Enrique Abío Ezquerra. El candasnino que se libró dos veces de la

72 San Lorenzo
Diario del AltoAragón - Lunes, 10 de agosto de 2015
Personajes
Enrique Abío Ezquerra. El candasnino que
se libró dos veces de la pena de muerte
Valeriano C. LABARA BALLESTAR
Correspondiente en Huesca de
la Real Academia Matritense
de Heráldica y Genealogía
Hijo de su siglo
O. NO era horcha‑
ta lo que corría
por las venas de
Enrique Abío. Era
sangre y con una
temperatura de ebullición real‑
mente baja, a juzgar por los
hechos de su vida que conoce‑
mos, por la novela de su vida,
exagerada y romántica, como
todo el siglo XIX español, que
le tocó vivir.
Por eso no es de extrañar que
tropezara dos veces en la mis‑
ma piedra y, ¡vaya piedra! cual
era la de matar a un semejante,
la primera vez parece que por un
quítame allá esas pajas y la se‑
gunda de resultas de los enfren‑
tamientos fratricidas, también
plenamente decimonónicos en‑
tre carlistas y republicanos.
La familia Abío de Candasnos
Los Abío son la familia de in‑
fanzones con más raigambre en
Candasnos. En 1738 Felipe Abío
Fuentes fundó el casal familiar y
puso su escudo de armas ‑que si‑
gue campeando en su fachada‑,
en la plaza Mayor del lugar, fren‑
te por frente del ayuntamiento.
Sin tener por el momento cer‑
teza sobre la filiación de Enrique
Abío, todos los datos que posee‑
mos sobre esta familia candas‑
nina, de la que también somos
descendientes, nos hacen pensar
que nuestro protagonista nació
en Candasnos hacia 1850, hijo
de Pedro Abío Callén y de Rosa
Ezquerra Labrador. El padre era
doctor en Medicina y Cirugía, y
estaba condecorado con la cruz
de Isabel la Católica, por su bene‑
mérita labor durante la epidemia
de cólera de 1855. Hija segura del
matrimonio y, por tanto, presun‑
ta hermana de nuestro protago‑
nista, fue Manuela Catalina Abío
Ezquerra, casada con Domingo
Angás Allué, de quien hubo nu‑
merosa descendencia que llega a
nuestros días.
La primera pena capital
Enrique Abío debió incorporar‑
se a la milicia en los tumultuosos
tiempos del sexenio revoluciona‑
rio y, como hemos dicho al prin‑
cipio, bien por su carácter, bien
por el ambiente de la época, con
excesiva rapidez se subía a la parra, como decimos en su pueblo.
Sirviendo en un regimiento de
Caballería, al calor de una riña,
mató a un compañero.
Según la fría prosa jurídica, “El
Abío en la noche del 22 de octubre de 1872, siendo cabo segundo del Regimiento de Caballería
de Castillejos, estando de guarnición en Zaragoza, dio muerte a
su compañero Joaquín Monones,
Estampa de un fusilamiento
disparándole un tiro de carabina, cuando se encontraba sentado sobre su cama, con motivo de
disputar sobre el percibo de socorros…” 1
Condenado a muerte el 16 de
noviembre de dicho año, se de‑
bió encontrar algún atenuante
que desconocemos y se consi‑
guió el indulto. El periódico La
Época, nos hace sabedores na‑
da más empezar el año de 1873
que:
“Se ha conmutado la pena de
muerte por la inmediata al cabo
de caballería Enrique Abío, que
mató en riña a un compañero suyo y que fue sentenciado por consejo de guerra”. 2
Tenemos, si no la certeza, el
fuerte impulso de la intuición,
que nos hace pensar que el me‑
diador, el conseguidor del indul‑
to no fue otro que don Camilo
Labrador Vicuña, tío carnal de
la madre de Abío, de ser cierta
nuestra filiación. Labrador ha‑
bía sido Diputado nacional, fue
miembro de la Junta Central re‑
volucionaria nada más triunfar
la “Gloriosa” y era en aquel mo‑
mento Consejero de Estado, en‑
tre otros cargos.
Abío pasó a cumplir la pena de
cadena perpetua al penal de Za‑
ragoza. Trasladado al de Carta‑
gena, aprovechó la insurrección
cantonal de 1873 para fugarse e
ir a engrosar las filas carlistas,
no se sabe si por comunión de
ideas con la causa tradicionalis‑
ta o, más probablemente, para
acomodarse, como evadido de la
justicia que era.
Carlista por convicción
o por ocasión
“A río revuelto, ganancia de pes‑
cadores”. En pleno agosto de
Condenado a
muerte el 16
de noviembre
de 1872, se
debió encontrar
algún atenuante
y se consiguió
el indulto
Escudo de
los Abío de
Candasnos
1873, mientras Cucaracha mero‑
deaba a sus anchas por los Mo‑
negros y la Ribera del Cinca, si
bien perseguidos por el alférez
Bergua de la Guardia Civil, di‑
versos grupúsculos carlistas ha‑
cían también de las suyas en la
Almolda y otras poblaciones. En
ese contexto, el gobernador civil
de Huesca tuvo noticia de que
por las inmediaciones de Can‑
dasnos vagaba Enrique Abío. Se
dispuso con celeridad su captu‑
ra y al aprehenderlo se le ocu‑
paron: un fusil sistema Berdan
con su bayoneta, 48 cartuchos,
un traje completo de carlista,
con insignias de sargento prime‑
ro en la blusa y una cartera con
documentación de la Segunda
Compañía del segundo Batallón
Carlista de Aragón, al cual per‑
tenecía.3
No debió durar mucho la de‑
tención. Seguramente, experto
como era, Abío se fugó a la pri‑
mera oportunidad. El caso es
que en 1874 se encontraba en
Segorbe, al frente de una fuerza
carlista de la que se intitulaba co‑
mandante de armas. En la noche
del 14 de mayo, a eso de las diez
de la noche, se presentó en casa
de Gabriela Miralles. Allí estaba
Honorio Aparicio Cortés, vete‑
rinario de la localidad, jugando
al dominó, en compañía de Mel‑
chora Andrés, su consorte. Abío,
ayudado de varios hombres a sus
órdenes, maniató a Aparicio, di‑
ciéndole que sabía que prepara‑
ba una partida republicana de 60
hombres, para fusilarle a él y al
resto de la fuerza de la coman‑
dancia carlista, lo cual negaba el
veterinario.
De nada le valió, pues Abío se lo
llevó detenido a la dicha coman‑
dancia. De allí le sacaron dos ho‑
ras más tarde, a medianoche, por
el camino de Vall de Almonacid
y lo fusilaron de una descarga.
Cuatro de los ejecutores llevaron
el cuerpo a una partida, llamada
de “Mal paso” distante un cuarto
de hora de donde se había lleva‑
do a cabo el fusilamiento.
Unos doce carlistas cosieron al
muerto con sus bayonetas, en‑
sartaron el cadáver y lo despeña‑
ron por un barranco de 98 metros
de altura. Por si acaso, bajaron al
fondo e hicieron una nueva des‑
carga de fusilería sobre los restos
de Honorio Aparicio.4
Preso de nuevo, si bien no sa‑
bemos el detalle ni las circuns‑
tancias, fue enviado a Ceuta,
penal de cuya fama no hace falta
dar detalles. Bruto, pero noble,
según las curiosas glosas perio‑
dística de la época “Durante los
diez años transcurridos, ha sufri‑
do Abío en un lóbrego calabozo
lenta agonía, mereciendo por su
conducta la consideración de sus
jefes. En 1873,5 cuando gran nú‑
mero de presidiarios se conjura‑
ron para asesinar al comandante
de aquel penal, sorteando al que
debía ejecutar el crimen, salvó
la vida del jefe una confidencia
oportuna del infeliz Abío, que
con un peligroso golpe de mano
destruyó los planes de aquellos
forajidos”.6
Aunque enfriados los ánimos
políticos, en lo que al carlismo se
refería, en 1884, llegó el momen‑
to de trasladar a Abío desde Ceu‑
ta hasta Segorbe, para aplicar “in
situ” y según costumbre el resul‑
tado de la acción de la justicia,
por lo allí sucedido en la déca‑
da anterior. Los ánimos se halla‑
ban inclinados a la clemencia.
La fuerza de los “medios de co‑
municación” era ya importante.
Pesaba también la acción, con‑
tradictoria si se quiere, pero de
orden, de Abío dando el “chiva‑
tazo” que salvó al jefe del pre‑
sidio ceutí. En fin, aunque ya
muerto don Camilo Labrador, no
debieron faltar tampoco influen‑
cias que favorecieran el nuevo
indulto del candasnino. Las pri‑
meras reacciones favorables, las
de la propia población de Segor‑
be que antes del traslado del reo
desde Ceuta ya andaban gestio‑
nando el perdón:
“Las autoridades de Segorbe
gestionan el indulto del reo Enrique Abío, titulado Comandante
carlista en aquella población durante la última guerra civil, condenado a muerte por el asesinato
de Honorio Aparicio, veterinario
de aquella población”.7
No obstante, Abío llegó a ser
puesto en capilla el 17 de marzo
de 1884. Esa tarde, sin embargo
su expediente de indulto fue el
primer asunto que trató el Con‑
sejo de Ministros, presidido por
Cánovas del Castillo. Al minis‑
tro de Justicia, Francisco Silve‑
la, le correspondió leer la larga
y compleja “hoja histórica penal
de Abío”, haciendo hincapié en
la conducta penal intachable del
reo en la última reclusión, por es‑
pacio de una década y en haber
salvado la vida del jefe penal ya
referido. El Consejo, que conta‑
ba de antemano con el beneplá‑
cito real, estuvo de acuerdo con
el parecer de Silvela.
Inmediatamente se cursó te‑
legráficamente la resolución al
presidente de la Audiencia de
Valencia y al juez de primera ins‑
tancia de Segorbe.8
Finalmente la Gaceta de Ma‑
drid, antecesora del actual Bole‑
tín Oficial del Estado, publicaba
el día de san José de 1884 el:
Real Decreto indultando
a Enrique Abío de la
pena que le impuso la
Audiencia de Valencia
“Visto el testimonio de la senten‑
cia dictada por la Sala segunda