Información - Biblioteca de Autores Cristianos

James Mallon
UNA RENOVACIÓN
DIVINA
De una parroquia de mantenimiento a
una parroquia misionera
estudios y ensayos
j bac j
PA S T O R A L
Biblioteca de Autores Cristianos
Madrid ● 2015
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ÍNDICE GENERAL
Págs.
Presentación: Una casa de juegos de naipes..........................................
xi
UNA RENOVACIÓN DIVINA
1. Una casa de oración: Recordando nuestra identidad y propósito...................3
2. Reconstruye mi casa: Del Vaticano II al papa Francisco.............................19
3. Una casa de dolor: La experiencia de una Iglesia de mantenimiento............37
4. Limpiando la basura: Lo que necesitamos tirar por la borda si vamos a
reconstruir...........................................................................................57
5. Poniendo los cimientos: Cómo transformar la cultura de la comunidad
parroquial...........................................................................................93
6. La puerta de entrada: Los sacramentos como nuestra mayor oportunidad
pastoral................................................................................................231
7. El líder de la casa: El papel esencial del liderazgo.......................................277
Conclusión.............................................................................................343
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Presentación
UNA CASA DE JUEGOS DE NAIPES
«No necesitamos conocer a Jesús, ¡lo que necesitamos es
jugar a las cartas!». Tras decir esto, la señora dio un golpe en la
mesa y un silencio sepulcral se abatió sobre todos los presentes
en la sala. Se vieron expresiones de incredulidad mientras que­
daban suspendidas en el aire las manos que estaban barajando
la siguiente carta. Además de las caras de sorpresa, la gente
aplaudía con la mirada, como diciendo que aquella señora ha­
bía expresado lo que todos pensaban.
La semana anterior, cuando se hizo público que yo iba a
secuestrar los salones de la parroquia todos los lunes duran­
te diez semanas para albergar un programa de evangelización
llamado «el Curso Alpha», el clamor popular fue tan grande
que se convocó una reunión de emergencia del consejo parro­
quial. A pesar de los consejos recibidos para que me echara
atrás, yo, un sacerdote de 31 años encargado de pastorear mi
primera parroquia, seguí adelante testarudamente. No había
otra opción. Lo que no sabía era que aquella sería la primera
de muchas partidas en las que tendría que batirme contra los
juegos de naipes a lo largo de los diez años siguientes de mi
sacerdocio.
Dios bendijo nuestra parroquia inmensamente en aquellos
primeros intentos de realizar Alpha y alcanzar a los alejados
de nuestra comunidad. En el transcurso de un año, aquella
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XII
presentación
pequeña parroquia llegaría a acoger en sus salones, duran­
te las noches de los lunes, a grupos de más de cien personas
para escuchar la presentación del mensaje del Evangelio junto
con una invitación a responder. Muchas vidas estaban siendo
transformadas. Los tibios se encendían y gente que había esta­
do alejada de la Iglesia se encontraba con Jesús de una manera
poderosa, experimentando al Espíritu Santo y regresando a
la comunidad de fe. La gran confrontación contra los naipes
había merecido la pena.
Aunque habíamos ofrecido al grupo del club de cartas la
prioridad para que eligiera cualquier día u hora de la semana
que no fueran las noches de los lunes, optaron por abandonar
los locales e irse a otro sitio. No pocos se sorprendieron; a fin
de cuentas, el club de cartas llevaba existiendo desde el siglo
xiv, e incluía a algunos de sus miembros originales (o, por
lo menos, eso era lo que parecía). El misterio por el que no
podían cambiarse a otra noche se resolvió un año más tarde.
Durante mi segundo verano en aquella parroquia, se me
asignó una segunda más pequeña, la cual se encontraba a unos
doce kilómetros de allí. Era una iglesia en declive cuya asisten­
cia decaía. No tenía actividad pastoral y en ella no había más
que los ministerios litúrgicos y unos pocos miembros genero­
sos que cuidaban los edificios. Apenas llegaban a final de mes
gracias a que cedían los salones parroquiales para cenas de su
localidad. Mi primera tarea fue poner en marcha un progra­
ma de catequesis. Para ello, tenía que meter sentados en una
clase a treinta niños de cinco a dieciséis años en un minúsculo
y saturado espacio mientras me las arreglaba para encontrar
cada semana a alguna baby-sitter/catequista que los atendiera.
Queríamos poner a los niños de noveno curso en adelante en
un club para ellos solos y hacer del mismo una experiencia
más parecida a un grupo juvenil que a una clase. La única
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PRESENTACIÓN
XIII
noche posible era la de los martes y resultaba ser la noche en la
que se daba cita el grupo que jugaba a los naipes… que estaba
formado justo por la misma gente que había desalojado de las
noches de los lunes en la otra parroquia. El misterio se había
resuelto: la razón por la que no podían cambiar la noche de su
partida, ¡era porque jugaban a las cartas en un lugar diferente
cada día de la semana!
Entre 2004 y 2010 fui párroco de una parroquia relati­
vamente próspera, en la zona más rica de la ciudad. Tradi­
cionalmente, había sido la joya de la corona de la diócesis y
siempre había acogido al vicario general de la archidiócesis y
un grupo de coadjutores. Hasta hace muy poco, todavía era
vista por los sacerdotes que llegaban a la edad de prejubilación
como el lugar al que ser destinado antes de colgar las botas.
Como consecuencia, nada nuevo había pasado en aquel lugar
durante treinta años. Los edificios se estaban desmoronando a
causa de la falta de mantenimiento y la iglesia de piedras vivas
—los fieles de la parroquia— no estaba en una forma mucho
mejor. No había formación de adultos en la fe ni se había de­
sarrollado ningún liderazgo. En gran medida estaba viviendo
de las rentas del pasado. La única cosa por la que se salvaba
era que no tenía clubes de naipes. Pero, eso sí, había Lobatos,
Scouts y Rangers 1, los cuales usaban nuestro edificio cuatro
noches por semana desde hacía ya treinta años.
Una vez más, comenzaron una serie de conversaciones con
los grupos de la ciudad que estaban usando nuestros edificios
gratis para ver si, al menos, podíamos conseguir una noche en
la que pudiéramos utilizar nuestros salones para hacer Alpha.
En los seis años que estuve allí, pudimos recuperar el control
de nuestros edificios y continuamos llevando a cabo una doce­
1 N. del T.: Diferentes grupos de edad y niveles de los Boys Scouts.
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XIV
presentación
na de programas de formación en la fe semanales que, en cada
ocasión, albergaban grupos de setenta a ochenta personas.
No hace falta decir que esta aletargada parroquia comenzó
a despertar y empezaron a suceder cosas sorprendentes.
En 2005, un año después de que me mudara a esta nueva
parroquia, de nuevo se me asignó una segunda. Aquella pa­
rroquia, sita a un kilómetro y medio de distancia, se podría
describir exactamente de la misma manera que la otra, con la
excepción de que el 90% de sus instalaciones habían sido al­
quiladas a un colegio de varones y, además, albergaba una liga
de baloncesto de la ciudad, la cual no tenía ninguna conexión
con la parroquia, aparte del hecho de que uno de sus equipos
jugaba bajo el nombre de la misma. Adivinen por quién estaba
celosamente guardado el poco espacio que no usaban estos
grupos: dos clubes sociales de juego de naipes.
Finalmente, me mudé a la que es mi actual parroquia,
San Benedicto, tres meses después de la construcción de sus
flamantes y modernas instalaciones. Esta parroquia se formó
mediante la integración de tres parroquias que existían pre­
viamente y los fieles —algunos a gusto y otros a disgusto—
acababan de mudarse bajo el mismo techo por lo que llevaban
juntos apenas unos meses. Yo iba a tomar posesión como pá­
rroco antes de que comenzara el primer «año ministerial».
«Fantástico» —pensé— «un comienzo desde cero. Sin gru­
pos de la ciudad que usen nuestros edificios. Montones de
espacio para iniciar programas de evangelización y formación
de adultos en la fe de manera que podamos construir una igle­
sia de piedras vivas que se acomoden en la hermosa estructura
física».
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PRESENTACIÓN
XV
Para mi horror, en menos de una semana me di cuenta de
que se habían hecho promesas de palabra a asociaciones de la
ciudad para que usaran nuestro espacio disponible. Tenía que
moverme con celeridad. Intentamos llegar a acuerdos y posi­
bilitar todo, pero no pudimos. Aunque no fuéramos a lanzar
ninguna iniciativa en los cuatro meses siguientes y nos dis­
pusiéramos a usar aquel tiempo para prepararnos, los Scouts
necesitaban un compromiso a largo plazo de nuestra parte,
así que decidieron irse a otro sitio. El otro grupo era... un
club social de juego de naipes muy grande. Llegamos a una
solución de compromiso. Compartiríamos el espacio hasta di­
ciembre, pero en enero (cuando lanzáramos el curso Alpha en
San Benedicto) tendrían que mudarse a otro horario u otra
localización. La primera vez que nos reunimos para compartir
el espacio, nos aguardaban unas cuantas sorpresas.
La primera era que ciento sesenta personas dieron un paso
al frente para ser entrenadas como líderes para Alpha. La se­
gunda fue que, cuando puse el pie en los salones, fui recibido
con miradas airadas de jugadores de cartas de entre 60 y 80
años, muchos de los cuales eran las mismas personas que ha­
bía desahuciado de aquella pequeña parroquia rural diez años
antes.
En los capítulos siguientes, postularé que mucha de la con­
fusión que reina en nuestra Iglesia hoy día, incluyendo aquella
acerca del propósito de nuestros edificios, tiene su raíz en una
crisis de identidad. Somos una Iglesia esencialmente misio­
nera. Pondré las bases de un fundamento teológico para esta
identidad proponiendo un modelo para una vida parroquial
renovada. Ruego a Dios que los líderes eclesiales y todo aquel
a quien le importe el futuro de nuestra Iglesia encuentren en
estas líneas una hoja de ruta para el proceso de una Renova­
ción Divina de esta Iglesia que tanto amamos.
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