Los tres ascensos de Scopelli (I)

Los tres ascensos de Scopelli (I)
JAVIER YEPES | VALLADOLID | LA LÍNEA DIVISORIA
8 febrero 2015
CD Arces, campeón juvenil en 1963-1964. Arriba; Cobos, Toribio, Vergaz, Lloret, Ángel Muñoz, Castro,
Garrido I y Castañeda. Abajo; Misiego, de Pablos, Inaraja, Castellanos y Sánchez.
Les llamaban ‘los profesores’ porque aquellos ‘estudiantes’ en cada partido daban una
clase de cómo jugar al fútbol y por ello se habían ganado la categoría de docentes. El arte
de la combinación llevado hasta el extremo, tirando paredes o tocando y combinando a la
primera lo ejecutaron de manera excelsa. Estamos en el final de los felices años veinte y
el comienzo de los treinta del pasado siglo y Estudiantes de la Plata, ese que luego fue
campeón del mundo con los Ribaudo, Bilardo, Conigliaro o la ‘Bruja’ Verón, tenía una
delantera que alcanzó la fama por lo anteriormente dicho: Miguel Ángel Lauri (Flecha de
Oro), Alejandro Scopelli (el Conejo), Alberto Zozaya (Don Padilla), Manuel ‘Nolo’
Ferreira (el Piloto Olímpico) y Enrique Guaita (el Indio).
Félix Daniel Frascara, legendario periodista argentino, dijo de ellos que fueron «la mayor
expresión de arte colectivo sobre una cancha». Ellos solos marcaron 104 goles en 1931,
de los cuales ‘el Conejo’ Scopelli marcó 31 y el delantero centro Zozaya lo hizo en 33
ocasiones. Como verán, números de infarto.
El cerebro de aquel quinteto y su gran referencia era Nolo Ferreira, al que apodaban
‘el Piloto Olímpico’ porque era el ‘nueve’ de Argentina en los Juegos de Amberes de
1928. Era el ideólogo de aquellas paredes y combinaciones que luego salían a relucir en
el campo. Y el hombre que mejor se entendía con él fue Scopelli. Y junto a ambos, un
extraordinario cabeceador en el centro –Zozaya– y dos flechas en los extremos –Lauri y el
‘Indio’ Guaita–. La delantera ideal.
Y a decir del propio Alejandro Scopelli, en el prólogo de su libro ‘¡Hola, míster!’, «eran
como los cinco dedos de una mano que, con articulaciones y estructura independiente, se
unen para crear una obra de arte, para prodigar la caricia, para tenderse en ademán de
amistad».
En 1933 Scopelli deja su país para fichar por la AS Roma e inicia un largo peregrinar
que le lleva de nuevo a Buenos Aires (Racing) y vuelta inmediata a Europa, en
concreto a París (Red Star). La Segunda Guerra Mundial le lleva a Portugal (Os
Belenenses) junto a Óscar Tarrio y Francisco Tellechea hasta 1940. Desde allí da el
salto al fútbol chileno (Universidad de Chile) hasta 1943, momento en el que cuelga las
botas, para pasar al banquillo sin solución de continuidad.
En ese largo caminar por tantos banquillos, varios de ellos de equipos españoles, nos
vamos a detener en uno significativo. Se trata del que ocupaba en el estadio de la
carretera de Sarriá. Sí, el del RCD Español de Barcelona, el club periquito, donde marcó
una época. Fue la temporada 1952-1953, más conocida como la del ‘Español del
oxígeno’.
Scopelli se había convertido en un entrenador exigente que controlaba a sus
futbolistas en todos sus detalles. Por ejemplo, el asunto de la recuperación del
esfuerzo lo llevaba hasta el extremo de obligarles a inhalar oxígeno en el descanso de los
partidos. Y a tal efecto tenía colocadas varias balas de oxígeno con sus correspondientes
mascarillas y humidificadores para administrarlo. Y por allí pasaban todos los jugadores,
sí o sí. Y no se trataba de unos cualquiera, pues en esa temporada los periquitos tenían
un equipazo en el cual se alineaban los Marcel Domingo, Argilés, Mauri, Parra, Salvador
Artigas, Arcas o Marcet, entre otros, y todos ellos internacionales. Sin embargo, aquel
Español era más famoso por Scopelli y sus métodos, el del oxígeno como estrella, que
por los propios futbolistas
Segura Palomares, prestigioso periodista deportivo catalán, cuenta cómo jugándose
media Liga frente al Barça de los Kubala, Basora, Segarra, Biosca o César, los culés les
prepararon una encerrona en el viejo campo de Las Corts. «Aquel día, al llegar al
vestuario visitante, el Español se encontró con que se había hecho una pira con toallas
quemadas y el ambiente era irrespirable. No pudieron tomar oxígeno y, a partir de
entonces, en derbis sucesivos, los jugadores del Español acudían a Les Corts ya
cambiados desde Sarriá».
A mediados de los 50 aparece en Valladolid un chaval pelirrojo que, con 18 años
recién cumplidos, entrena al CD Javieres juvenil y despunta sobremanera por su
juventud y forma de hacer. En su segunda temporada en el club lo hace campeón de
grupo y acude al Metropolitano para enfrentarse al Atlético de Madrid, «un equipazo con
Chuzo y Mendiondo como estandartes de una generación bárbara» que les elimina.
Santamarina, seleccionador del Juvenil a la sazón, pregunta por el entrenador de los de
Valladolid y cuando se presenta a saludarle en la propia puerta del vestuario colchonero la
sorpresa es mayúscula.
Pregunto por el entrenador del equipo, dígaselo.
Es que el entrenador soy yo, oiga.
Usted perdone, no le imaginaba tan joven, y desde luego, quiero decirle que me ha
gustado su equipo.
Si algo se le ofrece, no tiene usted más que decírmelo. (la mano por medio y
adiós).
Con el título nacional en la mano, el más joven de aquella promoción empieza a pisar con
fuerza en el fútbol juvenil vallisoletano de entonces. Estamos en los finales del 50 y el
Atlético de la Cruz y el Español han comprobado que el chaval es un entrenador
consolidado ya en la categoría. Y es en el Español donde un chico flaquito, valiente y
espabilado que juega de extremo derecha y al que le apodan ‘el Peque’ hace las
delicias de aficionados y entrenador. Pedro del Pozo, el inolvidable Pedelpo,
conocedor del percal, se lo lleva al CD Circular. Allí el equipo juvenil, nutrido de chicos del
Colegio de Lourdes, alcanza cotas de éxito importantes. Los Ortega, Fernández Renedo y
Cardenal, entre otros, conforman un muy buen equipo.
Ángel Miguel del Barrio, otro adelantado del fútbol vallisoletano, le viene siguiendo
los pasos pensando en él para su Arces. Y en los albores de la década de los 60
comienza a colaborar ya con el equipo juvenil. En la 61/62 se le encomienda la tarea de
dirigir el primer equipo infantil que tuvo el Arces, como joya de una corona que abarcaba
ya todas las categorías. El equipo aficionado iba a protagonizar la gesta del primer
ascenso a Tercera División (entonces no existía la 2ª B) con un equipo entrenado por un
chico de 24 años al que ya muchos le conocían como ‘Scopelli’. César Maroto, federativo
de la Oeste, y José Luis Parra, redactor deportivo del diario ‘Libertad’, vallisoletanos y
profundos conocedores del fútbol aficionado y de su trabajo, eran los padres del apodo.
El primer ascenso que nuestro personaje consiguió lo hizo con el Arces y tuvo lugar el 3
de junio del 62 en tierras leonesas frente al Antibióticos, equipo que patrocinaba la
químico-farmacéutica, y tras un doble triunfo 4-1 aquí y 0-4 en León. Barrio; Alonso,
Villafruela, Gordaliza; Nené, Donato; Izquierdo, Miralles, Carlos, Julito y Fernández
tuvieron la ‘culpa’ de aquel exitazo. Y el míster, conocido como el chileno Alejandro
Scopelli, no es otro que Ángel Muñoz Alonso (Valladolid, 2-9-1937), un chaval de la
calle Ferrocarril que lleva el veneno del fútbol en las venas y al que un problema
físico le ha impedido ser jugador. Los otros dos ascensos y su paso exitoso por el Real
Valladolid lo dejamos para el próximo capítulo.