han parecido buenas a millones, del Doctor Francia en Paraguay a mediados del XIX, a la URSS de Stalin, la España de Franco, la China de Mao o la Cuba de Fidel, sin olvidar a Porfirio Díaz. Regresemos a la discusión. Como hemos visto, hoy, con una diferencia de unos 500 millones de seres humanos, menos del 10% del total mundial, la balanza se inclina en favor de las democracias formales. Pero no olvidemos que el corte de caja a mitad de siglo, cuando muchos de nosotros nacimos, era totalmente desfavorable a la democracia. Por un lado el fascismo y por el otro los regímenes totalitarios, parecían haber ganado la batalla. Lo primero era el orden, el progreso, la búsqueda incesante de la modernidad, la estabilidad, impuesta si se quiere, pero estabilidad. La jerarquía de valores era otra y tenía una lógica. Los regímenes autoritarios, de verdad única, para retomar a Karl Popper, vendían la posibilidad cíe orden constructivo, cíe eliminación de la diferencia. Parecía que la discusión democrática entorpecía. La cultura política de buena parte de la humanidad, la mayoría por lo menos, favorecía y sustentaba regímenes no democráticos. Así que la democracia, esa vieja consentida de nosotros, los académicos y los escritores, los activistas políticos, los demócratas de corazón, vieja amiga de la cual decimos que ha tenido una larguísima vida de más cíe veinte siglos, en los hechos ha sido condición excepcional, isla en una mar de autoritarismo. La cuestión cíe por qué es superior la democracia a la oferta de los regímenes autoritarios, discusión que pareciera superada o inútil en los medios intelectuales, es en la vicia cotidiana algo que está por demostrarse. Si a algunos parece que, ética y filosóficamente hablando, la vinculación entre libertad y democracia todo lo justifica, la cultura política imperante hasta hace muy poco tiempo nos era adversa y no debemos olvidarlo para no caer de nuevo en los espejismos provocados por la esperanzadora palabra. Han sido decenas cié millones, cientos, los que no han deseado conjugar los verbos de la democracia. La valoración social de la libertad es algo que, para muchos, ni siquiera está en la agenda de prioridades nacionales. El autoritarismo, como oferta política, tiene un amplio catálogo de ventajas prácticas frente a la democracia. Más nos vale conocer muy bien cuáles son los aromas, los perfumes, los embriagadores licores, los 35 DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES engañosos velos que nos ofrecen las doncellas del autoritarismo. Son muchos miles de millones cíe seres humanos los que han caído en sus embrujos. Por algo será. Entre más conozcamos sus atractivos, más sabremos de las debilidades de la democracia. Insisto, no es una oferta de ética política, pues el comportamiento de las grandes masas generalmente no sigue los derroteros de la discusión ética. El día que los valores de la cultura democrática hayan echado raíces profundas en todo el orbe, los filósofos políticos habremos perdido buena parte de nuestro trabajo. Hoy nos encontramos todavía en una etapa previa en la que tenemos que convencer de que la democracia pero se y a largo plazo es positiva. El problema del para qué de la democracia, que ya toca a la puerta de algunas sociedades de las llamadas desarrolladas, es una discusión marginal frente al reto que tenemos enfrente. Regreso a mi argumentación: la oferta de los regímenes autoritarios ha dejado una larga estela de consecuencias que son miradas como éxitos y que debemos tener presentes. No han muerto ni desaparecido. Están allí, en la balanza de quienes observan a las democracias con la esperanza de que tropiecen. Son su arsenal argumentativo. Veamos algunas de sus coordenadas. Quizá la primera y más notoria, como ya lo hemos presentado, sea de nuevo la relacionada con la diferencia en sus dos vertientes: la de acentuarla y la de eliminarla. Me explico. La diferencia es un castillo con múltiples puertas, largos pasillos y recovecos insospechados. La diferencia puede nacer de lo evidente, de la raza, del color de la piel. Pero lo evidente se suaviza primero y después se desvanece. Los rasgos morfológicos pueden ser leídos por los ojos. Las diferencias de lenguajes son también leídas por los oídos. Pero cuando la diferencia surge por la decisión de pertenecer a una determinada costumbre cultural, histórica o política, de género o de gusto, la cuestión se vuelve más compleja. Pierre Bourdieu ha escrito un tratado sobre las nuevas modalidades de la diferencia. Su título es muy sugerente: La distinción, criterio y bases sociales del gusto. Si los primeros atisbos en la invención del concepto de igualdad se dieron en la Grecia clásica, la construcción de la diferencia es un ejercicio renovado que simplemente no cesa y, en algún sentido, es acumulativo. Los regímenes autoritarios han encontrado en la diferencia una muy buena razón de ser. La 36 defensa de la diferencia, ese acto de voluntad de perpetuación de lo que se es o se cree ser, pareciera, por momentos, un corcel mucho más brioso que el de la vida democrática. Garantizar a los iguales la permanencia de su ser ha inyectado brutal energía: de las luchas interétnicas a los nacionalismos desbocados. Sugiero consultar el texto de Eric Hobsbawm Nations and Nationalisms, que ofrece una rica presentación de las múltiples variaciones en las expresiones nacionalistas. Es una larga lista de diferencias. El otro lado de la moneda de la diferencia es que, frente a los ajenos, a los otros siempre amenazantes, se construyen iguales. La noción de igualdad, impuesta y garantizada por un ente superior, ha dado a muchos regímenes autoritarios o totalitarios su razón de ser. Frente a esto, la democracia está en franca desventaja. La democracia está concebida para permitir y, dirían algunos, fomentar las diferencias al interior de los Estados-nación. Pero el ánimo de perpetuación sólo es viable en un contexto estático que la democracia no puede garantizar. La democracia es confrontación, movimiento, cambio. Es por ello esencialmente contraria a la negación del cambio. Mientras que los regímenes totalitarios parten del supuesto de eliminar la diferencia en su interior, o de repelerla, si es el otro el que se levanta amenazador precisamente para perpetuar algo, las democracias, en contraste, viven del relevo sistemático de las propuestas de los diferentes. La alternativa autoritaria es, en ese sentido, muy atractiva. Su dualidad es ideal para quien busca la perpetuación: en su interior un anclaje de igualdad: todos budistas, todos católicos, todos germanos, todos nazis, todos comunistas, todos sintoístas o pertenecientes al Islam. Hacia el exterior todo es, en cambio, la diferencia. Quien no es hutu o tutsi, o no pertenece al Islam, es enemigo. Recordemos que dentro de la diferencia siempre existe el germen de la superioridad, de manera expresa, como en el Tercer Reich, o no, como en muchos otros casos. El final de siglo nos muestra una explosiva demanda cíe diferencia. El reto para los regímenes democráticos es mayor por dos motivos.- la percepción del tiempo y del espacio se confrontan. En los regímenes autoritarios o totalitarios, la idea de simultaneidad de los diferentes en el tiempo, en un mismo tiempo, es rechazada. La tentación aquí es totalmente otra; garantía de una voz con predominio, de una verdad DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES absoluta. La multiplicación de voces y de propuestas que se relevan unas a las otras contraponiéndose, delatando al otro en sus errores, ejercicio típico de la democracia, provoca una tensión, natural y sana tensión, que desaparece artificialmente en los regímenes autoritarios. En ese sentido, el demócrata, acostumbrado a verdades múltiples, simultáneas y todas parciales, es pésimo candidato a ser miembro de una grey. Todos los Estados-nación en los cuales el vínculo entre Iglesia y Estado no ha sido roto en definitiva, conservan una simiente, una semilla del amargo fruto de la intolerancia, que se manifiesta en el predominio de una verdad religioso-política que es oficialmente incuestionable e incuestionada. Predominio excluyente y verdad absoluta son voces de la intolerancia en distinto tono. En la cultura autoritaria, con frecuencia, se redime o se propone el arribo a un Edén. En éste, el tiempo es otro, no el humanamente registrable. Es cualitativamente diferente del resto del tiempo que se ha vivido. Por ello, la idea de perpetuarse nace en parte del sentimiento de que se está en un sitio que debe permanecer intocado, donde el tiempo y el espacio están detenidos. No es gratuita la vinculación entre la defensa de los lugares considerados sagrados y las manifestaciones de intolerancia, de negación del otro. La percepción del tiempo en la cultura democrática es diametralmente opuesta. Aquí la visión occidental se impone. En ella, la idea cíe trayecto, de recorrido, la perspectiva lineal, orillan al sujeto a reformular, a replantear, con la intención de ir corrigiendo, perfeccionando a través de la exhibición de los errores del otro. Se está en un sitio para abandonarlo pronto, tan pronto como se pueda. El tiempo se lee por las estaciones que van pasando frente a nosotros. Pero no hay estación final. El demócrata quiere conquistar, avanzar, en el tiempo. El autoritario ya encontró lo que deseaba y sólo le queda conservar. La oferta de los regímenes autoritarios, o francamente totalitarios, sigue siendo muy atractiva cuando la tentación cíe invocar la diferencia frente a y contra los otros persiste. La más común de estas diferencias es la religiosa, pero no es la única. La historia de la diferencia es un árbol con mil ramificaciones. La diferencia se inventa todos los días. Ya hablamos de la etnia y el lenguaje como manantiales de la diferencia y vimos las cifras: la relación entre número de etnias y lenguas vivas y Estados-nación complican el escenario. La diferencia está allí, como un semillero inagotable. El problema radica en cómo administrar la diferencia, lo cual nos lleva a nuestro segundo eje: el espacio. ¿Dónde, en, qué sitio convivirán los diferentes? ¿Cómo convivirán rodeados de la diferencia? ¿Podemos pedirle a la democracia, concebida dentro del continente inexorable del Estado, que sea el hogar de la diferencia? La respuesta sería sí, siempre y cuando la invocación de la diferencia acepte el ordenamiento axiológico de las verdades múltiples coexistiendo en un mismo tiempo y lugar. Se trata de un requisito sine qua non de la democracia. ¿Bajo qué autoridades se va a manifestar la diferencia? Los cuestionamientos sobre la autoridad no pueden ser relativos. Relativizar la autoridad es destruir sus anclajes. El Estado exige referentes claros en algunos rubros. Las diferencias no pueden estar por encima de ellos. Tiempo y lugar, diría Aristóteles. Si en las percepciones e interpretaciones del tiempo puede haber diferencias que nos arrojan a mares de subjetividad, el espacio no permite demasiado margen. Así como el don de la ubicuidad todavía no es humano, tampoco lo es el que dos cuerpos ocupen el mismo sitio en el mismo tiempo. ¿Qué podemos ofrecerle a la diferencia para contenerla y garantizarla? No tenemos demasiadas opciones en nuestro menú. Hasta hoy, el orbe y sus partes están administrados, cuando lo están, por entidades que llamamos Estado-nación. Surgen cada día con mayor fuerza las instancias supranacionales, pero los cimientos de la organización siguen siendo más o menos los mismos: población, territorio, autoridad central. El encadenamiento conceptual es el siguiente. Si se demanda un espacio en que se garanticen las diferencias y, por lo tanto, se hace necesaria una autoridad encargada de hacer que se cumplan las normas que facilitan y garantizan la libre expresión de la diversidad, quien lo exige tendrá que someterse a la multiplicidad de verdades coexistiendo en el mismo espacio. Es Rousseau en su esencia: ceder para obtener Ahora bien, si lo que se quiere es utilizar al Estado-nación para defender una verdad única, tanto en su concepción de tiempo como en un espacio determinado, la democracia es disfuncional. De hecho, el origen mismo de la polis era el acceso a ese otro nivel de acuerdo político que daba cabida y cauce a la diferencia. La polis, como agente civilizatorio, nace 37 DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES por y para la diferencia. Pero —un pero muy delicado— muchas de las nuevas diferencias que están surgiendo son diferencias intolerantes, las cuales, al pretender la desaparición del otro, o por lo menos su no aceptación, rompen el eje del planteamiento democrático. Los dos encadenamientos nos remiten a la actitud que guarden los moradores en relación con la diferencia. El Estado, tal y como lo conocemos, puede ser funcional si se acepta la diferencia y las verdades simultáneas. Es disfuncional para la defensa de la verdad única en tanto que, tarde o temprano, la inevitable diferencia, interna o externa, conducirá a la confrontación sin salida institucional y pacífica. El crecimiento demográfico tampoco nos ayuda a ser demasiado optimistas. En sólo 500 años se agregaron 5,000 millones; en unos cuantos decenios, se agregará otro tanto. Simplemente no hay precedentes. ¿Crecerán estos seres humanos bajo el manto protector de una cultura democrática y de tole-rancia o, por el contrario, serán hijos de la gran mayoría de Estados-nación que todavía, defienden regímenes autoritarios? A este crecimiento demográfico sin brida corresponde también un incremento brutal en los migrantes. Naciones Unidas ha alertado en el sentido de que el siglo XXI será el de las migraciones. Pero las migraciones siempre han generado reacciones de protección, de encierro, de xenofobia, de invocación desaforada de la diferencia. Lo estamos viendo en varios países de Europa que se niegan a aceptar al trabajador migrante que necesitan. Es particularmente preocupante el caso francés, cuna de los derechos del hombre, con su nueva derecha. Pero al lado están Austria, Alemania y otros. Los Estados Unidos no se quedan demasiado atrás. Recordemos que las puertas de Fllis Island se abrían y cerraban dependiendo de muy caprichosas interpretaciones del fenómeno de la migración. Tampoco por aquí podemos hacer a la democracia formal responsable de extender salvoconductos a las decenas de millones de seres que se encontrarán en tránsito por motivos no solo de índole económica, sino también por la intolerancia política y religiosa que ya está en el horizonte. En ese sentido, la historia pareciera repetirse. Así como leemos con asombro que uno de los países más educados de Europa fue el que destruyó instituciones democráticas para marchar con el brazo en alto hacia el fascismo —me refiero a Alemania, por supuesto—, nada 38 nos garantiza que los nuevos países ricos, con los mejores niveles educativos, estén vacunados contra ideas totalitarias fecundadas por la diferencia. No hay más que observar cómo son tratados —maltratados— los trabajadores migratorios en Estados Unidos o ver la situación de armenios, turcos y otros migrantes en Europa para salir rápidamente del garlito de que a mayores niveles educativos, mayor democracia y cultura de la tolerancia. El panorama no podría ser más preocupante. Los países con altas tasas de crecimiento demográfico, donde empiezan a aparecer algunas frágiles democracias, son también los territorios de los más enconados movimientos intolerantes. Los niveles educativos y de información son allí infinitamente inferiores que en los países llamados industrializados, pero es justamente en éstos donde se presentan renovados movimientos xenófobos, excluyentes, antidemocráticos. Todo ello en un escenario de fuerte movimiento poblacional. Cualquier situación podría presentarse. El caos merodea. Sus instituciones son frágiles, las presiones sociales terribles, bajísimos los niveles educativos y de información. Sobra decir que la inversión internacional, los capitales sin patria, simplemente no los toman en cuenta para posibles proyectos. ¿Estamos acaso ciertos de que en estos países la mágica democracia tendrá una larga vida? ¿Cuáles serán allí los verbos de la democracia? Son más las dudas que las respuestas. El final de siglo nos obliga a una especie de recapitulación sobre la diferencia y las formas que tenemos para administrarla al interior del Estado. La vieja discusión de particularismo y universalidad revive con fuerza inaudita. Hegel y Lukács se sacuden en sus tumbas. La democracia formal, que hoy se ufana de gobernar a más de la mitad del mundo, en buena medida surgió de la persecución y de la intolerancia. Locke, el perseguido, escribiría sus Cartas sobre la tolerancia en el exterior, refugiado de las andanadas persecutorias que vivía en su país. Pero la democracia es un planteamiento universalista y, como siempre ha ocurrido, este tipo de propuestas generan reacciones muy enconadas. El avance de un listado de derechos válidos para todo ser humano que, como declaración universal, tiene apenas 50 años de vida, ha aparecido a la par de movimientos que quieren subsumir todo, incluso los derechos políticos fundamentales, a la costumbre. Así, a la llamada globalización también corresponden DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES sentimientos comunitarios y nacionalistas que sacuden al Estado. Visto en una perspectiva aún más global, ya hay quien habla de choques de civilizaciones. Sin embargo, los sentimientos comunitarios, nacionalistas o de continentes civilizatorios, forzosamente cruzan por el nivel estatal. Las comunidades no establecen fronteras, ni las civilizaciones cobran impuestos, ni las regiones autónomas tienen ejércitos. De tal manera que ese mal invento que es el Estadonación y que en buena medida surgió hace alrededor de 500 años por las agresiones exteriores a conglomerados humanos que se consideraban a sí mismos unidos en algo, ese invento, insisto, sigue vivo y no se ve ningún sustituto en el horizonte. Con la economía global prosperando, una red de información universal abrazando todos los días al orbe y a pesar de que ya se habla de la sociedad de la información como puerto de arribo casi obligado, la unidad de gobierno por excelencia sigue siendo el Estado. Es en su interior y en las condiciones por él propiciadas que se dan los encuentros y desencuentros que forman mayorías y minorías simultánea y sucesivamente, y en ello radica, en buena medida, el carácter democrático. La pertenencia a la cultura subyacente al Estado autoritario, a una cultura unívoca en lo religioso, en lo político o en lo racial, en lo que sea, es generalmente una actitud heredada y procurada por las propias instituciones sociales. El catálogo de fuentes de autoritarismo no deja demasiadas dudas. La intolerancia tiene padres y padrinos perfectamente identificables. No es un problema teórico, sino de enfrentamiento de fuerzas históricas reales. Esos países, dominados actualmente por visiones autoritarias defensoras de verdades únicas, son candidatos lógicos a reproducir instituciones autoritarias. La democracia, las instituciones democráticas, están hechas de la misma madera que la sociedad. ¿Por qué esperar un fruto diferente? La conjugación de los verbos de la democracia tiene que ir en consonancia con los que conjugue la sociedad. ¿Puede ser esta aceptación de la pertenencia múltiple, es decir, de la condición de la cultura democrática, algo fomentado? Sí, es la respuesta. La cultura democrática se siembra en la escuela, en el hogar y después repercute en formas institucionales de organización. Es una precondición. Un individuo en el siglo XX, por la propia globalización de la que hablamos, debe saberse probable miembro de una mayoría política, religiosa, lingüística, en un territorio determinado. Pero también será, forzosamente, miembro de una minoría religiosa, étnica, cíe género, de opción sexual. La globalización puede facilitar el proceso de una cultura de tolerancia en la cual fructifique la democracia. Al tener la posibilidad de sabernos globalmente, la diferencia y la construcción de la diferencia encontrará múltiples nuevos referentes. Los católicos pueden y deben saber del Islam, los sintoístas de los protestantes y así sucesivamente. Los diccionarios de las religiones deberían estar en todas las escuelas del mundo, simplemente como una enseñanza de pluralidad. Regreso a mi tesis: sí es posible exigir a los sistemas democráticos que administren la diferencia, sea ésta comunitaria, étnica, plurinacional, siempre y cuando se cumplan dos condiciones. La primera es que las diferencias se subsuman al código imperante de verdades múltiples, por lo menos en el ámbito estatal, incluido el contenido de los planes de estudio que procrean ciudadanos intolerantes o demócratas. De ellos dependerá el carácter de las instituciones de que se trate. La segunda condición es que no se violenten los requisitos esenciales del Estado en tanto que territorio, gobierno central, control de fuerzas armadas, etcétera. Las comunidades, las nuevas pertenencias comunitarias, religiosas, étnicas, de género o de lo que sea, deben subsumirse a una comunidad imaginaria que empata con el Estado. Esto no cancela, ni mucho menos, la posibilidad de que el ciudadano tenga otras pertenencias, incluso supranacionales. Pero si su pertenencia —insisto: la que sea— le exige control de territorio y de autoridad política, lo que estamos enfrentando es el reclamo de un nuevo Estado. Se trata de una reivindicación política, de poder, disfrazada de diferencia. Ningún Estado puede aceptar en su interior la configuración de otro. Hay una contradicción esencial en ello. ¿Por qué tantos sentimientos de pertenencia lo que a final de cuentas reclaman es la constitución de un nuevo Estado? ¿Estamos ante una lucha por identidades o una lucha descarada por el poder de las cuales tenemos registro desde hace miles de años? Lo que no se puede permitir es que se cultiven huevos de serpiente en las iglesias, en los hogares, en los partidos, que se invoquen diferencias raciales, religiosas o de cualquier otra índole, que sean de carácter excluyente y, después, tratar de administrarlas bajo frágiles formas de democracia. 39 DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES El sentido de identidad no se pierde, no tiene por qué hacerlo, por el establecimiento de códigos de comportamiento ciudadano que le permiten al individuo constituirse, por voluntad y convicción, en mayoría si así lo desea, o tener al Estado como garante de su condición minoritaria. Hay un especie de matrimonio de mutua conveniencia entre la reformulación de un nuevo Estado, que ya no podríamos llamar exclusivamente Estadonación en singular, y una ciudadanía reclamante de identidades múltiples que cruzan en ocasiones las fronteras, es cierto, pero jamás escapan a ellas. Ahora bien, si la lucha es por control de territorio, por administración de recursos fiscales, o cuestiona el monopolio del uso de la violencia, estamos, sin más, frente a una confrontación política y ningún Estado, por democrático que sea, puede administrarla. Hay autores que hablan ahora de ciudadanía multicultural. En algunos momentos la expresión puede confundir, pues la ciudadanía sería ese pacto mínimo, pero inexorable, de valores de democracia universal que se inscriben y son defendidos por un Estado concreto, para permitir en su interior las muy diversas identidades culturales. Si conceptualmente el asunto no es demasiado complejo, el problema surge porque muchas de esas identidades culturales parten de visiones unívocas, de verdades únicas, erizo, de nuevo como las llamaría Berlín, y que se confrontan con otras identidades, pero quieren eliminarlas, no convivir. Con esa pretensión en mente, no caben el Estado y la democracia como correspondientes a un orden axiológico valorativo de carácter universal, para salvaguardar la diferencia. La universalidad democrática deja de serlo en el momento mismo en que se niega la diferencia que le dio vida. La pluralidad y la confrontación de verdades parieron un mecanismo para ventilar pacíficamente la diferencia: lo llamamos democracia. La herramienta no puede servir para aniquilar su razón de ser. Estaríamos así frente a un umbral en el cual, para garantizar la diversidad política, cultural, de género, étnica o la que sea, las instituciones del Estado tendrían forzosamente que inscribirse en un determinado código de carácter unívoco y exclusivo. Quien niega la simultaneidad, niega el acuerdo en su esencia. Con fuerza y casi como un agente civilizatorio, habría entonces que retomar la interpretación de las minorías que también cruzan fronteras y no respetan nacionalidades o pasaportes. 40 Son esas minorías, de catálogo infinito, las que podrían operar como actores de compensación. Las mayorías que, como el mercurio, absorben a la gota de junto, tratan siempre de establecer fronteras de acuerdo a su visión del mundo. De Hitler al Islam, pasando por China frente al Japón o invadiendo el Tíbet. Se necesita desnudar con toda energía el engaño de la mayoría estable, que es una de las más serias y peligrosas fantasías que se han inventado. No hay mayoría estable ni en el interior del Estado-nación ni por encima de éste. Si el Islam tratase de establecer un solo país que acogiera a los cientos de millones de seguidores de esa religión, de esa visión del mundo, de todas formas confrontaría tensiones políticas y culturales que tampoco se solucionarían por el simple hecho de mover las fronteras a la medida de sus seguidores. Tampoco opera a la inversa. Las circunscripciones de distritos electorales específicos, para atender a una determinada etnia en el interior cíe un Estado o región, terminan por convertirse en laberintos inexplicables. La teoría de la representación ha encontrado fórmulas para encauzar esas minorías dentro del Estado. Incluso en el caso de sobrepresentación, se puede acudir a la acción afirmativa. Lo que no es modelable es el Estado mismo; no se le puede convertir en escudo de una verdad única. El sistema de contención o modelación de los impulsos, Triebmodelierung, del que nos habla Norbert Elias como uno de los factores civilizatorios, cruza por la tentación de hacer del Estado el buque de nuestra Weltanschauung. ¿Puede haber Estado con multiplicidad de rostros étnicos y nacionales? Sí, por supuesto. Pero éste no opera sin un acuerdo democrático básico en el cual la ciudadanía, como ámbito de libertad, no puede ser sometida a nada. Ninguna cultura o diferencia puede sobreponerse a la libertad, libertad para expresar la voluntad de pertenecer o no pertenecer al infinito catálogo de opciones que una sociedad abierta debe brindarnos. Algunos autores sostienen que al incremento de los valores democráticos, de los derechos humanos, en un determinado país o región, le sigue una disminución en los enfrentamientos violentos por motivos de identidad cultural o étnica o racial. Incluso hay autores, el propio Huntington, que relacionan la guerra con la democracia. La tesis es sencilla, pero de gran trascendencia: las guerras tienden a presentarse entre países con regímenes autoritarios o dictatoriales, o entre países no democráticos o contra regímenes DEMOCRACIA, LÍMITES Y ALCANCES democráticos, pero las democracias entre sí mismas no acuden a ese expediente. De ser así, un incremento en el número de democracias formales y, por supuesto, de democracias liberales, supondría a la larga una disminución de la guerra. Ojala y así sea. La tesis es muy alentadora, pues los derechos humanos y la democracia estarían llamados precisamente a abrir diversos caminos a las diferencias y con ello a procurar la paz. Trataríase entonces cíe una universalización de la polis como territorio de encuentro, en el cual, ni el idioma o lengua, ni el origen común en lo étnico o racial, ni cualquier otra diferencia hayan encontrado mejor camino. Vale la pena repensarlo. ¿Cuáles serán los verbos cíe la democracia? El primero, se me ocurre, será el cíe conocer. Una sociedad inmersa en un mundo globalizado puede y debe conocer a los otros como prerrequisito para llegar al segundo verbo: saber; y quizás, mejor aún, en reflexivo: saberse. Saberse blanco o negro, o amarillo, o azul y saber cíe los blancos, de los negros, de los amarillos y de los azules. Sólo sabiéndonos, en las múltiples diferencias, comprenderemos la importancia de contar, contar para poder fincar las mayorías, criterio básico de la democracia, pero también contar a las minorías que pueden ser mayoría en cualquier momento. Sólo conociendo y sabiendo, sabiéndonos, y contando, contando una y mil veces, comprenderemos la importancia de tolerar, pero tolerar no como sinónimo de soportar al otro, tolerar como exigencia de aprender, aprender del otro. 41 ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? Todos tenemos fines que no podemos conseguir por nosotros mismos. Pero algunos de ellos los podemos alcanzar cooperando con otros que comparten fines similares. Supongamos, entonces, que para alcanzar determinados objetivos comunes, algunos cientos de personas acuerdan constituir una asociación. Podemos dejar de lado cuáles sean los fines concretos de la asociación para centrarnos estrictamente en la cuestión que lleva el título de este capítulo: ¿Qué es la democracia? En la primera reunión, sigamos suponiendo, algunos miembros sugieren que su asociación necesita una constitución. Su postura es recibida favorablemente. Al suponerse que alguien posee alguna habilidad en estas cuestiones, un miembro propone que dicha persona sea invitada a elaborar una constitución, que luego presentará en una reunión posterior para ser sometida a la consideración de otros miembros. Esta propuesta es adoptada por aclamación. Al aceptar esta tarea, la persona encargada de elaborar la constitución puede decir algo similar a lo que sigue: Creo que comprendo los fines que compartimos, pero no sé cómo hemos de proceder a la hora de adoptar nuestras decisiones. Por ejemplo, ¿querernos una constitución que confíe a algunos de los más capaces y mejor informados de entre nosotros la autoridad de adoptar todas nuestras decisiones más importantes? Este arreglo no sólo puede asegurar decisiones más sabias, sino también ahorrarnos al resto una gran cantidad de tiempo y esfuerzo. Los miembros rechazan abrumadoramente una solución en estos términos. Un miembro, a quien calificaré como el Hablante Principal, arguye: "Respecto a las cuestiones más importantes sobre las que ha de pronunciarse esta asociación, nadie entre nosotros es más sabio que el resto en el sentido de que sus decisiones deban prevalecer automáticamente. Incluso aunque algunos miembros puedan tener más conocimientos sobre alguna cuestión en un determinado momento, todos somos capaces de aprender lo que necesitamos saber. Desde luego, 42 habremos de discutir los asuntos y deliberar entre nosotros antes de alcanzar una decisión. Una de las razones por las que constituimos esta asociación es para deliberar y discutir y decidir después sobre políticas. Pero todos estamos cualificados por igual para participar en la discusión de las cuestiones y decidir después sobre las políticas que debe seguir nuestra asociación. Por consiguiente, nuestra constitución debería apoyarse sobre tal presupuesto. Debería garantizarnos a todos nosotros el derecho a participar en las decisiones de la asociación. Por decirlo claramente, dado que todos estamos igual de cualificados, deberíamos gobernarnos democráticamente." La ulterior discusión revela que los puntos de vista establecidos por el Hablante Principal se ajustan al punto de vista predominante. Entonces acuerdan elaborar una constitución acorde con esos supuestos. Pero quien emprende tal tarea descubre rápidamente que distintas asociaciones y organizaciones que se califican a sí mismas como "democráticas" han adoptado muchas constituciones distintas. Incluso entre países "democráticos", encuentra que las constituciones se diferencian en aspectos importantes. Por poner un ejemplo, la constitución de los Estados Unidos asegura un ejecutivo poderoso en la Presidencia y al mismo tiempo un fuerte legislativo en el Congreso; y cada uno de ellos es relativamente independiente del otro. Como contraste, la mayoría de los países europeos han preferido un sistema parlamentario en el que la cabeza del poder ejecutivo, un primer ministro, es elegido por el parlamento. Podrían señalarse fácilmente muchas otras diferencias importantes. No hay, al parecer, una única constitución "democrática" (cuestión a la que volveré en el capítulo X). Nuestro redactor constitucional comenzará a preguntarse ahora si estas constituciones tienen algo en común que justifique su pretensión de ser "democráticas". Y, ¿son algunas quizá más democráticas que otras? ¿Qué significa eso de democracia? Por desgracia, en seguida aprende que el término se usa en un número sorprendentemente amplio de sentidos. Sabiamente decide ignorar esta desesperanzadora variedad de definiciones, ya que su tarea es más específica: diseñar un conjunto de reglas y principios, una constitución, que determinará ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? cómo habrán de adoptarse las decisiones de la asociación. Y su constitución debe ajustarse a un principio elemental: que todos los miembros deben ser tratados (bajo la constitución) como si estuvieran igualmente cualificados para participar en el proceso de toma de decisiones sobre las políticas que vaya a seguir la asociación. Con independencia de lo que se decida para otras cuestiones, en el gobierno de esta asociación tocios los miembros deben de considerarse como políticamente iguales. CRITERIOS DE UN GOBIERNO DEMOCRATICO Dentro de la enorme y a menudo impenetrable maleza de ideas que existen sobre la democracia, ¿es posible identificar algunos criterios que deban ser satisfechos por el proceso de gobierno de una asociación para cumplir la exigencia de que sus miembros tienen el mismo derecho a participar en las decisiones políticas de la asociación? Hay, creo, al menos cinco de esos criterios: Participación efectiva. Antes de que se adopte una política por la asociación, todos los miembros deben tener oportunidades iguales y efectivas para hacer que sus puntos de vista sobre cómo haya cíe ser la política sean conocidos por los otros miembros. Igualdad de voto. Guando llegue el momento en el que sea adoptada finalmente la decisión sobre la política, todo miembro debe tener una igual y efectiva oportunidad de votar, y todos los votos deben contarse como iguales. Comprensión ilustrada. Dentro de límites razonables en lo relativo al tiempo, todo miembro debe tener oportunidades iguales y efectivas para instruirse sobre las políticas alternativas relevantes y sus consecuencias posibles. ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA? La democracia ofrece oportunidades para: 1. 2. 3. 4. 5. Participación efectiva Igualdad de voto Alcanzar una comprensión ilustrada Ejercitar el control final sobre la agenda Inclusión de los adultos Control de la agenda. Los miembros deben tener la oportunidad exclusiva de decidir cómo y, si así lo eligen, qué asuntos deben ser incorporados a la agenda. De esta forma, el proceso democrático exigido por los tres criterios precedentes no se cierra nunca. Las políticas de la asociación están siempre abiertas a cambios introducidos por sus miembros, si éstos así lo deciden. Inclusión de los adultos. Todos o, al menos, la mayoría de los adultos que son residentes permanentes, deben tener los plenos derechos de ciudadanía que están implícitos en los cuatro criterios anteriores. Antes del siglo XX este criterio era inaceptable para la mayoría de los defensores de la democracia. Para justificarlo habremos de examinar por qué debemos tratar a los otros como a nuestros iguales políticos. Después de haber explorado esta cuestión en los capítulos VI y VII, volveré al criterio de la inclusión. Entre tanto, podremos preguntarnos si los cuatro primeros criterios no son más que meras selecciones arbitrarias de entre muchas posibilidades. ¿Tenemos buenas razones para adoptar estos criterios en particular para estar en presencia de un proceso democrático? ¿POR QUE ESTOS CRITERIOS? La respuesta breve es simplemente ésta: cada uno de ellos es necesario si los miembros de la comunidad (con independencia de cuál sea su número) han de ser iguales políticamente a la hora de determinar las políticas de la asociación. Por decirlo con otras palabras, desde el momento en que se incumple cualquiera de estos requisitos, los miembros no serán iguales políticamente. Por ejemplo, si a algunos miembros se les dan mayores oportunidades que a otros para expresar sus puntos de vista, sus políticas tendrán mayores posibilidades de prevalecer. En el caso extremo, al reducir oportunidades para discutir las propuestas de la agenda, una exigua minoría de los miembros puede, en efecto, determinar las políticas de la asociación. El criterio de la participación efectiva está destinado a evitar este resultado. O, supongamos que los votos de los distintos miembros se cuentan de forma desigual. Imaginemos, por ejemplo, que se atribuye a los votos un peso distinto en función de la cantidad de propiedades de cada miembro, y que hay grandes diferencias entre ellos en las propiedades que poseen. Si creemos que todos los miembros están igual de bien cualificados para participar en las decisiones 43 ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? de la asociación, ¿por qué han de contar bastante más los votos de unos que los de otros? Aunque los primeros dos criterios parecen casi evidentes en sí mismos, podría ponerse en cuestión que sea necesario o apropiado el criterio de la comprensión ilustrada. Si los miembros están igualmente cualificados, ¿por qué pensamos que es necesario este criterio? Y si los miembros no están igualmente cualificados, ¿por qué diseñar entonces una constitución bajo el presupuesto de que sí lo están? Sin embargo, como dijera el Hablante Principal, el principio de la igualdad política presupone la idea de que todos los miembros están igual cíe bien cualificados para participar en las decisiones siempre que tengan adecuadas oportunidades de instruirse sobre las cuestiones relativas a la asociación mediante la indagación, discusión y deliberación. El tercer criterio está dirigido a asegurar que cada miembro posee estas oportunidades. Su núcleo fue establecido en el año 431 a.C. por Péneles, el líder ateniense, en una famosa oración que conmemoraba a los muertos de la ciudad en la guerra: "Nuestros ciudadanos corrientes, si bien dedicados a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos... y en vez de considerar la deliberación como un perjuicio para la acción, la consideramos como un preliminar antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso"]. Puede parecer suficiente con adoptar los tres primeros criterios en su conjunto. Pero supongamos que unos pocos miembros se oponen secretamente a la idea de que todos deban ser tratados como iguales políticamente en el gobierno de los asuntos de la asociación. En realidad dicen que los intereses de los grandes propietarios son más importantes que los intereses de los otros. Aunque, arguyen, lo mejor sería que se dotara a los votos de los grandes propietarios de un peso superior que les permitiera ganar siempre, esto parece estar fuera de lugar. Lo que se precisa, en consecuencia, es una provisión que les permita prevalecer con independencia de lo que una mayoría de miembros pueda adoptar en una votación libre y equitativa. Valiéndose de una solución ingeniosa, proponen una constitución que satisfaga adecuadamente los tres primeros criterios y que en ese sentido pareciera ser plenamente democrática. Pero para anular dichos criterios 44 proponen el requisito de que en las asambleas generales los miembros sólo puedan discutir y votar sobre asuntos que han sido previamente introducidos en la agenda por parte de un comité ejecutivo; y la pertenencia a dicho comité ejecutivo se reduce sólo a los grandes propietarios. Al controlar la agenda, esta minúscula camarilla puede estar bastante segura de que la asociación no actuará nunca en contra de sus intereses, porque jamás autorizará que se avance ninguna propuesta que pueda hacerlo. Tras una reflexión, nuestro constituyente rechaza su propuesta, porque viola el principio de la igualdad política que le han encargado mantener. Por el contrario, se inclinará a buscar arreglos constitucionales que satisfagan el cuarto criterio y aseguren así que el control final recaiga en los miembros como un todo. Para que los miembros sean iguales políticos en el gobierno de los asuntos de la asociación deben satisfacerse, pues, todos y cada uno de los cuatro criterios. Hemos descubierto, parece, los criterios que deben cumplirse por una asociación si ha de gobernarse por un proceso democrático. ALGUNAS CUESTIONES CRUCIALES ¿Hemos contestado ya a la pregunta sobre "qué es la democracia"? ¡Como si esta pregunta tuviera una respuesta tan sencilla! A pesar de que la respuesta que acabo de ofrecer constituye un buen punto de partida, sugiere muchas más preguntas. Por empezar, aun cuando los criterios se pudieran aplicar provechosamente al gobierno de una muy pequeña asociación voluntaria, ¿son realmente aplicables al gobierno de un Estado? Palabras sobre palabras. Dado que el término Estado se usa a menudo de forma imprecisa y ambigua, permítanme decir brevemente lo que entiendo por tal. Por Estado entiendo un tipo muy especial de asociación que se distingue por la extensión en la que —entre todos aquellos sobre los que reivindica su jurisdicción— puede asegurar la obediencia de sus reglas por medio de sus superiores medios de coerción. Cuando la gente habla del "gobierno", generalmente hace referencia al gobierno del Estado bajo cuya jurisdicción vive. Con raras excepciones, a ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? lo largo de la historia los Estados han ejercido su jurisdicción sobre un pueblo que ocupaba un cierto territorio (aunque este territorio estuviera a veces poco delimitado o fuera discutido). Podemos pensar así el Estado como una entidad territorial. Aunque en algunas épocas y lugares el territorio del Estado no ha sido mayor que una ciudad, en siglos recientes los Estados han reivindicado su jurisdicción sobre países enteros. Podrían ponerse muchas pegas a mi conciso intento por expresar el significado de la palabra Estado. Los escritos sobre el Estado de los filósofos políticos y del derecho probablemente requerirían una cantidad de papel suficiente como para consumir un pequeño bosque. Pero lo que he dicho creo que servirá a nuestros propósitos. Volvamos, entonces, a nuestra pregunta. ¿Podemos aplicar nuestros criterios al gobierno de un Estado? ¡Desde luego que podemos! De hecho, el Estado ha constituido el foco primario de las ideas democráticas. Si bien otro tipo de asociaciones, en particular algunas asociaciones religiosas, han jugado un papel en la reciente historia de las ideas y prácticas democráticas, desde el comienzo de la democracia en la Grecia y Roma antiguas, las instituciones políticas que generalmente pensamos como características de la democracia fueron desarrolladas fundamentalmente para democratizar el gobierno de los Estados. Quizá merezca la pena repetir que, como cualquier otra asociación, ningún Estado ha poseído jamás un gobierno que haya estado completamente a la altura de los criterios de un proceso democrático. No parece que ninguno lo consiga. Aun así, como espero mostrar, los criterios aportan un estándar muy útil para medir los logros y las posibilidades del gobierno democrático. Una segunda cuestión: ¿Es realista pensar que una asociación pueda llegar alguna vez a satisfacer plenamente estos criterios? Por decirlo con otras palabras, ¿puede una asociación real llegar a ser plenamente democrática? ¿Es posible que en el mundo real todo miembro de una asociación tenga de verdad iguales posibilidades de participar, de obtener una comprensión informada de los asuntos, y de influir en la agenda? Probablemente no. Pero en ese caso, ¿son útiles estos criterios? ¿O son meras ilusiones, esperanzas utópicas de lo imposible? La respuesta, formulada de modo simple, es que son tan útiles como pueda serlo cualquier estándar ideal, y son más relevantes y eficaces que muchos de ellos. Nos ofrecen una medida a partir de la cual podemos evaluar las actuaciones de asociaciones reales que se pretenden democráticas. Pueden servir como guías para conformar y reajustar determinados arreglos, constituciones, prácticas e instituciones políticas. Para todos aquellos que aspiran a la democracia pueden suscitar también cuestiones relevantes y ayudar en la búsqueda de respuestas. Como nunca se sabe si algo es bueno hasta que se pone a prueba, en los capítulos siguientes espero poder mostrar como pueden contribuir estos criterios a orientarnos en las soluciones de algunos de los problemas centrales de la teoría y práctica democráticas. Una tercera cuestión: Partiendo de la base de que los criterios pueden servirnos como una orientación útil, ¿hay algo más aparte de ellos que podamos necesitar a la hora de diseñar instituciones políticas democráticas? Si, como imaginé arriba, habíamos encargado a alguien la tarea de diseñar una constitución democrática y de proponer las instituciones efectivas de un gobierno democrático, ¿podría pasar esta persona directamente de los criterios al diseño? Obviamente no. Un arquitecto armado únicamente con los criterios aportados por el cliente —en lo relativo a ubicación, tamaño, estilo general, número y tipo de habitaciones, costes, plazos, etcétera— sólo podría dibujar los planos después de haber tenido en cuenta un gran número de factores concretos. Así ocurre también con las instituciones políticas. Cómo hayamos de interpretar mejor nuestros estándares democráticos, aplicarlos a asociaciones concretas, y crear las prácticas e instituciones políticas que requieren no es, desde luego, una tarea sencilla. Para hacerlo liemos de ir directamente a las realidades políticas efectivas, donde nuestras elecciones precisarán de innumerables juicios teóricos y prácticos. Entre otras dificultades, cuando tratamos de aplicar varios criterios —en este caso, cuatro al menos—, probablemente descubriremos que a veces unos entran en conflicto con otros, y habremos de saber enjuiciar transacciones alternativas sobre valores en conflicto. Esto lo descubriremos en nuestro análisis de las constituciones democráticas en el capítulo X. 45 ¿QUE ES LA DEMOCRACIA? Finalmente, una cuestión más importante todavía: los puntos de vista del Hablante Principal fueron aceptados, parece, sin que nadie los desafiara. Pero ¿por qué habrían de serlo? ¿Por qué deberíamos creer que la democracia es deseable, particularmente en el gobierno de una asociación tan importante como el Estado? Y si la conveniencia de la democracia presupone la conveniencia de la igualdad política, ¿por qué habríamos de creer en algo que, bien mirado, parece bastante ridículo? Pero, si no creemos en la igualdad política, ¿cómo podemos apoyar la democracia? Si, por el contrario, creemos en la igualdad política entre los ciudadanos de un Estado, ¿no nos exigiría esto que adoptáramos algo parecido al quinto criterio —la ciudadanía inclusiva? Ahora nos ocuparemos de estas inquietantes cuestiones 46 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE PROMOVERSE EN LOS ADOLESCENTES? LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA VALOR DE LA VIDA DIGNA Valores universales y pluralismo cultural Actualmente, en un mundo cada vez más unificado, se hacen patentes dos tendencias contrapuestas. Por una parte, se da una notable homogeneización de los modos de vida, impulsada sobre todo por los requerimientos de un sistema económico que funciona a escala mundial. Las redes de comunicación hacen el resto en cuanto a la difusión e implantación de las pautas de una civilización científico-técnica que llega, prácticamente, a todos los rincones del planeta-aunque a muchos sólo llega con su reverso de explotación o de marginación. Pero, por otra, a diferente nivel es evidente la presencia simultánea de fuerzas disgregadoras de signo contrarió: es lo que corresponde a la exaltación de la diferencia, de lo particular, de lo propio de cada cultura o grupo humano, en una tendencia centrífuga que es en buena parte reacción al carácter centrípeto de la anterior. La tensión entre estas dos tendencias dificulta sostener planteamientos universalistas, la homogeneización cultural que resulta de lo que tácticamente se universaliza, con mucho de imposición etnocéntrica debido a la hegemonía de Occidente, provoca respuestas a la defensiva de las culturas amenazadas. La diversidad cultural en muchos casos se intenta salvar por la vía autocontradictoria de un relativismo cultural extremo. Frente a éste, y superando el falso universalismo anterior, hay que abrir paso a otro universalismo distinto, ni impositivo ni absolutista, sino dialógico y respetuoso con las diferencias. A pesar de las dificultades, desde el punto de vista ético es irrenunciable una moral universalista. Sólo desde un universalismo sonó se pueden contrarrestar los efectos perversos del universalismo patológico de toda visión etnocéntrica, que no quiere sino imponer a todos, abusiva e injustificablemente, lo que es la propia particularidad o lo que va en beneficio de ella. Ahora bien, ese nuevo universalismo no puede plantearse contra las diferencias, sino a partir de ellas, justo para garantizar esa diversidad en que se despliega la riqueza de lo humano, poniéndola a salvo de las desigualdades que la liquidan. Por ello, la clave está en el tratamiento que se dé al hecho de la pluralidad. Tanto hacia dentro como hacia fuera de una sociedad o de una cultura, el pluralismo es un dato insoslayable de nuestra realidad que obliga a repensar lo político, lo moral, y la justificación moral de la política. Lo mismo ocurre respecto a la educación, en el contexto de una sociedad secularizada, con un Estado laico, donde conviven diferentes cosmovisiones, religiones, concepciones morales, induciendo distintas formas de vida afectadas por muy diversas maneras de entender lo bueno. Hablar de valores, apelar moralmente a ellos, también desde la política, no deja de ser complicado; hay que enfrentarse a la equivocidad, afrontar la disparidad de criterios, tener en cuenta las distancias ideológicas, lidiar con intereses contrapuestos... y todo para tratar de argumentar racionalmente sobre esos valores básicos en torno a los cuales hay que lograr un acuerdo. Éste se hace especialmente necesario en el campo de la educación, en particular en ese ámbito de confluencia desde la diversidad que es la escuela. Para educar en valores es imprescindible un consenso básico en torno a ciertos valores fundamentales susceptibles de ser compartidos por todos en el terreno común de la racionalidad dialógica, capaz del reconocimiento de las exigencias universales que brotan de la propia condición humano de todos y de su inherente dignidad. No obstante, no hay que ocultar la dificultad de llegar a un consenso eficaz cuando se traspasa el nivel de las declaraciones formales y es necesario dar concreción a los valores y operatividad a los principios. Entonces se ponen a prueba el compromiso dialógico y la voluntad de razonar, pero no por ello queda en el vacío la opuesto por el acuerdo, necesario y posible a la vez, asentada en lo común que compartimos, en la normatividad ya implícita en los respectivos empeños de sostener un discurso con sentido, en la efectiva posibilidad de entendernos porque la "traducción" es posible, al no existir entre culturas y grupos humanos nada parecido a una "inconmensurabilidad" de paradigmas. Los mencionados valores serían, en primer lugar, los valores de la vida digna, esos valores nucleares, propios de una moral 47 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… universalista, que son punto de anclaje de los derechos humanos, al ser de exigible realización por el incondicional respeto que merece cada individuo, cualesquiera que sean la sociedad y la cultura en las que viva. Dichos valores, en los que se condensan las cuestiones de justicia, y que reclaman una determinada concreción institucional, operan también como criterio o instancia crítica respecto a la calidad ética o sencillamente humana de la sociedad o cultura de que se trate; de alguna forma, trazan la frontera entre diferencias legítimas, asumibles, dignas de mantenerse o potenciarse, y diferencias ilegítimas, inasumibles, generadoras de desigualdades, justificadoras de discriminación u opresión al modo que sea, frente a las cuales ha de hacer valer la fuerza de sus pretensiones una moral universalista. Estos valores, en definitiva, se presentan como los valores claves que han de marcar la pauta de la realización de la democracia, impulsando desde ella el cambio necesario. ¿Hacia dónde? Hacia el objetivo de una sociedad con relaciones humanas solidarias y con las condiciones que exige la dignidad humana -a lo que se puede añadir el que se trata de una sociedad capaz de un "desarrollo sostenible", imprescindible para su propia conservación y la vida de las generaciones futuras. Aparece así la dimensión utópica de estos valores, pues trazan perspectivas nuevas, alzan el horizonte de las expectativas y permiten dotar de sentido la trayectoria histórica hacia objetivos de emancipación -bien es verdad que como fin pretendido y nunca como final garantizado. En segundo lugar, también se contarían como valores dignos de universalidad esos otros, con especial asiento en el "corazón" de las personas -manera cálida de referirnos al carácter en el que arraigan sus actitudes-, que configuran un talante democrático y, colectivamente, a partir de los individuos, un éthos acorde con la moral civil que la democracia exige. Ciertamente, los valores de la vida digna no logran vigencia si no están igualmente enraizados en los sujetos, pero los caracteriza la mediación jurídica y política a través de la cual refuerzan con eficacia su vigencia. Estos segundos, los valores de un éthos democrático, aun cuando también algunos alcancen concreción institucional, permanecen más vinculados a la órbita de las actitudes; diríase que señalan los mínimos de vida bueno, también reconocibles interculturalmente, para una opción coherente por la justicia. Por lo demás, entre los primeros, con base en actitudes pero 48 demandantes de institucionalización, especialmente de concreción en normas, y los segundos, más actitudinales y no igualmente susceptibles de traducción normativa en todos los casos, encontraremos el valor de la solidaridad, cumpliendo una singular función de engarce entre los respectivos requerimientos de la justicia y de la vida buena. PAZ, MAS ALLA DE LA SUPERVIVENCIA La guerra es la situación inhumana por excelencia. Frente a la barbarie que con ella se desata, la paz aparece como valor éticopolítico condicionante de todo proceso de verdadera humanización. En la consecución de una paz auténtica ha cifrado la humanidad, una y otra vez, sus expectativas utópicas, quizás idealizando en muchos casos la paz humanamente posible, pero dando a entender siempre que sin una vida en paz no queda lugar para una vida humana con sentido. Es la violencia, el dominio, la destrucción, el asesinato, la inacabable lista de víctimas de todas las guerras, lo que cuestiona todo sentido, mucho más que la sola muerte o todo aquello que haya que poner en la cuenta de la mera naturaleza. Por eso, el primero de los derechos humanos del individuo es el derecho a la vida, a que nadie se la arrebate, truncándole la posibilidad de dar su propia respuesta de sentido a la problemática de su existencia. Violado en la guerra el derecho a la vida, todos los demás quedan de sobra, pues se ha liquidado el sujeto de los derechos. La dinámica bélica conduce así imparablemente a la barbarie, a esa situación de derechos fácticamente suspendidos, al estado de guerra de todos contra todos del que hablaba Hobbes (cf. 1989) -su solución de un "Estado de seguridad" absolutista para asegurar vidas y propiedades hace tiempo que dejó de ser válida. Como Kant acentuó en La paz perpetua, la paz es compromiso ineludible para una política no divorciada de la moral (cf. 1985:45 ss.). No hay política moralmente justificable si no sitúa como prioritaria la apuesta por la paz. Así se ha apreciado siempre desde la tradición humanista y hoy se presenta como renovada exigencia en un mundo donde la guerra presenta unas proporciones y una destructividad antes desconocidas. En un contexto nuevo donde ninguna guerra puede sustraerse a la calificación de "guerra civil" entre otros motivos, porque la población civil es la más machacada en todas las guerras contemporáneas-, ya se quedan cortos los ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… intentos de "humanizar" la guerra, como los que siglos atrás desplegaron los pensadores iusnaturalistas para establecer los criterios de la "guerra justa" apoyándose en el supuesto Derecho Natural -antecedente de los actuales derechos humanos. No obstante, no dejan de ser reformulada herencia de ellos cosas tales como la Convención de Ginebra; la pretensión de juzgar a los criminales de guerra, precisamente por el exceso sobre toda acción militar que suponen los crímenes contra la humanidad; o la actividad humanitaria de los gobiernos o, cada vez en mayor medida, de las organizaciones no gubernamentales (ONG). Para la sensibilidad pacifista que hemos ganado, una teoría de la "guerra justa" resulta tan chocante que llega a ser inaceptable. Pero el núcleo de la cuestión, a no perder de vista, es que no se debe confundir a los verdugos con las víctimas, no sea que el rechazo a una teoría de la "guerra justa" venga a agravar la injusticia que pesa sobre éstas. Hay que estar atentos al encubrimiento ideológico bajo el que puede caer un pacifismo ingenuo. ¿O quizá no debió plantearse hacer frente al nazismo? ¿O no encontraría hoy Europa otro rostro de sí misma, distinto del que se le devuelve desde el trágico espejo de la guerra de Bosnia, si no hubiera permanecido ante ella paralizada y atrapada en el juego de sus intereses? La defensa de la paz requiere algo más que desearla como ideal. Reclama, en primer lugar, no mirar hacia otro lado cuando se presenta la desgracia de la guerra, sino afrontarla para ponerle freno, utilizando para ello la menor violencia posible y sirviéndose hasta donde se pueda de medios diplomáticos, políticos, de carácter pacífico. Y en segundo lugar, la paz exige medidas eficaces que coadyuven a ella -económicas, sociales, culturales, etcétera-, preventivas a ser posible, o restauradoras, tras la tragedia de un conflicto bélico. De ahí la radical insuficiencia del lema militarista "si quieres la paz, prepara la guerra". No; si queremos la paz, preparemos la paz, comenzando por la reestructuración de unas economías donde el peso de la industria militar es muy fuerte, o de unas políticas miopes, muchas veces más presas de un sutil militarismo que atentas a legítimas necesidades de defensa. El valor de la paz reclama hilar fino. A ello ayuda distinguir entre un concepto negativo de paz y un concepto positivo, entendidos como un primer y un segundo escalón, respectivamente, hacia una paz verdaderamente humanizante. El concepto negativo es el que la identifica con la ausencia de guerra. Y no es poco, como pueden apreciar quienes hayan padecido una. Con todo, siendo necesaria esa paz negativa, no es suficiente. De ahí el pensar y el pretender lo que implica un concepto positivo de paz, que hunde sus raíces en la convicción de que sobrevivir no basta, pues lo que nos interesa es convivir con dignidad: supervivencia, por tanto, para la vida digna. La paz negativa no es suficiente; se produciría un vaciamiento de la misma idea de paz si quedara restringida a ese concepto. Basta reparar en los tensos conflictos, en las relaciones de dominio, incluso en las circunstancias de guerra civil larvada, que pueden darse en una situación de formal ausencia de guerra, con su apariencia de orden. Si esa precaria paz no se asienta sobre bases más sólidas, al poco tiempo aflorará el desorden real que encierra. A dicha paz sobre bases sólidas apunta el concepto positivo del que hablamos. Pero, ¿qué da solidez a la paz? La justicia. La paz positiva es la paz con justicia, esa paz, por consiguiente, más integral, sostenida sobre la justicia lograda políticamente para unas relaciones humanas que se configuran como marco adecuado para un desarrollo humanizante de los individuos, de su sociedad y de su cultura. Lo que cuadra con la democracia, con una realización efectiva de la misma que además mire también a las relaciones interestatales ámbito internacional en el que nos movemos aún en gran medida en los términos incivilizados del hobbesiano "estado de naturaleza"- es precisamente este concepto positivo de paz. Si la guerra es el extremo al que se llevan las pretensiones de dominio de unos hombres sobre otros, hasta desencadenar ese afán de destructividad que deja atrás lo que sería "agresividad ofensiva" (cf. Fromm, 1984: 175 ss.), caracteriza por el contrario a la democracia de un Estado de Derecho la tendencia a ir eliminando esas relaciones de dominio. Se puede decir que la democracia es esencialmente pacifista. No puede pensarse, con su valor moral, al mar gen del valor de la paz, máxime cuando el Estado democrático es el marco idóneo para la necesaria paz con justicia. Sin embargo, que por las venas de la democracia circule sangre pacifista no debe dar pie para pensar en sociedad democrática alguna que sea la plasmación política de un paraíso de la paz. En los límites de nuestro mundo humano no 49 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… caben los paraísos y toda sociedad democrática tendrá que abordar conflictos. La cuestión es cómo afrontarlos civilizadamente, cómo dirimirlos a la luz del principio de justicia, pues a eso obliga el logro de la paz como deber ético de la moral democrática. Respecto a las mediaciones políticas para la paz, no hay que olvidar lo que supone el poder en la organización política de la sociedad, terreno en el que se hace patente de modo especial que el poder es algo intrínseco a la realidad humana. Lo que ocurre es que el poder es ambivalente: puede funcionar como poder-capacidad para hacer algo -también en política- o como poder-dominio, negativo en el caso de las relaciones humanas, y que surge como distorsión o perversión de la forma sana de ejercer el poder (como capacidad). Pues bien, tanto a la vista de la historia como desde la reflexión ético-política, aparece cargada de sentido emancipador la pretensión de un poder sin dominio a la que aspira el poder político democrático. El objeto de tal pretensión se puede considerar como un ideal regulativo, como criterio y aspiración de un poder que no puede dejar de ejercerse sin cierta dosis de violencia, aunque sólo sea la que implica la coacción legítima que supone el Derecho. Lo importante a destacar es que dicho ideal ha de ponerse al servicio de esa paz con justicia que propugnamos, operando en relación a una sociedad con conflictos, obligando a rediseñar modos más humanizantes de resolverlos, incluyendo los mismos conflictos de poder. Todo lo cual es transportable, con el necesario cambio de escala, a esas relaciones internacionales a las que hemos aludido, ámbito en el que queda mucho por hacer en este sentido, y respecto al cual es imprescindible afinar el análisis de los compromisos que suponen las mediaciones políticas frente a ciertas posturas, no exactamente utópicas, sino más bien utopistas, a las que pueden verse conducidos planteamientos maximalistas de pacifismo y no violencia (cf. Savater, 1 993: 1 73 ss.). Asumiendo ese contrapeso realista, que no groseramente pragmático, es como uno se puede enfrentar a la famosa declaración de Clausewitz -"la política es la continuación de la guerra por otros medios"-, para formular en sentido inverso: la política es (debe ser) la construcción de la paz por todos los medios. Todo esto hay que tenerlo en cuenta para una crítica educación para la paz que tiene que formar parte de una educación democrática. El objetivo es educar para la paz sin irenismo, 50 esto es, sin dibujar paraísos imposibles, sin encubrir los ineludibles conflictos, sin mitigar las aristas de nuestra realidad humana. Así nos estaremos preparando para trabajar por la paz, en la perspectiva de esa paz con justicia que tiene pleno sentido humanizante. No hay que olvidar, por cierto, que personajes emblemáticos del pacifismo y la no violencia, como Francisco de Asís o Gandhi, no eludieron el conflicto, sino que, además de soportarlo, abrieron nuevos caminos para tratar de superarlo. Parte fundamental de ellos es su llamamiento a un compromiso personal más firme: no habrá paz si los individuos no la asumen antes en su interioridad, si no se hacen pacíficos, dejando atrás la "cultura de la violencia". Una pedagogía pacifista pondrá en el centro esa exigencia de conversión interna a la paz, muchas veces a contrapelo de la violencia del entorno. Pero esa misma pedagogía no puede prescindir de las diferentes variantes en que puede concretarse una opción básica por la paz. Una de ellas es la de una radical noviolencia, opción de enorme valor testimonial de denuncia del dominio y de anuncio de unas relaciones interhumanas distintas. Sin embargo, tal opción no es exigible a todos y menos respecto a la sociedad en su conjunto o al Estado. Sería una pretensión impropia, que no contaría con que el legítimo poder político democrático quedaría inerme contra los violentos que siempre pueden atentar contra la democracia misma y contra sus ciudadanos, abusando de la dinámica pacifista que la democratización supone. Por lo demás, una educación para la paz que tenga en cuenta todo lo que amenaza actualmente la supervivencia de los humanos se ve obligada a operar con un concepto dilatado de paz, que refiera ésta no sólo a las relaciones interhumanas, sino también a nuestras relaciones con la naturaleza. Éstas se han llevado a extremos insostenibles de depredación, impulsadas por una irrestricta voluntad de dominio, que tiene a la mano una tecnología muy potente. Pues bien, de manera derivada, también hay que extender ahora la voluntad de pacificación a esas relaciones en las que la naturaleza se violenta hasta el expolio, poniendo en peligro la supervivencia futura de la humanidad. Es verdad que en la relación del hombre con la naturaleza no dejará de haber un componente de dominio, pero eso no quita para que esa relación sea más respetuosa, buscando la mayor armonía posible, y no sólo por motivos de supervivencia y de conservación del medio, ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… sino incluso por lo que exige la propia dignidad del hombre -significativo al respecto es lo relativo al trato con los animales. No hay que olvidar que el hombre humaniza la naturaleza, y que, por tanto, también se deshumaniza él mismo cuando falta esa relación respetuosa. Como tampoco hay que perder de vista que el dominio al que la voluntad de pacificación se opone es el que procede de una dinámica dominadora sin límites, que no se modera ante la naturaleza y se traspasa en su desmesura a las relaciones humanas -incluidas las del individuo consigo mismo: a la opresión ejercida hacia fuera corresponde la represión hacia dentro. Al viejo Marx, por cierto, no le pasó inadvertida esa correlación cuando afirmaba en las páginas de El Capital que "explotación del obrero" y "esquilmación de la tierra" van juntas (cf. 1959:423). Es necesario, pues, un amplio concepto ecopolítico de paz que señale no sólo una manera civilizada de resolver los conflictos, sino también, análogamente, una manera más humanizante de abordar la relación de dominio del hombre respecto de la naturaleza. Es lo que corresponde a una "ecología democrática", capaz de marcar distancias con ese fundamentalismo ecologista que llega a adoptar ribetes autoritarios (cf. Ferry, 1994). La vida digna para todos a la que apunta la aspiración pacifista no puede dejar fuera esa relación nuestra con el entorno, con la naturaleza de la que formamos parte, la cual tanto influye en las que mantenemos entre nosotros. LIBERTAD, IGUALDAD Y JUSTICIA: LOS VALORES DE LA EMANCIPACION Aunque el valor de la paz, en el registro de la utopía, señala un máximo al que se aspira, no deja de ser a la vez, en su concepto negativo, el índice de un mínimo indispensable: el mínimo civilizatorio que es punto de partida para una sociedad, una cultura, una política y, enmarcadas en ellas, una educación- más humanizantes. Ese mínimo, que apunta a un máximo, es el arranque de la trayectoria personal y colectiva hacia la dignidad, hacia el mutuo reconocimiento recíproco de todos como sujetos de derechos inviolables: es la trayectoria de la emancipación, la que conduce a la "mayoría de edad" de personas aptas para el libre despliegue de su humanidad, sin miedos, pero sin arrogancias, afirmando su autonomía, pero conscientes de sus límites, dispuestas a consumar la aventura existencial de su autorrealización, desde una individuación solidaria que no se desentiende de la emancipación de los otros y, por consiguiente, de sus posibilidades autorrealizativas. Para ese camino de emancipación, de autoliberación políticamente mediada, con lo que supone de esfuerzo por lograr unas condiciones idóneas de vida digna para todos, los valores-guías, heredados como legado radicalmente humanista de la tradición emancipatoria, son los de libertad, igualdad y justicia. LIBERTAD: EMANCIPACION Y AUTONOMIA La bandera más enarbolada en las luchas emancipatorias de la humanidad ha sido la de la libertad. Es el valor ético-político que ha catalizado los grandes avances hacia la dignificación de la vida humana. Aunque no en todas las épocas y culturas se ha tenido la misma experiencia de la libertad ni la misma conceptualización de ella. La modernidad occidental es la que hace de la libertad eje axiológico, clave tan crucial en ética como decisiva en el ámbito político. Secularización, individuación, dinámica social, autocomprensión del hombre..., todo condujo a esa revaloración de la libertad que no ha hecho sino acentuarse hasta nuestros días. Pero, ¿cómo entender la libertad, desde sus raíces antropológicas hasta su condición de valor ético-político fundamental? Cabe afirmar, en primer lugar, que libertad y existencia humana son inseparables, desde el momento en que emerge lo humano liberado de la determinación instintiva del comportamiento. Ahí empieza, como diría Sartre, nuestra "condena" a la libertad. Se trata de la forma originaria de libertad negativa que nos constituye. Ocurre, sin embargo, que esa primera forma de libertad, y nuestra existencia con ella, se ve distorsionada y frustrada en las posibilidades que abre si no se conduce procesualmente hacia la libertad positiva, ésa que no se define ya por una carencia, sino por un logro que nos humaniza. Es en el tránsito desde la "libertadde" a la "libertad-para" -para el pleno despliegue autorrealizativo de las potencialidades humanas, donde podemos encontrar la conformación del sentido de nuestra propia existencia como existencia abierta, problemática, siempre contradictoria. Venimos, así, de la libertad que nos hace nacer humanos, para ir a esa otra libertad que entraña la mayor humanización posible. Si ese recorrido se ve truncado, por la huida ante la inseguridad que conlleva, por no asumir 51 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… responsablemente la "carga de la libertad", para ir a buscar refugio en vínculos que infantilizan o que anulan la individualidad en el gregarismo, entonces la respuesta personal en que ha de consistir la propia vida queda atascada en formas patológicas, en las vías regresivas de una deshumanización embrutecedora. Es lo característico de una existencia alienada, en la que el hombre resulta "otro" del que debía y podía ser (cf. Fromm, 1987). Ese carácter constitutivo, procesual y humanizante de la libertad hay que apreciarlo a su vez en la dimensión histórica y sociocultural propia de todo lo humano. Desde sus raíces en nuestra condición como primigenia liberación de coerciones instintivas, la libertad es conquista del hombre, valor histórico. Ello permite hablar de una tradición emancipatoria, en la que se han ido ganando mayores grados de libertad, tanto negativa liberación de constricciones sociales, de formas de opresión política, de explotación económica, de tutelas represivas desde determinadas instituciones, de vínculos "naturales" que aprisionan a los individuos....corno positiva, en tanto que los logros en cuanto a la primera han ido generando mejores condiciones económicas, sociales, políticas, religiosas, ideológicas, etcétera, para que los individuos accedan a la segunda. Ha sido en ese trayecto colectivo, condicionante respecto de las vidas personales, donde la libertad, a medida que se ha ido conquistando, se ha ido presentando bajo distintos matices: libertad de elección, libertad de autodeterminación, libertad como ausencia de interferencias o coacciones... Es la libertad que logró afirmarse como libre arbitrio o como libertad que es condición para la moral -sin ella, en la mentalidad ilustrada, no cabe atribución de responsabilidad, ni cabe, desde luego, culpabilidad-, como libertad civil, como libertad política... Son las libertades que configuran una situación cultural a la medida de las progresivas exigencias que ha planteado la autoconciencia de la dignidad humana. Ésta es la que ha movilizado, frente a las diversas formas de servidumbre, las luchas a favor de la libertad -de sus espacios sociales, de sus formas políticas, de sus respaldos legales, hasta de sus condiciones psíquicas internas-, en el entendido de que no hay autorrealización humana posible sin libertad y para la mayor libertad de los individuos: lo que es condición de vida humana en su sentido negativo acaba siendo objetivo que se identifica con la plena humanización, en su sentido positivo. 52 El desarrollo de la individualidad moderna proporciona el contexto adecuado para avanzar en la comprensión de la libertad y en las aspiraciones respecto a ella -en definitiva, del hombre respecto a sí mismo. Es el momento, muy especialmente condenado en el pensamiento de Kant, en que la libertad se comprende como autonomía: la capacidad del hombre de darse a sí mismo su norma, capacidad inherente a la racionalidad íntegramente humana, por un lado, y punto de anclaje de la dignidad del hombre, por otro (cf. Kant, 1973: 94 ss.). Esa autonomía es la que se afirma, en primer lugar, como autonomía moral: el hombre no tiene por qué, no debe, entenderse como dependiente de instancia alguna, supuestamente ajena y superior, a la hora de establecer los criterios e imperativos por los cuales regir su conducta. Y es la que, a su vez, da paso, tras las huellas de Rousseau, a una nueva concepción de la soberanía política, a partir -vale decirlo así- de la soberanía moral: los individuos han de obedecer las leyes que ellos mismos se dan. ¿No es ésa la entraña de la legitimidad democrática? Libertad y democracia van, pues, al unísono. No obstante, para que el debido acompasamiento no se vea trastocado es necesario que el ejercicio de la democracia se ajuste a la legalidad de un Estado de Derecho, no sea que las libertades civiles ganadas respecto a regímenes absolutistas anteriores resulten ahora torpedeadas por perversiones de la misma democracia. Es lo que liberales como Stuart Mili (cf. 1984: 99 ss.) veían como nuevos peligros para la libertad y, por lo mismo, como amenazas para los individuos: los que pueden presentarse como "tiranía de la mayoría" o, más sutilmente, como potente censura de una opinión pública inductora del más conservador conformismo. No sólo la libertad de asociación o de expresión pueden verse así cercenadas, sino hasta la mismísima libertad de conciencia. El esfuerzo por la libertad debe ser constante y tanto implica la tensión personal hacia ella como el control y vigilancia autocrítica que colectiva e institucionalmente hay que ejercer en democracia. Ciertamente, en el ámbito político, el listón de las libertades se ha ido elevando sobre todo en el sentido de la libertad negativa, estableciendo límites al poder y preservando cada vez de manera más clara y eficaz lo que es la esfera de actuación privada de los individuos. No son admisibles más ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… interferencias políticas, legales y jurídicas que las encaminadas a evitar que el ejercicio de la libertad de unos impida u obstaculice el de otros. La libertad positiva, que viene a identificarse con la autorrealización de los individuos, cae del lado de la competencia exclusiva de éstos. De ahí que se sostenga, como hace con énfasis Isaiah Berlín, que de ninguna manera se intervenga desde el Estado en lo que afecte a esa libertad positiva, pues tal intervención, aun suponiéndola bienintencionada en cuanto a pretensiones liberadoras, acaba tomando cariz totalitario. No le falta razón aun autor como Berlín. Ahora bien, el problema está en que esos "dos conceptos de libertad" -título de su más conocido texto al respecto (cf. 1993: 187243)- se distancien en exceso. Una vez más, lo conveniente es diferenciarlos, para relacionarlos adecuadamente, pues no se deben divorciar. Todavía las libertades civiles (de conciencia, de expresión, de asociación...) se pueden pensar en los solos términos de la libertad negativa, pero a poco que se repare en que ellas ni vienen ni se mantienen solas, sino por la dinámica de una democracia viva, es necesario ver la conexión que mantienen con las libertades políticas (las que entran en juego con los derechos de participación). Y éstas están vinculadas a la autonomía de los individuos, que éstos hacen valer en cuanto ciudadanos -lo que subraya Bobbio (cf. 1993:100 ss.). Por tanto, salvaguardar y acrecentar legal y jurídicamente la misma libertad negativa exige que los individuos se movilicen políticamente desde la libertad positiva que personalmente han logrado, por más que, evidentemente, esta cara de la libertad no se agote, ni mucho menos, en el ejercicio de la ciudadanía democrática. Al fin y al cabo, todo esto no es más que otra forma de volver a insistir en que si la emancipación es para la autorrealización, lo que los individuos consigan en cuanto a ésta no es indiferente, sino todo lo contrario, para el incremento de aquélla. Es fundamental en una educación en y para la libertad tener muy presente esa correlación entre emancipación y autorrealización, que implica no perder de vista lo que supone esa trayectoria de la "libertad-de" a la "libertadpara" que colectivamente hemos recorrido, con muchos avalares a lo largo de nuestra historia, y que personalmente cada uno debe realizar en su maduración como individuo. Hay que educar en y para la libertad desde la conciencia de que la libertad que necesitamos, que tanto ha costado y que nunca deja de ser un valor amenazado, requiere el apoyo y el firme compromiso de personas capaces de autonomía, sin "miedo a la libertad" (Fromm). Además, la madurez en la libertad hacia la que tenemos que educar no puede sino contar con que los derechos que significan las libertades implican los deberes de sus correspondientes responsabilidades: los deberes hacia los demás y respecto a uno mismo de quien sabe que la libertad individual también hay que trabajarla solidariamente, que la propia autonomía en ningún caso hay que confundirla con autarquía, que nuestra preciosa libertad no es libertad absoluta, sino siempre libertad situado. No otra es la libertad humana en y por la que nos humanizamos. IGUALDAD: EQUIPARACIÓN PARA LA DIFERENCIA La igualdad, en tanto que valor ético-político, como la libertad y junto a ella, está presente a lo largo de la historia en los esfuerzos emancípatenos de la humanidad. Se puede constatar que los enemigos de la libertad son, a la vez, los que se instalan en la desigualdad, atrincherados en su posición de poder para mantener sus privilegios. También en el caso de la igualdad, la reivindicación respecto a ella se hace más lúcida e intensa en la modernidad. La secularización y el individualismo moderno, aparte otros factores sociales y económicos, socavan las legitimaciones de una jerarquización antiigualitaria de la sociedad. En ese marco se inscribe la tendencia democrática que atraviesa la modernidad, la cual conlleva medularmente la exigencia de la igualdad de todos como ciudadanos. El asentamiento de la democracia como régimen político ha supuesto que se haya ido ganando la igualdad de todos ante la ley, la igualdad de todos en cuanto a su capacidad jurídica, la igualdad en cuanto a derechos "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos", reza el artículo I de la Declaración Universal de Derechos Humanos-, especialmente protegida jurídicamente en lo que toca a los derechos fundamentales constitucionalmente recogidos. Estas igualdades tienen en gran medida el carácter de formales, pero, lejos de una trivializada concepción peyorativa de lo formal, no hay que rebajar un ápice lo que suponen esas formas de igualdad para el reconocimiento de la dignidad humana de todos y cada uno de los individuos que componen la comunidad política. A partir de ahí, hay que añadir lo que suponen los 53 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… avances, y las actuales reivindicaciones, respecto a una situación realmente más igualitaria, eliminando las fuentes de discriminación -ideológicas, raciales y étnicas, sexuales, socioeconómicas-, para que los derechos de cada uno sean respetados de manera más efectiva. A esa "materialización" de la igualdad se contribuye hoy desde diversos movimientos sociales (feminista, de derechos humanos, de defensa de minorías, etcétera), como desde tiempo atrás lo ha hecho por su parte la tradición socialista en general, cuyo acento en la igualdad como meta política venía exigido por la pretensión del movimiento obrero de dar mayor concreción emancipadora a los mismos principios del liberalismo político (cf. Bernstein, 1 990: 1 7 ss.). Para que la libertad sea efectiva, la igualdad tiene que ser real, esto es, concretarse en un mínimo en cuanto a las condiciones de vida (igualdad social y económica) y las consiguientes posibilidades de participación política (igualdad política) exigidas por la dignidad de los individuos. Por ello, hoy sigue siendo moral y políticamente necesario trabajar por la igualdad. Es verdad que se han amortiguado ciertas desigualdades -en nuestras sociedades occidentales, pero no así a escala internacional, dado el abismo entre los países ricos de un centro opulento y los pobres de una periferia marginada en su miseria. También lo es que se ha avanzado contra ciertas discriminaciones -de la mujer, de homosexuales, de grupos minoritarios. Pero no es menos cierto que aparecen nuevas fuentes de desigualdad -basta tener presente la fractura social entre quienes tienen y no tienen trabajo- y que ni mucho menos desaparece la desigualdad de clases, aunque sus perfiles se hayan difuminado. Siguen dándose, en el distinto contexto de un capitalismo de consumo, de sociedades muy corporatizadas, y situadas a la sombra de los efectos de esas otras discriminaciones que cruzan vertical, y no horizontalmente, la estructura social (cf. Giner, 1994). Sin embargo estando así las cosas nos encontramos a la vez con un clima sociocultural en el que se hace valer y se reivindica la diferencia. Individuos y grupos quieren verse reconocidos en lo que tienen de diferentes, y no discriminados por ello. Es una tendencia no sólo perfectamente explicable, sino legítima. Diversos factores la impulsan: nivel de igualdad económica, social y políticamente conseguido, que permite ya otras reivindicaciones; el rechazo al 54 uniformismo que por distintas vías se impone en nuestro modelo civilizatorio, lo que induce a reaccionar afirmando lo particular para la reconstrucción de la propia identidad; el relativismo alentado por la crisis de los planteamientos universalistas de cuño ilustrado; y, en último lugar, los excesos aberrantes del abstracto igualitarismo extremo -más bien igualacionismoque pretendieron los fracasados regímenes comunistas. Y por lo que se refiere a la legitimidad de las tendencias a favor de la diferencia cabe decir que la tienen toda hasta el momento en que las diferencias se transmutan en fuentes de nuevas desigualdades o la reivindicación de las mismas da paso a una dinámica de autoafirmación del "nosotros" excluyente, o a veces hasta negadora, de los "otros" -véase el caso de los nacionalismos exacerbados, que no dejan de constituir el extremo al que todo nacionalismo ha de tener buen cuidado en no llegar. Pero, ¿cómo entender entonces el valor de la igualdad? ¿Cómo plantear su relación con la diferencia? ¿Qué significados de "igualdad" permiten afirmar con sentido que "todos los hombres son iguales" o que "deben ser iguales"? Conviene observar primero que la igualdad como valor lo es de modo diferente de cómo lo es la libertad. Ésta es un valor que se predica de los individuos y, por extensión, también de la sociedad, en tanto sus condiciones garantizan y posibilitan la libertad de los primeros. La igualdad, en cambio, es un valor distinto en cuanto que es por fuerza relacional: indica una relación que existe o debe existir entre individuos y grupos en el seno de la sociedad. A eso se suma la indeterminación que en primera instancia presenta la noción de igualdad (cf. Bobbio, 1993:53). ¿A qué se refiere? ¿Quiénes son o deben ser iguales? ¿Y en qué o respecto a qué? La cuestión necesita distinguir también entre lo fáctico y lo normativo, entre la igualdad que se da y la que debe darse, pues es ésta la que constituye el valor ético que debe ser objetivo político. Así pues, no avanzaremos mucho si no se disipan malentendidos que constantemente vician esta temática. El más frecuente viene dado por la identificación entre igualdad y homogeneidad, a partir de la cual muchos se ponen en guardia contra la igualdad como valor por temor a verse totalitariamente uniformizados. La igualdad que debe propugnarse de ninguna manera se identifica con esa homogeneidad. La igualdad no se opone, en este sentido, a diferencia, sino a ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… desigualdad, eso es, a la asimetría entre los individuos en cuanto a derechos y, en tanto que conduce a ello, a la distancia hiriente en cuanto a las condiciones de vida de clases y grupos sociales. La igualdad es, por ello, un valor que se afirma "en negativo", puesto que se dirige contra las desigualdades que impiden que todos los hombres vean reconocida su dignidad, respetados sus derechos, no ahogadas sus posibilidades de autorrealización. Y es necesario que alcance la suficiente concreción socio-política el valor de la igualdad, para que nadie tenga negado para sí el valor de la libertad. El empeño igualitario, que no hay que identificar con mera voluntad de igualación -prueba de ello es que no tiene sentido pretender igualar a todos por abajo, en la miseria o en la opresión-, tiene ese significado emancipador: posibilitar el máximo de libertad a cada uno. Se puede repetir ahora de manera más rotunda: igualdad no se opone a diferencia (cf.Vallespín, 1995). Para continuar diciendo: la igualdad es la condición de las diferencias. Ése es el sentido de la igualdad como valor ético-político universalista: que todos sean iguales, para que cada uno pueda ser diferente. Se trata de situar como metas la igualdad en derechos y la igualdad de oportunidades -la segunda viene exigida por la primera, y hace además que ésta no se quede en formalidad vacía. Cuando no es así, es cuando impera la desigualdad, con lo que implica de relaciones de domino de unos sobre otros, de manera que es entonces cuando unos imponen su diferencia a costa de las de los otros -igualados en la explotación, en la marginación, en la servidumbre-, diferenciación que se configura entonces como opresiva y, por tanto, moralmente inaceptable. Es en este último caso de las desigualdades no las meramente naturales, sino esas otras cuyo origen ya trató de desvelar Rousseau para desmontar la interesada justificación de las mismas contra las exigencias de la dignidad humana (cf. 1984)- cuando aparece el encubrimiento ideológico que pretende racionalizarlas, llegándose al extremo de negar esa igualdad básica, la de todos los humanos como miembros de la misma especie. Poniendo en cuestión la condición humana común, ésa de la que brota la inagotable diversidad de los individuos y la pluralidad de las culturas, se quiere neutralizar la justa reivindicación de la necesaria igualdad, la igualdad ético-política de todos en derechos -concepto normativo de igualdad. Se quiere borrar lo que supone esa condición humana de todos, de la que emerge la exigencia del respeto a la dignidad de cada uno, para legitimar las relaciones de dominio que la desigualdad conlleva. Por ello, frente a esas concepciones clasistas, racistas o sexistas no basta con desmontar su justificación del dominio, sino que es necesaria la transformación social para que sea efectiva la equiparación de todos en sus derechos. Sobre esa base de igualdad cabe el mismo derecho a la diferencia, que no supone otra cosa que el ejercicio de la propia libertad. El igualitarismo emancipador es para que cada uno sea él mismo. Si la aspiración a esta igualdad forma parte del empeño por la libertad, está claro que una educación en y para la libertad ha de serlo por fuerza también en y para la igualdad. Ésta no es posible desde el resentimiento o la envidia, que no apuntan más que a una roma igualación antiindividualista sin virtualidades humanizantes, ni es compatible con el elitismo o con el aislamiento de quienes no quieren "contaminarse" con los otros -los diferentes, pero normalmente no cualesquiera diferentes, sino "los de abajo" en la escala social. Una educación para la igualdad tiene que ser antidiscriminatoria, esto es -dicho en términos negativos-,anticlasista, antirracista, antisexista... Igualmente debe ser antietnocéntrica -lo cual no significa ir a parar a posiciones de relativismo extremo. Educar para la igualdad ético-política, desde la experiencia compartida de la propia humanidad, es educar en la apertura al otro, en el aprecio de la diversidad, a la vez que en el discernimiento acerca de qué diferencias son asumibles, humanamente enriquecedoras, para quienes las encarnan y para los demás, y qué otras diferenciaciones son rechazables por lo que suponen de distorsión de la diversidad, generadora de dominio deshumanizante. Procurando ese discernimiento, educar para la igualdad es educar para el mestizaje, en el respeto a la alteridad que hace posible el mutuo enriquecimiento desde las diferencias. Si logramos educar en la igualdad que desde el punto de vista de la humanidad interesa, estaremos avanzando por el mejor camino hacia la justicia, el que conduce a la libertad de todos y a que nadie vea frustradas de raíz, por el azar de la naturaleza o por determinada ubicación social sobre la que recae la carga opresiva de la historia, sus posibilidades de autorrealización. 55 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… JUSTICIA: EQUIDAD, DERECHO Y DERECHOS HUMANOS La rebelión frente a la injusticia es una de las constantes que atraviesan la historia de la humanidad. Así, se ha presentado en aquellas situaciones de desigualdades lacerantes o ante discriminaciones insoportables. Avanzar desde esa rebelión hacia la transformación social que instaure políticamente unas nuevas condiciones de vida es el paso siguiente, al que no siempre ha acompañado el éxito. Dicha transformación ha dependido en cada caso de la capacidad y posibilidades de los implicados para articular un principio de justicia válido para establecer unas nuevas condiciones para la cooperación social, permitiendo reestructurar las instituciones y reformular su legitimidad. Si las rebeliones contra la injusticia impulsan emanicipatoriamente la historia, la reflexión sobre la justicia recorre los diversos modos de pensar, a la búsqueda de ese mencionado principio, necesario criterio orientador para la praxis política. Concretamente, a lo largo de la filosofía occidental ha habido una riquísima reflexión en torno a la justicia, desde sus orígenes en Grecia hasta nuestros días. En el legado de esa reflexión destaca la idea griega de la justicia como armonía, enfatizada por Platón, con su analogía entre la armonía de las diferentes partes del ser humano (cabeza, pecho y vientre), lugar de ubicación de distintas "almas" (inteligible, irascible y concupiscible), y la de los diversos componentes de la polis: filósofos, guardianes y artesanos (cf. La República, II, 368e; IV: 427e y 443b-444d). Aristóteles, con una visión algo menos jerarquizada, entendía la armonía haciendo intervenir determinados criterios de igualdad que habrían de incorporar las leyes: el de la "igualdad aritmética" -lo mismo para todos los ciudadanos (aparte el problema de quiénes entraban bajo esa categoría, pues no llegaba a impugnar desigualdades tan fuertes como la implicada por la esclavitud)-,y el de la "igualdad proporcional" -en proporción al criterio en cada caso pertinente (capacidad, necesidad, mérito, etcétera). Estas nociones aristotélicas laten tras las acuñadas por la escolástica medieval, sobresaliendo las de justicia conmutativa (relativa a las relaciones entre los individuos) y justicia distributiva (relativa a las relaciones entre los individuos y el todo social del que forman parte). Como se puede entrever, tras sucesivas reelaboraciones, estas ideas llegan hasta nosotros. 56 Especial atención merece, una vez más, lo que se presenta en la modernidad: la necesidad de reelaborar el principio de justicia como articulación entre libertad e igualdad. Y junto a ella la necesidad de replantear lo justo separado de lo bueno, ante la pluralidad de concepciones del bien. Se impone obviar ese pluralismo para converger en una noción "laica" de justicia capaz de generar la adhesión de todos, a pesar de las diferencias de religión, de modos de pensar, etcétera, y posibilitar una convivencia social pacífica. Atendiendo a esto último se puede explicar la progresiva formalización del Derecho, entendido éste como el conjunto del ordenamiento legal idóneo para resolver justamente los conflictos que se presentan en la dinámica social. La justicia resulta así cada vez más procedimentalizada, es decir, se acentúa su identificación con la corrección de los procedimientos empleados en los procesos previstos por las leyes. Para la mentalidad moderna, el Derecho es el cauce para la justicia; ésta de ninguna manera puede entenderse al margen de la legalidad, la cual a su vez configura un Estado de Derecho que progresivamente se va entendiendo de manera más democrática. En cuanto a la articulación entre libertad e igualdad, que constituye el otro elemento definitorio de la idea moderna de justicia, se trata de una articulación compleja, abordada y replanteada muchas veces. Como ciertamente no es fácil alcanzar el objetivo de la igualdad de todos en libertad, pues por una parte aparecen resistencias, por otra abusos, y por todas nuevas fuentes de conflicto, con frecuencia se ha tendido a volver atrás en la pretensión de justicia, sosteniendo que libertad e igualdad son metas incompatibles. O libertad a pesar de las desigualdades o igualdad sacrificando libertades: tales son los extremos de un dilema al que se llega absolutizando cualquiera de sus polos y que se revela como dilema falso en cuanto se descubre el "truco" de su mal planteamiento. Éste, además de la mencionada absolutización -contraria a unas ideas de libertad e igualdad más acordes con la concreta realidad humana, incluye la óptica excesivamente individualista propia de la modernidad. El avance en cuestión de libertades está ciertamente unido a la emergencia del individualismo moderno, pero éste aparece, frente al comunalismo anterior, con rasgos autoafirmativos propios de una etapa de inmadurez. Es lo que se acusa en el marcado "individualismo posesivo" (cf. MacPherson) ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… que se presenta con fuerza en la dinámica social y en la manera de abordar lo político. En ese contexto de difícil articulación de libertad e igualdad hay que situar los esfuerzos de la tradición liberal, desde Locke hasta el citado Berlín, por asegurar las conquistas de la libertad, con las miras puestas sobre todo en las libertades que garantizan el espado para la autonomía de los individuos. Igualmente hay que ubicar ahí el empeño de la tradición socialista, que al poco tiempo emerge junto a la anterior, por hacer que la libertad realmente fuera efectiva para todos y no sólo para los sectores socialmente privilegiados: las desigualdades distorsionan las libertades al asegurar las de unos a costa de las de los otros. En este sentido, el socialismo se pone en relación de continuidad con el liberalismo político-no hablamos del liberalismo económico, y menos del llamado neoliberalismo-, queriendo radicalizar sus pretensiones, universalizándolas más eficazmente, por un lado, y yendo a la raíz de las condiciones socioeconómicas para el ejercicio de la libertad. Por ello, sobre la base de los derechos civiles y políticos de la primera generación, a cuyo reconocimiento contribuyó decisivamente la tradición liberal, la socialista puso sus miras en los derechos sociales y económicos de la segunda generación, necesarios para que aquéllos cobraran verdadera vigencia. En nuestros días, se procede a repensar el principio de justicia tras las experiencias que ha conocido nuestro siglo. Por un lado, la apadrinada por un liberalismo a ultranza, que deja atrás las cautelas y matices del liberalismo político, y con ellas su espíritu humanista, para exaltar una libertad formalista -abstracta para la mayoría-, a la que se le ponen como valedores un "Estado mínimo" (Nozick) y una economía de mercado abandonada a su propia dinámica. Por otro lado está la trágica experiencia de esos empeños igualitaristas en extremo "igualacionistas"- que desembocaron en el totalitarismo de los regímenes comunistas. Y no hay vida que merezca llamarse humana si faltan las condiciones para la libertad de los hombres concretos, siendo ahí donde se inserta la exigencia de igualdad: iguales en libertad. Es el objetivo en función del cual se plantea el principio de justicia en una sociedad democrática. En resumen: para todos, el máximo de libertad, con el óptimo de igualdad. Una fórmula como ésa puede condensar lo que se pretende con la justicia como equidad, buscando que ésta sea operativa como valor cardinal de las instituciones sociales. A eso aspira Rawls con su Teoría de la justicia (cf. 1978). Desde un liberalismo político abierto a las aportaciones de la socialdemocracia, este autor concibe la justicia, dando prioridad a la libertad, como la consecución dinámica del doble objetivo de garantizar para todos el mismo derecho a un "régimen plenamente suficiente de libertades básicas iguales" (libertades civiles y políticas, más libertad de movimiento y libre elección de ocupación), y de promover una "equitativa igualdad de oportunidades", de manera incluso que las desigualdades que se generen en la vida socioeconómica, lejos de consolidarse como privilegios, fomenten medidas que reviertan en "el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad" (cf. 1990:33). La justicia implica un delicado equilibrio, puesto que se trata siempre de salvaguardar los derechos de todos los individuos, sin sacrificar los de ninguno. Por eso Rawls, alejándose de enfoques utilitaristas, sostiene que de ninguna manera puede sacrificarse, ni siquiera por el bienestar de la sociedad en su conjunto, lo que son derechos inviolables de cada persona. Es entonces cuando de verdad puede hablarse de equidad: atribución a cada uno de lo que le corresponde según criterios de una imparcialidad universalizable. Así, desde el mutuo respeto y la reciprocidad entre quienes albergan pretensiones legítimas de todo tipo, el objetivo es lograr una distribución correcta tanto de las cargas y beneficios de la cooperación social como de la asignación de derechos y deberes. La justicia así entendida se convierte en fuente fundamental de legitimación de una democracia pluralista, al asegurar para todos el trato que merece su igual dignidad, dando respetuosa acogida a las diferencias que no atenten contra los derechos de los demás. Esos objetivos de justicia son muy plausibles en un contexto donde la igualdad emerja desde la realidad social como un valor, y en un marco cultural empapado del espíritu de una sociedad democrática, donde las libertades se sitúen a la cabeza de los "bienes primarios". Ello no quiere decir que la justicia de la que se habla sólo sea válida en sociedades en que ya se den esas condiciones. Se trata de una noción de justicia con pretensiones de universalidad, y que obliga a trabajar por implantar las condiciones 57 ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… económicas, sociales y culturales necesarias para que progresar hacia ella sea viable desde distintas circunstancias de partida. Ahora bien, en muchos casos dichas circunstancias suponen desigualdades profundas, marginación de grandes sectores de población, reducción al silencio de minorías, o incluso de mayorías...,todo lo cual obstruye el paso a situaciones de equidad, pues muchos ¿cuántos, si consideramos la injusticia a escala planetaria?- no tienen capacidad alguna de reivindicar lo que les corresponde. Y es en relación con todas esas situaciones cuando es obligado radicalizar lo que el mismo Rawls perfila como "principio de la diferencia" -al fin y al cabo la antigua "regla de justicia" a la que también alude Bobbio-: tratar de manera igual a los iguales, y desigual a los desiguales, es decir, tratar de manera diferenciada a los que están en situación de desigualdad, mejorando las condiciones de los más desfavorecidos. Tal es la modulación del principio de justicia que, con hondas raíces, emerge de forma más inmediata en la tradición socialista, llevando las exigencias de la equidad a sus condiciones previas: al hacer justicia a favor de los "sin-poder". Sin duda, desde esta perspectiva, se realzan las exigencias de un ideal de justicia que, aun en las condiciones de un Estado democrático de Derecho, va por delante del Derecho, obligando una y otra vez a la reforma de la legalidad para ajustaría lo más posible al listón en alza de unos derechos humanos respecto a los cuales progresivamente se va ganando más concreción, mayor consenso y pretensiones de universalidad más consistentes. Obligando a trascender un concepto formalprocedimental de justicia que, sin embargo, no puede abandonarse, los derechos humanos van señalando en su evolución histórica lo que sea de justicia. De esa forma, la noción de justicia se ensancha y se hace más profunda, desbordando la "lógica de la equivalencia" inherente a todos los planteamientos de justicia distributiva desde Aristóteles hasta Rawls. El caso es que, además, para mantener vivo el impulso hacia la justicia, el empeño por reformular mejor la legalidad desde los derechos humanos e incluso por alentar la frescura de unos procedimientos judiciales que son terreno singular para la argumentación dialógica, hace falta también así lo sugiere Ricoeur (cf. 1993:57 ss.)- la fuente de sentido de una "lógica de la sobreabundancia", más allá o a la raíz de la de la "equivalencia". Desde aquélla se abre camino la mencionada tarea de hacer justicia, 58 viéndose urgida por la compasión, en el sentido del solidario "padecer-con" el otro que ha de cualificar desde lo más profundo la moralidad política que hace de la opción por la justicia su seña de identidad. Llegados a este punto, pueden hacerse dos observaciones. En primer lugar, si la justicia es el punto de confluencia para todos que señala una ética del deber respetuosa con las distintas concepciones del bien, todas ellas han de converger, sin merma de las particularidades de esas plurales ideas de lo bueno, en el mínimo que supone afirmar que cualquier forma de vida buena ha de incluir la opción por la justicia. Eso ya lo apunta Rawls al decir que el bien supone el "sentido de la justicia". Pero además, en otro nivel, también puede añadirse que la justicia,"entre lo legal y lo bueno" (cf. Ricoeur, 1993: 35 ss.), no sólo pone en juego formas legales, sino también valores que remiten a lo que se entienda como bueno, lo cual ha de abordarse como asunto de la sociedad civil en cuanto espacio de discusión pública. Implica, por tanto, un denominador común de las formas de vida buena presentes en una sociedad, a compartir por todos incluso en situaciones de multiculturalismo. Diferenciadas las cuestiones de justicia de las relativas a la vida buena, la cuestión es relacionarlas sin confusiones, para superar divorcios esquizoides. Sólo desde una relación adecuada entre ellas puede abordarse fructíferamente la tarea de una educación para la justicia. Ésta implica modular, haciendo intervenir la apertura de miras de un humanismo capaz de compasión, la sensibilidad contra las injusticias. Pero no se puede educar sólo "en negativo". Es necesario formar en la rectitud, que incluye hacerlo en el respeto a las normas y leyes que legítimamente procuran la justicia, y en la sinceridad consigo mismo de quien se capacita para la búsqueda razonable de lo justo desde la propia autonomía. El "sentido de la justicia" requiere educar en la constelación de valores que gravitan sobre ella, madurar las motivaciones hasta hacerlas desembocar en una opción por la justicia personalmente asumida. En esa línea, puede decirse que educar para la justicia es hacerlo en una moral centrada en que cada cual responda al desafío que le supone la existencia optando por la forma de vida buena que crea mejor, a sabiendas de que en cualquier caso esa opción ha de incluir asumir el reto de enfrentarse a la injusticia en la medida de sus posibilidades - ¿QUE FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA REQUIERE… "ética del desafío" de la que habla Dworkin (cf. 1993: I 16 ss.). Educar para la justicia formando personas que opten por ella es, pues, hacerlo para una autorrealización que incluya un interés emancipatorio que no se agota en uno mismo, sino que permanece abierto a las demandas provenientes de las necesidades de emancipación de los otros. Supone, pues, la capacidad de movilización por la consecución de las condiciones de vida digna exigidas por la humanidad de todos y cada uno, la que obliga -recordémoslo siguiendo a Kantuniversal e incondicionalmente a tratar al hombre como fin y no reducirlo a la condición de medio. Ésa es la entraña de la justicia. Optar por ella es, en consecuencia, hacerlo por los débiles -que son los debilitados-, por los silenciados, por los desprotegidos... Ahí estriba la fortaleza de la individualidad solidaria. 59 EL DESARROLLO MORAL DEL ADOLECENTE… EL DESARROLLO MORAL DEL ADOLECENTE EN DOS TIPOS DE SOCIEDADES: SOCIEDAD PRIMITIVA Y LA SOCIEDAD “MODERNA” El tema que se me pide que aborde concierne a la cuestión más central de la educación, en su doble aspecto moral e intelectual: el problema de la libertad y la autoridad. La principal diferencia que existe entre el desarrollo del individuo en las sociedades llamadas primitivas y en las sociedades denominadas civilizadas, en efecto, tiene que ver con la libertad y la autonomía del individuo respecto de las reglas morales y las creencias obligatorias impuestas a las generaciones jóvenes por el grupo social, por la tradición y por las generaciones anteriores. De manera general, puede decirse que el individuo, al desarrollarse, es cada vez menos libre en las sociedades primitivas y, en términos relativos, cada vez más libre en las sociedades "civilizadas": son esta heteronomía y esta autonomía crecientes, en función de la edad, las que a nuestro juicio determinan las diferencias morales esenciales entre los dos tipos de educación. EL ADOLECENTE EN LAS SOCIEDADES “PRIMITIVAS” Conferencia pronunciada en Sévres el 24 de julio de 1947, en el marco del primer simposio de estudios prácticos sobre la educación para el desarrollo de la comprensión internacional, organizado por la Unesco, entre el 21 de julio y el 30 de agosto de 1947. Las sociedades llamadas primitivas ignoran la división del trabajo económico, y en consecuencia la diferenciación psicológica de los individuos, así como las "clases sociales" y los conflictos ideológicos. La única heterogeneidad que conocen, además del sexo, es la de las "clases de edades": infancia, adolescencia (con el período de la "iniciación"), adultos jóvenes, edad madura y ancianidad; los ancianos son los jefes reales de la tribu. Todas las clases inferiores están sometidas a los ancianos, pero éstos, lejos de ser más libres que los jóvenes, están a su vez dominados de la manera más rigurosa por la voluntad de los espíritus y los antepasados, así como por las tradiciones ligadas a esa misma fuente. Toda la sociedad se ve entonces regida por la coacción general de las generaciones precedentes, y este proceso "gerontocrático" explica que el individuo sea cada vez menos libre a medida que aumenta de edad. 60 Entre los primitivos, la infancia es la única edad de la libertad: no hay escuela, sino una educación basada enteramente en el ejemplo, sin lecciones ni castigos corporales. Los especialistas en el tema han insistido muchas veces en este carácter sorprendente de la "pedagogía" primitiva: los niños son rodeados de afecto y tratados sin coacciones severas, un poco como lo sostenía Rousseau en su mito del "buen salvaje". Con la adolescencia, en cambio, comienza la vida seria. Se trata de incorporar al individuo (hasta entonces niño y aún exterior a la tribu) a la clase de los miembros iniciados; se trata en consecuencia de imponer al neófito el conocimiento a la vez práctico, afectivo e ideológico de las tradiciones sagradas que poseen los ancianos. Durante un período que varía entre algunos meses y dos años o más, el adolescente es sometido a ritos de iniciación cuyo carácter impresionante y a menudo incluso cruel ha sido subrayado por los etnógrafos. Ante maestros que portan máscaras para acrecentar la impresión de misterio, el joven se presta a todo tipo de pruebas físicas, al mismo tiempo que, en una atmósfera de tensión afectiva y sumisión a los espíritus, adquiere el conjunto de las creencias y las prácticas sagradas que harán de él un miembro adulto del clan. Basada de tal modo en la autoridad mística, la educación del adolescente en las sociedades "primitivas" en las que domina la coacción social desemboca esencialmente en el conformismo. Por una parte, conformismo intelectual: nada lleva al primitivo a la reflexión personal o al espíritu crítico, pues en todos los ámbitos (desde la técnica propiamente dicha hasta la representación mítica, y desde la magia hasta la explicación trivial de los fenómenos), él piensa con pensamientos ya confeccionados, y se pliega a las representaciones colectivas transmitidas de generación en generación. Por otro lado, conformismo moral. Las obligaciones sagradas, así como las prohibiciones rituales (tabúes) dejan sólo un margen sumamente estrecho para la acción no sometida a reglas. Desde el punto de vista de la educación social y moral, un rasgo particularmente sorprendente determina la moral "primitiva": el carácter a la vez "objetivo" y colectivo de la responsabilidad. Mientras que entre nosotros EL DESARROLLO MORAL DEL ADOLECENTE… la responsabilidad tiene que ver con las intenciones y sólo concierne a cada individuo, la responsabilidad "primitiva" se relaciona con la violación material de la regla, independientemente de las intenciones, y engloba a todos los parientes y allegados del autor de la falta. Esta especie de realismo moral es el mejor criterio de la no-autonomía de las conciencias y del poder coercitivo de las reglas de confección que se imponen al individuo desde afuera. EL ADOLESCENTE EN LAS SOCIEDADES "CIVILIZADAS" El cuadro un tanto esquemático que acabamos de bosquejar, en comparación con lo que sucede en las sociedades, llamadas "civilizadas" presenta el interés de que a primera vista parece exactamente opuesto a nuestro ideal de la educación moral. Pero, si se lo considera con más atención, advertimos que en los pedagogos modernos encargados de transformar al adolescente en un ciudadano libre del mundo también se puede encontrar algo de la mentalidad de los ancianos de la tribu, portadores de máscaras y depositarios de los misterios sagrados. Por lo tanto, en lo que sigue distinguiremos cuidadosamente dos aspectos: el desarrollo espontáneo del adolescente en nuestras sociedades, y las técnicas educativas más o menos adaptadas a ese desarrollo. De manera general, en nuestras sociedades la adolescencia, en relación con la infancia, marca el inicio de la libertad de pensar, o al menos una cierta liberación desde el doble punto de vista sociológico y psicológico. Sociológicamente, durante la infancia soportamos el máximo de coacción intelectual y moral de las generaciones precedentes, mientras que el adulto normal se libera gradualmente de la influencia de la tradición, para construirse una visión personal del mundo. Contrariamente a lo que sucede en las sociedades primitivas, en las que el individuo es cada vez más sometido a las representaciones colectivas, el individuo diferenciado propio de las sociedades que se caracterizan por una extensa división del trabajo económico, llega así a una autonomía relativa. En este sentido, la adolescencia constituye un punto de inflexión decisivo: en él, el individuo rechaza, o por lo menos revisa todo lo que se le ha inculcado, a fin de construirse una representación de las cosas y un plan de vida personales. Mientras que el deber de los "iniciados" primitivos consiste en someterse a una verdad totalmente hecha, el primer deber del adolescente moderno es rebelarse contra toda autoridad impuesta y construir su ideal intelectual y moral con la mayor libertad posible. Del mismo modo, en el plano psicológico, mientras que el niño piensa al principio por medio de representaciones intuitivas, y después con operaciones concretas derivadas de la acción, y no aún susceptibles de traducirse en proposiciones abstractas, el adolescente se caracteriza por el pensamiento "formal". Ahora bien, en las operaciones formales hipotético-deductivas el pensamiento va precisamente más allá de la realidad inmediata, y ellas permiten la construcción de sistemas de conjunto. El niño no deja de estar sometido a su ámbito físico y social, y no construye aún sistemas reflexivos o filosofías que puedan liberarlo de aquél. El adolescente, por el contrario, es esencialmente un individuo que edifica teorías sobre todas las cosas, y que "reflexiona" sobre lo inactual, en lugar de obrar directamente; esto es lo que contribuye a su liberación interior, aunque momentáneamente le cree una inadaptación en casi todos los ámbitos, antes de que la acción en común vuelva a adaptarlo a lo real. En cuanto a la evolución social y moral del niño y el adolescente, la cual constituye la zona de convergencia de los dos tipos de procesos, es posible caracterizarla como sigue. Cuanto más pequeño es el niño, en mayor medida las relaciones sociales que influyen sobre él son la coacción de los adultos y el respeto unilateral que siente por los de mayor edad y por los padres. Con el desarrollo mental, al contrario, adquiere un desarrollo creciente un nuevo tipo de relaciones interindividuales: las relaciones de colaboración y respeto mutuo entre iguales y asociados de la misma edad. En este sentido, se puede seguir el progreso de toda una moral de reciprocidad, caracterizada por una responsabilidad subjetiva, concerniente a las intenciones, que reemplaza poco a poco a la moral de la simple obediencia y de la responsabilidad objetiva puesta de manifiesto en la primera infancia. En el adolescente, el papel de estas relaciones sociales y morales entre contemporáneos pasa a ser fundamental, y sobre él se basan los nuevos procedimientos pedagógicos contemporáneos de trabajo en equipo y de apelación a los "movimientos juveniles". 61 EL DESARROLLO MORAL DEL ADOLECENTE… PROBLEMAS PEDAGÓGICOS En estas condiciones, ¿cuáles son los procedimientos educativos más eficaces para la formación de ciudadanos del mundo, capaces de una verdadera colaboración internacional? Nosotros consideramos imposible disociar en este aspecto la educación moral de la educación intelectual: no se podría llevar a la plena libertad de conciencia respecto de los problemas políticos (ya se trate de cuestiones de clases sociales, de nacionalismo, de conflictos ideológicos, etcétera) si se somete a los individuos a verdades intelectuales de confección, aunque se los forme en la cooperación moral. La formación del espíritu es una, y si la inteligencia del alumno queda subordinada a la autoridad de un maestro en el terreno de los conocimientos, la conciencia moral no puede liberarse por su lado hasta el punto de crear para sí una regla de conducta adaptada a los problemas del día. En este aspecto, el papel del educador, incluso hoy en día, puede asemejarse demasiado fácilmente al de los ancianos de la tribu, encargados de la iniciación de los neófitos, aunque la máscara que se pone el maestro no sea ya terrorífica, sino simplemente la deformación profesional del pedagogo, y aunque los misterios sagrados que transmite no sean ya procedimientos mágicos, sino sólo verdades de confección. Ahora bien, ¿quién es en la actualidad el hombre de Estado, por informado y generoso que sea, capaz de dominar los problemas internacionales del presente? ¿Quién es el investigador que, si es sincero, no siente que es difícil ver claro, sin caer víctima de los prejuicios inconscientes de su clase, de su punto de vista nacional, de todo lo que un pasado ha hecho de él, sin que él pueda distinguir con seguridad lo que de ese pasado ha perimido y lo que sigue vivo? Por lo tanto, el problema de la educación internacional consiste esencialmente en llevar al adolescente, no a soluciones de confección, sino a un método tal que le permita crear sus propias soluciones. En este sentido, hay dos principios fundamentales y correlativos de los que no puede apartarse ninguna educación inspirada por la psicología: 1) que las únicas verdades reales son las construidas libremente, y no las que se reciben desde afuera, y 2) que el bien moral es esencialmente autónomo y no puede ser 62 prescrito. Desde este doble punto de vista, la educación internacional es solidaria con la educación total. Enseñando mentiras históricas o mentiras sociales no sólo se afecta la comprensión entre los pueblos. También se daña la formación humana de los individuos, al imponerles desde afuera verdades (incluso evidentes e incluso matemáticas) que ellos podrían haber descubierto por sí solos: se los priva entonces de un método de investigación mucho más útil para la vida que el conocimiento correspondiente. También se daña esa formación humana al impartir a los adolescentes lecciones de civismo e internacionalismo que ocupen un tiempo utilizable para permitirles descubrir por sí mismos ese civismo o ese internacionalismo en el ejercicio de una vida social organizada espontáneamente. Allí donde el discurso reemplaza a la acción efectiva, se retarda el progreso de la conciencia. La conclusión que hay que extraer de estas reflexiones es que la educación internacional tiene que ver con la formación total del espíritu desde la infancia. La única base del aprendizaje de la cooperación es el recurso a la actividad real de la persona, incluso cuando esa cooperación se inicia en el seno de pequeños grupos y sólo poco a poco va ampliándose hasta convertirse en esa difícil cooperación entre todos que es la cooperación entre las mentalidades nacionales y entre ideologías sociales opuestas. LAS TEORÍAS IMPLÍCITAS EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR… LAS TEORÍAS IMPLÍCITAS EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR: ¿QUÉ HACER CON EL CONOCIMIENTO COTIDIANO EN EL AULA? La tarea de llevar a la práctica en el aula los principios educativos derivados de los postulados constructivistas sobre el origen, la construcción y los procesos de cambio del conocimiento, está revelándose como una empresa extremadamente ardua y compleja. A estas alturas del proceso de reforma en el sistema educativo, todavía abundan discursos académicos discordantes y hasta contradictorios que, al llegar al profesorado teñidos de un carácter prescriptivo, lo sumen en un mar de confusiones. Una buena parte del problema reside en que hay que poner a punto una nueva tecnología educativa de aplicación inmediata, a partir de modelos teóricos que están todavía en fase de debate y experimentación. Entre los dilemas inquietantes que actualmente están planteados y son de crucial importancia para la práctica educativa, se ha escogido para este breve ensayo el siguiente: ¿qué hacemos con el conocimiento cotidiano en el aula?, esto es, ¿qué hacemos con las teorías implícitas de los alumnos? Sabemos, gracias al postulado constructivista, que la mente de los alumnos no es una tabla rasa sobre la cual el cincel del profesor deja grabadas las huellas del conocimiento. Los alumnos poseen una serie de conocimientos, mal llamados previos, erróneos o alternativos, que desarrollan con el fin de encontrar explicaciones ante una gran variedad de fenómenos cotidianos. Por ello, para lograr un aprendizaje significativo de los contenidos escolares, se recomienda a los profesores partir del conocimiento cotidiano de los alumnos e integrar dicho conocimiento al escolar. Sin embargo, sabemos que también este conocimiento cotidiano, aprendido en entornos de aprendizaje informal, es extraordinariamente resistente a los esfuerzos instruccionales que desarrollan los profesores. Por eso, algunos docentes cuestionan la necesidad de tener que activarlo en clase, teniendo en cuenta que hay que cambiarlo por otro y su proverbial resistencia al cambio. En su lugar, proponen ignorarlo con el fin de sustituirlo plenamente por el conocimiento escolar. Como he argumentado extensamente en otras ocasiones (Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993; Rodrigo 1994a; I994b; I994c), no es nada fácil integrar el conocimiento cotidiano con el escolar puesto que no hay una continuidad natural entre uno y otro. Cada uno se mueve en un plano epistemológico distinto y responden a escenarios socioculturales de construcción también distintos. Las características de la epistemología que sigue el hombre de la calle y las que sigue el alumno cuando construyen su conocimiento respectivo son muy distintas. Concretamente, difieren en cuanto al tipo de fenómenos que cada uno explica, las metas que pretenden alcanzar y los procedimientos de construcción que se siguen. Así, el hombre de la calle trata de explicar los fenómenos cotidianos no los fenómenos científicos; no pretende llegar al nivel normativo exigido por un profesor; no se examina ni hace ejercicios; no sigue procedimientos de comprobación de hipótesis ni de búsqueda exhaustiva de soluciones ni es sensible a las contradicciones entre los datos y sus teorías. Por otra parte, el escenario cotidiano no es el escenario escolar donde el alumno debe comportarse de una determinada manera, desarrollar motivación para el estudio o aprender a negociar con los otros alumnos y el profesor, siguiendo determinados formatos y tipos de discurso usuales en este tipo de escenario. Por su parte, la propuesta de sustituir el conocimiento cotidiano por el escolar supone que los alumnos deben ignorar siempre sus explicaciones cotidianas y abandonarlas sin más por las escolares. Todo el conocimiento cotidiano que da soporte a la comprensión del mundo debe quedar barrido, por el hecho de que el hombre de la calle ha pasado a formar parte de la comunidad de prácticas de la escuela. Sin embargo, el conocimiento cotidiano tiene sentido y significado por sí mismo, cumpliendo su función en la interpretación, predicción de sucesos y la toma de decisiones en el mundo cotidiano. De hecho, lo que ocurre es que los alumnos terminan por almacenar en compartimentos estancos el conocimiento escolar y lo mantienen al margen del cotidiano. Lejos de darse ningún tipo de sustitución, a la larga el conocimiento que queda más estable y resistente es el cotidiano, mientras que el escolar se va desvaneciendo a medida que se aleja el momento de la evaluación. Dado que, en mi opinión, el aprendizaje escolar no debe pretender que el conocimiento escolar sustituya al cotidiano o que ambos se fusionen en uno solo, en su momento planteé una tercera vía: la de que ambos 63 LAS TEORÍAS IMPLÍCITAS EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR… tipos de conocimiento pudieran coexistir y activarse diferencialmente en el marco de la clase. De este modo, se podrían comparar explícitamente y dar lugar a que se produzcan trasvases entre uno y otro (Rodrigo, 1994a; 1995-1996). Esta alternativa tiene la ventaja de reconocer la importancia del conocimiento cotidiano (antes, durante y después de la escolaridad) y su relevancia práctica en determinados contextos de uso. Además, sitúa el conocimiento cotidiano en el mismo grado de explicitud que el conocimiento escolar por lo que puede compararse con éste. Asimismo, permite enriquecer el conocimiento cotidiano con aquellos trasvases del conjunto escolar que sean necesarios. Por último, ayuda a los alumnos a diferenciar las explicaciones del sentido común y las de la ciencia, con objeto de captar sus diferencias y evitar la trivialización de conceptos y los errores interpretativos. La escuela no debe pretender que los alumnos tengan conocimiento escolar para todo. A lo que debe aspirar es a que los alumnos sepan activar diferencialmente el conocimiento escolar y el cotidiano, de modo que ambos puedan interrelacionarse, enriquecerse mutuamente y seguir cada uno en su ámbito de aplicación. Ahora bien, en mi opinión, ha llegado el momento de avanzar un poco más y considerar el tipo de conocimiento escolar al que se han de aplicar estas propuestas de acuerdo con las metas educativas que nos hayamos trazado. Por ello, es una falsa disyuntiva la de tener que elegir entre "integrar", "sustituir," o "activar diferencialmente" el conocimiento cotidiano. Las tres propuestas pueden ser viables dependiendo de: I) el tipo de dominio de conocimiento escolar de que se trate, y 2) la meta educativa que nos propongamos según el nivel educativo. 1. Respecto al tipo de dominio de conocimiento escolar, podría distinguirse entre: a) dominios sobre los que existe un conocimiento cotidiano útil (no necesariamente certero, pero útil en el sentido de no conducir a explicaciones o comportamientos desadaptativos para el hombre de la calle); b) dominios sobre los que hay un conocimiento cotidiano pero desadaptativo, que conduce a prejuicios, conductas desviadas, etcétera; c) dominios sobre los que no hay conocimiento cotidiano pero existe en otro dominio muy cercano (por analogía pueden aplicarse el conocimiento de un dominio a otro), y 64 d) dominios sobre los que no hay un conocimiento cotidiano. 2. Respecto a las metas educativas a lograr, podría distinguirse entre las siguientes: a) aquellas que buscan que el conocimiento escolar sea una versión enriquecida de conocimiento cotidiano; b) aquellas que buscan que el conocimiento escolar sea una visión ejemplificadora del conocimiento profesional, y c) aquellas que buscan que el conocimiento escolar sea una versión simplificada del conocimiento científico que se enseña. En este sentido, la escuela debe proporcionar a los alumnos un espacio de simulación y reflexión explícita que permita reconstruir en su seno el conocimiento cotidiano con el fin de enriquecerlo, el conocimiento profesional para darle su sentido, praxis y funcionalidad, o reconstruir el conocimiento científico enseñable con el fin de hacerlo más asimilable. Estas metas no son incompatibles entre sí sino que se ordenarían en un continuo de niveles educativos: enriquecimiento de lo cotidiano, ejemplificación del quehacer profesional correspondiente y simplificación del conocimiento científico enseñable. En el cuadro de la página siguiente se sugiere cuál debería ser la propuesta más idónea: integrar, sustituir o activar diferencialmente, en función del tipo de dominio escolar y la meta educativa. En algunos dominios más que en otros sería posible conseguir cambios debido a la intervención educativa. Así, el dominio más sencillo para construir conocimiento escolar sería aquel para el que no existe un conocimiento cotidiano previo (d), como por ejemplo, sobre la atmósfera en los planetas no habitados. En este caso, lo que habría que hacer es ir integrando un conocimiento escolar con otro, a medida que subimos el nivel educativo. Versión enriquecida Versión cotidiano ejemplifica da profesional a) cotidiano útil Integrar b) cotidiano no útil Sustituir+Integrar c) cotidiano otro Analogía+ Integrar dominio d) cotidiano no existe Activ. Dif. Activ. Dif. Activ. Dif. Integrar Versión simplificada científico Activ. Dif. Activ. Dif. Activ. Dif. Integrar A continuación vendrían aquellos dominios para los que existe un conocimiento cotidiano útil (a), por ejemplo, sobre la gravedad de la Tierra. En este caso, el conocimiento escolar, en un nivel educativo elemental, debería integrar el cotidiano en la línea de en- LAS TEORÍAS IMPLÍCITAS EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR… riquecerlo. Para otros niveles educativos más avanzados, debería introducirse el oficio del astrónomo o del físico, sus métodos de medida, la funcionalidad de su tarea, su comprensión de los fenómenos e incluso una versión científica de los mismos aunque simplificada como la gravedad fuera de la Tierra, etcétera. Con ello, podría darse paso a una activación diferencial de dichos conocimientos escolares más avanzados o del conocimiento cotidiano enriquecido en función de los contextos de uso. En tercer lugar, estarían aquellos conocimientos escolares para los que no existe un conocimiento cotidiano, pero pueden establecerse analogías con dominios cotidianos próximos (c), como por ejemplo, sobre la disposición de los electrones alrededor del núcleo y su analogía con la disposición de los planetas en el sistema solar. En este caso es más complejo porque hay que partir de analogías que siempre conllevan algún plus interpretativo erróneo y luego enriquecer este conocimiento cotidiano integrándolo al escolar. Como en el caso anterior, el paso a niveles educativos más avanzados se llevaría a cabo mediante la activación diferencial del conocimiento cotidiano enriquecido o del escolar. siguiente nivel educativo. Mientras tanto, se realizan pocos esfuerzos por enseñar un conocimiento escolar que permita enriquecer el conocimiento cotidiano relativo a esos mismos contenidos o incorporar los usos, procedimientos y el punto de vista del profesional sobre el tema. Deberíamos aclarar, de una vez por todas, cuál es la meta educativa que queremos conseguir en cada nivel de enseñanza, y a partir de ahí, seleccionar los contenidos de cada nivel, teniendo en cuenta la siguiente máxima: no incluir nunca un contenido escolar, como versión simplificada de un contenido científico, que dé lugar a una versión errónea. Es preferible que nos mantengamos con metas de reconstrucción del conocimiento cotidiano o del conocimiento profesional, antes que repetir malas vulgarizaciones de los conceptos científicos. Si no podemos explicar las leyes de la termodinámica en COU sobre una base certera, no les demos a los alumnos una versión que, por reducida y simplista, resulte engañosa. Cuando estos alumnos lleguen al primer año de su carrera tendrán un doble trabajo: desterrar los conceptos erróneos adquiridos en la versión simplificada de la materia, y reconstruirla de nuevo sobre una base más sólida que les permita, esta vez sí, seguir profundizando seriamente en ella. Por último, el caso más difícil serían aquellos conocimientos escolares para los que se cuenta con un conocimiento cotidiano no útil, por ejemplo, ideas mágicas sobre el embarazo, la alimentación, los efectos del alcohol o prejuicios sobre las razas, etcétera. Que incluso resultarían desadaptativos como conocimiento del hombre de la calle. En este caso habría que sustituirlo por un conocimiento alternativo cotidiano que fuera útil y luego tratar de enriquecerlo integrándolo con el conocimiento escolar. Para niveles educativos superiores, de nuevo habría que practicar la activación diferencial del conocimiento cotidiano enriquecido y del escolar. Para terminar, es muy importante que el conocimiento escolar, en su versión más avanzada de reconstrucción del conocimiento científico que se enseña, proporcione a los alumnos una base certera. Nuestros alumnos, a lo largo de la escolaridad, se ven expuestos una y otra vez a múltiples versiones pseudocientíficas de los mismos contenidos. A menudo, estas versiones aunque aparentemente van ganando en complejidad, siguen siendo visiones degradadas de la ciencia que se muestran como falsas en el 65 POLÍTICA PARA AMADOR POLÍTICA PARA AMADOR PROLOGO Tendrás que admitir, Amador, que este libro nos lo hemos buscado tanto tú como yo. Empujados, desde luego y como casi siempre, por las dichosas circunstancias. La parte de culpa que me corresponde consiste en que me atreví a cerrar el último capítulo de Ética para Amador (¿te acuerdas?, aquel dedicado a las relaciones entre ética y política) prometiéndote que seguiríamos hablando de esas cuestiones referentes a la organización y desorganización del mundo... en otro libro. Y lo de las circunstancias también está bastante claro, porque la ética que te dediqué se ha vendido agradablemente bien y eso siempre le anima a uno a reincidir en el pecado. Pero el principal culpable de que me haya decidido a escribirte otra tanda de sermones o rollos o lo que prefieras eres tú mismo: ahora no puedes quejarte. Muchas veces me has comentado que casi todos los chicos de tu edad que conoces pasan completamente de los políticos y la política: consideran que ese rollo es muy chungo, que no hay más que chorizos, que mienten hasta cuando duermen y que la gente corriente no puede hacer nada para cambiar las cosas porque siempre tienen la última palabra los cuatro enteraos que están arriba. De modo que más vale dedicarse a vivir uno lo mejor posible y ganar buen dinerito, que lo demás son cuentos y ganas de perder el tiempo. Esta actitud me resulta un poco alarmante y también, perdona que te lo diga con franqueza, no me parece demasiado inteligente. Voy a explicártelo, empezando por responder a las «pegas» más obvias que puedes ponerle a lo de llegar a interesarte por la política tanto como creo que acabaste aceptando que debe uno interesarse por la ética. ¿Te acuerdas de lo que decíamos en la Ética para Amador que constituye la diferencia fundamental entre la actitud ética y la actitud política? Las dos son formas de considerar lo que uno va a hacer (es decir, el empleo que vamos a darle a nuestra libertad), pero la ética es ante todo una perspectiva personal, que cada individuo toma atendiendo solamente a lo que es mejor para su buena vida en un momento determinado y sin esperar a convencer a todos los demás de que es así como resulta mejor y más satisfactoriamente humano vivir. En la ética puede decirse que lo que vale es estar de acuerdo con uno mismo y tener el inteligente 66 Frenando Savater coraje de actuar en consecuencia, aquí y ahora: no valen aplazamientos cuando se trata de lo que ya nos conviene, que la vida es corta y no se puede andar dejando siempre lo bueno para mañana... En cambio, la actitud política busca otro tipo de acuerdo, el acuerdo con los demás, la coordinación, la organización entre muchos de lo que afecta a muchos. Cuando pienso moralmente no tengo que convencerme más que a mí; en política, es imprescindible que convenza o me deje convencer por otros. Y como en cuestiones políticas no sólo se trata de mi vida, sino de la armonía en acción de mi vida con otras muchas, el tiempo de la política tiene mayor extensión: no sólo cuenta el deslumbramiento inaplazable del ahora sino también períodos más largos, el planeamiento de lo que va a ser el mañana, ese mañana en el que quizá yo ya no esté pero en el que aún vivirán los que yo quiero y donde aún puede durar lo que yo he amado. Resumiendo: los efectos de la acción moral, que sólo depende de mí, los tengo como quien dice siempre a mano (aunque a veces me cueste elegir y no resulte claro qué es lo que más conviene hacer). Pero en política, en cambio, debo contar con la voluntad de muchos otros, por lo que a la «buena intención» le cuesta casi siempre demasiado encontrar su camino y el tiempo es un factor muy importante, capaz de ir estropeando lo que empezó bien o no terminar nunca de traer lo que intentamos conseguir. En el terreno ético la libertad del individuo se resuelve en puras acciones, mientras que en política se trata de crear instituciones, leyes, formas duraderas de administración... Mecanismos delicados que se estropean fácilmente o nunca funcionan del todo como uno esperaba. O sea que la relación de la ética con mi vida personal es bastante evidente (creo habértelo demostrado ya en el libro anterior) pero la política se me hace en seguida ajena y los esfuerzos que realizo en este campo suelen frustrarse (¿por culpa de los «otros»?) de mala manera. Además, la mayoría de las cuestiones políticas tienen que ver con gente muy distante y muy distinta (en apariencia) a mí: bien está que me interese por el bienestar de los que me son más próximos, pero vivir pendiente de personas a las que nunca conoceré personalmente, ¿no es ya pasarse un poco? POLÍTICA PARA AMADOR Es curioso cómo cambian los tiempos. Cuando yo tenía tu edad, lo obvio era interesarse por la política, emocionarse con las grandes luchas revolucionarias y sentir como propios problemas que pasaban a miles de kilómetros de distancia: la ética, en cambio, la teníamos por cosa medio de curas, poco más que un conjunto hipócrita de melindres pequeño burgueses... No se admitía otra moral que la de actuar políticamente como es debido; más de uno pensaba —aunque quizá sin reconocerlo a las claras— que el buen fin político justifica los medios, por «inmorales» que pudieran parecer a los aprensivos. Pocos aceptábamos la advertencia del gran escritor francés Albert Camus, sobre la cual tendremos ocasión de volver más adelante: «en política, son los medios los que deben justificar el fin». Ahora, en cambio, es mucho más fácil interesar a los jóvenes en la reflexión moral (aunque tampoco la cosa esté tirada, no te vayas a creer...) que despertarles la curiosidad política. Cada cual tiene más o menos claro que debe preocuparse por sí mismo y, en el mejor de los casos, que es importante procurar ser lo más decente que se pueda; pero de las cosas comunes, de lo que nos afecta a todos, de leyes, derechos y deben, generales... ¡bah, ganas de complicarse la vida! En mi época, se daba por supuesto que ser «bueno» políticamente le daba a uno licencia para desentenderse de la moral de cada día; ahora parece aceptado que con intentar portarse éticamente en lo privado ya se hace bastante y no hay por qué preocuparse de los líos públicos, es decir: políticos. Me temo que ninguna de las dos actitudes es realmente sensata, sensata del todo. Ya en Ética para Amador procuré convencerte de que la vida humana no admite simplificaciones abusivas y que es importante una visión de conjunto: la perspectiva más adecuada es la que más nos ensancha, no la que tiende a miniaturizarnos. Amador, los seres humanos no somos bonsais, más bonitos cuanto más se nos recorta; aunque tampoco desde luego somos una simple unidad dentro del bosque, siendo éste en tal caso lo único importante. Creo que se equivoca el que nos sacrifica al bosque y el que nos aisla y poda para dejarnos chiquititos... sin relación alguna con todos los millones que viven a nuestro alrededor. La vida de cada humano es irrepetible e insustituible: con cualquiera de nosotros, por humilde que sea, nace una aventura cuya dignidad estriba en que nadie podrá volver a vivirla nunca igual. Por eso sostengo que cada cual tiene derecho a disfrutar de su vida del modo más humanamente completo posible, sin sacrificarla a dioses, ni a naciones, ni siquiera al conjunto entero de la humanidad doliente. Pero por otra parte, para ser plenamente humanos tenemos que vivir entre humanos, es decir, no sólo como los humanos sino también con los humanos. O sea, en sociedad. Si me desentiendo de la sociedad humana de la que formo parte (y que hoy me parece que ya no es del tamaño de mi barrio, ni de mi ciudad, ni de mi nación, sino que abarca el mundo entero) seré tan prudente como quien yendo en un avión gobernado por un piloto completamente borracho, bajo la amenaza de un secuestrador loco armado con una bomba, viendo cómo falla uno de los motores, etc... (Puedes añadir si quieres alguna otra circunstancia espeluznante), en lugar de unirse con los restantes pasajeros sobrios y cuerdos para intentar salvarse, se dedicara a silbar mirando por la ventana o reclamara a la azafata la bandeja del almuerzo. Los antiguos griegos (tipos listos y valientes por los que ya sabes que tengo especial devoción), a quien no se metía en política le llamaron idiotés, una palabra que significaba persona aislada, sin nada que a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos. De ese «idiotés» griego deriva nuestro idiota actual, que no necesite explicarte lo que significa. En el libro anterior me atreví a decirte que la única obligación moral que tenemos es no ser imbéciles, con las variadas formas de imbecilidad que pueden estropearnos la vida y de las que allí hablamos. Pues resulta que el mensaje de este libro que empiezas a leer también es un poco agresivo y faltón, porque puede resumirse en tres palabras: ¡no seas idiota! Si tienes otra vez paciencia conmigo, intentaré aclararte en los siguientes capítulos lo que quiero decir con ese consejo que suena de modo tan poco amable... Para empezar, creo que basta con lo dicho. Vamos a reflexionar un poco en este libro sobre el hecho fundamental de que los hombres no vivimos aislados y solitarios sino juntos y en sociedad. Hablaremos del poder y de la organización, de la ayuda mutua y de la explotación de los débiles por los fuertes, de la igualdad y del derecho a la diferencia, de la guerra y de la paz: comentaremos las razones de la obediencia y las razones de la rebeldía. Como en el libro anterior, hablaremos sobre todo de la libertad (siempre de la libertad: nunca olvides las paradójicas servidumbres que encierra pero jamás te fíes de quienes la 67 POLÍTICA PARA AMADOR ridiculizan o la consideran un cuento para ilusos), aunque ahora trataremos de la libertad en su sentido político, no en el ético que antes hemos discutido. Ya me conoces: aunque en este libro pienso tomar partido con todo descaro siempre que me apetezca, no sacaré al final la moraleja acerca de quiénes son los «buenos» y quiénes los «malos», ni te recomendaré a los que hay que votar o ni siquiera si debes votar a quien sea. Buscaremos las cuestiones de fondo, lo que está en juego en la política (y no a lo que juegan hoy los políticos...). A partir de ahí, tú tienes la última palabra: procura que nadie te la quite ni la diga en tu lugar. Acabo este comienzo con una advertencia, una promesa y un guiño. Como quizá ya hayas notado por el prólogo, debo advertirte que este libro es menos «ligerito» que Ética para Amador y está escrito con menos concesiones. O sea, que te exijo un poco más de atención. Ya te digo que tú tienes la culpa: por no parar de crecer, por estar a punto de convertirte en ciudadano mayor de edad y, maldito seas, por hacerme sentir viejo. Lo que te prometo es que no habrá ya continuación de la serie, o sea que no esperes una «Estética para Amador», ni una «Mete física para Amador», ni cosa por el estilo. De modo que rechazo rotundamente tu perversa sugerencia de titular este librito como «Amador II: la Venganza»... Y el guiño es que procuraré no perder tampoco en estas páginas el tono de buen humor que le di a las charlas de la primera entrega. Creo que hay cosas serias pero no creo demasiado en las personas serias (sobre todo en quienes fruncen el ceño como signo de autoridad respetable). Sigamos sonriendo, hijo mío. Nada menos que todo un Virgilio, que no es un poeta para andarse con bromas, dejó dicho que «aquel a quien sus padres no han sonreído será por siempre indigno del banquete de los dioses y del lecho de las diosas». Por mí no has de que darte sin comer en la mejor compañía y sin... Vamos, que por mí no ha de quedar. A veces, Amador, tengo ganas de contarte muchas cosas. Me las aguanto, estáte tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte ya en mi oficio de padre como para añadir otro suplementario disfrazado de filósofo. Comprendo que la paciencia de los hijos también tiene un límite. Además, no quiero que me pase lo que a un amigo mío gallego que cierto día contemplaba pacíficamente el mar con su chaval de cinco 68 años. El mocoso le dijo, en tono soñador: «Papi, me gustaría que saliéramos mamá, tú y yo a dar un paseo en una barquita, por el mar.» A mi sentimental amigo se le hizo un nudo en la garganta, justo encima del de la corbata: « ¡Desde luego, hijo mío, vamos cuando quieras!» «Y cuando estemos muy adentro —siguió fantaseando la tierna criatura— os tiraré a los dos al agua para que os ahoguéis.» Del corazón partido del padre brotó un berrido de dolor: « ¡Pero, hijo mío...!» «Claro, papi. ¿Es que no sabes que los papas nos dais mucho la lata?» Fin de la lección primera. Si hasta un crío de cinco años puede darse cuenta de eso, me figuro que un gamberro de más de quince como tú lo tendrá ya requetesabido. De modo que no es mi intención proporcionarte más motivos para el parricidio de los ya usuales en familias bien avenidas. Por otro lado, siempre me han parecido fastidiosos esos padres empeñados en ser «el mejor amigo de sus hijos». Los chicos debéis tener amigos de vuestra edad: amigos y amigas, claro. Con padres, profesores y demás adultos es posible en el mejor de los casos llevarse razonablemente bien, lo cual es ya bastante. Pero llevarse razonablemente bien con un adulto incluye, a veces, tener ganas de ahogarle. De otro modo no vale. Si yo tuviera quince años, lo que ya no es probable que vuelva a pasarme, desconfiaría de todos los mayores demasiado «simpáticos», de todos los que parece como si quisieran ser más jóvenes que yo y de todos los que me diesen por sistema la razón. Ya sabes, los que siempre están con que «los jóvenes sois cojonudos», «me siento tan joven como vosotros» y chorradas por el estilo. ¡Ojo con ellos! Algo querrán con tanta zalamería. Un padre o un profesor como es debido tienen que ser algo cargantes o no sirven para nada. Para joven ya estás tú. De modo que se me ha ocurrido escribirte algunas de esas cosas que a ratos quise contarte y no supe o no me atreví. A un padre soltando el rollo filosófico hay que estarle mirando a la jeta, mientras se pone cara de cierto interés y se sueña con el liberador momento de correr a ver la tele. Pero un libro lo puedes leer cuando quieras, a ratos perdidos y sin necesidad de dar ninguna muestra de respeto: al pasar las páginas bostezas o te ríes si te apetece, con toda libertad. Como la mayor parte de lo que voy a decirte tiene mucho que ver precisamente con la libertad, es más propio para ser leído que para ser escuchado en sermón. Eso sí, tendrás POLÍTICA PARA AMADOR que prestarme un poco de atención (aproximadamente la mitad de la que dedicas a aprender un nuevo juego de ordenador) y tener algo dé paciencia, sobre todo en los primeros capítulos. Aunque comprendo que es poner las cosas bastante más difíciles, no he querido ahorrarte el esfuerzo de pensar paso a paso ni tratarte como si fueses idiota. Soy de la opinión, que no sé si compartirás, de que cuando se trata a alguien como si fuese idiota es muy probable que si no lo es llegue pronto a serlo... ¿De qué me propongo hablarte? De mi vida y de la tuya, nada más ni nada menos. O si prefieres: de lo que yo hago y de lo que tú estás empezando a hacer. En cuanto a lo primero, a lo que hago, quisiera contestarte por fin a una pregunta que me planteaste a bocajarro hace muchos años —ya ni te acordarás— y que en su día quedó sin respuesta. Debías tener unos seis años y pasábamos el verano en Torrelodones. Esa tarde, como las otras, yo estaba tecleando con desgana en mi Olivetti portátil, encerrado en mi cuarto, ante una foto de la cola de una gran ballena, erguida y chorreante sobre el mar azul. Os oía jugar a ti y a tus primos en la piscina; os veía correr por el jardín. Perdona la cursilada confidencial: me sentía pringoso de sudor y de felicidad. De pronto te llegaste hasta la ventana abierta y me dijiste: «Hola. ¿Qué estás maquinando?» Contesté cualquier bobada porque no era el caso de empezar a explicarte que intentaba escribir un libro de ética. Ni a ti te interesaba lo que pudiera ser la ética ni estabas dispuesto a prestarme atención durante mucho más de tres minutos. Quizá sólo querías que supiese que estabas ahí: ¡como si yo pudiera olvidarlo alguna vez, entonces o ahora! Pero ya te llamaban los otros y te fuiste corriendo. Yo seguí maquinando dale que te pego y es ahora, casi diez años más tarde, cuando me decido por fin a darte explicaciones sobre esa cosa rara, la ética, de la que me sigo ocupando. Un par de años más tarde y también en nuestro miníparaíso de Torrelodones, me contaste un sueño que habías tenido. ¿A que tampoco te acuerdas? Estabas en un campo muy oscuro, como de noche, y soplaba un viento terrible. Te agarrabas a los árboles, a las piedras, pero el huracán te arrastraba sin remedio, igual que a la niña de El mago de Oz- Cuando ibas zarandeado por el aire, hacia lo desconocido, oíste mi voz («yo no te veía, pero sabía que eras tú», precisaste) diciendo: « ¡Ten confianza! ¡Ten confianza! » No sabes el regalo que me hiciste contándome esa rara pesadilla: ni en mil años que viva podría pagarte el orgullo de aquella tarde en que supe que mi voz podía darte ánimos. Pues bueno, todo lo que voy a decirte en las páginas siguientes no son más que repeticiones de ese único consejo una y otra vez: ten confianza. No en mí, claro, ni en ningún sabio aunque sea de los de verdad, ni en alcaldes, curas ni policías. No en dioses ni diablos, ni en máquinas, ni en banderas. Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía. Ya vez que esto no es una novela de misterio, de esas que hay que leer hasta la última página para saber quién es el criminal. Tengo tanta prisa que empiezo por descubrirte en el prólogo la última lección. Quizá sospeches que estoy tratando de comerte el coco y en cierto sentido no vas desencaminado. Verás, muchos pueblos antropófagos abren —o abrían— el cráneo de sus enemigos para comer parte de su cerebro, en un intento de apropiarse así de su sabiduría, de sus mitos y de su coraje. En este libro te estoy dando a comer algo de mi propio coco y también aprovecho para comerte un poco el tuyo. No sé si sacarás mucha pitanza de mis sesos: quizá sólo unos bocados de la experiencia de un príncipe que no todo lo aprendió en los libros. Por mi parte, quiero apropiarme a mordiscos de una buena porción del tesoro que te sobra: juventud intacta. Que nos aproveche a ambos. 69 DE QUÉ VA LA ÉTICA DE QUÉ VA LA ÉTICA Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos. Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡Con perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir. En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles. Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado. De modo que 70 ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sientan bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo es un conocimiento que todos intentamos adquirir —todos sin excepción— por la cuenta que nos trae. Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra —y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad— y enemista a las personas; pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La mentira no nos conviene, es mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen delante de nosotros a una chica sin intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al que siempre dice la verdad —caiga quien caiga— suele cogerle manía todo el mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica agredida es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo. Vaya jaleo. Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida DE QUÉ VA LA ÉTICA emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga. Etc. En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él, sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su trampa y se la come. Pero es que la araña no lo puede remediar... Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas- soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera a las pobres y heroicas termitassoldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes? Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Hornero cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Hornero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro? Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas-soldado luchan y mueren porque tienen que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden desertar, ni rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y que Hornero cuente su historia con épica emoción. A 71 DE QUÉ VA LA ÉTICA diferencia de las termitas, decimos que Héctor es libre y por eso admiramos su valor. Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde luego, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso pero parecido, nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde fuera y que no hemos inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas...; en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese del que acabamos de hablar. Su programación natural hacía que Héctor sintiese necesidad de protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en su ciudad de Troya. También era muy natural que considerara con afecto a su mujer Andrómaca —que le proporcionaba compañía placentera— y a su hijito, por el que sentía lazos de apego biológico. Culturalmente, se sentía parte de Troya y compartía con los troyanos la lengua, las costumbres y las tradiciones. Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un buen guerrero al servicio de su ciudad y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible, indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, Héctor sabía que se vería despreciado y que le castigarían de uno u otro modo. De modo que también estaba bastante programado para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo... Sin embargo, Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado de mujer para escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no combatir, o haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para invadir Troya por su lado más débil; también podría haberse dedicado a la bebida o haber inventado una nueva religión que dijese que 72 no hay que luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien era Héctor y la educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no son hipótesis imposibles, mientras que un castor que fabrique panales o una termita desertora no son algo raro sino estrictamente imposible. Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que con los animales o con otros seres naturales sí. por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios. Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto que no podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o huir, etc.). Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Soy libre de querer subir al monte Everest, pero dado mi lamentable estado físico y mi nula preparación en alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi objetivo. En cambio soy libre de leer o no leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la cosa no me resulta demasiado difícil si decido hacerlo. Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) DE QUÉ VA LA ÉTICA pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre... aunque me escueza. En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también "nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: « ¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un poco, verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: « ¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra...» Pero yo estoy seguro de que nadie —nadie— cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que funciona como un mecanismo inexorable de relojería o como una termita uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil, es decir, esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras querido...» Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. « ¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: « ¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla más que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales... En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en las siguientes páginas de este libro. VETE LEYENDO... «¿Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y apoyado la pica contra el muro, saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilion en las cóncavas naves, que esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene y más tarde tomara juramento a los tróvanos de que, sin ocultar nada, formasen dos lotes con cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón?» (Hornero, Ilíadá). «La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En* su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana» (Octavio Paz, La otra voz). «La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo —cada uno— quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich Fromm, Ética y psicoanálisis). 73 ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? IMAGEN Y PEDAGOGÍA Frecuentemente no reparamos en lo que tenemos justo al lado nuestro si no hasta el momento de su ausencia. Las imágenes como parte constitutiva de nuestra actividad cerebral, han estado ahí siempre formado parte de nuestros miedos, de nuestros sueños y nuestros anhelos, y sin embargo pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre su naturaleza y sobre el papel que juegan en nuestras distintas formas de aprender a lo largo de la vida. Lo primero que registramos en nuestros primeros meses de existencia son imágenes visuales inconexas y con poco significado para nuestro virgen territorio cerebral aunque también se dice –incluso se tienen experimentos registradosque mientras estamos en el vientre materno percibimos imágenes sonoras que nos proporcionan inquietud o reposo, aun cuando carecemos del significado que mas tarde por medio del aprendizaje lo conferimos al universo sonoro. A la palabra los ruidos y la música. El campo de estudio de la imagen es vasto y tiene varias variantes de búsqueda que recorren la psicología el arte, la sociología, la informática la comunicación y muchas otras disciplinas que se valen de ella para construir su propio corpus epistemológico. Nosotros intentaremos aproximarnos al papel de la imagen visual en la situación educativa el terreno es irregular y de hecho interfiere e interactúa con las disciplinas mencionadas anteriormente su estudio es reto para toda una vida; no obstante, podremos darnos por satisfechos si logramos vislumbrar algunos instantes de un caleidoscopio en perenne movimiento. Nos interesa destacar, a quienes nos ocupamos en tareas educativas, el funcionamiento de las imágenes en los medios de que nos valemos para desarrollar nuestra labor en el aula. Por ello dejaremos a los expertos en la materia los estudios sobre las características físicas de la visión y sus operaciones ópticas, químicas y nerviosas, así como el comportamiento de los rayos de luz y sus fenómenos físicos. El dicho "una imagen vale por mil palabras" forma parte de la mitología que ha crecido al lado del desarrollo del lenguaje de las imágenes y casi nadie se atreve a cuestionarlo. Nada más falaz cuando estamos hablando de educación, por su imprecisión y 74 por la ambigüedad a que da lugar una imagen, por llamarla así, suelta. Lo mismo podría decirse de una palabra que nos evoca mil imágenes diferentes, y para ello no tenemos más que referirnos al lenguaje poético —y qué conveniente sería que pudiéramos acercar estas dos esferas de la actividad humana—. Pero el discurso educativo tiene otras exigencias de precisión y de orientación que nos demandan los objetivos mismos de nuestros programas. La imagen se aprovechó desde tiempos muy remotos para el adoctrinamiento religioso e ideológico de grandes masas de iletrados; este uso se parece al que actualmente le dan los medios de comunicación contemporáneos a la imagen publicitaria y propagandística, cuyos ámbitos, al lado del arte, han desarrollado mayormente sus aplicaciones y potenciales. A estas alturas deberíamos preguntarnos por qué el universo de la educación ha sido el que menos forma al individuo a través de la imagen. Parece que los conceptos rígidos sobre la educación arrastran todavía el lastre de aquellos tiempos en que el uso de la imagen se relacionaba con la ignorancia, concepción reforzada por la trayectoria de los medios de comunicación como la fotografía, el cine, las historietas, los carteles, que gozan de una fuerte influencia ajena al mundo de la educación y mucho más relacionada con el espectáculo y el divertimiento. A pesar de todo, el presente siglo está lleno de ejemplos muy ilustrativos sobre la importancia y la efectividad de las imágenes en formación del individuo, en el arte, en las ciencias y en el desarrollo cultural. Es hasta los últimos tiempos que se le ha otorgado a la imagen el papel que le corresponde como recurso expresivo al servicio de las causas más nobles de la civilización. ¿QUÉ VEMOS EN UNA IMAGEN? La imagen como representación de una porción de la realidad nos muestra algunos elementos que identificamos con cierta facilidad o, por el contrario, con dificultad, según se trate de referentes próximos a nuestra experiencia o lejanos por razones culturales, cronológicas o educativas. En la imagen identificamos lo que está presente en los límites del marco de la imagen, sea ésta una pantalla de televisión o cine, un cartel o una fotografía, y lo que no está presente pero que forma parte de la historia de la imagen en cuestión. Hay, pues, un significado y una ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? interpretación que se complementan gracias a los elementos constitutivos de la imagen, los presentes, y elementos ausentes que aportamos a través de las imágenes que recreamos en nuestra mente. Por ello hay imágenes que nos son más familiares que otras o que les son más cercanas a miembros de una misma generación o un estrato sociocultural semejante. Es ésta una primera consideración pertinente cuando necesitamos seleccionar una imagen para utilizarla con fines educativos; el significado tiene que responder a lo que queremos suscitar en nuestro interlocutor, por eso clasificamos las imágenes en dos grandes grupos: las de un significado único y las de varias posibilidades de significado, es decir, imágenes monosémicas e imágenes polisémicas, respectivamente. Para lograr que la imagen sea efectiva desde el punto de vista educativo necesitamos tener algún tipo de control sobre su significado; la selección no puede ser aleatoria o constituirse simplemente en una mera ilustración de lo que diremos por otros medios, verbalmente o por escrito. EDUCAR CON IMÁGENES O EDUCAR PARA LAS IMÁGENES Las imágenes nos muestran aspectos del mundo a los cuales no tenemos acceso por su dimensión, por su lejanía o por ser representaciones de momentos pasados (con las imágenes virtuales creadas por la informática podemos recrear inclusive escenarios de lo posible, tal es el caso de una pieza diseñada en una pantalla antes de fabricarla, para mencionar un ejemplo de lo más sencillo). Imágenes sucesivas de una oruga, un capullo y una mariposa contraen el tiempo real para que veamos un proceso que difícilmente podríamos percibir de otra manera, así sucede con lo microscópico o lo lejano en nuestra limitada percepción óptica. También la imagen hace énfasis en aspectos que de tan cotidianos pasan desapercibidos —como las texturas de los objetos, que nos sorprenden en una buena fotografía—. Este tipo de imágenes contribuye al desarrollo de procesos educativos sobre temas muy específicos, es decir, se puede educar con la imagen. El otro aspecto importante es el conocimiento que deberíamos tener con relación a la lectura de la imagen, la capacidad de descifrar los códigos visuales que intervienen en ella, como el montaje, las formas, los colores y las relaciones que guardan las representaciones con los sujetos o los objetos representados. Generalmente nuestra percepción de las imágenes se da más de manera primaria, intuitiva, que nos hace placentera o molesta una imagen o una sucesión de imágenes. El ejemplo más contundente es la imagen poética o la artística, que apela a la percepción estética, cualidad que si bien puede considerarse innata en el ser humano, se desarrolla por la educación a lo largo de la vida del individuo. Educarse para las imágenes es conocer los factores que determinan su génesis, su dinámica interna y la forma en que son percibidas por un sujeto determinado. La escuela en general no nos prepara para la imagen, no nos alfabetiza como sucede con nuestro idioma, la formación que recibimos es más pragmática y la educación para la imagen es llevada a cabo por instituciones externas al cuerpo educativo que conforman la familia y la escuela. Educar para la imagen es ante todo tener clara conciencia de su potencial educativo, es reconocer que las historietas de He Man, Chespirito y los espectaculares de la calle informan y forman al individuo, que apreciar la imagen artística es también parte de la formación que necesitamos para ser más humanos y más completos, y por último, que podemos también allegarnos los instrumentos que nos permitan pasar de consumidores de imágenes, a receptores más críticos del cúmulo de imágenes que día a día invaden nuestro imaginario y —¿por qué no?— convertirnos en productores creativos de las imágenes que utilizamos en nuestra práctica educativa. ¿POR DÓNDE EMPEZAR? Cada una de las vertientes de trabajo con la imagen mencionadas en el apartado anterior plantea su problemática particular, sin embargo no se dan en la práctica de forma pura, tienen múltiples intersecciones y no existen una sin la otra. Pero para fines estratégicos y didácticos es conveniente ensayarlos sin perder de vista el papel que están jugando en un contexto y un momento determinado. Educar con imágenes es la práctica más común aunque no sea producto de la convicción y la reflexión; tome un libro cualquiera y observe el discurso de las imágenes asociadas al texto y pregúntese si las imágenes son una simple ilustración o, por el contrario, articulan un lenguaje propio que aporta información al significado del contenido en cuestión. O simplemente observe una fotografía familiar y pregúntese cómo la utilizaría para explicar algún concepto, algún tema o simplemente una anécdota personal. 75 ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? Así nos estaríamos acercando a la modalidad de educar con la imagen. Abordar la educación para la imagen complica un poquito más las cosas. Significa que nos preguntemos aspectos que podríamos agrupar en los siguientes apartados: a) ¿Quién realizó la imagen y por qué? b) ¿Qué tipo de soporte utilizó? c) ¿Qué representa y cómo lo representa? d) ¿Qué función juega y con qué resultados? El inciso a) encierra, para decirlo de forma sencilla, el concepto y la posición desde donde se manifiesta el discurso educativo. Genéricamente podríamos recurrir a imágenes que fueron concebidas para fines diversos (comerciales, culturales, turísticos, familiares, etcétera) y a aquellas que explícitamente fueron pensadas para cumplir una función educativa. Aun cuando hablamos de imágenes educativas, no podemos perder de vista que las imágenes no son un reflejo de la realidad ni un espejo tampoco, no caigamos en esa candida ilusión. Las imágenes son creaciones humanas, tienen un contexto educativo particular en el cual son actores maestros, autoridades y estructuras administrativas determinadas que facilitan la génesis de cierto tipo de códigos y símbolos, e inhiben el desarrollo de otros. Las imágenes responden a intereses —-conscientes o inconscientes— sujetos a la información y formación de los profesores; también influyen las condiciones de producción, el equipamiento y la infraestructura disponibles en los centros escolares (damos por sentado que en la mayoría de los hogares existen radios o televisores); los objetivos para los que el maestro o la institución las produjeron y todo aquello que hace de las imágenes productos socialmente determinados. Pensemos en las imágenes cinematográficas que han representado al mexicano en el extranjero o las imágenes de la mujer que nos ofrecen las revistas femeninas, unas y otras responden a circunstancias históricas y a intereses particulares. El segundo inciso, relativo al soporte utilizado, nos lleva al análisis del medio de comunicación mismo y a sus peculiaridades: imagen fija o en movimiento, televisión o video, o algún híbrido resultante de la combinación de la imagen y el sonido. Tradicionalmente la educación ha empleado la imagen fija como instrumento de apoyo a la educación, una imagen pobre por cierto. Cualquiera recuerda las estampitas, las 76 monografías y los carteles de los héroes que adornaban —y lo hacen aún— los salones de clase. La competencia ha sido por demás desigual con una sociedad que ha visto invadidos sus espacios por atractivas imágenes de muy variado orden y procedencia. Numerosos han sido los intentos por introducir el uso de imágenes con fines didácticos, tenemos desde los más exitosos — más por su cobertura que por su calidad— como la telesecundaria, hasta el catálogo de mayor uso entre el magisterio como los rotafolios. filminas, diapositivas —en contados casos—, y por supuesto retroproyectores que las más de las veces reproducen textos escritos y algunos cuadros sinópticos de escasa visibilidad. Lo importante a saber sobre el medio es cuándo y por qué utilizarlo para no gastar recursos innecesariamente y mucho menos subestimar a nuestro interlocutores. Hay situaciones en las que se puede utilizar únicamente una fotocopia o una tarjeta postal, otros para una proyección de video o un elaborado diaporama. Esto dependerá de la intención educativa y las características de nuestros estudiantes, principalmente. Lo que necesitamos recordar es que cualquier medio es susceptible de convertirse, en una situación educativa, en un eficaz instrumento de enseñanza o aprendizaje. Eso por una parte; por la otra, no podemos perder de vista que el solo hecho de utilizar un medio, por sofisticado que sea, no garantiza el éxito pedagógico: también con las nuevas tecnologías podemos desarrollar procesos totalmente convencionales que reproduzcan el esquema del maestro que sabe y transmite y el estudiante depositario pasivo del conocimiento. El tercer aspecto, relativo a lo que se representa y cómo se representa, involucra aspectos relacionados con la forma que adopta una imagen o una secuencia de ellas cuando construimos un significado. Frecuentemente se piensa que dentro de las cualidades intrínsecas de la imagen se encuentra la objetividad, que refleja lo real o lo verdadero. Vista así, la imagen tendría una enorme carga didáctica por sí sola, puesto que nos estaría mostrando parte de nuestro entorno tal como es. Sin embargo la Imagen es, como en otros casos el libro de historia o el artículo periodístico, una construcción de la institución educativa o de maestros que median entre el conocimiento y el sujeto. Esto quiere decir que lo que se decida representar y la forma como se represente estará lleno de ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? significado, de cargas afectivas, culturales, ideológicas y hasta religiosas. En resumen, en la selección se refleja una concepción del mundo y del individuo, y hablando de la imagen educativa, un ideal de hombre y un concepto de lo educativo. Pensemos en las imágenes que conforman el paisaje escolar en aulas, oficinas y pasillos: ¿a quiénes se representa y cómo? Héroes incólumes pasados y presentes, una sociedad paternalista y un discurso visual formal y acartonado. En general el sistema educativo se representa a sí mismo de forma seria y ceremoniosa, acorde con su misión de forjador del futuro del país. ¿Nos hemos preguntado por qué seguimos utilizando las monografías de papelería en la escuela? ¿Qué tienen que hacer frente a la brutal competencia de revistas e historietas de los kioscos? Si hacemos una revisión de los programas de tele visión llamados educativos, encontramos las mismas carencias, un discurso educativo poco dado al humor y divorciado de la creatividad y la imaginación —por supuesto, con las honrosas excepciones del caso. La imagen en el contexto educativo cumple funciones específicas, tema del inciso d). La imagen tendría que jugar una función lúdica y de expansión del conocimiento y la imaginación; utilizarla encajonada y rígida es cortarle las alas y con ello sus infinitas posibilidades. Si pudiéramos definir una función primordial de la imagen ésta sería la del enriquecimiento de la experiencia educativa. A partir de aquí podemos recuperar las aportaciones de diferentes estudiosos que le confieren diversas funciones a la imagen en el trabajo en el aula: Joan Ferrés para el trabajo educativo, Gianfranco Betetini en los aspectos semiológicos, Jean Mitry y la imagen cinematográfica, Christian Metz en aspectos lingüísticos y psicoanalíticos, y muchos otros que han contribuido al enriquecimiento de este campo. ¿ESTUDIAR LA IMAGEN ES LABOR DE ESPECIALISTAS O DE OCIOSOS? Hasta hace poco tiempo la simple mención de que alguien estudiaba cine o analizaba las historietas provocaba, en el mejor de los casos, risitas de conmiseración o de burla. Ha sido una labor que se ha dejado en manos de artistas y creativos de los medios. En nuestro país los estudios formales de la imagen — fuera del ámbito de los pintores o de arqueólogos de códices y murales prehispánicos como Joaquín Galarza y Serge Gruzinski— datan de apenas la segunda mitad del siglo XX y han sido focalizados hacia el análisis crítico y la producción en medios de comunicación. El capital teórico acumulado a la fecha nos permite recuperar el viejo sueño que animó el surgimiento de medios como la fotografía, la radiotransmisión y el cine el siglo pasado: la extensión de la vista y el oído hacia terrenos inimaginables. El estudio de las imágenes es competencia de todos: expertos y ociosos, comprendiendo el ocio como un espacio creativo de reflexión. Pero antes que todo compete a quien está dedicado a las tareas educativas, llámense padres o maestros, es uno más de ¡os lenguajes de que disponemos en la actualidad para expresarnos y para jugar, como con las piezas de un rompecabezas. LAS PIEZAS MÁS IMPORTANTES Las imágenes no solamente son visuales, las hay también auditivas y son ambas igual de importantes. Otro campo abierto a la investigación en su aplicación educativa es el que comprende las imágenes olfativas, maravillosamente tratado en el campo literario por Patrick Suskind en El perfume y en el histórico-social por Alain Corbin en El aroma o el miasma. El texto de Antonio Noyola incluido en el presente libro (pp. 198206) documenta con amplitud la importancia de las imágenes sonoras en la labor educativa. Lo que tenemos que considerar es que unas y otras son imágenes mentales y así las procesamos y las comprendemos: música árabe y la plegaria de una mezquita y una postal de El Cairo; cantos de gaviotas y la imagen de una playa con una solitaria barca; una música cortesana y sus hábitos característicos; sonidos de una nave espacial y la imagen de Marte a través de un cristal. La imagen ante todo es demostrativa, es insustituible cuando queremos mostrar las características de forma, talla, textura y color de un objeto de uso cotidiano del antiguo Egipto, por ejemplo. Por más que nos esforcemos en describir cómo se vestían los habitantes del siglo XIX nunca podremos ser tan contundentes como lo será el fragmento de un documental de época. Otra característica importante es la bondad de la imagen para explicar procesos, irrepetibles por efímeros o lentos, extraños, peligrosos o costosos; una secuencia de fotografías para explicar la bipartición celular; un video sobre la fecundación del óvulo por el espermatozoide; la limpieza de los dientes de un tiburón por un minúsculo decesillo; la fundición de metales; el funcionamiento de un reactor nuclear. 77 ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? La imagen puede ser analítica, cuando descompone en partes un objeto o muestra distintos aspectos de una situación o un fenómeno, seleccionando y aislando elementos significativos: imágenes de la mancha urbana en lapsos espaciados; la transformación de un edificio en distintas épocas; fragmentos de una obra de arte para explicar su composición y significado. Una muestra en este sentido la encontramos en el capítulo "Composición en la pintura" de esta misma antología (pp. 35-64). La imagen es por demás emotiva, provoca la emergencia de los deseos más íntimos y de las aversiones más escondidas por su aspecto analógico, es decir, su semejanza con el mundo real. Principalmente las imágenes figurativas establecen la empatía y la identificación y se convierten en reflejo de nuestras emociones, en una especie de ampliación de la conciencia: la imagen de un cadáver destrozado o la voluptuosidad de un cuerpo desnudo; la violencia o la ternura de la infancia: la falsedad o transparencia de una mirada. Por el afecto, y esto lo sabe mejor que nadie un maestro, el individuo es capaz de involucrarse en titánicas empresas y querer literalmente comerse el mundo, asir el conocimiento del universo entero por un segundo al menos. Otra cualidad de las imágenes es su capacidad para esquematizar, procedimiento que ayuda a retenerlas en la mente y a representar conceptos. Es el caso de las imágenes no estrictamente figurativas que abstraen ciertos elementos que se consideran relevantes para destacarlos y enfatizarlos; en este renglón se encuentran los símbolos gráficos y las estadísticas y mapas.- la simbología de tránsito, del metro, cuadros sinópticos o mapas son ejemplos representativos. Un trabajo más detallado sobre el uso y aplicación de éstos últimos lo podemos encontrar en este mismo libro, en "Los mapas en la escuela primaria" (pp. 169-189). En muchos aspectos la imagen se ha convertido en un elemento mediador entre la realidad y el individuo. El mundo no puede aprehenderse en su totalidad por la experiencia directa. Cada vez estamos más obligados a entender nuestro entorno y a llegar al conocimiento a través de esa mediación de las imágenes. De ahí que éstas sean parte de los sistemas de representación que no únicamente muestran sino que se constituyen en sistemas expresivos para explicar al hombre y al universo. En este sentido la imagen es discurso, retórica y construcción del individuo. Aquí resulta 78 elocuente ejemplificar con las distintas imágenes que ofrecen los periódicos sobre un mismo hecho o los videodocumentales propagandísticos elaborados por cualquier partido político. Para el profesional de la educación el re lo consiste en la construcción del discurso educativo en la imagen y con la imagen para conferirle la intencionalidad deseada, ello no puede ocurrir de forma espontánea sino a través del filtro y el afeite de la reflexión. No debe desestimarse la cualidad de la imagen en relación con la capacidad del ser humano para abstraer elementos del mundo real y reproducirlos después mentalmente cuando esa realidad ya no existe. Tal experiencia percibida por nuestros sentidos es conservada en imágenes en algún lugar de nuestro cerebro, esa capacidad de abstracción constituye la base del pensamiento estético, lógico y científico. Los procesos de abstracción en el contexto formativo del individuo pueden ser sin duda reforzados y estimulados por la imagen, que es abstracción misma de la realidad. De este concepto se deriva una más de las características de la imagen educativa, la síntesis, ya que la imagen es, como vimos anteriormente, la presencia de lo que contiene el límite de su encuadre y la ausencia de lo que sugiere o evoca, pero que se revela igualmente importante o en ocasiones incluso más. La imagen sintética, como un cronograma o un cuadro sinóptico, crea una unidad visual a partir de una diversidad de elementos, o para decirlo con palabras del Diccionario del uso del español de María Moliner, "Resultado de reunir cosas que estaban dispersas, en un conjunto orgánico". A fin de cuentas, ¿qué es la composición dentro de una imagen? Una reunión de cosas, elementos visuales, que se encontraban dispersas en la realidad y que son reunidas en un conjunto orgánico por el fotógrafo, el camarógrafo, el dibujante o por quien está estructurando una secuencia didáctica con imágenes. La manera como integramos a nuestras estructuras cognoscitivas estas piezas del rompecabezas es sin duda gradual y la mayoría de las veces inconsciente. La exposición a los medios de comunicación — principalmente las últimas generaciones que nacieron y crecieron con la presencia del televisor en casa— y el desarrollo del elaborado lenguaje del cine han constituido una intensiva formación en este campo. ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? ¿CÓMO ARMAMOS LAS PIEZAS DEL ROMPECABEZAS SIN SABERLO? El manejo consciente de las imágenes en educación es fundamental ya que en nuestras sociedades modernas el individuo. Á aprende cada vez más por la intermediación de sistemas simbólicos y no por experiencia directa,- aparte, entre más especializado es el conocimiento, más nos vemos obligados a confiar en los sistemas simbólicos, comprendidas las imágenes. Es el caso de imágenes que probablemente nunca veremos por su lejanía o su pequeñez, pero que podemos imaginar: un hoyo negro o un quark. Sin embargo, no siempre ha sido de esta manera, el espectador del presente siglo ha sufrido una maravillosa transformación que de alguna forma vemos reproducida en la evolución del individuo en su paso por la infancia y la adolescencia. El espectador de principios de siglo, cuando el lenguaje de las imágenes se encontraba en pañales en los medios de comunicación —hay que aclarar que existieron civilizaciones que desarrollaron sistemas complejos de representación a través de la imagen, como los ideogramas chinos o la escritura azteca— era, por decirlo de alguna manera, ingenuo. Esta condición lo llevaba, como sucede con un niño, a leer la imagen de los medios equívocamente o a la incomprensión de ciertos procedimientos narrativos que estuvieron en su momento adelantados a la época, corno ciertos desplazamientos de cámara, cortes o tomas extrañas que cortaban al cuerpo humano en trozos. La permanente exposición a los medios ha hecho su trabajo y actualmente a nadie le parecen extraños los cortes que envían al pasado o al futuro, o la contracción o dilatación del tiempo. Cuando el niño realiza sus primeros e inciertos trazos y afirma contundente que lo que se encuentra dibujado es una cebra o el tío Alberto, ejercita una escritura incipiente de la representación ¡cónica, inicia un proceso de abstracción y de síntesis, o para decirlo con humor, coquetea con la representación del espacio y con el lenguaje simbólico. Aprende el elaborado lenguaje de las imágenes al tiempo que aprende a hablar; las reglas de la escritura, su gramática y su sintaxis, llegarán más tarde, si es que llegan. No obstante, padres y educadores, instituciones y maestros poca atención confieren a esta otra parte, el lenguaje de las imágenes, que se ha convertido en los últimos tiempos en un elemento fundamental para la comprensión y la adquisición del conocimiento. Para nadie es un misterio que el niño es más libre que el adulto para comprender relaciones espacio-temporales complejas, su mente abierta es campo fértil para asimilar información elaborada y para adquirir habilidades. Por ello los niños manipulan sin problema los equipos electrónicos y comprenden mejor su funcionamiento, pueden aprender una lengua adicional con la misma facilidad que operan una computadora. Las imágenes que a un adulto le pueden parecer bizarras o estrambóticas, al infante le es sencillo descifrarlas o imaginarlas; al mismo tiempo su interpretación puede ser muy equívoca por su incapacidad para determinar el umbral que separa la ficción de la realidad. Las soluciones que el niño da a problemas cotidianos son eminentemente visuales, abstrae con facilidad y recuerda elementos significantes a partir de los cuales deduce y actúa, fisto ha sido comúnmente aprovechado por las educadoras en preescolar donde los niños despliegan gran parte de su potencial creativo. Ahí se trabaja mucho con imágenes, a partir de ellas se derivan reflexiones, actividades y se construyen relaciones entre los niños. Este trabajo no está divorciado de lo que sucede fuera de la escuela donde el niño está todo el tiempo expuesto a estímulos visuales de los medios de comunicación. Desafortunadamente a partir de la primarla el cambio es drástico y la imagen pasa a un segundo plano en el interés de la institución escolar y del maestro mismo. Otro factor de aprendizaje intensivo sobre la estructura de la imagen y sus sistemas de signos lo encontramos en la generalmente ávida lectura de historietas de niños y jóvenes, su lenguaje es elaborado y ciertamente complejo en algunos casos. Gianni Rodari, en Gramática de la fantasía, documenta ampliamente las habilidades puestas en juego cuando un niño lee historietas. En este libro hay un trabajo que aborda su lenguaje con detalle. Pero no únicamente las historietas, la televisión y el cinematógrafo son factores determinantes para la asimilación de los sistemas que nos permiten inconscientemente apropiarnos del lenguaje de la imagen y de las imágenes en movimiento, también estamos expuestos a los anuncios espectaculares en avenidas o carreteras; a carteles en prácticamente cualquier edificio público o en cualquier Terminal de autobuses; a volantes y trípticos que continuamente se distribuyen en los espacios públicos; a pantallas de computadoras; a puestos de periódicos; en fin, la 79 ¿CÓMO FAVORECER LA FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA? decodificación55 de las imágenes es una actividad permanente del individuo, quien se encuentra literalmente como un barco de papel en medio de un océano de voluntades, intenciones, trampas, falsas promesas y deseos arremolinados sin control. Frecuentemente lo que sucede es que nuestro cerebro se proteje y acaba por cerrarse a tanta información, nuestra percepción empieza a ser selectiva y sobreviene cierta pasividad. Es común, por ejemplo, entre los jóvenes, mirar la televisión u oír el radio, sin realmente ver y escuchar acciones que implican una atención y comprensión de lo que se hace. Estos medios se convierten con frecuencia en meras compañías para la realización de diversas actividades; hay pues exposición al medio pero poca participación. Lo que busca una formación que nos capacite para aprovechar e interpretar la imagen fija y las imágenes en movimiento es educar cualitativamente, apreciar las potencialidades de la imagen, discernir entre las imágenes de escasa calidad de aquellas artísticas y creativas, utilizar las imágenes como una herramienta para el logro de propósitos de aprendizaje concretos, saber buscar las intenciones y las condiciones que motivaron su creación. Este trabajo ha sido una aproximación al complejo y fascinante universo de la imagen; se ha buscado abrir brechas en varias direcciones para profundizar paulatinamente en su estructura, su lenguaje y su potencial educativo. Los textos que componen este libro abordan en distintos niveles y en distintos medios de comunicación los elementos que deben considerarse para el análisis, estudio, creación y aplicaciones de la imagen con fines educativos. La aventura apenas ha comenzado. 80 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS LOS DERECHOS HUMANOS COMO EDUCACIÓN VALORA NATURALEZA Como conjunto de cuestiones humanas relevantes, los DH son una cosa compleja. Forman un ente jurídico, cultural y valoral y su existencia social los hace estar en estrecha relación con los campos de la política y la economía. Los DH son invocados cada vez con más intensidad y frecuencia, pero pocas veces las personas se detienen a dilucidar su significado o aclarar su naturaleza. ¿Qué son o qué representan estas prerrogativas o derechos calificados como humanos? ¿Por qué son derechos y, además, por qué se les dice "humanos"? Si un derecho "es un privilegio u oportunidad asignado a un individuo simplemente por el hecho de ser miembro del grupo al que se aplican los derechos" (Ray y Bernstein, 1987: 5), al calificar a un conjunto de ellos como "humanos" se asignan a todos los individuos de la sociedad humana. Por otra parte, al llamarse "derechos" se ubican en un campo más amplio, el del "derecho", el cual puede ser "concebido formalmente como un conjunto de normas de vinculación bilateral, imperativas, obligatorias y coercitivas" (Burgoa, 1989: 23-24). La propia historia de los DH es la del esfuerzo por establecer las prerrogativas de las personas, de los grupos y comunidades, de los pueblos, como derechos plenos en lo jurídico y en lo social. Debido a que están referidos al ser humano, no son comprensibles o apropiables por medio de una definición simple. Constituyen una compleja y profunda cuestión cognitiva pues han ido formándose histórica, cultural, sociopolítica y filosóficamente como respuesta a la pregunta sobre el hombre a partir del "descubrimiento", de la postulación y defensa de su dignidad original y esencial. Así, ontológicamente, los DH están fundados en la dignidad de la persona humana. Los seres humanos tienen diversos rasgos constitutivos y diversas facetas en su desarrollo y manifestación, tanto desde una perspectiva personal como sociohistórica. Los DH son una expresión inacabada, en continuo desenvolvimiento sociocultural y jurídico de lo que constituye de modo fundamental al hombre y que al mismo tiempo, y como consecuencia, es irrenunciable y exigible. Constituyen de modo fundamental al ser humano porque representan "las aspiraciones y las concretizaciones de justicia" (De la Torre, 1988: 13). Una definición afirma que "los DH son los que la persona tiene por su calidad humana" (Hernández y Fuentes, 1991: 7). Adicionalmente, puede decirse que los derechos del hombre son "los privilegios fundamentales que el hombre posee por el hecho de serlo, por su propia naturaleza y dignidad. Son derechos que le son inherentes y que, lejos de nacer de una concesión de la sociedad política, han de ser por ésta consagrados y garantizados" (ibid.: 15). Siendo inherentes al ser humano, han de ser reconocidos y plasmados en las constituciones y otros instrumentos jurídicos que los garanticen. Se necesita, además, crear la cultura de los DH, convertirlos en creencias, actitudes y valores de los individuos, expresarlos en las estructuras sociales, políticas y económicas. Al subrayar el carácter natural de los DH, Oestreich y Sommermann (1990: 25) afirman que "son derechos innatos, inalienables, que pertenecen a todo ser humano en cuanto tal, independientemente de su reconocimiento por el Estado". Agregan que el concepto de DH, tal y como ha sido transmitido desde el siglo XVM, no quiere decir, en principio, sino que existen derechos innatos en el ser humano que le corresponden por naturaleza. Tales derechos son inalienables e imprescriptibles y con ellos se desarrollan la personalidad, la dignidad y el valor del ser humano. Aquí se encuentra uno de sus rasgos centrales: la comprensión y el alcance de cada uno de tales derechos dependen de la idea que cada persona tenga o se haga sobre la esencia del ser humano [ibid.: 24]. Esta definición sirve a sus autores para establecer la diferencia entre los DH y los derechos fundamentales; estos últimos son "aquellos reconocidos por el derecho público, que forman parte casi siempre de un apartado de las constituciones" (ibid.) llamado "parte dogmática". 81 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS ¿De dónde surgen los DH? Su fuente es la dignidad humana. Con este punto de partida afirma Carpizo (1993: 78): La preeminencia de la idea de la dignidad humana no está a discusión; se le acepta desde las más diversas teorías y filosofías; es un valor supremo por encima de los demás. Por ello, como elegantemente ha afirmado Héctor Gross Espiell, los DH no se extinguirán nunca, porque por ser consustanciales con la idea del hombre, subsistirán siempre ontológicamente y renacerán en la realidad de la existencia política, ya que la libertad jamás podrá ser eliminada Pporque el hombre es, en esencia, su libertad. De la conciencia de la dignidad humana brotaron, con la misma fuerza y como consecuencia insoslayable, la libertad de cada persona y la igualdad original de todos. Nuevamente, con estos atributos se recalca la preeminencia o anterioridad de los DH con respecto del Estado. Histórica y culturalmente, se fundan en valores, específicamente el de la dignidad de la persona humana. Aunque la noción como tal de "DH" es europea, luego se expandirá a todas las culturas este instrumento de respeto y estímulo a la dignidad de la persona, cuya peculiaridad es ser normas jurídicas. Quiere decirse, con esto, que son derechos reconocidos por el poder político y que con independencia de la convicción que posean los gobernantes están obligados a garantizar su cumplimiento. Son normas totalmente imperativas; en caso de infracción u omisión, el poder político debe utilizar los medios coactivos necesarios para tornarlos vigentes [Bustamante y González, 1992: 31]. Subrayando la obligación estatal frente a los DH, los mismos autores afirman que por su naturaleza jurídica y su función crítica éstos "son un conjunto de obligaciones positivas y negativas del Estado. Los derechos de la persona y de los pueblos tienen como contrapartida los deberes estatales" (ibid.: 42). A propósito de esta obligación del Estado conviene mencionar el doble carácter de los DH, tal como lo expresa Carpizo (1993: 86): Los DH son absolutos en cuanto son inherentes a la propia naturaleza humana, y así nadie puede ser privado de ellos. Empero, son relativos en cuanto pueden ser limitados, con la exclusiva finalidad de que se respeten los derechos de otras personas y las "justas 82 exigencias del orden" en un sistema y en una sociedad democráticos. UNA DEFINICIÓN AMPLIA DE LOS DERECHOS HUMANOS Los siguientes puntos constituyen una definición amplia de los DH y manifiestan la multiplicidad de sus facetas y funciones: 1. Los DH son un conjunto histórico de valores antropológicos. Simbolizan creencias fundamentales y armonizadas de que una existencia congruente con ellos es digna del ser humano y preferible a toda otra. Tal existencia es moralmente superior, exigible como vía de realización humana. Por ello, "son un conjunto de valores básicos e irrenunciables para la persona humana" (Serondo, 1988: 10). 2. Debido a que el ser humano se realiza histórica y socio-culturalmente en variadas formas concretas y ha ido forjando su valía en la noción y aspiración de los DH, éstos representan una especificidad humana deseada que ha sido creada a su vez en la experiencia, vivida en límites sociales reales y establecida como jurídicamente positiva. 3. En su sentido elemental indican, respecto a la forma humana de la existencia y de la relación, lo recto, lo no torcido, lo justo y debido. Tal imperativo se desprende de la Declaración Universal de Derechos Humanos que en su artículo 1 proclama: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". En su forma constitucional, el imperativo se desprende del inicio político del "orden social", como lo expresa nuestra Constitución federal en su artículo 1°: "En los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga esta Constitución, las cuales no podrán restringirse ni suspenderse, sino en los casos y con las condiciones que ella misma establece". 4. Los DH son una colección, reunida en milenios de proceso humanizador y civilizador, de los privilegios legales de todo ser humano. Son un bagaje natural —una naturaleza socio-jurídica— de toda vida humana que despierta sobre el mun- EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS do. Son la carta de entrada a la estructura de las relaciones sociales reguladas; una forma de naturalización social y jurídica por la recepción intergeneracional de una herencia racional y espiritual milenaria, luchadora, mártir, rebelde... Son la materialización jurídica del ideal forjado en la experiencia común de personas, grupos, pueblos y naciones. Tal ideal afirma que ese sistema de creencias (valores, bienes humanos) debe ser el sustrato, origen y meta de la experiencia humana en el mundo, específicamente en el mundo de las relaciones sociales. Por lo anterior, la vida humana, desde su concepción, debe convertirse en el orden valoral-jurídico, en uno de los valores más trascendentes de la relación y la conciencia humanas. 5. Los DH son el reto sin parangón que la humanidad, las naciones y los grupos sociales tienen para darle un rostro y metas humanas a toda forma de civilización. Ningún progreso, ninguna tecnología serán dignos del hombre si los dh no son el fundamento de las relaciones sociales y del orden jurídico. El reto para el propio hombre consiste en no comparar, ni mucho menos equiparar cosa o bien alguno con su propia dignidad y valía. Tal aserto tiene consecuencias morales importantísimas, pues implica el reconocimiento de la dignidad humana como valor superior a otros. 6. Los DH son un modo de ver y juzgar las cosas humanas, de enfrentar críticamente la condición humana. Pero este modo de ver ha estado en constante desenvolvimiento en la historia de la humanidad con descubrimientos y fortalecimientos en la conciencia y la acción. Como producto de la experiencia de la colectividad humana, "acompaña y refleja su constante evolución y recoge el clamor de justicia de los pueblos..." (Sorondo, 1988: 10-11). 7. En el elemento anterior se esconde otro: los DH son un presupuesto crítico radical que confronta a todos los humanismos, es decir, a toda concepción del sentido del mundo y de la existencia humana. Señalan los límites o condiciones de moralidad sobre los que debe levantarse todo humanismo y criban sus más altas pretensiones y posibilidades bajo el signo incuestionable de su forma universal: ¡todos los hombres...! La prueba de su verdad es su universalidad. Sin embargo, tal universalidad no significa una homogeneidad cultural, pues los valores y los mismos DH tienen diversas expresiones histórico-culturales. 8. Al señalar los límites de los humanismos, los DH acotan y juzgan la acción humana, la supeditan a la dignidad de cada persona y al valor ético de la acción que proponen. Tal limitación es en el sentido de supeditarla a valores representados; pero en el sentido de realización humana, más que limitar abren un horizonte de alcances insospechados. Por ello los DH han sido una crítica del poder, para hacer ver de éste su rostro no humano, "lo que no es derecho". De ahí brota su cariz utópico y profetice. Y a la vez son una crítica de toda modernidad en tanto que ésta contenga negaciones o atropellos de la dignidad humana. Son el espíritu humano que florece y se renueva sin cesar. 9. Para que se realicen los DH se requiere un crecimiento moral del individuo y la sociedad, un abandono del propio egoísmo y etnocentrismo. Lo anterior permite reconocer a la persona humana como digna y valiosa, como fuente de toda relación personal auténtica, como superior a todo objeto del deseo humano. Así, en su forma de valores morales, son una racionalidad ética, un juicio superior de humanidad. 10. Por su naturaleza moral representan el deseo más acabado y constante de cumplimiento, de plenitud histórica y social, el delineamiento de una perspectiva humana que nunca se realiza totalmente pero que debe ser garantizada con todas las fuerzas sociales de producción de lo humano: el derecho, la política, la economía, la educación. 11. En nuestra historia nacional, como en toda nación que ha establecido el Estado de derecho, son el logro "constituyente" de nuestra relación social, la regulación jurídica de la vida de la nación. Así, como principios jurídicos, son garantías constitucionales individuales, sociales, políticas y económicas. Son positivamente derechos, garantías, aun cuando carezcan todavía de fuerza social y política para su cabal establecimiento, reconocimiento, promoción y defensa. 83 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS 12. Por lo anterior, los DH son uno de los problemas fundamentales de la sociedad mexicana. Indican de modo claro el camino que debe promoverse para corregir estructuras y tendencias políticas, económicas y sociales que continúan impidiendo el establecimiento de condiciones reales de dignidad e igualdad de las personas. 13. En consecuencia, son una perspectiva crítica de la educación, de toda acción social encaminada a formar al hombre, para que aquélla no sea restringida a entrenamiento, a adiestramiento manual o intelectual. Los DH son el punto de convergencia del derecho y la educación, punto donde estos dos descubrimientos maravillosos de la humanidad tienden a fundirse —sin confusión— para mostrar que el hombre depende de sí, que es su propia hechura una hechura social. Los DH descubren las posibilidades de la educación: la apropiación y recreación de valores como detentadores y armonizadores de la identidad humana. Podría afirmarse que se realiza la educación si y sólo si se establecen personal y socialmente los DH. 14. Los DH son, en fin, un mundo imaginado a la medida de la autocomprensión del hombre. Son los mitos al revés, pues los mitos limitan o sujetan acríticamente la razón, mientras que aquéllos la abren y estimulan. Los DH son la voluntad de hacer la historia de una manera específica: la superación de las racionalidades antagónicas, generadoras de destrucción y subordinación. Son la voluntad para ver y hacer al hombre universal, al hombre de una cultura reconocible en todo hombre, es decir, son medios para crear una cultura y una ética universales. Por todo esto, los DH son una utopía, un ideal de civilización. En síntesis, la multiplicidad de rasgos humanos y elementos valorativos que se reúnen en los DH requiere una comprensión amplia. La formación histórica de ésta y la delimitación de los contenidos específicos de los DH han sido una creación progresiva. Una vez presentada y comprendida la naturaleza de los DH, a continuación se hace un análisis de su desarrollo histórico. 84 DESARROLLO HISTÓRICO La toma de conciencia o descubrimiento, el reconocimiento y establecimiento de los DH ha sido un milenario proceso al que han concurrido, por un lado, tanto las actividades teóricas o racionales como la filosofía, la teología y las ciencias del hombre en general como, por otro, las actividades prácticas del tipo de la política, las religiones, las luchas sociales, los absolutismos autoritarios, la explotación económica y laboral y el compromiso con los débiles, los pobres, los despojados y conquistados, los negados, etc. Puede afirmarse sin duda que los DH surgen, sobre el plano de la acción humana, de entre sus magnificencias y miserias, y definen paulatinamente un horizonte de realización, de justicia y de grandeza. En relación con este proceso formativo, Oestreich y Sommermann (1990: 22-24) expresan que la formulación actual de los DH es el resultado de un largo desarrollo al que ha contribuido la historia política y filosófica [...]. Se podría decir que la pugna por la formulación, reconocimiento y realización de los DH puso en marcha, mediante renovados y continuos impulsos, el pensamiento liberal occidental desde el siglo XVII hasta el presente. En el transcurso de los siglos se han modificado y transformado opiniones y contenidos, de forma que el actual catálogo de DH se ha visto influido por acontecimientos políticos inmediatos, por sucesos de actualidad y por transformaciones socioeconómicas. Los analistas y creadores de esta historia hablan de "generaciones" de los DH para distinguir sus etapas de manifestación y definición. En función de esto son declarados "un conjunto de facultades e instituciones que en cada momento histórico concretan las exigencias de la libertad y la igualdad humanas, las cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel nacional e internacional" (Centro Fray Francisco de Vitoria, 1985: 6). Como valor social, un derecho humano surge en respuesta a una necesidad en una situación histórica determinada, "pero luego la trasciende y se proyecta más allá de las circunstancias que le dieron origen" (Maronna, 1988: 9). Por este carácter histórico sigue evolucionando con el desenvolvimiento de la historia de la humanidad y la lucha, en ella, por defender justamente el carácter humano de la existencia. En este desarrollo se manifiesta el valor central del que emanan todos los derechos, es decir, la dignidad EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS humana. Como lo expresan Mosca y Pérez Aguirre (198^5: 18), "la noción de dignidad humana concentra toda la experiencia ética de la humanidad, y desde ese núcleo emanan y hacia él convergen todas las posibles variaciones del ethos humano". Es precisamente esta dimensión histórica de su manifestación la que sirve de base para elaborar las etapas de los DH, en las que se implican las "generaciones". La primera etapa se remonta a los orígenes de la historia y llega hasta el siglo XVIII. En ella se formulan los principios y las reivindicaciones que constituyen las raíces del concepto de DH. Estos elementos formativos surgidos a lo largo de los siglos se manifiestan en diversos principios u orientaciones valorativas como son los de convivencia y justicia y la fundamental idea de la dignidad de la persona, en las concepciones del poder como servicio, en una ética basada en la responsabilidad de los propios actos, en la idea de libertad, etc. Hay dos preocupaciones recurrentes: por un lado, la limitación del papel del gobernante y de su poder y, por el otro, el deseo de establecer el ideal de la dignidad humana como norma de conducta. Su aparición puede rastrearse en hechos y testimonios diversos como los siguientes: 1. El código de Hammurabi: la prescripción de que el poderoso no abuse del débil. 2. La civilización egipcia: la concepción del poder como servicio. 3. La cultura hebrea: el ejercicio del poder basado en principios religiosos y la ética fundada en la responsabilidad de todos los hombres por sus actos. 4. El budismo, Confucio y Zaratustra: las exigencias de un recto proceder de los hombres, tanto gobernantes como gobernados. 5. La Grecia Clásica: los límites al poder mediante la realización plena del derecho de los ciudadanos a participar en su ejercicio. En Grecia, con Hesíodo, surge la idea de la libertad como explicación máxima de la dignidad del hombre, relacionada a su vez con la idea de igualdad. 6. Los contractualistas del siglo XVII: el origen del poder define los deberes del que gobierna. Hay, por otro lado, una continuidad del siglo VIII a.C. hasta el XVIII d.C. en el sentido de establecer principios para regir la conducta del gobernante. 7. El cristianismo y el Islam: el postulado de la igualdad de todos los hombres (igualdad primordial), hechos a imagen y semejanza de Dios. La igualdad de los hombres basada en su identidad esencial, su origen único y su destino común. El iusnaturalismo moderno tiene sus raíces en los estoicos y cristianos que recibieron y desarrollaron los principios de griegos y judíos. 8. El valor fundamental de la dignidad de la persona es el resultado de la confluencia de los principios de tolerancia, respeto, conducta recta, generosidad, respeto a la vida, honradez. En el largo periodo que abarca esta etapa pueden identificarse con nitidez, en las más diversas culturas, el ascenso y fortalecimiento de dos preocupaciones constantes: la primera es la definición del papel del gobernante y la fijación de límites expresos a su poder, y la segunda, la preocupación por establecer el ideal de la dignidad humana como parámetro de convivencia y de juicio o valoración. Un acontecimiento importante en esta larga etapa es la proclamación de la Carta Magna en Inglaterra (Carta Magna de Libertades, de 1215), la cual, sin iniciar propiamente la positivación legal de los derechos, tiene un significado particular por las limitaciones que impuso al monarca británico en beneficio de sus súbditos, es decir, el juicio según las leyes del país, la fijación bilateral de impuestos y el derecho de resistencia al rey en caso de violación de los derechos. La segunda etapa, llamada de los derechos de libertad, constituye lo que se conoce como la primera generación de los DH. Su característica distintiva es la incorporación de los derechos civiles y políticos al orden jurídico de las sociedades. El sustrato ideológico de esta etapa está constituido por la filosofía ilustrada, la cual pretendió fundar la sociedad verdadera en la razón mediante dos ideas principales: la universalidad de esa razón y la primacía del individuo. En medio de las transformaciones de Europa en los siglos XVII y XVIII y el nacimiento de la independencia en América del Norte, surge el fenómeno de las grandes declaraciones o codificaciones que hacen la formulación clásica de los derechos humanos: está, por un lado, la Carta de Derechos (Bill of Rights) de Virginia de 1776, en la que aparecen los 85 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS derechos a la vida, libertad y propiedad, libertad de reunión, libertad de prensa, libertad de movimiento (migración), derecho de petición y derecho subjetivo de protección jurídica. En esta declaración se manifiesta un rasgo importante de los DH, el de señalar lo que hay que establecer en las relaciones humanas. Como lo expresan Oestreich y Sommermann (1990: 57), "la proclamación de los derechos político-estatales del ciudadano contenía una descripción del futuro orden estatal por crear, dotado del derecho de sufragio restringido basado en la soberanía popular y en la división de poderes". Por otro lado, se encuentra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano hecha por la Asamblea Nacional francesa en 1789, inspirada en la declaración norteamericana. A juicio de los autores citados, esta Declaración contiene una aportación decisiva en su preámbulo: "...la ignorancia, el olvido y el desprecio de los derechos humanos deben ser considerados únicas causas de la calamidad pública y de la corrupción de los gobiernos" (ibid.: 58). La Declaración francesa tiene una característica que la distingue de la norteamericana: el ser parte del derrocamiento de un Estado absoluto determinó que los derechos fueran formulados con acento en el individualismo y el racionalismo, dejando de lado o dando menor importancia al pensamiento social y estatal. En otro sentido, y no limitado a Francia, son los filósofos de la Ilustración quienes explicitarán, formularán y sistematizarán el concepto de DH con la idea central, nuevamente, de la dignidad humana. Explicitar y sistematizar el concepto de DH se basan en la fuerza de la razón como ordenadora de las relaciones sociales. Con las grandes declaraciones, los DH empiezan a incorporarse al derecho positivo. En ello destacan elementos como los siguientes: 1. La igualdad ante la ley, que elimina toda suerte de privilegios. 2. La proclamación de derechos naturales e imprescriptibles como la libertad, la propiedad, la seguridad, la resistencia a la opresión, la posibilidad de elegir y ser electo para cargos públicos, la libertad de pensamiento y opinión, la división de poderes, las garantías frente a quienes aplican la ley, el derecho de culto, el 86 derecho a la vida, etcétera. Las grandes declaraciones de derechos, dice García Ramírez (1988: 26), con su notable abolengo y su contexto liberal, rompieron la costumbre de los viejos elencos declarativos (estamentos, privilegios de ciudad, fueros) y "aportaron una novedad luminosa: el régimen 'fundado sobre la proclamación de la libertad innata del ser humano, y constituido por una organización jurídica cuya base son los derechos fundamentales de la persona individual'". Los DH traerán aparejadas la idea y las acciones para la emancipación intelectual (lucha contra la ignorancia) y política. En la América española, esta forma de pensar se había difundido desde finales del siglo XVIII y fue un antecedente significativo para las revoluciones de independencia. A partir de 1810 los DH serán una de las bases fundamentales para la formulación de las constituciones políticas de los nuevos Estados. La tercera etapa en el desarrollo de los DH está centrada en los derechos de igualdad pero bajo la perspectiva socioeconómica, a diferencia de la segunda, que destacó la jurídico-política. Esta etapa incluye los derechos económicos, sociales y culturales, constituyentes de la segunda generación de DH. También se la conoce como la generación de los derechos sociales, a diferencia de la primera, centrada más propiamente en los individuales. Esta etapa o generación se estructura a partir de la toma de conciencia y la denuncia, desde los mismos años finales del siglo XVIII, de la enorme y creciente brecha entre lo proclamado en la primera generación y la desigualdad humana y social que se manifestaba en la realidad. Es decir, la proclamación de los primeros derechos no bastaba para mejorar las condiciones generales de la población: se necesitaban nuevos reconocimientos y garantías para su cumplimiento. Fue sobre todo la Revolución industrial, creadora de una nueva clase social —los obreros—, la que propició la toma de conciencia sobre las necesidades básicas de éstos, quienes eran sometidos a condiciones inhumanas de explotación. Sobre este punto dicen Oestreich y Sommermann (1990: 6667): EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS Bajo la égida de la libre competencia, la Revolución industrial conquistó el mundo desde Inglaterra, transformando la sociedad agrícola en industrial. A partir del momento en que se consiguió frenar el poder estatal mediante declaraciones de Derechos fundamentales y Constituciones, y que al individuo se le aseguró una esfera personal de derechos, es cuando se produjo la reivindicación de un liberalismo económico sin traba alguna, defendido por las personas económicamente libres. Pero el individuo desposeído, aquel que acababa de escapar del omnipotente Estado moderno, cayó bajo el dominio de la todopoderosa economía moderna. La sociedad económico-burguesa que se hallaba independiente frente al Estado alcanzó así una gama amplísima de posibilidades. Simultáneamente surgieron ocasiones en las que se aplicó violencia arbitrariamente, abusando al tiempo del poder en contra del individuo o, mejor dicho, en contra de ciertos grupos y clases de la sociedad industrial. En consecuencia, se demandaron mejores condiciones de vida, de trabajo y de bienestar social y se denunció al Estado liberal por no ser capaz de garantizar las condiciones exigidas para el establecimiento de los DH. Se precisaba, entonces, "que se reconociera la necesidad de protección jurídica en las esferas social y económica" (ibid.: 67). La conciencia de los derechos económicos, sociales y culturales fue ganando terreno a lo largo del siglo XIX, pero hasta el XX fueron garantizados en el orden jurídico de los Estados. Así los casos siguientes: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, la Constitución rusa del mismo año, la Constitución de la República de Weimar de 1919 y la de Uruguay de 1934. La diferencia esencial en relación con la primera generación es que se pasa de los derechos de la persona o el individuo como tal a "reivindicar los medios para que se hagan efectivos" (Serondo, 1988: 16), lo que tiene como consecuencia la ampliación de la acción del Estado, pues se le faculta para que intervenga y establezca las condiciones necesarias para la satisfacción de los derechos. En otras palabras, "los derechos sociales quedaron garantizados por el Estado a toda una clase social y no ya sólo al individuo en concreto. Así, surgieron tensiones entre los antiguos y los nuevos derechos, tensiones que todo Estado pluralista democrático de Derecho debe soportar y superar" (Oestreich y Sommermann, 1990: 69-70). Los derechos de esta generación, además de establecidos en las constituciones de los países, están contenidos principalmente en dos pactos: el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ONU, 1966) y el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, del mismo año. Otros documentos de la ONU que contienen estos derechos son la Convención de Derechos Políticos de la Mujer (1952), la Declaración de los Derechos del Niño (1959) y la reciente Convención sobre los Derechos del Niño (1989). Algunos autores agregan la Carta de la ONU (1945) y la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), si bien otros ven en ellas un reconocimiento formal, de carácter internacional, de los derechos de la primera generación. En realidad, integran derechos de ambas etapas. La cuarta etapa en el desenvolvimiento y la definición de los DH está constituida por los "nuevos derechos humanos" —derechos de los pueblos o de solidaridad—, los cuales son llamados derechos de tercera generación. Estos nuevos derechos surgen de la paulatina toma de conciencia que se da en los pueblos del mundo llamado subdesarrollado acerca de la necesidad de un cambio en su situación y en su participación en las relaciones políticas y económicas internacionales, a fin de disponer de los medios que les permitan garantizar plenamente la vigencia de los derechos de las otras dos generaciones. Los nuevos derechos, impulsados por el proceso de descolonización del mundo, se formulan sobre todo a partir de la década de 1970. Surgen "los derechos de solidaridad, que enfatizan el carácter comunitario del mundo y cuya vigencia supone un esfuerzo conjunto de todos los componentes de la sociedad: individuos, Estados, entidades públicas y privadas..." (Latapí, 1988: 5). Los titulares de los nuevos derechos son los pueblos, considerados tanto individual como colectivamente. Los nuevos derechos no están desligados de los establecidos en las generaciones que les precedieron. Las generaciones no son procesos aislados entre Sí. Realmente, aunque conservando las especificidades de cada tipo de derechos, cada generación es un avance cualitativo que integra y complementa el desarrollo de la conciencia sobre la dignidad 87 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS humana en diversos planos sociopolíticos y económicos. Ningún derecho, ninguna generación los define a todos. Sucede entonces que, en realidad, "la noción de derechos humanos envuelve el reconocimiento de que al ser humano le corresponde vivir y desenvolverse dentro de condiciones políticas, sociales y culturales acordes con la dignidad que le es inherente" (Nikken, 1987: 181). El conjunto de los derechos expresa la multiplicidad de valores que simbolizan al ser humano y también la variedad de circunstancias y aspectos que habrán de promoverse y defenderse para crear un ambiente, una cultura nacida y orientada hacia tales derechos. Como el mismo autor afirma, todos los derechos están referidos a la dignidad humana, pues "protegen unas condiciones de vida y un acceso a los bienes materiales y culturales en condiciones adecuadas a la dignidad inherente a la familia humana" (ibid.: 190). Esta referencia a la familia humana tiene el valor fundamental de proyectar los derechos comunitariamente, de reiterar que el tiempo humano presente hace que los derechos humanos sean derechos de los pueblos y que en su garantía y consecución todos deben comprometerse. En esa misma línea y refiriéndose a uno de los valores humanos fundadores de los derechos, la libertad, Castillo (1990: 33) expresa: "La libertad, como la verdad, son colectivas. Individualmente, al margen de la sociedad, simplemente no existen. Ni pueden existir". Con esto se quiere resaltar que la libertad no es un atributo aislable de las relaciones sociales. Vistos los DH como normas de conducta, están por definición referidos a la relación social. su existencia, a la libre disposición de sus recursos naturales (preservación y usufructo de su medio), a la libre determinación, al patrimonio común de la humanidad, derecho al desarrollo, a la educación, a la información y a la comunicación, a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, etcétera. Como habrá podido apreciarse, el contenido u objeto de estos derechos involucra a todas las naciones y apunta a su interacción e interdependencia. Por ello, Díaz Muller (1992: 190) expresa que los DH de la tercera generación son "aquellos que exigen una 'obligación de hacer' de parte de la comunidad internacional". Esta consideración del proceso de desarrollo de los DH permite valorar los siguientes rasgos (Alba y Barba, 1989: 10-11): 1. Expresan una larga e inconclusa toma de conciencia ante situaciones de injusticia. 2. Son reconocidos por la conciencia colectiva de la especie, son patrimonio de la humanidad LA EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS —La formación valoral en la escuela debe adaptarse a los procesos de desarrollo de los alumnos, tal como se adaptan otras materias. La recepción de los valores está influida tanto por los valores actuales del sujeto como por su estadio evolutivo. Además, la escuela debe tener en cuenta otras influencias sociales que recibe el estudiante para adaptar los procesos y las experiencias formativos. LOS ENFOQUES DE LA EDUCACIÓN VALORAL Las principales formulaciones de la tercera generación se encuentran en la Declaración de los Derechos de los Pueblos hecha en Argel (1974), en la cual se plantea la necesidad de crear un nuevo orden político internacional. Del mismo modo, existen diversas resoluciones de la ONU sobre lo anterior, entre las que destacan el Nuevo Orden Económico y la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados. En el mismo sentido pueden considerarse las Conclusiones del simposio internacional sobre Derechos de Solidaridad y Derechos de los Pueblos y la Declaración Universal sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Asumiendo las diversas posturas que establecen que la escuela, el currículo, pueden y deben legítimamente desempeñar una función insoslayable e insustituible en la educación valoral de los estudiantes, se presentan a continuación las formas de realizar tal proceso. Si bien cada corriente o método establece una definición de la educación moral o formula objetivos derivados de su enfoque y fundamentos teóricos, se presenta aquí una organización de las opciones que ha sido útil en el trabajo de la educación en los DH. Entre los nuevos derechos proclamados se encuentran los siguientes: el derecho a la paz y a la seguridad, el derecho de los pueblos a ¿Cuáles son las formas y los métodos que se han desarrollado para la promoción de la educación valoral o moral? 88 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS Ryan (1985 y 1986) afirma que pueden identificarse o reducirse a cinco las formas básicas de realizar la educación moral, formas que deben considerarse complementarias: La primera es la exhortación, que consiste en hablar a los educandos de lo que es correcto y de lo que no lo es e invitarlos a comportarse en un sentido y no en el otro. No debe evitarse hablar de lo que es considerado bueno o correcto. En general esta forma consiste en instruir a los educandos e invitarlos a que vivan y desarrollen comportamientos de acuerdo con un conjunto de patrones o normas que sustentan determinados valores. La exhortación puede variar desde formas intensamente emotivas a otras más sutiles e ingeniosas basadas en un razonamiento cuidadoso. La segunda forma es la explicación, la cual consiste en mostrar, en hacer claras o en dar las razones del orden moral a los estudiantes para que las comprendan y las incorporen. Esto se relaciona tanto con la curiosidad de los sujetos, quienes preguntan el o los porqués de una acción, de una realidad social, de un castigo, etc., como con la tarea socializadora, positivamente formadora de la escuela. En su tarea de transmitir y formar valores — como los de los DH— ésta debe explicar, más que indoctrinar. La tercera forma consiste en los modelos morales presentados a los educandos en su ambiente de formación, es decir, en la influencia mediante el ejemplo.12 Cada persona observa varias conductas e imita algunas. Un importante aspecto del aprendizaje por imitación es que el aprendiz tenga sentimientos positivos hacia la persona que muestra la conducta ejemplar. Las probabilidades de que el alumno adquiera la tendencia a actuar con determinada orientación son mayores si el sentimiento es positivo. La cuarta forma consiste en la creación de expectativas, es decir, en preparar situaciones o en realizar actuaciones que orienten al alumno a comportarse en el sentido deseado. Se trata de diseñar y de crear ambientes que estimulen un cierto tipo de comportamiento, como la cooperación, u otro acorde con los valores que se promueven. El proceso de conformarse a las expectativas promueve la adquisición de determinados valores o aprendizajes morales. Como quinta forma está la experiencia, es decir, el aprendizaje de los alumnos mediante su participación en experiencias preparadas para promover su desarrollo moral. Esta quinta forma da origen a una variedad de métodos y técnicas, dependiendo de las orientaciones teóricas y del enfoque sobre el desarrollo moral. No hay un método o teoría de educación valoral que tenga un valor absoluto. De hecho, en este terreno también existen las preferencias. Dependiendo del enfoque elegido se puede precisar el sentido de la educación valoral, es decir, de los objetivos para los que se llevan a cabo las experiencias. Al revisar las diversas opciones para lo que denomina "institucionalización de la intervención pedagógica", Oser (cit. en Edelstein, 1989: 46-47) juzga que hay cuatro tipos de creciente complejidad: • • • • La discusión ocasional de dilemas sociomorales a partir de hechos del aula, la escuela o el entorno. La intervención en las asignaturas escolares. Los cursos especiales que se realizan dentro o fuera de la escuela, y tienen como objetivo la estimulación del juicio sociomoral. La "institucionalización de escuelas ejemplares moral-pedagógicas", inspiradas en la 'comunidad justa' desarrollada por Kohlberg. En la experiencia de educación para la paz y los DH se ha puesto como centro del proyecto el segundo tipo, es decir, la intervención por medio de las asignaturas, aunque también se aprovechan las opciones del primer tipo y se promueve la transformación de la institución de acuerdo con el cuarto, aunque en esto se presentan mayores limitaciones de acción. La experiencia de innovación educativa a que nos hemos referido en este trabajo ha estado utilizando, a lo largo de los años, enfoques técnicos variados. En seguida presentamos en síntesis las opciones a las que más se ha recurrido. LA CLARIFICACIÓN DE VALORES En este enfoque, la misión de la escuela es ayudar a los alumnos a clarificar sus propios valores y no desempeña un papel activo como partidaria de una u otra moralidad. Propone un proceso de autodescubrimiento activo en el 89 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS que el estudiante identifica sus valores en situaciones que le exigen conductas de valoración. Curwin y Curwin (1985: 11) definen el enfoque así: La clarificación de valores es un proceso que ayuda a los estudiantes a tener una visión crítica de sus vidas, metas, sentimientos, intereses y experiencias con el objeto de descubrir cuáles son sus valores [...] se aborda el estudio del "yo" a través de un método explícito y estructurado de autoindagación. La clarificación de valores ofrece a los estudiantes un procedimiento para analizar sus vidas, asumir la responsabilidad de su comportamiento, articular valores definidos y actuar de acuerdo con los mismos. El enfoque parte de la concepción de que la vida social exige asumir decisiones (hacer elecciones) o posturas personales sobre una variedad de asuntos, y es necesario conocer las propias formas de valorar. Su propósito es "descubrir qué valores son los móviles de su conducta, las consecuencias de ellos, y afirmarlos si así lo desea, o imponerse el cambio" (Donoso, 1988: 102). El propósito del enfoque es dar a los estudiantes la oportunidad de experimentar, de tomar en sus manos la cuestión de las preferencias personales y descubrir y clarificar sus creencias y valores. La metodología que se sigue es un proceso de actualización de los valores, de relacionarlos con la vida de modo satisfactorio e inteligente. El proceso tiene tres fases con elementos intermedios: Primera fase: la selección. 1. Elegir de entre varias opciones libremente. 2. Considerar cada una de las opciones con todas sus consecuencias. 3. Habiendo considerado, con detenida reflexión, las consecuencias de cada opción, se selecciona o elige un valor. Segunda fase: apreciación o estimación. 4. Lo elegido deberá ser algo que se aprecia o se desea; hay estimación y bienestar personal en la elección; satisfacción. 5. El aprecio debe ser tal que se dé la disposición a afirmarlo públicamente; la persona se siente orgullosa de su elección (seguridad de sí misma) y la manifiesta abiertamente. 90 Tercera fase: actuación. 6. La elección motiva una conducta que se repite coherentemente; se practica el valor, no sólo se habla de él. 7. La práctica del valor se hace en forma constante; la acción se convierte en una pauta de vida, en una línea de conducta. Los criterios expresados en estas fases son guías para la valoración más que criterios que cumplir estrictamente. Además, para evitar el acento en puros procesos cognitivos, la clarificación de valores puede apoyarse en técnicas de psicoterapia, de relaciones humanas, de gestalt, etc., que ayuden a considerar los sentimientos y las emociones. El papel del profesor o guía de la experiencia es triple: 1. Organiza la fase y las actividades y coordina su realización. 2. Debe comportarse conforme a lo que promueve y manifestar sus valores sin presentarlos como los únicos. Al mostrar los valores de su existencia contribuye a dar validez al proceso de formación de valores. 3. Participa en el proceso de clarificación, pero al final para no condicionar, por imitación u oposición, la expresión de los alumnos. El ambiente necesario en el aula es de confianza, afectividad y aceptación para que no haya sentimientos de amenaza a la intimidad de cada persona. ENFOQUE COGNITIVO-EVOLUTIVO Esta propuesta de educación tiene como propósito promover el crecimiento moral, es decir, el paso de un estadio a otro. Al respecto, debe tenerse en cuenta que los intereses de Kohlberg no eran sólo los teóricos, sino que tenía tres diferentes desde un principio, a saber: crear un modelo de estadios para el desarrollo moral y los instrumentos para evaluarlo, elaborar un modelo de educación moral y, finalmente, realizar un trabajo de intervención escolar para desarrollar el modelo de “escuela o comunidad justa” (just community). ¿Cómo se promueve el crecimiento moral? Fundamentalmente, intentando resolver cuestiones o dilemas morales que estimulen y confronten, que pongan retos al pensamiento del estudiante. El reto tiene el efecto de EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS producir un desequilibrio intelectual y una búsqueda de una más completa forma de pensar, lo que deviene una forma más "alta" de razonamiento moral. El método consiste en presentar un dilema y desarrollar una entrevista grupal, una discusión para enfrentar a los estudiantes a razones morales más poderosas, es decir, las de un nivel superior, que significan estructuras más complejas de razonamiento moral. Puesto que "una buena educación moral sólo es posible en un clima social adecuado y en una estructura de justicia en la escuela" (Drudis, 1985: 560), en el proceso de educación moral es necesario: • • • • • Crear un clima de confianza y aceptación mutua que facilite el intercambio de opiniones entre los alumnos y entre éstos y el profesor. Identificar y clarificar el conflicto moral cognitivo o su componente cognitivo, trabajando para ello con dilemas tanto hipotéticos como reales. Esto es muy importante: el conflicto moral debe ser experimentado durante las discusiones. Distinguir debidamente el razonamiento moral, es decir, la cuestión del juicio que exige el dilema. Estimular la toma de posición conveniente. El contacto con el pensamiento de compañeros que están en el siguiente estadio favorece la adopción de otra opinión. Desarrollar y estimular las capacidades innatas de los alumnos para que adquieran autonomía en sus decisiones, en sus juicios. Para esto es útil la aplicación de las habilidades del alumno a problemas nuevos. Además, es conveniente confrontar al alumno con sus propias incongruencias a lo largo del tiempo. Otra forma de promoción de la educación moral la desarrolló Kohlberg por medio de lo que llamó "la escuela de comunidad justa" (the just community school). Es una escuela experimental en la que estudiantes voluntarios toman parte en un esfuerzo para conducir sus propios asuntos en un proceso democrático. El esfuerzo se concentra en desarrollar la honradez, la justicia y la responsabilidad. Se trata de promover una "atmósfera moral" específica como opción alterna al acento en la discusión de los dilemas (cfr. Sockett, 1992: 549). EL ANÁLISIS DE VALORES Este movimiento propone esencialmente un apremio a las es-cuelas para que "enseñen un proceso de razonamiento moral, un camino para analizar posiciones de valor y llegar a conclusiones defendibles" (Ryan, 1985: 3410). Sus raíces están tan en la filosofía ética o estudio del razonamiento moral como las innovaciones curriculares de las últimas décadas, particularmente la aplicación a los estudios sociales del enfoque racional de solución de problemas, ya que el buen ciudadano debe poder enfrentar problemas complejos a menudo envueltos en manifestaciones conflictivas, contradictorias. Para realizar tal cometido se enseña a los estudiantes las destrezas del pensamiento ético como se les enseñan las de i metodología científica o de las matemáticas. Fundamentalmente, se trata de desarrollar un pensamiento moral claro, con fuerza de evidencia, en relación con asuntos morales. Los presupuestos para una pedagogía de la moral son: • • • • • La legitimación de la ética en sí misma. La legitimación de la educación moral. La estructuración cognitiva de la educación moral. La enseñanza de los elementos cognitivos básicos de la ética. Los afectos no son fundamentales: lo importante es pensar bien. Aquéllos son como el betún de un pastel. Una propuesta de trabajo es presentada por Fraenkel en siete pasos: 1. 2. 3. 4. Identificar el dilema. Identificar opciones. Predecir las consecuencias de cada opción. Predecir las consecuencias de corto y de largo plazos. 5. Recoger o reunir pruebas de las consecuencias de cada opción. 6. Evaluar la corrección de las consecuencias de acuerdo con un conjunto de criterios basados en el acrecentamiento o la disminución de la dignidad humana. 7. Decidir un plan de acción. Por medio de juegos y ayudas para el aprendizaje, los alumnos deben aprender bien el manejo de la estrategia para aplicarla fácilmente a una variedad de situaciones éticas. 91 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS LA TAXONOMÍA DEL DESARROLLO AFECTIVO Como es sabido, el trabajo en la taxonomía de los objetivos educacionales hecho por Bloom y sus colaboradores tuvo entre sus motivos disponer de instrumentos de evaluación claros y con marcos compartidos de elaboración y uso. En el caso de los objetivos afectivos (relacionados con los intereses, actitudes, carácter, valores), se trataba sobre todo de crear un continuo afectivo, es decir, un medio para relacionar y ordenar todos los comportamientos del campo. El concepto que sirvió de guía ordenadora fue el de "internalización", considerando desde su sentido más evidente de incorporar o hacer propio algo, hasta el más complejo de aceptación e identificación. Como resultado del trabajo, se estructuró un ámbito afectivo en cinco niveles, cada uno de ellos con varios procesos intermedios. Los niveles son los siguientes: 1. Recepción: este nivel representa apenas la toma de conciencia de los estímulos relativos al comportamiento afectivo, y su avance va de la conciencia (percatarse o poner atención a algo) a la disposición a recibir prestando atención a un objeto diferenciado de otros y a la atención controlada o selectiva al objeto para ver sus rasgos propios. 2. Respuesta: se actúa en respuesta a los objetos de interés y se diferencia el consentimiento en responder o la aceptación de un comportamiento específico, la disposición a nuevos comportamientos análogos y la satisfacción en los comportamientos por su componente emocional y valoral. 3. Valoración: la internalización se hace más intensa y el comportamiento es cada vez más constante hasta sostener un valor, aceptándolo primero, prefiriéndolo y estableciendo un compromiso conceptual y conductual con él. 4. Organización: en este nivel, ante la variedad de situaciones y valores que se presentan, se avanza en la estructuración de una organización valoral en un sistema. Se pueden distinguir los subniveles de conceptuación de los valores y de su organización. 5. Caracterización por un conjunto de valores: el individuo interactúa a partir de un sistema propio de valores coordinado, que le permite vivir de acuerdo con una visión personal del mundo. Se generalizan 92 los valores personales y el sujeto es caracterizado por su sistema personal de ellos. Esta concepción del desarrollo valoral ha sido útil, sobre todo, en la programación y el diseño de las experiencias y en su evaluación. EL ENFOQUE DEL "CONJUNTO DE VALORES" Este modelo propone imbuir la experiencia escolar de los estudiantes "de valores particulares que han sido concienzudamente elegidos por la comunidad adulta" (Ryan, 1985: 3411). La característica de estos valores es que son considerados necesarios para el bienestar tanto del individuo corno de la comunidad, como sería el caso del aprecio por el aprendizaje, el respeto al trabajo dedicado y duro, el respeto a la propiedad, la resolución de conflictos con métodos no violentos y las características personales como el arrojo, la amabilidad, el autorrespeto, etc.; como en el caso de la experiencia de educación en DH, éstos son el conjunto de valores. El papel de la escuela es defender los valores escogidos y hacer de ellos parte de la vida del estudiante, incluso en el currículo oculto en las regulaciones y los códigos de la institución. En síntesis, este enfoque puede aplicarse según las formas básicas de educación moral comentadas más arriba, combinando diferenciadamente, según las circunstancias, las asignaturas de aprendizaje y el derecho particular que se intenta promover. OTROS MÉTODOS Y TÉCNICAS Existen otras realizaciones importantes en el terreno de la educación valoral. De modo breve se mencionan a continuación. 1. La comprensión crítica. Su propósito es impulsar la discusión, la crítica y la autocrítica, así como el entendimiento entre los alumnos, el profesorado y todos los implicados en los temas personales o sociales que contienen un conflicto de valores. El enfoque se deriva de los trabajos de Freiré, Stenhouse y Elliot en la medida en que destacan la importancia de temas socialmente significativos, el diálogo, la toma de conciencia, etcétera. EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS 2. La neutralidad activa. Esta técnica rechaza la idea genérica e ilusoria de la neutralidad de la educación y del educador y propone que a partir de una delimitación de objetos, sujetos y contextos educacionales se rechace la pretensión de inactividad o inhibición en la actuación moral de la escuela y los educadores. La neutralidad activa supone que el educador introduce, presenta y posibilita el planteamiento de temas controvertidos o de implicaciones valórales. El uso de la técnica consiste en facilitar la introducción y el debate en la experiencia escolar de los temas controvertidos —los derechos humanos— y de las posiciones enfrentadas en relación con ellos. Un punto esencial es la renuncia del educador y la institución a influir para que el educando opte por valores determinados. Como la educación en DH pretende expresamente la promoción de los mismos, la neutralidad significa especialmente aquí la evitación de la manipulación para que se desarrollen la autonomía y el compromiso de los alumnos. 3. El programa de filosofía piara niños. Este enfoque se propone una reforma del currículo para desarrollar las capacidades cognitivas y de razonamiento de los niños al centrar los programas en el pensamiento como materia en lugar de que lo estén en el pensamiento sobre contenidos. Se trata de enseñar a pensar sobre el pensamiento. La realización del programa tiende a estos objetivos: a) Desarrollar las habilidades metacognitivas. B) Desarrollar las habilidades de razonamiento filosófico presentándolas en contextos que tengan significación para los alumnos. c) Ayudar a que los niños sean capaces de un razonamiento autónomo que les permita explorar alternativas a sus propios puntos de vista y buscar presuposiciones y razones de sus creencias. d) Desarrollar las capacidades de diálogo y discusión como base para aprender a razonar. e) Reflexionar sobre uno mismo y la propia relación con el entorno desde un punto de vista filosófico. La utilidad de este enfoque es, evidentemente, su apoyo a los aspectos cognitivos de la moralidad. 4. Las habilidades comunicativas. Estas técnicas se orientan a estimular la capacidad para desarrollar intersubjetivamente, teniendo en cuenta tanto el sentimiento como la razón, acciones comunicativas que pretendan niveles más elevados de comprensión y cooperación social. 5. La resolución de conflictos. Esta técnica asume la existencia del conflicto en las relaciones humanas y en la vida de la escuela y supone que es importante para la educación aprender a regularlo y resolverlo. Pueden aplicarse técnicas de análisis, regulación y gestión para desarrollar las posturas de negociación y colaboración. 6. El role-playing. La importancia de este apoyo radica en que ayuda a desarrollar habilidades como éstas: a) La comprensión de que los otros tienen sus propias opiniones y la de comprenderlas en sí mismas. b) Anticipar lo que los demás puedan pensar o sentir. c) Relacionar diversos elementos y perspectivas en una situación o problema. d) Controlar y relativizar la opinión propia cuando se trate de juzgar o de tener en cuenta la de otros. 7. La autorregulación. Esta técnica se basa en la investigación sobre la modificación de la conducta y se orienta a desarrollar en el individuo la habilidad de actuar con independencia de factores externos, es decir, la habilidad de autodirigirse. La autorregulación, como proceso conductual, de carácter continuo y constante, afirma que la persona es la principal responsable de su comportamiento. Su desarrollo exige que se conozcan las variables externas e internas que influyen en la conducta y que se las manipule en función de fines deseados. Esta propuesta afirma que puede contribuir a desarrollar la vida moral de la persona al promover: 93 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS a) Competencia moral: un conjunto de pensamientos y principios propios de la persona, con carácter evolutivo. b) El juicio o razonamiento moral. c) La conducta moral, es decir, la manifestación de la competencia y el juicio. 8. El aprendizaje de habilidades sociales. Derivado de las teorías sobre el aprendizaje social, este método de formación moral se refiere a los comportamientos interpersonales aprendidos que configuran la competencia social de cada persona en sus diferentes ámbitos de interrelación humana. Entre las habilidades encuentran: necesarias se a) Prosociales: de interrelación y comunicación recíproca y positiva con los demás. b) Afectivas: conocimiento de los sentimientos y las emociones propias y de los demás. c) Para resolución de conflictos, como alternativas a la agresión. d) Para conjugar autonomía y aceptación de obligaciones. e) Las de autorregulación y autocontrol para actuar de conformidad con juicios morales desarrollados. ALCANCES DE LA EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS La experiencia educativa de la que aquí se ha presentado su concepción general y su marco conceptual tiene una característica sobresaliente, dada por su mismo propósito. Éste es el de crear un enfoque y un método de trabajo para los componentes valórales de la política educacional y organizarlos en torno a los DH. Así, la educación en y para los DH no es una acción que termine en sí misma, sino que está proyectada para generar otras acciones, múltiples y en ámbitos también múltiples, que hagan realidad la existencia viva del Estado de derecho. El propósito de la experiencia es, pues, que la educación valoral tenga a los DH como núcleo semántico del bien humano. Los alcances del enfoque, con su formación paulatina y con una puesta en práctica creciente por el número de profesores participantes y de escuelas en las que se ha 94 implantado, han estado definidos por factores como los siguientes: a) El primero son los antecedentes de operación de la escuela. En ésta, la práctica no ha atendido en el pasado los componentes afectivos y valórales, los cuales, aunque con las nuevas orientaciones políticas se han hecho más explícitos, estaban ya contenidos. Proponerlos como objeto de atención escolar y docente ha requerido una toma de conciencia de profesores y directivos para dar un significado renovador al trabajo escolar. Debido al componente mismo del propósito, los alcances del trabajo están medidos por la comprensión que se logra de las implicaciones de la política educacional, es decir, de que se perciba y se acepte que dicha política establece finalidades que vale la pena atender porque contienen un sentido personal y social de la educación con potencial innovador. Un rasgo ya común en los seminarios formativos es la insistencia en que el proyecto se orienta a llevar elementos del derecho a la educación, en particular, y a realizar valores presentes en otros derechos o garantías, en general. Este punto ha sido especialmente significativo para los profesores que se han incorporado al proyecto. La experiencia de la mayoría de estos últimos ha estado mostrando el descubrimiento de ese nuevo sentido del trabajo docente. b) Este nuevo significado de la práctica educativa ha implicado la definición y formación de una perspectiva educacional especial, hecha posible por el establecimiento de vínculos entre la política educativa, los derechos humanos y el sentido mismo de la educación, esto es, dando a la escolarización un significado más dinámico y significativo. Esto significa que los DH, como conjunto de valores, se toman como principio para la creación de una filosofía y una teoría de la educación específicas orientadas por la realización valoral. Esto ha permitido iniciar y mantener un trabajo en las aulas que aprovecha el currículo formal para promover EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS experiencias de formación afectiva y valoral que han sido por los alumnos participantes y por los padres de familia quienes han reconocido en sus hijos la influencia positiva d las innovaciones resultantes. c) El factor de mayor importancia en la experiencia ha sido la participación de los maestros, en dos sentidos específico; Primero, porque se requiere de su interés y disposición par establecer la relación con el proyecto e iniciar la creación aplicación o vivencia del nuevo enfoque educativo. Cuando la condición anterior se manifiesta, el segundo sentido de la participación se da por medio de la formación o capacitación. Ésta tiene dos vertientes: una intelectual, que consiste en el trabajo grupal y personal orientado a la comprensión y apropiación del marco referencial y de los fundamentos teóricos, y la otra, metodológica y técnica, consistente en diseñar, aplicar y evaluar la nueva forma de acción, en general, las experiencias para el aula en particular. En síntesis, el proyecto de educación para la paz y los DH es realmente doble, pues lleva aparejado a la innovación en las aulas un importante trabajo de formación de los maestros. En esta capacitación-transformación de la persona del maestro se potencializa en gran parte el alcance de la educación los DH, pues una vez que el interés y la comprensión iniciales del proyecto y su propósito se dan, los participantes van transformando su autopercepción, su valoración de la educación y su práctica educadora. Actuar en la experiencia de la educación en los DH es para los maestros una forma de educación permanente que incluye los aspectos intelectual, afectivo y metodológico como componentes inseparables, lo que hace ver que la formación permanente es una forma de desarrollo de la misma personalidad del educador, con sus descubrimientos y conflictos propios. d) La escuela es una institución estructurada más en función de fines instructivos y da por ello más atención, con limitaciones, a las variables cognoscitivas. En palabras de Edelstein (1989: 50), es una institución de la racionalidad instrumental, lo que hace necesario su cambio estructural y de procesos para dar lugar a la formación ética o valoral. En consecuencia, la educación en DH, como educación valoral, debe ir adaptándose a las posibilidades del medio escolar, de ese medio instrumental, pero al mismo tiempo ha de contribuir a que la escuela vaya siendo adaptada, transformada, para que incluya y favorezca las experiencias de educación afectiva. Esto implica insistir en el carácter de interdependencia de lo cognitivo y lo afectivo en la formación de los alumnos por medio de una interpretación nueva del currículo que lleva a percibirlo como un instrumento formativo más que como colección de contenidos que han de ser transmitidos. En este punto, el límite es la escuela misma, su función y estructura, pero los alcances están dados por el uso innovador de métodos y técnicas para hacer de la experiencia de aprendizaje escolar también la experiencia de formación valorál. Si la educación es la formación del ser humano, entonces, como afirma nuestro epígrafe de Ray y Bernstein, la educación forma parte de los derechos fundamentales, es un derecho inherente del hombre, y por este hecho básico se trasciende y se convierte en la garantía para el alcance de los demás derechos. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Y LA DISCUSIÓN 1. ¿Hay un sentido único de educación y cada definición expresa algún componente, o pueden, por el contrario, tenerse varias definiciones? Explica tu opinión sobre tal cuestión. 2. Entre los sentidos del término educación que han sido considerados en el texto, ¿cuál consideras más cercano a la cuestión valorál? 3. ¿Cuál crees que es el fundamento de la idea de educación del ser humano? 4. ¿Cuál es el fundamento de tu idea de educación? 5. La idea de los DH como prerrogativas inherentes al hombre ¿es análoga a la idea de educación? ¿Qué relaciones encuentras entre ambas cuestiones? 95 EDUCACIÓN PARA LOS DERECHOS HUMANOS Si crees que no puede aplicarse la analogía, ¿qué vínculos estableces entre ambas nociones? 6. Analiza los significados de educación por medio de una contrastación con la actividad escolar familiar. ¿Es ésta educativa? ¿En qué forma o bajo qué condiciones? 96 LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA UNA EXPERIENCIA ESPAÑOLA LAS ACTITUDES DEL PROFESOR 1. EL PROFESOR Y LOS CONFLICTOS DE VALORES Una parte considerable de los contenidos del programa de educación cívico-moral plantea conflictos entre valores. Son temas sobre los que existen y se contraponen posiciones diversas que, en las sociedades democráticas y pluralistas, se expresan pública y libremente. Se trata de cuestiones socialmente controvertidas que, por lo general y en última instancia, no pueden dirimirse mediante la apelación a la ciencia (o, al menos, mediante la sola apelación a la ciencia). Tales cuestiones enfrentan opciones distintas cuya respectiva fundamentación se hace recaer en marcos axiológicos diferentes. Es decir, estamos hablando, en definitiva, de temas de carácter ideológico, religioso, político y, naturalmente, moral. Este capítulo tratará de la posición y de la actuación del profesor ante este tipo de cuestiones. En primer lugar, presentaremos las dos actitudes básicas (y opuestas) que pueden ser adoptadas por parte del profesor; las llamaremos: neutralidad y beligerancia. Seguidamente, reseñaremos de forma muy rápida los principales argumentos a favor y en contra de ambas posiciones. Sostendremos que la pregunta sobre si el profesor ha de actuar neutralmente o debe hacerlo beligerantemente no puede tener una respuesta unilateral. Es decir, creemos que, unas veces, deberá ser inequívocamente beligerante, y otras, deberá adoptar una postura lo más neutral posible. Planteadas así las cosas, intentaremos elucidar a continuación de qué depende que se deba actuar de una forma u otra. Concretamente, creemos que depende de: 1. Los valores que entren en juego. Por ejemplo, ante cierta clase de valores el profesor deberá ser claramente beligerante. 2. Los objetivos que se persigan. Plantearemos de forma muy esquemática un marco teleológico que sirva para orientar la acción del profesor. 3. La clase de neutralidad o beligerancia que se ejerza. Hay determinadas formas que ambas pueden adoptar, que, de entrada, serían ética o pedagógicamente rechazables. 4. Factores relativos a la situación concreta en la que ejerza el profesor. Estos factores se refieren a la propia cuestión controvertida de que se trate, a características especificas tanto del profesor como de los alumnos, a la peculiaridad de la relación que establezcan entre ambos, y a ciertas condiciones contextúales. 2. NEUTRALIDAD Y BELIGERANCIA Como acabamos de decir, ante los conflictos de valores o las cuestiones socialmente controvertidas, el profesor, en términos muy generales, puede adoptar dos posiciones: la neutralidad y la beligerancia. El diccionario de Casares dice del término «neutral» lo siguiente: «Que no es ni de uno ni de otro; que no se inclina a un lado ni a otro.» Sin apartarnos básicamente de esta noción de diccionario, entenderemos que asume una postura de neutralidad «aquella instancia que ante un conjunto de opciones existentes respectó de un objeto determinado, no apoya a una (o a unas) de ellas por encima de las demás>>. La postura contraria u opuesta a la neutralidad la designamos aquí mediante el término «beligerancia», que es uno de sus posibles antónimos, junto con «partidismo», «parcialidad», «sectarismo», «tendenciosidad», etc. En el contexto de las discusiones pedagógicas aparecen también como contrapuestos a «neutralidad» conceptos como «adoctrinamiento», «manipulación», «propaganda», «proselitismo», etcétera. Dado que todos estos términos casi siempre vienen connotados peyorativamente, hemos optado por elegir la palabra «beligerancia» que, en el lenguaje educativo, está menos viciada por el uso y resulta valorativamente más aséptica. Así pues, entenderemos que es beligerante «aquella instancia que, ante un conjunto de opciones existentes respecto de un objeto determinado, apoya a una (o a unas) de ellas por encima de las demás» Después de estas caracterizaciones generales se impone todavía un par de puntualizaciones que eviten ciertos malentendidos bastante corrientes. a) Neutralidad y beligerancia no son tanto maneras genéricas de ser o de pensar cuanto maneras de actuar en 97 LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA determinadas situaciones. Asumir una postura de neutralidad o de beligerancia no se refiere necesariamente al hecho de tener o no preferencias personales frente al objeto de que se trate, sino al hecho de manifestarlas o no, y de actuar o no en función de tales preferencias en el contexto de la actividad escolar. Está claro que la opción por la neutralidad quedaría tácitamente desprestigiada si se presupusiera que quien asume tal opción frente a un determinado objeto hubiera de ser indiferente respecto a él: sólo podrían actuar neutralmente presuntos educadores axiológica o ideológicamente indiferentes, irreflexivos y asépticos, y tal no parece ser un perfil muy recomendable de educador. La neutralidad es un procedimiento, una estrategia y no un atributo de la persona. b) Neutralidad no es necesariamente igual a inactividad, inhibición, no intervención, abstención, etc. El sentido en el que se usa aquí la palabra «neutralidad» no es el que le daría un significado antagónico a actividad. Quien asume una postura de neutralidad puede intervenir y, además, hacerlo de forma muy activa en ciertos aspectos; lo que ocurre es que interviene sobre la forma, sobre el procedimiento de la discusión y, si lo hace sobre el contenido, omite juicios de valor sobre las opciones enfrentadas. La distinción entre neutralidad pasiva y activa aclara esta cuestión. La primera consiste en obviar el tratamiento en clase de las cuestiones controvertidas; la segunda, en introducir la discusión sobre las mismas, pero manteniendo el profesor una posición neutral. 3. LA DISCUSIÓN EN TORNO A LA NEUTRALIDAD Y LA BELIGERANCIA Puesto que, como hemos anunciado, lo que se defiende aquí es que la neutralidad y la beligerancia no debieran tomarse como posturas incompatibles en el marco general de la intervención educativa, es necesario demostrar previamente que ambas son lógica y prácticamente posibles y que ninguna de ellas es en principio y genéricamente indeseable. Si bien no se ha discutido la posibilidad de la beligerancia, sí que en la polémica a menudo se ha pretendido desacreditar la neutralidad aduciendo que constituye una aspiración irrealizable. Es decir, plantearse si el educador debe o no ser neutral sería una cuestión sin 98 sentido, puesto que no existiría la posibilidad lógica o práctica de actuar neutralmente. Habría, pues, en primer lugar, una supuesta imposibilidad lógica de la neutralidad en la educación. Por decirlo así, el maestro no puede ser neutral de la misma manera que, por ejemplo, un círculo no puede ser cuadrado. Pero, aun cuando no hubiera incompatibilidad lógica entre la tarea del docente y la pretensión de neutralidad, según algunos planteamientos, ésta seguiría siendo una aspiración imposible, puesto que en la realidad no sería practicable. Esta supuesta imposibilidad práctica de la neutralidad tiene, a su vez, varias subespecies. En el supuesto de que, a pesar de todo, la neutralidad sea una opción posible, habrá que demostrar seguidamente que además no es genéricamente una postura indeseable. En contra de la deseabilidad de la conducta neutral del profesor se han aducido diversas razones cuyos límites también se pueden poner en evidencia.. Y, finalmente, también hay que salir al paso de ciertos posicionamientos que han pretendido negar la legitimidad de cualquier forma de beligerancia en la escuela. En definitiva, como hemos dicho antes, se trata de mostrar que ni la neutralidad ni la beligerancia son opciones globalmente rechazables; que no existen razones (ni lógicas, ni prácticas, ni éticas, ni pedagógicas) que invaliden definitivamente ninguna de estas dos formas de afrontar el problema de la función del agente educativo en la adquisición de valores por parte del educando. Es imposible reducir a pocas páginas una presentación pertinente de los argumentos y contraargumenlos esgrimidos en la polémica. Se trata de una discusión repleta de matices y de recovecos discursivos. Por tanto, desvestirla de todo ello es casi reducirla a lo banal. De todos modos, casi no podemos otra cosa en este apretado capítulo que ofrecer esquemáticamente las principales razones a favor y en contra de la neutralidad y la beligerancia. LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA NEUTRALIDAD EN EDUCACIÓN ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA BELIGERANCIA EN EDUCACIÓN 1. Sobre la supuesta imposibilidad lógica de la neutralidad. 1. Lo controvertido debe ser ajeno a la escuela. 2. Sobre lo supuesta imposibilidad práctica de la neutralidad. 2. Argumentos procedentes de naturalismos y antiautoriarismos. 3. Sobre la supuesta indeseabilidad de la neutralidad. 4. VALORES COMPARTIDOS Y VALORES NO COMPARTIDOS La decisión sobre la actitud del profesor no puede ser independiente del tipo de valores que, en cada caso, entren en juego. No es lo mismo, por ejemplo, plantearse si el profesor o la institución escolar deben ser neutrales o beligerantes frente a los derechos humanos que frente a los programas de los distintos partidos políticos ante unas elecciones. No hacer ningún tipo de discriminación en cuanto a los objetos ante los que se plantea la neutralidad y la beligerancia conduce, frecuentemente, a generalizar indebidamente normas de actuación. Por tanto, para poder establecer algún tipo de orientación normativa en torno a la conducta pertinente (neutral o beligerante) del profesor es preciso definir algún criterio de 99 LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA demarcación sobre los valores que en cada caso estén en conflicto. Concretamente, vamos a proponer una suerte de clasificación de valores muy sencilla, que inevitablemente deberá pecar de un cierto formalismo y que. sin duda, planteará múltiples derivaciones axiológicas en las que no nos será posible entrar a fondo. Todo lo que diremos estará relacionado con muchos de los problemas clásicos de ¡a axiología (el propio concepto de valor, la fundamentación de los valores, su jerarquización, etc.), pero nuestra intención aquí no es desarrollar estos problemas, sino simplemente proponer una mínima convención que permita proseguir en la tarea de ofrecer algunas orientaciones normativas. La propuesta aludida consiste en distinguir tres clases de valores. En primer lugar, unos valores A, que convencional mente llamaremos compartidos, y que comprenderían todos aquellos valores que, en el contexto social que se considere (sociedad, nación, comunidad...), son aceptados de forma generalizada como deseables. En segundo lugar, habría unos valores B, que serían valores no compartidos y contradictorios con los valores A; es decir, aquellos valores que no sólo no gozan de una aceptación generalizada, sino que además son ampliamente percibidos en el contexto social como antagónicos a los anteriores: en realidad, serían, pues, contravalores. Finalmente, habría unos valores C, que tampoco serían compartidos, pero que, en cambio, no son percibidos de forma generalizada como contradictorios con los valores A; es decir, valores que, aunque no son extensamente compartidos, se considera legítimo que individuos o grupos los puedan tener como propios. Seguidamente intentaremos precisar más estos conceptos. No obstante, nos interesa explicitar que somos plenamente conscientes de que, en principio, esta propuesta se podría inscribir en el marco de un cierto relativismo axiológico. De un relativismo, en todo caso, no subjetivista o individualista, sino social. Sin embargo, se trataría de un relativismo social con ciertos límites importantes. Límites que 100 provienen del propio criterio apuntado que, en cierto modo, es un criterio consensúal. Es decir, los valores A no serían exactamente los valores dominantes en cualquier tipo de sociedad, sino los valores ante los cuales existe un consenso generalizado al que sólo es posible llegar en un marco social que reconozca y proteja las libertades básicas. Por tanto, el relativismo sociológico en el que aparentemente se sitúa la clasificación propuesta parte de un principio que no se afirma como relativo: el principio de que, dado que. por definición, el consenso no puede imponerse, éste sólo puede tener lugar en una sociedad realmente democrática. Aunque hemos dicho que la clasificación propuesta tiene un carácter básicamente formal —y, por tanto, no sería metodológicamente necesario llenar de contenidos específicos las categorías apuntadas—, es conveniente precisar un poco más a qué nos queremos referir cuando hablamos de valores compartidos y no compartidos. Para ello, apuntaremos algunas posibilidades para llenar de contenido estas categorías. Sin ánimo de ser exhaustivos, para los valores compartidos se podría apelar, por ejemplo, a tres referencias posibles. En primer lugar, se pueden tomar como valores compartidos conceptos generales, como justicia, libertad, verdad, felicidad, belleza, etc. Todo el mundo está de acuerdo en que la justicia es preferible a la injusticia, la verdad a la mentira, etc. Sin embargo, como es obvio, decir esto y nada es prácticamente lo mismo, puesto que existen diferentes concepciones sobre lo que sean la justicia, la libertad, etc., y además existen también diferentes maneras de jerarquizar tales valores. En todo caso, para que la referencia a dichos valores fuese realmente operativa, éstos deberían llenarse de contenido a partir de teorías a las que pudiera llegarse por (o ser objeto de) consenso social. En segundo lugar, para llenar de contenido lo que llamamos valores compartidos se pueden tomar como referencia las grandes declaraciones de principios o de derechos sobre los que parece existir un acuerdo generalizado en el ámbito de su incidencia respectiva. La Declaración universal de los derechos humanos (y otros textos derivados de ella) y los grandes principios de las constituciones de los estados democráticos podrían ser ejemplos de fuentes posibles para definir el contenido de los valores que llamamos compartidos. LA EDUCACIÓN MORAL EN PRIMARIA Y EN SECUNDARIA En tercer lugar, podría considerarse que los valores compartidos en una sociedad democrática son únicamente los propios de la democracia; o, aun de forma más restringida, lo que podríamos llamar las reglas de juego del sistema democrático. O sea, la tolerancia, el respeto al pluralismo, la participación responsable, la renuncia al ejercicio de la violencia para extender las propias ideas, etc. En cualquier caso, se llene como se llene esta categoría de los valores compartidos, parece que es perfectamente defendible la existencia —o, al menos, la deseabilidad— de unos valores que puedan ser responsablemente aceptados de forma amplia por una comunidad que, en muchos otros aspectos, es ideológicamente plural y diversa. Por lo que se refiere a los valores no compartidos, como hemos indicado más arriba, éstos podrían ser de dos clases. En primer lugar, los que entran en contradicción con los compartidos y que, por tanto serian percibidos no como valores, sino como contravalores (valores B); si vale un juego de palabras, se trata de valores no consensuados, pero consensuadamente rechazados. En una sociedad democrática que afirma la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, son contravalores los que, por ejemplo, servirían de justificación del racismo. En segundo lugar, serían también valores no compartidos aquellos que, aun no participando de un consenso generalizado, se acepta de forma amplia la legitimidad de que puedan ser asumidos y defendidos por personas o grupos sociales (valores C). Estos valores no son antagónicos con los compartidos, pero pueden entrar en contradicción con oíros valores que pertenezcan a su mismo grupo. Por decirlo así, existe consenso sobre su legitimidad, pero no sobre su universalidad. Se incluirían en esta categoría, por ejemplo, aquellos valores que claramente pertenecen al ámbito de lo privado; pongamos por caso, la castidad o el celibato. Se puede discutir si la castidad es o no una virtud, si la obligación del celibato para el clero es teológicamente justificable o si es psicológicamente conveniente, etc., pero no se discute la legitimidad de que alguien pueda libremente optar por esta forma de vida. etc., que aceptan las reglas de juego democrático. Hay controversia sobre el partido al que es mejor votar, sobre la calidad de una obra de arte, sobre una orientación moral dictada por la Iglesia, pero, en general, se admite que cada cual pueda sostener, defender y practicar posiciones distintas ante estos temas. 5. OBJETIVOS EN RELACIÓN CON LOS VALORES Establecidas las anteriores clases de valores y el tipo de cuestiones ante los que se plantea el problema de la neutralidad y la beligerancia, para diseñar un modelo que oriente la acción de los profesores es necesario definir las metas que deberían perseguirse. Así pues, en este punto es ya inevitable explicitar una posición teleológica determinada. En relación con aquellos tipos de valores, parece que en el marco de una sociedad pluralista y democrática los objetivos que la escuela debería asumir — naturalmente, junto con otras instituciones — podrían formularse, en términos muy genéricos, en los siguientes términos. 1. Que el educando conozca y asuma los valores compartidos (A). 2. Que el educando conozca y rechace los contravalores (B). 3. Que el educando conozca los valores socialmente controvertidos y pueda optar autónomamente en relación con ellos. Estos objetivos, utilizando los conceptos que venimos manejando, podrían ser traducidos de la siguiente forma: 1. Por lo que se refiere a los valores A, la educación debe ser beligerantemente positiva. En general, pertenecen a la clase de valores controvertidos todos aquellos que están en la base de la especificidad diferencial de las distintas confesiones religiosas, concepciones éticas, corrientes estéticas, opciones políticas, 101 YO NO SOY ESO... QUE TÚ TE IMAGINAS YO NO SOY ESO... QUE TÚ TE IMAGINAS ¿Quiénes son, o van a ser, los alumnos de la Educación Secundaria Obligatoria? Sabemos de ellos, claro está, que tendrán entre 12 y 16 años, que vendrán de la Educación Primaria y que no podrán abandonar la institución escolar hasta cumplir la edad reglamentaria. Resulta elemental, también, que serán los que antes habrían estado los dos últimos cursos de la EGB; los que habían ido a parar al Bachillerato, más los de formación profesional, más los que habrían desertado, de manera que cada docente podrá hacer sus cálculos en función de su propia procedencia. Como ya Demócrito advirtió que todo fluye y el río nunca es el mismo, podemos añadir que, además de ser distintos para cada profesor o cada centro, también lo serán en conjunto: todos habrán visto más televisión, serán tal vez más X y más grunge, una proporción creciente procederá de familias más cultas y habrá jugado en Internet, etcétera. De manera general, en esta etapa, como en cualquier otra, la escuela deberá afrontar un mundo más rápidamente cambiante y más diverso. Más cambiante en sí mismo, porque los cambios sociales no son ya seculares, ni siquiera intergeneracionales, sino intrageneracionales. Más diverso en sí mismo, porque así lo dictan la división nacional e internacional del trabajo, las migraciones, la multiplicación de los mercados, la explosión de las comunicaciones, etcétera. Más cambiante que la escuela, porque sus mecanismos de adaptación, fundamentalmente el mercado, son más ágiles que los de ésta, básicamente burocráticos. Más diverso que la escuela, porque el conjunto de las ocupaciones adultas es necesariamente mucho más heterogéneo que cualquiera de ellas, y en particular más que la docencia. En una sociedad fundamentalmente estática, como lo han sido en general las sociedades preindustriales, cada nueva generación nace, crece y muere en un mundo básicamente similar al de las anteriores, de manera que puede ser fácilmente introducida por ellas. En tiempos todavía recientes, esto dejó de ser así, y las generaciones han debido incorporarse al mundo que sus mayores crearon, pero no llegaron a dominar. Hoy en día ni siquiera puede decirse que cada generación vaya a vivir en un mundo distinto, sino más bien que crecerá en uno, vivirá en otro y envejecerá y morirá en otro, o tal vez 102 más, pero en todo caso los suficientes para plantear a la institución escolar un nuevo desafío: el de preparar a cada nueva generación para incorporarse a un mundo distinto del de sus mayores y para encontrar y mantener su lugar en un mundo en constante mutación. Hay una diferencia sustancial entre el papel de la escuela ayer y hoy: en el comienzo de la industrialización, la democratización la secularización, la modernización y otros cambios que han dado lugar a la sociedad actual, la institución representaba en todos los sentidos el polo de la modernidad frente a la tradición, lo nuevo frente a lo viejo, mientras que hoy día, en el mejor de los casos, encuentra concurrencia en ese papel y, en el peor, es posible que haya quedado rezagada en la tradición. En una sociedad fundamentalmente homogénea como la preindustrial, constituida por pequeñas comunidades locales inconexas y cerradas sobre sí mismas, la institución escolar representó la apertura al mundo exterior, la cultura nacional e incluso cosmopolita, el universalismo igualitario. En una sociedad inserta en una economía mundializada, globalizada, integrada en redes universales de comunicaciones, diversificada por el efecto de la multiplicación centrífuga de las oportunidades económicas, sociales y culturales y por la atracción centrípeta ejercida sobre individuos y grupos de otras culturas; es decir, por las migraciones, el universalismo no puede reducirse ya a la fórmula de café para todos, y la institución escolar puede llegar a mostrarse particularmente incapaz a la hora de respetar la diversidad y responder a la inabarcable variedad de las necesidades. LAS ACTITUDES ANTE LA ESCUELA El alumno de la Educación Secundaria Obligatoria no es todavía un adulto pero tampoco es ya un niño. Quizá más que en ninguna otra edad su presente puede considerarse como la intersección de su pasado y su futuro. Su pasado está ya sedimentado en forma de identidad cultural, mientras que su futuro se encuentra ya presente como proyecto de vida. El primero dicta en gran medida su relación con la escuela en términos expresivos; el segundo lo hace en términos instrumentales. Tales relaciones pueden ser de proximidad, armónicas, acumulativas, o de lejanía, conflictivas, contradictorias. La actitud de YO NO SOY ESO... QUE TÚ TE IMAGINAS cada alumno individual sólo puede ser determinada y explicada de manera individual, pero si nos desplazamos al ámbito de los grandes números y de los tipos sociales podemos hipotetizar una lógica individual y colectiva tras la enorme casuística de los comportamientos individuales, y relacionarla con las grandes divisorias sociales, por un lado, y con el proceso de transición a la vida adulta, por otro; es decir, con la diversidad y con el cambio sociales. La relación apriorística del alumno con la escuela puede resumirse en una mayor o menor identificación expresiva e instrumental. La identificación expresiva será más elevada cuanto mayor sea la similitud entre la subcultura escolar y la subcultura de origen del alumno; es decir, cuanto más se asemejen el lenguaje, la visión del mundo, los valores, las conductas aceptadas y rechazadas, etcétera, en el medio escolar y en su particular medio familiar y social más próximo, y viceversa. La identificación instrumental será más elevada cuanto más comparta el alumno la idea de que el acceso y la permanencia en la institución escolar, así como la aquiescencia ante sus exigencias, son necesarios para el logro de diversos objetivos individuales de carácter social, en particular una posición ventajosa en la estructura ocupacional, pero también en el mercado matrimonial, en el intercambio simbólico del prestigio y en otras redes sociales difusas, y viceversa. Dicho de forma más simple: identificarse expresivamente con la escuela es aceptarla como un fin en sí mismo, estar a gusto en ella; identificarse instrumentalmente es esperar algo a cambio, considerarla un medio necesario para otros fines. No cabe duda de que los distintos grados de identificación expresiva e instrumental tienen que ver con la procedencia de clase de los alumnos y cristalizan en combinaciones que dan lugar a estrategias y actitudes distintas. El cuadro I presenta las variantes de forma resumida y gráfica. Se trata, por supuesto, de una simplificación a cuyos tipos extremos o polares probablemente correspondan pocos casos (quizá no tan pocos), pero que permite comprender la casuística intermedia como un conjunto de combinaciones individuales de unas dimensiones conceptualmente claras. Después de todo, conocer es siempre simplificar. A la actitud que combina el máximo grado de identificación expresiva e instrumental la llamaré adhesión; a la que presenta el mínimo en ambos terrenos, rechazo; a la combinación de una alta identificación expresiva y una baja identificación instrumental, disociación; y a la mezcla de una baja identificación expresiva con una alta identificación instrumental, acomodación. Las dos primeras categorías son más sencillas, sobre todo si las concebimos en términos de clase: alumnos, por ejemplo, de clase media que se sienten en la escuela como pez en el agua y que saben o creen saber que necesitan de ella para asegurar o mejorar su futuro (adhesión); y alumnos de clase obrera que se encuentran en la institución como un pulpo en un garaje y que no creen en la promesa de movilidad que les presenta, o al menos no en que los posibles beneficios compensen de los seguros costes. Las otras dos categorías quizá requieran alguna explicación más: la acomodación puede ser una estrategia típica en alumnos de clase obrera que no se sienten especialmente confortables en la escuela, pero ven en ella un oportunidad de escapar a su medio social de origen (los becarios, para entendernos); la disociación puede serlo de alumnos de clase media que no pueden dejar de identificarse expresivamente con una cultura que es la suya, pero no comparten la lógica instrumental que debería ligarlos a la institución, por ejemplo si no creen que las presuntas oportunidades de mañana compensen los esfuerzos o la disciplina de hoy. No puedo detenerme a tratar en detalle las diferencias entre estas estrategias o actitudes, pero el cuadro I incluye también algunas de las observaciones que considero más pertinentes. Así, por ejemplo, las actitudes pro-escuela, como se indica en la base de la tercera columna, se nutren tanto de los alumnos de clase media que quieren mantenerse en su clase como de los de clase obrera que desean abandonar la suya; por el contrario, las actitudes anti-escuela, como se 103 YO NO SOY ESO... QUE TÚ TE IMAGINAS señala en la base de la cuarta columna, lo hacen en sentido inverso, tanto de los alumnos de clase obrera que optan por mantenerse en su clase como de los de clase media que no prefieren mantenerse en la suya. En la diagonal NOSE [Noroeste-Sureste] los alumnos adoptan estrategias individuales favorecidas por su pertenencia de clase, coherentes con su subcultura social, que se convierten así fácilmente en grupal es: el grupo de pares de clase media en el que el logro escolar es un factor de prestigio y el grupo de pares de clase obrera en el que lo es el rechazo de las exigencias de la institución; esto probablemente facilita su adopción. En la diagonal NESO [No-reste-Suroeste] las estrategias, que rompen con algún mecanismo de la reproducción de clase, sólo pueden ser individuales, sin apoyatura en el grupo, en oposición a su subcultura social, tanto si se trata de la traición del becario que huye de su clase como si de la oveja negra que puede presentarse en las mejores familias, posiblemente, esto las haga personalmente más costosas. GÉNERO Y ETNIA ANTE LA ESCUELA La clase social, por muy compleja que llegue a ser en sí misma, no es sino una de las líneas de división y articulación de nuestras sociedades. Otras que resulta imprescindible considerar aquí son, sin duda, el género y la etnia. Para simplificar, daremos por sentados y por homogéneos los efectos de clase en ambos casos, los de la etnia en el análisis de los de género, y los de género en el análisis de los étnicos; es decir, consideremos cada elemento por separado. El cuadro 2 muestra sintéticamente las previsibles diferencias en las actitudes y estrategias de las mujeres por comparación con las de los varones. A primera vista, la identificación tanto expresiva como instrumental, al menos dentro de una misma clase social y de un mismo grupo étnico, debería ser menor para las mujeres que para los varones. La identificación instrumental porque es menos probable que trabajen fuera de la esfera doméstica, porque son menos economicistas, 104 etcétera; y la identificación expresiva porque las mujeres han sido incorporadas a una escuela que es la escuela de los hombres, organizada a la medida de los hombres, con un curriculum que expresa particularmente su perspectiva, etcétera. Es lo que se refleja en la fila tercera (contando los encabezamientos) del cuadro 2. No obstante, las mujeres, como es bien sabido, obtienen mejores resultados que los hombres según todos los indicadores escolares: acceso, promoción, permanencia, calificaciones, etcétera. Una posibilidad de explicar esto sin salir del ámbito de las actitudes y las estrategias ante la institución escolar es distinguir entre una identificación intrínseca y otra comparativa, o bien pasiva y activa. Las diferencias en el grado de identificación antes planteadas probablemente fueran una buena explicación cuando las mujeres estaban acostumbradas y dispuestas a ser tratadas de manera fundamentalmente distinta que los hombres en todos los ámbitos, y en particular a ser excluidas de la esfera extradoméstica. Si las mujeres sólo mirasen hacia la escuela, efectivamente, habrían de sentirse menos identificadas con ella en términos expresivos que los hombres. Sin embargo, si miran simultáneamente hacia la escuela, la familia y el trabajo, que no sólo son los grandes ámbitos sociales en que pueden desenvolver su vida, sino que, desde las edades correspondientes a la ESO, pueden contemplarse ya como opciones que pronto resultarán igualmente practicables, verán con facilidad que la escuela es, con mucho la más igualitaria de las tres. Dicho de otro modo, la experiencia escolar resulta más gratificante que la familiar o laboral, ya que devuelve una imagen de sí más favorable en una sociedad sexista (machista) y, por consiguiente, resulta más deseable en términos expresivos. Por otra parte, si proyectan incorporarse al mercado de trabajo, probablemente se vuelvan pronto conscientes de que un mismo título escolar es menos rentable para una mujer que para un hombre, o de que el acceso a un mismo empleo requiere normalmente más título a una mujer que a un varón, de modo que la desventaja específicamente asociada al género necesita ser compensada a través de las ventajas asociadas al título, lo que significa que los motivos instrumentales a favor de la escuela aumentan, así como que ésta ocupa un lugar más importante entre las palancas de que valerse en la vida económica adulta. En otras palabras, las mujeres necesitan, y saben que YO NO SOY ESO... QUE TÚ TE IMAGINAS necesitan, más estudios o más diplomas para llegar al mismo sitio que los hombres. Finalmente, las diferencias étnicas pueden dar lugar también a distintas combinaciones de actitudes ante la educación, tal como se presenta de modo esquemático en el cuadro 3. Si la subcultura escolar es, previsiblemente, la subcultura del grupo étnico mayoritario y/o dominante, cualquier grupo étnico minoritario y/o dominado se encontrará frente a ella en algún lugar entre dos posiciones polares: aculturado, sin una cultura propia; o diferenciado, con ella. Esto afectará a su identificación o falta de identificación con la escuela en términos expresivos. Por otra parte, en términos económicos, el grupo minoritario y/o dominado podrá aspirar y ser aceptado en la concurrencia por oportunidades similares a las del grupo mayoritario y/o dominante, o sea incorporarse, o bien ser relegado y aspirar a oportunidades distintas y paralelas, no conmensurables; o sea a una relación segmentaria. Esto afectará a su identificación o falta de identificación con la escuela en términos instrumentales. Advirtiendo de antemano que no pretendo imponer, ni tan siquiera sugerir, ninguna nueva terminología en un campo ya tan sobrado de ellas, creo que pueden y deben distinguirse, al menos, las siguientes situaciones. En primer lugar, el grupo puede poseer una cultura propia suficientemente diferenciada como para no identificarse con la escolar y, al mismo tiempo, no pretender el acceso a las mismas oportunidades económicas que la etnia dominante, sino buscar un nicho separado (que tal estrategia sea espontánea o inducida por la actitud del grupo mayoritario importa mucho a otros efectos, pero no aquí), presentando así una identificación mínima tanto en el ámbito expresivo como en el instrumental; creo que el ejemplo perfecto de este caso son los gitanos, con su inversión casi sistemática de buena parte de los valores poyos y su opción por una economía semimercantil (especializada en algunos bienes y servicios especializados y, a menudo, marginales) y semiautosuficiente (de subsistencia); pero también podrían serlo otras minorías instaladas en lo que los antropólogos suelen llamar pluralismo estructural segundo lugar, el grupo puede poseer su propia cultura diferenciada, pero tratar de incorporarse plenamente (sin otra limitación que el conflicto ético esporádico) a las oportunidades económicas del modo de producción dominante, combinando una baja identificación expresiva con una alta identificación instrumental; éste sería, con toda probabilidad, el caso de los judíos en la historia europea más reciente, particularmente en la economía urbana. En tercer lugar, el grupo puede no poseer o haber perdido cualquier cultura propia y ser relegado, tal vez aceptándolo (aunque sea como subjetivación de las posibilidades objetivas), a una posición subordinada en la economía, combinando entonces una elevada identificación expresiva con una escasa identificación instrumental; éste podría ser o haber sido hasta no hace mucho, al menos mayoritariamente, el caso de los afroamericanos en los Estados Unidos o el Brasil. Finalmente, el grupo puede no poseer una cultura propia y al mismo tiempo ser aceptado y/o aspirar intensamente a su cuota de oportunidades económicas, identificándose así con la escuela tanto en el terreno expresivo como en el instrumental; éste podría ser el caso de los latinoamericanos (quizá debiera añadir caucásicos) en España o el de las etnias de origen europeo en los Estados Unidos. Huelga señalar el paralelismo (limitado) entre estas cuatro actitudes y las que, respectivamente, se distinguieron al hablar de la influencia de la clase social: rechazo, acomodación, disociación y adhesión. Por otra parte, debe hacerse notar que altas dosis de la presencia o ausencia de identificación en un sentido pueden eclipsar bajas dosis de su ausencia o presencia en otro, así como que cualquiera de las dimensiones de identificación puede descomponerse en subdimensiones en las que las relaciones presenten un sentido contrario (la tradición de disciplina, y la tradición y la vocación empresariales de los asiáticos en los Estados Unidos o los indios en Europa y África, por ejemplo, podrían compensar sobradamente el abismo entre su cultura sustantiva y la de la escuela). Sin embargo, lo dicho puede ser suficiente para adelantar sin temor a errar, por ejemplo, que los inmigrantes de la segunda generación sobrepasarán fácilmente a los gitanos en su integración y sus logros escolares. 105 CUANDO TODA LA ADOLESCENCIA HA DE CABER EN LA ESCUELA CUANDO TODA LA ADOLESCENCIA HA DE CABER EN LA ESCUELA Cae la tarde del viernes en un barrio cualquiera de la periferia de las grandes ciudades, en el rincón de alguna plaza un grupo de adolescentes habla, grita, ríe desproporcionadamente; algunos metros más allá tres o cuatro más hacen quizá lo mismo, pero con una litrona entre las manos. No lejos, bastante bollicaos comienzan su aprendizaje discotequero en la sesión de tarde, mientras hacen valer sus 16 años, reales o ficticios, para poder darle a la birra. Muchos otros pasean sus incipientes amores con el entusiasmo de quien descubre cada día la vida. Entre chupas de cuero, pantalones pitillo, minifaldas y rímel de reclamo, todavía hay quien arrastra la carpeta o la cartera. Hace pocas horas que muchos de ellos estaban en un aula. El lunes, si la ESO ya está implantada en su territorio, dos habrán de encontrarse con algún profe; toda su pluriforme y atractiva existencia estará en una escuela. Situado ante un panorama así, el profesorado, el colectivo de educadores y educadoras, parece reaccionar con desconcierto, preocupación -a veces casi medio-, creatividad y propuestas de cambio, redefinición de su papel y de sus relaciones... Hay de todo. Algunos piensan que tendrán que aguantar alumnos problemáticos que mejor estarían en la calle. Otros, simplemente, que se les va a pedir que asuman demasiados problemas. También hay quien tan sólo ve nuevos retos para su planteamiento educativo a partir de la diversidad. ¿Qué pasa cuando toda la adolescencia de un territorio ha de caber en la escuela? Aunque con brevedad, vayamos por partes. UN PRODUCTO EN CONTINUA RENOVACIÓN Comencemos por considerar, como educadores de la Secundaria Obligatoria, qué tendremos en las manos, no sin recordar antes que tan sólo abordando adecuada y flexiblemente la normalidad podemos atender la dificultad. Y, también, que no es desde el planteamiento de cómo atender al alumno diferente o atípico, sino desde el grupo-clase como diversidad compleja de la cual partir, como podemos pensar una actuación educativa coherente. En primer lugar, vamos a tener entre manos unos personajes definidos por dos grandes 106 tipos de variables. Por un lado, son un producto social e histórico concreto. Por otro, sujetos que viven en una etapa diferente y diferenciable de su vida. Son de aquí y de ahora. Se explican, se entienden, por el barrio en el que están, por sus calles, por los rincones o los bares donde los acogen. Siempre hay una película, una canción, un lenguaje o un atuendo nuevo. Para comprenderlos hay que conocer las culturas que recrean y ponen de moda, los estilos de vida, las reacciones de sus vecinos adultos, los grupos (las tribus) de jóvenes en los que aspiran incorporarse. La consideración de lo que son como sujetos evolutivos ya se hace en otros artículos de este número. Recordaré tan sólo que la lógica de un sistema educativo organizado por ciclos responde al principio de que un ciclo educativo se estructura teniendo en cuenta las características del periodo evolutivo. Además, quisiera recordar que sólo vamos a conseguir entendernos con los alumnos y alumnas adolescentes si previamente partimos de una lectura acogedora en clave evolutiva. Como norma general, podemos afirmar que lo que hacen y cómo lo hacen tiene siempre una lectura, una explicación primera en función de su condición evolutiva. Todos y todas son primero que todo adolescentes. Después, en todo caso, entran en juego problemas y dificultades sociales y personales. ESTUDIANTES A CONTRAPELO, ENCANTADOS DE ESTAR EN LA ESCUELA En segundo lugar, resulta que estos personajes adolescentes son diversos. Hay muchas adolescencias y no una sola. Algunas, incluso enfrentadas, opuestas. La diversidad adolescente, además, se ha construido sobre diferencias acumuladas. Diferencias personales, familiares, sociales, escolares, acumuladas a lo largo de las etapas infantiles y, a menudo, transformadas en dificultad y conflicto. No comienzan ahora ni la escuela ni la vida. Leen su presente y el futuro con lastres personales que han de ser arrojados. Como etapas con grandes transformaciones, acompañadas de inestabilidad, provisionalidad y desequilibrio permanentes, es en los personajes con una historia personal de dificultades donde presenta su mayor aparatosidad. Con facilidad nos hace creer que tenemos delante sujetos hiperproblemáticos por los que nada podemos hacer. CUANDO TODA LA ADOLESCENCIA HA DE CABER EN LA ESCUELA Como tercera gran característica condicionadora del colectivo ha de señalarse que estarán obligados a estar en la escuela, pero no obligados a estudiar. Mejor dicho: no estarán obligados a ser todos como el modelo de estudiante aplicado y formal, centrado en la escuela, que conservamos en nuestro inconsciente de profesores. El decreto social de la escolarización obligatoria hasta los 1 6 años no elimina que una buena parte de ellos y ellas sean estudiantes a contrapelo de sus deseos y vivencias. Pero, también, esas contradicciones no los convierten por definición en enemigos de la escuela y de sus profesores y profesoras. Una investigación sobre el éxito y el fracaso escolar que acaba de publicarse señala, al analizar las diferentes tipologías de estudiantes al final de BUP, que 4 1 % puede ser considerado como "estudiantes resignados o poco estudiantes". Pero el mismo trabajo señala que algunas cualidades de determinados centros escolares son las que permiten -a unos más que a otrosgestionar adecuadamente esa disintonía. Complementariamente, hemos de señalar un cuarto factor descriptivo: están en casa y en la escuela, pero son afamiliares y aescolares. Sin poder entrar ahora en su profundización, resumiré esta característica señalando que, aunque estén la mayor parte de su tiempo entre nosotros la mayoría de los estímulos y de las informaciones significativas les vienen de fuera. Su vida en tiempo está en la escuela, su vida en intensidad está fuera. Finalmente, faltaría por recordar que esa pluriformidad de adolescentes que volverán el lunes a las aulas son poco tolerados, son vividos como conflicto por la sociedad adulta. Como reiteradamente he señalado en otros textos, hay que hablar de los adolescentes como socio/mente problemáticos, antes de hablar de aquellos que tienen problemas sociales. Junto a la necesidad ineludible de oposición y conflicto con los mayores que tienen los adolescentes, se da hoy una tendencia entre muchos adultos -incluidos los profesores y profesoras- a considerar conflicto y problema casi todo lo que hacen los adolescentes, a mirarlos siempre bajo prismas problematizadores. Desde la perspectiva de la escuela, es importante no comenzar por buscar y etiquetar a los que suponemos que son conflictivos sociales. El orden para la lectura de los alumnos ha de ser, primero, por su condición de adolescente; después, por la consideración de su posible historia de dificultades; finalmente, por la expresión de conflicto social, si es que existe. Incluso el adolescente marginal es adolescente y gran parte de su conducta es explicable por esa condición. Luego, en todo caso, vendrá el pensar cómo hace la escuela para reducir su mayor proporción de desequilibrios, cómo se lo gana para no acrecentar su proceso de marginación, en gran parte construido en interrelación con la institución escolar en la que ya lleva al menos seis años. A PESAR DE TODO, EDUCADORES Esta somera descripción podría, sin embargo dejarnos en la perplejidad. Quisiera evitarlo a pesar del corsé de la brevedad-, dedicando las líneas que puedan resumir algunos elementos más de las relaciones de la escuela con los y las adolescentes. Aparte de saber cómo son, hemos de contar, en primer lugar, con que ellos y ellas nos necesitan (probablemente también a la inversa...). En la etapa de su vida en la que están, necesitan adultos cercanos y positivos. Su vida es ahora un proceso de transición, un caminar hacia la condición juvenil adulta que necesita a su lado mentores. Como cualquier adulto que se acerca a un adolescente, los profesores son educadores. Es decir: estimulan, frenan, complican o facilitan su proceso de maduración. Sirven de contraste, representan propuestas de vida, implican modelos, traspasan maneras de ser y de interesarse por el mundo en el que viven. En la interacción con los adultos que les rodean, se socializan, se incorporan progresivamente al entramado de la sociedad que les envuelve. Por otra parte, esa escuela, en la que decíamos que están con frecuencia a su pesar, ha pasado a ser claramente un territorio adolescente. A pesar de todo y de todos, es muy probable que se sientan mejor en la escuela que en la calle, que no tengan ningún interés en desaparecer de las aulas, de los pasillos y del patio. Han asumido ya que el instituto es un lugar en el que, a su edad, toca estar. De la interacción con los adultos que también están y de la organización y el funcionamiento de la institución, depende que ese territorio sea vivido como propio (apropiado por los adolescentes), en todo o en parte, o considerado incómodo y ajeno, simplemente como lugar para no estar a la intemperie, como espacio para practicar los conflictos con el mundo adulto. El hecho de que el núcleo de sus preocupaciones vitales no sea escolar, no quiere decir que no puedan 107 CUANDO TODA LA ADOLESCENCIA HA DE CABER EN LA ESCUELA considerar el territorio escolar espacio agradable de vida. como un UN ENCARGO COMPARTIDO También es cierto que tutores, profesores y profesoras no son los únicos adultos, ni las únicas personas, que están influyendo ahora en su vida. Al margen de toda la cuestión de la socialización entre iguales que no abordamos aquí, la ESO debe plantearse cómo definir, cómo tener en cuenta y, si es el caso, cómo coordinar o integrar otras influencias adultas, entre otras, habrá que definir y trabajar las relaciones con el círculo familiar, la interrelación con otros educadores en ámbitos no formales (desde los entrenadores a los animadores culturales), la relación con los educadores en medio abierto y los servicios sociales de atención primaria, etcétera. Señalaré, para acabar, que nadie debe pretender que la nueva Secundaria Obligatoria y sus agentes educativos resuelvan el conjunto de necesidades y dificultades de sus alumnos, pero también es cierto que nadie les da derecho a estropear de una manera importante su vida. Dejemos para otra ocasión el discutir si hemos de ser tutores, colegas, policías, padrinos o ángeles de la guarda. De momento digamos que no se puede pasar de ellos, que no estamos sólo para poner límites, que no es con nosotros con quien han de aprender lo dura que es la vida. 108 LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL CONSIDERACIONES GENERALES El ejercicio de la actividad de evaluar es una de las tareas más delicadas y complejas del profesorado. Cuando evaluamos ponemos en juego un conjunto de actitudes, predisposiciones e incluso prejuicios que conviene considerar con el mayor equilibrio posible. La complejidad no reside tanto en el establecimiento de unas notas numéricas (con el riego de etiquetar, con mayor o menor acierto, a cada uno de los alumnos y alumnas). La complejidad reside, en primer lugar, en el conjunto de factores personales, familiares, ambientales y del grupo-clase que inciden en el rendimiento escolar de cada alumno y, en segundo lugar, el conjunto de componentes personales y profesionales del profesorado que contribuyen a que su tarea evaluadora sea ajustada. Estas cuestiones son siempre importantes, pero lo son especialmente al evaluar aprendizajes de actitudes, valores y normas. Este bloque de contenidos, a diferencia de los aprendizajes de carácter informativo en sentido estricto y de los aprendizajes de procedimiento, que contemplan las diferentes áreas curriculares plantea cuestiones relevantes desde la perspectiva del ejercicio de la evaluación. Creemos que la evaluación debe ser motivadora y debe generar actitudes de superación y niveles progresivos de autoestima. La evaluación debe contribuir a que la persona conozca como alumno y alumna sus limitaciones y, a la vez, ofrecer pautas para superarlas. La evaluación debe ayudar a que cada persona se forje un autoconcepto ajustado a la realidad y, al mismo tiempo, generar expectativas que supongan optimización. Para ello las expectativas deben ser alcanzables y realistas a partir del estado actual del alumno o alumna. Es importante, por ello, diferenciar el proceso o resultado de aprendizaje que se evalúa y la persona que lo manifiesta. Se evalúan los resultados de aprendizaje o formas de actuar y proceder, pero no la persona en su globalidad. Conviene no descuidar, en el momento de evaluar, todos aquellos aspectos de la persona del alumnado que, a modo de punto de partida, pueden servir para incrementar su autoestima y pueden permitirle afrontar, si es necesario, evaluaciones negativas sobre determinadas conductas o capacidades en las mejores condiciones para corregirlas y superarlas. Estas consideraciones, válidas para la evaluación de todo tipo de aprendizajes, lo son, en especial, para el conjunto de aprendizajes actitudinales, aprendizajes por otra parte muy próximos a ser persona, proceso que sintetiza los objetivos clave de toda acción educativa. Los diferentes objetivos generales de cada área curricular. y los objetivos terminales que explicitan aquello que debe alcanzarse en los diferentes ámbitos de aprendizaje, incluyen un elevado número de contenido en actitudes, valores y normas que, en nuestra opinión, deben ser simplificados y secuenciados para poder disponerlos de forma adecuada en función de su posible evaluación. No es posible, en la realidad del trabajo del profesorado, ni en la realidad de la vida y dinámica de los centros educativos, evaluar a partir de un listado tan exhaustivo de objetivos terminales relacionados con actitudes, valores y normas. Propiamente, el problema no deriva de la exhaustividad en la formulación de los objetivos, sino de su escasa funcionalidad en término de evaluación. Coincidimos con los autores de la ordenación curricular en la importancia de tales objetivos, y en la conveniencia de su disposición exhaustiva en las diferentes áreas así como en el conjunto de las actividades docentes y en cualquier tipo de relación escolar de convivencia. Sin embargo, no creemos que, tal y como están plasmados tales objetivos, sea fácil para el profesorado atender a su evaluación. Convendría, en nuestra opinión, secuenciar más específicamente tales objetivos y contenidos, pero es posible que tal secuenciación no sea tan sencilla de realizar por el profesorado como la relativa al resto de objetivos terminales por área. La dificultad en elaborar dicha secuenciación puede concretarse en la falta de costumbre del profesorado. Es obvio que la aportación más notable de la nueva ordenación curricular del sistema educativo formal es la ampliación del concepto de lo que son contenidos de aprendizaje. Estamos viviendo unos momentos de transición entre un sistema en 109 LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL el que lo importante era el aprendizaje de hechos, conceptos y sistemas conceptuales a un sistema en el que, unido a este tipo de contenidos, hemos de desarrollar en igualdad de condiciones, como mínimo, el aprendizaje de contenidos procedimentales y el aprendizaje de contenidos actitudinales. La transición no es fácil porque lo que se precisa es fundamentalmente un cambio de perspectiva, un cambio en la forma de abordar el trabajo en el aula por parte del profesorado. Este cambio debe implicar, como mínimo, al profesorado de cada ciclo y centro en su conjunto y, si es posible, a los equipos de profesorado de cada etapa y centro. En los bloques de contenido procedimentales y actitudinales no existe, salvo excelentes excepciones, tradición en la formulación de objetivos, y sobre todo en la secuenciación de los contenidos y en la metodología de aula. Y si esto es así, consecuentemente tampoco existe tradición en la evaluación procedimental y actitudinal. Creemos que la reforma habrá calado en la realidad de las aulas, de los claustros y de los centros en general, cuando los sistemas de evaluación cambien y lo hagan atendiendo a esta triple concepción de los contenidos que haya que evaluar. Esta triple concepción del aprendizaje (informativa, procedimental y actitudinal) es complementaria, pero exige una triple atención en el ejercicio de la tarea evaluadora. Nuestra aportación pretende ofrecer algunas reflexiones y pautas para abordar la evaluación del conjunto de contenidos actitudinales que hacen referencia a lo que puede entenderse como educación en valores y también como educación moral y ética. Pretendemos contribuir a que el profesorado elabore los segundos niveles de concreción de este ámbito curricular, y a que disponga de ejemplificaciones para la evaluación de diferentes objetivos o niveles de aprendizaje por ciclos. A través de la evaluación hemos de atender tres objetivos. El primero se refiere al nivel alcanzado por el alumnado en un momento determinado de su proceso de aprendizaje. El segundo se refiere al conocimiento de aquellos indicadores del desarrollo de los sucesivos niveles de aprendizaje que permitan el diagnóstico de insuficiencia y el establecimiento de programas correctores. El tercero se refiere a la información que 110 convenga seleccionar y comunicar para las familias. En el ámbito educativo que nos ocupa consideramos que el segundo objetivo puede tener un especial interés si ofrece información a nivel grupal, grupo clase, ciclos y etapas, o a nivel de centro. De igual forma, el tercer objetivo es fundamental para facilitar el nivel de comunicación e intercambio entre las familias y el profesorado. En el ámbito de las actitudes y valores, la interacción entre estos dos sectores es fundamental para el establecimiento de posibles programas de intervención educativa y el logro de los valores considerados mínimos en los diferentes ciclos del sistema educativo. LA EVALUACIÓN EN EL ÁMBITO DE LOS VALORES Y ACTITUDES MORALMENTE RELEVANTES La evaluación en ámbitos como los relativos a los valores y las actitudes plantea habitualmente cierto desconcierto. Incluso en el caso de equipos consolidados y con experiencia, el profesorado manifiesta sus dudas y temores al abordar esta evaluación. Una de las primeras opiniones que puede constatarse se refiere a la posibilidad de evaluar los valores de cada alumno o alumna, ya que éstos se entienden como personales y resistentes a las referencias de comparación que están presentes en todo proceso de evaluación. Otra de las opiniones es la derivada del temor a los efectos de una evaluación negativa en torno a las actitudes si no se dispone, paralelamente, de un programa de acción que procure eficazmente su optimización. Las resistencias y los recelos ante cualquier plan de evaluación son frecuentes en los que van a ser evaluados pero, en cambio. No son habituales en los que han de desempeñar el papel de evaluadores. En nuestro caso, los temores a una evaluación negativa o inadecuada por parte de los evaluadores exige que los objetivos, el objeto, los actores y los instrumentos estén suficientemente explicitados e inspiren grados de confianza y eficacia elevados. Así, pues, los objetivos de la evaluación deben orientarse para un mejor desarrollo y para el logro de niveles progresivos de motivación en LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL el ámbito que nos ocupa. Se trata, por tanto, de un modelo de evaluación formativa que sólo por acumulación progresiva puede adoptar la forma de una evaluación sumativa en determinados momentos de las diferentes etapas educativas. La evaluación en educación moral, valores y actitudes debe tener por objetivos aquellos que contribuyan al desarrollo personal del alumnado. Debe facilitar un tipo de información que permita conocer el estado de aquellos indicadores cognitivos, volitivos y afectivos en cada alumno o alumna que hacen posible un equilibrado desarrollo moral y convivencial. Además, debe utilizar estrategias que permitan su uso informal y habitual, sugiriendo posibles alternativas que contribuyan a mejorar los niveles alcanzados. Todas las características planteadas sitúan el tipo de evaluación que defendemos en los modelos de evaluaciones formativas con fines de motivación y desarrollo. De entre estos modelos, podemos citar los aplicados al profesorado (Brashamps, L A. y otros, 1984), o los aplicados a ámbitos curriculares como, por ejemplo, la educación física (Blázquez, D. 1990). Los objetivos de la evaluación en educación moral que proponemos pueden resumirse en los siguientes: 1. Atender, de forma continuada, a las diferentes manifestaciones del alumnado a través de un modelo sistemático y regular de evaluación continua en el que puedan diferenciarse los indicadores, o dimensiones más notables de la persona, para el logro de un óptimo desarrollo moral siempre en función de su momento evolutivo. 2. Informar al alumnado de los progresos o déficit que manifiesta ofreciendo alternativas que contribuyan a su mejora y facilitándole los medios para que pueda incrementar el grado de confianza en sus propias capacidades. 3. Permitir disponer del máximo de información sobre cada alumno y alumna con el objeto de poder conocer el progreso del grupo-clase en su globalidad y orientar las acciones que, dirigidas al grupo, puedan desarrollarse por el profesorado a título individual o en equipo. 4. Colaborar en el perfeccionamiento del proyecto curricular de centro, y espe- cialmente en el proyecto educativo del mismo, a través de las modificaciones que, en relación con el ámbito de la educación moral, valores y actitudes, puedan estimarse oportunas. El proceso de evaluación ha de permitir conocer los aspectos suficientemente atendidos en el plan de acción pedagógica propio del centro, los que están deficitariamente y los que, a partir de la propia dinámica, reclaman una atención en principio no prevista. 5. Facilitar la colaboración entre familia y escuela a partir del análisis conjunto de los objetivos especialmente críticos y difíciles de alcanzar en el ámbito de los valores y de la convivencia y en los que pueda ser conveniente establecer pautas comunes de acción tanto a nivel escolar como familiar. 6. Permitir una evaluación final, de carácter sumativo, a nivel de ciclo a modo de síntesis de la evaluación progresiva y formativa, que debe tener en consideración la evaluación inicial y los objetivos previstos para cada indicador de desarrollo moral en los diferentes ciclos. APUNTES PARA UNA PROPUESTA DE EVALUACIÓN Consideramos, a continuación, los aspectos básicos que giran en torno a la evaluación en el ámbito de la educación moral. Adoptaremos un enfoque de acuerdo con otros autores (Rodríguez Espinar; Quijano, 1989) al plantearse la evaluación en ámbitos alejados del nuestro, pero afines en los objetivos de la evaluación. Debemos reflexionar si pretendemos evaluar resultados de aprendizaje, en su sentido más estricto, o formas de proceder y comportarse. También, y de acuerdo con la terminología más frecuente entre los especialistas en evaluación, deberemos considerar si queremos evaluar rasgos o conductas. La evaluación de resultados supone fijar nuestra atención en los productos finales observables o susceptibles de medida. Tales productos finales son la consecuencia de diversos procesos, pero en el caso de este tipo de evaluación lo que preocupa no es el proceso a través del cual se han presentado determinados resultados, sino el resultado en sí mismo. 111 LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL Por ejemplo, si lo que pretendemos es medir o evaluar la velocidad lectora de un alumno, es lógico que optemos por evaluar el resultado y no el proceso que sigue para leer. Si lo que pretendemos es medir, en cambio, no el número de palabras por minuto, sino, por ejemplo, la entonación, es obvio que un sistema de evaluación por resultados será insuficiente. La evaluación de las formas de proceder fija su atención en los procesos en sí mismos, incluso al margen de los resultados obtenidos. Es evidente que podemos evaluar en términos de resultados los actos agresivos manifiestos en la conducta de un alumno, pero resultaría muy difícil evaluar la agresividad sólo a partir de este sistema. En la mayoría de las ocasiones, la combinación de ambos sistemas es necesaria para que la evaluación en su conjunto sea satisfactoria. En nuestro caso tal combinación es necesaria, además, porque los tres tipos de contenidos (informativos, procedimentales y actitudinales) que conforman el aprendizaje en nuestro ámbito no pueden ser abordados en términos evaluativos de forma sesgada. Creemos que la evaluación de resultados puede ser idónea para el bloque de contenidos informativos y, en cambio, no para el bloque de contenidos procedimentales y actitudinales. En este segundo caso la evaluación de formas de proceder y de comportarse la evaluación en términos de desempeños y no en términos de resultados o de productos es más adecuada y eficaz. En síntesis, y en relación con esta primera cuestión, establecidos aquellos contenidos informativos a aprender en cada ciclo, el sistema de evaluación deberá basarse en el modelo de resultados o productos brevemente descrito en los párrafos anteriores. De igual forma, establecidos los contenidos procedimentales y actitudinales por ciclos, el sistema que hay que utilizar deberá ser preferentemente el de la evaluación en términos de desempeños. En este sentido, siguiente: queremos destacar lo 1. Conviene diferenciar la evaluación de los aprendizajes relativos a contenidos informativos de los procedimentales y actitudinales. 112 2. La evaluación en términos de producto o resultados es más adecuada para el bloque informativo de contenidos. 3. La evaluación de los otros dos bloques, procedimentales y actitudinales, debe combinar el sistema de evaluación en términos de resultados o productos con el desempeño ¡o formas de proceder. 4. En todo caso, conviene establecer alguna evaluación en términos de resultados para aquellas conductas de incidencia grupal derivadas de procedimientos y actitudes claves para la convivencia en cada ciclo educativo. 5. Una tarea necesaria que han de realizar los equipos de profesorado en cada centro, es el establecimiento o adaptación de los contenidos de cada tipo que se estima necesario alcanzar por ciclo educativo indicando cuáles se pretenden evaluar en términos de resultados y cuáles en términos de desempeños. En segundo lugar consideramos uno de los temas más debatidos por los investigadores (Rodríguez Espinar; Quijano, 1 989; Latham, 1 986; Drenth, 1 984): la conveniencia de evaluar rasgos o conductas. La diferencia fundamental entre estos dos tipos de variables que hay que evaluar puede ejemplificarse si pensamos en la diferencia entre un sistema de evaluación que se fija, por ejemplo, en la tolerancia o la solidaridad, y otro que se fija en "cuando alguien no coincide con él, acepta su propuesta" o "cuando alguien precisa ayuda se la presta". El primer sistema se fija en rasgos de la persona y el segundo en conductas. En el segundo caso, incluso es posible incluir indicadores que hagan operativa la variable y la definan con la mayor concreción posible. Por ejemplo, si se formula "habitualmente sabe respetar el turno de palabra" es posible, a través de estos indicadores, explicitar con claridad que significa habitualmente. Los expertos argumentan que la evaluación de conductas es más válida y fiable que la evaluación de rasgos, y que la evaluación de rasgos describe a la persona y no su rendimiento. El carácter empírico y observable de las conductas en evaluación, siempre y cuando LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL estas conductas estén definidas con anterioridad. Es uno de los factores que influyen en la potencia de fiabilidad y validez que se atribuye a este sistema de evaluación. En definitiva, si conocemos o podemos definir lo que queremos evaluar, es preferible evaluar conductas. El problema se plantea cuando el objeto de la evaluación no es fácil de definir o delimitar. En nuestro ámbito, ésta es una característica que está presente y que dificulta la evaluación en términos de conductas tal como ya hemos comentado en la primera cuestión de este apartado. Probablemente, una adecuación de combinación entre evaluación de desempeños y conductas para contenidos procedimentales y actitudinales de carácter individual, y entre evaluación de resultados y conductas para contenidos informativos y para procedimentales y actitudinales de carácter social y convencional, sería el modelo que representaría nuestra opción en torno al complejo problema de la evaluación en nuestro ámbito. Los indicadores de resultados, y la evaluación de conductas son especialmente útiles para orientar nuestra acción pedagógica en este ámbito. Obliga a fijar un marco de referencia común para todos los evaluadores y ofrecer un conjunto de indicadores directamente observables que deben ser claramente definidos y familiares para los evaluadores. Esto supone que el equipo de profesores debe poner en común qué es lo que quiere evaluar y cómo lo valora. Esta es una tarea teórica práctica de indudable valor por la exigencia de puesta en común, sistematicidad y concreción que comporta. En el caso de ser asumida por el conjunto del profesorado del centro educativo, supone una reflexión en profundidad de lo que pretendemos conseguir en el ámbito de la educación en valores y de la educación moral. Quizás esto es la condición necesaria, aunque no suficiente, para que la consideración legal de este tipo de contenidos suponga, además, la consideración real en la práctica del aula y de la actividad evaluadora del profesorado. En definitiva, no evaluar a través ductas concretas, intentar evaluar parece más fácil y eficaz de la observación de condefinidas de antemano, que cualidades o rasgos cuyo contenido y manifestación empírica no resulta sencilla ni precisa. Para proceder a tal tipo de evaluación conviene considerar las dimensiones que conforman la personalidad moral de cada alumno y de cada alumna y que, a nuestro entender, son los rasgos o cualidades que debemos ser capaces de optimizar. A partir de las diferentes dimensiones, cualidades o rasgos, debemos intentar secuenciar su grado de consecución por ciclo y, posteriormente, establecer aquellas conductas que, debidamente consensuadas, se consideran por el conjunto del profesorado como conductas que hay que evaluar en los diferentes ciclos de la educación obligatoria. Tomando como referencia lo que la ordenación curricular de educación primaria en Catalunya establece al considerar las actitudes, valores y normas globales como objetivos terminales, consideramos, respecto de los indicadores críticos que enunciamos para cada ciclo, lo siguiente: 1. Se presentan como un conjunto no específico de ninguna área en concreto. 2. Se insiste en que deben estar presentes en todas las actividades del centro. 3. Deben impregnar todas las relaciones escolares de convivencia e interrelación. 4. Pueden ser objeto de trabajo específico en cada una de las áreas. 5. Están redactadas en forma de objetivos terminales que deben alcanzarse al finalizar la etapa. 6. Deben ser consideradas por el profesorado del centro en el momento de elaborar y desarrollar las programaciones, procurando un tratamiento sistemático y continuo en todos los ciclos. Con el objetivo de proceder a una evaluación que facilite el trabajo del profesorado, y que atienda a los tres objetivos que indicábamos en las primeras páginas de este artículo, hemos seleccionado los siguientes objetivos terminales que, a modo de indicadores críticos, deberían alcanzarse en los diferentes ciclos educativos. Recordemos que los tres objetivos a que hacemos referencia deben permitir: 113 LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL a) Conocer el nivel alcanzado por el alumno en cada ciclo. b) Conocer las posibles insuficiencias en el logro de los niveles deseables para cada ciclo. c) Disponer de la información suficiente para seleccionar y elaborar la que pueda ser de interés comunicar a las familias a través de informes o entrevistas. Como hemos indicado en el punto anterior, hemos optado por delimitar una serie de indicadores para evaluar el bloque de contenidos relativo a procedimientos. Es decir, aquellas capacidades, destrezas... (Dimensiones) que configuran la personalidad moral y que el alumno y la alumna habrán de alcanzar, de forma progresiva, en las diferentes etapas educativas. Los indicadores que hay que evaluar, relativos a cada una de las dimensiones morales, se formulan en forma de objetivos terminales. 1. Autoconocimiento. • Saber describir las características personales propias de carácter físico y lúdico (6-8 años). • Mostrar aceptación y respeto por uno mismo (8-10 años). • Saber reflexionar sobre los propios comportamientos (10-12 años). • Valorar el progreso propio (12-14 años). • Distinguir entre las responsabilidades e intenciones y las propias acciones (1416 años). • • • • personales (6-8 años). Interesarse por dialogar sobre hechos cotidianos (8-10 años). Adquirir el hábito de discutir y debatir en un clima de diálogo, y mostrar una actitud de respeto y comprensión en relación con otras personas (10-12 años). Colaborar y participar en conversaciones y diálogos (12-14 años). Describir y explicar en público el propio punto de vista de forma argumentada (14-16 años). 4. Capacidad para transformar el entorno. • Colaborar en la conservación del material de clase, en la higiene, pulcritud y orden en el aula (6-8 años). • Contribuir a crear normas de convivencia y de trabajo en el aula que faciliten la dinámica escolar (8-10 años). • Participar en la propuesta de nuevas actividades escolares y mostrar interés en ellas (10-12 años). • Tener iniciativa y comportarse de forma activa y respetuosa en las actividades tanto individuales como colectivas, orientadas a la mejora de las relaciones convencionales y del entorno (12-14 años). • Participar en programas de acción con temáticas ético-sociales de las que no se pueda ser beneficiario (14-16 años). 2. Autonomía y autorregulación. • Saber describir las consecuencias de una conducta realizada por uno mismo o por los demás (6-8 años). • Saber planificar los cambios conductuales necesarios para una convivencia satisfactoria en el aula y en el grupo de amigos (8-10 años). • Adquirir conciencia de la responsabilidad personal y del compromiso que supone tomar decisiones (10-12 años). • Mostrar autonomía y decisión en las iniciativas propias al margen de las influencias de otras personas (12-14 años). • Mostrar una actitud ávida afectiva y emocional orientada por criterios propios (14-16 años). 5. Comprensión crítica. • Describir una situación conflictiva que se haya producido en el aula (6-8 años). • Tener interés por la recogida de información sobre un tema (8-10 años). • Analizar las ventajas e inconvenientes de las normas de organización de la vida familiar y escolar (I O-12 años). • Seleccionar información y plantearse el porqué de alguno de los problemas sociales más frecuentes (12-14 años). • Ser consciente de la necesidad de acudir a diferentes fuentes de consulta para modificar, profundizar o completar la propia perspectiva (14-16 años). 3. Capacidades para el diálogo. • Identificar el diálogo como un instrumento para resolver conflictos 6. Empatía y perspectiva social. • Respetar las reglas y las normas de juego (6-8 años). 114 LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN MORAL • • • • Respetar las propias producciones y obras y las de los compañeros y compañeras (8-10 años). Valorar el espíritu de colaboración antes que el de competición (10-12 años). Aceptar y respetar la diferencia física, de opinión y acción (12-14 años). Saber adoptar la perspectiva de los demás y reconstruir el propio punto de vista de forma más integral (14-16 años). 7. Habilidades sociales • Practicar hábitos de higiene, orden y alimentarios de forma autónoma (6-8 años). • Mostrar respeto hacia las otras personas, su trabajo y dificultades (810 años). • Ser responsable en el cumplimiento de las normas básicas de convivencia (10-12 años). • Expresar correctamente el propio punto de vista respetando el de los demás (12-14 años). • Creer que es posible alcanzar acuerdos o consensos en situaciones de conflicto (14-16 años). 8. Razonamiento moral. • Considerar los intereses de los otros y reconocer que son diferentes (6-8 años). • Reconocer que todos tienen derecho a procurar sus propios intereses aunque ello suponga conflicto (8-10 años). • Reconocer que el bien es relativo y que depende de los intereses de cada uno (IO-12 años). • Considerar los diferentes puntos de vista en las situaciones conflictivas, poniéndose en el lugar de los otros (12-14 años). • Diferenciar el punto de vista de la sociedad de los acuerdos interpersonales (14-16 años). Nuestras propuestas de evaluación pretenden no sólo la evaluación de cada alumno o alumna en concreto, sino también ofrecer al profesorado de cada centro aquella información grupal que pueda ser indicadora del ambiente, clima o atmósfera moral que está presente en el aula y en cada centro en concreto. una segunda evaluación al finalizar el primer trimestre, una tercera al finalizar el segundo trimestre y una evaluación final. En función de la dinámica de cada centro, los resultados de estas evaluaciones se incluirán en los informes personales de cada alumno. En todo caso, la información que el profesorado debe tener en cuenta, y especialmente la información grupal, deberá elaborarse cuatro veces a lo largo del curso. Puesto que los objetivos terminales y los indicadores correspondientes lo son del ciclo, el equipo de profesorado de cada centro deberá acordar los criterios para valorar el logro por curso. Así pues, las valoraciones pueden ser objeto de comparación en el marco de cada curso y no en el conjunto del ciclo. Para una mejor evaluación del ambiente o clima de cada grupo, sería conveniente recabar la opinión y valoración, si es precisa. De los profesores con los que los alumnos mantienen relación en los momentos de tiempo libre o en las actividades de tiempo no regladas. Esta información puede contribuir, junto con la opinión del profesorado de cada ciclo, a evaluar el ambiente o atmósfera moral del grupo-clase, del ciclo y del propio centro de forma más satisfactoria. Creemos que, a pesar de no proceder a una evaluación de ambientes en sentido estricto, la propia definición de algunos de los indicadores hacen mención a cuestiones actitudinales de carácter grupal, contribuyendo así al conocimiento del grupo en su globalidad y del clima que gobierna las relaciones entre sus miembros. En definitiva, nuestra propuesta pretende ofrecer la información que pueda orientar mejor nuestra acción pedagógica y no sólo evaluar individualmente a cada uno de los alumnos que participan en ella. En nuestra opinión, el auténtico sentido de la evaluación en educación moral es contribuir a la optimización de la tarea del profesorado en este ámbito. Nos parece adecuado que la temporalización de la evaluación permita una evaluación inicial al finalizar el primer mes de curso académico, 115 HACIA UNA CULTURA DEL CAMBIO ESCOLAR HACIA UNA CULTURA DEL CAMBIO ESCOLAR RESUMEN Este artículo plantea diferentes propuestas relativas a la construcción del conocimiento escolar. Debate, más concretamente, la dificultad de conectar, en cienos niveles educativos, el conocimiento escolar con el mundo cotidiano. También discute la tesis de enriquecimiento del conocimiento cotidiano, y critica la identificación de la reflexión epistemológica del experto con la forma en que organizan el conocimiento los alumnos. Siempre es refrescante la lectura de un artículo que, más allá de lo que denomino la "barbarie del cambio por el cambio", se sitúe en la línea de ir creando una cultura del cambio en la escuela. En ésta, cabría preguntarse y reflexionar no sólo sobre cómo cambiar más eficazmente las ideas de los alumnos, sino sobre qué tipo de cambio queremos promover y hacia dónde queremos orientarlo. Quede claro desde el comienzo que simpatizo con el tipo de discurso que plantea el artículo y me identifico plenamente con algunas de sus propuestas. En el delicado juego de delinear los acuerdos y desacuerdos con los argumentos e ideas propuestos, me he decidido por tres núcleos de discusión que giran en torno a la propuesta nuclear del artículo de enriquecer el conocimiento cotidiano. QUÉ HACER CON EL CONOCIMIENTO COTIDIANO EN LA ESCUELA Los autores resumen tres propuestas de cambio educativo: sustituir el conocimiento cotidiano por el escolar, permitir la coexistencia o activación diferenciada entre ambos con trasvases puntuales y enriquecimiento mutuo, y fomentar el enriquecimiento del conocimiento cotidiano con una visión más compleja del mundo proporcionada por el conocimiento escolar, conformado a partir de la integración didáctica de otros saberes como el científico, ideológico-filosófico, artístico, etc. En realidad, cualquiera de las propuestas y alguna más, como la integración del nuevo conocimiento escolar con otro escolar más simple o la utilización de analogías y puentes entre uno y otro, pueden ser viables pero dependiendo del dominio de conocimiento escolar en el que se vaya a llevar a cabo el proceso de cambio instruccional y de acuerdo con las metas educativas que nos hayamos trazado para 116 cada nivel de enseñanza (Rodrigo, 1996/97). Así, por ejemplo, en dominios sobre los que no hay conocimiento cotidiano tendríamos que ir hacia una integración del nuevo con otros conocimientos escolares previos o bien hacia al establecimiento de analogías con otros dominios similares. Sin embargo, en aquellos dominios sobre los que existe un conocimiento cotidiano útil podría intentarse el proceso de enriquecimiento señalado anteriormente o bien su activación diferencial respecto al cotidiano, para que no se den fusiones prematuras plagadas de falacias. Cuando el conocimiento cotidiano es desadaptativo y conduce a prejuicios, conductas desviadas, etc. deberíamos tender a sustituirlo por otro. La elección también dependería de las metas educativas a lograr dependiendo del nivel de enseñanza. Dudo mucho que el mero enriquecimiento del conocimiento cotidiano, por muy ambicioso que quiera ser, pueda cubrir todas las etapas de la escolaridad incluso la obligatoria, cuanto más la no obligatoria. En algún momento del proceso de enriquecimiento habría que dar saltos cualitativos importantes hacia el conocimiento científico enseñable para aportar conceptos, métodos de investigación, explicaciones, predicciones y avances. Todo ello, alejaría definitivamente el conocimiento escolar requerido, de la epistemología, funcionamiento y escenario de aplicación cotidiano. En otras palabras, el enriquecimiento del conocimiento cotidiano no puede llegar al punto de sofisticación que requieren ciertos niveles de enseñanza sin desaparecer como tal. Por ello es más realista postular para estos niveles su activación diferencial en función de su contexto de uso y la posibilidad de que revierta ocasionalmente sobre el conocimiento cotidiano. Por otra parte, los autores no mencionan la utilidad potencial de metas educativas que contemplen la presencia del conocimiento profesional en la escuela. El conocimiento profesional aporta la ejemplificación de los procedimientos de resolución de problemas propios del ejercicio profesional, sus aplicaciones y la valoración social de la profesión. La presencia del conocimiento profesional en la escuela y su utilización como parte del bagaje cultural de la misma, sería más respetuosa con la funcionalidad de dichos conocimientos fuera de la escuela y aseguraría la utilización inmediata del conocimiento escolar, reconstruido a partir de éstos, más allá de las aulas. En suma, yo diría HACIA UNA CULTURA DEL CAMBIO ESCOLAR que la escuela es un escenario sociocultural o una comunidad de práctica donde se proporciona a los alumnos un espacio de simulación y reflexión que permite reconstruir el conocimiento cotidiano, el profesional y el científico. EN QUÉ CONSISTE EL ENRIQUECIMIENTO DEL CONOCIMIENTO COTIDIANO Situémonos en la propuesta de enriquecer el conocimiento cotidiano para analizarla con más detalle. Se nos dice que el enriquecimiento consiste en "complejizar el conocimiento cotidiano y aproximarlo a una cosmovisión alternativa a la actualmente dominante", con el fin de "dotar a las personas y a los grupos sociales de una visión de conjunto del mundo que les permita comprender y actuar en la realidad en que viven; de unos recursos que les capaciten para el ejercicio de la autonomía, la cooperación, la creatividad y la libertad; de una formación que facilite la investigación de su entorno, la reflexión sobre su propia práctica, no sólo en el ámbito escolar, sino también en los demás ámbitos de su actividad cotidiana". Es evidente que, tal como se indica en el gráfico, el proceso de enriquecimiento requiere cambios en el ámbito conceptual, procedimental y actitudinal. Coincido con casi la totalidad de la propuesta excepto en dos aspectos: la idea de propiciar una cosmovisión y la idea de que ésta sea alternativa a la actualmente dominante. Y disiento porque no es una propuesta que tenga en cuenta las peculiaridades de la organización del conocimiento en la mente de los alumnos, en el primer caso, y porque presenta una visión muy simplicada de las dimensiones implicadas en el cambio educativo, en el segundo caso. Vayamos por partes. En varios momentos se nos plantea un proceso de enriquecimiento del conocimiento cotidiano basado en la integración de diferentes sistemas de ideas que, al estar interconectadas, se complementan, configurando organizaciones de ideas más generales o cosmovisiones. En varias ocasiones he mencionado cual es la organización del conocimiento cotidiano, esto es, de las teorías implícitas (Rodrigo, 1994; 1995/96; en prensa; Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993). El conocimiento cotidiano no es global sino que está diversificado en dominios ligados a entornos pragmáticos de actividades y prácticas culturales (Resnick, Levine y Teasley, 1991; Lave, 199D- En estos entornos práxicos, propiciados por las comunidades de práctica, las personas desarrollan unas habilidades específicas mientras realizan determinadas actividades culturales. Como resultado de esta práctica regulada, van recolectando sus experiencias de dominio que servirán de base para la construcción de su conocimiento cotidiano. En este sentido, no es viable que las personas construyan cosmovisiones, sino que, a lo sumo se dan pequeñas fusiones locales de ideas semejantes pertenecientes a dominios con un alto grado de solapamiento en su base experiencial. Lo más parecido a una cosmovisión son sus metateorías éticas sobre el mundo, su visión sobre el grado de controlabilidad de los sucesos externos, o sobre el grado de certidumbre o evidencialidad de las cosas. Por tanto no hay una organización global del conocimiento. Las teorías surgen de episodios ligados a dominios experienciales y se aplican en tales dominios experienciales. Respecto al proyecto de que la cosmovisión proporcione un conocimiento más complejo y alternativo al dominante, responde a una visión simplificada de las dimensiones de cambio. El enriquecimiento del conocimiento cotidiano pasa por tres dimensiones de cambio: del conocimiento simple al complejo, de lo implícito a lo explícito y de lo autoreferente a lo heteroreferente. La primera dimensión es más obvia, ya que supone la articulación de nuevos conceptos y sus relaciones, de procedimientos y de actitudes más complejas (v.g., más sistémicas). Mucho menos conocidas son las otras dos dimensiones, ya que no requieren nuevos conocimientos sino los mismos tratados con modalidades de procesamiento diferentes que posibilitan nuevos formatos representacionales. Así, la dimensión implícito-explícito es un continuo que lleva desde el uso de conceptos, procedimientos y actitudes inconscientes hasta la verbalización plena de todos ellos y su uso más eficiente (mediante las habilidades metacognitivas). Gracias a la dimensión auto-heteroreferente somos capaces de salir desde nuestro punto de vista sobre el mundo, conocer otras posiciones alternativas compartidas por otros grupos sociales y poder comunicarnos respecto a éstas (mediante el perspectivismo). Nótese los plurales de la frase: otras posiciones alternativas y no una sola, supuestamente contraria a la dominante. Soy de la opinión que el mejor tributo que podemos prestar a la libertad y autonomía de las 117 HACIA UNA CULTURA DEL CAMBIO ESCOLAR personas es dotarles de todas las versiones alternativas de interpretación de la realidad (sus justificaciones, explicaciones, consecuencias, etc.), de modo que puedan decidir por sí mismas la que consideren más apropiada. Sobre el medio ambiente, no sólo existe la visión desarrollista y la ecologista, sino otras intermedias que matizan extraordinariamente la visión que del mundo se tiene (Correa, Cubero y García, 1994). Es evidente que la escuela tiene mucho de valorativa y prescriptiva pero nunca hasta el punto de que los alumnos ignoren versiones de la realidad que pueden corresponderse a las de sus propios grupos sociales y familiares. DEL PENSAMIENTO META-DISCIPLINAR DEL DIDÁCTICO AL PENSAMIENTO TRANS-DOMINIO DEL ALUMNO Para enriquecer el conocimiento cotidiano se propone una organización de los contenidos escolares según una lógica no disciplinar, "según la cual lo disciplinar se plantea como un medio más para conocer una realidad global", o lo "transdisciplinar o metadisciplinar, como un marco teórico general que facilita la relectura de las aportaciones de las distintas disciplinas desde una perspectiva común y unificada". Pero a continuación se añade "se trata de ver si se pretende cambiar o no la perspectiva epistemológica de los sujetos, su manera global de acercarse al mundo...". Entre estos dos argumentos hay un salto importante desde el plano del pensamiento del didáctico, respecto a cómo organizar el curriculum escolar, hacia el plano del pensamiento del alumno, respecto a la organización de su conocimiento. Puedo estar de acuerdo con la necesidad de superar la perspectiva disciplinar como único modo de organizar las materias de curriculum escolar. La existencia de nociones transversales o metadisciplinares comunes a ciertas parcelas del saber como la de sistema, cambio, interacción o diversidad, bien pudieran servir de elementos organizadores para seleccionar determinados contenidos que no se ajustan muy bien a perfiles disciplinares concretos. Ello estaría mejor que ordenarlos según su emergencia en la historia de la disciplina. Incluso podrían servir para secuenciar el nivel de dificultad de los e tenidos escolares de un dominio. Pero de; ahí a postular que tales nociones puedan' tener un papel clave en lo que sería una organización trans-dominio del conocimiento 118 de los alumnos va un abismo. El sueño dorado de entrenar estructuras de conjunto se ha probado fallidamente en varias ocasiones, por ejemplo, en la famosa matemática de conjuntos. En el caso que nos ocupa, nociones como las de sistema, cambio, estructura, etc. son muy abstractas, deben de aprenderse en dominios concretos mediante multitud de ejemplos, deben instanciarse o aplicarse en dominios concretos y solamente muy a posteriori, podrían establecerse algunos principios más genéricos trasvasables mediante analogías de unos dominios a otros. Además, a nadie se le escapa que cada una de estas nociones tiene connotaciones y matices importantes según se aplique a sistemas biológicos o físicos. ¿Qué utilidad tendría el aprendizaje de estas categorías generales de conocimiento cuando su correcta comprensión requiere entender sus matices diferenciadores en los diferentes dominios? ¿En qué sentido el aprendizaje de estas categorías tan abstractas podría ser viable a partir de una organización natural del conocimiento cotidiano en entornos práxicos? El esfuerzo de generalización y abstracción que requiere su aprendizaje ¿no los alejaría de su aplicación inmediata en otros entornos no académicos? En definitiva, que para enriquecer el conocimiento cotidiano no debemos esperar que la mente de los alumnos reproduzca la estructura organizativa del curriculum escolar. Simpatizo plenamente con la idea de concebir el cambio educativo como un enriquecimiento del conocimiento cotidiano aunque sólo sea porque me resisto a la idea de que si no enseñamos conocimiento científico en la escuela ya no enseñamos nada y estamos perdiendo el tiempo. Ahora bien, la propuesta requiere algunos matices. Enriquecer el conocimiento cotidiano no es la única posibilidad accesible y su elección depende del tipo de dominio y de meta educativa que se proponga en cada nivel de enseñanza. Además, enriquecer el conocimiento cotidiano supone algo más que complejizarlo. Para que el conocimiento cotidiano se aproxime más al escolar hay que avanzar también en su grado de explicitud y heteroreferencia. Por último, la idea de que la complejidad se alcanza gracias a una integración didáctica metadisciplinar del conocimiento escolar tiene una interpretación ambigua. Los principios didácticos que seguimos para organizar el curriculum de materias no deben confundirse con los principios psicológicos que guían la organización del conocimiento en los alumnos. Aquellos son el fruto de una reflexión epistemológica del experto sobre los HACIA UNA CULTURA DEL CAMBIO ESCOLAR contenidos escolares, mientras que éstos son los que de modo natural permiten a los alumnos interpretar, predecir, interactuar con los otros y tomar decisiones respecto al mundo que nos rodea. 119
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