HACIA EL CENTENARIO DE LA PROVINCIA VICENTINA DE COLOMBIA Carlos Albeiro Velásquez Bravo, CM Estas líneas podrían titularse más bien “Panorama histórico de la Provincia de Colombia”. Por tratarse de un texto que no es para la publicación, sino para la información general, no tiene referencias bibliográficas, que son por cierto, abundantes. La historia no se hace sin las fuentes y éstas se convierten no solo en un instrumento con el que teje sus relatos quien la escribe, sino en verdaderos documentos dignos de ser conocidos por todos. Cartas, manuscritos, crónicas, contratos, actas de juntas, etc., todo un acervo documentario de incalculable valor histórico que se torna pieza clave para interpretar lo que fue. En este sentido, me parece que las solas fuentes deberían ser publicadas y los vicentinos de Colombia tenemos en ellas riquísimos testimonios de fe y de amor a la Congregación, experiencias genuinamente misioneras que vivieron quienes abrieron la brecha vicentina en nuestro suelo. Pero de esto se hablará después. Me imagino, y al mismo lo deseo enormemente, que llegará el momento en el que se redacte un texto más elaborado para ser editado y que pueda ser conocido por todos. Ocasión propicia para desempolvar la historia, conocerla, amarla, enseñarla y aprender de ella. Ya Cicerón decía: Historia magister vitae est. La Provincia Vicentina de Colombia fue fundada en 1913. No podemos ingenuamente partir de aquí desconociendo los 43 años precedentes que son importantísimos. De hecho, los primeros lazaristas franceses llegan a las costas colombianas del pacífico, al Puerto de Buenaventura, el 9 de noviembre de 1870. La primera casa es Popayán, que en los primeros dos años está unida administrativamente a París, porque solo en 1872 se convierte en parte de la Provincia de América Central, cuya casa central se sitúa precisamente en la ciudad blanca. De todos nosotros es conocido un librillo del P. Juan Floro Bret, titulado Fundación y primeros años de la Provincia Vicentina de Colombia, traducido y adaptado por el P. José Naranjo. Nos confirma el autor que con ocasión de la Asamblea General reunida en París en 1872, “el Padre Etienne separó de París las casas de Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil y Lima para formar nueva provincia, la de América Central. El superior de Popayán, conocido por su sabiduría, prudencia y tino, fue nombrado primer visitador” (cf. p. 6). Este dato puede completarse con lo que nos dice el P. Naranjo en Apuntes para una Historia de la Congregación de la Misión en Colombia: “El desarrollo de la Congregación en la América Central – así dice la circular del 1 de enero de 1873- motivó la formación de nueva provincia, a la que se dio el nombre de América Central. Las casas que la componen son: Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil, Lima y Arequipa. Visitador, el p. Foing, superior de Popayán” Fecha de la erección: 5 de febrero de 1872”. Toda la primera etapa de nuestra historia es abundante. Sobre esto estoy actualmente redactando un trabajo de investigación que se concentra sobre todo en los primeros veinte años. El P. Alvaro Mauricio Fernández en su disertación el año pasado trabajó el período 1870-1913 y sugirió que yo trabajase de 1913 en adelante. No se ha hecho así, porque la metodología en ambos casos es diversa. Yo no he venido redactando nuestra historia sino que he ido confrontándola con la historia nacional y eclesial de ese tiempo y con el momento histórico que vivía la Iglesia apenas sucedido el Concilio Vaticano I. Se trata de una contextualización que metodológicamente no nos permite andar a pasos agitados sino detenerse cautelosamente en los aconteceres de la Iglesia universal y nacional, y de la Congregación en la llamada “época de restauración”. Quiero ser incisivo en la afirmación de que estos años del primer periodo (1870-1913) no se pueden desconectar del centenario. Las fundaciones iniciales en la Nueva Granada no duraron mucho tiempo, desde el momento en el que el gobierno liberal de corte anticlerical, había expulsado las comunidades religiosas en 1876-1878. Toda esta legislación, que no es escasa y que afectó la vida de la Iglesia colombiana, viene analizada en mi trabajo, pero aquí no me detengo. El hecho es que la Congregación, recién llegada a Colombia, siente los vejámenes de las medidas legales que se sucedían. La experiencia de la expulsión resulta incluso germinal. Cuando los lazaristas comenzaron a volver del exilio en Costa Rica y en otras partes, en 1881, existía solamente una casa en Colombia, Popayán y una pequeña fundación en Panamá (que entonces todavía hacía parte del territorio nacional). Por cinco años fueron siete miembros en una sola casa. Poco a poco se va ampliando el número y la presencia misionera en otros lugares. La historia de la Congregación en América Central es otro aparte investigativo que por ahora no es del caso estudiar y lo mismo se puede decir del Ecuador. Los misioneros inicialmente eran europeos, sobre todo franceses. La década que va de 1903 a 1913, se puede ver que el superior general envió 44 cohermanos a América Central y a Colombia. Un rasgo muy peculiar de la provincia es su origen francés, al punto que podemos hablar de una impronta francesa que se expresa en formas y costumbres que durante mucho tiempo perduraron. Tenemos pues, un gen francés. El trabajo misionero que los lazaristas desarrollaron en Colombia fueron los que tradicionalmente tenía la Congregación y que son parte constitutiva de su carisma: la formación del clero y las misiones populares. El Seminario de Popayán es la obra primigenia de los lazaristas en Colombia. De hecho hay mucha tinta que derramar porque no se trató solamente de recibir un seminario sino de analizar el estado del clero en esta época de la historia. Incluso de mirar la Congregación que en ese momento, a pesar de las consecuencias de la devastación napoleónica, ejercitaba con vigor esta dimensión del carisma. La Congregación, quizás después de San Vicente, vivía un interesante protagonismo eclesial, que no volvió a conocer en lo sucesivo. Un solo detalle confirma esto: once fueron los prelados lazaristas que participaron en el Concilio Vaticano I, y un teólogo que después vino como misionero a Colombia (German Amourel). Podemos también echar mano del número de misioneros y de la geografía vicentina para hacernos una idea de esta vitalidad apostólica y de esta ubicación eclesial de la Congregación. Un típico rasgo francés consistió en no separar estos dos frentes del carisma. La formación del clero n excluía las misiones. Por eso, siguiendo la usanza que se tenía en las galias, los primeros lazaristas dejaban los claustros del seminario y se dedicaban en vacaciones a la misión popular. Aquí está el origen de nuestra extensión. Volvamos al texto del P. Bret: “Por escasez de sacerdotes, las parroquias de la diócesis de Popayán hallábanse sin cura. Para obviar en parte la necesidad, monseñor Bermúdez pidió al General de los lazaristas misioneros para evangelizar a los pobres de campos y aldeas. Por lo pronto no se le pudo complacer; mas en 1875 se destinó siquiera uno, el Padre José Augusto Birot… (cf. p. 6). La expansión misionera es un dato precioso de nuestra historia, el carisma se irradia y la presencia vicentina se hace fecunda: Pasto (Seminario, 1875), Costa Rica (primer seminario interno, 1880), Cali (Apostólica, 1886), Tierradentro (misiones populares, 1888), Tuna (Seminario y misiones, 1891), Santa Rosa de Cabal (Apostólica, 1894), Nátaga (1904). Aquí, en este punto de las casas que se fueron abriendo, también hay mucha tela que cortar. Después de la llegada de los dos primeros, de la que se habla más adelante, van llegando otros lazaristas para engrosar las filas de la misión. La historia es historia de hombres. Hay unos que sobresalen, hay otros anónimos. Para nosotros hay figuras que se erigen y sin sus personales carismas quizás muchas empresas misioneras no se hubieran llevado adelante. Es peligroso hacer apología de la historia, como también ensalzar con panegíricos los personajes. Mencionaré algunos esperando no pecar ni por lo uno ni por lo otro. Es posible que vaya dando algunas puntadas interpretativas muy personales. Esto es válido para el historiador, el resto imperativamente debe hacerlo el lector. Gustavo Foing y Augusto Riuex. Extraordinarios. No es apología ni elogio. Objetivamente este par de pioneros, llenos de celo misionero, no dudaron en aceptar el desafío de zarpar hacia este continente, totalmente nuevo para ellos. Por las crónicas que nos refieren los Anales de la Congregación, hicieron una larga travesía por el mar y después una intrépida incursión desde Buenaventura hasta Cali y Popayán. Vale la pena hacer un asomo a esta fuente, la primera crónica. Es un bello testimonio de celo. Basta mirar con la lupa de la objetividad un mapa y descubrir con admiración que se trata de trayectos, climas y viajes que solo un hombre con honda raigambre misionera se atreva a desafiar. Son nuestros pioneros. Otra fuente obligada son los “Apuntes para una historia de la Congregación de la Misión en Colombia”, del P. Naranjo. Allí leemos: “Miércoles 16. “Se trata de subir. Hic opus, hic labor! Exclama el P. Foing con el clásico. Como quien dice ‘Esta si es empresa, es el trance de probar si somos héroes. En cambio, cuando ya están bajando: “de repente alcanzamos a ver en lejanía no se qué que al rompe confundimos con las nubes. Era el valle del Cauca, donde la naturaleza prorrumpe con exuberancia. Con que agrado lo miraban nuestros ojos!”. Sobre el P. Foing se puede leer el primer tomo del P. Naranjo (pp. 77 y 102). A la mano de Foing debemos, pues, los relatos de nuestro génesis. Esta es una muestra pequeña de como los pies del misionero avanzan hacia el futuro y sus ojos otean el vasto campo de la evangelización. Pioneros, realmente. Sin ellos, no se hubiera fraguado lo que hoy somos. La historia está hecha de hombres, por eso hay luces y sombras. Y así hay que leerla para no caer en otro riesgo común: el de convertirnos en jueces despiadados de sus protagonistas. La historia está grávida de humanidad. Gustavo Foing fue el primer Visitador de América Central (1836-1904). Había enseñado durante 8 años en Francia en el seminario de Meaux después de su ordenación, antes de ser enviado a Colombia. Fue exiliado de Colombia en la persecución religiosa que sufrió la Iglesia. Este hecho lo desplaza hacia Costa Rica. Cuando más adelante le fue permitido regresar, vuelve a reabrir el seminario de Popayán y a ponerse al frente de su misión. Foing fue un hombre controvertido en la Congregación. Al inicio, el P. Antonio Fiat lo ensalzó con tono particular: “Atribuyo la prosperidad de esta provincia a la reputación de la que gozan los misioneros, a la buena intención que el Provincial ha tenido en el aplicar todas nuestras reglas, todas nuestras directivas y todos nuestros decretos en las diversas funciones de nuestro Instituto, sin dejarse distraer de ninguna consideración”. Para otros, en cambio, Foing cometía muchas faltas en su administración. Esta es la causa por la cual el mismo Padre General, Fiat, lo llevó a París, en 1886, y lo nombra sustituto asistente general, cargo que no desempeña mucho tiempo, porque regresa a Colombia el año siguiente como comisario extraordinario del Superior General. Reasume su oficio de Visitador que había desempeñado en su ausencia el P. Germán Amourel. Su reputación entre la gente de Popayán era en cambio elevada, a tal punto que cuando muere Monseñor Carlos Bermúdez, muchos pensaron que podía sucederlo en la cátedra episcopal. Los datos que tenemos a la mano nos dan prueba de que se desplazó a Europa para impedir que esta idea que tenía mucha fuerza, pudiera ser ejecutada. En medio de esto, se abre para él una incerteza y no sabe si debe regresar a su amada Colombia o permanecer en París a donde la obediencia lo había llamado. Finalmente, por falta de personal, es enviado a Colombia para suceder a Amourel como se dijo más arriba. Esta vez, su segundo período como Visitador fue breve a causa de su salud, probablemente de tipo emotivo. Amourel retoma las riendas de la provincia y Foing regresó a Francia para una recuperación. A pesar de todo regresó a Colombia en 1892, continuando su ministerio como superior local de algunas casas. Algunos desacuerdos entre él y el nuevo visitador, Georges Reveilliére, hacen que éste pide a París que Foing fuera removido como director del noviciado y regresada a Francia. Como relata un cohermano, comienza un declinar del P. Foing en su salud, que obliga su viaje definitivo a Francia en 1901. Allí, en la casa madre, muere tres años después. Vale la pena mencionar las palabras del P. Fiat, en la circular del año nuevo de 1905: “Sus largos sufrimientos físicos y morales, y sus oraciones, eran una protección para aquel país que había bañado con su sudor y sus lágrimas, y que él había edificado con ejemplos de sólida virtud”. German Amourel. El segundo Visitador. Antes de venir a Colombia, en 1886, había pasado 20 años como profesor de seminarios franceses. Su reputación es grande porque había sido uno de los teólogos del Concilio Vaticano I. Esto es verdaderamente interesante, porque para llegar a ser un teólogo de este concilio que definió la infalibilidad pontificia, podemos suponer que no un hombre que pasaba desapercibido en las esferas de la teología. Además, era un francés y no un italiano, es decir, provenía de un país de fama anti-infalibilista, aunque ni él ni la Congregación lo fueran. Al contrario, la Pequeña Compañía, con el P. Etienne se había declarado ultramontana. Su primera misión en Colombia fue la de ser sucesor del P. Foing, como superior en Popayán y después como Visitador. A él se le debe la apertura de la casa de Cali (1886). Aquí hay un dato que históricamente no debe pasar inadvertido. Extrañamente Amourel ubica su sede temporalmente en Quito. Es muy probable que la causa sea el retorno de Foing a Popayán, como comisario y, por lo mismo, podía dirigir la provincia en nombre del superior general. No es claro si fue Amourel o Foing el que propuso la constitución de dos provincias en 1888, América Central de un lado y Colombia (incluida Panamá) de otra parte. En cualquier caso, el consejo general encontró esta idea muy prematura y no descartó la posibilidad de que este fuera un tema de una ulterior deliberación. De hecho, casi 25 años después, esto sucedió. Una cronología que podemos recordar aquí es la siguiente: En 1893 se separa Costa Rica (con la presencia de los lazaristas alemanes). En 1904 se separan Ecuador y Perú. De 1904 a 1913 el resto se sigue llamando provincia de Centroamérica. Mientras el P. Foing fue llamado a París, Amourel lo reemplazó en su cargo como Visitador entre 1889 y 1890. Después se trasladó al seminario de Marsella y poco después muere allí. Georges Réveillère. Es una personalidad fuerte como la de Foing. Había sido sacerdote diocesano cuando decidió entrar en la Congregación en 1861. Los años sucesivos a la entrada a la Congregación los pasó en las misiones y en el seminario de Evreux. De allí fue enviado en 1871 a la nueva misión de Argentina, de la que será Visitador desde 1873. De allí pasa como Visitador de la Provincia de América Central, de 1891 a 1900. Abrió las casas de Tunja (1891) y Santa Rosa de Cabal (1894). Regresó a Argentina para resolver problemas que había dejado el visitador precedente y retoma el cargo de Visitador de Argentina hasta 1904 cuando regresó a París. Allí murió dos años más tarde. Jean Fleury (Juan Floro) Bret. Otra figura dominante que tuvo la Provincia. Entró en la Congregación cuando tenía 19 años e inmediatamente después de su ordenación en 1879, fue enviado a Costa Rica. Toda su vida ministerial pasó de hecho en este país centroamericano y en Colombia. Fue Visitador de Centro América de 1900 a 1913 y después el primer Visitador de la nueva provincia de Colombia, de 1913 a 1919. Durante este periodo fue que la provincia se consolidó en sus primerísimos pasos como Provincia colombiana. Gradualmente aparece claro ante el gobierno de la Congregación en París, que la Provincia de América Central era demasiado extensa para ser gobernada con eficacia. El motivo principal que llegó el mismo Juan Floro Bret a promover la creación de la Provincia (separación) fue precisamente este de la extensión que hacía difícil los viajes y las comunicaciones. En 1901, Bret se encontró ante la imposibilidad de tener una asamblea provincial a causa de la guerra civil (llamada de Los Mil Días) y a causa de una epidemia en Colombia. Además, la provincia perdió dos de sus mejores miembros, muertos a causa de la fiebre amarilla, el costarricense Juvenal Arias (1863-1901) y un cohermano francés, Fernand Blanché (1859-1901). Una tercera muerte significativa en este mismo periodo fue la de Monseñor Bernardo Thiel (1850-1901), nacido en Alemania y obispo de San José de Costa Rica. Un modo de afrontar los problemas estructurales fue el de nombrar un asistente provincial o inspector (vice-visitador) para Centro América, sobre todo para Guatemala, El Salvador y Panamá, independientes desde 1903. Esta vez fue nombrado Daniel Choisnard (1861-1918) que vivió en San Salvador. Después de él vino uno de los más jóvenes de la Provincia, Louis Durou (1870-1938), futuro arzobispo de Guatemala. Él vivió en Guatemala y fue el primer Visitador de esta nueva Provincia en 1913. Cabe decir, que la decisión de fundar una nueva provincia se dio en 1906, según el testimonio de las actas del consejo general. Pero esto no se llevo a cabo. En 1909 se toma otra decisión para seguir adelante con este proyecto. Una vez más no se hizo nada, probablemente a causa de otra oleada de revoluciones en el país. Curioso que en las actas del consejo general se escribe a renglón seguido que “en los noventa años precedentes el país ha sufrido 36 revoluciones”. Típico en un país como el nuestro. Solo en 1913 se dio la separación Centro América – Colombia. Inmediatamente después, la Provincia sufrió la pérdida de seis misioneros jóvenes, llamados a su patria para el servicio militar. Estamos ante la inminencia de la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, por petición del P. Fiat, el recién nombrado Visitador tuvo que viajar a España, a pesar de los inicios de la guerra, para visitar, en calidad de comisionado extraordinario, la Provincia de España. Cuando Bret regresó a Colombia, comenzó a llevar a delante la propuesta de trasladar la casa central de Cali a la capital del país, Bogotá, por dos razones: el clima y la posibilidad de encontrar abundantes vocaciones. Un dato curioso que puede contarse aquí, al menos para hacerse una idea del modus vivendi de entonces, es el siguiente: el P. Bret consultó al consejo sobre la posibilidad de que los cohermanos puedan usar la bicicleta. Breto aludía que el obispo y el más alto clero la usaban para movilizarse, así como algunos cohermanos ya lo hacían. Pero el consejo no estaba convencido de esto y se ordenó consecuentemente que esto no fuera permitido a los lazaristas. Cuando se habla de personas siempre se cometen olvidos. La historia está llena de nombres anónimos y de otros olvidados. En este caso hay que abonarle al P. Naranjo su delicadeza en mencionar a tantos cohermanos cuya vida vicentina contribuyó a construir la provincia. Podemos mencionar algunos: El 2 de octubre de 1871, es decir, casi un año después de los dos pioneros, llegan Juan Bautista Malesieux y Federico Gamarra, de Francia y Perú, respectivamente. El 3 de septiembre de 1872, procedentes de Francia como los anteriores, los padres Juan Bautista GOMEZ, español, y el francés Pedro ARIBAUD. El 8 de octubre de 1873, el P. Félix GONZALEZ, peruano. También venia de Francia. Y en septiembre de 1874, los padres Esteban PORTES y Augusto SAGUET, franceses ambos. Aquél venia de Arequipa, donde se le había colocado a mediados de 1872. De aquí en adelante podemos desgranar nombres. Interesante sería, por cierto, la publicación a modo de catálogo, del elenco sistemático y cronológico de todos los misioneros que han trabajado en Colombia. Este es un proyecto personal que tengo y que quisiera desarrollar estando en Colombia. CASAS DE LA PROVINCIA VICENTINA DE COLOMBIA Carlos Albeiro Velásquez Bravo, CM Avanzamos en la historia de la Provincia. Continuaré usando un lenguaje coloquial, como si estuviera al frente de un grupo a quien le estuviera narrando los hechos. Esta vez hablaremos de las casas. Es muy probable que se crucen algunos elementos ya tratados arriba, pero no sobra volver sobre estos. Pero antes conviene quizás hacerse una pregunta: ¿Por qué hablamos de “casas”? En nuestra tradición vicentina las comunidades locales son la expresión genuina y concreta de lo que es la Congregación. Además, porque cuando se habla de casas, se habla de fundación y de expansión misionera. Los lugares en la historia son determinantes. POPAYÁN. De todos es bien sabido que estamos hablando de la primera fundación de la Congregación en Popayán. Aquí hay que mencionar necesariamente una figura clave en nuestra historia. Se trata del obispo que nos pidió en Roma y en París. Carlos Bermúdez. Cuando aprendimos la historia de la Provincia a duras penas se menciona su nombre y quizás que fue un participante en el Concilio vaticano I. Pero más allá de esto, hablar de este obispo es hablar de la Iglesia colombiana en el momento en el cual los lazaristas llegan al país. No porque él representara la Iglesia colombiana, sino porque por sus motivaciones para pedirnos, y por las vejaciones que él junto con algunos de los primeros lazaristas tuvieron que padecer como víctimas de la persecución religiosa de finales del siglo XIX en Colombia. Es una figura que nosotros deberíamos recuperar. Por ejemplo, en el archivo de la Curia General se conserva la carta original que este obispo escribió estando en Roma como participante del Concilio. He leído la carta y voy a llevar una copia de ésta para que repose en nuestro archivo en Bogotá. Si se lee atentamente (y ya quisiera yo que con los estudiantes algún día la leyéramos juntos para analizarla), es una carta muy pastoral. El lenguaje es diverso al que se usa hoy, que resulta mucho más funcional, más diplomático en estos asuntos. El lenguaje de esta y de otras cartas sucesivas es muy pastoral. Por ejemplo, más adelante cuando ya los padres están en Colombia, Carlos Bermúdez envía una carta y se refiere a las Hijas de la Caridad: qué lenguaje, ¡que descripción que hace de las siervas de los pobres en su diócesis! Esto es lo que desde el principio afirmé de la importancia de tener un contacto directo con estas fuentes. Una cosa es que nos digan que esto pasó, otra que nosotros mismos con la fuente en la mano seamos capaces de llegar a la profundidad de un hecho histórico. El P. Naranjo nos habla en sus Apuntes, que el prelado dialogó personalmente con el Papa Pio IX y que éste le señaló la Congregación para su proyecto de formar el clero. Detrás de todo esto tenemos algunos aspectos que deben ser profundizados y que hacen parte de nuestra historia. Cito algunos: Un análisis de la realidad del clero en Colombia en las postrimerías del signo XIX. La vida de la Iglesia: división eclesiástica del momento. La buena fama de que gozaba la Congregación en la Iglesia y ante los ojos de Pio IX. La vitalidad del carisma en la línea de la formación del clero, una vez que el mismo Papa pide que sea la Congregación la que asuma esta tarea. En el corazón del Papa estaban estos países de América, cuyas independencias habían sido reconocidas por el predecesor de Pio IX. Para el mismo Pio IX la iglesia de América estaba en su corazón. El estado de la Congregación en esa época de “restauración”. Los vínculos entre el superior General, P. Etienne, y Pio IX. El concepto de sacerdote que se tenía que formar, aún con la mentalidad de Trento. Las relaciones Iglesia – Estado a finales del siglo XIX. Carlos Bermúdez se dirige a la Congregación. Todo esto viene consignado en el trabajo de mi investigación. Hablar de Popayán es hablar de este obispo y hablar de estas cosas. La división política de Colombia no era la actual. La Nueva Granada, constitucionalmente hablando, era una confederación de estados. El del Cauca, con capital Popayán, era uno de estos estados. Los lazaristas, llegados en 1871, tuvieron que salir de Popayán en 1876, a causa de la ejecución de una Ley del gobierno de este Estado, que ordenaba la expulsión del obispo y de las comunidades religiosas. Gobiernos sucesivos, que resultaron más tolerantes tanto en el ámbito local como en el nacional, permitieron el regreso de los clérigos expulsados y se dieron a la tarea de restaurar el orden nacional, incluidas las relaciones con la Iglesia. La Congregación regresa y así el P. Foing regresa a Popayán el 29 de septiembre de 1881. Él y sus compañeros retomaron las edificaciones que habían quedado en ruinas y comenzaron la restauración, de modo que en enero de 1882 se reabrió el Seminario. Ese mismo año, en mayo de 1882, llegaron las Hijas de la Caridad para dar inicio a su obra en la diócesis. A propósito, una parte de la historia que debe ser también analizada es este de las Hijas de la Cariad. La reputación de la formación lazarista crece no solo en Popayán sino en el país. Popayán fue sede de la Provincia hasta 1890, cuando la sede provincial se trasladó a Cali, como una casa distinta. Esta situación continuó así hasta 1910 cuando Popayán se vuelve de nuevo una sola casa hasta 1935. Hay que recordar que la formación que se impartió no solo cubría lo que hoy llamamos el frente de servicio al clero, sino también de los nuestros. Este fue un gran acierto de los lazaristas franceses que ha sido determinante para los años sucesivos de nuestra historia: el hecho de que ellos se preocuparon desde el primer momento de las vocaciones nativas. No les bastaba confiarse en Francia como un depósito de misioneros que salían a cubrir vacíos o a abrir nuevas casas, sino que tenían clara conciencia de que desde el primer momento se debían suscitar vocaciones in situ. En 1901, a causa de las convulsiones políticas y financieras del país, Juan Floro Bret tomó la decisión de mandar los estudiantes vicentinos a Dax. Este fue otro acierto. Aunque aquí hubo una cuestión incómoda porque Bret solamente informó al Superior General y su consejo de esta decisión, y el consejo general opinó que el Visitador de la Nueva Granada había procedido con demasiado afán. Como ya se dijo más arriba, junto al trabajo de la formación en los seminarios, los misioneros se dedicaban a las misiones populares en las parroquias de las zonas rurales del Estado del Cauca. Entre los misioneros dignos de recordar está Auguste Joseph Paul Birot (1829-1910), que predicó ampliamente las misiones en Francia, Argentina, Paraguay, Costa Rica, Panamá, Colombia y Guatemala, donde murió. Esta geografía misionera nos da la idea de la talla apostólica de este gran hijo de San Vicente. Durante las misiones que predicaba en Colombia, fue acompañado del joven Julio Pineda (1842-1900), el principla fundador de la misión en su nativo El Salvador. Otros misioneros que tuvieron mucho bagaje cultural: el holandés Jan Stappers (1841-1923). Se unió a la Congregación en París y después de ser ordenado fue enviado a América del Sur, primero al Ecuador, después a Colombia. Vladimir Decoster, o Dekoster (1864-1916) nacido en Odessa, de padre alemán y madre rusa. Él y su hermano Philp (1868-1907) fueron confiados a la custodia del P. Eugenio Boré para su educación. Boré fue superior general. Ambos hermanos entraron a la Congregación, el primero como eclesiástico y el segundo como hermano. Vladimir trabajo ministerialmente en Colombia, Chile, Bolivia y Perú. Philip en cambio se fue para China y después abandonó la Congregación. Un aspecto que debe decirse en este momento y que hace parte de aquellas cosas que hay que profundizar, es el papel valioso de los hermanos coadjutores en nuestra historia, desde el inicio. CALI. La segunda casa en Colombia, abierta después de la restauración en 1881. Recordemos que cuando los dos pioneros, Gustavo Foing y Augusto Riuex avanzan de Buenaventura hacia Popayán, atraviesan por Cali como un paso obligado. La descripción de este paso y de la ciudad viene consignada en la crónica ya mencionada. Un eclesiástico diocesano de Cali quería que se fundara una casa vicentina en esta ciudad, que sirviera como escuela apostólica o seminario menor para los candidatos vicentinos. El concepto que hay detrás de esta oferta era el de separar la escuela apostólica de los otros programas, que entonces estaban juntos en el seminario diocesano de Popayán. Eclesiásticamente Cali era parte de la Arquidiócesis de Popayán (Pio X creó la diócesis de Cali el 7 de julio de 1910). Foing estuvo de acuerdo con la propuesta inicial, pero después Fiat la rechazó. Entonces Foing aprovechó la visita canónica que en 1885 estaba haciendo a Colombia el P. Mariano Maller, Visitador de España, para convencerlo de los alcances de esta iniciativa. A la favorabilidad de este proyecto se sumó otro hecho: por la situación nacional, los lazaristas habían sido expulsados del Seminario en Costa Rica y quedaron disponibles para asumir esta nueva responsabilidad. Así, en agosto de 1885, Bret y otro cohermano viajaron a Cali para organizar lo relativo a la propiedad en la que al inicia del año sucesivo deberían vivir los padres y los estudiantes. Así se adquirió una propiedad, una granja, que se llamaba Yanaconas, para que se utilizara como casa para las vacaciones y como lugar de ejercicios para los jóvenes estudiantes. Se reúnen la escuela apostólica y el seminario interno, que en los documentos del tiempo se llama “noviciado”. Esto se hizo siendo Visitador el P. Amourel. Cuando llegó su sucesor, el P. Réveillère, pide que el noviciado fuera transferido nuevamente, esta vez a Tunja, donde ya el Obispo había pedido a la Congregación que asumiera la tarea formativa en el Seminario. Así podemos ver que después del judío errante, nuestro seminario interno le sigue en itinerancia, al menos en las propuestas, porque claro está que en este caso el consejo no respaldó la petición que hacía Réveillère. Acerca de la historia del Seminario Interno en Colombia, se abre aquí otro capítulo interesante: ubicación, directores, estudiantes, orientación, etc. En esto hay que ver también la impronta francés que ya para otros tópicos hemos mencionado. La formación de los nuestros recibía un sello peculiar, era rigurosa, entre otras cosas porque las recomendaciones de los superiores generales eran consideradas con exactitud. El Seminario se caracterizaba por el silencio, la vida austera, el rigor disciplinar y por el afán de perfilar misioneros tenaces como lo deseó el Fundador. La comida era. Lo que relato a continuación es interesante: Un estudiante francés que hacía el seminario en Colombia, Joseph Dress murió durante el noviciado, el 2 de diciembre de 1895, cuando tenía 31 años. Un miembro de su familia en Francia, publicó una breve biografía en la que menciona este estilo de vida vicentina y afirmando que había muerto con fama de santidad. Lo que aquí se ha dicho del Seminario interno obedece a su ubicación en Cali. Recordemos esto: como sucedió una vez en Popayán, las autoridades civiles de Cali ofrecieron una escuela a la Congregación. Pero el P. Fiat rechazó la propuesta, afirmando que no había suficientes misioneros y habitaciones suficientes para los estudiantes vicentinos. Las autoridades continuaron de todos modos renovando la oferta, lo hicieron de nuevo un año después. El P. Juan Floro Bret propuso mandar los estudiantes a Francia. Esto tampoco se hizo efectivo. El catalizador de este otro tentativo fue la visita oficial del P. Nicolás Bettemboug, el procurador general de la Congregación. He aquí otro capítulo que hay que estudiar: el de las visitas canónicas en nombre del superior general. Se dieron desde el inicio. Con la motivación de un clima mejor, se aprovechó la visita del procurador general para facilitar el traslado de los estudiantes a otro lugar: Santa Rosa de Cabal. Posteriormente el consejo estimó que la casa de Cali resultaba muy grande y encargó al P. Bret para venderla, junto con la finca de campo, y que fuera reemplazada por otra más pequeña, “para las personas del lugar”. Cali queda como casa central, con un ministerio cercano a las Hijas de la Caridad. Por estos años Foing vive en Cali como director de novicios y de estudiantes. Amourel, sin embargo, escoge no vivir allí. Juan Floro Bret, por su parte, vive allí de 1900 a 1916 como Visitador. En 1919 se trasladó a la casa central de Bogotá y así se pone fin a una discusión permanente en esos años acerca de la misión más conveniente para la casa de Cali. SANTA ROSA DE CABAL. Con ocasión del centenario de la Apostólica, celebrado en octubre de 1994, se publicó un libro titulado La Casa de la Colina. Su autor fue Fenelón Castillo. El autor nos permite conocer de cerca por qué se decide construir la casa de la colina. Mientras estaba en misiones hacia 1893, Juan Floro Bret buscada de nuevo un lugar para la escuela apostólica. El paso por Santa Rosa de Cabal y el hospedaje que allí recibió le abrió horizontes. A pesar de sus convicciones de que ese era el lugar adecuado, el Visitador Réveillère no estaba de acuerdo. Sin embargo, hechas las consultas a París, la respuesta fue favorable para una fundación en ese punto. El florecimiento de esta casa viene testimoniado frecuentemente por las crónicas que evidencian cantidad de jóvenes que por aquellos claustros pasaron. El noviciado y el estudiantado fueron trasladados a Santa Rosa en agosto de 1907. TUNJA. Si el clima fue un criterio para estos traslados, llegamos ahora a otra casa que fue importante para la Provincia. Desde 1880 Tunja se había convertido en centro de una nueva diócesis. Incluso poco antes de que fuera nombrado el Prelado, el administrador apostólico se había interesado por la presencia de la Congregación allí para favorecer la formación del clero local. El P. Bret fue uno de los lazarista que trabajó en el seminario diocesano antes de que fuera completamente administrado o regido por la Comunidad. Esto se dio el 2 de febrero de 1892. Cuando se habla de Tunja, de inmediato se tiene que mencionar al P. Joseph Pron (18631949). Poco después de su ordenación sacerdotal, en 1890, llega a Colombia procedente de Francia. Prácticamente toda su vida transcurre en las casas de la Provincia. Creo que es una figura que hoy los padres mayores alcanzan a recordar con corazón admirado y agradecido. Fue Visitador por 19 años, de 1919 a 1938. Fue superior de Tunja en tres ocasiones. Sus reconocidas habilidades arquitectónicas lo pusieron al frente de la construcción del nuevo seminario. Aquí, como era la usanza, seminario mayor y menor caminaban a la par, unas veces en el mismo edificio, otras en cambio separados. En Tunja también los cohermanos, además de ocuparse de la formación, se dedicaban a las misiones. Esto presencia favoreció un enriquecimiento vocacional para la Provincia y, más adelante se convertirá en un centro misionero y paso obligado hacia las misiones de la Prefectura de Arauca. NATAGA. En el 2004 se celebró el primer centenario de nuestra presencia en Nátaga, concebida como un centro para las misiones. Un primer contrato con el obispo se había firmado en 1896, pero se necesitaron tres años más antes de que dos misioneros pudieran ponerse en la brecha apostólica. Aunque el obispo deseaba más misioneros, solo en 1904 se pudo agrandar el equipo con cuatro lazaristas más, y por eso se hizo un nuevo contrato. La fecha convencional es 1904, pero Nátaga ya había sido pisada por los lazaristas. Hay que decir que Nátaga no era solo un caserío. En el lenguaje vicentino es un centro de misión que cubría extensas regiones del Cauca y del Huila. En 1907 llegan dos Hijas de la Caridad a Nátaga para ocuparse de la educación de los niños. Como ya se hacía en otros lugares, allí se fundaron las Damas de la Caridad y las Hijas de María que allí se ocupaban de los pobres y daban una mano en la atención a los peregrinos. Durante los primeros seis años de presencia en Nátaga los hijos de San Vicente predicaron 52 misiones. Para las misiones en el Huila, existen en el archivo de la casa provincial un manuscrito valioso redactado por el P. Domínguez. Sus páginas van relatando estas misiones y aquí hay una fuente que nos permite analizar no solo el personal, sino también el método, las dificultades y los logros obtenidos, siguiendo el tradicional método vicentino de las misiones populares. TIERRADENTRO. Junto a Nátaga, no solo en lo geográfico, se encuentra Tierradentro. El desarrollo de esta misión está estrechamente vinculado a la fundación de Nátaga. La petición de los lazaristas para la evangelización de esta zona, de difícil acceso por sus características geográficas, inició hacia 1889. El arzobispo de Popayán pidió a la Congregación y después de los diálogos se firmó el contrato el 16 de julio de 1905. Por deseo del obispo, al inicio la sede de la casa de la misión no fue Nátaga sino su sede episcopal. Esto dificultó los dos primeros años la constitución de una casa vicentina normalmente constituida. Esto obligó a que, más allá del deseo del obispo, la sede de la misión fuera Nátaga. Así hasta 1916, cuando fue posible dedicar más misioneros al trabajo y, por consiguiente, crear de nuevo una casa separada. Debo decir que en la historia de las misiones de Tierradentro se ha dado poca importancia a una figura jurídica: el Ius commisionis. Esta es una figura jurídica de Propaganda Fide, que asigna a una comunidad misionera la actividad pastoral de un territorio de misión nombrando como Prefecto (o Vicario) Apostólico uno de sus miembros y asegurando que el clero de ese territorio sea dotado por la misma familia religiosa. Entiendo que conPablo VI esta figura pasó a ser cosa del pasado. Pero este es un punto que estoy investigando. Sobre Tierradentro hay muchas crónicas. PANAMA. La separación de Panamá como nación independiente se dio en 1903. La construcción del Canal que une el mar Caribe al océano Pacífico, incrementó la importancia comercial y política del itsmo de Panamá. Fueron muchos los vicentinos e Hijas de la Caridad que hicieron esta travesía en su camino hacia las lejanas misiones del centro y sur de América, pero la Congregación no tuvo una sede permanente en Panamá. En 1875,las Hijas de la Caridad expulsadas de Méjico, aceptaron establecerse allí para dar inicio a una fundación que se hiciera cargo de los enfermos, sobre todo afectados por enfermedades tropicales. Así comenzó la presencia de los misioneros, para atender a las Hermanas. Desde 1877 en Panamá vivía un lazarista. Recordemos que entonces era territorio colombiano. Esta casa se convirtió en casa de hospedaje para tantos lazaristas que hacían este largo viaje. El inicio del siglo XX conoce mucha inestabilidad a causa de las luchas por obtener la independencia. Mientras tanto el obispo de Panamá inició a pedir vicentinos para trabajar con los nativos indígenas del norte, en la frontera con Costa Rica. El P. Fiat lo remite al P. Thomas Smith (1830-1905), visitador de Estados Unidos. En ese mismo tiempo el P. Réveillère estaba contemplando la posibilidad de abrir una escuela apostólica en Panamá. Pero esto nunca se dio. El lazarista que trabajaba solo en Panamá se llamaba Thomas Gougnon (1839-1908), vivía allí desde 1892. Por haber vivido tanto tiempo solo se encontró con la dificultad de poder convivir con otros cohermanos. En 1912 la Santa Sede nombró obispo de Panamá a Guillermo Rojas y Arrieta (1885-1933). Uno de sus primeros cometidos como pastor, fue pedir a la Congregación para entregarles el Seminario de la diócesis. ARAUCA. De 1916 a 1956 la Provincia asumió la responsabilidad pastoral de este territorio. Tierradentro llevó a la Santa Sede, a través de su Delegado Apostólico, a pedir a la Congrgeación se asumir esta otra misión con indígenas. Arauca era mucho más de lo que es hoy. Hay huellas vicentinas en la zona de Labateca, entre los indígenas uwas. Bueno, hasta aquí podemos decir que estamos en los primeros años, quizás la primera década del siglo XX. De ahí en adelante hay aún mucha tela para cortar. ALGUNOS PERSONAJES DE NUESTROS PRIMERAS EPOCAS C.M. Provincia de Colombia P. Fenelón Castillo Arce C.M. La historia de la comunidad como la de la Iglesia y el mundo se realiza en hechos y éstos son realizados por personas. Al estudiar la historia de los primeros 70 años de la Congregación de la Misión en Colombia encontramos a las personas que la han tejido. Vamos a mencionar solamente a algunos personajes significativos de esta primera historia; solo algunos, a manera de ejemplo. Varias reflexiones nos sugiere el observar estos iconos. Primero, que ellos nos muestran un tejido variopinto; hay de todo, porque es tejido humano: verdaderos santos y menos santos, verdaderos sabios y menos letrados; hombres de gobierno unos (visitadores, pastores) y coequiperos humildes otros; gentes mediocres y personas sobresalientes; cohermanos de recia contextura física y otros enfermizos; temperamentos severos y temperamentos de gran bondad; equilibrados unos y algo singulares otros. Quienes saben estas “historias” podrían dar ejemplos de cada tipología: un Botero, un Pron, un Castillo, un Navia, un Prades… Otra observación importante, el carácter internacional de nuestra Provincia desde sus comienzos: franceses, peruanos, colombianos, costarricenses, españoles, holandeses. En el territorio mismo colombiano la geografía vocacional ha variado un poco en sus dominantes: caucanos, vallunos, huilenses, boyacenses, caldenses, santandereanos, para mencionar solo algunas tendencias dominantes según las épocas. Según el programa de la Provincia hasta 2013 habrá sesiones que harán mención de ciertos personajes relevantes; y, naturalmente al escribir la historia el panorama de las personas será muy amplio. PADRE GUSTAVO FOING Ya en las exposiciones se ha hablado mucho de nuestro fundador y primer Visitador. Sabemos que es un francés nacido en 1836 en Cosne, de la Nièvre. Entró al Seminario Interno en 1857; en 1870 fue destinado como misionero a Colombia, concretamente a Popayán, para encargarse de la dirección del seminario de esa muy extensa diócesis. Dos años después fue nombrado primer Visitador de la Provincia de América Central. Hombre de organización, muy pronto fue estimado por la sociedad payanesa; con su compañero Augusto Rieux, en menos de un año ya tenía bien establecido el Seminario Mayor y el Menor. Atendiendo petición de Mons. Canuto Restrepo en 1875 fundó el seminario de Pasto. En 1876 tuvo que ir al destierro durante la persecución de Conto. Pero en Costa Rica aprovechó el destierro para establecer allá el Seminario diocesano y el Seminario Interno nuestro. Su retorno a Colombia se llevó a cabo en 1881. Alcanzó a fundar el 6 de enero de 1886 la casa de Cali para escuela apostólica. Pero el 25 de enero de ese 1886 el Superior General lo nombró Asistente o Consejero General, lo que lo desbarajustó un poco pues ya estaba muy apegado a Colombia. Viajó a París pero pronto se dio mañas, sin renunciar al Consejo General, de regresar a su país de adopción (1887); dicen que alegó los comentarios que se hacían de que sería nombrado sucesor del difunto obispo Bermúdez para venirse a conjurar esa amenaza. De hecho, Foing no será ya Visitador, pues tenía su reemplazo en la persona del Padre Germán Amourel. Pero la sociedad y el Seminario de Popayán seguirán contando con Foing para muchos asuntos y ello no podía menos de molestar a su sucesor. Muy apesadumbrado por una molestia que nunca había querido causar, el P. Foing se desquició un poco y así enfermo tuvo que regresar a París, sin pertenecer ya al Consejo. Recuperado regresó en 1892 como director del Seminario Interno en Cali; lo fue durante 5 años tomando muy a pecho la espiritualidad y la disciplina. Eso mismo, al lado de acontecimientos de la política como una guerra en 1895 le volvieron a arruinar la salud. Por ello tuvo que regresar a Francia definitivamente en 1900, sin dejar de suspirar por Colombia. A un colombiano que pasaba por París le expresó su nostalgia: “dígale al Padre Visitador que si me hace regresar, yo le puedo ser útil todavía aun cuando sea para cuidar estudios en el Seminario”. El Padre Gustavo Foing, después de soportar santamente sufrimientos de alma y cuerpo murió en París el 4 de mayo de 1904. Tenía entonces 68 años. Su personalidad está ya en parte descrita por los acontecimientos de su vida. Espíritu de organización. Formado en la estrictez del lazarista francés de la época, se atenía siempre a los directorios de la comunidad, a las normas para los seminarios, tanto el diocesano como el de la comunidad que le tocó dirigir. Muy dado a la oración, la tomó, dicen, con cierta exageración en su tiempo de director de novicios. Mas no se lo crea burdo o huraño. Con sus buenas relaciones conquistó a la exigente sociedad payanesa. Hasta en el momento en que tuvo que enrostrar el cierre del seminario y la partida para la cárcel y el exilio manifestó gran bondad, como si no estuviera tratando con soldados sino con personas amigas. Muy sensible de temperamento, ello lo hizo sufrir sobre todo en el momento de saber que molestaba a su sucesor o que debía dejar las gentes que había aprendido a amar o que le manifestaban su estima. Un óleo hecha Popayán, ahora en el nuestro museo de Santa Rosa de Cabal, lo muestra algo calvo, con rostro rubio y ojos azules. PADRE JOSE AUGUSTO BIROT Hay que situarlo aquí muy al principio pese a su escaso tiempo de permanencia en Colombia, por ser el pionero de nuestras misiones populares. Nació en Carcassonne, de Francia, en 1829. A los 30 años de edad ingresó en la Congregación. En 1873 fue destinado a Guayaquil y en 1875 a Popayán; su destino a esta casa era con la finalidad de ocuparse específicamente de las misiones populares. Todo un misionero fue el Padre Birot; de esos que entusiasman por su celo y hacen llorar por su predicación y ejemplo. Se dedicó a predicar en poblaciones cercanas a Popayán: Silvia, Totoró, Paniquitá, Jambaló, Coconuco: como se ve sectores en buena parte indígenas. Su sistema consistía en a) repetir: con paciencia insistía mucho en los misterios de la fe; b) para hacer grabar mejor las verdades se servía de cantos; c) hacía erigir viacrucis entre poblaciones como entre Totoró y Paniquitá. Muy asiduo a la confesión, los indígenas hacían fila días enteros para ser atendidos por él. Tal sería el impacto que causó en su ministerio que, muchos años después, cuenta un misionero que en las confesiones en Silvia, al preguntar al penitente “¿Y Ud. no ha robado?, ¿ No ha peleado?, ¿ no ha sido infiel a la esposa..?”, recibía invariablemente la respuesta: “No; misión prohibió”; “misión prohibió” había sido el paso del P. Birot. Desterrado por César Conto tuvo que salir en 1876. Se fue para Argentina. Murió en Guatemala el 31 de diciembre de 1910. Padre JUAN BAUTISTA MALÉZIEUX En el seminario de Popayán, nuestra primera casa, los antiguos alumnos inauguraron dos óleos – solo dos – de sus primeros formadores: Gustavo Foing, primer Rector, y Juan Bautista Malézieux. ¿Qué tuvo de especial la figura de este último para merecer tal honor? Esta nota probablemente lo hará adivinar. El P. Malézieux nació en Nauroy Saint Quintin (Aisne, en Francia), el 20 de mayo de 1845 y entró a la Congregación a los 20 años de edad. Recién ordenado sacerdote fue enviado a Colombia y llegó a Popayán el 2 de octubre de 1871, como quien dice para el segundo año de labores. En enero de 1875 fue enviado a dirigir el seminario de Pasto. Muy bien había comenzado a marchar esta obra cuando la persecución de Conto lo hizo salir desterrado en 1876. Por Guayaquil se dirigió a Costa Rica. El P. Malézieux regresó a Popayán, pasada la persecución, el 29 de agosto de 1885; allí se radicó como formador ante la no reapertura del seminario de Pasto. Desde 1886 fue prácticamente rector y se distinguió como educador nato y profesor insigne sobre todo en las llamadas humanidades. En 1889 fue enviado como rector al seminario menor de Quito y reemplazó provisionalmente al Visitador del Ecuador. Fue allá donde murió un poco sorpresivamente el 16 de noviembre de 1910, a los 65 años de edad. El aprecio que de él tuvieron sus discípulos en Popayán explica el busto al que se alude arriba y que fue inaugurado el 6 de abril de 1921 con ocasión de celebrarse los 50 años de nuestra presencia vicentina en Popayán. Ese aprecio se halla regiamente ilustrado en la pluma clásica del maestro Guillermo Valencia, el mismo que también le dedicó un poema; de su discurso que vibró ese día se extraen los siguientes párrafos. “El hombre cuya imagen decora y ennoblece estos muros, fue sencillamente un grande hombre por la excelsa pluralidad de sus atributos. Cinco años viví a su lado en íntima comunicación con su alma noble, cristiana y austera, y no voló minuto sin que de ella saliese una sabia enseñanza o un admirable ejemplo. Su larga pericia pedagógica le permitía bucear en nuestras almas diáfanas, sorprender en ellas los dañinos brotes que debían extirparse y los renuevos dignos de paciente cultivo. El apreciaba la franqueza, amaba la sinceridad, glorificaba el carácter entero, humillaba la hipocresía y defendía a los urgidos de su sapiente dirección… Cuando sentía su obra asegurada, confiaba a otros la labor de pulirla; pero la huella de su pulgar plasmante mostraba para siempre su sello inconfundible”… “Era docto al par que agradable; amaba y cultivaba las humanas letras como el medio más grato de ennoblecer el alma. Gozaba de la buena literatura que él se esforzaba por comunicar a sus discípulos. Cuántos, entre éstos, podríamos decir que por su influjo y diligencia en doctrinarnos, le somos deudores de nuestra vocación literaria”… “Con ser muy alto en letras, su mayor grandeza radica, a nuestro ver, en la robustez de su espíritu… Buscaba, como el cura de Ars, el reinado de las maravillas por las sendas humildes de la sencillez cristiana a cuyo extremo se abre el mundo del milagro…. Y como paradigma de su vida religiosa, se compenetró con el espíritu del extrahumano fundador de la Congregación de la Misión, San Vicente de Paúl. Gustaba como éste de laborar entre dificultades, de edificar para la eternidad con materiales de apariencia opaca”. Hermano PEDRO MARIA DUPORT Lo mencionamos aquí, no solo por haber sido el pionero de nuestros Hermanos llamados Coadjutores, sino porque en su fugaz peregrinación por la tierra colombiana dejó lecciones duraderas. El Hermano Duport nació en Santa Catalina, de Francia, en 1866. A sus dieciocho años ingresó en el Seminario Interno de París. Hechos los votos, en 1886, fue inmediatamente enviado a la casa de Cali; como se ve, tenía apenas 20 años; la intención era clara: se trataba de plantar en Colombia una buena semilla de Hermanos. El Padre Bret quien lo conoció bien, escribe que era ejemplar en la virtud y en la piedad; los cohermanos, los alumnos y hasta la gente de afuera se dieron cuenta de que estaban en presencia de un joven santo. “Iba a la casa de campo (Yanaconas) y regresaba siempre a pie, y generalmente cargando un pesado fardo… Se le destinó a la cocina: malo el fogón, primitivos los utensilios. Así y todo no profirió queja, jamás se impacientó, jamás perdió el buen humor… El Padre Superior, para que aprendiese prácticamente el español, le había permitido hablar un cuarto de hora con los alumnos en el recreo de la tarde; los niños profesores, como era natural, se desternillaban de risa oyéndolo maltratar horriblemente la lengua de Cervantes; en lugar de correrse y disgustarse, el humilde hermano les hacía coro y se reía de sus gazapos… Concluído su oficio, en vez de ponerse a descansar, trabajaba en el jardín o barría la casa” Pensaron llevarlo a Popayán donde estaba aún el seminario interno, pero menos de un año después de su llegada a Colombia se contagió de tifoidea que en pocos días acabó de preparar lo que ya se veía maduro para el cielo. En el delirio de la fiebre se puso a entonar en francés el canto que también conocemos en castellano: “Al cielo yo iré – purísima María -¡oh dulce madre mía! – allá yo te veré”. Solo terminar la primera estrofa y así, cantándole a María, se murió nuestro primer Hermano. Era el 27 de junio de 1887 y no tenía sino 21 años. Ante tal vida y tal muerte, nada raro tuvo que varias personas declararan haber recibido favores encomendándose al Hermanito Duport. Padre DAVID ORTIZ Lo podemos considerar como el primer vicentino colombiano. En efecto el primer colombiano que entró en la Congregación fue Victoriano Rosero, nacido en Pasto e ingresado en el Seminario Interno (¿en París?) en 1876 y que, ordenado sacerdote, estuvo en Costa Rica y después en Popayán. Pero Rosero se retiró en 1898; diríamos que pierde así los derechos de primogenitura. David Ortiz nació en Roldanillo (Valle) el 15 de noviembre de 1857. Hizo sus estudios humanísticos con los lazaristas en Popayán, pero cuando los Padres fueron desterrados David Ortiz hizo lo que es digno de un héroe: junto con su mamá allegó los fondos económicos necesarios y a los 19 años, en 1876, se fue a París a hacer el Seminario Interno: ahí se lo registra como ingresado el 20 de agosto de 1877; ese era su talante. El 3 de junio de 1882 fue ordenado sacerdote en Francia y regresó a la Provincia quedándose un año en Panamá hasta que recibió la indicación de regresar a Colombia a donde llegó el 14 de marzo de 1883. Fue destinado al seminario menor de Popayán. Le correspondió preparar para la primera comunión a personajes como Guillerrmo Valencia, Alfredo Vásquez Cobo y Manuel Antonio Arboleda; por ello entendemos que el Maestro Valencia le dirigiera palabras de elogio en su discurso de 1921 y que lo invitara a su hacienda de Coconuco. De 1884 a 1904 David Ortiz ejerció su ministerio de vicentino en Ecuador, Santa Rosa de Cabal y Cali hasta que le llegó el destino que mejor lo identifica en su trayectoria misionera. Fue el año 1905, cuando fue asignado a Tierradentro; allí permaneció 24 años en diferentes poblaciones. Trató de aprender la lengua de los paeces; siguiendo el programa de San Pablo llevó allí una vida de mucha austeridad: trabajaba físicamente; comía de lo que hubiera y dormía sobre el suelo; dicen que nunca se le oyeron quejas de que algo le faltara. Y es que por fortuna disfrutaba de excelente salud. Un día de marzo de 1929 estaba trabajando con los indios y les increpaba su flojera en el trabajo; les dijo que vieran cómo a sus 72 años él tenía energías. Ese día comió un pescado que lo intoxicó y al siguiente, 3 de marzo, murió de la que fue la primera y única enfermedad de su vida… Ese fue David Ortiz, nuestro pionero. Padre LUIS MARIA CASTILLO Un Cuaderno Vicentino editado por Cevco en mayo de 1990 e intitulado “El Padre Castillito” nos sintetiza la vida ejemplar de este cartagüeño, otro de nuestros varones ilustres. A ese folleto nos podemos remitir. Luis María Castillo nació el 24 de mayo de 1878 y hubiera debido llamarse “del Castillo” pues ése era el apellido de su papá, don Jerónimo del Castillo; pero la humildad vicentina llevó a su hijo a quitarse el “del” que indicaba su alcurnia castellana, delatada hasta en sus ojos azules. Luis María se fue a estudiar en la Apostólica de Santa Rosa en 1895 y será el primer fruto sacerdotal de esa Alma Mater. Pasó a Cali donde entró al Seminario Interno el 7 de diciembre de 1898 e hizo los votos, según costumbre, dos años después. En ese año 1900 Colombia estaba en plena guerra de los mil días; ése fue uno de los motivos para que el “Hermano Castillo” junto con Martín Amaya y José Trullo fueran enviados en agosto de 1901 a continuar su formación en Francia, concretamente en Dax. Eso era no se sabe si una fortuna, un premio o una oportunidad, pasar años de formación en las Landas, cerca de Ranquines y poder ir a Lourdes. La ordenación sacerdotal se llevó a cabo el 22 de junio de 1905 en Dax; primera misa en la iglesia donde había sido bautizado Vicente de Paúl. Y se fue a celebrar la otra misa de primicias en su Cartago natal, esta vez en la iglesia de su propio bautismo, el 15 de septiembre de ese 1905. Los destinos apostólicos del Padre Luis María Castillo fueron: la apostólica de Santa Rosa y las misiones populares en Valle, Huila y Boyacá; se conservan algunos de sus cuadernos con relatos algo esquemáticos de sus misiones. Pero la parte del león se la llevó la Prefectura Apostólica de Arauca, especialmente Tame donde permaneció 25 años dando ejemplo de lo que siempre lo caracterizó, las cinco virtudes vicentinas. Hasta que los superiores pensaron que, a sus 76 años ya era oportuno llevarlo al clima más benigno de Santa Rosa; además era conveniente que los jóvenes de Apostólica recibiéramos los ejemplos del “santo Padre Castillo”. Pero Dios no lo quiso así y en el viaje hacia su nuevo destino, estando en Soatá, el 18 de agosto de 1954, se murió este hombre de Dios. En Soatá y Boavita muchos se acercaron a tocar con crucifijos, medallas y camándulas el cuerpo yerto de “ese padrecito tan santo”. Los funerales y el sepelio se llevaron a cabo en Bogotá. Ciertas expresiones como las recogidas en el aludido folleto indican muy bien la percepción que del Padre Castillo pudieron hacerse los afortunados que lo conocieron. “Inocente, amable, santo. Todo bondad, todo dulzura, todo cultura” (P. José Naranjo). “Todo en él respiraba santidad” (Hna. Belisa, O.P., Soatá). “El Padre Castillo es el hombre más santo de cuantos he encontrado en mi camino” (P. Martiniano Trujillo). “Todo el mundo en Arauca decía que el Padre Castillo era un santo; y no decían mentira. Si ése no era santo, ¿entonces quién?” (Sor Josefa Zapata, H.d.l.C.). “… pero ninguno como el P. Castillo; ¡huy! Eso sí era un santo” (Teresa de J. Cermeño, Arauca). Padre ALFONSO MARIA NAVIA Es otro de los biografiados en Cuadernos Vicentinos, el folleto “El Sabio Navia” que haríamos bien en repasar. Navia fue un palmirano de pura cepa, nacido el 16 de mayo de 1887, parque de por medio, al frente de la Iglesia de Ntra. Señora del Rosario del Palmar. Estudió humanidades en la acreditada Apostólica de Santa Rosa de Cabal y el 10 de Agosto de 1903 ingresó al noviciado vicentino de Cali. Allí mismo comenzó los estudios de seminario mayor que se fue a terminar en Santa Rosa; el 2 de julio de 1911 fue ordenado presbítero en Manizales. Dos años como profesor en Santa Rosa para pasar en 1913 al Seminario de Tunja donde ejerció el ministerio como profesor eximio hasta que una embolía lo arrebató estando en Palmira el 11 de junio de 1941, para consternación de quienes lo conocían, sobre todo en la fría capital del Zaque. El Padre Alfonso María Navia fue admirado sobre todo como un científico. Escribió “La pronunciación clásica del latín, que le valió ser contado como miembro de la Academia de la Lengua de Colombia; único vicentino en haber merecido ese honor. Inició la publicación de la revista Fides Latina. Estudió las aguas termales de Paipa y sus estudios hicieron sembrar en la laguna de Tota la trucha Arco Iris. Montó la primera radio en Tunja y advirtió a los alumnos que ese invento tenía un porvenir para el apostolado; así nació después Radio Sutatenza. Navia escribía para revistas europeas; como autodidacto universal había aprendido varios idiomas y era consultado por físicos y químicos de Colombia. Se pueden contar otras maravillas de esaa ciencia que lo hizo conocer como "el sabio Navia", que jamás salió del país ni estuvo en universidad alguna. Pero fue también hombre de virtud: humilde, sencillo, santo; todo un hijo de Vicente de Paúl. CONGREGACION DE LA MISION: Provincia de Colombia NUESTROS PRIMEROS SETENTA AÑOS P. Fenelón Castillo Arce C.M. Advertencias preliminares Debo advertir desde el principio que, si se habla para 2013 de 100 AÑOS DE LA PROVINCIA, no se trata de 100 años de existencia de la Congregación en Colombia, ni siquiera de 100 años de erección de una nueva provincia con sede en nuestro territorio. En efecto, nosotros llegamos a Colombia en 1870 y fuimos establecidos como provincia autónoma en 1872 con centro en Popayán. Pero se denominó aquello “Provincia de América Central” y su jurisdicción comprendía desde Perú hasta Costa Rica. Lo que ocurre es que en 1913 esa jurisdicción quedó circunscrita a las casas fundadas en el territorio de Colombia y por ello se puede hablar de 100 años de esta Provincia en 2013. Nuestra reflexión de estos dos días se circunscribe a unos 70 años, es decir hasta el momento en que se considera que nuestra Provincia adquirió una completa autonomía con el nombramiento del primer Visitador colombiano. Se hablará de algunos acontecimientos especialmente importantes y después se mencionará a algunos cohermanos más destacados en ciertos aspectos de nuestra historia. El origen (bibliografía) de estos datos se hallará al final del trabajo. Se advierte también que esta reflexión contempla primordialmente los datos históricos ya que en otros momentos de este mismo encuentro se abordan otra clase de temas de reflexión. No renuncio, sin embargo, a aludir en determinados momentos al contexto de nuestra historia en el marco de la Iglesia y del mundo, como es indispensable para que pueda ser entendida. Este es el derrotero que podemos seguir: 1° Los orígenes 2° Tiempos de persecución ETAPAS 3° La expansión en nuevas fundaciones 4° La Provincia de Colombia, su consolidación 5° Arribo a la adultez PERSONAJES Gustavo Foing, José Augusto Birot, Juan Bautista Malésieux, Hno. Duport, David Ortiz, Luis M. Castillo, Martín Amaya, Alfonso M. Navia, Juan Floro Bret, LOS ORIGENES Los primeros miembros de la Congregación de la Misión enviados a Colombia llegaron en noviembre de 1870. Veamos ante todo lo que significa este año como contexto. 1° El contexto En 1870 era Sumo Pontífice el papa Pío IX en cuyo pontificado - el más largo de la historia después de Pedro (1846-1878) se asistió el despojo de los Estados Pontificios en aras de la unidad italiana. En sus años como Delegado Apostólico en Chile, este papa (Mastai Ferreti) tuvo oportunidad de venir a Colombia. El Beato Pío IX fue quien convocó el Primer Concilio Ecuménico del Vaticano (8 XII 1869 – 20 X 1870), que definió la Infalibilidad Pontificia; esta asamblea será la ocasión providencial para los contactos que llevaron a nuestro establecimiento en Colombia. Recordemos que en esa época, además del conflicto político, se vivieron las polémicas sobre la masonería, el racionalismo, el Syllabus. Recordemos también que Pío IX había sido próximo a los lazaristas de Italia y se había hospedado en una de sus casas en Roma. En cuanto a la época de la Congregación de la Misión. Superadas las tribulaciones inherentes a la Revolución Francesa, se había pasado a una época de franco restablecimiento y la comunidad había sido establecida ya en varios países de América: Brasil (1810), Estados Unidos (1816), México (1844), Cuba (1846), Chile y Uruguay (1854), Perú (1858), Argentina (1859), Guatemala (1862), Ecuador (1870), aunque no en todas partes con igual solidez. – En 1870 era Superior General el francés Juan Bautista Etienne (1848 – 1872) a quienes algunos consideran como el segundo fundador de la Congregación. Si se quiere dar un vistazo a esta época de la Congregación se encontrarán, entre otras, figuras de la santidad como Rosalía Rendu, Catalina Laboré, Justino de Jacobis, Guebre Miguel, Marcantonio Durando, Federico Ozanam Y si llegamos a COLOMBIA, es preciso recordar que en 1863 la Constitución de Rionegro había establecido el sistema de los Estados Soberanos de cuya incidencia en la primera etapa de nuestra historia será preciso hablar después. 2° Llegada de los primeros misioneros Monseñor Carlos Bermúdez había sido nombrado obispo de Popayán y al posesionarse en 1869 había encontrado su diócesis en lamentable escasez de sacerdotes; la solución no podía ser otra que el establecimiento de un verdadero centro de formación pues el Real Colegio Seminario existente estaba lejos de colmar los objetivos. Era preciso hacer venir una comunidad experta que dirigiera ese centro de formación y para ello buena oportunidad podía presentar el necesario viaje del obispo a Europa con motivo del próximo Concilio Vaticano. El problema podía ser sobre todo económico pues la empresa ocasionaría cuantiosas erogaciones. Un hecho sacrílego vino a ser providencialmente parte de la solución y así lo narran Bret y Naranjo (cf. Bibliografía adjunta). “La rica custodia de oro macizo, ornada de diamantes y esmeraldas, que poseía la catedral desapareció. Inútiles las pesquisas para dar con el autor del sacrilegio. Sentencia de excomunión con toda la lúgubre solemnidad entonces acostumbrada, ya se iba a fulminar, cuando una mañana, en una iglesia de la ciudad, se hallaron los pedazos de la custodia, hecha trizas, con la mayor parte de las piedras preciosas envueltas en trapos. “El Señor Bermúdez, en vísperas de irse para el Concilio Vaticano (I) recogió los restos informes y se los llevó con el propósito de venderlos y dedicar el producto a la obra del seminario. Con recomendación de Pío IX el prelado se dirigió al P. Juan Bautista Etienne, superior general de los Hijos de San Vicente de Paúl. Y, claro, así apoyado, no pudo menos de salir airoso de su gestión. Otro relato puntualiza todo el proceso en esta forma: el obispo Bermúdez, no encontrando para su vasta diócesis sino pocos sacerdotes, ancianos y achacosos los más, resolvió encargar su seminario a los Padres Lazaristas. Y con grande insistencia pidió al P. Juan Bautista Etienne, sacerdotes para el dicho establecimiento. Como el Superior General respondiese que por falta de personal no le era posible complacerlo, el obispo entonces solicitó u recabó la mediación del Papa. La que el general no podía desatender, cuánto más siendo hijo de San Vicente. Y el 15 de junio de 1870 se firmó en París el contrato que confiaba a la Congregación la dirección del seminario de Popayán” 1 Una observación cabría hacer: ¿viajó Mons. Bermúdez a París aún no terminado el concilio? Por otra parte, recordemos, sin embargo que en la época las comunicaciones se facilitaban ya con el uso del telégrafo, comodidad que el Vaticano I fue el primero en poder utilizar. Dicho y hecho, los primeros misioneros fueron nombrados. Fueron ellos los Padres Gustavo Foing y José Augusto Rieux, ambos franceses, quienes zarparon del puerto de Saint Nazaire el 8 de julio siguiente junto con diez Hijas de la Caridad que se dirigían, no a Colombia sino al Ecuador, lo que impuso a nuestros cohermanos una estada en Guayaquil a partir del 4 de Agosto. Las peripecias de nuestros dos fundadores, narradas en sus cartas y transcritas en los Anales de la Congregación (Anales en francés) se pueden leer en parte en los Apuntes para una Historia de la Congregación de la Misión en Colombia, tomo I, del P. José Naranjo (pp. 32 a 38). Son interesantes y hasta divertidas. Llegaron a Buenaventura vía marítima, procedentes de Guayaquil el 9 de noviembre de 1870, navegaron por el Dagua y siguieron a caballo después por la cordillera entre divertidos y atónitos pero siempre con modales misioneros, divisaron el Valle del Cauca y llegaron a Cali el 16. En esa ciudad, que tenía entonces unos 15.000 habitantes y pertenecía a la diócesis de Popayán, se hospedaron en casa del doctor Orejuela. Después de tres días de “regalarse” con las atenciones de los caleños, el 19 emprendieron viaje a caballo para Popayán. El viaje siguió teniendo peripecias pero el 24 de noviembre de ese año 1870, a la una de la tarde, llegaron a Popayán. Pese a todos los esfuerzos por pasar inadvertidos, no faltó quién pasara la voz y así salió a recibirlos el Vicario General de la diócesis, doctor Federico Arboleda, los condujo a la residencia provisional de los misioneros, es decir el palacio episcopal. Sin radio ni cosa parecida el rumor fungía entonces como medio de divulgación rápida, y así ese 1 Naranjo, Apuntes, I pp. 31 s. mismo día la población entera supo del arribo de los lazaristas franceses que se encargarían del seminario diocesano. Los misioneros se encontraron sorprendidos de las atenciones de esa sociedad con familias de Arboledas, Valencias, Cháux etc.; la prensa de Popayán, como lo había hecho la de Cali, publicó el acontecimiento y dio la bienvenida a los “egregios hijos de San Vicente.” Hasta tres domésticos puso la familia Arboleda a su servicio… Pero a trabajar habían llegado desde el principio los misioneros y no había tiempo para homenajes ni exquisiteces. 3° El Seminario de Popayán Popayán tenía ya una institución llamada Real Colegio Seminario, regido entonces por don Joaquín Valencia, padre del insigne maestro Guillermo Valencia. En esa institución habían estudiado personajes como Camilo Torres y Francisco José de Caldas. Pero se trataba de una institución que no había tenido objetivos directamente de formación sacerdotal aun cuando se tuviera en ella una clase de religión. En el momento contaba unos 80 alumnos de la sociedad payanesa. Gustavo Foing y Augusto Birot se dieron cuenta desde el principio de que era necesaria una transformación y de que esa transformación no podía ser inmediata sino fruto de un proceso; debían comenzar con un simple colegio. antes de intentar un verdadero seminario. El 2 de febrero de 1871 abrieron la obra con 18 alumnos internos y 125 externos; de los internos 6 jóvenes eran candidatos al sacerdocio. Colaboraban en la enseñanza un sacerdote joven y cinco laicos. Para la pascua de ese año los cohermanos se concretaron a la dirección de los internos e hicieron ya correr la voz de que el año siguiente se suprimiría el externado. Esta noticia causó disgusto e inmediata oposición de los payaneses, quienes alegaban, entre otras cosas, que los edificios ocupados por la institución educativa habían sido construídos con dineros del erario público. Los misioneros, que contaban con el apoyo del obispo Bermúdez, argumentaron que existían cánones que regulaban el uso de donaciones en favor de la Iglesia y algo más: que ellos debían atenerse a los directorios de los lazaristas exigían un tipo determinado de seminario. Los payaneses terminaron por aceptar esas razones y hasta tuvieron la gentileeza de pedir perdón por su error involuntario. Y es que, además, alos alumnos habían comenzado a afluir de todos los puntos de la inmensa diócesis. Las cosas marcharon tan bien que ya en noviembre de ese año 1871 podía decirse que el Seminario de Popayán estaba fundado. Por otra parte, y esto hace parte de la consolidación de la obra, el dos octubre de este mismo año llegó a Popayán el refuerzo de otros dos vicentinos: Juan Bautista Malézieux, francés, y Federico Gamarra, peruano. Y, como síntoma también de afianzamiento, en noviembre se tuvo la celebración de la tonsura de uno de los seminaristas y de la tonsura y órdenes menores para otro. De manera que en solo 10 meses nuestro primer seminario ya estaba marchando. Y no se trata de un cuento de hadas, pues debemos creer a una carta del Padre Foing al Padre Etienne (31 de octubre de 1871) quien escribe que en octubre el seminario tenía ya 77 menoristas y 6 mayoristas y que los alumnos son dóciles, estudiosos y muy accesibles a las ideas de piedad. ¿Cómo pudo en menos de un año llegar a tales resultados? A más de la ayuda de la Providencia divina: apoyo decidido del obispo; fe, trabajo, objetivos claros de parte de los formadores; y, precisa decirlo, gran colaboración de las familias payanesas y de los párrocos de la diócesis. 4° Establecimiento de Provincia de la Congregación Si rápido puede parecer el progreso de nuestra primera obra, más podría parecerlo, y aun precipitado, la fundación de una nueva Provincia. Hasta entonces se había dependido directamente de la Casa Madre de París. Pero el 5 de febrero de 1872 el Superior General erige la PROVINCIA DE AMERICA CENTRAL dándole como Visitador al P. Gustavo Foing y como casa provincial la de Popayán. De hecho el aunto ya estaba relaativamente maduro y se trataba de la organización de un territorio algunas de cuyas casas ya tenían buena trayectoria. La Provincia de América Central quedaba constituída por las casas de Guatemala, Popayán, Quito, Guayaquil. Lima y Arequipa (Perú). 5° Las otras dimensiones del carisma La Congregación de la fue traída a Colombia para ocuparse de la formación de sacerdotes en la diócesis de Popayán; esa fue su ocupación primera. Pero el fin de la Congregación desborda este ministerio; así lo entendieron los primeros lazaristas llegados a Colombia y por ello también desde el principio, diríamos que casi por instinto, pensaron en otras Así, desde finales de 1871 (cf. carta de Foing del 31 X 1871) sintieron la conveniencia de darle inicio a otra dimensión de nuestro fin: las misiones entre los campesinos. Sabemos que de hecho, ya en las vacaciones de fin de año de 1872, algunos de los misioneros, acompañados de seminaristas diocesanos emprendieron la tarea de hacer misiones a los campesinos del Cauca, no muy lejos de Popayán. Esta práctica, que pudiera ser tenida como novedosa o propia de nuestros tiempos posteriores al Concilio Vaticano II empezó con los primeros misioneros lazaristas. Evangelizar a los pobres y formar a los clérigos, eso está en las Reglas Comunes y eso se practicó desde el principio en nuestra Provincia. Esta obra de misiones se verá afianzada y dilatada con el arribo, en 1875, de un gran misionero, el francés José Augusto Birot, quien llegó del Ecuador expresamente para encargarse de misiones entre los indígenas del Cauca. De su sorprendente actividad habrá que hablar posteriormente. Pero también ayudar a los laicos. Fue así mismo en 1872 cuando se comenzó la tarea de organizar la caridad. Los Padres tuvieron contacto con las Conferencias de San Vicente, en lo que hoy llamaríamos servicio de asesoría. Colaboraron igualmente con la Sociedad del Sagrado Corazón que asistía a enfermos y daba comienzo entonces a un hospital. Se pensó en la posibilidad de establecer en Popayán a las Hijas de la Caridad y esta posibilidad fue contemplada incluso por Tomás Cipriano de Mosquera, pero todavía no era llegada la hora. En otro lugar podrá mencionarse el primer intento que hubo - en época anterior - de establecer a las Hermanas en Bogotá por deseo de un caballero francés que había sido cuidado por ellas en París; el Superior General había puesto como condición que vinieran con ellos sacerdotes lazaristas y el mismo Tomás Cipriano había exclamado rotundamente : “¡curas no!”; de ahí que quienes llegaron fueron las Hermanas de la Caridad de la Presentación, fundadas por la madre Poussepin. Quiere decir todo lo anterior que la Congregación de la Misión nació completa en Colombia, desplegando desde el principio todas las virtualidades del carisma que aparecen en la bula “Salvatoris nostri” y que el fundador había consignado en las Reglas Comunes. 6° Signos de afianzamiento La obra del Seminario de Popayán estaba siendo tan admirada que otro obispo decidió pedir a la comunidad que se encargara de su Seminario. Fue monseñor Manuel Canuto Restrepo, obispo de Pasto. La aceptación de la comunidad no demoró mucho y nuestra segunda casa en Colombia se abrió con la llegada – triunfal, dicen las crónicas – a Pasto de los padres Juan Bautista Malézieux y Tomás Gougnon. Ocurrió ello el 13 de enero de 1875. Ya el 1° de marzo comenzaron labores con 52 alumnos: 18 en Seminario Mayor y 34 en el Menor. A finales del año llegaron a integrar la comunidad de Pasto otros dos franceses, los Padres Ernesto Maurice y Pedro Jouve. Con lo que tenemos ya en Colombia la presencia de 5 misioneros, los Padres Foing, Rieux, Malézieux, Gamarra, Birot y Gougnon distribuídos en dos casas. La de Pasto tendrá vida efímera por los motivos que adelante serán expuestos. Naturalmente, la Provincia misma llamada de entonces de América Central desbordaba con mucho los límites de nuestra patria. En cuanto a nuestra primera casa, el Seminario de Popayán, se pueden ya señalar los primeros frutos. Para 1876, 6° año de labores, ya había habido 8 ordenaciones sacerdotales; menciono a: Adolfo Perea (futuro obispo de Pasto), Severo González, (palmireño, quien será el alma de nuestra fundación en Cali), Faustino Segura (quien entrará a la C.M) y Maximiliano Crespo (futuro obispo de Antioquia y Popayán). De esa primera época es preciso también mencionar a algunos seminaristas que llegarán al sacerdocio habiendo entrado a la Congregación de la Misión y que señalan ya el futuro de nuestra comunidad en Colombia: David Ortiz (roldanillense), Daniel Hoyos (palmireño), Marcos Antonio Puyo (epónimo de los vicentinos huilenses). En este punto – y examinadas ciertas listas de alumnos del Seminario con su procedencia – es bueno recordar que la diócesis de Popayán comprendía todo el actual departamento del Cauca y pasando el Valle del Cauca iba hasta Antioquia y el Chocó. Inmenso territorio que exigía obispos apóstoles, más en una época que estaba lejos de disponer los medios de transporte y comunicación de la época moderna. II. TIEMPO DE PERSECUCION (1876 – 1881) Muy bien iba el establecimiento de la Congregación en Colombia; quizás demasiado para seguir la normalidad en una historia de la evangelización. En 1976 hubo hechos que dieron al traste con una labor ya pujante provocando el destierro de los misioneros y la supresión de obras. Es preciso ante todo asomarse un poco a las causas de esos hechos para poder entenderlos. 1° El fermento revolucionario La historia del mundo y de la Iglesia dan cuenta de ese período llamado de La Ilustración que en los siglos XVII – XVIII dominó las mentes y las sociedades, influyó en la Revolución Francesa y atravesó las revoluciones americanas. Un cambio de mentalidad tan profundo que abarcó todas las esferas de las naciones: arte, filosofía, política, vida religiosa. Nuestros patriotas americanos habían bebido en Europa, especialmente en Francia muchas ideas que explican el desenvolvimiento primero de nuestra historia patria. – Por otra parte la masonería, ese fenómeno medio subterráneo actuaba tanto en el viejo mundo como en las nuevas naciones de América; se dice que un político que se respetara pertenecía a la masonería…; como siempre, la dimensión religiosa era la más afectada; esto merecería ilustración sobre todo en hechos. 2° La cuestión política en Colombia Hay que mencionar ante todo la división territorial de Colombia en los llamados Estados Soberanos. La Constitución de Rionegro (1863) fue una Constitución eminentemente federalista. Colombia quedó dividida en estados llamados soberanos porque tenían a su cabeza instituciones como un presidente y unos cuerpos legislativos con bastante autonomía; las ideas políticas y religiosas se cruzaban la autonomía con respecto al poder central llegaba a tales límites que permitía tener leyes y ejércitos y desterrar a personas; la confrontación en ciertos lugares llegó y prácticamente a una guerra de religión. El mundo político de Colombia se hallaba configurado por partidos a veces divididos entre ellos mismos: Los liberales radicales (el Olimpo radical), los conservadores e históricos… algunos historiadores hablan de obispos ultramontanos, haciendo alusión al fenómeno político-religioso que se vivió en Italia con los partidarios del poder absoluto del Papa en Roma; obispos ultramontanos serán los ultraconservadores entre los cuales se cuenta al de Popayán, monseñor Bermúdez. En el estado soberano del Cauca era gobernado por el partido liberal. Durante el gobierno equilibrado del general Julián Trujillo (1873-1875), los nuestros no tuvieron problema; en determinado momento hubo incluso un subsidio de 2.500 pesetas para el seminario; ello a pesar de que ideas anticlericales comenzaban a ventilarse entre ciertos legisladores. Pero el 7 de agosto de 1875 asumió el gobierno César Conto, quien es calificado por los historiadores religiosos como sectario y volteriano y que había sido educado en ambientes masónicos y anticlericales de Bogotá. Los acontecimientos indican que la calificación no es injusta. 3° Las víctimas en la Congregación Conto no podía estar contento con los progresos de la Iglesia, sobre todo del Seminario de Popayán y las misiones del P. Birot. Frases de oratoria indican su pensamiento y sus designios: “hay que limpiar el Cauca de la lepra clerical”; “el Cauca es una inmensa sacristía; “si tres o cuatro colatinos, formados en el seminario, nos hacen tanto mal, ¿qué será de nosotros cuando salga todo el enjambre?” El Seminario había iniciado labores para el año lectivo 1875-1876 con algunos temores; estaban matriculados 30 continuaba jóvenes en el Seminario Mayor y 130 en el Menor; todos en el antiguo Convento de San Camilo. La primera víctima de la persecución fue el misionero Padre José Augusto Birot quien se hallaba predicando misiones en el pueblo caucano de Jambaló el 16 de julio de 1876. Puede leerse en Naranjo (I, pp. 54 a 57) la interesante narración de su apresamiento. El Padre fue amarrado por orden del gobierno y llevado por un destacamento de Silvia hasta Popayán. (Detalles de este hecho y los que siguen: Naranjo I pp. 54 a 65) El jefe de quienes llevaban al P. Birot era apodado “robaDios” pues se le atribuía el hurto de la famosa custodia. En el camino hubo algún maltrato y robo de dinero. La llegada a una cárcel en Popayán se hizo adrede 17 por la noche. No se le permitió al P. Foing visitarlo. El obispo Bermúdez intentó alguna gestión ante Conto para liberar al Padre; obtuvo como único resultado acelerar el destierro pues en la noche del 18 al 19 salió el prisionero rumbo a Cali y Buenaventura; recuérdese que el 19 era la fiesta de San Vicente en aquella época. De Buenaventura salió para Panamá y de allí rumbo a Saint Nazaire y París a donde llegó el 25 de agosto de ese año 1876. Los Padres Augusto Rieux y Esteban Portes habían ido a Panamá a traer remesa procedente de Francia. No se les permitió regresar. El 20 de octubre el rector, P. Foing, recibe orden de hacer desocupar el edificio dedicado al Menor para dedicarlo a Cuartel; de hecho lo que se pretendía era evitar la apertura de un nuevo año lectivo. Sin embargo, en el edificio de San Camilo el 15 de noviembre principiaron el año 18 mayoristas y algunos alumnos del Menor; será por poco tiempo. El 4 de febrero de 1877 César Conto decretó la expulsión de los obispos Carlos Bermúdez y Manuel Canuto por ser “los principales promotores de la rebelión contra los gobiernos de la Unión y del Estado y de la guerra desastrosa”. Mons. Bermúdez sale bien custodiado para Buenaventura y de allí para Panamá; seguirá rumbo a Chile donde será huésped de nuestros cohermanos; desde allí durante tres años y nueve meses seguirá ocupándose de su grey. El turno les llegó pronto a los otros Padres del Seminario. El 8 de febrero a las dos de la mañana aparece un destacamento de soldados para llevar a la cárcel a los Padres Gustavo Foing, Augusto Saguet, Pedro Aribaud (franceses), Federico Gamarra y Felipe González (peruanos). El Rector obtuvo que el P. Juan Bautista Gómez (español) por estar muy enfermo, quedara en el seminario al cuidado de un seminarista. El 11 un piquete de 30 soldados salió con ellos rumbo a Cali; a un seminarista peruano se le permitió acompañarlos. Deshicieron hacia Buenaventura la ruta que habían hecho los pioneros. esta vez Dagua abajo y pudieron llegar en barco el 8 de marzo a Panamá donde recibieron las atenciones de varios amigos desterrados del Cauca y de las Hijas de la Caridad. De allá seguirán rumbos diferentes que muestran por cierto cómo son los caminos de la Providencia. En cuanto a la casa de Pasto, el P. Malézieux convino con el obispo en cerrar el seminario donde había ya cuatro Padres, cierre que se realizó el 30 de mayo de ese año 87. Dos de los Padres (Ernesto Maurice y Pedro Jouve) enrumbaron pronto hacia el Ecuador; Malésieux y Gougnon los alcanzaron en Tulcán y los cuatro llegaron el 20 de junio a recibir mil atenciones de los cohermanos de Quito. Nunca más la Provincia volverá a esa su segunda casa. La presidencia de Conto duró hasta el 1° de agosto de 1877. Le sucedió en el gobierno otro hombre con las mismas ideas antirreligiosas, Modesto Garcés. Pero éste fue derrocado por el general Eliseo Payán en abril de 1879; con él los acontecimientos darán un viraje. III. RESTAURACION Y AFIANZAMIENTO 1° El retorno de los misioneros Cuatro años duró la comunidad fuera de Colombia. Hay que decir claramente “fuera de Colombia”, pues no se trató de estar ausente fuera del territorio de la Provincia, llamada de América Central. En efecto la comunidad se mantiene en los otros países que la componían. Quizás uno de los aspectos más relevantes de estos cuatro años es el hecho de que el exilio se convirtió en una nueva oportunidad muy bien aprovechada. Porque con la autorización del Superior General, P. Eugenio Boré, fue abierta casa en San José de Costa Rica, aceptándole al obispo en 1878 la fundación y dirección del Seminario diocesano de La Inmaculada Concepción; fue el P. Juan Bautista Teilloud quien se encargó de la dirección. Pero la fundación de San José trajo una repercusión no prevista. Fue establecido también allá el Seminario Interno, que será prácticamente el primero de nuestra Provincia y fue abierto allá por el P. Foing el 4 de octubre de1880 junto con una péquela escuela apostólica. Allá tendrán su primer tiempo de formación varios de los cohermanos – entre ellos varios colombianos que lo habían seguido desde el Cauca y que tendrán notable figuración en nuestros ministerios, como podrá precisarse al estudiar un poco al estudiar la historia de nuestras casas de formación. Pero puede de una vez mencionarse al palmireño Daniel Hoyos y a los costarricenses Juvenal Estanislao Arias, Felipe Moisés González y José Cirilo Villanea. El director de ese primer Seminario Interno fue el joven sacerdote francés, Juan Floro Bret. Cuando en años posteriores (1885) el obispo de San José, Mons. Bernardo Augusto Thiel, de la Congregación de la Misión, tendrá que salir expulsado pues la ola revolucionaria había llegado a Costa Rica, con él saldrán nuestros cohermanos, pero ya la obra estaba empezada y por otra parte los lazaristas habían sido restablecidos en Colombia: es el relevo providencial que no podían prever los enemigos de la Iglesia; más que un relevo para la Provincia, se trató de un verdadero enriquecimiento. Con el acceso a la presidencia de la nación (no del estado del Cauca) de Rafael Núñez fue derogada la ley de inspección de cultos que tanta persecución religiosa había provocado y pudieron regresar varios obispos, entre ellos Mons. Bermúdez quien hizo emotiva entrada a su diócesis por Cali el 20 de noviembre de 1880. En cuanto a nuestro Visitador, Padre Foing, su regreso a Popayán se llevó a cabo el 29 de septiembre de 1881; el Superior General, P. Fiat, da la noticia empleando el calificativo “como en triunfo” (cf. circular del 1 de enero de 1882). Digamos de para ser más exactos que el Visitador no entró solo sino acompañado de algunos de sus antiguos alumnos que con él venían de Costa Rica. En noviembre regresó también el P. Felipe González y después llegarán Malésieux y Gamarra. Siguieron otros; menciono de una vez Juan Floro Bret, suficientemente conocido en nuestra historia provincial, quien llegó a comienzos de 1885. 2° Nuevas fundaciones Como había ocurrido en los inicios, el retorno fue directo al trabajo. En Popayán se dio desde el principio la labor conjugada de restablecimiento de locales y de restablecimiento de la institución: convocación de seminaristas, organización de profesores, reinicio de trabajo. Popayán seguirá siendo por más de un siglo no solo nuestra obra fundacional sino también el escenario de muchas iniciativas apostólicas y la cantera donde trabajarán muchos de nuestros más conspicuos misioneros. Llegará, sin embargo, la fundación de otras casas como es normal en una Provincia en crecimiento. La Casa de Cali Hay una prehistoria. En 1885 el P. Mariano Maller, visitador de España, fue enviado por el Superior General (entonces el P. Fiat) para visitar como delegado suyo las provincias de América del Sur. A mediados de ese año vino a Cali, de donde por motivos de salud no pudo seguir a Popayán. En Cali habló prolongadamente con el Padre Foing quien le informó acerca de la Provincia. A ambos, Maller y Foing, se les presentó nuestro exalumno el presbítero Severo Velásquez, cura de San Pedro, para presentarles el proyecto que tenía de fundar en límites de su parroquia una casa de nuestra comunidad; ambos estuvieron de acuerdo en la oportunidad de esa fundación. Había que pensar en la aprobaión del Superior General. Recuérdese, por otra parte, que Cali pertenecía entonces a la diócesis de Popayán. Una fundación en Cali respondía a los anhelos de Foing de tener en Colombia fuera de Popayán una casa de formación para los nuestros. En efecto, la hospitalidad de Mons. Bermúdez había permitido a la comunidad tener junto al Seminario algunos candidatos a manera de Apostólica y de Seminario Interno; pero no era ello obviamente lo más adecuado. Obtenidas todas las autorizaciones el Visitador estableció la casa de Cali y envió allá a los Padres Bret y Hoyos quienes debían encargarse de adecuar un edificio para la obra que debía ser ante todo una Escuela Apostólica y después casa de “noviciado” y estudios para los nuestros. La casa fue erigida como tal el 6 de enero de 1886, fiesta de la Epifanía, ante todo como apostólica. Los primeros componentes: Juan F. Bret, Daniel Hoyos y probablemente ya el Hermano Pedro María Duport. El edificio que inicialmente estuvo en la parroquia de Santa Rosa, fue teniendo otras ubicaciones con el correr del tiempo hasta llegar a lo que fue allá nuestra primera propiedad en Colombia, en la calle 4 con carrera 5; al decir “primera propiedad”, esto vale en todo su sentido pues en Popayán no teníamos propiedad. Uno de los primeros candidatos formados en Cali describe criterios y rasgos de formación en esa casa con la pluma muy acerada que lo caracterizó como literato: el Padre Martín Amaya Roldán. Parte de las notas de Amaya son de fácil acceso en el tomo II de los apuntes del P. Naranjo, p. 3 a 8 y se refieren exclusivamente a la vida de los primeros que allá hicieron el Seminario Interno y los estudios; vida por cierto de mucha austeridad en disciplina y pobreza, un poco al estilo francés de la época. La primera etapa prevista en Cali era una Escuela Apostólica o Seminario Menor vicentino. La experiencia no va a durar mucho tiempo, quizás cinco años, pero desde el principio ya rindió buenos frutos. Se sabe que para el primer año hubo 12 alumnos que pasarán a ser 29 el año siguiente; de ellos al menos 7 llegarán al sacerdocio (4 de ellos vicentinos) y 1 será Hermano. Pero también se cuentan entre esos primeros apostólicos 4 graduados en Derecho, 1 en Medicina, 1 en Filosofía y Letras, 1 General de la República, 1 periodista. Más detalles podrán ser mencionados al tratar las casas de formación. En cuanto a Seminario Interno y Escolasticado ya se llegaba la hora de darle también un sitio adecuado, puesto que desde 1883 estaban como se dice “recostados” al Seminario de Popayán. Se los pasó, pues, a Cali por decisión del segundo Visitador, P. Germán Amourel, en mayo de 1890. Como allá también se instaló la sede del Visitador, Cali pasó a ser de pleno derecho nuestra Casa Central. Pronto empezará a sentirse la incomodidad del lugar para las tres etapas, más cuando los formadores europeos eran sensibles al calor del clima sobre todo en ciertas épocas del año. Para remediar en parte el problema se había adquirido sobre la cordillera una finca llamada Yanaconas, especialmente con miras al tiempo de vacaciones escolares. Varios acontecimientos merecen ser mencionados en esta primera época de la casa de Cali. Uno de ellos es el arribo a esa ciudad en 1888 de las Hijas de la Caridad quienes se establecieron así en Colombia con Sor Dardignac a la cabeza. A partir de entonces muchas de las labores apostólicas de los lazaristas estarán en relación con ellas. Otro acontecimiento fue la decisión de enviar a estudios en Francia en 1901 a los seminaristas Martín Amaya, Luis María Castillo y José Trullo, quienes dejarán en Dax excelente impresión. También hay que mencionar la visita de otro de los así llamados Comisarios del Superior General. En 1903 el Padre Fiat envió en comisión al P. Nicolás Bettembourg quien hará algunas recomendaciones interesantes como la revocación de una especie de consigna que hacía evitar las así llamadas “obras externas”; así mismo la recomendación de hallar otro lugar para nuestro Seminario Mayor. Pero es éste el momento de señalar que ya en el mismo año fundacional de Cali, concretamente el 25 de enero de ese 1886, el Superior General anunció que npmbraba al P. Foing como su Asistente para suplir al fallecido Padre Delteil. Sería nombrado nuevo Visitador de América Central el P. Germán Amourel, procedente de Argentina. Este será un asunto algo nebuloso pues el P. Foing tenía su alma en Colombia y, aun habiendo viajado a París y sin renunciar a su nuevo cargo, se dará mañas de regresar a nuestra patria y encargarse del Seminario de Popayán, al menos reconocido como tal por toda la gente. Ello generó una situación incómoda para el Padre Amourel, quien aprovechando la Asamblea General de 1890 renunció a la Visitaduría y se regresó a Argentina. El Superior General nombró para sustituirlo como Visitador de América Central, el 3° ya, al Padre Jorge Revellière. Foing se desequilibró mucho en su salud y después de un tiempo de fructuosa labor en Cali se fue a de nuevo a Francia, aunque siempre añorando a Colombia; en París murió el 4 de mayo de 1904. Otro asunto de suma importancia en la vida de la Casa Central de Cali fue el establecimiento de Misiones Populares. La casa de Popayán, había ya irradiado hacia las misiones entre campesinos; esa irradiación se multiplicó y tuvo gran trascendencia como se analizará después. En cuanto a Cali, a más de la acción caritativa ya mencionada con las Hijas de la Caridad, la dimensión misionera no se hizo esperar. Desde allí hubo numerosas actividades misioneras por ejemplo en el Valle y Quindío con consecuencias muy favorables que pertenecen a otro capítulo. El Seminario de Tunja Fue otra fundación de trascendencia para nuestra Provincia. No se había regresado a Pasto, pero en 1891 tomamos la dirección de otro Seminario, esta vez en Boyacá, el seminario de Tunja; su primer rector fue el Padre Bret, a quien no le vino muy bien el clima de esa ciudad. La casa de Tunja fue de enorme importancia para la Provincia, tanto más cuanto que tendrá una filial en una casa de misiones en Duitama. ¡Otra vez las misiones! Porque el carisma del fundador ha tenido siempre doble ala que esta Provincia mostró muy bien en sus primeros 70 años. La trascendencia de la fundación se manifestó, por una parte, en el numeroso y bien formado clero que en Tunja salió de nuestras manos. Pero también porque Boyacá y en parte Santander y Cundinamarca serán a partir de esa fundación focos de numerosas vocaciones para la comunidad. En Tunja irradiaron rectores como José Pron, Francisco Hernández, Martiniano Trujillo, Bernardo Botero, José María Potier, Enrique Vallejo, Tulio Botero, Antonio J. Reyes; la memoria del Seminario retendrá a muchos otros formadores conspicuos: por ejemplo el P. Alfonso María Navia, llamado “el Sabio Navia”. Cuando en 1951 se nos obligó a salir de Tunja fueron muchos los lamentos de parte de la Provincia e incluso de una buena parte de nuestros amigos del clero diocesano. Habían sido 60 años de labor muy apreciable. La fundación de Santa Rosa Hé aquí otra fundación trascendental. El folleto “La Casa de la Colina”, editado en 1994, trae una buena síntesis de los primeros 100 años de vida de esta institución. Ya se mencionó que la Apostólica de Cali no había tenido vida muy larga. El motivo fue que esa casa se convirtió en Seminario Mayor y Casa Provincial. De ahí que hubo que pensar en otro lugar para Seminario Menor, que era necesario para el primer cultivo de nuestras vocaciones. No es muy conocido el hecho, pero el primer lugar en que se pensó para ello fue en la ciudad de Palmira; uno de nuestros antiguos alumnos estaba interesado en que se fundara allí casa de la comunidad y, ante la objeción de un clima que parecía muy caluroso hasta llegó a ofrecer, a más de la residencia urbana una que podría consagrarse a misiones, una propiedad en la cordillera para casa de estudios. Parece que fue el gobierno general el que vetó esa posibilidad. Pero el visitador, P. Revellière (1890-1900) encomendó al P. Bret que aprovechara sus desplazamientos misioneros por el Quindío en 1893 para buscar un sitio adecuado donde establecer el Seminario Menor de la Provincia. Conocedor ya de esas tierras, el P. Bret había pensado en Villamaría hasta donde llegaba en ese tiempo el Estado Soberano del Cauca; esta población ofrecía, a más del clima, la ventaja de estar muy cerca de la ciudad de Manizales. Hacia allá viajaba un sábado de octubre de ese 1893 cuando se detuvo a pernoctar en la casa cural de Santa Rosa de Cabal. Hablando en la noche con el párroco, P. Esmaragdo López, le refirió el objeto de su viaje; el P. Esmaragdo le sugirió que levantara el seminario en Santa Rosa y de una vez le propuso que al día siguiente celebrara la misa mayor. El mismo párroco se encargó de alentar a los fieles a que ofrecieran su colaboración al viajero para el nuevo establecimiento. Así fue y ese domingo los santarrosanos se ofrecieron a colaborar con todo empeño en la construcción en una colina que había llamado mucho la atención al P. Bret, la colina del Rosario. Dicho y hecho, se hicieron los trámites de compra y se acordó lo necesario para comenzar la obra. Y apenas un año después, el 4 de octubre de 1894, se inauguró nuestra Escuela Apostólica, todavía no en el edificio de la colina, que solo estaría listo en 1895 (también octubre), sino en una residencia provisional cercana a la iglesia parroquial, la casa de don Catalino Gallego. En su segundo año de labores la Apostólica tenía 75 alumnos distribuídos en 3 cursos: 12 en 3°, 23 en 2° y 39 en 1°. La construcción en dos plantas se trazó en forma de una inmensa H que imitaba la escuela del Berceau de Saint Vincent de Paul, en Ranquines, Francia; pero los materiales y todo el sistema de construcción siguieron las leyes arquitectónicas de los edificios de la colonización antioqueña. Dirigió la construcción el epónimo de los vicentinos opitas, P. Marcos Antonio Puyo quien para ello trajo buen número de trabajadores de Timaná, Huila. Primer Rector, que lo será hasta su promoción como Visitador en 1900, Padre Juan Floro Bret. El patrono fue desde el principio el célebre sacerdote francés Juan Gabriel Perboyre, martirizado en China y beatificado en noviembre de 1889, cinco años antes de la inauguración de la Apostólica. Para Santa Rosa, y buen parte de Quindío, Valle, Caldas, la obra de la Apostólica vino a colmar un anhelo de centro de educación acreditado en todos los aspectos. Y para la comunidad, la apostólica será la cuna de múltiples vocaciones que harto influirán en su historia a partir de entonces. A partir del 7 de agosto de 1907 y hasta enero de 1919 el edificio de la Apostólica albergará también a los jóvenes del Seminario Interno, a los estudiantes filósofos y teólogos de la comunidad. El Visitador, que era también director de las Hijas de la Caridad, continuará un tiempo residiendo en Cali. La vida en la Apostólica se complicó, pues, por esa causa. Se realizaron también allí algunas Asambleas Provinciales. Otros aspectos de las vicisitudes de la Apostólica, sus criterios de formación, sus acontecimientos, su evolución, tropiezos y múltiples logros, pueden seguirse en el arriba citado libro que fue editado con ocasión de la muy solemne celebración de su centenario en 1994. Y parte también de su historia puede recogerse en la revista El Surco, órgano de la Academia literaria Regis Clet creada en 1912 en honor de otro héroe lazarista martirizado en China. Tiempo vendrá en que la labor en la Apostólica se verá complementada con una casa filial, la de Dosquebradas, consagrada a las misiones populares. Popayán, Cali, Tunja y ahora Santa Rosa tuvieron su versión misionera; esa fue como una ley evolutiva que siempre marcó esta provincia en sus primeros 70 años. Nátaga (1904) y Tierradentro (1905) El panorama de fundaciones continúa con estas dos obras que han sido tan significativas en la Provincia. La historia de nuestras misiones que apenas ha sido esbozada anteriormente continuó sin interrupción desde el inicio en Popayán y llevó a los vicentinos a buena parte de territorios del Cauca, Huila y Tolima; quedan relatos que señalan lugares, benefactores, misioneros, métodos y actividades. El origen y evolución de la casa de Nátaga también está narrado en diversos folletos, a más de las obras más globales de Naranjo, Domínguez y Amaya. Así el antiguo relato del vicentino español Pedro Vargas Sáenz y el reciente del P. Angel Palma. Fue precisamente a raíz de las misiones en el Huila, por petición del obispo de Garzón, Esteban Rojas (cf. su carta del 18 de diciembre de 1896 al P. Revellière) y con el concurso de una benefactora de apellido Santofimio. El encargado de buscar el lugar fue el P. Marcos Antonio Puyo, C.M., quien había estudiado en nuestro seminario de Popayán. La casa de Nátaga nació como casa de misiones, llegó a ser para nosotros también parroquia (que ya existía como tal siglos antes de llegar los vicentinos) y siguió siendo santuario por la presencia en ese pueblo de la imagen muy venerada de Ntra. Señora de Las Mercedes. Como es sabido, cada año miles de peregrinos encuentran allí la oportunidad de obtener favores y rehacerse espiritualmente; oportunidad que aprovechan también muchos comerciantes para obtener notables lucros. Desde su fundación en 1904, los misioneros se han sucedido en forma ininterrumpida. Desde los muy célebres fundadores Marcos Puyo, Emilio Larquère, Luis Tramecourt, hasta los actuales, pasando por personajes como Juan Félix Londoño, constructor de templo y carreteras, a quien recientemente se dedicó un busto en la plaza municipal. Las Hijas de la Caridad llegaron en 1907 para ocuparse de la educación en un Colegio. En cuanto a Tierradentro, su origen como obra nuestra surgió de la preocupación del obispo de Popayán, Mons. Caicedo, ante el desamparo espiritual – y también material – de los indígenas del Cauca, sobre todo los de etnia páez. Algún forcejeo hubo al principio entre obispo y visitador (que entonces lo era el P. Bret) sobre si una casa en Tierradentro debía depender de la de Nátaga, como lo quería el visitador, o ser independiente como deseaba el obispo. Lo cierto es que nuestra misión de Tierradentro comenzó formalmente en 1905, según contrato firmado por ambos el 16 de julio de 1905. El primer lugar de residencia fue la población indígena de Tálaga, de donde se pasó después a residir en Inzá. Los primeros misioneros allá fueron Guillermo Rojas y Arrieta, (costarricense, que será después obispo en Panamá); Luis Durou (francés, futuro obispo en Guatemala); Emilio Larquère (que será prefecto Apostólico en Arauca y después en Tierradentro); José María Guerrero. De los primeros tiempos contamos también a Faustino Segura y David Ortiz. La misión de Tierradentro será encomendada a la Congregación de la Misión como Prefectura en 1921, según el “jus commissionis” acostumbrado por la Santa Sede. Era entonces nuncio apostólico en Colombia mons. Enrique Gasparri; el visitador, P. José Pron. Primer prefecto Apostólico, mons. Emilio Larquère. Más tarde (año 2000) se pasará al nivel de Vicariato Apostólico. También la misión de Tierradentro ha tenido historiadores, el principal de los cuales fue el P. David González con su obra “Los Paeces”, que fue en parte publicada por la revista El Sembrador; como fruto de un verdadero hurto intelectual esta obra recibió una edición completa en Popayán por obra de un antiguo alumno de los vicentinos. Muchos datos de la misión con sus enormes esfuerzos en todo sentido, sus obreros apostólicos, construcciones etc. pueden recogerse también en otras publicaciones como las revistas Sembrador y Avance. El Seminario de Ibagué Solo se alude un poco a este nuevo Seminario puesto en nuestras manos. La diócesis de Ibagué fue creada el 20 de mayo de 1900. En 1903 fue nombrado obispo, muy joven por cierto, mons. Ismael Perdomo. Fue él quien pidió a los Padres Lazaristas encargarse del seminario, objetivo que logró cuando en febrero de 1908 llegaron allá los primeros hijos de San Vicente. Fueron ellos los Padres José Villanea y Claudio Merle quienes llegaron a preparar el campo. En agosto fue nombrado superior de la casa el Padre Francisco Lagraula. El seminario de Ibagué, mayor y menor, ha pasado en nuestras manos por varias etapas y digamos refundaciones: 1908 – 1938; 1951. Tiempo vendrá en que tendremos solo el Menor, después solo el Mayor; después entregaremos del todo la dirección para quedarnos solo como cooperadores del clero diocesano. La etapa de restauración y afianzamiento de la Provincia de América Central se dio como es normal en medio de los acontecimientos políticos, sociales y religiosos que vivían los países comprendidos en su área geográfica. Por ejemplo en 1885 hubo turbulencias en Costa Rica que nos obligaron a salir de allá, con ventajas para Colombia. En Ecuador fue asesinado el presente García Moreno, muy allegado a la Iglesia Católica; y tras la revolución acaudillada por Eloy Alfaro en 1895 nuestro cohermano Mons. Pedro Schumaher, obispo de Portoviejo, se vio obligado a huir y se refugió en Colombia, en Samaniego (Nariño), hasta su muerte acaecida en 1902; como se sabe, él está en alguna forma en el origen de las dos comunidades franciscanas fundadas por la Madre Bernarda y la Madre Caridad. A propósito de García Moreno y su importancia, se le oyó una vez al P. Foing esta expresión: “García Moreno fue un hombre extraordinario; pero Ustedes tienen uno superior; García Moreno fue un hombre; Núñez fue una escuela” Precisamente a propósito de Núñez hay que mencionar como muy importante la evolución política de Colombia con la Constitución de 1886, más centralista y favorecedora de la educación católica que la anterior. Todo esto debía tener alguna consecuencia en nuestras obras. En cambio no parece que hubiéramos sufrido mucho con ocasión de la tristemente célebre y nefasta guerra de los mil días (1899-1903); en la Apostólica los alumnos fueron llevados un día armados de palos o ramas a simular que pertenecían al ejército que iba a atacar a Pereira, cosa que no pasó de un gracioso simulacro; algunos pocos alumnos se fueron después de verdad a defender a la patria. En cambio se puede mencionar como favorable para nuestra Provincia el gobierno anticlerical de Combes en 1903 que obligó en Francia a la supresión de varias de nuestras casas; ello nos benefició con el envío de personas como, los Padres Emilio Larquère, Luis Durou, Luis Tramecourt, Víctor Delsart. IV. LA PROVINCIA DE COLOMBIA: 1913 Fue el 11 de agosto de 1913 cuando el Superior General, P. Antonio Fiat, anunció la erección de la Provincia de Colombia. Se trataba de una reorganización territorial que erigía como Provincia las casas ya establecidas en esta nación: Popayán, Cali, Tunja, Santa Rosa, Nátaga, Tierradentro, Ibagué; siete en total. El personal estaba constituído por 39 miembros de la comunidad: 30 sacerdotes y 9 Hermanos. Visitador para la Provinicia el P. Juan Floro Bret, quien desde 1900 venía ejerciendo esa función en la Provincia llamada de América Central y era además Director de las Hijas de la Caridad. Quería esto decir que los otros territorios de la llamada “América Central” pasaban a integrar otras Provincias. El año siguiente a este hecho estalló la primera guerra europea o mundial (1914- 1919). Nuestra Provincia tenía buen número de cohermanos franceses; se sabe que unos pocos de ellos como Pedro Bérit y Francisco Pehau se fueron para Francia a combatir o más bien a prestar servicios como el de la enfermería; después regresaron. Al final de la guerra una feroz gripa invadió a Europa y no dejó de cobrar víctimas en América. 1° Nuevas fundaciones La Prefectura Apostólica de Arauca El 14 de junio de 1915 el Superior General, P. Emilio Villette escribía este anuncio: “La Santa Sede acaba de erigir la Prefectura Apostólica de Arauca y nos la confía”. Se trataba de tener el cuidado pastoral de una extensa región en los llanos orientales de Colombia. Es apenas una alusión pues no vamos a hacer aquí la historia de una misión que nos perteneció hasta el año 1956 y que merece muchas páginas. En enero de 1916 quedó nombrado Prefecto Apostólico el P. Emilio Larquère quien era Superior en Nátaga. A más del trabajo misionero en los llanos, la prefectura asumía el cuidado pastoral de las parroquias de Chita y La Salina, en el departamento de Boyacá; esas tierras frescas permitirían un clima más favorable a la salud de algunos de los misioneros. Labor inmensa que quedó en el alma de las gentes. El colegio Pío XII en Chita se convertiría en Seminario, de tal manera que al salir de allá la comunidad había ya algunos miembros del clero diocesano autóctonos que permitirían posteriormente el que este territorio llegara a ser pronto Vicariato Apostólico y diócesis. En 1956 la Provincia dejó la circunscripción eclesiástica en manos de la Congregación misionera de los Javerianos de Yarumal, tras 40 años de brega de connotados misioneros. El motivo del relevo fue la escasez de nuestro personal que no permitían a nuestro Visitador satisfacer las peticiones del Prefecto Apostólico, Mons. Gratiniano Martínez. Esta partida fue de gran dolor no solo para el Prefecto Apostólico sino para los demás misioneros; algunos de ellos prefirieron buscar otras Provincias. Casa Central de Bogotá Tampoco aquí se trata de hacer una historia completa pero sí de recordar algunos hechos especialmente significativos. Se veía la conveniencia de tener la residencia del Visitador y de nuestro Seminario Mayor en la capital de la república, con el acuerdo del arzobispo de Bogotá, mons. Bernardo Herrera Restrepo. El Visitador Bret delegó a los Padres José María Potier y Marcos Puyo para buscar en Santa fe el terreno adecuado. Los contactos los llevaron a descubrir en la persona de Doña Mercedes de Uribe, madre de don Pedro Ignacio Uribe, una benefactora que quería hacer donación de un lote en el sector llamado de Paiba. Se hicieron las gestiones del caso: una manzana completada según parece con alguna pequeña franja comprada a don Marco Fidel Suárez; todo daba sobre el famoso camellón de los virreyes o de Fontibón, después calle 13. La primera piedra para la capilla, que se construiría en honor de Ntra. Sra. De Las Mercedes en memoria de la benefactora fue bendecida el 23 de febrero de 1917 por mons. Manuel Antonio Arboleda, C.M., en presencia del obispo de Tunja, Eduardo Maldonado Calvo y de varios benefactores y amigos. La construcción del edificio fue encomendada al Padre José Pron, notable jurista y arquitecto. Las fotos muestran la bella construcción de dos plantas en piedra y ladrillo que será adicionada años después con otro alero sobre la calle 12. El 25 de enero de 1919 bendijo la casa el nuncio apostólico, mons. Enrico Gasparri. Previamente habían llegado en dos caravanas los integrantes de la casa: Padres, Hermanos, estudiantes y novicios. El arribo a la llamada Casa Central transformó en muchos aspectos la organización de la Provincia; fue casa provincial, Seminario Interno, escolasticado, casa de albergue de cohermanos visitantes y obispos: toda una Casa Central. Hay que mencionar aquí que desde fines de 1919 el Padre Bret dejó la visitaduría (no la dirección de Hermanas) en manos del Padre Pron. Entre los acontecimientos de esta comunidad local – asunto que se menciona aunque desborda la época propuesta en este estudio – hay que mencionar los días lúgubres que vivieron sus habitantes a raíz de la revuelta provocada por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Unica comunidad en haber padecido entonces totalmente el ir a la cárcel (fue en la estación de policía que aun existe en carrera 24) y que estuvo a punto de ser sacrificada por el desafuero de la chusma. Son muchas aún las víctimas que viven para narrar lo acontecido; la liberación fue atribuída a la intercesión de la Madre Milagrosa que recibirá después en agradecimiento el homenaje de la construcción de un santuario en Santa Rosa de Cabal. La Casa Central fue demolida en 1976 para dar paso al Centro Comercial Las Mercedes en aras de una teoría que condenaba como falta de pobreza el lucro cesante en un edificio ya insuficientemente habitado. Todavía hoy (2011) muchos siguen condenando como un error esa medida y lamentando la desaparición de la casa nuestros mayores. (Nota: en los encuentros de febrero de este 2011 los participantes hicieron algunos análisis de este acontecimiento así como del de 1948). El primer Visitador colombiano Se ha prometido que en otro encuentro se hará presentación de los Visitadores de la Provincia de Colombia y de otros personajes notables de su historia. Foing duró 14 años; Amourel, 4; Revellière 10; Bret, 18; Pron, 20. Ello explica que en esta visión rápida no se los analice aquí con sus grandes realizaciones. Pero es preciso señalar explícitamente que la Provincia puede hablar de su arribo a la plena madurez cuando fue nombrado el primer Visitador colombiano, P. Martiniano Trujillo en 1938, quien durará 18 años en el cargo. De él y de su recia personalidad se ha escrito mucho y de él se sigue hablando por tantos que lo conocieron. Por el momento pueden darse algunos números significativos: En 1938 había en la Provincia 59 sacerdotes: 37 colombianos y 22 extranjeros; había 11 Hermanos. – Cuando en 1956 el Padre Martiniano dejó el provincialato había en la Provincia 110 sacerdotes: 96 colombianos y 14 extranjeros; y eran entonces 23 Hermanos. EL CENTENARIO DE LA PROVINCIA VICENTINA DE COLOMBIA A LA LUZ DE SU HISTORIA Y DEL CONTEXTO ACTUAL: REALIDAD Y PERSPECTIVAS P. Gabriel Naranjo Salazar, CM Introducción Sugiero el verbo “contextualizar” para resumir la reflexión que les voy a proponer: contextualizar a la Provincia en su historia y el centenario provincial en los tiempos actuales. Lo que han compartido Ustedes estos días sobre los fundadores y las obras principales, y más concretamente sobre la teología de la historia, los ha acercado a un concepto dinámico de la misma, es decir, no simplemente cronológico ni anecdótico, sino involucrante y significativo. Quisiera, pues, que nos ubicáramos en esta perspectiva para evitar una celebración del Centenario que deje a la Provincia en un invernadero, en una urna de cristal, y que nos reduzcamos a recordar con cuidado hechos del pasado, en una especie de arqueología. Intentemos dinamizarla contextualizándola en algunos hechos importantes de los últimos años; me voy a referir a seis, resbalándome de uno al otro porque están íntimamente relacionados. Seguramente, al mismo tiempo, han ido detectando elementos de la identidad provincial que nos deben servir de presupuesto y de marco. Compartámoslos ahora de manera espontánea: la fidelidad al carisma por medio de los dos frentes apostólicos, de misiones y de formación de clero; el testimonio de los primeros misioneros, su fidelidad creativa, su intrepidez y riesgo, su capacidad para dejarse llevar por la Providencia; el equilibrio para combinar su identidad vicentina con la Iglesia colombiana y para enfrentarse a los avatares de la historia; el aprecio de que ha gozado por parte de la gente, los pobres, los obispos, el clero y la sociedad en general; la apertura misionera con fundaciones en regiones apartadas y pobres, las misiones populares de las épocas en que les eran propias, y con el envío de misioneros a otras Provincias y a lugares lejanos como el África; el apoyo a las relaciones interprovinciales a través de CLAPVI; la tradición y el espíritu litúrgicos, manifestados en la preparación de no pocos de sus miembros, en la vitalidad de sus parroquias, en la formación de los sacerdotes y en el esplendor de sus celebraciones; la vivencia de las virtudes vicentinas propias, sobre todo de la humildad y la sencillez (aunque con razón se haya dicho que el exceso de modestia le ha impedido hacer historia); la asimilación del Concilio Vaticano II (alguien llegó a decir que no había conocido una institución eclesial que mejor lo hubiera asimilado); el sentido de la pobreza y del pobre; el sentido del trabajo y el celo misionero; el sentido del laico al ritmo de lo que ha ido sucediendo en la Iglesia posconciliar y las estrechas y fraternales relaciones con las Hijas de la Caridad; el buen espíritu y el ambiente de fraternidad; la abundancia y la autoctonía vocacionales, gracias al origen francés; su rica tradición formativa ad intra en las casas de formación y ad extra en los seminarios diocesanos; la especialización de la gran mayoría de los misioneros; la tradición de los planeamientos en las casas de formación, los seminarios, las misiones, las comunidades locales y las obras; la devoción mariana, a los Fundadores y a los santos de la Congregación y la Familia Vicentina… En fin, abundan nuestras caracterizaciones provinciales. Lo que quiere decir que la Provincia “no ha corrido en vano”, que su historia centenaria la ha ido definiendo, que su identidad específica se confunde con su historia y que tenemos mucho que aprender de ella y recibirlo no solo como don sino también como tarea. Yo destacaría como elementos centrales y de mucha actualidad la inculturación del carisma en el contexto colombiano y la fidelidad a los orígenes, tanto de la Congregación como de la llegada del carisma a través de los cohermanos venidos de Francia, porque hoy por hoy la supervivencia de las Comunidades depende enormemente de ese doble cordón umbilical: el que las liga a los signos de los tiempos y el que las liga a sus raíces. Esta doble “fundacionalidad”, unida a las consecuentes exigencias formativas, es lo que garantiza que nuestras instituciones permanezcan vivas en función del Reino de Dios. De esta manera vamos entrando en la dinámica celebrativa que sugería al inicio. Su punto de partida es la toma de conciencia de la herencia que nuestros antecesores nos han ido amasando, para que pasemos a contextuarla en los espacios y tiempos que ahora nos toca vivir. Y para esto, por otra parte, es muy útil tener en cuenta que son muchas las lecturas que hoy se están haciendo de los puntos de referencia para los análisis históricos y teológicos de las instancias eclesiales. Hasta hace poco el punto de partida era casi que exclusivamente el concepto eclesiológico; hoy, sin negar el sentido de Iglesia para procesos formativos, para análisis coyunturales, para planes pastorales, se insiste en el contexto sociocultural. Así pasamos al primero de los seis contextos que les quería proponer, destacando, primero, su alcance; segundo, la presencia histórica de la Provincia en cada uno de ellos; y, tercero, el llamado que implica para la vivencia de este Centenario. La Realidad Lo cierto es que se trata de algo que nos es familiar, sobre todo en los últimos años, y más precisamente desde el provincialato del Padre Álvaro Panqueva, que organizó, a mediados del decenio de los 70, dos seminarios sobre “planeamiento”, en Popayán y Petaluma, para todos los cohermanos, incluidos los estudiantes. Fue un momento histórico porque puso a prueba nuestra capacidad para reflexionar y para dialogar, desató procesos de planificación formativa y pastoral y nos habituó a entrar en contacto con la realidad. De esos tiempos es un esquema que todavía es válido, hecho por el padre Juan Guerrero, para referirse a la realidad actual como un paso. La frase de Neil Amstrong en el momento de pisar la luna lo expresa muy bien: “paso pequeño para un hombre, paso gigantesco para la humanidad”. Teniendo en cuenta que la realidad no es tanto un conjunto de datos estadísticos sino un punto de referencia caracterizado por determinadas dimensiones, vamos a mirarla de manera interpretativa. Para lograrlo, inspirándonos en la frase del primer astronauta que pisó la luna, podemos resumirla diciendo que es un paso. Sí, vivimos un paso, pero un paso de tanta trascendencia que con razón se ha dicho que estamos no tanto en una época de cambio, cuanto en un cambio de época. Podríamos precisar este paso como un cambio de sensibilidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tiene que ver con sus valores y que define su mentalidad. Este paso se da a tres niveles, íntimamente relacionados entre ellos mismos, en dirección vertical y en dirección horizontal. Se trata de un desplazamiento de la sensibilidad por el pasado en favor de la sensibilidad por el futuro; de la sensibilidad por la ortodoxia en favor de la sensibilidad por la ortopraxis; y, más intensamente, de la sensibilidad por la verdad en favor de la sensibilidad por el sentido: hoy por hoy las cosas no valen por lo que son sino por lo que significan. Pasado Ortodoxia Verdad Futuro Ortopraxis Sentido Fidelidad Contemplación Objetividad Novedad Acción Subjetividad Este desplazamiento, de insospechadas proporciones, está poniendo en juego valores de fondo que, si no se conjugan, llevan a una verdadera hecatombe de la humanidad: detrás de la sensibilidad por el pasado se pone en juego el valor de la fidelidad, mientras que detrás de la sensibilidad por el futuro se pone en juego el valor de la novedad; detrás de la sensibilidad por la ortodoxia se pone en juego el valor de la contemplación, mientras que detrás de la sensibilidad por la ortopraxis se pone en juego el valor de la acción; detrás de la sensibilidad por la verdad se pone en juego el valor de la objetividad, mientras que detrás de la sensibilidad por el sentido se pone en juego el valor de la subjetividad. Este nuevo enfoque de la humanidad depende o produce, según el caso, un determinado contexto existencial que paulatinamente se va convirtiendo en modus vivendi de individuos y sociedades, de grupos y países, de continentes enteros. Mencionemos apenas algunos de ellos: Hoy se vive en la periferia, en las afueras del ser, por eso las personas dependen demasiado de las circunstancias y aman las apariencias; En el mundo occidental sobre todo se ha acentuado el sentido del experimento, que reclama como base del conocimiento la comprobación y como su medida la eficacia; La humanidad ha ido menguando en su sensibilidad, en todos los sentidos, con una impresionante pérdida de la intensidad y una peligrosa disminución de la capacidad de asombro; Una de las consecuencias más inmediatas de estos fenómenos es la casi que incontrolable tendencia al olvido, que va pareja de la reducción de la capacidad de percepción; cada vez son más los enfermos de altzimer, entendido como falta de memoria, más que de los individuos, de las sociedades; Por otra parte, el sentido de Dios con el que se configuraban nuestros pueblos ha sido reemplazado en los últimos tiempos por el sentido del hombre, desplazamiento de Dios en aras de la afirmación del ser humano; El teo-centrismo de nuestros pueblos que ha sido sustituido por el antropocentrismo de nuestras sociedades, ha cambiado la autoridad divina por la autonomía humana y, teológicamente hablando, conceptos evangélicos como el de la caridad, por otros meramente éticos como el de la justicia. De esta manera se puede constatar una pérdida del espacio de Dios, que se traduce en un mundo secularizado o secularista y, por lo mismo, si no ateo, sí ateizante. Aparecida califica a este cambio de época como un fenómeno fundamentalmente cultural. Destaca la importancia del sujetivismo que lo sustenta, en algunos casos como causa y en otros como efecto, y plantea al respecto una implicación de mucha trascendencia: “Recae, por tanto, sobre el individuo, toda la responsabilidad de construir su responsabilidad, de afirmar su libertad y de tener razones para vivir que ya no le son dadas por la tradición como sucedía en el pasado” (57). Desde el punto de vista religioso, la misma Conferencia reconoce la sensibilidad que caracteriza a los últimos tiempos, pero con el agravante de que es “nebulosa”, es decir, difusa, indescifrable, difícil de orientar. Uno de los focos vitales más afectados por esta nueva perspectiva de valores es la familia. Por supuesto que este cambio de paradigma tiene que ver con la nueva cultura urbana que cubre al 70% de la población y con fenómenos como la globalización, la hegemonía económico y tecno-científica que está descuidando el “capital humano” de nuestros pueblos y un ejercicio del poder no humanizante por su falta de respeto a los derechos humanos y su poco interés por la solidaridad y la democracia. Ante este preocupante panorama, la Iglesia se siente, al mismo tiempo, vital y debilitada. Son los obispos de Aparecida los que reconocen con humildad que la están afectando seriamente fenómenos como el clericalismo, el tradicionalismo, la involución, el secularismo, la falta de auto-crítica, el moralismo, la debilidad de su opción por los pobres, el sacramentalismo y una espiritualidad individualista. Es fácil concluir que estos factores tienen mucho que ver con los ministros de la Iglesia, que nosotros por carisma estamos llamados a formar. Ante esta responsabilidad vale la pena recoger otra conclusión de los obispos latinoamericanos, profundamente humilde y al mismo tiempo, de mucha trascendencia: “El pluralismo cultural y religioso de la sociedad actual repercute fuertemente en la Iglesia. Hay otras fuentes de sentido que compiten con ella, relativizando y debilitando su incidencia social y su acción pastoral” (74). Esta primera contextualización del Centenario contiene un llamado: el acercamiento a la realidad sociocultural en que vivimos. ¿En qué sentido? Para nadie es un secreto que este ambiente está amenazando seriamente nuestro voto específico de Estabilidad: el sentido de lo definitivo está por el suelo, la fidelidad parece ser un valor trasnochado. He aquí una de las causas más profundas de las salidas de cohermanos, que se han desbocado y que nos están causando tanto sufrimiento. Creo que debemos superar la tendencia a hacer inculpaciones y más bien entrar en análisis profundos sobre la manera como la realidad de hoy está afectando nuestros compromisos con los consejos evangélicos, con la vida comunitaria y con la oración. Cuando tengamos la lucidez de establecer esta relación estaremos dando pasos importantes para la superación de esta problemática con todo lo que implica para nuestra conversión personal, comunitaria, formativa y pastoral. La Iglesia postconciliar El Centenario provincial va a coincidir con la celebración de los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II. Esto quiere decir que la Provincia está literalmente atravesada, en toda la mitad, por este acontecimiento. De hecho, el esquema sobre la historia provincial que ideó CEVCO por allá en el año 2.000 la divide en dos grandes etapas: antes y después del Concilio. Esta contextualización eclesial debería tener en cuenta el número relativamente significativo de obispos vicentinos que fueron padres conciliares. Notable fue la figura del primer cohermano cardenal Sydarous, patriarca copto del Cairo, y la presencia en el grupo latinoamericano de Monseñor Tulio Botero Salazar, arzobispo de Medellín. Recuerdo que en la fiesta de San Vicente del 27 de septiembre de 1966, en la capilla de SEPAVI, afirmó el arzobispo cohermano que con el Concilio la Iglesia se había hecho vicentina! Sabemos que América Latina fue el continente que más rápida y más profundamente asimiló el Concilio, precisamente con la Conferencia General del Episcopado de Medellín, bajo el liderazgo de Monseñor Botero como anfitrión; la Iglesia en la actual trasformación de América Latina a la luz del Concilio, fue el tema. De allí brota su opción preferencial por los pobres, que él mismo obispo vicentino asumió con un gesto profético; este paso, aunque no tuvo, como en todo lo nuestro, el eco en los medios por ejemplo de monseñor Elder Cámara, que por cierto era afiliado a la Congregación y vivía en una casa de Hijas de la Caridad, fue profundamente significativo: desde ese momento abandonó el suntuoso palacio arzobispal y se fue a vivir en los Barrios de Jesús, construidos en buena parte con su fortuna familiar, para los pobres, en las afueras de la ciudad. Esta fuerza posconciliar del Continente tuvo mucho que ver con la original institución eclesial del CELAM, fundado por Pío XII apenas unos años antes. Este Consejo episcopal desplegó muchas iniciativas en función de la repercusión del Concilio y de Medellín, en torno a las 4 Constituciones Dogmáticas y a la formación del clero de la que no fuimos ajenos nosotros. Se destaca el Instituto Litúrgico-Pastoral de Medellín que, bajo el patrocinio siempre del arzobispo vicentino, contó en sus comienzos con un famoso trío de cohermanos: José Manuel Segura, Álvaro Juan Quevedo y Carlos Braga. Los dos primeros llegaron a ser directores del mismo, el otro es el más connotado impulsor de la reforma litúrgica posconciliar, después del famoso monseñor Aníbal Bugnini, también vicentino. Estos tres cohermanos tuvieron mucho que ver con la parroquia modelo de la renovación conciliar de Medellín y del país, la de San Vicente de Paúl, del barrio Córdova, que estuvo luego en manos de Monseñor Jorge García Isaza, entre otros. Esta historia eclesial latinoamericana ha tenido otros momentos cumbres en las Conferencias posteriores donde tampoco han estado ausentes los cohermanos: Puebla, en la que participó Florencio Galindo como coordinador de la FEBIC-LAC; Santo Domingo, en la que estuvo Monseñor Alfonso Cabezas como representante del episcopado colombiano; Aparecida, en la que trabajó arduamente Jorge Luis Rodríguez en calidad de secretario ejecutivo del Departamento de Comunicaciones del CELAM. A esta última asistió también el tercer cardenal vicentino, Franc Rodé, como prefecto de la CIVC-SVA, y fueron invitadas dos Hijas de la Caridad directamente por el Santo Padre: la Madre Evelyn Franc, superiora general, y sor Alba Arreaga, del Ecuador, en representación de las mujeres educadoras. A la Provincia aún tiene mucho que decirle Puebla con su concepto de Iglesia comunión y participación y la precisión de los rostros sufrientes de Cristo en los pobres; Santo Domingo con su insistencia en la inculturación del evangelio; y Aparecida con la profética afirmación de Benedicto XVI en el discurso inaugural: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica” (DA p. 259), todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo (cf. DA 393). Sobre Aparecida dijo uno de sus más fuertes críticos, José Comblin, que podría tener una vigencia de más de 100 años si se lograba entender y asumir su verdadera novedad: el concepto de una Iglesia misionera. Pues bien, el mismo autor insiste en que esta novedad va a depender sustancialmente de la formación de un clero misionero, y recuerda a la Congregación de la Misión como “una de las grandes órdenes” que contribuyeron históricamente en su momento a la renovación de la Iglesia con la formación de los sacerdotes. El segundo llamado que la Provincia ha de escuchar y acoger en este año jubilar, al ritmo de su contextualización eclesial, se debe enmarcar en estos cuatro elementos de Aparecida: la opción formativa que está presente en el trasfondo de todo el documento; la valoración del laico en la implantación del Regnum Dei en las realidades temporales; el concepto misionero de ir a los más lejanos, missio ad gentes, y de acercarse a los más alejados, missio inter gentes, que por cierto fue acogido en el Documento Final de la última Asamblea General de la Congregación; y la convocación a la Misión Continental que poco a poco se ha ido precisando con un tono menos triunfalista y confesional como Misión en el Continente y como estado de Misión. En este contexto la Provincia debería reafirmar su vocación específica de formadora del clero diocesano, aprovechando la formidable riqueza de Aparecida para renovarla con su alcance misionero y su antropología del pobre; dar un nuevo impulso con todos los recursos que sean necesarios a la formación de los laicos, sobre todo de la familia vicentina; y canalizar su añoranza de las misiones populares comprometiéndose, desde sus casas de formación y los seminarios y todas sus obras, en la Misión en el Continente que están liderando las Conferencias episcopales y los Obispos diocesanos. El Sínodo sobre la Palabra de Dios Otra exhortación determinante de Benedicto XVI en la inauguración de Aparecida fue que: “Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (DA p. 313). Esta semilla fue lanzada en una tierra ya muy abonada, la de un continente marcado por la evangelización fundante típicamente bíblica de Juan de Zumárraga, el primero obispo que llegó a México, y los llamados ”doce apóstoles franciscanos”. Gracias a esa base, el despertar bíblico de América Latina a partir de la Dei Verbum es excepcional, pero en el que, según la autorizada opinión del anterior director del CEBIPAL del CELAM, P. Fidel Oñoro, ha tenido mucho que ver la Federación Bíblica Católica, FEBIC-LAC, que fue fundada aquí por encargo de ADVENIAT, precisamente por un cohermano, el P. Florencio Galindo, con tan buenos resultados que constituye hoy el 40% de la Federación en todo el mundo. Otro dato histórico que nos relaciona con esta contextualización bíblica y latinoamericana del centenario provincial es que, por el factor que acabo de mencionar, la Provincia Vicentina de Colombia fue el primer miembro asociado de la FEBIC-LAC, jugó un papel importante por medio del teologado de Villa Paúl en la organización de la IV Asamblea Plenaria que se celebró en Bogotá en 1990 y llegó a ser parte del Comité Ejecutivo mundial. Dos acontecimientos eclesiales recientes dan respiro a esta relación de la Provincia con la Sagrada Escritura y al llamado que de allí se desprende: el Sínodo y la Exhortación Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia; y el II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones que se tuvo en Costa Rica en enero de este año. En el Sínodo también estuvieron presentes la Familia Vicentina y la Congregación de la Misión, con los cardenales Franc Rodé y Stephanos II Ghattas, patriarca copto católico, la Madre Evelyne Franc, también convocada por el Papa, Monseñor Marc Benjamin Balthason Ramaroson, obispo de Farafangana, Madagascar. Yo no fui parte del mismo pero sí de una comisión de 10 teólogos y biblistas que, desde un edificio muy cercano al aula sinodal, la sede de la Unión de Superiores Generales, siempre reunidos en grupo, teníamos el encargo de dar asesoría a los obispos latinoamericanos sobre los temas que se iban debatiendo. En el II Congreso de Vocaciones estuvieron presentes 3 Hijas de la Caridad de Brasil, Colombia y Cuba y yo tuve la oportunidad de hacer presente a la Provincia, en mi calidad de Secretario General de la CLAR, institución que fue corresponsable con el CELAM de la coordinación; en el I Congreso, celebrado en Itaicí hace 17 años, nos representó Guillermo Campuzano. Una lectura de la Exhortación Postsinodal desde las imágenes de la sinfonía y de la fuente, que ella misma sugiere, permite detectar unos movimientos y unas corrientes que le dan ritmo y dinamismo; aquellos son teológicos, éstas, misioneras, unos y otras tienen un provocador sentido vicentino. Baste con citar el del “logos sarx egéneto” que el mismo Benedicto XVI propone como hilo conductor de todo el documento; equivale a la fuerza de la encarnación que da rostro a la Palabra en Jesús de Nazaret y permite al carisma reconocerlo en los rostros sufrientes de los pobres. Se trata de un rostro que permite no solo un diálogo con la Palabra entendida como voz, sino también un encuentro con ella que, además, es familiar, cercano, íntimo: encuentro personal con Jesucristo vivo y con el pobre como “lugar cristológico”. Entre las corrientes submarinas, presentes sobre todo en la tercera parte, Verbum mundo, y ligadas a la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, hay que destacar la que entre nosotros conocemos como antropología del pobre. Aparece en el trípode de los migrantes / los que sufren / los pobres, de los artículos 105 a 107, ligado al de la justicia / la reconciliación / la paz, de los artículos 100 a 103. En lenguaje vicentino podemos decir que la antropología del pobre se basa sobre siete principios que proféticamente plantea el Papa: 1º La Sagrada Escritura manifiesta la predicción de Dios por los pobres y necesitados; 2º Los pobres son “hermanos” nuestros; 3º Los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres; 4º Los pobres viven necesitados no solo de pan sino también de Palabras de vida; 5º Los mismos pobres son agentes de evangelización; 6º La Iglesia no puede decepcionar a los pobres, sus pastores están llamados a escucharlos, a aprender de ellos, a guiarlos en su fe y a motivarlos para que sean artífices de su propia historia; 7º Con el círculo virtuoso de la pobreza podemos enfrentarnos al círculo vicioso de la pobreza que empobrece a los pobres. El II Congreso de Vocaciones dio un salto histórico en lo que tiene que ver con la teología y la pastoral de las vocaciones que desde tantos aspectos han determinado la historia de la Provincia durante estos 100 años, y la deberían seguir marcando de ahora en adelante. Por estos motivos sería imperdonable que lo desconociéramos. Lo relaciono con la Palabra de Dios porque históricamente se ubica en el movimiento bíblico latinoamericano que se despertó con el Concilio y que han impulsado el Sínodo y la Verbum Domini; de hecho, su metodología y su Documento Conclusivo marchan al ritmo de una lectio divina, para proponer finalmente cuatro rutas pastorales y formativas: 1ª La cultura vocacional que hunde sus raíces en un proyecto antropológico abierto de por sí a la entrega y a la trascendencia, implica la vocacionalidad como estilo de vida y se debe afirmar en la familia, la escuela y el ambiente vital de todo ser humano. La falta de relación entre pastoral vocacional y cultura vocacional ha producido entre nosotros un desfase gravísimo que solo será superado cuando logremos relacionar los problemas relativos a la estabilidad y a la vivencia de los consejos evangélicos con los fenómenos culturales de los tiempos actuales, a fin de ponerlos en sintonía con el evangelio y de que logremos expresiones de fidelidad significativas e interpelantes precisamente gracias a su alcance contextual. 2ª La vocacionalidad bautismal que como experiencia y como doctrina ya amasó la Provincia con la relación pastoral que estableció entre nuestra pastoral vocacional y los movimientos laicales vicentinos, afirmando, por una parte, el carácter vocacional del bautismo y, por otra, la raíz bautismal de toda vocación específica. 3ª El discipulado misionero de Aparecida y del carisma vicentino en la dinámica del seguimiento, y la identificación con el Maestro, “revestirse del espíritu de Jesucristo” en lenguaje de San Vicente, para su anuncio a los pobres, integrando los elementos evangélicos que se han ido redescubriendo con la relectura del tema de estos tiempos eclesiales como el carácter experiencial de la vocación cristiana, su dimensión comunitaria, su impronta formativa. 4ª La transversalidad bíblica de toda la formación, con una referencia a la Palabra que vaya mucho más allá del academicismo propio de muchos de nuestros seminarios o del biblismo de ciertos proyectos apostólicos, por medio del acercamiento al texto, al mensaje que hay detrás del texto y a la persona que está detrás del texto y del mensaje. Se trata de lo que hoy se conoce como biblicidad de la formación, con una dinámica que ha llegado a ser tradicional en los procesos formativos de la Provincia, sobre todo del teologado, penetrando pedagógicamente todos sus aspectos, más precisamente lo académico, lo espiritual, lo comunitario y lo apostólico. El tercer llamado que la Provincia debe escuchar y acoger al ritmo de las contextualización del Centenario ha de ser la centralidad de la Palabra de Dios en su vida y misión. Aparecida le ofrece dos canales muy operativos y conducentes: la animación bíblica de la pastoral y la lectio divina. Lo primero debería llevarla a mayor pericia evangelizadora, con la superación del clericalismo que tanto caracteriza a la Iglesia colombiana y a nuestras obras misioneras, por medio del protagonismo de los laicos y de los ministerios laicales en la liturgia, en nuestras parroquias y en nuestras misiones, y de la organización de estas últimas sobre la base de las pequeñas comunidades eclesiales, como lo hacen los cohermanos en América Central y varios de los nuestros en la Región de Rwanda y Burundi. Lo segunda implicaría hoy por hoy el reimpulso de la lectura orante semanal de la Sagrada Escritura a nivel comunitario, pero también el aprendizaje de las lenguas bíblicas en las casas de formación, la animación de escuelas bíblicas en las obras y la especialización de cohermanos en Sagrada Escritura. La crisis de los escándalos sacerdotales Hablando de Biblia y de historia nos encontramos con la afirmación de Hans Küng sobre la crisis eclesial de estos últimos años, causada por los escándalos de pedofilia de sacerdotes católicos en Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Suiza y otros países europeos. No dudó en compararla con la Reforma protestante de Lutero. Esta comparación esconde otra coincidencia, la concomitancia de la crisis con un momento bíblico particularmente importante: sabemos que las tesis de Lutero se fundamentaban en su manera de interpretar la Sagrada Escritura, especialmente la Carta a los Romanos, por lo que la Iglesia católica reaccionó en el Concilio de Trento con un literal arrinconamiento de la Biblia que vino con el tiempo a ser sustituida por el catecismo. De esa misma época es el entusiasmo bíblico, históricamente excepcional, que caracterizaba a la Iglesia, sobre todo en la península ibérica. Algo parecido ha sucedido en la crisis actual, que estalló paradójicamente en el contexto del Año Sacerdotal y del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia. Hay que reconocer que lo mismo sucedió en dos momentos críticos de la historia salvífica: el drama del exilio del pueblo de Dios y la fundación de la Iglesia que, como momentos preñados de nueva evangelización, coincidieron con lecturas completamente nuevas de los textos bíblicos. La crisis que nos toca vivir es muy grave, gravísima. Ha llevado a extremos como la persistente insistencia del mismo Küng y de grupos de teólogos del mundo entero en la renuncia de Benedicto XVI; la pretensión del parlamento belga de acusarlo ante la Corte Penal Internacional de La Haya; el conflicto diplomático entre la Santa Sede e Irlanda que en el fondo pretende socavar el sigilo sacramental de la confesión, etc. La desnudez de algunas cifras estadísticas es espeluznante: más de tres billones y medio de dólares pagados por la Iglesia de Estados Unidos a las víctimas y sus abogados, en quiebra varias de las diócesis más ricas, algunas de nuestras provincias hipotecadas por el pago de millonarias indemnizaciones; los obispos y los superiores provinciales casi que obligados a concentrar sus energías en el cuidado de los bienes que aún han podido conservar sus iglesias y provincias y en medidas pastorales dedicadas casi que exclusivamente a evitar que se repitan los crímenes, mientras que los rebaños de miles y miles de inmigrantes latinos se sienten como ovejas sin pastor a pesar de que constituyan el 60% de la Iglesia católica norteamericana; abogados especializados en este tipo de demandas que hacen escuela en otros lugares del planeta con el propósito de extender la “roya” por todas partes… De estos escándalos se podrían decir muchas cosas: que no se puede relacionar la pedofilia ni con el celibato ni con la homosexualidad, pues solo el 0.3% del clero católico ha sido pedófilo, esa proporción constituye solo el 3.0% de la población abusadora, la cifra asciende al 7.0% entre pastores protestantes casados, llega al 80% entre parientes heterosexuales y casados de los mismos niños; la generalización de la pedofilia en los sacerdotes y la sindicación generalizada de esta tendencia en el clero son por decir lo menos una infamia; el alcance mediático ha llevado a dar voz a las personas más alejadas de la Iglesia, más ignorantes y más inexpertas para opinar, mientras que ha silenciado la fidelidad de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes y las medidas correctivas de la jerarquía; es innegable que más allá de intereses morales, los hay económicos y anticlericales, por parte de los acusadores, los abogados, los tribunales; también es innegable que, sin desconocer la gravedad moral de esta falta en ministros llamados por su vocación a defender la vida y la dignidad de todo ser humano, esta problemática lo que refleja es a una sociedad moralmente enferma, es apenas el “iceberg” de un mundo atravesado por corrientes aberrantes: baste con recordar el turismo sexual con niños, las inmensas sumas de dinero que se mueven detrás de la pornografía infantil, los escándalos de pedofilia de algunos políticos belgas o chilenos de hace unos años… La Congregación en Estados Unidos no ha estado exenta de esta horrible mancha, pero tampoco de la búsqueda de soluciones: el Padre Maloney, anterior superior general, acaba de ser nombrado por el Santo Padre como delegado pontificio, con otros, para la visita apostólica a Irlanda. La Provincia, de nuestra parte, está viviendo ahora una prueba terrible, no solo con el abandono del ministerio y la laicización de un número grande de nuestros jóvenes sino también con la aparición o agudización insospechada de debilidades que se desmadran con hechos dados y que están reclamando medidas extremas… Hay que reconocer, además, que al mismo tiempo se está deteriorando junto con la crisis ecológica actual el ecosistema de la vida comunitaria, el celo misionero con un estilo de vida “ligth”, la vida interior con la manía del internet, del celular, de las relaciones externas, del activismo… No podemos vivir el Centenario de espaldas a esta crisis porque somos una provincia esencialmente clerical, no solo por la vocación específica de la mayoría sino también por el carácter prioritario de nuestra formación del clero, ni desconocer la corresponsabilidad de todos en fenómenos que se expanden, ni cerrar de manera miope los ojos ante una avalancha que se ve venir y que los mismos episcopados nuestros parecen ignorar con una ingenuidad parroquial o provinciana. Por el contrario, esta cuarta contextualización contiene un cuarto llamado: a la santidad! Su punto de partida ha de ser la conversión personal, comunitaria, estructural y pastoral que nos propone Aparecida (Cf. 365-366); y sus expresiones innegociables, la caridad teologal, fraterna y apostólica (Cf. Deus Caritas est ), la vida de oración personal y comunitaria, la vida fraterna en comunidad, la vivencia misionera de las consejos evangélicos, la dedicación a la formación de los pobres, los laicos y los sacerdotes. La problemática de la Vida Consagrada Resbalémonos ahora hacia la Vida Consagrada con la que nos identificamos por nuestra condición de Sociedad de Vida Apostólica, porque como si fuera poco, si por allá llueve por aquí no escampa: en este continente de la esperanza estamos siendo testigos de la literal negación de la doctrina paulina de los carismas con las conductas enfermizas, por decir lo menos, de tres fundadores de comunidades notablemente prósperas: el Padre Maciel, de los Legionarios de Cristo, en México; el cofundador de los Sodalicios, en Perú; el Padre Caradima, impulsor de un fuerte movimiento vocacional, sacerdotal y hasta episcopal, en Chile. Por otra parte, las comunidades religiosas se envejecen, dejan de recibir vocaciones, sufren las salidas y hasta los suicidios de miembros de madura edad (la situación chilena en este caso es deprimente). Hay provincias de religiosas y religiosos donde el número de miembros mayores de 90 años supera al de menores de 60, la revista de Vida Religiosa más prestigiosa del mundo ha bajado la cifra de 50.000 suscripciones a solo 4.000 en los últimos tres años. Comunidades que padecen la incertidumbre de los dos discípulos de Emaús en los problemas afectivos, la idolatría del personalismo, el rechazo de la institucionalidad, las dificultades en el ejercicio de la autoridad y la animación, el desequilibrio entre autonomía-flexibilidad-exigencia, la irrupción de nuevos modelos culturales marcados por la virtualidad, las nuevas enfermedades psíquicas, la fragmentación de la familia, la concentración de las crisis en la vida comunitaria, la transpolación de los problemas individuales a la comunidad, la tendencia a la huida como forma de evasión, la brecha generacional, la búsqueda de protagonismos, la indiferencia y la inmadurez, la falta de coherencia… Al mismo tiempo, la Vida Consagrada reverdece en la diversidad cultural y de edad de sus miembros, la pasión por Cristo y los pobres, la capacidad de escucha, la pedagogía del discernimiento, el testimonio martirial, la multiplicidad de dones y carismas, la vida de oración, las dinámicas de circularidad y descentralización de los últimos tiempos, la vitalidad de los jóvenes y de los ancianos, el liderazgo participativo, el crecimiento en la libertad, la solidaridad, la corresponsabilidad y la transparencia… Se trata de un cruce de caminos en el que tampoco han estado ausentes ni la Congregación ni la Provincia: el cardenal Fran Rodé, el vicentino que ha ocupado una responsabilidad más alta en la historia de la Iglesia, acaba de entregar su oficio de Prefecto de la CIVC-SVA, aunque dejando una estela de insatisfacción en los religiosos de todo el mundo por su visión integrista de la Iglesia y de la Vida Religiosa; en nuestra antigua casa provincial funcionó el embrión de lo que hoy es el servicio de formación de religiosas y religiosos de la CRC, liderando por cohermanos que aún viven como Jorge García y Fenelón Castillo; el Padre Eduardo Arboleda fue el primer presidente de la Conferencia de Religiosos de Colombia y casi todos sus sucesores han formado parte de la junta directiva; varios cohermanos han sido miembros de sus comisiones, presidentes de las seccionales, vicarios episcopales de religiosos; uno de los nuestros es actualmente el Secretario General de la CLAR… Esta relación y este contexto plantean al Centenario un quinto llamado que podemos descifrar en la manera como precisamente la CLAR se ha orientado durante el actual trienio: a la luz de un Horizonte Inspirador que camina del encuentro de Jesús de Nazaret con la Sirofencia (Mc 7,24-30) hasta la Transfiguración (Mc 9,2-10), para afirmar la dinámica de la “interrelacionalidad” en experiencias intercongregacionales, en la preocupación por la armonía con la naturaleza, en el esfuerzo por “hacer efectivo el evangelio” en beneficio de los pobres, en el reconocimiento de los carismas fundacionales en los laicos, en la formación de animadores de comunidades locales, en la actualidad de la vocación de los religiosos hermanos, en el reconocimiento de los nuevos escenarios y los sujetos emergentes… De este amplio panorama podemos entresacar dos movimientos que deberían caracterizar nuestra respuesta contextual: la reconfiguración de las provincias y la relación entre carisma y laicado. Hoy por hoy, no hay comunidad que no se esté reconfigurando y que no se esté abriendo de manera creativa y humilde a la presencia del laico en su vida y misión. Ya hemos insistido en lo segundo, aunque no podemos dormirnos sobre la veta laical del carisma que existió desde los inicios con la primera fundación de san Vicente, las Caridades. Centrémonos en la primera corriente para que nos abramos a la reconfiguración, por motivos no de supervivencia sino de vitalidad. Pero ¿cómo es posible, se preguntará más de uno, que éste nos venga a hablar de este tema precisamente en la celebración del Centenario? Porque el posconcilio nos equiparó para estos pasos, porque ya hemos dado varios, porque la Provincia tiene en este aspecto una vocación singular y específica y porque no darlos sería al mismo tiempo ceguera y suicidio. Me explico: 1º Las nuevas Constituciones, la Instrucción sobre la Estabilidad, Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la Misión, la Guía Práctica del Visitador, la Guía Práctica Superior Local, que son documentos preciosos e hijos legítimos del Vaticano II, han ido sosteniendo un proceso de desplazamiento, equilibrado por el buen sentido común de nuestro Fundador congregacional, Vicente de Paúl, y de nuestro Fundador provincial, Martiniano Trujillo, de lo central a lo periférico, de lo institucional a lo personal y comunitario, de lo religioso a lo misionero, de lo general a lo local, de lo directivo a lo participativo, del secretismo a la comunicación, de la Provincia a la comunidad local. 2º Creo sin lugar a dudas que fue en nuestra Provincia y en nuestras casas de formación donde se comenzó a hablar de sentido de pertenecía no solo a la Provincia sino también a la Congregación y al carisma. 3º Por su relación con CLAPVI, cuya fundación surgió del genio creativo y misionero de uno de nuestros ex-visitadores, el Padre Luis Antonio Mojica, cuya sede ha estado casi siempre en Bogotá, cuyos secretarios ejecutivos han sido casi todos colombianos, cuya presidencia la han ocupado todos nuestros Visitadores, Colombia tiene la específica vocación de abrir sus fronteras a las necesidades y las posibilidades de las provincias hermanas de América Latina. Pero como somos una institución auto-suficiente, en lo que a recursos, miembros, tradiciones, documentos, etc., se refiere, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, hacemos de las provincias repúblicas independientes y nos sustraemos a un signo de los tiempos que se debe asumir en dos direcciones: ad extra, por ejemplo con un ente interprovincial de Colombia-Ecuador-Venezuela que facilite el aprovechamiento de los recursos y la búsqueda de soluciones la actual sinergia de las compañías aéreas nos la está sugiriendo a gritos; ad intra, la dinamización espiritual, comunitaria y evangelizadora de nuestras comunidades locales A estos dos mecanismos estratégicos se refirió la última Asamblea General. Así nos resbalamos brevemente hacia el sexto y último contexto que quería proponerles. La Asamblea General 2010 Limitémonos a destacar que la historia de la Provincia ha estado marcada en su segunda mitad por las Asambleas Generales del postconcilio y que en la entrada de este aire renovador ha influido la concomitancia de las Asambleas intermedias de CLAPVI con las Generales de la Congregación y la participación protagónica de los nuestros en las comisiones, la moderación, la secretaría, los debates…, como Eduardo Arboleda, John de los Ríos, Samuel Silverio Buitrago, César Flaminio Rosas, Luis Antonio Mojica, Abel Nieto, Fenelón Castillo, Aurelio Londoño, Alfonso Cabezas, Álvaro Juan Quevedo, Daniel Vásquez, Alfonso Mesa, Guillermo Campuzano, David Sarmiento, Juan Carlos Cerquera, José Antonio González… La todavía reciente Asamblea General del 350º aniversario espera de la Provincia en la celebración del Centenario a más de las respuestas que hemos mencionado ya en relación con la antropología del pobre, el protagonismo de los laicos vicentinos y la reconfiguración intra e inter provincial: fidelidad creativa para la misión; formación místico-profética; nuevos espacios ministeriales para la vocación de los Hermanos; nuevas formas de servicio al clero; obras caracterizadas por el cambio sistémico.
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