Monterrey.

Índice
144
OCT /15
3 Cartón de Chava
4 Índice
5 Versión norestense
20 Los héroes nuestros
Cris Villarreal
Versión norestense
de Fox
Hugo L. del Río
de Fox
Hugo L. del Río
6 Qué esperar del gobierno
de los puros
Claudio Tapia
Víctor Orozco
8 Cortafuegos
34 El Mediterráneo
Joaquín Hurtado
Director:
Luis Lauro Garza
Editora:
Denise Márquez
Asesor de la dirección:
Gilberto Trejo
Relaciones públicas:
Yolanda Aguirre
Asesor legal:
Luis Frías Teneyuque
Comunicación e imagen:
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Arte y diseño:
Martín Ábrego Parra
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Luis Carlos Ramírez
La Quincena / revista mensual / octubre 2015
Editor responsable: Luis Lauro Garza
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4 Q
26 Cuartel Madera
de dolor
Joan del Alcázar
10 Drogado o ebrio
Armando Hugo Ortiz
11 Con la cuchara grande
36 Ingredientes para un coctel
Rosa Esther Beltrán Enríquez
incendiario
Raúl Caballero García
12 El city manager:
38 Humoritmo recargado
una mala copia
Abraham Nuncio
Luis Valdez
14 Las balas sonaron
Entrelibros
Eligio Coronado
40
(De la guerrilla en Monterrey)
Ricardo Morales Pinal
42
Pedagogía de los
videojuegos
Eloy Garza González
Diseño de portada: Saúl Escobedo
M
onterrey.- Jaime Heliodoro
Rodríguez Calderón está resignado a ser gobernador de
Nuevo León por un periodo
de no más de año y medio. Esto es, “si la
raza se enterca” y lo presenta como aspirante a la Presidencia de la República en
las elecciones de 2018.
El gobernante electo es una constante fuente de sorpresas. Hoy, resulta divertido como la versión norestense de
Vicente Fox. Pero mañana no reiremos.
El Norte publica que, en la ciudad de
San Luis Potosí, el Bronco dijo que, “si
la raza” insiste, “es probable que pueda
ser candidato en el 2018. No lo aseguro,
pero tampoco lo descarto”.
San Juan de la Penitencia: vaya maldición gitana que nos cayó encima. Rodríguez Calderón será investido en las
postrimerías de año. Si va a pelear por La
Silla, tendrá que renunciar a mediados o
fines del 17. Es verdad que el de Galeana
nunca se comprometió a dar la vida por
Nuevo León, pero sí nos aseguró que su
administración sería de seis años.
Como sea –genio y figura y todo
eso–, fiel a su temperamento y carácter,
el de Galeana se desdice el martes de lo
que dijo el lunes. Eso es malo, muy malo.
Pero lo peor es que todavía no se instala
en el palacio de cantera y ya sueña con
dar el salto a la jefatura del Estado. Salió
ambicioso el muchacho. Nosotros pensábamos que, como escribió Voltaire, “era
estimable incluso en sus desvaríos”. Pero
nos volvimos a equivocar. El agrónomo
nos está diciendo que, para usar su lenguaje, Nuevo León y los hombres que
votaron por él le valen madre.
Uno aprendió desde niño a no jugar
al Nostradamus. Pero no hace falta estudiar los movimientos de los astros para
entender que si el don fue mal gobernador de su entidad no podrá ser buen Presidente de la nación. Hasta los panistas
comprenden eso: por ello no abanderaron a Margarita Arellanes como pretendiente a la gubernatura.
¿Qué problemas nos podría solucionar el Bronco en cosa de 18, 19 meses?
Ninguno. Supongo que eso no le preocu-
pa. Lo que, creo, le despertará inquietud
es si podrá llevar su caballo al departamento donde quiere vivir. ¿Lo veremos,
día con día, llegar a la casona de don
Bernardo montado en su noble corcel?
Pie de página
La imaginación del creador se adelanta a
la ciencia y la tecnología. Hará cosa de 62
años, vi la primera película que anticipaba la muerte de la Tierra y el envío, a un
planeta equis, de varias docenas de parejas de chicos superdotados –caucásicos
todos ellos, desde luego: filme gringo de
aquellos años– quienes garantizarían la
supervivencia de la raza humana. Ahora es Stephen Hawking, un científico de
primerísima línea, quien nos advierte
que nuestro mundo morirá en un lapso
relativamente breve y, si queremos que
sobreviva nuestra especie, debemos ir
escogiendo, ya, el cuerpo celeste que
colonizará la minoría de seleccionados.
Ominosa, pero lógica advertencia. Hemos hecho todo lo posible por destruir
este globo. Finalmente, lo conseguimos.
Q
5
Qué esperar del gobierno
de los puros
Claudio Tapia
S
an Pedro Garza
García.- El primer
gobierno estatal integrado por el titular del ejecutivo, un jefe de
gabinete (pendiente de aprobación), y algunos diputados,
todos ciudadanos independientes, resolverá nuestros
males.
La pureza cívica que los
futuros gobernantes acreditan por el hecho de no
pertenecer a algún partido
garantiza que actuarán con
honestidad, oficio político y
eficacia social. Al fin, auténticos ciudadanos van a gobernar a los ciudadanos. Ahora
sólo queda esperar a que nos
vayan informando cómo van.
Esa creencia que sigue
viva no obstante la evidencia
de las necesarias negociaciones políticas que los buenos
tienen que celebrar con los
malos para poder gobernar,
partió de la confusión de los
problemas de la representación (partidocracia) con los
de la gobernanza (corrupción
gubernamental). Por eso siguen pensando que para bien
gobernar basta con no pertenecer a un partido político
sin que sea necesario acreditar solvencia moral ni estar
suficientemente preparado
para resolver problemas que
ni siquiera han precisado. La
corrupción es imposible en
un ciudadano independiente
y con eso basta.
El puñado de ciudadanos que recuperó la pureza
cívica al renegar del partido
que lo formó construirá una
nueva sociedad, limpia, libre de mentiras, injusticias
y corrupción. La hora de los
ciudadanos –¿cuáles?– llegó.
Eso es lo que buen número
de gobernados espera porque
así se lo hicieron creer desde
la campaña electoral.
El pensamiento dicotómico basado en la simplista suposición de que al llegar los
buenos los males se acaban
ha permeado todos los estratos sociales de la comunidad.
La infundada esperanza se
alimenta de la distorsión que
se produce cuando se observa la realidad de manera
dualista: verdadero o falso,
los otros o nosotros, políticos
o ciudadanos, partidistas o
independientes, populistas o
realistas, sucios o limpios.
La terca realidad, las confrontaciones surgidas al realizar las primeras acciones de
gobierno (sobre todo las de
los que carecen de oficio político) y el transcurso del tiempo, desvelarán poco a poco
el engaño al que los condujo
la maniquea suposición: ustedes, los políticos corruptos
que ni ciudadanos son; nosotros, los ciudadanos independientes que sanearemos la
administración.
Espero que acaben entendiendo que la corrupción está
en todos los lados en que hay
opacidad, falta rendición de
cuentas e impera la impunidad y no sólo en los partidos.
Que no se trata de poca política y de mucha administración. Que no se trata de gobernar sin oficio político, sino
de que no gobierne la improvisación. Que no se trata de
gobernar sin buenas intenciones, sino de no hacerlo a base
de caprichos y ocurrencias.
Nuestra incipiente cultura política se fortalecerá si
comprenden que tampoco se
trata de acabar con la representación, sino de impedir
que siga siendo una impostura. Que no se trata de santificar a los ciudadanos, sino de
formarlos. Que no se trata de
satanizar a los gobernantes,
sino de que rindan cuentas.
Que no se trata de un gobierno de puros, sino de que
no sea un gobierno de puros
cuates, cómplices y socios.
Que no se trata de venganzas,
sino de justicia y aplicación
de la ley.
En suma, de mucho les
servirá entender que de lo
que se trata es de convivir en
un Estado de derecho y no de
enclaustrarnos en el castillo
de la pureza.
Creo que ese cambio de
mentalidad y de discurso podrá evitar la frustración que
produce la inútil espera de
un milagro que no ocurrirá.
En vez de soñar, será mejor
que los ciudadanos impuros
–que somos todos– nos dispongamos a colaborar con un
gobierno que prometió alentar y permitir la participación
ciudadana para la solución de
nuestros problemas sociales.
Que los ciudadanos independientes cumplan este
compromiso, es lo mejor que
los gobernados podemos esperar.
De entrada, declaro mi
escepticismo, deseando estar
equivocado.
Cortafuegos
Joaquín Hurtado
M
onterrey.- Vine a la marcha por el aniversario de
Ayotzi. Qué hueva. Yo quería ver gentío. Tomarme
chorros de selfis para el feis. De mis contactos nada.
Lástima porque no conocieron el drama de perder
un hijo desaparecido.
Nunca olvidas los ojos de color infinito de la seño cuando dice le avisaron que
su chamaco iba en el grupo. ¿A dónde se
lo llevaron, qué le pasó? Y la pestilencia
a carne chamuscada en la mente. Nunca
en el corazón. Nótese.
Aquí tuitiando desde tantas historias que duelen por la izquierda. Qué
bárbaro, si así es la memoria del drama,
todo recuerdo es agonía. Cuando uno viene de fuera nomás ve, nunca mira. La
Denís, en short, me presenta a su novio.
Mi mente se va lejos, hasta aquí mismo,
en la Alameda. Perreo a las chicas como
hace treinta años que taloneaba en busca
de novio. Soy señorita de muy antes, ni
Atari tenía.
Soy niña vieja pero mágica y los regreso al presente. Ya. Pues como les iba
diciendo. Me pareció la izquierda muy
apagada, como recelosa en esta manifestación. Ni a quinientos llegamos.
La juventud, en cambio, despliega sus
encantos. ¡Mira, en esta mesa tienen la
novela completita del tiempo, de Proust!
Qué padre, cuánto cuesta, oiga. 300 dice
un muchacho, tatuada su mano con un
cactus en floración. Bruto. Mi debilidad
son las suculentas. En serio. Cómo te llamas.
César aparece de la nada, gran fotógrafo, se lleva bonito conmigo pero él
sólo tiene ojos para la camarita. ¿Te la ll-
evas?, pregunta la suculenta en la mano
tatuada. Despuesito, respondo. No puedo cargar con la colección de un millón
de tomos del tiempo perdido, alegoría
del Narcoestado. Hay que separarlo
como Juárez votó a la Iglesia. Eso lo quiso hacer Calderón el presidente enano y
se le hizo bolas el Narco. Peña lo siguió
con las puras patas y se le hizo engrudo
el Estado.
Narcoestado. Yo de reina. Me urge
llegar a casa, luego de marchar urge legalizarme alguna droga. Así como se
oye. Si no para qué quieres el poder. Si
el Bronco se apendeja yo le como el mandato. Mi única coordenada es la seguridad, la privada que también es pública.
Mi límite ético: el fuego. Clases, zonas,
equipo, grados, incidencias de riesgo.
Establecer cortafuegos, senderos: ahí
donde se vigila el peligro patrullando da
por pensar. Pensemos.
¿Que pasaría si por accidente en un
transformador explota el depósito, digamos gasolina en vez de aceite usadoEscobedo, archivos fiscales-guardería
ABC, cuarenta y tres cuerpos de chavosGuerrero? Un asociado clandestino que
esconda en el vecindario el objeto de su
ordeña. Pum. ¿A quién le van a echar la
culpa? A Cacotas. ¿Y el gobierno? Bien
gracias.
En un cortafuegos, cuando de ve-
ras entiendes su filosofía de prevención
reactiva, hay que fletarse con determinación inteligente. Meando y cantando.
Quemado el niño, qué vergüenza. Te lo
van a restregar toda la vida. Vean a Peña,
no se la acabará jamás. Ya es tiempo que
la grandeza se imponga sobre la codicia.
Denís, querida, dónde dices que anda tu
novio.
Si fue Cacotas el baboso que prendió
la chispa para que ardiera medio casco
municipal, qué más da. Para tanto im-
bécil con capacidad de fuego hacen falta
bragados bomberos, esa es la contundencia a donde desemboca mi cortafuegos.
Primer acto de gobierno: queda promulgada la ley de las drogas administradas por los bomberos. Cuanto más crezca el negocio y la competencia se artille,
mayor será la demanda, ergo se doblará
astronómico el flujo de efectivo hacia
el Heroico Cuerpo que tanto padece
penurias y humillaciones. Mi tragalumbre será temido y respetado por el pueb-
lo. Se reducirán las víctimas de los casinos en llamas. Los gringos aplaudirán.
Decretaré un día para el bombero gay
como en Hamburgo y NY. Mi reino será
tan próspero que hasta sobrará billete
para donar a los refugiados sirios o instituciones revolucionarias pero decrépitas
caso Imss. Seríamos altamente competitivos en educación. Toda criatura querrá
ser bombero. Intenso. ¿No?
Drogado
o ebrio Con la cuchara
grande
Armando Hugo Ortiz
Rosa Esther Beltrán Enríquez
S
M
onterrey.- Bronco Rodríguez
declaró luego de terminar el
Clásico: “La afición de Tigres
merece un estadio moderno
y hay algunos empresarios interesados
en construirlo, algunos inversionistas se
me han acercado”. (Cancha, 20/09/2015.)
No acaba la ciudadanía nuevoleonesa de digerir el trago amargo del estadio
la Bacinica, y sale esta hablada que, de
ser cierta, no presagia nada bueno.
Nuestro gobernador electo tal vez
andaba mariguano, como Mauricio Fernández, o pedo como Felipe Calderón,
cuando lo denostaban en campaña. El
sábado olvidó algo fundamental: el club
Tigres pertenece a la Universidad Autónoma de Nuevo León. Llevárselo a otro
estadio, dentro o fuera de Ciudad Universitaria, implica negociar con la Institución.
Sinergia Deportiva tiene la franquicia, y desde la firma original solo reporta pérdidas, según rumoran para evadir
impuestos. Ha incumplido el contrato,
inclusive hasta regatea las siglas UANL
en el uniforme. El todavía rector Jesús
Ancer hizo alguna reclamación, todo
quedó en meras promesas o babas de
perico.
No debe descartarse que la hablada
del Bronco sea para tantear si el rector
electo Rogelio Garza Rivera, afloja el
cuerpo y regala el equipo, junto con la
Hacienda San Pedro (Zuazua), donde
está la Cueva del Tigre.
Cemex, dueña de Sinergia, está cortada con la misma tijera de Femsa, propietaria del Monterrey. Presumen de
empresas socialmente responsables,
pero su negocio es padrotear
la miseria.
Acostumbrados
a que Papi gobierno les regale
todo, los potentados pedirán
donación del terreno, condonar impuestos
y que les construyan la obra
accesoria.
Si al Diablo Fernández le regalaron
el bosque la Pastora, los hijos de Lorenzo
Zambrano no pueden pedir menos.
Ya le habrán echado el ojo a varios
puntos para edificar su mole de concreto: la Estanzuela, la Huasteca, o el parque Fundidora.
¿Será el primer pago por apoyar la
candidatura “independiente”?
altillo.- En este
país, mientras la pobreza aumenta, el
gasto en propaganda política también aumenta
de manera desmesurada.
Lo cual no deja de producir irritación, porque vemos
con cuanta veleidad y ligereza nuestros impuestos van a
parar a la basura.
El año pasado la Presidencia de la República elevó
su gasto en un 60.2 por ciento
respecto a lo autorizado por
la Cámara de Diputados en el
Presupuesto federal. Resulta
que el gasto aprobado fue de
2 mil 200.5 millones de pesos
para 2014, pero el gobierno
de Peña Nieto terminó gastando 3 mil 525.5 millones, o
sea, mil 325 millones más.
En la explicación que se
detalla en la Cuenta Pública
se establece que el incremento se debió a que el rubro de
Apoyo a las Actividades de
Seguridad y Logística para
Garantizar la Integridad del
Ejecutivo Federal se duplicó
al pasar de 909 millones a mil
868 millones de pesos; casi
2,000 millones para proteger
a un gobernante inútil, cuyo
ejercicio no presenta resultados, lo cual se palpa en la desconfianza de la población hacia el gobierno del presidente
Enrique Peña que aumentó
de 66 a 72 por ciento de abril
a agosto, según una reciente
encuesta de Grupo Reforma.
Hubo otros rubros que
igual registraron aumentos,
como Apoyo Técnico de las
Actividades del Presidente,
que registró un incremen-
to de
2 7 . 7
p o r
ciento,
servicios generales, 58 por ciento
y las remuneraciones para el
personal de carácter transitorio el aumento fue de 256 por
ciento; estas son cifras que
provocan pasmo pues es seguro que en estos rubros entraron las joyas y vestidos de
la Gaviota y sus hijas y los de
los multitudinarios séquitos
de los 8 viajes monárquicos
que realizó Peña Nieto el año
pasado.
En cambio la secretaría de
Salud, que tenía asignados,
130 mil 264.7 millones no
ejerció 9 mil 437 millones de
pesos que habían sido aprobados para 2014, lo que equivale a un 7 por ciento menos
de lo asignado y la secretaría
de Desarrollo Social disminuyó casi un 5 por ciento lo
asignado al pasar de 111 mil
211.2 millones a 106 mil 134.8
millones menos.
Lo mismo ocurrió en Comunicaciones y Transportes
y Medio Ambiente que presentaron subejercicios de 14
mil 118 millones y 2 mil 876
millones de pesos, respectivamente. Ya sabemos que los
subejercicios se convierten
en las cajas chicas de los funcionarios que hacen repartos
discrecionales a los medios
premiando o castigando se-
gún
los traten y las que
salen ganando
son las televisoras
que este año se embolsaron el
34 por ciento del gasto anual
en comunicación.
Lo cierto es que el gasto
en propaganda oficial es un
barril sin fondo en el cual se
vacía y se pierde la promesa
que hiciera Peña Nieto al inicio de su administración de
regular la publicidad oficial
en la no se registra ningún
avance, al contrario, durante
los dos primeros años el gobierno federal ha derrochado
más de 10 mil 800 mdp en
publicidad oficial (en pesos
de 2014). Este ejercicio de
recursos públicos se caracteriza por sobreejercicios continuos como los mostrados y
una ausencia de reglas claras
(Fundar).
En Coahuila para comprar la complacencia, según
el presupuesto de egresos de
2014 se gastaron en comunicación social, 742 millones
y al concluir este año serán
830 mil 449 millones más; la
pobreza en Coahuila está creciendo, el año pasado aumentó un 10.82% o sea, 86 mil 500
personas más. Estas cifras colocaron a la entidad entre los
seis estados con los más altos
índices de crecimiento de la
pobreza (Coneval).
El city manager:
una mala copia
Abraham Nuncio
M
onterrey.- La figura del city manager en la vida pública del municipio es probable que pronto sea imitada. Más como una novedad verbal, a semejanza de la empleada en San Pedro
Garza García, que como una innovación en el
marco jurídico y en la práctica municipal.
Mauricio Fernández, alcalde del municipio con mayor ingreso per cápita del
país, en su campaña había prometido separar la política de la operación administrativa. Exploró entre los empresarios al
posible nuevo funcionario (pregunta ingenua: ¿y por qué sólo entre los empresarios?). Al cabo no encontró respuesta,
según dice, y designó a un militante panista para un puesto que no está legislado y que no funcionará, desde su raíz,
como la institución que se pretende mal
copiar de la concebida hace más de un
siglo en Estados Unidos para la gestión
pública de ciudades y condados.
En el caso concreto, el margen de autonomía que tiene el city manager para
supervisar la administración citadina, la
elaboración del presupuesto y la coordinación de las dependencias del aparato
administrativo de la ciudad, le sería ajena al funcionario que se ha denominado
secretario general del municipio. Por una
simple razón: Mauricio Fernández tiene
tal fuerza política y económica que así se
la pasara tocando el clarinete, como lo
captó la cámara en la escena final de El
alcalde, el documental de Diego Enrique
Osorno y Andrés Clariond Rangel, su
halo caciquil convertiría al city manager
o secretario general del municipio en un
empleado incapaz de mover un dedo sin
su permiso. En Estados Unidos, el city
manager es nombrado por el consejo de
la ciudad. Y el cabildo, en las condiciones de San Pedro, y de hecho en las de
cualquier municipio de México, es en
gran medida lo que el presidente municipal determina.
Aparte de un candidato independiente triunfador y de novedades como
las de San Pedro (antes sólo era Garza
García), está la noticia de cooperación
entre los presidentes municipales electos
del PRI. Una cooperación facciosa, pues
dejaron fuera de su conaguito a sus ho-
mólogos de Movimiento Ciudadano y el
independiente de García. No se trata de
otra cosa sino de hacerle contrapeso al
gobernador que no fue el postulado por
su partido.
Con todo, esos movimientos son expresión de que el régimen municipal requiere de una reforma, y no somera. En
el curso de las recientes campañas electorales no se habló siquiera de una coordinación metropolitana en los 12 municipios que conforman el área conurbada
de Monterrey. Nuevo León tiene una
población​total de más de 4.5 millones y
en esa gran conurbación, de la cual Monterrey es el centro, habitan 4 millones de
habitantes. Resulta, pues, que Nuevo
León es el estado más centralizado, después de Aguascalientes. O sea, que fuera
de Monterrey, todo es Nuevo León. El
problema es que no existe una política
metropolitana.
No sólo es el problema de la concentración y centralización de recursos
humanos y materiales, sino el de la representación política y la administración territorial. Sólo en el municipio de
Monterrey habita casi la cuarta parte de
la población total del estado (más de un
millón 100 mil habitantes). Y no existe,
como existían ya en el Distrito Federal
desde 1929, con una población semejante a la de la capital de Nuevo León en
nuestros días, una sola delegación o su
equivalente.
Municipios libres y delegaciones son,
por lo demás, conceptos y realidades
cuyo marco jurídico-político debe transformarse. Concebido el municipio como
un orden de gobierno desde la reforma
de 1999 se lo mantuvo en los odres medievales que los conquistadores españoles trajeron a América. El hecho de que
el gobierno municipal continúe ceñido a
la figura del ayuntamiento disminuye la
representación política de la ciudadanía.
La elección por planillas deja en manos
del presidente municipal al grueso de
los integrantes de este gobierno. Ayuntados el cabildo o asamblea municipal y
el funcionario que la preside, es éste, por
la manera corporativa en que fue elegida su planilla, el que toma las decisiones
de mayor importancia. En coyunturas
críticas como la que vive el país, en que
la deuda de municipios, estados y Federación nos tiene en un punto de grave
riesgo para las finanzas nacionales y locales, se puede ver con mayor claridad
la ausencia de contrapesos en esos tres
órdenes de gobierno. Ausencia que es
la expresión del ejecutivismo como rasgo más acusado del sistema político del
país, y éste a su vez de la pobre representación política que nos define.
En el orden municipal se requiere,
a partir de una cierta cantidad de habitantes, que los regidores sean elegidos,
al igual que los diputados, por distrito,
y que en las zonas metropolitanas exista
una cesión de facultades de parte de los
municipios conurbados a una instancia
administrativa que pueda determinar lo
que deben y no deben hacer tales municipios, sobre todo en materia de obras
públicas y ciertos permisos y autorizaciones para dar viabilidad al régimen
metropolitano.
Absorto el Poder Legislativo en reformas antipopulares, antinacionales
y antisoberanas como las que la legislatura saliente nos asestó, ha soslayado
problemas cuyo crecimiento acromegálico ya nos impide actuar para solucionarlos. Y no se ve, por la composición de
la legislatura entrante, que puedan ser
siquiera abordados. La línea del viejo y
otro PRI-gobierno es consolidar esas reformas.
Hoy, como nunca, el necesario golpe
de timón está en el impulso de los ciudadanos.
M
(De la guerrilla en Monterrey)
Ricardo Morales Pinal
i incorporación a la lucha
armada
“Si la armas en cinco minutos, es tuya”, me había dicho Estelita Ramos, mostrándome una
metralleta calibre M1 desarmada. Una
vez reconstruida en el tiempo récord impuesto por Estelita, pasé a ser custodio
del artefacto, para lo cual utilizaba un
estuche de violín, en donde, desarmada,
la transportaba por la ciudad.
Por aquellos días entrenábamos con
cierta regularidad en el rancho La Mora,
en el municipio de Doctor González. José
Ángel García, esposo de Estelita, organizaba aquellas jornadas de preparación
en el manejo de las armas y de reafirmación en la decisión tomada por todos: integrar un grupo guerrillero urbano.
José Ángel conducía una camioneta
repartidora de pan tipo combi, acompañado por Estelita en el asiento del copiloto, quien cargaba un vientre de siete
meses de embarazo; resguardados en
la parte trasera formábamos un grupo
compacto, encabezados por Gustavo Hirales Morán, que para entonces ya había
sido identificado por la policía federal,
después de un asalto frustrado a las oficinas de la Unpasa, en Tijuana, Baja California; y había pasado a la clandestinidad, por lo que en ese momento sólo lo
conocía por el seudónimo de “Fermín”.
Llegaba a mi casa de Isaac Garza,
frente a la cual había un tendajo con venta de cerveza, donde un grupo de agentes judiciales (algunos jefes de grupo de
la corporación como Raúl Reyna, Héctor
Villagra y Raúl Rodríguez Jaime) departían con el propietario, quien, por cierto,
era reportero de la nota roja de un periódico vespertino.
En aquellos años Monterrey era una
ciudad pequeña. Intercambiaba sonrisas
y saludos amables con el grupo al llegar
a mi casa con estuche musical en mano.
Por cierto que en la madrugada posterior a los hechos de los Condominios
Constitución, me diría Raúl Reyna, jefe
de grupo en la judicial del estado, algo
así como: “Mira nada más muchacho,
quién lo dijera de ti, si no dabas nada de
ver”; lo que en cierta medida me envaneció en medio de la desgracia; y alcancé a
contestar: “Pues ya ve...”
José Ángel García, a quien conocíamos en el argot universitario como “El
Gordo Ángel”, era un personaje en el
movimiento estudiantil universitario,
portador de una lucidez y una inteligencia verdaderamente especial. Habíamos
sido compañeros de lucha durante los
años de universidad: movimiento contra el alza de cuotas, movimiento por la
autonomía universitaria, las jornadas del
68, las asambleas del Consejo Estudiantil
Universitario (que encabezó Eduardo
González), plenos de la Juventud Comunista, los contra-cursos en la Facultad de
Economía, y un largo etcétera de activismo.
De tal suerte que cuando “El Gordo
Angel” me propuso integrarme a un
grupo que se estaba formando con la finalidad de pasar a una actividad de tipo
guerrillero, no tuve ninguna duda en
aceptar, ya que en ese momento había
concluido mis estudios universitarios,
y por tanto, mis años de activismo estudiantil.
A mediados de 1971 tuve un encuentro casual con Ángel García en la explanada de Ciudad Universitaria. Salía de
una sesión de carácter académico en el
Área de Ingeniería y Ciencias, en donde
me desempeñaba como maestro desde el
año de 1969, mientras cursaba el séptimo semestre de la carrera de ingeniería.
Sostuve un diálogo con Ángel durante
aquel encuentro que jamás olvidaría, ya
que a partir de ahí cambió radicalmente
el rumbo de mi vida, para transitar los
caminos del enfrentamiento radical con
el Estado, un Estado que se había caracterizado en las últimas tres décadas por
su carácter intolerante, represor y antidemocrático.
Durante aquel encuentro Ángel aseguraba que nuestro compañero de lucha
estudiantil, Eduardo Javier Elizondo
Leal, recientemente fallecido durante
un viaje de paseo en el estado de Guerrero, en realidad había sido muerto por
el ejército en un accidente provocado.
Desconcertado le señalé lo disparatado
que me parecía dicha versión, pero arremetió con un argumento que me resultó
contundente: aseguró que Eduardo era
contacto de un grupo guerrillero urbano
con Genaro Vázquez Rojas, que encabezaba la guerrilla rural en Guerrero, y que
habría sido durante el cumplimiento de
una comisión que se había dado el “accidente”. Se trataba entonces de que dada
la cercanía y familiaridad que tenía con
Eduardo, indagara acerca de las verdaderas causas del accidente para descubrir una supuesta y posible infiltración
en dicho grupo. A partir de ese momento
se inició la búsqueda de información que
corroborara la hipótesis.
En la serie de encuentros que tuve
con Ángel fue quedando claro que el
mentado grupo guerrillero era nada menos que el grupo “Procesos”, encabezado por su cuñado, Raúl Ramos Zavala;
aunque nunca quedó claridad acerca de
las causas reales del accidente en que
perdió la vida nuestro compañero.
Pasé entonces a formar parte de los
llamados “apoyos legales” del grupo
“Procesos”; es decir, pasé a formar parte
de la infraestructura que se estaba construyendo para dar cobertura a las acciones armadas que el grupo ya desarrollaba en ese momento. Así, mi primera
comisión fue la de dar apoyo para sacar
de la ciudad a aquellos compañeros que
se manejaban de forma clandestina y
que habían ejecutado algunas acciones
armadas.
Conocí entonces al compañero “Fermín”; y al compañero “David”, cuyo
nombre real era Raúl Ramos Zavala, hermano de Estelita. El éxito en esas tareas,
aunado al entusiasmo mostrado en las
sesiones de entrenamiento en el rancho
La Mora, convencieron al Gordo Ángel y
a Raúl de que debía integrarme, al igual
que mi inseparable amigo en ese entonces, Jorge Ruiz Díaz, de una manera más
plena a las actividades del grupo.
Entonces establecí contacto con otros
compañeros: un médico de origen peruano, de nombre Pedro Miguel Morón
Chiclayo, Mario Ramírez (a) “El Ramy”,
Sergio y Marcos Hirales Morán, Alberto
Sánchez Hirales, Jesús Rodolfo Rivera
Gámiz (a) El Tolo, Ignacio Salas Obregón, y otros.
Llegó finalmente el anuncio para la
preparación de una acción armada: un
triple asalto bancario en la ciudad de
Monterrey, que sería simultáneo con
otro de igual envergadura en la ciudad
de Chihuahua. Y para ara mí sería el inicio de una vida doble: por una parte mi
desempeño como maestro universitario,
que ya ejercía, con todo el conjunto de
relaciones familiares, personales y de
amistad que conllevaba; y, por la otra,
una vida secreta, entre entrenamientos
y cumplimiento de tareas de planeación
para la acción que ya se preparaba y que
ejecutaríamos a inicios del siguiente año
(1972).
Se contaba para entonces con un conjunto de casas de seguridad en el centro
de Monterrey, las cuales se sostenían con
los recursos obtenidos en las acciones
previas. La casa del Gordo y Estelita se
había convertido en mi segundo hogar
y por razones de compartimentación era
la única de la que yo tenía conocimiento y a la que tenía acceso. Dentro de los
planes se contemplaba la asistencia médica, para casos emergentes que se pudiesen suscitar durante las acciones que
se planeaban ejecutar: a decir de Ángel
García, Morón Chiclayo sería el médico,
y doña Emilia (mamá de Estelita y Raúl)
la enfermera asistente, ya que esa era su
profesión.
En el mes de diciembre de 1971 las
autoridades del penal de Lecumberri planearon y ejecutaron el asesinato de
un preso político. Se trataba del maestro
rural Pablo Alvarado, quien procedía de
los grupos guerrilleros de Chihuahua,
desde los tiempos de Arturo Gámiz y
cuya historia retomaremos más adelante. Como parte de los mecanismos de cohesión en todo cuerpo social –y el grupo
guerrillero lo es– había que reafirmar la
identidad de los comandos que actuarían en las acciones, por lo que había
que darles nombre. Así, uno llevaría el
nombre de “Pablo Alvarado”; otro llevaría el de “Carlos Lamarca” (en honor del
guerrillero brasileño muerto en septiembre de 1971, después de varios años de
persecución); y el tercero sería “Carlos
Marighella” en honor al guerrillero
comunista brasileño, muerto en
1969 durante una emboscada.
Finalmente estábamos listos
para llevar a cabo las acciones
planeadas para el 14 de enero
de 1972.
El asalto bancario
Como era común en aquellos tempranos años setenta, los grupos guerrilleros
se construían con más voluntad que conocimiento
preciso en el arte de la
guerra.
Por ello, después de
la minuciosa planeación y la animada
preparación física y psicológica para
llevar a cabo las acciones, surgieron los
llamados imponderables: en lugar de
tres, solamente pudieron estar presentes
en el lugar de los hechos (en la calle de
Guerrero, al norte de Monterrey) dos comandos. Uno integrado por Raúl Ramos
Zavala, Ignacio Salas Obregón, Raúl
Rodolfo Rivera Gámiz, Alberto Sánchez
Hirales y Ricardo Morales Pinal; el otro,
por Gustavo Adolfo Hirales Morán, Héctor Escamilla Lira, José Luis Rhi Sausi
Galindo y Jorge Enrique Ruiz Díaz. El
tercer comando, que encabezaría Sergio
Dionisio Hirales y estaría formado por
Luis Ángel Garza Villarreal, José Luis
Sierra Villarreal y Mario Ramírez, no se
logró integrar para la ejecución de las
acciones.
Recuerdo a Raúl Rodolfo Rivera
Gámiz (el Tolo) al momento de la acción: sereno, silencioso y efectivo para
mantener el control; Jorge Alberto, con
quien yo había participado en el levantamiento de datos previos durante la
planeación “in situ”, recio y ruidoso,
combina perfectamente con Rivera.
Cuando llegamos, yo
me encargo de desarmar
y mantener a raya al
vigilante
bancario;
resguardo la entrada
ante la eventualidad
de la llegada de una
camioneta de valores, que regularmente asistía
por las mañanas,
mientras
Ignacio y Raúl ejecutan la entonces llamada “expropiación”.
En menos de cinco
minu-
tos emprendimos una retirada ordenada
y con saldo blanco. El otro comando, por
desgracia, no corrió con la misma suerte.
La reacción instintiva de ese guardia fue
la de desenfundar su pistola ante la
sorpresiva incursión del comando, generándose un enfrentamiento con Hirales, cuyo
resultado fue la muerte
del guardia.
El nerviosismo se
apodera de los integrantes del comando, quienes se retiran a toda prisa. Al
llegar al llamado
“trasplante” de vehículos, la operación se realiza sin
las precauciones
debidas, lo que
provoca
que
una vecina anote
las placas del vehículo que Jorge Ruiz
había plantado previamente, mismo que
pertenecía a un maestro amigo, totalmente
ajeno a los hechos. Y
ahí inició el principio de
la derrota, ya que una vez
identificado el auto, no le fue
difícil a la policía localizar a
Jorge Ruiz en unas cuantas horas; y por la relación que públicamente manteníamos como compañeros de trabajo, también vincular
los hechos conmigo.
Como Jorge sospecha que durante el trasplante de vehículos
podrían haber sido detectados
por los vecinos de la zona, decidimos esconder las evidencias
que guardamos en el vehículo
durante la precipitada huida
(algunas armas, entre otras).
Para ello nos dirigimos a la
parte trasera del almacén de
la escuela, a donde habíamos regresado, como estaba previsto, después de las
acciones. En seguida partimos de la escuela cada
quien por su lado.
Los acontecimientos se desarrollaron
entonces en cascada,
con intensidad creciente. El Estado,
ese monstruo de
mil cabezas, había
despertado y echado a andar toda su
maquinaria repre-
siva de una manera incontrolable. Los
órganos del poder soltaron las amarras
de las mal llamadas fuerzas del orden,
quienes no dejaron un lugar de Monterrey fuera de su control. Cada calle, cada
plaza, cada escuela o centro religioso
eran vigilados con furia cancerbera. Y
aquel grupo de jóvenes idealistas, cansados de la antidemocracia, del abuso de
poder, de la desigualdad y la injusticia,
huíamos hacia la magra infraestructura
levantada con más fuerza de voluntad
que recursos. Recorrí las calles de la ciudad no sé por cuánto tiempo, evadiendo las volantas de vigilancia, evitando a
toda costa acercarme a la casa de Ángel
y Estela, ante la posibilidad de que los
agentes policiacos nos descubrieran juntos.
Haciendo a un lado mis propios temores, mi propio miedo, pude sortear
los riesgos de ser capturado, hasta llegar
a mi hogar, que para entonces se ubicaba
en la colonia Las Brisas, al sur de Monterrey. Allí me cambié de ropa.
Mi padre se encontraba muy cansado, eso lo recuerdo como si fuese hoy
mismo; la embolia lo había aplastado y
apenas entraba en recuperación cuando
se presentaron los hechos. Y yo, ¿qué
podía hacer? Sabía que aquella actividad
subversiva me llevaba a separarme de él
de manera irremediable.
Atrás habían quedado los años en
que él se batía como un valiente atrás
de su torno en la gran fábrica. Largas
jornadas de trabajo que en ocasiones
llegaban a prolongarse hasta la medianoche cuando, acompañado de sus
compañeros firmaban contratos con los
Ferrocarriles Nacionales de México para
la rectificación de las ruedas de los trenes. Recordaba los años de mi niñez,
tomado de su mano, los años de amistad y complicidad cuando su palabra no
sólo era ley, también era historia: por sus
pláticas conocí a Manolete, a Lorenzo
Garza, a Perón y a Evita, a Juárez, a Villa y a Lázaro Cárdenas, a De Gaulle, a
Eisenhower y a Sandino. También supe
de la afiliación forzada que desde el sindicato minero, al que pertenecía, se hacía
en favor del partido único. Y lo vi sufrir
por ello. Tanto, que me tocó presenciar
cuando rompió en cachitos su credencial
con el logotipo tricolor, carnet que sintió
envilecía los colores de la enseña nacional, símbolo que él tanto respetaba, para
sellar su enojo con una frase: “¡con estos
cabrones, a ningún lado!”.
En mi adolescencia, cuando nos sentábamos en el quicio de la puerta en la
casa de Isaac Garza, hacía planes; quería
poner un taller y yo soñaba con la revolución; soñaba con un futuro luminoso
para mí y yo veía el futuro en una oscuridad atemorizante; me daba consejos,
mismos que escuchaba atento. Luego la
vida me enseñó que a pesar de la gran
maldad que se anida en los hombres del
poder, sigo sin odiarlos, porque él me
enseñó a amar y el odio dejarlo para los
espíritus pequeños.
Nos despedimos y salí de casa junto
con Jorge, que a esas horas ya me había
alcanzado. Lo vi por última vez en libertad, de pie, en el balcón de la casa de
donde ahora me marchaba por tiempo
indefinido.
Al regresar al centro de la ciudad,
nos alcanzó un ingeniero que había sido
nuestro maestro en los años de facultad,
y quien ya nos buscaba con su vehículo.
“Sólo díganme, ¿es cierto que fueron ustedes?” “Sí”, fue la respuesta contundente. Y desde ese momento se convirtió en
un apoyo incondicional para los dos. Al
pasar en su vehículo frente a las instalaciones del Itesm ubicadas en la avenida
Tecnológico (ahora Garza Sada) prácticamente nos topamos con un convoy de
la policía estatal que trasladaba detenido
al maestro dueño del carro ya identificado, pues ahora nos buscaban en el Tec,
ya que sabían que a esas horas nosotros estudiábamos –Jorge y yo– una maestría.
Entendimos así que ya estábamos plenamente identificados.
Al pasar por el Colegio Civil nos
topamos con el doctor Víctor Sánchez,
compañero de la Juventud Comunista
y gran amigo, quien nos ofrece llevarnos por los rumbos del Topo Chico en
donde algunos médicos egresados de la
universidad hacían prácticas de asistencia social en los sectores marginados de
Monterrey. Nos negamos, ante la eventualidad de ser detectados por la policía
que, para decirlo en lenguaje coloquial,
prácticamente nos pisaba los talones y
en esa circunstancia involucrar a compañeros con quienes –si bien sosteníamos
afinidad ideológica– no formaban parte
del grupo guerrillero que ahora se encontraba en serios aprietos. Había entonces que improvisar y lo hicimos.
Llegamos a una casa en la colonia
Obispado, en donde vivía un amigo
mío, originario de Oaxaca, quien a la
vez era mi alumno del primer semestre
en el Área de Ingeniería y Ciencias. Le
solicité que por la noche nos prestara su
apartamento ya que –le mentimos– queríamos invitar a unas muchachas para
pasar un rato agradable. Corrimos con
suerte, pues en ese momento salía de cacería con unos amigos y regresaría hasta
el domingo. Nos dejó las llaves del apartamento y de esa forma encontramos re-
fugio seguro el viernes 14 por la tarde y
noche.
El tiempo seguía corriendo y con ello
la posibilidad de que los compañeros
que no habían sido detectados pudieran
reubicar sus posiciones, ante la eventualidad de que los dos cabos sueltos en que
nos habíamos convertido mi compañero
y yo fuésemos capturados por la policía,
que ya desde ese viernes por la tarde
hacía circular nuestras fotos por toda la
ciudad, en diversos periódicos.
Al día siguiente recibimos la visita del ingeniero protector, quien ahora
estaba acompañado de otro amigo que,
tijera en mano, acudieron a cortarnos
el cabello, que por entonces se estilaba
largo, pues el siguiente paso era salir de
la ciudad al siguiente día, es decir el domingo 16.
Captura, tortura y balacera en los Condominios Constitución
Como nuestra incorporación a las filas
del grupo “Procesos” era reciente, batallamos mucho más que el resto para
huir, para evadir la persecución de la
que éramos objeto por parte de las corporaciones policiacas.
Desconocíamos la relación que Raúl
Ramos Zavala había tejido con otros
grupos guerrilleros que operaban en el
resto de la república, y se nos cerraban
las posibilidades de salir de la ciudad.
Nos habíamos convertido en víctimas
de nuestra propia disciplina, como más
tarde lo seríamos de la incomprensión
de algunos compañeros que con una
ausencia total de espíritu de autocrítica
escudaban sus errores en nuestra “inexperiencia”.
En ese momento, para Jorge y para
mí lo fundamental era que el tiempo corriera sin ser atrapados, dando así oportunidad al resto del grupo de reorganizarse.
Salí entonces de nuestro escondite
a buscar al compañero Víctor Sánchez;
llegué a su domicilio pero no tuve éxito,
por lo que regresé de inmediato al refugio, pues la vigilancia de los agentes judiciales en las calles era muy evidente.
Para entonces los compañeros que
nos apoyaban habían decidido no regresar, pues temían ser descubiertos por los
“orejas” de la policía, que andaban trabajando horas extra. Y de pilón, el dueño del departamento regresó antes de lo
previsto, pues ya se había enterado de
los sucesos. Fue él quien me ofreció llevarnos a Oaxaca, para escondernos con
un familiar suyo que, al parecer, contaba
con una hacienda resguardada por vigilantes armados, y a la cual sólo entraba
gente autorizada. Era un ofrecimiento
que en principio se prestaba a sospecha,
pero además, la posibilidad de ser resguardados por un cacique de aquella
entidad entrañaba una contradicción de
principios que no estábamos dispuestos
a asumir. Le pedí un poco de tiempo
para dejar el departamento, a lo que accedió de buena manera.
Pero la presión que entrañaba tener escondidos a dos fugitivos lo hizo
compartir el secreto con un primo suyo,
quien tenía relación con la policía de Tamaulipas. Fue así que se enteró de nuestra ubicación el jefe de la judicial del
estado vecino, quien compartió la información con la policía de Nuevo León. Y
en una evidente negociación por “compartir la gloria”, las dos corporaciones
se encontraron en los límites de Nuevo
León y Tamaulipas para ir a capturarnos.
El lunes 17 de enero nos encontrábamos relajados, en espera de la noche
para salir. Jorge se había calzado unos
pijamas que encontró en un clóset del
departamento, mismas que ya no se quitaría, porque la policía irrumpió masivamente para detenernos. Posteriormente
la prensa haría mofa de este hecho.
Una vez capturados, fuimos trasladados a un rancho propiedad de un
agente judicial de nombre Ariel Salazar,
para ser interrogados mediante ese mecanismo que se practica desde tiempos
inmemoriales y que en los regímenes
dictatoriales toma carta de naturalidad:
la tortura.
(Por cierto que ese lugar después
fue utilizado como centro de tortura durante los años de la guerra sucia, que el
gobierno de Echeverría lanzó contra la
Liga Comunista 23 de Septiembre, que
se formaría un año después y en la que
participarían como principales organizadores precisamente los compañeros que
lograron escapar en esta persecución
que ahora narro: Ignacio Salas Obregón,
Gustavo Adolfo Hirales Morán, Héctor
Escamilla Lira, José Ángel García, entre
otros. Raúl no correría con esta suerte,
ya que si bien logró escapar de este cerco, veinte días después sería acribillado
por la policía en la ciudad de México,
durante un operativo; Alberto Sánchez
Hirales sería capturado en esa misma
ocasión. A José Ángel García y a Estelita
Ramos no los volvería a ver sino hasta
el año de 1974, en una galería publicada
por la DFS, que exhibía a los 20 activistas
de la LC 23 de Septiembre más buscados,
cuando yo purgaba una condena de 24
años de prisión –de los cuales sólo purgué siete y seis meses–, por efecto de la
amnistía decretada durante el gobierno
de José López Portillo.)
La tortura fue como son las torturas.
Y había tomado un alto grado de naturalidad en la conciencia social de la época
cuando la sufrimos en carne propia mi
compañero Jorge y yo. Tanto así que
la prensa local dio cuenta de ello y fue
aceptada por muchos lectores con una
naturalidad que a mí siempre me pareció de espanto.
El interrogatorio corrió a cargo de la
policía local, que en ese entonces carecía
de experiencia en las técnicas del interrogatorio político, por lo que se limitaba a
golpear y formular preguntas al más
puro estilo de las películas de Juan Orol;
hasta ahí podíamos todavía presumir
de una cierta ventaja... y que el tiempo
siguiera corriendo. Sin embargo, en un
momento dado se escuchó una voz que
denotaba cierta experiencia (estábamos
con los ojos vendado): “A ver, déjenme
a mí”, expresó la voz con un tono intimidatorio para todos. Y empezaron las preguntas sobre personas cuyos nombres
nunca habíamos escuchado. De pronto
resonó el grito de un agente: “¡vámonos,
ya está!”
Nos vistieron de nuevo (nos habían
desnudado como parte de esa técnica
que los torturadores utilizan para minimizar al detenido y romperle la autoestima, con la finalidad de que afloje
sus defensas psicológicas y así extraer la
información que buscan) nos subieron a
vehículos diferentes y a mí me sumieron
en la parte trasera del vehículo, con los
ojos vendados y aplastado por los pies
de un sujeto de enormes dimensiones.
No supe más hasta que llegamos a
las instalaciones de la policía judicial, ya
entrada la medianoche. Había un tercer
detenido: José Luis Rhi Sausi. La policía
había atacado un edificio de los Condominios Constitución, utilizando a Jorge
como escudo durante la incursión.
Con el tiempo, me fueron quedando
claras algunas cosas:
1. Ni Jorge ni yo dimos información
sobre los Condominios. De mi parte estoy plenamente seguro. De parte de Jorge, él siempre lo negó, de donde surge
la posibilidad de que la localización del
departamento de los Condominios fue
resultado de investigaciones paralelas
que estaba haciendo la policía, apoyada
en sus “orejas”, y no tanto de infiltrados,
ya que, de haberlos, éstos hubieran operado desde el mismo viernes.
2. El hecho de que José Luis, Rosa
Albina y Jesús Rodolfo siguieran en ese
departamento, a pesar de haber transcurrido 72 horas después de que se inició
la persecución, se explica por el hecho
de que seguramente tampoco tenían
contacto con otros grupos con los que se
coordinaba la dirección del grupo “Procesos”, quedando varados en ese lugar.
Por lo demás, el operativo del día 15 en
Chihuahua, que estaría coordinado con
el de Monterrey, también tuvo grandes
contratiempos, que derivaron en aprehensiones, torturados y muertos, por lo
que las dificultades para los que seguían
libres se habían multiplicado enormemente.
3. La toma de los Condominios fue
una acción de prepotencia y abuso de
poder por parte del gobierno, ya que de
acuerdo a versiones del abogado Mario
N. Flores, que se convertiría en nuestro
defensor legal una vez presos, tenía peritajes que demostraban que todos los
disparos que ahí se produjeron fueron
de afuera hacia adentro; es decir, no
hubo ninguna resistencia; por lo mismo,
la muerte de Jesús Rodolfo Rivera Gámiz (El Tolo) fue un crimen artero de la
policía que actuó en ese operativo; y la
muerte en ese evento del agente judicial
José de la Cruz Mauricio, ocurrió a manos de la misma policía, que fue la que
disparó.
4. Condominios Constitución se
convirtió en una leyenda urbana, que
las mismas autoridades cultivaron para
justificar sus excesos, como lo haría después la Dirección Federal de Seguridad
para justificar los crímenes de la “Brigada Blanca” durante los años de la guerra
sucia.
Para Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, Raúl Ramos
Zavala, Ignacio Olivares Torres, Miguel y Elisa
Irina Sáenz Garza, Jesús Piedra Ibarra, César
Germán Yáñez Muñoz, Carlos Arturo Vives
Chapa, Nora Rivera Rodríguez, Ignacio Salas
Obregón, Carlos Rentería Rodríguez, Salvador
Corral García y todos los demás a quienes el
PRIgobierno les arrebató la vida o la libertad por
soñar y actuar en consecuencia con la construcción
de un México justo y feliz.
M
cAllen.- Colegio Civil, nuestra
Alhóndiga de Granaditas. El
18 de enero de 1972 fue uno
de esos días que permanecen marcados con tinta imborrable en la
memoria. Un día en que los activistas de
las diversas dependencias de la UANL
nos la pasamos revoloteando en la Plaza del Colegio Civil, nuestra Alhóndiga
de Granaditas, con un claro objetivo en
mente: demostrar nuestro repudio por el
salvaje asalto perpetrado por “las fuerzas del orden” contra tres inermes compañeros universitarios la noche anterior
en los Condominios Constitución.
Nos encontrábamos ahí para organizar la ira por esa artera embestida
desplegada por 500 soldados y policías
judiciales totalmente violatoria de las
garantías individuales de nuestros tres
compañeros. Indignados, asumiendo el
brutal e injustificado ataque como propio, desde temprana hora pequeños grupos y corrillos de estudiantes nos arremolinamos alrededor del Dios Bola, por
aquí y por allá para comentar e indagar
noticias de la sangrienta balacera en que
Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, compañero
estudiante de Economía, había perdido
su vida; otra compañera maestra de Economía y Trabajo Social: Rosa Albina Garavito Elías había resultado gravemente
herida y un tercer maestro de la Facultad de Economía: José Luis Rhi Sausi, se
encontraba detenido en las mazmorras
de la Judicial con todas las atroces vio-
laciones a sus derechos humanos que
ello llevaba inherente. En las mismas
condiciones que este último se encontraban Ricardo Morales Pinal y Jorge Ruiz
Díaz, maestros universitarios del Área
de Ingeniería y Ciencias Químicas, que
habían sido detenidos en esa semana.
Acostumbrados a participar en movimientos contestatarios dentro del ámbito de la política estudiantil, la mayoría
de los activistas ahí presentes nos sentíamos rebasados por los acontecimientos.
Se trataba de un grupo de maestros y estudiantes de nuestra casa de estudios, y
luego supimos que del Tecnológico también, que habían trascendido las pugnas
internas del campus. Se trataba de un
grupo de patriotas que tras la abyecta
cerrazón del régimen tras las masacres
de Tlatelolco y del 10 de junio optaron
por el camino de las armas para luchar
por nuestras libertades democráticas.
Esa heroica iniciativa, en un Monterrey
de opinión pública desde siempre manipulada por los medios al servicio de
la clase dominante, sólo nosotros, sus
compañeros, podíamos reivindicarla y
en eso andábamos.
Por la noche, todos los estudiantes
reunidos en el Aula Magna llevamos a
cabo una asamblea. Los efusivos oradores condenaron la ya consuetudinaria violencia del Estado, el desproporcionado, irracional y sobre todo ilegal
operativo criminal contra nuestros tres
compañeros y sobre todo remarcaron la
generosa contribución de nuestros universitarios que habían sido masacrados
en aras del cambio de sistema, luchando por un México honesto, digno, libre,
justo y feliz. Todos estábamos muy conmovidos.
Uno de los participantes expuso que
las autoridades se negaban a entregar el
cuerpo de Jesús Rodolfo Rivera Gámiz,
que yacía en el anfiteatro del Hospital
Universitario, a sus familiares. Otro su-
girió que debíamos exigir la entrega de
su cuerpo para darle una despedida con
honores y ofrecerle nuestros respetos
en dos ceremonias luctuosas: una en la
Facultad de Economía y otra ahí en el
Aula Magna. Un compañero de Medicina expuso que en el Universitario estaba
internada Rosa Albina Garavito, debatiéndose entre la vida y la muerte por las
heridas infringidas durante el tiroteo y
demandó que exigiéramos los máximos
cuidados para ella y una extrema protección a su integridad física, que ya sabíamos cómo se las gastaban los guardianes
del orden. Tras sólo mencionar el nombre de Rosa Albina entre los asistentes
a la asamblea, como un clamor general,
brotó la unísona consigna: ¡Vámonos
raza, al hospital! ¡Al Hospital! ¡Al Hospital!
Eran eso de las nueve de la noche
cuando un contingente de alrededor de
unos quinientos estudiantes nos dirigimos hacia el Hospital cantando consignas por la libertad de los detenidos:
“¡Rosa Albina, escucha, el pueblo está
en la lucha! ¡Presos políticos, libertad!”.
Primero avanzamos sobre Juárez hacia el
norte y al llegar a la Calzada volteamos a
la izquierda rumbo al Hospital. Al llegar
al atrio poblado de palmeras del Universitario improvisamos un mitin.
Tras escuchar las intervenciones de
varios compañeros, entré al Hospital y
preguntando localicé el cuarto colectivo
en que se encontraba Rosa Albina. En la
puerta había sólo un policía haciendo
guardia. Hablé con él. Me identifiqué
como una prima y le dije que era la única
familiar que tenía en la ciudad, que ella
era de Mexicali y que debía verla por encargo de los tíos que ya venían en camino y que estaban muy preocupados. Le
dije que podía revisarme. El agente debió tener buen corazón porque me dijo
que no era necesario y milagrosamente
me dejó pasar.
Me senté en una silla junto a la cama
de Rosa Albina, que parecía estar dormida. La sábana le cubría hasta el cuello
y tenía vendada también la cabeza. No
sabía si estaba inconsciente, sedada o
en coma, pero busqué su mano, la que
no tenía conexiones intravenosas y se la
tomé. Acariciando su mano, le dije las
cosas más tiernas y dulces que se me
ocurrieron, como que no estaba sola en
esos momentos; que no pensara ni por
un minuto que su valiente sacrificio había sido en vano, que había cientos de estudiantes en la parte frontal del Hospital
echándole porras, honrando su nombre,
su lucha y su compromiso, que era el de
todos nosotros quienes la admirábamos
profundamente; que todo el país estaba
pendiente de su salud y que los mexicanos conscientes sentíamos una adhesión
y un cariño inmenso hacia ella y un gran
amor por su entrega ejemplar.
Nunca abrió los ojos y esa fue la única vez que la vi en persona. Nunca supe
si se percató de mi visita. Con el paso
de los años me enteré de su trayectoria
cuando integró aquella agencia de prensa obrera en Italia, su dirección en la revista El Cotidiano en la UAM, su paso por
el Congreso, su renuncia al PRD, en total
coherencia con sus principios.
Al leer recientemente su libro Sueños
a prueba de balas, no menciona ese breve
encuentro. Tal vez por pudor ante tanta
cursilada que le solté, pero que fue la
sincera y honesta expresión de un corazón lleno de admiración y agradecimiento. Me despedí de Rosa Albina con
un beso en su mejilla y con un grupo de
compañeros me dirigí al anfiteatro. No
nos dejaron entrar. Mireles, un estudiante activista de la Facultad de Economía,
más tarde me dio a guardar una bolsa
de plástico. Me dijo que la conservara
unos días, mientras llegaban sus familiares, después pasaría por ella a la casa
en que vivía por ese entonces por Jiménez, entre Tapia y M.M. del Llano. Era
la última ropa interior que usó Jesús Rodolfo Rivera Gámiz: una camiseta y un
calzoncillo tipo trusa color blanco, completamente ensangrentados. La camiseta
tenía varios agujeros, con aristas negras
por donde habían penetrado las balas a
quemarropa.
Según una versión de los hechos,
que circuló con fuerza tras la ofensiva
bestial a los Constitución, la muerte de
Jesús Rodolfo fue un crimen totalmente injustificado, desde el punto de vista
jurídico, ya no digamos moral. No hubo
orden de cateo, no hubo Estado de derecho, sólo un ajusticiamiento del tipo que
ejecutan escuadrones de la muerte. Las
fuerzas arbitrarias del PRIgobierno lo
asesinaron para explicar la muerte de un
elemento policíaco que fue eliminado en
la enloquecida refriega de balas por viejas rencillas personales entre dos grupos
de los propios agentes. En el inexistente
fuego cruzado, sólo quedaron huellas de
los balazos en una sola dirección, tres
policías más resultarían gravemente lesionados.
Vecinos de los Condominios que fueron testigos, en reportajes posteriores,
aseguran que los muchachos no opusieron resistencia alguna, que vieron salir
a Jesús Rodolfo con las manos en alto y
no con una metralleta disparando, como
consigna el informe oficial. Seis meses
antes, el 20 de julio de 1971, sí había habido un enfrentamiento a tiros de la policía judicial con otro grupo guerrillero
bajo la dirección de César Yáñez, en una
casa de la Colonia Linda Vista, en donde
hubo la pérdida de un agente, por ello
la obtusa jauría de policías no creyó los
gritos de los tres compañeros al interior
del Departamento, quienes les reiteraban que estaban desarmados, que iban a
salir con las manos en alto.
II
De no haber sido masacrado impunemente esa noche infame de enero del 72,
Jesús Rodolfo tendría hoy 64 años. Rosa
Albina lo describe como un muchacho
muy callado y muy serio, un excelente
estudiante. Ricardo Morales Pinal lo relata en un reciente artículo que publicó
en 15diario, durante el último asalto bancario en que participó: “Recuerdo a Jesús
Rodolfo Rivera Gámiz al momento de la
acción: sereno, silencioso y efectivo para
mantener el control.”
Así también lo recuerdo yo. Introspectivo. Pantalones de mezclilla azul
añil, jompa celeste, aureola de intelectual
de izquierda, muy sobrio él, mirada fría,
aire enigmático, presencia carismática
que magnetizaba. Todo ello, aunado a
su parecido con Alain Delon, en sus años
jóvenes, no era para dejar indiferente a
cualquier muchacha de su entorno. Yo,
de Jesús Rodolfo estuve secretamente
enamorada. Fue un amor platónico. Sólo
una vez hablé con él, cuando un amigo
común nos presentó en la puerta norte
del Colegio Civil, después de una conferencia en la Escuela de Verano y que yo
registro, con gran optimismo, en un diario que llevé todo el año 70 y en donde lo
menciono 16 veces.
Desde antes de ser presentados, cada
vez que ocurría un esporádico encuentro en algún evento del Instituto Mexicano Cubano, en una manifestación, en
la librería Cosmos, en algún cineclub, en
el Teatro de la República, para mí constituía un día de fiesta emocional y el aura
de su presencia me acompañaba los días
subsecuentes. Contemplar, aunque fuera
de lejos, su fina estampa me alegraba la
vida, me ayudaba a vivir. La última vez
que lo vi fue en una fiestecita que Rebeca, una compañera del Taller de Teatro
Universitario que dirigía Paco Sifuentes,
organizó en una casa colonial por el Barrio Antiguo. Bailando con un compañero de repente se iluminó la noche cuando lo vi sentado en una banca que daba
al jardín central interior. Estaba con otro
muchacho y casualmente, de reojo, dirigía la vista a la reunión. Me vio
y lo vi. Al
terminar la pieza me senté con la vaga
ilusión de que se acercara. Como solía
suceder, una vez más me ignoró y todo
quedó en otro encuentro inacabado.
La próxima vez que vi a Rebeca le
pregunté por él. Me dijo que la fiesta había sido en la casa de una tía suya que
tenía una casa de asistencia, seguramente, me dijo, ese muchacho se hospedaba ahí. Jesús Rodolfo era un estudiante
foráneo, originario de San Pedro de las
Colonias, Coahuila, pero con residencia
en Torreón, donde vivía su madre viuda, según narra Rosa Albina en su libro.
Si bien a nuestro gran combatiente
Raúl Ramos Zavala pudimos, masivamente, acompañarlo a su última morada
y despedirlo con un apoteótico homenaje que obviamente fue ignorado por los
medios, en el caso de nuestro inefable
Jesús Rodolfo no supimos el destino de sus restos. Su asesinato,
perpetrado por el Estado, fue cubierto en
la nota roja de
los periódicos. Ni
una
esquela fue publicada para honrar su
memoria. Colocar una placa junto a la
puerta del departamento 34, edificio 7
de los Constitución, en donde cayó acribillado estaba fuera de nuestras posibilidades. Para que su máximo sacrificio
no quedara desapercibido, un grupo de
compañeros decidimos ofrendarle un
homenaje.
Por esos años yo trabajaba en la Rectoría en el D.E.U. como Jefa de la Biblioteca del Libro Alquilado. Dos años antes,
tras alguno de esos encuentros desencantados con Jesús Rodolfo que me dejaban con el alma herida, consigno en
mi diario el 13 de agosto de 1970: “Por
la mañana fui al Departamento Escolar
y pretextando un
error baladí obt u
ve permiso
para rev i -
sar el archivo de Economía”. Ahí, en
el folder de Jesús Rodolfo descubrí de
dónde era originario y que era dos años
menor que yo. Entre las formas de ingreso que había llenado estaba un sobre con
varias fotografías. Como pronto empezarían a microfilmar esos archivos, sabía
que una copia de la misma fotografía no
era importante, así que cometí el crimen
pasional de quedarme con una foto suya.
De esa fotografía tamaño credencial,
dos años después, mandé hacer un poster que llevé a enmarcar. Con él en mano
nos dirigimos a la Facultad de Economía, subimos las escaleras e irrumpimos
en la Biblioteca. En la parte superior de
la pared frontal estaba un cuadro de
Benito Juárez, mismo que descolgamos
y reemplazamos con el retrato de Jesús
Rodolfo. Todo fue muy rápido. Si acaso
haciendo una guardia improvisada frente a su imagen, declaramos solemnemente que por siempre viviría en nuestros corazones y que seríamos dignos
portadores de su legado. Guardamos un
minuto de silencio.
Para cuando reaccioné uno de los
compañeros había lanzado el cuadro de
don Benito por la ventana, situación que
terminó por alterar más al bibliotecario
Antonio
Joel
Rojo Hernández, que vivió todo aquello
como un asalto a aquel su recinto de paz
y silencio que estábamos violando. No
supe cuánto tiempo permaneció su imagen en la biblioteca de la que fue su escuela. Sólo quisimos dejar una leve constancia del profundo respeto y cariño que
nos inspiraba e inspira este muchacho
héroe, estudiante de Economía de la
UANL a quien, en una cacería insensata,
también mató el Estado a sus fecundos y
vibrantes diecinueve años.
El año 1972 fue un parteaguas para
ésta, nuestra ciudad obrera, sin identidad de clase, que fue testigo manipulado de la respuesta armada contra un
grupo de jóvenes universitarios radicalizados en oposición a un régimen autoritario cebado en la represión sangrienta
contra el pueblo.
También, en diciembre de este fatídico año, tras tenaces operativos de ataques violentos por parte de porros al interior del campus (que llegaron incluso
a secuestrar al propio rector, ingeniero
Héctor Ulises Leal), aunados a la agresiva campaña mediática difamatoria de
su administración, las fuerzas corporativas regiomontanas, aliadas con algunos
cuadros nefastos del Partido Comunista
que operaban al interior de la Universidad, consiguieron su anhelado objetivo:
deponer al último rector democrático de
nuestra Universidad.
A raíz de las diatribas de El Norte contra las manifestaciones estudiantiles exigiendo la libertad de nuestros presos
políticos, el ingeniero Héctor Ulises
Leal, congruente con su concepción
de la Universidad como un motor
para transformar el panorama de
desigualdad e injusticia, tomó
la palestra. Tres días después
del ataque a los Constitución
publicaría un desplegado
en el mismo periódico
El Norte, defendiendo la
agitada respuesta de los
universitarios ante la violenta embestida contra
nuestros tres compañeros
y solidarizándose con ellos:
“Todas estas respuestas son
producto del confrontamiento
de una juventud crítica con una
sociedad radicalmente injusta… En
última instancia, la Universidad nunca
ha desconocido a sus hijos ilustres, científicos, y por lo mismo, tampoco puede
moralmente desconocer a sus hijos en
desgracia, aun cuando pudieran estar
equivocados”.
Este año, 1972, marcaría también
el virtual desmantelamiento del Movi-
miento Espartaquista Revolucionario
que, bajo la dirección de Severo Iglesias,
operó en el ámbito universitario de la
UANL desde 1964. Posteriormente, algunos de sus militantes integraríamos
en la mayoría de las dependencias universitarias el Grupo Compañero, de filiación sindical.
Taller literario en El Topo
Seis años después del triple fallido asalto bancario, que desencadenaría la captura de Ricardo Morales Pinal, Jorge
Ruiz Díaz, el bárbaro asalto a los Condominios Constitución y la subsecuente
detención de José Luis Sierra Villarreal
y Luis Ángel Garza Villarreal, me encontraría con ellos en el Penal de Topo
Chico.
De 1978 a 1983 coordiné el Taller Literario El Topo, integrado en su mayoría por presos políticos. Al principio, El
Topo funcionó de manera oficial, por
una petición que dirigieron doce reclusos al doctor Luis Eugenio Todd, solicitud que el Rector aprobó para su formal
constitución. El taller formaba parte del
Instituto de Artes, dirigido por Miguel
Covarrubias. Miembros destacados que
publicaban regularmente en el periódico
Universidad fueron Gustavo Adolfo Hirales Morán, Ricardo Morales Pinal, José
Luis Sierra Villarreal, Miguel Torres Enríquez y Elías Orozco Salazar.
La membresía del taller fue felizmente fluctuante debido a la promulgación
de la Ley de Amnistía de López Portillo.
En el 79, con la llegada a la rectoría del
doctor Alfredo Piñeyro, vino la cancelación de fondos para el Taller, con el que
seguí cuatro años más coordinándolo
y publicando sus textos por mi cuenta.
Posteriormente el nuevo rector cerraría
al mismo Instituto de Artes y hasta el
periódico Universidad, que era originalmente nuestro órgano de difusión.
La carencia de rigor, encono y enjundia con que el Estado mexicano enfrenta
la guerra contra las mafias del narcotráfico, comparado con la saña, los métodos
sucios y las infinitas irregularidades jurídicas con que consumó el exterminio de
los movimientos guerrilleros de principios de los setentas, es otro elemento de
juicio que exalta la entereza, la estatura
moral y la incorruptible grandeza de espíritu de sus militantes.
Por su generosidad sin límites, por
haber decidido renunciar a su muy legítimo destino personal y empeñarlo, sin
titubeos, a la patria; por todo lo que nos
dieron: ¡Un recuerdo para ellos de gloria! ¡Un sepulcro para ellos de honor!
Víctor Orozco
C
hihuahua.- Quise escribir este ensayo
sin sujetar el texto a los usuales apartados que definen primero los antecedentes, algún capítulo económico, fases, etcétera. Está expuesto a la manera de reflexiones que se entrelazan con hechos, datos,
personajes.
Me pareció que su lectura podría ser menos tediosa
para todo mundo, incluso
para quienes se inclinan por
rigores académicos. Lo recupero ahora para los lectores como una contribución
al conocimiento de hechos
importantes ocurridos en la
historia contemporánea de
Chihuahua y de México, en
el 50 aniversario del asalto al
cuartel de Ciudad Madera.
El propósito es arrojar
un poco de luz sobre un movimiento social y armado
hasta hoy poco conocido en
México: el del estado de Chihuahua durante la década de
1960. No obstante que en la
historia local forma parte de
un hito histórico en el que se
articulan hondas transformaciones en todos los ámbitos
de la vida colectiva y que
clausuran una etapa entre
1970 y 1980, en el ámbito nacional es escasamente conocido y prácticamente ignorado
en el internacional. A no ser
porque años después de 1965
y 1968 cuando cayó el último
grupo de este movimiento,
una nueva organización guerrillera se denominó: “Liga
Comunista 23 de Septiembre”, recuperando la fecha
del ataque al Cuartel de Madera, pocos guardarían memoria del acontecimiento.
Esta lucha guerrillera de
Chihuahua debía ser materia
de trabajo exclusivamente de
los historiadores y no de los
analistas políticos, considerando el gigantesco cambio
que experimentó el país y en
especial esta entidad federativa durante los últimos cuarenta años. De no mediar el
alzamiento zapatista de 1994,
el asunto tendría que enfocarse sólo a través del prisma
de la historia, para tratar de
reconstruir y explicar este pasado. Sin embargo, los indígenas chiapanecos pusieron
otra vez –entre otros– el debate sobre la táctica guerrillera en el México de hoy.
Quizá las condiciones
de Chiapas se parecen a las
de Chihuahua en 1960, con
sus latifundios, sus guardias
blancas, sus generales-gobernadores, etcétera. El hecho es
que no podemos todavía y
después de todo, cerrar este
capítulo en México.
PRIMER ACTO DE LA TRAGEDIA
1965: La guerrilla de Arturo
Gámiz: La reunión y los apoyadores urbanos.
Era el 16 o 17 de septiembre
de 1965. En una casa del barrio del Santo Niño en la ciu-
dad de Chihuahua, estaban
reunidos unos veinte individuos. Varios de ellos iban
armados con rifles y pistolas
de diversos calibres y marcas.
Habría entre todos dos o tres
mujeres. El de mayor edad
aparentaba unos cuarenta
años. La mayoría frisaba los
veinte. Hablaba un tipo delgado, de mediana estatura,
quizá de 28 o 30 años. Dijo un
discurso largo, sin extraviarse en vericuetos conceptuales. En síntesis, explicó que
había llegado el momento
que los presentes y muchos
más que no estaban allí es-
peraban y buscaban. Había
sonado la hora de la lucha armada. Alguno recordó la frase de José Martí: “Es la hora
de los hornos y no se ha de
ver más que la luz”. Es probable que la escucharan en la
voz de Fidel Castro, cuando
proclamaba una de las declaraciones de La Habana, que
oían en la radio, azorados y
exaltados, los militantes del
grupo político estudiantil al
que pertenecían.
Arturo Gámiz terminó su
discurso. Carraspeó y aclaró
que se le había olvidado algo.
“Si alguno está pensando que
vamos a atacar al Ejército y
luego podremos ocultarnos,
vale más que se olvide de la
guerrilla. No hay un solo lugar en toda la sierra a donde
podamos ir que el Ejército no
pueda entrar. Es tiempo pues
de decir que no. También les
digo que aquellos que están
pensando quedarse en la
ciudad para hacer el trabajo
de las brigadas urbanas será
tranquilo y sin riesgos, están
equivocados, que los peligros
serán aún mayores pues van
a tener a todos los perros tras
ustedes. Si quieren, igualmente es el último momento
para decir no le entro”.
Otra vez, a uno de los presentes le vino a la memoria un
episodio lejano, ocurrido cerca de un siglo antes, cuando
Juan Mata Ortiz, sitiado por
los apaches de Jú, reunió a
sus hombres y en tono de reto
les dijo: “Si alguno por equivocación se puso las naguas
de su mujer, que se regrese
a cambiarlas por los pantalones”. En esta ocasión, no se
produjo la grosera respuesta
del presunto aludido: “Chinga tu madre, Juan”. No hubo
otras palabras. Enseguida, la
flamante “brigada urbana”
compuesta por tres hombres
y una mujer, bajo el mando de
Óscar González Eguiarte, fue
reunida e instruida por Pablo
Gómez. El primer trabajo que
debía ejecutar era hacerse
cargo del chofer de un taxi
que habían secuestrado en
Torreón para trasladarse a
Chihuahua. El carro estaba
estacionado frente a la casa y
en el asiento trasero roncaba
un hombre atado de pies y
manos. Parecía que despertaba en ese momento y Gómez,
que era médico, le habló para
tranquilizarlo y enseguida le
puso una inyección, que contenía un nuevo somnífero.
Los tres de la brigada urbana
subieron al automóvil y se dirigieron a una pequeña casa
en la colonia Industrial, cerca
de Santo Niño.
Faltaba poco tiempo para
que amaneciera, así que se
apresuraron a bajar al hombre, cargándolo en vilo. Lo
metieron a uno de los pequeños cuartos y se turnaron
para tenerlo a la vista las 24
horas. Las órdenes eran claras y sencillas: debían tratarlo
de la mejor manera posible,
conseguir dinero para pagarle por sus servicios y ponerlo
en libertad cuando se les avisara. El hombre no debería
verles nunca las caras, así que
debería permanecer con los
ojos vendados todo el tiempo.
Los días de esa semana
se volvieron largos e interminables para los de la brigada.
Cada uno de ellos vigilaba
por lapsos iguales al prisionero, cada uno acudía a las
clases o a su trabajo como podía. En una ocasión estaban
presentes dos de ellos en la
noche y acordaron relevarse
para dormir. Cuando el beneficiado abrió los ojos, vio al
hombre sin la venda, mirándolo. Su compañero estaba en
la otra pieza, leyendo el periódico. La tensión nerviosa y
el acto mismo que le pareció
de una enorme irresponsabilidad, les provocó una indignación que fue en aumento y
que no se redujo a pesar de
que se desahogó mentándole
la madre a su camarada. Jamás le perdonó el descuido.
Todo ese tiempo platicaron con José, que era el nom-
bre del taxista. Le aseguraron
que no le harían ningún daño
y que no se preocupara, que
incluso le pagarían su trabajo.
El hombre no creía y lloraba
quedamente, suplicando por
sus hijos y su esposa. Quizá
no les escuchaba nada que se
pareciera a delincuentes ordinarios o a gente del hampa,
que él conocía más o menos
de cerca en Torreón, pues fue
cobrando confianza y hasta
se reía con sus propias anécdotas.
La penúltima noche, decidieron trasladarse a otra casa,
en la colonia Campesina,
porque serían figuraciones o
no, pero les pareció ver gente
sospechosa en la cuadra. La
mujer tenía en aquel sitio a
un contacto y amigo, participante en las tomas de tierras
que se habían organizado en
los últimos años. El recorrido no tuvo problemas hasta
que, frente al Paseo Bolívar,
al viejo carro que consiguieron prestado se le ponchó
una llanta. El prisionero iba
despierto, acostado en el piso
del asiento trasero, tapado
con una cobija. Apenas esta-
ban sacando la llanta extra
y la herramienta cuando un
solícito jeep de la Policía Municipal se detuvo y el agente
les preguntó si necesitaban
ayuda. Nadie respiraba casi,
mientras que uno contestó
con voz ronca, “no, gracias”.
Todavía el otro policía hizo
otra pregunta que ni siquiera entendieron, pero luego
se marcharon. Nadie habló
hasta que llegaron a la nueva casa. El campesino resultó
que era menos novato y más
despiadado, tuvo la ocurrencia de preguntarle a la mujer
si había que matar al hombre,
“porque orita no tenía pistola, pero que la podía conseguir”. Todo en voz alta, de
manera que el pobre chofer
no durmió esa noche ni al siguiente día.
El compromiso era pagarle y pagarle bien, así que los
estudiantes se dedicaron a
pedir cooperación en la universidad a profesores “de izquierda” o simpatizantes. Al
fin lograron reunir una buena
cantidad. Discutieron y argumentaron sobre el precio de
los servicios, pues el chofer
todo lo que pedía era que lo
dejaran y ni se preocuparan
por el dinero. Una noche, llevaron a José a uno de los barrios elegantes de la ciudad,
en la Avenida Zarco y le entregaron dos mil doscientos
pesos, lo bajaron vendado y
le exigieron que no se quitara
el trapo de los ojos hasta que
pasaran por lo menos quince
minutos. No le pidieron que
no fuera a la policía, pues en
todo caso, pensaron, no podemos hacer nada si decide
hacerlo.
En Torreón se investigaba ya la desaparición de José
y del automóvil, que fue encontrado esa misma semana
en un camino cercano a Ciudad Guerrero, rumbo a Ciudad Madera. El chofer fue a la
policía o ésta lo detuvo, el hecho es que pudo narrar todo
lo que le sucedió, sin evitarse
los elogios a sus captores que
le hablaron de sus ilusiones
y le pagaron “hasta de más”.
“Se sentían muy buenos muchachos”, concluyó.
Otra labor habían realizado en las dos semanas previas fue recoger una caja con
cartuchos de dinamita que,
según parece, provenían de
una mina de Naica. Eran largos cilindros quizá con una
pulgada de diámetro. Compraron luego muchos tubos
de acero en “las segundas”,
donde se proveían fontaneros, carpinteros o soldadores
en la ciudad de Chihuahua.
Eran largas filas de puestos
rudimentarios en donde se
vendían toda clase de fierros,
contiguos a la Calle 25, famosa por entonces junto con
el cercano Callejón Uranga
porque eran parte de la zona
roja, y en cuyas aceras se alineaban pequeños cuartos de
prostitutas pobres.
Cortaron a la medida los
tubos y luego, con un marro
pesado, golpeando contra un
pedazo de riel de ferrocarril,
les doblaron un extremo. Enseguida metían un cartucho,
procurando que se ajustara
a la boca del tubo de manera
que no se moviera en su interior. Después, se suponía
que quienes los utilizarían les
iban a insertar un fulminante
que haría estallar la pólvora
que convertiría los pedazos
de acero en esquirlas. Eran
pues granadas primitivas,
que nunca probaron y que
después supieron que tampoco funcionaron a la hora del
ataque al cuartel de Ciudad
Madera. Fabricaron una gran
cantidad de estos artefactos y
los entregaron esa noche de
la reunión.
Durante los meses de julio y agosto imprimieron los
documentos de la guerrilla.
Teclearon largos manuscritos en “esténciles” y en un
mimeógrafo prestado por un
joven profesor de la universidad pasaron largas horas
tirando miles de hojas revolución. No eran todavía muy expertos, así que una gran parte
del tiempo se desperdiciaba
recogiendo las hojas del piso
y compaginándolas, pues no
lograban hacer que la máquina las fuera acomodando de
manera automática. Además,
la tela del aparato se tapaba y
había que limpiarla cada vez,
de manera que todo esto les
complicaba mucho la existencia. Terminaban manchados
de manos, cara y ropa.
Los folletos eran clandestinos, aunque, como dijo alguno en media broma, llevan
las huellas digitales de todos,
bien impresas. Se les puso
como pie “Ediciones Línea
Revolucionaria”, y en ellos se
consignaba el primer llamado
a la lucha armada en el México posrevolucionario por una
fuerza de izquierda. Los análisis eran más o menos simples, más o menos ingenuos,
pero en la circunstancia de
1965, resultaban convincentes, sobre todo porque, como
ha sucedido en todos los
movimientos armados, éstos
nunca fueron provocados por
sesudas reflexiones teóricas,
sino por la determinación y
el coraje de pequeños grupos,
casi siempre de jóvenes.
Todos habían leído “La
Historia me Absolverá”, el
documento con el que el joven abogado Fidel Castro se
defendió ante los tribunales
después del ataque al Cuartel
Moncada. Tampoco se trataba
de un metódico ensayo científico, sino más bien de un
persuasivo y valiente discurso que concitaba la adhesión
a una causa política y moral.
Los folletos, engrapados y a
los que se les colocó un lomo
con papel adhesivo, empezaron a circular casi gota a gota.
Se pasaban de manos con sigilo y los que los distribuían
no dejaban de sentir cierto orgullo y hasta petulancia, por
ser los secretos portadores de
noticias que hablaban de la
“nueva revolución”.
No puede olvidarse que
todo esto sucedía en el estado de Chihuahua, todavía
más agrario que urbano y en
cuyos pueblos la herencia de
la Revolución de 1910 estaba
viva. En todas partes había
veteranos que platicaban verdades o invenciones sobre la
lucha armada, que todavía
entusiasmaban a los vecinos.
Así que las nuevas exhortaciones para tomar otra vez
las armas y arrojar del poder
a los logreros y enriquecidos
políticos, no caían en suelo
estéril.
En 1964 y 1965 había aún
pocos escritos que luego
abundaron y en los que se
plasmó un auténtico cuerpo
teórico a partir de la experiencia derivada de la revolución cubana. El ensayo de
Regis Debray, “¿Revolución
en la Revolución?”, que tanta fama cobró durante la segunda mitad de los sesenta,
todavía no era conocido. Sin
embargo, discursos de Ernesto Che Guevara y de Fidel
Castro, así como la I y la II
Declaración de La Habana,
circulaban entre militantes de
partidos y movimientos de
izquierda. Pero sobre todo,
influían sobre estas mentalidades y pasiones jóvenes,
los hechos, que estaban allí:
los cubanos habían realizado
una revolución socialista a 80
millas de las costas norteamericanas y además habían
derrotado a un ejército invasor organizado por Estados
Unidos. Además, se había
iniciado la gran revolución
con doce guerrilleros que se
implantaron en la sierra y a
partir de allí habían irradiado
la lucha a toda la isla. No le
pidieron permiso a los partidos ni recibieron ningún apoyo de éstos.
México hasta antes de
1959, era el único país latinoamericano en el que la guerra de guerrillas había tenido
éxito. Así que todo consistía
en comenzar y pronto, porque tal vez la guerra durara
por décadas.
“Se trata de iniciar la acción donde sea, a la hora
que sea y no importa si no
son cinco o seis mil guerrilleros sino quince o veinte.
No se trata de soñar grandes
operaciones tácticas sino de
contestar como sea uno de
los múltiples golpes que el
Gobierno prodiga a las masas. En el curso de las operaciones militares las guerrillas
se foguearán, se consolidarán, aumentarán sus filas y
se multiplicarán, la organización se irá estructurando
poco a poco en la medida que
surjan las condiciones que los
permitan, las llamas de la revolución se irán extendiendo
poco a poco a más rincones
de la República. La lucha
será terriblemente prolongada, no se contará por años
sino por décadas, por eso es
ya la hora de empezar y hay
que empezar jóvenes si queremos tener tiempo de lograr
las cualidades que sólo los
años de acción proporcionarán. Por nuestra cuenta no
daremos ya marcha atrás en
el camino de la revolución,
sabemos que sin el apoyo de
las masas no podremos triunfar, ganar su confianza y su
apoyo es nuestra principal
preocupación y nos proponemos lograrlo mediante los
hechos”.
Fascinación por las revoluciones y el socialismo
En incontables ocasiones
habían discutido los grupos
estudiantiles de Chihuahua
discursos similares que aparecían ante sus ojos cada vez
más como verdades evidentes.
Ahora, los guerrilleros comandados por Arturo Gámiz
y que habían realizado algunas acciones en 1964 y principios del 1965, se apropiaban
por fin de un discurso teórico y lo difundían. En los pequeños círculos estudiantiles
estos folletos cayeron como
anillo al dedo, pues varios
de sus miembros se habían
fogueado en las huelgas y
movilizaciones de los últimos años. Las matrices ideológicas y políticas de donde
brotaba este discurso rebelde
eran variadas.
Por una parte, en consonancia con la propaganda soviética de la época, se
proclamaba la superioridad
económica del sistema socialista sobre el capitalismo, y se
daba por supuesto que éste
sería enterrado por aquél, tal
y como lo pregonaba Jruschov, el dirigente soviético
defenestrado en 1964, pero
cuyos vaticinios se tenían por
seguros. Pero, de otra parte,
se refutaba la idea de la coexistencia pacífica entre el
imperialismo y el socialismo.
Se proclamaba en cambio una
guerra sin tregua entre ambos e incluso se admitía que
México podía ser invadido
por Estados Unidos o de plano se aseguraba que eso sucedería de cualquier manera,
pero que ello no detendría la
revolución, a “esta marcha de
gigantes”, como anunciaba
Fidel Castro.
Cuando se supo que en la
crisis de los misiles de octubre de 1962, tanto éste como
el Che estuvieron dispuestos a correr el riesgo de una
guerra nuclear y pidieron a
Jruschov que no retirara los
cohetes de Cuba, más simpatías concitaron los dos personajes. La URSS deslumbraba
con sus conquistas sociales y
científicas, pero ya no más se
admitía la tesis de que el papel de los revolucionarios en
el mundo era el de defender
“la patria del socialismo”,
como lo habían aceptado generaciones de izquierdistas
en todas partes.
Cuando el Che dijo que
“el primer deber del revolucionario era hacer la revolución”, sintetizó con maestría
el nuevo mensaje. Ninguno
de los conspiradores chihuahuenses de 1965 podía
suponer que por los mismos
días en que ellos se empeñaban en montar un foco guerrillero en la Sierra Madre
Occidental, el Che Guevara
se dolía del fracaso guerrillero en el Congo. Unos cuantos
de ellos pudieron leer después los “Pasajes de la guerra
revolucionaria”, en donde el
argentino resumía la historia
de ese intento.
Las reflexiones contenidas en los documentos y las
cavilaciones que cada uno
de los involucrados en la lucha se hacían en torno al futuro de todas las sociedades,
estaban presididas por una
creencia firme en la superioridad y en la inevitabilidad
del comunismo. Su teoría gozaba por entonces de una aureola de prestigio histórico y
de racionalidad indiscutible.
Aun lo que se suponía era su
práctica en Rusia, en China o
en Cuba, era tenida no sólo
como exitosa sino como el paradigma en todos los órdenes
de la vida colectiva. Arturo
Gámiz, el principal inspirador y dirigente del grupo, había escrito varios artículos en
los meses anteriores en la Voz
de Chihuahua, un pequeño
periódico de la capital en los
que sustentaba todas estas
ideas. De allí que todo lo que
se pareciera en algo al colectivismo, era considerado superior, casi por axioma. Por ello
se hacía la apología del ejido
y el rechazo a la propiedad
privada de la tierra.
A lo largo de los textos se
advierte un genuino ánimo
de transformación, pero no
sólo de las condiciones materiales de la sociedad, sino
de las conductas personales.
Tanto las reflexiones como la
vida individual pretendían
conducirse por estos altos
ideales de solidaridad, de
apoyo mutuo, de emancipación general. Este idealismo,
anticlerical y aun antirreligioso, como contrapartida,
tiene parecido con una cierta
vocación hacia el martirio y
el sacrificio, como se asume la vida de los santos. Si
hay alguna generación de la
época contemporánea en Latinoamérica que muestre la
vocación del sacrificio al extremo, ésta es la de los sesenta. De ella, estaban imbuidos
los guerrilleros. Estaban convencidos, como lo decía Pablo Gómez Ramírez, de que
“alguien tenía que empezar”,
a sabiendas de que entre los
iniciadores son muy pocos
los que sobrevivirían.
Todos estos hombres y
mujeres, compartían además,
la admiración y puede decirse sin exagerar, la fascinación
por las revoluciones sociales.
Como cientos de miles de jóvenes en todo el mundo, la
historia de éste, era la historia de su levantamiento, con
estallidos violentos que podían subvertir todo el orden
existente y conformar uno
nuevo en el que se alcanzara
por fin, la emancipación de
la humanidad, tarea dejada a
medias al arribarse sólo hasta
el grado de la emancipación
política. Las revoluciones
conservaban pues todo su
prestigio, empezando por la
mexicana. Los héroes eran
estos destructores de instituciones y organizadores de la
nueva sociedad, con el acento colocado en la primera
de las tareas. Muchos de los
pequeños hijos se llamaron
Emiliano, León, Lenin, Ricardo, Sandino y desde luego
abundaron los fideles y los
ernestos.
Una minoría de los conspiradores, había tenido su
bautizo de fuego en las acciones realizadas durante los
meses anteriores en varios
lugares de la sierra. Arturo
Gámiz, Salomón Gaytán y
Antonio Escobel Gaytán se
habían “alzado” desde 1964.
Se sumaban ahora nuevos
cuadros, algunos incorporados por Pablo Gómez y
otros, gracias a las recientes
alianzas políticas con grupos
estudiantiles de la Universidad. La mayor parte venía
de la militancia en el Partido
Popular Socialista y en especial en la UGOCM, como Gámiz, González Eguiarte y Pablo Gómez, además de otros
que luego renunciaron a la
táctica armada y regresaron
al lombardismo tradicional.
Entre varios había relaciones
de parentesco, confirmando
esta vieja manera de organizar los alzamientos armados
en Chihuahua. Los de Tomó-
chic eran primos, hermanos,
sobrinos o cuñados, lo mismo
que los de San Isidro, Pachera, Bachíniva o Cuchillo Parado en 1910.
Aun entre los “veteranos”, la experiencia guerrillera era escasa y el grueso de
los integrantes de la pequeña
tropa, apenas unas semanas
antes se dedicaba a sus actividades cotidianas. Otra vez,
una rebelión que se intentaba
en buena medida a la manera
del pasado, cuando los labradores acudían a sus trabajos
un día y a la semana siguiente ya se habían comprometido con iniciar la “revolución”
para el próximo domingo.
Quizá a todos animaba la esperanza de que el llamado de
las armas sería escuchado y
atendido por millares, como
les dijo el dueño de la casa en
la colonia Campesina, donde
escondieron al chofer la última noche: “Por donde quiera
hay gente lista, que nomás
está esperando para agarrar
el rifle”. Embonaba muy bien
la expresión con otra escrita en uno de los folletos: “...
llegó la hora de apoyarnos
en el 30-30 y en el 30-06, más
que en el Código Agrario y la
Constitución”. También aquí
se presentan el espíritu y las
imágenes de 1910.
El mítico 30-30 y aun el
más moderno 30-06, eran ya
obsoletos en 1965; el primero casi una pieza de museo,
pero entre los campesinos se
asociaba con todas las luchas
libertarias y por la tierra. Era,
además, vengador de agravios. Por esa época, no era infrecuente que algún campesino, recuperador de las gestas
pasadas, hiciera frente a las
acordadas, como todavía se
conocía a las policías rurales,
con el 30-30 o el máuser heredados del padre o del abuelo,
para defenderse de atropellos
o injusticias. O, para demostrar que en su pueblo o en su
familia, había “muchos güevos”.
Salvador Gaytán, hermano mayor de Salomón y también en el acuerdo, consumó
una de estas hazañas en el
mineral de Dolores, cercano
a Madera y en donde trabajaba el maestro rural Arturo
Gámiz. Así que, el escrito aludía a instrumentos arcaicos
para la lucha armada, pero
bastante eficaces en términos
ideológicos. En muchos otros
pasajes de los escritos, o en
actitudes como la manera de
dirigirse o referirse a las autoridades, el desprecio por
la policía, se expresa en los
organizadores de la guerrilla
esta especie de invocación a
la altivez y aun arrogancia
que ha caracterizado a los
rancheros norteños desde el
siglo XIX.
El Mediterráneo
de dolor
Joan del Alcázar
V
alencia.- Empieza
el nuevo curso político, una nueva
etapa rellena de
problemas, de negras nubes
amenazantes. No son nuevas,
pero pintan muy mal de cara
al futuro; tanto al corto como
al mediano plazo.
Hablemos de cuatro sólo:
dos internacionales y dos domésticos.
El Mediterráneo se ha
convertido en un mar de dolor, de lágrimas, de miedo
acompañado por el silencio
de la muerte. Miles de personas huyen de la guerra, de la
barbarie y buscan en Europa
un oasis para vivir. Además
de preguntarnos qué hace la
Unión Europea o los Estados
Unidos o la ONU –impasibles
más allá de los discursos ante
la catástrofe humanitaria–,
tendríamos que saber qué
están haciendo las religiones
ante el drama.
Dónde están y qué dicen
los arzobispos y los cardenales, los imanes y los rabinos,
los patriarcas, los ayatolás
y los papas y también sus
más enconados seguidores,
todos los integristas de las
tres religiones implicadas,
todos los provida que en el
mundo son. ¿Dónde están,
qué dicen, qué hacen ante
las terribles y documentadas
noticias? ¿Estarán rogando a
su Dios por todos estos desgraciados fugitivos que sólo
quieren salvar la vida y gozar de un poquito de libertad? Quizás rezar, rezarán. Pero... ¿serán capaces de hacer algo más para parar la
tragedia?
China ha sido noticia por
las sucesivas devaluaciones
de su moneda, el yuan, por
los efectos sobre la economía
mundial, tanto sobre los países desarrollados como sobre los emergentes y porque,
también, en opinión de diversos analistas, sus autoridades
económicas son de una ineptitud sublime. De China, aun
así, no sólo tendría que preocuparnos cómo sube y baja su
Bolsa, aunque sea relevante.
El gigante asiático mantiene
un modelo de desarrollo perverso. Estamos hablando de
la cuarta economía mundial y
de la tercera exportadora, que
crece a un ritmo incomparable al de las otras grandes potencias, pero que lo hace con
una política energética y una
despreocupación medioambiental pavorosas.
Como el carbón cubre
tres cuartas partes de las necesidades energéticas, no nos
tiene que sorprender que cinco de las diez ciudades más
contaminadas del planeta
se encuentran en aquel país.
Hay que añadir a esto la carencia de agua, la deforestación que avanza imparable
y la nula preocupación por
las generaciones futuras que
evidencian las autoridades.
China no está en otro planeta,
así que sería bueno preocuparnos por algunas cosas más
que por la Bolsa de Valores.
En el ámbito doméstico,
dos problemas con muchos
puntos de contacto están
sobre la mesa de analistas,
opinadores y ciudadanía en
general.
El gobierno Rajoy está
huyendo hacia adelante a la
velocidad del rayo, cada vez
más aislado y con unas encuestas que están empujándolo a jugar al todo o nada.
Ha decidido aprobar los presupuestos de 2016 para intentar atarle las manos a un hipotético ejecutivo en el que el
PP no participe; habla un día
de modificar la Constitución
y al día siguiente afirma que
es innecesario; la corrupción
asedia la casi totalidad del
organigrama de dirección del
partido, y la figura del presidente del gobierno se deteriora cada vez que abre la boca
en público.
Los de Rajoy ni siquiera
intentan un discurso político
en positivo. Todo son amenazas de plagas bíblicas (García Margallo dixit) y de un
caos absoluto si no son ellos
los elegidos para continuar
gobernando. Sin un relato
mínimamente alentador, el
PP parece haber encontrado
refugio en dos trincheras que
considera inexpugnables: su
política económica ha salvado a España de una catástrofe
como la griega [sic]; y España
es indisoluble [sic], pero ellos son los únicos que lo garantizan [sic].
Dejando ahora de lado
que no será posible hablar de
mejora económica mientras
el paro no remita de forma
clara y efectiva, el cuarto y
último de los asuntos que
elevan la temperatura de este
inicio de curso es Cataluña. Más allá del bajo nivel del
debate político en general, el
Gobierno de Madrid se limita a amenazar los soberanistas sin descanso; ha situado
como cabeza de lista electoral
a un personaje protolepenista como García Albiol, y violenta el marco jurídico legislando ad hoc y de urgencia a
propósito del Tribunal Constitucional.
Mientras tanto, desde el
soberanismo se amenaza con
una Declaración Unilateral
de Independencia motivada,
dicen, por la carencia de respuesta del Estado a sus aspiraciones, aunque sin hacer
ni una mínima evaluación de
costes: todo será música celestial al día siguiente. El silencio hostil de Rajoy ha conseguido que los de Junts pel
Sí eleven el tono y la apuesta
cada se eleve vez más, y han
pasado de la consulta para conocer cuántos catalanes están
por el derecho a decidir [que
era la propuesta inicial] a afirmar que las elecciones autonómicas son plebiscitarias y
que si ellos ganan por mayoría simple ejecutarán la DUI. Si no había suficiente con los
de Rajoy y los soberanistas
echando leña al fuego, día
tras día aparecen pirómanos
desde las dos orillas del Ebro.
Ha destacado últimamente
el estadista vitalicio Felipe
González, quien ha publicado urbi et orbi una Carta a
los Catalanes que es un despropósito o, tal vez, una cosa
peor. Más allá de una grosera
alusión a la Alemania y la Italia de los años treinta, el texto
es tan amenazante como los
del PP pero acompañado de
una dosis generosa de paternalismo irritante.
En el terreno de juego
internacional, la crisis china
puede tener efectos de todo
tipo, y no sólo económicos;
a su vez, la respuesta que se
dé a la crisis humanitaria de
los refugiados que huyen del
horror y la barbarie señalará el grado de insensibilidad al que hemos llegado, y
hasta qué punto nos hemos
acostumbrado a vivir en un
mundo que se parece cada
vez más un estercolero. De
momento, en este terreno, los
ciudadanos están mostrando
más sensibilidad que sus gobiernos.
Ingredientes
para un coctel
incendiario
Trump ha estimulado las bajas pasiones entre
supremacistas y otros esperpentos de la misma nefasta
ralea. Ya sembró -y lo sigue haciendo- su semilla entre
los demás aspirantes y entre sus hordas de base.
Ahora resulta que lo inimaginable ya no lo es, ¿Qué tal
una fórmula de Donald Trump para presidente y Ted
Cruz para vicepresidente (Cruz fue el primero de los
demás aspirantes en comulgar con Trump)?
Raúl Caballero García
D
allas.- Viene Donald Trump a Dallas. Prosigue su
precampaña como
luminaria inesperada, un millonario divirtiéndose, jugando a la Presidencia, marcando las pautas y aguándoles el
desfile al resto de aspirantes
a la nominación republicana.
Atestiguaremos la parafernalia de ese desfile en todo su
esplendor, pues además tendrá lugar el siguiente debate
entre los aspirantes republicanos en Simi Valley, California.
Hasta ahora todo mundo
pensaba que la estrella de
Trump se opacaría en el primer debate; sin embargo, vimos que salió más refulgente;
así entonces, es previsto que
llegará a las primarias que
inician en enero envuelto en
sus previsibles estropicios.
Mi expectativa (que es la
de muchos) es que se apague
a la hora de la convención...
pero dados los resultados que
el tipo ha logrado desde su
estruendosa e insultante aparición en esta liza preliminar,
es decir, el respaldo creciente
de amplios sectores de las bases republicanas, ya no suena
imposible que en una de esas
obtenga la nominación.
Por lo pronto, a “trumpadas” el tal Donald viene
desplazando a sus rivales; les
ha robado las cámaras (y no
sólo las de FOXNews, medio
derechista), sino que los hace
repetir y cantar los mismos
sones que lo han hecho popular entre sus huestes, exacerban el furor antiinmigrante,
pues no se quieren quedar
atrás. En la reciente edición
impresa del periódico La Estrella se publica una caricatura de Daryl Cagle en la que
se ve a un Trump ataviado
como el flautista de Hamelin,
saltando y tocando la flauta
y, siguiéndole embelesados,
un conjunto de elefantitos (el
elefante es el símbolo de los
republicanos)... pero no tiene
gracia, es más ácida que graciosa; el hecho es que Trump
los ha empujado a endurecer
sus mensajes en el tema migratorio.
La posibilidad pues de
que sea nominado dejó ya de
ser remota. En su visita a Dallas se espera que el tema de
la inmigración sea avivado,
dará la nota dentro y fuera,
pues ya sabemos que activistas y organizaciones defensoras de los derechos civiles organizan actos de protestas, y
asimismo marcará de alguna
manera el ritmo al debate en
puerta. El discurso de Trump
es una trampa, detrás del sonido de su flauta (para seguir
con la imagen del cartón de
Cagle), está lo grotesco de sus
disparates, cuyo contenido
radical atrae a muchos más
republicanos de los que imaginábamos.
En este punto surgen dos
que hay que tratar de ventilar. El primero es ver quiénes
y cómo son sus simpatizantes, y segundo ver el alcance
de su demagogia perniciosa.
Quienes acuden a alabarlo
proyectan como los elefantitos del cartón, una especie
de adoración; esas bases que
en algunas partes son hordas
de xenófobos, son adeptos
que estaban adormilados y la
flauta de Trump los ha levantado, le creen a ciegas. Leer al
escritor español Ramón Lobo
me llevó a revisar la opinión
de Robert Tracinski. Lobo
cita en El Periódico (agosto
30, “Donald Trump es como
Kim Kardashian”) a Tracinski, en The Federalist (agosto
26, “Quiénes son los simpatizantes de Trump”): “Personas con escasa información
deslumbrados por la celebrity, no por las propuestas políticas que desconocen; viejos
conservadores que demandan mano dura (contra todo);
personas que no votan habitualmente, xenófobos anti inmigrantes y racistas de todo
tipo que defienden un país
dirigido sólo por blancos”.
Tracinski los señala como
del tipo Archie Bunker, un
personaje de una serie televisiva de los sesenta, un
tipo racista que esgrime su
“ideología” en el sofá de la
sala, misógino e intolerante... pues sí, muchos Archies
Bunker acudirán al auditorio
American Airlines a vitorear
a Trump, de hecho ya se llenó
el recinto con alrededor de 23
mil fanáticos.Tracinski sopesa entre otros varios aspectos si Trump puede verse en
el círculo de independientes
que en el pasado han diversificado el voto, como Ross
Perot o Ralph Nader, en el
caso de que no sea el nominado republicano; e indica
que el contingente de Archies
Bunker, los simpatizantes de
Trump, “no están atados por
un sentimiento o un aspecto
único como la Inmigración,
la ansiedad económica, o una
postura contraria al establishment.
Sorprendentemente,
cuando se les pide que expliquen su apoyo a Trump
en sus propias palabras, esos
electores con variado historial, suelen usar casi el mismo lenguaje, refiriéndose a él
como alguien muy bragado
y mostrando su admiración
al decir que él ‘habla como
es, sin tapujos’, y disfrutan
que él ‘es políticamente incorrecto”. Ese ‘trumpismo’, en
su información y sugerentes
entrevistas, es una actitud, no
una ideología”.
Y entre lo que aplauden
destacamos su vociferación.
Con su discurso Trump
exhibe xenofobia, misoginia,
bravuconadas de “bully”
pendenciero, entre otras lindezas que peligrosamente
diseminan semillas de odio
y de un nacionalismo trasnochado. Por eso ha sido notable el apoyo de nacionalistas
blancos, de neonazis y grupos similares en activo y ya
no precisamente los Archies
Bunker apoltronados en su
sofá favorito, éstos se levantan y acuden a ensalzarlo,
aquellos comienzan a cometer atropellos, como lo señala el activista Frank Sherry,
dirigente de America’s Voice
al recopilar una larga lista
de improperios y choques
contra latinos y señalar cómo
Trump demoniza a los inmigrantes hispanos.
Trump ha estimulado las
bajas pasiones entre supremacistas y otros esperpentos
de la misma nefasta ralea. Ya
sembró -y lo sigue haciendosu semilla entre los demás
aspirantes y entre sus hordas
de base. Ahora resulta que
lo inimaginable ya no lo es,
¿Qué tal una fórmula de Donald Trump para presidente
y Ted Cruz para vicepresidente (Cruz fue el primero
de los demás aspirantes en
comulgar con Trump)?
Uf, produce estremecimiento, sería un coctel incendiario.
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MA L D I TOS HIPSTERS
Humoritmo
recargado
Luis Valdez
M
onterrey.- Hace
unos días me tocó
ver en una librería
el show de Humoritmo. Pasaron de tener material de Les Luthiers, a lucirse
ahora con material propio.
Desde una sátira lingüística norteña, hasta las lecturas entorpecidas por los nervios. El humor le urge a esta
ciudad.
Alberto Silva es un profesional de las letras. Dramaturgo, escritor de novelas
juveniles, cantante y ahora
lanzándose como actor de
vodevil humorístico culturozo. Un tipo de humor casi imposible en una ciudad donde
la cultura diaria es tan dura
como treparse al toro mecánico luego de beberse un par de
caguamas.
La cultura es difícil para
el hombre del desierto.
Mantener una librería
también es tarea titánica. Y
pretender que una presentación en una librería sea todo
un éxito, es meterse a ciegas
en un tabledance de mujeres
y travestis. Pero es posible
que el invidente salga victorioso, así como es posible que
una librería se cimbre por
los aplausos del público ante
algo que muy pocas veces se
ve en una ciudad como Monterrey: un evento de calidad.
Haciendo homenaje a Daniel Rabinovich, integrante
recién fallecido de la agrupación argentina Les Luthiers,
los chicos de Humoritmo se
reencontraron de una manera más emotiva que la última
vez en queMenudo se reencontró. Humoritmo regresa
luego de una crisis con mujer
de ojos rasgados de por medio, y de que uno de ellos se
diera a las drogas en una tienda de compras a crédito. Luego de tocar y cantar en espacios no muy recomendables
para las castas audiencias,
como la facultad de medicina
y la de música, se les ha rescatado con esta presentación en
una librería y de ahí despuntan con un contrato millonario en un bar escocés.
A veces las estaciones
de radio, con sus madrinas
que echan las monedas, y la
televisión local con sus comentaristas deportivos idos
a showmen imitadores de
programas como Las gatitas
de Porcel, se descuidan. Entonces aparecen personajes
como éstos.
Larga vida a los humoristas que son distintos a todos
los demás.
E N TRELIBROS
Puñado de Haikús
El haikú es un reto para todos los
poetas. Desde que José Juan Tablada lo introdujera en México
hacia 1914, la breve estructura de
tres versos de 5, 7, y 5 sílabas ha
espoleado la creatividad e ingenio de todo aeda.
El haikú surge en Japón hacia
el siglo VIII y su temática ha sido
por antonomasia la emoción estética ante la naturaleza.
Ahora, le toca el turno a
Eduardo Zambrano (Monterrey,
N.L., 1960) batir su pluma en
estos menesteres. El encanto del
haikú radica en su semejanza con
el esbozo o apunte, en el cual,
sin gastar mucha tinta, se puede
plasmar (como un brochazo rápido) una imagen o metáfora delicada y precisa.
Así lo ha hecho Eduardo. En
sus cincuenta y un textitos encontramos a la naturaleza (paisajes,
montañas, nubes, viento, flores,
clima, árboles, frutas, luz, sol,
aire, lluvia, luna, polvo, desiertos,
piedras, tiempo, sombras, mar,
noches, estrellas, hojas, plazas,
agua), al hombre (amor, alma,
besos, corazón, deseos, vida,
sueños, tristeza, muerte, cuerpo,
pensamientos, olvido, insomnio,
palabras, poemas, libros, sed) a
los animales (mosquitos, mariposas, arañas, pájaros, hormigas,
lagartijas, cigarras, luciérnagas) y
dos antidepresivos: el cigarro y el
vino.
No todos sus haikús son estructuralmente perfectos, pero
sí disfrutables. Arranquemos
algunas muestras de su haikuario zambraniano: “Más que un
paisaje / todas estas montañas /
mis confidentes” (p. 13), “Pasó la
helada / y vuelve el colibrí. / La
flor, no estaba” (p. 29), “Fin del
verano. / Un puñado de sol / cae
de mi mano” (p. 22).
La filosofía es parte intrínseca de la meditación que genera
la poesía y luego se vuelve tema
de ésta, la cual a veces hace meditar al lector, impulsándolo a
su vez a filosofar: “El largo viaje
/ de regreso a uno mismo / ¿será
la muerte?” (p. 18), “Largo es el
puente / que viene del pasado /
hacia el presente” (p. 28), “El almacén / lleno de cosas viejas, / tu
corazón” (p. 26).
Otro tema infaltable en la poesía contemporánea es el amor
que, pese a afrontar periódicamente furiosos vientos de escepticismo y decepción, sigue
demostrando su vigencia y fortaleza: “Enamorados / en la sombra
de un árbol: / besos y frutas” (p.
16), “Flores de un día / en árbol
milenario, / versos de amor” (p.
13), “Bajo la lluvia / son dos enamorados, / tú y tus ideas” (p. 25).
¿Joyas que deslumbren por su
sencillez? ¿Que quiera uno guardar en la antología de los recuerdos? ¿Textos redondos por su naturalidad?: “Una manzana / partida a la mitad: / dos mariposas”
(p. 14), “En lo insondable / vuela
mi pensamiento, / ave de paso”
(p. 21), “La inmensidad / en una
gota de agua / sacia mi sed” (p.
29), “Un cigarrillo: / larga noche
de insomnio, / vana luciérnaga”
(p. 22), “Aun enjaulado / el canto
del canario / siempre amanece”
(p. 14). * Eduardo Zambrano. Un puñado
de sol (Haikus). Monterrey, N.L.:
Edit. UANL, 2015. 29 pp. (Colec.
Ínsula. Cuadernos de Escritura
de Armas y Letras, VII.)
La novia y sus amigas
La novia y sus amigas* es la descripción de un retrato. En él aparecen Fernanda el día de su boda,
su marido Norberto, y las incondicionales de ella: Balbina, Cata,
Magaly, Romina y Coco, excepto
Viviana, que vive en Roma.
Enseguida cada una es descrita casi minuciosamente: filias,
fobias, vicios, virtudes (pocas),
amores y posición social. Cada
semblanza se liga con la siguiente
mediante una frase-puente: “una
de las que sufrieron esta cruel ley
del hielo fue:” (p. 12), “Y ahí, deshaciéndose en un largo abrazo de
seis, para siempre muy cerca, están ellas, excepto:” (p. 14), “en un
primer acercamiento sexual tan
intrascendente en lo cotidiano
como lastimoso en lo subjetivo
con:” (p. 26).
Cada capítulo está regido por
el nombre de una de las protagonistas, incluyendo Norberto, de
modo que la referencia es clara.
Todo grupo es un microcosmos
y, como tal, es explorado por el
autor, Paulino Ordóñez (Monterrey, N.L., 1974) en este cuento con tesitura de mininovela.
Entre sus secretos inconfesables
hallamos que Cata y Viviana tuvieron un encuentro sexual tiempo atrás; que Balbina envidia a
Romina por su éxito profesional;
que Fernanda está resentida con
Coco; que Magaly no le habla a
Balbina; que Norberto engañó a
Fernanda antes de la boda y Cata,
que lo descubrió, se lo confió a
Magaly; que Romina maquinó el
despido del papá de Fernanda de
una de las empresas de su padre;
que Cata es ninfómana aunque
está casada con Emilio; que Viviana está recluida en un convento romano para tratar de olvidar
su “affaire” sexual con Cata, etc.
¿Se enterará Emilio de las
aventuras extramaritales de su
esposa Cata? ¿Sabrá algún día
Fernanda que Norberto le fue
infiel? ¿Dejará Balbina de envidiar a Romina? ¿Volverá Magaly
a hablarle a Balbina? ¿Logrará
Viviana expiar su pecadillo con
Cata? ¿Le confesará Norberto a
Fernanda su desliz? ¿Revelará
Magaly el secreto sobre Norberto que Cata le ha confiado? ¿A
qué se debe que Fernanda esté
resentida con Coco? ¿Reinstalará Romina al papá de Fernanda?
Estas son algunas de las líneas
argumentales que podrían desarrollarse en este texto, pero sólo
el autor puede decidir eso. Él
concibió la historia, la maduró,
estableció los parámetros de la
misma, sopesó el impacto que
causaría entre los lectores y la
plasmó. El destino de Fernanda
y sus amigas está en sus manos,
es decir, en su pluma. A nosotros
sólo nos queda ser testigos del
acto creativo.
Por otra parte, si el texto genera tantas interrogantes signi-
fica que sigue creciendo dentro
de nuestra imaginación porque
ha logrado involucrarnos. Pocos
textos hacen eso.
* Paulino Ordóñez. La novia y sus
amigas. Monterrey, N.L.: Edit.
UANL, 2015. 34 pp. (Colec. Ínsula. Cuadernos de Escritura de
Armas y Letras, XI.)
Eligio Coronado
Pedagogía
de los
videojuegos
Eloy Garza González
S
an Pedro Garza García.- Contra lo que
pudiera pensarse, la
cultura popular (con
sus series televisivas y videojuegos que tanto escandalizan a los padres de familia)
no entorpece la inteligencia,
sino que la perfecciona gracias a un entrenamiento cognitivo tan riguroso como el
ejercicio mental que implica
leer un buen libro. Ese es al
menos la tesis que sustenta
Steven Johnson en Every bad
is good for you.
Para las generaciones anteriores, los medios masivos
operaban en gran medida
para trasmitir publicidad y
entretenimiento hueco. Sin
embargo, la cultura popular
se ha sofisticado al grado de
presentar desafíos intelectuales complejos para cualquier
espectador que ya no se centra en desentrañar contenidos
sino en analizar lo que nues-
tro cerebro hace con ellos.
Series
de
televisión
como Games of Thrones o House of Cards entre muchas otras
con sus variados hilos argumentales, personajes y narrativa hipertextual, son el equivalente moderno a las buenas
obras literarias: ponen a trabajar nuestro cerebro para
descifrar lo que pasa en cada
escena. Tanto las novelas de
entonces como las series de
ahora nos exigen volvernos
espectadores activos (coautores) a partir de una interacción creativa con los productores y guionistas televisivos.
Lo mismo pasa con Internet y los videojuegos: test
verificables demuestran que
el uso cotidiano de estas tecnologías incrementa el coeficiente intelectual de la Generación Net en comparación
con el promedio de generaciones anteriores. Videojuegos como Grand Theft Auto
V nos hubiesen resultado difíciles de asimilar para la audiencia masiva de hace veinte
años y ahora son moneda corriente para los jóvenes.
El problema es que la
mayoría de los pedagogos
y psicólogos estudian este
fenómeno a partir de planteamientos académicos rebasados; analizan un videojuego cuestionando su falta
de narrativa, de secuencia,
de tramas convincentes y
personajes creíbles, cuando
un videojuego es otra cosa y
motiva otras habilidades más
cercanas a la lógica matemática que a la literatura o el cine.
¿Qué gana un niño entretenido con un videojuego?
Por un lado, ejercita su cerebro en habilidades abstractas
de probabilidad y causalidad
además del reconocimiento
de patrones. Por otro lado,
desarrolla mediante un sistema de recompensas la explo-
ración, el uso de un ambiente
determinado, el diseño de
estrategias y tácticas. Dice
Johnson: con los videojuegos
el niño aprende que “hay estrategias exitosas en el corto
plazo que llevan a malos resultados en el largo plazo y
estrategias no tan buenas en
el corto plazo pero que llevan
consecuencias positivas en el
futuro”.
Esta complejidad no la vivimos los adultos con los primeros videojuegos como el
elemental Pacman. Después,
ya el niño aplicará estas habilidades a sus relaciones personales y sociales. Y en esta
revolución de la cultura de
masas, ¿qué rol juegan los padres de familia? Disciplinar a
sus hijos a leer diariamente
para complementar su educación, además de cubrir esa
fase igualmente importante
que ahora se conoce como
educación emocional.