EL ARAHAL EN LA HISTORIA (Un pueblo mártir) Valentina Orte

EL ARAHAL EN LA HISTORIA
(Un pueblo mártir)
Valentina Orte
Arahal, municipio español de la provincia de Sevilla, es tradicionalmente conocido como El
Arahal, siendo recogido bajo esta denominación en los censos oficiales hasta 1981.Su
nombre parece provenir de Ar-rahal, término árabe referido al lugar del camino donde parar
a descansar que ya aparece documentado por primera vez cuando es usado para nombrar a
este territorio al ser donado por Sancho IV a la orden de Alcántara.
Su historia, sin embargo, aunque parece remontarse a la época romana por los restos de
lápidas y sarcófagos hallados, es confusa porque todos los archivos públicos fueron
saqueados e incendiados por las revueltas que, a partir de 1840 en
que ya se percibía una creciente agitación en el campo, se
produjeron con ocupaciones de tierras y, a menudo, bandolerismo
y contrabando. La situación se deteriora aún más en 1857; al serlo
de malas cosechas, campesinos y jornaleros pobres que exigían
un mejor reparto de las tierras y protestaban contra la carestía de
la vida, causaron graves disturbios, dirigidos, al parecer, por
miembros del Partido Republicano con influencia de una
sociedad secreta masónica, —La Mano Negra—, de carácter anarquista1.
Así, el 1 de julio de dicho año de 1857, algo más de un centenar de hombres tomaron las
poblaciones de Utrera y El Arahal, al
atacar el cuartel de la Guardia Civil e
incendiar el registro de la propiedad2,
intentando la proclamación de la
República al grito de "mueran los ricos".
Dos días después, el 3 de julio, tropas de
infantería y caballería del ejército se
enfrentaron a los sublevados en la
serranía de Ronda, donde se habían
refugiado, provocando 25 muertos entre
los rebeldes y apresando a 24 hombres.
El resto de insurrectos se dispersaron,
siendo capturados los últimos cabecillas
en Utrera el día 5 de julio.
1
Lida: Anarquismo y Revolución en la España del siglo XIX, Madrid, Siglo XXI, 1972, si bien algunos siguen poniendo en duda
estas influencias.
2
Ibidem: “Aquí se oculta una mano inductora, interesada en la desaparición de los documentos oficiales que salvaguardaban los
derechos de la propiedad inmobiliaria de Arahal. A partir de entonces, Arahal era identificada como lugar revolucionario, al
mismo tiempo que se creaba una especie de leyenda negra durante el siglo XIX”.
1
El Gobierno envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez,
don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los 82
detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde García de Vinuesa pidió en vano
su indulto. Llegada la mañana del 11 de julio, fueron sacados de San Laureano y llevados a
la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. Llegó el alcalde García de
Vinuesa con dos alguaciles, en un último e inútil intento de salvarlos. Desolado, derrotado,
en una esquina halló una piedra. Se sentó en ella y rompió en llanto. Sobre aquella piedra,
García de Vinuesa lloró la muerte de aquellos sevillanos fusilados. Los alguaciles que lo
acompañaban le oyeron lamentarse una y otra vez, pañuelo en mano: ¡Pobre ciudad, pobre
ciudad!3
Tranquilizada la situación, en 1870 durante una visita a su antigua jurisdicción, el XII duque
de Osuna otorga tierras y rescinde antiguos contratos de arriendo y el año de 1907, Alfonso
XIII concede el título de Ciudad a Arahal, gracias a la mediación de don Eduardo Benjumea
y Zayas, cuarto marqués de Monteflorido y diputado a Cortes.
A pesar de esa aparente calma, el anarquismo, con Fernando Garrido, Trinidad Soriano y
Antonio González Meneses, seguía trabajando en la zona, de modo que la relativa
tranquilidad en que vivió Arahal volvió a verse truncada al repetirse algunos aspectos de los
sucesos de 1857, consecuencia del ambiente sociopolítico que se vivía en toda España. En
agosto de 1930 los republicanos españoles, catalanes y socialistas con beneplácito anarquista
y militares radicalizados firmaron el Pacto de San Sebastián. Esa convergencia de
republicanos y revolucionarios en la que los primeros apostaban por un cambio de régimen y
los segundos por la revolución, explica el golpe que gracias a las maniobras, invisibles,
ocultas tras las muchedumbres que sacaron a la calle para provocar “una toma
Revolucionaria de los ayuntamientos, que la radio difundió y estimuló en el marco de una
operación en buena medida coordinada a golpe de teléfono y por telégrafo”4. Esta operación
colocó al Gobierno del almirante Aznar en un callejón sin salida pues “podía rendirse o dar
la orden de abrir fuego sobre los felices manifestantes, pero en ambos casos debía olvidarse
de la normalidad constitucional”.
Tanto si actuaba como si no, tenía la batalla perdida. Tales maniobras republicanas, concluye
Ucelay–Da Cal, “gracias a su invisibilidad”, dieron como resultado “el golpe de Estado
más perfecto de toda la historia española”, al salvar las apariencias de vulnerar la legalidad.
El rey partió, no tanto por no gozar del amor de su pueblo como por no disponer de cuerpos
armados que lo apoyasen. Por otra parte, sus enemigos promovieron la proclamación
―espontánea‖ de la República por doquier para, con hechos consumados, situar al gobierno
de Aznar en una posición insostenible, de modo que llevó a Miguel Maura a afirmar que les
regalaron el poder: Nosotros no hicimos sino recoger en nuestras manos [….] España, a
quien esos mismos hombres (los del Gobierno) habían dejado caer en medio del arroyo”.5
3
Esta piedra, donde se sentó el alcalde, todavía se puede contemplar en la ciudad. Se la conoce como "La Piedra Llorosa" y se
encuentra situada al final de la calle Alfonso XII, en plena Puerta Real adosada a los restos de las antiguas murallas.
4
Enric Ucelay-Da Cal: Jaque Mate al Rey. Proclamación de la II Republica. Revista CLÍO Año 5 nº 54 (Recuerda significativamente
lo sucedido en Madrid los días 12 y 13 de marzo de 2004, vísperas de las elecciones generales posteriores al atentado del 11-M)
5
Nicolás Salas: “La otra memoria histórica” Ed. Almuzara, 2006 pag. 29. (La frase de Maura resulta antecedente de la de Arzallus
sobre la agitación del árbol y el recoger las nueces: Las izquierdas siempre igual).
2
La proclamación de la II República fue una esperanza
generalizada para la sociedad española defraudada por la
Monarquía como forma de Estado y de sus políticos
como representantes del pueblo. Las muchedumbres
exultantes gritaron y clamaron contra los ―parásitos‖ de
la Corona, los abusos del caciquismo y una Iglesia a la
que acusaban, no siempre con justicia, de estar más
atenta de los ricos que de los pobres. Estas esperanzas de
regeneración social de la II República quedaron
frustradas en pocos meses. Las libertades democráticas
fueron pronto utilizadas por las izquierdas para minar el
Estado al plantear sin rodeos sus objetivos
revolucionarios. Y todas las izquierdas aunaron
esfuerzos para presentar a la Iglesia como enemiga del
pueblo lo que se tradujo en una serie de incendios y
saqueos de templos que
fueron preludio de una
feroz persecución religiosa. Empezaron las agresiones con
los incendios de los templos sevillanos de San José y San
Julián, en 1931y 1932. Sobre todo en el segundo, sorprendió
la saña anticlerical de los vecinos del barrio que evitaron el
trabajo de los bomberos y que incluso agredieron
gravemente a una mujer que depositó flores en los restos
calcinados de la imagen de la Virgen de la Hiniesta (siglo
XIV). El cronista de la época, el periodista Domingo Tejera
de Quesada, director de La Unión (Tradicionalista), hombre
de fuertes convicciones cristianas se vio procesado y
perseguido por denunciar los hechos. El caso fue que se
produjo lo que se conoció como la Primera Semana Roja de
España con una veintena de muertos y casi dos centenares
de heridos.
El 10 de febrero en la barriada de La Corza (Sevilla) un grupo de vecinos insultó y agredió a
dos hermanas de la Cruz que iban a pasar la noche en casa de un enfermo, siendo salvadas
por otro grupo de vecinos y dos agentes municipales. Los sacerdotes, religiosos y
seminaristas asesinados durante los días 18 de julio al 11 de septiembre de 1936, dos meses
escasos, ascendieron a medio centenar y 19 los edificios religiosos incendiados, destruidos o
saqueados. La revolución (primeros balbuceos del genocidio y expolio que llegarán con el
36) no solo masacró hombres de Iglesia, también seglares por el hecho de defender unas
creencias y valores cristianos y, a veces, incluso por no estar afiliados, vinculados a las
izquierdas, en virtud de su dogma: ―Quien no está conmigo está contra mí‖.
En la tarde del 19 de julio de 1936, comenzaron los primeros disturbios en El Arahal. Los
campesinos se alzan en armas. Anarquistas y comunistas emprendieron entonces una
persecución que se cobró la vida de muchos arahalenses afines con la nobleza o la Iglesia. Y
comienzan los atropellos. El 22 era la fiesta mayor del pueblo en homenaje a Santa María
3
Magdalena, la patrona. Las casetas y el alumbrado para la Feria que no había de celebrarse,
estaban dispuestos en las calles, pero el 20 de julio comenzaron los asaltos domiciliarios,
hasta unas 70 personas, todas de derechas, fueron encarceladas y maltratadas. Se produjeron
expropiaciones, saqueos, encarcelamientos y asesinatos, algunos de ellos en el patio de la
Iglesia del Santo Cristo y otros en plena calle. Los labradores, con añagazas, son sacados de
sus casas, arrancados, con escenas de horror, del amparo de las familias, y ante las esposas y
los hijos pequeños, los jóvenes comunistas asesinan en las calles a sus enemigos. Así D.
Miguel Aranguete Harry, de 43 años, oficial de Juzgado y D. Rafael Arias de Reina.
Y como siempre, consigna de Moscú: la quema de las
iglesias, brutal espectáculo que deprime. Dieron comienzo
los sacrilegios, reduciendo a cenizas imágenes y retablos
del más alto interés artístico. Esa misma tarde del 19 de
julio de 1936, incendiaron la iglesia parroquial de Santa
María Magdalena, siendo devastadas por el fuego las
imágenes, el retablo de Jesús Nazareno, gran parte del coro
y el archivo parroquial. En las
iglesias de la Victoria, San
Roque, Capilla de San
Antonio, la Veracruz, Santo
Cristo y Convento del
Rosario, destrozaron también
retablos e imágenes. Un
Copón, un Cáliz y el Sagrario
de plata de la iglesia del Santo
Cristo, desaparecieron. Asimismo destruyeron unas interesantes
esculturas del siglo XVI, entre ellas, un grupo de gran interés
artístico representando a Santa Ana, un Santo Cristo de la
Columna, un Crucificado del escultor Ocampo y retablos de los
siglos XVII y XVIII.6
El párroco D, Antonio Ramos Ramos es arrancado de los brazos de su anciana madre, y
llevado a la prisión municipal que había de convertirse en horno crematorio de seres vivos.
En la tarde del día de Santa María Magdalena, la columna española combatía a las puertas de
Arahal. Cuando los libertadores entraron, había muerto ya la mayoría de los presos. Horas
después morían, víctimas de las horrorosas quemaduras, D. José María Arias de Reina, D.
Manuel Camacho, D. Fernando Crespo y D. Alberto Arias de Reina. He aquí la relación de
asesinados quemados vivos en la cárcel y los intervinientes en la acción, tal como figura en
la Causa General:
6
MINISTERIO DE CULTURA.- PARES,. El Arahal 49
4
A esta relación hay que añadir a D. Juan Benítez quien, por no ser residente en Arahal, figura
en el estado nº 2.
El párroco, que sufre horribles quemaduras en la cara, en el pecho y en los brazos, se halla
grave. Es el único superviviente de la trágica galera. Cuando cuenta el horror sufrido, se
encuentra en la casa palacio de D. José Benjumea Zayas en un lecho que ha recogido este
despojo de la tragedia que es el cuerpo llagado de don Antonio Ramos. Sobre la blancura de
la almohada reposa la horrible cabeza hinchada, que cubre una
costra negra y supurante. Los ojos se pierden en el fondo de unas
llagas rojas… Los brazos desaparecen en la envoltura de unas
gasas…
Lentamente hace el relato:
“En la mañana del día 22 fui sacado de la parroquia. Ya había
consumido las Sagradas Formas para cortar las profanaciones.
Se presentía el estallido de la revolución. Fui llevado a la galera,
ya repleta de infelices. El día transcurrió horrible. A cada
momento nos amenazaban con fusilarnos. Aunque aun era de día,
ya se había hecho la oscuridad en el fondo de nuestro encierro,
en el que apenas sí podíamos movernos, apretados unos contra
otros. Entre todos inspiraba compasión doña Teresa Zayas, viuda
del ganadero D. Romualdo, a la que trajeron de la finca donde se
5
encontraba. Me hallaba en uno de los rincones del calabozo cuando advertí que alguien se
acercaba al ventanillo, por el que sólo para insultarnos se habían asomado hasta entonces,
y volcaban unos cubos de gasolina.
Quedamos los infelices presos empapados, y después una gran llamarada iluminó
internamente la negrura del calabozo. Fuera, los gritos de júbilo y venganza de los que nos
veían arder por el ventanillo. Dentro, los ayes de dolor, el debatirse de los atormentados por
el dolor de sus miembros que ardían. Todo aquel calabozo una hoguera, y en ella, locos por
el dolor y el espanto, los infelices sentenciados a la muerte más cruel que pudiera discurrir
el odio.
Debo la vida a la circunstancia de hallarme en el fondo del calabozo, junto a la letrina. No
perdí la serenidad. Comprendí que la muerte llegaba, misericordiosa para todos, para
librarnos de aquel tormento, y me dispuse a cumplir mis deberes sacerdotales. Saqué un
crucifijo que llevaba en el bolsillo del chaleco, y dominando los gritos de horror, eleve mis
manos, absolviendo a los que morían quemados en aquel horror. Pedí a Dios piedad para
todos, y alcé mis manos que ardían, trazando la señal de la Cruz con esta pobre llaga que
era mi mano derecha…. Perdido el conocimiento casi, advertí como los ayes de mis
compañeros iban cesando. Un horrible hedor a carne quemada, decía que sus cuerpos
entregados a la muerte, iban siendo
consumidos por las llamas. Ya nadie
alentaba en el calabozo. Yo, junto a la
letrina, cubierto de quemaduras e
inmundicias, refrescado por el agua de
un cántaro, que junto a mí se rompió,
alentaba aun. Se consumió la gasolina;
sobre la que fue pira humana, se
consumían unas pavesas. Otra vez la
negrura del calabozo, lleno
ahora por el gran silencio de la muerte.
Y así, no sé cuánto tiempo, estrechando
entre las llagas que eran mis manos y mis labios la Cruz, que no me abandonó, hasta que un
aire nuevo, un cielo estrellado y unos gritos de vivas a España, me dijeron que estaba en
libertad”…
Así nos habló trabajosamente, D, Antonio Ramos, sacerdote de Fuentes de Andalucía,
párroco desde hace cinco años de Arahal. A su lado, la dulce sonrisa de su hermana doña
María. Y ni una palabra de rencor…7
Providencialmente unos cuantos vecinos se libraron de ser quemados vivos como los que se
hallaban en la galera interior. En los momentos de confusión que el incendio produjo,
pudieron abrir su calabozo y escapar por la tapia del Ayuntamiento, aun a riesgo de ser
fusilados. Los principales responsables de lo ocurrido en Arahal han sido los componentes
de aquel Ayuntamiento. El alcalde Manuel Antequera Rodríguez, de la U.G.T. fue detenido.
Los tenientes de alcalde buscaron refugio en el campo. Uno de los guardias municipales que
se había distinguido en la rebeldía se suicidó al darse cuenta del avance del Ejército y se
7
M. SANCHEZ DEL ARCO en ABC nº 1034 de 25 de julio de 1936. Transcripción de www.ariasdereyna.com
6
arrojó a un pozo. La relación de los intervinientes en la masacre fueron Manuel Galindo
Montaño, Simón Jiménez González , José Portillo Herrera y Cristóbal Sánchez Luna (los tres
últimos huidos a Francia), José Gallego Almagro, Francisco Maguila Ferrete, Antonio Oliva
Martín, Tomás y Francisco Bermúdez, Diego Portilla Herrera, José Alcaide Martín, Manuel,
Diego y Antonio Gómez Montero, Francisco Guerrero Montes y José Rodríguez Martínez.
Quien primero consiguió penetrar en la triste galera donde hallaron la muerte tantas personas
fue el vecino Manuel Lobeto Gómez. A las órdenes del alférez de complemento D. Manuel
Rivas Trigueros se organizó la labor de Falange Española8.
Hasta aquí los hechos tal como constan en la Causa General y en la publicación de la época.
Sin embargo, siguiendo su costumbre, las izquierdas lo cuentan así, tergiversando los hechos:
“Esta es la pequeña historia de un pueblo donde la República no mató a nadie, pero en el
que luego “llegaron esta gente”. A su paso dejaron un hilo de muerte y horror incalculable.
Han pasado más de setenta años y todavía hay miedo, miedo incluso en rendir el debido
homenaje a las víctimas. (Como siempre no consideran víctimas a las que ellos causaron en
primer lugar, sino que para él solo lo son los
represaliados).
También reconocían que cuando los rojos
tomaron el pueblo, allí no pasó nada de
particular. Cogieron al cura—al que ni la
abuela tan de Iglesia le tenía simpatía—, y
a cuatro concejales de la CEDA, y los
encerraron, y ya está. Luego, vinieron los
de la FAI con un camión de Arahal.
Entonces, trataron de quemar la iglesia y el
convento, que no ardieron, porque los del pueblo lo evitaron. Quemaron los títulos de
propiedad y la cárcel, pero no hubo que lamentar ninguna desgracia. Decían que el cura se
salvó enterrando la cabeza en la letrina, un ejercicio que, teniendo la nuestra en mente, me
producía un verdadero espanto.”9 10.
Sin ningún respeto para los inocentes masacrados, sin un renglón en su defensa, claman por
los que consideran víctimas por la represión subsiguiente; es decir, defienden a los causantes
de tanto dolor, considerando que, puesto que son sus afines, tienen bula para causar todo tipo
de tropelías, de las que saldrán inmunes. Para ello es necesario, y tratan de hacerlo, el situar
al mismo nivel asesinados y asesinos. Tampoco nos sorprende esta manera de actuar; viene a
ser como la pretensión, con la que tanto nos machacan, de considerar lo mismo a los asesinos
de ETA que a sus víctimas.
8
Ibidem
9
Pepe Gutiérrez-Álvarez http://www.anticapitalistas.org/node/2200
10
El subrayado es mío para destacar la falsedad de lo que afirman.
7