p1 EL DÍA, domingo, 9 de agosto de 2015 DUENDES Y GENTE del domingo menuda, un reportaje sobre creencias en criaturas y lugares encantados que existían en Canarias. !6/7 revista semanal de EL DÍA MIRADORES DE LAS CASAS EN EL PUERTO DE LA CRUZ !!! Texto: José Melchor Hernández Castilla L a palabra “mirador” posee, según el diccionario de la Real Academia Española, tres acepciones: a) corredor, galería, pabellón o terrado para explayar la vista; b) balcón cerrado de cristales o persianas y cubierto con un tejadillo; c) lugar bien situado para contemplar un paisaje o acontecimiento. De alguna manera, estos tres significados se encuentran, en distinto grado, en los distintos miradores de las casas en el Puerto de la Cruz. Los miradores nacen en la ciudad turística, en general, para divisar los barcos que se acercan con sus mercancías, sobre todo a partir de la destrucción del puerto de Garachico, en 1706, por la erupción volcánica: “Algunos vecinos del puerto arruinado pasaron a ser moradores del nuestro (Puerto de la Cruz), con especialidad los ejercitados en el comercio y marinería, aumentando el número de habitantes de uno y otro gremio que aquí había” (1). El incremento del tráfico portuario en el Puerto de la Cruz del Valle de Taoro (“llave de la Isla”) se eleva tanto que un solo día del año 1720 se llegan a contar treinta barcos, que a cambio de productos de contrabando se llevaban malvasía (2). Según los Sinodales del obispo Dávila (página 521), en 1733 se construye el trozo de muelle semicircular, según plano de don Gerónimo Mines (3). El 7 de mayo de 1738, Francisco García de Finestrosa, en nombre del regidor y diputado de la corte Alonso de Fonseca, propone ante la Junta de Canarias “la Playa del Charco” como puerto para la exportación del malvasía, “capaz de tener cuarenta navíos de trescientas toneladas” (4). En 1741, se construye la batería de Santa Bárbara en el muelle semicircular, dirigiendo la obra el coronel Antonio Riviera y siendo capataz Juan Pérez Ojeda, según escritura pública ante Gabriel de Álamo y Viera (5). Dos personajes son valedores de la prosperidad del Puerto de la Cruz en esta época: el irlandés Bernardo Walsh, o Valois (1663-1727), y su hijo primogénito, Nicolás Bernardo Valois (1706-1741) (6). Bernardo compra o cons- truye distintas propiedades en el Puerto de la Cruz: casa La Paz, en 1704, y reconstruida posteriormente; otra casa en 1704 y hecha nueva en 1712 –actual hotel Marquesa–; una nueva pequeña casa en la plaza parroquial en 1713 –actual casa parroquial–; otra grande en la plaza del Pozo en 1714 –actual casa Ventoso–; un molino de viento en La Paz, en 1715; y una casa comprada al marqués de Villanueva del Prado en frente de la playa de desembarco, la marina, en 1717 (7). Su hijo Nicolás Bernardo, heredero del mayorazgo de su padre, consigue, como personero de la ciudad, ganar las aguas del Burgado para el puerto en 1736 y además construye una pila y trae agua a la plaza parroquial –actual plaza de la Iglesia– a su costa en 1737 (8). Álvarez Rixo hace una relación, desde el 17 de marzo hasta el fin de diciembre de 1788, de las naves extranjeras que llegan a las distintas casas comerciales de la ciudad: 13 a la casa de Barry, 3 a la de Cólogan, 2 a la de Cullen, 2 a la de Commins, 2 a la de Blanco, 2 a la de Sarmiento, 2 a la de Roche (9). En este ambiente de prosperidad mercantilista, principalmente del comercio del vino, es cuando surge en gran medida la casona en el Puerto de la Cruz; la cual, en muchos de los casos, precisa de un mirador para poder ver desde lejos los barcos que se acercan (10). La mayoría de estos miradores se hallan entre la calle del Castaño (actual Nieves Ravelo), la plaza del !!! Distintos miradores del Puerto de la Cruz a principios del siglo XX. Charco y la calle Santo Domingo. Los miradores del Puerto de la Cruz se pueden clasificar en cuatro clases: los de estilos azotea, los más predominantes; los torreones; los tipo balcón, y el modelo de cuarto techado con ventanas en sus cuatros lados y que, en forma de cuna, se asienta sobre sus pilares (11). En 1796, el naturalista André-Pierre Ledru describe así la ciudad: “En el Puerto de La Orotava se encuentran las costumbres y el gusto de las buenas sociedades de Europa. Esta ciudad, la más comercial después de Santa Cruz, la mejor construida y la más agradablemente situada de la isla, tenía en 1789 una población de 4.465 habitantes. Hoy en día tiene 5.000. De siete a ocho negociantes extranjeros dominan casi todo el comercio y hacen rápidamente una fortuna considerable” (12). George Macartney (McCartney), conocido por sus dos dibujos de los jardines, drago y casa de Franchy, hace una descripción del puerto comercial en un día de mal tiempo en 1792: “La Rada de La Orotava está completamente descubierta; allí, el oleaje bate la orilla con tanta violencia que raramente una lancha puede intentar abordar. Las olas, al romper, cubren a veces el techo de las casas que están a poca distancia del borde del mar. Normalmente, las barricas de vino que se embarcan en este puerto hay que transportarlas flotando” (13). Se establece en el Puerto de la Cruz, en 1811, la base de la pesquería de la costa de África (14), sustentada por los principales comerciantes de la ciudad: Nieves Ravelo, Ventoso, A. Little, D. Little, T. Cullen, J. Cullen, casaña, Juan Franchi, Monteverde, Bernardo Cólogan, O´Daly, C. Lavaggi, Barry, Bruce, Arroyo, Gorrín, Lugo y Marqués de Villanueva del Prado (15). En 1816, Álvarez Rixo nombra las diez casas comerciales que trabajan al por mayor en la ciudad: Cólogan, Pasley y Little y Cia, Hijos de Barry, Stuart Bruce, Power, Ventoso, Cullen, Grauman y Mac-Daniel, Nieves, Lavaggi (16). Ruiz Álvarez extiende su lista de comerciantes establecidos de principios del siglo XIX, y diferencia a comerciantes de apellidos de origen extranjero (los Cólogan, los White o Blanco y hermanos, Juan O’Donavan, Tomás Lynch, John Key, los Mahony, los Barry, los Power, los Cullen, los O´Daly, los Commyns, los Astrong, los Little, los Pasley) de comerciantes de apellidos de origen español (NievesRavelo, los Ventoso, los Romero, los Arroyo y los Domínguez, entre otros) (17). Según relata Elizabeth Murray en 1859, entre los años 1812 y 1815 el Puerto de la Cruz alcanza una gran actividad comercial. Se embarcan “de 8.000 a 11.000 pipas anuales hacia Gran Bretaña, América, las Indias Orientales y Occidentales y otros lugares” (18). Alfred Diston hace un análisis de la situación del vino de este periodo. En p2 domingo, 9 de agosto de 2015, EL DÍA 1799, el precio de la pipa de vino es de 37 pesos y en 1848 de 28, alcanzando su máximo valor en 1811 (74 pesos la pipa), 1812 (84 pesos), y 1813 (80 pesos), seguido de una crisis profunda entre 1833 (13 pesos la pipa) y 1835 (15 pesos) (19). No obstante, el hundimiento comercial del Puerto de la Cruz se fragua en el Tratado de París de 1815 (20); y la primera gran consecuencia de este hecho es “la ruina de la casa comercial titulada don Bernardo y Juan Cólogan”, además de la mengua de la población de la ciudad, en 1823 (21). El progreso turístico del Puerto de la Cruz de los años 60 del siglo XX hace que se mire con codicia el espacio que ocupan las casonas en la ciudad, y muchas de ellas desaparecen en esa década y en la siguiente, y con ellas los miradores que orgullosamente mostraban. Son estos años oscuros para el patrimonio histórico de la ciudad, donde desaparece la urbe descrita por los viajeros extranjeros de los siglos XVIII, XIX y primera parte del XX: “Allí donde el mar roza el centro del llamado valle, se encuentra la ciudad roja y blanca de Puerto de la Orotava o El Puerto, como se la conoce localmente” –Charles Edwardes, 1888– (22). Torreón de la casa del Casino Miguel de Vera, contador de la Real Aduana, natural de Gran Canaria, construye la casa del Casino en el siglo XVIII (35), casa de dos plantas hacia la calle Iriarte y tres hacia la calle Blanco (36). El torreón es de “mampostería y posee una pequeña disminución en su cuarto y último piso. Posee un pequeño balcón de madera cubierto” (37). Descripción de los miradores Exponemos el inventario de miradores realizado en 1981 en el Puerto de la Cruz (23), habiendo otros que no aparecen en esta clasificación: 1. Torreón de Blanco o Ventoso, plaza Concejil. 2. Torreón de la casa de los Hermanos de la Cruz Blanca o Colegio Pureza de María, esquina calle Iriarte-Las Damas. 3. Torreón de la casa del Casino, esquina calle Iriarte con calle Blanco. 4. Mirador de la casa Fernández Montañés, esquina calle Iriarte con calle Agustín de Betancourt. 5. Mirador de la casa de Luis Lavaggi o de Álvarez Rixo, esquina calle Blanco con calle Valois. 6. Mirador de la casa de la calle Blanco 16 o Hernández Hermanos. 7. Mirador de la casa Rincón del Puerto, oeste de la plaza del Charco. 8. Mirador de La Casona, oeste de la plaza del Charco. 9. Mirador de la casa Miranda, en la calle Santo Domingo. 10. Mirador de la casa de la Real Aduana, calle Las Lonjas. 11. Mirador del Sitio Lavaggi, en la avenida Familia Betancourt y Molina. Torreón de Blanco o Ventoso “El inmueble en el que se inscribe el torreón (de Blanco o Ventoso) es de mediados del siglo XVIII, articulado en dos plantas organizadas en torno a un patio central, con un cuerpo de tres alturas (que contiene el antiguo granero) y que da al traspatio, en el que se erige el torreón. El torreón de Ventoso es la denominación con la que se conoce el esbelto mirador que remata la imponente vivienda de la familia homónima, anteriormente perteneciente a la familia Blanco y, antes, a Bernardo de Valois. Se ubica en la calle Valois, en EN PORTADA Mirador de la casa Fernández Montañés Casa de los siglos XVIII-XIX, perteneciente a la familia Fernández Montañés, de dos plantas hacia la calle Iriarte y de tres hacia la calle Agustín de Betancourt (38). Su mirador es del tipo azotea, es decir, sobre un único piso se alza una terraza que permite una buena visualización; el mirador “es amplio y su entrada se sitúa por detrás, a través de una escalera y un pasillo cubiertos; este piso alto se encuentra en la parte trasera del patio principal” (39) la base de la ladera norte de la Montaña de la Miseria (hoy, Montaña del Taoro). En el traspatio de la vivienda se eleva el gran torreón de cinco plantas y sótano, con base cuadrada” (24). La entrada del torreón “presenta una escalera adosada al lado derecho que consta de dos cuerpos y que desemboca en una especie de espacioso mirador. De aquí, parte otra pequeña escalera con cubierta de teja que lleva a la tercera planta. Cada piso presenta dos ventanas afrontadas con pequeños asientos. La escalera lleva balaustres barrocos. Los pequeños balcones que coronan el torreón también son de balaustres, y constan de un solo cuerpo. Posee un traspatio, al que da un balcón de tres cuerpos. La azotea es de planta cuadrada” (25). Al igual que la familia Valois (26), la familia Blanco o White proceden de Waterford, Irlanda, y además son parientes (27). El cronista portuense Álvarez Rixo los nombra por primera vez en 1742: “Pero para nombrar encargados que cuidasen del agua se recibió orden de la Real Audiencia fechada del año próximo pasado y lo fueron don Bernardo Blanco y Jerónimo Martín” (28). La familia Blanco posee como pri- !!! Arriba, Mirador de la Casa Miranda. Sobre estas líneas, mirador del Sitio Lavaggi. Fotos José Melchor Hdez. Castilla. mera vivienda la del Pozo Concejil (la casa del Torreón de Blanco o Ventoso) y como segunda residencia la Casona de San Antonio o Casa Tolosa (29), comprada en 1772 por Nicolás Blanco a dos nietas de los fundadores de la hacienda, el alférez Antonio José Borges Temudo, guarda menor de la Real Aduana, y su esposa, María Perera Gorvalán (30). Posteriormente, la casa del torréon de Blanco es vendida a la casa comercial Ventoso (31). Torreón de la casa de los Hermanos de la Cruz Blanca El antiguo colegio Pureza de María se construye en el siglo XVIII, de dos plantas, y muestra un torreón y un patio cerrado con ventanas de guillotinas (32). Antes de ser colegio, pertenecía a Alonso del Hoyo (33). Posee “un mirador de cuatro cuerpos acabado en azotea que se sitúa detrás de la casa; su grosor disminuye con la altura mostrando en su lado oeste cuatro vanos y dos desagües tipo culebrina. En el último cuerpo destacan dos piedras labradas, situadas unas sobre la otra a cierta distancia, la superior con un gran agujero y la inferior con uno pequeño, cuyo fin pudiera sostener un mástil” (34). Mirador de la casa de Luis Lavaggi o de Álvarez Rixo Casa del siglo XVIII y XIX, de dos plantas y entresuelo; antes de la misma existía una pequeña casa terrera donde nacía el historiador portuense José Agustín Álvarez Rixo en 1796 (40). Luis Lavaggi, que reside en la calle Venus (Iriarte) esquina con Oposición (Cólogan) –actual hospital La Inmaculada– (41) era un genovés rico y escribiente de la casa Cólogan, y construye una casa mediante el maestro de carpintería José Acosta Acevedo, en 1804, donde antes existía la casa de Manuel José Álvarez, padre de José Agustín Álvarez Rixo (42). Posee un mirador tipo cuna. Se halla situado en la fachada trasera del patio principal, a una altura de un cuarto piso, formando conjunto con una terraza que refuerza sus esquinas con tronco de madera y que está parcialmente cubierto por él, y se enlazan a través de cuatro pilares de mampostería y dos columnas de madera; el mirador, de madera, se halla conformado por una baranda que rodea una plataforma, y se accede al mismo por una escalera de madera situada en la parte inferior (43). Mirador de la casa de la calle Blanco 16 o Hernández Hermanos Casa del siglo XVIII de tres plantas, en la calle Blanco 16, conocida por ser propiedad de Hernández Hermanos (44). Presenta “un pequeño mirador en forma de habitación cubierta por dos ventanas a cada lado y colocado a una altura de un cuarto piso, en un lateral de la casa, en el patio principal” (45). Mirador de la casa Rincón del Puerto La casona canaria de dos plantas a la que nos referimos, según plano de la plaza del Charco, es propiedad de Thomas Lynch en 1775 (46). Es una casa del siglo XVIII de dos plantas y entresuelo (47). Posee un pequeño torreón en el último piso, “con ventanas de guillotina y su mampostería reforzada en p3 EL DÍA, domingo, 9 de agosto de 2015 EN PORTADA !!! Arriba, mirador desaparecido de La Casona, en los años 80 del siglo XX. A la izquierda, el del Rincón del Puerto, en la plaza del Charco. Fotos: José Melchor Hernández Castilla. sus esquinas con madera, y se accede al mismo por una escalera exterior en la parte trasera”. (48). Mirador de La Casona, oeste de la plaza del Charco Casa de dos plantas y entresuelo que da al patio, de principios del siglo XIX, con azotea sobre la crujía y un pequeño mirador rectangular con balaustres (49). Este mirador desaparece con la reforma de la casa después de los años 80 del siglo XX. Mirador de la casa Miranda Casa del siglo XVIII, de dos plantas hacia la calle Santo Domingo y de tres pisos hacia la de Las Lonjas (50). BIBLIOGRAFÍA 1. Álvarez Rixo, José Agustín (1994). Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava. Edita Cabildo Insular de Tenerife y Patronato de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife. Página 13. 2. Ruiz Álvarez, Antonio (1970). El Puerto de la Cruz: La Batería de Santa Bárbara o del Muelle y la Casa de la Real Aduana. 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Edita Cabildo Insular de Tenerife y Patronato de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife. Página 283. 22. Edwardes, Charles (1888; 1998). Excursiones y estudios en las Islas Canarias. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria. Página 45. 23. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 24. Boletín Oficial de Canarias, 18 de julio de 2014. DECRETO 80/2014, de 10 de julio, por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento, “El Torreón de Ventoso”, situado en el término municipal de Puerto de la Cruz, isla de Tenerife, delimitando su entorno de protección. 25. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 26. Guimerá Ravina, Agustín (2005). Las Memorias del comerciante irlandés Bernardo Valois. Gobierno de Canarias, San Cristóbal de La Laguna. Página 17. 27. Ídem. Página 18. 28. Álvarez Rixo, José Agustín (1994). Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava. Edita Cabildo Insular de Tenerife y Patronato de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife. Página 60. 29. Boletín Oficial de Canarias, 9 de junio de 2006. DECRETO 65/2006, de 23 de mayo, por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Conjunto Histórico “El Puerto de la Cruz”, situado en el término municipal. 30. Hernández Castilla, José Melchor (2011). “El corazón de San Antonio (Puerto de la Cruz) se quiebra. EL DIA. Santa Cruz de Tenerife, 22 de noviembre de 2011. 31. Hernández García, José Javier (1993). “El Torreón de Blanco”. Programas de las fiestas de julio del Puerto de la Cruz de 1993. 32. Boletín Oficial de Canarias, 9 de junio de 2006. DECRETO 65/2006, de 23 de mayo, por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Conjunto Histórico “El Puerto de la Cruz”, situado en el término municipal. 33. Hernández Martín, Jesús (1992). “Pregón de la Semana Santa en el Puerto de la Cruz 1992”. 34. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 35. Álvarez Rixo, José Agustín (1994). Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava. Editan Cabildo Insular de Tenerife y Patronato de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife. Página 92. 36. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 37. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 38. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Muestra “varios miradores en su fachada marítima; en su lado este, tiene una pequeña terraza, y todo el lado norte está recorrido por un balcón al que se le superpone otro en el costado noroeste; y el conjunto está rematado por azotea de barandas en madera y mampostería” (51). Mirador de la Casa de la Real Aduana Casa de los siglos XVII y XVIII, de dos plantas y entresuelo (52). Expone “dos tipos de miradores, ambos hacia la zona del mar; una terraza retranqueada en el último piso, y balcón en la parte noble” (53). Mirador del Sitio Lavaggi, avenida Familia Betancourt y Molina Casa construida por Luis Lavaggi (54); de estética neoclásica, de dos plantas y del siglo XIX; en la azotea, y sobre la caja saliente de la escalera, se halla un pequeño mirador con balaustrada (55). Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 39. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 40. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 41. Álvarez Rixo, José Agustín (1994). Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava. Edita Cabildo Insular de Tenerife y Patronato de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife. Página 176. 42. Ídem. Página 183. 43. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 44. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 45. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 46. Brito Galindo, Antonio (2005). El asesinato de Mister Morris. Asociación de Vecinos La Peñita. Páginas 10, 11. 47. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 48. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 49. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 50. Ídem. 51. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 52. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. 53. Hdez. Hdez., Juan; Pérez Dorta, Máximo Tomás; Hdez. Glez., María Carmen; Richter Carrillo, Ricardo G. (1988). “Miradores en el Puerto de la Cruz”. Programa de Fiestas de Julio 1988. Puerto de la Cruz. 54. Boletín Oficial de Canarias, 9 de junio de 2006. DECRETO 65/2006, de 23 de mayo, por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Conjunto Histórico “El Puerto de la Cruz”, situado en el término municipal. 55. Martín Rodríguez, Fernando Gabriel; Calero Ruiz, Clementina; Hernández Díaz, Patricio; Guerra Pérez, José Alberto (1981). Inventario del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz. Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz. Julio de 1981. p4 domingo, 9 de agosto de 2015, EL DÍA LA ARTILLERÍA Y EL HUNDIMIENTO DEL CÚTER FOX (Y II) !!! Texto: Juan Tous Meliá (de la Tertulia Amigos del 25 de Julio) M Alarma: “lanchas al muelle” iller siempre tan preciso dice que era una noche estrellada, pero no una noche clara, con poco viento y una marea que se hizo considerable al acercarnos a tierra, lo que concuerda con el cuadro de mareas que hemos confeccionado. Miller concluye: “Al estar los botes muy pesadamente cargados, y habiendo una corriente adversa, tardamos en acercarnos y fuimos descubiertos a media milla completa antes de desembarcar” (Adenda, p. 139). “A la 1 y media de la mañana estábamos a medio tiro de cañón de la cabeza del muelle, sin haber sido descubiertos, cuando las campanas de alarma sonaron y 30 ó 40 piezas de cañón con fusilería de un extremo de la población al otro se dispararon sobre nosotros” (Fuentes, Diario Theseus, p. 330). “A la una y media se dio la alarma en el bando enemigo, que abrió un intenso fuego de cañón y fusilería. Se ordenó a las lanchas que se separaran unas de otras y tocaran tierra donde fuera conveniente, debido al enorme oleaje y a la playa rocosa había muy pocas posibilidades de que las lanchas no se destrozaran por lo que el desembarco acarreó grandes dificultades y muchos hombres” (Adenda, Waller, p. 149). Miller relata ese momento así: “Al estar los botes muy pesadamente cargados, y habiendo una corriente adversa, tardamos en acercarnos y fuimos descubiertos a media milla completa antes de desembarcar. Sonó la campana de alarma y los hornillos funcionaron en algunas baterías, etc. etc. Era tal la oscuridad cerca de la orilla que sin acercarse mucho a los objetos no se podían descubrir con alguna precisión, por lo que las lanchas pasaron de largo el muelle, pero el capitán Bowen, yendo próximo con su bote, lo descubrió. El almirante entonces ordenó soltarse a los botes, y avanzar hacia tierra cuando sería la una y media de la mañana; y aquí acaba mi conocimiento personal de los botes en general” (Adenda, p. 139). Sobre ese momento dice Nelson: “La noche era tan excesivamente oscura que sólo yo, los capitanes Thompson, Fremantle y Bowen, con 4 ó 5 botes del total, encontramos el muelle, que fue instantáneamente asaltado y tomado, aunque defendido aparentemente por 400 ó 500 hombres, y los cañones, 6 de 24 libras, clavados, pero era tal el fuego de fusilería y metralla que se man- tenía desde la ciudadela y casas sobre la cabeza del muelle que no pudimos avanzar y casi todos fuimos heridos o muertos” (Fuentes, Diario Theseus, p. 330). Según Waller, las lanchas, al haber navegado demasiado hacia el oeste, sobrepasaron el muelle y la mayor parte desembarcó cerca de algunos barcos naufragados [se refiere a la Bella Angélica] en una muy mala playa [el barranquillo del Aceite], en lugar de hacerlo en el muelle, como era la intención original (Adenda, p. 150). El relato de Nelson continúa así: “Alrededor de las dos y cuarto los capitanes Troubridge, Hood, Miller y Waller desembarcaron con parte de los botes justo al sur de la ciudadela, pasando a través de un furioso oleaje, que destrozó todos los botes, y mojó todas las municiones, a pesar de las dificultades avanzaron sobre la muralla y batería enemiga, y formaron en la plaza mayor de la población casi 80 infantes de marina, 80 piqueros, y 180 marineros armados, donde tomaron posesión de un convento, desde el cual marcharon contra la ciudadela, aunque lo encontraron lejos de su alcance” (Fuentes, D. Theseus, p. 330). Los 24 botes que sobrepasaron el muelle derivaron hacia el sur, uno varó en la caleta de la Aduana, 3 en el barranquillo del Aceite y 20 intentaron desembarcar en el barranco de Santos, en la llamada playa de las Carnicería, pero, “debido a lo pedregoso de las rompientes y al fuego que recibían desde tierra, se desviaron bogando como 225 pasos a la derecha y fueron a desembarcar en el barranquillo citado” [el del Aceite] (Fuentes, p. 139). ¿Qué ocurrió con el resto del convoy? La Pinaza [Pinnace] sobrepasó el muelle siguiendo a los botes desembarcando a los marines seguramente en el barranco de Santos y partió hacia alta mar con su tripulación. La Yola [Yawl], al llegar cerca de la cabeza del muelle y de acuerdo con las órdenes generales, partió inmediatamente hacia alta mar con su tripulación, desembarcando el teniente Wetherhead con 20 hombres de su compañía (Adenda, p. 139-140). Quechemarín [Large Spanish Boat or Launch] sobrepasó el muelle siguiendo a los botes desembarcando a los marines, seguramente, en el barranco de Santos y partió hacia alta mar con su tripulación. Iba al mando de Thomas Oldfield, del cual el Diccionario de Oxford dice: “En la noche del 24 de julio fue capaz de llevar a los infantes de marina en el valiente pero desastroso ataque de Nelson a Santa Cruz de Tenerife. Al tratar de desembarcar, su lancha fue hundida, pero él nadó hacia la costa, y al alcanzarla se lesionó”. No hay constancia de que fuera hundida la embarcación de Oldfield. ¿Y con el cúter Fox? Quizás la baza más importante para el desenlace favorable hacia nuestras tropas fue el haber hecho la Artillería blanco sobre el cúter. Terminado el combate una pregunta quedó en el aire: ¿quién hundió el cúter? Tres castillos se disputaron el honor: Paso Alto, San Miguel y San Pedro. En los prolegómenos de la conmemoración del segundo centenario de la Gesta, en 1995, la Tertulia inició una línea de investigación para dar respuesta a la pregunta ¿dónde se encuentra actualmente el cúter? Por falta de medios económicos se paralizó el proyecto. Cuando escribí el artículo ya citado dije: “De la lectura de las distintas relaciones se puede afirmar, con ciertas dudas, que el disparo salió de la Artillería asentada a la izquierda de línea, esto permitiría indicar que el cañón estuviera emplazado en la batería de San Pedro”. Debo revisar esta afirmación. Para ello hay que acudir al croquis que he preparado con toda la información disponible: situación de los castillos y baterías, sectores de tiro y alcances, situación de los barcos mercantes fondeados y, sobre todo, la organización del convoy con el que Nelson ideó atacar la Plaza [ver primera parte de este trabajo, publicada el 2 de agosto]. Hemos dibujado el derrotero que presuntamente siguió Nelson, de acuerdo principalmente con las Relaciones de Miller y de Waller, cuando estaba a una milla del muelle. La longitud del convoy no está a escala, podría suponerse !!! El cañón “El Tigre”, según versión del pintor y decorador Francisco Bonnín. que fueran unos 200 metros, ya que iban sujetos formando un rosario. Sólo hemos situado al Zealous navío más cercano a Paso Alto. El resto de la escuadra está fuera del dibujo y estaría distribuida a lo largo de una milla, con el Theseus cerca de San Andrés. Consideramos que el espacio que debió recorrer el convoy fue de dos millas entre las 11 de la noche y la 1 y media (dos horas y media) a una velocidad de 30 metros por minuto. La alarma se produce cuando los botes son detectados por la San José, a media milla del muelle. En ese momento, el Fox podría estar bajo el fuego de Paso Alto, con interferencias con la goleta La Delicia y el bergantín La Estrella. A las dos podría estar bajo el fuego de San Miguel, que pudo disparar entre el bergantín La Estrella y la fragata Dinamarquesa. A los pocos minutos de darse la alarma, el Fox pudo estar bajo el fuego de San Pedro, según figura en el mapa. En resumen, es posible, siguiendo a Francisco Tolosa, jefe de la artillería de San Pedro, que fueran las baterías de Paso Alto, San Miguel, San Antonio y San Pedro “las que lo hecharan a pique porque un solo cañonazo, dos, tres, o cuatro de una batería no podían haberlo destruido y anagado con tanta prontitud” (Fuente, p. 225). No parece posible que interviniera la batería de San Antonio por ser obstaculizada por los barcos fondeados. El marinero Oliver Davis, sirviente personal de Miller, cita que el cúter Fox fue hundido por una batería de seis cañones (Adenda, Oliver Davis, p. 155). El fuego artillero duró alrededor de una hora y media, por lo que el hundimiento del cúter fue entre la una y media y las tres de la madrugada. El guardiamarina William Hoste dice al respecto: “A las 4, muchos de los botes regresaron a bordo sin haber podido desembarcar debido al fuego mantenido por el enemigo. Nos dieron la desagradable noticia de que un cañón de 24 libras había alcanzado al Fox y que éste se había hundido con rapidez, con 150 almas a bordo, la mayor parte de los cuales se había ahogado” (Fuentes, p. 343). La versión de Miller dice: “Inmediatamente después de él [se refiere a Nelson] fue herido Fremantle en el brazo, y Thompson, recién desembarcado, hizo que su bote lo transportarse al barco; en su trayecto hizo un buen servicio, salvando al teniente Davis y mucha gente del cúter Fox, que había sido hundido por un disparo de un cañón de 24 libras que le atravesó ambos costados bajo la línea de flotación” (Adenda, p. 139). Esta afirmación adelantaría la hora del hundimiento, que sería entre las dos y cuarto y las dos y media de la madrugada. p5 EL DÍA, domingo, 9 de agosto de 2015 INVESTIGACIÓN EN PORTADA TURISMO Un gran muralista !!! José Aguiar (Vueltas de Santa Clara, 1898 - Madrid, 1976) por circunstancia de la migración masiva, nació en Cuba en el seno de una familia de emigrantes gomeros. Se trasladó al año de nacer con su familia a Agulo. A los 18 años viajó a Madrid para estudiar Derecho y Filosofía y Letras aunque al final se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde recibió clases de José Pinazo. Gracias a una beca concedida por el Cabildo Insular de La Gomera, tras su primera exposición en el Museo de Arte Moderno de Madrid (1935), viajó por Italia, donde recibió la influencia de la pintura renacentista y en especial de Masaccio, así como de la pintura pompeyana, cuyos reflejos permanecen en su obra. Luego viajó a México, donde recibió gran influencia de los muralistas mexicanos. La obra de José Aguiar se caracteriza por el uso de figuras gigantescas, con una expresión exagerada de los estados de ánimo, tocando temáticas locales en la que se muestran pescadores y campesinos canarios. En sus últimos años se centró en el paisaje, calificado por él de apocalíptico. Como becario de la Fundación Juan March, realizó su obra más conocida, el cuadro “Los ángeles y los monstruos”, donde se aleja de su temática habitual, de carácter religioso y regionalista, y empieza a mostrar los rasgos expresionistas que caracterizan toda su obra de los últimos años. Además de pintura de caballete, realizó pinturas murales, como la realizada para el Casino de Santa Cruz de Tenerife. Sin perder los lazos con Canarias, Madrid se convirtió en su lugar de residencia habitual desde 1924, salvo los paréntesis de sus numerosos viajes y del periodo sevillano, cuando, en 1933, ganó la plaza de profesor de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, estableciendo definitivamente su estudio en Pozuelo de Alarcón (Madrid) en 1947. Recibió el encargo de decorar el Salón Noble del Cabildo Insular de Tenerife en 1951, mural en el que invirtió nueve años de trabajo. Su obra se conserva en colecciones particulares y en numerosas instituciones, entre otras, además de las citadas, el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, el Museo de Arte Moderno de Barcelona, el Centro de Arte Moderno Reina Sofía, en Madrid, el Ministerio de Justicia, las antiguas Cajas de Ahorros Confederadas, el Ayuntamiento de Madrid y la Basílica de Candelaria. Serie “Pintores Canarios”, cuadro Nº 24 (técnica mixta sobre papel de acuarela) p6 domingo, 9 de agosto de 2015, EL DÍA CLAVES DEL CAMINO DUENDES Y GENTE MENUDA Criaturas imposibles y lugares encantados en Canarias El apasionante mundo de la gente menuda, esa raza de seres pertenecientes a una presunta realidad paralela, popularmente conocidos bajo los términos genéricos de duendes, hadas y gnomos, tiene un pequeño hueco en la fenomenología misteriosa de nuestras islas. Se trata, qué duda cabe, de unas creencias y un folclore mágico que hoy se nos antoja anacrónico, pero que perduró con solvente vitalidad hasta hace escasas décadas. Desapasionadamente, sin entrar en estériles debates sobre la objetividad o no de su existencia, repasamos algunas de las interesantes referencias con las que contamos en Canarias. !!! Texto: José Gregorio González L a creencia popular canaria en los duendes se haya ligada indiscutiblemente a la existencia de la vida después de la muerte y a la creencia en un limbo o dimensión de tránsito entre el Cielo y el Infierno, en el que habitarían estas criaturas. Se hace evidente que esta creencia nos acerca mucho más de lo que algunos están dispuestos a aceptar a la visión religiosa de los antiguos indígenas canarios, en la medida en la que, según algunas referencias, existían entes o deidades en la naturaleza, o manifestacionesinmortalesdelalma,queencajarían con lo que la tradición denomina bajos esos términos de duendes o hadas. Aunque sobrepasa el objetivo de este artículo, el fenómeno que llamamos “luces populares” en Canarias, tipo Luz de Mafasca, y que asociamos con leyendas de almas en pena, en otras partes del mundo se interpreta como manifestaciones de entidades élficas, del tipo de las hadas. Recurriendo a la tradición y a la fuentes etnográficas que la recogen, como los trabajos del médico chasnero Juan Bethencourt Alfonso, en Canarias los duendes “son los niños que mueren sin bautizar y son enterrados fuera de lo sagrado”, manifestando su existencia porque acostumbran “a quitar cosas de su sitio (algodón, dedales, tijeras,...)”, a llorar “y se entretienen en hacer ruiditos, mudar los objetos...”. Su naturaleza en principio es benigna y lo único que quieren“es molestar un poco”, manifestándose incluso a través del sonido que hace una gota de agua al caer, según la creencia que perduraba hasta el primer cuarto del siglo XX en El Escobonal. En esta zona también se decía que “cuando llegue el fin del mundo se van a una oscuridad muy profunda, por eternidades”, tradición que coincide con la recogida en tierras herreñas, donde a estos seres se les oía decir “fin, fin,” porque será al final cuando encuentren la gloria. Aunque ahora parecen haber desaparecido, en San Juan de la Rambla hubo una época en la que se creía que existían muchísimos duendes, a los que sólo se les podía ver una vez y de forma muy rápida y fugaz. Nuestros duendes, visibles muchas veces “en la frontera del parpadeo”, como diría nuestro buen amigo y gran especialista en folklore mágico Jesús Callejo, se aparecían en ocasiones por El Hierro en forma de “pe- !!! Juan Bethencourt Alfonso recopiló en su obra abundante tradición de creencias en duendes. rrito blanco o gato”, en los montes, siendo una creencia común que atrapar a uno atraía la fortuna. En este sentido es significativa la historia recogida hace casiunsigloenIngenio,GranCanaria,donde se contaba cómo un pastor tenía un duende a su servicio. Un día dos cambalachistas fueron a comprarle unas cabras y se quedaron pasmados al ver cómo los animales salían y se metían solos en el corral sin que el pastor les diese ninguna orden o señal. Los asombrados testigos escuchaban al pastor hablar solo, dando órdenes a un ser invisible, quedándose pasmado al ver que ordeñaba una buena cantidad de leche que desaparecía del recipiente ante los ojos de los citados testigos. No cabe la menor duda que éstos se fueron convencidos de que un duende invisible cumplía las ordenes del cabrero, llevando el rebaño a pastar o encerrándolo según las indicaciones que éste le daba. Entre los duendes más benéficos se encontraban los segadores, que se hallaban en el campo dispuestos a colaborar con los humanos. “Bastaba dejar un vecino en el campo provisiones, etc., para que al día siguiente amaneciera segada la propiedad”. De uno de ellos conocemos hasta el nombre: Gesnal. Por su parte, Francisco Fajardo Spínola, en su imprescindible obra “Hechicería y brujería en Canarias en la Edad Moderna”, nos aporta datos de sumo interés rescatados de los archivos del Santo Oficio conservados en Gran Canaria. Del estudio de los documentos se deduce la existencia, o al menos la creencia, en una serie de extrañas criaturas que hoy en día no dudaríamos en llamar duendes, aunque en aquella época, y en el contexto en el que fueron recogidos los testimonios, se usara el término diablos para referirse a ellos. El comentario de Fajardo nos ayudará a situar la cuestión:“En los varios centenares de testificaciones de 1524 no se emplea ni una vez el término demonio, sino diablo, y más a menudo diablos, en plural. Parece haber una jeraquización y unos caudillos principales –Satanás, Belzebú, Lucifer, Barrabás, «el diablo mayor»–, así como unos diablos diferenciados –del cantillo, de las encrucijadas, el diablo Cojuelo...–; pero en conjunto forman una caterva de espíritus malos: no se trata de un Demonio en singular, personificación del principio teológico del mal”. El uso del término “diablos”, en plural, nos hace sospechar de la existencia de un supuesto grupo de seres elementales que cooperaban con las hechiceras, o claramente estaban a su servicio, y que desde el ámbito religioso tenían un origen maligno, aunque no necesariamente tenía que ser así. De hecho, los demonios parecen en algunas ocasionesauténticossirvientesdelahechicera, a quien proporcionan sus favores al ser convocados y amansados con determinados conjuros, contrarrestando los favores mágicos con, curiosamente, objetos de un uso cotidiano y muy humano: “¿Vos pensáis que yo no les doy nada? Doyles seda y lienzo para camisas y zapatos, para que hagan lo que yo quiero”. Resulta significativo que con el paso de los siglos estos demonios, transformados casi por completo en duendes por la tradición popular, siguiesen sintiendo predilección por objetos de costura: “Acostumbraban a quitar cosas de su sitio (algodón, dedales, tijeras...)”. Nuestros demonios tenían en ocasiones nombre propio: Añasco, diablo Cojuelo, María de Padilla, Marta, Perro Grande, Juan de la Vega, el Mudo..., aunque los más interesantes y fácilmente relacionables con el universo de los duendes sean los conocidos como “familiares”. “Si con otros se hace un pacto que parece feudal –afirma Fajardo Spínola en su estudio– la relación que con éstos se mantiene es la del amo con el esclavo, a quien se ha capturado y que, por supuesto, puede escapar.” Después de casi cuatro siglos, esa creencia aún persistía en Canarias e iba unida a la idea de prosperidad en el caso de los duendes segadores. Al parecer, nuestros familiares eran de fácil “preparación”. Bastaba con juntar tres granos de helecho, una de las plantas mágicas por excelencia en todo el mundo, para hacer un familiar que, además de servir, nos hiciera compañía, según declarará Ana de la Cruz, una mulata procesada en 1690. A estos personajes en ocasiones se les atribuía también la labor de espías, obteniendo información para su dueño hechicero de cualquier cosa que éste deseara. En la obra ya mencionada, se cita un caso de La Gomera, datado en el año 1570, en el que se afirma que una mujer tenia un familiar encerrado en un anillo, mientras que otra tenía “una caja o una redoma o un jarro en el que vio unas p7 EL DÍA, domingo, 9 de agosto de 2015 CLAVES DEL CAMINO cosas vivas que iban unas para abajo y otras para arriba, unas prietas y otras verdes, y que decían que eran familiares”. Por último, de un vecino de La Laguna llamado Juan de Ascanio, se declaró ante el Santo Oficio que “tenía un familiar dentro de una caja y que allí lo tenía enserrado, y que (...) su mujer abrió la caja y qu’el familiar dio un salto y se salió”. Si atrapar un duende era extremadamente difícil, librarse de él era relativamente fácil, al menos en Teguise, Lanzarote, donde los duendes cantaban como perenquenes diciendo “cata, cata, cata” y a los que se espantaba con una fórmula ritual tan eficaz como contundente: “Vete pa la puta de tu madre”. ¿El lector se quedaría? La Fuente del Guanche Encantado, la montaña Micheque… Según un documento inquisitorial fechado en 1669 que se conserva en el Museo Canario, existía en La Orotava cierta fuente con fama de albergar una entidad aparentemente no humana, cuya existencia reveló un joven de 17 años que respondía al nombre de Juan Donis, quien pudo heredar los servicios de dicha criatura de una bruja. Aunque la referencia la encontramos dentro del contexto documental de los procesos brujeriles, no deja de ser interesante, pues el joven declara que una tal Juana Baptista, procesada unos años antes, le había dicho antes de morir “que no podía morirse sin dejar heredero de su amigo, y que el que lo fuese le avía de dar alguna cosa en vida o en muerte, y este confesante le ofreció dar un dedo del pie”, y que “su amigo era un espíritu de almas muertas que quedaron en aquella ysla”. La entidad, lejos de ser incorpórea, al parecer fue vista por el joven, refiriendo en su declaración que “sería algún guanche encantado de los que dicen que ay en una fuente donde dicen Buen Passo”. Quien tenga ganas y paciencia puede comprobar la existencia del documento e intentar descifrar su contenido. La tradición de la fuente encantada habitada por espíritus guanches se mantuvo durante siglos, y quién sabe si ya existía en tiempos aborígenes. !!! En la obra “Canarias misteriosa” se recoge una amplia casuística sobre este tipo de seres mágicos, cuyo hábitat natural suelen ser los bosques. En los años noventa del siglo pasado, Félix Rojas y Fernando Hernández lograron dar con el lugar y desvelar que su nombre actual es Fuente Vieja. En torno a la misma, localizada en Las Medianías y de la que todavía se surten de agua los vecinos, se conservaba hasta hace muy poco la tradición de su vínculo con seres invisibles que la habitaban, al igual que ocurre en otros enclaves similares por todo el mundo. La memoria colectiva ha perpetuado el recuerdo poniendo una cruz y flores en la zona, donde el musgo y la humedad contribuyen a decorar de forma evocadora el conjunto. Isabel Páez se crió en la zona y creció con las historias asombrosas de la fuente, a la que era preferible no acudir solo, y menos de noche. Nos contaba cómo su abuelo sufrió el acoso de las brujas, “o de algo muy extraño, que formó un remolino en torno a él desorientándolo e impidiendo que avanzara en el lugar”. Otros vecinos de edad avanzada que aún vivían en las inmediaciones del afluente hasta bien entrado este siglo, continuaban mirando con desconfianza el manantial por entender que las brujas lo frecuentaban. Este no es, ni de lejos, el único enclave de estas características. En Güímar, conectado al célebre Barranco de Badajoz, se encontraba la Fuente de los Lunos, frecuentada por personas o entes de gran palidez, de naturaleza no humana. En las inmediaciones de la presa de Los Valles, en Valle Tabares, también conflu- EN BUSCA DE LOS OBJETOS DE PODER El periodista y director de la revista Enigmas, Lorenzo Fernández Bueno, nos acaba de sorprender gratamente con la temática de su libro más reciente, “Templarios, nazis y objetos sagrados”, editado por Luciérnaga. En este libro repasa las operaciones de búsqueda que se han puesto en marcha a lo largo de los siglos, e incluso hoy día, para lograr juntar objetos de poder como el Santo Grial, el Arca de la Alianza, el Bastón de Mando, la Mesa de Salomón… y tantos otros, en la creencia de que quien los posea alcanzará el poder absoluto. Así pues, unidos por un hilo sutil aparecen colectivos tan dispares como los templarios, o ideologías tan disparatadas como el nacionalsocialismo, detrás de unos objetos revestidos del poder de Dios, pero también de maldiciones que acabaron con quienes los tuvieron entre sus manos. Una lectura que atrapa. Por completo recomendable. !!! yen historias de seres imposibles y casuística propia de lugar encantado. De hecho, cerca de allí, en el llamado Lomo las Viñas Juan Correa nos confiaba la desconcertante observación de la que fue testigo hace unas décadas, cuando un grupo de pequeños seres blanquecinos desfilaron en coro a escasos metros de distancia de él junto a un matorral. En Santa Úrsula se localiza la llamada montaña de Micheque, rebautizada por el poeta local Domingo del Rosario como Montaña Perdida o Encantada. Los mayores del pueblo coinciden al señalar que se evitaba pasar por allí en solitario o después de cierta hora por temor a esos encantamientos, que podían provocar que uno se extraviase y no encontrase el camino de vuelta. Lamentablemente para nosotros, Del Rosario no precisa el nombre de quienes compartieron con él sus encuentros con el misterio. Narra en su libro “Vivencias de un pueblo” experiencias tan curiosas como la de una mujer que frecuentaba la montaña en busca de leña, topándose en ella con unos peculiares personajes. “Eran hombres de pequeña estatura que tenían iluminados sus rostros, dando apariencia de ángeles, dándole una paz y serenidad que jamás había sentido. Amablemente le dijeron que, si quería, ellos colaboraban con ella. Dicha colaboración consistía en que tendría que regresar todos los días al mismo lugar y que siempre tendría el haz de leña preparado en el mismo sitio, pero que jamás podría revelar el secreto, ya que esa magia se rompería si lo desvelara. La mujer, que siempre subía con otras mujeres a la seis de la mañana, recogía la leña que ya tenía preparada y bajaba del monte rápidamente, por lo que llegaba más temprano que las otras”. El asunto, tal y como lo describe Del Rosario, intrigaba a la familia de la mujer, que de tanto presionarla logró arrancarle el secreto al cabo de un mes. Al final no solo no creyeron a la joven sino que la leña dejó de aparecer tras contar su vivencia. Otra vecina de La Corujera contaría su encuentro inesperado con un “soldado uniformado (no recuerda qué tipo de uniforme), pero éste no se comunicaba con ella, la mujer estaba cada vez más asustada, pues a su vez empezó a azotar un fuerte viento. De repente desapareció y, para sorpresa de la mujer, rodó como una especie de bola incandescente hacia el fondo del barranco y luego lanzó una lengua de fuego hacia arriba. Según la mujer nos dijo, dejó la leña y salió corriendo de ese lugar despavorida”. Al parecer, una zahorina le explicaría al poco tiempo que aquello había sido un alma en pena que buscaba redención. Una última y sugerente historia presumiblemente ocurrida en este lugar que queremos mencionar es la de un niño perdido, episodio que recuerda bastante al de la Niña de las Peras del Barranco de Badajoz. Al parecer, una madre dejó a su hijo de cinco años en su casa mientras acudía a Montaña Micheque a llevarle la comida a su marido. El pequeño la siguió a escondidas, pero se extravió en la zona estando desaparecido por tres días. “El niño tuvo que sortear las inclemencias del tiempo y buscar un lugar seguro; sintiéndose solo y muy agotado encontró una pequeña cueva donde refugiarse, con tan buena suerte que se le aparece una mujer con un manto rojo, envuelta en una luz que al mismo tiempo le daba calor. La mujer le preguntó al niño si no tenía frío y el niño le contestó que sí, y también que tenía miedo porque se había perdido. La mujer dejó caer sobre él su precioso manto muy abrigado y le dijo: no te preocupes, descansa que yo estaré contigo. El niño se dejó dormir y al día siguiente lo encontraron en el bosque, sin signos de hipotermia y con una sonrisa angelical, y cuando la gente le preguntaba cómo había sobrevivido, él contaba esta tierna historia”. p8 domingo, 9 de agosto de 2015, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 992 “S eñorita, ¿sabe usted dónde está mi señora? ¿La ha contratado mi señora para cuidarnos?”. Estas son frases de una situación real, y la persona interpelada de esta manera era la propia hija de quien así preguntaba. Es duro que en un breve momento de locuacidad, tras un mutismo que pudo durar días, semanas o meses, nos muestre que su realidad es otra. Recordarle que su señora ha fallecido hace tiempo ¿para qué valdría? Aclararle que la señorita que tiene delante no es una asistente pagada sino su propia hija ¿ayudaría en algo? Provocar un momento de sufrimiento a esa persona querida y con la certeza de que no recordará las explicaciones ni la conversación en pocas horas, ¿para qué serviría? Son muchas, variadas y a veces contradictorias las emociones sentidas por un familiar cuidador de una persona con demencia. Culpabilidad, ira, preocupación, soledad, resentimiento y pena son algunas de ellas. Todas son una muestra de la impotencia que siente, de la incapacidad de comprender que la persona que le ha dado la vida o que ha compartido su existencia como compañero durante tantos años sea siquiera capaz de mostrar el menor atisbo de reconocerle. Algunas de estas emociones que frecuentemente siente el cuidador, por el hecho de sentirlas, dan lugar a una bajada de la autoestima y del autoconcepto. El cuidador siente culpa por el incumplimiento de alguno de los “deberías” que se autoimpone: “debería tener más paciencia”, “debería cuidarlo más”, “debería visitarlo más”, “no debería perder los estribos con alguien tan indefenso”. Siente culpabilidad por no haber hecho las cosas de la forma que considera correcta y nunca estima suficiente lo que hace. También surge, en determinados momentos, resentimiento hacia la persona cuidada porque se siente desbordado, secuestrado por la situación, siente que los demás (hermanos, hijos y resto de los familiares) abusan de él; siente que es el único que sostiene la situación. Aunque rara vez se enfada, en ocasiones el cuidador tiene accesos de ira. Los motivos que la provocan pueden ser directos, como la acumuladión de contratiempos en un día, una crítica injusta o algún momento de capricho y cabezonería de la persona cuidada; o puede ser causada por motivos indirectos como la falta de sueño o percibir una falta de control sobre la situación. Dentro de este cóctel de sentimientos, en otros momentos, el cuidador siente preocupación. Ésta se debe a la necesidad de querer atender lo mejor posible a su ser querido, pero también un poco egoístamente porque, en un interior más profundo, teme que se le termine su misión. En estos casos ha asumido el “rol del cuidador”. En otras palabras, el cuidado del ser que- Las emociones del familiar cuidador !!! Texto: Elena Barreiro Alonso (psicóloga experta en Gerontología y en Estrés. [email protected]) rido se ha convertido en el trabajo que da sentido a su vida, y teme perderlo. A veces la emoción predominante es la soledad. El cuidado de una persona con demencia supone mucho tiempo de dedicación y, en muchos casos, la persona cuidadora va abandonando a sus amigos por falta de tiempo y deseo obsesivo de cuidar al enfermo. Entonces, estos conocidos acaban dejando de llamarla ante las excusas continuas para quedar con ellos. En el caso de que la persona con demencia sea la pareja del cuidador, el aislamiento suele llegar a ser mucho mayor, aumentando la probabilidad de padecer también él o ella la misma enfermedad en un futuro. Por descontado, una emoción que no deja de estar presente en muchas ocasiones en el cuidador es la pena por la muerte del ser querido. Vive una pena anticipada y siente tristeza por llorar su muerte cuando todavía está vivo. En muchas ocasiones, esta mezcla de sentimientos hace que el cuidador adquiera una actitud defensiva. Al perdurar en el tiempo los cuidados, el estrés y la inseguridad van creciendo y el oír comentarios de los demás o leer en algún medio informaciones contrarias a su punto de vista hace tambalear su creencia de que está siendo el cuidador perfecto. Esta actitud lo aleja aún más de la gente de su entorno. Contra todos estos sentimientos debe luchar el cuidador para mantener su propia salud mental. Así, al sentir culpa, debe plantearse si no son demasiado rígidos los “debes” que se ha impuesto, o si no se ha hecho una idea poco realista de sus habilidades. Sentir culpa en algún momento es prácticamente inevitable y es importante que el cuidador lo sepa y lo reconozca. Es imposible hacer todo lo que uno quisiera, la propia evolución de la enfermedad lo va a impedir. El resentimiento es una respuesta común y natural en estos casos de cuidados a personas con enfermedades de larga duración debido al desbordamiento por la excesiva responsabilidad (el enfermo, la pareja, hijos, trabajo...). Es una buena opción para aplacarlo contar con alguna persona amiga con quien sincerarse o escribir en algún blog (en este último caso el anonimato permite muchas veces un mayor desahogo). El cuidador debe saber que sentir resentimiento no le hace ser una mala persona ni mal cuidador. La ira puede canalizarse con algún ejercicio de respiración profunda y realizando un análisis de los motivos que la han provocado. Sería incluso adecuado que el cuidador aprendiera a reírse de esos actos caprichosos y absurdos del enfermo; en estos casos la risa es una forma natural de liberación biológica del estrés acumulado. Si la preocupación aparece e irrumpe en el pensamiento, durante la rutina diaria o le impide dormir bien, hay que romper este pensamiento repetitivo, obligarse a pensar en otra cosa cada vez que aparece y después plantearse preguntas sobre las posibles soluciones para resolver el problema que la está ocasionando. Para atacar el sentimiento de soledad, el cuidador debe buscar la forma de recuperar las relaciones perdidas, obligarse a llamar a los amigos abandonados, buscar tiempos de respiro para poder hacer actividades que le satisfagan. Aprender a reconocer que el tener un momento de ocio sin cuidar del enfermo no lo hace egoísta ni mal cuidador. También puede ser una opción el uso de chats y otras redes sociales. Cuando siente pena, el dolor es tan intenso como si el fallecimiento ya se hubiera producido. No es bueno esconder los sentimientos. El cuidador debe darse permiso para sentir y expresar la tristeza ante el ser querido y las demás personas. En estas ocasiones es bueno tomarse un tiempo fuera del entorno del enfermo. Como cuidador, luche por no adquirir una actitud defensiva ante cualquier comentario, piense que lo que usted interpreta como críticas o ataques a su manera de hacer las cosas, en la mayoría de los casos, son acciones bienintencionadas de la gente que lo rodea, lo aprecia y le ve sufriendo. Es un trabajo muy duro ser cuidador de una persona con una demencia. Pida ayuda a un profesional de la psicología cuando se sienta desbordado. No tiene por qué sufrir más de lo necesario. ¿Empezamos a cuidar al cuidador?
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