08 POR DENTRO PORTADA EL NUEVO DÍA Domingo, 14 de junio de 2015 “Cuando miro el cerebro, todos somos iguales” El reconocido neurocirujano Alfredo Quiñones Hinojosa fue un inmigrante ilegal que desafió muchas situaciones antes de dedicar su vida a la ciencia E Por Camile Roldán Soto ● [email protected] l doctor Alfredo Quiñones Hinojosa sabe que a su alrededor hay quienes piensan que él nunca se cansa. Y es fácil entender de dónde viene esa idea. Su voz transmite entusiasmo, familiaridad, energía. Puede contar muchas experiencias retadoras superadas. Todas ellas revelan a un hombre que no se rinde y conoce muy bien el valor de la vida. Será porque la tiene prendiendo de un hilo, en sus manos, todos los días. EL NUEVO DÍA Domingo, 14 de junio de 2015 POR DENTRO PORTADA 09 Pero este mexicano graduado de la Universidad de Harvard, reconocido internacionalmente como uno de los mejores neurocirujanos de Estados Unidos y uno de los pocos que puede operar a sus pacientes sedados pero despiertos, asegura que sí se cansa. A veces le duelen los huesos, los músculos, la cabeza. Siente en todo su cuerpo las tensiones físicas y mentales de una labor que exige exactitud constante y la ecuanimidad para lidiar con la fragilidad de la experiencia humana. ¿Cómo lo hace? Quiñones - conocido como Dr. Q- dice que al enfrentar el agotamiento y las decisiones difíciles se deja orientar por su intuición. “Si estoy cansado o si tengo que tomar cualquier decisión importante siempre pienso ¿y si fuera mi hijo o un familiar muy querido quien está en la sala de operaciones? ¿qué si fuera mi hija o mi hijo quien va a necesitar una cura para su enfermedad?”, se pregunta. Responder a la interrogante es su aliento cuando despierta a las 4:30 a.m. tras quizás haber dormido apenas cinco horas. Su ritual mañanero es escoger una de las bolsitas de su colección de granos de café de América Latina y prepararse una taza. Madrugar es la única forma de cumplir con su agenda de trabajo. Esta incluye unas 300 operaciones anuales, clases en la universidad, investigaciones científicas, trabajo comunitario y uno que otro discurso, como el que ofreció recientemente en Puerto Rico durante la graduación de alumnos de campos médicos y de ciencias de Ponce Health Sciences University. En su visita habló de retos enfrentados para alcanzar su éxito profesional, su visión de la vida y la medicina. DE INMIGRANTE ILEGAL A CIRUJANO FAMOSO. Mucho antes de pisar el quirófano del Hospital Johns Hopkins, en Baltimore, donde dirige el Programa de Cirugía de Tumores Cerebrales, Quiñones fue uno de miles de mexicanos que intentó cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Lo hizo exactamente un 2 de enero de 1987, con apenas 19 años. La primera vez, lo deportaron. Ese mismo día, después de analizar si lo intentaba de nuevo o se rendía, tomó una de las decisiones más simbólicas de su vida: volvió a intentar. En el poco tiempo disponible que tuvo para pensar, dudo y tuvo mucho miedo. Sin embargo, su mayor temor era “vivir con la incertidumbre de no haber tratado de hacer algo que quería”. Quiñones decidió entonces PASA A LA PÁGINA 10 10 POR DENTRO PORTADA saltar el muro en medio de Mexicali y Caléxico, el lugar más peligroso y, por lo tanto, donde menos se anticipaba que alguien se atreviera a cruzar. “Tuvo un significado enorme el no darme por vencido y el no seguir el camino que todos los demás siguen”, dice. En aquel entonces, el sueño era muy sencillo y nada tenía que ver con grandes títulos universitarios o logros profesionales. Consistía en mandar dinero a sus cinco hermanos para que no pasaran hambre y en dos o tres años regresar a México para educarse, pues siempre fue un estudiante brillante. En Fresno, California, Quiñones trabajó en cuanto oficio encontró. Mientras, en su poco tiempo libre, comenzó a estudiar inglés con la meta de dominar este idioma del cual no sabía una sola palabra. A su alrededor, familiares y amigos pensaban que su deseo de progresar era un sueño imposible. Un día, durante su jornada de soldador para una compañía ferrocarrilera cayó en un tanque vacío a una profundidad de aproximadamente 18 pies. Cuando estaba a punto de salir tras haber escalado una soga arrojada por sus compañeros desde arriba, volvió a caer al fondo. Supo de su rescate al despertar del golpe en el hospital. La experiencia la recuerda siempre, y es parte de los eventos de su vida que han contribuído a su formación personal y profesional. Más que nunca antes, entendió la fugacidad de la vida. Por eso, sin importar la complejidad de los casos que atiende, sigue considerando la parte más difícil de su trabajo el lograr establecer una conexión emocional con sus pacientes y familias para se sientan respaldados en un momento tan duro. “Cada vez que doy un diagnóstico de tumor canceroso agonizo. Me desespera, me hace sentir que no he logrado nada, y es la razón por la cual sigo trabajando”, dice convencido, quien combina su labor de neurocirujano con la investigación para encontrar la cura al cáncer cerebral. Quiñones opina que la carga emocional del trabajo es también la razón por la cual muchos colegas deciden desconectarse de los pacientes. Él está en contra de seguir ese camino. Prefiere acercarse a ellos con empatía porque sabe que en momentos donde la vida se escapa lo más valioso puede ser un abrazo, una palabra de aliento o unos minutos para sentirse escuchado. “Por muchos años tratamos de pensar cómo hacer la medicina más eficaz y menos costosa. Pensamos que la respuesta estaba en mirar a muchos pacientes pero ahora nos damos cuenta de que lo que nece- EL NUEVO DÍA Domingo, 14 de junio de 2015 POR DENTRO PORTADA EL NUEVO DÍA Domingo, 14 de junio de 2015 11 En Johns Hopkins, Dr. Q se especializa en la cirugía de cáncer cerebral y tumores pituitarios. Arriba, Quiñones y su hija al graduarse de doctorado de Harvard. Abajo, durante su discurso en la Isla para la colación de grados en la Ponce Health Sciences University la semana pasada. Desde niño, Quiñones fue un estudiante destacado. El doctor es un ávido corredor, a menudo participa en maratones benéficos. “Cada vez que doy un diagnóstico de tumor canceroso agonizo. Me desespera, me hace sentir que no he logrado nada, y es la razón por la cual sigo trabajando” Dr. Alfredo Quiñones Hinojosa sitamos es tecnología más barata y menos cantidad de pacientes. Es algo que estamos mirando mucho en Johns Hopkins”, asegura Quiñones. El cirujano piensa que otra tendencia que está surgiendo orgánicamente en el mundo de la medicina es la búsqueda de los pacientes por remedios tradicionales y naturales para aliviar las enfermedades. Este acercamiento no le es ajeno, pues su abuela era una partera y curandera muy respetada en su comunidad. “Tiene que haber en las hierbas y las cosas naturales muchos remedios. De hecho, muchas de las drogas que utilizamos hoy vienen de las plantas, lo que pasa es que no nos hemos tomado el tiempo para entenderlas. Pensamos arrogantemente que la medicina moderna puede ser la única solución”, opina Dr. Q. “A mis pacientes siempre les digo que traten lo que quieran siempre que sea prudente. La acupuntura, los remedios caseros, pienso que tienen un papel muy importante en el entendimiento y tratamiento de los pacientes”, recalca el médico, cuyo amor por la neurociencia comenzó casi por casualidad. Sus excelentes notas le consiguieron ingreso con becas a la Universidad de California, donde obtuvo un grado en Psicología, y más tarde a la Universidad de Harvard. Allí tuvo un encuentro no planificado en un pasillo con un profesor y reconocido neurocirujano que terminó en uno de los salones de la institución observando el cerebro. La imagen le maravilló, pero tal como le había ocurrido en otras instancias, pensó que igualarse a aquel médico era una cosa que estaba “muy lejana” para él. Cuando le comentó a algunos compañeros la posibilidad de convertirse en neurocirujano algunos le dijeron que en esa profesión todos eran unos creídos. Otros, le aseguraron que no tenía la menor idea del sacrificio que ello conllevaba. Quiñones pensó otra vez de forma similar a cuando brincó la verja para llegar a Estados Unidos. Si otros creían que él no podía, o que se rendiría, estaban equivocados. Considera que esta voluntad y su mirada siempre positiva de las situaciones le hizo decidirse. “Los momentos más fáciles de mi vida fueron en la facultad de medicina porque tenía techo y comida”, asegura sin menospreciar la enorme responsabilidad que acepta hoy todos los días. EL DON DE SALVAR VIDAS. En el hospital, Quiñones se convierte en una máquina de exquisita coordinación. Opera sentado y utiliza muchos controles a la vez para manipular los instrumentos médicos. Le acompaña un equipo entrenado específicamente para trabajar bajo la presión de asistirle en el manejo de los casos pro- venientes de todas partes del mundo. Dr. Q les llama su “orquesta”. En los constantes episodios de tensión vividos en la sala de operaciones, muchas veces siente el corazón a punto de saltarle del pecho. En cualquier instante una vida puede escaparse. “El mundo se para. Es como una película de The Matrix. La sangre bombeando, el corazón latiendo. Son momentos que no te puedo describir. Tienes la vida de una persona en tus manos y no existe eso de que alguien va a venir a ayudarme”, describe. Quiñones considera un milagro -y el mayor regalo de su profesión- la confianza y fe que los pacientes y sus familias le entregan. También le provoca constante fascinación poder observar el cerebro de tantas personas “como bailando con el corazón” en asombrosa armonía. Si algo le ha dejado esta experiencia es la conciencia de que sin importar la raza, el color o la situación económica de sus pacientes, “lo que todos tienen en común es que no puedo ver una diferencia. Cuando miro el cerebro, todos somos iguales”. Más información sobre Doctor Q. ● www.doctorqmd.com Trayectoria ● Se crió en las afueras de Mexicali, México. en escuelas públicas de su país, siempre fue un estudiante excepcional y se graduó con una licencia de enseñanza de una universidad local a los 18 años. ● A los 19 años cruzó la frontera entre México y Estados Unidos. ● Estudió Psicología en la Universidad de California, Berkeley. ● Obtuvo su grado en Medicina de la Escuela de Medicina de Harvard. ● Hizo su internado, residencia, y trabajo post-doctoral en la Universidad de California San Francisco. ● Desde 2005 trabaja en Johns Hopkins como profesor y cirujano especializado en cáncer cerebral y tumores pituitarios. Sus títulos incluyen Profesor Asociado de Cirugía Neurológica, Profesor Asociado de Oncología, Director del Programa de Cirugía de Tumores Cerebrales en Johns Hopkins Bayview Medical Center, y Director del Programa de Cirugía Pituitaria en el Hospital Johns Hopkins. ● Educado
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