Índice 144 OCT /15 3 Cartón de Chava 4 Índice 5 Versión norestense 20 Los héroes nuestros Cris Villarreal Versión norestense de Fox Hugo L. del Río de Fox Hugo L. del Río 6 Qué esperar del gobierno de los puros Claudio Tapia Víctor Orozco 8 Cortafuegos 34 El Mediterráneo Joaquín Hurtado Director: Luis Lauro Garza Editora: Denise Márquez Asesor de la dirección: Gilberto Trejo Relaciones públicas: Yolanda Aguirre Asesor legal: Luis Frías Teneyuque Comunicación e imagen: Irgla Guzmán Arte y diseño: Martín Ábrego Parra Servicio de internet: Asael Sepúlveda Distribución: Luis Carlos Ramírez La Quincena / revista mensual / octubre 2015 Editor responsable: Luis Lauro Garza Número de Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04-2003-0828156343200-102 Número de certificado de Licitud de Título: 12926 Número de Certificado de Licitud de contenido: 10499 Incorporada al Padrón Nacional de Medios Impresos de la Secretaría de Gobernación. La Quincena es una publicación editada por Editorial La Quincena S.A. de C.V., Serafín Peña 748 sur, Monterrey, Nuevo León, C.P. 64000, Tel. (81) 19352363. Correo electrónico: [email protected] Página web: www.laquincena.mx Impresión: Procesos Impresos, S.A. de C.V. Av. Alfonso Reyes 3013, Fracc. Bernardo Reyes, C.P. 64280. Monterrey, Nuevo León. Distribuidor: Editorial La Quincena, S.A. de C.V. 4 Q 26 Cuartel Madera de dolor Joan del Alcázar 10 Drogado o ebrio Armando Hugo Ortiz 11 Con la cuchara grande 36 Ingredientes para un coctel Rosa Esther Beltrán Enríquez incendiario Raúl Caballero García 12 El city manager: 38 Humoritmo recargado una mala copia Abraham Nuncio Luis Valdez 14 Las balas sonaron Entrelibros Eligio Coronado 40 (De la guerrilla en Monterrey) Ricardo Morales Pinal 42 Pedagogía de los videojuegos Eloy Garza González Diseño de portada: Saúl Escobedo M onterrey.- Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón está resignado a ser gobernador de Nuevo León por un periodo de no más de año y medio. Esto es, “si la raza se enterca” y lo presenta como aspirante a la Presidencia de la República en las elecciones de 2018. El gobernante electo es una constante fuente de sorpresas. Hoy, resulta divertido como la versión norestense de Vicente Fox. Pero mañana no reiremos. El Norte publica que, en la ciudad de San Luis Potosí, el Bronco dijo que, “si la raza” insiste, “es probable que pueda ser candidato en el 2018. No lo aseguro, pero tampoco lo descarto”. San Juan de la Penitencia: vaya maldición gitana que nos cayó encima. Rodríguez Calderón será investido en las postrimerías de año. Si va a pelear por La Silla, tendrá que renunciar a mediados o fines del 17. Es verdad que el de Galeana nunca se comprometió a dar la vida por Nuevo León, pero sí nos aseguró que su administración sería de seis años. Como sea –genio y figura y todo eso–, fiel a su temperamento y carácter, el de Galeana se desdice el martes de lo que dijo el lunes. Eso es malo, muy malo. Pero lo peor es que todavía no se instala en el palacio de cantera y ya sueña con dar el salto a la jefatura del Estado. Salió ambicioso el muchacho. Nosotros pensábamos que, como escribió Voltaire, “era estimable incluso en sus desvaríos”. Pero nos volvimos a equivocar. El agrónomo nos está diciendo que, para usar su lenguaje, Nuevo León y los hombres que votaron por él le valen madre. Uno aprendió desde niño a no jugar al Nostradamus. Pero no hace falta estudiar los movimientos de los astros para entender que si el don fue mal gobernador de su entidad no podrá ser buen Presidente de la nación. Hasta los panistas comprenden eso: por ello no abanderaron a Margarita Arellanes como pretendiente a la gubernatura. ¿Qué problemas nos podría solucionar el Bronco en cosa de 18, 19 meses? Ninguno. Supongo que eso no le preocu- pa. Lo que, creo, le despertará inquietud es si podrá llevar su caballo al departamento donde quiere vivir. ¿Lo veremos, día con día, llegar a la casona de don Bernardo montado en su noble corcel? Pie de página La imaginación del creador se adelanta a la ciencia y la tecnología. Hará cosa de 62 años, vi la primera película que anticipaba la muerte de la Tierra y el envío, a un planeta equis, de varias docenas de parejas de chicos superdotados –caucásicos todos ellos, desde luego: filme gringo de aquellos años– quienes garantizarían la supervivencia de la raza humana. Ahora es Stephen Hawking, un científico de primerísima línea, quien nos advierte que nuestro mundo morirá en un lapso relativamente breve y, si queremos que sobreviva nuestra especie, debemos ir escogiendo, ya, el cuerpo celeste que colonizará la minoría de seleccionados. Ominosa, pero lógica advertencia. Hemos hecho todo lo posible por destruir este globo. Finalmente, lo conseguimos. Q 5 Qué esperar del gobierno de los puros Claudio Tapia S an Pedro Garza García.- El primer gobierno estatal integrado por el titular del ejecutivo, un jefe de gabinete (pendiente de aprobación), y algunos diputados, todos ciudadanos independientes, resolverá nuestros males. La pureza cívica que los futuros gobernantes acreditan por el hecho de no pertenecer a algún partido garantiza que actuarán con honestidad, oficio político y eficacia social. Al fin, auténticos ciudadanos van a gobernar a los ciudadanos. Ahora sólo queda esperar a que nos vayan informando cómo van. Esa creencia que sigue viva no obstante la evidencia de las necesarias negociaciones políticas que los buenos tienen que celebrar con los malos para poder gobernar, partió de la confusión de los problemas de la representación (partidocracia) con los de la gobernanza (corrupción gubernamental). Por eso siguen pensando que para bien gobernar basta con no pertenecer a un partido político sin que sea necesario acreditar solvencia moral ni estar suficientemente preparado para resolver problemas que ni siquiera han precisado. La corrupción es imposible en un ciudadano independiente y con eso basta. El puñado de ciudadanos que recuperó la pureza cívica al renegar del partido que lo formó construirá una nueva sociedad, limpia, libre de mentiras, injusticias y corrupción. La hora de los ciudadanos –¿cuáles?– llegó. Eso es lo que buen número de gobernados espera porque así se lo hicieron creer desde la campaña electoral. El pensamiento dicotómico basado en la simplista suposición de que al llegar los buenos los males se acaban ha permeado todos los estratos sociales de la comunidad. La infundada esperanza se alimenta de la distorsión que se produce cuando se observa la realidad de manera dualista: verdadero o falso, los otros o nosotros, políticos o ciudadanos, partidistas o independientes, populistas o realistas, sucios o limpios. La terca realidad, las confrontaciones surgidas al realizar las primeras acciones de gobierno (sobre todo las de los que carecen de oficio político) y el transcurso del tiempo, desvelarán poco a poco el engaño al que los condujo la maniquea suposición: ustedes, los políticos corruptos que ni ciudadanos son; nosotros, los ciudadanos independientes que sanearemos la administración. Espero que acaben entendiendo que la corrupción está en todos los lados en que hay opacidad, falta rendición de cuentas e impera la impunidad y no sólo en los partidos. Que no se trata de poca política y de mucha administración. Que no se trata de gobernar sin oficio político, sino de que no gobierne la improvisación. Que no se trata de gobernar sin buenas intenciones, sino de no hacerlo a base de caprichos y ocurrencias. Nuestra incipiente cultura política se fortalecerá si comprenden que tampoco se trata de acabar con la representación, sino de impedir que siga siendo una impostura. Que no se trata de santificar a los ciudadanos, sino de formarlos. Que no se trata de satanizar a los gobernantes, sino de que rindan cuentas. Que no se trata de un gobierno de puros, sino de que no sea un gobierno de puros cuates, cómplices y socios. Que no se trata de venganzas, sino de justicia y aplicación de la ley. En suma, de mucho les servirá entender que de lo que se trata es de convivir en un Estado de derecho y no de enclaustrarnos en el castillo de la pureza. Creo que ese cambio de mentalidad y de discurso podrá evitar la frustración que produce la inútil espera de un milagro que no ocurrirá. En vez de soñar, será mejor que los ciudadanos impuros –que somos todos– nos dispongamos a colaborar con un gobierno que prometió alentar y permitir la participación ciudadana para la solución de nuestros problemas sociales. Que los ciudadanos independientes cumplan este compromiso, es lo mejor que los gobernados podemos esperar. De entrada, declaro mi escepticismo, deseando estar equivocado. Cortafuegos Joaquín Hurtado M onterrey.- Vine a la marcha por el aniversario de Ayotzi. Qué hueva. Yo quería ver gentío. Tomarme chorros de selfis para el feis. De mis contactos nada. Lástima porque no conocieron el drama de perder un hijo desaparecido. Nunca olvidas los ojos de color infinito de la seño cuando dice le avisaron que su chamaco iba en el grupo. ¿A dónde se lo llevaron, qué le pasó? Y la pestilencia a carne chamuscada en la mente. Nunca en el corazón. Nótese. Aquí tuitiando desde tantas historias que duelen por la izquierda. Qué bárbaro, si así es la memoria del drama, todo recuerdo es agonía. Cuando uno viene de fuera nomás ve, nunca mira. La Denís, en short, me presenta a su novio. Mi mente se va lejos, hasta aquí mismo, en la Alameda. Perreo a las chicas como hace treinta años que taloneaba en busca de novio. Soy señorita de muy antes, ni Atari tenía. Soy niña vieja pero mágica y los regreso al presente. Ya. Pues como les iba diciendo. Me pareció la izquierda muy apagada, como recelosa en esta manifestación. Ni a quinientos llegamos. La juventud, en cambio, despliega sus encantos. ¡Mira, en esta mesa tienen la novela completita del tiempo, de Proust! Qué padre, cuánto cuesta, oiga. 300 dice un muchacho, tatuada su mano con un cactus en floración. Bruto. Mi debilidad son las suculentas. En serio. Cómo te llamas. César aparece de la nada, gran fotógrafo, se lleva bonito conmigo pero él sólo tiene ojos para la camarita. ¿Te la ll- evas?, pregunta la suculenta en la mano tatuada. Despuesito, respondo. No puedo cargar con la colección de un millón de tomos del tiempo perdido, alegoría del Narcoestado. Hay que separarlo como Juárez votó a la Iglesia. Eso lo quiso hacer Calderón el presidente enano y se le hizo bolas el Narco. Peña lo siguió con las puras patas y se le hizo engrudo el Estado. Narcoestado. Yo de reina. Me urge llegar a casa, luego de marchar urge legalizarme alguna droga. Así como se oye. Si no para qué quieres el poder. Si el Bronco se apendeja yo le como el mandato. Mi única coordenada es la seguridad, la privada que también es pública. Mi límite ético: el fuego. Clases, zonas, equipo, grados, incidencias de riesgo. Establecer cortafuegos, senderos: ahí donde se vigila el peligro patrullando da por pensar. Pensemos. ¿Que pasaría si por accidente en un transformador explota el depósito, digamos gasolina en vez de aceite usadoEscobedo, archivos fiscales-guardería ABC, cuarenta y tres cuerpos de chavosGuerrero? Un asociado clandestino que esconda en el vecindario el objeto de su ordeña. Pum. ¿A quién le van a echar la culpa? A Cacotas. ¿Y el gobierno? Bien gracias. En un cortafuegos, cuando de ve- ras entiendes su filosofía de prevención reactiva, hay que fletarse con determinación inteligente. Meando y cantando. Quemado el niño, qué vergüenza. Te lo van a restregar toda la vida. Vean a Peña, no se la acabará jamás. Ya es tiempo que la grandeza se imponga sobre la codicia. Denís, querida, dónde dices que anda tu novio. Si fue Cacotas el baboso que prendió la chispa para que ardiera medio casco municipal, qué más da. Para tanto im- bécil con capacidad de fuego hacen falta bragados bomberos, esa es la contundencia a donde desemboca mi cortafuegos. Primer acto de gobierno: queda promulgada la ley de las drogas administradas por los bomberos. Cuanto más crezca el negocio y la competencia se artille, mayor será la demanda, ergo se doblará astronómico el flujo de efectivo hacia el Heroico Cuerpo que tanto padece penurias y humillaciones. Mi tragalumbre será temido y respetado por el pueb- lo. Se reducirán las víctimas de los casinos en llamas. Los gringos aplaudirán. Decretaré un día para el bombero gay como en Hamburgo y NY. Mi reino será tan próspero que hasta sobrará billete para donar a los refugiados sirios o instituciones revolucionarias pero decrépitas caso Imss. Seríamos altamente competitivos en educación. Toda criatura querrá ser bombero. Intenso. ¿No? Drogado o ebrio Con la cuchara grande Armando Hugo Ortiz Rosa Esther Beltrán Enríquez S M onterrey.- Bronco Rodríguez declaró luego de terminar el Clásico: “La afición de Tigres merece un estadio moderno y hay algunos empresarios interesados en construirlo, algunos inversionistas se me han acercado”. (Cancha, 20/09/2015.) No acaba la ciudadanía nuevoleonesa de digerir el trago amargo del estadio la Bacinica, y sale esta hablada que, de ser cierta, no presagia nada bueno. Nuestro gobernador electo tal vez andaba mariguano, como Mauricio Fernández, o pedo como Felipe Calderón, cuando lo denostaban en campaña. El sábado olvidó algo fundamental: el club Tigres pertenece a la Universidad Autónoma de Nuevo León. Llevárselo a otro estadio, dentro o fuera de Ciudad Universitaria, implica negociar con la Institución. Sinergia Deportiva tiene la franquicia, y desde la firma original solo reporta pérdidas, según rumoran para evadir impuestos. Ha incumplido el contrato, inclusive hasta regatea las siglas UANL en el uniforme. El todavía rector Jesús Ancer hizo alguna reclamación, todo quedó en meras promesas o babas de perico. No debe descartarse que la hablada del Bronco sea para tantear si el rector electo Rogelio Garza Rivera, afloja el cuerpo y regala el equipo, junto con la Hacienda San Pedro (Zuazua), donde está la Cueva del Tigre. Cemex, dueña de Sinergia, está cortada con la misma tijera de Femsa, propietaria del Monterrey. Presumen de empresas socialmente responsables, pero su negocio es padrotear la miseria. Acostumbrados a que Papi gobierno les regale todo, los potentados pedirán donación del terreno, condonar impuestos y que les construyan la obra accesoria. Si al Diablo Fernández le regalaron el bosque la Pastora, los hijos de Lorenzo Zambrano no pueden pedir menos. Ya le habrán echado el ojo a varios puntos para edificar su mole de concreto: la Estanzuela, la Huasteca, o el parque Fundidora. ¿Será el primer pago por apoyar la candidatura “independiente”? altillo.- En este país, mientras la pobreza aumenta, el gasto en propaganda política también aumenta de manera desmesurada. Lo cual no deja de producir irritación, porque vemos con cuanta veleidad y ligereza nuestros impuestos van a parar a la basura. El año pasado la Presidencia de la República elevó su gasto en un 60.2 por ciento respecto a lo autorizado por la Cámara de Diputados en el Presupuesto federal. Resulta que el gasto aprobado fue de 2 mil 200.5 millones de pesos para 2014, pero el gobierno de Peña Nieto terminó gastando 3 mil 525.5 millones, o sea, mil 325 millones más. En la explicación que se detalla en la Cuenta Pública se establece que el incremento se debió a que el rubro de Apoyo a las Actividades de Seguridad y Logística para Garantizar la Integridad del Ejecutivo Federal se duplicó al pasar de 909 millones a mil 868 millones de pesos; casi 2,000 millones para proteger a un gobernante inútil, cuyo ejercicio no presenta resultados, lo cual se palpa en la desconfianza de la población hacia el gobierno del presidente Enrique Peña que aumentó de 66 a 72 por ciento de abril a agosto, según una reciente encuesta de Grupo Reforma. Hubo otros rubros que igual registraron aumentos, como Apoyo Técnico de las Actividades del Presidente, que registró un incremen- to de 2 7 . 7 p o r ciento, servicios generales, 58 por ciento y las remuneraciones para el personal de carácter transitorio el aumento fue de 256 por ciento; estas son cifras que provocan pasmo pues es seguro que en estos rubros entraron las joyas y vestidos de la Gaviota y sus hijas y los de los multitudinarios séquitos de los 8 viajes monárquicos que realizó Peña Nieto el año pasado. En cambio la secretaría de Salud, que tenía asignados, 130 mil 264.7 millones no ejerció 9 mil 437 millones de pesos que habían sido aprobados para 2014, lo que equivale a un 7 por ciento menos de lo asignado y la secretaría de Desarrollo Social disminuyó casi un 5 por ciento lo asignado al pasar de 111 mil 211.2 millones a 106 mil 134.8 millones menos. Lo mismo ocurrió en Comunicaciones y Transportes y Medio Ambiente que presentaron subejercicios de 14 mil 118 millones y 2 mil 876 millones de pesos, respectivamente. Ya sabemos que los subejercicios se convierten en las cajas chicas de los funcionarios que hacen repartos discrecionales a los medios premiando o castigando se- gún los traten y las que salen ganando son las televisoras que este año se embolsaron el 34 por ciento del gasto anual en comunicación. Lo cierto es que el gasto en propaganda oficial es un barril sin fondo en el cual se vacía y se pierde la promesa que hiciera Peña Nieto al inicio de su administración de regular la publicidad oficial en la no se registra ningún avance, al contrario, durante los dos primeros años el gobierno federal ha derrochado más de 10 mil 800 mdp en publicidad oficial (en pesos de 2014). Este ejercicio de recursos públicos se caracteriza por sobreejercicios continuos como los mostrados y una ausencia de reglas claras (Fundar). En Coahuila para comprar la complacencia, según el presupuesto de egresos de 2014 se gastaron en comunicación social, 742 millones y al concluir este año serán 830 mil 449 millones más; la pobreza en Coahuila está creciendo, el año pasado aumentó un 10.82% o sea, 86 mil 500 personas más. Estas cifras colocaron a la entidad entre los seis estados con los más altos índices de crecimiento de la pobreza (Coneval). El city manager: una mala copia Abraham Nuncio M onterrey.- La figura del city manager en la vida pública del municipio es probable que pronto sea imitada. Más como una novedad verbal, a semejanza de la empleada en San Pedro Garza García, que como una innovación en el marco jurídico y en la práctica municipal. Mauricio Fernández, alcalde del municipio con mayor ingreso per cápita del país, en su campaña había prometido separar la política de la operación administrativa. Exploró entre los empresarios al posible nuevo funcionario (pregunta ingenua: ¿y por qué sólo entre los empresarios?). Al cabo no encontró respuesta, según dice, y designó a un militante panista para un puesto que no está legislado y que no funcionará, desde su raíz, como la institución que se pretende mal copiar de la concebida hace más de un siglo en Estados Unidos para la gestión pública de ciudades y condados. En el caso concreto, el margen de autonomía que tiene el city manager para supervisar la administración citadina, la elaboración del presupuesto y la coordinación de las dependencias del aparato administrativo de la ciudad, le sería ajena al funcionario que se ha denominado secretario general del municipio. Por una simple razón: Mauricio Fernández tiene tal fuerza política y económica que así se la pasara tocando el clarinete, como lo captó la cámara en la escena final de El alcalde, el documental de Diego Enrique Osorno y Andrés Clariond Rangel, su halo caciquil convertiría al city manager o secretario general del municipio en un empleado incapaz de mover un dedo sin su permiso. En Estados Unidos, el city manager es nombrado por el consejo de la ciudad. Y el cabildo, en las condiciones de San Pedro, y de hecho en las de cualquier municipio de México, es en gran medida lo que el presidente municipal determina. Aparte de un candidato independiente triunfador y de novedades como las de San Pedro (antes sólo era Garza García), está la noticia de cooperación entre los presidentes municipales electos del PRI. Una cooperación facciosa, pues dejaron fuera de su conaguito a sus ho- mólogos de Movimiento Ciudadano y el independiente de García. No se trata de otra cosa sino de hacerle contrapeso al gobernador que no fue el postulado por su partido. Con todo, esos movimientos son expresión de que el régimen municipal requiere de una reforma, y no somera. En el curso de las recientes campañas electorales no se habló siquiera de una coordinación metropolitana en los 12 municipios que conforman el área conurbada de Monterrey. Nuevo León tiene una poblacióntotal de más de 4.5 millones y en esa gran conurbación, de la cual Monterrey es el centro, habitan 4 millones de habitantes. Resulta, pues, que Nuevo León es el estado más centralizado, después de Aguascalientes. O sea, que fuera de Monterrey, todo es Nuevo León. El problema es que no existe una política metropolitana. No sólo es el problema de la concentración y centralización de recursos humanos y materiales, sino el de la representación política y la administración territorial. Sólo en el municipio de Monterrey habita casi la cuarta parte de la población total del estado (más de un millón 100 mil habitantes). Y no existe, como existían ya en el Distrito Federal desde 1929, con una población semejante a la de la capital de Nuevo León en nuestros días, una sola delegación o su equivalente. Municipios libres y delegaciones son, por lo demás, conceptos y realidades cuyo marco jurídico-político debe transformarse. Concebido el municipio como un orden de gobierno desde la reforma de 1999 se lo mantuvo en los odres medievales que los conquistadores españoles trajeron a América. El hecho de que el gobierno municipal continúe ceñido a la figura del ayuntamiento disminuye la representación política de la ciudadanía. La elección por planillas deja en manos del presidente municipal al grueso de los integrantes de este gobierno. Ayuntados el cabildo o asamblea municipal y el funcionario que la preside, es éste, por la manera corporativa en que fue elegida su planilla, el que toma las decisiones de mayor importancia. En coyunturas críticas como la que vive el país, en que la deuda de municipios, estados y Federación nos tiene en un punto de grave riesgo para las finanzas nacionales y locales, se puede ver con mayor claridad la ausencia de contrapesos en esos tres órdenes de gobierno. Ausencia que es la expresión del ejecutivismo como rasgo más acusado del sistema político del país, y éste a su vez de la pobre representación política que nos define. En el orden municipal se requiere, a partir de una cierta cantidad de habitantes, que los regidores sean elegidos, al igual que los diputados, por distrito, y que en las zonas metropolitanas exista una cesión de facultades de parte de los municipios conurbados a una instancia administrativa que pueda determinar lo que deben y no deben hacer tales municipios, sobre todo en materia de obras públicas y ciertos permisos y autorizaciones para dar viabilidad al régimen metropolitano. Absorto el Poder Legislativo en reformas antipopulares, antinacionales y antisoberanas como las que la legislatura saliente nos asestó, ha soslayado problemas cuyo crecimiento acromegálico ya nos impide actuar para solucionarlos. Y no se ve, por la composición de la legislatura entrante, que puedan ser siquiera abordados. La línea del viejo y otro PRI-gobierno es consolidar esas reformas. Hoy, como nunca, el necesario golpe de timón está en el impulso de los ciudadanos. M (De la guerrilla en Monterrey) Ricardo Morales Pinal i incorporación a la lucha armada “Si la armas en cinco minutos, es tuya”, me había dicho Estelita Ramos, mostrándome una metralleta calibre M1 desarmada. Una vez reconstruida en el tiempo récord impuesto por Estelita, pasé a ser custodio del artefacto, para lo cual utilizaba un estuche de violín, en donde, desarmada, la transportaba por la ciudad. Por aquellos días entrenábamos con cierta regularidad en el rancho La Mora, en el municipio de Doctor González. José Ángel García, esposo de Estelita, organizaba aquellas jornadas de preparación en el manejo de las armas y de reafirmación en la decisión tomada por todos: integrar un grupo guerrillero urbano. José Ángel conducía una camioneta repartidora de pan tipo combi, acompañado por Estelita en el asiento del copiloto, quien cargaba un vientre de siete meses de embarazo; resguardados en la parte trasera formábamos un grupo compacto, encabezados por Gustavo Hirales Morán, que para entonces ya había sido identificado por la policía federal, después de un asalto frustrado a las oficinas de la Unpasa, en Tijuana, Baja California; y había pasado a la clandestinidad, por lo que en ese momento sólo lo conocía por el seudónimo de “Fermín”. Llegaba a mi casa de Isaac Garza, frente a la cual había un tendajo con venta de cerveza, donde un grupo de agentes judiciales (algunos jefes de grupo de la corporación como Raúl Reyna, Héctor Villagra y Raúl Rodríguez Jaime) departían con el propietario, quien, por cierto, era reportero de la nota roja de un periódico vespertino. En aquellos años Monterrey era una ciudad pequeña. Intercambiaba sonrisas y saludos amables con el grupo al llegar a mi casa con estuche musical en mano. Por cierto que en la madrugada posterior a los hechos de los Condominios Constitución, me diría Raúl Reyna, jefe de grupo en la judicial del estado, algo así como: “Mira nada más muchacho, quién lo dijera de ti, si no dabas nada de ver”; lo que en cierta medida me envaneció en medio de la desgracia; y alcancé a contestar: “Pues ya ve...” José Ángel García, a quien conocíamos en el argot universitario como “El Gordo Ángel”, era un personaje en el movimiento estudiantil universitario, portador de una lucidez y una inteligencia verdaderamente especial. Habíamos sido compañeros de lucha durante los años de universidad: movimiento contra el alza de cuotas, movimiento por la autonomía universitaria, las jornadas del 68, las asambleas del Consejo Estudiantil Universitario (que encabezó Eduardo González), plenos de la Juventud Comunista, los contra-cursos en la Facultad de Economía, y un largo etcétera de activismo. De tal suerte que cuando “El Gordo Angel” me propuso integrarme a un grupo que se estaba formando con la finalidad de pasar a una actividad de tipo guerrillero, no tuve ninguna duda en aceptar, ya que en ese momento había concluido mis estudios universitarios, y por tanto, mis años de activismo estudiantil. A mediados de 1971 tuve un encuentro casual con Ángel García en la explanada de Ciudad Universitaria. Salía de una sesión de carácter académico en el Área de Ingeniería y Ciencias, en donde me desempeñaba como maestro desde el año de 1969, mientras cursaba el séptimo semestre de la carrera de ingeniería. Sostuve un diálogo con Ángel durante aquel encuentro que jamás olvidaría, ya que a partir de ahí cambió radicalmente el rumbo de mi vida, para transitar los caminos del enfrentamiento radical con el Estado, un Estado que se había caracterizado en las últimas tres décadas por su carácter intolerante, represor y antidemocrático. Durante aquel encuentro Ángel aseguraba que nuestro compañero de lucha estudiantil, Eduardo Javier Elizondo Leal, recientemente fallecido durante un viaje de paseo en el estado de Guerrero, en realidad había sido muerto por el ejército en un accidente provocado. Desconcertado le señalé lo disparatado que me parecía dicha versión, pero arremetió con un argumento que me resultó contundente: aseguró que Eduardo era contacto de un grupo guerrillero urbano con Genaro Vázquez Rojas, que encabezaba la guerrilla rural en Guerrero, y que habría sido durante el cumplimiento de una comisión que se había dado el “accidente”. Se trataba entonces de que dada la cercanía y familiaridad que tenía con Eduardo, indagara acerca de las verdaderas causas del accidente para descubrir una supuesta y posible infiltración en dicho grupo. A partir de ese momento se inició la búsqueda de información que corroborara la hipótesis. En la serie de encuentros que tuve con Ángel fue quedando claro que el mentado grupo guerrillero era nada menos que el grupo “Procesos”, encabezado por su cuñado, Raúl Ramos Zavala; aunque nunca quedó claridad acerca de las causas reales del accidente en que perdió la vida nuestro compañero. Pasé entonces a formar parte de los llamados “apoyos legales” del grupo “Procesos”; es decir, pasé a formar parte de la infraestructura que se estaba construyendo para dar cobertura a las acciones armadas que el grupo ya desarrollaba en ese momento. Así, mi primera comisión fue la de dar apoyo para sacar de la ciudad a aquellos compañeros que se manejaban de forma clandestina y que habían ejecutado algunas acciones armadas. Conocí entonces al compañero “Fermín”; y al compañero “David”, cuyo nombre real era Raúl Ramos Zavala, hermano de Estelita. El éxito en esas tareas, aunado al entusiasmo mostrado en las sesiones de entrenamiento en el rancho La Mora, convencieron al Gordo Ángel y a Raúl de que debía integrarme, al igual que mi inseparable amigo en ese entonces, Jorge Ruiz Díaz, de una manera más plena a las actividades del grupo. Entonces establecí contacto con otros compañeros: un médico de origen peruano, de nombre Pedro Miguel Morón Chiclayo, Mario Ramírez (a) “El Ramy”, Sergio y Marcos Hirales Morán, Alberto Sánchez Hirales, Jesús Rodolfo Rivera Gámiz (a) El Tolo, Ignacio Salas Obregón, y otros. Llegó finalmente el anuncio para la preparación de una acción armada: un triple asalto bancario en la ciudad de Monterrey, que sería simultáneo con otro de igual envergadura en la ciudad de Chihuahua. Y para ara mí sería el inicio de una vida doble: por una parte mi desempeño como maestro universitario, que ya ejercía, con todo el conjunto de relaciones familiares, personales y de amistad que conllevaba; y, por la otra, una vida secreta, entre entrenamientos y cumplimiento de tareas de planeación para la acción que ya se preparaba y que ejecutaríamos a inicios del siguiente año (1972). Se contaba para entonces con un conjunto de casas de seguridad en el centro de Monterrey, las cuales se sostenían con los recursos obtenidos en las acciones previas. La casa del Gordo y Estelita se había convertido en mi segundo hogar y por razones de compartimentación era la única de la que yo tenía conocimiento y a la que tenía acceso. Dentro de los planes se contemplaba la asistencia médica, para casos emergentes que se pudiesen suscitar durante las acciones que se planeaban ejecutar: a decir de Ángel García, Morón Chiclayo sería el médico, y doña Emilia (mamá de Estelita y Raúl) la enfermera asistente, ya que esa era su profesión. En el mes de diciembre de 1971 las autoridades del penal de Lecumberri planearon y ejecutaron el asesinato de un preso político. Se trataba del maestro rural Pablo Alvarado, quien procedía de los grupos guerrilleros de Chihuahua, desde los tiempos de Arturo Gámiz y cuya historia retomaremos más adelante. Como parte de los mecanismos de cohesión en todo cuerpo social –y el grupo guerrillero lo es– había que reafirmar la identidad de los comandos que actuarían en las acciones, por lo que había que darles nombre. Así, uno llevaría el nombre de “Pablo Alvarado”; otro llevaría el de “Carlos Lamarca” (en honor del guerrillero brasileño muerto en septiembre de 1971, después de varios años de persecución); y el tercero sería “Carlos Marighella” en honor al guerrillero comunista brasileño, muerto en 1969 durante una emboscada. Finalmente estábamos listos para llevar a cabo las acciones planeadas para el 14 de enero de 1972. El asalto bancario Como era común en aquellos tempranos años setenta, los grupos guerrilleros se construían con más voluntad que conocimiento preciso en el arte de la guerra. Por ello, después de la minuciosa planeación y la animada preparación física y psicológica para llevar a cabo las acciones, surgieron los llamados imponderables: en lugar de tres, solamente pudieron estar presentes en el lugar de los hechos (en la calle de Guerrero, al norte de Monterrey) dos comandos. Uno integrado por Raúl Ramos Zavala, Ignacio Salas Obregón, Raúl Rodolfo Rivera Gámiz, Alberto Sánchez Hirales y Ricardo Morales Pinal; el otro, por Gustavo Adolfo Hirales Morán, Héctor Escamilla Lira, José Luis Rhi Sausi Galindo y Jorge Enrique Ruiz Díaz. El tercer comando, que encabezaría Sergio Dionisio Hirales y estaría formado por Luis Ángel Garza Villarreal, José Luis Sierra Villarreal y Mario Ramírez, no se logró integrar para la ejecución de las acciones. Recuerdo a Raúl Rodolfo Rivera Gámiz (el Tolo) al momento de la acción: sereno, silencioso y efectivo para mantener el control; Jorge Alberto, con quien yo había participado en el levantamiento de datos previos durante la planeación “in situ”, recio y ruidoso, combina perfectamente con Rivera. Cuando llegamos, yo me encargo de desarmar y mantener a raya al vigilante bancario; resguardo la entrada ante la eventualidad de la llegada de una camioneta de valores, que regularmente asistía por las mañanas, mientras Ignacio y Raúl ejecutan la entonces llamada “expropiación”. En menos de cinco minu- tos emprendimos una retirada ordenada y con saldo blanco. El otro comando, por desgracia, no corrió con la misma suerte. La reacción instintiva de ese guardia fue la de desenfundar su pistola ante la sorpresiva incursión del comando, generándose un enfrentamiento con Hirales, cuyo resultado fue la muerte del guardia. El nerviosismo se apodera de los integrantes del comando, quienes se retiran a toda prisa. Al llegar al llamado “trasplante” de vehículos, la operación se realiza sin las precauciones debidas, lo que provoca que una vecina anote las placas del vehículo que Jorge Ruiz había plantado previamente, mismo que pertenecía a un maestro amigo, totalmente ajeno a los hechos. Y ahí inició el principio de la derrota, ya que una vez identificado el auto, no le fue difícil a la policía localizar a Jorge Ruiz en unas cuantas horas; y por la relación que públicamente manteníamos como compañeros de trabajo, también vincular los hechos conmigo. Como Jorge sospecha que durante el trasplante de vehículos podrían haber sido detectados por los vecinos de la zona, decidimos esconder las evidencias que guardamos en el vehículo durante la precipitada huida (algunas armas, entre otras). Para ello nos dirigimos a la parte trasera del almacén de la escuela, a donde habíamos regresado, como estaba previsto, después de las acciones. En seguida partimos de la escuela cada quien por su lado. Los acontecimientos se desarrollaron entonces en cascada, con intensidad creciente. El Estado, ese monstruo de mil cabezas, había despertado y echado a andar toda su maquinaria repre- siva de una manera incontrolable. Los órganos del poder soltaron las amarras de las mal llamadas fuerzas del orden, quienes no dejaron un lugar de Monterrey fuera de su control. Cada calle, cada plaza, cada escuela o centro religioso eran vigilados con furia cancerbera. Y aquel grupo de jóvenes idealistas, cansados de la antidemocracia, del abuso de poder, de la desigualdad y la injusticia, huíamos hacia la magra infraestructura levantada con más fuerza de voluntad que recursos. Recorrí las calles de la ciudad no sé por cuánto tiempo, evadiendo las volantas de vigilancia, evitando a toda costa acercarme a la casa de Ángel y Estela, ante la posibilidad de que los agentes policiacos nos descubrieran juntos. Haciendo a un lado mis propios temores, mi propio miedo, pude sortear los riesgos de ser capturado, hasta llegar a mi hogar, que para entonces se ubicaba en la colonia Las Brisas, al sur de Monterrey. Allí me cambié de ropa. Mi padre se encontraba muy cansado, eso lo recuerdo como si fuese hoy mismo; la embolia lo había aplastado y apenas entraba en recuperación cuando se presentaron los hechos. Y yo, ¿qué podía hacer? Sabía que aquella actividad subversiva me llevaba a separarme de él de manera irremediable. Atrás habían quedado los años en que él se batía como un valiente atrás de su torno en la gran fábrica. Largas jornadas de trabajo que en ocasiones llegaban a prolongarse hasta la medianoche cuando, acompañado de sus compañeros firmaban contratos con los Ferrocarriles Nacionales de México para la rectificación de las ruedas de los trenes. Recordaba los años de mi niñez, tomado de su mano, los años de amistad y complicidad cuando su palabra no sólo era ley, también era historia: por sus pláticas conocí a Manolete, a Lorenzo Garza, a Perón y a Evita, a Juárez, a Villa y a Lázaro Cárdenas, a De Gaulle, a Eisenhower y a Sandino. También supe de la afiliación forzada que desde el sindicato minero, al que pertenecía, se hacía en favor del partido único. Y lo vi sufrir por ello. Tanto, que me tocó presenciar cuando rompió en cachitos su credencial con el logotipo tricolor, carnet que sintió envilecía los colores de la enseña nacional, símbolo que él tanto respetaba, para sellar su enojo con una frase: “¡con estos cabrones, a ningún lado!”. En mi adolescencia, cuando nos sentábamos en el quicio de la puerta en la casa de Isaac Garza, hacía planes; quería poner un taller y yo soñaba con la revolución; soñaba con un futuro luminoso para mí y yo veía el futuro en una oscuridad atemorizante; me daba consejos, mismos que escuchaba atento. Luego la vida me enseñó que a pesar de la gran maldad que se anida en los hombres del poder, sigo sin odiarlos, porque él me enseñó a amar y el odio dejarlo para los espíritus pequeños. Nos despedimos y salí de casa junto con Jorge, que a esas horas ya me había alcanzado. Lo vi por última vez en libertad, de pie, en el balcón de la casa de donde ahora me marchaba por tiempo indefinido. Al regresar al centro de la ciudad, nos alcanzó un ingeniero que había sido nuestro maestro en los años de facultad, y quien ya nos buscaba con su vehículo. “Sólo díganme, ¿es cierto que fueron ustedes?” “Sí”, fue la respuesta contundente. Y desde ese momento se convirtió en un apoyo incondicional para los dos. Al pasar en su vehículo frente a las instalaciones del Itesm ubicadas en la avenida Tecnológico (ahora Garza Sada) prácticamente nos topamos con un convoy de la policía estatal que trasladaba detenido al maestro dueño del carro ya identificado, pues ahora nos buscaban en el Tec, ya que sabían que a esas horas nosotros estudiábamos –Jorge y yo– una maestría. Entendimos así que ya estábamos plenamente identificados. Al pasar por el Colegio Civil nos topamos con el doctor Víctor Sánchez, compañero de la Juventud Comunista y gran amigo, quien nos ofrece llevarnos por los rumbos del Topo Chico en donde algunos médicos egresados de la universidad hacían prácticas de asistencia social en los sectores marginados de Monterrey. Nos negamos, ante la eventualidad de ser detectados por la policía que, para decirlo en lenguaje coloquial, prácticamente nos pisaba los talones y en esa circunstancia involucrar a compañeros con quienes –si bien sosteníamos afinidad ideológica– no formaban parte del grupo guerrillero que ahora se encontraba en serios aprietos. Había entonces que improvisar y lo hicimos. Llegamos a una casa en la colonia Obispado, en donde vivía un amigo mío, originario de Oaxaca, quien a la vez era mi alumno del primer semestre en el Área de Ingeniería y Ciencias. Le solicité que por la noche nos prestara su apartamento ya que –le mentimos– queríamos invitar a unas muchachas para pasar un rato agradable. Corrimos con suerte, pues en ese momento salía de cacería con unos amigos y regresaría hasta el domingo. Nos dejó las llaves del apartamento y de esa forma encontramos re- fugio seguro el viernes 14 por la tarde y noche. El tiempo seguía corriendo y con ello la posibilidad de que los compañeros que no habían sido detectados pudieran reubicar sus posiciones, ante la eventualidad de que los dos cabos sueltos en que nos habíamos convertido mi compañero y yo fuésemos capturados por la policía, que ya desde ese viernes por la tarde hacía circular nuestras fotos por toda la ciudad, en diversos periódicos. Al día siguiente recibimos la visita del ingeniero protector, quien ahora estaba acompañado de otro amigo que, tijera en mano, acudieron a cortarnos el cabello, que por entonces se estilaba largo, pues el siguiente paso era salir de la ciudad al siguiente día, es decir el domingo 16. Captura, tortura y balacera en los Condominios Constitución Como nuestra incorporación a las filas del grupo “Procesos” era reciente, batallamos mucho más que el resto para huir, para evadir la persecución de la que éramos objeto por parte de las corporaciones policiacas. Desconocíamos la relación que Raúl Ramos Zavala había tejido con otros grupos guerrilleros que operaban en el resto de la república, y se nos cerraban las posibilidades de salir de la ciudad. Nos habíamos convertido en víctimas de nuestra propia disciplina, como más tarde lo seríamos de la incomprensión de algunos compañeros que con una ausencia total de espíritu de autocrítica escudaban sus errores en nuestra “inexperiencia”. En ese momento, para Jorge y para mí lo fundamental era que el tiempo corriera sin ser atrapados, dando así oportunidad al resto del grupo de reorganizarse. Salí entonces de nuestro escondite a buscar al compañero Víctor Sánchez; llegué a su domicilio pero no tuve éxito, por lo que regresé de inmediato al refugio, pues la vigilancia de los agentes judiciales en las calles era muy evidente. Para entonces los compañeros que nos apoyaban habían decidido no regresar, pues temían ser descubiertos por los “orejas” de la policía, que andaban trabajando horas extra. Y de pilón, el dueño del departamento regresó antes de lo previsto, pues ya se había enterado de los sucesos. Fue él quien me ofreció llevarnos a Oaxaca, para escondernos con un familiar suyo que, al parecer, contaba con una hacienda resguardada por vigilantes armados, y a la cual sólo entraba gente autorizada. Era un ofrecimiento que en principio se prestaba a sospecha, pero además, la posibilidad de ser resguardados por un cacique de aquella entidad entrañaba una contradicción de principios que no estábamos dispuestos a asumir. Le pedí un poco de tiempo para dejar el departamento, a lo que accedió de buena manera. Pero la presión que entrañaba tener escondidos a dos fugitivos lo hizo compartir el secreto con un primo suyo, quien tenía relación con la policía de Tamaulipas. Fue así que se enteró de nuestra ubicación el jefe de la judicial del estado vecino, quien compartió la información con la policía de Nuevo León. Y en una evidente negociación por “compartir la gloria”, las dos corporaciones se encontraron en los límites de Nuevo León y Tamaulipas para ir a capturarnos. El lunes 17 de enero nos encontrábamos relajados, en espera de la noche para salir. Jorge se había calzado unos pijamas que encontró en un clóset del departamento, mismas que ya no se quitaría, porque la policía irrumpió masivamente para detenernos. Posteriormente la prensa haría mofa de este hecho. Una vez capturados, fuimos trasladados a un rancho propiedad de un agente judicial de nombre Ariel Salazar, para ser interrogados mediante ese mecanismo que se practica desde tiempos inmemoriales y que en los regímenes dictatoriales toma carta de naturalidad: la tortura. (Por cierto que ese lugar después fue utilizado como centro de tortura durante los años de la guerra sucia, que el gobierno de Echeverría lanzó contra la Liga Comunista 23 de Septiembre, que se formaría un año después y en la que participarían como principales organizadores precisamente los compañeros que lograron escapar en esta persecución que ahora narro: Ignacio Salas Obregón, Gustavo Adolfo Hirales Morán, Héctor Escamilla Lira, José Ángel García, entre otros. Raúl no correría con esta suerte, ya que si bien logró escapar de este cerco, veinte días después sería acribillado por la policía en la ciudad de México, durante un operativo; Alberto Sánchez Hirales sería capturado en esa misma ocasión. A José Ángel García y a Estelita Ramos no los volvería a ver sino hasta el año de 1974, en una galería publicada por la DFS, que exhibía a los 20 activistas de la LC 23 de Septiembre más buscados, cuando yo purgaba una condena de 24 años de prisión –de los cuales sólo purgué siete y seis meses–, por efecto de la amnistía decretada durante el gobierno de José López Portillo.) La tortura fue como son las torturas. Y había tomado un alto grado de naturalidad en la conciencia social de la época cuando la sufrimos en carne propia mi compañero Jorge y yo. Tanto así que la prensa local dio cuenta de ello y fue aceptada por muchos lectores con una naturalidad que a mí siempre me pareció de espanto. El interrogatorio corrió a cargo de la policía local, que en ese entonces carecía de experiencia en las técnicas del interrogatorio político, por lo que se limitaba a golpear y formular preguntas al más puro estilo de las películas de Juan Orol; hasta ahí podíamos todavía presumir de una cierta ventaja... y que el tiempo siguiera corriendo. Sin embargo, en un momento dado se escuchó una voz que denotaba cierta experiencia (estábamos con los ojos vendado): “A ver, déjenme a mí”, expresó la voz con un tono intimidatorio para todos. Y empezaron las preguntas sobre personas cuyos nombres nunca habíamos escuchado. De pronto resonó el grito de un agente: “¡vámonos, ya está!” Nos vistieron de nuevo (nos habían desnudado como parte de esa técnica que los torturadores utilizan para minimizar al detenido y romperle la autoestima, con la finalidad de que afloje sus defensas psicológicas y así extraer la información que buscan) nos subieron a vehículos diferentes y a mí me sumieron en la parte trasera del vehículo, con los ojos vendados y aplastado por los pies de un sujeto de enormes dimensiones. No supe más hasta que llegamos a las instalaciones de la policía judicial, ya entrada la medianoche. Había un tercer detenido: José Luis Rhi Sausi. La policía había atacado un edificio de los Condominios Constitución, utilizando a Jorge como escudo durante la incursión. Con el tiempo, me fueron quedando claras algunas cosas: 1. Ni Jorge ni yo dimos información sobre los Condominios. De mi parte estoy plenamente seguro. De parte de Jorge, él siempre lo negó, de donde surge la posibilidad de que la localización del departamento de los Condominios fue resultado de investigaciones paralelas que estaba haciendo la policía, apoyada en sus “orejas”, y no tanto de infiltrados, ya que, de haberlos, éstos hubieran operado desde el mismo viernes. 2. El hecho de que José Luis, Rosa Albina y Jesús Rodolfo siguieran en ese departamento, a pesar de haber transcurrido 72 horas después de que se inició la persecución, se explica por el hecho de que seguramente tampoco tenían contacto con otros grupos con los que se coordinaba la dirección del grupo “Procesos”, quedando varados en ese lugar. Por lo demás, el operativo del día 15 en Chihuahua, que estaría coordinado con el de Monterrey, también tuvo grandes contratiempos, que derivaron en aprehensiones, torturados y muertos, por lo que las dificultades para los que seguían libres se habían multiplicado enormemente. 3. La toma de los Condominios fue una acción de prepotencia y abuso de poder por parte del gobierno, ya que de acuerdo a versiones del abogado Mario N. Flores, que se convertiría en nuestro defensor legal una vez presos, tenía peritajes que demostraban que todos los disparos que ahí se produjeron fueron de afuera hacia adentro; es decir, no hubo ninguna resistencia; por lo mismo, la muerte de Jesús Rodolfo Rivera Gámiz (El Tolo) fue un crimen artero de la policía que actuó en ese operativo; y la muerte en ese evento del agente judicial José de la Cruz Mauricio, ocurrió a manos de la misma policía, que fue la que disparó. 4. Condominios Constitución se convirtió en una leyenda urbana, que las mismas autoridades cultivaron para justificar sus excesos, como lo haría después la Dirección Federal de Seguridad para justificar los crímenes de la “Brigada Blanca” durante los años de la guerra sucia. Para Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, Raúl Ramos Zavala, Ignacio Olivares Torres, Miguel y Elisa Irina Sáenz Garza, Jesús Piedra Ibarra, César Germán Yáñez Muñoz, Carlos Arturo Vives Chapa, Nora Rivera Rodríguez, Ignacio Salas Obregón, Carlos Rentería Rodríguez, Salvador Corral García y todos los demás a quienes el PRIgobierno les arrebató la vida o la libertad por soñar y actuar en consecuencia con la construcción de un México justo y feliz. M cAllen.- Colegio Civil, nuestra Alhóndiga de Granaditas. El 18 de enero de 1972 fue uno de esos días que permanecen marcados con tinta imborrable en la memoria. Un día en que los activistas de las diversas dependencias de la UANL nos la pasamos revoloteando en la Plaza del Colegio Civil, nuestra Alhóndiga de Granaditas, con un claro objetivo en mente: demostrar nuestro repudio por el salvaje asalto perpetrado por “las fuerzas del orden” contra tres inermes compañeros universitarios la noche anterior en los Condominios Constitución. Nos encontrábamos ahí para organizar la ira por esa artera embestida desplegada por 500 soldados y policías judiciales totalmente violatoria de las garantías individuales de nuestros tres compañeros. Indignados, asumiendo el brutal e injustificado ataque como propio, desde temprana hora pequeños grupos y corrillos de estudiantes nos arremolinamos alrededor del Dios Bola, por aquí y por allá para comentar e indagar noticias de la sangrienta balacera en que Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, compañero estudiante de Economía, había perdido su vida; otra compañera maestra de Economía y Trabajo Social: Rosa Albina Garavito Elías había resultado gravemente herida y un tercer maestro de la Facultad de Economía: José Luis Rhi Sausi, se encontraba detenido en las mazmorras de la Judicial con todas las atroces vio- laciones a sus derechos humanos que ello llevaba inherente. En las mismas condiciones que este último se encontraban Ricardo Morales Pinal y Jorge Ruiz Díaz, maestros universitarios del Área de Ingeniería y Ciencias Químicas, que habían sido detenidos en esa semana. Acostumbrados a participar en movimientos contestatarios dentro del ámbito de la política estudiantil, la mayoría de los activistas ahí presentes nos sentíamos rebasados por los acontecimientos. Se trataba de un grupo de maestros y estudiantes de nuestra casa de estudios, y luego supimos que del Tecnológico también, que habían trascendido las pugnas internas del campus. Se trataba de un grupo de patriotas que tras la abyecta cerrazón del régimen tras las masacres de Tlatelolco y del 10 de junio optaron por el camino de las armas para luchar por nuestras libertades democráticas. Esa heroica iniciativa, en un Monterrey de opinión pública desde siempre manipulada por los medios al servicio de la clase dominante, sólo nosotros, sus compañeros, podíamos reivindicarla y en eso andábamos. Por la noche, todos los estudiantes reunidos en el Aula Magna llevamos a cabo una asamblea. Los efusivos oradores condenaron la ya consuetudinaria violencia del Estado, el desproporcionado, irracional y sobre todo ilegal operativo criminal contra nuestros tres compañeros y sobre todo remarcaron la generosa contribución de nuestros universitarios que habían sido masacrados en aras del cambio de sistema, luchando por un México honesto, digno, libre, justo y feliz. Todos estábamos muy conmovidos. Uno de los participantes expuso que las autoridades se negaban a entregar el cuerpo de Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, que yacía en el anfiteatro del Hospital Universitario, a sus familiares. Otro su- girió que debíamos exigir la entrega de su cuerpo para darle una despedida con honores y ofrecerle nuestros respetos en dos ceremonias luctuosas: una en la Facultad de Economía y otra ahí en el Aula Magna. Un compañero de Medicina expuso que en el Universitario estaba internada Rosa Albina Garavito, debatiéndose entre la vida y la muerte por las heridas infringidas durante el tiroteo y demandó que exigiéramos los máximos cuidados para ella y una extrema protección a su integridad física, que ya sabíamos cómo se las gastaban los guardianes del orden. Tras sólo mencionar el nombre de Rosa Albina entre los asistentes a la asamblea, como un clamor general, brotó la unísona consigna: ¡Vámonos raza, al hospital! ¡Al Hospital! ¡Al Hospital! Eran eso de las nueve de la noche cuando un contingente de alrededor de unos quinientos estudiantes nos dirigimos hacia el Hospital cantando consignas por la libertad de los detenidos: “¡Rosa Albina, escucha, el pueblo está en la lucha! ¡Presos políticos, libertad!”. Primero avanzamos sobre Juárez hacia el norte y al llegar a la Calzada volteamos a la izquierda rumbo al Hospital. Al llegar al atrio poblado de palmeras del Universitario improvisamos un mitin. Tras escuchar las intervenciones de varios compañeros, entré al Hospital y preguntando localicé el cuarto colectivo en que se encontraba Rosa Albina. En la puerta había sólo un policía haciendo guardia. Hablé con él. Me identifiqué como una prima y le dije que era la única familiar que tenía en la ciudad, que ella era de Mexicali y que debía verla por encargo de los tíos que ya venían en camino y que estaban muy preocupados. Le dije que podía revisarme. El agente debió tener buen corazón porque me dijo que no era necesario y milagrosamente me dejó pasar. Me senté en una silla junto a la cama de Rosa Albina, que parecía estar dormida. La sábana le cubría hasta el cuello y tenía vendada también la cabeza. No sabía si estaba inconsciente, sedada o en coma, pero busqué su mano, la que no tenía conexiones intravenosas y se la tomé. Acariciando su mano, le dije las cosas más tiernas y dulces que se me ocurrieron, como que no estaba sola en esos momentos; que no pensara ni por un minuto que su valiente sacrificio había sido en vano, que había cientos de estudiantes en la parte frontal del Hospital echándole porras, honrando su nombre, su lucha y su compromiso, que era el de todos nosotros quienes la admirábamos profundamente; que todo el país estaba pendiente de su salud y que los mexicanos conscientes sentíamos una adhesión y un cariño inmenso hacia ella y un gran amor por su entrega ejemplar. Nunca abrió los ojos y esa fue la única vez que la vi en persona. Nunca supe si se percató de mi visita. Con el paso de los años me enteré de su trayectoria cuando integró aquella agencia de prensa obrera en Italia, su dirección en la revista El Cotidiano en la UAM, su paso por el Congreso, su renuncia al PRD, en total coherencia con sus principios. Al leer recientemente su libro Sueños a prueba de balas, no menciona ese breve encuentro. Tal vez por pudor ante tanta cursilada que le solté, pero que fue la sincera y honesta expresión de un corazón lleno de admiración y agradecimiento. Me despedí de Rosa Albina con un beso en su mejilla y con un grupo de compañeros me dirigí al anfiteatro. No nos dejaron entrar. Mireles, un estudiante activista de la Facultad de Economía, más tarde me dio a guardar una bolsa de plástico. Me dijo que la conservara unos días, mientras llegaban sus familiares, después pasaría por ella a la casa en que vivía por ese entonces por Jiménez, entre Tapia y M.M. del Llano. Era la última ropa interior que usó Jesús Rodolfo Rivera Gámiz: una camiseta y un calzoncillo tipo trusa color blanco, completamente ensangrentados. La camiseta tenía varios agujeros, con aristas negras por donde habían penetrado las balas a quemarropa. Según una versión de los hechos, que circuló con fuerza tras la ofensiva bestial a los Constitución, la muerte de Jesús Rodolfo fue un crimen totalmente injustificado, desde el punto de vista jurídico, ya no digamos moral. No hubo orden de cateo, no hubo Estado de derecho, sólo un ajusticiamiento del tipo que ejecutan escuadrones de la muerte. Las fuerzas arbitrarias del PRIgobierno lo asesinaron para explicar la muerte de un elemento policíaco que fue eliminado en la enloquecida refriega de balas por viejas rencillas personales entre dos grupos de los propios agentes. En el inexistente fuego cruzado, sólo quedaron huellas de los balazos en una sola dirección, tres policías más resultarían gravemente lesionados. Vecinos de los Condominios que fueron testigos, en reportajes posteriores, aseguran que los muchachos no opusieron resistencia alguna, que vieron salir a Jesús Rodolfo con las manos en alto y no con una metralleta disparando, como consigna el informe oficial. Seis meses antes, el 20 de julio de 1971, sí había habido un enfrentamiento a tiros de la policía judicial con otro grupo guerrillero bajo la dirección de César Yáñez, en una casa de la Colonia Linda Vista, en donde hubo la pérdida de un agente, por ello la obtusa jauría de policías no creyó los gritos de los tres compañeros al interior del Departamento, quienes les reiteraban que estaban desarmados, que iban a salir con las manos en alto. II De no haber sido masacrado impunemente esa noche infame de enero del 72, Jesús Rodolfo tendría hoy 64 años. Rosa Albina lo describe como un muchacho muy callado y muy serio, un excelente estudiante. Ricardo Morales Pinal lo relata en un reciente artículo que publicó en 15diario, durante el último asalto bancario en que participó: “Recuerdo a Jesús Rodolfo Rivera Gámiz al momento de la acción: sereno, silencioso y efectivo para mantener el control.” Así también lo recuerdo yo. Introspectivo. Pantalones de mezclilla azul añil, jompa celeste, aureola de intelectual de izquierda, muy sobrio él, mirada fría, aire enigmático, presencia carismática que magnetizaba. Todo ello, aunado a su parecido con Alain Delon, en sus años jóvenes, no era para dejar indiferente a cualquier muchacha de su entorno. Yo, de Jesús Rodolfo estuve secretamente enamorada. Fue un amor platónico. Sólo una vez hablé con él, cuando un amigo común nos presentó en la puerta norte del Colegio Civil, después de una conferencia en la Escuela de Verano y que yo registro, con gran optimismo, en un diario que llevé todo el año 70 y en donde lo menciono 16 veces. Desde antes de ser presentados, cada vez que ocurría un esporádico encuentro en algún evento del Instituto Mexicano Cubano, en una manifestación, en la librería Cosmos, en algún cineclub, en el Teatro de la República, para mí constituía un día de fiesta emocional y el aura de su presencia me acompañaba los días subsecuentes. Contemplar, aunque fuera de lejos, su fina estampa me alegraba la vida, me ayudaba a vivir. La última vez que lo vi fue en una fiestecita que Rebeca, una compañera del Taller de Teatro Universitario que dirigía Paco Sifuentes, organizó en una casa colonial por el Barrio Antiguo. Bailando con un compañero de repente se iluminó la noche cuando lo vi sentado en una banca que daba al jardín central interior. Estaba con otro muchacho y casualmente, de reojo, dirigía la vista a la reunión. Me vio y lo vi. Al terminar la pieza me senté con la vaga ilusión de que se acercara. Como solía suceder, una vez más me ignoró y todo quedó en otro encuentro inacabado. La próxima vez que vi a Rebeca le pregunté por él. Me dijo que la fiesta había sido en la casa de una tía suya que tenía una casa de asistencia, seguramente, me dijo, ese muchacho se hospedaba ahí. Jesús Rodolfo era un estudiante foráneo, originario de San Pedro de las Colonias, Coahuila, pero con residencia en Torreón, donde vivía su madre viuda, según narra Rosa Albina en su libro. Si bien a nuestro gran combatiente Raúl Ramos Zavala pudimos, masivamente, acompañarlo a su última morada y despedirlo con un apoteótico homenaje que obviamente fue ignorado por los medios, en el caso de nuestro inefable Jesús Rodolfo no supimos el destino de sus restos. Su asesinato, perpetrado por el Estado, fue cubierto en la nota roja de los periódicos. Ni una esquela fue publicada para honrar su memoria. Colocar una placa junto a la puerta del departamento 34, edificio 7 de los Constitución, en donde cayó acribillado estaba fuera de nuestras posibilidades. Para que su máximo sacrificio no quedara desapercibido, un grupo de compañeros decidimos ofrendarle un homenaje. Por esos años yo trabajaba en la Rectoría en el D.E.U. como Jefa de la Biblioteca del Libro Alquilado. Dos años antes, tras alguno de esos encuentros desencantados con Jesús Rodolfo que me dejaban con el alma herida, consigno en mi diario el 13 de agosto de 1970: “Por la mañana fui al Departamento Escolar y pretextando un error baladí obt u ve permiso para rev i - sar el archivo de Economía”. Ahí, en el folder de Jesús Rodolfo descubrí de dónde era originario y que era dos años menor que yo. Entre las formas de ingreso que había llenado estaba un sobre con varias fotografías. Como pronto empezarían a microfilmar esos archivos, sabía que una copia de la misma fotografía no era importante, así que cometí el crimen pasional de quedarme con una foto suya. De esa fotografía tamaño credencial, dos años después, mandé hacer un poster que llevé a enmarcar. Con él en mano nos dirigimos a la Facultad de Economía, subimos las escaleras e irrumpimos en la Biblioteca. En la parte superior de la pared frontal estaba un cuadro de Benito Juárez, mismo que descolgamos y reemplazamos con el retrato de Jesús Rodolfo. Todo fue muy rápido. Si acaso haciendo una guardia improvisada frente a su imagen, declaramos solemnemente que por siempre viviría en nuestros corazones y que seríamos dignos portadores de su legado. Guardamos un minuto de silencio. Para cuando reaccioné uno de los compañeros había lanzado el cuadro de don Benito por la ventana, situación que terminó por alterar más al bibliotecario Antonio Joel Rojo Hernández, que vivió todo aquello como un asalto a aquel su recinto de paz y silencio que estábamos violando. No supe cuánto tiempo permaneció su imagen en la biblioteca de la que fue su escuela. Sólo quisimos dejar una leve constancia del profundo respeto y cariño que nos inspiraba e inspira este muchacho héroe, estudiante de Economía de la UANL a quien, en una cacería insensata, también mató el Estado a sus fecundos y vibrantes diecinueve años. El año 1972 fue un parteaguas para ésta, nuestra ciudad obrera, sin identidad de clase, que fue testigo manipulado de la respuesta armada contra un grupo de jóvenes universitarios radicalizados en oposición a un régimen autoritario cebado en la represión sangrienta contra el pueblo. También, en diciembre de este fatídico año, tras tenaces operativos de ataques violentos por parte de porros al interior del campus (que llegaron incluso a secuestrar al propio rector, ingeniero Héctor Ulises Leal), aunados a la agresiva campaña mediática difamatoria de su administración, las fuerzas corporativas regiomontanas, aliadas con algunos cuadros nefastos del Partido Comunista que operaban al interior de la Universidad, consiguieron su anhelado objetivo: deponer al último rector democrático de nuestra Universidad. A raíz de las diatribas de El Norte contra las manifestaciones estudiantiles exigiendo la libertad de nuestros presos políticos, el ingeniero Héctor Ulises Leal, congruente con su concepción de la Universidad como un motor para transformar el panorama de desigualdad e injusticia, tomó la palestra. Tres días después del ataque a los Constitución publicaría un desplegado en el mismo periódico El Norte, defendiendo la agitada respuesta de los universitarios ante la violenta embestida contra nuestros tres compañeros y solidarizándose con ellos: “Todas estas respuestas son producto del confrontamiento de una juventud crítica con una sociedad radicalmente injusta… En última instancia, la Universidad nunca ha desconocido a sus hijos ilustres, científicos, y por lo mismo, tampoco puede moralmente desconocer a sus hijos en desgracia, aun cuando pudieran estar equivocados”. Este año, 1972, marcaría también el virtual desmantelamiento del Movi- miento Espartaquista Revolucionario que, bajo la dirección de Severo Iglesias, operó en el ámbito universitario de la UANL desde 1964. Posteriormente, algunos de sus militantes integraríamos en la mayoría de las dependencias universitarias el Grupo Compañero, de filiación sindical. Taller literario en El Topo Seis años después del triple fallido asalto bancario, que desencadenaría la captura de Ricardo Morales Pinal, Jorge Ruiz Díaz, el bárbaro asalto a los Condominios Constitución y la subsecuente detención de José Luis Sierra Villarreal y Luis Ángel Garza Villarreal, me encontraría con ellos en el Penal de Topo Chico. De 1978 a 1983 coordiné el Taller Literario El Topo, integrado en su mayoría por presos políticos. Al principio, El Topo funcionó de manera oficial, por una petición que dirigieron doce reclusos al doctor Luis Eugenio Todd, solicitud que el Rector aprobó para su formal constitución. El taller formaba parte del Instituto de Artes, dirigido por Miguel Covarrubias. Miembros destacados que publicaban regularmente en el periódico Universidad fueron Gustavo Adolfo Hirales Morán, Ricardo Morales Pinal, José Luis Sierra Villarreal, Miguel Torres Enríquez y Elías Orozco Salazar. La membresía del taller fue felizmente fluctuante debido a la promulgación de la Ley de Amnistía de López Portillo. En el 79, con la llegada a la rectoría del doctor Alfredo Piñeyro, vino la cancelación de fondos para el Taller, con el que seguí cuatro años más coordinándolo y publicando sus textos por mi cuenta. Posteriormente el nuevo rector cerraría al mismo Instituto de Artes y hasta el periódico Universidad, que era originalmente nuestro órgano de difusión. La carencia de rigor, encono y enjundia con que el Estado mexicano enfrenta la guerra contra las mafias del narcotráfico, comparado con la saña, los métodos sucios y las infinitas irregularidades jurídicas con que consumó el exterminio de los movimientos guerrilleros de principios de los setentas, es otro elemento de juicio que exalta la entereza, la estatura moral y la incorruptible grandeza de espíritu de sus militantes. Por su generosidad sin límites, por haber decidido renunciar a su muy legítimo destino personal y empeñarlo, sin titubeos, a la patria; por todo lo que nos dieron: ¡Un recuerdo para ellos de gloria! ¡Un sepulcro para ellos de honor! Víctor Orozco C hihuahua.- Quise escribir este ensayo sin sujetar el texto a los usuales apartados que definen primero los antecedentes, algún capítulo económico, fases, etcétera. Está expuesto a la manera de reflexiones que se entrelazan con hechos, datos, personajes. Me pareció que su lectura podría ser menos tediosa para todo mundo, incluso para quienes se inclinan por rigores académicos. Lo recupero ahora para los lectores como una contribución al conocimiento de hechos importantes ocurridos en la historia contemporánea de Chihuahua y de México, en el 50 aniversario del asalto al cuartel de Ciudad Madera. El propósito es arrojar un poco de luz sobre un movimiento social y armado hasta hoy poco conocido en México: el del estado de Chihuahua durante la década de 1960. No obstante que en la historia local forma parte de un hito histórico en el que se articulan hondas transformaciones en todos los ámbitos de la vida colectiva y que clausuran una etapa entre 1970 y 1980, en el ámbito nacional es escasamente conocido y prácticamente ignorado en el internacional. A no ser porque años después de 1965 y 1968 cuando cayó el último grupo de este movimiento, una nueva organización guerrillera se denominó: “Liga Comunista 23 de Septiembre”, recuperando la fecha del ataque al Cuartel de Madera, pocos guardarían memoria del acontecimiento. Esta lucha guerrillera de Chihuahua debía ser materia de trabajo exclusivamente de los historiadores y no de los analistas políticos, considerando el gigantesco cambio que experimentó el país y en especial esta entidad federativa durante los últimos cuarenta años. De no mediar el alzamiento zapatista de 1994, el asunto tendría que enfocarse sólo a través del prisma de la historia, para tratar de reconstruir y explicar este pasado. Sin embargo, los indígenas chiapanecos pusieron otra vez –entre otros– el debate sobre la táctica guerrillera en el México de hoy. Quizá las condiciones de Chiapas se parecen a las de Chihuahua en 1960, con sus latifundios, sus guardias blancas, sus generales-gobernadores, etcétera. El hecho es que no podemos todavía y después de todo, cerrar este capítulo en México. PRIMER ACTO DE LA TRAGEDIA 1965: La guerrilla de Arturo Gámiz: La reunión y los apoyadores urbanos. Era el 16 o 17 de septiembre de 1965. En una casa del barrio del Santo Niño en la ciu- dad de Chihuahua, estaban reunidos unos veinte individuos. Varios de ellos iban armados con rifles y pistolas de diversos calibres y marcas. Habría entre todos dos o tres mujeres. El de mayor edad aparentaba unos cuarenta años. La mayoría frisaba los veinte. Hablaba un tipo delgado, de mediana estatura, quizá de 28 o 30 años. Dijo un discurso largo, sin extraviarse en vericuetos conceptuales. En síntesis, explicó que había llegado el momento que los presentes y muchos más que no estaban allí es- peraban y buscaban. Había sonado la hora de la lucha armada. Alguno recordó la frase de José Martí: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”. Es probable que la escucharan en la voz de Fidel Castro, cuando proclamaba una de las declaraciones de La Habana, que oían en la radio, azorados y exaltados, los militantes del grupo político estudiantil al que pertenecían. Arturo Gámiz terminó su discurso. Carraspeó y aclaró que se le había olvidado algo. “Si alguno está pensando que vamos a atacar al Ejército y luego podremos ocultarnos, vale más que se olvide de la guerrilla. No hay un solo lugar en toda la sierra a donde podamos ir que el Ejército no pueda entrar. Es tiempo pues de decir que no. También les digo que aquellos que están pensando quedarse en la ciudad para hacer el trabajo de las brigadas urbanas será tranquilo y sin riesgos, están equivocados, que los peligros serán aún mayores pues van a tener a todos los perros tras ustedes. Si quieren, igualmente es el último momento para decir no le entro”. Otra vez, a uno de los presentes le vino a la memoria un episodio lejano, ocurrido cerca de un siglo antes, cuando Juan Mata Ortiz, sitiado por los apaches de Jú, reunió a sus hombres y en tono de reto les dijo: “Si alguno por equivocación se puso las naguas de su mujer, que se regrese a cambiarlas por los pantalones”. En esta ocasión, no se produjo la grosera respuesta del presunto aludido: “Chinga tu madre, Juan”. No hubo otras palabras. Enseguida, la flamante “brigada urbana” compuesta por tres hombres y una mujer, bajo el mando de Óscar González Eguiarte, fue reunida e instruida por Pablo Gómez. El primer trabajo que debía ejecutar era hacerse cargo del chofer de un taxi que habían secuestrado en Torreón para trasladarse a Chihuahua. El carro estaba estacionado frente a la casa y en el asiento trasero roncaba un hombre atado de pies y manos. Parecía que despertaba en ese momento y Gómez, que era médico, le habló para tranquilizarlo y enseguida le puso una inyección, que contenía un nuevo somnífero. Los tres de la brigada urbana subieron al automóvil y se dirigieron a una pequeña casa en la colonia Industrial, cerca de Santo Niño. Faltaba poco tiempo para que amaneciera, así que se apresuraron a bajar al hombre, cargándolo en vilo. Lo metieron a uno de los pequeños cuartos y se turnaron para tenerlo a la vista las 24 horas. Las órdenes eran claras y sencillas: debían tratarlo de la mejor manera posible, conseguir dinero para pagarle por sus servicios y ponerlo en libertad cuando se les avisara. El hombre no debería verles nunca las caras, así que debería permanecer con los ojos vendados todo el tiempo. Los días de esa semana se volvieron largos e interminables para los de la brigada. Cada uno de ellos vigilaba por lapsos iguales al prisionero, cada uno acudía a las clases o a su trabajo como podía. En una ocasión estaban presentes dos de ellos en la noche y acordaron relevarse para dormir. Cuando el beneficiado abrió los ojos, vio al hombre sin la venda, mirándolo. Su compañero estaba en la otra pieza, leyendo el periódico. La tensión nerviosa y el acto mismo que le pareció de una enorme irresponsabilidad, les provocó una indignación que fue en aumento y que no se redujo a pesar de que se desahogó mentándole la madre a su camarada. Jamás le perdonó el descuido. Todo ese tiempo platicaron con José, que era el nom- bre del taxista. Le aseguraron que no le harían ningún daño y que no se preocupara, que incluso le pagarían su trabajo. El hombre no creía y lloraba quedamente, suplicando por sus hijos y su esposa. Quizá no les escuchaba nada que se pareciera a delincuentes ordinarios o a gente del hampa, que él conocía más o menos de cerca en Torreón, pues fue cobrando confianza y hasta se reía con sus propias anécdotas. La penúltima noche, decidieron trasladarse a otra casa, en la colonia Campesina, porque serían figuraciones o no, pero les pareció ver gente sospechosa en la cuadra. La mujer tenía en aquel sitio a un contacto y amigo, participante en las tomas de tierras que se habían organizado en los últimos años. El recorrido no tuvo problemas hasta que, frente al Paseo Bolívar, al viejo carro que consiguieron prestado se le ponchó una llanta. El prisionero iba despierto, acostado en el piso del asiento trasero, tapado con una cobija. Apenas esta- ban sacando la llanta extra y la herramienta cuando un solícito jeep de la Policía Municipal se detuvo y el agente les preguntó si necesitaban ayuda. Nadie respiraba casi, mientras que uno contestó con voz ronca, “no, gracias”. Todavía el otro policía hizo otra pregunta que ni siquiera entendieron, pero luego se marcharon. Nadie habló hasta que llegaron a la nueva casa. El campesino resultó que era menos novato y más despiadado, tuvo la ocurrencia de preguntarle a la mujer si había que matar al hombre, “porque orita no tenía pistola, pero que la podía conseguir”. Todo en voz alta, de manera que el pobre chofer no durmió esa noche ni al siguiente día. El compromiso era pagarle y pagarle bien, así que los estudiantes se dedicaron a pedir cooperación en la universidad a profesores “de izquierda” o simpatizantes. Al fin lograron reunir una buena cantidad. Discutieron y argumentaron sobre el precio de los servicios, pues el chofer todo lo que pedía era que lo dejaran y ni se preocuparan por el dinero. Una noche, llevaron a José a uno de los barrios elegantes de la ciudad, en la Avenida Zarco y le entregaron dos mil doscientos pesos, lo bajaron vendado y le exigieron que no se quitara el trapo de los ojos hasta que pasaran por lo menos quince minutos. No le pidieron que no fuera a la policía, pues en todo caso, pensaron, no podemos hacer nada si decide hacerlo. En Torreón se investigaba ya la desaparición de José y del automóvil, que fue encontrado esa misma semana en un camino cercano a Ciudad Guerrero, rumbo a Ciudad Madera. El chofer fue a la policía o ésta lo detuvo, el hecho es que pudo narrar todo lo que le sucedió, sin evitarse los elogios a sus captores que le hablaron de sus ilusiones y le pagaron “hasta de más”. “Se sentían muy buenos muchachos”, concluyó. Otra labor habían realizado en las dos semanas previas fue recoger una caja con cartuchos de dinamita que, según parece, provenían de una mina de Naica. Eran largos cilindros quizá con una pulgada de diámetro. Compraron luego muchos tubos de acero en “las segundas”, donde se proveían fontaneros, carpinteros o soldadores en la ciudad de Chihuahua. Eran largas filas de puestos rudimentarios en donde se vendían toda clase de fierros, contiguos a la Calle 25, famosa por entonces junto con el cercano Callejón Uranga porque eran parte de la zona roja, y en cuyas aceras se alineaban pequeños cuartos de prostitutas pobres. Cortaron a la medida los tubos y luego, con un marro pesado, golpeando contra un pedazo de riel de ferrocarril, les doblaron un extremo. Enseguida metían un cartucho, procurando que se ajustara a la boca del tubo de manera que no se moviera en su interior. Después, se suponía que quienes los utilizarían les iban a insertar un fulminante que haría estallar la pólvora que convertiría los pedazos de acero en esquirlas. Eran pues granadas primitivas, que nunca probaron y que después supieron que tampoco funcionaron a la hora del ataque al cuartel de Ciudad Madera. Fabricaron una gran cantidad de estos artefactos y los entregaron esa noche de la reunión. Durante los meses de julio y agosto imprimieron los documentos de la guerrilla. Teclearon largos manuscritos en “esténciles” y en un mimeógrafo prestado por un joven profesor de la universidad pasaron largas horas tirando miles de hojas revolución. No eran todavía muy expertos, así que una gran parte del tiempo se desperdiciaba recogiendo las hojas del piso y compaginándolas, pues no lograban hacer que la máquina las fuera acomodando de manera automática. Además, la tela del aparato se tapaba y había que limpiarla cada vez, de manera que todo esto les complicaba mucho la existencia. Terminaban manchados de manos, cara y ropa. Los folletos eran clandestinos, aunque, como dijo alguno en media broma, llevan las huellas digitales de todos, bien impresas. Se les puso como pie “Ediciones Línea Revolucionaria”, y en ellos se consignaba el primer llamado a la lucha armada en el México posrevolucionario por una fuerza de izquierda. Los análisis eran más o menos simples, más o menos ingenuos, pero en la circunstancia de 1965, resultaban convincentes, sobre todo porque, como ha sucedido en todos los movimientos armados, éstos nunca fueron provocados por sesudas reflexiones teóricas, sino por la determinación y el coraje de pequeños grupos, casi siempre de jóvenes. Todos habían leído “La Historia me Absolverá”, el documento con el que el joven abogado Fidel Castro se defendió ante los tribunales después del ataque al Cuartel Moncada. Tampoco se trataba de un metódico ensayo científico, sino más bien de un persuasivo y valiente discurso que concitaba la adhesión a una causa política y moral. Los folletos, engrapados y a los que se les colocó un lomo con papel adhesivo, empezaron a circular casi gota a gota. Se pasaban de manos con sigilo y los que los distribuían no dejaban de sentir cierto orgullo y hasta petulancia, por ser los secretos portadores de noticias que hablaban de la “nueva revolución”. No puede olvidarse que todo esto sucedía en el estado de Chihuahua, todavía más agrario que urbano y en cuyos pueblos la herencia de la Revolución de 1910 estaba viva. En todas partes había veteranos que platicaban verdades o invenciones sobre la lucha armada, que todavía entusiasmaban a los vecinos. Así que las nuevas exhortaciones para tomar otra vez las armas y arrojar del poder a los logreros y enriquecidos políticos, no caían en suelo estéril. En 1964 y 1965 había aún pocos escritos que luego abundaron y en los que se plasmó un auténtico cuerpo teórico a partir de la experiencia derivada de la revolución cubana. El ensayo de Regis Debray, “¿Revolución en la Revolución?”, que tanta fama cobró durante la segunda mitad de los sesenta, todavía no era conocido. Sin embargo, discursos de Ernesto Che Guevara y de Fidel Castro, así como la I y la II Declaración de La Habana, circulaban entre militantes de partidos y movimientos de izquierda. Pero sobre todo, influían sobre estas mentalidades y pasiones jóvenes, los hechos, que estaban allí: los cubanos habían realizado una revolución socialista a 80 millas de las costas norteamericanas y además habían derrotado a un ejército invasor organizado por Estados Unidos. Además, se había iniciado la gran revolución con doce guerrilleros que se implantaron en la sierra y a partir de allí habían irradiado la lucha a toda la isla. No le pidieron permiso a los partidos ni recibieron ningún apoyo de éstos. México hasta antes de 1959, era el único país latinoamericano en el que la guerra de guerrillas había tenido éxito. Así que todo consistía en comenzar y pronto, porque tal vez la guerra durara por décadas. “Se trata de iniciar la acción donde sea, a la hora que sea y no importa si no son cinco o seis mil guerrilleros sino quince o veinte. No se trata de soñar grandes operaciones tácticas sino de contestar como sea uno de los múltiples golpes que el Gobierno prodiga a las masas. En el curso de las operaciones militares las guerrillas se foguearán, se consolidarán, aumentarán sus filas y se multiplicarán, la organización se irá estructurando poco a poco en la medida que surjan las condiciones que los permitan, las llamas de la revolución se irán extendiendo poco a poco a más rincones de la República. La lucha será terriblemente prolongada, no se contará por años sino por décadas, por eso es ya la hora de empezar y hay que empezar jóvenes si queremos tener tiempo de lograr las cualidades que sólo los años de acción proporcionarán. Por nuestra cuenta no daremos ya marcha atrás en el camino de la revolución, sabemos que sin el apoyo de las masas no podremos triunfar, ganar su confianza y su apoyo es nuestra principal preocupación y nos proponemos lograrlo mediante los hechos”. Fascinación por las revoluciones y el socialismo En incontables ocasiones habían discutido los grupos estudiantiles de Chihuahua discursos similares que aparecían ante sus ojos cada vez más como verdades evidentes. Ahora, los guerrilleros comandados por Arturo Gámiz y que habían realizado algunas acciones en 1964 y principios del 1965, se apropiaban por fin de un discurso teórico y lo difundían. En los pequeños círculos estudiantiles estos folletos cayeron como anillo al dedo, pues varios de sus miembros se habían fogueado en las huelgas y movilizaciones de los últimos años. Las matrices ideológicas y políticas de donde brotaba este discurso rebelde eran variadas. Por una parte, en consonancia con la propaganda soviética de la época, se proclamaba la superioridad económica del sistema socialista sobre el capitalismo, y se daba por supuesto que éste sería enterrado por aquél, tal y como lo pregonaba Jruschov, el dirigente soviético defenestrado en 1964, pero cuyos vaticinios se tenían por seguros. Pero, de otra parte, se refutaba la idea de la coexistencia pacífica entre el imperialismo y el socialismo. Se proclamaba en cambio una guerra sin tregua entre ambos e incluso se admitía que México podía ser invadido por Estados Unidos o de plano se aseguraba que eso sucedería de cualquier manera, pero que ello no detendría la revolución, a “esta marcha de gigantes”, como anunciaba Fidel Castro. Cuando se supo que en la crisis de los misiles de octubre de 1962, tanto éste como el Che estuvieron dispuestos a correr el riesgo de una guerra nuclear y pidieron a Jruschov que no retirara los cohetes de Cuba, más simpatías concitaron los dos personajes. La URSS deslumbraba con sus conquistas sociales y científicas, pero ya no más se admitía la tesis de que el papel de los revolucionarios en el mundo era el de defender “la patria del socialismo”, como lo habían aceptado generaciones de izquierdistas en todas partes. Cuando el Che dijo que “el primer deber del revolucionario era hacer la revolución”, sintetizó con maestría el nuevo mensaje. Ninguno de los conspiradores chihuahuenses de 1965 podía suponer que por los mismos días en que ellos se empeñaban en montar un foco guerrillero en la Sierra Madre Occidental, el Che Guevara se dolía del fracaso guerrillero en el Congo. Unos cuantos de ellos pudieron leer después los “Pasajes de la guerra revolucionaria”, en donde el argentino resumía la historia de ese intento. Las reflexiones contenidas en los documentos y las cavilaciones que cada uno de los involucrados en la lucha se hacían en torno al futuro de todas las sociedades, estaban presididas por una creencia firme en la superioridad y en la inevitabilidad del comunismo. Su teoría gozaba por entonces de una aureola de prestigio histórico y de racionalidad indiscutible. Aun lo que se suponía era su práctica en Rusia, en China o en Cuba, era tenida no sólo como exitosa sino como el paradigma en todos los órdenes de la vida colectiva. Arturo Gámiz, el principal inspirador y dirigente del grupo, había escrito varios artículos en los meses anteriores en la Voz de Chihuahua, un pequeño periódico de la capital en los que sustentaba todas estas ideas. De allí que todo lo que se pareciera en algo al colectivismo, era considerado superior, casi por axioma. Por ello se hacía la apología del ejido y el rechazo a la propiedad privada de la tierra. A lo largo de los textos se advierte un genuino ánimo de transformación, pero no sólo de las condiciones materiales de la sociedad, sino de las conductas personales. Tanto las reflexiones como la vida individual pretendían conducirse por estos altos ideales de solidaridad, de apoyo mutuo, de emancipación general. Este idealismo, anticlerical y aun antirreligioso, como contrapartida, tiene parecido con una cierta vocación hacia el martirio y el sacrificio, como se asume la vida de los santos. Si hay alguna generación de la época contemporánea en Latinoamérica que muestre la vocación del sacrificio al extremo, ésta es la de los sesenta. De ella, estaban imbuidos los guerrilleros. Estaban convencidos, como lo decía Pablo Gómez Ramírez, de que “alguien tenía que empezar”, a sabiendas de que entre los iniciadores son muy pocos los que sobrevivirían. Todos estos hombres y mujeres, compartían además, la admiración y puede decirse sin exagerar, la fascinación por las revoluciones sociales. Como cientos de miles de jóvenes en todo el mundo, la historia de éste, era la historia de su levantamiento, con estallidos violentos que podían subvertir todo el orden existente y conformar uno nuevo en el que se alcanzara por fin, la emancipación de la humanidad, tarea dejada a medias al arribarse sólo hasta el grado de la emancipación política. Las revoluciones conservaban pues todo su prestigio, empezando por la mexicana. Los héroes eran estos destructores de instituciones y organizadores de la nueva sociedad, con el acento colocado en la primera de las tareas. Muchos de los pequeños hijos se llamaron Emiliano, León, Lenin, Ricardo, Sandino y desde luego abundaron los fideles y los ernestos. Una minoría de los conspiradores, había tenido su bautizo de fuego en las acciones realizadas durante los meses anteriores en varios lugares de la sierra. Arturo Gámiz, Salomón Gaytán y Antonio Escobel Gaytán se habían “alzado” desde 1964. Se sumaban ahora nuevos cuadros, algunos incorporados por Pablo Gómez y otros, gracias a las recientes alianzas políticas con grupos estudiantiles de la Universidad. La mayor parte venía de la militancia en el Partido Popular Socialista y en especial en la UGOCM, como Gámiz, González Eguiarte y Pablo Gómez, además de otros que luego renunciaron a la táctica armada y regresaron al lombardismo tradicional. Entre varios había relaciones de parentesco, confirmando esta vieja manera de organizar los alzamientos armados en Chihuahua. Los de Tomó- chic eran primos, hermanos, sobrinos o cuñados, lo mismo que los de San Isidro, Pachera, Bachíniva o Cuchillo Parado en 1910. Aun entre los “veteranos”, la experiencia guerrillera era escasa y el grueso de los integrantes de la pequeña tropa, apenas unas semanas antes se dedicaba a sus actividades cotidianas. Otra vez, una rebelión que se intentaba en buena medida a la manera del pasado, cuando los labradores acudían a sus trabajos un día y a la semana siguiente ya se habían comprometido con iniciar la “revolución” para el próximo domingo. Quizá a todos animaba la esperanza de que el llamado de las armas sería escuchado y atendido por millares, como les dijo el dueño de la casa en la colonia Campesina, donde escondieron al chofer la última noche: “Por donde quiera hay gente lista, que nomás está esperando para agarrar el rifle”. Embonaba muy bien la expresión con otra escrita en uno de los folletos: “... llegó la hora de apoyarnos en el 30-30 y en el 30-06, más que en el Código Agrario y la Constitución”. También aquí se presentan el espíritu y las imágenes de 1910. El mítico 30-30 y aun el más moderno 30-06, eran ya obsoletos en 1965; el primero casi una pieza de museo, pero entre los campesinos se asociaba con todas las luchas libertarias y por la tierra. Era, además, vengador de agravios. Por esa época, no era infrecuente que algún campesino, recuperador de las gestas pasadas, hiciera frente a las acordadas, como todavía se conocía a las policías rurales, con el 30-30 o el máuser heredados del padre o del abuelo, para defenderse de atropellos o injusticias. O, para demostrar que en su pueblo o en su familia, había “muchos güevos”. Salvador Gaytán, hermano mayor de Salomón y también en el acuerdo, consumó una de estas hazañas en el mineral de Dolores, cercano a Madera y en donde trabajaba el maestro rural Arturo Gámiz. Así que, el escrito aludía a instrumentos arcaicos para la lucha armada, pero bastante eficaces en términos ideológicos. En muchos otros pasajes de los escritos, o en actitudes como la manera de dirigirse o referirse a las autoridades, el desprecio por la policía, se expresa en los organizadores de la guerrilla esta especie de invocación a la altivez y aun arrogancia que ha caracterizado a los rancheros norteños desde el siglo XIX. El Mediterráneo de dolor Joan del Alcázar V alencia.- Empieza el nuevo curso político, una nueva etapa rellena de problemas, de negras nubes amenazantes. No son nuevas, pero pintan muy mal de cara al futuro; tanto al corto como al mediano plazo. Hablemos de cuatro sólo: dos internacionales y dos domésticos. El Mediterráneo se ha convertido en un mar de dolor, de lágrimas, de miedo acompañado por el silencio de la muerte. Miles de personas huyen de la guerra, de la barbarie y buscan en Europa un oasis para vivir. Además de preguntarnos qué hace la Unión Europea o los Estados Unidos o la ONU –impasibles más allá de los discursos ante la catástrofe humanitaria–, tendríamos que saber qué están haciendo las religiones ante el drama. Dónde están y qué dicen los arzobispos y los cardenales, los imanes y los rabinos, los patriarcas, los ayatolás y los papas y también sus más enconados seguidores, todos los integristas de las tres religiones implicadas, todos los provida que en el mundo son. ¿Dónde están, qué dicen, qué hacen ante las terribles y documentadas noticias? ¿Estarán rogando a su Dios por todos estos desgraciados fugitivos que sólo quieren salvar la vida y gozar de un poquito de libertad? Quizás rezar, rezarán. Pero... ¿serán capaces de hacer algo más para parar la tragedia? China ha sido noticia por las sucesivas devaluaciones de su moneda, el yuan, por los efectos sobre la economía mundial, tanto sobre los países desarrollados como sobre los emergentes y porque, también, en opinión de diversos analistas, sus autoridades económicas son de una ineptitud sublime. De China, aun así, no sólo tendría que preocuparnos cómo sube y baja su Bolsa, aunque sea relevante. El gigante asiático mantiene un modelo de desarrollo perverso. Estamos hablando de la cuarta economía mundial y de la tercera exportadora, que crece a un ritmo incomparable al de las otras grandes potencias, pero que lo hace con una política energética y una despreocupación medioambiental pavorosas. Como el carbón cubre tres cuartas partes de las necesidades energéticas, no nos tiene que sorprender que cinco de las diez ciudades más contaminadas del planeta se encuentran en aquel país. Hay que añadir a esto la carencia de agua, la deforestación que avanza imparable y la nula preocupación por las generaciones futuras que evidencian las autoridades. China no está en otro planeta, así que sería bueno preocuparnos por algunas cosas más que por la Bolsa de Valores. En el ámbito doméstico, dos problemas con muchos puntos de contacto están sobre la mesa de analistas, opinadores y ciudadanía en general. El gobierno Rajoy está huyendo hacia adelante a la velocidad del rayo, cada vez más aislado y con unas encuestas que están empujándolo a jugar al todo o nada. Ha decidido aprobar los presupuestos de 2016 para intentar atarle las manos a un hipotético ejecutivo en el que el PP no participe; habla un día de modificar la Constitución y al día siguiente afirma que es innecesario; la corrupción asedia la casi totalidad del organigrama de dirección del partido, y la figura del presidente del gobierno se deteriora cada vez que abre la boca en público. Los de Rajoy ni siquiera intentan un discurso político en positivo. Todo son amenazas de plagas bíblicas (García Margallo dixit) y de un caos absoluto si no son ellos los elegidos para continuar gobernando. Sin un relato mínimamente alentador, el PP parece haber encontrado refugio en dos trincheras que considera inexpugnables: su política económica ha salvado a España de una catástrofe como la griega [sic]; y España es indisoluble [sic], pero ellos son los únicos que lo garantizan [sic]. Dejando ahora de lado que no será posible hablar de mejora económica mientras el paro no remita de forma clara y efectiva, el cuarto y último de los asuntos que elevan la temperatura de este inicio de curso es Cataluña. Más allá del bajo nivel del debate político en general, el Gobierno de Madrid se limita a amenazar los soberanistas sin descanso; ha situado como cabeza de lista electoral a un personaje protolepenista como García Albiol, y violenta el marco jurídico legislando ad hoc y de urgencia a propósito del Tribunal Constitucional. Mientras tanto, desde el soberanismo se amenaza con una Declaración Unilateral de Independencia motivada, dicen, por la carencia de respuesta del Estado a sus aspiraciones, aunque sin hacer ni una mínima evaluación de costes: todo será música celestial al día siguiente. El silencio hostil de Rajoy ha conseguido que los de Junts pel Sí eleven el tono y la apuesta cada se eleve vez más, y han pasado de la consulta para conocer cuántos catalanes están por el derecho a decidir [que era la propuesta inicial] a afirmar que las elecciones autonómicas son plebiscitarias y que si ellos ganan por mayoría simple ejecutarán la DUI. Si no había suficiente con los de Rajoy y los soberanistas echando leña al fuego, día tras día aparecen pirómanos desde las dos orillas del Ebro. Ha destacado últimamente el estadista vitalicio Felipe González, quien ha publicado urbi et orbi una Carta a los Catalanes que es un despropósito o, tal vez, una cosa peor. Más allá de una grosera alusión a la Alemania y la Italia de los años treinta, el texto es tan amenazante como los del PP pero acompañado de una dosis generosa de paternalismo irritante. En el terreno de juego internacional, la crisis china puede tener efectos de todo tipo, y no sólo económicos; a su vez, la respuesta que se dé a la crisis humanitaria de los refugiados que huyen del horror y la barbarie señalará el grado de insensibilidad al que hemos llegado, y hasta qué punto nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo que se parece cada vez más un estercolero. De momento, en este terreno, los ciudadanos están mostrando más sensibilidad que sus gobiernos. Ingredientes para un coctel incendiario Trump ha estimulado las bajas pasiones entre supremacistas y otros esperpentos de la misma nefasta ralea. Ya sembró -y lo sigue haciendo- su semilla entre los demás aspirantes y entre sus hordas de base. Ahora resulta que lo inimaginable ya no lo es, ¿Qué tal una fórmula de Donald Trump para presidente y Ted Cruz para vicepresidente (Cruz fue el primero de los demás aspirantes en comulgar con Trump)? Raúl Caballero García D allas.- Viene Donald Trump a Dallas. Prosigue su precampaña como luminaria inesperada, un millonario divirtiéndose, jugando a la Presidencia, marcando las pautas y aguándoles el desfile al resto de aspirantes a la nominación republicana. Atestiguaremos la parafernalia de ese desfile en todo su esplendor, pues además tendrá lugar el siguiente debate entre los aspirantes republicanos en Simi Valley, California. Hasta ahora todo mundo pensaba que la estrella de Trump se opacaría en el primer debate; sin embargo, vimos que salió más refulgente; así entonces, es previsto que llegará a las primarias que inician en enero envuelto en sus previsibles estropicios. Mi expectativa (que es la de muchos) es que se apague a la hora de la convención... pero dados los resultados que el tipo ha logrado desde su estruendosa e insultante aparición en esta liza preliminar, es decir, el respaldo creciente de amplios sectores de las bases republicanas, ya no suena imposible que en una de esas obtenga la nominación. Por lo pronto, a “trumpadas” el tal Donald viene desplazando a sus rivales; les ha robado las cámaras (y no sólo las de FOXNews, medio derechista), sino que los hace repetir y cantar los mismos sones que lo han hecho popular entre sus huestes, exacerban el furor antiinmigrante, pues no se quieren quedar atrás. En la reciente edición impresa del periódico La Estrella se publica una caricatura de Daryl Cagle en la que se ve a un Trump ataviado como el flautista de Hamelin, saltando y tocando la flauta y, siguiéndole embelesados, un conjunto de elefantitos (el elefante es el símbolo de los republicanos)... pero no tiene gracia, es más ácida que graciosa; el hecho es que Trump los ha empujado a endurecer sus mensajes en el tema migratorio. La posibilidad pues de que sea nominado dejó ya de ser remota. En su visita a Dallas se espera que el tema de la inmigración sea avivado, dará la nota dentro y fuera, pues ya sabemos que activistas y organizaciones defensoras de los derechos civiles organizan actos de protestas, y asimismo marcará de alguna manera el ritmo al debate en puerta. El discurso de Trump es una trampa, detrás del sonido de su flauta (para seguir con la imagen del cartón de Cagle), está lo grotesco de sus disparates, cuyo contenido radical atrae a muchos más republicanos de los que imaginábamos. En este punto surgen dos que hay que tratar de ventilar. El primero es ver quiénes y cómo son sus simpatizantes, y segundo ver el alcance de su demagogia perniciosa. Quienes acuden a alabarlo proyectan como los elefantitos del cartón, una especie de adoración; esas bases que en algunas partes son hordas de xenófobos, son adeptos que estaban adormilados y la flauta de Trump los ha levantado, le creen a ciegas. Leer al escritor español Ramón Lobo me llevó a revisar la opinión de Robert Tracinski. Lobo cita en El Periódico (agosto 30, “Donald Trump es como Kim Kardashian”) a Tracinski, en The Federalist (agosto 26, “Quiénes son los simpatizantes de Trump”): “Personas con escasa información deslumbrados por la celebrity, no por las propuestas políticas que desconocen; viejos conservadores que demandan mano dura (contra todo); personas que no votan habitualmente, xenófobos anti inmigrantes y racistas de todo tipo que defienden un país dirigido sólo por blancos”. Tracinski los señala como del tipo Archie Bunker, un personaje de una serie televisiva de los sesenta, un tipo racista que esgrime su “ideología” en el sofá de la sala, misógino e intolerante... pues sí, muchos Archies Bunker acudirán al auditorio American Airlines a vitorear a Trump, de hecho ya se llenó el recinto con alrededor de 23 mil fanáticos.Tracinski sopesa entre otros varios aspectos si Trump puede verse en el círculo de independientes que en el pasado han diversificado el voto, como Ross Perot o Ralph Nader, en el caso de que no sea el nominado republicano; e indica que el contingente de Archies Bunker, los simpatizantes de Trump, “no están atados por un sentimiento o un aspecto único como la Inmigración, la ansiedad económica, o una postura contraria al establishment. Sorprendentemente, cuando se les pide que expliquen su apoyo a Trump en sus propias palabras, esos electores con variado historial, suelen usar casi el mismo lenguaje, refiriéndose a él como alguien muy bragado y mostrando su admiración al decir que él ‘habla como es, sin tapujos’, y disfrutan que él ‘es políticamente incorrecto”. Ese ‘trumpismo’, en su información y sugerentes entrevistas, es una actitud, no una ideología”. Y entre lo que aplauden destacamos su vociferación. Con su discurso Trump exhibe xenofobia, misoginia, bravuconadas de “bully” pendenciero, entre otras lindezas que peligrosamente diseminan semillas de odio y de un nacionalismo trasnochado. Por eso ha sido notable el apoyo de nacionalistas blancos, de neonazis y grupos similares en activo y ya no precisamente los Archies Bunker apoltronados en su sofá favorito, éstos se levantan y acuden a ensalzarlo, aquellos comienzan a cometer atropellos, como lo señala el activista Frank Sherry, dirigente de America’s Voice al recopilar una larga lista de improperios y choques contra latinos y señalar cómo Trump demoniza a los inmigrantes hispanos. Trump ha estimulado las bajas pasiones entre supremacistas y otros esperpentos de la misma nefasta ralea. Ya sembró -y lo sigue haciendosu semilla entre los demás aspirantes y entre sus hordas de base. Ahora resulta que lo inimaginable ya no lo es, ¿Qué tal una fórmula de Donald Trump para presidente y Ted Cruz para vicepresidente (Cruz fue el primero de los demás aspirantes en comulgar con Trump)? Uf, produce estremecimiento, sería un coctel incendiario. Números anteriores MA L D I TOS HIPSTERS Humoritmo recargado Luis Valdez M onterrey.- Hace unos días me tocó ver en una librería el show de Humoritmo. Pasaron de tener material de Les Luthiers, a lucirse ahora con material propio. Desde una sátira lingüística norteña, hasta las lecturas entorpecidas por los nervios. El humor le urge a esta ciudad. Alberto Silva es un profesional de las letras. Dramaturgo, escritor de novelas juveniles, cantante y ahora lanzándose como actor de vodevil humorístico culturozo. Un tipo de humor casi imposible en una ciudad donde la cultura diaria es tan dura como treparse al toro mecánico luego de beberse un par de caguamas. La cultura es difícil para el hombre del desierto. Mantener una librería también es tarea titánica. Y pretender que una presentación en una librería sea todo un éxito, es meterse a ciegas en un tabledance de mujeres y travestis. Pero es posible que el invidente salga victorioso, así como es posible que una librería se cimbre por los aplausos del público ante algo que muy pocas veces se ve en una ciudad como Monterrey: un evento de calidad. Haciendo homenaje a Daniel Rabinovich, integrante recién fallecido de la agrupación argentina Les Luthiers, los chicos de Humoritmo se reencontraron de una manera más emotiva que la última vez en queMenudo se reencontró. Humoritmo regresa luego de una crisis con mujer de ojos rasgados de por medio, y de que uno de ellos se diera a las drogas en una tienda de compras a crédito. Luego de tocar y cantar en espacios no muy recomendables para las castas audiencias, como la facultad de medicina y la de música, se les ha rescatado con esta presentación en una librería y de ahí despuntan con un contrato millonario en un bar escocés. A veces las estaciones de radio, con sus madrinas que echan las monedas, y la televisión local con sus comentaristas deportivos idos a showmen imitadores de programas como Las gatitas de Porcel, se descuidan. Entonces aparecen personajes como éstos. Larga vida a los humoristas que son distintos a todos los demás. E N TRELIBROS Puñado de Haikús El haikú es un reto para todos los poetas. Desde que José Juan Tablada lo introdujera en México hacia 1914, la breve estructura de tres versos de 5, 7, y 5 sílabas ha espoleado la creatividad e ingenio de todo aeda. El haikú surge en Japón hacia el siglo VIII y su temática ha sido por antonomasia la emoción estética ante la naturaleza. Ahora, le toca el turno a Eduardo Zambrano (Monterrey, N.L., 1960) batir su pluma en estos menesteres. El encanto del haikú radica en su semejanza con el esbozo o apunte, en el cual, sin gastar mucha tinta, se puede plasmar (como un brochazo rápido) una imagen o metáfora delicada y precisa. Así lo ha hecho Eduardo. En sus cincuenta y un textitos encontramos a la naturaleza (paisajes, montañas, nubes, viento, flores, clima, árboles, frutas, luz, sol, aire, lluvia, luna, polvo, desiertos, piedras, tiempo, sombras, mar, noches, estrellas, hojas, plazas, agua), al hombre (amor, alma, besos, corazón, deseos, vida, sueños, tristeza, muerte, cuerpo, pensamientos, olvido, insomnio, palabras, poemas, libros, sed) a los animales (mosquitos, mariposas, arañas, pájaros, hormigas, lagartijas, cigarras, luciérnagas) y dos antidepresivos: el cigarro y el vino. No todos sus haikús son estructuralmente perfectos, pero sí disfrutables. Arranquemos algunas muestras de su haikuario zambraniano: “Más que un paisaje / todas estas montañas / mis confidentes” (p. 13), “Pasó la helada / y vuelve el colibrí. / La flor, no estaba” (p. 29), “Fin del verano. / Un puñado de sol / cae de mi mano” (p. 22). La filosofía es parte intrínseca de la meditación que genera la poesía y luego se vuelve tema de ésta, la cual a veces hace meditar al lector, impulsándolo a su vez a filosofar: “El largo viaje / de regreso a uno mismo / ¿será la muerte?” (p. 18), “Largo es el puente / que viene del pasado / hacia el presente” (p. 28), “El almacén / lleno de cosas viejas, / tu corazón” (p. 26). Otro tema infaltable en la poesía contemporánea es el amor que, pese a afrontar periódicamente furiosos vientos de escepticismo y decepción, sigue demostrando su vigencia y fortaleza: “Enamorados / en la sombra de un árbol: / besos y frutas” (p. 16), “Flores de un día / en árbol milenario, / versos de amor” (p. 13), “Bajo la lluvia / son dos enamorados, / tú y tus ideas” (p. 25). ¿Joyas que deslumbren por su sencillez? ¿Que quiera uno guardar en la antología de los recuerdos? ¿Textos redondos por su naturalidad?: “Una manzana / partida a la mitad: / dos mariposas” (p. 14), “En lo insondable / vuela mi pensamiento, / ave de paso” (p. 21), “La inmensidad / en una gota de agua / sacia mi sed” (p. 29), “Un cigarrillo: / larga noche de insomnio, / vana luciérnaga” (p. 22), “Aun enjaulado / el canto del canario / siempre amanece” (p. 14). * Eduardo Zambrano. Un puñado de sol (Haikus). Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2015. 29 pp. (Colec. Ínsula. Cuadernos de Escritura de Armas y Letras, VII.) La novia y sus amigas La novia y sus amigas* es la descripción de un retrato. En él aparecen Fernanda el día de su boda, su marido Norberto, y las incondicionales de ella: Balbina, Cata, Magaly, Romina y Coco, excepto Viviana, que vive en Roma. Enseguida cada una es descrita casi minuciosamente: filias, fobias, vicios, virtudes (pocas), amores y posición social. Cada semblanza se liga con la siguiente mediante una frase-puente: “una de las que sufrieron esta cruel ley del hielo fue:” (p. 12), “Y ahí, deshaciéndose en un largo abrazo de seis, para siempre muy cerca, están ellas, excepto:” (p. 14), “en un primer acercamiento sexual tan intrascendente en lo cotidiano como lastimoso en lo subjetivo con:” (p. 26). Cada capítulo está regido por el nombre de una de las protagonistas, incluyendo Norberto, de modo que la referencia es clara. Todo grupo es un microcosmos y, como tal, es explorado por el autor, Paulino Ordóñez (Monterrey, N.L., 1974) en este cuento con tesitura de mininovela. Entre sus secretos inconfesables hallamos que Cata y Viviana tuvieron un encuentro sexual tiempo atrás; que Balbina envidia a Romina por su éxito profesional; que Fernanda está resentida con Coco; que Magaly no le habla a Balbina; que Norberto engañó a Fernanda antes de la boda y Cata, que lo descubrió, se lo confió a Magaly; que Romina maquinó el despido del papá de Fernanda de una de las empresas de su padre; que Cata es ninfómana aunque está casada con Emilio; que Viviana está recluida en un convento romano para tratar de olvidar su “affaire” sexual con Cata, etc. ¿Se enterará Emilio de las aventuras extramaritales de su esposa Cata? ¿Sabrá algún día Fernanda que Norberto le fue infiel? ¿Dejará Balbina de envidiar a Romina? ¿Volverá Magaly a hablarle a Balbina? ¿Logrará Viviana expiar su pecadillo con Cata? ¿Le confesará Norberto a Fernanda su desliz? ¿Revelará Magaly el secreto sobre Norberto que Cata le ha confiado? ¿A qué se debe que Fernanda esté resentida con Coco? ¿Reinstalará Romina al papá de Fernanda? Estas son algunas de las líneas argumentales que podrían desarrollarse en este texto, pero sólo el autor puede decidir eso. Él concibió la historia, la maduró, estableció los parámetros de la misma, sopesó el impacto que causaría entre los lectores y la plasmó. El destino de Fernanda y sus amigas está en sus manos, es decir, en su pluma. A nosotros sólo nos queda ser testigos del acto creativo. Por otra parte, si el texto genera tantas interrogantes signi- fica que sigue creciendo dentro de nuestra imaginación porque ha logrado involucrarnos. Pocos textos hacen eso. * Paulino Ordóñez. La novia y sus amigas. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2015. 34 pp. (Colec. Ínsula. Cuadernos de Escritura de Armas y Letras, XI.) Eligio Coronado Pedagogía de los videojuegos Eloy Garza González S an Pedro Garza García.- Contra lo que pudiera pensarse, la cultura popular (con sus series televisivas y videojuegos que tanto escandalizan a los padres de familia) no entorpece la inteligencia, sino que la perfecciona gracias a un entrenamiento cognitivo tan riguroso como el ejercicio mental que implica leer un buen libro. Ese es al menos la tesis que sustenta Steven Johnson en Every bad is good for you. Para las generaciones anteriores, los medios masivos operaban en gran medida para trasmitir publicidad y entretenimiento hueco. Sin embargo, la cultura popular se ha sofisticado al grado de presentar desafíos intelectuales complejos para cualquier espectador que ya no se centra en desentrañar contenidos sino en analizar lo que nues- tro cerebro hace con ellos. Series de televisión como Games of Thrones o House of Cards entre muchas otras con sus variados hilos argumentales, personajes y narrativa hipertextual, son el equivalente moderno a las buenas obras literarias: ponen a trabajar nuestro cerebro para descifrar lo que pasa en cada escena. Tanto las novelas de entonces como las series de ahora nos exigen volvernos espectadores activos (coautores) a partir de una interacción creativa con los productores y guionistas televisivos. Lo mismo pasa con Internet y los videojuegos: test verificables demuestran que el uso cotidiano de estas tecnologías incrementa el coeficiente intelectual de la Generación Net en comparación con el promedio de generaciones anteriores. Videojuegos como Grand Theft Auto V nos hubiesen resultado difíciles de asimilar para la audiencia masiva de hace veinte años y ahora son moneda corriente para los jóvenes. El problema es que la mayoría de los pedagogos y psicólogos estudian este fenómeno a partir de planteamientos académicos rebasados; analizan un videojuego cuestionando su falta de narrativa, de secuencia, de tramas convincentes y personajes creíbles, cuando un videojuego es otra cosa y motiva otras habilidades más cercanas a la lógica matemática que a la literatura o el cine. ¿Qué gana un niño entretenido con un videojuego? Por un lado, ejercita su cerebro en habilidades abstractas de probabilidad y causalidad además del reconocimiento de patrones. Por otro lado, desarrolla mediante un sistema de recompensas la explo- ración, el uso de un ambiente determinado, el diseño de estrategias y tácticas. Dice Johnson: con los videojuegos el niño aprende que “hay estrategias exitosas en el corto plazo que llevan a malos resultados en el largo plazo y estrategias no tan buenas en el corto plazo pero que llevan consecuencias positivas en el futuro”. Esta complejidad no la vivimos los adultos con los primeros videojuegos como el elemental Pacman. Después, ya el niño aplicará estas habilidades a sus relaciones personales y sociales. Y en esta revolución de la cultura de masas, ¿qué rol juegan los padres de familia? Disciplinar a sus hijos a leer diariamente para complementar su educación, además de cubrir esa fase igualmente importante que ahora se conoce como educación emocional.
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