Opinión - Granite & Rainbow

STAFF 31
DIRECCIÓN
Edición y maquetación
Ainize Salaberri
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SUBDIRECCIÓN
Verónica Lorenzo
veronicalorenzo@
graniteandrainbow.com
Pedro Larrañaga
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Diseño logo y portada
Inge Conde
[email protected]
REDACTORES
Ignacio Ballestero
Fusa Díaz
José Braulio Fernández
Yolanda Izard
Alejandro Larrañaga
Pedro Larrañaga
Verónica Lorenzo
Begoña Martínez
Raquel G. Otero
Anabel Rodríguez
Ainize Salaberri
Salvador J. Tamayo
Elena Triana
Queridos graniteros, graniteras, y demás familia:
Sabemos lo complicado que es el mes de julio (no mencionamos agosto, o septiembre —que lo es aún más— porque no hay número de G&R): que si playita,
que si fotos a pies descalzos, que si manicuras y pedicuras perfectas —o, bueno,
algo similar) con los libros que nos llevamos a la playa, que si el mar, que si el
helado, que si uf qué calor, que si déjame echar la siesta... Sabemos que julio es
verano y que en el verano apenas apetece asomarse a leer una revista que no sea
en papel (lo comprendemos, a nosotros también nos pasa), pero ya que hemos
hecho el esfuerzo, y ya que muchos tenéis tablets, ebooks, iPads y demás mandangas, en una noche de estas de insomnio, o en una de esas ocasiones en las
que estéis tirados en el sofá mirando al techo viendo la vida pasar, podríais abrir
este archivo y leernos un rato. Lo hemos hecho especialmente para el verano.
Mirad, eh, que sólo son veintisiete páginas —¡con lo pesados que hemos sido en
otros números!— y con textos breves (de no más de 800 palabras), recomendaciones escuetas pero potentes, y varias y bonitas novedades para rematar la
jugada; que ya sabemos cómo somos todos en verano. Además, y como dice el
refrán, lo bueno si breve dos veces bueno. Y hoy aseguro, que he leído todos los
textos, que aquí hay calidad y buen hacer, ¡pese al calor!
Y este número, además, trae premio. Estad atentos a nuestra cuenta de Twitter
(@graniterainbow) y a nuestra página oficial en Facebook, porque si os leéis la
revista y nos mandáis foto, tendréis la oportunidad de entrar en el sorteo de un
libro y de un ejemplar, en papel, de esta nuestra revista que sacamos en abril de
2012.
¡Pasad buen verano!
Sumario #31
4
9
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25
27
Columnas de opinión
DIRECTO A LA MANDÍBULA
C
Recomendaciones
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Novedades
Tablón de anuncios
Reuters
Opinión
Los últimos días de... los buenos modales
Pedro Larrañaga
Ha llegado el momento de cambiar de
estrategia. Es evidente que los estudios,
las investigaciones, los resultados
académicos, las buenas intenciones y la
interminable lista de planes de educación
y ordenación universitaria no han
servido para nada. Hablando en plata:
no han valido para una puta mierda.
Ha llegado el momento de dejar de lado
los buenos modales. Pidiendo las cosas
por favor, dando las gracias y deseando a
todos que pasen un buen día y que tengan
una buena noche, no hemos conseguido
impedir que los índices de lectura sigan
bajando. Y lo que es peor, no dejan de bajar
mientras el número de libros publicados
sigue creciendo. En resumen: se publica
como nunca, pero se lee, como mínimo,
tan poco como siempre. Traducido: el
negocio es insostenible. Sólo hay que
imaginar que en vez de hablar de libros
estuviéramos hablando de coches o de
roscones de Pascua para ver con nitidez
el sinsentido en el que nos movemos.
Ha llegado el momento de mandarlo todo
a la mierda. Sí, en serio, a la mierda, el
que no quiera leer que no lea, pero que
se le prohiba, bajo pena de muerte, tirar
de tópicos y de frases vacías repitiendo
“mi hijo no estudia”, “este chaval va por
el mal camino”, “no hay forma de que
aprendan” y un largo etcétera de excusas
que no hacen otra cosa que echar balones
fuera y poner la responsabilidad en
ese lugar en el que solemos ponerla los
seres humanos: bien lejos de nosotros.
Ha llegado el momento de coger las
armas y salir a las calles. Sí, armas como
“Cien años de soledad”, “La conjura de los
necios”, “City”, “La sombra del viento”,
“En el camino” o “Rayuela” y sentirnos
fuertes con ellas. Lo suficientemente
fuertes para tomar plazas y congresos,
para arrojar nuestras consignas al aire
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con el mismo orgullo que quienes gritan
proclamas a favor de la supremacía
aria o por la resurrección del caudillo.
Si ellos no tienen vergüenza, ¿por qué
deberíamos tenerla nosotros? Si ellos
han sido capaces de poner en jaque
diversas instituciones públicas o incluso
hacerse con el poder en ayuntamientos y
gobiernos a lo largo de Europa, ¿por qué
nosotros deberíamos aspirar a menos?
Ha llegado el momento del golpe de
estado, del cambio radical de dirección,
de darle una nueva dimensión a nuestras
ambiciones. A fin de cuentas, cuando
leemos, cuando escribimos, no lo
hacemos sólo por nosotros mismos. Lo
hacemos por todo lo que nos rodea, desde
nuestros semejantes a la realidad en la que
hemos sido arrojados. A fin de cuentas,
leer, escribir, es sentirse insatisfecho,
considerar insuficiente este mundo y
desear que tenga algo más que ofrecernos.
Ese sentimiento, además, no es egoísta,
sino que está lleno de generosidad, de una
generosidad que deberíamos acercar más
a la imposición. Acaso, si sabemos que
algo, además de ser bueno para nosotros
mismos, es bueno para los demás, ¿no
deberíamos obligarles a disfrutar de ello?
Es más, si no leer sabemos que es nocivo,
¿no deberíamos imponer la lectura del
mismo modo que se prohíben otras
conductas nocivas para el ser humano?
¿No deberíamos?
Los buenos modales nos dirán que
no es así, que no debemos, que leer
no puede ser jamás algo impuesto,
porque leer no es otra cosa que un
acto de libertad. De profunda libertad.
Incluso así, hay veces en las que
necesitamos que nos enseñen a ser
libres, a reconocer que la caverna en
la que vivimos no es más que una
caverna, que hay luz en el exterior.
Opinión
El juicio literario
Fusa Díaz
Si en algún momento topan con algunas
de las historias que pueblan mis libros,
por favor créanselas, créanselas
porque me las he inventado.
ANA MARÍA MATUTE
Una vez tuve que defender a mis personajes de
un ataque. En realidad, tuve que hacerlo dos
veces. Hace algunos años, cuando sólo tenía
un blog, siempre había una persona que dejaba
comentarios en las entradas y que juzgaba a
mis personajes como se juzgaría al vecino del
quinto. Yo no estaba acostumbrada a ninguna
clase de crítica, así que para mí aquella era tan
válida como cualquier otra. Para mí aquellos
personajes también tenían vida, me los tomaba
muy en serio, así que entendía que los demás
lo hicieran igual que yo. Sí, no estaba bien que
aquella madre tratara así a su hija. Es cierto,
era repugnante el comportamiento de aquel
cura. Después, con el tiempo, me di cuenta de
que la literatura estaba cargada de personajes
perturbados, con actitudes incorrectas. Había
personajes injustos, personajes que daban
asco, personajes que uno no querría tener
cerca. Al lector, eso, no parecía importarle
leyendo Cien años de soledad.
Hace poco fui a un club de lectura. Ya desde
el principio una de las mujeres que asistían
al acto me pedía explicaciones de ciertas
decisiones de mis personajes. Lo primero que
hizo fue poner en duda la verosimilitud. Dijo
que era un poco extraño que una mujer se
preste para cuidar a la amante de su marido.
Y que era un poco raro que un hombre se
ocultara durante muchos años sin que nadie
de su familia lo supiera. Eso decía —que era
extraño. Otras personas del curso decían
que no, ni hablar, que los personajes eran
del todo creíbles, que en épocas de guerra y
posguerra, y sobre todo en los pueblos, la vida
era así: enrarecida. La gente se escondía, la
gente mentía. Y las mujeres son capaces de
hacer, sin necesidad de guerra y posguerra,
cualquier cosa. Igual que los hombres. Entre
ellas hubo un debate y se daban y se quitaban
la razón. Cuando no conseguían llegar a
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ninguna conclusión, acudían a mí. Al fin y al
cabo, eran mis personajes, yo sabré. Pero yo
no sabía nada. Aquellos personajes actuaban
así porque así es como creo que actúan las
personas. Las cosas más inverosímiles que he
escrito siempre se han apoyado en la realidad.
De no ser así, no se me habría ocurrido escribir
sobre disparates emocionales para demostrar
imaginación.
Hubo un momento en que me preguntaron
por qué Mariela no preguntaba a su madre qué
había pasado con su padre. Me lo formularon
así, exactamente, como una pregunta directa.
No veían normal que una niña de su edad no
finiquitara una duda con una buena pregunta.
Yo, que he pasado muchas épocas de mi vida
atenta en las sobremesas de los adultos y
recabando información y retales inacabados de
las historias familiares, me tuve que defender.
No, no tuve que defender a Mariela, de quien
me preguntaban; tuve que defenderme a mí.
No sé, dije —algunas niñas actúan así. A la
mujer le parecía raro, a la otra mujer le parecía
que el tabú estaba a la orden del día en la vida
cotidiana. Aquella mujer no se creía nada de
lo que hacían mis personajes porque en su
vida no ha encontrado gente contradictoria,
me imagino. Ni gente que se ha equivocado,
ni gente que no ha sabido qué hacer frente a
una situación desbordante. Aquella mujer no
podía creerse a mis personajes porque eran
personajes.
Durante una hora y media tuve que justificar
cada una de las decisiones que tomé a la hora
de escribir la novela. Decisiones que tomé
instintivamente, valiéndome de las cosas
que había vivido o había visto que otros
habían vivido. Tuve que responder por todos
mis errores, que eran los mismos que los de
mis personajes. Tuve que detallar por qué
Mariela no preguntaba, la abuela cuidaba de
una mujer a la que debería odiar y el abuelo
se escondía para poder empezar una nueva
vida. ¡Tuve que hacer de juez! ¡Tuve que
declarar inocentes a mis personajes! ¡Tuve
que convencer a aquellas personas de que
nosotros, mis personajes y yo, no éramos tan
raros como nos querían hacer creer!
Opinión
Cómo escribir en lavanderías mientras se tararea una canción mala italiana.
Salvador J. Tamayo
Hace años le dije a una chica: eres como una Fender
Jaguar con pastillas P90. Sonrió. Quizás lo más
bonito que le he dicho nunca a nadie. Aunque Silvio
y Sacramento me sigue llevando ventaja: «Lo más
grande que he hecho por amor es tomarme un tinto
en vez de un gintonic». El caso es que tiene sentido,
porque todo el mundo sabe que no es igual una
Jaguar con P90, Single Coils o Humbuckers. Aunque
el instrumento sea idéntico, la canción que se toque,
con cada configuración de pastillas –y en las cientos
restantes- tendrá un cariz completamente distinto.
La herramienta no sólo influye sino que condiciona
la música, pero ¿influye en literatura? Escribo este
texto con un Macbook Pro de principios de 2011,
antes lo hacía en un portátil clónico BEEP cuya
placa base se derritió y, mucho antes, en una HP
con el corazón de Pentium IV. En cualquier caso,
antes, durante y después, he usado cuadernos
negros, blancos y rojos, con goma y bolsillo interior.
De los bolígrafos Bic, pasé a uno Faber Castell de
madera con tinta líquida, no sin antes destrozar
técnica, y no entendemos cómo fue posible que en
alguna época de la humanidad se haya escrito de
otro modo».
«En cambio, es difícil imaginar a un
norteamericano que no escriba a máquina.
(…)”Las cosas importantes se hacen de pie”, dijo
[Hemingway], “como boxear”.»
No hay ningún tipo de romanticismo en
una máquina de escribir, una pluma Montblanc o
un procesador de textos basado en MS-DOS. Puedes
tener la Stratocaster de Hendrix o la White Falcon de
Pablo Decoder y, aún así, ¡sorpresa! No tocar como
Hendrix o Pablo Decoder. Si eres guapo, al menos
saldrás bien en la foto, aunque lo menos importante
sea la foto. Con dieciocho escribía en papel continuo
que mi padre me traía del trabajo; los usaban para
imprimir teletipos. Me encantaba Kerouac, me
encanta Kerouac, jamás escribí como Kerouac. De
hecho, por suerte, no escribo como Kerouac, sino
para bien o para peor, escribo como Salvador J.
Tamayo. Aún lo uso para cartas. El correo postal es
una pluma Parker que me encantaba -regalo de mis
compañeros de piso en Florencia- para terminar,
hasta hoy, tomando notas con un Pilot Hi Tech V7.
Durante todo este recorrido subyace el fantasma de
una preciosa Olympia Traveller de mi madre que
también terminé rompiendo hasta hacerme con
mi actual Olivetti Lettera 35, que tengo a tres mil
quilómetros de donde vivo ahora. No es presunción
estética: el olor de la tinta, el tacto del metal y
plástico o el jazz de las teclas. Nada de eso. Mala
suerte con mis primeros ordenadores y la más
profunda precariedad económica en mis primeros
veinte, me hicieron volver a aporrear una maquina
de escribir hasta que el punto final me empujaba a
la biblioteca de turno para digitalizar el documento
y enviarlo por correo electrónico al editor que tocara
en aquel momento. También he de añadir que, por
suerte, ese tiempo duró poco.
García Márquez publicó, en El País, en
julio del 82, El amargo encanto de la máquina de
escribir. Gabo se debatía en la manera en la que la
“herramienta” condiciona a la literatura: escritura
a mano, máquina, máquina automática. Habría
que añadir ahora a esas variables los ordenadores
de sobremesa, portátiles, e incluso tablets con
teclado enganchado. Obvio los Smartphone porque
entiendo lo absurdo de usarlos para escribir del
mismo modo que es estúpido llamar literatura a 140
caracteres. Carlos Fuentes escribió dos mil páginas
de Terra Nostra sólo con su dedo índice. Con la
mano que le quedaba libre, como cuenta García
Marquez, fumaba. Así, sí:
más difícil de hackear que los emails, al menos sin
que te des cuenta.
Una vez oí, jamás supe si es cierto, que
Luís Cernuda añadía las tildes, de sus manuscritos
mecanografiados, a bolígrafo. Le di muchas vueltas
y se me ocurrió que su máquina no era española.
Hace días en un rastro, aquí en Bélgica, compré
por unos pocos euros una Brother Deluxe 1375 en
mejor estado que yo mismo; tras ponerla a punto
y comenzar a escribir y aún siendo consciente del
teclado, AZERT, se confirmó lo peor: no hay manera
humana de poner las tildes con la máquina. “Escribo
con la máquina de Cernuda y sé que jamás saldrá
ningún verso, tampoco un Ocnos”. Vuelvo a tener la
ortografía de un niño de ocho años.
A su máquina, Paul Auster le dedicó un
libro, y Francisco Umbral un poema: «Pequeña
metralleta entre mis manos,/ máquina de matar con
adjetivos,/ máquina de escribir, arma del tiempo».
Y recuerdo la máquina de Cortázar, que custodian
los chicos de “Del centro editores” en el museo del
escritor en Madrid, una vez que la sacaron de paseo
a Cádiz, y sigo pensando que no hay romanticismo
en una máquina de escribir. Sí en el fetiche. Siempre
el fetiche. Y recuerdo la máquina de Cortázar y la
Stratocaster de Hendrix y sonrío contento porque
nunca escribiré como Cortázar ni tocaré la guitarra
como Hendrix. Siento el calor subiendo por las
teclas del Macbook, que abrasa sobre las piernas,
y mientras reviso el texto espero a que la rueda de
colores deje de girar; cada vez lo hace más tiempo
y con más frecuencia, y con resignación miro a
«Los escritores que escriben a mano, y que
son más de los que uno se imagina, defienden su
sistema con el argumento de que la comunicación
entre el pensamiento y la escritura es mucho más
íntima, porque el hilo continuo y silencioso de la
tinta hace las veces de una arteria inagotable. Los
que escribimos a máquina no podemos ocultar
por completo cierto sentimiento de superioridad
la Brother Deluxe de cinco euros, esa que, como
último cartucho usaré en el futuro, y en la que no
podré colocar ni una puta tilde. Máquina de escribir,
typewriter, typemachine, amiga que nunca falla.
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“No hay romanticismo en las máquinas de escribir,
sólo fetiche”, me repito.
Opinión
Silencios de corteza
Verónica Lorenzo
Somos felices en el presente, en el futuro;
inconsciente; observando el paisaje que se
abre ante nuestros ojos; cogiendo de la mano
de quienes nos acompañan en este momento,
en el ahora, en el instante en el que leemos
esto; somos el segundo que se encuentra
entre el que ha dejado de ser y el que será. En
tierra de nadie, revisando el tiempo recorrido,
nos recogemos bajo el paraguas de los seres
perdidos, dolidos y dolientes. Y nos toca
también recoger a los que hemos perdido, y a
los que perderemos y aún no sabemos.
No estaba perdida, sólo había perdido el
pasado (Anaïs Nin).
No supimos distinguir los límites entre la
amistad que perdura a pesar del tiempo y de
la distancia, y la amistad que se pierde por el
tiempo y la distancia. No supimos que el amor
era la raíz de nuestro ser, y que necesitaba ser
alimentada constantemente, generosamente,
atentamente. Así se deshacen los hilos, casi
imperceptible, por una llamada que se deja
de hacer, una contestación que se deja de
ofrecer, una invitación que no se rechaza pero
tampoco se acepta.
La amistad que se deja olvidar se rompe de
forma unilateral, se pierde en el desierto de
la incomunicación. La función del amor es
aniquilar la soledad, pero solamente se logra
cuando el amor se ejerce en un dar y recibir
equilibrado. Yo no estaré aquí siempre,
esperando por ti. Son éstas las cenizas de
un fuego que apagó el invierno. Dime si no
es cruel el silencio que lapida todo en lo que
hemos creído alguna vez.
Parece natural a lo largo de nuestra vida ganar
y perder socios en este negocio. Mi profesora
de francés del instituto decía que las amistades
que se hacían hasta rematar el instituto muy
raramente sobrevivían en la edad adulta;
lo normal y natural es que la gente viene y
va, incluso quien amenaza con quedarse. Y
así parece, perdiendo hilos en el traje que
llevaremos en nuestro propio velatorio. Soy
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un hilo entre tantos hilos. Soy un traje ajado.
Soy un árbol que se seca y acabará cayéndose,
o provocando el incendio en este monte de
amores rotos. Diremos que no es justo, que
no hay derecho, que las amistades se trabajan,
pero la verdad es más aplastante e impone su
realidad sobre nuestras raíces.
Inconstancia. Egoísmo. Indiferencia. Tiempo.
La vida. Los obstáculos que provocan la
remisión de una amistad siempre parecen
externos, inconscientes; pero a veces me
cuestiono cuánto de cierto hay en esta
apariencia que excusamos con palabras vacías.
Son los silencios, los mayores traidores, los
que guardan todos los secretos y se ocultan de
nosotras.
Canta Quique González que la vida nos lleva
por caminos raros, pero entre todos con los
que nos cruzamos, el silencio se impone tarde o
temprano. Todo principio de amistad aparece
amenazado con el silencio de la obsolescencia
programada; la sombra del sello de la fecha de
caducidad, a veces impuesta por la vida misma,
otras veces parece una decisión consciente; la
mayor parte de las veces sólo ocurre porque
sí. El tiempo nos hace acostumbrarnos a ello,
a asimilarlo y tomarlo como algo natural; una
más de las lecciones que nos hacen crecer
como personas o esa es la justificación que
nos damos, que aceptamos. Y así perdonamos
las distancias emocionales y sus marcas en
nuestra corteza.
Estoy muriendo porque alguien ha creado un
silencio para mí (Alejandra Pizarnik).
Se nos olvidan las palabras, los gestos,
los escenarios comunes; y, sin embargo,
recordaremos las anécdotas que precipitaron
la despedida, nos conservaremos en el álbum
de recuerdos con rótulos que se van a borrar
con el tiempo, guardaremos el marco de la
puerta de salida. Somos las sombras de otras
vidas que un día se cosían y al siguiente se
cortaban con las tijeras de la frialdad. Es ésta
la amistad, cruel y dura.
Opinión
Ley Mordaza
José Braulio Fernández
Cuando empecé a escribir estos párrafos pensé
que tendría que reescribir y pensar cada palabra
varias veces, pero al final opté por predicar con el
ejemplo. Esta columna aparecerá publicada tras el
1 de julio, y ya sabemos lo que eso significa. Lo que
no sé es si la ley mordaza (¿se puede denominar
así o le buscamos un eufemismo para que no hiera
a los malnacidos que la han impulsado?) tendrá
efecto retroactivo. ¿Os imagináis? ¿Cuántos libros
pasarían el corte? ¿Cuántos de los que están en
la imaginación de sus autores podrán nacer? Se
me vienen a la mente algunos poemas satíricos
de Quevedo y Góngora, o del gran Villamediana,
que no se casaba con nadie, que abordaban temas
escabrosos en su época. Hoy, es posible, habrían de
pasar por el tamiz de la censura.
Cuando la corrección que se le exige al ciudadano de
a pie procede de individuos con un bagaje más que
dudoso, por no decir completamente inapropiado
e impropio de su posición, en seguida deberían
aparecer las suspicacias. Por ejemplo, un político
que se ha pasado la vida mintiendo (qué otra cosa
podría haber hecho), exige honestidad; u otro que
se ha pasado la carrera aprovechando su posición
para beneficio propio nos encarece honradez.
¿El mensaje no es contradictorio? Por un lado
intentan limitar nuestra amplitud de pensamiento
estableciendo unos parámetros: “Piensa así o la
ley caerá sobre ti como un piano de cola. No seas
crítico o impulsaremos la ley para hostigarte”. Y
por otro lado nos envían el mensaje contradictorio,
un mensaje aparentemente razonable que intenta
seducirnos a través de un emisor que no lo practica.
Nos limitan el pensamiento y la capacidad crítica
y nos envían mensajes imposibles de descifrar por
las mentes que se proponen crear. Es sumamente
confuso si lo piensas con detenimiento. O bien
estamos en manos de incompetentes o... Estamos
en manos de incompetentes, definitivamente.
Sus alardes de estolidez deberían ponernos en
alerta. Nos envuelven en sus banderas de colores y
sus himnos horrísonos mientras oprimen nuestra
imaginación, nuestra libertad y nuestro afán
creativo. Resulta más barato, y por tanto lo compra
más gente, el producto prefabricado, el sentimiento
de pertenencia a un conjunto que una pizca de
rebeldía que te granjeará, a lo sumo, censuras,
bofetadas y discriminación.
No, no todo debe valer con el fin de mantener
incólume la tan cacareada unidad y la ovación
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gratuita ante las injusticias. Yo no me conformo
con pertenecer a un grupo numeroso si ello va a
significar que mi dignidad y mi integridad moral
serán un apéndice sin voluntad al servicio de
una maquinaria monstruosa que sirva de resorte
coercitivo, que me anule y vulnere derechos ajenos.
Seré combativo, como lo fue José Martí, aunque
carezca de su talento y me sobre mucha inquina;
pero debo serlo, mi conciencia lo demanda.
Ningún rédito se obtiene plegándose, abrazando
la injusticia por comodidad y contemplando los
acontecimientos desde la ventana con una mueca
de desdén, porque mañana no habrá espacio desde
el que pronunciarse, lo siento: no os lo permitirán.
Soy consciente, y todos deberíamos serlo, de la
herencia que hemos recibido. ¿Cuántos héroes,
que lo fueron, se vieron obligados a huir de la
persecución a la que los sometían las instituciones
que detentaban el poder para combatirlo? No
hay espacio en esta columna para enumerarlos a
todos, pero todos ellos caben entre estas líneas.
Conocer la Historia, dicen, es una herramienta
muy útil para que no vuelva a repetirse. No está
de más hacer memoria y colocar en los lados de la
balanza lo que hubo de bueno y de malo en aquellas
acciones heroicidades que, hasta hoy, nos han
hecho disfrutar de una tentativa de democracia y
libertad. Permanecer en la lucha es hacer honor a
los sacrificios de todos aquellos nombres a los que
tanto les debemos; capitular significaría pisotear su
memoria, retroceder a pasos agigantados hacia un
estado en el que estas palabras podrían suponer un
reto.
La literatura, que también es Historia, en parte,
nos ha enseñado en tantas ocasiones su poder de
disuasión que debemos interpretarla del mismo
modo como esa herramienta útil que nos ayude a
combatir las desigualdades, las injusticias y los
desmanes. Pocas armas más tenemos a nuestro
alcance y sería interesante esgrimirlas antes de
que el pensamiento crítico se haya convertido
en una amenaza penada. O, lo que es peor, antes
de que el pensamiento crítico haya desaparecido
y el pensamiento se venda por fascículos en los
quioscos. Construir una conciencia colectiva antes
de que nos arrebaten lo que de humanos nos queda
sería un gran avance hacia la quimera. Y qué
mejor conclusión para una sociedad que presumir
por haber destrozado la definición del término.
Quimera: presente.
Directo a la mandíbula
¡0
¡0
10
Verónica Lorenzo
JAIME GIL DE BIEDMA
16
Anabel Rodríguez
NICK FLYNN
+
11
Ignacio Ballestero
JOHN CONNOLLY
17
José Braulio Fernández
JUAN RULFO
12
18
13
19
Begoña Martínez
JOHN BANVILLE
Alejandro Larrañaga
AGOTA KRISTOF
14
Elena Triana
AMIN MAALOUF
15
Pedro Larrañaga
CINCO VERDADES
Elena Triana
RYSZARD KAPUSCINSKI
Alejandro Larrañaga
CAROLINA CUTOLO
20
Ainize Salaberri
SÁNDOR MÁRAI
21
Raquel G. Otero
ELOY TIZÓN
Jaime Gil de Biedma en
barco de versos
Amanece otro día en el que no estaré invitado ni a un momento feliz,
pero sabiéndote en mi cielo nocturno de poetas estrellas.
Hace unos años, unos cinco años si hacemos caso del
histórico de emisiones de RTVE, me encontré viendo un
Imprescindibles en La 2 dedicado a Jaime Gil de Biedma.
Nada suyo había leído pero es que ni había escuchado su
nombre ninguna vez. Y me impresionó su historia, cómo
recitaba en las grabaciones que habían mostrado, el mérito
de una producción tan mínima pero tan reconocida. Pero,
como con todo, vi el programa y lo olvidé. Lo guardé en
la lista de pendientes que, de tan larga que es, algunos
nombres están a punto de borrarse. Tengo que reconocerlo,
el papel es malo y se traga toda la tinta. Sólo así se justifica
el postergar la lectura de su producción poética.
Tuvieron que pasar años y años, unas cuantas mudanzas de
por medio y terminar en Granada para que don Jaime y yo
nos decidiéramos a pasar las tardes juntas. Una conferencia
en la que se trataba la relación de don Jaime con Granada
y su amistad con poetas de esta ciudad, unos locos que
tuvieron la osadía de dedicarle un número de Litoral. De
esa conferencia yo salí, cómo decirlo, maravillada. Por lo
que decían y el cómo lo contaban, con ese cariño que sólo se
tienen a los amigos que siguen siendo amigos a pesar de la
distancia y del silencio.
Los poetas se construyen de poesía ajena para construir la
propia. Opositando nos encontramos digiriendo versos que
parirán los nuestros y construirán ese poema que todos
recitarán, aunque a veces olviden mencionar la autoría. Y
mientras se oposita, se descubre, se viaja a otras parcelas del
paraíso literario y nos bañamos en esta playa donde el sol
nunca se pone. Estás aquí, a mi lado, recitando, contando
anécdotas y debatimos de esto y de lo otro. W. H. Auden,
T. S. Eliot, Jorge Guillén, y tus amigos son nombres que se
cuelan en nuestras conversaciones, y me hablas con tanta
pasión de ellos, me hablas del amor, de España, de Filipinas,
de los viajes geográficos y vitales. Hermosa vida que pasó y
parece ya no pasar… Me guías entre tus mares de pesca,
Compañeros de Viaje, A Favor de Venus, Moralidades,
Poemas Póstumos y todos forman este mar de mares, Las
Personas del Verbo. La brisa marina como remedio natural,
un baño por la mañana y otro por la noche en la hora
británica. ¡Qué sería de mí sin tu barco! Las gaviotas que
nos sobrevuelan se saben tus versos inéditos.
Al día siguiente, antes de que se me pasase esta recaída
en el pre-amor a JGB, acudí a la biblioteca y me hice con
Las Personas del Verbo y su El Argumento de la Obra:
Correspondencia (1951-1989). Les digo que así entró en mi
vida y nunca más salió.
(…) era muy bella aquella costumbre de los dioses griegos
de convertir en constelaciones a los mortales y a los héroes
para que no muriesen del todo. Creo que cada uno debiera
hacer lo mismo con sus amantes y repartir entre las
estrellas unos cuantos nombres queridos. Me imagino que,
después de haber amado mucho, el firmamento nocturno
se nos tornaría insólitamente familiar y cercano, al tiempo
que nos rescatábamos a nosotros mismo en cada noche
despejada.
Y leyendo no era yo quien recitaba sino él, no era yo quien
interrumpía curiosa la correspondencia entre don Jaime y
sus compañeros, sino era la destinataria de sus palabras.
Y quiero yo responderle a tantas cartas, a tantos versos, a
tanta cicatriz abierta.
Ahí te quiero encontrar, JGB, acompañándome en las
noches despejadas cuando mi mente se encuentre nublada.
Que me des conversación, haciéndonos una terapia donde
poner patas arriba la realidad de la vida, del país y de la
literatura. Y que, sobre todo, nos acordemos de la vida.
No es fácil ser
Charlie Parker
No es fácil conservar la mente clara cuando la imagen
recurrente de una borrachera es la de la cocina de tu casa,
ensangrentadas las baldosas y sentadas en las sillas tu mujer y
tu hija, arrancados los jirones de piel. No es fácil caminar por
el camino recto cuando el recorrido te lleva tras la senda del
Viajante y el olor que te aproxima a su figura es el de la muerte
de tu mujer y de tu hija, desolladas mientras tú hundías tu
vida y condenabas las suyas con el alcohol corriendo garganta
abajo. No es fácil mancharse las manos de sangre y seguir
creyendo en el bien, en la bondad de algunas personas y en la
necesidad de defender la inocencia de aquellos que sufren sin
merecerlo. No es fácil desenterrar a una comunidad baptista
que yace bajo las cunetas de una carretera y no mancharse un
poco las manos de tierra, no dejar que el hedor se te meta en
lo más profundo de la nariz y permanezca allí unos instantes,
agazapado, para volver cuando menos te lo esperas.
No, desde luego no debe ser fácil acostarse con la conciencia
de uno mismo después de haber golpeado hasta matarlo a
un camello en los baños de una estación de autobuses. No es
una tarea sencilla tener como mejores amigos a un experto
ladrón y a un frío asesino de apariencia tan dispar, uno blanco
y uno negro, uno compuesto de ropa sacada del armario de las
ocasiones y otro con la raya siempre bien planchada, que para
colmo sean pareja. No es sencillo, ni mucho menos, cuando
a uno de esos amigos alguien a quien no alcanzas a tiempo le
quita toda la piel de la espalda. Y estás a punto de verle morir.
Pero a veces un hombre tiene que enfrentarse a tareas que
no son fáciles: tiene que romper el alma para meterse por los
recovecos que deja el rostro de un tipo por cuyos brazos correr
arañas, y hay que envolverse en oscuridad para salir indemne
del osario de Sedlec y no formar parte de ese montón de
huesos que decoran los sótanos nocturnos de la República
Checa.
No, no es fácil convivir con un pasado que nunca se va del todo.
Con el fantasma de tu mujer que te visita cuando las cosas van
mal, con el espectro de tu hija muerta que te recuerda que el
peligro está tan cerca como aquella vez que te emborrachaste
tanto que no pudiste olerlo, ni pudiste oírlas pidiendo auxilio.
No es sencillo porque el pasado son la hija y la mujer muertas
y también son los padres, el agente de policía que también
tuvo pasado, con el que ahora tienes que luchar. Porque a
veces vuelve la historia de los que te rodean, y de aquellos que
incluso vienen a buscarte a pesar del peligro que corren. Y que
corres. Porque no es fácil vivir sabiendo que quien te quiere
muerto te teme tanto que no se atreve a matarte, porque sabe
que nunca te irás del todo y mientras estás vivo envejeces. No,
no es fácil seguir la pista del Coleccionista y ver cómo deja por
todos los lugares en los que intentas darle caza piezas de las
vidas que arrebata, y que tú recoges como las piezas de un
puzle que nunca montarás del todo. Porque un día eres tú el
que estás al borde de la muerte y son los demás los que acuden
a salvarte. Porque tienes de nuevo una mujer, y una hija, de las
que te separas para no dañarlas pero nunca pierdes de vista
para que nadie tenga la tentación de querer arrebatarte de
nuevo. Porque no está el Viajante, pero vienen del pasado las
arañas de Pudd, el bocio deforme bajo la barbilla del hombre
que huele a podredumbre, el ejército de los ángeles caídos y el
rabino y su guardaespaldas sordomuda.
No es fácil caminar por el infierno sin quemarte. No es fácil
pasar por todo eso y seguir siendo puro porque, en realidad,
tu alma es más negra que todo lo que has vivido.
No, no debe ser nada fácil ser Charlie Parker.
Banville es Dios
Banville es Dios. Maná y baraka de palabras. Benjamin
Black, su orfebre, artífice de su bruñido, cincel en mano.
¡Quién fuera papel, metal o sentido! ¡Para sentir el
rasgado, el pulido o el gusto, oído o el tacto divino, de
los filamentos sonoros de los verbos-arpa que recorren
sus textos!
Son uno. Son dos. Son la Santísima Trinidad. Banville,
Black y un níveo papel.
Dotan de tiempo efímero y eternidad relativa a cada
página; el diapasón marca los momentos dedicados a
cada voz y a cada palabra hasta deslizarse, de la lengua
al dedo y hasta la siguiente página. Y así, cada vez más
rápido, sin freno, exhaustos, rendidos.
Son hijos de Irlanda, isleños, que con su tinta de vino
carnoso embriagan a los simples mortales que nos
acercamos a escuchar en sus páginas los cantos de sirena
que nos atrapan, sí, en un mar salado y vibrante, del
norte, satélite de sus mundos, y nos otorgan una posición
privilegiada, en lo alto de su imaginación, arrebujados
en una dorna, para vislumbrar en cada rendija de sus
páginas-barco, historias preñadas de un pasado que
brota con ímpetu desde las noches más oscuras, al alba.
Son los recuerdos la piel de sus personajes, es su peso el
que marca el ritmo de sus pasos y el desliz de la pendiente
está siempre ahí, un paso adelante, para helar de vértigo
sus ojos dorados que miran cada dos segundos atrás,
inseguros de llevar consigo su pasado, su vida, temiendo
perder su luz.
No te acerques si no te gustan las descripciones largas,
de cien pies, por ejemplo, con pausas, delicadas, con
el rumor de cada palabra en la siguiente, en cada ola;
ni sumergirte en un mar oscuro, profundo e incierto,
recortado por las aristas de las montañas, apuntando
al oeste, antes del ocaso, y emerger, como en un beso
de mar salado, dorado por el sol, desde esos mismos
cien pies de distancia. Vete, si no te gusta Marlowe y
la novela negra, la intriga o la sombra de la duda y esa
necesidad de descartar lo falso y acercarte sin miedo,
pero temblando, a la verdad, sea triste, blanca o tiznada
de un gris marengo y pegajoso o, por qué no, una verdad
serena, desnuda, azul.
Aléjate si no quieres pasearte por Europa, una Europa
extrañada de sí misma, tristemente, hoy; Venecia o
Cambridge, por poner dos ejemplos. En este tiempo
siniestro del sentir europeo viene bien reflejarse como
tal en otros espejos, en otros campos que no son los
económicos ni las ideas clásicas de tragedia, teatro, puro
teatro, o democracia, devoradas por la reina consorte de
los euros.
Olvídalo, si lo que quieres es una lectura inocua para
antes de dormir; Banville como somnífero no funciona,
a no ser que seas capaz de rendirte entre los brazos de
Morfeo en medio de un duelo de palabras cruzadas y
afiladas con el veneno de la vida. Mide la dosis, quizás
sea esa tu mejor opción. Tampoco se trata de no dormir.
¿O si? Ofrece resistencia, pero sólo la justa, déjate llevar
por una página más, sólo una.
No quieras saber nada de arte, lienzos, matices, colores,
de nuevo las sombras y los brillos sutiles que iluminan
las miradas del ojo que ve. No eres de esos. De los suyos.
Eres libre para irte y abandonar lo que puede que sea
nada para ti, aunque hay quien lo llamaría Edén, Oasis,
Paraíso, Cielo. El de Banville.
Si no te atrae Copérnico, ni Kepler, excusa acercarte
más a su campo de estrellas y letras. Baja de la escalera,
suelta amarras, no vale la pena. ¿Para qué seguir? No es
lo tuyo, prueba otra cosa, mariposa. Piensa que no eres
tú, es él. Pide el divorcio.
Aunque en realidad, si has llegado hasta aquí, es que eres
un espía en toda regla, y más vale que en cuanto puedas,
te arriesgues a leerle. A Dios. A Banville.
Y ya dirás. O calla para siempre (traidor).
Sí se puede
La analfabeta. Relato autobiográfico de Ágota Kristof
En primer lugar hay que escribir, naturalmente. Luego, hay
que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie,
incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará
a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los
cajones y los olvidamos para escribir otros.
La idea es potente. Una relacion directa obra-revista. Un
fogonazo. Menos análisis, pero más sentimiento, más
sensaciones. ¡Qué mejor ejemplo que “La analfabeta”! Si algo
caracteriza a Ágota Kristof es esa capacidad para eludir los
rodeos, los circunloquios innecesarios. Cualquiera que haya
leído “El gran cuaderno” o “Ayer” (aquella persona que no lo
haya hecho, ya está tardando en cerrar este archivo y dirigirse
a la biblioteca o librería más cercana, para subsanar este error;
después ya volverá a este número de G&R, que habrá cumplido
su misión si ha acercado la obra de Kristof a alguien que no
estaba familiarizado con ella) sabe perfectamente de lo que
hablo.
Narraciones desnudas, donde los fríos hechos consiguen
escarbar muy profundo, entran sin edulcorar para que
nosotros tengamos la responsabilidad –grande, grandísimade imaginarnos los detalles, los adjetivos. Es una dificultad
añadida para la escritora y que se eleva a la enésima potencia
si lo que se quiere contar es un relato autobiográfico. No
hay lugar donde esconderse si necesitas (una obra como La
analfabeta sólo se entiende desde la necesidad o la más simple
generosidad; os explico a donde podéis llegar, sin importar
vuestro origen o circunstancias, sólo debéis intentarlo) hacerlo
a partir de tu propia existencia. Y no estamos hablando de una
vida plácida, hablamos de una persona que tuvo que huir de su
país en medio de la noche, con su hija recién nacida en brazos,
hacia países extraños, limitada por no conocer ni siquiera la
lengua con la que debía comunicarse.
... si estoy triste, es más bien a causa de esa excesiva seguridad
en mi presente y porque no tengo nada más que hacer salvo
pensar en el trabajo, la fábrica, las compras, la colada, las
comidas y nada más que esperar que los domingos para
dormir y soñar un poco más con mi país.
Si La analfabeta fuera una película, la música puntuaría
esos momentos rutinarios en los que Ágota Kristof, mientras
realiza un trabajo mecánico, se convierte en la escritora que
quiere ser. Primero debe (obligación autoimpuesta, otra más)
aprender un idioma que no es el suyo para hacerlo. Lo intenta,
poemas, pequeñas obras de teatro, mientras, en su día a día,
sobrevive. Una historia inspiradora, un largo camino desde
una situación opresiva y peligrosa, una separación traumática
de su familia y su entorno, una integración en una sociedad
totalmente diferente y, finalmente, el éxito y el reconocimiento
como gran autora. Algo tan improbable que sus propios amigos
ven como algo lejano, algo imposible para la persona que era
en las últimas décadas del siglo XX. Habría final feliz... y lo
único que nos habríamos perdido durante su visionado son
esas miradas atrás que sí realiza Kristof. El pasado es tan
importante (probablemente más, pero no es momento de
debates filosóficos) como el futuro, aunque la acción siempre
sea más fácil de disfrutar y de expresar que la reflexión.
¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera dejado mi país? Más
dura, más pobre, pero también menos solitaria, menos rota:
quizá feliz.
De lo que sí estoy segura es que hubiera escrito lo que fuera en
cualquier lengua.
Es un recorrido vital, a través de once textos sin orden
cronológico. Experiencias que pueden ir desde explicar el
amor por la lectura o la escritura hasta un duro análisis de una
época o una sociedad, con personajes y momentos históricos
de sobra conocidos y en los que, habitualmente, se pierde el
factor humano. Los grandes hechos de la humanidad están
protagonizados por personas, que deben convivir con las
consecuencias de actos en los que poco tuvieron que ver. En
medio de eso siempre hay espacio, si se quiere, para hacer
aquello que te convertirá en la persona que quieres ser. Incluso
aunque eso sea escribir.
... uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación,
sin perder nunca la fe en lo que escribe.
“Orígenes”,
de Amin Maalouf.
Haz este artículo siguiendo un estricto orden cronológico: el
tema lo pide. Relee el libro, establece los párrafos que vas a
comentar, subraya, copia. Comenta tu visión, tu lectura, por orden
cronológico: del origen al final.
Quería hacer eso, lo juro. Y empecé tantas veces, y siempre había
un antes, y siempre había un tiempo paralelo, y siempre había un
luego, y el lugar en el que fijaba el inicio era inexacto, porque el inicio
era también otro y en otra parte, y todo era un sinsentido, y bueno,
qué no lo es. Pero aquí estamos hoy: dentro de la tierra. Hemos
viajado en coche, hemos caminado y hemos bajado escalones, y
ahora estamos en una cueva, dentro de la montaña. Quería venir
aquí y enseñárselo a los hijos, igual que me trajeron mis padres
hace más de veinte años. Mi hijo mayor desciende, delante de
mí. Se vuelve para mirarme. Sonríe, entusiasmado. Señala las
estalactitas, las estalagmitas. Señala las formas y colores de la
roca caliza. Imagina cosas. Casi puedo escucharle imaginar. Dice,
alegremente: “te voy a dictar un cuento que se me está ocurriendo
aquí abajo. Se me está ocurriendo tan rápido que no lo voy a poder
escribir yo.” Estamos juntos, dentro de la tierra. El lugar, la región,
la conozco. Me gusta vivir aquí, me gusta tener estas cuevas cerca.
No nací aquí. Mi padre nació en otra parte de la región, no muy
lejos. Mi madre no. Los dos vivieron lejos. Yo nací lejos. Nunca
pienso si mi tierra es esta o no. Tengo un mapa propio, como tanta
gente: la frontera es difusa. Hay una línea discontinua que abarca
La Mancha y Madrid, sube hacia La Rioja, Álava, Navarra, Vizcaya.
Hay ríos que son hogar: el Iregua. El Tirón. El Ebro de principio a
fin, el Ebro por mi ciudad, el Ebro en el Mediterráneo. Hay viajes,
hay casas de amigos en otros lugares. Están los países en los que
vive mi hermano, ahora aquí, ahora allá, que señalo en el globo
terráqueo del hijo mayor, como si también fueran mi casa. Hay allí
un origen de algo, también. Pero ahora estoy dentro de La Rioja,
en la cueva. Abajo, profundo. El niño que va delante no sabe lo que
yo leía cuando él estaba a punto de nacer.
“A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan
tener raíces: los hombres, no. Respiramos la luz, codiciamos el
cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La
savia del suelo natal no nos entra por los pies para subirnos a
la cabeza, los pies solo nos sirven para andar. Lo único que nos
importa son los caminos. Ellos nos llevan: de la pobreza a la
riqueza, o a otra pobreza; de la servidumbre a la libertad, o a la
muerte violenta. Nos prometen, nos transportan, nos impulsan
y, luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos, igual que
nacimos, a la vera de un camino que no habíamos escogido.”
Este párrafo está en la primera página de Orígenes, de Amin
Maalouf. El libro de bolsillo, Biblioteca de autor, Alianza Editorial,
pone. Hay una fotografía de la familia en la portada. En el interior
hay bastantes más: su tío, su abuelo, sus tías. Me gusta mucho
una que se fecha hacia 1914 y que el autor describe así: “Mi abuelo
Botros y mi abuela Nazeera con el mayor de sus hijos”. Estoy en la
habitación de un hospital, con mi pareja y su hermana. Oigo una
voz femenina en el pasillo: “voy con la del libro, que está casi”. Es
una enfermera. Entra en la habitación. La del libro soy yo. Estoy
casi: a punto de dar a luz al mayor de mis hijos. El primero. Entre
los recuerdos de ese día están las fotografías en blanco y negro de
la familia Maalouf. Las letras que Amin, el hijo, el nieto escritor,
compuso para establecer su origen. Para contar de dónde venía.
“He leído esos párrafos una y otra vez… Me parece que oigo la
voz de ese abuelo que no conocí nunca., la voz de los tiempos en
que era joven y se preguntaba cómo no malograr la vida y si era
sensato quedarse en la patria o si era honroso irse; esas preguntas
que iba a tener que hacerme yo tres cuartos de siglo después,, pero
en circunstancias muy diferentes… Aunque, ¿fueron de verdad tan
diferentes? De esta tierra llevamos emigrando desde siempre por
las mismas razones y con los mismos remordimientos…”
Aquella mañana, en el hospital, apenas hacía un par de años que yo
había cerrado los libros de la Universidad: Historia. La Historia del
Mundo. La de mi familia. La mía propia, el capítulo más intenso,
se estaba escribiendo: nacía mi hijo. El primer nacimiento de la
familia, tras la muerte de mi abuela paterna. Y el abuelo materno,
desde lejos, me decía por teléfono que tenía más razones para vivir,
porque ahora existía el biznieto: veía futuro. La enfermera volvía
al turno siguiente: hola, la del libro, mira qué niño más guapo.
Saldrá lector, dijo.
Cinco verdades
como puños
En un número como este, pensado para esta época del año
en la que somos propensos a los amores fugaces, a la pasión
de una noche de romería, no vamos a extendernos con una
retahíla interminable de verdades literarias que resulten
indigestas al más dócil de los lectores.
No, hoy no toca eso, no toca darle vueltas a las cosas, adornar
la realidad con bellas palabras. Hoy toca golpear, lanzar,
escupir, arrojar y... después de llorar en un rincón. Es lo que
tiene la verdad, que duele.
Verdad 1
Esa idea que subyace en todo lector, por mucho que no
lo confiese, en la que nosotros, los lectores, nos creemos
superiores a los que no leen, viene a ser la expresión literaria
del machismo cultural. No tiene sentido, no es verdad, sólo
desencadena crueldad y puede que incluso violencia, pero aún
así está tremendamente arraigada en nuestra cultura.
Verdad 2
Hace mucho más por la lectura un profesor de enseñanza
secundaria que abre un libro y se pone a leer ante su clase, que
la gran mayoría de los premios Nobel de Literatura que puedas
recordar. Es eso, el eco de esas palabras en los alumnos, lo
que puede sembrar un triunfo en esas mentes saturadas de
hormonas y no miles de discursos de agradecimiento.
Verdad 3
Leer y, por extensión, escribir, es como hacer el amor. La
primera vez siempre es desconcertante y es inevitable la
sensación de pérdida, de desamparo por estar ante algo más
grande que uno mismo. Llegar a disfrutarlo, a gozarlo en toda
su magnitud, requiere de tiempo, de práctica y de experiencia.
Requiere del paso de los años, no de ejercicios de gimnasia y
piruetas sexuales sacadas de páginas de porno amateur.
Verdad 4
Los aspirantes a escritores, aunque no presumamos de
abdominales o de peinados #trendy, somos como los chavales
que pueblan los campos de fútbol de todo el país cada fin de
semana. En realidad no nos gusta el fútbol, sólo queremos ser
como Cristiano Ronaldo, con todo lo que ello implica. Sí, los
aspirantes a escritores soñamos con ser el Cristiano Ronaldo
de las letras, sin recordar que quien ha hecho del fútbol lo que
es no ha sido CR7, sino los miles de jugadores de segunda,
tercera y regional que siguen ahí, a pesar de las dificultades, de
no tener Ferrari’s o calzoncillos de Armani, robándole horas a
la familia y a sus obligaciones sólo por esa pasión. O porque tal
vez no saben o no quieren hacer otra cosa.
Verdad 5
En la literatura, entendida esta en su concepción más amplia,
abarcando libros, escritores, editores, revistas y lectores y sus
correspondientes femeninos (vean la verdad 2: escribir es un
acto machista), impera el miedo al cambio, a la novedad, a la
revolución, al futuro. La literatura es como la política, siempre
se pueden azotar las fantasmas del futuro, sólo por mantener
el status quo actual y que el presente, por muy miserable que
sea, sea siempre el mismo.
Hasta aquí nuestra dosis de cruda sinceridad. Podríamos
poner encima de la mesa muchas otras verdades, tan crueles
y tan difíciles de digerir como estas, pero estamos en verano
y no queremos hacer leña del árbol caído. A fin de cuentas,
todos tenemos un cuerpo que lucir en bañador y leer, escribir
o preparar textos para Granite & Rainbow no resultan tareas
de provecho para la operación bikini y los sueños (también
ilusos) que la acompañan.
“Otra noche de mierda en esta
puta ciudad”, de Nick Flynn,
o esas malditas relaciones padre-hijo
Al nacer deberíamos traer un aviso sobre la piel o en una pequeña
anilla, que una enfermera cuidadosa colocaría junto a las que
identifican a los bebes. Una nota que dijese: las relaciones
entre padres e hijos causan heridas, algunas cicatrizan, otras
no cierran jamás. No sé si serviría de gran cosa porque somos
tan estúpidos que no leemos instrucciones, ni las más obvias.
Así, nos condenamos a repetir conductas dañinas o, en el mejor
(peor) de los casos, creamos variaciones para dejar hechos
trizas a los que queremos. Con o sin mala intención todos
hemos sufrido y hecho sufrir. Luego, sorprendidos, miramos
la herida que infligimos, o que nos hicieron, y continuamos
nuestro camino.
bestia para mantener a sus dos hijos, saltando de una relación
desastrosa a otra. Cuando se dispara en la cabeza tiene 50.000
dólares escondidos, 50.000 con los que podría haberse
permitido llevar una vida mejor, pero que inexplicablemente
no llega a usar. Ahí tienes otra herida para añadir, Nick, y esa
es de las que destrozan. No sólo papá iba a tener la habilidad
de dañarte.
De eso trata “Otra noche de mierda en esta puta ciudad”, de
Nick Flynn: de una relación padre-hijo extraordinariamente
anormal. Este es un libro de memorias compartidas: las propias
del escritor y las que construye sobre su padre. Y es que el padre
de Flynn, Jonathan, fue el típico sujeto que pretendiendo ser
“el mejor escritor americano de todos los tiempos” se convirtió
en un delincuente, alcohólico, sin techo, un farsante hacia sí y
hacía los que lo rodean. Un despojo humano, que abandonó a
su mujer e hijos cuando el más pequeño tenía seis meses.
Padre e hijo orbitan sin llegar a tocarse en diferentes capítulos:
prisión, universidad, fraudes bancarios y alcohol, mucho
alcohol. Pronto comenzamos a desear que dejen de hacerlo,
queremos que choquen y que el universo estalle en ese instante.
Será en el Pine Street Inn, el mayor albergue de vagabundos de
Boston, donde por fin confluyen, en posiciones dispares: Nick
es asistente social, su padre un sin techo. Me pregunto qué
haría yo en su lugar… creo que huiría igual que Nick y, como él,
me quedaría observando, a la expectativa. “A veces lo veía pasar
frente al edificio donde vivo, camino de ninguna parte. Podía
darle una llave, ofrecerle un rincón en mi piso. Un colchón.
Una cama. Pero no lo hice. Si lo dejaba entrar me convertiría
en él, se difuminaría la línea que nos separaba, se aceleraría
la lenta marcha hacía mi propio naufragio”. Nadie quiere que
un borracho destroce su vida, que termine por conducirlo al
abismo. Sin embargo, él terminará afrontando su pasado, con
armas que le permiten alejarse del abismo.
Nick aborda su propia existencia desde una perspectiva nada
halagüeña: nos muestra cómo se dirige hacía su destrucción
desde los catorce años; bebe, consume drogas, roba, colabora
con unos narcotraficantes encubiertos… sigue el camino de
papá pero con variaciones, ahí radica su encanto. La deriva
de su vida es total, “tras destrozar dos coches, mi madre me
manda sentarme y me pregunta a qué pienso dedicarme en la
vida. A los diecisiete años voy claramente por el mal camino.
Reflexiono un momento y contesto: a la delincuencia. Mientras
las lágrimas se le agolpan en los ojos, intento explicarle:
sólo delitos económicos, sin víctimas. Pero se marcha de la
habitación”. La madre de Nick termina por suicidarse poco
después. Ha llevado una vida frugal, trabajando como una
Mientras, Jonathan Flynn, el padre, abusa de sus pocos
amigos, pasa temporadas en prisión y bebe. Bebe como sólo un
alcohólico sabe hacerlo: hasta perder la conciencia, el trabajo,
la casa y todo lo que pueda perder: es un despojo.
Aprendí leyendo este libro que se puede vivir, vivir con
cicatrices, vivir para enfrentarse a las peores circunstancias
y pasar página. Enfrentar el temor al hundimiento, para que
cuando te mires al espejo seas tú quien proyecta la imagen, no
tus fantasmas o tus padres.
La Muerte
Pedro Páramo – Juan Rulfo
“Pedro Páramo”, de Juan Rulfo (Apulco, Jalisco, 16 de
mayo de 1917 - Ciudad de México, 7 de enero de 1986),
es Comala. Y Comala es, a veces, el infierno. Otras, una
visión edénica. Pero es el infierno. Su lectura te dirige
hacia él, se siente, se vive la muerte. Se respira el polvo que
se acumula pegajoso en las fosas nasales. Se escuchan los
murmullos en medio de la noche. Se palpan los espíritus
que no cesan de quejarse y de exigir reposo. A medida
que Comala adopta el papel protagonista, la vida pierde
progresivamente su vitalidad; con cada paso, un latido
desaparece en la inmensidad de la nada. Las manos,
posteriormente los brazos, una pierna, a continuación la
otra, el tronco, la cabeza, hasta el libro que acoge el lugar,
se convierte en una sombra, en un espectro que deambula
entre recuerdos de vivos y muertos fantasmales. Sólo los
muertos parecen ser conscientes de su condición. Sólo
los muertos parecen estar vivos.
ser también vida: ignorar es la muerte. Las tormentas de
preguntas sin respuesta mortifican, su búsqueda asfixia,
su hallazgo no siempre ayuda a mantener la presencia
de ánimo.
¿Y qué es la muerte? Sobre todo, olvido y soledad. La
muerte es translúcida. Está, pero se ignora; se percibe
con los ojos que no miran. Para la mayoría, la muerte es
un cadáver, el resultado inerte de la vida. Así la entendía
antes de mi primera lectura de “Pedro Páramo”. Después,
la muerte era casi vida. La muerte se siente en la medida
en que somos humanos. Cómo no sentirla si forma parte
de nosotros. Todos llevamos un muerto dentro, es el
tiempo quien dirá cuándo se materializará, cuándo se
apoderará de nuestra vida. No os sorprendáis, también
vosotros moriréis. Asumidlo. Vuestro cadáver ahora
respira, esas manos que pasan la página, esos pies que
sostienen vuestro cuerpo, esas piernas que corren, ese
cerebro que me bombardea con mil lindezas, esos ojos
que miran tanta sutileza, todo eso es un cadáver que
respira. Luego seréis olvido y soledad.
Por eso la bofetada de “Pedro Páramo” me sirvió de
pronto para cuestionarme la realidad. No existe tal
providencialismo ni predestinación, nada está escrito,
todo nuestro argumento muda la camisa constantemente,
al son de los murmullos inconscientes, de las cuestiones
sin respuesta. Lo único seguro es el desenlace, esa página
lleva siglos escrita. Quizá sólo la última palabra: “Fin”.
Plantearse la vida sin tener en cuenta su conclusión es
una temeridad, ya que se puede dejar todo por hacer. Es
preferible concluir cada día la vida, zanjar cada asunto,
para comenzarla de nuevo donde la dejamos, si es posible.
Hoy vivimos, planeamos, anticipamos acontecimientos
que tocamos casi con los dedos, la euforia de la vida es un
bálsamo para la muerte. Pero está ahí. Y no siempre tan
lejos. En Comala convive con la vida, ¿por qué no aquí o
ahí, junto a ti? ¿Y qué tiene de especial nuestro entorno
para rechazar a la muerte? ¿Qué tengo yo de especial
para repelerla? Y tú, ¿tienes algo de particular? ¿Y si está
aquí, si te vigila, si te acaricia en este instante, si posa
su garra sobre tu hombro? ¿Y si ese mechón de pelo no
se ha derramado sobre tus mejillas casualmente? En el
peregrinaje de Juan Preciado en busca de su identidad
en la Comala edénica, se tropezó con el infierno que
Pedro Páramo le había legado. Fue incapaz de afrontar
una realidad que chocó frontalmente contra su visión.
Juan Preciado sucumbió a la fuerza extraordinaria que
los muertos ejercían y abandonó a su vida en el infierno
para descansar su muerte en el paraíso de los otros. Así,
sin preverlo, concedió sus últimos estertores a Comala.
Para un joven que apenas se ha encontrado con la vida
a medio elaborar, toparse con Comala es atormentador.
Las preguntas nocturnas se acumulan y no encuentran
respuesta salvo en la muerte. La muerte transmutada
en cadáver y en algo más, intangible, ininteligible,
inaprensible. Sin embargo, ineludible. La muerte puede
Me encontré de pronto con este libro de Juan Rulfo
sin esperar que me produjese alteración alguna, pero
lo cierto es que, desde entonces, procuro vivir, si es
que eso hago, porque ya no puede uno fiarse ni de sus
sensaciones, con arreglo a un principio insoslayable: la
muerte no pregunta si querrás seguir vivo.
“Cristo con un fusil al hombro”,
de Ryszard Kapuscinski.
De entre la variopinta fauna que habitábamos la facultad de
Ciencias de la Información de Leioa, los más tiernos éramos los que
llevábamos libros de Kapuscinksi en la mochila. Los llevábamos
dentro, y no los sacábamos a menos que fuera en un entorno
seguro, con gente que sabíamos que tenía lo mismo en el interior
del macuto (de cuero, con el olor a choto reglamentario, como una
equipación oficial). No fueran a acusarnos de excesiva intensidad
periodística, no fueran acusarnos de utópicos. No se fueran a reír
de nosotros, vaya, porque el mensaje que primaba en las aulas
era exactamente el opuesto al del querido Ryszard: nosotros
leyendo “Los cínicos no sirven para este oficio” y la facultad llena
de veinteañeros perfeccionando el cinismo militante, a ver si así
tenían futuro en esto.
“Rashdiya huele a naranjas y sangre. Uno de los obuses ha dado
en un camión que transportaba naranjas, y arroyos dorados del
fragante zumo fluyen por la calle principal. Cerca, en el umbral
de su casucha de barro, está sentado un árabe anciano, callado,
petrificado. De lo que ayer era su casa, no queda sino el suelo y un
pedazo de pared. De lo que ayer era su familia, no queda nadie.”
Contar así las cosas terribles, acercarlas a la nariz del lector,
arañarle, llevarle allí. (Eso es ser periodista, y no hacer posturitas
de Tarzán en la tele, mira qué atractivo estoy con el chaleco
multibolsillos, mírame a mí y allá, en segundo plano, lo de las
bombas.)
“Les pregunto a los fedayines por qué llevan a cabo acciones en las
que mueren a sus manos mujeres y niños. En Qiryat Shemona y en
Ma’alot hubo víctimas mortales entre mujeres y niños. Respuesta:
- la responsabilidad no recae en los combatientes. Toda acción
tiene un objetivo claramente fijado. Queremos liberar a nuestros
hermanos que se pudren en las cárceles israelíes.”
Querías estar en lugares en los que hiciera falta hacer esa pregunta.
Y hacerla de esa manera, y escuchar al tío que te responde con un
pepino calibre cincuenta entre los brazos, con un arma de verdad,
con la que ha matado gente. Y saber que su familia ha muerto,
que sus hijos han muerto bajo las bombas. Y tener la capacidad de
digerir la respuesta rápido y bien para hacer la siguiente pregunta.
Y aguantar. Y escribir. Y contar.
Querías viajar y hacer todo eso y seguir siendo tú. Que no se te
hiciera costra por encima de la piel. Que no te saliera callo.
Querías aprender la manera de tener la perspectiva suficiente para
contarlo bien (bien, qué palabra), y a la vez pringarte del todo, y a
la vez poder dormir, y a la vez sobrevivir. Y que te paguen por los
artículos.
Estábamos en primero y éramos muy jóvenes y algunos
levantábamos los ojos del ejemplar negro, gris y rojo de Anagrama,
en el que Kapuscinski hace las preguntas exactas, para ver, en el
Telediario, las imágenes verdes del bombardeo sobre Irak. La
primera vez que vimos un bombardeo en directo. El desvirgue del
mundo occidental. Una compañera dijo que seguramente habían
desalojado las casas. Yo reí como una loca. No podía parar. Que
habían desalojado las casas antes de bombardear. Por supuesto.
No muere nadie, en la guerra. Pero Ryszard no se hubiera reído:
se hubiera sentado a su lado, a preguntar: por qué crees eso. Qué
crees que está ocurriendo en Irak. Preguntas pertinentes, sólidas.
Preguntas que hacen confiar al interlocutor, que no queman
la fuente, que no cierran la puerta al que venga detrás, a seguir
preguntando, porque la noticia no la vas a agotar tú, porque van a
seguir pasando cosas cuando te vayas.
“Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida
los sistemas de comunicación de masas trabajan al servicio de la
información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda
más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular el número
de personas que trabajan en publicidad. ¿Y si se calculase el
número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan
en silencio? ¿Cuál de los dos sería mayor? En Guatemala, cuando
sintonizo una emisora local de radio y sólo oigo canciones,
anuncios de cerveza y una única noticia del mundo: que en la
India han nacido hermanos siameses, sé que esa emisora trabaja
al servicio del silencio.”
Leer a Kapuscinski me hizo ver que no valía para el oficio. Me
dolió. Aunque también aprendí que tengo una responsabilidad
como consumidora. Como espectadora, como lectora de prensa:
distinguir el buen periodismo. Quizá sea una utopía, pero Galeano,
citado también por Kapuscinski al hablar sobre Guatemala,
escribió que las utopías son el horizonte hacia el que encaminarse,
que sirven para eso, para caminar. Y en el mundo uno se está
quieto cuando se muere.
Nada más.
Aspirante a creyente en el
Pornoromanticismo
Pornoromántica y Romanticidio, de Carolina Cutolo
Las personas confundidas necesitamos consejo. Somos indecisas
y tememos cualquier desafío. Y las escritoras como Carolina
Cutolo aparecen como salvavidas. Un rayo de esperanza en la
carrera por entendernos y entender al resto. Estaba dispuesto a
convertirme a la religión cutólica (obviamente, no existe, pero
era un chiste demasiado fácil para dejarlo pasar, pido perdón
por adelantado), pero ahora ya no sé si ser agnóstico o aceptar
lo pornoromántico a pesar de sentirme como me siento.
Caterina Ciccuto y Marzia Capotorti. Definición
Caterina Ciccuto, protagonista de “Pornoromántica” y profesora
a distancia, me asusta un poco. Tiene el talento para enseñarme
todo lo relacionado con tabús, prácticas sexuales de todo tipo,
prejuicios sentimentales o sexuales (pornorománticos) de un
modo muy explícito pero sin necesitar lo escatológico. Lleva con
naturalidad un nivel de detalle poco habitual cuando el sexo es
el tema –o cuando su propio padre es el interlocutor- y, aún así,
lo veo con recelo. Una revolución desde dentro. Desnudarse,
un integral en toda regla, destinado a sus iguales. Quiere que
cambiemos dentro de nuestro estándar. La responsable es una
mujer heterosexual y abre las puertas a sus experiencias, por
fascículos (dentro del curso muy interesante, de eso no hay
duda) a un público básicamente igual a ella. Espera que las
mujeres acaben por aceptar su libertad, con consejos prácticos,
y a los hombres los interpreta a partir de sus amantes, nunca
son destinatarios directos, deben experimentar esos trabajos
utilizando a sus parejas mujeres como instrumentos. Una
apertura de miras que choca con la exclusión de cualquier otro
tipo de opción sexual, algo raro cuando lo que se pregona es la
libertad total sin ataduras.
Marzia Capotorti, alma de “Romanticidio”, es una superheroína.
La versión perfecta de una idea. El planteamiento de Carolina
Cutolo tiene el encanto de lo imposible. Un plan trazado con
maestría destrozado por las circunstancias, aprovechado por
la autora para generar una estructura imposible de diálogo.
Personas hablándole a una interlocutora en coma. Con la
verdad por delante, dispuestas a confesarle lo imposible si
tuviera capacidad de réplica. El truco es que ella sí escucha
y responde exclusivamente para nosotros. Unos debates
potentes, unos monólogos intercalados necesarios para unos
lectores desorientados (como yo). Uno de esos libros que
proporcionan infinidad de citas a los aspirantes a intelectuales
(como yo) sin el talento de Cutolo para decir lo que se nos pasa
por la mente.
Mezcla de sagacidad, realismo y capacidad para poner en
palabras esas ideas que te vienen a la mente y que te hacen
sentir tan listo… o tan aterrorizado si eres tú mismo el
psicoanalizado.
Habitualmente quien se declara cínico es en realidad un
pesimista que trata de darse un tono.
…me enseñó lo bonito que es dejarse llevar por un placer
imprevisto. Es absolutamente maravilloso (además de
intensamente romántico) rendirse ante un bien que habíamos
intentado no ver con todas las fuerzas…
No me conmueve en absoluto. No me fío de quien se enamora
de alguien a quien no puede tener o a quien está perdiendo: el
amor imposible y no recíproco indica impotencia sentimental
y poca conciencia de uno mismo. ¿Parezco cínica? Lo soy,
y no un insulto y lo prefiero mil veces a las proyecciones
románticas…
Me aburren mis propios pensamientos. Escapatorias insulsas
y banales. Es como si me pareciera a todo lo que siempre he
despreciado…
Al fin y al cabo, tampoco es tan grave dar pena. Si el amor que
se siente es auténtico, ¿a quién le importa que demostrarlo sea
torpe y empalagoso?
Entonces… ¡¡¿¡¿¿Por queeeeeeéééééé!!??!??! ¿Por qué me has
abandonado Carolina? Había aceptado los procesos de Rebeca,
de Vanessa, incluso de Massimo, hasta te había perdonado la
“rendición” de Marzia, pero no esa “explicación” que lo cambia
todo. Un descubrimiento peor que lo de los Reyes Magos,
Papá Noel, el Ratoncito Pérez y demás tropa habitualmente
adornada con regalos poco merecidos.
La Poggi contra el capítulo 24
¿Te gusta ser tomado por tonto? Engañado, estafado. Pasarte
casi doscientas páginas alimentando unas ideas y unas
expectativas para dejarlas caer en un momento dado. Para ver
cómo son reducidas a humo, un humo disipado sin esfuerzo
y que deja tras de sí un rastro de rabia. Estabas a punto de
comprarte un bono de las sesiones necesarias en la consulta de
Carolina Cutolo y descubriste la verdad. Ella no te quiere allí
y por eso escribió el capítulo 24 de “Romanticidio”. Ahora ya
sabes la verdad y solo te queda el consuelo de las grandes frases
y las citas (¡oh, qué dosis de verdad tan clarificadora! Al fin
alguien con verdadera capacidad analítica y de síntesis), aunque
tengas la mosca detrás de la oreja. El final de “Pornoromántica”
había abierto la puerta a la mezcla perfecta de ilusiones y
realidades aplastantes. La Poggi era una auténtica malvada a
la que odiar. Pero no, Carolina Cutolo nos reservaba la verdad
final; no quedan héroes, solo ironía, no muy final, teñida de
inoportuna desgracia.
No decir qué, decir cómo
«Dentro de las palabras debe haber una herida que hable.» JEAN DAIVE
A veces, la historia es lo de menos. Tan repetidas, tan
distorsionadas de la realidad, tan cercanas que asustan, tan
incomprensibles o tan insulsas. Incluso cuando la historia
importa, sigue siendo lo de menos. El cómo es la clave. No el
dónde, el qué, quién o por qué. Qué más da todo eso cuando
el cómo es de un bestia que acojona. Y hay escritores que son
expertos en ese «cómo», en crear un espacio en el que dejar
sorprenderte; los sentimientos son los mismos, manidos,
pero la forma es tan brutal que te atas, tú mismo, te hilas y te
grapas, a ese estilo, a los giros de las palabras, al abismo de la
sugestión. La historia se convierte en un personaje secundario,
una excusa para el gran esqueleto, que ha de sostenerse
firmemente en algún lugar; el cuerpo siempre ha sido perfecto
para eso. La sangre, en este caso, es el medio. Podrían incluirse
en este grupo muchos y variados autores a los que, en realidad,
sólo les une ese síntoma: el cómo, que, sí, es el aviso de la
enfermedad —¿qué enfermedad?, la de cada cual. Podríamos
mencionar a Julian Barnes. Sus novelas “Hablando del asunto”
y “Amor, etc.” —primera y segunda parte de una trilogía que
podríamos decir que termina con “Niveles de vida”— son un fiel
reflejo de esta afirmación. Mencionaremos también a Jeanette
Winterson, quien también trata en casi todas sus novelas el
sobadísimo tema del amor —me pregunto si alguna vez, en
algún lugar, en algún papel en blanco, alguna historia habla
de otra cosa que no sea el amor; sin embargo, la Winterson lo
hace de un modo tan magistral que el amor, aunque presente,
es casi imperceptible; el ritmo de las palabras, la entonación,
el orden, el juego implícito en su literatura, acaba por ganar la
partida. La forma de expresar los sentimientos más comunes,
más de todo el mundo, es lo que hace de Jeanette Winterson
una gran escritora. La capacidad para retorcerte las entrañas
con apenas dos frases. La capacidad de describir tu dolor,
detrás de ese hueso, justo ahí, ese lugar al que nadie ha puesto
nombre, y regalarte la receta para ahuyentar su presencia, su
rún-rún, durante, al menos, unas cuantas páginas soberbias.
También podríamos mencionar a Umbral en su “Mortal y
rosa”, con frases tan lapidarias que la muerte del niño adquiere
una nueva dimensión, o a Gabriel García Márquez, Gabrielito,
que en “El amor en los tiempos del cólera” creó una Biblia para
los que siempre han soñado que el amor no era un cuento chino
que sólo funciona en la literatura. O sí, pero con Márquez da lo
mismo, porque escribió la historia así.
Se sabe que un escritor pertenece a este grupo cuando
no hay palabras que alcanzan a describir lo que nos hicieron
sentir mientras los leíamos. A veces es un gesto el que sirve
como manifestación de nuestras sensaciones, personales e
intransferibles. Otras veces es una cita, subrayada y marcada
con signos de exclamación, sorprendente y emotiva siempre
que volvemos a ella. Y otras veces es un adjetivo que siempre,
siempre, se queda corto. A diosa Virginia gracias de que a este
grupo «del cómo» pertenecen muchos autores. Sándor Márai,
por ejemplo. El escritor húngaro que escribió, por ejemplo, “La
mujer justa”, y que consiguió que, pese a la espesura y excesiva
longitud de varios de sus párrafos, la historia se convirtiese en
un cojo al que sentimos, al que vemos por el rabillo del ojo,
pero del que sólo importa por qué es cojo, cómo es cojo, dónde
es cojo. Cuando hablamos del «cómo» de un escritor hablamos
de esa capacidad, esa habilidad, para que un escenario ajeno
se convierta en nuestro por qué. Y no es fácil. Se narran,
siempre, sentimientos propios, y hacerlos ajenos, que vuelen
y pertenezcan a alguien más, es un truco de magia. Colocas
esto aquí, así, una jaula, por ejemplo, medio abierta, un poco
oxidada, y haces de algo ordinario algo extraordinario. Esto
mismo decía Soledad Puértolas de los personajes secundarios,
precisamente. Pero estos «cómo» no son secundarios, aunque
se disfracen de ellos. Ese arte para transformar lo más común,
lo más habitual, en algo indispensable, sólo está al alcance de
quien ha bajado al infierno y ha encontrado la fórmula para
salvarse, sea a través de las palabras o del intento de la palabra,
que es un medio más para que prime el fondo, la sangre. Tú.
Cuaderno de vacaciones:
problemas de física general
Técnicas de iluminación, Eloy Tizón
Abran bien los ojos. Empezaré hablando de Técnicas de
iluminación tratando de no reproducir párrafos enteros de
Técnicas de iluminación; este libro es paladeo y ráfaga. Añadiré,
por decoro, algunas palabras más, algunas mías, unas cuantas
de Lector Malherido, como: «Hay pocos libros que hoy en día y
a mi edad me apetezca leer palabra-por-palabra» o «Técnicas
de iluminación es todo poesía precipitada, química». Poesía.
Tanto que en los primeros momentos uno cae en la trampa
de decir, para sí, que este tipo, entero él, es una metáfora, un
tropo; que su prosa es casi poesía, o su poesía es un cuento.
Digo trampa porque son cuentos. Son cuentos. Se tarda un
mar o dos en llegar. Abrazarla en el cobertizo era igual que
amasar harina. Su piel, por descontado, también estaba en
fiestas, también estaba en guerra. Tan hermosa que uno no
sabía por dónde empezar a quererla. Hay como un borde de
agua en los corazones.
Desde el comienzo Eloy Tizón es capaz de estimular el ojo
burlando el punto ciego de cualquier retina; si algo hace de
maravilla es enfocar, poniéndonos la mácula (parte implicada
en la agudeza visual) en la distancia casi intergaláctica de lo
minúsculo cotidiano; qué difícil hacer del detalle supernova.
Cualquier línea que uno mira puede ser la línea del horizonte.
Mirar es una forma de rezar. Se toca con las yemas de los ojos.
La culpa toda de que las imágenes puedan ser reflejadas en un
espejo o en las redes sinápticas del lector medio es de la luz.
La explicación física de la refracción es que ocurre cuando esta
pasa de un medio a otro con una densidad óptica diferente.
Quiero pensar que, en el escritor (el escritor como superficie),
la relación entre concentración de sustancia y paso de luz es
también logarítmica; que ese algo no solo incide, sino que
atraviesa.
En mayo del año pasado leí por primera vez estos cuentos.
Hay un billete de autobús en la página veinticuatro. Quien
dice autobús, dice tren. Veintidós de mayo de dos mil catorce,
saltos permitidos: uno, hora límite transbordo: equis. Punto de
lectura, alto de trayecto, todo apunta a este verso: «Triste pero
forzoso es admitir que los besos no recibidos han hecho más por
la literatura que los besos recibidos». Más adelante, un párrafo
revelador: «Preparar una maleta era igual de comprometido
que urdir una ficción, soñar un libro o construir un universo
poético. Uno solo puede hacer algo bien obsesionándose
con ello. Cacería encarnizada de la página y la maleta, si no
perfectas -eso es mucho decir-, sí al menos de una imperfección
impecable; en ambos casos se trata de sentenciar -nada menosqué salvas y qué condenas».
El libro de Eloy Tizón lo forman diez cuentos, pero a mí me
mueven cuatro: «Fotosíntesis», «Merecía ser domingo»,
«Ciudad dormitorio» y «Los horarios cambiados». Técnicas
de iluminación cabe en un número tan directo a la mandíbula
como el presente, por el vagón de cercanías, por las cajas con
monstruo, por el lenguaje de signos, la electricidad estática, las
maletas volcadas, por los golpes diarios, no necesariamente
escandalosos, más bien tenues, vaporosos, casi transparentes.
El gancho a la sien que se siente como un roce.
Hace años que para mí decir luz es traer a la mente las supuestas
últimas palabras de Goethe: «¡Luz, más luz!», que, verdad o
mentira, sonaban enormes y definitivas en la voz de Chris de la
Mañana, en la efe eme del Cicely de Doctor en Alaska: Light is
knowledge. Light is life. Light is light. En esta pequeña reserecomendación todas las palabras bonitas son de Tizón y van
en cursiva o entre comillas. Tienen ustedes todo el verano del
mundo para estudiar luminancia; combatan la fatiga visual y
la presbicia. Ahorren energía, aprovechen la luz natural. Tizón
mide el cuento en candelas por metro cuadrado. La luz está de
nuestra parte. Déjense deslumbrar.
Recomendaciones
LIBRO La regenta
AUTOR Leopoldo Alas ‘Clarín’
RECOMENDADO POR Verónica
Lorenzo
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RESEÑA BREVE
A veces se necesita revisitar los clásicos para confiar de nuevo en la literatura, como chaleco
salvavidas en este océano de muchos títulos y pocos rescatables, de muchos escritores y
pocos literatos. Revisitar los clásicos como punto de restauración de nuestro sistema. Aquí
La Regenta, nuestra Anita Ozores, nos guía en esa desconexión de la actualidad literaria; nos
traslada de regreso a ese tiempo en el que no dudábamos de que la literatura es una pasión y no
una máquina de hacer dinero, se desviste la frialdad y nos acoge en sus brazos, meciéndonos
hasta recuperar nuestro ánimo.
Anita Ozores lucha y se deja vencer por la pasión, se cuestiona y busca respuestas allá donde se
las den; y así nosotros, buscamos en los capítulos escritos por Clarín las respuestas a nuestras
preguntas, redimirnos y disfrutar, porque no se contradicen. El revisitar los clásicos nos otorga
ese poder, el don de disfrutar de una buena novela sin poner en duda ninguna de sus partes. La
buena literatura es esto.
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LIBRO Sin ti no hay nosotros
AUTOR Suki Kim
RECOMENDADO POR Alejandro Larrañaga
RESEÑA BREVE
Un libro de esos necesarios, que exigen posicionamiento para evitar pasar de puntillas por el mundo.
Toca definirse, se tenga o no razón. Llevar nuestras ideas con dignidad, sin complejo de inferioridad,
ni de superioridad (muy difícil cuando valoramos sociedades que consideramos “menores” en algún
aspecto). Mi modo de vida, mis decisiones, mi sociedad, mi libertad, no deberían ser una losa que
impida ser crítico con el resto de opciones. No se trata de comparar, sino de analizar, pero se necesita
información y ¿quién la tiene? Nadie que no sea un alumno o un profesor del PUST puede explicar qué
significa vivir allí. Y todos carecen de perspectiva. Suki Kim lo intenta sin esconder sus propios miedos,
sus propias dudas y lo más importante, sus propias opiniones. Es necesario para poder exportar un poco
de ese entendimiento. Imprescindible obra e imprescindible labor de editoriales como Blackie Books.
LIBRO La nostalgia feliz
AUTOR Amélie Nothomb
RECOMENDADO POR Ainize Salaberri
RESEÑA BREVE
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Historia
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Siempre que habla de Japón, siempre que vuelve con su niñera, siempre que camina por el
empedrado de Tokyo, siempre que contempla tuberías o zanjas en medio de la calle, la mejor
Amélie Nothomb, la escritora, sale a la luz. Se engrandece con su cultura, con su ambiente,
con sus recuerdos. Son estos, precisamente, los que provocan, me temo, que Amélie se venga
arriba y cree literatura. El estilo, de repente, es mejor; las historias, incluso, parecen mejores. Lo
mejor que tiene Nothomb es a Amélie. Prueba de ello está en Estupor y temblores, Metafísica
de los tubos o Biografía del hambre. La nostalgia feliz no iba a ser menos, por supuesto.
Amélie, aquella niña que decidió que no necesitaba comer, vuelve a su Japón natal para visitar
su escuela, a su niñera, sus casas, sus parques... y darse de bruces con la realidad. Después de
tantos años, después de Fukushima, después de haberse convertido en una escritora famosa,
Amélie se reencontrará con su yo más personal, con Rimri, su novio japonés, y con todo lo que
venga de la mano de aquellos paraísos perdidos una vez... y para siempre.
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Recomendaciones
LIBRO Los ángulos del cielo
AUTOR Alejandro López Andrada
RECOMENDADO POR Yolanda Izard
RESEÑA BREVE
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Personajes
Historia
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Decía Ana María Matute que la infancia es más larga que la vida. Y cuánta razón tenía. Sin embargo,
aunque lo olvidemos más de lo que debiéramos, tenemos la suerte de contar con un poeta como Alejandro
López Andrada (Villanueva del Duque, Córdoba, 1957), que sabe extraerla de cuanto toca con su palabra.
En su dilatada carrera poética la percepción luminosa de la infancia aparece siempre en sintonía con la
naturaleza constituyendo un mismo poema que crece y madura y se va haciendo árbol y de cuyo tronco
brotan miríadas de metáforas y pájaros y meditaciones pespunteados por el vuelo lento de la melancolía.
“Los ángulos del cielo”, su reciente poemario publicado por Valparaíso ediciones, constituye una de las ramas centrales de su poesía. La
misma savia –un recorrido nostálgico por ese tiempo, que retorna con frecuencia al presente, de comunión profunda con la naturaleza- y
nuevos brotes: mayor condensación expresiva, una llamada a la esencialidad que no olvida el símbolo, la metáfora y la sinestesia para dibujar
la trascendencia, y la presencia constante del tiempo como liquidador de ese mundo rural, que se desvanece entre contrastes –el campo y la
ciudad (“¿Dónde queda / un hueco de silencio para amar / la flor de los acacias?”), la metafísica del universo natural y la realidad a pie de calle
(“Huelga general”, “Marginales”), la sombra y la luz-, pero cuyo eco pervive en la mirada del poeta, el gran resucitador de lo que se disuelve
gracias a la agudeza de sus sentidos y a su extraordinaria sensibilidad, aunque haya pérdidas que ya no tengan remedio, como “el temblor /
de aquel lenguaje perdido” propio de la ruralidad, o “La letanía / que hilaban nuestros padres con amor / cuando nombraban la eternidad
del cielo”.
La gran maravilla de la poesía reside quizá en esto: en ese trasvase de las emociones del poeta al vaso receptivo del lector que las vive como
propias. De este modo actúa el poder del verso de López Andrada: implantando su sensorialidad en nuestros sentidos. Y decíamos cómo se
incardinan estos en la tierra en una perfecta comunión con ella: “La tierra silenciosa / va en mi voz, / viaja conmigo: ella / es mi equipaje”. Y
cómo se resuelven en símbolos, metáforas y prosopopeyas que actúan como vehículos de inmersión en el subconsciente: Símbolos de estos
poemas son sin duda las aves, la luz y la lentitud; y prosopopeyas todo cuanto existe, pues los seres vivos y los inertes son el trasunto de
nuestra alma, parte indisoluble de la vida interior del poeta, de su vibrar emocionado ante el mundo natural que ejemplifican los pájaros en
sus más diversas especies, vuelos y trasuntos, y por cuyas rendijas se asoma la infancia luminosa: “Mi espíritu de niño iba en tu mano, […]
sedado por la luz de tus luciérnagas”.
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LIBRO Niveles de vida
AUTOR Julian Barnes
RECOMENDADO POR Ainize Salaberri
RESEÑA BREVE
Que Julian Barnes es uno de los grandes escritores ingleses actuales no es
novedad. Sus novelas son prueba de que sabe hilar historias y, sobre todo, de que
sabe contarlas. Y no es fácil cuando tratas con la historia pura y dura (Inglaterra
vs Francia) o del amor. Sus novelas crean lugares, casas, que visitamos como si
fuéramos amigos. No vecinos, ni cotillas, ni marujas aburridas. Amigos que, a
sabiendas de lo que ocurre, más o menos, en la vida de Barnes, nos acercamos
para consolar, para reír, o para entreternos. Niveles de vida es, probablemente,
la novela más dura que este escritor haya sentido la necesidad de escribir: habla
de la muerte de su mujer, Pat —sí, la misma Pat que aparece en la primera página
de todos sus libros, a quien dedicaba todas sus novelas. Pat, la misma por la que
escribió Hablando del asunto y Amor, etc. La misma que le rompió el corazón
y... se lo recompuso de nuevo. Esta novela, que flota porque busca el cielo, no es
sensiblona ni romántica. Es una historia contada a corazón abierto que utiliza
historias reales ajenas a Barnes para que Julian intente explicar cómo el dolor
también se construye desde las nubes hasta la tierra.
Recomendaciones
LIBRO Oso
AUTOR Marian Engel
RECOMENDADO POR Elena Triana
RESEÑA BREVE
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En la contraportada pone que sí, pero yo no creo que Lou sea introvertida. Lou es otras cosas. Es bastante sabia, pienso mientras leo cosas
que yo nunca logré aprender. Pero claro, es mujer y es bibliotecaria y eso ya es un cliché, ya es una definición, ya es una imagen de una
mujer con moño, con gafas, seca. Aunque puede que sea yo la que está equivocada y ser introvertida quiere decir eso, ser capaz de hablar con
algo que no habla para hablar con una misma. Eso no me parece un defecto: me parece una virtud . Pero parece, también, que por norma
tendemos a disculpar los comportamientos en los que nos reconocemos. Parece.
“Oso” no es una novela obscena. En la contraportada pone que sí, pero no: es otras cosas. Claro, que Marian Engel es una escritora
canadiense que publica esto en 1976, y a lo mejor era demasiado, entonces, lo que se cuenta aquí. O puede que sea yo la que está equivocada
y que describir el sexo oral como es, lengua, genitales, saliva, flujo, sea obsceno, aunque yo piense que no, que sería obsceno no contarlo, o
poner una metáfora estúpida para que una, obscenamente, se lo imagine.
En la página treinta y nueve, leo: “En algún momento de nuestras vidas todos tenemos que decidir si somos o no somos platónicos, pensó.
Soy una mujer, estoy sentada en una escalera, como tostadas con beicon. Eso es un oso.” Soy una mujer, estoy sentada en una tumbona, leo
un libro de 1976, anoto cosas en un cuaderno. No he decidido nada, todavía.
Aquí, en la isla de Oso, he aprendido estas cosas: qué es un octógono de Fowler, por ejemplo. Las cosas que se le ocurren a un frenólogo,
por ejemplo. Por ejemplo, que un islote no tiene árbol, pero una isla sí tiene árbol: no lo sabías, no son palabras sinónimas, fíjate, recuerda.
“Oso”, Marian Engel, publicado por la (bendita) editorial Impedimenta, es un libro bonito (un bello ejemplar de Ursus). Te gusta tenerlo
en las manos, pasearlo por la calle, sentirlo dentro del bolso. Te gusta que se le caiga de adentro, de vez en cuando, una notita manuscrita
sobre zoología. Oso no es un oso, es un bulto (eso no es una clasificación científica, ¿no te das cuenta?) O eso le parece a Lou, al principio.
Al principio, antes de que ella le dé forma. Porque es ella la que pone las definiciones, las etiquetas. Eso hacen las bibliotecarias. Creía yo.
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LIBRO Mis documentos
AUTOR Alejandro Zambra
RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo
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Zambra se mira al espejo y obliga a toda una generación, la de los chilenos que crecieron al final de la
dictadura, a hacerlo. El exilio, las torturas y la represión están pero también están los que se quedaron
y aguantaron y fueron a la escuela primero y a la Universidad después y se enamoraron y follaron y
comenzaron a pensar y a entender que el país cambiaba y los personajes de este libro de relatos lo hacen
con él mismo. Personajes jóvenes en su mayoría que incluso quieren dejar de fumar, tienen migrañas,
se inventan otras vidas y persiguen hasta Europa a amores fugaces, con el coste emocional y económico
que tiene ir a Europa para los latinoamericanos, y también para los europeos viajar a América Latina.
Uno de los libros quince libros que me llevaría al espacio, uno de los siete con los que me incineraría.
«Debería decir, copiándole a Pessoa: “Llegué a Santiago, pero no a una conclusión”/ (…)pero se hablaba
siempre, como se habla de un sueño, de la parroquia que estaban construyendo. Se demoraron tanto
que cuando la terminaron yo ya no creía en Dios».
LIBRO Alguien dice tu nombre
AUTOR Luis García Montero
RECOMENDADO POR Verónica Lorenzo
RESEÑA BREVE
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Como León Egea, yo también descubro Granada en el primer año; pero han pasado cincuenta años
desde su verano al mío y, sin embargo, todo sigue prácticamente igual. El tiempo se instala en los edificios, se modernizan sus
calles, se cambian sus ruidos, se añaden otros, pero Granada es la misma, la poesía atemporal que se baña en el Darro y en el
Genil. Escribo esto en la zona geográfica donde transcurre el verano de León Egea, sentada en el café Suizo. Son estas calles
las que pueden dar cuenta de su despertar, del traje de estudiante de primer año, del niño que pasa a hombre, del hombre
enamorado. Calles que ven su día a día, el que escribe en este diario, observan al amor visitarlo, la realidad interrumpirlo y la
juventud, ese traje difícil de quemar, tratando de no ser un estorbo en su concienciación como adulto.
León Egea y Granada se descubren a sí mismo, se abren como un cuaderno, se escriben una larga carta de amor a la vida, a la
transición interior y exterior marcada por una época. Se alimentan de personajes como Vicente Fernández, que ni cuenta ni
quiere saber, don Alfonso, que ni mata ni espanta pero ahí está, y Consuelo, que es como una aparición en la vida de León Egea,
su maestra en el amor que aguarda, que pelea, que duda y que vence, a veces. Y, con todo, nada es lo que parece. Como Granada,
que se disfraza de melancolías, se nutre de secretos oscuros y desafía a sus propios habitantes. Es ella la protagonista, Granada y
el tiempo; León Egea y su diario son la crónica de una vida particular.
Luis García Montero es el autor de la novela Alguien dice tu nombre. Aunque reconocido como poeta, ésta es su tercera novela,
tras Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara, 2009) y No me cuentes tu vida (Alfaguara, 2012). Debo reconocer que, si
como poeta es excepcional, como novelista le reconozco su particular forma de narrar, como una poesía en prosa, pensada cada
palabra, describiendo Granada como si reviviera su tiempo de estudiante allí, en aquellas calles que, ya entonces, escribían su
nombre en el mapa de personalidades granadinas (permanentes y temporales).
Novedades narrativa
LIBRO: Noches blancas AUTOR: Fiódor Dostoievski EDITORIAL: Nórdica PRECIO: 18€
San Petersburgo, su luz, sus casas y sus avenidas son el escenario de esta apasionada novela. En una de esas «noches
blancas» que se dan en la ciudad rusa durante la época del solsticio de verano, un joven solitario e introvertido
narra cómo conoce de forma accidental a una muchacha a la orilla del canal. Tras el primer encuentro, la pareja
de desconocidos se citará las tres noches siguientes, noches en las que ella, de nombre Nástenka, relatará su triste
historia y en las que harán acto de presencia, de forma sutil y envolvente, las grandes pasiones que mueven al ser
humano: el amor, la ilusión, la esperanza, el desamor, el desengaño.
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LIBRO: Madame de Treymes AUTOR: Edith Wharton EDITORIAL: Impedimenta PRECIO: 16,95€
En esta excepcional nouvelle de aires jamesianos, Wharton despliega toda su capacidad irónica para realizar, del
modo más elegante y sutil, una denuncia de dos universos que se repelen en igual medida en que se atraen: el de la
decadente y farisea alta sociedad francesa frente al espontáneo pero a la vez fatuo mundo americano.
John Durham, un elegante caballero neoyorquino, regresa a París con la intención de casarse con su amiga de la
infancia, Fanny Frisbee, recién separada del lujurioso marqués de Malrive. A pesar del amor que ambos se profesan,
madame de Malrive decide renunciar al prometedor matrimonio, pues teme que la puritana familia de su marido
se oponga a su divorcio y que un posible escándalo perjudique el buen nombre de su hijo. Durham decide recurrir
a la cuñada de su enamorada, madame de Treymes, que hasta ahora se había mostrado favorable a la unión. Pero
las escalas de valores de la enigmática dama parisina y del inocente americano son tan diferentes que, a pesar de las
buenas intenciones de ambos, desencadenarán un trágico e inesperado final.
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LIBRO: La dama y los laureles AUTOR: Leonard Merrick EDITORIAL: Ardicia PRECIO: 14,50€
William Childers, recién licenciado en Oxford y poeta en ciernes, es enviado por su madre a Sudáfrica, donde
esta espera que su tío Somerset pueda hacer carrera de él en los campos de diamantes. Pero las escasas
aptitudes comerciales del muchacho harán que termine ocupando un puesto de escribiente en el soporífero
juzgado del poblado de Du Toit’s Pan, donde los días transcurren monótonamente. Sin embargo, su abúlica
existencia dará un giro radical cuando, durante una gira por el país, la archifamosa actriz Rosa Duchêne se
cruce en su camino, cambiando su vida para siempre.
En La dama y los laureles (1908), historia de tintes autobiográficos que sería llevada al cine por Cecil B.
DeMille en 1921 y que, diez años más tarde, conocería una nueva versión de la mano de Berthold Viertel,
Leonard Merrick narra de manera exquisita una tierna y agridulce historia sobre los equívocos del amor, las
ironías del destino y las múltiples caras de la verdad.
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LIBRO: En el Japón fantasmal AUTOR: Lafcadio Hearn EDITORIAL: Satori PRECIO: 15,00€
Un quimono letal poseído por el espíritu de una joven despechada, una enamorada que regresa de entre los muertos
para reencontrarse con su amado, una esposa celosa que deja a su sucesora una herencia siniestra, un aullido
sobrecogedor que nos advierte de peligros ocultos... La pluma magistral de Lafcadio Hearn da vida a los espíritus
sobrenaturales de Japón. Pero no se trata de una colección de relatos de terror al uso, pues el autor ha sabido
intercalar entre las piezas de ficción exquisitos bocados de sabiduría budista en forma de breves e ilustrativos textos
que revelan las doctrinas y la filosofía del mundo japonés de manera poética, clara y sencilla.
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LIBRO: Mañana hablarán de nosotros AUTOR: VV.AA. EDITORIAL: Dos Bigotes PRECIO: 19,95€
Las múltiples caras de la Isla son el escenario utilizado por un nutrido grupo de escritores, entre los que se encuentran
nombres galardonados como los de Abilio Estévez, Carlos Pintado, Ahmel Echevarría, Anna Lidia Vega, Raúl Flores
Iriarte o Luis Yuseff, para desarrollar diecinueve cuentos regidos por las ingobernables leyes del amor y del deseo.
Con una prosa exuberante que aúna el gusto por el exceso y el cuidado por los pequeños detalles, los
autores expresan una decidida voluntad de dejar atrás las «maniobras del secreto» y mirar sin ambages las
diferentes expresiones que la sexualidad —y la sensualidad— encuentra en su país. La fascinante mezcolanza
de culturas, razas e ideologías sustenta una mirada provocadora e inconformista a la realidad LGTB que
convierte este libro en un acontecimiento literario en el panorama de las letras hispanas contemporáneas.
Novedades narrativa
LIBRO: Memoria por correspondencia AUTOR: Emma Reyes EDITORIAL: Libros del Asteroide PRECIO: 17,95€
En 1969, la pintora Emma Reyes envió a un amigo historiador, Germán Arciniegas, la primera de las veintitrés
cartas en las que le revelaba las duras circunstancias en las que había transcurrido su infancia. Su amigo quedó
conmocionado por los dolorosos recuerdos de la artista y decidió mostrarle los textos a Gabriel García Márquez,
quien animó a Reyes a seguir escribiendo. La correspondencia se mantendría hasta 1997; durante ese tiempo
Arciniegas había conseguido el permiso de Emma Reyes para publicar las cartas tras su muerte.
Con una escritura que brilla por su honestidad y por su alejamiento de lo pretencioso, Reyes describe las
adversidades que vivió durante su infancia en Colombia a comienzos del siglo XX, cuando fue abandonada junto
a su hermana en un convento. Relata sin autocompasión, con inteligencia de adulta pero con ojos de niña, y logra
transmitir al lector con exactitud aquello que sintió.
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LIBRO: La educación de un ladrón AUTOR: Edward Bunker EDITORIAL: Sajalín PRECIO: 25,00€
La rebeldía del joven Edward Bunker, criado en hogares de acogida, escuelas militares y reformatorios de los que
continuamente escapaba por su visceral rechazo a una autoridad a menudo arbitraria, lo convirtió con dieciséis años
en el preso más joven de la tristemente célebre prisión de San Quintín. Ni un coeficiente intelectual muy por encima
de la media, ni la ayuda de Louise Wallis, esposa del magnate de Hollywood Hal Wallis, lograron encauzar a un
joven impulsivo fascinado por los bajos fondos y la noche de Los Ángeles. Solo su pasión por la lectura ―durante los
dieciocho años que pasó entre rejas leyó sin descanso―, y su perseverancia en la escritura, acabaron apartándolo de
una vida destinada al crimen. Tras la publicación de su primera novela (la séptima que había escrito, No hay bestia tan
feroz) en 1973, Eddie Bunker ―el señor Azul de Reservoir Dogs― no volvería a pisar el duro cemento de una cárcel y se
convertiría en un escritor de culto en medio mundo, admirado por James Ellroy, William Styron, Quentin Tarantino
o Steve Buscemi. La educación de un ladrón es el apasionante y sincero relato de una vida fuera de lo común, y de la
ley, con un final que el recluso A20284 nunca habría imaginado.
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LIBRO: Un jardín en Brujas AUTOR: Charles Bertin EDITORIAL: errata naturae PRECIO: 15,50€
Delicadeza y precisión, imaginación y vida. Charles Bertin escribió esta suerte de novela autobiográfica,
este relato memorialístico emocionante, en estado de gracia, ofreciéndonos uno de los mejores textos de la
literatura belga del siglo XX.
Pocas novelas han narrado el «gran mundo» que puede encerrar un «pequeño jardín» como ésta. Jardín de
la memoria, jardín de recodos y escondrijos en los que aún habita, más misteriosa y colorida que nunca, la
infancia. Territorio en el que encontrarse de nuevo, volviendo la vista atrás, con la intimidad de una abuela,
que es, sobre todo, compañera de aventuras, descubridora del mundo, cómplice en las primeras lecturas e
incluso consoladora de tristezas; y también, al mismo tiempo una «pequeña dama» comprometida con su
tiempo, con la vida de las demás mujeres, humilde y poderosa a la vez, una conciencia viva, un verdadero
referente moral: es decir, una anciana con la misma energía que un niño.
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LIBRO: Zumbidos en la cabeza AUTOR: Drago Jančar EDITORIAL: Sexto Piso PRECIO: 20,00€
El nombre de Keber era pronunciado con respeto en la prisión de Maribor. Ladrones, falsarios, estafadores, delincuentes
comunes y criminales de envergadura se inclinaban ante él y contaban sus aventuras con admiración y con miedo: Keber
había dormido en Vietnam entre cientos de cadáveres; había atravesado todos los océanos en barco; en la isla de Santo
Domingo los generales temblaban ante su presencia; en Rusia las mujeres trataban de quitarse la vida por él; para arrestarlo,
las autoridades movilizaron a todo un batallón, sitiaron un barrio y cerraron todas las salidas de la ciudad de Liubliana. Pero
todas esas acciones no son nada frente a la gesta que lo hizo célebre: la gran revuelta de la prisión de Livada, comparable
en heroísmo y osadía a la revuelta de los judíos de Masada, en el siglo i, contra el Imperio Romano. Zumbidos en la cabeza
no sólo es la crónica paralela de ambas revueltas, es una novela sobre la emancipación, la dignidad, la libertad y, ante todo,
sobre el poder de la imaginación para derribar todo muro, toda prisión mental y física, toda esclavitud y todo servilismo.
Es una novela contra los abusos de la autoridad. Es una novela que nos recuerda que sólo a través de la rebeldía el hombre
alcanza su verdadero lugar en el mundo.
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LIBRO: El misterio de Notting Hill AUTOR: Charles W. Adams EDITORIAL: Alba PRECIO: 18,50€
Hasta hace muy poco El caso Lerouge (1863) de Émile Gaboriau y La Piedra Lunar (1868) de Wilkie Collins se
disputaban el honor de ser la primera novela de detectives. Hoy, sin embargo, especialistas en el género como Julian
Symons y Paul Collins conceden ese privilegiado puesto a una novela publicada por entregas en 1862 (luego, en
forma de libro, en 1865), El misterio de Notting Hill, escrita bajo seudónimo por el abogado Charles Warren Adams.
En ella, el investigador de una empresa aseguradora debe aclarar las circunstancias de la muerte de la esposa del
barón R., que al parecer se envenenó con ácido prúsico después de entrar sonámbula en el laboratorio de su marido.
Mediante la reunión de una serie de documentos −diarios, cartas, declaraciones, informes científicos y hasta un
plano de la «escena del crimen»−,la novela plantea el misterio anticipándose a la técnica objetivista de Wilkie Collins
y recrea con profusión y gran habilidad un mundo de extremos y oscuridades en la tradición del género gótico:
herencias codiciadas, hermanas separadas en la infancia, sensibilidades mórbidas, espíritus maquiavélicos, hipnosis,
sonambulismo y crimen. La resolución del caso le parecerá al mismo investigador tan imprevisible como «insondable».
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