HACIA EL CENTENARIO DE LA PROVINCIA

HACIA EL CENTENARIO DE LA PROVINCIA VICENTINA DE
COLOMBIA
Carlos Albeiro Velásquez Bravo, CM
Estas líneas podrían titularse más bien
“Panorama histórico de la Provincia de
Colombia”. Por tratarse de un texto que no es
para la publicación, sino para la información
general, no tiene referencias bibliográficas, que
son por cierto, abundantes. La historia no se
hace sin las fuentes y éstas se convierten no solo
en un instrumento con el que teje sus relatos
quien la escribe, sino en verdaderos documentos
dignos de ser conocidos por todos. Cartas,
manuscritos, crónicas, contratos, actas de juntas, etc., todo un acervo
documentario de incalculable valor histórico que se torna pieza clave para
interpretar lo que fue. En este sentido, me parece que las solas fuentes
deberían ser publicadas y los vicentinos de Colombia tenemos en ellas
riquísimos testimonios de fe y de amor a la Congregación, experiencias
genuinamente misioneras que vivieron quienes abrieron la brecha vicentina
en nuestro suelo. Pero de esto se hablará después.
Me imagino, y al mismo lo deseo enormemente, que llegará el momento
en el que se redacte un texto más elaborado para ser editado y que pueda
ser conocido por todos. Ocasión propicia para desempolvar la historia,
conocerla, amarla, enseñarla y aprender de ella. Ya Cicerón decía: Historia
magister vitae est.
La Provincia Vicentina de Colombia fue
fundada en 1913. No podemos ingenuamente
partir de aquí desconociendo los 43 años
precedentes que son importantísimos. De
hecho, los primeros lazaristas franceses
llegan a las costas colombianas del pacífico,
al Puerto de Buenaventura, el 9 de noviembre
de 1870. La primera casa es Popayán, que en
los primeros dos años está unida
administrativamente a París, porque solo en
1872 se convierte en parte de la Provincia de
América Central, cuya casa central se sitúa
precisamente en la ciudad blanca. De todos nosotros es conocido un
librillo del P. Juan Floro Bret, titulado Fundación y primeros años de la
Provincia Vicentina de Colombia, traducido y adaptado por el P. José
Naranjo. Nos confirma el autor que con ocasión de la Asamblea General
reunida en París en 1872, “el Padre Etienne separó de París las casas de
Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil y Lima para formar nueva
provincia, la de América Central. El superior de Popayán, conocido por
su sabiduría, prudencia y tino, fue nombrado primer visitador” (cf. p. 6).
Este dato puede completarse con lo que nos dice el P. Naranjo en Apuntes
para una Historia de la Congregación de la Misión en Colombia:
“El desarrollo de la Congregación en la América Central – así dice la
circular del 1 de enero de 1873- motivó la formación de nueva provincia, a
la que se dio el nombre de América Central. Las casas que la componen
son: Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil, Lima y Arequipa. Visitador,
el p. Foing, superior de Popayán” Fecha de la erección: 5 de febrero de
1872”.
Toda la primera etapa de nuestra historia es abundante. Sobre esto estoy
actualmente redactando un trabajo de investigación que se concentra sobre
todo en los primeros veinte años. El P. Alvaro Mauricio Fernández en su
disertación el año pasado trabajó el período 1870-1913 y sugirió que yo
trabajase de 1913 en adelante. No se ha hecho así, porque la metodología
en ambos casos es diversa. Yo no he venido redactando nuestra historia
sino que he ido confrontándola con la historia nacional y eclesial de ese
tiempo y con el momento histórico que vivía la Iglesia apenas sucedido el
Concilio Vaticano I. Se trata de una contextualización que
metodológicamente no nos permite andar a pasos agitados sino detenerse
cautelosamente en los aconteceres de la Iglesia universal y nacional, y de la
Congregación en la llamada “época de restauración”.
Quiero ser incisivo en la afirmación de que estos años del primer periodo
(1870-1913) no se pueden desconectar del centenario. Las fundaciones
iniciales en la Nueva Granada no duraron mucho tiempo, desde el
momento en el que el gobierno liberal de corte anticlerical, había expulsado
las comunidades religiosas en 1876-1878. Toda esta legislación, que no es
escasa y que afectó la vida de la Iglesia colombiana, viene analizada en mi
trabajo, pero aquí no me detengo. El hecho es que la Congregación, recién
llegada a Colombia, siente los vejámenes de las medidas legales que se
sucedían. La experiencia de la expulsión resulta incluso germinal. Cuando
los lazaristas comenzaron a volver del exilio en Costa Rica y en otras
partes, en 1881, existía solamente una casa en Colombia, Popayán y una
pequeña fundación en Panamá (que entonces todavía hacía parte del
territorio nacional). Por cinco años fueron siete miembros en una sola
casa. Poco a poco se va ampliando el número y la presencia misionera en
otros lugares. La historia de la Congregación en América Central es otro
aparte investigativo que por ahora no es del caso estudiar y lo mismo se
puede decir del Ecuador.
Los misioneros inicialmente eran europeos, sobre todo franceses. La
década que va de 1903 a 1913, se puede ver que el superior general envió
44 cohermanos a América Central y a Colombia. Un rasgo muy peculiar
de la provincia es su origen francés, al punto que podemos hablar de una
impronta francesa que se expresa en formas y costumbres que durante
mucho tiempo perduraron. Tenemos pues, un gen francés.
El trabajo misionero que los lazaristas desarrollaron en Colombia fueron
los que tradicionalmente tenía la Congregación y que son parte constitutiva
de su carisma: la formación del clero y las misiones populares. El
Seminario de Popayán es la obra primigenia de los lazaristas en Colombia.
De hecho hay mucha tinta que derramar porque no se trató solamente de
recibir un seminario sino de analizar el estado del clero en esta época de la
historia. Incluso de mirar la Congregación que en ese momento, a pesar de
las consecuencias de la devastación napoleónica, ejercitaba con vigor esta
dimensión del carisma. La Congregación, quizás después de San Vicente,
vivía un interesante protagonismo eclesial, que no volvió a conocer en lo
sucesivo. Un solo detalle confirma esto: once fueron los prelados lazaristas
que participaron en el Concilio Vaticano I, y un teólogo que después vino
como misionero a Colombia (German Amourel). Podemos también echar
mano del número de misioneros y de la geografía vicentina para hacernos
una idea de esta vitalidad apostólica y de esta ubicación eclesial de la
Congregación.
Un típico rasgo francés consistió en no separar estos dos frentes del
carisma. La formación del clero n excluía las misiones. Por eso, siguiendo
la usanza que se tenía en las galias, los primeros lazaristas dejaban los
claustros del seminario y se dedicaban en vacaciones a la misión popular.
Aquí está el origen de nuestra extensión. Volvamos al texto del P. Bret:
“Por escasez de sacerdotes, las parroquias de la diócesis de Popayán
hallábanse sin cura. Para obviar en parte la necesidad, monseñor
Bermúdez pidió al General de los lazaristas misioneros para evangelizar a
los pobres de campos y aldeas. Por lo pronto no se le pudo complacer;
mas en 1875 se destinó siquiera uno, el Padre José Augusto Birot… (cf. p.
6).
La expansión misionera es un dato precioso de nuestra historia, el carisma
se irradia y la presencia vicentina se hace fecunda: Pasto (Seminario,
1875), Costa Rica (primer seminario interno, 1880), Cali (Apostólica,
1886), Tierradentro (misiones populares, 1888), Tuna (Seminario y
misiones, 1891), Santa Rosa de Cabal (Apostólica, 1894), Nátaga (1904).
Aquí, en este punto de las casas que se fueron abriendo, también hay
mucha tela que cortar.
Después de la llegada de los dos primeros, de la que se habla más adelante,
van llegando otros lazaristas para engrosar las filas de la misión.
La historia es historia de hombres. Hay unos que sobresalen, hay otros
anónimos. Para nosotros hay figuras que se erigen y sin sus personales
carismas quizás muchas empresas misioneras no se hubieran llevado
adelante.
Es peligroso hacer apología de la historia, como también
ensalzar con panegíricos los personajes. Mencionaré algunos esperando no
pecar ni por lo uno ni por lo otro. Es posible que vaya dando algunas
puntadas interpretativas muy personales. Esto es válido para el historiador,
el resto imperativamente debe hacerlo el lector.
Gustavo Foing y Augusto Riuex. Extraordinarios. No es apología ni
elogio. Objetivamente este par de pioneros, llenos de celo misionero, no
dudaron en aceptar el desafío de zarpar hacia este continente, totalmente
nuevo para ellos. Por las crónicas que nos refieren los Anales de la
Congregación, hicieron una larga travesía por el mar y después una
intrépida incursión desde Buenaventura hasta Cali y Popayán. Vale la pena
hacer un asomo a esta fuente, la primera crónica. Es un bello testimonio de
celo. Basta mirar con la lupa de la objetividad un mapa y descubrir con
admiración que se trata de trayectos, climas y viajes que solo un hombre
con honda raigambre misionera se atreva a desafiar. Son nuestros pioneros.
Otra fuente obligada son los “Apuntes para una historia de la
Congregación de la Misión en Colombia”, del P. Naranjo. Allí leemos:
“Miércoles 16. “Se trata de subir. Hic opus, hic labor! Exclama el P.
Foing con el clásico. Como quien dice ‘Esta si es empresa, es el trance de
probar si somos héroes. En cambio, cuando ya están bajando: “de repente
alcanzamos a ver en lejanía no se qué que al rompe confundimos con las
nubes. Era el valle del Cauca, donde la naturaleza prorrumpe con
exuberancia. Con que agrado lo miraban nuestros ojos!”.
Sobre el P. Foing se puede leer el primer tomo del P. Naranjo (pp. 77 y
102).
A la mano de Foing debemos, pues, los relatos de nuestro génesis. Esta es
una muestra pequeña de como los pies del misionero avanzan hacia el
futuro y sus ojos otean el vasto campo de la evangelización. Pioneros,
realmente. Sin ellos, no se hubiera fraguado lo que hoy somos.
La historia está hecha de hombres, por eso hay luces y sombras. Y así hay
que leerla para no caer en otro riesgo común: el de convertirnos en jueces
despiadados de sus protagonistas. La historia está grávida de humanidad.
Gustavo Foing fue el primer Visitador de América Central (1836-1904).
Había enseñado durante 8 años en Francia en el seminario de Meaux
después de su ordenación, antes de ser enviado a Colombia. Fue exiliado de
Colombia en la persecución religiosa que sufrió la Iglesia. Este hecho lo
desplaza hacia Costa Rica. Cuando más adelante le fue permitido regresar,
vuelve a reabrir el seminario de Popayán y a ponerse al frente de su misión.
Foing fue un hombre controvertido en la Congregación. Al inicio, el P.
Antonio Fiat lo ensalzó con tono particular: “Atribuyo la prosperidad de
esta provincia a la reputación de la que gozan los misioneros, a la buena
intención que el Provincial ha tenido en el aplicar todas nuestras reglas,
todas nuestras directivas y todos nuestros decretos en las diversas
funciones de nuestro Instituto, sin dejarse distraer de ninguna
consideración”. Para otros, en cambio, Foing cometía muchas faltas en su
administración. Esta es la causa por la cual el mismo Padre General, Fiat,
lo llevó a París, en 1886, y lo nombra sustituto asistente general, cargo que
no desempeña mucho tiempo, porque regresa a Colombia el año siguiente
como comisario extraordinario del Superior General. Reasume su oficio de
Visitador que había desempeñado en su ausencia el P. Germán Amourel.
Su reputación entre la gente de Popayán era en cambio elevada, a tal punto
que cuando muere Monseñor Carlos Bermúdez, muchos pensaron que
podía sucederlo en la cátedra episcopal. Los datos que tenemos a la mano
nos dan prueba de que se desplazó a Europa para impedir que esta idea que
tenía mucha fuerza, pudiera ser ejecutada. En medio de esto, se abre para
él una incerteza y no sabe si debe regresar a su amada Colombia o
permanecer en París a donde la obediencia lo había llamado. Finalmente,
por falta de personal, es enviado a Colombia para suceder a Amourel como
se dijo más arriba. Esta vez, su segundo período como Visitador fue breve
a causa de su salud, probablemente de tipo emotivo. Amourel retoma las
riendas de la provincia y Foing regresó a Francia para una recuperación. A
pesar de todo regresó a Colombia en 1892, continuando su ministerio como
superior local de algunas casas. Algunos desacuerdos entre él y el nuevo
visitador, Georges Reveilliére, hacen que éste pide a París que Foing fuera
removido como director del noviciado y regresada a Francia. Como relata
un cohermano, comienza un declinar del P. Foing en su salud, que obliga
su viaje definitivo a Francia en 1901. Allí, en la casa madre, muere tres
años después. Vale la pena mencionar las palabras del P. Fiat, en la
circular del año nuevo de 1905: “Sus largos sufrimientos físicos y morales,
y sus oraciones, eran una protección para aquel país que había bañado
con su sudor y sus lágrimas, y que él había edificado con ejemplos de
sólida virtud”.
German Amourel. El segundo Visitador. Antes de venir a Colombia, en
1886, había pasado 20 años como profesor de seminarios franceses. Su
reputación es grande porque había sido uno de los teólogos del Concilio
Vaticano I. Esto es verdaderamente interesante, porque para llegar a ser un
teólogo de este concilio que definió la infalibilidad pontificia, podemos
suponer que no un hombre que pasaba desapercibido en las esferas de la
teología. Además, era un francés y no un italiano, es decir, provenía de un
país de fama anti-infalibilista, aunque ni él ni la Congregación lo fueran.
Al contrario, la Pequeña Compañía, con el P. Etienne se había declarado
ultramontana. Su primera misión en Colombia fue la de ser sucesor del P.
Foing, como superior en Popayán y después como Visitador. A él se le
debe la apertura de la casa de Cali (1886). Aquí hay un dato que
históricamente no debe pasar inadvertido. Extrañamente Amourel ubica su
sede temporalmente en Quito. Es muy probable que la causa sea el retorno
de Foing a Popayán, como comisario y, por lo mismo, podía dirigir la
provincia en nombre del superior general. No es claro si fue Amourel o
Foing el que propuso la constitución de dos provincias en 1888, América
Central de un lado y Colombia (incluida Panamá) de otra parte. En
cualquier caso, el consejo general encontró esta idea muy prematura y no
descartó la posibilidad de que este fuera un tema de una ulterior
deliberación. De hecho, casi 25 años después, esto sucedió. Una
cronología que podemos recordar aquí es la siguiente:
En 1893 se separa Costa Rica (con la presencia de los lazaristas alemanes).
En 1904 se separan Ecuador y Perú.
De 1904 a 1913 el resto se sigue llamando provincia de Centroamérica.
Mientras el P. Foing fue llamado a París, Amourel lo reemplazó en su
cargo como Visitador entre 1889 y 1890. Después se trasladó al seminario
de Marsella y poco después muere allí.
Georges Réveillère. Es una personalidad fuerte como la de Foing. Había
sido sacerdote diocesano cuando decidió entrar en la Congregación en
1861. Los años sucesivos a la entrada a la Congregación los pasó en las
misiones y en el seminario de Evreux. De allí fue enviado en 1871 a la
nueva misión de Argentina, de la que será Visitador desde 1873. De allí
pasa como Visitador de la Provincia de América Central, de 1891 a 1900.
Abrió las casas de Tunja (1891) y Santa Rosa de Cabal (1894). Regresó a
Argentina para resolver problemas que había dejado el visitador precedente
y retoma el cargo de Visitador de Argentina hasta 1904 cuando regresó a
París. Allí murió dos años más tarde.
Jean Fleury (Juan Floro) Bret. Otra figura dominante que tuvo la
Provincia.
Entró en la Congregación cuando tenía 19 años e
inmediatamente después de su ordenación en 1879, fue enviado a Costa
Rica. Toda su vida ministerial pasó de hecho en este país centroamericano
y en Colombia. Fue Visitador de Centro América de 1900 a 1913 y después
el primer Visitador de la nueva provincia de Colombia, de 1913 a 1919.
Durante este periodo fue que la provincia se consolidó en sus primerísimos
pasos como Provincia colombiana. Gradualmente aparece claro ante el
gobierno de la Congregación en París, que la Provincia de América Central
era demasiado extensa para ser gobernada con eficacia. El motivo principal
que llegó el mismo Juan Floro Bret a promover la creación de la Provincia
(separación) fue precisamente este de la extensión que hacía difícil los
viajes y las comunicaciones. En 1901, Bret se encontró ante la
imposibilidad de tener una asamblea provincial a causa de la guerra civil
(llamada de Los Mil Días) y a causa de una epidemia en Colombia.
Además, la provincia perdió dos de sus mejores miembros, muertos a causa
de la fiebre amarilla, el costarricense Juvenal Arias (1863-1901) y un
cohermano francés, Fernand Blanché (1859-1901). Una tercera muerte
significativa en este mismo periodo fue la de Monseñor Bernardo Thiel
(1850-1901), nacido en Alemania y obispo de San José de Costa Rica.
Un modo de afrontar los problemas estructurales fue el de nombrar un
asistente provincial o inspector (vice-visitador) para Centro América, sobre
todo para Guatemala, El Salvador y Panamá, independientes desde 1903.
Esta vez fue nombrado Daniel Choisnard (1861-1918) que vivió en San
Salvador. Después de él vino uno de los más jóvenes de la Provincia, Louis
Durou (1870-1938), futuro arzobispo de Guatemala.
Él vivió en
Guatemala y fue el primer Visitador de esta nueva Provincia en 1913.
Cabe decir, que la decisión de fundar una nueva provincia se dio en 1906,
según el testimonio de las actas del consejo general. Pero esto no se llevo a
cabo. En 1909 se toma otra decisión para seguir adelante con este
proyecto. Una vez más no se hizo nada, probablemente a causa de otra
oleada de revoluciones en el país. Curioso que en las actas del consejo
general se escribe a renglón seguido que “en los noventa años precedentes
el país ha sufrido 36 revoluciones”. Típico en un país como el nuestro.
Solo en 1913 se dio la separación Centro América – Colombia.
Inmediatamente después, la Provincia sufrió la pérdida de seis misioneros
jóvenes, llamados a su patria para el servicio militar. Estamos ante la
inminencia de la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, por petición
del P. Fiat, el recién nombrado Visitador tuvo que viajar a España, a pesar
de los inicios de la guerra, para visitar, en calidad de comisionado
extraordinario, la Provincia de España. Cuando Bret regresó a Colombia,
comenzó a llevar a delante la propuesta de trasladar la casa central de Cali
a la capital del país, Bogotá, por dos razones: el clima y la posibilidad de
encontrar abundantes vocaciones. Un dato curioso que puede contarse
aquí, al menos para hacerse una idea del modus vivendi de entonces, es el
siguiente: el P. Bret consultó al consejo sobre la posibilidad de que los
cohermanos puedan usar la bicicleta. Breto aludía que el obispo y el más
alto clero la usaban para movilizarse, así como algunos cohermanos ya lo
hacían. Pero el consejo no estaba convencido de esto y se ordenó
consecuentemente que esto no fuera permitido a los lazaristas.
Cuando se habla de personas siempre se cometen olvidos. La historia está
llena de nombres anónimos y de otros olvidados. En este caso hay que
abonarle al P. Naranjo su delicadeza en mencionar a tantos cohermanos
cuya vida vicentina contribuyó a construir la provincia. Podemos
mencionar algunos:
El 2 de octubre de 1871, es decir, casi un año después de los dos pioneros,
llegan Juan Bautista Malesieux y Federico Gamarra, de Francia y Perú,
respectivamente. El 3 de septiembre de 1872, procedentes de Francia como
los anteriores, los padres Juan Bautista GOMEZ, español, y el francés
Pedro ARIBAUD.
El 8 de octubre de 1873, el P. Félix GONZALEZ, peruano. También venia
de Francia. Y en septiembre de 1874, los padres Esteban PORTES y
Augusto SAGUET, franceses ambos. Aquél venia de Arequipa, donde se
le había colocado a mediados de 1872.
De aquí en adelante podemos desgranar nombres. Interesante sería, por
cierto, la publicación a modo de catálogo, del elenco sistemático y
cronológico de todos los misioneros que han trabajado en Colombia. Este
es un proyecto personal que tengo y que quisiera desarrollar estando en
Colombia.
CASAS DE LA PROVINCIA VICENTINA DE COLOMBIA
Carlos Albeiro Velásquez Bravo, CM
Avanzamos en la historia de la Provincia.
Continuaré usando un lenguaje coloquial, como
si estuviera al frente de un grupo a quien le
estuviera narrando los hechos. Esta vez
hablaremos de las casas. Es muy probable que se
crucen algunos elementos ya tratados arriba, pero
no sobra volver sobre estos.
Pero antes conviene quizás hacerse una pregunta:
¿Por qué hablamos de “casas”? En nuestra
tradición vicentina las comunidades locales son la expresión genuina y
concreta de lo que es la Congregación. Además, porque cuando se habla de
casas, se habla de fundación y de expansión misionera. Los lugares en la
historia son determinantes.
POPAYÁN. De todos es bien sabido que estamos hablando de la primera
fundación de la Congregación en Popayán. Aquí hay que mencionar
necesariamente una figura clave en nuestra historia. Se trata del obispo que
nos pidió en Roma y en París. Carlos Bermúdez. Cuando aprendimos la
historia de la Provincia a duras penas se menciona su nombre y quizás que
fue un participante en el Concilio vaticano I. Pero más allá de esto, hablar
de este obispo es hablar de la Iglesia colombiana en el momento en el cual
los lazaristas llegan al país. No porque él representara la Iglesia
colombiana, sino porque por sus motivaciones para pedirnos, y por las
vejaciones que él junto con algunos de los primeros lazaristas tuvieron que
padecer como víctimas de la persecución religiosa de finales del siglo XIX
en Colombia. Es una figura que nosotros deberíamos recuperar. Por
ejemplo, en el archivo de la Curia General se conserva la carta original que
este obispo escribió estando en Roma como participante del Concilio. He
leído la carta y voy a llevar una copia de ésta para que repose en nuestro
archivo en Bogotá. Si se lee atentamente (y ya quisiera yo que con los
estudiantes algún día la leyéramos juntos para analizarla), es una carta muy
pastoral. El lenguaje es diverso al que se usa hoy, que resulta mucho más
funcional, más diplomático en estos asuntos. El lenguaje de esta y de otras
cartas sucesivas es muy pastoral. Por ejemplo, más adelante cuando ya los
padres están en Colombia, Carlos Bermúdez envía una carta y se refiere a
las Hijas de la Caridad: qué lenguaje, ¡que descripción que hace de las
siervas de los pobres en su diócesis! Esto es lo que desde el principio
afirmé de la importancia de tener un contacto directo con estas fuentes.
Una cosa es que nos digan que esto pasó, otra que nosotros mismos con la
fuente en la mano seamos capaces de llegar a la profundidad de un hecho
histórico.
El P. Naranjo nos habla en sus Apuntes, que el prelado dialogó
personalmente con el Papa Pio IX y que éste le señaló la Congregación
para su proyecto de formar el clero. Detrás de todo esto tenemos algunos
aspectos que deben ser profundizados y que hacen parte de nuestra historia.
Cito algunos:
Un análisis de la realidad del clero en Colombia en las postrimerías del
signo XIX.
La vida de la Iglesia: división eclesiástica del momento.
La buena fama de que gozaba la Congregación en la Iglesia y ante los ojos
de Pio IX.
La vitalidad del carisma en la línea de la formación del clero, una vez que
el mismo Papa pide que sea la Congregación la que asuma esta tarea.
En el corazón del Papa estaban estos países de América, cuyas
independencias habían sido reconocidas por el predecesor de Pio IX. Para
el mismo Pio IX la iglesia de América estaba en su corazón.
El estado de la Congregación en esa época de “restauración”.
Los vínculos entre el superior General, P. Etienne, y Pio IX.
El concepto de sacerdote que se tenía que formar, aún con la mentalidad de
Trento.
Las relaciones Iglesia – Estado a finales del siglo XIX.
Carlos Bermúdez se dirige a la Congregación. Todo esto viene consignado
en el trabajo de mi investigación. Hablar de Popayán es hablar de este
obispo y hablar de estas cosas. La división política de Colombia no era la
actual. La Nueva Granada, constitucionalmente hablando, era una
confederación de estados. El del Cauca, con capital Popayán, era uno de
estos estados. Los lazaristas, llegados en 1871, tuvieron que salir de
Popayán en 1876, a causa de la ejecución de una Ley del gobierno de este
Estado, que ordenaba la expulsión del obispo y de las comunidades
religiosas. Gobiernos sucesivos, que resultaron más tolerantes tanto en el
ámbito local como en el nacional, permitieron el regreso de los clérigos
expulsados y se dieron a la tarea de restaurar el orden nacional, incluidas
las relaciones con la Iglesia. La Congregación regresa y así el P. Foing
regresa a Popayán el 29 de septiembre de 1881. Él y sus compañeros
retomaron las edificaciones que habían quedado en ruinas y comenzaron la
restauración, de modo que en enero de 1882 se reabrió el Seminario. Ese
mismo año, en mayo de 1882, llegaron las Hijas de la Caridad para dar
inicio a su obra en la diócesis. A propósito, una parte de la historia que
debe ser también analizada es este de las Hijas de la Cariad. La reputación
de la formación lazarista crece no solo en Popayán sino en el país.
Popayán fue sede de la Provincia hasta 1890, cuando la sede provincial se
trasladó a Cali, como una casa distinta. Esta situación continuó así hasta
1910 cuando Popayán se vuelve de nuevo una sola casa hasta 1935. Hay
que recordar que la formación que se impartió no solo cubría lo que hoy
llamamos el frente de servicio al clero, sino también de los nuestros. Este
fue un gran acierto de los lazaristas franceses que ha sido determinante para
los años sucesivos de nuestra historia: el hecho de que ellos se preocuparon
desde el primer momento de las vocaciones nativas. No les bastaba
confiarse en Francia como un depósito de misioneros que salían a cubrir
vacíos o a abrir nuevas casas, sino que tenían clara conciencia de que desde
el primer momento se debían suscitar vocaciones in situ.
En 1901, a causa de las convulsiones políticas y financieras del país, Juan
Floro Bret tomó la decisión de mandar los estudiantes vicentinos a Dax.
Este fue otro acierto. Aunque aquí hubo una cuestión incómoda porque
Bret solamente informó al Superior General y su consejo de esta decisión, y
el consejo general opinó que el Visitador de la Nueva Granada había
procedido con demasiado afán.
Como ya se dijo más arriba, junto al trabajo de la formación en los
seminarios, los misioneros se dedicaban a las misiones populares en las
parroquias de las zonas rurales del Estado del Cauca. Entre los misioneros
dignos de recordar está Auguste Joseph Paul Birot (1829-1910), que
predicó ampliamente las misiones en Francia, Argentina, Paraguay, Costa
Rica, Panamá, Colombia y Guatemala, donde murió.
Esta geografía
misionera nos da la idea de la talla apostólica de este gran hijo de San
Vicente.
Durante las misiones que predicaba en Colombia, fue
acompañado del joven Julio Pineda (1842-1900), el principla fundador de
la misión en su nativo El Salvador.
Otros misioneros que tuvieron mucho bagaje cultural: el holandés Jan
Stappers (1841-1923). Se unió a la Congregación en París y después de
ser ordenado fue enviado a América del Sur, primero al Ecuador, después a
Colombia. Vladimir Decoster, o Dekoster (1864-1916) nacido en
Odessa, de padre alemán y madre rusa. Él y su hermano Philp (1868-1907)
fueron confiados a la custodia del P. Eugenio Boré para su educación.
Boré fue superior general. Ambos hermanos entraron a la Congregación, el
primero como eclesiástico y el segundo como hermano. Vladimir trabajo
ministerialmente en Colombia, Chile, Bolivia y Perú. Philip en cambio se
fue para China y después abandonó la Congregación.
Un aspecto que debe decirse en este momento y que hace parte de aquellas
cosas que hay que profundizar, es el papel valioso de los hermanos
coadjutores en nuestra historia, desde el inicio.
CALI. La segunda casa en Colombia, abierta después de la restauración en
1881. Recordemos que cuando los dos pioneros, Gustavo Foing y Augusto
Riuex avanzan de Buenaventura hacia Popayán, atraviesan por Cali como
un paso obligado. La descripción de este paso y de la ciudad viene
consignada en la crónica ya mencionada.
Un eclesiástico diocesano de Cali quería que se fundara una casa vicentina
en esta ciudad, que sirviera como escuela apostólica o seminario menor
para los candidatos vicentinos. El concepto que hay detrás de esta oferta
era el de separar la escuela apostólica de los otros programas, que entonces
estaban juntos en el seminario diocesano de Popayán. Eclesiásticamente
Cali era parte de la Arquidiócesis de Popayán (Pio X creó la diócesis de
Cali el 7 de julio de 1910). Foing estuvo de acuerdo con la propuesta
inicial, pero después Fiat la rechazó. Entonces Foing aprovechó la visita
canónica que en 1885 estaba haciendo a Colombia el P. Mariano Maller,
Visitador de España, para convencerlo de los alcances de esta iniciativa. A
la favorabilidad de este proyecto se sumó otro hecho: por la situación
nacional, los lazaristas habían sido expulsados del Seminario en Costa Rica
y quedaron disponibles para asumir esta nueva responsabilidad. Así, en
agosto de 1885, Bret y otro cohermano viajaron a Cali para organizar lo
relativo a la propiedad en la que al inicia del año sucesivo deberían vivir
los padres y los estudiantes. Así se adquirió una propiedad, una granja,
que se llamaba Yanaconas, para que se utilizara como casa para las
vacaciones y como lugar de ejercicios para los jóvenes estudiantes. Se
reúnen la escuela apostólica y el seminario interno, que en los documentos
del tiempo se llama “noviciado”. Esto se hizo siendo Visitador el P.
Amourel. Cuando llegó su sucesor, el P. Réveillère, pide que el noviciado
fuera transferido nuevamente, esta vez a Tunja, donde ya el Obispo había
pedido a la Congregación que asumiera la tarea formativa en el Seminario.
Así podemos ver que después del judío errante, nuestro seminario interno
le sigue en itinerancia, al menos en las propuestas, porque claro está que en
este caso el consejo no respaldó la petición que hacía Réveillère. Acerca
de la historia del Seminario Interno en Colombia, se abre aquí otro capítulo
interesante: ubicación, directores, estudiantes, orientación, etc. En esto hay
que ver también la impronta francés que ya para otros tópicos hemos
mencionado. La formación de los nuestros recibía un sello peculiar, era
rigurosa, entre otras cosas porque las recomendaciones de los superiores
generales eran consideradas con exactitud. El Seminario se caracterizaba
por el silencio, la vida austera, el rigor disciplinar y por el afán de perfilar
misioneros tenaces como lo deseó el Fundador. La comida era. Lo que
relato a continuación es interesante: Un estudiante francés que hacía el
seminario en Colombia, Joseph Dress murió durante el noviciado, el 2 de
diciembre de 1895, cuando tenía 31 años. Un miembro de su familia en
Francia, publicó una breve biografía en la que menciona este estilo de vida
vicentina y afirmando que había muerto con fama de santidad.
Lo que aquí se ha dicho del Seminario interno obedece a su ubicación en
Cali. Recordemos esto: como sucedió una vez en Popayán, las autoridades
civiles de Cali ofrecieron una escuela a la Congregación. Pero el P. Fiat
rechazó la propuesta, afirmando que no había suficientes misioneros y
habitaciones suficientes para los estudiantes vicentinos. Las autoridades
continuaron de todos modos renovando la oferta, lo hicieron de nuevo un
año después. El P. Juan Floro Bret propuso mandar los estudiantes a
Francia. Esto tampoco se hizo efectivo. El catalizador de este otro
tentativo fue la visita oficial del P. Nicolás Bettemboug, el procurador
general de la Congregación. He aquí otro capítulo que hay que estudiar: el
de las visitas canónicas en nombre del superior general. Se dieron desde el
inicio.
Con la motivación de un clima mejor, se aprovechó la visita del procurador
general para facilitar el traslado de los estudiantes a otro lugar: Santa Rosa
de Cabal. Posteriormente el consejo estimó que la casa de Cali resultaba
muy grande y encargó al P. Bret para venderla, junto con la finca de
campo, y que fuera reemplazada por otra más pequeña, “para las personas
del lugar”. Cali queda como casa central, con un ministerio cercano a las
Hijas de la Caridad. Por estos años Foing vive en Cali como director de
novicios y de estudiantes. Amourel, sin embargo, escoge no vivir allí.
Juan Floro Bret, por su parte, vive allí de 1900 a 1916 como Visitador. En
1919 se trasladó a la casa central de Bogotá y así se pone fin a una
discusión permanente en esos años acerca de la misión más conveniente
para la casa de Cali.
SANTA ROSA DE CABAL. Con ocasión del centenario de la
Apostólica, celebrado en octubre de 1994, se publicó un libro titulado La
Casa de la Colina. Su autor fue Fenelón Castillo. El autor nos permite
conocer de cerca por qué se decide construir la casa de la colina. Mientras
estaba en misiones hacia 1893, Juan Floro Bret buscada de nuevo un lugar
para la escuela apostólica. El paso por Santa Rosa de Cabal y el hospedaje
que allí recibió le abrió horizontes. A pesar de sus convicciones de que ese
era el lugar adecuado, el Visitador Réveillère no estaba de acuerdo. Sin
embargo, hechas las consultas a París, la respuesta fue favorable para una
fundación en ese punto. El florecimiento de esta casa viene testimoniado
frecuentemente por las crónicas que evidencian cantidad de jóvenes que
por aquellos claustros pasaron.
El noviciado y el estudiantado fueron trasladados a Santa Rosa en agosto
de 1907.
TUNJA. Si el clima fue un criterio para estos traslados, llegamos ahora a
otra casa que fue importante para la Provincia. Desde 1880 Tunja se había
convertido en centro de una nueva diócesis. Incluso poco antes de que
fuera nombrado el Prelado, el administrador apostólico se había interesado
por la presencia de la Congregación allí para favorecer la formación del
clero local. El P. Bret fue uno de los lazarista que trabajó en el seminario
diocesano antes de que fuera completamente administrado o regido por la
Comunidad. Esto se dio el 2 de febrero de 1892. Cuando se habla de
Tunja, de inmediato se tiene que mencionar al P. Joseph Pron (18631949). Poco después de su ordenación sacerdotal, en 1890, llega a
Colombia procedente de Francia. Prácticamente toda su vida transcurre en
las casas de la Provincia. Creo que es una figura que hoy los padres
mayores alcanzan a recordar con corazón admirado y agradecido. Fue
Visitador por 19 años, de 1919 a 1938. Fue superior de Tunja en tres
ocasiones. Sus reconocidas habilidades arquitectónicas lo pusieron al frente
de la construcción del nuevo seminario. Aquí, como era la usanza,
seminario mayor y menor caminaban a la par, unas veces en el mismo
edificio, otras en cambio separados. En Tunja también los cohermanos,
además de ocuparse de la formación, se dedicaban a las misiones. Esto
presencia favoreció un enriquecimiento vocacional para la Provincia y, más
adelante se convertirá en un centro misionero y paso obligado hacia las
misiones de la Prefectura de Arauca.
NATAGA. En el 2004 se celebró el primer centenario de nuestra presencia
en Nátaga, concebida como un centro para las misiones. Un primer
contrato con el obispo se había firmado en 1896, pero se necesitaron tres
años más antes de que dos misioneros pudieran ponerse en la brecha
apostólica. Aunque el obispo deseaba más misioneros, solo en 1904 se
pudo agrandar el equipo con cuatro lazaristas más, y por eso se hizo un
nuevo contrato. La fecha convencional es 1904, pero Nátaga ya había sido
pisada por los lazaristas.
Hay que decir que Nátaga no era solo un caserío. En el lenguaje vicentino
es un centro de misión que cubría extensas regiones del Cauca y del Huila.
En 1907 llegan dos Hijas de la Caridad a Nátaga para ocuparse de la
educación de los niños. Como ya se hacía en otros lugares, allí se fundaron
las Damas de la Caridad y las Hijas de María que allí se ocupaban de los
pobres y daban una mano en la atención a los peregrinos. Durante los
primeros seis años de presencia en Nátaga los hijos de San Vicente
predicaron 52 misiones. Para las misiones en el Huila, existen en el
archivo de la casa provincial un manuscrito valioso redactado por el P.
Domínguez. Sus páginas van relatando estas misiones y aquí hay una
fuente que nos permite analizar no solo el personal, sino también el
método, las dificultades y los logros obtenidos, siguiendo el tradicional
método vicentino de las misiones populares.
TIERRADENTRO. Junto a Nátaga, no solo en lo geográfico, se
encuentra Tierradentro. El desarrollo de esta misión está estrechamente
vinculado a la fundación de Nátaga. La petición de los lazaristas para la
evangelización de esta zona, de difícil acceso por sus características
geográficas, inició hacia 1889. El arzobispo de Popayán pidió a la
Congregación y después de los diálogos se firmó el contrato el 16 de julio
de 1905. Por deseo del obispo, al inicio la sede de la casa de la misión no
fue Nátaga sino su sede episcopal. Esto dificultó los dos primeros años la
constitución de una casa vicentina normalmente constituida. Esto obligó a
que, más allá del deseo del obispo, la sede de la misión fuera Nátaga. Así
hasta 1916, cuando fue posible dedicar más misioneros al trabajo y, por
consiguiente, crear de nuevo una casa separada.
Debo decir que en la historia de las misiones de Tierradentro se ha dado
poca importancia a una figura jurídica: el Ius commisionis. Esta es una
figura jurídica de Propaganda Fide, que asigna a una comunidad misionera
la actividad pastoral de un territorio de misión nombrando como Prefecto
(o Vicario) Apostólico uno de sus miembros y asegurando que el clero de
ese territorio sea dotado por la misma familia religiosa. Entiendo que
conPablo VI esta figura pasó a ser cosa del pasado. Pero este es un punto
que estoy investigando.
Sobre Tierradentro hay muchas crónicas.
PANAMA. La separación de Panamá como nación independiente se dio
en 1903. La construcción del Canal que une el mar Caribe al océano
Pacífico, incrementó la importancia comercial y política del itsmo de
Panamá. Fueron muchos los vicentinos e Hijas de la Caridad que hicieron
esta travesía en su camino hacia las lejanas misiones del centro y sur de
América, pero la Congregación no tuvo una sede permanente en Panamá.
En 1875,las Hijas de la Caridad expulsadas de Méjico, aceptaron
establecerse allí para dar inicio a una fundación que se hiciera cargo de los
enfermos, sobre todo afectados por enfermedades tropicales. Así comenzó
la presencia de los misioneros, para atender a las Hermanas. Desde 1877
en Panamá vivía un lazarista. Recordemos que entonces era territorio
colombiano. Esta casa se convirtió en casa de hospedaje para tantos
lazaristas que hacían este largo viaje. El inicio del siglo XX conoce mucha
inestabilidad a causa de las luchas por obtener la independencia. Mientras
tanto el obispo de Panamá inició a pedir vicentinos para trabajar con los
nativos indígenas del norte, en la frontera con Costa Rica. El P. Fiat lo
remite al P. Thomas Smith (1830-1905), visitador de Estados Unidos. En
ese mismo tiempo el P. Réveillère estaba contemplando la posibilidad de
abrir una escuela apostólica en Panamá. Pero esto nunca se dio.
El lazarista que trabajaba solo en Panamá se llamaba Thomas Gougnon
(1839-1908), vivía allí desde 1892. Por haber vivido tanto tiempo solo se
encontró con la dificultad de poder convivir con otros cohermanos. En
1912 la Santa Sede nombró obispo de Panamá a Guillermo Rojas y
Arrieta (1885-1933). Uno de sus primeros cometidos como pastor, fue
pedir a la Congregación para entregarles el Seminario de la diócesis.
ARAUCA. De 1916 a 1956 la Provincia asumió la responsabilidad
pastoral de este territorio. Tierradentro llevó a la Santa Sede, a través de su
Delegado Apostólico, a pedir a la Congrgeación se asumir esta otra misión
con indígenas. Arauca era mucho más de lo que es hoy. Hay huellas
vicentinas en la zona de Labateca, entre los indígenas uwas.
Bueno, hasta aquí podemos decir que estamos en los primeros años, quizás
la primera década del siglo XX. De ahí en adelante hay aún mucha tela
para cortar.
ALGUNOS PERSONAJES
DE NUESTROS PRIMERAS EPOCAS
C.M. Provincia de Colombia
P. Fenelón Castillo Arce C.M.
La historia de la comunidad
como la de la Iglesia y el
mundo se realiza en hechos y
éstos son realizados por
personas. Al estudiar la historia
de los primeros 70 años de la
Congregación de la Misión en
Colombia encontramos a las
personas que la han tejido.
Vamos a mencionar solamente
a
algunos
personajes
significativos de esta primera
historia; solo algunos,
a
manera de ejemplo.
Varias reflexiones nos sugiere el observar estos iconos. Primero, que ellos
nos muestran un tejido variopinto; hay de todo, porque es tejido humano:
verdaderos santos y menos santos, verdaderos sabios y menos letrados;
hombres de gobierno unos (visitadores, pastores) y coequiperos humildes
otros; gentes mediocres y personas sobresalientes; cohermanos de recia
contextura física y otros enfermizos; temperamentos severos y
temperamentos de gran bondad; equilibrados unos y algo singulares otros.
Quienes saben estas “historias” podrían dar ejemplos de cada tipología: un
Botero, un Pron, un Castillo, un Navia, un Prades…
Otra observación importante, el carácter internacional de nuestra Provincia
desde sus comienzos: franceses, peruanos, colombianos, costarricenses,
españoles, holandeses. En el territorio mismo colombiano la geografía
vocacional ha variado un poco en sus dominantes: caucanos, vallunos,
huilenses, boyacenses, caldenses, santandereanos, para mencionar solo
algunas tendencias dominantes según las épocas.
Según el programa de la Provincia hasta 2013 habrá sesiones que harán
mención de ciertos personajes relevantes; y, naturalmente al escribir la
historia el panorama de las personas será muy amplio.
PADRE GUSTAVO FOING
Ya en las exposiciones se ha hablado mucho de nuestro fundador y primer
Visitador. Sabemos que es un francés nacido en 1836 en Cosne, de la
Nièvre. Entró al Seminario Interno en 1857; en 1870 fue destinado como
misionero a Colombia, concretamente a Popayán, para encargarse de la
dirección del seminario de esa muy extensa diócesis. Dos años después fue
nombrado primer Visitador de la Provincia de América Central. Hombre de
organización, muy pronto fue estimado por la sociedad payanesa; con su
compañero Augusto Rieux, en menos de un año ya tenía bien establecido el
Seminario Mayor y el Menor.
Atendiendo petición de Mons. Canuto Restrepo en 1875 fundó el seminario
de Pasto. En 1876 tuvo que ir al destierro durante la persecución de Conto.
Pero en Costa Rica aprovechó el destierro para establecer allá el Seminario
diocesano y el Seminario Interno nuestro. Su retorno a Colombia se llevó a
cabo en 1881.
Alcanzó a fundar el 6 de enero de 1886 la casa de Cali para escuela
apostólica. Pero el 25 de enero de ese 1886 el Superior General lo nombró
Asistente o Consejero General, lo que lo desbarajustó un poco pues ya
estaba muy apegado a Colombia. Viajó a París pero pronto se dio mañas,
sin renunciar al Consejo General, de regresar a su país de adopción (1887);
dicen que alegó los comentarios que se hacían de que sería nombrado
sucesor del difunto obispo Bermúdez para venirse a conjurar esa amenaza.
De hecho, Foing no será ya Visitador, pues tenía su reemplazo en la
persona del Padre Germán Amourel. Pero la sociedad y el Seminario de
Popayán seguirán contando con Foing para muchos asuntos y ello no podía
menos de molestar a su sucesor.
Muy apesadumbrado por una molestia que nunca había querido causar, el
P. Foing se desquició un poco y así enfermo tuvo que regresar a París, sin
pertenecer ya al Consejo. Recuperado regresó en
1892 como director del Seminario Interno en Cali; lo fue durante 5 años
tomando muy a pecho la espiritualidad y la disciplina. Eso mismo, al lado
de acontecimientos de la política como una guerra en 1895 le volvieron a
arruinar la salud. Por ello tuvo que regresar a Francia definitivamente en
1900, sin dejar de suspirar por Colombia. A un colombiano que pasaba por
París le expresó su nostalgia: “dígale al Padre Visitador que si me hace
regresar, yo le puedo ser útil todavía aun cuando sea para cuidar estudios
en el Seminario”.
El Padre Gustavo Foing, después de soportar santamente sufrimientos de
alma y cuerpo murió en París el 4 de mayo de 1904. Tenía entonces 68
años.
Su personalidad está ya en parte descrita por los acontecimientos de su
vida. Espíritu de organización. Formado en la estrictez del lazarista francés
de la época, se atenía siempre a los directorios de la comunidad, a las
normas para los seminarios, tanto el diocesano como el de la comunidad
que le tocó dirigir. Muy dado a la oración, la tomó, dicen, con cierta
exageración en su tiempo de director de novicios.
Mas no se lo crea burdo o huraño. Con sus buenas relaciones conquistó a la
exigente sociedad payanesa. Hasta en el momento en que tuvo que
enrostrar el cierre del seminario y la partida para la cárcel y el exilio
manifestó gran bondad, como si no estuviera tratando con soldados sino
con personas amigas. Muy sensible de temperamento, ello lo hizo sufrir
sobre todo en el momento de saber que molestaba a su sucesor o que debía
dejar las gentes que había aprendido a amar o que le manifestaban su
estima.
Un óleo hecha Popayán, ahora en el nuestro museo de Santa Rosa de Cabal,
lo muestra algo calvo, con rostro rubio y ojos azules.
PADRE JOSE AUGUSTO BIROT
Hay que situarlo aquí muy al principio pese a su escaso tiempo de
permanencia en Colombia, por ser el pionero de nuestras misiones
populares. Nació en Carcassonne, de Francia, en 1829. A los 30 años de
edad ingresó en la Congregación. En 1873 fue destinado a Guayaquil y en
1875 a Popayán; su destino a esta casa era con la finalidad de ocuparse
específicamente de las misiones populares.
Todo un misionero fue el Padre Birot; de esos que entusiasman por su celo
y hacen llorar por su predicación y ejemplo. Se dedicó a predicar en
poblaciones cercanas a Popayán: Silvia, Totoró, Paniquitá, Jambaló,
Coconuco: como se ve sectores en buena parte indígenas. Su sistema
consistía en a) repetir: con paciencia insistía mucho en los misterios de la
fe; b) para hacer grabar mejor las verdades se servía de cantos; c) hacía
erigir viacrucis entre poblaciones como entre Totoró y Paniquitá. Muy
asiduo a la confesión, los indígenas hacían fila días enteros para ser
atendidos por él.
Tal sería el impacto que causó en su ministerio que, muchos años después,
cuenta un misionero que en las confesiones en Silvia, al preguntar al
penitente “¿Y Ud. no ha robado?, ¿ No ha peleado?, ¿ no ha sido infiel a la
esposa..?”, recibía invariablemente la respuesta: “No; misión prohibió”;
“misión prohibió” había sido el paso del P. Birot.
Desterrado por César Conto tuvo que salir en 1876. Se fue para Argentina.
Murió en Guatemala el 31 de diciembre de 1910.
Padre JUAN BAUTISTA MALÉZIEUX
En el seminario de Popayán, nuestra primera casa, los antiguos alumnos
inauguraron dos óleos – solo dos – de sus primeros formadores: Gustavo
Foing, primer Rector, y Juan Bautista Malézieux. ¿Qué tuvo de especial la
figura de este último para merecer tal honor? Esta nota probablemente lo
hará adivinar.
El P. Malézieux nació en Nauroy Saint Quintin (Aisne, en Francia), el 20
de mayo de 1845 y entró a la Congregación a los 20 años de edad. Recién
ordenado sacerdote fue enviado a Colombia y llegó a Popayán el 2 de
octubre de 1871, como quien dice para el segundo año de labores. En
enero de 1875 fue enviado a dirigir el seminario de Pasto. Muy bien había
comenzado a marchar esta obra cuando la persecución de Conto lo hizo
salir desterrado en 1876. Por Guayaquil se dirigió a Costa Rica.
El P. Malézieux regresó a Popayán, pasada la persecución, el 29 de agosto
de 1885; allí se radicó como formador ante la no reapertura del seminario
de Pasto. Desde 1886 fue prácticamente rector y se distinguió como
educador nato y profesor insigne sobre todo en las llamadas humanidades.
En 1889 fue enviado como rector al seminario menor de Quito y reemplazó
provisionalmente al Visitador del Ecuador. Fue allá donde murió un poco
sorpresivamente el 16 de noviembre de 1910, a los 65 años de edad.
El aprecio que de él tuvieron sus discípulos en Popayán explica el busto al
que se alude arriba y que fue inaugurado el 6 de abril de 1921 con ocasión
de celebrarse los 50 años de nuestra presencia vicentina en Popayán. Ese
aprecio se halla regiamente ilustrado en la pluma clásica del maestro
Guillermo Valencia, el mismo que también le dedicó un poema; de su
discurso que vibró ese día se extraen los siguientes párrafos.
“El hombre cuya imagen decora y ennoblece estos muros, fue
sencillamente un grande hombre por la excelsa pluralidad de sus atributos.
Cinco años viví a su lado en íntima comunicación con su alma noble,
cristiana y austera, y no voló minuto sin que de ella saliese una sabia
enseñanza o un admirable ejemplo. Su larga pericia pedagógica le permitía
bucear en nuestras almas diáfanas, sorprender en ellas los dañinos brotes
que debían extirparse y los renuevos dignos de paciente cultivo. El
apreciaba la franqueza, amaba la sinceridad, glorificaba el carácter entero,
humillaba la hipocresía y defendía a los urgidos de su sapiente dirección…
Cuando sentía su obra asegurada, confiaba a otros la labor de pulirla; pero
la huella de su pulgar plasmante mostraba para siempre su sello
inconfundible”…
“Era docto al par que agradable; amaba y cultivaba las humanas letras
como el medio más grato de ennoblecer el alma. Gozaba de la buena
literatura que él se esforzaba por comunicar a sus discípulos. Cuántos, entre
éstos, podríamos decir que por su influjo y diligencia en doctrinarnos, le
somos deudores de nuestra vocación literaria”…
“Con ser muy alto en letras, su mayor grandeza radica, a nuestro ver, en la
robustez de su espíritu… Buscaba, como el cura de Ars, el reinado de las
maravillas por las sendas humildes de la sencillez cristiana a cuyo extremo
se abre el mundo del milagro…. Y como paradigma de su vida religiosa, se
compenetró con el espíritu del extrahumano fundador de la Congregación
de la Misión, San Vicente de Paúl. Gustaba como éste de laborar entre
dificultades, de edificar para la eternidad con materiales de apariencia
opaca”.
Hermano PEDRO MARIA DUPORT
Lo mencionamos aquí, no solo por haber sido el pionero de nuestros
Hermanos llamados Coadjutores, sino porque en su fugaz peregrinación
por la tierra colombiana dejó lecciones duraderas. El Hermano Duport
nació en Santa Catalina, de Francia, en 1866. A sus dieciocho años ingresó
en el Seminario Interno de París. Hechos los votos, en 1886, fue
inmediatamente enviado a la casa de Cali; como se ve, tenía apenas 20
años; la intención era clara: se trataba de plantar en Colombia una buena
semilla de Hermanos.
El Padre Bret quien lo conoció bien, escribe que era ejemplar en la virtud y
en la piedad; los cohermanos, los alumnos y hasta la gente de afuera se
dieron cuenta de que estaban en presencia de un joven santo. “Iba a la casa
de campo (Yanaconas) y regresaba siempre a pie, y generalmente cargando
un pesado fardo… Se le destinó a la cocina: malo el fogón, primitivos los
utensilios. Así y todo no profirió queja, jamás se impacientó, jamás perdió
el buen humor… El Padre Superior, para que aprendiese prácticamente el
español, le había permitido hablar un cuarto de hora con los alumnos en el
recreo de la tarde; los niños profesores, como era natural, se desternillaban
de risa oyéndolo maltratar horriblemente la lengua de Cervantes; en lugar
de correrse y disgustarse, el humilde hermano les hacía coro y se reía de
sus gazapos… Concluído su oficio, en vez de ponerse a descansar,
trabajaba en el jardín o barría la casa”
Pensaron llevarlo a Popayán donde estaba aún el seminario interno, pero
menos de un año después de su llegada a Colombia se contagió de tifoidea
que en pocos días acabó de preparar lo que ya se veía maduro para el cielo.
En el delirio de la fiebre se puso a entonar en francés el canto que también
conocemos en castellano: “Al cielo yo iré – purísima María -¡oh dulce
madre mía! – allá yo te veré”. Solo terminar la primera estrofa y así,
cantándole a María, se murió nuestro primer Hermano. Era el 27 de junio
de 1887 y no tenía sino 21 años. Ante tal vida y tal muerte, nada raro tuvo
que varias personas declararan haber recibido favores encomendándose al
Hermanito Duport.
Padre DAVID ORTIZ
Lo podemos considerar como el primer vicentino colombiano. En efecto el
primer colombiano que entró en la Congregación fue Victoriano Rosero,
nacido en Pasto e ingresado en el Seminario Interno (¿en París?) en 1876 y
que, ordenado sacerdote, estuvo en Costa Rica y después en Popayán. Pero
Rosero se retiró en 1898; diríamos que pierde así los derechos de
primogenitura.
David Ortiz nació en Roldanillo (Valle) el 15 de noviembre de 1857. Hizo
sus estudios humanísticos con los lazaristas en Popayán, pero cuando los
Padres fueron desterrados David Ortiz hizo lo que es digno de un héroe:
junto con su mamá allegó los fondos económicos necesarios y a los 19
años, en 1876, se fue a París a hacer el Seminario Interno: ahí se lo registra
como ingresado el 20 de agosto de 1877; ese era su talante. El 3 de junio de
1882 fue ordenado sacerdote en Francia y regresó a la Provincia
quedándose un año en Panamá hasta que recibió la indicación de regresar a
Colombia a donde llegó el 14 de marzo de 1883.
Fue destinado al seminario menor de Popayán. Le correspondió preparar
para la primera comunión a personajes como Guillerrmo Valencia, Alfredo
Vásquez Cobo y Manuel Antonio Arboleda; por ello entendemos que el
Maestro Valencia le dirigiera palabras de elogio en su discurso de 1921 y
que lo invitara a su hacienda de Coconuco. De 1884 a 1904 David Ortiz
ejerció su ministerio de vicentino en Ecuador, Santa Rosa de Cabal y Cali
hasta que le llegó el destino que mejor lo identifica en su trayectoria
misionera.
Fue el año 1905, cuando fue asignado a Tierradentro; allí permaneció 24
años en diferentes poblaciones. Trató de aprender la lengua de los paeces;
siguiendo el programa de San Pablo llevó allí una vida de mucha
austeridad: trabajaba físicamente; comía de lo que hubiera y dormía sobre
el suelo; dicen que nunca se le oyeron quejas de que algo le faltara. Y es
que por fortuna disfrutaba de excelente salud.
Un día de marzo de 1929 estaba trabajando con los indios y les increpaba
su flojera en el trabajo; les dijo que vieran cómo a sus 72 años él tenía
energías. Ese día comió un pescado que lo intoxicó y al siguiente, 3 de
marzo, murió de la que fue la primera y única enfermedad de su vida… Ese
fue David Ortiz, nuestro pionero.
Padre LUIS MARIA CASTILLO
Un Cuaderno Vicentino editado por Cevco en mayo de 1990 e intitulado
“El Padre Castillito” nos sintetiza la vida ejemplar de este cartagüeño, otro
de nuestros varones ilustres. A ese folleto nos podemos remitir.
Luis María Castillo nació el 24 de mayo de 1878 y hubiera debido
llamarse “del Castillo” pues ése era el apellido de su papá, don Jerónimo
del Castillo; pero la humildad vicentina llevó a su hijo a quitarse el “del”
que indicaba su alcurnia castellana, delatada hasta en sus ojos azules. Luis
María se fue a estudiar en la Apostólica de Santa Rosa en 1895 y será el
primer fruto sacerdotal de esa Alma Mater. Pasó a Cali donde entró al
Seminario Interno el 7 de diciembre de 1898 e hizo los votos, según
costumbre, dos años después.
En ese año 1900 Colombia estaba en plena guerra de los mil días; ése fue
uno de los motivos para que el “Hermano Castillo” junto con Martín
Amaya y José Trullo fueran enviados en agosto de 1901 a continuar su
formación en Francia, concretamente en Dax. Eso era no se sabe si una
fortuna, un premio o una oportunidad, pasar años de formación en las
Landas, cerca de Ranquines y poder ir a Lourdes. La ordenación sacerdotal
se llevó a cabo el 22 de junio de 1905 en Dax; primera misa en la iglesia
donde había sido bautizado Vicente de Paúl. Y se fue a celebrar la otra
misa de primicias en su Cartago natal, esta vez en la iglesia de su propio
bautismo, el 15 de septiembre de ese 1905.
Los destinos apostólicos del Padre Luis María Castillo fueron: la apostólica
de Santa Rosa y las misiones populares en Valle, Huila y Boyacá; se
conservan algunos de sus cuadernos con relatos algo esquemáticos de sus
misiones.
Pero la parte del león se la llevó la Prefectura Apostólica de Arauca,
especialmente Tame donde permaneció 25 años dando ejemplo de lo que
siempre lo caracterizó, las cinco virtudes vicentinas. Hasta que los
superiores pensaron que, a sus 76 años ya era oportuno llevarlo al clima
más benigno de Santa Rosa; además era conveniente que los jóvenes de
Apostólica recibiéramos los ejemplos del “santo Padre Castillo”. Pero Dios
no lo quiso así y en el viaje hacia su nuevo destino, estando en Soatá, el 18
de agosto de 1954, se murió este hombre de Dios. En Soatá y Boavita
muchos se acercaron a tocar con crucifijos, medallas y camándulas el
cuerpo yerto de “ese padrecito tan santo”. Los funerales y el sepelio se
llevaron a cabo en Bogotá.
Ciertas expresiones como las recogidas en el aludido folleto indican muy
bien la percepción que del Padre Castillo pudieron hacerse los afortunados
que lo conocieron. “Inocente, amable, santo. Todo bondad, todo dulzura,
todo cultura” (P. José Naranjo). “Todo en él respiraba santidad” (Hna.
Belisa, O.P., Soatá). “El Padre Castillo es el hombre más santo de cuantos
he encontrado en mi camino” (P. Martiniano Trujillo). “Todo el mundo en
Arauca decía que el Padre Castillo era un santo; y no decían mentira. Si ése
no era santo, ¿entonces quién?” (Sor Josefa Zapata, H.d.l.C.). “… pero
ninguno como el P. Castillo; ¡huy! Eso sí era un santo” (Teresa de J.
Cermeño, Arauca).
Padre ALFONSO MARIA NAVIA
Es otro de los biografiados en Cuadernos Vicentinos, el folleto “El Sabio
Navia” que haríamos bien en repasar.
Navia fue un palmirano de pura cepa, nacido el 16 de mayo de 1887,
parque de por medio, al frente de la Iglesia de Ntra. Señora del Rosario del
Palmar. Estudió humanidades en la acreditada Apostólica de Santa Rosa de
Cabal y el 10 de Agosto de 1903 ingresó al noviciado vicentino de Cali.
Allí mismo comenzó los estudios de seminario mayor que se fue a terminar
en Santa Rosa; el 2 de julio de 1911 fue ordenado presbítero en Manizales.
Dos años como profesor en Santa Rosa para pasar en 1913 al Seminario de
Tunja donde ejerció el ministerio como profesor eximio hasta que una
embolía lo arrebató estando en Palmira el 11 de junio de 1941, para
consternación de quienes lo conocían, sobre todo en la fría capital del
Zaque.
El Padre Alfonso María Navia fue admirado sobre todo como un científico.
Escribió “La pronunciación clásica del latín, que le valió ser contado como
miembro de la Academia de la Lengua de Colombia; único vicentino en
haber merecido ese honor. Inició la publicación de la revista Fides Latina.
Estudió las aguas termales de Paipa y sus estudios hicieron sembrar en la
laguna de Tota la trucha Arco Iris. Montó la primera radio en Tunja y
advirtió a los alumnos que ese invento tenía un porvenir para el apostolado;
así nació después Radio Sutatenza.
Navia escribía para revistas europeas; como autodidacto universal había
aprendido varios idiomas y era consultado por físicos y químicos de
Colombia. Se pueden contar otras maravillas de esaa ciencia que lo hizo
conocer como "el sabio Navia", que jamás salió del país ni estuvo en
universidad alguna.
Pero fue también hombre de virtud: humilde, sencillo, santo; todo un hijo
de Vicente de Paúl.
CONGREGACION DE LA MISION: Provincia de Colombia
NUESTROS PRIMEROS SETENTA AÑOS
P. Fenelón Castillo Arce C.M.
Advertencias preliminares
Debo advertir desde el principio que,
si se habla para 2013 de 100 AÑOS
DE LA PROVINCIA, no se trata de
100 años de existencia de la
Congregación en Colombia, ni
siquiera de 100 años de erección de
una nueva provincia con sede en
nuestro territorio. En efecto, nosotros
llegamos a Colombia en 1870 y
fuimos establecidos como provincia
autónoma en 1872 con centro en
Popayán. Pero se denominó aquello
“Provincia de América Central” y su
jurisdicción comprendía desde Perú
hasta Costa Rica. Lo que ocurre es que
en 1913 esa jurisdicción quedó
circunscrita a las casas fundadas en el
territorio de Colombia y por ello se
puede hablar de 100 años de esta Provincia en 2013.
Nuestra reflexión de estos dos días se circunscribe a unos 70 años, es decir
hasta el momento en que se considera que nuestra Provincia adquirió una
completa autonomía con el nombramiento del primer Visitador
colombiano.
Se hablará de algunos acontecimientos especialmente importantes y
después se mencionará a algunos cohermanos más destacados en ciertos
aspectos de nuestra historia. El origen (bibliografía) de estos datos se
hallará al final del trabajo.
Se advierte también que esta reflexión contempla primordialmente los
datos históricos ya que en otros momentos de este mismo encuentro se
abordan otra clase de temas de reflexión. No renuncio, sin embargo, a
aludir en determinados momentos al contexto de nuestra historia en el
marco de la Iglesia y del mundo, como es indispensable para que pueda ser
entendida.
Este es el derrotero que podemos seguir:
1° Los orígenes
2° Tiempos de persecución
ETAPAS
3° La expansión en nuevas fundaciones
4° La Provincia de Colombia, su consolidación
5° Arribo a la adultez
PERSONAJES
Gustavo Foing, José Augusto Birot,
Juan Bautista Malésieux, Hno. Duport,
David Ortiz, Luis M. Castillo, Martín Amaya,
Alfonso M. Navia, Juan Floro Bret,
LOS ORIGENES
Los primeros miembros de la Congregación de la Misión enviados a
Colombia llegaron en noviembre de 1870. Veamos ante todo lo que
significa este año como contexto.
1° El contexto
En 1870 era Sumo Pontífice el papa Pío IX en cuyo pontificado - el más
largo de la historia después de Pedro (1846-1878) se asistió el despojo de
los Estados Pontificios en aras de la unidad italiana. En sus años como
Delegado Apostólico en Chile, este papa (Mastai Ferreti) tuvo oportunidad
de venir a Colombia. El Beato Pío IX fue quien convocó el Primer Concilio
Ecuménico del Vaticano (8 XII 1869 – 20 X 1870), que definió la
Infalibilidad Pontificia; esta asamblea será la ocasión providencial para los
contactos que llevaron a nuestro establecimiento en Colombia. Recordemos
que en esa época, además del conflicto político, se vivieron las polémicas
sobre la masonería, el racionalismo, el Syllabus. Recordemos también que
Pío IX había sido próximo a los lazaristas de Italia y se había hospedado en
una de sus casas en Roma.
En cuanto a la época de la Congregación de la Misión. Superadas las
tribulaciones inherentes a la Revolución Francesa, se había pasado a una
época de franco restablecimiento y la comunidad había sido establecida ya
en varios países de América: Brasil (1810), Estados Unidos (1816),
México (1844), Cuba (1846), Chile y Uruguay (1854), Perú (1858),
Argentina (1859), Guatemala (1862), Ecuador (1870), aunque no en todas
partes con igual solidez. – En 1870 era Superior General el francés Juan
Bautista Etienne (1848 – 1872) a quienes algunos consideran como el
segundo fundador de la Congregación.
Si se quiere dar un vistazo a esta época de la Congregación se encontrarán,
entre otras, figuras de la santidad como Rosalía Rendu, Catalina Laboré,
Justino de Jacobis, Guebre Miguel, Marcantonio Durando, Federico
Ozanam
Y si llegamos a COLOMBIA, es preciso recordar que en 1863 la
Constitución de Rionegro había establecido el sistema de los Estados
Soberanos de cuya incidencia en la primera etapa de nuestra historia será
preciso hablar después.
2° Llegada de los primeros misioneros
Monseñor Carlos Bermúdez había sido nombrado obispo de Popayán y al
posesionarse en 1869 había encontrado su diócesis en lamentable escasez
de sacerdotes; la solución no podía ser otra que el establecimiento de un
verdadero centro de formación pues el Real Colegio Seminario existente
estaba lejos de colmar los objetivos. Era preciso hacer venir una comunidad
experta que dirigiera ese centro de formación y para ello buena oportunidad
podía presentar el necesario viaje del obispo a Europa con motivo del
próximo Concilio Vaticano. El problema podía ser sobre todo económico
pues la empresa ocasionaría cuantiosas erogaciones. Un hecho sacrílego
vino a ser providencialmente parte de la solución y así lo narran Bret y
Naranjo (cf. Bibliografía adjunta).
“La rica custodia de oro macizo, ornada de diamantes y esmeraldas, que
poseía la catedral desapareció. Inútiles las pesquisas para dar con el autor
del sacrilegio. Sentencia de excomunión con toda la lúgubre solemnidad
entonces acostumbrada, ya se iba a fulminar, cuando una mañana, en una
iglesia de la ciudad, se hallaron los pedazos de la custodia, hecha trizas,
con la mayor parte de las piedras preciosas envueltas en trapos.
“El Señor Bermúdez, en vísperas de irse para el Concilio Vaticano (I)
recogió los restos informes y se los llevó con el propósito de venderlos y
dedicar el producto a la obra del seminario. Con recomendación de Pío IX
el prelado se dirigió al P. Juan Bautista Etienne, superior general de los
Hijos de San Vicente de Paúl. Y, claro, así apoyado, no pudo menos de
salir airoso de su gestión. Otro relato puntualiza todo el proceso en esta
forma: el obispo Bermúdez, no encontrando para su vasta diócesis sino
pocos sacerdotes, ancianos y achacosos los más, resolvió encargar su
seminario a los Padres Lazaristas. Y con grande insistencia pidió al P. Juan
Bautista Etienne, sacerdotes para el dicho establecimiento. Como el
Superior General respondiese que por falta de personal no le era posible
complacerlo, el obispo entonces solicitó u recabó la mediación del Papa. La
que el general no podía desatender, cuánto más siendo hijo de San Vicente.
Y el 15 de junio de 1870 se firmó en París el contrato que confiaba a la
Congregación la dirección del seminario de Popayán” 1
Una observación cabría hacer: ¿viajó Mons. Bermúdez a París aún no
terminado el concilio? Por otra parte, recordemos, sin embargo que en la
época las comunicaciones se facilitaban ya con el uso del telégrafo,
comodidad que el Vaticano I fue el primero en poder utilizar.
Dicho y hecho, los primeros misioneros fueron nombrados. Fueron ellos
los Padres Gustavo Foing y José Augusto Rieux, ambos franceses, quienes
zarparon del puerto de Saint Nazaire el 8 de julio siguiente junto con diez
Hijas de la Caridad que se dirigían, no a Colombia sino al Ecuador, lo que
impuso a nuestros cohermanos una estada en Guayaquil a partir del 4 de
Agosto.
Las peripecias de nuestros dos fundadores, narradas en sus cartas y
transcritas en los Anales de la Congregación (Anales en francés) se pueden
leer en parte en los Apuntes para una Historia de la Congregación de la
Misión en Colombia, tomo I, del P. José Naranjo (pp. 32 a 38). Son
interesantes y hasta divertidas. Llegaron a Buenaventura vía marítima,
procedentes de Guayaquil el 9 de noviembre de 1870, navegaron por el
Dagua y siguieron a caballo después por la cordillera entre divertidos y
atónitos pero siempre con modales misioneros, divisaron el Valle del Cauca
y llegaron a Cali el 16. En esa ciudad, que tenía entonces unos 15.000
habitantes y pertenecía a la diócesis de Popayán, se hospedaron en casa del
doctor Orejuela.
Después de tres días de “regalarse” con las atenciones de los caleños, el 19
emprendieron viaje a caballo para Popayán. El viaje siguió teniendo
peripecias pero el 24 de noviembre de ese año 1870, a la una de la tarde,
llegaron a Popayán. Pese a todos los esfuerzos por pasar inadvertidos, no
faltó quién pasara la voz y así salió a recibirlos el Vicario General de la
diócesis, doctor Federico Arboleda, los condujo a la residencia provisional
de los misioneros, es decir el palacio episcopal. Sin radio ni cosa parecida
el rumor fungía entonces como medio de divulgación rápida, y así ese
1
Naranjo, Apuntes, I pp. 31 s.
mismo día la población entera supo del arribo de los lazaristas franceses
que se encargarían del seminario diocesano.
Los misioneros se encontraron sorprendidos de las atenciones de esa
sociedad con familias de Arboledas, Valencias, Cháux etc.; la prensa de
Popayán, como lo había hecho la de Cali, publicó el acontecimiento y dio
la bienvenida a los “egregios hijos de San Vicente.” Hasta tres domésticos
puso la familia Arboleda a su servicio… Pero a trabajar habían llegado
desde el principio los misioneros y no había tiempo para homenajes ni
exquisiteces.
3° El Seminario de Popayán
Popayán tenía ya una institución llamada Real Colegio Seminario, regido
entonces por don Joaquín Valencia, padre del insigne maestro Guillermo
Valencia. En esa institución habían estudiado personajes como Camilo
Torres y Francisco José de Caldas. Pero se trataba de una institución que no
había tenido objetivos directamente de formación sacerdotal aun cuando se
tuviera en ella una clase de religión. En el momento contaba unos 80
alumnos de la sociedad payanesa.
Gustavo Foing y Augusto Birot se dieron cuenta desde el principio de que
era necesaria una transformación y de que esa transformación no podía ser
inmediata sino fruto de un proceso; debían comenzar con un simple
colegio. antes de intentar un verdadero seminario. El 2 de febrero de 1871
abrieron la obra con 18 alumnos internos y 125 externos; de los internos 6
jóvenes eran candidatos al sacerdocio. Colaboraban en la enseñanza un
sacerdote joven y cinco laicos.
Para la pascua de ese año los cohermanos se concretaron a la dirección de
los internos e hicieron ya correr la voz de que el año siguiente se suprimiría
el externado. Esta noticia causó disgusto e inmediata oposición de los
payaneses, quienes alegaban, entre otras cosas, que los edificios ocupados
por la institución educativa habían sido construídos con dineros del erario
público.
Los misioneros, que contaban con el apoyo del obispo Bermúdez,
argumentaron que existían cánones que regulaban el uso de donaciones en
favor de la Iglesia y algo más: que ellos debían atenerse a los directorios de
los lazaristas exigían un tipo determinado de seminario. Los payaneses
terminaron por aceptar esas razones y hasta tuvieron la gentileeza de pedir
perdón por su error involuntario. Y es que, además, alos alumnos habían
comenzado a afluir de todos los puntos de la inmensa diócesis. Las cosas
marcharon tan bien que ya en noviembre de ese año 1871 podía decirse que
el Seminario de Popayán estaba fundado.
Por otra parte, y esto hace parte de la consolidación de la obra, el dos
octubre de este mismo año llegó a Popayán el refuerzo de otros dos
vicentinos: Juan Bautista Malézieux, francés, y Federico Gamarra, peruano.
Y, como síntoma también de afianzamiento, en noviembre se tuvo la
celebración de la tonsura de uno de los seminaristas y de la tonsura y
órdenes menores para otro. De manera que en solo 10 meses nuestro primer
seminario ya estaba marchando. Y no se trata de un cuento de hadas, pues
debemos creer a una carta del Padre Foing al Padre Etienne (31 de octubre
de 1871) quien escribe que en octubre el seminario tenía ya 77 menoristas y
6 mayoristas y que los alumnos son dóciles, estudiosos y muy accesibles a
las ideas de piedad. ¿Cómo pudo en menos de un año llegar a tales
resultados? A más de la ayuda de la Providencia divina: apoyo decidido del
obispo; fe, trabajo, objetivos claros de parte de los formadores; y, precisa
decirlo, gran colaboración de las familias payanesas y de los párrocos de la
diócesis.
4° Establecimiento de Provincia de la Congregación
Si rápido puede parecer el progreso de nuestra primera obra, más podría
parecerlo, y aun precipitado, la fundación de una nueva Provincia. Hasta
entonces se había dependido directamente de la Casa Madre de París. Pero
el 5 de febrero de 1872 el Superior General erige la PROVINCIA DE
AMERICA CENTRAL dándole como Visitador al P. Gustavo Foing y
como casa provincial la de Popayán.
De hecho el aunto ya estaba relaativamente maduro y se trataba de la
organización de un territorio algunas de cuyas casas ya tenían buena
trayectoria. La Provincia de América Central quedaba constituída por las
casas de Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil. Lima y Arequipa (Perú).
5° Las otras dimensiones del carisma
La Congregación de la fue traída a Colombia para ocuparse de la formación
de sacerdotes en la diócesis de Popayán; esa fue su ocupación primera.
Pero el fin de la Congregación desborda este ministerio; así lo entendieron
los primeros lazaristas llegados a Colombia y por ello también desde el
principio, diríamos que casi por instinto, pensaron en otras
Así, desde finales de 1871 (cf. carta de Foing del 31 X 1871) sintieron la
conveniencia de darle inicio a otra dimensión de nuestro fin: las misiones
entre los campesinos. Sabemos que de hecho, ya en las vacaciones de fin
de año de 1872, algunos de los misioneros, acompañados de seminaristas
diocesanos emprendieron la tarea de hacer misiones a los campesinos del
Cauca, no muy lejos de Popayán. Esta práctica, que pudiera ser tenida
como novedosa o propia de nuestros tiempos posteriores al Concilio
Vaticano II empezó con los primeros misioneros lazaristas. Evangelizar a
los pobres y formar a los clérigos, eso está en las Reglas Comunes y eso se
practicó desde el principio en nuestra Provincia.
Esta obra de misiones se verá afianzada y dilatada con el arribo, en 1875,
de un gran misionero, el francés José Augusto Birot, quien llegó del
Ecuador expresamente para encargarse de misiones entre los indígenas del
Cauca. De su sorprendente actividad habrá que hablar posteriormente.
Pero también ayudar a los laicos. Fue así mismo en 1872 cuando se
comenzó la tarea de organizar la caridad. Los Padres tuvieron contacto con
las Conferencias de San Vicente, en lo que hoy llamaríamos servicio de
asesoría. Colaboraron igualmente con la Sociedad del Sagrado Corazón que
asistía a enfermos y daba comienzo entonces a un hospital. Se pensó en la
posibilidad de establecer en Popayán a las Hijas de la Caridad y esta
posibilidad fue contemplada incluso por Tomás Cipriano de Mosquera,
pero todavía no era llegada la hora. En otro lugar podrá mencionarse el
primer intento que hubo - en época anterior - de establecer a las Hermanas
en Bogotá por deseo de un caballero francés que había sido cuidado por
ellas en París; el Superior General había puesto como condición que
vinieran con ellos sacerdotes lazaristas y el mismo Tomás Cipriano había
exclamado rotundamente : “¡curas no!”; de ahí que quienes llegaron fueron
las Hermanas de la Caridad de la Presentación, fundadas por la madre
Poussepin.
Quiere decir todo lo anterior que la Congregación de la Misión nació
completa en Colombia, desplegando desde el principio todas las
virtualidades del carisma que aparecen en la bula “Salvatoris nostri” y que
el fundador había consignado en las Reglas Comunes.
6° Signos de afianzamiento
La obra del Seminario de Popayán estaba siendo tan admirada que otro
obispo decidió pedir a la comunidad que se encargara de su Seminario. Fue
monseñor Manuel Canuto Restrepo, obispo de Pasto. La aceptación de la
comunidad no demoró mucho y nuestra segunda casa en Colombia se abrió
con la llegada – triunfal, dicen las crónicas – a Pasto de los padres Juan
Bautista Malézieux y Tomás Gougnon. Ocurrió ello el 13 de enero de
1875. Ya el 1° de marzo comenzaron labores con 52 alumnos: 18 en
Seminario Mayor y 34 en el Menor. A finales del año llegaron a integrar la
comunidad de Pasto otros dos franceses, los Padres Ernesto Maurice y
Pedro Jouve. Con lo que tenemos ya en Colombia la presencia de 5
misioneros, los Padres Foing, Rieux, Malézieux, Gamarra, Birot y
Gougnon distribuídos en dos casas. La de Pasto tendrá vida efímera por los
motivos que adelante serán expuestos. Naturalmente, la Provincia misma
llamada de entonces de América Central desbordaba con mucho los límites
de nuestra patria.
En cuanto a nuestra primera casa, el Seminario de Popayán, se pueden ya
señalar los primeros frutos. Para 1876, 6° año de labores, ya había habido 8
ordenaciones sacerdotales; menciono a:
Adolfo Perea (futuro obispo de Pasto),
Severo González, (palmireño, quien será el alma de nuestra fundación en
Cali),
Faustino Segura (quien entrará a la C.M) y
Maximiliano Crespo (futuro obispo de Antioquia y Popayán).
De esa primera época es preciso también mencionar a algunos seminaristas
que llegarán al sacerdocio habiendo entrado a la Congregación de la Misión
y que señalan ya el futuro de nuestra comunidad en Colombia:
David Ortiz (roldanillense),
Daniel Hoyos (palmireño),
Marcos Antonio Puyo (epónimo de los vicentinos huilenses).
En este punto – y examinadas ciertas listas de alumnos del Seminario con
su procedencia – es bueno recordar que la diócesis de Popayán comprendía
todo el actual departamento del Cauca y pasando el Valle del Cauca iba
hasta Antioquia y el Chocó. Inmenso territorio que exigía obispos
apóstoles, más en una época que estaba lejos de disponer los medios de
transporte y comunicación de la época moderna.
II. TIEMPO DE PERSECUCION (1876 – 1881)
Muy bien iba el establecimiento de la Congregación en Colombia; quizás
demasiado para seguir la normalidad en una historia de la evangelización.
En 1976 hubo hechos que dieron al traste con una labor ya pujante
provocando el destierro de los misioneros y la supresión de obras. Es
preciso ante todo asomarse un poco a las causas de esos hechos para poder
entenderlos.
1° El fermento revolucionario
La historia del mundo y de la Iglesia dan cuenta de ese período llamado de
La Ilustración que en los siglos XVII – XVIII dominó las mentes y las
sociedades, influyó en la Revolución Francesa y atravesó las revoluciones
americanas. Un cambio de mentalidad tan profundo que abarcó todas las
esferas de las naciones: arte, filosofía, política, vida religiosa. Nuestros
patriotas americanos habían bebido en Europa, especialmente en Francia
muchas ideas que explican el desenvolvimiento primero de nuestra historia
patria. – Por otra parte la masonería, ese fenómeno medio subterráneo
actuaba tanto en el viejo mundo como en las nuevas naciones de América;
se dice que un político que se respetara pertenecía a la masonería…; como
siempre, la dimensión religiosa era la más afectada; esto merecería
ilustración sobre todo en hechos.
2° La cuestión política en Colombia
Hay que mencionar ante todo la división territorial de Colombia en los
llamados Estados Soberanos. La Constitución de Rionegro (1863) fue una
Constitución eminentemente federalista. Colombia quedó dividida en
estados llamados soberanos porque tenían a su cabeza instituciones como
un presidente y unos cuerpos legislativos con bastante autonomía; las ideas
políticas y religiosas se cruzaban la autonomía con respecto al poder central
llegaba a tales límites que permitía tener leyes y ejércitos y desterrar a
personas; la confrontación en ciertos lugares llegó y prácticamente a una
guerra de religión.
El mundo político de Colombia se hallaba configurado por partidos a veces
divididos entre ellos mismos: Los liberales radicales (el Olimpo radical),
los conservadores e históricos… algunos historiadores hablan de obispos
ultramontanos, haciendo alusión al fenómeno político-religioso que se
vivió en Italia con los partidarios del poder absoluto del Papa en Roma;
obispos ultramontanos serán los ultraconservadores entre los cuales se
cuenta al de Popayán, monseñor Bermúdez.
En el estado soberano del Cauca era gobernado por el partido liberal.
Durante el gobierno equilibrado del general Julián Trujillo (1873-1875), los
nuestros no tuvieron problema; en determinado momento hubo incluso un
subsidio de 2.500 pesetas para el seminario; ello a pesar de que ideas
anticlericales comenzaban a ventilarse entre ciertos legisladores. Pero el 7
de agosto de 1875 asumió el gobierno César Conto, quien es calificado por
los historiadores religiosos como sectario y volteriano y que había sido
educado en ambientes masónicos y anticlericales de Bogotá. Los
acontecimientos indican que la calificación no es injusta.
3° Las víctimas en la Congregación
Conto no podía estar contento con los progresos de la Iglesia, sobre todo
del Seminario de Popayán y las misiones del P. Birot. Frases de oratoria
indican su pensamiento y sus designios: “hay que limpiar el Cauca de la
lepra clerical”; “el Cauca es una inmensa sacristía; “si tres o cuatro
colatinos, formados en el seminario, nos hacen tanto mal, ¿qué será de
nosotros cuando salga todo el enjambre?”
El Seminario había iniciado labores para el año lectivo 1875-1876 con
algunos temores; estaban matriculados 30 continuaba jóvenes en el
Seminario Mayor y 130 en el Menor; todos en el antiguo Convento de San
Camilo.
La primera víctima de la persecución fue el misionero Padre José Augusto
Birot quien se hallaba predicando misiones en el pueblo caucano de
Jambaló el 16 de julio de 1876. Puede leerse en Naranjo (I, pp. 54 a 57) la
interesante narración de su apresamiento. El Padre fue amarrado por orden
del gobierno y llevado por un destacamento de Silvia hasta Popayán.
(Detalles de este hecho y los que siguen: Naranjo I pp. 54 a 65)
El jefe de quienes llevaban al P. Birot era apodado “robaDios” pues se le
atribuía el hurto de la famosa custodia. En el camino hubo algún maltrato y
robo de dinero. La llegada a una cárcel en Popayán se hizo adrede 17 por la
noche. No se le permitió al P. Foing visitarlo. El obispo Bermúdez intentó
alguna gestión ante Conto para liberar al Padre; obtuvo como único
resultado acelerar el destierro pues en la noche del 18 al 19 salió el
prisionero rumbo a Cali y Buenaventura; recuérdese que el 19 era la fiesta
de San Vicente en aquella época. De Buenaventura salió para Panamá y de
allí rumbo a Saint Nazaire y París a donde llegó el 25 de agosto de ese año
1876.
Los Padres Augusto Rieux y Esteban Portes habían ido a Panamá a traer
remesa procedente de Francia. No se les permitió regresar. El 20 de octubre
el rector, P. Foing, recibe orden de hacer desocupar el edificio dedicado al
Menor para dedicarlo a Cuartel; de hecho lo que se pretendía era evitar la
apertura de un nuevo año lectivo. Sin embargo, en el edificio de San
Camilo el 15 de noviembre principiaron el año 18 mayoristas y algunos
alumnos del Menor; será por poco tiempo.
El 4 de febrero de 1877 César Conto decretó la expulsión de los obispos
Carlos Bermúdez y Manuel Canuto por ser “los principales promotores de
la rebelión contra los gobiernos de la Unión y del Estado y de la guerra
desastrosa”. Mons. Bermúdez sale bien custodiado para Buenaventura y de
allí para Panamá; seguirá rumbo a Chile donde será huésped de nuestros
cohermanos; desde allí durante tres años y nueve meses seguirá
ocupándose de su grey.
El turno les llegó pronto a los otros Padres del Seminario. El 8 de febrero a
las dos de la mañana aparece un destacamento de soldados para llevar a la
cárcel a los Padres Gustavo Foing, Augusto Saguet, Pedro Aribaud
(franceses), Federico Gamarra y Felipe González (peruanos). El Rector
obtuvo que el P. Juan Bautista Gómez (español) por estar muy enfermo,
quedara en el seminario al cuidado de un seminarista. El 11 un piquete de
30 soldados salió con ellos rumbo a Cali; a un seminarista peruano se le
permitió acompañarlos. Deshicieron hacia Buenaventura la ruta que habían
hecho los pioneros. esta vez Dagua abajo y pudieron llegar en barco el 8 de
marzo a Panamá donde recibieron las atenciones de varios amigos
desterrados del Cauca y de las Hijas de la Caridad. De allá seguirán rumbos
diferentes que muestran por cierto cómo son los caminos de la Providencia.
En cuanto a la casa de Pasto, el P. Malézieux convino con el obispo en
cerrar el seminario donde había ya cuatro Padres, cierre que se realizó el 30
de mayo de ese año 87. Dos de los Padres (Ernesto Maurice y Pedro Jouve)
enrumbaron pronto hacia el Ecuador; Malésieux y Gougnon los alcanzaron
en Tulcán y los cuatro llegaron el 20 de junio a recibir mil atenciones de los
cohermanos de Quito. Nunca más la Provincia volverá a esa su segunda
casa.
La presidencia de Conto duró hasta el 1° de agosto de 1877. Le sucedió en
el gobierno otro hombre con las mismas ideas antirreligiosas, Modesto
Garcés. Pero éste fue derrocado por el general Eliseo Payán en abril de
1879; con él los acontecimientos darán un viraje.
III. RESTAURACION Y AFIANZAMIENTO
1° El retorno de los misioneros
Cuatro años duró la comunidad fuera de Colombia. Hay que decir
claramente “fuera de Colombia”, pues no se trató de estar ausente fuera del
territorio de la Provincia, llamada de América Central. En efecto la
comunidad se mantiene en los otros países que la componían.
Quizás uno de los aspectos más relevantes de estos cuatro años es el hecho
de que el exilio se convirtió en una nueva oportunidad muy bien
aprovechada. Porque con la autorización del Superior General, P. Eugenio
Boré, fue abierta casa en San José de Costa Rica, aceptándole al obispo en
1878 la fundación y dirección del Seminario diocesano de La Inmaculada
Concepción; fue el P. Juan Bautista Teilloud quien se encargó de la
dirección.
Pero la fundación de San José trajo una repercusión no prevista. Fue
establecido también allá el Seminario Interno, que será prácticamente el
primero de nuestra Provincia y fue abierto allá por el P. Foing el 4 de
octubre de1880 junto con una péquela escuela apostólica. Allá tendrán su
primer tiempo de formación varios de los cohermanos – entre ellos varios
colombianos que lo habían seguido desde el Cauca y que tendrán notable
figuración en nuestros ministerios, como podrá precisarse al estudiar un
poco al estudiar la historia de nuestras casas de formación. Pero puede de
una vez mencionarse al palmireño Daniel Hoyos y a los costarricenses
Juvenal Estanislao Arias, Felipe Moisés González y José Cirilo Villanea. El
director de ese primer Seminario Interno fue el joven sacerdote francés,
Juan Floro Bret.
Cuando en años posteriores (1885) el obispo de San José, Mons. Bernardo
Augusto Thiel, de la Congregación de la Misión, tendrá que salir expulsado
pues la ola revolucionaria había llegado a Costa Rica, con él saldrán
nuestros cohermanos, pero ya la obra estaba empezada y por otra parte los
lazaristas habían sido restablecidos en Colombia: es el relevo providencial
que no podían prever los enemigos de la Iglesia; más que un relevo para la
Provincia, se trató de un verdadero enriquecimiento.
Con el acceso a la presidencia de la nación (no del estado del Cauca) de
Rafael Núñez fue derogada la ley de inspección de cultos que tanta
persecución religiosa había provocado y pudieron regresar varios obispos,
entre ellos Mons. Bermúdez quien hizo emotiva entrada a su diócesis por
Cali el 20 de noviembre de 1880.
En cuanto a nuestro Visitador, Padre Foing, su regreso a Popayán se llevó a
cabo el 29 de septiembre de 1881; el Superior General, P. Fiat, da la noticia
empleando el calificativo “como en triunfo” (cf. circular del 1 de enero de
1882). Digamos de para ser más exactos que el Visitador no entró solo sino
acompañado de algunos de sus antiguos alumnos que con él venían de
Costa Rica. En noviembre regresó también el P. Felipe González y después
llegarán Malésieux y Gamarra. Siguieron otros; menciono de una vez Juan
Floro Bret, suficientemente conocido en nuestra historia provincial, quien
llegó a comienzos de 1885.
2° Nuevas fundaciones
Como había ocurrido en los inicios, el retorno fue directo al trabajo. En
Popayán se dio desde el principio la labor conjugada de restablecimiento
de locales y de restablecimiento de la institución: convocación de
seminaristas, organización de profesores, reinicio de trabajo. Popayán
seguirá siendo por más de un siglo no solo nuestra obra fundacional sino
también el escenario de muchas iniciativas apostólicas y la cantera donde
trabajarán muchos de nuestros más conspicuos misioneros. Llegará, sin
embargo, la fundación de otras casas como es normal en una Provincia en
crecimiento.
La Casa de Cali
Hay una prehistoria. En 1885 el P. Mariano Maller, visitador de España,
fue enviado por el Superior General (entonces el P. Fiat) para visitar como
delegado suyo las provincias de América del Sur. A mediados de ese año
vino a Cali, de donde por motivos de salud no pudo seguir a Popayán. En
Cali habló prolongadamente con el Padre Foing quien le informó acerca de
la Provincia. A ambos, Maller y Foing, se les presentó nuestro exalumno el
presbítero Severo Velásquez, cura de San Pedro, para presentarles el
proyecto que tenía de fundar en límites de su parroquia una casa de nuestra
comunidad; ambos estuvieron de acuerdo en la oportunidad de esa
fundación. Había que pensar en la aprobaión del Superior General.
Recuérdese, por otra parte, que Cali pertenecía entonces a la diócesis de
Popayán.
Una fundación en Cali respondía a los anhelos de Foing de tener en
Colombia fuera de Popayán una casa de formación para los nuestros. En
efecto, la hospitalidad de Mons. Bermúdez había permitido a la comunidad
tener junto al Seminario algunos candidatos a manera de Apostólica y de
Seminario Interno; pero no era ello obviamente lo más adecuado.
Obtenidas todas las autorizaciones el Visitador estableció la casa de Cali y
envió allá a los Padres Bret y Hoyos quienes debían encargarse de adecuar
un edificio para la obra que debía ser ante todo una Escuela Apostólica y
después casa de “noviciado” y estudios para los nuestros. La casa fue
erigida como tal el 6 de enero de 1886, fiesta de la Epifanía, ante todo
como apostólica. Los primeros componentes: Juan F. Bret, Daniel Hoyos y
probablemente ya el Hermano Pedro María Duport. El edificio que
inicialmente estuvo en la parroquia de Santa Rosa, fue teniendo otras
ubicaciones con el correr del tiempo hasta llegar a lo que fue allá nuestra
primera propiedad en Colombia, en la calle 4 con carrera 5; al decir
“primera propiedad”, esto vale en todo su sentido pues en Popayán no
teníamos propiedad.
Uno de los primeros candidatos formados en Cali describe criterios y
rasgos de formación en esa casa con la pluma muy acerada que lo
caracterizó como literato: el Padre Martín Amaya Roldán.
Parte de las notas de Amaya son de fácil acceso en el tomo II de los
apuntes del P. Naranjo, p. 3 a 8 y se refieren exclusivamente a la vida de
los primeros que allá hicieron el Seminario Interno y los estudios; vida por
cierto de mucha austeridad en disciplina y pobreza, un poco al estilo
francés de la época.
La primera etapa prevista en Cali era una Escuela Apostólica o Seminario
Menor vicentino. La experiencia no va a durar mucho tiempo, quizás cinco
años, pero desde el principio ya rindió buenos frutos. Se sabe que para el
primer año hubo 12 alumnos que pasarán a ser 29 el año siguiente; de ellos
al menos 7 llegarán al sacerdocio (4 de ellos vicentinos) y 1 será Hermano.
Pero también se cuentan entre esos primeros apostólicos 4 graduados en
Derecho, 1 en Medicina, 1 en Filosofía y Letras, 1 General de la República,
1 periodista. Más detalles podrán ser mencionados al tratar las casas de
formación.
En cuanto a Seminario Interno y Escolasticado ya se llegaba la hora de
darle también un sitio adecuado, puesto que desde 1883 estaban como se
dice “recostados” al Seminario de Popayán. Se los pasó, pues, a Cali por
decisión del segundo Visitador, P. Germán Amourel, en mayo de 1890.
Como allá también se instaló la sede del Visitador, Cali pasó a ser de pleno
derecho nuestra Casa Central. Pronto empezará a sentirse la incomodidad
del lugar para las tres etapas, más cuando los formadores europeos eran
sensibles al calor del clima sobre todo en ciertas épocas del año. Para
remediar en parte el problema se había adquirido sobre la cordillera una
finca llamada Yanaconas, especialmente con miras al tiempo de vacaciones
escolares.
Varios acontecimientos merecen ser mencionados en esta primera época de
la casa de Cali. Uno de ellos es el arribo a esa ciudad en 1888 de las Hijas
de la Caridad quienes se establecieron así en Colombia con Sor Dardignac
a la cabeza. A partir de entonces muchas de las labores apostólicas de los
lazaristas estarán en relación con ellas.
Otro acontecimiento fue la decisión de enviar a estudios en Francia en 1901
a los seminaristas Martín Amaya, Luis María Castillo y José Trullo,
quienes dejarán en Dax excelente impresión. También hay que mencionar
la visita de otro de los así llamados Comisarios del Superior General. En
1903 el Padre Fiat envió en comisión al P. Nicolás Bettembourg quien hará
algunas recomendaciones interesantes como la revocación de una especie
de consigna que hacía evitar las así llamadas “obras externas”; así mismo la
recomendación de hallar otro lugar para nuestro Seminario Mayor.
Pero es éste el momento de señalar que ya en el mismo año fundacional de
Cali, concretamente el 25 de enero de ese 1886, el Superior General
anunció que npmbraba al P. Foing como su Asistente para suplir al
fallecido Padre Delteil. Sería nombrado nuevo Visitador de América
Central el P. Germán Amourel, procedente de Argentina. Este será un
asunto algo nebuloso pues el P. Foing tenía su alma en Colombia y, aun
habiendo viajado a París y sin renunciar a su nuevo cargo, se dará mañas de
regresar a nuestra patria y encargarse del Seminario de Popayán, al menos
reconocido como tal por toda la gente. Ello generó una situación incómoda
para el Padre Amourel, quien aprovechando la Asamblea General de 1890
renunció a la Visitaduría y se regresó a Argentina. El Superior General
nombró para sustituirlo como Visitador de América Central, el 3° ya, al
Padre Jorge Revellière. Foing se desequilibró mucho en su salud y después
de un tiempo de fructuosa labor en Cali se fue a de nuevo a Francia, aunque
siempre añorando a Colombia; en París murió el 4 de mayo de 1904.
Otro asunto de suma importancia en la vida de la Casa Central de Cali fue
el establecimiento de Misiones Populares. La casa de Popayán, había ya
irradiado hacia las misiones entre campesinos; esa irradiación se multiplicó
y tuvo gran trascendencia como se analizará después. En cuanto a Cali, a
más de la acción caritativa ya mencionada con las Hijas de la Caridad, la
dimensión misionera no se hizo esperar. Desde allí hubo numerosas
actividades misioneras por ejemplo en el Valle
y Quindío con
consecuencias muy favorables que pertenecen a otro capítulo.
El Seminario de Tunja
Fue otra fundación de trascendencia para nuestra Provincia. No se había
regresado a Pasto, pero en 1891 tomamos la dirección de otro Seminario,
esta vez en Boyacá, el seminario de Tunja; su primer rector fue el Padre
Bret, a quien no le vino muy bien el clima de esa ciudad.
La casa de Tunja fue de enorme importancia para la Provincia, tanto más
cuanto que tendrá una filial en una casa de misiones en Duitama. ¡Otra vez
las misiones! Porque el carisma del fundador ha tenido siempre doble ala
que esta Provincia mostró muy bien en sus primeros 70 años.
La trascendencia de la fundación se manifestó, por una parte, en el
numeroso y bien formado clero que en Tunja salió de nuestras manos. Pero
también porque Boyacá y en parte Santander y Cundinamarca serán a partir
de esa fundación focos de numerosas vocaciones para la comunidad. En
Tunja irradiaron rectores como José Pron, Francisco Hernández,
Martiniano Trujillo, Bernardo Botero, José María Potier, Enrique Vallejo,
Tulio Botero, Antonio J. Reyes; la memoria del Seminario retendrá a
muchos otros formadores conspicuos: por ejemplo el P. Alfonso María
Navia, llamado “el Sabio Navia”.
Cuando en 1951 se nos obligó a salir de Tunja fueron muchos los lamentos
de parte de la Provincia e incluso de una buena parte de nuestros amigos
del clero diocesano. Habían sido 60 años de labor muy apreciable.
La fundación de Santa Rosa
Hé aquí otra fundación trascendental. El folleto “La Casa de la Colina”,
editado en 1994, trae una buena síntesis de los primeros 100 años de vida
de esta institución.
Ya se mencionó que la Apostólica de Cali no había tenido vida muy larga.
El motivo fue que esa casa se convirtió en Seminario Mayor y Casa
Provincial. De ahí que hubo que pensar en otro lugar para Seminario
Menor, que era necesario para el primer cultivo de nuestras vocaciones. No
es muy conocido el hecho, pero el primer lugar en que se pensó para ello
fue en la ciudad de Palmira; uno de nuestros antiguos alumnos estaba
interesado en que se fundara allí casa de la comunidad y, ante la objeción
de un clima que parecía muy
caluroso hasta llegó a ofrecer, a más de la residencia urbana una que podría
consagrarse a misiones, una propiedad en la cordillera para casa de
estudios. Parece que fue el gobierno general el que vetó esa posibilidad.
Pero el visitador, P. Revellière (1890-1900) encomendó al P. Bret que
aprovechara sus desplazamientos misioneros por el Quindío en 1893 para
buscar un sitio adecuado donde establecer el Seminario Menor de la
Provincia.
Conocedor ya de esas tierras, el P. Bret había pensado en Villamaría hasta
donde llegaba en ese tiempo el Estado Soberano del Cauca; esta población
ofrecía, a más del clima, la ventaja de estar muy cerca de la ciudad de
Manizales. Hacia allá viajaba un sábado de octubre de ese 1893 cuando se
detuvo a pernoctar en la casa cural de Santa Rosa de Cabal. Hablando en la
noche con el párroco, P. Esmaragdo López, le refirió el objeto de su viaje;
el P. Esmaragdo le sugirió que levantara el seminario en Santa Rosa y de
una vez le propuso que al día siguiente celebrara la misa mayor. El mismo
párroco se encargó de alentar a los fieles a que ofrecieran su colaboración
al viajero para el nuevo establecimiento. Así fue y ese domingo los
santarrosanos se ofrecieron a colaborar con todo empeño en la construcción
en una colina que había llamado mucho la atención al P. Bret, la colina del
Rosario. Dicho y hecho, se hicieron los trámites de compra y se acordó lo
necesario para comenzar la obra.
Y apenas un año después, el 4 de octubre de 1894, se inauguró nuestra
Escuela Apostólica, todavía no en el edificio de la colina, que solo estaría
listo en 1895 (también octubre), sino en una residencia provisional cercana
a la iglesia parroquial, la casa de don Catalino Gallego. En su segundo año
de labores la Apostólica tenía 75 alumnos distribuídos en 3 cursos: 12 en
3°, 23 en 2° y 39 en 1°. La construcción en dos plantas se trazó en forma de
una inmensa H que imitaba la escuela del Berceau de Saint Vincent de
Paul, en Ranquines, Francia; pero los materiales y todo el sistema de
construcción siguieron las leyes arquitectónicas de los edificios de la
colonización antioqueña. Dirigió la construcción el epónimo de los
vicentinos opitas, P. Marcos Antonio Puyo quien para ello trajo buen
número de trabajadores de Timaná, Huila. Primer Rector, que lo será hasta
su promoción como Visitador en 1900, Padre Juan Floro Bret.
El patrono fue desde el principio el célebre sacerdote francés Juan Gabriel
Perboyre, martirizado en China y beatificado en noviembre de 1889, cinco
años antes de la inauguración de la Apostólica.
Para Santa Rosa, y buen parte de Quindío, Valle, Caldas, la obra de la
Apostólica vino a colmar un anhelo de centro de educación acreditado en
todos los aspectos. Y para la comunidad, la apostólica será la cuna de
múltiples vocaciones que harto influirán en su historia a partir de entonces.
A partir del 7 de agosto de 1907 y hasta enero de 1919 el edificio de la
Apostólica albergará también a los jóvenes del Seminario Interno, a los
estudiantes filósofos y teólogos de la comunidad. El Visitador, que era
también director de las Hijas de la Caridad, continuará un tiempo
residiendo en Cali. La vida en la Apostólica se complicó, pues, por esa
causa. Se realizaron también allí algunas Asambleas Provinciales.
Otros aspectos de las vicisitudes de la Apostólica, sus criterios de
formación, sus acontecimientos, su evolución, tropiezos y múltiples logros,
pueden seguirse en el arriba citado libro que fue editado con ocasión de la
muy solemne celebración de su centenario en 1994. Y parte también de su
historia puede recogerse en la revista El Surco, órgano de la Academia
literaria Regis Clet creada en 1912 en honor de otro héroe lazarista
martirizado en China.
Tiempo vendrá en que la labor en la Apostólica se verá complementada con
una casa filial, la de Dosquebradas, consagrada a las misiones populares.
Popayán, Cali, Tunja y ahora Santa Rosa tuvieron su versión misionera; esa
fue como una ley evolutiva que siempre marcó esta provincia en sus
primeros 70 años.
Nátaga (1904) y Tierradentro (1905)
El panorama de fundaciones continúa con estas dos obras que han sido tan
significativas en la Provincia. La historia de nuestras misiones que apenas
ha sido esbozada anteriormente continuó sin interrupción desde el inicio en
Popayán y llevó a los vicentinos a buena parte de territorios del Cauca,
Huila y Tolima; quedan relatos que señalan lugares, benefactores,
misioneros, métodos y actividades.
El origen y evolución de la casa de Nátaga también está narrado en
diversos folletos, a más de las obras más globales de Naranjo, Domínguez
y Amaya. Así el antiguo relato del vicentino español Pedro Vargas Sáenz y
el reciente del P. Angel Palma. Fue precisamente a raíz de las misiones en
el Huila, por petición del obispo de Garzón, Esteban Rojas (cf. su carta del
18 de diciembre de 1896 al P. Revellière) y con el concurso de una
benefactora de apellido Santofimio.
El encargado de buscar el lugar fue el P. Marcos Antonio Puyo, C.M.,
quien había estudiado en nuestro seminario de Popayán. La casa de Nátaga
nació como casa de misiones, llegó a ser para nosotros también parroquia
(que ya existía como tal siglos antes de llegar los vicentinos) y siguió
siendo santuario por la presencia en ese pueblo de la imagen muy venerada
de Ntra. Señora de Las Mercedes. Como es sabido, cada año miles de
peregrinos encuentran allí la oportunidad de obtener favores y rehacerse
espiritualmente; oportunidad que aprovechan también muchos
comerciantes para obtener notables lucros.
Desde su fundación en 1904, los misioneros se han sucedido en forma
ininterrumpida. Desde los muy célebres fundadores Marcos Puyo, Emilio
Larquère, Luis Tramecourt, hasta los actuales, pasando por personajes
como Juan Félix Londoño, constructor de templo y carreteras, a quien
recientemente se dedicó un busto en la plaza municipal. Las Hijas de la
Caridad llegaron en 1907 para ocuparse de la educación en un Colegio.
En cuanto a Tierradentro, su origen como obra nuestra surgió de la
preocupación del obispo de Popayán, Mons. Caicedo, ante el desamparo
espiritual – y también material – de los indígenas del Cauca, sobre todo los
de etnia páez. Algún forcejeo hubo al principio entre obispo y visitador
(que entonces lo era el P. Bret) sobre si una casa en Tierradentro debía
depender de la de Nátaga, como lo quería el visitador, o ser independiente
como deseaba el obispo. Lo cierto es que nuestra misión de Tierradentro
comenzó formalmente en 1905, según contrato firmado por ambos el 16 de
julio de 1905.
El primer lugar de residencia fue la población indígena de Tálaga, de donde
se pasó después a residir en Inzá. Los primeros misioneros allá fueron
Guillermo Rojas y Arrieta, (costarricense, que será después obispo en
Panamá); Luis Durou (francés, futuro obispo en Guatemala); Emilio
Larquère (que será prefecto Apostólico en Arauca y después en
Tierradentro); José María Guerrero. De los primeros tiempos contamos
también a Faustino Segura y David Ortiz.
La misión de Tierradentro será encomendada a la Congregación de la
Misión como Prefectura en 1921, según el “jus commissionis”
acostumbrado por la Santa Sede. Era entonces nuncio apostólico en
Colombia mons. Enrique Gasparri; el visitador, P. José Pron. Primer
prefecto Apostólico, mons. Emilio Larquère. Más tarde (año 2000) se
pasará al nivel de Vicariato Apostólico.
También la misión de Tierradentro ha tenido historiadores, el principal de
los cuales fue el P. David González con su obra “Los Paeces”, que fue en
parte publicada por la revista El Sembrador; como fruto de un verdadero
hurto intelectual esta obra recibió una edición completa en Popayán por
obra de un antiguo alumno de los vicentinos. Muchos datos de la misión
con sus enormes esfuerzos en todo sentido, sus obreros apostólicos,
construcciones etc. pueden recogerse también en otras publicaciones como
las revistas Sembrador y Avance.
El Seminario de Ibagué
Solo se alude un poco a este nuevo Seminario puesto en nuestras manos. La
diócesis de Ibagué fue creada el 20 de mayo de 1900. En 1903 fue
nombrado obispo, muy joven por cierto, mons. Ismael Perdomo. Fue él
quien pidió a los Padres Lazaristas encargarse del seminario, objetivo que
logró cuando en febrero de 1908 llegaron allá los primeros hijos de San
Vicente. Fueron ellos los Padres José Villanea y Claudio Merle quienes
llegaron a preparar el campo. En agosto fue nombrado superior de la casa
el Padre Francisco Lagraula.
El seminario de Ibagué, mayor y menor, ha pasado en nuestras manos por
varias etapas y digamos refundaciones: 1908 – 1938; 1951. Tiempo vendrá
en que tendremos solo el Menor, después solo el Mayor; después
entregaremos del todo la dirección para quedarnos solo como cooperadores
del clero diocesano.
La etapa de restauración y afianzamiento de la Provincia de América
Central se dio como es normal en medio de los acontecimientos políticos,
sociales y religiosos que vivían los países comprendidos en su área
geográfica. Por ejemplo en 1885 hubo turbulencias en Costa Rica que nos
obligaron a salir de allá, con ventajas para Colombia. En Ecuador fue
asesinado el presente García Moreno, muy allegado a la Iglesia Católica; y
tras la revolución acaudillada por Eloy Alfaro en 1895 nuestro cohermano
Mons. Pedro Schumaher, obispo de Portoviejo, se vio obligado a huir y se
refugió en Colombia, en Samaniego (Nariño), hasta su muerte acaecida en
1902; como se sabe, él está en alguna forma en el origen de las dos
comunidades franciscanas fundadas por la Madre Bernarda y la Madre
Caridad. A propósito de García Moreno y su importancia, se le oyó una
vez al P. Foing esta expresión: “García Moreno fue un hombre
extraordinario; pero Ustedes tienen uno superior; García Moreno fue un
hombre; Núñez fue una escuela”
Precisamente a propósito de Núñez hay que mencionar como muy
importante la evolución política de Colombia con la Constitución de 1886,
más centralista y favorecedora de la educación católica que la anterior.
Todo esto debía tener alguna consecuencia en nuestras obras. En cambio no
parece que hubiéramos sufrido mucho con ocasión de la tristemente célebre
y nefasta guerra de los mil días (1899-1903); en la Apostólica los alumnos
fueron llevados un día armados de palos o ramas a simular que pertenecían
al ejército que iba a atacar a Pereira, cosa que no pasó de un gracioso
simulacro; algunos pocos alumnos se fueron después de verdad a defender
a la patria. En cambio se puede mencionar como favorable para nuestra
Provincia el gobierno anticlerical de Combes en 1903 que obligó en
Francia a la supresión de varias de nuestras casas; ello nos benefició con el
envío de personas como, los Padres Emilio Larquère, Luis Durou, Luis
Tramecourt, Víctor Delsart.
IV. LA PROVINCIA DE COLOMBIA: 1913
Fue el 11 de agosto de 1913 cuando el Superior General, P. Antonio Fiat,
anunció la erección de la Provincia de Colombia. Se trataba de una
reorganización territorial que erigía como Provincia las casas ya
establecidas en esta nación: Popayán, Cali, Tunja, Santa Rosa, Nátaga,
Tierradentro, Ibagué; siete en total. El personal estaba constituído por 39
miembros de la comunidad: 30 sacerdotes y 9 Hermanos. Visitador para la
Provinicia el P. Juan Floro Bret, quien desde 1900 venía ejerciendo esa
función en la Provincia llamada de América Central y era además Director
de las Hijas de la Caridad.
Quería esto decir que los otros territorios de la llamada “América Central”
pasaban a integrar otras Provincias.
El año siguiente a este hecho estalló la primera guerra europea o mundial
(1914- 1919). Nuestra Provincia tenía buen número de cohermanos
franceses; se sabe que unos pocos de ellos como Pedro Bérit y Francisco
Pehau se fueron para Francia a combatir o más bien a prestar servicios
como el de la enfermería; después regresaron. Al final de la guerra una
feroz gripa invadió a Europa y no dejó de cobrar víctimas en América.
1° Nuevas fundaciones
La Prefectura Apostólica de Arauca
El 14 de junio de 1915 el Superior General, P. Emilio Villette escribía este
anuncio: “La Santa Sede acaba de erigir la Prefectura Apostólica de Arauca
y nos la confía”. Se trataba de tener el cuidado pastoral de una extensa
región en los llanos orientales de Colombia.
Es apenas una alusión pues no vamos a hacer aquí la historia de una misión
que nos perteneció hasta el año 1956 y que merece muchas páginas. En
enero de 1916 quedó nombrado Prefecto Apostólico el P. Emilio Larquère
quien era Superior en Nátaga.
A más del trabajo misionero en los llanos, la prefectura asumía el cuidado
pastoral de las parroquias de Chita y La Salina, en el departamento de
Boyacá; esas tierras frescas permitirían un clima más favorable a la salud
de algunos de los misioneros. Labor inmensa que quedó en el alma de las
gentes. El colegio Pío XII en Chita se convertiría en Seminario, de tal
manera que al salir de allá la comunidad había ya algunos miembros del
clero diocesano autóctonos que permitirían posteriormente el que este
territorio llegara a ser pronto Vicariato Apostólico y diócesis.
En 1956 la Provincia dejó la circunscripción eclesiástica en manos de la
Congregación misionera de los Javerianos de Yarumal, tras 40 años de
brega de connotados misioneros. El motivo del relevo fue la escasez de
nuestro personal que no permitían a nuestro Visitador satisfacer las
peticiones del Prefecto Apostólico, Mons. Gratiniano Martínez. Esta
partida fue de gran dolor no solo para el Prefecto Apostólico sino para los
demás misioneros; algunos de ellos prefirieron buscar otras Provincias.
Casa Central de Bogotá
Tampoco aquí se trata de hacer una historia completa pero sí de recordar
algunos hechos especialmente significativos.
Se veía la conveniencia de tener la residencia del Visitador y de nuestro
Seminario Mayor en la capital de la república, con el acuerdo del arzobispo
de Bogotá, mons. Bernardo Herrera Restrepo. El Visitador Bret delegó a
los Padres José María Potier y Marcos Puyo para buscar en Santa fe el
terreno adecuado. Los contactos los llevaron a descubrir en la persona de
Doña Mercedes de Uribe, madre de don Pedro Ignacio Uribe, una
benefactora que quería hacer donación de un lote en el sector llamado de
Paiba. Se hicieron las gestiones del caso: una manzana completada según
parece con alguna pequeña franja comprada a don Marco Fidel Suárez;
todo daba sobre el famoso camellón de los virreyes o de Fontibón, después
calle 13.
La primera piedra para la capilla, que se construiría en honor de Ntra. Sra.
De Las Mercedes en memoria de la benefactora fue bendecida el 23 de
febrero de 1917 por mons. Manuel Antonio Arboleda, C.M., en presencia
del obispo de Tunja, Eduardo Maldonado Calvo y de varios benefactores y
amigos.
La construcción del edificio fue encomendada al Padre José Pron, notable
jurista y arquitecto. Las fotos muestran la bella construcción de dos plantas
en piedra y ladrillo que será adicionada años después con otro alero sobre
la calle 12. El 25 de enero de 1919 bendijo la casa el nuncio apostólico,
mons. Enrico Gasparri. Previamente habían llegado en dos caravanas los
integrantes de la casa: Padres, Hermanos, estudiantes y novicios.
El arribo a la llamada Casa Central transformó en muchos aspectos la
organización de la Provincia; fue casa provincial, Seminario Interno,
escolasticado, casa de albergue de cohermanos visitantes y obispos: toda
una Casa Central. Hay que mencionar aquí que desde fines de 1919 el
Padre Bret dejó la visitaduría (no la dirección de Hermanas) en manos del
Padre Pron.
Entre los acontecimientos de esta comunidad local – asunto que se
menciona aunque desborda la época propuesta en este estudio – hay que
mencionar los días lúgubres que vivieron sus habitantes a raíz de la
revuelta provocada por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de
1948. Unica comunidad en haber padecido entonces totalmente el ir a la
cárcel (fue en la estación de policía que aun existe en carrera 24) y que
estuvo a punto de ser sacrificada por el desafuero de la chusma. Son
muchas aún las víctimas que viven para narrar lo acontecido; la liberación
fue atribuída a la intercesión de la Madre Milagrosa que recibirá después en
agradecimiento el homenaje de la construcción de un santuario en Santa
Rosa de Cabal.
La Casa Central fue demolida en 1976 para dar paso al Centro Comercial
Las Mercedes en aras de una teoría que condenaba como falta de pobreza el
lucro cesante en un edificio ya insuficientemente habitado. Todavía hoy
(2011) muchos siguen condenando como un error esa medida y lamentando
la desaparición de la casa nuestros mayores. (Nota: en los encuentros de
febrero de este 2011 los participantes hicieron algunos análisis de este
acontecimiento así como del de 1948).
El primer Visitador colombiano
Se ha prometido que en otro encuentro se hará presentación de los
Visitadores de la Provincia de Colombia y de otros personajes notables de
su historia. Foing duró 14 años; Amourel, 4; Revellière 10; Bret, 18; Pron,
20. Ello explica que en esta visión rápida no se los analice aquí con sus
grandes realizaciones.
Pero es preciso señalar explícitamente que la Provincia puede hablar de su
arribo a la plena madurez cuando fue nombrado el primer Visitador
colombiano, P. Martiniano Trujillo en 1938, quien durará 18 años en el
cargo. De él y de su recia personalidad se ha escrito mucho y de él se sigue
hablando por tantos que lo conocieron. Por el momento pueden darse
algunos números significativos:
En 1938 había en la Provincia 59 sacerdotes: 37 colombianos y 22
extranjeros; había 11 Hermanos. – Cuando en 1956 el Padre Martiniano
dejó el provincialato había en la Provincia 110 sacerdotes: 96 colombianos
y 14 extranjeros; y eran entonces 23 Hermanos.
EL CENTENARIO DE LA PROVINCIA VICENTINA DE
COLOMBIA
A LA LUZ DE SU HISTORIA Y DEL CONTEXTO ACTUAL:
REALIDAD Y PERSPECTIVAS
P. Gabriel Naranjo Salazar, CM
Introducción
Sugiero
el
verbo
“contextualizar” para resumir la
reflexión que les voy a
proponer: contextualizar a la
Provincia en su historia y el
centenario provincial en los
tiempos actuales. Lo que han
compartido Ustedes estos días
sobre los fundadores y las obras
principales,
y
más
concretamente sobre la teología
de la historia, los ha acercado a
un concepto dinámico de la
misma,
es
decir,
no
simplemente cronológico ni
anecdótico, sino involucrante y
significativo. Quisiera, pues, que nos ubicáramos en esta perspectiva para
evitar una celebración del Centenario que deje a la Provincia en un
invernadero, en una urna de cristal, y que nos reduzcamos a recordar con
cuidado hechos del pasado, en una especie de arqueología. Intentemos
dinamizarla contextualizándola en algunos hechos importantes de los
últimos años; me voy a referir a seis, resbalándome de uno al otro porque
están íntimamente relacionados.
Seguramente, al mismo tiempo, han ido detectando elementos de la
identidad provincial que nos deben servir de presupuesto y de marco.
Compartámoslos ahora de manera espontánea: la fidelidad al carisma por
medio de los dos frentes apostólicos, de misiones y de formación de clero;
el testimonio de los primeros misioneros, su fidelidad creativa, su
intrepidez y riesgo, su capacidad para dejarse llevar por la Providencia; el
equilibrio para combinar su identidad vicentina con la Iglesia colombiana
y para enfrentarse a los avatares de la historia; el aprecio de que ha
gozado por parte de la gente, los pobres, los obispos, el clero y la sociedad
en general; la apertura misionera con fundaciones en regiones apartadas y
pobres, las misiones populares de las épocas en que les eran propias, y con
el envío de misioneros a otras Provincias y a lugares lejanos como el
África; el apoyo a las relaciones interprovinciales a través de CLAPVI; la
tradición y el espíritu litúrgicos, manifestados en la preparación de no
pocos de sus miembros, en la vitalidad de sus parroquias, en la formación
de los sacerdotes y en el esplendor de sus celebraciones; la vivencia de las
virtudes vicentinas propias, sobre todo de la humildad y la sencillez
(aunque con razón se haya dicho que el exceso de modestia le ha impedido
hacer historia); la asimilación del Concilio Vaticano II (alguien llegó a
decir que no había conocido una institución eclesial que mejor lo hubiera
asimilado); el sentido de la pobreza y del pobre; el sentido del trabajo y el
celo misionero; el sentido del laico al ritmo de lo que ha ido sucediendo en
la Iglesia posconciliar y las estrechas y fraternales relaciones con las
Hijas de la Caridad; el buen espíritu y el ambiente de fraternidad; la
abundancia y la autoctonía vocacionales, gracias al origen francés; su rica
tradición formativa ad intra en las casas de formación y ad extra en los
seminarios diocesanos; la especialización de la gran mayoría de los
misioneros; la tradición de los planeamientos en las casas de formación,
los seminarios, las misiones, las comunidades locales y las obras; la
devoción mariana, a los Fundadores y a los santos de la Congregación y la
Familia Vicentina…
En fin, abundan nuestras caracterizaciones provinciales. Lo que quiere
decir que la Provincia “no ha corrido en vano”, que su historia centenaria la
ha ido definiendo, que su identidad específica se confunde con su historia y
que tenemos mucho que aprender de ella y recibirlo no solo como don sino
también como tarea. Yo destacaría como elementos centrales y de mucha
actualidad la inculturación del carisma en el contexto colombiano y la
fidelidad a los orígenes, tanto de la Congregación como de la llegada del
carisma a través de los cohermanos venidos de Francia, porque hoy por hoy
la supervivencia de las Comunidades depende enormemente de ese doble
cordón umbilical: el que las liga a los signos de los tiempos y el que las liga
a sus raíces. Esta doble “fundacionalidad”, unida a las consecuentes
exigencias formativas, es lo que garantiza que nuestras instituciones
permanezcan vivas en función del Reino de Dios.
De esta manera vamos entrando en la dinámica celebrativa que sugería al
inicio. Su punto de partida es la toma de conciencia de la herencia que
nuestros antecesores nos han ido amasando, para que pasemos a
contextuarla en los espacios y tiempos que ahora nos toca vivir. Y para
esto, por otra parte, es muy útil tener en cuenta que son muchas las lecturas
que hoy se están haciendo de los puntos de referencia para los análisis
históricos y teológicos de las instancias eclesiales. Hasta hace poco el
punto de partida era casi que exclusivamente el concepto eclesiológico;
hoy, sin negar el sentido de Iglesia para procesos formativos, para análisis
coyunturales, para planes pastorales, se insiste en el contexto sociocultural.
Así pasamos al primero de los seis contextos que les quería proponer,
destacando, primero, su alcance; segundo, la presencia histórica de la
Provincia en cada uno de ellos; y, tercero, el llamado que implica para la
vivencia de este Centenario.
La Realidad
Lo cierto es que se trata de algo que nos es familiar, sobre todo en los
últimos años, y más precisamente desde el provincialato del Padre Álvaro
Panqueva, que organizó, a mediados del decenio de los 70, dos seminarios
sobre “planeamiento”, en Popayán y Petaluma, para todos los cohermanos,
incluidos los estudiantes. Fue un momento histórico porque puso a prueba
nuestra capacidad para reflexionar y para dialogar, desató procesos de
planificación formativa y pastoral y nos habituó a entrar en contacto con la
realidad.
De esos tiempos es un esquema que todavía es válido, hecho por el padre
Juan Guerrero, para referirse a la realidad actual como un paso. La frase de
Neil Amstrong en el momento de pisar la luna lo expresa muy bien: “paso
pequeño para un hombre, paso gigantesco para la humanidad”. Teniendo en
cuenta que la realidad no es tanto un conjunto de datos estadísticos sino un
punto de referencia caracterizado por determinadas dimensiones, vamos a
mirarla de manera interpretativa. Para lograrlo, inspirándonos en la frase
del primer astronauta que pisó la luna, podemos resumirla diciendo que es
un paso. Sí, vivimos un paso, pero un paso de tanta trascendencia que con
razón se ha dicho que estamos no tanto en una época de cambio, cuanto en
un cambio de época.
Podríamos precisar este paso como un cambio de sensibilidad de los
hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tiene que ver con sus valores y
que define su mentalidad. Este paso se da a tres niveles, íntimamente
relacionados entre ellos mismos, en dirección vertical y en dirección
horizontal. Se trata de un desplazamiento de la sensibilidad por el pasado
en favor de la sensibilidad por el futuro; de la sensibilidad por la ortodoxia
en favor de la sensibilidad por la ortopraxis; y, más intensamente, de la
sensibilidad por la verdad en favor de la sensibilidad por el sentido: hoy por
hoy las cosas no valen por lo que son sino por lo que significan.
Pasado
Ortodoxia
Verdad
Futuro
Ortopraxis
Sentido
Fidelidad
Contemplación
Objetividad
Novedad
Acción
Subjetividad
Este desplazamiento, de insospechadas proporciones, está poniendo en
juego valores de fondo que, si no se conjugan, llevan a una verdadera
hecatombe de la humanidad: detrás de la sensibilidad por el pasado se pone
en juego el valor de la fidelidad, mientras que detrás de la sensibilidad por
el futuro se pone en juego el valor de la novedad; detrás de la sensibilidad
por la ortodoxia se pone en juego el valor de la contemplación, mientras
que detrás de la sensibilidad por la ortopraxis se pone en juego el valor de
la acción; detrás de la sensibilidad por la verdad se pone en juego el valor
de la objetividad, mientras que detrás de la sensibilidad por el sentido se
pone en juego el valor de la subjetividad.
Este nuevo enfoque de la humanidad depende o produce, según el caso, un
determinado contexto existencial que paulatinamente se va convirtiendo en
modus vivendi de individuos y sociedades, de grupos y países, de
continentes enteros. Mencionemos apenas algunos de ellos:
Hoy se vive en la periferia, en las afueras del ser, por eso las personas
dependen demasiado de las circunstancias y aman las apariencias;
En el mundo occidental sobre todo se ha acentuado el sentido del
experimento, que reclama como base del conocimiento la comprobación y
como su medida la eficacia;
La humanidad ha ido menguando en su sensibilidad, en todos los sentidos,
con una impresionante pérdida de la intensidad y una peligrosa
disminución de la capacidad de asombro;
Una de las consecuencias más inmediatas de estos fenómenos es la casi que
incontrolable tendencia al olvido, que va pareja de la reducción de la
capacidad de percepción; cada vez son más los enfermos de altzimer,
entendido como falta de memoria, más que de los individuos, de las
sociedades;
Por otra parte, el sentido de Dios con el que se configuraban nuestros
pueblos ha sido reemplazado en los últimos tiempos por el sentido del
hombre, desplazamiento de Dios en aras de la afirmación del ser humano;
El teo-centrismo de nuestros pueblos que ha sido sustituido por el antropocentrismo de nuestras sociedades, ha cambiado la autoridad divina por la
autonomía humana y, teológicamente hablando, conceptos evangélicos
como el de la caridad, por otros meramente éticos como el de la justicia. De
esta manera se puede constatar una pérdida del espacio de Dios, que se
traduce en un mundo secularizado o secularista y, por lo mismo, si no ateo,
sí ateizante.
Aparecida califica a este cambio de época como un fenómeno
fundamentalmente cultural. Destaca la importancia del sujetivismo que lo
sustenta, en algunos casos como causa y en otros como efecto, y plantea al
respecto una implicación de mucha trascendencia: “Recae, por tanto, sobre
el individuo, toda la responsabilidad de construir su responsabilidad, de
afirmar su libertad y de tener razones para vivir que ya no le son dadas por
la tradición como sucedía en el pasado” (57). Desde el punto de vista
religioso, la misma Conferencia reconoce la sensibilidad que caracteriza a
los últimos tiempos, pero con el agravante de que es “nebulosa”, es decir,
difusa, indescifrable, difícil de orientar. Uno de los focos vitales más
afectados por esta nueva perspectiva de valores es la familia. Por supuesto
que este cambio de paradigma tiene que ver con la nueva cultura urbana
que cubre al 70% de la población y con fenómenos como la globalización,
la hegemonía económico y tecno-científica que está descuidando el “capital
humano” de nuestros pueblos y un ejercicio del poder no humanizante por
su falta de respeto a los derechos humanos y su poco interés por la
solidaridad y la democracia.
Ante este preocupante panorama, la Iglesia se siente, al mismo tiempo,
vital y debilitada. Son los obispos de Aparecida los que reconocen con
humildad que la están afectando seriamente fenómenos como el
clericalismo, el tradicionalismo, la involución, el secularismo, la falta de
auto-crítica, el moralismo, la debilidad de su opción por los pobres, el
sacramentalismo y una espiritualidad individualista. Es fácil concluir que
estos factores tienen mucho que ver con los ministros de la Iglesia, que
nosotros por carisma estamos llamados a formar. Ante esta responsabilidad
vale la pena recoger otra conclusión de los obispos latinoamericanos,
profundamente humilde y al mismo tiempo, de mucha trascendencia: “El
pluralismo cultural y religioso de la sociedad actual repercute fuertemente
en la Iglesia. Hay otras fuentes de sentido que compiten con ella,
relativizando y debilitando su incidencia social y su acción pastoral” (74).
Esta primera contextualización del Centenario contiene un llamado: el
acercamiento a la realidad sociocultural en que vivimos. ¿En qué sentido?
Para nadie es un secreto que este ambiente está amenazando seriamente
nuestro voto específico de Estabilidad: el sentido de lo definitivo está por el
suelo, la fidelidad parece ser un valor trasnochado. He aquí una de las
causas más profundas de las salidas de cohermanos, que se han desbocado
y que nos están causando tanto sufrimiento. Creo que debemos superar la
tendencia a hacer inculpaciones y más bien entrar en análisis profundos
sobre la manera como la realidad de hoy está afectando nuestros
compromisos con los consejos evangélicos, con la vida comunitaria y con
la oración. Cuando tengamos la lucidez de establecer esta relación
estaremos dando pasos importantes para la superación de esta problemática
con todo lo que implica para nuestra conversión personal, comunitaria,
formativa y pastoral.
La Iglesia postconciliar
El Centenario provincial va a coincidir con la celebración de los 50 años
de la apertura del Concilio Vaticano II. Esto quiere decir que la Provincia
está literalmente atravesada, en toda la mitad, por este acontecimiento. De
hecho, el esquema sobre la historia provincial que ideó CEVCO por allá
en el año 2.000 la divide en dos grandes etapas: antes y después del
Concilio. Esta contextualización eclesial debería tener en cuenta el número
relativamente significativo de obispos vicentinos que fueron padres
conciliares. Notable fue la figura del primer cohermano cardenal
Sydarous, patriarca copto del Cairo, y la presencia en el grupo
latinoamericano de Monseñor Tulio Botero Salazar, arzobispo de
Medellín. Recuerdo que en la fiesta de San Vicente del 27 de septiembre de
1966, en la capilla de SEPAVI, afirmó el arzobispo cohermano que con el
Concilio la Iglesia se había hecho vicentina!
Sabemos que América Latina fue el continente que más rápida y más
profundamente asimiló el Concilio, precisamente con la Conferencia
General del Episcopado de Medellín, bajo el liderazgo de Monseñor
Botero como anfitrión; la Iglesia en la actual trasformación de América
Latina a la luz del Concilio, fue el tema. De allí brota su opción
preferencial por los pobres, que él mismo obispo vicentino asumió con un
gesto profético; este paso, aunque no tuvo, como en todo lo nuestro, el eco
en los medios por ejemplo de monseñor Elder Cámara, que por cierto era
afiliado a la Congregación y vivía en una casa de Hijas de la Caridad, fue
profundamente significativo: desde ese momento abandonó el suntuoso
palacio arzobispal y se fue a vivir en los Barrios de Jesús, construidos en
buena parte con su fortuna familiar, para los pobres, en las afueras de la
ciudad.
Esta fuerza posconciliar del Continente tuvo mucho que ver con la original
institución eclesial del CELAM, fundado por Pío XII apenas unos años
antes. Este Consejo episcopal desplegó muchas iniciativas en función de la
repercusión del Concilio y de Medellín, en torno a las 4 Constituciones
Dogmáticas y a la formación del clero de la que no fuimos ajenos nosotros.
Se destaca el Instituto Litúrgico-Pastoral de Medellín que, bajo el
patrocinio siempre del arzobispo vicentino, contó en sus comienzos con un
famoso trío de cohermanos: José Manuel Segura, Álvaro Juan Quevedo y
Carlos Braga. Los dos primeros llegaron a ser directores del mismo, el
otro es el más connotado impulsor de la reforma litúrgica posconciliar,
después del famoso monseñor Aníbal Bugnini, también vicentino. Estos tres
cohermanos tuvieron mucho que ver con la parroquia modelo de la
renovación conciliar de Medellín y del país, la de San Vicente de Paúl, del
barrio Córdova, que estuvo luego en manos de Monseñor Jorge García
Isaza, entre otros.
Esta historia eclesial latinoamericana ha tenido otros momentos cumbres
en las Conferencias posteriores donde tampoco han estado ausentes los
cohermanos: Puebla, en la que participó Florencio Galindo como
coordinador de la FEBIC-LAC; Santo Domingo, en la que estuvo
Monseñor Alfonso Cabezas como representante del episcopado
colombiano; Aparecida, en la que trabajó arduamente Jorge Luis
Rodríguez en calidad de secretario ejecutivo del Departamento de
Comunicaciones del CELAM. A esta última asistió también el tercer
cardenal vicentino, Franc Rodé, como prefecto de la CIVC-SVA, y fueron
invitadas dos Hijas de la Caridad directamente por el Santo Padre: la
Madre Evelyn Franc, superiora general, y sor Alba Arreaga, del Ecuador,
en representación de las mujeres educadoras.
A la Provincia aún tiene mucho que decirle Puebla con su concepto de
Iglesia comunión y participación y la precisión de los rostros sufrientes de
Cristo en los pobres; Santo Domingo con su insistencia en la inculturación
del evangelio; y Aparecida con la profética afirmación de Benedicto XVI
en el discurso inaugural: “la opción preferencial por los pobres está
implícita en la fe cristológica” (DA p. 259), todo lo que tenga que ver con
Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres
reclama a Jesucristo (cf. DA 393). Sobre Aparecida dijo uno de sus más
fuertes críticos, José Comblin, que podría tener una vigencia de más de
100 años si se lograba entender y asumir su verdadera novedad: el
concepto de una Iglesia misionera. Pues bien, el mismo autor insiste en
que esta novedad va a depender sustancialmente de la formación de un
clero misionero, y recuerda a la Congregación de la Misión como “una de
las grandes órdenes” que contribuyeron históricamente en su momento a
la renovación de la Iglesia con la formación de los sacerdotes.
El segundo llamado que la Provincia ha de escuchar y acoger en este año
jubilar, al ritmo de su contextualización eclesial, se debe enmarcar en
estos cuatro elementos de Aparecida: la opción formativa que está
presente en el trasfondo de todo el documento; la valoración del laico en la
implantación del Regnum Dei en las realidades temporales; el concepto
misionero de ir a los más lejanos, missio ad gentes, y de acercarse a los
más alejados, missio inter gentes, que por cierto fue acogido en el
Documento Final de la última Asamblea General de la Congregación; y la
convocación a la Misión Continental que poco a poco se ha ido precisando
con un tono menos triunfalista y confesional como Misión en el Continente
y como estado de Misión.
En este contexto la Provincia debería reafirmar su vocación específica de
formadora del clero diocesano, aprovechando la formidable riqueza de
Aparecida para renovarla con su alcance misionero y su antropología del
pobre; dar un nuevo impulso con todos los recursos que sean necesarios a
la formación de los laicos, sobre todo de la familia vicentina; y canalizar
su añoranza de las misiones populares comprometiéndose, desde sus casas
de formación y los seminarios y todas sus obras, en la Misión en el
Continente que están liderando las Conferencias episcopales y los Obispos
diocesanos.
El Sínodo sobre la Palabra de Dios
Otra exhortación determinante de Benedicto XVI en la inauguración de
Aparecida fue que: “Hemos de fundamentar nuestro compromiso
misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (DA p.
313). Esta semilla fue lanzada en una tierra ya muy abonada, la de un
continente marcado por la evangelización fundante típicamente bíblica de
Juan de Zumárraga, el primero obispo que llegó a México, y los llamados
”doce apóstoles franciscanos”. Gracias a esa base, el despertar bíblico de
América Latina a partir de la Dei Verbum es excepcional, pero en el que,
según la autorizada opinión del anterior director del CEBIPAL del
CELAM, P. Fidel Oñoro, ha tenido mucho que ver la Federación Bíblica
Católica, FEBIC-LAC, que fue fundada aquí por encargo de ADVENIAT,
precisamente por un cohermano, el P. Florencio Galindo, con tan buenos
resultados que constituye hoy el 40% de la Federación en todo el mundo.
Otro dato histórico que nos relaciona con esta contextualización bíblica y
latinoamericana del centenario provincial es que, por el factor que acabo
de mencionar, la Provincia Vicentina de Colombia fue el primer miembro
asociado de la FEBIC-LAC, jugó un papel importante por medio del
teologado de Villa Paúl en la organización de la IV Asamblea Plenaria que
se celebró en Bogotá en 1990 y llegó a ser parte del Comité Ejecutivo
mundial.
Dos acontecimientos eclesiales recientes dan respiro a esta relación de la
Provincia con la Sagrada Escritura y al llamado que de allí se desprende:
el Sínodo y la Exhortación Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la
vida y la misión de la Iglesia; y el II Congreso Continental
Latinoamericano de Vocaciones que se tuvo en Costa Rica en enero de este
año. En el Sínodo también estuvieron presentes la Familia Vicentina y la
Congregación de la Misión, con los cardenales Franc Rodé y Stephanos II
Ghattas, patriarca copto católico, la Madre Evelyne Franc, también
convocada por el Papa, Monseñor Marc Benjamin Balthason Ramaroson,
obispo de Farafangana, Madagascar. Yo no fui parte del mismo pero sí de
una comisión de 10 teólogos y biblistas que, desde un edificio muy cercano
al aula sinodal, la sede de la Unión de Superiores Generales, siempre
reunidos en grupo, teníamos el encargo de dar asesoría a los obispos
latinoamericanos sobre los temas que se iban debatiendo. En el II
Congreso de Vocaciones estuvieron presentes 3 Hijas de la Caridad de
Brasil, Colombia y Cuba y yo tuve la oportunidad de hacer presente a la
Provincia, en mi calidad de Secretario General de la CLAR, institución que
fue corresponsable con el CELAM de la coordinación; en el I Congreso,
celebrado en Itaicí hace 17 años, nos representó Guillermo Campuzano.
Una lectura de la Exhortación Postsinodal desde las imágenes de la
sinfonía y de la fuente, que ella misma sugiere, permite detectar unos
movimientos y unas corrientes que le dan ritmo y dinamismo; aquellos son
teológicos, éstas, misioneras, unos y otras tienen un provocador sentido
vicentino. Baste con citar el del “logos sarx egéneto” que el mismo
Benedicto XVI propone como hilo conductor de todo el documento;
equivale a la fuerza de la encarnación que da rostro a la Palabra en Jesús
de Nazaret y permite al carisma reconocerlo en los rostros sufrientes de
los pobres. Se trata de un rostro que permite no solo un diálogo con la
Palabra entendida como voz, sino también un encuentro con ella que,
además, es familiar, cercano, íntimo: encuentro personal con Jesucristo
vivo y con el pobre como “lugar cristológico”.
Entre las corrientes submarinas, presentes sobre todo en la tercera parte,
Verbum mundo, y ligadas a la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, hay que
destacar la que entre nosotros conocemos como antropología del pobre.
Aparece en el trípode de los migrantes / los que sufren / los pobres, de los
artículos 105 a 107, ligado al de la justicia / la reconciliación / la paz, de
los artículos 100 a 103. En lenguaje vicentino podemos decir que la
antropología del pobre se basa sobre siete principios que proféticamente
plantea el Papa:
1º La Sagrada Escritura manifiesta la predicción de Dios por los pobres y
necesitados;
2º Los pobres son “hermanos” nuestros;
3º Los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son
precisamente los pobres;
4º Los pobres viven necesitados no solo de pan sino también de Palabras de
vida; 5º Los mismos pobres son agentes de evangelización;
6º La Iglesia no puede decepcionar a los pobres, sus pastores están
llamados a escucharlos, a aprender de ellos, a guiarlos en su fe y a
motivarlos para que sean artífices de su propia historia;
7º Con el círculo virtuoso de la pobreza podemos enfrentarnos al círculo
vicioso de la pobreza que empobrece a los pobres.
El II Congreso de Vocaciones dio un salto histórico en lo que tiene que ver
con la teología y la pastoral de las vocaciones que desde tantos aspectos
han determinado la historia de la Provincia durante estos 100 años, y la
deberían seguir marcando de ahora en adelante. Por estos motivos sería
imperdonable que lo desconociéramos. Lo relaciono con la Palabra de Dios
porque históricamente se ubica en el movimiento bíblico latinoamericano
que se despertó con el Concilio y que han impulsado el Sínodo y la
Verbum Domini; de hecho, su metodología y su Documento Conclusivo
marchan al ritmo de una lectio divina, para proponer finalmente cuatro
rutas pastorales y formativas:
1ª La cultura vocacional que hunde sus raíces en un proyecto antropológico
abierto de por sí a la entrega y a la trascendencia, implica la vocacionalidad
como estilo de vida y se debe afirmar en la familia, la escuela y el ambiente
vital de todo ser humano. La falta de relación entre pastoral vocacional y
cultura vocacional ha producido entre nosotros un desfase gravísimo que
solo será superado cuando logremos relacionar los problemas relativos a la
estabilidad y a la vivencia de los consejos evangélicos con los fenómenos
culturales de los tiempos actuales, a fin de ponerlos en sintonía con el
evangelio y de que logremos expresiones de fidelidad significativas e
interpelantes precisamente gracias a su alcance contextual.
2ª La vocacionalidad bautismal que como experiencia y como doctrina ya
amasó la Provincia con la relación pastoral que estableció entre nuestra
pastoral vocacional y los movimientos laicales vicentinos, afirmando, por
una parte, el carácter vocacional del bautismo y, por otra, la raíz bautismal
de toda vocación específica.
3ª El discipulado misionero de Aparecida y del carisma vicentino en la
dinámica del seguimiento, y la identificación con el Maestro, “revestirse
del espíritu de Jesucristo” en lenguaje de San Vicente, para su anuncio a los
pobres, integrando los elementos evangélicos que se han ido
redescubriendo con la relectura del tema de estos tiempos eclesiales como
el carácter experiencial de la vocación cristiana, su dimensión comunitaria,
su impronta formativa.
4ª La transversalidad bíblica de toda la formación, con una referencia a la
Palabra que vaya mucho más allá del academicismo propio de muchos de
nuestros seminarios o del biblismo de ciertos proyectos apostólicos, por
medio del acercamiento al texto, al mensaje que hay detrás del texto y a la
persona que está detrás del texto y del mensaje. Se trata de lo que hoy se
conoce como biblicidad de la formación, con una dinámica que ha llegado
a ser tradicional en los procesos formativos de la Provincia, sobre todo del
teologado, penetrando pedagógicamente todos sus aspectos, más
precisamente lo académico, lo espiritual, lo comunitario y lo apostólico.
El tercer llamado que la Provincia debe escuchar y acoger al ritmo de las
contextualización del Centenario ha de ser la centralidad de la Palabra de
Dios en su vida y misión. Aparecida le ofrece dos canales muy operativos y
conducentes: la animación bíblica de la pastoral y la lectio divina. Lo
primero debería llevarla a mayor pericia evangelizadora, con la superación
del clericalismo que tanto caracteriza a la Iglesia colombiana y a nuestras
obras misioneras, por medio del protagonismo de los laicos y de los
ministerios laicales en la liturgia, en nuestras parroquias y en nuestras
misiones, y de la organización de estas últimas sobre la base de las
pequeñas comunidades eclesiales, como lo hacen los cohermanos en
América Central y varios de los nuestros en la Región de Rwanda y
Burundi. Lo segunda implicaría hoy por hoy el reimpulso de la lectura
orante semanal de la Sagrada Escritura a nivel comunitario, pero también el
aprendizaje de las lenguas bíblicas en las casas de formación, la animación
de escuelas bíblicas en las obras y la especialización de cohermanos en
Sagrada Escritura.
La crisis de los escándalos sacerdotales
Hablando de Biblia y de historia nos encontramos con la afirmación de
Hans Küng sobre la crisis eclesial de estos últimos años, causada por los
escándalos de pedofilia de sacerdotes católicos en Estados Unidos, Irlanda,
Alemania, Suiza y otros países europeos. No dudó en compararla con la
Reforma protestante de Lutero. Esta comparación esconde otra
coincidencia, la concomitancia de la crisis con un momento bíblico
particularmente importante: sabemos que las tesis de Lutero se
fundamentaban en su manera de interpretar la Sagrada Escritura,
especialmente la Carta a los Romanos, por lo que la Iglesia católica
reaccionó en el Concilio de Trento con un literal arrinconamiento de la
Biblia que vino con el tiempo a ser sustituida por el catecismo. De esa
misma época es el entusiasmo bíblico, históricamente excepcional, que
caracterizaba a la Iglesia, sobre todo en la península ibérica. Algo parecido
ha sucedido en la crisis actual, que estalló paradójicamente en el contexto
del Año Sacerdotal y del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y la
misión de la Iglesia. Hay que reconocer que lo mismo sucedió en dos
momentos críticos de la historia salvífica: el drama del exilio del pueblo de
Dios y la fundación de la Iglesia que, como momentos preñados de nueva
evangelización, coincidieron con lecturas completamente nuevas de los
textos bíblicos.
La crisis que nos toca vivir es muy grave, gravísima. Ha llevado a extremos
como la persistente insistencia del mismo Küng y de grupos de teólogos del
mundo entero en la renuncia de Benedicto XVI; la pretensión del
parlamento belga de acusarlo ante la Corte Penal Internacional de La Haya;
el conflicto diplomático entre la Santa Sede e Irlanda que en el fondo
pretende socavar el sigilo sacramental de la confesión, etc. La desnudez de
algunas cifras estadísticas es espeluznante: más de tres billones y medio de
dólares pagados por la Iglesia de Estados Unidos a las víctimas y sus
abogados, en quiebra varias de las diócesis más ricas, algunas de nuestras
provincias hipotecadas por el pago de millonarias indemnizaciones; los
obispos y los superiores provinciales casi que obligados a concentrar sus
energías en el cuidado de los bienes que aún han podido conservar sus
iglesias y provincias y en medidas pastorales dedicadas casi que
exclusivamente a evitar que se repitan los crímenes, mientras que los
rebaños de miles y miles de inmigrantes latinos se sienten como ovejas sin
pastor a pesar de que constituyan el 60% de la Iglesia católica
norteamericana; abogados especializados en este tipo de demandas que
hacen escuela en otros lugares del planeta con el propósito de extender la
“roya” por todas partes…
De estos escándalos se podrían decir muchas cosas: que no se puede
relacionar la pedofilia ni con el celibato ni con la homosexualidad, pues
solo el 0.3% del clero católico ha sido pedófilo, esa proporción constituye
solo el 3.0% de la población abusadora, la cifra asciende al 7.0% entre
pastores protestantes casados, llega al 80% entre parientes heterosexuales y
casados de los mismos niños; la generalización de la pedofilia en los
sacerdotes y la sindicación generalizada de esta tendencia en el clero son
por decir lo menos una infamia; el alcance mediático ha llevado a dar voz a
las personas más alejadas de la Iglesia, más ignorantes y más inexpertas
para opinar, mientras que ha silenciado la fidelidad de la inmensa mayoría
de nuestros sacerdotes y las medidas correctivas de la jerarquía; es
innegable que más allá de intereses morales, los hay económicos y
anticlericales, por parte de los acusadores, los abogados, los tribunales;
también es innegable que, sin desconocer la gravedad moral de esta falta en
ministros llamados por su vocación a defender la vida y la dignidad de todo
ser humano, esta problemática lo que refleja es a una sociedad moralmente
enferma, es apenas el “iceberg” de un mundo atravesado por corrientes
aberrantes: baste con recordar el turismo sexual con niños, las inmensas
sumas de dinero que se mueven detrás de la pornografía infantil, los
escándalos de pedofilia de algunos políticos belgas o chilenos de hace unos
años…
La Congregación en Estados Unidos no ha estado exenta de esta horrible
mancha, pero tampoco de la búsqueda de soluciones: el Padre Maloney,
anterior superior general, acaba de ser nombrado por el Santo Padre como
delegado pontificio, con otros, para la visita apostólica a Irlanda. La
Provincia, de nuestra parte, está viviendo ahora una prueba terrible, no solo
con el abandono del ministerio y la laicización de un número grande de
nuestros jóvenes sino también con la aparición o agudización insospechada
de debilidades que se desmadran con hechos dados y que están reclamando
medidas extremas… Hay que reconocer, además, que al mismo tiempo se
está deteriorando junto con la crisis ecológica actual el ecosistema de la
vida comunitaria, el celo misionero con un estilo de vida “ligth”, la vida
interior con la manía del internet, del celular, de las relaciones externas, del
activismo… No podemos vivir el Centenario de espaldas a esta crisis
porque somos una provincia esencialmente clerical, no solo por la vocación
específica de la mayoría sino también por el carácter prioritario de nuestra
formación del clero, ni desconocer la corresponsabilidad de todos en
fenómenos que se expanden, ni cerrar de manera miope los ojos ante una
avalancha que se ve venir y que los mismos episcopados nuestros parecen
ignorar con una ingenuidad parroquial o provinciana. Por el contrario, esta
cuarta contextualización contiene un cuarto llamado: a la santidad! Su
punto de partida ha de ser la conversión personal, comunitaria, estructural y
pastoral que nos propone Aparecida (Cf. 365-366); y sus expresiones
innegociables, la caridad teologal, fraterna y apostólica (Cf. Deus Caritas
est ), la vida de oración personal y comunitaria, la vida fraterna en
comunidad, la vivencia misionera de las consejos evangélicos, la
dedicación a la formación de los pobres, los laicos y los sacerdotes.
La problemática de la Vida Consagrada
Resbalémonos ahora hacia la Vida Consagrada con la que nos
identificamos por nuestra condición de Sociedad de Vida Apostólica,
porque como si fuera poco, si por allá llueve por aquí no escampa: en este
continente de la esperanza estamos siendo testigos de la literal negación de
la doctrina paulina de los carismas con las conductas enfermizas, por decir
lo menos, de tres fundadores de comunidades notablemente prósperas: el
Padre Maciel, de los Legionarios de Cristo, en México; el cofundador de
los Sodalicios, en Perú; el Padre Caradima, impulsor de un fuerte
movimiento vocacional, sacerdotal y hasta episcopal, en Chile. Por otra
parte, las comunidades religiosas se envejecen, dejan de recibir vocaciones,
sufren las salidas y hasta los suicidios de miembros de madura edad (la
situación chilena en este caso es deprimente). Hay provincias de religiosas
y religiosos donde el número de miembros mayores de 90 años supera al de
menores de 60, la revista de Vida Religiosa más prestigiosa del mundo ha
bajado la cifra de 50.000 suscripciones a solo 4.000 en los últimos tres
años. Comunidades que padecen la incertidumbre de los dos discípulos de
Emaús en los problemas afectivos, la idolatría del personalismo, el rechazo
de la institucionalidad, las dificultades en el ejercicio de la autoridad y la
animación, el desequilibrio entre autonomía-flexibilidad-exigencia, la
irrupción de nuevos modelos culturales marcados por la virtualidad, las
nuevas enfermedades psíquicas, la fragmentación de la familia, la
concentración de las crisis en la vida comunitaria, la transpolación de los
problemas individuales a la comunidad, la tendencia a la huida como forma
de evasión, la brecha generacional, la búsqueda de protagonismos, la
indiferencia y la inmadurez, la falta de coherencia…
Al mismo tiempo, la Vida Consagrada reverdece en la diversidad cultural y
de edad de sus miembros, la pasión por Cristo y los pobres, la capacidad de
escucha, la pedagogía del discernimiento, el testimonio martirial, la
multiplicidad de dones y carismas, la vida de oración, las dinámicas de
circularidad y descentralización de los últimos tiempos, la vitalidad de los
jóvenes y de los ancianos, el liderazgo participativo, el crecimiento en la
libertad, la solidaridad, la corresponsabilidad y la transparencia…
Se trata de un cruce de caminos en el que tampoco han estado ausentes ni la
Congregación ni la Provincia: el cardenal Fran Rodé, el vicentino que ha
ocupado una responsabilidad más alta en la historia de la Iglesia, acaba de
entregar su oficio de Prefecto de la CIVC-SVA, aunque dejando una estela
de insatisfacción en los religiosos de todo el mundo por su visión integrista
de la Iglesia y de la Vida Religiosa; en nuestra antigua casa provincial
funcionó el embrión de lo que hoy es el servicio de formación de religiosas
y religiosos de la CRC, liderando por cohermanos que aún viven como
Jorge García y Fenelón Castillo; el Padre Eduardo Arboleda fue el primer
presidente de la Conferencia de Religiosos de Colombia y casi todos sus
sucesores han formado parte de la junta directiva; varios cohermanos han
sido miembros de sus comisiones, presidentes de las seccionales, vicarios
episcopales de religiosos; uno de los nuestros es actualmente el Secretario
General de la CLAR…
Esta relación y este contexto plantean al Centenario un quinto llamado que
podemos descifrar en la manera como precisamente la CLAR se ha
orientado durante el actual trienio: a la luz de un Horizonte Inspirador que
camina del encuentro de Jesús de Nazaret con la Sirofencia (Mc 7,24-30)
hasta la Transfiguración (Mc 9,2-10), para afirmar la dinámica de la
“interrelacionalidad” en experiencias intercongregacionales, en la
preocupación por la armonía con la naturaleza, en el esfuerzo por “hacer
efectivo el evangelio” en beneficio de los pobres, en el reconocimiento de
los carismas fundacionales en los laicos, en la formación de animadores de
comunidades locales, en la actualidad de la vocación de los religiosos
hermanos, en el reconocimiento de los nuevos escenarios y los sujetos
emergentes…
De este amplio panorama podemos entresacar dos movimientos que
deberían caracterizar nuestra respuesta contextual: la reconfiguración de las
provincias y la relación entre carisma y laicado. Hoy por hoy, no hay
comunidad que no se esté reconfigurando y que no se esté abriendo de
manera creativa y humilde a la presencia del laico en su vida y misión. Ya
hemos insistido en lo segundo, aunque no podemos dormirnos sobre la veta
laical del carisma que existió desde los inicios con la primera fundación de
san Vicente, las Caridades. Centrémonos en la primera corriente para que
nos abramos a la reconfiguración, por motivos no de supervivencia sino de
vitalidad. Pero ¿cómo es posible, se preguntará más de uno, que éste nos
venga a hablar de este tema precisamente en la celebración del Centenario?
Porque el posconcilio nos equiparó para estos pasos, porque ya hemos dado
varios, porque la Provincia tiene en este aspecto una vocación singular y
específica y porque no darlos sería al mismo tiempo ceguera y suicidio.
Me explico: 1º Las nuevas Constituciones, la Instrucción sobre la
Estabilidad, Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la
Misión, la Guía Práctica del Visitador, la Guía Práctica Superior Local, que
son documentos preciosos e hijos legítimos del Vaticano II, han ido
sosteniendo un proceso de desplazamiento, equilibrado por el buen sentido
común de nuestro Fundador congregacional, Vicente de Paúl, y de nuestro
Fundador provincial, Martiniano Trujillo, de lo central a lo periférico, de lo
institucional a lo personal y comunitario, de lo religioso a lo misionero, de
lo general a lo local, de lo directivo a lo participativo, del secretismo a la
comunicación, de la Provincia a la comunidad local. 2º Creo sin lugar a
dudas que fue en nuestra Provincia y en nuestras casas de formación donde
se comenzó a hablar de sentido de pertenecía no solo a la Provincia sino
también a la Congregación y al carisma. 3º Por su relación con CLAPVI,
cuya fundación surgió del genio creativo y misionero de uno de nuestros
ex-visitadores, el Padre Luis Antonio Mojica, cuya sede ha estado casi
siempre en Bogotá, cuyos secretarios ejecutivos han sido casi todos
colombianos, cuya presidencia la han ocupado todos nuestros Visitadores,
Colombia tiene la específica vocación de abrir sus fronteras a las
necesidades y las posibilidades de las provincias hermanas de América
Latina. Pero como somos una institución auto-suficiente, en lo que a
recursos, miembros, tradiciones, documentos, etc., se refiere, tendemos a
encerrarnos en nosotros mismos, hacemos de las provincias repúblicas
independientes y nos sustraemos a un signo de los tiempos que se debe
asumir en dos direcciones: ad extra, por ejemplo con un ente
interprovincial de Colombia-Ecuador-Venezuela que facilite el
aprovechamiento de los recursos y la búsqueda de soluciones la actual
sinergia de las compañías aéreas nos la está sugiriendo a gritos; ad intra, la
dinamización espiritual, comunitaria y evangelizadora de nuestras
comunidades locales A estos dos mecanismos estratégicos se refirió la
última Asamblea General. Así nos resbalamos brevemente hacia el sexto y
último contexto que quería proponerles.
La Asamblea General 2010
Limitémonos a destacar que la historia de la Provincia ha estado marcada
en su segunda mitad por las Asambleas Generales del postconcilio y que en
la entrada de este aire renovador ha influido la concomitancia de las
Asambleas intermedias de CLAPVI con las Generales de la Congregación
y la participación protagónica de los nuestros en las comisiones, la
moderación, la secretaría, los debates…, como Eduardo Arboleda, John de
los Ríos, Samuel Silverio Buitrago, César Flaminio Rosas, Luis Antonio
Mojica, Abel Nieto, Fenelón Castillo, Aurelio Londoño, Alfonso Cabezas,
Álvaro Juan Quevedo, Daniel Vásquez, Alfonso Mesa, Guillermo
Campuzano, David Sarmiento, Juan Carlos Cerquera, José Antonio
González…
La todavía reciente Asamblea General del 350º aniversario espera de la
Provincia en la celebración del Centenario a más de las respuestas que
hemos mencionado ya en relación con la antropología del pobre, el
protagonismo de los laicos vicentinos y la reconfiguración intra e inter
provincial: fidelidad creativa para la misión; formación místico-profética;
nuevos espacios ministeriales para la vocación de los Hermanos; nuevas
formas de servicio al clero; obras caracterizadas por el cambio sistémico.