el reportaje de David Plaza completo.

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REPORTAJE
La taxidermia,
o la inmortalidad
de la Tauromaquia
La taxidermia va más allá de su etimología: “colocación de la piel”. Para lograr el título de maestro hay que saber de anatomía, pintura, escultura, disección y tratado de pieles. Y algo más: el minucioso conocimiento de cada
especie y el hábitat en el que vivió hacen que además de un oficio artesanal posea un grado de especialización
altísimo. Los taxidermistas o naturalistas son fedatarios de lo ‘viviente’, sin ellos no habríamos sabido cómo era
el mundo animal (incluido el de los toros).
Justo Martín Ayuso, en su casa, rodeado de algunos de sus trabajos.
Texto: David Plaza
Fotos: Juan Pelegrín
L
a historia de Justo Martín Ayuso,
nacido en 1938, va mucho más
allá de su oficio, es uno de esos
hombres que deja huella. Dedicarse a la
taxidermia fue absolutamente causal:
“soy hijo de un guarda, me crié en el
campo y me gustaban los animales. Mi
infancia transcurrió en la finca de los
Hernández Pla que tenían en El Escorial”. Germinó el idilio con la naturaleza y con todo su hábitat, comprendió
que su vida estaba allí. Justo Martín co-
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menzó un curso por correspondencia de
taxidermia en el Instituto Jungla, fundado en 1948 y que todavía continúa en
activo. La amistad de la familia Hernández Plá con uno de los grandes
maestros de la taxidermia, Manuel García Llorens, le abrió -no tanto como esperaba- las puertas del Museo de Ciencias Naturales. “Tenía acceso al laboratorio, allí estaban García Llorens, los Benedito, Patón...”, pero muy pronto se
dieron cuenta que el discípulo podría hacerles sombra: “me extendían una sábana y me decían: tú no puedes ver; sabes demasiado”. En Justo se produjeron
dos reacciones, la más inmediata fue
romper el misterio de ese circuito cerrado que habían conformado aquellos
maestros de la naturalización de animales. “Cogí animales viejos y en mal
estado trabajados por ellos, los iba deshaciendo para ver cómo lo hacían y así
fue cómo aprendí. Me llegué a encontrar con maniquís que estaban hechos
con manojos de juncos prensados”. A lo
largo del siglo XX la taxidermia ha
evolucionado sustancialmente en las creaciones de lo que denominan el “alma
del animal”. De aquellas piezas pesadas,
hechas de forma artesanal, ya no que-
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llegando a viajar con el presidente de
Colombia para naturalizar algunos de
los trofeos logrados. Fue entonces
cuando montó la academia para dar a
conocer la taxidermia. “Tuve ciento y
pico alumnos; abandoné la agricultura”.
En un repentino viaje de ida y vuelta
aterrizó en España, se casó y regresó
con su mujer. Una gincana para aquellos tiempos. Vivieron dos años allí, nació su hija mayor y siguió con el taller
a pleno rendimiento. En Colombia conoció a algunos toreros e hizo amistad
con El Viti, algo que resultó vital al regresar a España en 1969 para establecerse definitivamente. “Pasó de ser un
hobby a dedicarme plenamente a ella,
era una afición que me gustaba y nunca
la he visto como un trabajo”.
Francisco Javier Romero Díaz, es quien en la actualidad dirige el taller, ya con Justo Martín jubilado.
da casi nada. A lo largo de este último
medio siglo se ha pasado de estructuras
pesadas a los moldes prefabricados,
más ligeros, lo que por otra parte ha producido la llegada de personas sin conocimientos. La otra respuesta que
adoptó Justo Martín a los que le cerraron la puerta del aprendizaje consistió
en montar una academia en Colombia.
DE LA MILI A COLOMBIA
Mucho antes de volar al continente
americano se enrolaría en el ejército a los
17 años. “Me fui voluntario para elegir
destino en Madrid y apuntarme en ar-
tes y oficios. Aquella decisión le dio la
oportunidad de aprender “dibujo artístico y escultura. También me valió para
conocer anatomía y llegué a ganar dos
primeros premios, uno fue el de la Fundación Luque”.
Acabada la mili, se marchó a Santander y estudió dos años capataz agrícola, conocimientos que empleó en Colombia para cultivar fresas. En sus ratos
libres comenzaron los trabajos de taxidermista, al principio con aves, subiendo como la espuma su prestigio.
Trabajó para muchas personalidades,
Justo ha hecho más de 3.000 cabezas de toros lidiados en Las Ventas.
10.000 PESETAS
El primer trabajo de una cabeza de toro
en España fue el de la confirmación de
Juan José en el San Isidro de 1969, “cobré 10.000 pesetas”, recuerda. Un encargo que le llegó gracias al Viti. Comenzó a funcionar el boca a oreja, eso
que nunca falla cuando el trabajo se hace
bien. También llegaron encargos de
otras especies, todavía le dio tiempo -la
ley todavía lo permitía- a disecar aves
tan distintas como urogallos o rapaces.
También ha trabajado con ciervos, jabalíes y otras especies. Reconoce que los
caballos son el animal más difícil porque
“le falta expresión”, aunque por las
manos de Justo pasó el mítico “Ferrollo”,
que tanta fama dio al “niño Moura”.
Muchos de esos trabajos están hoy en
manos de personalidades como el Rey
emérito, SM Don Juan Carlos I, al que
Antonio Bienvenida le regaló una cabeza
de toro hecha por Justo. Recuerda que
el actual Rey de España, Felipe VI, todavía era un niño cuando un día de invierno fueron recibidos en audiencia privada.
VICTORINO Y JUSTO
Victorino Martín fue también uno de los
primeros clientes de Justo y con el
paso del tiempo uno de los principales.
Hasta su taller llegó el semental “Hospiciano” que a punto estuvo de acabar
con la vida del ganadero de Galapagar
al herirle muy gravemente. ”Después
trabajé con las cabezas de la corrida de
Victorino con la que desafió a El Cordobés; también hice la corrida que lidió
en solitario Andrés Vázquez…”, una década después haría los seis de Capea y
los otros seis de Roberto Domínguez.
Todos estos trabajos le fueron introdu-
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REPORTAJE
dados. Por sus manos ha pasado de
todo, en el capítulo luctuoso hizo la cabeza de “Burlero”, el toro que mató a
José Cubero “Yiyo” en Colmenar Viejo.
Su voz se agudiza cuando revela que
moldeó aquella testa entre lágrimas.
Afortunadamente, sus trabajos han sido
mayoritariamente por motivos positivos:
una alternativa o confirmación, un
triunfo, un encargo de algún aficionado… “A José Tomás”, del que tiene varias fotografías y una muleta, “le he hecho todas las de sus triunfos en Madrid.
Quiso que fuera a México para hacer el
toro de su alternativa, pero al final no
pude ir”. El torero de Galapagar le dedicó unas bonitas palabras en su homenaje en las que lo calificaba como “el
artífice del juego de los recuerdos”.
El taller de Justo y ahora de Javier posee moldes propios de tres tipos y sobre ellos se moldean los toros.
ciendo en la plaza de toros de Madrid
hasta ser casi imprescindible. De fuera
de Madrid “he recibido cabezas de Portugal, de Francia y de toda España, pero
Las Ventas ha sido la parte central y fundamental en mi carrera como taxidermista taurino”.
La evolución se fue produciendo a
medida que iban entrando trabajos, la
forma de ver una cabeza fue adquiriendo
matices que a lo largo de estos años han
puesto a Justo en lo más alto de la taxidermia. La composición, el gesto,
pero sobre todo la mirada han sido el sello con el que se ha querido distinguir.
“Para mí, la mirada es fundamental. Antes de ponerte a trabajar tienes que saber para quien vas a hacerlo. Si la cabeza
es para el torero la mirada tiene que ser
más fiera, así es como lo ven ellos en la
plaza. Mientras que si el encargo es para
el ganadero los ojos tienen que transmitir nobleza”. El ganadero Carlos Urquijo así se lo hizo saber, “tras entregarle
un trabajo me explicó que el ganadero
veía al toro con ojos de nobleza, como
en el campo”. La otra clave es conocer
las características zootécnicas y morfológicas de cada encaste y de eso también
sabe mucho. “Un Miura, por ejemplo, es
grande y sin morrillo, es el más difícil de
hacer”, asevera. “Mientras que un Pablo
Romero es quizás de los más fáciles porque anatómicamente es muy bonito”.
Estos toros son los preferidos por Justo,
confiesa. Miura, Pablo-Romero y Victorino sobre todo son los más deman-
Este es el resultado de algunos de los trabajos que están a punto de terminar en el taller de Javier.
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“Velador”, el único toro indultado hasta ahora en la plaza de Madrid, posiblemente sea su gran obra, o quizás la
más reconocida. Justo y Victorino habían
acordado disecarlo entero. “Tiene mucho mérito lo que se hizo, recuerdo que
me llamó Victorino para decirme que se
había muerto el toro, le expliqué rápidamente lo que tenía que hacer y con
una navaja desolló la piel del toro y la
cabeza entera”. La piel se mandó a encurtir y Justo, ayudado por Javier –su
yerno– que desde hace dos años continúa en solitario, esculpieron el molde.
Sin medida exacta, pero “con la imagen
en la cabeza y la piel” trabajaron apasionadamente. “Creo que Victorino
quedó satisfecho”, sonríe. Compuso
una silueta de madera, dos costillares realizados con varillas de hierro y otras
tantas en las patas. Una malla metálica
como la de las granjas de cobertura, sobre eso una arpillera, escayola y a modelar con el fin de hallar la forma. Con
la piel, cascos y los cuernos encurtidos
recubrió el molde. “Lo hice entero a
mano”, recuerda. “Había que saber lo
que hacías porque era un proceso que
no tenía la posibilidad de volver atrás.
El alma, la estructura, era inamovible.
Aquel toro tiene una historia tremenda”.
Hoy se exhibe en el museo que la ganadería posee en la finca “Monteviejo”,
pero durante un tiempo viajó a algunos
lugares, la plaza de Madrid fue uno de
ellos donde estuvo expuesto. “Rocío Jurado se fotografió frente a “Velador”, en
el centro de la plaza en un reportaje para
la revista Hola. Parecía real”. El grado de
minuciosidad es formidable, los guarismos, hierros y cicatrices se aprecian en
la piel perfectamente. Años después llegaron los moldes de poliuretano y con
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ello el tiempo ha podido reducirse considerablemente. “Velador” fue una labor
casi de alquimia.
AL BORDE DE
LA DESAPARICIÓN
La taxidermia estuvo seriamente amenazada con la llegada del mal de las “vacas locas”. Una orden ministerial indicaba que había que incinerar todo,
“nos impedía traernos las cabezas de los
toros”. Habló con distintas administraciones, hasta lo hizo con el ministro de
Agricultura, Pesca y Alimentación. Estaba a punto de desaparecer “la historia
del toreo, pero al final logré que me dieran la testuz con los cuernos y la piel”
tras dar negativos los análisis. “Aquello
originó un cambio profundo, comencé
a hacer moldes, con ello se rompió algo
de artesanía, en mi opinión”. Pero el mal
de las vacas locas quizás trajo también
algo positivo ya que se ha ganado en
limpieza. Ahora la piel se deposita en un
bidón, los pitones en otro; se precintan,
se conservan en cámaras frigoríficas a
muy bajas temperaturas y se envían al
curtidor que devuelve el material listo
para trabajar y sin una gota de sangre.
Francisco Javier Romero explica cómo
todo ese proceso es completamente legal: “hay que solicitar unos permisos que
sólo los profesionales podemos pedir”.
Hoy en día una cabeza puede estar lista en dos o tres semanas, en tres o cuatro es posible tener medio toro y en algo
más de un mes uno entero. La taxidermia le ha dado a Justo para poder vivir
y ofrecer estudios a sus hijos, “pero sin
excesos”. Los precios han ido variando
en función de las circunstancias. Una de
las grandes amenazas son los suplantadores, aunque al tratarse de un trabajo
muy preciso se les detecta rápidamente. Una cabeza de toro puede estar por
los 1.100 €, medio toro sobre los 4.000
€ y un toro entero alrededor de los 8.000
ó 9.000 €.
RELEVO ASEGURADO
“Me considero uno de los mejores taxidermistas”, afirma. Más de 160 países
(Portugal, Francia, España, Rusia, China, Bélgica, Alemania…) con cabezas de
toro de Justo Martín Ayuso dan fe de
ello. Con más de 3.000 cabezas sólo de
la plaza de Madrid, un puñado de centenas más proveniente de otros lugares
y algunas decenas de medios toros y toros completos. Justo es una celebridad,
un hombre querido y que se hace querer, defensor de la Tauromaquia y que
ha recibido homenajes, el más emocio-
Cada toro tiene su morfología, no hay dos iguales, todo es artesanal.
nante y con mayor simbolismo fue el recibido hace un año en Galapagar, su
pueblo. Era su despedida. En el “descanso del guerrero”, radicado en este
pueblo de la sierra de Madrid, Justo no
quiere olvidarse de la plaza de Madrid
que ha sido su lugar de trabajo. Está
agradecido a todos: Comunidad de Madrid, empresas, empleados de la plaza,
mayorales, carniceros, mulilleros, ganaderos, toreros… Insiste en que citemos a todos y que a lo largo de cuatro
décadas se ha sentido como en familia
en Las Ventas.
Ahora, el legado lo ha recogido su yerno, Francisco Javier Romero Díaz, que
sigue con el taller, ahora en El Escorial,
y cuya base de operaciones continúa
siendo la plaza de Madrid. Sobre los tres
tipos de moldes que tienen, hechos en
poliuretano, modelan en función de la
piel y del prototipo de ese encaste. Saber las características que tiene cada sangre es vital. Más de 30 años al lado de
Justo son toda una garantía. Dice Justo
que el buen hacer queda asegurado y los
que han encargado trabajos que no
notan la diferencia, “todo un halago”. La
taxidermia sigue siendo un oficio artesanal y este taller sigue empeñado en
mantener sus señas de identidad.
En algunos foros con afán de prescribirnos lo bueno y lo malo, la taxidermia no está bien vista. Se olvidan
de que está reglada y que supone un
nexo de unión con lo que ya no está entre nosotros. Todo porque la muerte sigue siendo un tema tabú. Hoy se muere en los periódicos, en las radios, en las
teles, en Internet, en el Smartphone…
Y dependiendo de la lejanía, proximidad;
racionalidad o estupidez, la muerte
vale o no, cuenta o resta. Pero lo evidente es que sin la conservación o naturalización de animales muertos tendríamos un vacío aún mayor. Tarea mayor realiza y ha realizado la arqueología, que trabaja sin descanso para recuperar restos fosilizados y así tintar las
páginas en blanco de decenas de miles
de años en blanco dando explicación a
miles de misterios. La aparición de la escritura fue un salto adelante, las pinturas del Neolítico como modelo de comunicación más sintético habían supuesto una antesala, pero la conservación de cuerpos que realizaron en la civilización egipcia añadió al hombre un
conocimiento e información mucho
mayor. Gracias a las condiciones en las
que se produjeron los enterramientos
podemos conocer más cosas: grandes
enigmas de una civilización fascinante
como fue la egipcia. Todo ello lo hemos
podido estudiar merced al trabajo de
cientos de arqueólogos. La taxidermia se
encarga también de mantener otras cosas, por ejemplo el legado del reino animal y así unir pasado con el futuro. Gracias al trabajo de estos artistas también
podemos saber mucho más de especies
ya extinguidas.
Por mucho que la pretendida revisión
nos deje sepultados, nos atrevemos a
asegurar que el talento es insustituible
y que nunca una máquina podrá hacer
un cuadro de Velázquez o naturalizar un
toro de manera tan formidable como el
“Velador” de Victorino.
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