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Agustina Huamani Quispe, 35 años. Pataypampa, provincia de Grau.
Es la presidenta de la organización de mujeres del distrito de Pataypampa, formada por 70
mujeres de 5 comunidades. Agustina participa en los proyectos para el desarrollo y recuperación económica, social y medioambiental de la microcuenca de Pampahuasi, que apoya Madre
Coraje junto con la ONG peruana Ceproder. Esta zona presentaba una situación de pobreza
estructural, agravada por la mella del terrorismo de los 80 y 90. Gracias a los proyectos de
desarrollo, la población ha recuperado las riendas de su vida, y ha trabajado en comunidad
para mejorar en todos los aspectos. Antes Agustina no expresaba su opinión en los espacios
comunales porque sentía vergüenza, sin embargo ahora es quien convoca las asambleas, organiza a sus compañeras y habla con libertad.
Las mujeres de estas comunidades serranas tienen hijos desde muy jóvenes, pierden mucho
calcio durante el embarazo, y esto unido a la mala alimentación hace que sus dientes sufran las
consecuencias. En 2005, Agustina y otras mujeres se organizaron para reunir financiación y
abrir un centro odontológico en el distrito. Comenzaron fabricando tejidos, y más tarde empezaron a producir plantones de árboles. Con esta actividad contribuyeron a la reforestación
y recuperación ambiental de la zona, llegando a plantar 10.000 ejemplares de especies como
el pino.
Con el dinero de la producción de plantones y la reforestación consiguieron abrir el centro
de odontología y disponer de una odontóloga residente. A este centro acuden no sólo las mujeres, sino cualquier vecino de Pataypampa, por eso ha mejorado la salud y calidad de vida de
toda la población. Para sacarse una muela tenían que desplazarse hasta la ciudad y pagar 25
soles (más de 7 euros), pero ahora, además de ahorrarse el desplazamiento, pagan sólo 3 soles
(menos de 1 euro) por la extracción. Agustina y sus compañeras han recuperado la sonrisa en
su más amplio sentido. Siguen trabajando para constituir una empresa de artesanía y así disponer de mayor autonomía económica.
Accede al video-testimonio de Agustina
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Elsa Victoria Angulo González, 50 años.
Distrito de San Martín de Porres, Lima.
Es ama de casa, está casada y tiene tres hijos. Desde 1997 dedica su tiempo libre a colaborar como voluntaria en la
“Casa del Niño y la Niña Santa Bernardita”, una institución de apoyo a la infancia, ubicada en el distrito de San
Martín de Porres, uno de los más poblados de Lima. La pobreza y la realidad difícil de la zona hacen que los pobladores luchen por sobrevivir diariamente. En su mayoría son familias inmigrantes de la Sierra, o desplazados de otros
barrios de Lima. En estas condiciones, los niños y especialmente las niñas, son las más afectadas ya que el entorno
limita de muchas maneras su desarrollo.
Como los padres tienen que trabajar todo el día, o en algunas familias la madre carga con toda la responsabilidad
por ausencia del padre, los menores, desde muy pequeños asumen tareas del hogar y pasan muchas horas solos.
Muchos trabajan y salen de su barrio para vender golosinas, limpiar coches, etc. poniendo en riesgo su integridad.
Santa Bernardita ofrece espacios lúdicos de uso gratuito donde niños y niñas pueden disfrutar de su infancia con
libertad, crecer en autoestima, tomar consciencia del respeto a sus derechos y aprender a vivir en igualdad. Allí
pueden encontrar profesorado de apoyo, psicólogos, juguetes, libros y talleres creativos.
Desde los inicios del proyecto, Elsa se implicó y, aunque reconoce que al principio a su marido no le hacían mucha
gracia sus continuas ausencias de casa por esta dedicación, lo aceptó rápidamente y ahora es un colaborador más.
Elsa Victoria se siente identificada con muchos de estos niños porque su infancia no fue buena. Participar en estas
actividades y saber que está haciendo algo por los demás le hace sentir bien.
Además de la Casa del Niño y la Niña, se ha creado la ‘Escuelita’ de apoyo a niños con dificultades en los estudios,
algunos de ellos con discapacidad intelectual.
En este distrito se dan numerosos casos de abusos sexuales a menores en el entorno doméstico y es por eso que se
construyó también la ‘Casa Hogar’, donde, el menor es acogido y vive hasta su recuperación integral.
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Fortunata Carvajal Matamoros, 48 años.
Paucará, región de Huancavelica.
En 2012 comenzó a enseñar a leer y escribir a las mujeres de Paucará en quechua y castellano.
Actualmente, además colabora en talleres de producción de tejidos con el objetivo de venderlos y conseguir recursos para ellas.
De niña, Fortunata vivió una situación de malos tratos entre sus padres. Según cumplía años
fueron naciendo en ella inquietudes por defender a las mujeres. Trabajó en distintas casas para
ayudar a su madre y hermanos, hasta que a los 18 conoció a su marido. Pronto empezaron los
celos y el maltrato en su nuevo hogar. A pesar de que no anhelaba tener muchos hijos, finalmente tuvo cuatro por la insistencia de su marido. Al mismo tiempo iba observando cada vez
más casos de violencia de género en su entorno.
Fortunata comenzó a colaborar con mujeres en un comedor popular, pero su marido no aprobaba esa actividad. Gracias a los consejos de sus compañeras, empezó a trabajar fuera de casa
y se unió una asociación de mujeres donde comenzó a conocer sus derechos. Poco a poco fue
convirtiéndose en lideresa. En aquel entonces aún no sabía leer ni escribir, pero una de las
mujeres de la asociación fue su maestra.
Llegó un momento en que su marido le dio a elegir entre su actividad fuera de casa o su matrimonio. Divorciada, ha continuado su lucha por las mujeres y crecido como lideresa con el
Centro de Desarrollo Andino Sisay. Gracias a esta asociación sin ánimo de lucro ha viajado a
España para contar su experiencia y compartir vivencias con otras mujeres.
Actualmente, compagina su labor alfabetizadora con su trabajo en el Centro de Salud de Paucará. Además, preside la Asociación de Promotores de Salud que se encarga, entre otras cosas,
de visitar a mujeres embarazadas y comprobar que los niños tengan sus vacunas.
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Gliceria Álvarez de Pérez, 64 años.
Distrito de Punta Negra, Lima.
Es la presidenta del Club de Madres Punta Negra desde hace 18 años y dedica su vida a ayudar
a sus vecinos y vecinas, sobre todo a las personas con menores recursos. Dice que ha intentado dejar la presidencia en varias ocasiones, pero las socias la siguen eligiendo.
Punta Negra vive de la pesca y la construcción y cuando estos sectores escasean la gente se encuentra con muchas dificultades para subsistir. En el Club de Madres ofrecen talleres de costura con los que las mujeres pueden trabajar fuera de casa, talleres de estimulación temprana
para los bebés de 6 meses a 3 años, clases de apoyo escolar y una biblioteca para niños. El
centro cuenta además con un comedor en el que ofrecen a diario y gratuitamente entre 120
y 150 menús.
Gliceria cuenta que, de niña, la situación de su familia era precaria y que siempre tuvo el
sueño de abrir un albergue para niños y otro para ancianos. Aunque no ha podido conseguirlo
afirma sentirse orgullosa de su misión en el Club de Madres y de trabajar sin descanso.
Está casada, su esposo es jubilado. Tienen 6 hijos, y la mayoría ha estudiado en la Universidad
y formado sus propias familias. Una de sus hijas es quien da las clases de apoyo escolar en el
Club de Madres. Gliceria asegura que la vida que lleva le hace sentir bien, que es feliz ayudando a los demás, y que con ello ha enseñado a sus hijos a ser más humanos.
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María Matamoros Escobar, Paucará, región de Huancavelica.
María es artesana, está casada y tiene tres hijos. Comenzó en el programa de alfabetización del
Instituto Ecológico para el Desarrollo en 2012. De los tres niveles del proceso de alfabetización está ya en el último.
Vive en el distrito de Paucará, en la comunidad de Barrio Florida. Ingresó en el círculo de
alfabetización cuando le invitó la lideresa del programa en su comunidad. En principio, a su
esposo no le gustó la idea y ella tenía miedo a asistir pero con el apoyo constante de la promotora, poco a poco se fue animando.
Anteriormente, María no participaba en ninguna de las reuniones que organizaban las instituciones porque su esposo no se lo permitía, y se dedicaba a las labores del hogar y a sacar a
pastar a sus animales. Según ha ido aprendiendo a leer y escribir, y junto con los talleres ofrecidos tanto a ella como a su esposo -actividades de alfabetización bilingüe y perfeccionamiento, diseño y acabado de tejido, empoderamiento en la vigilancia ciudadana, presupuestos participativos, comercialización, etc...-, ambos han entendido que estudiar es muy útil.
Ahora María asiste a las reuniones que organizan las asociaciones de su comunidad, opina y es
respetada. Es delegada del programa ‘Juntos’ de Barrio Florida y también se dedica a tejer y
vender las prendas en el mercado. Gracias a los conocimientos adquiridos ha mejorado su autoestima y la situación económica de su hogar. También su esposo ha comprendido que las
mujeres tienen derecho a participar y opinar en las asambleas de su comunidad.
Mayra Carolina Candela Navarro, 22 años.
Distrito de Punta Negra, Lima.
Es ama de casa, tiene un bebé con un problema en la columna vertebral, el cual recibe estimulación temprana en el Club de Madres de Punta Negra para favorecer su desarrollo. En este
centro además ayudan a su familia con la alimentación y con la ropa que necesitan.
Vive con su hijo, su madre y sus hermanos, y su pareja va a visitarlos frecuentemente.
Terminó secundaria y su intención era estudiar Zootecnia en la Universidad, pero finalmente
no pudo por no tener recursos suficientes. Se puso a trabajar y se quedó embarazada. Ella y
su madre son socias del Club de Madres, al que dicen estar muy agradecidas.
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Nelly Elguera Vargas, 46 años.
Distrito de Pataypampa, provincia de Grau.
Trabaja en la Asociación de Artesanías que han creado las mujeres de Pataypampa, junto a ellas
inició la tarea de conseguir financiación para el centro de Odontología del que ya disponen.
Antes trabajaba en casa y en el huerto familiar, pero con esta actividad emprendedora ella y
sus compañeras tienen un empleo que les reporta beneficio económico.Ya pueden comprar
productos como leche y queso, y asegurar la educación de sus hijos.
En esta asociación que pretende ser empresa, Nelly fabrica sandalias y teje ponchos, mantas,
fulares y ropa para bebés. La ONG peruana Ceproder las asesora en la búsqueda de mercados
para sus productos, principalmente orientados a la exportación.
Su esposo la ha apoyado, porque observa que, con su nueva dedicación, han mejorado económicamente. Se lamenta de que en Pataypampa haya tanta pobreza, y asegura que hasta ahora
sólo habían podido trabajar en el campo, lo que escasamente les daba para alimentarse.
Aunque es consciente de que les falta maquinaria, materiales y más mercado para asegurar la
rentabilidad de su producción, Nelly se muestra satisfecha de lo que ya ha conseguido junto
con sus compañeras.
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Marcosa Rosario Medrano Aguirre, 62 años.
-conocida como “señora Charito”- Abancay, región de Apurímac.
Es la secretaria general de la Federación de Mujeres de la Región de Apurímac (FEMURA). “No sé qué se ha
metido en el corazón para defender a las mujeres…”
Está casada y tuvo cuatro hijos, aunque uno de ellos falleció muy joven. Cuenta con el apoyo de sus hijos y de
su esposo, quien la anima a que viaje para cumplir con la misión que, como ella dice, las mujeres le han encomendado.
Charito defiende que con las capacitaciones de la FEMURA las mujeres están aprendiendo a valorarse. Entre
sus objetivos está concienciar a sus vecinos de que las mujeres tienen tanto derecho a la educación como los
hombres, ya que tradicionalmente las familias han retirado a las hijas de los estudios a edades muy tempranas
y aún se siguen dando muchos casos.
Desde que fue nombrada secretaria general de la FEMURA en 2010, Charito se dedica a la formación de las
asociaciones en las provincias y distritos, con el apoyo del Centro de Desarrollo Humano (CDH) de Abancay
y Madre Coraje. Negociando con las autoridades de Apurímac ha hecho posible la construcción de una casa
refugio para mujeres maltratadas y madres solteras que necesiten ayuda. Cuando no hay sitio suficiente en el
refugio, Charito las acoge en su casa.
“Creo en el poder de la palabra y con mi fe consigo las cosas que quiero”, asegura Charito, quien se gana la vida con
un puesto en el Mercado Central de la ciudad. Ha viajado a Colombia y Venezuela, entre otros lugares, para
llevar su mensaje de género. A veces, cuando viaja, cierra el puesto durante una semana y su nieta se encarga
de abrirlo cuando no va a la Universidad.
Charito ha recibido varios reconocimientos a su labor con las mujeres, como la Orden al Mérito de la Mujer
2013, un galardón nacional que le entregaron el Lima. Gracias a este nombramiento, la FEMURA se ha hecho
más conocida.
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Victoria Melchor Sedano, 38 años.
Aldea Santa Rosa Pachaccla de Rupasca, región de Huancavelica.
Es una ganadera líder en su zona, una de las más empobrecidas de Perú y menos atendidas por
el Estado. Tiene un rebaño de alpacas que ha conseguido mejorar genéticamente y aumentar
de 40 a 80 ejemplares con el apoyo de las ONG Vecinos Perú y Madre Coraje. Antes tenía
llamas y guarizos, un híbrido de las alpacas cuya lana es de menor valor, que además presentaban defectos físicos congénitos. La cría de alpacas le era desconocida pero a través de las capacitaciones, ella y su familia han aprendido a caracterizar, curar, cortar el pelo a las alpacas y
clasificar las fibras. Victoria ha mejorado su negocio de forma exponencial y ha ayudado a
otras mujeres de la zona a dirigir su actividad productiva y aprender estas nuevas técnicas.
En esta zona de los Andes hay muchas empresas mineras que demandan mano de obra. Los lugareños venden su fuerza de trabajo a un coste muy bajo, pero ya se han dado cuenta de que
pueden mejorar su situación económica dedicándose por completo a la mejora y crianza de la
alpaca.
Sin embargo, aún les queda mucho por conseguir. Victoria se levanta cada día a las 4:30 de la
mañana, cocina y lleva a pastar su ganado. Debe ir lejos porque el pasto es escaso y las tierras
son comunales. Los animales mueren frecuentemente y tienen que luchar a diario para evitarlo.
Las ONGs locales han trabajado el aspecto de género con su familia en un entorno tradicionalmente machista, haciendo que se repartan algunas tareas y que haya más armonía en el
hogar. También han comprendido que pueden tener acceso a la educación y ofrecer esa oportunidad a sus hijos.
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Vilma Huamán, 49 años.
Aldea de Huacansaiua, Chuquibambilla, provincia de Grau.
Trabaja mano a mano con su marido, Grimaldo Román (53 años), fabricando miel y sombreros. Reparten las tareas a partes iguales. Están muy orgullosos de su miel, que destaca por la
calidad de sus azúcares, lo que le permite estar bien cotizada.
Los sombreros los fabrican de principio a fin. Para ello compran lana de oveja, la lavan, la desmenuzan y la moldean, para finalmente prensar los sombreros y que así tomen consistencia y
forma. Además crían animales menores como el cuy o el chancho (cerdo) y cultivan plantas
frutales como palta (aguacate), limón, tuna (higo chumbo), manzana y durazno (melocotón).
Además de producir, Vilma vende sus productos a la capital del distrito, Chuquibambilla. Ella
y Grimaldo tienen siete hijos, y su producción agroganadera ha permitido que vayan a la Universidad. Cuando no están estudiando, sus hijos también se suman al trabajo familiar.
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Yenni Ramírez Quispe, 35 años.
Distrito de Lircay, Angaraes, región de Huancavelica.
Es docente y trabaja en Paucará como especialista de Alfabetización Bilingüe Intercultural en
Comunidades Campesinas. A Yenni le apasiona enseñar a las mujeres a leer y escribir y le preocupa que los hombres se aprovechen continuamente de ellas por desconocer sus derechos.
En un principio estudió hasta cuarto de secundaria, porque, cuando se fue a Lircay y conoció
al padre de su hija, le fue imposible continuar sus estudios. Más tarde, cuando los retomó, terminó quinto de secundaria y estudió Magisterio en la Universidad.
Finalmente, salió una convocatoria para coordinadora del programa de alfabetización de mujeres y accedió a la plaza. Actualmente trabaja con 10 comunidades y en cada una hay una promotora elegida por su propia comunidad para impartir las clases. El programa de alfabetización es bilingüe, las clases se dan en castellano y en quechua para las mujeres que no saben
hablar castellano.
Yenni cuenta que ha tenido muchas dificultades para poder estudiar, pues viene de una comunidad muy pequeña donde todos los hombres de su familia trataban de evitar que continuara.
Poco a poco ha ido superando estos obstáculos y gracias a su hija y a sus amigas que la animaban a seguir adelante, lo ha conseguido.
Sin embargo, todos sus logros personales le han costado separarse de su marido, que no entendió sus inquietudes.Yenni asegura que seguirá hasta el último momento luchando por las
mujeres.
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