DISCURSO DEL SENADOR ANDRÉS SERRA ROJAS Entrega de

DISCURSO DEL SENADOR ANDRÉS SERRA ROJAS Entrega de la Medalla Belisario Domínguez a Adrián Aguirre Benavides 1964 Señor Presidente; Honorable Asamblea; señoras y señores: Las grandes lecciones de la Historia Patria deben ser recordadas con orgullo y exaltadas con sentido apasionamiento. Cada año el Honorable Senado de la República, interpretando fielmente el fervor cívico nacional, celebra una solemne sesión luctuosa para recordar al más preclaro de sus miembros, el egregio senador por el Estado de Chiapas, doctor Belisario Domínguez, En momentos difíciles para México, lanzó su célebre catilinaria en contra de una violenta usurpación, que después de asesinar a los legítimos titulares del Poder Ejecutivo, puso en peligro a la nación misma. El ilustre prócer pagó con su vida la pasión por la libertad, el severo análisis de un régimen corrompido y el haber reclamado a la representación nacional el restablecimiento del orden constitucional. Fueron asesinados Madero, Pino Suárez, Belisario Domínguez y otros más, pero lo que no pudo destruir el implacable déspota fue la profunda convicción libertaria y democrática del pueblo mexicano. La gratitud general levantó un templo de imperecedero reconocimiento, para el hombre que cual un nuevo Moisés fulgurante bajó de su solio para darnos las nuevas tablas de la dignidad humana. En el martirologio nacional -­‐que es el libro de nuestros héroes y mártires-­‐, han quedado inscritos esos hombres gloriosos, que murieron defendiendo sus convicciones y la nobleza de su causa. El concepto de la mexicanidad cada día es más hermoso porque es a manera de una joya resplandeciente que se engalana con nuevas gamas del inestimable valor. También hoy entregaremos la Medalla "Belisario Domínguez del Senado de la República" a un destacado veterano de la Revolución. Dijo mi admirado amigo el señor José Rubén Romero "que las condecoraciones tienen un alma, el alma de quien las otorga y que ésta se funde con el alma de quien la recibe". Así repetiremos nosotros que todo el espíritu de Belisario Domínguez palpita en la condecoración que hoy se entrega. Los antiguos paganos reputaban al héroe más que hombre y menos que Dios y en los tiempos siguientes el héroe ha sido el varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes o por lo trascendente de su misión. Desde entonces un pueblo sin héroe es como un árbol sin frutos o como un cielo sin estrellas. Los pueblos necesitan para vivir del árbol y del cielo, pero también del fruto y de la estrella, porque no es el pan cotidiano el exclusivo afán de nuestras luchas. En un pequeño libro clásico sobre el culto a los héroes y lo heroico en los asuntos humanos nos dice Carlyle. "El héroe se asemeja al rayo del cielo; los demás lo esperan como si fuesen combustible y luego arden ellos también". La actitud en el combate reviste mil formas y arranca desde lo más humilde a lo más soberbio. Héroes fueron los jóvenes y admirables cadetes de Chapultepec, héroe es el niño Narciso Mendoza, héroes son los adalides de nuestras gestas históricas. Héroe es Jesús García el mártir de Nacozari. Más también son héroes: la madre que se sacrifica por sus hijos; el saldado que muere en el cumplimiento de su deber; el maestro que moldea las conciencias infantiles y juveniles; héroe es el investigador que entrega su vida en una experiencia científica para beneficiar a la humanidad; los mártires del espacio aéreo, los que descienden a las profundidades del océano o el hombre que entrega su vida por una Patria mejor. El héroe -­‐apóstol, profeta, o sacerdote, poeta o guía-­‐, es un combatiente, un hidalgo y generoso combatiente. En la vida se combate por muchas cosas, unas valiosas y otras triviales, pero siempre se lucha por algo. El héroe es el predestinado a luchar por las cosas más nobles de la existencia, aquéllas que los demás no nos atrevemos a emprender, porque el precio de esa odisea es la vida. ¿Quién fue ese hombre vidente que sembraba esperanzas, cuando la desilusión se enseñoreaba en todas partes y que con el más elevado humanismo supo reconocer con el filósofo "que cualquier hombre era hombre en su presencia" y les tendía la mano "amiga en la noche inalumbrada de su abismo? ¿Cuál fue ese signo inexorable que arrancó de su modesto consultorio provinciano, a un generoso y altruista galeno que vivía repartiendo los dones de su corazón entre la gente humilde y lo trajo a esta misma tribuna a reclamar en contra de quien llevaba al país a la ruina? ¿Quén fue ese hombre excepcional que aconsejaba a los mexicanos con honda convicción: "Decid la verdad y sostenedla con fuerza, con fuerza firme, entera y clara"? ¿Quén fue ese hombre vigoroso que en unos cuantos meses devuelve su valimiento a la representación nacional y ofrece acabar con el tirano solicitando con valor espartano: "dejad que vaya al traidor para decirle que ha conculcado las libertades de México?. El 25 de abril de 1863 nació Belisario Domínguez en Comitán de las Flores, hoy Comitán de Domínguez, que ostenta con hidalguía el título de Ciudad que le fue concedido por las Cortes de Cádiz. En alguna ocasión la voz trémula del patricio evocó el lugar de su nacimiento, que repetimos como un homenaje, sincero a tan entrañable lugar: "Allá en el último confín de la República, muy cerca de la frontera guatemalteca, existe en el Estado de Chiapas una pequeña ciudad pintoresca, simpática, encantadora: su brisa suave y perfumada; su atmósfera radiante y pura; sus habitantes generosos, alegres, francos y hospitalarios, se llama: Comitán". Comitán en el Valle del mismo nombre, lo registra la historia como el último baluarte del Imperio Maya. En la segunda mitad del siglo XIX se convierte en el centro de irradiación del juarismo suriano. Cuna de don Matías Ruiz, el primer prócer de la Independencia de Chiapas y de don Matías Castellanos, un valiente defensor de las instituciones liberales. Por sus antepasados, se vincula a notorios próceres chiapanecos. Cuando el viajero llega a Comitán, lo primero que hace es preguntar: ¿Cuál es la casa en que vivió Belisario Domínguez?, y con emoción penetra a la casa solariega del mártir chiapaneco, siempre abierta de par en par como su hermoso corazón. La hospitalaria gentileza de los familiares del mártir, su hija y su yerno, incitan a despertar nuestra imaginación en el medio tan sencillo en que un hombre inteligente, se empeña en ser útil a sus semejantes. Allí está un cuarto con la cama humilde, con todos los objetos de uso diario, con las cosas amables de su vida cotidiana, hogareña y profesional. Unas vitrinas contienen el instrumental que había traído de París y de otras partes, que eran lo más adelantado de su época para sus intervenciones de urgencia, las operaciones de cataratas, extraer un diente o en los procesos ginecológicos. En diversos armarios están sus libros, sus queridos libros de consulta y de esparcimiento. La mayor parte de ellos son libros franceses adquiridos durante su provechosa estancia en la bella Lutecia. Unos relacionados con la profesión médica, otros de física, de química, de matemáticas, de biología; otro grupo son libros de filosofía, de sociología, de ética. Nada escapaba a la curiosidad del inteligente galeno. Más allá están las obras de literatura y en ella figuran Balzac, Víctor Hugo, Baudelaire, Mallarmé, Anatole France, Flaubert y otros más. No hay duda de que ellos dejaron una huella permanente en un espíritu rebelde y acucioso. Aún se conservan sus páginas anotadas, con la preocupación de la lectura, de la idea que no debe escapar. Un arsenal de trabajo intelectual de un hombre culto que señala su paso por la vida en sus trabajos generosos, de los cuales apenas si queda el recuerdo en la indicación de una página doblada o en las pastas de los libros raídas por el continuo uso. Como un héroe engarzado en las páginas admirables de Plutarco, el doctor Belisario Domínguez, se sitúa en la cumbre de su época, con un admirable sacrificio que adquiere perfiles de universidad, con un ejemplo inusitado de dignidad y valor ciudadanos. No era un corazón soberbio luchando por una efímera quimera, sino el hombre ejemplar lleno de ilusiones por un orden social más justo. Un pueblo que espera su felicidad de manos extrañas, es un pueblo condenado a la esclavitud. Uno de los biógrafos del ilustre prócer, el admirado poeta chiapaneco Santiago Serrano, nos dice que "no faltó alguien, que a la muerte del patricio Domínguez, lo tildara de loco", y agregaría esta vieja fórmula "basta tener razón para pasar por loco entre los necios o por necio entre los locos". La vida del ilustre Senador cada día es más intensamente estudiada, y ni uno solo de sus actos responde a una desviación racional o sentimental. Así nos lo dicen sus maestros comitecos y sancristobalenses que encontraron su alma de joven llena de inquietudes y de sanos propósitos de superación. Era una espíritu abierto a la esperanza que amaba intensamente la vida. Así lo demuestran sus estudios en el extranjero, obteniendo en París su título de México, partero y oculista. El epistolario de don Belisario enseña la nobleza de su corazón y la pureza de sus sentimientos. En particular esta misiva fechada en París el 5 de abril de 1880 dirigida a sus padres que no puede ser más elocuente para mostrar las fuentes inagotables de sus más puros sentimientos: "por fin me quedo solo en esta gran ciudad, pero no se aflijan para nada por eso porque me considero demasiado fuerte para manejarme en ella, tanto porque permanezco como siempre firme en la observación de una buena conducta, porque como Evaristo (su hermano), durante el tiempo que estuvimos juntos me hizo conocer los peligros en que podía encontrarme y por consiguiente debía evitar. Mis estudios, ya lo saben, van como siempre perfectamente bien y mi propósito es que continuarán hasta su fin de la misma manera" La ciudad de París con sus tesoros admirables de las grandes creaciones humanas, le ofrecía a don Belisario, el panorama amplio de una civilización superior y de un escenario completo de las más admirables contiendas de un pueblo por mantener su libertad. En la atmósfera, en sus calles, en los muros de las casas entonces ennegrecidos por la pátina del tiempo, se mantiene vivo un pasado esplendoroso de viejas tradiciones y pretéritas luchas por el destino del hombre. Francia representa la patria del espiritual del hombre. Mas muy lejos estaba la patria verdadera, la que se lleva en el corazón, la que nos llena de ternura a su sola evocación. Para ella habría que estudiar y sacrificarse; pocos son nuestros desvelos para llevar un hálito de esperanza al modesto campesino sepultado en la inmensidad de sus montañas o al indio irredento que no tiene otra luz, que la claridad del día. Cada uno de sus actos de su vida privada y profesional rebelan la grandeza de su alma y un amplio espíritu de justicia social que llama poderosamente la atención, para su época. Belisario Domínguez amó intensamente a México, a Chiapas y conoció el significado de la hispanidad. Cuando se refería a la patria mexicana dijo: "esta es una prueba de buena voluntad de uno de tus hijos que te ama con ternura". Cuando hacía alusión al estado de Chiapas lo dominaba el orgullo de la patria chica: "Este es un país hermosísimo. Aquí existen todos los climas y todas las producciones del mundo. A esta tierra privilegiada le está reservado el más brillante porvenir". Y veía pasar inútilmente los gobiernos porfiristas sin que dejaran una huella perdurable: "Chiapas es uno de los Estados más pobres y desgraciados de la República". Y envió este mensaje a mis coterráneos, que recogemos con profunda devoción. "Obrad chiapanecos. Trabajad. Fundad en cada ciudad un periódico que dé a conocer al mundo entero las bellezas de nuestro Estado, que atraiga a Chiapas capitalistas y trabajadores del interior de la República y del extranjero. Tened confianza y perseverancia en vuestra empresa y el triunfo es seguro". Por otra parte, el patricio sintió el significado cabal de la hispanidad, sin renegar de nuestros ancestros indígenas. Médico, periodista y político por accidente. Lo mismo en las hojas impresas "Chiapas", que en el periódico "El Vate", fueron tribunas del más alto valor intelectual. Filantropía, humanitarismo, caridad, forman la trilogía de las fibras más nobles de su corazón. La rebeldía y la inconformidad llenaban su espíritu, pero sus tribunas eran pequeñas. Como a Martí le hacia falta una montaña para hablar a la nación. No sentía la necesidad de participar en la política y las muy contadas ocasiones en que lo hizo, dejó una huella imborrable de la política entendida como un arte ennoblecido por su finalidad humana. Lo mismo de Presidente Municipal de Comitán, que de Senador de la República, llevó con dignidad ambos encargos. El último reducto de la vida fue el Senado de la República; sabía la magnífica proyección de esta tribuna. Aquí llegó en julio de 1913 en su calidad de Senador Suplente, a ocupar el sitial de don Leopoldo Gout que había fallecido. La República y en particular la ciudad de México, se debatían en las más tremenda bancarrota institucional. Ante sus ojos se extendía "un abismo sin fondo, de inmundicia". Desde el primer momento el Patricio se mostró rebelde a un estado tan lamentable de cosas. Eran los días negros, de la dictadura, que repetían las épocas de oprobio del absolutismo "en las que había una tarifa para todas las conciencias, y un precio para todas las perfidias". Y contra todo el equipo dictatorial dirigió sus dardos más certeros, lo mismo al titular del régimen oprobioso, que a las gentes que lo rodeaban. Belisario Domínguez sabía lo que la experiencia política enseña: "por vil que sea un gobernante, lo son mucho más y mucho más, todos los que le ayudan, sostienen y aplauden, y casi tanto los que lo soportan". Unos cuantos días fueron suficientes para levantar el tono de su voz y allí quedaron para ejemplo del mañana sus mensajes para las sesiones del 23 y 29 de septiembre del mismo año. Poco después caía villanamente asesinado, con lujo de crueldad y refinado ensañamiento y arrancado de los brazos de su hijo. El tirano como una hiedra de mil cabezas quería cercenar la libertad del pueblo mexicano. La inmortal oración parlamentaria del ilustre comiteco -­‐a manera de un látigo fustigador-­‐, fue una admonición de fuego que se prendió en la conciencia nacional. La opinión pública abrió los ojos indignada con el proditorio asesinato y se dispuso a la lucha ante el dilema de libertad o despotismo. Y la inmensa obscuridad que envolvía a la nación mexicana, pronto habría de desaparecer ante el resplandor de las hogueras de la Revolución. El grupo renovador de la Cámara de Diputados sintió muy hondo el mensaje del prócer. Sabía con un ilustre jurista que "el sacrificio por deber es más noble, por entusiasmo suele ser más fecundo". Mas en el mártir se unían ambos conceptos. Una comisión de la Cámara investigó los sucesos y los confirmó con entereza. En esa comisión estaban el señor licenciado Eduardo Neri y el querido maestro el señor licenciado don Armando Z. Ostos. Tomando en cuenta su decidido informe la Cámara consignó al usurpador al Gran Jurado como un delincuente. Más indignado el déspota envió a la Penitenciaria a 80 diputados que mucho honran a la representación nacional. No alcanzó la Cámara de Diputados a tramitar el expediente de consignación, mas fue la nación entera la que había de dar más tarde, su fallo justiciero. Ya en los caminos del norte se escuchaban ruidosamente los cascos de los caballos del ejército libertador de don Venustiano Carranza que comenzaba a escribir las primeras páginas del movimiento constitucionalista, que habría de dar años más tarde, al país un documento fundamental de valor incalculable. El Primer Jefe comentó: "mártíres como Belisario Domínguez tienen la excelsa misión de hacer triunfar la causa de la Revolución". En tanto que el Centauro del Norte ponía en entredicho a las fuerzas del dictador y Emiliano Zapata agregaba las primeras palabras del evangelio de la tierra. Tenemos la convicción de que el sacrificio del mártir Chiapaneco no ha sido estéril, porque nos dio a conocer cuál es el significado de un verdadero patriota que hace entrega total de su vida sin interesarle su gloria personal o una ambición egoísta. Ante una montaña de injusticia señaló cuál era el único derrotero por el que un pueblo puede dignamente desenvolverse, tal como lo entendía hace siglos Platón: "un pueblo dueño de su vida propia, sin depender de nadie en ninguna ocasión, en subordinar la vida sólo a la propia voluntad y en no hacer caso de la riqueza". "Libres por la palabra libre", dijo el Apóstol, con la convicción inalterable de que la libertad no es un don que concede el Estado, sino uno de los atributos fundamentales del hombre, "como uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos: -­‐dijo Cervantes-­‐ con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Es la libertad la cosa más amada por la gente de razón, y la ansían los animales carentes de raciocinio; la libertad no debe ser vendida, porque si así se alcanza, es libertad sin sosiego". Todos los pueblos y todos los hombres tienen derecho a ser libres. Un mundo de esclavos acabaría por hacer de la Tierra un astro oscuro arrastrado hacia una lejana constelación de ignominia. Recuerdo las frases lapidarias de un viejo político español que dijo: "ninguno de los países que pretenden dirigir y moralizar la historia enmiendan los daños y atropellos cometidos por él en aquélla" y concluye: "Hay personas y naciones monopolizadoras tan celosas de la gloria, que sólo dejan a los demás lo que no pudieron quitarles". El ideario del doctor Belisario Domínguez forma un cuerpo de filosofía política cada vez más necesario para un mundo en transición, de arreglos y componendas, de treguas y trapisondas, que no se atreven a llevar a la humanidad por los caminos del bien, que pretenden curar el mal incurable de nuestra civilización con paños calientes y con aspirinas. Lo que se ha conquistado minuto a minuto y con ríos de sangre, se pierde en una tribuna internacional, en esos odiosos y grotescos arreglos hechos para no perturbar el equilibrio político de las naciones poderosas. La historia nos enseña que los pueblos pequeños crecen y se elevan maravillosamente, cuando defienden su libertad y se vuelven pobres y miserables cuando venden como Esaú su primogenitura por un plato de lentejas. Nosotros los mexicanos que hemos caminado varios siglos de adversidad, como una hoja al viento en el vendaval del tiempo, no hemos tenido otro maestro que nuestro propio sufrimiento y aún ése nos ha permitido sobrevivir con dignidad. Grecia fue más grande cuando sus pequeñas legiones de patriotas, cantando los divinos hexámetros de Homero, se opusieron a las desoladoras invasiones del Oriente, que las orgullosas legiones romanas pisoteando los anhelos de libertad de los pueblos. Belisario Domínguez es un maestro de ciudadanía, en la educación para la libertad y la democracia. Lo que dijo es válido para todos los pueblos, aun para los que tienen el alma de esclavos. Las primeras voces de libertad que se escucharon en la América Hispana, fueron las voces de nuestros patricios, de Dolores a Comitán, y su voz se proyectó sobre un continente, porque sabían con el filósofo que "nadie puede ser libre sin antes haber aprendido a libertar a los demás". Belisario Domínguez está nuevamente de pie en la conciencia nacional. Como nuestros templos mayas, que están derruídos pero las ideas que les dieron forma y vida, se mantienen en el ideario de nuestro pueblo. La línea, la forma, el color, la idea que las levantó del polvo, fueron el esfuerzo de luchadores humildes. Así también las clarinadas de libertad son eternas y siempre vivas para combatir la injusticia. Por eso del pasado viene a nuestra memoria la antiquísima fórmula de Duclos: "la justicia es el pan del pueblo y el pueblo siempre esta hambriento". De ayer hasta siempre se repetirá esta ceremonia para que el sacrificio de un hombre esté presente en todos los actos de la vida nacional, para que nos haga más celosos de nuestras Instituciones y no olvidemos que toda protección en el campo internacional, es siempre una amenaza a nuestra soberanía. Los pueblos poderosos no tienen el pudor de esconder sus propios egoísmos. Mantengamos la dignidad y la seguridad nacionales y todo lo demás se dará por añadidura. Sócrates apura la cicuta que el poder le entrega como última sanción. Se le acusó de que no creía en los dioses de la ciudad y que traía demonios nuevos. Y cuando Hermógenes lo apremia a preparar su defensa, le contesta: ¿no te parece que toda mi vida no ha sido otra cosa que esta preparación? ¿no ha sido mi ocupación estudiar lo que es justo y lo que es injusto, para obrar con justicia toda mi vida?. Cuando bajó del tribunal la gente lloraba: ¿por qué lloráis?, les dijo, ¿no sabéis que desde que nací estaba condenado por naturaleza a muerte? y Apolodoro agregó: lo que más me duele es que mueras injustamente. Y Sócrates le dijo: ¿preferirías que me hubiesen condenado a muerte por haberlo merecido?. Yo no sé a qué misteriosa civilización o estadio de cultura se encamina el derrotero de nuestro destino. Ni podría imaginar, en el contradictorio proceso ideológico del mundo actual, cuáles son los elementos que el futuro nos exigirá para el advenimiento de la responsabilidad histórica del hombre. Alberto Camus afirmó: "creemos que la verdad de este siglo sólo puede alcanzarse yendo hasta el final de su propio drama". ¿Será este drama nuestro propio drama?, de ello no hay duda, todos vamos en el mismo barco y correremos los mismos riesgos. Y el mundo podrá restaurarse cuando abandone esta miseria espiritual que lo envuelve y se asome a las fuentes más puras del humanismo. Y a la larga la experiencia nos dirá que serán más frágiles los pueblos que levantan murallas de aislamiento, que los pueblos abiertos a todos las rutas del pensamiento. Pensamos en los hombres que embellecieron nuestra nacionalidad con sus virtudes varoniles y supieron guardar la fidelidad de nuestras tradiciones. Belisario Domínguez el indómito Senador chiapaneco, es el héroe civil de nuestra historia, que encarna en toda su pureza el paradigma del libertador. Cuando las huestes del implacable dictador lo conducen al lugar del suplicio; puedo muy bien repetir las palabras de Santo Domingo de Silos: "la vida me podéis quitar, más no me podéis quitar más". Y agregar con B. Shaw: "no importa como muere un hombre, lo importante es cómo vivió". Nos interesa la vida y la muerte del mártir, porque ambas forman el binomio de su inmortalidad. Los que asesinaron a Belisario Domínguez sacaron más infamia que oro; por todo ello, la vibración de las más sensibles fibras de nuestra emotividad nos hará siempre decir: BELISARIO DOMÍNGUEZ, ES EL GRAN SEÑOR DE LA LIBERTAD.