La provocación, como una forma particular de comunicación Autora: María Cristina Ravazzola1 Por provocación entendemos un tipo particular de comunicación que induce emociones generalmente desagradables (tensiones) y promueve re-acciones casi automáticas que no son las que elegiríamos en condiciones más relajadas y distendidas. Para identificarlas, ya que a distintas personas nos provocan distintos tipos de mensajes, nos es útil la metáfora de imaginar ciertas frases o actitudes como si fueran un anzuelo que "engancha" y hace "picar" al interlocutor, que queda así enredado en una trama interaccional particular. El interlocutor que "enganchó" queda insatisfecho y tenso, con la sensación de que "no era eso lo que quería hacer o decir" y que ni siquiera sabe por qué entró. En lenguaje popular, queda "pagando". Coincidimos en nuestras apreciaciones con los terapeutas italianos del grupo de M. Andolfi, C. Sacu, A. M. Nicoló y P. Menghi (Istituto de Terapia Familiare, Roma), así como también con R. Piperno, que han estudiado especialmente la provocación y han hecho propuestas muy valiosas tanto teóricas como técnicas. Ellos reconocen la presencia regular de esta forma de comunicación en los miembros de los sistemas familiares que funcionan rígidamente, es decir, que repiten conductas sintomáticas. Nosotros vemos que este tipo de mensajes provocadores son típicos de las familias en las que se repiten conductas de la serie "psicótica", y también en las que presentan conductas de la que llamamos "serie abusiva" (abuso de sustancias y abusos en las relaciones). 1 Médica, terapeuta familiar, [email protected] 1 Estructura La provocación tiene una estructura. Consiste en actitudes, frases, gestos, que, más o menos sutilmente, esperan ser complementados por el gesto o la frase del OTRO a quien el sujeto se dirige. Se formula de tal modo que eleva la tensión del destinatario a la manera de una danza o del turno de cada jugador en un juego. En su diseño entran reglas que, aunque no se explicitan, se supone que son compartidas por el OTRO, como miembro del mismo sistema social. De hecho, la provocación se completa cuando al OTRO, el interlocutor da una respuesta previsible. Y, por lo común, se ve obligado a dar alguna respuesta a menos que sea sordo, ciego o que desconozca el idioma que es también una regla de pertenencia. Un insulto, por ejemplo, es una provocación grosera, que induce una emoción de ofensa. La experiencia de la ofensa promueve una reacción limitada, generalmente agresiva para con el que insultó, que, entre personas que se importan afectivamente, o que, por alguna razón no creen que puedan salirse de la inducción, estimula una danza a veces en escalada. En una entrevista reciente con una familia que trae a su hijo adicto a las drogas para ser atendido en un programa de rehabilitación, en un momento dado el adolescente mira el terapeuta y le dice: "¿Sos estúpido vos?, que, ¿no entendés que así va a ser peor?". ¿Qué significa? ¿Cuál es la utilidad de este tipo de mensaje en un sistema social? La consideramos una contraseña entre miembros de estos sistemas rigidificados, un testeo de que ellos están y siguen estando muy próximos y muy de-pendientes unos de otros, de que se toman MUY en cuenta, y de que, entre ellos, la reacción emocional automática es más fuerte que la reflexión. En esta situación, la familia, a través del adolescente, testea al terapeuta y su reacción. En este caso, el terapeuta optó por ponerle un límite. Le dijo que saliera de la habitación, diera una vuelta, y, si quería volver a entrar, se disculpara con él por el insulto. Los padres no intervinieron para nada, manteniéndose como espectadores del duelo entre los dos paladines, de sus propios tironeos contradictorios: el amor al hijo y la necesidad de poner un límite a sus desbordes. Obviamente el insulto al terapeuta debía tener numerosos antecedentes de insultos a los padres. 2 Para nuestro modelo de intervención terapéutica (P.I.A.F.F.)2 , la presencia de mensajes provocadores siempre fue una señal a la vez de cierre y de apertura del sistema o grupo que nos consultaba. A la vez que nos veíamos vulnerables a la emoción y reacción detonada por el "anzuelo" provocador, también aprendimos que, al nivel de la dinámica de su estructura, la familia nos señalaba así un camino para ponernos en contacto. Entendimos desde entonces que esos mensajes representaban los temores y contradicciones de los miembros de la familia, pero que también eran el instrumento con el que ponían a prueba nuestra capacidad para lidiar con las cuestiones que los atormentaban. A partir de nuestra experiencia, para que nos sea posible salirnos del canal inductor, proponemos a los terapeutas pensar en la provocación como si se tratara de una invitación que hace alguien que no se siente en condiciones de hacer una invitación acogedora y atractiva, sino que la hace como puede. A pesar de los aspectos agresivos del mensaje, todos sabemos que una invitación se hace a alguien que importa. El sujeto que provoca expresa una intención de búsqueda de atención y dedicación, y al mismo tiempo, muestra una interferencia importante con la demostración de su interés en esa persona y esa búsqueda. La dimensión "me importa tu persona" del mensaje provocador queda eficazmente oculta detrás del ataque. La provocación esconde la parte "buena" del mensaje y deja visible sólo la grosera. Quien provoca está conflictuado entre acercarse y alejarse de aquel a quien se dirige de este modo. Y "resuelve" el conflicto haciendo un test a ese OTRO a quien agrede provocándolo, y de quien habitualmente recibe, completando el circuito comunicacional, una respuesta automática confirmatoria de sus peores expectativas. La respuesta, totalmente previsible para quien provocó, es, tal vez, garantía de que el OTRO continúa "respondiendo", "perteneciendo" al sistema y eso alivia una parte del conflicto. Pero, lamentablemente, también suponemos que el provocador espera -alguna vez- una respuesta diferente de la esperada, que le abra otros canales de relación, aunque le signifiquen una inseguridad en cuanto a la sujeción del OTRO a su sistema. La hija de diez años, le grita a su mamá adoptiva que sabe muy bien que ella no la quiere, y que es por eso que la hace dormir con la hermana y cederle su dormitorio a los abuelos (el abuelo que está muy enfermo, vive en la provincia y necesita hacerse tratamientos en la capital). La madre, entre 2 Programa de Investigación, Asistencia y Formación en Familias, coordinado por la Dra. C. Ravazzola y Dr. Gastón Mazieres, que funciona desde 1983 hasta la fecha. 3 enojada por la poca solidaridad de la nena y afligida porque ella piense realmente que no es querida, le explica largo rato que su dormitorio es el más grande y cómodo para los abuelos, y le relata ejemplos de cuánto la quiere. La nena continúa protestando y la madre se pone cada vez peor hasta que el episodio termina con un cachetazo. La madre llora sintiéndose culpable y el padre que piensa que la madre debería manejar mejor estas situaciones. Posiblemente podrían cortar este penoso circuito si la mamá se autorizara a sí misma a tratar a la nena con menos deferencia, no se dejara acusar ni culpabilizar ni por su marido ni por su hija, por lo tanto, tampoco se enojara "realmente" con ella. Probablemente sólo le pondría entonces un límite a tiempo como a cualquiera que molesta. Entrenamiento de terapeutas en contraprovocaciones Cuando quienes trabajan en el entrenamiento del SELF de los terapeutas (como G. Mazieres, Ma. C. Ravazzola, H. Aponte, W. Santi y otros) describen las escenas que ellos evocan para ejemplificar sus momentos difíciles o sus "escenas temidas"3, éstas son escenas de provocación. Representan un momento en que un paciente nos aborda de un modo particular, tal que nos gatilla una reacción que, sabemos, no va a ser útil para producir conversaciones promotoras de autorreflexión. En esas escenas nos sale automáticamente una respuesta que lamentablemente va a cerrar la relación y a continuar promoviendo un contexto de emociones defensivas con interacciones no deseadas. Si podemos, en cambio, vencer aspectos nuestros "enganchados" con problemas semejantes a los de ellos, la provocación será una oportunidad de entrada, de contacto con cada uno y hasta de profundizar las grietas que amenazan la estabilidad sintomática del sistema. Siguiendo la línea propuesta por el Istituto de Terapia Familiare de Roma4 en sus estudios e investigaciones especiales sobre la provocación, vemos que ellos elaboran una técnica terapéutica que llaman contra-provocación, que consiste en tomar la provocación como si fuera el ataque del OTRO en las artes marciales tipo jiu-jitsu y utilizarla como herramienta para desbaratar ese juego propuesto y dar un paso hacia el contacto fuerte y la construcción de otro juego menos previsible y menos sostenedor de la repetición. Un ejemplo es el de una familia cuyo padre viene a la 2da entrevista mostrando su disconformidad con la terapia. Dice al terapeuta: "Ud. no es eficaz. La 3 Psicodramatistas y psicoanalistas argentinos como F. Moccio, C. Martínez, E. Pavlovsky, L. Friedlevsky y H. Kesselman han hecho trabajos específicamente con estas escenas. 4 Ver el libro "Detrás de la máscara familiar" de Mauricio Andolfi. Buenos Aires: Amorrortu editores. 1985. 4 entrevista no nos sirvió para nada". El terapeuta sabe qué no debe hacer: 5 no debe dar una explicación en la que se disculpa por los pocos logros, ni enojarse por lo injusto y desmesurado del reproche ni por el modo maltratador. Eso sería una actitud que el sistema familiar puede asimilar fácilmente y para la que, seguramente, conocen modos ya aceitados de manejarse. Para ilustrar las posibles contraprovocaciones que desbaratan estos juegos y abren otras alternativas a las familias, es que en los entrenamientos de psicoterapeutas se ensayan diferentes intervenciones. Las escenas de descalificación de la terapia o del mismo terapeuta como la del ejemplo, son de las más frecuentemente evocadas cuando se trata de explorar dificultades. Los terapeutas en entrenamiento pueden distribuirse y jugar distintos roles (de provocador, de terapeuta, etc.), y probar cuál es la intervención que logra que la perturbación vuelva al polo consultante, sin otros efectos indeseables. Por ejemplo, en el caso citado, el terapeuta podría ensayar decir: "Por suerte para mí van ustedes despacio. De lo contrario, correría el riesgo de no poder pagar mis vacaciones". Pero, tal vez, al ensayarla se vería que eso suena demasiado contraprovocador, especialmente al principio de una relación, y el terapeuta correría el riesgo de quedar en una relación poco cordial con la familia. Esto es lo que sucede si la respuesta tiene una dosis un poco fuerte de ironía, en un "timing" inadecuado. En cambio puede ensayar decir: "Gracias por orientarme en el ritmo que ustedes necesitan. Me doy cuenta así de que son más rápidos de lo que yo creí. Igualmente no sé si estaré a la altura de lo que ustedes necesitan. A lo mejor, yo soy demasiado "lenteja". Probablemente con esto termine la escena provocadora, y hasta pueda ser que alguien de la familia se disponga a tranquilizar al terapeuta en cuanto a sus habilidades. Tenemos que pensar que nunca hay una sola respuesta adecuada. Siempre hay muchas que son útiles. Importa no caer en algunas sabemos de antemano que son perpetuadoras de las funciones rígidas del sistema. Están incluidas entre estas últimas las respuestas emocionales de enojo, ofensa o ganas de echarlos, o, la peor que es que el terapeuta haga como que no pasa nada pero "quede" molesto, atontado, o acelerado, lo que indica que ha sido afectado, cargado negativamente por la provocación y que la tensión se incrementó en el polo terapéutico. Aunque no encuentre inmediatamente una respuesta adecuada, el terapeuta puede reflexionar acerca de sus propios "enganches" narcisísticos en la propuesta provocatoria. Obviamente no es útil para el polo consultante disminuir sus tensiones y "descargarse" a través de que quede cargado el terapeuta, porque sólo cabe que se descarguen las tensiones a través de que consigan solucionar el problema que los aqueja. Eso significa que la respuesta del polo terapeútico DEBE devolverles la carga tensional de un modo tal que puedan aceptarla y no defenderse ahora del terapeuta. Toda esta 5 Citando a R. Piperno en "La Funcione della Provocazione nel mantenimento omeostatico dei sistemi rigidi". Revista "Terapia Familiare", nº5, junio de 1979. 5 gimnasia comunicacional es muy necesaria e ineludible si estamos queriendo ayudar a familias en situaciones de "psicosis" o de abusos. En cuanto a las familias con miembros abusadores, que son las que nos interesan especialmente, en ellas la provocación funciona más distribuida entre todos, generalmente cuidando de que el abusador sea el que resulte menos tensionado. El terapeuta no es siempre el blanco principal, también lo es la persona sistemáticamente abusada. Pero el problema del terapeuta es que no sólo debe interferir provocaciones para con él mismo sino que también debe interferir las que van dirigidas a otros. Voy a tratar de explicar por qué esta intervención es tan importante, casi un eje de la terapia, tomando algunas ideas nada nuevas, ya expresadas por R. Piperno en 1979. Función-Persona. Balance de tensiones Piperno describe a las familias rígidas, como aquellas en las que sus miembros están constreñidos a ser solo lo que los otros significativos de su coexistencia esperan de ellos. Ninguno puede libremente ser. A lo sumo, algunas personas del grupo tienen algún permiso de ser (siguiendo una clasificación antropofenomenológica propuesta por Ludwig Binswanger) ellas mismas, pero no todas. Y esta forma de interactuar permanece a lo largo del tiempo. Piperno usa la metáfora de la capacidad de definir confines claros de los espacios personales como posibilidad de expresión del "sí mismo" y casi como un signo de salud mental. "La falta de autonomía, la imposibilidad de proponerse con un espacio personal propio, lleva a buscar compañeros de juego con los que se confunde "el ser por mí" y "el ser por el otro. La intrusión en el espacio personal del otro a través de la pérdida del propio se vuelve la única posibilidad de co-existencia. La protectividad, la indiferencia, el rechazo, la victimización y la locura se transforman de atributos individuales en roles para un libreto rígido". 6 La modalidad de ser en el grupo puede definirse ahora como "el coexistir a nivel de función". La trágica descripción de R. Piperno de la existencia en función del otro, no es tan extraña a nuestra cultura. Si nos detenemos a pensar en los clásicos roles familiares, las expectativas puestas sobre las madres son que ellas deben vivir parte o toda su existencia en función de las necesidades de sus hijos. ¿Esto las pone en un mandato social de ser - según la definición de Piperno - seres desviados de la normalidad? Entonces, ¿las madres, por coexistir casi sólo en función de su hijo, son enfermas por prescripción social? El sistema que forma un operador social convocado como terapeuta por un lado, y los miembros de la familia, o el paciente individual por el otro - llamado sistema terapéutico-, también puede transformarse en un sistema rígido, y sus componentes actuar sólo desempeñando aquellas conductas a las que están constreñidos. La presencia de este miembro nuevo del sistema -el terapeuta- amenaza desestabilizarlo, por lo que los miembros de la familia lo aceptan en tanto el nuevo circule sin provocar efectos de verdadera ruptura. El sistema puede (corre el riesgo de) ser mirado o actuado por este miembro nuevo de un modo que les genere sorpresa y alternativas temidas y no previstas. Pero eso, seguramente, es deseado y temido a la vez. Por lo tanto, es más tranquilizador anular el efecto de novedad posible. En nuestra experiencia, el balance de tensiones en estas familias suele ser tal que asegure una tensión óptima entre un mínimo y un máximo que el sistema conoce y tolera y que no está necesariamente en relación con síntomas que tal vez estén presentes desde hace mucho. Estas familias "rígidas", están entonces acostumbradas a un monto de tensión previsible que no siempre es el mismo que nosotros toleraríamos. El aumento de la tensión más allá de ese monto es razón suficiente para acudir a pedir ayuda. En la demanda de terapia, buscan un alivio, un cambio, en general algo que podría pensarse como una disminución de la tensión que están soportando, lo que no siempre es homologable a que busquen la desaparición de las conductas sintomáticas. Hugo hace 6 años que vive con sus padres ancianos después de una tormentosa separación matrimonial. Su hermano mayor, Sergio, en tratamiento por sus problemas personales, relata a su psicoterapeuta actitudes maltratadoras y conductas violentas de Hugo. Le cuenta que Hugo no trabaja porque ningún trabajo se ajusta a sus exigencias y necesidades y también la aflicción de sus padres que suponen a Hugo afectado por el fracaso de su matrimonio con Elena y les piden constantemente ayuda a él y a su otra hermana. El terapeuta sugiere a Sergio una entrevista de terapia familiar con nuestro equipo. La madre es quien solicita telefónicamente la consulta, definiéndola como urgente. Es fácil pensar que el motor de la consulta no han sido los síntomas de 7 Hugo, sino la preocupación del psicoterapeuta de Sergio, a su vez gatillada por aquellos aspectos de los relatos de Sergio que representan los focos de tensión en las relaciones entre él y sus padres, y entre él y su hermano. Esta "pelota picando" en esa área presiona a su vez a la relación Sergio-madre quienes se movilizan para consultar a nuestro equipo. Dicho de otra manera, la mirada del "extraño" (el terapeuta de Sergio) aumenta el nivel de tensión habitual y el grupo busca restablecer el nivel tolerable que les garantiza poder continuar lo que Mara Selvini Palazzoli llama "el juego" relacional psicótico. El juego comunicacional provocador habitual parece un instrumento hábilmente aceitado entre los miembros de estas familias por el cual uno de ellos (no siempre el mismo) se ha hecho cargo de absorber las tensiones de distintos modos. Cuando un "extraño" se aproxima, es blanco de mensajes provocadores y es probable que asuma entonces esos excedentes de tensión que podrían perturbar el juego habitual. De esto se deduce que es importante para el terapeuta estar en condiciones de esquivar o transformar los mensajes provocadores, de tal manera que vuelvan a inducir mayores tensiones en el sistema que consulta, pero cuidando de mantener siempre una aceptación de las personas y un clima de relación amable. En este caso que comento, al comienzo de la reunión a la que vienen Sergio, Luisa (la hermana) y la madre, Luisa cuestiona (con vehemencia) la modalidad de trabajo del equipo. Ella se manifiesta en desacuerdo con el uso de la cámara de Gessell y de las grabaciones, exigiendo que se haga la entrevista prescindiendo de esos instrumentos. De no complacerla amenaza con irse mientras permanece de pie discutiendo y mientras Sergio intenta negociar con nosotros para que cedamos y así su hermana se queda. Finalmente, ante la declaración de los terapeutas de que con mucho gusto la complacerían pero que en estas situaciones de larga data trabajamos sólo de esta manera porque sabemos que si no no cambia nada, es la madre la que define que va a quedarse y aceptar las condiciones del equipo. Allí Luisa se tranquiliza y se sienta. Nosotros, como equipo, entendimos la reacción de Luisa como una provocación. De alguna manera, conociendo el funcionamiento de estas familias, estamos preparados para estos momentos. No dejamos que nos invadan emociones que nos harían reaccionar defensivamente, sino que mantenemos nuestro rumbo sin descalificar ni al provocador ni su propuesta. Cambiar algo que se repite durante años no es fácil para nadie, y aceptamos que da mucho miedo y promueve pataleos y berrinches. Pero somos conscientes de que esos berrinches precisan límites. 8 ¿Por qué es tan importante saber manejar la provocación? Para responder a esta pregunta es necesario pensar acerca de los factores que, tal como pregunta C. Slutzki, mantienen los síntomas. Vemos que la serie de factores que coexisten en una familia con un miembro sintomático son las siguientes: que el grupo familiar comparta un criterio consensual de "enfermedad" como condición por la que no se exige al sujeto-problema que se responsabilice por sus conductas. Este sistema de creencias coincide con la búsqueda de una resolución médico-psiquiátrica del problema. que, de producirse tensiones entre las personas, estas tensiones se mantengan bajo control. Si las tensiones aumentan más allá de un límite, entre todos van a designar a alguien para que se haga cargo de ellas. En consecuencia las tensiones tienden a ser permanentemente delegadas sobre alguien. que cada uno disminuya la intensidad del registro de su propio placer o disgusto (habitualmente lo delegan de uno a otro). Ninguno se compromete con sus propias necesidades vitales. que se mantengan fijamente algunas pautas a lo largo del tiempo como si la gente no creciera o como si el tiempo no pasara. que la estructura jerárquica en algunos subsistemas permanezca inamovible, incuestionable. Juego ambivalente de tensiones Algunas reflexiones Pensando que los circuitos interaccionales de las familias en las que ocurren conductas de abusos se mantienen debido a factores muy coincidentes con los que mantienen la existencia de una manifestación sintomática, hemos continuado la línea de intervención contraprovocadora propuesta 9 por el I.T.F. de Roma, contribuyendo a experimentar, fundamentar y precisar su aplicación también a las consultas por problemas de abuso en las relaciones y de abuso de sustancias. Poner el foco en el juego de tensiones nos llevó a preguntarnos hace ya años cuando comenzamos con las metáforas de co-construcción en la terapia6: ¿De dónde pensamos que surgen esas tensiones? Aluden a algo tendido entre por lo menos dos polos que tironean. ¿Cuáles son esos polos? Nos respondimos tentativamente que tienen tal vez que ver con la ineludible danza biopsicosocial humana por la que pertenecemos a grupos sociales significativos al mismo tiempo que necesitamos diferenciarnos como sujetos únicos, lo que nos pone en una, también ineludible, situación de contradicción personal-grupal. Cada cultura, cada grupo, cada individuo, propone y se propone formas de resolver esta contradicción y, quizás, haya habido a lo largo de la historia humana, convergencias más y menos exitosas. En nuestra cultura occidental, los valores difundidos desde medios masivos de comunicación, transmisiones generacionales de tradiciones, etc., nos sumen en una paradojización flagrante a través de mandatos como estos: 1) existe el culto al héroe, individuo único por excelencia, que es tanto más heroico cuanto más se sacrifica por los demás; 2) las mujeres, como madres heroicas, por ejemplo DEBEN dedicar su vida a los hijos, pero a la vez realizarse como personas y prever los años de vida posteriores a la ida de los hijos del hogar paterno, con lo que deben desarrollarse en algún área de su propio interés; 3) los hijos se deben a sus padres y familias, pero, al mismo tiempo, son "raros" o "enfermos" si no se alejan y no constituyen un grupo familiar propio. Siempre que optamos, algo perdemos. Las diferentes construcciones de la realidad que hacemos cada uno de nosotros, pueden incluir la creencia o la ilusión de que podemos no optar, no perder, no comprometernos en la consecución de lo que queremos, o sea, que podemos mantener indefinidamente una oscilación ambivalente. Esta construcción supone una delegación tanto del aspecto de la contradicción que nos resulta, en cada momento, más difícil o amenazante, cuanto, a veces de la misma decisión de elegir. Cuando 6 Ver Mazieres y Ravazzola: "Una metáfora de la relación Terapeuta-Familia: co-autores de nuevos libretos". Revista Sistema Familiares, año2, nº 3, Diciembre 1986. 10 es así, también tenemos que delegar nuestro registro de lo que queremos. Esta oscilación permanente coincide con la detención de los procesos evolutivos en su devenir naturalmente cambiante, "los seres vivos y las organizaciones sociales cambian permanentemente"7. Como el burro frente a las dos parvas de paja igualmente grandes, el sujeto debería comprometer su decisión hacia una de ellas pero, permanece en oscilación constante8. El circuito oscilante se mantiene en tanto no haya variables que diferencien las parvas de paja. Por lo tanto, todo el circuito interaccional debe reverberar ambivalentemente, detenido en una oscilación constante entre la parva de pertenencia y la de la autonomía. Así es que, para mantener la ilusión de no perder, hay que generar mecanismos (con gasto energético) que mantengan la oscilación y minimicen permanentemente las diferencias. Volvamos a nuestro foco de interés. Como Terapeutas Familiares nos interesó y nos interesa, de acuerdo a todo lo antedicho, cómo se producen los "circuitos de mantenimiento" en las familias con miembros sintomáticos y en las que ocurren repetidas interacciones de abusos; es decir cuáles son en estas familias, esos eficaces mecanismos de mantenimiento de una oscilación. El mecanismo tiene que ser tal que permita a los sujetos tender hacia polos cohesivos y diferenciativos a la vez, sin que uno prevalezca sobre otro (crecería una de las parvas). Encontramos con frecuencia que, en ellas se formulan declaraciones en un plano (generalmente verbal) que son desmentidas flagrantemente en otro plano (generalmente gestual o de acciones concretas). En la vida corriente se escuchan muchos de estos ejemplos: una mujer dice "a mi marido no le aguanto más que llegue tan tarde", protestando, mientras arregla la mesa para servirle la comida cuando llegue. Las palabras hablan de algo a lo que se pone fin, ya intolerable para el sujeto, mientras los actos y, seguramente, la actitud de la misma señora al estar frente a su marido, indican que aguantará muchas veces más. La madre que dice al hijo "ésta es la última vez que te alcanzo hasta la escuela lo que te olvidaste" sabe ella misma, mientras se lo lleva, que lo volverá a hacer la próxima vez que el hijo se lo reclame. En estos ejemplos las personas hablan la autonomía mientras actúan la pertenencia. Estas declaraciones que se anulan mutuamente tienen el efecto de permitir una cierta descarga de tensión en esa interacción en la que el sujeto estaría, de lo contrario, a punto de registrar un displacer. De todos modos, al anularse una a la otra, no inclinan el movimiento en una determinada dirección y, por lo tanto, no hay cambio. Se puede continuar con la ilusión de que es posible no optar, no comprometerse; no hay alarma frente a una tensión dolorosa en la que se sería desleal a la familia, o, por lo menos consciente de una renuncia personal. 7 8 H. Maturana: Comunicación Personal Conferencia 1983. Buenos Aires Watzlawick, Beavin, Jackson: Teoría y Práctica de la Comunicación humana. 11 Estamos frente a un fenómeno social habitual. En las familias y en los grupos sociales en general, se realizan actos propios de lo que llamamos la danza relacional9 confirmatoria de pertenencia por un lado (nos da identidad, seguridad, continuidad, etc.) y por el otro afirmadores de nuestra individualidad. Sucede en la vida de todos los días. Cada vez que damos respuesta a una pregunta, estamos, por un lado, respondiendo a una inducción, certificando una pertenencia a un código social y, por el otro, dando nuestra propia respuesta. Pero no siempre el circuito interaccional necesita establecerse de un modo fijo, y se producen, en cambio, movimientos generados por las necesidades particulares de cada sujeto. En los casos que nos interesan particularmente (abusos), el polo diferenciativo de los mensajes parece, por alguna razón, ser muy difícil de asumir y, por lo tanto, aparece sólo para ser anulado por algún otro mensaje, generalmente expresado en otra área (corporal-conductual si el mensaje diferenciado era verbal). También es importante evaluar el contexto en que se manifiestan estas ambivalencias, y las expectativas que se generan en función de tal contexto. A veces, se espera de un sujeto tercero, espectador del mensaje, que asuma el polo diferenciativo y lo haga su propia causa. En esos casos, si quienes interactúan son el marido y la esposa, frecuentemente ese tercero es un hijo, quien hace suya la "causa" de uno de los padres. Cuando estas familias llegan a hacer una consulta, sus miembros proponen mensajes ambivalentes, y esperan que el terapeuta sea quien tome a su cargo la manifestación diferenciada, o, en otras palabras, que asuma la necesidad de cambio de cada uno. Es por todo esto que los mensajes ambivalentes resultan importantes para el terapeuta familiar. Si la ambivalencia está presente, significa que él es el candidato óptimo para que le sean delegadas las necesidades diferenciativas de los miembros del sistema familiar. Si las hace suyas, la familia puede, ahora incluyéndolo como parte de la misma, seguir oscilando indefinidamente, o, sólo registrar sus tendencias cohesivas. A la vez, también es cierto que el terapeuta tiene a través de estas manifestaciones una oportunidad única de entrar al sistema familiar, si puede maniobrar desde una devolución total de lo expresado ambivalentemente, (por uno o entre dos miembros de la familia) hasta producir la amplificación del aspecto del mensaje que de otra manera quedaría oculto. 9 C. Whitaker. "El Crisol de la Familia", Buenos Aires, Amorrortu. 12 A la luz de estas reflexiones, lo que llamamos "provocación" sería entonces un tipo especial de mensaje también ambivalente, en el que el sujeto induce violentamente a otro a dar pruebas de su lealtad al sistema de expectativas mutuas en el que se manejan ambos. Veamos un ejemplo: Un adolescente puede decir al terapeuta, mientras sus padres miran y escuchan atentos "¿Ud. va a hacer algo por mí"? "si ni siquiera conoce los nombres de los medicamentos que tomo"..., con tono despectivo. Este mensaje presenta algunas ambivalencias que es útil reconocer: a. Adolescente despreciativo y provocador vs. padres reconocidos que piden ayuda. b. Adolescente despreciativo vs. adolescente sentado en el consultorio del "despreciable" terapeuta. c. Adolescente necesitado de atención y garantías vs. adolescente agresivo y despectivo. Lo esperado y previsible sería que el terapeuta diga: "Bueno, justo no conozco esos medicamentos, pero si me decís la droga que los compone"...o, "bueno, yo no estoy de acuerdo con dar remedios, por eso es que...", en fin, alguna explicación que lo defienda y devuelva al adolescente y su familia, la idea de que él funciona con las mismas pautas que ellos. Como un aspecto especial de la ambivalencia a la que nos referimos, la provocación del sistema familiar (a través de alguno/s de sus miembros) al terapeuta, le provee un camino de intercambio intenso con él mismo y con todos. Claro que, respondiendo no en la línea defensa-ataque prescripta por la familia, si no ofreciendo otra propuesta que incluya los polos de la ambivalencia. Por ejemplo puede decir al joven: "Te agradezco que te hayas molestado hasta aquí a pesar de mis ignorancias. Espero que me ayudes en lo que desconozco porque lo voy a necesitar". Si el terapeuta elude la trampa de tener que responder a la inducción, los miembros de la familia también pueden hacerlo. Cuanto menos el terapeuta intente "convencer" o "tironear" o "mover" a los clientes en una dirección, menos cargará con delegaciones que lo posicionan como reforzador del no-cambio. Este balance es difícil porque a la vez un terapeuta tenderá a ayudarlos a cambiar. 13 Por todo lo antedicho, resulta obvio que los terapeutas que se enfrenten a situaciones de abuso tienen que poder registrar estos fenómenos comunicacionales provocadores. Muchas veces se trata de desafíos claros como los descriptos pero, muchas otras veces, las manifestaciones son más sutiles. En el contexto terapéutico, estas últimas son una forma de "síntomas en sesión" que se manifiestan como incongruencias de sentido en los discursos, que sabemos que se relacionan las mismas ambivalencias que la provocación porque también "provocan" alguna forma de molestia en el terapeuta. Cuanto más entrenado esté éste en prestar atención a sus imágenes, sus deseos, su comodidad y bienestar, más va a ser capaz de detener las interacciones en las que se le generó un malestar y en producir una nueva ruta en la conversación. Es interesante y resulta fructífero poner el foco en lo que podemos llamar síntomas comunicacionales en la conversación, de los cuales las provocaciones son algunas de las formas menos sutiles. 14
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