Un “smörgåsbord” de temas surtidos (1950-1998) La Casa de Suecia En el centro de Buenos Aires se encuentra la Casa de Suecia, un edificio de siete pisos que constituye el alma mater de la idiosincracia sueca en la Argentina. A sólo dos cuadras del célebre café Tortoni con su “Universidad del Tango” en el segundo piso, entre la Casa Rosada y el Congreso Nacional, la bandera azul y amarilla de Suecia flamea en Tacuarí 147. El inmueble es similar a aquellos que formaron parte de la planificación urbana del centro de Estocolmo, en la década de 1960. Ingresar a la Casa de Suecia implica vivir la misma sensación que un sueco experimenta al entrar en un avión de SAS en Nairobi o al traspasar el ingreso de la mueblería IKEA en Baltimore: de repente, y sin aviso previo, uno se encuentra en “territorio sueco”... Y esto es así literalmente hablando, ya que si Ud. toma el ascensor y sube hasta el sexto piso se encontrará, nada más ni nada menos, que con la mismísima Embajada de Suecia... Pero las sensaciones no se acaban allí; bájese en el piso anterior, el quinto, y descienda del ascensor para conocer la Asociación Sueca... Después de las once de la mañana algún sueco le hará compañía en el bar. Caso contrario, siéntese a tomar un café en la biblioteca del club y entérese de las últimas noticias de la “madre patria”: sobre la mesa lo espera un ejemplar del matutino Svenska Dagbladet, extraído de la página del diario en Internet. El “verdadero” diario de papel y tinta llega algunos días más tarde. A la hora del almuerzo el restaurante de la Asociación Sueca sirve auténtica comida sueca: arenque, sopa de arvejas y albóndigas con dulce de arándano son las obvias alternativas que se ofrecen al comensal. Los miércoles se sirve “el mejor smörgåsbord del mundo”, que ya ha sido motivo de varios reportajes en la televisión argentina. Allí se puede degustar salmón marinado, arenque a la mostaza, la “Tentación de Jansson” (un plato compuesto por anchoas, papas, crema, etc.) y muchos otros exquisitos platos típicos. Muchos suecos que no residen en Buenos Aires visitan “la Casa” y aseguran que en Suecia no existe un smörgåsbord con la variedad de platos que este restaurante porteño ofrece. Si uno se sienta a la “mesa sueca” marcada con una banderita tendrá pronto a su lado la compañía de los clientes habituales del restaurante: un grupo de leales socios del club, el personal de la embajada, representantes de la Cámara de Comercio y aquellos que trabajan en las empresas con oficinas en la Casa de Suecia. En el cuarto piso, por ejemplo, se encuentra la empresa privada sueca más antigua de la Argentina: la Compañía Sueco-Argentina. Entre los inquilinos también se cuentan Scania, Ericsson y Flygt. A pesar de no tener sus casas centrales en el edificio de la calle Tacuarí, existen otras firmas suecas que utilizan a menudo los salones para conferencias, bautizados como “Fritiof” y “Carmencita”, los personajes de la canción de Evert Taube. Entre los proyectos de la Asociación, está el de instalar un típico sauna nórdico en el sótano. Contar con una “Casa de Suecia” representativa en Buenos Aires es, sin duda, un privilegio del que goza la colectividad sueca porteña. Después de casi cuarenta años de su inauguración ha llegado la hora de homenajear a los creadores de esta obra. “Manos a la obra” Fue un visionario grupo de miembros del club quien tuvo -- y llevó a la práctica -- la idea de levantar una Casa de Suecia, sede de la Asociación Sueca y también el epicentro de la actividad de instituciones y empresas del país del sol de medianoche. Lo primero que la Asociación creó fue una comisión para la planificación de la tarea. Y no es de extrañar, ya que a la hora de crear comisiones, los suecos llevan la vanguardia... Entre los miembros de la comisión se contaban apellidos conocidos de la colonia: Olof Alm, Knut Beregård, Johan Bohman, Bengt Carlmarker, Hans Ekerén, Oscar Kraepelien, Bror Orstadius, Rune Pettersson Jorge Schenström, Rolf Schröder, Harry Wickström... La responsabilidad fue delegada luego en la persona de Torsten Dalborg, quien se convertiría en el jefe ad honorem del proyecto. Tal como se describe en el capítulo IV de este libro, ya existía en 1920 un fondo de contribución para la compra de la “Casa Propia”, terminando así con la vida nómade a la que la asociación se vio obligada a vivir, mudándose de un lugar a otro. Pero los planes de edificación recién tomaron forma a mediados de la década de 1950. ¿Por qué en esa fecha y no antes? En parte, porque tras la venta de la estancia y una nueva y generosa donación de Axel Axelsson Johnson era hora de hacer una inversión con el dinero obtenido; pero también porque la Asociación Sueca estaba obligada a tomar decisiones de cara al futuro. El propietario del edificio de Hipólito Yrigoyen 673 – donde la Asociación alquilaba un piso junto con la asociación noruega -- quería derribar la construcción. Todos los inquilinos fueron exhortados a abandonar sus departamentos. Los escandinavos pidieron más tiempo, pero comprendían que era tiempo de encontrar una solución urgente al problema. La idea original fue la de construir en el terreno de la calle Venezuela 540/44, propiedad de la Asociación. La casa que allí existía era una vieja construcción donde en sus buenas épocas había funcionado una escuela que dejó de funcionar cuando el club adquirió el predio en 1945. Antes de ser derribado el caserón de San Telmo fue ocupado por intrusos. Mientras tanto, un conocido arquitecto sueco preparaba los planos de la futura sede. Sin embargo, nadie sabía cuando llegaría la autorización para desalojar a los inquilinos indeseados o el permiso para tirar abajo el edificio o, al menos, el permiso para poder construir en ese terreno. El 5 de marzo de 1956 la Asociación se enteró que otro terreno, cerca de allí, estaba en venta. El terrenito, “ideal” según consta en las Actas del club, estaba a la vuelta del Centro Escandinavo. No estaba habitado, las dimensiones eran las adecuadas y la ubicación era perfecta. La Asociación le bajó el martillo y compró el lote en Tacuarí 147 a los treinta días exactos de haberlo descubierto. En febrero de 1957, tan pronto como la municipalidad autorizó la construcción, comenzaron los preparativos. Para ese entonces se había elegido al arquitecto que haría el trabajo. Era Edmundo Klein, el mismo suizo que había construido la Iglesia Sueca y las viviendas de muchos suecos residentes en Buenos Aires. Sus planos fueron aprobados por la Comisión para la Construcción de la nueva sede. A pesar de que muchos lo consideraron riesgoso, Otto Kottmeier, el presidente del club, tomó la osada decisión de comenzar los trabajos de inmediato, sin saber a ciencia cierta como se cubrirían los costos que ello implicaba. El ingeniero Kjell Henrichsen ganó la licitación para realizar el proyecto “Edificio Suecia”, tal la denominación con que se lo conocía. El 6 de junio de 1957, Día de la Bandera de Suecia, daría comienzo la construcción. Poco antes de la ceremonia de inauguración, la embajada propuso que el edificio fuera bautizado con el nombre de “Casa de Suecia” (Sverigehuset, en sueco), al igual que sus “hermanas” en otras capitales del mundo, como la Maison de Suède en París o La Casa di Svezia en Roma. La piedra fundamental fue colocada en una ceremonia que tuvo lugar el Día de la Bandera de Suecia. El presidente Kottmeier, el cónsul general Fritz Brander, el embajador Herbert Ribbing y el secretario general de la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Dr. Jorge Barilari, arrojaron, simbólicamente, las primeras paladas de tierra sobre la piedra. Tierra no tan firme... Durante la primera etapa de la construcción, el ingeniero Henrichsen se encontró con algunas dificultades. Se descubrió que el terreno ubicado en Tacuarí 147 era poroso y estaba atravesado por hendiduras y filtraciones. Antes de poder edificar, se debía drenar el predio. El Consejo Directivo del club también estaba en problemas, pero de carácter económico: habían puesto en marcha un ambicioso proyecto que no podrían financiar por sí mismos. Si bien el “Fondo para la Construcción de la sede” había recibido un importante aporte en forma de subsidio del Colegio Real de Comercio de Suecia, el Consejo Directivo del club solicitó la posibilidad de aumentar esa ayuda en julio de 1957. Otto Kottmeier inició simultáneamente una campaña para recolectar dinero entre los miembros del club y las empresas suecas. Tanto Kottmeier como Fritz Brander viajaron a Suecia para “mendigar” fondos entre las casas matrices de esas firmas y los bancos. Sus esfuerzos dieron resultado: Kottmeier también logró que muchas compañías donaran materiales. El cónsul general Brander obtuvo un préstamo estatal de 200.000 coronas que reemplazó al pedido de mayor subsidio. La historia tuvo un final feliz. Los suecos pudieron mostrar con orgullo la obra terminada el Día Nacional de Suecia en 1961. El acontecimiento mereció una cena de gala. La planta baja y los primeros cuatro pisos del edificio fueron reservados para las empresas. Algunos, como Hillblad y Brander, se mudaron antes de la inauguración oficial. Los pisos quinto, sexto y séptimo fueron ocupados por los locales de la Asociación y el restaurante. La decoración del edificio estuvo a cargo de una comisión compuesta por Gustavo Wahren, Märta Brander, Carina Ari y otros. La ceremonia inaugural, con la participación de importantes personalidades suecas y argentinas, sufrió un contratiempo: cinco minutos antes de que se iniciara el acto oficial se produjo un corte de electricidad.. El problema fue subsanado a último momento y la fiesta pudo comenzar. “La fiesta fue espléndida”, recuerda una socia que participó del ágape, “tanto, que hasta la esposa de Johnson y su hija estuvieron presentes”. Hubo discursos y, por supuesto, baile. El club conserva en sus archivos una filmación del ágape. Pero lo importante era que la Asociación Sueca había conseguido su “Casa Propia”. Se había cumplido un deseo pedido sesenta años antes. Fue aquel que todos pidieron cuando el club quedó en la calle, obligado a vender sus bienes en remate... Un vecino diplomático Al embajador Håkan Granqvist no le gustaban las oficinas de la representación sueca de la calle Corrientes. Era hora de renovar la embajada. Pero no era sólo eso. El ruido y la contaminación de la arteria porteña era un problema constante. La calle Corrientes cruza los 140 metros de ancho de la avenida 9 de Julio en el Obelisco y es una de las vías de mayor tráfico de Buenos Aires. El piso donde funcionaba la embajada tenía limitaciones que condicionaban la creatividad arquitectónica: un largo corredor, con una oficina detrás de la otra, semejando los vagones de un tren. Entre 1992 y 1993 se analizaron diferentes soluciones. ¿Mudarse al Hogar de Marineros sería una de ellas? ¿O sería más adecuado trasladarse al moderno complejo edilicio de Puerto Madero? ¿Y la Casa de Suecia? Los arquitectos Henrik Östman y Javier Hernán Rojo debieron evaluar y calcular los costos que significaría renovar la vieja embajada, o bien reconstruir los salones de fiesta de la Asociación Sueca, como así también el bar, a menudo vacío, del sexto y séptimo piso del edificio de la calle Tacuarí. Los profesionales llegaron a la conclusión de que el costo de ambas refacciones era similar, pero existía una importante diferencia entre las dos alternativas: Östman y Rojo demostraron que los dos pisos superiores de la Casa de Suecia permitían una mayor gama de posibilidades arquitectónicas. En un primer momento, las autoridades en Suecia dudaron en elegir al edificio de la calle Tacuarí como sede de la embajada. Pero Bengt Krantz, de la Dirección Nacional de Edificios y Propiedades, aprobó el proyecto. Para ese entonces, tanto Ylva Gabrielsson, diplomática de la embajada, como Lennart Berglund, el presidente de la Asociación Sueca, se habían convertido en entusiastas colaboradores, ya convencidos de la idea. Las autoridades en Estocolmo le dieron el visto bueno a Henrik Östman y Gustavo Helman (de la constructora Helman Estudio) para que comenzaran a trabajar. Tanto el inquilino, es decir, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Suecia, como el propietario, la Dirección Nacional de Edificios y Propiedades, se comunicaron permanentemente con los arquitectos gracias al fax. Se tuvo en cuenta todos los detalles, hasta tal punto que un fax recibido por los arquitectos en Buenos Aires midió 17 metros... El resultado fue exitoso: en noviembre de 1996 se inauguró la nueva embajada, muy “sueca”, amplia, acogedora y provista de muebles escandinavos de haya. La inteligente planificación y la decoración de buen gusto fue comentada en la revista sueca de diseño “Form”. Los arquitectos argentinos, por su parte, estaban fascinados con la postura práctica y sin pretensiones de los suecos; tal el caso del embajador, dispuesto a utilizar, sin inconvenientes, las mismas facilidades que se brindaban a sus empleados... La Casa de Suecia y el Club recibieron un “empuje” simbólico cuando la embajada se mudó al edificio de la calle Tacuarí. Quizá todavía no se tiene consciencia del hecho debido al corto plazo transcurrido, pero cuando se festeje el segundo centenario de la Asociación, es probable que se compruebe que la Casa de Suecia fue construida en 1961, pero fue terminada recién en 1996. Jefes de las delegaciones diplomáticas suecas en la Argentina entre 1906 y 1998 Ministros Residentes 1906-1910 Hans Olof Fredrik Gyldén 1910-1918 Barón Carl Gerhard Eugen Löwen, friherre Ministros Extraordinarios y Plenipotenciarios 1918-1925 Carl Filibert Hultgren 1925-1931 Eric Einar Ekstrand 1931-1934 Christian Ernst Günther 1934-1939 Einar Modig 1940-1945 Otto Wilhelm Winther 1946-1948 Carl Olof Gisle 1949-1957 Bo Herbert Bosson Ribbing Embajadores 1957-1958 Bo Herbert Bosson Ribbing 1958-1964 Carl-Herbert Borgenstierna 1964-1973 Östen Lundborg 1973-1975 Sven Fredrik Hedin 1975-1977 Per-Bertil Kollberg 1977-1980 Karl-Anders Wollter 1980-1983 Lars Karlström 1983-1986 Bengt Friedman 1986-1987 Ethel Wiklund 1987-1994 Anders Sandström 1994-1997 Håkan Granqvist 1997Peter Landelius A la salud del club No es fácil resumir las tradiciones y las fiestas de la Asociación durante los últimos cincuenta años. No existen “pruebas” escritas y, por alguna misteriosa razón, muchos no las recuerdan o han perdido la memoria... Al igual que en Suecia, en la Asociación se suele brindar cantando antes del primero, segundo y tercer trago de acquavit, el agua ardiente escandinavo. No cabe duda de que los suecos se vuelven más suecos en el exterior. Una prueba de los efectos que la lejanía produce son las canciones previas a los brindis, cantadas a capella y casi a los gritos. El acquavit se bebe en las mesas, independientemente de qué se festeje. Puede tratarse del tradicional almuerzo mensual o del Día Nacional de Suecia. O poner a prueba al estómago, cada seis semanas, con la “Noche del Råbiff” : una sesión de alto contenido en colesterol (carne picada cruda, una yema de huevo y cebolla), rociada, obviamente, con un inocente traguito... La gastronomía es tan importante como los tragos. A fines del siglo XX no son muchos los suecos “argentinos” que bailan la música folclórica de su país o declaman versos de Gustaf Fröding. La idiosincracia sueca se conserva, fundamentalmente, gracias al idioma y... la comida. Los descendientes de suecos de segunda o tercera generación que sólo hablan castellano saben decir, al menos, pepparkaka (masitas de jengibre) y lutfisk (bacalao macerado en sosa). Durante todo el mes de diciembre el club sirve la famosa “Mesa de Navidad”. La “Mesa” es tan típica, que parece extraída de una escena de “Fanny y Alexander”, el famoso film de Ingmar Bergman. Una cabeza de cerdo decorada con alcorza asoma sobre los coles, las salchichas y doppegrytan (fondue de grasa de cerdo). Es una suerte que la Casa de Suecia cuente con aire acondicionado, teniendo en cuenta que estos platos están pensados para un clima algo más invernal que los treinta grados a la sombra del verano porteño... La Fiesta del Cangrejo es considerada por muchos como el evento del año por excelencia, debido a la comida y la bebida que durante ella se consume. La “temporada del cangrejo” se inicia en Buenos Aires en el mes de setiembre, para permitir que aquellos suecos que estuvieron de vacaciones en Suecia durante el verano boreal lleguen a tiempo para saborearla. Un argentino que participe por primera vez en esta fiesta no la olvidará jamás. Vivirá la exótica experiencia de ver a sus amigos empresarios, habitualmente serios y circunspectos, vestidos con coloridos sombreros y baberos, chupando ruidosamente a los crustáceos. Los verá abandonando su escandinava timidez y vociferando alguna canción. Si el argentino en cuestión jamás participó en la Fiesta del Solsticio de Verano, podrá ver al jefe de Volvo o al de Alfa Laval haciendo “saltos de rana” alrededor del mástil de la fertilidad, adornado con flores a mediados del invierno, en un edificio de la calle Tacuarí en pleno centro de Buenos Aires... Durante el correr de los años el club no sólo ha festejado las fiestas nacionales suecas; también ha adquirido sus propias tradiciones. Lo que ha unido a todos los miembros ha sido “el almuerzo mensual”, aunque la conformación de “subgrupos” de amigos ha sido siempre una forma natural y frecuente de relacionarse. Olof Arndt (“El capitán”), Rolf Schröder, Gustavo Wahren y Lauritz Winsnes revelan la intimidad de estos “clanes”... Schröder: El más antiguo, y el más conocido, se llamó “Los Grandes Muchachos”; exclusivo, fue bautizado “El club de los martes”. otro grupo, pequeño y muy Wahren: Los del “Club de los martes” éramos seis: Oskar Kraepelien (jefe de la empresa Stora Kopparberg), Ernesto Elfgren (ejecutivo de la Johnson), Rune Jeppsson (de la empresa Elof Hansson), Bengt Carlmarker (perteneciente a Ekman & Co.), Rolf Schröder y yo. Nos reuníamos para almorzar, o mejor dicho, para “beber” juntos el almuerzo... Después del lunch no resultaba fácil llegarse hasta la oficina sin ayuda. Pero el ritmo de trabajo en esa época (los años 60 y 70) era muy diferente al actual... El Capitán: Otro se llamó “Los hombres de 1906”. El grupo estaba compuesto por doce miembros nacidos en ese año. Hoy sólo queda uno, Lauritz Winsnes. El grupo se formó en la década de 1940. Se reunía todos los años para almorzar y festejar los cumpleaños de todos al mismo tiempo. El grupo funcionó hasta la década de 1960 o 1970. Winsnes: Al principio éramos once y organizábamos un elegante almuerzos al mes, algunas veces en el Jockey Club. Entre sus miembros estaban Rune Petterson, Oskar Kraepelien, Lars Östman, Harry Wickström y el embajador Östen Lundborg. El Capitán: El Real Club del Råbiff era un grupo de caballeros que se reunía una vez al mes para saborear el råbiff y jugar al Dudo, un juego con dados. La partida comenzaba a las doce del mediodía en punto. Quienes llegaban 12:05 eran sancionados perdiendo puntos. El juego duraba hasta las cuatro de la tarde. Luego todos se iban a sus casas. En esa época tomábamos un ‘clarito’ (Dry Martini) por partido. El que perdía pagaba los tragos de los demás. Con el tiempo, suprimimos esta costumbre; decidimos jugar sólo por los puntos. Eso sí: ahora se podía beber todo lo que uno quisiera... Fue una decisión más civilizada... No podía haber más de doce jugadores; en caso de que alguno no quisiera seguir jugando (o hubiese fallecido...), se elegía a un nuevo miembro en un acto formal y grandioso. Al nuevo jugador se lo invitaba solemnemente y se le pagaba su almuerzo; cuando el nuevo miembro concurría a la siguiente partida, tenía la obligación de invitar a todos los demás. Para algunos, esta costumbre los descolocaba. Para participar de este grupo era necesario ser dueño de un humor especial… Pero, lamentablemente, ellos también se han ido… Desde el mostrador del bar El barman de la Asociación, Juan Carlos Rivero, ha visto y oído mucho en sus 37 años junto con los suecos. Fue contratado como mozo en 1961 y recuerda que en esa época los ascensores funcionaban en forma bastante esporádica en la recién construida Casa de Suecia. Había que subir y bajar por las escaleras para llevar los cientos de kilos de papas hasta el quinto piso, donde estaba la cocina del restaurante... Carlos había trabajado antes en el Strangers Club, lugar donde conoció a Rodolfo Sequeira, quien fue contratado por la Asociación como barman. Con el tiempo a Carlos también le enseñaron ese oficio. Ambos vivieron la época de esplendor del restaurante: en ese entonces concurrían 50 personas por día, los almuerzos de negocios duraban hasta las 6 de la tarde y no se podía ingresar al salón sin saco y corbata. En caso de que alguno se hubiese olvidado de traerlos, el personal se los prestaba para que salieran del apuro. Otra de las tareas de los barmans era ocuparse de conseguir un taxi e introducir en ellos a los clientes que pudieran estar algo “mareados”. Pero Carlos deja bien en claro que se siente muy bien con el trabajo que tiene. Afirma que la mayoría de los embajadores o presidentes de empresas a los cuales él ha servido a través de los años han sido personas muy amables. Recuerda lo divertido que fue conocer al seleccionado de fútbol sueco en 1978, a las corredoras de automóviles de ese país y al grupo de música pop “Los Con´s Combo” (véase los retratos en estas páginas). Con la tradicional discreción de un mayordomo, evita hacer comentarios sobre la gente; sin embargo, nos revela un secreto: en la década de 1960 algunos caballeros que habían organizado un “curso de cocina” en el club consumieron una excesiva cantidad de botellas de vino. Otra anécdota fue la rebelión de las mujeres, que no tardaron en protestar y exigir el ingreso femenino al bar. “La frontera” que delimitaba los dos campos estaba construida con una maceta de flores y un biombo. Un buen día, algún gracioso colgó un dibujo con los botones de una bragueta y un texto: “For Gentlemen Only”. El mensaje era evidente: los hombres marcaban claramente cuál era su territorio. Las damas amenazaron con dejar de pagar sus cuotas como socias adherentes y lograron modificar estas “medidas”. (Véase “Un ‘clan’ especial: las damas”). Carlos no olvida felicitar al club en ocasión del Centenario y el club le agradece estos casi cuarenta años de excelentes servicios, leal y eficientemente realizados. Un “clan” especial: las damas De todos los elementos reunidos surge, y se da por sentado, que la Asociación Sueca fue creada como un club para hombres en 1898 y siguió siéndolo durante muchos años más. Es fascinante comprobar durante cuánto tiempo se prolongó esta situación. En las memorias de 1923 se dice que “la Asociación ha mantenido alejada a la mujer de las urnas electorales y los problemas de la administración en forma consecuente. Ella sólo ha estado presente en las fiestas y de este modo el elemento femenino ha hecho más llevadero el arduo trabajo del hombre en la Asociación; la mujer, con su presencia, ha realzado el brillo de los agasajos y las reuniones festivas”. Con el mismo tenor se describe a los locales del club de la calle Victoria 673, pintando un contraste entre “la seriedad de la secretaría y la biblioteca” y “el salón de damas, algo más alegre (adornado, por supuesto, con espejos), el salón de billar y el bar”. En esa época las damas debían “brillar” y “mirarse al espejo” pero no preocuparse en participar de las serias decisiones de la vida institucional. Cuarenta años después se habían hecho acreedoras al título de socias adherentes, pero todavía sin tener derecho al voto. Eran bienvenidas en las fiestas y tenían permiso para utilizar las instalaciones del club para sus reuniones. Pero a la hora del almuerzo, el restaurante estaba dominado por los “trajes y las corbatas”. En realidad, en el seno de la colectividad sueca no eran muchos los que cuestionaban el status quo (con una excepción... Véase, al respecto, “Desde el mostrador del bar”). En Suecia existió, durante años, un intenso debate sobre la participación de la mujer en el mercado laboral y el acceso a una red de contactos formales e informales. En Buenos Aires es posible que el tema quizá haya sido motivo de algún comentario aislado, pero no se le dio mayor trascendencia. El choque cultural entre el feminismo sueco de la década de 1970 y los conservadores suecos que vivían en el exterior era inevitable. Ambos conceptos entrarían en colisión, tarde o temprano. El enfrentamiento tuvo lugar en octubre de 1974. El Estado sueco había tenido un representante en la Comisión Directiva del club, desde el momento en que la Casa de Suecia fue construida con 800.000 coronas provenientes del erario. El representante siempre había sido el canciller de la embajada. Pero, de repente, el canciller Christer Nilsson fue reemplazado por la canciller Lillemor Karlsson. El embajador Sven Hedin envió un telegrama al Ministerio de Asuntos Exteriores en Estocolmo, confirmando que los estatutos de la Asociación Sueca impedían que las mujeres fueran miembros de su Comisión Directiva. Hedin propuso que fuera designado como representante del Estado, en su lugar, el segundo hombre de la embajada, Hans Linton. En el ministerio se desató la tormenta. Y los nubarrones se publicaron en los medios de comunicación de Suecia. El club apareció, por primera vez en su historia, en la portada del matutino Dagens Nyheter. El otro periódico de la mañana, Svenska Dagbladet, tituló así la noticia: “El Ministerio de Asuntos Exteriores amonesta a los suecos en la Argentina”. El club se vio obligado a efectuar una modificación en sus estatutos con premura, argumentando que los mismos estaban ya analizándose con anterioridad, pero que “no había habido tiempo” de aprobarlos antes. La propuesta formal sobre modificaciones en los estatutos sólo podía presentarse en la siguiente asamblea anual. Además, las leyes argentinas disponían que debían transcurrir dos asambleas anuales antes de que los nuevos estatutos fueran adoptados. Recién en la Asamblea General Ordinaria de octubre de 1977 las damas fueron aceptadas en el club como miembros de pleno derecho. En esa oportunidad, Daisy Mellberg fue elegida vicepresidenta y Britt Carlmarker, vocal suplente. Después de veinte años, el número de mujeres en el Consejo Directivo ha aumentado considerablemente: de dos a tres... Sin embargo, no hay duda de que se ha producido un cambio de actitud; las mujeres son bienvenidas en el club y el escándalo de 1974 parece hoy un hecho exótico y pintoresco. La primadonna de la colectividad Carina Ari llegó a la Argentina en la década de 1940. Había contraído matrimonio poco tiempo antes con el “rey del licor”, Jan Moltzer, y ya entonces era una consagrada bailarina de ballet y coreógrafa, con una larga trayectoria en Europa. Pero en Buenos Aires llegó a ser conocida por otras virtudes: como escultora, como anfitriona en diversas fiestas, por su filantropía y, fundamentalmente, por su notable personalidad. En Suecia la gente la recuerda como pionera en el arte de la danza y por su participación en el Ballet Sueco en París. También fue reconocida por haber fundado el fondo para becas que fomentaron el ballet. Muchos suecos de Buenos Aires la recuerdan por un baile muy diferente: cuando tenía 70 años, vestida en piel de leopardo, se atrevió a bailar el hambo, una danza popular sueca, junto con el cantante del grupo pop Con’s Combo, en uno de sus famosos almuerzos. La excéntrica esposa del millonario era, a la vez, una insider y una outsider en la colectividad sueca. Todos querían ser invitados a las fantásticas fiestas que ella organizaba en la residencia La Monona (o “La casa sueca”, como también se la llamaba) en San Isidro. Ella gozaba de estatus social logrado gracias a estar casada con uno de los dueños de la licorería holandesa Bols, pero también por haber sido una estrella internacional de la danza. Aunque también existían aquellos que se sonreían a hurtadillas de sus extravagancias, tales como su gigantesca colección de duendes y gnomos, su infinito amor por los gatos y su exuberante estilo. Después de un prometedor debut en la Ópera de Estocolmo, Carina bailó en el Ballet Sueco de París, a comienzos de la década de 1920. Luego siguió su propio camino, realizando una brillante carrera como coreógrafa. Se vio obligada a abandonar la danza debido al reumatismo que sufría. Viajó a Aix-les-Bains para tratarse de su mal en 1938. Allí conoció a su “príncipe” holandés, quien poco tiempo atrás se había mudado a Buenos Aires. En sus primeros años en la Argentina se dedicó a la escultura, una virtud que había descubierto antes, pero que nunca había tenido oportunidad de desarrollar. Entre sus obras se cuenta un busto de Dag Hammarskjöld que hoy se exhibe cerca de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. También es obra suya una estatua de Santa Brígida, que hoy se encuentra en el lugar donde naciera la santa sueca. Luego de la muerte de su marido en 1967, Carina adoptó una actitud más extrovertida. Frecuentó los círculos de la alta sociedad argentina y también participó de las actividades de la colectividad sueca, donde se hizo de muchos amigos. Al organizar sus fiestas, puso en ellas su alma de artista, aportando temas creativos y decoraciones originales. Una de las ocasiones más especiales tuvo lugar con motivo del 18° cumpleaños de su gato Pousse-Pousse. Los invitados debieron sentarse alrededor de una mesa con forma de U. Los caballeros debían vestir smoking con algún accesorio de cuero para honrar así al gato, que presidía la reunión sentado en un trono. Varios invitados hicieron uso de la palabra en honor al gato. El embajador Östen Lundborg había sido invitado, pero no pudo ir. Luego reconocería que ésa había sido la única vez por la cual estaba contento de no haber ido a una de las reuniones organizadas por Carina. Otra de las fiestas de Carina dignas de ser mencionadas es su 70° cumpleaños, el 14 de abril de 1967. Carina había alquilado una carpa forrada en seda para la ocasión, iluminada por una araña de cristal. Una vez llegados todos los invitados, Carina hacía su aparición vestida de blanco con una capa roja y el gato Pousse-Pousse en su hombro. A continuación, recibió a cada uno de los invitados, que en fila india esperaban su turno para ser saludados. Carina tenía pasión por las joyas y amaba vestirse y actuar como una diva. Pero lo hacía con una alta dosis de ironía hacia sí misma. Aquellos que la conocieron bien, afirman que siempre fue una persona amable y humilde durante toda su vida, y su generosidad se puso de manifiesto en las importantes donaciones que realizara a la Asociación Sueca, a la Iglesia, a la Asociación de Beneficencia y a muchos museos e instituciones culturales. Su vida no fue, por cierto, un lecho de rosas. Karina Jansson, tal su nombre original, había crecido en el seno de una familia humilde en el barrio antiguo de Gamla Stan, en Estocolmo. De niña debió vender flores en la calle después de concurrir a la escuela. La viuda del millonario, que solía degustar una copa de champagne rosado con el desayuno, nunca olvidó sus orígenes y el duro trabajo que le exigió su profesión de bailarina de ballet. Cuando falleció en 1970 ya había creado una fundación para fomentar los estudios y la investigación de la danza en Suecia, como así también un fondo que aún hoy otorga becas a los jóvenes bailarines. La Asociación Sueca bautizó con su nombre a uno de los salones de la institución. La “Sala Carina” desapareció en 1996, al remodelarse el sexto piso, donde hoy se encuentra la embajada. Sin embargo, la legendaria Carina continúa viviendo en muchos corazones. “Y cuando ella haya vivido cien años...” (De la letra del “Cumpleaños Feliz” en sueco) La Asociación Sueca puede mirar hacia el pasado y contemplar cien años de tradición, que son también cien años de adaptación y creación. El club no es el mismo porque la colectividad sueca ha cambiado a través de los años. De ser un club de hombres totalmente escandinavo pasó a convertirse en una asociación sueco-argentina que también le da la bienvenida a las mujeres. La Asociación tiene su sede en el centro de la ciudad, como antes, pero muchas empresas se han mudado de San Telmo hacia otros barrios o a los suburbios. Lo mismo han hecho muchos de los socios, que actualmente viven en la Zona Norte en su mayoría. La Asociación no cumple con su tarea de unir a los suecos del mismo modo que lo hizo en el pasado. Cada vez son menos los suecos enviados al exterior desde sus casas matrices y cuando lo hacen, sus contratos tienen menor duración que antes. Si alguien añora Suecia, puede viajar en sólo dieciséis horas, en lugar de navegar durante tres semanas a bordo de algún buque de la Johnson. Aquellos que pueden, viajan de vacaciones al menos una vez al año y no cada cinco, tal como lo hacía la mayoría antes de que la aeronavegación acortara las distancias. Si uno tiene acceso a Internet puede leer los periódicos suecos del día y conversar (o ‘chatear’) con un compatriota, de Estocolmo o de Laponia, en lugar de buscar coterráneos en Tacuarí 147. Si el fundador del club -- el dentista Nils Odahl -- viviera, se enojaría -- y mucho -- con los jóvenes suecos que viajan, estudian o trabajan en la Argentina de fin de siglo. Estos suecos están más interesados, en general, en conocer argentinos y aprender a tomar mate que a honrar diariamente a la Madre Patria. No olvidemos lo que Odahl decía en 1898 sobre los suecos “con tendencias seudocosmopolitas”... Actualmente la curiosidad por otras culturas es considerada como algo saludable y natural, y no se la catalogaría como “seudocosmopolita”. No es necesario tener un doctorado en antropología social para constatar que esas nuevas costumbres y relaciones no favorecen la unidad de los suecos en la Argentina. Sin embargo, la cantidad de socios afiliados al club en el período 1997-1998 ha sido la mayor en muchos años. Está claro que una asociación sueca tiene una importante función para ellos. Y seguirá teniéndola, en tanto los suecos que vivan en el exterior sigan extrañando las papas hervidas con eneldo; la institución seguirá siendo una necesidad, mientras los descendientes de suecos quieran recordar sus orígenes; la Asociación Sueca seguirá existiendo en la medida en que los argentinos que admiran a Suecia deseen continuar brindando junto con los estruendosos vikingos.
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