Cactáceas mexicanas: la cara espinosa de nuestra flora Texto y fotos: Alberto Pulido A. Pulido, A. (2010). Cactáceas mexicanas: la cara espinosa de nuestra flora [Versión electrónica], Ciencia Compartida, 1, 16-20. Recuperado el (día) de (mes) de (año), de (dirección electrónica). N uestro país se encuentra catalogado como una de las cinco naciones más importantes del mundo en cuanto a diversidad de flora y fauna, por lo cual se nos ha denominado como la cuarta nación megadiversa, solo por debajo de Brasil, Indonesia y Colombia. En nuestras tierras se encuentra presente entre el diez y el doce por ciento de toda la flora y fauna del mundo; tenemos el primer lugar en especies de reptiles, pinos, encinos, agaves y cactáceas; además, debemos observar que buena parte de esa riqueza es endémica, es decir, que sólo es posible hallarla en nuestro territorio. Entre toda esta riqueza sin duda destacan las plantas suculentas, en especial las cactáceas, por su belleza, por sus morfologías muy particulares y por la manera en que se adaptan y sobreviven en ambientes con calores extremos y escasez de agua. Estas plantas son netamente americanas y se pueden observar desde Canadá hasta la Patagonia; se sospecha que muchos de sus géneros -como las mammillarias (mejor conocidas como “biznagas de chilitos”)- son de origen mexicano. Nuestra nación posee 913 especies y subespecies de cactus, de los cuales 724 son catalogados como exclusivos de México; estos viven distribuidos en los 57.5 millones de hectáreas de nuestros territorios desérticos y xerófilos, que representan el 27.2% de todo el territorio nacional. Las cactáceas han estado íntimamente ligadas a la historia de México, al grado de que un nopal -u opuntia- es parte de nuestro escudo nacional. También queda claro que la rica cultura legada por nuestras etnias indígenas ha sido asumida de manera muy especial por los mexicanos del medio rural, quienes han bautizado a diversas especies de cactáceas con bellos nombres comunes, todos ellos ligados a sus tradiciones, costumbres, lugares de origen (nopal de San Gabriel, pitayo de Querétaro, auhino de la Mixteca), semejanzas con otros seres vivos y objetos varios (viejito, bola de estambre, ojos de lechuza) o a lo sarcástico y curioso (baboso, asiento de suegra, huevos de buey). Estas plantas –gracias a sus especiales y fascinantes morfologías- se convierten en piezas muy codiciadas en todo el mundo como plantas de ornato y de colección; es por ese motivo que a lo largo de los años centenares de miles han sido arrancadas de sus lugares de origen e ilegalmente vendidas y -muchas de ellas- enviadas al extranjero, razón por la cual se les considera seriamente amenazadas. Estudios realizados por especialistas manifiestan que 217 cactáceas mexicanas se encuentran en serio peligro de extinción, entre estas el alucinógeno peyote (Lophophora williamsii), el falso peyote (Astrophytum asterias) que comparten Texas y Tamaulipas, el gorro de granadero (Backebergia militaris) que es una cactácea arborescente que solamente crece en los límites de los estados de Guerrero y Michoacán, los chautes (Ariocarpus bravoanus y A. trigonus) distribuidos en tierras xerófilas de San Luis Potosí y Nuevo León y el bajacaliforniano chirinole (Stenecereus eruca). Para ayudar a revertir esta situación tan deplorable que atenta de manera directa contra la riqueza natural de México, es necesario tomar conciencia de la situación; se puede comenzar por no adquirir plantas de origen silvestre y solamente hacerlo en establecimientos regulados y autorizados por la SEMARNAT-PROFEPA, como las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMAS). Las cactáceas, por ser plantas de muy lento desarrollo, en promedio crecen un centímetro por año. Dado que difícilmente alcanzan a recuperar sus poblaciones, si la extracción de ejemplares del medio silvestre continúa, en menos de diez años varias especies lamentablemente se extinguirán y no serán conocidas en su hábitat por las generaciones venideras.
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