Cambios teológicos en la fuerza misionera

Reflexiones sobre cambios necesarios en la fuerza misionera
Lic. Jesús Londoño
I.
Introducción
Ya desde los años sesenta nuestro continente ha venido caminando en una constante
lucha por descifrar a la luz de su contexto los cambios que debe estar implementando
en sus procesos de reflexión teológica, y por ende misionológica, para hacer frente a
los desafíos actuales y no entrar de manera precipitada en un envejecimiento de su
visión, una muerte prematura de su participación o una apresurada caída de su
dinamismo. Es por esta razón tan importante que hemos invirtamos tiempo de
nuestra carrera misionera para detenernos y mirar con profundidad las próximas
disyuntivas que se nos presentarán en el camino.
Es imperativo refrescar nuestra memoria en el profundo pozo del pasado para tener
los suficientes elementos de juicio con los cuales valoremos el futuro. La última
década de misiones en el mundo ha sido tocada por múltiples cambios en la teoría y
en la praxis que han llevado a la misión a lo que hoy conocemos. Muchos de estos
cambios se han generado a partir de evaluaciones reflexivas de grandes eruditos en el
tema y otras han partido del sencillo, pero básico puente de la práctica.
Las profundas diferencias de épocas, contextos, realidades y cosmovisiones implican
que no podemos apelar a otras misionologías o teologías de manera directa. Sin
embargo, esto no significa que tenemos que desecharlas totalmente o denigrarlas. Es
necesario aprender con humildad de otros, sin que esto tenga que absorber o destruir a
totalidad nuestra propia interpretación. Otra realidad que nos obliga en este sentido es
el sencillo hecho de que ninguna teología es absoluta o correcta ni en su
interpretación ni en su aplicación.
La suma de una gran variedad de factores que van desde la clase social, el género, la
edad, el estado civil, la educación y la posición social pueden hacer variar la
interpretación de un individuo o comunidad. David Bosch apunta: “En cada caso, la
comprensión que el individuo tenga de sí mismo desempeña un papel crucial en su
interpretación y experiencia de la fe”1. Esta cláusula nos da mucho para pensar a
nosotros que somos un continente nuevo en el estudio misionológico y que estamos
creciendo mezclados con una serie de presiones internas y externas.
Este estudio lo hacemos con el fin de interpretar el pasado, indagar en el presente y
proyectar el futuro. La pregunta base es ¿qué significa hoy para nosotros la misión
bajo nuestro contexto y cosmovisión?
No creo que Iberoamérica tenga que desarrollar un nuevo paradigma en las misiones.
De hecho, como dice Khun: “Ningún individuo o grupo puede realmente “crear” un
1
BOSCH David, Misión en Transformación, Pág. 231.
1
nuevo paradigma; más bien, éste crece y madura dentro del contexto de una red
extraordinaria de factores sociales y científicos”2. Lo que puedo vislumbrar en mi
opinión es que la lucha que existe entre los proponentes de los “antiguos” paradigmas
misioneros y el relevo de vanguardia del nuevo liderazgo misionero no ha dejado
espacio para una reflexión seria, objetiva, renovada, que nos muestre cuántos
elementos de los dos paradigmas, el viejo y el nuevo, se pueden sumar para
convertirse en bendición para los no alcanzados.
Siempre he creído que la unión de la experiencia anglosajona (sin orgullo ni
prepotencia) con el denuedo de los nuevos países enviadores (sin orgullo ni baja
autoestima) nos dará la suficiente fuerza para concluir la tarea. Vivimos en un mundo
diferente que requiere de respuestas diferentes y que nos hace evaluar constanmente
nuestra teología y nuestra forma de hacer la misión.
La propuesta de la evaluación y los ajustes en la teología de la misión, no tienen otro
objetivo que responder de la manera que concierne, al llamado que Dios ha hecho a
Iberoamérica en este tiempo. Como en los tiempos del pueblo de Israel, cuando Dios
actuaba en su medio en una unidad lógica de lo que había hecho con lo que podía
hacer, ellos necesitaban recordar en cada paso y en cada crisis las obras de Dios para
proseguir en el camino con un nuevo aliento.
II.
El valor de los cambios
El momento coyuntural en la misión mundial.
Es muy importante para el movimiento misionero mundial, y en este caso específico
para el movimiento iberoamericano, entender los pasos que la historia ha venido
dando y las estrategias que Dios ha estado desarrollando para completar su plan
eterno. El momento que vivimos hoy en la acción misionera puede ser tan valioso
como la Reforma en su tiempo o tan desperdiciado como el testimonio judío en medio
de las masacres alemanas.
Cabe anotar que estamos viviendo un periodo de transición que puede dejarnos bien
parados y adelantados en la labor o por ende muy atrasados y ensimismados, tratando
de redescubrir algo que solo necesitaba revitalizarse. Para entender con lujo de
detalles lo que otros ven en América Latina; podemos citar las palabras sobre el
papado de Pío XII: “El día que el papa piensa en América Latina, no logra dormir
aquella noche”. El siglo XXI ha venido acompañado de una serie de cambios
teológicos que lógicamente hacen mella en las rutas y estrategias misioneras.
Nadie puede decir cuál ha sido ni cuál será la mejor misionología de la historia.
Cualquiera que se atreva a decir esto en nuestro siglo sería tildado de reduccionista.
Creemos que cada época y cada mover misionero han sido guiados y utilizados por
Dios para el cumplimiento de su perfecta voluntad. No olvidemos que ver cumplida
la voluntad de Dios en la tierra no confirma la perfección de la iglesia ni de sus
enviados. En cada lugar de la Escritura encontramos que Dios aprueba y confirma su
2
KHUN Thomas, La Estructura de las Revoluciones Científicas, Pág. 82
2
Palabra, pero no precisamente al mensajero. El que hayamos logrado mucho o poco
en el avance del evangelio en ciertas épocas de la historia no es prueba indubitable de
la perfección misionológica. Como dice Hans Küng: “Ya no hay lugar para las
afirmaciones globales de fe características de la empresa misionera de tiempo atrás;
solo cabe un testimonio depurado y humilde de la realidad última de Dios en
Jesucristo”3.
Las leyes de la misionología han variado indistintamente al correr de la historia sin
que esto signifique que han perdido su esencia o se han salido del cause bíblico. Esto
sucede a causa de los cambios teológicos que son impulsados claramente por los
cambios sociales, políticos, económicos y de otras índoles. Si hoy pudiéramos hacer
un estudio comparativo profundo nos daríamos cuenta que no somos los mismos que
en el siglo XIX y XX.
Los cambios denominacionales, la apertura en ciertas pautas de trabajo común, el
estudio y la praxis de una teología más abierta y liberal, los movimientos carismáticos
y neo-pentecostales que abrazan grandes sectores de la población, el distanciamiento
de la iglesia de la guerra y la violencia, el acercamiento a la política y la vida pública,
etc., nos dejan ver que la práctica de nuestra creencia se ve moldeada por la forma de
vida misma de los creyentes. No se puede teologizar sin seguir siendo humano, no se
puede comprender a Dios dejando afuera el elemento humano que nos acompaña.
Gutiérrez dice al respecto: “No es que el evangelio haya cambiado, es que hemos
comenzado a comprenderlo mejor”4. Al encontrarnos frente a cambios teológicos
lógicamente nos enfrentamos y enfrentaremos a cambios misionológicos dado que las
dos categorías se sustentan entre si.
Estamos al final de un gran periodo misionológico y al inicio de uno nuevo. Estamos
viendo objetivamente el paulatino declive de las fuerzas misioneras del Norte y el
surgimiento de una fuerza sureña de relevo. Aquí, en este punto coyuntural es donde
se encuentra el peligro de perderlo todo o avanzar hasta la meta y obtener el premio.
No podemos dejar de considerar que los dos procesos misionológicos son valiosos y
aportan de manera singular a la tarea que todavía tenemos por delante.
No se trata de reemplazar sino de reformar; no se trata de criticar sino de corregir; no
se trata de copiar sino de contextualizar y fortalecer el desarrollo de la misionología
que no ha establecido sus bases en el Norte, si no en los anales de la historia de Dios
con la humanidad. Permítanme citar literalmente las palabras de David Bosch
hablando sobre la misma problemática desde su perspectiva: “El arrepentimiento
tiene que empezar por reconocer osadamente que la iglesia en misión enfrenta
actualmente un mundo fundamentalmente diferente de todos los anteriores.
En sí, esto obliga a un nuevo entendimiento de la misión. Vivimos en un periodo de
transición, en el límite entre un paradigma que ya no satisface y otro que aún, en gran
3
4
BOSCH David, Misión en Transformación, Pág. 434.
GUTIÉRREZ Gustavo, Teología de la Liberación, 1988, Pág. 14.
3
parte, es amorfo y opaco”5. Creo que esta es la realidad que estamos viviendo en
nuestra época y este el dilema que nos invade en cuanto a saber si es mejor mirar
hacia atrás con desconfianza o proyectar hacia adelante con duda.
Por la situación que enfrentamos hoy en todos los campos tenemos que trabajar de
manera adecuada a las demandas actuales, reconociendo que debemos priorizar la
unidad antes que la división, la integración antes que la divergencia y el amor puro y
no fingido entre todos para que bendiga de manera real a aquellos que no tienen
esperanza. El mundo y sus realidades contemporáneas no están dejando paso para
ninguna forma de trabajo que no pase por las categorías de cooperación y alianzas.
Mantengamos un diálogo abierto con el Espíritu y revisemos cada paso y cada
estrategia misionera con el fin de no perder el tiempo de “nuestra visitación
misionera” en Iberoamérica.
III.
Algunas propuestas de macro – cambios teológicos en nuestro ambiente
1. Cambio de visión sobre el mundo.
El mundo ha cambiado y por lo tanto la perspectiva misionológica sobre él también
debe cambiar. En las últimas dos décadas hemos visto tantos y tan rápidos cambios
en los campos en donde tenemos que misionar que se puede apreciar fácilmente que
sin una fuerte dinámica de cambio en los procesos pronto seremos irrelevantes. Los
últimos ejemplos de las Torres Gemelas, la guerra en Irak, el intento de re-socializar
o regresar a principios comunistas de algunos sectores políticos de América Latina, el
cambio en los paradigmas económicos, la búsqueda insaciable del hombre de
conceptos religiosos o “espirituales”, etc. nos hacen ver que la cortina de
posibilidades que tenemos por delante no es muy halagadora. ¿Qué lectura
podríamos hacer de estos procesos? ¿Son solo obstáculos del camino u oportunidades
de trabajo misionero?
Durante siglos siempre se vio al mundo como perdido y sin esperanza. Un mundo
que en cuanto más lejos estuviera de la iglesia mucho mejor. Un mundo percibido
como un poder hostil que no tenía cabida en los marcos de la iglesia. De una u otra
manera en la teología solo existía campo suficiente para el auto desarrollo de la
iglesia. “Aparte de la iglesia solo estaba la “falsa iglesia”6. También Barth plantea:
“¿No será que el trabajo de este mensajero y embajador divino (Cristo) en realidad
terminó en un callejón sin salida: el de la iglesia como una institución que provee
salvación a sus propios miembros?”7
Hoy, que somos nosotros los que tenemos que enfrentarnos a la tarea misional
debemos releer al mundo según la óptica de nuestra vivencia evangélica y espiritual.
Como muchos de ustedes lo saben, la época medieval estuvo plagada de “misiones”
5
BOSCH David, Misión en Transformación, Pág. 448.
BOSCH David, Misión en Transformación, Pág. 460.
7
BARTH Karl, Church Dogmatics, Volumen 3, Pág. 767.
6
4
con un corte colonialista. Salvar al mundo en ese entonces también era sacarlo de sus
precarias formas de vida y de organización social.
La misión de la última centuria, lamentablemente, también fue acompañada de
algunos de estos sentimientos conquistadores y colonialistas.
En nuestra
misionología la obra está pasando de ser una obra conquistadora a una obra solidaria.
La realidad que vivimos en nuestras tierras no dista mucho de la que se vive en las
tierras no alcanzadas por el evangelio; eso hace que nosotros percibamos la realidad
con otros ojos. Por ejemplo, mientras que algunas latitudes perciben al mundo
islámico como hostil y peligroso, nosotros vemos más allá a un pueblo sin esperanza,
sumido en la pobreza y que en varias ocasiones ha sido saqueado como lo fuéramos
nosotros hace varios siglos.
Este acercamiento, no ideológico ni académico de la realidad, nos abre una puerta
muy valiosa a la propagación de nuevas estrategias de misión. Sin embargo, si
nosotros no cambiamos nuestra visión del mundo y la conformamos al modelo bíblico
también podemos caer en errores similares o peores que los anteriores. Por ejemplo,
nosotros ya no vemos la misión como conquistadora, pero la podemos ver como
“mercantilista”, tratando de sacar provecho de ella para aliviar nuestra propia
realidad.
Esto se puede ver en docenas de hombres y mujeres que quieren salir de nuestras
tierras con un “llamado” misionero que es más bien un escapismo a la dura realidad
que vivimos. La globalización de recursos económicos también puede ser una trampa
en medio del camino de la misión, cuando usando sin darnos cuenta una ética
utilitaria podemos bendecir a los no alcanzados siempre y cuando en el camino
nosotros también podamos saciar algunas de nuestras propias necesidades.
Cuando vemos a Cristo sanando a un ciego de nacimiento en Juan 9 podemos advertir
un patrón de cómo Dios mira al mundo. La respuesta de Cristo a la irrelevante
pregunta de sus discípulos: ¿quién peco? fue: “Ni este ni sus padres sino para que se
manifieste la gloria de Dios”. Esto quiere decir que el mundo es uno de los más
grandes “caldos de cultivo” donde podemos hacer brotar la visión y experimentar la
gloria de Dios.
Ahora, que somos nosotros los que estamos entrando en el universo de los desplantes
étnicos, los choques culturales, la aversión por otros idiomas y culturas, la soledad y
el hostigamiento de parte de aquellos que pretendemos alcanzar; debemos cambiar la
óptica sobre el mundo y nuestra participación en él.
La iglesia dejó de ser un sacramento a partir de la Reforma para volver a sus raíces de
ser un instrumento de Dios. La iglesia no es el reino de Dios, no es un fin en sí
misma, no es el fundamento ni la meta, sino la provisión de Dios para el mundo y
debe ser vista por este como la morada (temporal) del Espíritu de Dios. Estos
acercamientos nos ayudan a entender que la iglesia es la única institución que no fue
creada para servirse a sí mima. Las estructuras y órdenes de la iglesia deben ser
5
enfocadas a servir al mundo. Esto sucederá cuando revisemos nuestros patrones y
doctrinas sobre el acercamiento de la iglesia al mundo.
Por muchas décadas se les enseñó a las iglesias jóvenes cómo mantenerse apartadas y
“santas” sin tocar el mundo. Una mala explicación y entendimiento sobre el tema,
dio como resultado una iglesia separatista, aborrecedora no solo del mal, sino también
de la gente que lo poseía.
Mientras la iglesia no genere cambios radicales en su perspectiva sobre el mundo,
seguirá creyendo que es ella la beneficiara última de la gloria de Dios y entonces no
dará cabida en su bienestar al mundo agonizante que reposa a las puertas de su gran
templo.
2. Comprensión y ajustes de la perspectiva de misión.
Como hemos venido hablando, nuestra misionología queramos o no, tiene muchos
elementos que fueron acuñados en otros contextos y luego traspasados a nosotros en
medio del paulatino desarrollo de nuestra identidad evangélica. Hoy, podemos ver
cómo estos modelos de misión que fueron traídos a nuestras tierras han mutado, en
muchos casos, de maneras interesantes y/o peligrosas. Lo que nos importa ver ahora
es un cambio teológico que nos ayude a evaluar cuántas de las cosas plantadas en
nuestras tierras no deberían seguir siendo llevadas a los nuevos campos de misión.
Como ejemplos de la experiencia en el continente podemos descubrir que el concepto
de misión de la iglesia no sobrepasa en muchos casos el concepto de crecimiento
denominacional. La misión se lee, hoy día por muchos, como la expansión
institucional de la iglesia a lugares en donde todavía no estaba presente. Es por esto,
que los campos no alcanzados son considerados aquellos lugares en donde las
denominaciones todavía no tienen su arraigo institucional.
Por lo que podemos leer de Iberoamérica este concepto tiene sus raíces en la iglesia
católica. El esquema de adeptos suplantó al de creyentes en la insaciable búsqueda de
poder y jerarquía. Estos elementos han quedado plasmados en el pensamiento y la
obra de muchos latinos que, siendo ahora evangélicos, ven las posibilidades de
crecimiento como un puente para alcanzar ciertos beneficios de los cuales la iglesia
evangélica está desprovista en nuestras tierras.
Otra idea errónea que ha venido viajando a través de nuestra teología es el proceso
antropocentrista de la iglesia. Por la práctica de nuestro evangelismo moderno,
pareciera ser que es el hombre el centro del plan salvífico y no Dios mismo y su
gloria eterna. El surgimiento de nuevas tendencias de iglecrecimiento parecieran
mostrar que la motivación primaria del trabajo misionero es la satisfacción del
hombre y sus necesidades. Lo realmente importante es alejar al hombre de sus
preocupaciones y de cualquier viento de prueba y aflicción. Este abrupto teológico
demandará cambios sustanciales para que podamos estar tranquilos de ser mensajeros
6
de un mensaje equilibrado que nace en la Escritura y se complementa en la realidad
de la vivencia diaria de aquellos receptores del mensaje de esperanza.
No debemos olvidar que la propuesta primaria de Dios al hombre fue “espiritual” en
el sentido de prometer a Adán el retorno a su estado primario de comunión con Dios.
La salvación provee al hombre, en primer lugar, eternidad sin descartar ni por un
momento que esa condición regenerada inicia aquí y ahora.
El problema parece radicar en la secuencia que debe tener la propuesta de Dios.
Todos estamos de acuerdo que la salvación trastoca todo el ser integral del hombre
(espíritu, alma y cuerpo) y que como tal debe ser reflejada en toda la vida de la
persona. El desbalance llega cuando hacemos hincapié en una más que en la otra o
cuando perdemos la secuencia que inicia en lo espiritual y luego se manifiesta en lo
natural.
Misión, no es una propagación de doctrinas y dogmas, no tiene que estar basada en
nuestra interpretación de la Biblia y mucho menos en nuestro entendimiento
eclesiástico de Dios. En el estudio exegético de la gran comisión podemos encontrar
parámetros que delimitan el proceso de evangelización. En el libro de Lucas
encontramos que su comprensión de la gran comisión fue descrita así: ...y que se
predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47)
Esto refleja que la iniciativa de la predicación estaba basada en dos elementos básicos
que son: arrepentimiento y perdón de pecados. Son estas categorías que, en resumen,
construyen la base soteriológica de la misión. No podemos intentar construir los
planos fundamentales de convicción y conversión si trabajamos estableciendo pautas
de interpretación prematura en los nuevos conversos. Esto fue parte de lo que
sucedió en las Américas cuando el evangelio llegó en formas culturales que no
conocíamos y con aditamentos de cosmovisión que nos eran difíciles de entender.
La perspectiva de misión debe surgir en y desde Iberoamérica bajo su comprensión,
sabiendo que somos beneficiados de poder aprender de otras misionologías e intentar
no repetir los errores para maximizar los efectos. No podemos continuar el camino
de la misión pensando que las doctrinas y estrategias de hace varios siglos siguen
siendo relevantes, por muy eficaces que estas hayan sido. ¡Necesitamos renovar!
3. Una misionología constructiva e incluyente
Otro de los grandes cambios teológicos que debemos generar es el de la unidad entre
la misionología y las otras ramas de la teología sistemática. Por múltiples razones
que van desde la frustración de los movilizadores de misiones hasta la falta de
experiencia y conocimiento en el área de las misiones a ultramar, se ha creado en casi
todo Iberoamérica una ruptura entre el trabajo misionero y las demás funciones de la
iglesia. Cuando hablamos de misiones pareciera ser que un gran círculo de pastores y
líderes se sienten amenazados u ofendidos por dicho tema.
7
Los principios del trabajo misionero en el continente, que no fueron fáciles, contaban
ya en su contra con una muy baja o casi nula enseñanza de los misioneros extranjeros
sobre la participación de las iglesias jóvenes en misiones. Muchos de ellos de buen
corazón, creyeron que nuestras tierras eran “finish terre” (los confines de la tierra).
Debido a todo esto, tuvimos desde el principio una diferenciación entre labor de
iglesia y labor misionera.
Esta diferencia se fue acrecentando al pasar de los años debido a que muchos
hombres y mujeres que fueron llamados por Dios para salir de sus tierras no
encontraron el decidido apoyo de sus iglesias para emprender su empresa misionera
hacia los no alcanzados. Esta mezcla de inexperiencia y pasión terminaron de ultrajar
el postulado bíblico de la iglesia en misión.
Hoy en día, lamentablemente todavía escuchamos sermones misioneros que agreden
frontalmente el desarrollo natural y bíblico de la iglesia. No debemos olvidar que la
gran comisión es totalmente simultánea, pero también completamente equitativa. Lo
que debemos rescatar frente a la eclesiología es la pérdida del equilibrio entre el
trabajo de evangelismo local y el evangelismo transcultural; estas son dos categorías
que no se repelen sino se complementan.
Debemos demostrar a la iglesia que el flujo normal de desarrollo es una mezcla
integral de elementos entre los cuales la misionología cumple un papel muy
importante. Según la lectura de algunos misionólogos, no es la iglesia la que envía
sino la enviada. En virtud de este proceso su situación de ser enviada no es
secundaria a su esencia. Barth dice al respecto: “La iglesia existe en el proceso de ser
enviada y de edificarse para la causa de su misión”8.
Es hora de fortalecer una misionología bíblica e incluyente que ayude a la iglesia a
redescubrir que en medio del formato de la misión de Dios puede encontrar todas
aquellas cosas que la complementan como representante del reino de Dios en su
localidad y fuera de ella. Es tiempo de mostrar que la obra misionera no destruye las
estructuras eclesiales formadas sino que las construye. No debemos seguir avanzando
con una predicación misionera confrontativa que apela muchas veces a un discurso
profético de juicio. La misionología debe verse como benévola, atractiva, de
bendición para la iglesia y para todos aquellos que la acogen en su caminar cristiano.
Tenemos en nuestras manos una gran cantidad de experiencia y de conocimiento
bíblico como para no tratar, de la manera que corresponde, este altruista llamado de
Dios a participar de su obra redentora. Coloquemos la misión en el lugar que le
corresponde haciendo uso de buena hermenéutica y sin rebajar ni por un momento los
otros elementos eclesiásticos que juegan un papel primordial en medio de la tarea.
4. Una misionología aplicada de campo
8
BARTH Karl, Church Dogmatics, Volumen 1, Pág. 725.
8
Desde William Carey hasta la fecha, por la gracia de Dios, las décadas han estado
llenas de una constelación de hombres y mujeres que, haciendo uso de sus dones y
talentos, han desarrollado de una gran manera el entendimiento sobre cómo llevar
adelante la tarea de evangelización. Aquí y de manera rápida podría nombrar
centenas de anglosajones y docenas de latinos que han contribuido a que los niveles
de la misionología crezcan y se fortalezcan entre las demás ramas de la teología
sistemática.
Ya nuestros seminarios están entrando en la corriente de tener carreras especializadas
en misiones y cada vez más estamos viendo cómo nuestra “competencia” (futuros
pensadores) siguen surgiendo con velocidad y apremio. Damos gracias al Creador
por esta evolución en temas tan importantes para la teología iberoamericana como la
misión.
Lo que estamos viendo hoy día es que pareciera que los sermones de misiones se
repiten. Estamos a punto de producir misiones hasta de la historia de la caída de
David con Betsabé, diciendo que un pastor debe hacer cualquier cosa con tal que sus
ovejas vayan al frente de la batalla en los campos de misión. ¿Cuántos no han
escuchado un sermón que no se haya predicado de maneras diferentes, pero con la
misma esencia? Creo que a pesar del gran ingenio latinoamericano todavía sentimos
que debe haber algo más en nuestra enseñanza misionológica para la iglesia.
La misionología llega a un punto en donde su crecimiento se ve supeditado a lograr
tener una retroalimentación sólida de la teoría expuesta. Si la teoría de cualquier
ciencia no es comprobada jamás logrará superar sus errores. Tenemos ahora el
privilegio de contar con experiencias que en muchos casos superan los 20 años en el
campo de misión. No podemos seguir construyendo una misionología de escritorio si
no queremos ver un estancamiento prematuro de la misma.
Tenemos que acuñar nuevos modelos de misión que surjan de los campos de misión.
Son nuestros obreros los que ahora pueden decirnos cuáles de aquellas cosas de
nuestros tratados teológicos no son más que buenas intenciones o sueños utópicos que
serán irrealizables si no los ajustamos.
Tomemos la humildad necesaria para aprender de aquellos que algún día fueron
nuestros alumnos en las aulas de clase, sigamos el modelo del libro de los Hechos en
donde las iglesias jóvenes (Antioquía) mostraban el camino a seguir a las iglesias
viejas (Jerusalén). Que nuestros mejores esfuerzos provengan ahora de los campos de
misión y que la retroalimentación lleve nuestros pensamientos teológicos más allá de
lo que nosotros mismos podemos vislumbrar.
5. Una misionología Cristológica
Por último, permítanme hacer de nuevo un énfasis en la necesidad urgente que
tenemos de elaborar una teología y por ende una misionología que crezca de las
fuentes inagotables del señorío de Cristo. No pretendo hacer una defensa de la
Cristología en categorías soteriológicas, creo que esta parte del camino ya fue
9
recorrida por Iberoamérica en contraste a los cientos de años caminando con una cara
deformada de Cristo traída por los conquistadores a nuestras tierras. No es el Cristo
que salva con el que tenemos algunos problemas en nuestro entendimiento, es con el
Cristo que señorea y gobierna; es con el Cristo que no da pasa sino a la obediencia
irrestricta basada en una relación perfecta y no en un simple capricho.
Sigo sosteniendo, por mi propia experiencia al visitar iglesias en todo Iberoamérica,
que los vacíos teológicos y cristológicos que viene arrastrando nuestro continente
desde hace más de un siglo deben ser expuestos en nuestros tratados misionológicos
con miras a encontrar las respuestas adecuadas de la iglesia frente a la misión de
Dios.
Samuel Escobar, en su libro De La Misión a la Teología, refiere: “En la medida en
que el movimiento misionero y la enseñanza en las iglesias se limiten a transmitir la
Cristología como verdad proposicional definida en las fórmulas de Nicea o
Calcedonia, transmiten imágenes de Cristo que pueden ser útiles para la piedad
personal o la religión civil, pero que no son fieles al testimonio de las Escrituras ni
pertinentes al momento histórico”9.
Lo que quiero sugerir o plantear aquí con mucha delicadeza y cuidado es que en
nuestro contexto latinoamericano, no tenemos un problema meramente misionológico
en el sentido literal de la palabra, sino algo más profundo. Al encontrar estos vacíos
Cristológicos en la teología de la iglesia, entendemos entonces, que la lectura de la
Gran Comisión no se hace desde una perspectiva de mandamiento sino más bien de
consejo que se suma a la gran lista de “sugerencias” de aquel Dios “Benévolo” que
pareciera no exigir fiel cumplimiento de sus principios.
En otras palabras, diría que si tenemos una teología en nuestras iglesias donde
enseñamos a nuestros miembros a vivir una Cristología pura basada en la entrega
total de nuestro ser a Cristo, obtendríamos en un futuro, no muy lejano, los cientos de
obreros que necesitamos para suplir la grandiosa necesidad en los campos de misión
donde las multitudes sin Cristo están yendo al infierno por la eternidad.
La revelación Cristológica nos da pautas claras de misión. En este sendero, el señorío
de Cristo “obliga” al cumplimiento de la misión; el Espíritu Santo instrumentaliza a la
iglesia para recordarle que la obra de Cristo debe ser conocida en toda la tierra y
alrededor de Cristo se forma una comunidad de contemplación, compañerismo,
evangelización y servicio que guarda fielmente su modelo.
Una comunidad Cristológica sin misiones no guarda el patrón de Cristo. Recordemos
del lema del gran misionero español Raimundo Lulio: “Tengo una pasión en la vida y
es Cristo”. Este hombre como Juan Mackay y otros, entendieron el desarrollo de la
vida cristiana como una vida Cristocéntrica que se basaba en una relación
incondicional con el Verbo de vida.
9
ESCOBAR Samuel, De la Misión a la Teología, Pág. 30.
10
Esforcémonos por redescubrir en nuestra teología y misionología al Cristo que fue
descrito por Báez Camargo en su mensaje de clausura en el congreso de la Habana:
“No al Cristo literario de Renán, no al Cristo socialista de Barbusse, no al Cristo
nimio de las leyendas católicas, bellos Cristos a medias, sino al Cristo único, el de los
evangelios, el Hijo de Dios, Redentor del mundo, Espíritu eterno cuya obra ayer hoy
y por todos los siglos es la transformación de los corazones”10.
Sigamos anhelando, soñando, proyectando y trabajando unidos por una fuerza
misionera iberoamericana capaz de proseguir en la tarea, cuya bandera sea la suprema
obediencia al Maestro que rindió su vida en absoluto ejemplo de sometimiento a su
Padre. Que llevemos un evangelio lo más puro posible y con los ojos colocados en la
celebración multi-étnica del fin de los tiempos.
10
ESCOBAR Samuel, De la Misión a la Teología, Pág. 21
11