“LA BELLA MUERTE ESPARTANA”

“LA BELLA MUERTE ESPARTANA”
Compañeros de viaje por el archipiélago de las pequeñas historias que
hicieron la Historia de España y hasta la de otros países, creo que
estaremos de acuerdo en dedicar este artículo al primer Ejército realmente
profesional del mundo: el de la legendaria Esparta, que durante siglos
mantuvo la independencia de Lacedemonia, verdadera denominación del
sur de Grecia, cuando no ostentó el dominio de la península entera, antes
de que el macedonio Alejandro superara las hazañas del mismísimo
Aquiles y hasta las de Heracles.
Pero pensar en Esparta es pensar en las Termópilas, que vamos a pasar
un poco por alto porque más bien nos vamos deteniendo en asuntos
curiosos y poco oídos. La Bella Muerte Espartana no era la consecuencia
inevitable de depresiones ni derrotas. Ni siquiera de la inevitable vejez, que
a todos alcanza. Por el contrario, se la empezaba a desear cuando un
soldado creía haber alcanzado su gloria particular, grande o pequeña, y
sabía que por su parte ya todo estaba hecho. Entonces, libre de cualquier
preocupación, luchaba como nunca lo había hecho y buscaba a un rival
que le pareciese superior a él. Peleaban y, si efectivamente era su hora de
entregar el espíritu al Dios Padre Zeus, sin duda sentía una dicha enorme
y un legítimo orgullo. De ninguna manera era un suicidio: se trataba de un
intenso fundirse con la muerte y en cierto modo ser inmortal dentro de
ella.
Los hoplitas espartanos, sus mejores soldados, no nacían musculados y
con la lanza en la mano, sino que eran el fruto de años y más años de un
entrenamiento militar feroz, llamado agojé. Nacían para la guerra y para
dejar al menos un descendiente varón que a su vez fuera un soldado padre
de otro soldado. Eso no impedía que hubiese casos de cobardía, deserción
y hasta traición, pero en número nada significativo.
Tampoco buscaban batallas suicidas. Al final de la resistencia en las
Termópilas, el rey Leónidas hizo evacuar la zona a los soldados no
espartanos. Los que se quedaron, su guardia personal, no lo hicieron para
morir aun sabiendo que morirían. Ha habido casos en la Historia que
recuerdan a las Termópilas, pero ninguno de tanta antigüedad ni tan
fielmente guardado para la posteridad.
Hay que reseñar que cuando Hitler tuvo que invadir Grecia al haber
atacado Italia los Balcanes sin consultarle, lo que retrasó la invasión de
Rusia unas seis preciosas semanas, lo primero que hicieron los alemanes
fue rendir un homenaje militar en el desfiladero donde Leónidas y sus
Trescientos murieron. Y es que el valor hay que reconocerlo tanto a los de
un bando como a los del otro, como los héroes acaban convertidos en
patrimonio de la Humanidad.
En este mundo que vivimos en el que casi nunca se piensa en la muerte,
porque hasta en los cementerios se la procura disimular de mil maneras,
por eso asusta si nos toca de cerca. Es mejor entender que al final
representa el descanso, como el sueño tras un día ajetreado. Quizá no sea
una novia como dicen nuestros legionarios, pero no iban a equivocarse los
espartanos buscándola como la buscaban.
Mientras tanto, a vivir por España. El heroísmo también es cumplir cada
día con nuestro deber como mejor se pueda, dando ejemplo y tomándolo
de otros.