TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO ANTONIO GUTIÉRREZ RESA (ED.) Reservados todos los derechos. «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)». © Ediciones Académicas, S.A. Bascuñuelos, 13-P. 28021-Madrid ISBN: 978-84-92477-94-4 Depósito legal: M-24108-2013 Impreso por: Campillo Nevado, S.A Antonio González Porras, 35-37 28019 MADRID Impreso en España / Printed in Spain Índice Tema 1 La lucha contra la pobreza en el origen del Trabajo Social Objetivos ........................................................................................ Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. Discursos de lucha contra la pobreza................... 1.1. Voces con impacto: de Malthus a Simmel................................ 1.2. De la pobreza a la exclusión social........................................... 1.3. De la teoría a la investigación sociológica aplicada: la Fundación FOESSA.............................................................. 2. Cuando los debates en torno a la pobreza se hacen realidad ................................................................ 3. Agentes protagonistas de la intervención social........................................................................................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 23 23 24 26 27 32 37 38 44 50 50 50 50 51 Tema 2 La pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno Objetivos......................................................................................... 53 8 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Introducción................................................................................ Abreviaturas comunes .......................................................... 1. La pobreza como objeto de atención: definición, factores y mecanismos desencadenantes, cuantificación........................................................................ 1.1. En torno al concepto de pobreza.............................................. 1.2. Factores y mecanismos generadores de pobreza...................... 1.2.1. Factores coyunturales: los ejemplos de la inflación y las crisis de subsistencias............................................ 1.2.2. Factores estructurales: el ciclo de vida individual y familiar........................................................................ 1.2.3. Factores accidentales...................................................... 1.3. La cuantificación de la pobreza............................................... 2. El pobre como sujeto receptor: tipología, actitudes Y discursos públicos, legislación........ 2.1. Los pobres: su tipología........................................................... 2.2. Actitudes y discursos públicos sobre la pobreza...................... 2.3. La legislación sobre los pobres................................................ 2.3.1. Los estatutos municipales de reforma de la asistencia (1520-1540) y el edicto imperial de 1531...................... 2.3.2. La legislación reformista en España: Ley Tavera de 1540........................................................................... 2.3.3. La evolución y las nuevas orientaciones legislativas sobre los pobres. Trento, la Nueva Pragmática de 1565 y la legislación sobre vagabundos.................................. 3. De la caridad a la represión (trabajo, disciplina, corrección y encierro): la gestión de la pobreza........................................................................... 4. Los actores de la caridad: los estamentos, el Estado y la autoprotección popular................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía BÁSICA ................................................................. Bibliografía RECOMENDADA ................................................. 53 54 54 54 56 56 61 63 64 68 68 70 75 75 77 79 82 87 89 90 90 91 92 9 Índice Tema 3 De la caridad a la beneficencia Glosario DE CONCEPTOS............................................................ Objetivos......................................................................................... Introducción................................................................................ 1. De la cultura de la protección a la cultura de la previsión: Caridad, beneficencia, asistencia, acción social y estrategias de intervención social............................................................. 1.1. La herencia de la concepción de la pobreza en el siglo XVIII: trabajo, disciplina, corrección y encierro................................. 1.1.1. Los principios nuevos de utilidad y racionalidad........... 1.1.2. Las medidas legislativas de las luces.............................. 1.1.3. Las instituciones: hospicios y casas de expósitos.......... 1.1.4. El discutido efecto de la reclusión y la represión........... 1.2. El significado de la pobreza y la beneficencia en el liberalismo burgués.................................................................. 1.2.1. El itinerario de los conceptos: Caridad, filantropía, beneficencia, asistencia social y bienestar..................... 1.2.2. La teoría social de las capacidades y la plutocracia determina la visión de la pobreza y la beneficencia burguesa......................................................................... 1.3. Los valores liberales como trasfondo del concepto de pobreza..................................................................................... 1.3.1. La nueva cultura de la propiedad y su relación con la pobreza........................................................................... 1.3.2. El nuevo papel del trabajo en relación con la pobreza... 1.3.3. El valor de la vecindad y el domicilio como base de la beneficencia................................................................... 1.3.4. El valor de la educación inserto en el sistema benéfico. 1.3.5. El orden público, la autoridad local y la policía de pobres............................................................................. 1.3.6. El valor de la sanidad y la higiene consolidado desde la beneficencia................................................................ 1.3.7. La previsión, el ahorro y la moralidad de costumbres... 1.4. Las actitudes burguesas como trasfondo de la práctica de la beneficencia............................................................................. 1.4.1. Una válvula de seguridad para hacer sostenible el sistema socioeconómico................................................. 93 93 94 94 94 96 99 100 101 104 104 106 108 109 109 110 111 112 112 113 114 114 10 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO 1.4.2. Un recurso de control social para los dirigentes locales . .......................................................................... 1.4.3. Una cautela segregadora y un refuerzo ornamental del urbanismo burgués......................................................... 1.4.4. Un medio para crear espacios de control en la calle y la vida social................................................................... 1.4.5. Un medio para proteger la familia y el ciclo vital burgués........................................................................... El nuevo papel de la familia, la mujer y el matrimonio . La protección a la fecundidad y a la maternidad............ La protección a la infancia.............................................. El desamparo de la ancianidad....................................... 1.4.6. El nacimiento de los servicios municipales desde la beneficencia.................................................................... El embrión de los servicios municipales........................ El nacimiento de unos servicios provinciales para los ayuntamientos rurales..................................................... 2. Evolución legislativa e institucional de la acción social del Estado Liberal................................ 2.1. Evolución legislativa de la beneficencia liberal . ..................... 2.1.1. La propuesta de Cádiz hace un difuso encargo al ayuntamiento.................................................................. 2.1.2. La ofensiva municipalizadora y anticlerical de los radicales de 1822............................................................ 2.1.3. La contraofensiva moderada de 1849 privatiza y centraliza la beneficencia .............................................. 2.1.4. La desamortización de 1855 y el laicismo del Sexenio democrático.................................................................... 2.1.5. La legislación conservadora de la Restauración............. 2.2. La naturaleza y evolución de las instituciones benéficas y de los sujetos asistentes ................................................................ 2.2.1. Las instituciones de la beneficencia liberal.................... 2.2.2. Quiénes son y cómo evolucionan los sujetos asistentes.. Un balance estático de los actores asistenciales.............. El papel básico de la familia, verdadero soporte de la sostenibilidad general...................................................... El secundario papel de lo público en la historia benéfica española............................................................ La persistente presencia de la Iglesia.............................. Las iniciativas más particulares desde abajo................... 115 116 117 118 118 119 120 120 121 121 121 122 122 122 123 124 125 126 127 127 127 128 128 129 130 131 11 Índice na visión dinámica de los actores emergentes y U decadentes........................................................................ 3. Evolución de los sujetos receptores de atención/protección social: pobres, marginados, excluidos y trabajadores................... 3.1. Las diferentes definiciones y mediciones del pauperismo contemporáneo.......................................................................... 3.1.1. Una perspectiva colectiva del pauperismo desde los sistemas económicos...................................................... 3.1.2. De la cuantificación de los pobres a la comprensión de la pobreza como una amenaza cambiante para la mayor parte de la sociedad urbana................................. 3.1.3. Una aproximación sociológica y profesional a los pobres............................................................................. 3.2. Los factores de depauperización............................................... 3.2.1. La familia como neutralizador del impacto de la pobreza más que factor de pauperización...................... 3.2.2. La situación laboral y salarial de las familias pobres..... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. Conceptos claves....................................................................... 132 133 133 133 134 136 138 139 140 141 141 141 141 142 142 Tema 4 La cuestión y el nacimiento de la previsión social Objetivos......................................................................................... Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. Las nuevas formas de producción y la sociedad de masas: del pobre al trabajador. Los reformistas sociales superan la cultura de la protección con la cultura de la previsión........... 145 146 146 147 1.1. De la cultura individualista liberal a la cultura social reformista.................................................................................. 147 1.2. El reformismo social conquista un papel social para el Estado (1883-1936)............................................................................... 148 12 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO 1.3. El carácter revolucionario y la naturaleza pública de la previsión social.......................................................................... 149 2. De lo privado a lo público: La cuestión social, el nacimiento de la previsión y el reformismo social .......................................................................................... 150 2.1. La cuestión social durante la Restauración............................... 2.1.1. La solución católica pensaba que la beneficencia era más rentable que la previsión......................................... 2.1.2. La solución conservadora, ante la cuestión social, prefiere curar que prevenir............................................. 2.1.3. La solución de los liberales y krausistas se acerca a la previsión......................................................................... 2.1.4. La solución del sindicalismo socialista.......................... 2.2. Los destinatarios de la cuestión social y la previsión............... 2.2.1. Los factores de pauperización giran ahora en torno al trabajo......................................................................... 2.2.2. La nueva pobreza coincide con la vida cotidiana de un jornalero......................................................................... 2.2.3. Los empleados y obreros reclaman seguridad y previsión ........................................................................ 3. Evolución legislativa e institucional del reformismo social................................................................ 150 3.1. Evolución institucional durante la Restauración . .................... 3.1.1. La Comisión de Reformas Sociales (CRS): informada pero inoperante ante la cruda realidad obrera................ 3.1.2. La ley de asociaciones de 1887: la eclosión de obreros y frailes........................................................................... 3.1.3. Los jurados mixtos......................................................... 3.1.4. El Instituto de Reformas Sociales (IRS)......................... 3.2. Evolución legislativa del reformismo social ............................ 4. El movimiento obrero y las nuevas formas de solidaridad horizontal.................................................... 160 152 153 154 155 156 156 157 158 159 161 162 163 163 164 171 Resumen........................................................................................... 176 Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 178 178 178 178 13 Índice Tema 5 El Estado social Objetivos......................................................................................... Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. La intervención legislativa del Estado. La familia obrera como objeto de la acción social. La Administración social: previsión social y seguros sociales................................................................... 2. El catolicismo social. La Doctrina social de la Iglesia católica. Proletariado y sindicatos católicos. Instituciones benéficas. La formación moral............................................................ 3. De la beneficencia generalista a la intervención especializada. Mujeres, infancia, ancianos. Normalidad y “desviación social” (locos, lisiados, prostitutas, huérfanos, transeúntes, etc.)................................................................. 4. El movimiento de la reforma social. El higienismo. El socialismo jurídico. Cooperativismo. Ampliación del objeto de la acción social: ciudadanía social. Servicios de educación y salud: hacia el bienestar social.................................................................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 179 180 180 181 188 192 195 204 205 205 205 205 Tema 6 Hacia la profesionalización del Trabajo social. Una profesión con rostro de mujer Objetivos......................................................................................... 207 Glosario de conceptos............................................................ 207 Introducción................................................................................ 208 14 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO 1. El Trabajo Social tiene nombre de mujer: sus pioneras.............................................................................. 1.1. Octavia Hill............................................................................... 1.2. Mary Ellen Richmond............................................................... 1.3. Laura Jane Addams................................................................... 1.4. Dorotea Lynde Dix.................................................................... 1.5. Concepción Arenal.................................................................... 1.6. Josephine Shaw Lowell............................................................. 1.7. Beatrice Potter Webb................................................................. 1.8. Alice Salomon .......................................................................... 1.9. Edith Abbott.............................................................................. 1.10. Grace Abbott........................................................................... 1.11. Jessie Taft................................................................................ 1.12. Virginia Robinson................................................................... 1.13. Florence Hollis........................................................................ 1.14. Saul Alinsky............................................................................ 2. El Trabajo social como profesión femenina......... 2.1. Continuidad de las manifestaciones de ayuda mujer-mujer...... 3. De la visitadora domiciliaria a la asistente social........................................................................................... 4. Los centros de formación reglada de profesionales: De la COS a las Escuelas de Asistentes sociales en España....................................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 208 210 211 213 216 216 217 218 218 220 221 221 222 222 222 223 227 230 234 240 241 241 241 241 Tema 7 Antecedentes, inicio y evolución del Trabajo Social en España (finales del siglo XIX-1975) Objetivos......................................................................................... Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. Configurando el marco de acción y la profesión (finales del siglo XIX- 1931)........................ 243 243 243 246 15 Índice 2. Primer intento de institucionalización y ruptura de la posible evolución (1931- 1939)........... 3. Buscando el reconocimiento social (1939- 1959)..... 4. Institucionalización del Trabajo Social: Dificultades y logros (1959- 1975)................................... Resumen........................................................................................... Textos/Referencias a consultar por el alumno (Actividad)............................................................................................ Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 248 250 253 261 263 263 263 Tema 8 El Trabajo Social en España. Una profesión para la democracia (1975-2009) Objetivos......................................................................................... Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. El Trabajo Social en crisis. Buscando alternativas (1975-1981)........................................................ 2. Crecimiento y consolidación (1991-1990).................... 3. La crisis de la madurez (1990-2005)................................ 4. Afrontando tiempos difíciles (2005-2009).................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 265 265 265 266 271 277 283 288 289 289 289 289 Tema 9 Aplicación de valores en el Trabajo Social Objetivos......................................................................................... Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. Los valores y su aplicación en el Trabajo Social Comunitario.............................................................. 291 291 292 292 16 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO 2. La solidaridad del Plan CCB. Trabajo Social y servicios Sociales Comunitarios para pobres. (años 60)....................................................................................... 3. Valores tradicionales del trabajo social/ servicios sociales del plan concertado................. 4. Valores postmaterialistas a Doce años del Plan Concertado. (año 2000)............................................. 5. Cambio de rumbo en los valores del trabajo social comunitario: valores de cambio, permanentes y emergentes............................................ Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 296 299 305 311 319 320 320 320 320 Tema 10 El Trabajo Social y los relatos contemporáneos Objetivos ........................................................................................ Glosario de conceptos............................................................ Introducción................................................................................ 1. Objetividad científica, solidaridad e igualdad social........................................................................................... 2. Trabajo Social, literatura y sociedad .................... 3. Ontología del mercadillo: SOCIOLOGÍA de la vida diaria.................................................................... 4. Curiosidad por otros relatos y otros esfuerzos................................................................................... 5. El Trabajo Social en el contexto actual: en el fragor de lo cotidiano......................................... Resumen........................................................................................... Texto/Referencia a consultar por el alumno . ........ Actividad .......................................................................................... Bibliografía básica................................................................... Bibliografía recomendada.................................................. 321 321 322 323 327 331 336 342 347 348 348 348 348 Introducción Antonio Gutiérrez Resa Cualquier alumno que se matricule en el primer curso del grado de Trabajo Social de la UNED, se preguntará por el contenido y dificultad de Trabajo Social: Orígenes y Desarrollo. Hemos de saber que se trata de una materia que figura en el primer cuatrimestre como obligatoria, con cinco créditos. Adelantamos que el libro que tiene en sus manos responde al reto de explicar cómo surge el Trabajo Social en España además de analizar de qué problemas se ha ocupado, quienes han sido los usuarios, sobre el reconocimiento social obtenido y los retos de futuro que se le plantean al Trabajo Social en la actualidad. Un recorrido por los orígenes y el desarrollo de lo que hoy definimos como una profesión y una disciplina como es el Trabajo Social. La dificultad que ofrece el texto para entender el contenido y rendir cuenta del mismo mediante la evaluación correspondiente, consideramos que es aceptable. Queremos decir que el alumno no ha de tener especiales dificultades para superar la materia si muestra interés y dedicación. Por eso mismo animamos desde esta introducción a los alumnos, para que dispongan de buen ánimo al estudiar estas páginas y lleguen así a cumplir los objetivos señalados. En el índice figuran diez temas. En el primer tema nos ocupamos de La lucha contra la pobreza en el origen del Trabajo Social es porque ha sido una de las principales preocupaciones de la profesión desde sus inicios, dando respuesta a las necesidades sociales… y promocionando el cambio en un naciente espacio social por colonizar, reparando fracturas sociales, y sin límites precisos. 18 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO El recorrido es longitudinal para poder enmarcar con mayor nitidez todas las cuestiones que van a ir desarrollándose en el resto de apartados. Se pasa revista a las voces críticas de la pobreza, entendida como un proceso dinámico, y a los protagonistas de la intervención social. La segunda parte, en cambio, explica las formas que presenta la pobreza, el pobre como sujeto receptor y el tratamiento de la misma mediante la caridad a lo largo del mundo medieval y moderno. Conviene recordar que ya Don Miguel de Unamuno en “vida de Don Quijote y sancho” según Miguel de Cervantes Saavedra, considera como un delito: “El delito hoy, el verdadero delito, es ser pobre; aquellas de nuestras sociedades que se dicen más adelantadas y cultas distínguense por su odio a la pobreza y a los pobres; nada hay más triste que el ejercicio de la beneficencia. Diríamos que se quiere suprimir a los pobres, no la pobreza; exterminarlos, como si se tratase de exterminar una plaga de animales dañinos. Se trata de acabar con la pobreza, no por amor al pobre, sino para que su presencia no nos recuerde el terrible término”. El segundo tema La pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno, explica los factores/mecanismos generadores de pobreza: coyunturales, estructurales y accidentales. Se intenta cuantificar la pobreza y se relatan las tipologías de pobres. También se explican las actitudes/ discursos públicos sobre la pobreza y el paso de la caridad a la represión. El tercer tema De la caridad a la beneficencia (Estado liberal), expone que la pobreza del siglo XVIII es un fracaso. Por eso se aborda desde el trabajo, la radicación, la vecindad, la producción y la utilidad. La pobreza se asocia a delito (reclusión) y la asistencia a condena (trabajo). En otras palabras, tiene lugar un anticipo del planteamiento liberal del S. XIX. Se reprime la vagancia y se considera la práctica de la beneficencia como una actitud burguesa. Revisamos algunos cambios en la legislación/instituciones de la acción social del Estado Liberal, la evolución de los sujetos receptores de la atención/protección social y los factores de la pauperización. El cuarto tema sobre La cuestión social y el nacimiento de la previsión social, muestra el complejo paso del Antiguo al Nuevo Régimen en materia de asistencia social, y se hace ver el tránsito de la protección de necesidades irremediables a la previsión pública y secular a cargo del protagonismo estatal (naciente Estado social) que finalizará en el Estado de bienestar. Se busca la solución colectiva y pública a la cuestión social y la generación de diversos servicios para la clase trabajadora. Hacemos una síntesis de la evolución legislativa del reformismo social y cómo tratan de frenar el movimiento obrero y las nuevas formas de solidaridad horizontal. En el quinto tema sobre El Estado social explicamos que el Estado es la institución política que sirve de marco contemporáneo al Trabajo Social, INTRODUCCIÓN 19 llegándose a precisar históricamente lo que significó el “Estado Social” desde sus orígenes en el “Estado de bienestar social” de tradición alemana. La aparición del Estado cambia las condiciones sociales; Ortega plantea la rebelión de las masas por la desmoralización en Europa y el Catolicismo Social es la preocupación de los católicos por el problema obrero. En cambio, el Reformismo Social significó la compleja respuesta de una sociedad en cambio en toda Europa con la Revolución Industrial. El sexto tema La profesionalización del Trabajo Social. Una profesión con rostro de mujer, sitúa el Trabajo Social en el contexto de la revolución inglesa y la revolución sociopolítica francesa a finales del siglo XVIII. Se hacen ver las exigencias de nuevas formas de intervenir socialmente, como es el caso de las funciones de la trabajadora social. A finales del siglo XIX se sitúa el inicio del Trabajo Social como profesión con rostro de mujer. El espacio entre 1850-1950 se corresponde con la época de la mundialización de la historia humana. Se va globalizando todo. La diversidad unida por la sintonía común de algunas revoluciones fundamentales: pacifismo, feminismo, sindicalismo, interés educativo, salud de todos y movimientos migratorios… transportan la diversidad a ambos lados del Atlántico hasta el siglo XXI. Las pioneras del trabajo social participan de estas circunstancias. El séptimo tema sobre Antecedentes, inicio y evolución del Trabajo Social en España (finales del S. XIX-1975 explica la respuesta que da el Trabajo Social a los problemas planteados de la época, no dejando de lado las ataduras a las que se vio sometido. De este modo tendremos ocasión de conocer los inicios de su reconocimiento social, sin olvidar la realidad de nuestro país, su desarrollo y evolución. Se explica cómo la necesidad de racionalizar la ayuda dará origen al Trabajo Social que tendrá que compatibilizar las reivindicaciones sociales y el control de las mismas para no poner en entredicho el sistema. Se analiza el lento caminar del Trabajo social, sobre todo como profesión, en una España que pasa de la crisis del sistema de la Restauración al fracaso de la Dictadura de Primo de Rivera y a la proclamación de la II República (1931) tan sólo en dos décadas. El proceso modernizador que se había iniciado se interrumpe con el golpe de estado militar de 1936 y la derrota definitiva de la República en 1939. Finalmente, se describe cómo entre 1939-1975 se produce el reconocimiento oficial y el desarrollo del Trabajo Social en España. El octavo tema El Trabajo Social en España: Una profesión para la democracia (1975-2009) relata el devenir del Trabajo Social hasta casi la actualidad. Se expone el cambio de nomenclatura en la profesión y cómo los asistentes sociales pasan a denominarse trabajadores sociales. Un cambio significativo que se mostrará paralelo al crecimiento y consolidación de la profesión. Ya en la actualidad, la segunda parte del capítulo plantea los 20 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO nuevos retos que se le plantean al Trabajo Social, junto al inicio de los nuevos Grados en Trabajo Social. En el noveno tema, Aplicación de valores en Trabajo Social, se hace un recorrido del desarrollo del Trabajo Social Comunitario a través de la aplicación de valores en los Servicios Sociales Comunitarios. Explicamos, desde los años 1960 cómo el Trabajo Social Comunitario adquiere identidad, haciéndose más tarde visible a través de los Servicios sociales Comunitarios del plan Concertado (1988). De este modo tenemos ocasión de comprobar cómo el Trabajo Social ha desarrollado y aplicado un conjunto de valores acordes con los intereses de los ciudadanos. La aplicación de valores se ha realizado a través del sistema de Servicios Sociales Comunitarios que inicia el plan Concertado. En la actualidad, el Trabajo Social se plantea el reto de cómo lograr una mayor identidad, aplicando valores propios de la profesión y disciplina en plena transformación del Estado de Bienestar. El décimo y último tema, el Trabajo Social y los relatos contemporáneos, muestra el interés que pueden tener los textos de la novela actual, para una mayor reflexión y desarrollo del Trabajo Social en la actualidad. Explicamos que en el caso de la literatura actual se logra la propagación de los derechos del hombre con nuevos relatos, con nuevas formas de solidaridad. Derechos del hombre que han sido y siguen siendo valores defendidos por el Trabajo Social. Hacemos una breve descripción de cómo los relatos también los podemos escuchar en escenarios cotidianos como los mercadillos de los barrios, teniendo ocasión de saber sobre los matices del sufrimiento y de los esfuerzos de la gente para salir adelante. Por último, analizamos lo que denominamos fragor de lo cotidiano: espectro de tensión, lucha y combate en el que nos movemos actualmente los seres humanos y la mayoría de los usuarios que acuden a los profesionales del Trabajo Social. Agradecemos a los autores el esfuerzo que han hecho por aceptar el plan de trabajo y las normas de un texto universitario destinado al alumnado del Grado de Trabajo Social en la UNED. Consideramos que los autores han elaborado unos contenidos con razonables niveles de exigencia, sistemáticos y claros. Estimamos que en el esfuerzo conjunto se han cumplido los objetivos propuestos en cada unos de los diez capítulos que compendia el presente texto. De este modo las páginas del libro que tienen en sus manos, además de servir para que el alumno pueda aprobar la asignatura, pueden ser ocasión para profundizar e investigar en los años venideros, sobre todo aquello que queda dicho o sugerido. Reiteramos a los autores nuestro agradecimiento y al alumnado deseos de aprovechamiento y éxito. Finalmente, indicamos que el texto incorpora un DVD cuyo relato y síntesis-esquema puede facilitar el estudio de la asignatura. INTRODUCCIÓN ANAUT BRAVO, Sagrario [email protected] Departamento de Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra BREZMES NIETO, Milagros [email protected] Departamento de Trabajo y Trabajo Social de la Universidad de Salamanca CARASA SOTO, Pedro [email protected] Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Periodismo y Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Universidad de Valladolid GUTIÉRREZ RESA, Antonio [email protected] Departamento de Trabajo Social. Facultad de Derecho. UNED. Madrid MAZA ZORRILLA, Elena [email protected] Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Periodismo y Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Universidad de Valladolid MAURANDI GUIRADO, Remedios [email protected] Escuela Universitaria de Trabajo Social de la Universidad de Murcia MOLINA CANO, Jerónimo [email protected] Escuela Universitaria de Trabajo Social de la Universidad de Murcia SANTOLARIA SIERRA, Félix [email protected] Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Barcelona VILA LÓPEZ, Luis [email protected] Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad de Valencia 21 Tema 1 La lucha contra la pobreza en el origen del Trabajo Social Sagrario Anaut-Bravo 1. Discursos de lucha contra la pobreza 1.1. Voces con impacto: de Malthus a Simmel 1.2. De la pobreza a la exclusión social 1.3. De la teoría a la investigación sociológica aplicada: la Fundación FOESSA 2. Cuando los debates en torno a la pobreza se hacen realidad 3. Agentes protagonistas de la intervención social Objetivos Comprender que en el origen del Trabajo Social se encuentran realidades sociales complejas que suscitaron debates y conformaron discursos políticos. En concreto, la pobreza será el motor del desarrollo de profesionales como los asistentes sociales y el objetivo prioritario del Trabajo Social hasta hoy. Analizar el carácter dinámico, la complejidad y la multiplicación de formas que ha ido adquiriendo la pobreza en la historia. Resumir el papel desempeñado por los diferentes actores y agentes de la intervención social. Facilitar la reflexión sobre una profesión ligada a las relaciones humanas. Glosario de conceptos Pobreza, exclusión social, control social, asistencia social, agentes de intervención social, política social, Trabajo Social. 24 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Introducción La pregunta sobre qué es el Trabajo Social no solo nos remite a las respuestas que se han dado en los últimos sesenta años, cuando se ha constituido en profesión y disciplina, sino también a la historia. Una historia de hechos, procesos, personalidades, ideas, valores, etc., que nos ayudan a entender tanto el pasado como el presente. Aporta explicaciones a un presente no siempre descifrable en claves actuales. Como J. Aróstegui afirma, la historia “no es meramente el tiempo pasado de las cosas humanas, sino que es el cambio de las cosas humanas”1. El Trabajo Social “al igual que todo fenómeno o acontecimiento histórico, está incrustado en un sistema y contexto socio-histórico que le da significado y le condiciona, asignándole una herencia de la que le es difícil sustraerse”2. No se trata de hacer un planteamiento lineal sobre los orígenes y desarrollo del Trabajo Social, sino de rastrear en el pasado algunos hitos, problemáticas, situaciones y colectividades susceptibles de ayuda o atención, tipos de intervención desde iniciativas diversas, mecanismos de respuesta social e institucional, etc., que hablan de cambios y continuidades. Unas claves explicativas que han dejado su legado empírico como teórico en instituciones, estrategias y prácticas de actuación, y en el plano de legitimación y justificación de un modo de hacer y pensar que apuntan hacia la constitución del Trabajo Social como profesión y como disciplina. Existen estudios generales, regionales y locales sobre la historia de la Asistencia Social o del Trabajo Social. Quizá no tan sistemáticos ni tan completos como nos gustaría pero, a nuestro juicio, resultan de gran interés. Por citar solo algunos ejemplos, destacaremos los de J. Álvarez Junco (1990) y C. López Alonso (1988) sobre la acción social; los de F. Santolaria (1997, 2003), B. Gemerek (1989), P. Carasa (1987), D. Casado (1990), L. Montiel (1997) o S. Anaut sobre pobreza, marginación, caridad y asistencia3. Son más numerosas las monografías sobre instituciones que dan asilo como inclusas, misericordias, cárceles u hospitales. Sus aportaciones sobre su funcionamiento, organización, asistentes y asistidos han permitido reconstruir la evolución de una acción individual o social sobre determinados colectivos o Aróstegui, J. (2001): La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Madrid. Zamanillo, T. (1990): “Lo viejo se renueva. Un perfil del trabajador social actual”, en Documentación Social, nº 79. 3 Santolaria, F. (1997): Marginación y educación. Historia de la educación social en la España moderna y contemporánea, Edit. Ariel Educación, Barcelona; (2003): El gran debate de los pobres en el siglo XVI. Domingo de Soto y Juan de Robles, 1545, Ariel Historia, Madrid. Carasa, P. (1987), Pauperismo y revolución burguesa (Burgos, 1750-1900), Biblioteca de Castilla y León, Valladolid; Anaut Bravo, S. (2001), Luces y sombras de una ciudad. Los límites del Reformismo social y del higienismo en Pamplona, Ayuntamiento Pamplona-UPNA, Pamplona. 1 2 LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 25 grupos sociales. Asimismo, se cuenta con publicaciones sobre diferentes servicios y programas sociales en etapas previas a la configuración del Estado de Bienestar, sin olvidar las referidas al propio Estado de Bienestar, aunque su orientación sea más sociológica o político-económica que histórica4. La producción bibliográfica sobre todos estos y otros temas comenzó a proliferar a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta del siglo XX, cuando ya se contaba con un diseño más o menos claro del Estado de Bienestar en España y cuando la historia social encuentra espacio en el mundo académico español. Una historia social que incorpora la historia de la pobreza, de las instituciones hospitalarias, punitivas y benéficas, de la legislación social, laboral y socio-sanitaria, y la progresiva presencia e intervención de las autoridades político-administrativas en las vidas privadas, a unas líneas de investigación centradas en la organización social y el movimiento obrero. Como resultado de esta trayectoria historiográfica, podemos afirmar que resulta difícil concretar el momento en el que se hace realidad la profesión de asistente social/trabajador social en España. Lo cierto es que se ha ido delimitando de forma gradual, casi sin hacer ruido, sin dejarse notar. Ha seguido el ritmo de unas actividades que, en principio, tuvieron un impulso cristiano y humanitario hacia unas actividades más especializadas y profesionales. Ese paso requirió el surgimiento de grupos ocupacionales comprometidos en un trabajo y dedicados a unas problemáticas que se fueron concretando de forma paulatina. Este recorrido exigió, de igual forma, que los asistentes sociales demostraran que su labor no podía ser ejercida por cualquier persona de buena voluntad, como los reformadores sociales y visitadores voluntarios. Los esfuerzos realizados hasta el presente no han evitado que todavía sea un rasgo del Trabajo Social su indefinición o ambigüedad múltiple, posicional y funcional, como lo define Álvarez-Uría. Esta debilidad parece quedar mediatizada cuando se entiende que la trayectoria de la profesión ha girado en torno a la intervención como respuesta a las necesidades sociales, intentando servir a cada persona y a la sociedad y promocionando el cambio o la mejora humana a través de diversos mecanismos, entre los que se encuentran la cooperación y la ayuda mutua. De todo ello se desprende que el Trabajo Social nació en tierra de nadie, en el denominado espacio social. Ese espacio que no es ni política ni economía. Su intervención se dirigió a reparar las fracturas sociales sin alterar sus factores causales ni los modelos político-económicos imperantes. Es compren4 Como referencias: Rodríguez Ocaña, E., et al. (1985): “Los consultorios de lactantes y gotas de leche en España”, en Revista Jano, vol. 29, nº 663; Muñoz de Bustillo, R. (1989), Crisis y futuro del Estado de Bienestar, Alianza, Madrid; Carasa Soto, P. (1997), “La revolución nacional-asistencial durante el primer franquismo (1936-1940)”, en Historia Contemporánea, nº 16; Rodríguez Cabrero, G. (2004), El Estado de Bienestar en España: debates, desarrollo y retos, Edit. Fundamentos, Madrid. 26 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO sible entonces que en el origen de toda intervención social esté la pobreza y el carácter paliativo, temporal, exiguo e intermitente de toda acción social sin límites bien definidos, como se constatará a lo largo de este libro. 1. Discursos de lucha contra la pobreza En el origen y desarrollo de lo que hoy definimos como Trabajo Social se encuentra, como se ha indicado, la preocupación por la pobreza. Una pobreza cuyas formas e imágenes irán variando a lo largo de la historia, siguiendo el devenir político, económico, social y cultural del marco geopolítico en el que se desarrolla. Es así como aparecen diferencias y similitudes entre localidades, regiones y países a la hora de dar respuestas a las necesidades sociales que se van detectando y en el momento de formular explicaciones, tanto referidas a las situaciones de necesidad como a las propuestas de intervención. El interés por la pobreza, por sus causas, manifestaciones, efectos y dimensiones, se presenta como un continuum en la documentación política, religiosa, económica, médica, urbanística y académica. A medida que nos acercamos al siglo XX, la producción literaria al respecto ha ido en aumento al suscitar análisis desde nuevos enfoques. Trabajos de relevancia política como los de los médicos P.F. Monlau, A. Pulido, M. Tolosa Latour y F. Rubio Gali, o los de C. Arenal en el siglo XIX, responden a una larga tradición de humanistas, arbitristas y tratadistas de gran talla. En el siglo XVI han de mencionarse las figuras de J. L. Vives, D. de Soto, J. de Medina, M. de Giginta o C. Pérez de Herrera, representantes del humanismo y de la doctrina católica. En la siguiente centuria, sobresalieron los discursos de los arbitristas que, con su análisis parcial de la realidad, expusieron soluciones a corto, medio y largo plazo a las autoridades. Han de nombrase, al menos, a González de Cellorigo, Martínez de Mata, Álvarez Osorio, Sancho de Moncada y Fernández Navarrete. Su posicionamiento se desvinculará del discurso teológico y de la caridad cristiana, muy presente en el siglo anterior, para centrarse más en el análisis económico y financiero. En el siglo XVIII seguimos encontrando figuras señeras como Campomanes, Floridablanca o Jovellanos, quienes accedieron a altos cargos de la administración regia. Pero otro paso no menos importante fue el desarrollo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En ellas se agruparon arbitristas e ilustrados con la intención de hacer propuestas conjuntas a los gobernantes y de movilizar las conciencias en torno a la pobreza. En líneas generales, en los discursos de teólogos, tratadistas, políticos, responsables económicos y arbitristas/ilustrados se recogió una profunda preocupación por la pobreza como fenómeno multidimensional, pero muy LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 27 ligado a una concepción de un estado individual o familiar. A lo largo del siglo XIX se mantendrá este posicionamiento, si bien se entiende que se llega a ella por falta de trabajo. Los cambios profundos que se fueron viviendo a golpe de guerras, pronunciamientos militares, temporalidad de los gobiernos, competencia económica internacional y debilidad financiera, abrieron debates en torno a cuestiones como: — La responsabilidad de las administraciones públicas en materia laboral, de asistencia social y de higiene pública. — La definición de pobreza, miseria y pauperismo, y su relación con desviaciones sociomorales como la prostitución, delincuencia, locura, abandono y violencia. — Las enfermedades evitables, las enfermedades sociales y las desigualdades ante la muerte. En los siglos XIX y XX higienistas, reformistas, médicos, tratadistas, filósofos y primeros economistas y sociólogos analizarán, con preocupación, la complejidad, el carácter dinámico y la multiplicación de formas que va a ir adquiriendo la pobreza. Los esfuerzos se dirigirán a controlar, paliar, hacer retroceder e incluso erradicar esa pobreza. Para ello, se fueron poniendo en marcha políticas intervencionistas y reformistas en lo social, centradas en las situaciones más urgentes y en mejorar la vida de las clases más vulnerables, a la vez que “peligrosas”. Estas políticas, no siempre coordinadas, contarán con el respaldo de los grupos de poder económico, social y religioso, por cuanto entendían que velaban por el bien común y se encaminaban a lograr la paz social rota por el proceso industrializador. Estos pasos paulatinos nos adentrarán en la necesidad de profesionalizar la atención e intervención social directa como medio o recurso de control social. El Trabajo Social profesional, por tanto, no ha de ser un fenómeno aislado y abstracto, sino que está relacionado con las situaciones sociopolíticas en las que se implanta, con las inquietudes e interés de quienes lo potencian y lo lleva a cabo, así como con la delimitación de objetivos encaminados a dar respuesta a las necesidades sociales que surgen en cada momento histórico. 1.1. Voces con impacto: de Malthus a Simmel Hace ya unas décadas D. Casado afirmaba como “en las sociedades antiguas, la pobreza se revelaba como una situación de penuria extrema”, de modo que había que ofrecer ayuda para alcanzar la mera supervivencia; en las “sociedades modernas, en cambio, la pobreza es la sombra de la riqueza, 28 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO y en la actualidad viene a ser algo así como el negativo del desarrollo”5. La ayuda frente a la pobreza comienza a conformarse fuera de los cauces de apoyo informal en un contexto en el que no se cuestiona la existencia de ricos y pobres. La riqueza y la pobreza se consideraban estados connaturales a la sociedad. La doctrina cristiana dará protagonismo a quienes se encuentren en situación de pobreza, de tal manera que con la caridad se adquiere el derecho y el deber de socorrer, de amparar o ayudar al más débil. Pero este ordenamiento ricos-pobres no cuestionaba el orden socioeconómico establecido en tanto se fueran creando diferentes cauces de ayuda en forma de instituciones y de ayudas en dinero o especie. Había propiciado una interdependencia que daba la impresión de alcanzar los resultados esperados, aunque también la aparición de voces críticas como las de R. Malthus, A. Smith o D. Ricardo en el siglo XVIII, y como J. Bentham, A. de Tocqueville, H. Spencer o K. Marx en el siglo XIX. Pensadores como los enumerados comparten la idea de que la ayuda a la población pobre era inútil, por cuanto la pobreza resultaba inevitable e incluso conveniente. Según R. Malthus, las leyes de la naturaleza exigían no ayudar a quienes no tenían posibilidad de salir de su pobreza, por la escasez de los recursos disponibles. Se comenzaba a diseñar una nueva relación entre clases sociales que se asentará sobre la competencia, un referente ideológico básico en el nuevo orden industrial liberal. En este sentido, A. Smith o D. Ricardo, entre otros, formularon argumentos bastante sólidos como la conocida “ley de bronce del salario”, según la cual los salarios tienden, de forma natural, hacia un nivel mínimo capaz de cubrir solo las necesidades más básicas de subsistencia. Cualquier incremento en los salarios sobre este nivel animaría el crecimiento de la población, aumentando así la competencia por obtener un empleo y llevando a la reducción de nuevo de los salarios a ese mínimo. Las leyes naturales, como se desprende del pensamiento de estos ilustrados, serán las encargadas de poner en marcha mecanismos reguladores que conduzcan al equilibrio, la estabilidad y el progreso, entre los que se apuntaban la pobreza, el hambre, la enfermedad y la muerte. Casi un siglo más tarde, encontramos el discurso de H. Spencer. Para él la pobreza se produce por una menor capacidad inherente de cada individuo y una limitada adaptación por parte de ciertos sujetos. Es decir, la responsabilidad de la pobreza es del individuo y las posibilidades de supervivencia se concentran en los mejores, no en la totalidad de la sociedad. De esta forma, la pobreza carece de justificación moral y religiosa, liberando de toda responsabilidad de ayuda o socorro a los poderosos y a los responsables políticos, así como de intervenir para paliar los desajustes que habían conducido a las situaciones de pobreza. Casado, D. (1970): Introducción a la sociología de la pobreza, FOESSA, Madrid. 5 LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 29 La filosofía de los derechos naturales convivirá durante décadas con el liberalismo del siglo XIX, si bien se irán distanciando sus postulados. Una de las figuras centrales en ese proceso de transición fue J. Bentham. Estaba convencido de que el derecho debe tender a una distribución comparativamente equitativa de la propiedad o, al menos, no debe crear desigualdades arbitrarias. Es así como la legislación, no la costumbre, tenía que tratar de lograr un equilibrio funcional entre la seguridad y la igualdad, y el legislador debía “fabricar el tejido de la felicidad a través de la razón y el derecho”. Alcanzar el principio de “la mayor felicidad del mayor número” implicaba la búsqueda de orden y eficacia desde la razón, no desde sentimientos humanitarios, así como aceptar como premisas que “un hombre vale lo mismo que cualquier otro hombre” y cada persona “debe contar por uno y nadie por más que uno”. La apuesta por la individualidad del pensamiento liberal trasladaba la culpabilidad de la situación vivida a cada individuo. J. Stuart Mill introducirá la idea de que la conciencia de la sociedad y el sentido de la conducta individual están, en cierto sentido, socializadas6. El mismo se cuestiona si no hay medios para combatir la pobreza y los bajos salarios, y si solo se puede demostrar desde la economía política que no se puede hacer nada. K. Marx propondrá como alternativa construir una nueva sociedad sin pobres, sin clases, tras la supresión de las estructuras liberal-capitalistas que estaban conduciendo la sociedad hacia su progresiva pauperización. Como sus coetáneos, K. Marx consideraba inevitable la pobreza dentro del orden social establecido, pero rechazaba que fuera el orden natural de la sociedad. Un orden que se alimentaba a través de las diferentes formas de ayuda concedidas a los pobres y de un sistema de producción que permite a una clase social monopolizar los medios de producción y establecer una división del trabajo desigual. Por eso, Marx plantea la revolución social que destierre definitivamente las raíces de la explotación y la desigualdad social, al socializar la producción e identificar al hombre con el ciudadano. El pauperismo ocupará un lugar central en la obra de K. Marx. Una de sus aportaciones se centra en la reflexión sobre las causas de la pobreza, diferenciando entre el pobre tradicional o sin trabajo, y el pobre industrial o pobre emergente de la revolución industrial que, teniendo trabajo, vive en una situación de pobreza por la “sobrepoblación obrera”, la cual facilita contar con un “ejército de reserva a disposición del capital”, proveedor de unos salarios de mera supervivencia. Diferencia, además, entre trabajadores industriales ocupados y desocupados. Estos últimos formarían el ejército de reserva compuesto por los excedentes del sector agrario, trabajadores irregulares o a domicilio, y por aquellos trabajadores que expulsa temporalmente el sistema Sabine, G. (1994): Historia de la teoría política, F.C.E., México. 6 30 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO productivo industrial. Para Marx esta población es una necesidad económica y una realidad social que “está al margen, pero en ningún caso fuera del modo de producción capitalista; pertenece al capital”. Es decir, esta sobrepoblación obrera es un “discontinuo del sistema productivo cuya subsistencia no está garantizada por una relación de intercambio salarial sino por distintos recursos, como los subsidios aportados por la colectividad”7. Por debajo de estas capas en situación de pobreza, estima que se encuentran prostitutas, criminales y vagabundos, junto a viudas, huérfanos, personas con discapacidad, fracasadas o inadaptadas, de manera que este pauperismo es, para Marx, “el hospicio de inválidos del ejército obrero activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva”. Así es como una parte importante de la población pasaba a una situación vulnerable y desvalorizada como consecuencia de un exceso de mano de obra desempleada que instaura la rivalidad entre asalariados. Si bien el pensamiento de Marx reconoce que las causas de la pauperización progresiva de la sociedad están en la acumulación capitalista basada en la desigualdad de la propiedad y de la explotación ilimitada de la clase obrera por los propietarios de los medios de producción, deja sin resolver sus efectos a largo plazo. Entre ellos destacaremos la dependencia creciente de los poderes públicos por parte de la población pobre, aceptando aquellos la obligación de ayudarlos en nombre de la democracia y la ciudadanía. Con un menor alcance en la historia de la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX que el pensamiento elaborado por K. Marx y F. Engels, pero no por ello menos importante en el tema que nos ocupa, destacamos el trabajo titulado Memoria sobre el pauperismo de A. de Tocqueville (1835). Puede considerarse un primer intento de formulación de la cuestión social que plantea la pobreza. No le interesó tanto cuestionar los malos hábitos y costumbres de la población indigente (suciedad, hacinamiento, alcoholismo, violencia, incultura y analfabetismo, entre otros) para explicar la necesidad de intervenir concediendo ayudas ligadas al ejercicio de la beneficencia y la moralidad, como indagar en las causas generales del fenómeno de la pobreza. Recurrió entonces a profundizar en la noción de la necesidad, concluyendo que las necesidades variarán en función del momento histórico y de cada sociedad. Percibe que en las primeras décadas del siglo XIX se desarrollan de forma simultánea la riqueza y la pobreza. La distancia entre ambas hablará del nivel de desarrollo de esa sociedad. En otras palabras, la miseria quedaba vinculada inevitablemente al proceso de civilización que condena a una parte de sus miembros a una situación de inferioridad y dependencia y que corre el riesgo de cuestionar la idea de democracia. Subestima, por tanto, la lógica econó Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid. 7 LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 31 mica de la reproducción de las desigualdades, para aportar como idea central que la pobreza no existe como tal, sino respecto a un estado de una sociedad considerada como un todo. Estas ideas le llevan a identificar a los pobres con aquellas personas que reciben asistencia, apoyo de sus semejantes, e incluso, viven a sus expensas, porque no tienen trabajo, ni ingresos ni pueden recibir ayuda de su entorno. Esta nueva forma de pobreza identificada por Tocqueville se identifica con el estatus social de asistido. Encontramos más desarrolladas algunas de estas ideas en la obra de G. Simmel, casi un siglo más tarde. Para Simmel, lo más terrible de la pobreza es ser pobre y nada más que pobre. A partir del momento en que la colectividad se hace cargo del pobre, éste solo podrá alcanzar el estatus social de asistido, puesto que la asistencia llega a alterar la identidad de la persona asistida y le confiere un estigma que marcará todas sus relaciones con el resto de miembros de la sociedad. Los pobres solo pueden acceder a un estatus social que los desvaloriza, descalifica, en la medida que la sociedad combate la pobreza por definirla como intolerable. Como él mismo afirma, el grupo de pobres no permanece unido por la interacción entre sus miembros, sino por la actitud colectiva que la sociedad adopta frente a él. Este análisis posibilita hablar de pobreza institucional u oficial como una dimensión de la pobreza que es medible y reconocible. Sin embargo, existe otra pobreza no declarada, temerosa de su deshonor o reacia a entrar en unos cauces que limitan. La pobreza queda identificada como una construcción social. En su opinión, la asistencia tiene una función de regulación del sistema social en su conjunto, ya que los pobres siguen siendo miembros de pleno derecho de la sociedad en la que se encuentran. Es decir, los pobres están dentro de la sociedad, no fuera, y ligados a los objetivos de esa sociedad por su propia situación de dependencia respecto de la colectividad. A pesar de su crítica a la beneficencia y la filantropía privada y pública, Simmel entiende que son un medio para conseguir la cohesión social y garantizar el vínculo social y la autoprotección de la misma sociedad. El Estado asume la obligación de auxiliar a los pobres, pero ello no se traduce en un derecho para los pobres. Están en disposición de recibir asistencia, no de reivindicarla. Para compensar los fallos en la protección social de la solidaridad familiar, el Estado se hace social. La pobreza pasa a ser, de esta forma, un asunto familiar y una cuestión de Estado. Se traspasa la atención de la pobreza desde el ámbito privado (familia y asistencia privada) al Estado que establece leyes sociales y determinados modos de intervención social. La interdependencia que se mantiene entonces entre los pobres y el resto de la sociedad se vuelve más compleja. 32 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Las reflexiones sobre la pobreza que se han recogido hasta aquí son una muestra representativa del interés suscitado por ésta entre quienes miraron de otra forma la realidad social que les rodeaba. Descubrir, analizar y comprender la complejidad de la misma podía colaborar en la puesta en marcha de medidas encaminadas a su modificación e incluso erradicación. Tanto A. de Tocqueville como G. Simmel apuntan al ejercicio de la asistencia pública y privada hacia las personas pobres. Una atención que responderá a aquella finalidad determinada por quienes la provean y que va a requerir del concurso de una serie de personas implicadas que, en determinado momento, habrán de convertirse en profesionales. Será en ese momento también cuando se vaya atisbando, lo que décadas más tarde, supondrá la comprensión de la pobreza como un proceso y no como un estado. 1.2. De la pobreza a la exclusión social A lo largo del siglo XX han sido numerosos los estudios que han tratado el tema de la pobreza y sus implicaciones. Desde la economía y la estadística se ha medido su dimensión y su impacto en ámbitos como el laboral o el gasto social público. Desde la historia como desde la sociología el interés se ha centrado en la dimensión social de la pobreza, sus representaciones sociales, sus tipologías, así como sus relaciones con los modelos de asistencia y represión, con las instituciones del Estado y los organismos privados que prestan ayuda. Mientras la historiografía ha hecho especial hincapié en las transformaciones de las relaciones sociales con la pobreza a lo largo del tiempo, la sociología ha tendido a centrarse más en demostrar los cambios de las funciones explícitas atribuidas al sistema asistencial dirigido a la población pobre durante el siglo XX, atendiendo a la coyuntura económica y nivel de desarrollo de la sociedad industrial y postindustrial. Este amplio bagaje permite entender que la pobreza se va a ir definiendo, cada vez de forma más nítida, por su ambivalencia y dinamismo. A ello se suma la percepción de la heterogeneidad de la población pobre y el carácter evolutivo de la pobreza. Las variaciones sociohistóricas han afectado a la representación social de la pobreza y a la elaboración de las categorías que se consideran como pobres, por cuanto las formas de intervención social responden a la importancia que las sociedades dan a la cuestión social de la pobreza, a la percepción social de la misma y a la forma en que se la quiere tratar. Pero también han incidido en la vivencia personal o colectiva de la pobreza, los comportamientos adoptados frente a quienes les definen como pobres y sus formas de adaptación a las diferentes situaciones a las que se enfrentan. LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 33 De especial relevancia en esta materia son los trabajos del francés S. Paugam8 que, tomando la propuesta de G. Simmel, concluye que se pueden establecer tres formas elementales de pobreza atendiendo a una configuración social concreta: integrada, marginal y descalificadora. La pobreza integrada nos sitúa ante un problema generalizado en una sociedad (no muy industrializada), por lo que resulta más reproducible de generación en generación y se muestra más persistente. Pero esta pobreza no implica exclusión social por la importante presencia de la solidaridad familiar, así como por la inserción en la economía sumergida/informal y en las redes de asistencia social. La pobreza marginal está diferenciada del resto de grupos sociales y es bastante minoritaria. Suelen considerarse personas inadaptadas a las nuevas realidades socioeconómicas, por lo que están estigmatizadas. A pesar de su carácter residual, recibe mucha atención de las instituciones asistenciales, interesadas en que lo sigan siendo. Su persistencia dentro de contextos de progreso y bienestar social habla de su negación institucional como realidad social y de su valoración como situación individual que requiere un tipo de asistencia individual y psicologizante. De esta forma, conviven la asistencia de casos concretos con una protección social de carácter universal dirigida al resto de la sociedad, garantizando así la invisibilidad de la pobreza. En cuanto a la pobreza descalificadora se refiere a un proceso que puede afectar a capas de la población integradas en el mercado de trabajo hasta un determinado momento. Su salida de la actividad laboral lleva a estas personas a la precariedad en ingresos, condiciones de la vivienda, salud y participación social. Pero la precariedad no es exclusiva de estas personas, sino que afecta al conjunto de la sociedad por la inseguridad y la angustia que se generalizan. Así, la pobreza se corresponde con una acumulación de desventajas, a las que se ha ido dando respuestas desde los servicios de acción social con soluciones de inserción y acompañamiento social, cada vez más generalizadas entre quienes están en situación de pobreza descalificadora y quienes son susceptibles de estarlo. Otra de las principales aportaciones de S. Paugam se centra en analizar la experiencia de la pobreza. Una experiencia que se presenta en relación al nivel de desarrollo económico, a la importancia que adquieren los vínculos sociales y, en tercer lugar, a los modos de intervención social y el desarrollo de los sistemas de protección social. Sobre este último punto delimita tres tipos de relación de asistencia en correspondencia con tres fases diferentes del proceso de descalificación social, concepto que hace 8 Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid; (1999): Europe face à la pauvreté: les expériences nationales de revenu minimum, Ministère de l’Emploi et de la Solidarité, París; (1997): La disqualification sociale. Essai sur la nouvelle pauvreté, PUF, París. 34 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO referencia a la pobreza como proceso y no como estado. Como él afirma, “la descalificación social pone el acento en el carácter multidimensional, dinámico y evolutivo de la pobreza”9. Los tres tipos de relación son: fragilidad, dependencia y ruptura. La fragilidad corresponde a la primera fase en la que la persona, tras un fracaso profesional o ante la dificultad para acceder a un puesto de trabajo, adquiere conciencia de la distancia que la separa de la mayoría de la población. Mientras puede, va a mantener distancias con el sistema de atención social, por cuanto el contacto con profesionales como las trabajadoras sociales supondría la renuncia a un estatus alcanzado y una pérdida progresiva de dignidad. La fragilidad puede llevar a la dependencia de los Servicios Sociales que pasan a hacerse cargo, de forma habitual, de las dificultades de estas personas. Estas personas han aceptado la idea de depender y mantener relaciones regulares con tales servicios para obtener una garantía de ingresos y diversas ayudas para mantener unos mínimos. Desde ese momento comienzan a justificar y racionalizar la asistencia de la que se benefician por cuanto ven imposible su incorporación al mercado de trabajo. Puede suceder que las ayudas cesen y se debiliten más las redes de apoyo informales. Se pasaría de la dependencia a la ruptura de relaciones con los Servicios Sociales y otros modos de intervención social. Es entonces cuando se detecta una acumulación de fracasos que conducen a la marginación. Al no tener esperanzas reales de salir de su situación, sienten que han perdido el sentido de su vida y optan por vías que ahondan más su fracaso (alcohol y drogas, sobre todo). Centrando el análisis en el caso de España, sobre todo desde los años ochenta, es posible encontrar estudios sobre la pobreza que han permitido cuantificar la evolución de su incidencia y de su intensidad, así como conocer su composición y características. Se ha detectado, de igual forma, un progresivo interés por realizar análisis dinámicos de este fenómeno con los que se ha constatado una importante movilidad tanto hacia dentro como hacia fuera de la pobreza. Será en esa década cuando la Comisión Europea (1989) comience a emplear el término exclusión en sustitución del de pobreza, con el fin de superar la orientación economicista de la pobreza. Este cambio conceptual va a suponer también un cambio de perspectiva en la línea de lo apuntado en páginas anteriores: se ha de dar el salto definitivo de una concepción estática de la pobreza a una dinámica, de proceso. Para responder mejor al carácter multidimensional, dinámico y heterogéneo de la pobreza, el concepto de exclusión social permitía un mayor consenso teórico. No se ha logrado establecer una definición compartida, aunque Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid. 9 LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 35 se comparten como aspectos claves de la exclusión social: tiene un origen estructural, un carácter multidimensional y una naturaleza procesual10. El tránsito del concepto de pobreza al de exclusión social no significa que se haya descartado el concepto de pobreza. Como hemos expuesto al tratar las aportaciones de S. Paugam, conviven ambos conceptos en los discursos que tratan de entender el fenómeno de la pobreza. Cuando se habla de pobreza, se ha generalizado la referencia a la carencia de recursos para satisfacer necesidades consideradas básicas, que influyen en la calidad de vida de las personas. Sus connotaciones son, sobre todo, económicas al aludir a los medios con los que cuenta una persona para alcanzar unos estándares mínimos y participar con normalidad en la sociedad. Pero también conlleva una categorización social. La línea de la pobreza se ubica de forma diferente según la persona o institución En cambio, la exclusión social no solo se define en términos puramente económicos, sino desde un tipo más amplio de participación en la sociedad. Es decir, hace referencia a un proceso de pérdida de integración o participación del individuo en la sociedad en uno o varios ámbitos (económico, político, social-relacional), siempre en términos relativos a su situación con respecto al conjunto de la población. Para valorar en su justa medida lo que aporta este cambio conceptual en el desarrollo del Trabajo Social más contemporáneo, habrá que matizar los tres aspectos claves que introduce. En cuanto a la exclusión como fenómeno estructural, se entiende que las transformaciones producidas desde los años setenta en el mercado laboral, en las formas de convivencia y la institución familiar, así como en la acción del Estado de bienestar, han sido las causas de la exclusión de individuos, hogares, comunidades, grupos sociales, etc. Frente a las propuestas que culpan a cada individuo de su propia situación de exclusión, se pone énfasis en los factores estructurales. Ello no invalida la presencia de ciertos factores individuales relacionados con la subjetividad. Así las reacciones de los individuos se manifiestan heterogéneas, de manera que habrá que distinguir entre los factores de riesgo/protección y las reacciones de los individuos al tratar la exclusión social. Por su parte, el carácter multidimensional incluye dificultades y barreras en aspectos como la participación económica (empleo, ingresos, bienes y servicios), social, política y en los sistemas de protección social (vivienda, salud y educación). Este carácter está íntimamente relacionado con la complejidad y la naturaleza dinámica del fenómeno de la exclusión social. La concepción procesual de la exclusión permite diferenciar distintas situaciones e intensi10 Laparra, M., Pérez, B. (2008): Exclusión social en España. Un espacio diverso y disperso en intensa transformación, Col. Estudios, Fundación FOESSA, Madrid. 36 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO dades, como son el espacio de integración, la situación de vulnerabilidad y la situación de fragilidad/exclusión social. Desde esta perspectiva la exclusión social facilita definir la situación de pobreza permanente de una minoría de hogares que, además, acumulan otras problemáticas graves en materia educativa, laboral, relacional o de salud y cuenta con escasas posibilidades de salir de esta situación sin ayudas. Pero estos apoyos o ayudas han de valorar la heterogeneidad de los espacios sociales de la exclusión: diversidad de problemáticas, distinta intensidad por la gravedad de los problemas y la especificidad étnica o de nacionalidad. Solo así se podrá estar en disposición de diseñar programas sociales diversificados y flexibles capaces de luchar contra la exclusión. Al entender la exclusión social como un proceso de alejamiento progresivo de una situación de integración social en el marco del Estado de bienestar, se pueden distinguir diversos estadios en función de la intensidad: desde la precariedad o vulnerabilidad, hasta las situaciones de exclusión más graves. Cada uno de tales estadios responderá a diversos procesos de acumulación de barreras o riegos en distintos ámbitos (laboral, formativo, sociosanitario, económico, relacional y habitacional), y de limitación de oportunidades de acceso a los mecanismos de protección. Es por ello que no todas las situaciones de exclusión comportan situaciones de pobreza y viceversa. De especial interés resulta también la propuesta que hace J. Subirats11. Entiende la exclusión social desde una perspectiva integral lo que se traduce en que es una situación resultante de un proceso de acumulación, superposición y/o combinación de diversos factores de desventaja o vulnerabilidad social. Puede afectar tanto a individuos como a grupos que experimentan una situación de imposibilidad o dificultad intensa de acceder a mecanismos de desarrollo personal, de inserción socio-comunitaria y a los sistemas preestablecidos de protección social. Es decir, el desarrollo humano pleno no será posible por las condiciones de vida, materiales y psíquicas. En el marco de las políticas sociales europeas se concreta en crecientes procesos de vulnerabilidad, de desconexión social, de pérdida de lazos sociales y familiares que, junto con una combinación variable de causas de desigualdad y marginación, acaban generando situaciones de exclusión social. Serán estas situaciones objeto de atención prioritario del Trabajo Social, como lo había sido la pobreza en épocas anteriores. 11 Subirats, J. (2004): Pobreza y exclusión social. Un análisis de la realidad española y europea, La Caixa, Barcelona. LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 37 1.3. De la teoría a la investigación sociológica aplicada: la Fundación FOESSA12 Los debates, discursos y actuaciones expuestos no siempre se sustentaron en análisis previos. Será Cáritas quien asuma la responsabilidad de completar su acción social con la investigación empírica, contando desde ese primer momento con una importante implicación de las asistentes sociales, más tarde, trabajadoras sociales. Recordemos que su andadura comienza en 1941 dentro de la Acción Católica del régimen franquista. De esta forma, se convertía en la organización oficial de las actividades externas de la caridad en la Iglesia y en el órgano de la beneficencia pública y la asistencia social. Su estrecha colaboración con el Estado no le impidió desplegar actividades con cierta independencia, sobre todo, desde 1950, cuando se perfila como “la conciencia crítica de la Iglesia”. En 1951 comienza a llegar la Ayuda Social Americana (ASA) que debía gestionarse desde una institución sin ánimo de lucro, de una religión y con carácter benéfico. Esta fue Cáritas. Desde ese momento se vio en la obligación de ser rigurosa, organizada, con cierto método de trabajo y abierta a la colaboración con otras entidades. También se pudo percibir que la limosna no resolvía el problema de la pobreza, que ni la Iglesia con todas las instituciones y asociaciones, ni Acción Católica estaban en disposición de atender y promocionar a las personas en situación de pobreza y que, por último, era preciso desarrollar un Estado-Providencia ante el desinterés de la sociedad por las problemáticas vividas por amplias capas sociales. Es así como en 1957 surge la Sección Social de Cáritas. Tenía como objetivos orientar, investigar y planificar la acción social. Para esta tarea se crea el Centro de Estudios de Sociología Aplicada (CESA) que capacitará al personal profesional (asistentes sociales y voluntariado), fomentará obras y Servicios Sociales e iniciará estudios sobre la sociedad española para poder planificar actuaciones dirigidas a los sectores más desfavorecidos y vulnerables. Todo ello se concretará en el llamado Plan de Beneficencia o Plan CCB (Comunicación Cristiana de Bienes). Con él se pretendía paliar las consecuencias de los cambios estructurales de la sociedad a través de una labor profesional y programada de promoción y asistencia benéfica, por cuanto se iba a remolque de los problemas sociales que se estaban detectando. Al desaparecer el ASA, activarse el Plan de Estabilización e iniciarse los fuertes flujos migratorios (éxodo rural y emigración internacional), se hacía necesario contar con información precisa sobre el alcance de la pobreza en 12 Un estudio en profundidad sobre la materia es: Gutiérrez Resa, A. (1993): Cáritas española en la sociedad del bienestar, 1942-1990, Ediciones Hacer, Barcelona. 38 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO España y con nuevas fuentes de financiación. En 1965 comienza su andadura la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada) como institución benéfico-docente de carácter privado con el impulso de Cáritas Española, pero siendo la vertiente secular del Plan CCB. Desde la sección social de Cáritas se habían puesto en marcha, por tanto, los mecanismos de intervención social y de desarrollo teórico para impulsar una acción que van a liderar, entre otros, los profesionales de la asistencia social. Tan solo quedaba por activar la tarea de divulgación. Para ello se creó la revista Documentación Social que ha llegado a nuestros días. Su finalidad será realizar estudios de planificación y orientación de la acción social. Con las nuevas políticas de desarrollo socieconómico, se detectó la necesidad de conocer en profundidad la situación social real de España en aquellos momentos, no como una fotografía estática sino dinámica en el tiempo, para evaluar la implementación de las diferentes políticas encaminadas a la modernización del país. El resultado fue la publicación por FOESSA de diversos estudios sociológicos y cinco informes sobre la situación y el cambio social experimentado (1967, 1970, 1975, 1980-83 y 1994). Estos trabajos convertirán a la Fundación FOESSA en referente de la sociología aplicada y la pobreza-exclusión social en España. A partir de 2005 la Fundación FOESSA centrará sus publicaciones e informes en tres ejes: estructura social, desigualdad y pobreza-exclusión, relaciones sociales y cooperación internacional. Esta reorientación ha querido desvelar los desequilibrios latentes y existentes en las estructuras socio-económicas para poder avanzar hacia una sociedad más comunitaria y accesible. La Encuesta FOESSA 2007 abordó a nivel estatal, por primera vez, un análisis multidimensional de la exclusión social. A partir de una amplia batería de indicadores, se elaboró un diagnóstico de situación de los sectores afectados por los distintos procesos de exclusión social. Con el impacto de la nueva crisis económica, han aflorado las principales debilidades del modelo socioeconómico en España, cuyos efectos sobre los sectores más desfavorecidos de la sociedad están siendo objeto de atención por parte de entidades como la Fundación FOESSA. 2. Cuando los debates en torno a la pobreza se hacen realidad Este apartado no pretende ser exhaustivo, por cuanto en los siguientes capítulos se podrá constatar que los discursos en torno a la pobreza van a responder no solo a presupuestos ideológicos y teóricos, sino también a unas realidades sociales que reclaman atención a través de fórmulas y modelos en LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 39 permanente adaptación y debate. La interacción entre asistentes y asistidos, entre asistencia y pobreza, reflexión teórica y praxis, se producirá en el marco de los diferentes análisis sobre el fenómeno de la pobreza, en el que no faltaron referencias a quienes ejecutaban o intermediaban. La pobreza ha sido y es parte integrante de la realidad social. Como tal ha sido objeto de reflexión e intervención. En cada etapa histórica la mirada se ha dirigido con especial interés hacia aquellas manifestaciones consideradas más preocupantes por motivos políticos, morales, económicos o sanitarios. Estados de pobreza, permanentes o temporales, que han afectado de forma desigual por regiones o localidades, por variables como el sexo, la edad, el estado civil, la etnia, el nivel cultural o de ingresos, así como por condiciones ligadas a las trayectorias vitales. La acción social, en un sentido amplio del término, se ha orientado a mitigar, más que a suprimir, aquellas manifestaciones más visibles, porque son éstas las que hacen aflorar problemáticas y tensiones que pueden llegar a cuestionar el modelo de sociedad y gobierno. Sobre este particular, un momento especialmente sensible de la historia fue el período que media entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XX. Concepción Arenal sintetiza lo más novedoso de la creciente sensibilidad social hacia la pobreza cuando afirma que “lo que hay de nuevo en el asunto es que se estudia; que pensadores y filántropos, academias, tribunas, libros, periódicos, revistas, asociaciones o individuos, por cientos, por miles, meditan y buscan y proponen medios de combatir la miseria; lo que hay de nuevo es que no se resignan con ella los que sufren; que la sienten aún los que no la padecen; que muchos, muchísimos, en situación de aprovecharse de las ventajas del que oprime, se ponen de parte de los oprimidos; lo que hay de nuevo es que acuden las inteligencias y los corazones a los grandes dolores sociales”13. Sin negar que los diferentes grupos de poder y presión se habían ido preocupando por la dignidad, la razón y el bienestar de la población, este interés no era reflejo de la sustitución de las prácticas nobiliarias y estamentales por las burguesas y de clase. Los cambios político-económicos fueron por delante de una sociedad que seguía arraigada en el pasado, en los valores preindustriales y tradicionales. Es cierto que desde mediados del siglo XIX el progreso científico, tecnológico y material estrechará lazos cada vez más fuertes con el ideario liberal de libertad política, tolerancia religiosa y orden y paz, de tal manera que liberalismo y progreso terminarán por confundirse. Pero su simbiosis no logró consenso más allá de ciertos círculos burgueses y de intelectuales. La realidad habla de un liberalismo débil, dividido inter13 Arenal, C. (1897): El pauperismo, Victoriano Suárez, Madrid. 40 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO namente y sometido a constantes envites. En unas ocasiones, las presiones procedían de los antiguos estamentos privilegiados, muy ligados a la producción agrícola; en otras del incipiente movimiento obrero y de una Iglesia que navegaba en diferentes aguas según el momento. Como en el resto de Europa, las ideas y valores imperantes a comienzos del siglo XX seguían teniendo una clara orientación conservadora, antidemocrática y jerárquica. La asociación entre liberalismo e igualdad tardará varias décadas en comenzar a aflorar. La crisis colonial de 1898 introdujo en España una revisión crítica o replanteamiento de todo cuanto era parte de la realidad sociopolítica del momento14. En esa revisión, muestra una profunda crisis de confianza, encontramos un regeneracionismo que propondrá una serie de remedios pragmáticos a los denominados “males de la patria”; el institucionalismo (krausismo y positivismo) y su interés por la reforma a través de la educación y la pedagogía; el movimiento obrero reivindicativo ligado al socialismo y anarquismo; y una intelectualidad heterogénea (Generación del 98) opuesta a todo cuanto condujo a la crisis15. Los discursos y debates en torno a las diversas formas que va adquiriendo la pobreza en ese largo período podrán materializarse a medida que se detecten y diagnostiquen los problemas más acuciantes en cada momento. Se coincide, en general, en enunciar como tales el mantenimiento de los ciclos estacionales de pobreza, asociados a los económicos, y el incremento cuantitativo de la misma, con el consiguiente aumento de la mendicidad y el desorden social; la incultura generalizada en la población obrera; la escasez y carestía de la vivienda; la falta de higiene y de infraestructuras urbanas; la elevada mortalidad general y, en concreto, la infanto-juvenil por enfermedades evitables y altamente contagiosas; y el importante atraso en materia de asistencia social pública y en el modelo de beneficencia. Al interés por explicar la nueva realidad social e identificar los principales problemas sociales, se unió la elaboración de propuestas de resolución, adoptando nuevos planteamientos científicos y herramientas estadísticas. Se entendía que la mejora de las condiciones de vida de sectores amplios de la población pasaba por la instrucción, la salud pública y los servicios asistenciales. Soluciones que reabrían interrogantes que volvían la mirada al pasado: ¿qué recursos y en qué cantidad ha de destinarse para la aplicación de las propuestas de lucha contra la pobreza? ¿quiénes han de ser 14 Tuñón de Lara, M. (1986): España: la quiebra de 1898 (Costa y Unamuno, en la crisis de fin de siglo), Edit. Sarpe, Madrid. 15 “¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intrahistoria, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos y ventarrones del ambiente europeo” (M. de Unamuno, citado en M. Tuñón de Lara (1986). LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 41 beneficiarios, por qué y para qué? ¿quiénes han de ser los proveedores de tales recursos, por qué y para qué? La divulgación de los conocimientos aportados, en concreto, desde la educación social y la medicina social encontrará en la prensa, en las aulas de las escuelas infantiles, en conferencias para mujeres adultas y en las Escuelas normales de maestras/os, unos cauces idóneos para lograr la divulgación de los conocimientos científicos y la mejora de las condiciones de vida, sobre todo allí donde no alcanzaba la intervención de las administraciones públicas o de la iglesia. Resultará cada vez más visible la referencia a los grupos más afectados por la pobreza, la ignorancia, la exclusión, la enfermedad y la muerte en los discursos de médicos, políticos, filántropos, miembros de la iglesia, maestros/ as. Estos grupos, heterogéneos en sí mismos, eran el de las mujeres, los niños/as, las personas mayores y las enfermas. Cada uno presentaba diferentes formas de marginalidad que requerían un tratamiento diferenciado y desde un nuevo modelo de atención que se definirá como bio-pedagógico. En él, las administraciones públicas asumían una labor de coordinación, orientación y reglamentación destinada a una efectiva “profilaxis social”16. Desde ahí se preveía atajar la pobreza, el desempleo, la violencia, la ignorancia, los abusos en la familia, el trabajo o los alquileres, y los desequilibrios socioeconómicos. En ese esfuerzo contra la vulnerabilidad individual y social van perdiendo relevancia los factores de riesgo endógenos (herencia y condiciones fisiológicas de cada individuo) en favor de los exógenos, lo cual no supone inhibir al individuo de responsabilidad sobre la mejora de su estado de salud, del que dependerá para realizar un trabajo y mantener a su familia al margen de la pobreza. La formación profesional y moral resultaban ser, por tanto, piezas claves en la lucha contra la pobreza. La responsabilidad de prevenir el empobrecimiento pasa a ser tanto individual como social. El desarrollo de formas organizadas de ayuda desde la iniciativa privada como desde la pública cuenta con una larga trayectoria de carácter paliativo de la pobreza. Como afirma S. Sarasa, la asistencia va a ser una acción que va dirigida más a mitigar las consecuencias de las situaciones más graves de desigualdad que a buscar o lograr la igualdad y la cohesión social. G. Sim “La Instrucción, la Higiene (que se deriva de la Instrucción) y la Beneficencia, son las primeras obligaciones que debe cumplir toda organización social” “Si el caudal de salud y de entendimiento que uno tiene es pequeño o disminuye o se pierde por enfermedad, hasta el punto de que el individuo no puede dar satisfacción a sus necesidades, los demás están obligados a satisfacérselas; tal es el objeto de la beneficencia: el niño abandonado, el enfermo, la obrera embarazada, el viejo pobre, no deben ser socorridos por caridad, sino atendidos por ser ineludible. Nada de tómbolas, ni bailes, ni limosnas, sino tributos y leyes” (Juaristi, V. (1922): Por la salud, Pamplona). 16 42 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO mel, por su parte, considera que “si la asistencia se apoyara en el interés hacia el pobre individual, no habría límite alguno para los impuestos destinados al traspaso de bienes a favor de los pobres”, logrando así “la equiparación de todos”, pero al buscar el interés de la totalidad no hay motivos “para socorrer al sujeto más de lo que exige el mantenimiento del estatus”17. Las actuaciones desplegadas aparecerán en relación al doble sentimiento que genera la pobreza: compasión y miedo18. Las situaciones de pobreza se confundirán, en muchas ocasiones, con comportamientos considerados desviados de la normalidad social. En esos casos, ambos sentimientos afloraban con más fuerza reclamando una intervención más intensa. Desde finales del siglo XIX es posible encontrar la analogía entre el loco, el obrero y el criminal, basada en su peligrosidad social, por lo que se reclamó un mayor control social con medios más contundentes y, a la vez, más científicos (médicos, en particular). Las diferentes formas de organización asistencial personalizada ofrecían tanto ayuda como adoctrinamiento. En las primeras fue un adoctrinamiento moral cristiano en el que la figura del religioso adquiría protagonismo como predicador. Pronto se le incorporan contenidos socio-políticos en los que el pobre pasa a ser un súbdito, pero de rango inferior. Se rechazaba, asimismo, la supervivencia por medio de la atención caritativa, lo cual activaba sistemas diversos de detección, control y represión de los que se consideraban “parásitos” de una sociedad productiva, trabajadora y útil. Desde el siglo XVI y hasta la contemporaneidad, la persecución de la mendicidad, el vagabundeo y la ociosidad ha sido una constante por ser formas de vida no ejemplarizantes. Era preciso inculcar la moral del trabajo en todas las capas de la sociedad y proteger a la familia como reproductora y proveedora. La mujer irá a adquirir cada vez más protagonismo como proveedora de cuidados y promotora de moral en el espacio doméstico, y como responsable del sostenimiento de la familia al ser el referente del orden social, la estabilidad y la laboriosidad. Para quienes se quedaban fuera de tal orden se abrieron hospitales, correccionales, inclusas, misericordias, manicomios, cárceles, asilos y otros establecimientos a los que se podía acudir para recibir, sobre todo, cobijo, protección y formación. No tardaron en aparecer otros instrumentos dirigidos a los espacios privados, como la visita o ayuda domiciliaria. La selección de beneficiarios de tales servicios, ante la escasez de recursos para cubrir las 17 Simmel, G. (1977): “Sociología: estudio sobre las formas de socialización”, en Revista de Occidente. 18 El doctor V. Juaristi escribió: “Poderosos: Educad, dignificad, considerad al hombre humilde como hermano vuestro si no queréis veros envueltos en una tempestad de odio y de miserias. Así, el vicio en vez de ser una temible plaga, será una enfermedad limitada” (1922: Por la salud, Pamplona). LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 43 necesidades existentes, discriminaba entre quienes eran pobres por razones “objetivas” y quienes podían calificarse de falsos pobres. La aplicación de criterios de selección, cada vez más restrictivos, se entendía como un medio adecuado de racionalización de los recursos disponibles, de cumplimiento con la caridad cristiana y de protección de quienes se merecían dicha ayuda. De esta forma la asistencia ha estado organizada para mantener la disciplina y la moral. Ha evitado revueltas y ha facilitado la subordinación a un orden social, político y económico preestablecido. En otras palabras, el control social ejercido por las diferentes formas de ayuda institucionalizadas ha contribuido a la legitimación de un orden y unas estructuras de poder. Pero para alcanzar los objetivos marcados ha sido preciso contar con unos grupos de personas dispuestas a entablar relaciones personales con quienes se hallaban en situación de pobreza, para asistirlos, establecer sus verdaderas necesidades y asegurarse que las ayudas recibidas estaban teniendo efecto sobre sus hábitos, sus formas de pensar y sus intenciones. Esta figura mediadora entre el donante o benefactor (persona concreta, entidad pública o institución privada) y el asistido o beneficiario ha respondido a diversos perfiles, desde miembros del clero y personas altruistas, ligadas o no a la iglesia, a visitadores con formación sanitaria y asistentes sociales, hoy trabajadores sociales. Moralizar y disciplinar, utilizando la opción de una ayuda selectiva y discriminatoria, son dos rasgos que se incorporaron al Trabajo Social desde su origen y que, todavía hoy, le acompañan. Esta constatación supone entender que en el curso de la historia moderna y contemporánea han variado los métodos e instrumentos adoptados para asistir a los pobres, pero no lo ha hecho su finalidad última: educar, moralizar y disciplinar a quienes se encuentran en situación de pobreza o exclusión social. La población pobre o en riesgo de estarlo no ha sido pasiva. La violencia, la transgresión de las normas o el apoyo a revueltas, ideologías o utopías salvadoras han sido algunas de sus reacciones ante las actuaciones de los grupos de poder. Incluso en instituciones asilares, como los manicomios, quienes se encuentran en ellas han intentado mantener una cierta distancia entre lo que quieren hacer y ser, y lo que “otros” quieren que hagan y sean. Son muchos los ejemplos en la historia en los que se perciben respuestas activas frente a las diversas formas de asistencia, caridad y solidaridad por parte de sus beneficiarios como por parte de quienes se quedaron excluidos. Como efecto de las acciones de este signo, filántropos, médicos, damas de la caridad, asociaciones benéficas, empresarios paternalistas, sectores socialistas, entre otros, impulsarán diversos cambios dirigidos a sustituir una modalidad de actuación defensiva, de control de riesgos ante el peligro social que emanaba de las manifestaciones de la pobreza, por otra más ofensiva que 44 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO punitiva y de intencionalidad previsora y preventiva19. Este camino se abría durante el siglo XIX, pero todavía hoy el proceso no se ha concluido. No se ha logrado consolidar este giro en materia de control de una parte de la sociedad a través de medidas y políticas sociales. Es cierto que se ha ido moldeando una nueva sociabilidad por medio de la administración de los cuerpos a través del modelo médico, la moralización de las conciencias a través del modelo pedagógico y la gestión de la vida desde las políticas sociales. Pero han ido apareciendo otros modelos de sociabilidad a medida que aumentaba el conocimiento de las realidades sociales. El acceso a la realidad social en su complejidad y carácter multidimensional exigía un estudio desde la proximidad, “desde dentro”, para lo cual ciertas profesiones se hallaban en un lugar privilegiado, al mismo tiempo que desde la distancia o “desde fuera” para poder objetivar y tomar decisiones. 3. Agentes protagonistas de la intervención social Las dificultades para acotar los contornos que definen la pobreza en las diversas etapas históricas se traslada a los agentes que protagonizan toda intervención en materia socioasistencial. En primera instancia podrían quedar acotados a la Iglesia y al Estado con todas sus ramificaciones (instituciones, personalidades, establecimientos, etc.). Esta afirmación resulta reduccionista, aunque muy útil desde el punto de vista analítico. Más ajustado a la realidad sería afirmar que el principal agente de toda intervención social es la familia, en cualquiera de sus modalidades. No solo ha experimentado cambios en su estructura, composición y finalidad, sino también en lo que aporta a sus miembros y a la sociedad y en lo que se espera de ella hacia sus miembros como hacia la comunidad. La familia no solo nos sitúa ante la privacidad de la atención sino también ante la construcción de interacciones sociales que apuntan al altruismo. Un altruismo que se presentará cada vez más y mejor organizado según nos acercamos al presente. En este sentido no siempre ha sido sencillo establecer agentes concretos que actúan sobre las diversas formas de pobrezas. El protagonismo ha recaído en actores múltiples que han compartido la función de suministrar ayuda al “otro” individual o colectivo. Tales actores se agrupan, básicamente, en tres: asistido, donante y mediador. 19 El doctor P. F. Monlau afirmará, en 1846, que remediar el pauperismo es “remediar las muertes de hambre, los suicidios, la emigración, la mendicidad, la prostitución, la degradación, el delito y el crimen; remediar el pauperismo equivale a proponer el mejor sistema de gobierno”. LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 45 La persona asistida es aquella nombrada como vagabunda, pordiosera, pobre, maleante, mendiga, loca, enferma, transeúnte, marginada, delincuente o prostituta. Queda reconocida desde el momento en que se la nombra, pero quedan situaciones que carecen de un nombre, de una concreción, que facilita la detección y posterior satisfacción de necesidades. En todos los casos, se espera que la persona o grupo asistido sea sumiso y muestre subordinación hacia los otros dos actores, en particular hacia quien ejerce de mediador. La figura mediadora ha de dar cuenta de sus actuaciones a quienes ejercen de donantes como a las personas asistidas que esperan ver cubiertas sus necesidades. Asimismo requiere que tenga en consideración los intereses y objetivos de ambos actores. Religiosos, voluntariado y profesionales han ejercido esta función de ayuda social. A partir del siglo XX, la profesionalización se irá convirtiendo en la seña de identidad de esta tarea de intermediación que tiende a inculcar modelos de conducta, de carácter, y a inculcar valores que intentan recomponer a los sujetos asistidos dentro de los parámetros generalmente aceptados. El tercer actor, el donante, establece la cuantía y modalidad de las acciones de ayuda, los sujetos perceptores de las mismas y la finalidad y objetivos que justifican su decisión. Al igual que los actores anteriores, busca obtener algún tipo de compensación, provecho, personal o social. Puede esperar desde el perdón de sus faltas, el reconocimiento personal o social, mayor control sobre los beneficiarios de su donación hasta orden y paz social. La interacción y la interdependencia de los tres actores colaborará en la configuración de unos sistemas de protección social que pasarán por diferentes etapas hasta quedar bastante definidos con el Estado de Bienestar. No significa esto que el proceso haya sido lineal. Tampoco que las interacciones hayan sido constantes e idénticas. Sin embargo, es posible detectar ciertas continuidades que se materializan en algunas situaciones recurrentes a lo largo de la historia. Así, los actores donantes han tendido a presionar a los mediadores para que solo sirvan a sus intereses, por medio de su disciplinamiento y recompensa, en tanto que éstos se han mostrado más sensibles a las situaciones carenciales y problemáticas de los actores asistidos, generando tensiones resueltas unas veces con legislación, otras con políticas concretas de intervención social, otras con un adoctrinamiento excluyente. Es decir, la interacción entre donantes, asistidos y mediadores ha de ser, necesariamente, dinámica e inestable por estar sujeta a contextos políticos y socioeconómicos que trascienden su propia interdependencia. Los actores de la intervención social conducen nuestra mirada a los tres sectores que han canalizado las diversas actuaciones sociales: las administraciones públicas, la iglesia y otras iniciativas privadas. A estos sectores se ha sumado en las últimas décadas la iniciativa social o Tercer Sector, reagrupán- 46 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO dose así la iniciativa privada dentro del segundo sector (iniciativa mercantil, iglesia y otras iniciativas particulares). Sus relaciones han estado mediatizadas por la concepción, la actitud y los objetivos establecidos con respecto a las problemáticas sociales que van aflorando en el transcurso del tiempo. Problemáticas que hablan de pobreza y, más tarde, de marginación y exclusión social. Mirando al pasado, el siglo XVIII marca un punto de inflexión en la definición de los diferentes sectores que intervienen en las problemáticas sociales. Durante esa centuria se siguió un proceso de transferencia desde la idea de la pobreza y el pobre a la idea de desigualdad y pauperismo; desde la concepción individualista del fracaso, de la derrota moral y personal, bajo la frágil protección de unos “señores distantes”, hacia la actuación colectiva y social. En este recorrido lento y costoso hacia el siglo XX, los principales agentes que se fueron perfilando en el tratamiento de diversas situaciones carenciales pueden quedar reducidos a tres en España: Estado, ayuntamientos e Iglesia. Su creciente protagonismo convivió con formas de solidaridad familiar, comunitaria o de grupo no organizadas, pero de importante impacto para el desarrollo tanto individual como social. Las relaciones entre estos tres agentes vertebradores de lo que se irá conformando como un sistema asistencial, han sido muy diversas. En unos períodos pueden calificarse de desequilibradas, tensas e, incluso, turbulentas. En otros la armonía ha sido resultado de la confluencia de intereses. Tanto unos como otros reproducirán los idearios, las preferencias, las dinámicas sociales, culturales y político-económicas predominantes en su época. Resultarán visibles, aunque en muchas ocasiones con poca claridad, unas corrientes defensoras del reconocimiento de los derechos individuales por el Estado y que, más tarde, propiciarán que el interés común, los derechos sociales, sean competencia última del Estado. Este recorrido nos lleva hasta la actualidad, como se comprobará en los siguientes capítulos. La solución de los problemas sociales, las diversas desventuras, los desajustes sociales o las enfermedades se ha encontrado, al menos hasta comienzos del siglo XX, con una iniciativa particular tan influyente que retrasó el desarrollo de propuestas secularizadoras y emanadas de las administraciones públicas. De manera sintética este largo proceso se expresa y concreta desde la ayuda mutua, enraizada en la sociedad y nacida de las exigencias de la cooperación por vencer necesidades de una vida precaria, se pasa a una serie de servicios asistenciales de caridad, beneficencia, filantropía y bienestar institucional. Ello significó el deslizamiento de la ayuda de carácter paliativo asistencial, al complejo sistema tecnificado del Estado, suministrador de bienes y servicios con el objeto de proporcionar determinadas condiciones, niveles y calidad de vida. LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 47 La caridad particular representa la principal manifestación de la actuación social feudal. En la sociedad estamental de la Edad Media, la caridad reforzaba el prestigio y la autoridad de la nobleza, el clero y la corona, así como era el camino para la salvación de su alma. Por su parte, la persona perceptora de la limosna tan solo percibía dicha donación con resignación, ya que no había interés por actuar sobre las razones de su pobreza. La caridad estamental se mantendrá como particular y privada en tanto no se cree una red o sistema mínimamente ordenado de intervención social. Ni la monarquía feudal ni el Estado moderno llevaron a cabo una redistribución social de los impuestos recaudados a sus súbditos, tan solo ciertas distribuciones de recursos en momentos de crisis de subsistencia. Esta opción explica la contradicción en la que se encontró este incipiente sistema caritativo-asistencial. Se detectaba que, al mismo tiempo que se reducía la riqueza del país por las guerras, el hambre y la escasez de mano de obra, aumentaba la pobreza de forma significativa, ya que se obtenía la riqueza o los impuestos de aquello que generaba pobreza, es decir, de los pecheros (estamento no privilegiado) y del sistema de agricultura de subsistencia. En palabras de P. Carasa, si los recursos asistenciales y de la pobreza hubieran sido diversos, quedaba la posibilidad de complementarse, pero al ser idénticas las causas de la riqueza y pobreza solo se potenciaban disminuyendo recursos y aumentando necesidades. Las limitaciones del Estado en materia asistencial quedaron patentes en el siglo XVIII, cuando afloran propuestas de abrir espacios más allá de lo privado, hacia unos poderes locales y estatales que superen la realidad de un entramado asistencial dependiente de la Iglesia, de una élite administrativa (nobles en su mayoría) y de una monarquía personalista. El rey, como “padre de pobres”, tomará decisiones que refuerzan su figura como asistente o donante privilegiado, movido por el paternalismo y la filantropía más que por una nueva concepción del Estado separado de la Iglesia. No resulta extraño este proceder, por cuanto se necesitará de la organización y del personal de ésta para iniciar cualquier actuación de reforma. Se produjeron, no obstante, algunos avances en la diversificación y, a la vez, concreción de los agentes centrales de la intervención social. Uno de ellos fue la introducción de principios y valores como el trabajo, la producción, la vecindad y la utilidad. Consecuentemente se pusieron en relación la asistencia con la represión de la ociosidad, con la reclusión de la mendicidad y con el desarrollo de centros de formación artesanal, algunos en instituciones tradicionales como las casas de misericordia. Un segundo avance se centró en la lucha contra la dispersión de la asistencia en hospitales, cofradías, obras pías o gremios, entre otros, y que llevó a que corregidores (administraciones locales) y párrocos “ilustrados” asumieran la gestión de los recursos 48 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO asistenciales por medio, sobre todo, de las Juntas de Caridad. Es así como se inicia, lentamente, la transferencia del encargo asistencial de la Iglesia a los ayuntamientos. En el siglo XIX la Iglesia seguirá controlando el espacio religioso y el benéfico-asistencial. Mantuvo sus reticencias a la hora de incorporar y asimilar innovaciones asistenciales. El poder de la Corona, por su parte, encontró cauces para incrementar su control social por medio de la intervención pública desplegada por los alcaldes y diputaciones de barrio. Ni las desamortizaciones de sus bienes en la primera mitad del siglo XIX, ni las juntas de beneficencia provinciales y nacionales de la Ley de Beneficencia de 1822 lograron que la Iglesia perdiera su liderazgo. No resulta extraño, puesto que las élites locales presentes en los ayuntamientos actuaron como grupos sociales interesados en mantener la cultura de la pobreza, con una mendicidad regulada y no visible en las calles, y con unas relaciones asistente-asistido menos personales y más institucionales. La crisis profunda en la que entraron instituciones centrales como los hospitales, hospicios o misericordias como consecuencia de las guerras civiles y de Ultramar, las epidemias, las crisis de subsistencia y la inestabilidad política, facilitó la política municipal de los socorros a domicilio (comisario de pobres). Tales socorros habían sido demandados por las incipientes clases medias, muy críticas ante la ineficacia de los establecimientos benefico-sanitarios. La Ley de Beneficencia de 1849 intentó impulsar las diputaciones provinciales con la finalidad de ir conformando un sistema asistencial menos privado, mejor organizado y menos religioso. En la práctica, la beneficencia municipal seguirá siendo coprotagonista de segundo orden en materia asistencial. No obstante, cada vez fueron más tensas las relaciones entre beneficencia municipal, preocupada por configurar ciudades burguesas (orden, propiedad, trabajo y familia), e Iglesia, castigada mucho más en su patrimonio económico que en el moral y social. De cualquier forma, las autoridades civiles no fueron capaces de contrarrestar las diferentes iniciativas educativas, asistenciales y caritativas de las nuevas órdenes religiosas que fueron viendo la luz en la segunda mitad de la centuria. A ello también contribuyó la firma del Concordato con el Vaticano de 1851, que colaboró en el posterior apoyo de la Iglesia al liberalismo conservador. No hemos de olvidar que el liberalismo, progresista o conservador, miraba con recelo los riesgos sociales asociados a los cambios en el sistema productivo y cuya principal manifestación era el pauperismo de capas de población cada vez más amplias de las ciudades. Ese temor exigía medidas apaciguadoras, estabilizadoras de la situación que fueran próximas y fácilmente reconocibles. La intervención municipal se irá desplegando por medio de socorros en dinero y en especie, de servicios puntuales para las madres y LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 49 sus hijos, o de puestos de trabajo temporales. Los recursos movilizados eran un “don gracioso”, no un derecho de cada ciudadano, por lo que se pusieron al servicio de la captación de fidelidades y voluntades. La estructura de poder desplegada durante la Restauración, reinando Alfonso XII y Alfonso XIII, necesitaba de la Iglesia. Igualmente, ésta necesitaba del Estado para alcanzar la recatolización de una España que parecía haber perdido hacía tiempo el centralismo alcanzado en Trento. Se sirvió para ello del despliegue de sus funciones pastorales, educativas y asistenciales. El catolicismo social llegó con retraso a España por las reticencias que levantaba entre diversos sectores liberales y entre los ultraconservadores, pero en la década de los ochenta encontrará respaldo con la publicación de la encíclica De Rerum Novarum y el despertar de una sociedad civil que se organizará en asociaciones confesionales antiliberales. En sus trazos gruesos se va a reproducir esa estrecha relación entre Estado e Iglesia durante el gobierno de Franco. A pesar de los esfuerzos por lograr una mayor racionalidad en los medios empleados por las incipientes políticas sociales liberales, siguieron predominando las acciones no sistematizadas y destinadas a atender las situaciones de necesidad y desamparo. Predominio que se explica, entre otras razones, por el limitado despegue urbano e industrial de España, así como por las importantes dificultades económicas y financieras que se atravesaron en diversos períodos del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Con el nuevo siglo se abre una etapa con continuidades y con cambios profundos que apuntan hacia la necesidad de profesionalizar las actuaciones sociales sobre amplias capas de la sociedad muy vulnerables a la pobreza. Durante las primeras décadas del siglo XX se gesta el inicio de la enseñanza formal del Trabajo Social y la formación teórico-práctica de quienes aspiran a ser sus profesionales. La educación y la formación de los trabajadores sociales ha sido, desde entonces, uno de los aspectos que más ha preocupado de la profesión. Las Escuelas han recogido esta inquietud y han optado por ir elevando su nivel científico y profesional. Como resultado, se ha conseguido diseñar un perfil profesional genérico y, a la vez, específico. Es decir, la actualización de las líneas maestras de profesionales y futuros profesionales del Trabajo Social ha sido una constante a lo largo del siglo XX. En España, la iniciativa de la asistencia social y de su profesionalización la han llevado, con retraso respecto a otros países europeos y norteamericanos, el catolicismo social y ciertos profesionales como los médicos. En suma, el origen del Trabajo Social se halla en los orígenes de unas políticas sociales contemporáneas que han intentado lograr la estabilidad política y, con ella, la económica, el aumento de la fuerza de trabajo y una socialización que reproduzca los valores y los rasgos distintivos de la burguesía. 50 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Resumen Para entender el origen y desarrollo de lo que hoy definimos como Trabajo Social conviene acercarse a su devenir histórico. Pero en ese largo proceso es posible encontrar una serie de continuidades que han ido dando forma, contenido y significado a una profesión, primero, y a una disciplina después. La lucha contra la pobreza es uno de estos continuum. Tales esfuerzos han reformulado a la propia pobreza hasta superar su significado de estado en favor del de proceso. Las formas e imágenes que irá adoptando la vinculan a las desigualdades, desviaciones sociomorales, enfermedad, muerte, marginación y exclusión. La complejidad, el carácter dinámico y la multiplicación de formas que va a ir adquiriendo la pobreza explicarán una creciente intervención social directa y el proceso de profesionalización de la atención social. Las inquietudes y temores que fue suscitando la pobreza en cada momento histórico, por sus características y dimensiones, han servido de acicate para implicar a las autoridades públicas estatales, regionales y locales, a las iniciativas privadas civiles y eclesiásticas como a personas concretas en la tarea de darle respuestas. Respuestas paliativas y asistencialistas en la mayor parte de las ocasiones, pero también de amplio alcance social y político. Ambas modalidades de actuación conformaron el embrión de las primeras políticas sociales aplicadas desde el Estado social del cambio del siglo XIX al XX, al igual que el origen del Trabajo Social. La interrelación entre políticas sociales contemporáneas y Trabajo Social será constante desde entonces, por cuanto han coincidido en el objeto de intervención (personas vulnerables o en situación de pobreza, exclusión) y en la finalidad de lograr estabilidad política, social y económica. Texto/Referencia a consultar por el alumno Actividad Leer y sintetizar los capítulos 3 y 4 de Sarasa, S. (1993): El servicio de lo social, Inserso-MTAS, Madrid, pp. 73-129. Bibliografía básica Sarasa, S. (1993), El servicio de lo social, Inserso-MTAS, Madrid. Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid. LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL 51 Bibliografía recomendada Álvarez Junco, J. (coord.), (1990): Historia de la acción social pública en España. Beneficencia y previsión, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid. Carasa Soto, P. (2007): “Lo privado y lo público en el sistema asitencial: el triángulo Iglesia-ayuntamiento-Estado en la beneficencia española” en Historia Contemporánea, UPV. Casado, D. (1990): Sobre la pobreza en España, Barcelona. Gemerek, B. (1989): La piedad y la horca. Historia de la miseria y la caridad en Europa. Alianza Universal, Madrid. López Alonso, C. (coord.) (1988): Cuatro siglos de Acción Social. De la Beneficencia al Bienestar Social, Edit. Siglo XXI, Madrid. Montiel, L., y Porras, I. (1997): De la responsabilidad individual a la culpabilización de la víctima, Doce Calles, Aranjuez. Tema 2 La pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno Félix Santolaria Sierra 1. La pobreza como objeto de atención: definición, cuantificación, factores y mecanismos desencadenantes. 2. El pobre como sujeto receptor: definición, tipología, legislación represora y discursos políticos. 3. De la caridad a la represión (trabajo, disciplina, corrección y encierro): la gestión de la pobreza. 4. Los actores de la caridad: los estamentos, la Corona y la autoprotección popular. Objetivos a) Conocer la concepción de la pobreza y su tipología, su posible cuantificación y los mecanismos que la generaban en el mundo medieval y moderno. b) Introducir al alumno en el conocimiento del desarrollo histórico de los principales modelos de asistencia y Trabajo Social que se han dado en el periodo estudiado. Introducción Se trata de hacer un recorrido por una serie de cuestiones básicas sobre la pobreza en la historia, que nos permitan aproximarnos a las transformaciones económicas y sociales que se dan en la Europa medieval y moderna, entendidas como un marco comprensivo del fenómeno del pauperismo y de 54 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO la marginación y su conversión en un problema de exclusión social. De modo paralelo, intentaremos conocer las principales respuestas sociales que se procuraron dar al problema, su desarrollo y los modelos concretos de acción social que se gestaron en el periodo estudiado. El poder presentar el conocimiento histórico de este campo de trabajo, de sus problemas fundamentales y de las respuestas clásicas, nos tiene que permitir comprender mejor la perspectiva que ofrecen esas mismas cuestiones en nuestros días, y como consecuencia, nos debe ayudar a orientar nuestras propuestas actuales de intervención y Trabajo Social, favoreciendo que puedan ganar en profundidad y significado y que se eviten anacronismos. Abreviaturas comunes AC (Actas de las Cortes de Castilla); BN (Biblioteca Nacional. Madrid); Ms (Manuscrito); NR (Novísima Recopilación de las Leyes de España). 1. La pobreza como objeto de atención: definición, factores y mecanismos desencadenantes, cuantificación 1.1. En torno al concepto de pobreza La pobreza como fenómeno humano ha estado siempre presente en la historia, y aunque presenta rasgos esenciales homogéneos, se ha manifestado también de diversas maneras a lo largo de los siglos, con características y matices cambiantes según los tiempos y las culturas, de modo que intentar definirla objetivamente, de una forma unívoca y generalizable, ha resultado ser una cuestión compleja. Y esto no sólo desde el punto de vista histórico, sino que también, en nuestro propio mundo contemporáneo, sigue siendo un tema controvertido cuando se intentan fijar y universalizar los criterios e indicadores del “umbral” de la pobreza, tanto los sociológicos y culturales, como los simplemente econométricos. Y así, como ejemplo de lo dicho, una posible definición generalista en torno a la cual suele haber un cierto grado de consenso es la de entender la pobreza como una “carencia relativa de los medios o recursos que determinan la calidad de vida de las personas (alimentación, abrigo, alojamiento, salud, educación, etcétera.)”.1 Podríamos advertir aquí varias cuestiones; por 1 Ver la voz “pobreza” en D. L. Sillis, ed., International Encyclopedia of the Social Sciences (1968), vol. 12, pp. 398-403. Para la problemática conceptual -histórica y actual- de la pobreza y las dificultades LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 55 ejemplo, que al decir que es una “carencia relativa”, se quiere subrayar, por una parte, que el indicador del umbral es variable, es decir, que está en función del nivel de vida del resto de los miembros de la sociedad y de la cultura que estemos considerando en el análisis, y al mismo tiempo, por otra parte, se querría señalar que una “carencia relativa” hace referencia sobre todo a un acceso restringido (sea en grado o temporalmente) a los medios y recursos, más que a la inexistencia o a la desposesión absoluta y perpetua de los mismos. Y finalmente, que la expresión “calidad de vida” incluida en la definición, supone también un conjunto complejo de variables, con escalas móviles de posibles valores para cada una de ellas, que si facilitan los análisis y su categorización (permiten fijar mejor los umbrales de “pobreza” y de “exclusión social”), restringen sin embargo su aplicación a niveles locales y temporales muy concretos, que limitan su generalización. Es decir, que la nota dominante de cualquier definición general de pobreza y de los métodos utilizados para su medición es su relatividad y su dificultad de universalización. Admitir la dificultad de establecer una definición categóricamente objetiva de la “pobreza” no significa que no podamos aproximarnos a su significado a lo largo de la historia, y comprobar que, más allá de las evidentes matizaciones y notas cambiantes, el término “pobreza” ha mantenido prácticamente siempre al menos dos propiedades básicas. La primera es la privación, ausencia o carencia de bienes y elementos materiales para la propia subsistencia de un individuo o de su familia; y la segunda, una inferioridad social, una subordinación, falta de poder y consideración sociales, de dignidad personal y formación, con el añadido, muchas veces, de una incapacidad física (sea de discapacidad o de salud).2 metodológicas de su cuantificación ver los clásicos estudios de W. Blockmans: “Circumscribing the Concept of Poverty” (39-46), y W. Beckerman: “The Measurement of Poverty” (47-66), en las Actas del Coloquio Internacional sobre “Pobreza y desarrollo urbano en Europa” (Florencia, 1979), publicadas por Th. Riis (ed.): Aspects of Poverty in Early Modern Europe, Florencia, Istituto Universitario Europeo, 1981. También D. Gordon, “The concept and measurement of poverty” en C. Patanzis et al., eds., Poverty and Social Exclusion (Bristol, 2006), p. 43 y sgtes. 2 Michel Mollat, el gran estudioso francés de la pobreza en la Edad Media y comienzos de los siglos modernos, acaba definiendo al “pobre” como aquel que “…de manera permanente o temporal, se encuentra en un situación de debilidad, de dependencia, de humillación, caracterizada por estar privado de los medios, variables según las épocas y las sociedades, de potencia y de consideración social: dinero, relaciones, influencia, poder, ciencia, calificación técnica, honorabilidad del nacimiento, vigor físico, capacidad intelectual, libertad y dignidad personales. Viviendo al día no tiene ninguna posibilidad de levantarse sin la ayuda ajena.” (Pobres, humildes y miserables en la Edad Media. México, 1988, p. 12). 56 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO 1.2. Factores y mecanismos generadores de pobreza Una aproximación clásica al fenómeno de la pobreza en las sociedades modernas consiste en distinguir los llamados pobres “estructurales”, que son los que se identifican con la mayoría de las categorías tradicionales de “pauperes” (ancianos, niños, huérfanos, viudas, mujeres con niños), y los llamados pobres “coyunturales”, aquellos que por fluctuaciones económicas y crisis de subsistencias habían atravesado el umbral de la pobreza (jornaleros en paro y emigrantes). Tanto la pobreza estructural como la coyuntural podían tener orígenes muy diversos, desde causas individuales a procesos más o menos colectivos, que además podían variar de un lugar a otro y a lo largo del tiempo, por lo que un intento de enumeración de las causas de la pobreza es una tarea de difícil cumplimiento. No obstante, los estudios de historia económica y demográfica para los siglos modernos, ponen de manifiesto la existencia de algunos mecanismos generales o procesos colectivos de depauperización (empobrecimiento) que generaban en su desarrollo o en algunos momentos convulsivos un aumento importante del número de pobres. Estos mecanismos se pueden clasificar de un modo general en tres tipos de factores: los coyunturales, los estructurales y los accidentales. 1.2.1. Factores coyunturales: los ejemplos de la inflación y las crisis de subsistencias De un modo general, la evolución de la economía y en concreto del mercado de trabajo ha sido siempre un condicionante importante del nivel de pauperización de las masas, ya que la práctica carencia de capital y las reducidas propiedades de bienes de las clases trabajadoras las hacía totalmente dependientes de las fluctuaciones económicas. En realidad, las variaciones y aumentos significativos de la cantidad de pobres solían depender de las oscilaciones de la “coyuntura” económica, es decir, de procesos de inflación, de las violentas crisis cíclicas de subsistencias, que solían ser de corta duración (entre tres y siete años), y de los ajustes laborales de las transformaciones de los modos de producción típicos de la economía preindustrial. Durante los siglos modernos se vive en el mundo rural y en el urbano una lenta, pero profunda transformación de las estructuras de producción agrarias y artesanales hacia las formas de producción y comercialización capitalistas, que van a provocar un importante coste social de pobreza entre los pequeños campesinos y los asalariados tanto del campo como de la urbe. El siglo XVI, en el centro de este largo proceso histórico de surgimiento del capitalismo “protoindustrial”, y caracterizado por una tendencia general en las clases populares a la depauperización, padeció desde sus primeras décadas una serie de factores LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 57 “coyunturales”, que articulados en estrecha relación con las transformaciones económicas de fondo, provocaron repetidas oleadas de nuevos “pauperes”. En primer lugar, y como fenómeno europeo general, aunque con variaciones nacionales, se produce una mantenida inflación de los precios que repercutiría negativamente en el poder adquisitivo de los grupos populares, empobreciéndolos; y en segundo lugar, se registra la repetida presencia de fuertes crisis cíclicas de subsistencias, que actuaban como detonantes que agravaban de forma coyuntural todo el proceso, generando llamativos brotes de pauperismo. Así, la centuria del milquinientos vivió la llamada “revolución de los precios”. El alza, aunque fue general, afectó de manera particular a los precios de los cereales y al resto de los productos agrícolas y alimenticios, siendo un poco más moderado el incremento que sufrieron los productos artesanales e industriales. A esta tendencia alcista de los precios no le siguió un aumento idéntico del valor “real” de los salarios, aunque estos también aumentaran notablemente a nivel “nominal”, alcanzando incluso en alguna ocasión el valor de los precios. Sin embargo, el poder adquisitivo real mantuvo una tendencia casi constante a la baja desde 1520 a 1600. De modo que en España, al final de la centuria, el poder adquisitivo de un asalariado urbano de carácter medio había disminuido al menos entre un veinticinco y un treinta por ciento con respecto al comienzo del siglo. Esta mantenida “revolución de los precios” del siglo XVI fue un fenómeno sorprendente para la gente de la época.3 Para los contemporáneos se hizo evidente el empeoramiento general del nivel de vida, del que todos se lamentaban, nobles y campesinos, burgueses, artesanos y obreros, comentando con triste añoranza los primeros años del siglo, cuando “cada día se comía carne, las pitanzas eran abundantes, el vino se bebía como si fuese agua” doliéndose de que “una libra de carne de carnero cuesta hoy lo que ayer el carnero entero” (D’Avenel, 1598, cit. Braudel, 431). Ver a Earl J. Hamilton: El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona. Ariel. 1975. (La edición original inglesa data de 1934). Esp. pp. 294-296. A pesar de los años transcurridos sigue siendo el texto fundamental para el tema. En la obra se analiza de modo pormenorizado la carestía en Andalucía, en Castilla la Nueva, en Castilla la Vieja y en Valencia. Hamilton parece defender la tesis de que la causa de la revolución de los precios fue la llegada masiva del oro y la plata americanas. Esta tesis -considerada básica por otros autores- fue discutida por J. Nadal (“La revolución de los precios españoles en el siglo XVI. Estado actual de la cuestión” en Hispania, 19 (1959), pp. 503-529), que ofreció una explicación basada en un exceso de la demanda en todos los campos económicos producida por el crecimiento demográfico del siglo XVI. Trabajos posteriores propusieron rechazar las explicaciones basadas en un solo factor desencadenante a favor de tesis más complementarias y multifactoriales (por ej.: John Lynch: Spain under the Habsburgs. Oxford, 1964. Tomo I, esp. p. 125; Valentín Vázquez de Prada: Historia económica y social de España. Madrid. 1978. Tomo III, p. 715; Jean Paul Le Flem: “Los aspectos económicos de la España moderna” en M. Tuñón de Lara (dir.): Historia de España. Madrid. 1982. Tomo V, pp. 11-133, espc. pp. 72-73). También Dennis O. Flynn “A New Perspective of the Spanish Price Revolution: The Monetary Approach to the Balance of Payments” en Explorations in Economic History, 15 (1978) pp. 338-406. Y el trabajo de revisión general de Renata Pieper: La revolución de los precios en España (1500-1640). Barcelona. 1987. 3 58 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Al margen de la posible verdad subjetiva del comentario anterior, lo cierto es que los precios se cuadruplicaron en el siglo XVI. Así, entre 1501 y 1550 se elevaron un 107’61 %, es decir, se duplicaron, y entre 1550 y 1600, se volvieron a duplicar, alcanzando un 97’74 % más. Las Cortes castellanas fueron a lo largo de toda la centuria un verdadero registro de quejumbres, denuncias y descontentos sobre la cuestión, sin que las diversas medidas legales que se ensayaron dieran resultado alguno. En 1548, los procuradores manifestaban como los precios de la carne, por ejemplo, se habían doblado, y las clases populares se habían visto obligadas a sustituirla por alimentos más baratos (BN, Ms 15431, cit. Hamilton, 301). Un testimonio evidente de la parva situación de las masas humildes. Para agravar la coyuntura habría que añadir el peso de los impuestos, que aumentaron sin cesar durante todo el siglo, en un intento por parte de la corona española de compensar el progresivo endeudamiento del Estado. El clamor de los contribuyentes llegaría también ininterrumpidamente a las Cortes, mostrando su malestar. “Hay tales cargas y tan gran carestía de todas las cosas necesarias a la existencia de los hombres -se dice en las Cortes de 1571- que son muy pocos los que pueden vivir sin dificultades…” (AC, III, 357). En medio de este movimiento constante de alza de precios, de inflación como factor de depauperización, se encuentran, cuando estudiamos las directrices generales de la evolución social de la Europa moderna, las breves, pero intensas y cíclicas, “crisis de subsistencias”. Son “crisis de hambre”, que son momentos dramáticos en los que convergen malas cosechas, hambre y brotes de epidemias, siendo estas últimas, muchas veces, una simple consecuencia de la subalimentación de la población provocada por la misma crisis, que generaba el debilitamiento fisiológico y la lógica disminución de la capacidad inmunológica frente a las enfermedades. Todo parece indicar que las causas de estas crisis de hambre se solían generar por crisis agrícolas. La reducida diversidad de cultivos, el limitado volumen de las reservas de alimentos, las dificultades de la comunicación y del transporte de la época para llevar a cabo eficazmente las tareas de reavituallamiento, se conjugaban para convertir unas malas cosechas, incluso locales a veces, en situaciones de escasez, que provocaban violentas y breves alzas de los precios de los productos agrícolas y que, según su duración o la escasez de alimentos, podían tener numerosas consecuencias negativas a nivel social y demográfico. España conoció en el siglo XVI diferentes crisis de subsistencias que fueron acompañadas en algunas ocasiones por epidemias, así, por ejemplo, en 1504-1506, en 1520-1522, en 1525-1530, en 1539-1542, en 1557-1558 y en 1575-1579, 1597-1600, 1614-15, 1640, 1650, 1690, etcétera, coincidiendo, o siendo una manifestación más, de los momentos de crisis agrícolas generales que afectaban a varias regiones europeas. Estas crisis afectaban especialmente a las clases más populares y originaban la aparición llamativa de nuevos grupos de desocupados y mendigos, que acudían de forma masiva a los núcleos urbanos en busca de trabajo y ayudas. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 59 El modelo teórico de una crisis de subsistencias en los siglos modernos (Dupâquier, 1989) podía presentar la siguiente secuencia de sucesos encadenados: cambios importantes en las condiciones climatológicas podían producir una serie de malas cosechas en uno o varios años consecutivos, provocando el paro agrícola masivo y disminuyendo las reservas de granos, con sus consecuencias negativas para la alimentación y para las siembras siguientes. Subía el precio del grano, con el añadido de la especulación por escasez (acaparamientos, carestía), lo que provocaba, por una parte, que la mayor partida de un presupuesto familiar se dedicara a la compra de alimentos primarios y se redujeran al máximo los gastos en servicios y otros productos no alimenticios, produciendo por “efecto dominó” la caída de sus mercados, y en consecuencia el paro en amplios sectores no agrícolas y los descensos salariales por ausencia de trabajo, y por otra parte, la escasez y la carestía conducían a las clases económicamente más débiles a consumir menos cantidad de alimentos o de más baja calidad, reduciendo sus defensas biológicas y capacidad de supervivencia. Además, las propias crisis agrícolas podían generar por sí mismas brotes de epidemias y enfermedades contagiosas (habitualmente infecciones por hongos y parásitos), fruto de las modificaciones de los ritmos biológicos causadas por las mismas alteraciones climatológicas, generando al mismo tiempo plagas que incidían negativamente a su vez sobre las cosechas. Todas estas situaciones despertaban sentimientos de desesperación y miedo y provocaban un aumento de migraciones en busca de asistencia, alimentos y trabajo, con toda la serie de consecuencias sociales y demográficas negativas que solían acompañarlos. Este éxodo migratorio de campesinos y jornaleros, de familias enteras empobrecidas, era una de las más graves secuelas de las crisis. Su importancia se revela en el aumento del número de asistidos en esos periodos por algunas instituciones caritativas. Por poner un ejemplo, en un detallado estudio del número de pobres alimentados y socorridos por la Casa de la Limosna de la Catedral de Huesca durante varios periodos de los siglos XVI y XVII (Latorre Ciria, 1992), las series de datos disponibles incluyen años claves de crisis de subsistencias y epidemias, como lo fueron los de 1577 a 1579, en los que vemos como va aumentando el número de pobres asistidos a medida que se recrudece y alarga la crisis: de 500 pobres diarios en los comienzos de la crisis, se va pasando a 700 y 800, para llegar a 1000 y 1200 diarios en los momentos más duros. Y en la grave crisis de 1614-1615, las cifras alcanzarán de nuevo medias diarias de 1500 asistidos, con momentos cumbre de 1800 y 2000 pobres diarios asistidos. Un informe sobre la situación del obispado de Huesca en torno a 1566, da cuenta de que ordinariamente se servían unas 80 comidas diarias a los pobres de la Limosna de la Catedral (Latorre, 1992), lo que tal vez vendría a ser el nivel “habitual” de pobres atendidos, seguramente una parte de la pobreza “estructural” y tradicional de la ciudad, ya que hay 60 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO que pensar que ésta contaba con otras instituciones (parroquias, conventos y cofradías) que tendrían también funciones asistenciales. Las cifras, por lo tanto, de los años críticos revelan el fenómeno coyuntural, que englobaría no sólo a los pobres avecindados, estructurales y coyunturales, sino a muchos forasteros. El procurador de la Limosna describe perfectamente este fenómeno en 1578, año crítico precisamente, indicando que acudían familias enteras arrojadas por el hambre de sus lugares de origen, situados algunos de ellos en el arzobispado de Zaragoza y en los obispados de Tarazona, Pamplona, Lérida, Barcelona y Jaca, aunque la mayoría procedían de la comarca de Sariñena, próxima a Huesca. Las crisis de subsistencias, especialmente las más severas, como lo fueron la de 1522 en Europa, las de 1539-42 y de 1575-79 en España y la de la última década del siglo XVI, en una espiral de hambre y peste que afectó a toda Europa, con la cúspide de la inclemencia en los años 1597-1600, suponían tales manifestaciones de pauperismo y de sus consecuencias de vagabundeo y mendicidad, invariablemente escoltadas además por el aumento de todas las formas de marginación y de desviación social, que ponían a prueba en muchos centros urbanos la limitada capacidad de las instituciones asistenciales existentes, desbordando sus recursos, disminuidos ya por la propia crisis, y revelando la ineficacia de numerosas medidas de control social que establecían los concejos o ayuntamientos urbanos ante la realidad de la pobreza. Estas crisis, ante la incapacidad de las medidas que se aplicaban, eran los detonantes que generaban la aparición de nuevos proyectos de asistencia y que provocaban las reformas de las políticas sociales a nivel institucional y legal. En este sentido, hay una correlación casi perfecta entre las graves crisis y el surgimiento de nuevos modelos y planes de intervención. Figura 1 Importante aumento del pauperismo y de las desviaciones sociales Mayor demanda asistencial Necesidad de Nuevas respuestas Sociales Crisis Severa Disminución de rentas e ingresos de las instituciones asistenciales Menor oferta asistencial Fuente: F. Santolaria, Marginación y Educación. Historia de la Educación Social en la España moderna y contemporánea. Barcelona, 1997, p. 14. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 61 La aguda crisis de 1522 originó, por ejemplo, las reformas urbanas de la beneficencia en Europa. La de 1539-42 provocó en Castilla la promulgación de la reformista ley de pobres de 1540, la crisis de 1575-79 concuerda con la aparición de la obra de Miguel de Giginta y su proyecto de las Casas de Misericordia, y la grave crisis del final de la centuria (1597-1600) coincide con el plan general de Cristóbal Pérez de Herrera y los Albergues de Pobres. Todo ello enmarcado en el contexto reformista, que lo explica y lo hace posible, del amplio movimiento de reordenación y disciplinamiento social que caracterizó a los siglos XVI y XVII con la emergencia y consolidación de los estados modernos, y la confesionalización de Europa con las reformas religiosas a partir del XVI. 1.2.2. Factores estructurales: el ciclo de vida individual y familiar Algunas de las categorías permanentes (infancia, mujeres con niños y ancianos) de la “pobreza tradicional” solían responder a factores estructurales, que eran factores inherentes, en este caso, a la “estructura” misma del ciclo de la vida humana. Hay etapas de la vida individual y familiar que, por sí mismas, suelen ser más vulnerables a la pobreza, y que permanecían como un “factor estructural” depauperizador inalterable, presente siempre en los ciclos de vida, y que definía, como hemos dicho, algunos de los constantes tipos y rasgos tradicionales que había asumido la imagen de la pobreza. A lo largo del siglo XX, los “Estados del Bienestar” han ido estableciendo políticas de distribución social de rentas y beneficios que han intentado suavizar los niveles de pobreza e inseguridad económica (subsidios de desempleo, pensiones de vejez, seguridad social, políticas familiares, atención y educación a la infancia, etc.). Pero, en las sociedades modernas, anteriores a los “Estados Sociales”, los individuos y familias que sólo dependían de su trabajo, podían en diferentes etapas de su ciclo de vida no ganar lo suficiente para poder subsistir. Estas fases de pobreza estructural se concretaban habitualmente en tres periodos del ciclo de vida: en la “infancia y adolescencia”, en el momento de aumento de “cargas y responsabilidades familiares” y en la “vejez”. La infancia, por su dependencia e insuficiencia económica para cubrir sus necesidades, suponía una etapa especial de fragilidad ante la pobreza, además de que los hijos, en algunos casos, podían representar una carga económica que podía desequilibrar la precaria capacidad de subsistencia de la familia. Todos los datos confirman la existencia de numerosos niños indigentes, de modo que definían una de las categorías tradicionales de pobreza legítima, que les daba derecho a recibir asistencia por su indefensión e incapacidad para ganar su sustento. Su presencia en las listas oficiales de mendigos y pobres asistidos era una constante realidad que motivó diversas iniciativas 62 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO legales e institucionales para atender a su reeducación e integración social. Todas las políticas sociales de los siglos modernos prestarán “oficialmente” una atención especial a la reeducación infantil, considerada siempre, a causa de la educabilidad de la infancia, como uno de los medios preventivos más adecuados y oportunos para luchar contra la marginación y la desviación social adultas. De modo especial, en el siglo XVI los diferentes países europeos verán surgir instituciones específicas para recoger y educar a los numerosos niños pobres y abandonados que callejeaban mendigando por los núcleos urbanos. Junto a estas medidas asistenciales y educativas, que tuvieron un alcance muy desigual e insuficiente, las estrategias familiares de supervivencia fueron la colocación de los hijos, tan pronto como estos tenían edad, en contratos de arrendamiento de servicios (aprendizaje, servicio doméstico, trabajo) que suponían el abandono del hogar y representaban un alivio económico para el resto de la familia. Durante el siglo XVIII, con la proliferación de los hospicios, las familias pobres “utilizarían” a menudo estas instituciones como un medio más para “colocar” temporalmente a los miembros más jóvenes y aliviar así de modo provisional la economía familiar. La posibilidad de escapar de los umbrales de la pobreza y superar los niveles de subsistencia llegaba con la juventud y la incorporación plena al mundo laboral, que posibilitaba la independencia económica y la manutención propia. Solían ser también los años del matrimonio. Con la fundación de un hogar y el progresivo nacimiento de los hijos, el nivel de vida individual y familiar podía entrar en una nueva fase de pobreza por la insuficiencia de los ingresos para cubrir los crecientes gastos familiares, hasta que los hijos se independizaban por el trabajo y dejaban a su vez el hogar. De un modo normal se solía repetir el ciclo de uso de las anteriores estrategias familiares de supervivencia. En esta etapa era habitual encontrar también en las listas de pobres la existencia de numerosas mujeres, muchas de ellas viudas, solas o con ancianos y niños a su cargo. Una realidad social que unida a las dificultades de acceso de la mujer al mundo laboral y a los salarios más bajos que recibían, provocaba el fenómeno tradicional de la “feminización” de la pobreza. Los porcentajes de pobreza femenina eran siempre abrumadores frente a los masculinos, aunque al estar referidos habitualmente a los pobres asistidos y reconocidos oficialmente, podían ser cifras relativamente sesgadas por las categorías del concepto de “pobre meritorio” digno de asistencia (niños, ancianos, mujeres, etc.), en las que un varón de esa franja de edad tenía que encontrar serias resistencias para ser incluido y recibir asistencia, por su capacidad para el trabajo y sus mayores posibilidades laborales. La tercera etapa de pobreza y dificultad para subvenir a las propias necesidades llegaba con la vejez y la progresiva incapacidad para el trabajo, que obligaba a numerosos ancianos a depender de modo permanente de las redes de ayuda mutua, de las ayudas caritativas institucionales o de la mendicidad. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 63 1.2.3. Factores accidentales Si los factores coyunturales (fluctuaciones económicas, inflación y las cíclicas crisis de subsistencias) y los factores estructurales (etapas vulnerables de los ciclos de vida y los cambios estructurales económicos) se consideran mecanismos de empobrecimiento colectivo, por las dimensiones de la población que resultaba afectada, existían otros factores considerados por la historiografía como accidentales, porque eran factores que, en principio, afectaban a nivel individual o familiar, no pudiéndose considerar procesos colectivos ni generales, aunque sus efectos a nivel global podían resultar también, en determinados momentos y lugares, significativamente cuantiosos. Este es el caso de la “enfermedad”, por ejemplo, que era vista por los contemporáneos como una causa directa de la pobreza. La presencia de la enfermedad en una familia provocaba un aumento de los gastos, y si el enfermo era el cabeza de familia, originaba una disminución o ausencia de ingresos e incluso, en los casos de convalecencias largas, podía ocasionar el endeudamiento y el empeño de los enseres y bienes materiales de la familia. De ahí que en la “historia” de muchas familias humildes e incluso medias, la enfermedad fuese temida como la causa directa de una importante pérdida económica de la que difícilmente se recuperaban. Agravándose la situación, a menudo hasta la indigencia, si además se producía la muerte del cabeza de familia. Y también, en cierto modo, a nivel colectivo la enfermedad generaba procesos de depauperización. De modo especial, las enfermedades infecciosas típicas de los siglos modernos, que desarrollaban epidemias de diversa extensión e intensidad y tenían una mayor frecuencia de aparición en las grandes urbes. Era una constatación de la época que los brotes se iniciaban en los barrios más pobres y marginados, que eran también los que sufrían la mayor incidencia de la enfermedad y presentaban los mayores índices de mortalidad. Hoy sabemos que la mortalidad es un indicador básico del nivel de vida y que hay una desigualdad social en el disfrute del bien primario de la salud. La enfermedad tiene también una historia social, y lo que en el orden individual puede atribuirse a condiciones de tipo biológico o incluso biográfico, en el orden colectivo depende de circunstancias sociales, porque el incremento del potencial de ataque de las enfermedades contagiosas está en correlación con el grado de indefensión social de los sujetos, ya que no afectan tanto al “individuo aislado” como al “individuo en comunidad”, de ahí que su capacidad epidémica dependa de circunstancias sociales. Muchos estudios han señalado la preferencia de las epidemias por los sectores más humildes: la peste en los siglos modernos, el tifus, la fiebre amarilla a comienzos del XIX, o el cólera, así lo constatan (Fernández García, 1985 y 1991). Era inevitable la predisposición de los humildes a la enfermedad a causa de sus dietas inadecuadas, 64 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO sus condiciones higiénicas insuficientes y su precarias condiciones de abrigo en ropa y vivienda, que repercutían en un bajo nivel de resistencia a la enfermedad, y esto tanto a nivel colectivo de grupo social desfavorecido, como a nivel individual, por lo que el resultado de estos procesos depauperizadores repercutía con mucha más crudeza en los grupos social y económicamente más débiles. Y junto a la enfermedad, la incapacidad laboral por accidentes (muy numerosos) y por deficiencias físicas (ciegos, tullidos, etcétera), a los que se sumaban no pocos soldados licenciados (y mutilados) que habían quedado inútiles para el trabajo. También las guerras y campañas militares eran una causa accidental de aumento del pauperismo. El constante estado de guerra que afectó a extensas zonas de Europa occidental y central entre los siglos XV y XVII (campañas en Italia, Flandes, la guerra del Palatinado, la de los Siete Años, la de los Treinta Años, las guerras de religión, la guerra civil inglesa, los numerosos motines y su pacificación, el levantamiento de Cataluña y Portugal, etcétera), devastaron zonas rurales enteras, con enormes pérdidas de cosechas, bienes materiales y muertes, provocando y acentuando los éxodos migratorios, la mendicidad, el vagabundeo y la marginación. 1.3. La cuantificación de la pobreza No es posible ofrecer, por ahora, datos cuantitativos fiables que nos den una idea real del incremento del pauperismo. La cuestión se complica porque, en primer lugar, supone cuantificar un conjunto social que en buena medida es incuantificable, por la imprecisión misma del concepto de pobreza y sus límites cambiantes, y porque el número de pobres varía no sólo de acuerdo con la evolución económica a medio y largo plazo, sino también en función de las pulsiones momentáneas de la coyuntura. Toda la franja social inferior de la población es susceptible de traspasar los límites de la pobreza y la indigencia en momentos de crisis, tras los cuales es también posible, aunque no siempre tan fácil, que una parte de esa población pueda volver a salir de esa situación, por lo que para su adecuada cuantificación sería necesario poder disponer de series de datos para amplios periodos históricos, de las que lamentablemente apenas disponemos. En segundo lugar, el tema no es simple por las dificultades que suponen las fuentes que ofrecen datos, ya que suelen usar criterios diferentes para conceptualizar la pobreza, por lo que hacen referencia a realidades distintas o a perspectivas parciales de la realidad social de los pobres. Por ejemplo, una de las fuentes usadas han sido los “censos”. Los estudios existentes son de desigual valor y hacen referencia, en general, a listas de origen municipal cuya finalidad solía ser fiscal. Se trata de “padrones” para el repartimiento de cargas e impuestos. En estos casos, la población, LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 65 siempre contada en “vecinos”, era clasificada en función de sus posesiones o patrimonio en diferentes categorías fiscales que resultaban ser verdaderamente ambiguas (ricos, tienen bien, medianos, tienen, de poco trato, de poco caudal, de poca hacienda, pobres, pobrísimos, sin trato, sin caudal, etcétera). El problema está aquí en el criterio utilizado y en cómo lo interpretaban en cada municipio para clasificar a los vecinos y saber cuál es la realidad que se esconde tras cada una de esas categorías. Son además censos ocasionales, nacidos al compás de algunas medidas impositivas, y no suelen ofrecer series de registros mantenidos. Por otra parte, el uso que se hace del término “pobre” es relativo, se refiere al que no tiene o apenas tiene patrimonio y al que no puede, o apenas puede, pagar impuestos porque no tiene de qué. Se asimila no sólo al pobre en sus categorías tradicionales, sino al trabajador manual, al jornalero, incluso, en ocasiones, al labrador pequeño propietario. “Pobre” es el “trabajador” cuyo diario esfuerzo no llega siempre a mitigar sus necesidades. Las Relaciones Topográficas que mandó instruir Felipe II en el siglo XVI son un arsenal de testimonios del uso del término “pobre” para aplicarlo al que vive de su trabajo, sea sobre tierras propias o ajenas, pero con el sentimiento siempre presente de una situación personal precaria. Valga el ejemplo, por citar uno de ellos, de las relaciones del pueblo de Alcubillas, en Ciudad Real, en las que se nos dice que, de sus vecinos, una docena “tienen suficiente de comer” y los demás son “gente pobre que vive de su trabajo” (Relaciones…, Ciudad Real, [ed. Viñas Mey, 1951-1963], 29, cit. Maravall, 1981). Y en el mismo sentido usan el término las Cortes de 1596, 1598, 1623 y 1628 cuando muestran una insistente y hasta dramática preocupación por los pobres. Hay que tener en cuenta también a la hora de contabilizar el “número” de pobres, que el término “vecino”, que era la unidad fiscal contable de la época, al convertirlo en número de habitantes (la ratio de conversión que se suele usar para los siglos modernos es de 4,5 habitantes por vecino) podría resultar inadecuado para el caso de “vecinos pobres”, provocando una sobrevaloración demográfica del pauperismo, ya que, por una parte, muchos de estos vecinos pobres no eran unidades familiares “normalizadas”, sino personas solas, especialmente mujeres viudas, aunque algunas tuviesen hijos a su cargo, y por otra, algunos registros muestran como el “tamaño censal” de las familias pobres tendía a ser más reducido que el de las familias de nivel socio-económico medio o superior, aunque las diferencias no solían venir dadas exclusivamente por un mayor número de hijos, sino fundamentalmente por el número de personas dependientes de la familia (familiares, criados, aprendices, mozos, etc.). Todo esto revelaría que los índices de pobres fiscales, aunque pueden ser utilizados como fuentes válidas para el estudio de la distribución social de la riqueza y de la propiedad, y por lo tanto ser útiles como contexto económico-social para enmarcar a los pobres, plantean nume- 66 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO rosos problemas a la hora de aproximarnos cuantitativamente al fenómeno real de la pobreza. Un modelo complementario a los “censos”, utilizado para intentar acercarse al número de pobres en un momento dado o para aproximarse a su nivel de vida, ha sido el método de los llamados “índices de subsistencia”, que consiste en una comparación entre los ingresos que percibe un trabajador durante un periodo de tiempo y el coste de la vida a nivel de subsistencia en ese mismo periodo y lugar, de modo que quede reflejada la realidad económica, adquisitiva, capacidad de supervivencia, de ahorro, etcétera, del trabajador. Pero también estas contabilizaciones hechas a partir de los “índices de subsistencia”, establecidos en función de los salarios laborales y los precios de los alimentos, aunque ofrecen una aproximación válida a la dureza de los tiempos para las familias trabajadoras, se basan no obstante en algunas conjeturas que pueden exagerar el nivel de pobreza, pues, con frecuencia, sólo se conocen los salarios del varón adulto que está al frente de la unidad familiar (Woolf, 1989), sin considerar otras formas de salario en especies o compensaciones alternativas y complementarias que recibían muchos trabajadores en los siglos modernos. Además de desconocer muchas veces los ingresos provenientes del trabajo femenino e incluso de los hijos, que son aspectos a menudo no considerados o infravalorados, y que cada vez más se revelan como elementos clave en los estudios cualitativos de las estrategias económicas de supervivencia de las unidades familiares modernas. Otro enfoque metodológico de cuantificación de la pobreza, que se ha venido usando en algunos trabajos, ha consistido en el uso de los registros parroquiales de defunción, que solían ser también registros contables por los costes e ingresos que suponía el funeral, de los que los pobres solían quedar exentos, además de que los párrocos podían anotar entre los datos personales del difunto referencias a su situación material, por lo que era posible relacionar el número de difuntos pobres con el total de las defunciones, además de suponer una información que es susceptible de ser seriada. Las cifras obtenidas en algunos trabajos revelan porcentajes medios entre 18’25 y 21’95 por ciento para la segunda mitad del siglo XVII en algunas parroquias de Madrid (Larquié, 1980), aunque las medias pueden engañar, pues en las dos últimas décadas (de 1680 a 1700), por ejemplo, años de repetidas crisis de subsistencias, los porcentajes de difuntos pobres alcanzan proporciones del 50 y 59 por ciento del total de las defunciones, lo que tal vez podría ayudar a confirmar la conocida tesis de la desigualdad social ante la muerte, siempre que esos porcentajes no fueran también válidos para la población general no difunta, hecho que desconocemos, y entonces no confirmarían nada o, tal vez, simplemente un posible empobrecimiento general fruto de la propia crisis. Un estudio de los registros de defunción de algunas parroquias palentinas a lo largo de casi todo el siglo XVIII (1703-1779) revela porcentajes medios LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 67 en torno al 39’5 por ciento (Marcos Martín, 1985). Sin embargo, no hay, en realidad, una fiabilidad directa de la rigurosa anotación de los datos, ya que el registro de la situación material del difunto no se hacía sistemáticamente, por lo que puede haber importantes omisiones, favorecidas por los frecuentes cambios de titular de la parroquia y por el índole fiscal y contable del libro de defunciones, que facilitaría que en épocas de sobremortalidad no se apuntasen partidas de pobres que no tenían repercusiones contables para la parroquia, de la misma manera que no se registraban los pobres que morían en los hospitales y eran enterrados en sus cementerios anexos. Por otra parte, hasta la tercera década del siglo XVIII no se regulariza en muchas parroquias el registro de las defunciones infantiles, por lo que los resultados serían en muchos casos parciales ya que no recogían el total de la mortalidad. Todo esto nos confirma en la dificultad de la cuantificación de la pobreza en los siglos modernos, tanto por ser etapas históricas no estadísticas como por la diversidad de categorías de pobreza consideradas. Quizás la aproximación más aceptable a ese número de pobres que representaba el “grupo social significativo” para la aplicación de medidas asistenciales, y al que iban encaminadas la mayor parte de intervenciones legales de política social y las reformas de la beneficencia, sean las “listas de pobres” merecedores de asistencia, que confeccionaban algunas ciudades en momentos de crisis, o bien las mismas “listas” a nivel parroquial, que ya no eran siempre fruto de la crisis, sino el registro ordinario de las ayudas caritativas que se daban en la demarcación de la parroquia. Por ejemplo, un interesante documento nos ofrece información sobre la pobreza “registrada” en todas las parroquias de la ciudad de Toledo en 1558.4 Uno de los años más graves de todo un periodo de malas cosechas y epidemias que padeció especialmente la ciudad, por lo que hay que creer que los registros recogen la pobreza coyuntural avecindada, es decir los habitantes conocidos pobres y los empobrecidos por la crisis. De hecho, estas listas se confeccionaban normalmente en momentos de seria dificultad, con el fin de racionalizar la asistencia, por lo que solían ser documentos que reflejaban la coyuntura, no la normalidad (estructural), que en estos casos quedaba englobada en la coyuntura. Los datos aportan un total de 11.105 pobres registrados, que supondrían un porcentaje de un 20 a un 22 por ciento respecto a la población de la ciudad (tomando como referencia el censo de 1561 -que, aunque tres años después de la crisis, es el más próximo de que se dispone-, que da un total de 11.254 vecinos, que traducidos a habitantes se situarían entre los 50.000 y los 56.000 habitantes aproximadamente). De todas formas, es muy probable que la pobreza flotante 4 Linda Märtz: Povery and Welfare in Habsburg Spain. The Example of Toledo. Cambridge, Cambridge University Press, 1983, 113-119. 68 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO no avecindada, la nube movediza y cambiante de desvinculados que originaba toda crisis, no quedara ni siquiera parcialmente registrada. Existen también otros estudios que aportan porcentajes para otras ciudades castellanas, así Medina del Campo, en 1561, contaba con un 8’89 por ciento de pobres, mientras que Valladolid registraba un 9’54 y Segovia alcanzaba un 15’74 por ciento (Bennassar, 1983). En general, teniendo en cuenta los datos de otros estudios hechos en ciudades europeas para los siglos modernos (Florencia, Venecia, Roma, Lyon, Odense, Salisbury, Norwich, Bruselas, Amberes, Colonia, Nuremberg), hay una coincidencia importante en los porcentajes que ofrecen de pobreza estructural, que varían alrededor de un 4 a un 8 por ciento de la población, mientras que los porcentajes de la llamada pobreza coyuntural se mueven en torno al 20 por ciento (Woolf, 1989). Conviene volver a indicar que estas cifras no suelen recoger la pobreza no avecindada pero presente en las ciudades, como los vagabundos y mendigos desarraigados, sin rostro ni domicilio fijo, muchos de ellos pobres fingidos que desbordaban el campo de la pobretería y se introducían en el submundo de la marginación y de la desviación social. Por lo demás, son cifras de pobreza “urbana”, el escenario en el que es seguramente más visible, pero nada o muy poco sabemos de la pobreza rural, en unas sociedades en las que en torno al 80 por ciento de la población vivía en el campo. 2. El pobre como sujeto receptor: tipología, actitudes y discursos públicos, legislación 2.1. Los pobres: su tipología No hay prácticamente variaciones significativas entre los siglos medievales y los modernos en las categorías con que se suele clasificar a los pobres. Tanto en la terminología que aparece en los tratados sobre pobres o cuestiones afines escritos por eclesiásticos, humanistas de la época y arbitristas, como en los textos legales promulgados por legisladores, se acostumbra a dar una similitud de términos y criterios a la hora de establecer los tipos de pobres. Las mismas clasificaciones se encuentran, en general, cuando se utilizan otras fuentes documentales como testamentos, actas de donaciones, ordenanzas municipales, etcétera. En principio, se diferencia entre dos clases fundamentales de pobres: los legítimos o verdaderos y los ilegítimos o falsos, también llamados fingidos. Y se solía hacer en función de su capacidad para el trabajo. Los incapacitados para el mismo eran los pobres legítimos, dignos de asistencia. Aquí entraban todas las categorías tradicionales de la pobreza: por una parte, los lisiados, contrahechos, tullidos y baldados, los ciegos, los deficientes y los enfermos, LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 69 y por otra, en general, el grupo de pobres tradicionales que hemos llamado estructurales (infancia, mujeres con o sin niños, muchas viudas y ancianos). A estas categorías tradicionales (accidentales y estructurales) de “pauperes” legítimos se unían los pobres coyunturales (trabajadores en paro y emigrantes, con sus familias). Dentro de esta clase de pobres verdaderos o legítimos, se encontraba también el grupo de los llamados “pobres vergonzantes”, constituido generalmente por individuos o familias desclasadas, que por factores accidentales o por circunstancias ajenas habían venido a menos y se habían visto reducidos a la pobreza o a la indigencia, y que con circunspección y sin ruido intentaban sobrellevar su nueva condición. A estos se les procuraba asistir de modo discreto y sin publicidad alguna, tanto por su dignidad como para evitar peligros morales (no pocas veces eran mujeres de calidad en gran necesidad, hermanas huérfanas o bien viudas con hijos e hijas a su cargo). Estos tradicionales grupos y tipos de pobres verdaderos eran los lógicos candidatos a ser asistidos por las instituciones de caridad y asociaciones de asistencia, fuesen eclesiásticas, municipales o de hermandades, fundaciones y cofradías gremiales, laicas y religiosas, que solían existir de modo especial en los núcleos urbanos. Además, como se ha puesto de manifiesto en numerosos estudios, existía una amplia red informal de ayudas particulares o privadas (familia y redes de parentesco, redes de amistad y compañerismo, relaciones con otras familias del vecindario y comunidad local), cuya asistencia capilar, próxima y mantenida se está revelando como una acción social mutua, no sistemática pero de gran eficacia a la hora de subvenir las necesidades básicas de los afectados. Lógicamente, estos tipos de asistencia, tanto los modelos “organizados” e institucionales como las redes “informales” de autoayuda, solían fundamentarse sobre relaciones de conocimiento y confianza mutua, que se daban cuando las familias o individuos estaban avecindados, llevaban cierto tiempo residiendo en la comunidad y existía una convivencia cotidiana con sus convecinos. En este sentido, los pobres forasteros (como eran muchos de los pobres coyunturales) recién llegados con sus familias, los jornaleros en paro, los mozos sin amo, que emigraban todos ellos en busca de trabajos estacionales, caían dentro de la categoría de “desconocidos”, y en consecuencia su participación o inclusión en estos modelos y redes quedaba dificultada. El “desconocido” (sin domicilio fijo, sin propiedades, sin trabajo ni amo, sin lazos sociales) generaba desconfianza y prevención. No obstante, y a pesar de la asistencia “organizada” y de las redes informales, la mendicidad constituyó siempre una estrategia de supervivencia fundamental para los necesitados, y como tal ha permanecido inalterable a lo largo de los siglos, habiendo conocido en su larga historia recurrentes intentos de supuesta prohibición y abolición absoluta, de aceptación y libre ejercicio, u otros de regulación y control moderados por parte de las autoridades públicas. La mayoría de las categorías tradicionales de los pobres verdaderos eran 70 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO mendigos lícitos y podían mendigar públicamente, fuera de modo ocasional, temporal o habitual, y esta actividad podía ser compatible (no siempre) con la recepción de ayudas asistenciales organizadas e informales. Precisamente a esta actividad de mendigar, como método fácil de “hacer bolsa”, es a la que se alistaban los pobres ilegítimos, falsos o fingidos. Gentes, que siendo útiles para el trabajo, optaban sin embargo por la mendicidad como medio de vida, convirtiéndose en vagabundos holgazanes, en gente errática sin vínculos ni lazos sociales, violentos y promiscuos (“sin religión ni ley”), cantera cierta de pícaros, truhanes, prostitutas y maleantes, gente necesariamente dañina para sí mismos, para los pueblos y para el Estado.5 Son principalmente estos mendigos fingidos los que van a desarrollar todo un repertorio de prácticas fraudulentas e inhumanas para despertar la compasión y obtener beneficios con su oficio (cuerpos con imaginarias llagas, tumores y enfermedades repulsivas, deformaciones físicas y supuestas amputaciones y cegueras; usan a grupos de criaturas propias o alquiladas, a algunas de las cuales mancan, ciegan y maltratan para suscitar a una mayor piedad; se presentan caricaturizando y falseando los rasgos típicos y situaciones personales y familiares de los verdaderos pobres), prácticas tan comunes y generalizadas que han pervivido en la literatura y en la sabiduría popular de los refraneros. 2.2. Actitudes y discursos públicos sobre la pobreza A modo de síntesis muy simplificadora se suele aceptar que en la historia de la cultura occidental entre los siglos medievales y modernos se ha dado un cambio en los modelos de pensamiento y en las actitudes sociales ante los pauperes. De modo que en el medievo se consideraba a la pobreza como una condición de vida material simbólicamente dignificada por connotaciones religiosas, siendo vista como un valor moral cuando era aceptada dentro de un orden natural providencialista. Una cosmovisión en la que se fundían no sólo muchas de las premisas religiosas evangélicas sobre la caridad y misericordia y la doctrina social desarrollada por la Patrística (grandes autores cristianos de los primeros siglos), sino también las tradiciones de las doctrinas moralistas tardías de la cultura grecolatina sobre el sentido universal de los bienes. En esta cosmovisión medieval, la riqueza y la pobreza resultaban ser a la Si bien hay numerosos testimonios literarios y judiciales de que en diversas ciudades europeas a lo largo de los siglos modernos existían ya “organizaciones” (compañías o bandas) jerarquizadas y disciplinadas que agrupaban a muchos de los mendigos fingidos profesionales y de los miembros del hampa en los bajos fondos urbanos. Eran grupos con su propio argot y una especie de contra-cultura o cripto-cultura específica. Ver R. Chartier, “Les Elites et les gueux. Quelques représentations (XVI-XVII siècles)”, Revue d’Historie Moderne et Contemporaine, 21 (1974), 376-388, y B. Vincent (ed.), Les marginaux et les exclus dans l’histoire, Paris, 1979. 5 LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 71 postre polos complementarios, y así mientras los pobres necesitaban la ayuda y la misericordia de los ricos, estos a su vez necesitaban a los pauperes para justificar moral y socialmente su propio poder y riquezas a través de las obras de misericordia y justicia, de modo que la limosna, en todas sus variantes, se convirtió no sólo en un precepto moral y religioso general para todos, y de modo especial para los poderosos, sino que, a su vez, estos cumplían una obligada función social de redistribución de bienes, de protección de los débiles y ayuda a los necesitados, como parte de una exigencia religiosa, pero también de justicia natural y económico-moral que en cierto modo los justificaba en su estatus ante Dios y ante los hombres dentro de esa cosmovisión medieval. La tradición de la Iglesia, que debía ser en el mundo testigo del amor de Dios a la humanidad, consideró desde sus mismos inicios que las actividades de servicio y asistencia a las necesidades humanas (espirituales y materiales) era una tarea constitutiva por naturaleza de su misma esencia, es decir, en rigor, de cada fiel y de la Iglesia como comunidad, por lo que desde sus comienzos ejerció el reparto de ayudas y limosnas a los necesitados, generó fondos comunes benéficos y creó instituciones asistenciales y hospitalarias, de modo que sus numerosas actividades caritativas llegaron a resultar verdaderamente novedosas en el mundo antiguo y a despertar el asombro y el respeto del mundo pagano.6 Este histórico ejercicio de la función asistencial permitió que la Iglesia se convirtiera en representante cualificada de los intereses de los menesterosos, y en calidad de tal, en receptora de limosnas y donaciones para su adecuada distribución entre los pobres. De modo que podría decirse para los siglos medievales que la práctica totalidad de la acción asistencial organizada se realizaba a través de las diferentes instancias eclesiásticas. Ese supuesto equilibrio armónico (ideológico y social) entre los significados y sentidos de la pobreza parece que ya habría desaparecido, o tendría una vigencia simbólica muy ambigua, en los siglos XII y XIII, y su plena desacreditación es ya evidente en el siglo XIV y en el XV, en los que van surgiendo en las ciudades nuevas respuestas sociales y de control al problema de los pobres, mendigos y vagabundos, cada vez más numerosos. Son respuestas En los mismos comienzos de la Iglesia se creó la “diaconía” (Hechos 6, 1-6), un “servicio” organizado y comunitario que quedó instaurado en la estructura de la Iglesia misma. Tertuliano (gran escritor del s. III) narra cómo la solicitud de los cristianos por los necesitados de cualquier tipo suscitaba el asombro de los paganos (Apologético, 39, 7; Patrología Latina, 1, 468). Y precisamente, cuando el emperador Juliano el Apóstata (s. IV), reinstaura el paganismo (antigua religión romana) como religión oficial del imperio, quiere que los cargos y representantes del nuevo paganismo oficial establezcan un sistema asistencial paralelo al de la caridad de la Iglesia, advirtiendo que el único aspecto que le impresionaba de los cristianos era su gran actividad caritativa, de modo que los “galileos”, como los llamaba, habían logrado con ello su enorme popularidad (J. Bidez, L’empereur Julien. Oeuvres complètes, París, 1960, I, 2ª, p. 145). 6 72 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO “arcaicas” y “noveles”, que se mueven entre la continuidad y la renovación de los modelos asistenciales anteriores, pero en las que las autoridades municipales asumen responsabilidades mayores junto a los eclesiásticos, además de advertir un incremento manifiesto de la presencia de laicos en la gestión y organización de las acciones sociales, lo cual resulta totalmente lógico, dado que, en general, son las élites urbanas y las distintas corporaciones (“ciudadanos honrados”, mercaderes, magistrados, propietarios, profesiones liberales, artesanos, entidades gremiales, etcétera), los grupos de donde surgen los dirigentes de la “res pública” en las urbes. Estas respuestas combinan las ofertas de trabajos públicos (obras públicas) para dar ocupación, combatiendo el paro, la reorganización de las acciones asistenciales buscando eficacia y control en la distribución de las ayudas, la unificación de las instituciones hospitalarias y asilares racionalizando su función, y el establecimiento de medidas de control, expulsión y punición de los vagabundos y mendigos fingidos. Pero son en parte medidas ocasionales, que no llegan siempre a generar un nuevo modelo asistencial permanente. Pero no hubo una brusca transformación entre un supuesto “modo medieval” y un supuesto “modo moderno” de abordar la pobreza, y aunque en la sensibilidad de las élites haya una creciente actitud hostil hacia los mendicantes y pordioseros, las costumbres populares siguieron manifestando actitudes solidarias con los mendigos. Por otra parte, la investigación de la última década sobre el tema, ha dejado claro que es un mito histórico (orquestado por los mismos reformadores modernos) el considerar que la asistencia medieval a los pobres era ineficaz y mal organizada (Dinges, 2005). Si bien, es cierto que el marco intelectual con el que venimos concibiendo la pobreza hasta nuestros días se fundamentó a finales del siglo XV y en el XVI (Woolf, 1989). Todo esto se va a acentuar desde los comienzos del siglo XVI, evidenciando un supuesto cambio en las actitudes y en los discursos públicos sobre la pobreza. Tal vez, la nota característica del XVI respecto al pauperismo y a la marginación sea la toma de conciencia de su dimensión como problema social. Hay una preocupación generalizada por el tema en las ciudades, en las Cortes de los estados, en los grupos intelectuales de los humanistas y en los teólogos y eclesiásticos, tanto católicos como protestantes. Y va a ser una centuria decisiva para plantear el problema a nivel político y hacer de él una cuestión central de las controversias ideológicas y sociales de la época. Sin embargo, a pesar del despertar político e intelectual al problema, las propuestas de soluciones y los caminos de reforma institucional son todos ellos anteriores al propio siglo. Existe una “herencia” medieval en la que se pueden recoger muchas de las tendencias y de las controversias que verán la luz en los siglos modernos. Es algo así, como si los intelectuales y hombres de estado del XVI descubrieran las “inéditas” dimensiones políticas de las transformaciones económicas y sociales que se habían estado gestando desde LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 73 la primera “gran crisis del feudalismo” (1320-1420), y que eran ya una realidad presente en la vida cotidiana de las relaciones laborales y sociales de sus contemporáneos. Es en los comienzos del siglo XVI cuando se da un aumento de los testimonios de rechazo y de repulsa del “pobre” (Maravall, 1981; Geremek, 1989). Tal vez las sucesivas crisis coyunturales de subsistencias que viviría el siglo ayudaron a acentuar esa imagen negativa de los grupos de pobres, especialmente en las urbes, donde el número de menesterosos y las diferencias entre la miseria y la ostentación de la riqueza serían más notables que en los ambientes rurales. Lo cierto es que se constata una “representación” diferente de la pobreza: el pobre, el mendigo, especialmente el urbano, pierde su carácter familiar y consentido, para convertirse en un ser anónimo y peligroso, generador potencial de epidemias, de revueltas y vicios, y que nada tiene ya que ver con el valor religioso y moral de la pobreza. Todo en esta “nueva” imagen predispone y parece exigir la intervención de los poderes públicos. Habría que decir aquí, antes de exponer algunas de esas intervenciones, que puede resultar poco adecuado a la realidad histórica, hablar de “cambios” o de “periodos” cuando nos referimos a la historia de las mentalidades, porque en el ámbito de las actitudes mentales colectivas, los “cambios” pueden ser difíciles de temporalizar, y, por lo tanto, de explicar su origen, su desarrollo, y el alcance social y espacial del supuesto “cambio”. Por otra parte, aun cuando las grandes estructuras culturales y sus crisis pueden ser puntos de referencia para estudiar las variaciones de las actitudes colectivas, también es cierto que esos momentos críticos no provocan necesariamente un cambio inmediato en la sensibilidad de una época ni en los modos de valoración existentes. Incluso es posible que diferentes sistemas de valores puedan coexistir simultáneamente en una sociedad, ocupando la primacía uno u otro de esos sistemas, al compás de la dinámica económica y social. Quizás, éste sea el caso concreto del supuesto cambio de la mentalidad colectiva moderna frente a la pobreza. A pesar de que es un lugar común en los estudios sobre el tema, el considerar la pobreza en el medievo como un valor moral, y presentar al pobre integrado en su mundo, también es cierto que se podrían aducir numerosos testimonios del propio medievo (y en base a fuentes de literatura eclesiástica) para mostrar que, tal vez, siempre hubiera existido -y desde el siglo XII las referencias son numerosas- una clara distinción conceptual y social entre la pobreza voluntaria (pauperes cum Petro), exaltada como camino de perfección moral, y la indigencia material (pauperes cum Lazaro), que no implicaba valoración moral ni dignidad social ninguna, y en la que, además, frente a un uso indiscriminado de la caridad, era necesario hacer una clara distinción entre pobres “verdaderos” y “fingidos”, merecedores estos de castigo. En este sentido, se ha podido llegar a discutir y 74 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO a justificar que, en realidad, es posible que siempre, en toda época, la pobreza haya sido considerada como una desgracia.7 El mismo valor religioso y moral de la pobreza voluntaria, incluso dentro de la propia Iglesia, a pesar de la profunda herencia de San Francisco, el Poverello de Asís, pudo quedar puesto en entredicho a causa de algunas formas radicales que se convirtieron en movimientos heréticos. Y sin entrar ahora en los motivos por los que fueron perseguidos por la Iglesia, pudieron favorecer que la misma exaltación de la pobreza voluntaria fuera examinada con recelo en los propios círculos eclesiásticos a causa del peligro de las desviaciones heréticas que podían darse.8 En todo caso, de lo que se trata aquí, es solamente de la reconsideración y matización del ese esquema simplista de la tesis del “cambio” del concepto de pobre, que pasa de ser un “predilecto de Dios” a ser un “sucio holgazán y delincuente potencial”, puesto que parece evidente que en el periodo histórico de la sociedad medieval coexistían diversas actitudes y doctrinas en materia de pobreza -que ya incluían ambos conceptos-, y que la apología de la pobreza hacía referencia, en todo caso, al mundo espiritual, mientras que la indigencia material, cuyas degradantes consecuencias sociales eran evidentes para el observador menos atento, se consideraba como una condición sin dignidad, fuente de marginación social y moral. De hecho, en el propio siglo XVI y, en general, en los siglos modernos, a pesar del notorio aumento de manifestaciones de la visión negativa de la pobreza, del “crescendo” social del descrédito del pobre, se advierte también la perfecta pervivencia de la visión tradicional, que, en unas ocasiones, convive en perfecta armonía con la visión “moderna” en la mentalidad de amplios sectores sociales, como si fueran las dos caras de una misma moneda. Y así, por ejemplo, excelentes testimonios de esta ambigüedad de actitudes se pueden espigar en toda la literatura picaresca de nuestro país (Maravall, 1981). Entre los testimonios que distinguen los tipos de pobreza está de modo especial el Decretum Gratiani (ca. 1150) y los tratados de los decretistas del siglo XII. Téngase en cuenta que la obra de Graciano (+ ca. 1179), es una colección sistemática de textos legales a partir de los escritos patrísticos (particularmente de San Juan Crisóstomo y de San Ambrosio), decretos conciliares y declaraciones pontificias, por lo que parte del material “conceptual” es de varios siglos anteriores en general. Sobre la cuestión ver a B. Tierney: “The decretits and the ‘Deserving Poor’” en Comparative Studies in Society and History, I (1959), fasc. 4, p.365 y ss.; también a G. Ricci: “Naissance de pauvre honteux: entre l’histoire des idées et l’histoire sociale” en Annales E.S.C., Janvier-Février (1983), 158-177. Sobre la pobreza como desgracia, ver a J. L. Martín: « La pobreza y los pobres en los textos literarios del siglo XIV» en A pobreza e a assistencia a os pobres na peninsula Ibérica durante a Idade Média. Lisboa. 1973, II, 587-636. Para una visión de conjunto, B. Geremek: La piedad y la horca, Madrid, Alianza, 1989, 33-39. 8 Así, y como ejemplos posibles entre otros, los seguidores de Joachim de Fiore, que aspiraban a la pobreza absoluta, fueron perseguidos, y en 1304 el pontificado anunció medidas contra el pauperismo radical del movimiento de los llamados “Hermanos Apóstoles”, y también con el conocido caso de los “fratricelli” y su vuelta radical a la comunidad de bienes, etcétera. 7 LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 75 También, en otras ocasiones, la coexistencia de ambas visiones deja de ser pacífica para convertirse en un verdadero debate teológico y social, sobre el que proyectan su sombra todas las grandes polémicas religiosas, sociales y económicas de la época. 2.3. La legislación sobre los pobres 2.3.1. Los estatutos municipales de reforma de la asistencia (1520-1540) y el edicto imperial de 1531 A nivel europeo, el éxodo rural continuo y en progresivo ascenso de jornaleros y familias que emigraban hacia las ciudades, se vinieron a sumar en las primeras décadas del siglo XVI repetidas crisis de malas cosechas, que al provocar la consabida oleada de nuevos vagabundos y mendigos, obligaba a adoptar soluciones de acuerdo con los modelos tradicionales de caridad y control social. Sin embargo, estas medidas resultaban ya ineficaces para hacer frente a un problema que las nuevas condiciones demográficas y económicas habían amplificado. La fuerte crisis agrícola de 1521 y 1522 que revistió dimensiones europeas fue posiblemente el detonante del inicio de las reformas en las ciudades de las políticas de pobres. Sin tener en cuenta algunas variaciones y añadidos en función de circunstancias locales, el contenido de estas reformas se muestra, en general, idéntico. Se caracteriza por ser un intento de organización racional de la asistencia en busca de la efectividad, muy acorde con la nueva mentalidad moderna, y cuyas notas esenciales son: en primer lugar, la centralización de todos los recursos ciudadanos de asistencia en una bolsa común y/o un hospital o institución general, donde confluyen todos los donativos y limosnas voluntarias, por una parte, y las rentas -de un modo total o parcial- de todas las instituciones benéficas, sean privadas o eclesiásticas. En segundo lugar, la secularización de la administración, distribución y control de los fondos y de las instituciones benéficas, que queda en manos de las autoridades municipales y de un consejo formado fundamentalmente por laicos, si bien, normalmente, con participación eclesiástica. Estas dos primeras características -centralización y secularización- suponían no sólo una importante reducción y limitación de las actividades caritativas que tradicionalmente había desempeñado la Iglesia, especialmente las órdenes mendicantes, sino también una pérdida importante de ingresos (limosnas, donaciones y rentas de instituciones benéficas), que quedaban bajo el control del concejo municipal. En tercer lugar, se realizaba una clasificación de los pobres para designar a los que debían recibir asistencia de la bolsa común o en el hospital general y los que podían trabajar y ganarse el pan, y como consecuencia se prohibía to- 76 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO talmente la mendicidad. Aquí radicaba la cuarta nota típica: el trabajo, como método terapéutico por excelencia Los vagabundos forasteros eran enviados a sus lugares de origen y se limitaba a una noche normalmente la estancia de los peregrinos en la ciudad. Se organizaba la educación o reeducación de los menores abandonados y de los hijos de padres indigentes, y se convertía a las parroquias en centros de información sobre las necesidades de las familias pobres de su demarcación, invitando, además, a los párrocos a propagar y defender la reforma asistencial desde el púlpito y el confesionario. Las iglesias seguirían siendo lugares para recoger fondos para la bolsa común a través de sus cepillos y cajas para limosnas. Y en algunos lugares se llegó incluso a establecer un impuesto especial obligatorio destinado a los fondos asistenciales, invitando al mismo tiempo a todos los ciudadanos a no dar limosna alguna a ningún mendigo.9 Aunque todas estas reformas tenían un carácter fundamentalmente urbano y eran llevadas a cabo por los poderes municipales, la nueva “política social” fue apoyada inmediatamente por el poder estatal o real con la promulgación de diferentes edictos que favorecieron la difusión y la ejecución del programa reformista. Y también la Iglesia, en general, no sólo facilitó sino que patrocinó en muchos casos la aplicación de las reformas, tanto en las zonas de influencia protestante como en las católicas. Aunque lógicamente también se levantaron voces contrarias de religiosos y laicos (en general, los que fueron apartados de la administración de los fondos) en ambos bandos. Como ya se ha indicado, el poder estatal o real se sumó a las iniciativas ciudadanas en el ensayo de la nueva política social. Especial importancia tuvo el edicto imperial de Carlos V para los Países Bajos en octubre de 1531. Esta ordenanza imperial se promulgaba tras un periodo de trabajo y estudio de las reformas que ya se habían establecido en algunas ciudades flamencas. Hoy parece probado que, de modo especial, las ordenanzas de Ypres y de Mons influyeron en el edicto imperial, como también muy probablemente las de algunas ciudades alemanas. El reconocimiento y aprobación por parte de la corona de las nuevas reformas supuso un verdadero impulso para su expansión por toda Europa. Los estatutos de Ypres, traducidos al latín y al francés, 9 El 24 de julio de 1522 se implantaba con gran éxito la nueva política de pobres en Nüremberg, ese mismo año se realizaba también en Wittemberg, Augsburg y Altenburg, un año más tarde, en 1523, se extendía por diferentes ciudades de los estados alemanes y alcanzaba Flandes y los Países Bajos en 1525, primero las ciudades de Mons e Yprés, cuyos estatutos de reforma se harían enormemente famosos, y a continuación Brujas, Lille, Valenciennes, Lovaina, Tournai y Malinas. En 1535 se realizaba la centralización de la beneficencia en Gante y en 1538 en Bruselas. En Francia, el proceso se iniciaba en 1529, en Dijon, Troyes, París y Lyon en 1530, les seguiría Poitiers. También en 1535 en Ginebra, y la reforma asistencial se extendería también por el norte de Italia: Venecia en 1529 y Verona en 1530. Y, más tardíamente, llegaría a Génova y a Bolonia. Toda una cadena de reformas relacionadas entre sí a nivel de contenido, que, más allá de las imitaciones e influencias, son un signo de las graves crisis económicas y sociales que sacudían prácticamente a todo el territorio europeo. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 77 alcanzaron una enorme difusión e influyeron en las reformas llevadas a cabo en otras ciudades. También el tratado de Juan Luis Vives se había ya difundido rápidamente, conociendo varias reimpresiones en latín y siendo traducido al flamenco, al italiano y al alemán.10 Del mismo modo, las ordenanzas de otras ciudades, como Nüremberg, Lyon, París, Chartres y Brujas, fueron asimismo impresas (Davis, 1975). 2.3.2. La legislación reformista en España: Ley Tavera de 1540 España, en especial Castilla, vivía inmersa en el contexto económico y demográfico que caracteriza a la Europa del momento, y conoció casi las mismas crisis cíclicas de subsistencias que, con carácter general o regional, afectaban de un modo global o alternante a todas las zonas del continente. Y también aquí se constata la amplificación social de la imagen negativa de la pobreza en los ambientes urbanos. Las peticiones de los procuradores de las ciudades en las cortes del reino para que se tomaran nuevas medidas en el tema de los pobres era una cuestión recurrente desde 1523, y en esta atmósfera de insistente demanda de nuevas medidas de control social, llegaba en 1538 y 1539 una nueva crisis de subsistencias que se alargaría hasta los primeros años de la década de 1540, llegando a ser la situación verdaderamente preocupante en diversas ciudades. El cardenal Tavera,11 regente de Castilla, contando con la aprobación imperial de Carlos V, promulgó en 1540 una nueva ley sobre la asistencia y el control de la pobreza en las ciudades. Juan Luis Vives es el autor del que ha sido considerado el mejor tratado humanista del siglo XVI sobre la pobreza, el famoso De subventione pauperum [Del socorro de los pobres] (1526). Una obra profunda y sencilla, clara, precisa, dividida en dos partes; en la primera, aborda el tema de las necesidades humanas y de la obligación que tenemos todos de hacernos el bien mutuamente (como respuesta a nivel individual), y en la segunda, justifica y legitima la necesidad de la intervención de los poderes públicos en el problema de los pobres (como respuesta social y política), desarrollando además todo un plan detallado de intervención a nivel municipal. La obra de Vives se convirtió en libro de cabecera de todos los reformistas sociales de la época. Todavía hoy es una obra clásica, que no ha perdido vigencia alguna y que sorprende al lector por la total actualidad de sus argumentos y propuestas. Vives, católico de origen judío, era valenciano de nacimiento. Estudió en las universidades de Valencia y París, y se trasladó a la ciudad de Brujas donde vivió prácticamente el resto de su vida, a excepción de estancias en Inglaterra, donde fue preceptor de la princesa María, la hija de la reina Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII. Fue amigo de grandes humanistas como Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam, e impartió algunos cursos en Oxford y en Lovaina. 10 11 Juan Tavera (1472-1545), fue progresivamente obispo de Ciudad Rodrigo, León, Osma y Santiago de Compostela. En 1531 alcanza el cardenalato, y tres años más tarde es nombrado arzobispo de Toledo, y en 1539, además, Inquisidor general de Castilla. Hombre próximo y de confianza de Carlos V, presidió las Cortes Castellanas desde 1528 a 1539 y fue Presidente del Consejo Real durante los mismos años, cargo que dejó para pasar a ser regente durante la ausencia del emperador hasta 1541, permaneciendo al 78 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO La ley, que comenzaba con una introducción en la que se recogía la legislación anterior existente sobre pobres y mendigos, contenía una instrucción de trece artículos que estaba en consonancia con la mayor parte de las peticiones que desde comienzos del siglo se hacían en las cortes. En síntesis, lo único que se estipulaba era un control más riguroso de la mendicidad (es decir, no se prohibía, aparentemente), de forma que sólo pidiesen los pobres verdaderos y en los pueblos de donde eran naturales (o avecindados) “y seis leguas en contorno”. Para ello tenían que pasar un examen de pobreza y de “vida” para obtener una licencia -de un año de validez- que les permitiese mendigar, dada por el cura de su parroquia y aprobada por el justicia del lugar. Todo el resto de la instrucción -excepto dos artículos que comentaremos después- eran las condiciones y excepciones a tener en cuenta a la hora de su aplicación, casos en los que ha de darse licencia para pedir fuera de su naturaleza, que no se pida dentro de las iglesias durante los actos litúrgicos, que se nombren diputados para controlar la observancia de la ley y que socorran a los pobres vergonzantes en sus casas. Interés especial tenía el artículo sexto, que prohibía la mendicidad infantil, no permitiendo que los mendigos llevaran consigo a sus hijos u otros niños mayores de cinco años, encargando a las autoridades eclesiásticas y municipales de cada lugar el establecer medidas para el cuidado de estos menores y colocarlos en aprendizaje o servicio doméstico. Esta medida estaba en perfecto acuerdo con las ordenanzas que se estaban dando en el resto de Europa, donde ya hemos visto la preocupación que existía por la infancia, que refleja no sólo una atención especial a la integración de la infancia y juventud marginadas, sino también una política social encaminada a impedir, en la medida de lo posible, que los grupos marginados se reprodujeran a sí mismos. Pero la clave de toda la ley de 1540 era el artículo décimo segundo, que proponía todo lo contrario del resto de los artículos, rompiendo la uniformidad de la ley y ofreciendo aparentemente dos mensajes legales distintos y contrapuestos. Frente a todo un articulado anterior que proponía permitir la mendicidad con un mayor control y rigor, sin apenas reformar el modelo asistencial existente, el artículo 12 sugería, por el contrario, que prohibir la mendicidad era un bien, y que era alcanzable con sólo la recta administración de las limosnas y de los hospitales e instituciones de asistencia que ya existían. Y que esto era lo que tenían que hacer las autoridades municipales y eclesiásticas, y que sólo cuando no fuera posible hacerlo, se aplicase lo estipulado, esto es, el permitir mendigar con licencias y mayor control. En síntesis, la ley Tavera, era la traducción hispana de las ordenanzas municipales reformistas que se estaban extendiendo por Europa, pero que en nuestra península suponían destapar un tema candente y espinoso, tras el servicio del Cesar hasta su muerte en 1545. Sobre él puede verse a P. Salazar de Mendoza: Chrónicon de el cardenal don Juan Tavera. Toledo. 1603. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 79 que latían, por una parte, el problema de la necesaria reforma y unificación hospitalaria, que tantas ampollas había y estaba levantando a nivel jurídico y económico y, por otra parte, la espinosa cuestión de la “centralización del control” económico y administrativo de todas las instancias asistenciales, creando “bolsas o cajas comunes” y la consiguiente prohibición total de la mendicidad, que tanto contradictores podía encontrar a causa de la cantidad de intereses diversos que había en juego. Es posible que Tavera, prudente y experimentado diplomático, y conocedor de las “dificultades” que surgirían, no se atreviera a dar un edicto real como el que el mismo Carlos V había dictado tan sólo nueve años antes para Flandes sobre la misma cuestión. Fuera como fuese, la ley resultó, en su texto, ambigua, pero al dejar la aplicación de las medidas en manos de las autoridades eclesiásticas de cada diócesis y en los concejos municipales, se dejaba también la puerta abierta para llevar adelante las reformas allí donde hubiera posibilidades y suficiente capacidad de iniciativa. En ese sentido, hay que reconocer que la redacción de la ley permitía de modo hábil y discreto dar pie a “nuevas” medidas, como se dieron. De hecho, donde se aplicó la ley se hizo siempre en el sentido reformista que establecía el artículo décimo segundo (Madrid, Toledo, Zamora, Salamanca y Valladolid).12 2.3.3. La evolución y las nuevas orientaciones legislativas sobre los pobres. Trento, la Nueva Pragmática de 1565 y la legislación sobre vagabundos La legislación de pobres promulgada por Carlos V se había inspirado en las reformas de la asistencia benéfica que habían sido realizadas en las ciudades alemanas y especialmente flamencas en la segunda década del siglo XVI. El edicto imperial de 1531 para los Países Bajos era la legitimación desde el poder real de estas iniciativas urbanas y el establecimiento de un marco legislativo favorecedor de las nuevas políticas de control de la mendicidad. También la ley de 1540 para Castilla se inspiraba en los mismos modelos y, aunque pudiera parecer en su redacción menos restrictiva y más abierta que 12 La aplicación de esta ley provocó el más importante debate de los siglos modernos sobre las políticas de pobres. Fue protagonizado por dos españoles, contradictores entre sí: por una parte, como defensor de los pobres [“Ser pobre no es ser delincuente. Y pedir, si se tiene necesidad, no es un delito”], Domingo de Soto, jurista y teólogo, dominico, catedrático en la Universidad de Salamanca. Por la otra, como defensor del derecho de intervención del Estado [“Que es un deber de buena gobernación de república”], Juan de Robles, benedictino, escriturista formado en Montserrat y hombre de gobierno en su orden. Ambos escribieron sus reflexiones a petición del cardenal Tavera en 1544, y publicaron sus obras en 1545 en Salamanca y en el mismo taller de imprenta, el de Juan de la Junta; primero Soto (Deliberación en la causa de los pobres, 30 de enero de 1545), y a continuación Robles (De la orden que en algunos pueblos de España se ha puesto en la limosna para remedio de los verdaderos pobres, 20 de marzo de 1545). Una edición actual conjunta de ambas obras en El gran debate sobre los pobres en el siglo XVI (Barcelona, Ariel, 2003). 80 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO el edicto imperial, la realidad es que se aplicó de un modo semejante. No obstante, en el caso español, fueron medidas coyunturales, aplicadas de modo ocasional, muy al uso todavía de las concepciones medievales, que entendían estas medidas como recursos últimos para momentos de singular necesidad, pero no como medio de lograr una estructura municipal permanente de control y extinción de la mendicidad. La política legislativa de Felipe II en materia de pobres fue el continuismo con la ley de 1540. Una ley reformista, potencialmente secularizadora y municipalista, podría decirse que desde el mismo comienzo de su reinado aparece una moderación cautelar en la aplicación de sus disposiciones más radicales, especialmente del artículo 12, a la espera tal vez de las disposiciones que dictara la Iglesia sobre el tema en el Concilio de Trento que se estaba realizando. El Concilio de Trento no abordó directamente el tema de la pobreza y de los mendigos, pero decretó la necesaria actualización y reforma de las instituciones caritativas y hospitalarias cuando y donde fuera necesario, introduciendo medidas rigurosas de control administrativo y funcional. De todos modos, no se hacían concesiones a las autoridades laicas ni a los poderes municipales: los reformadores, cuando fuese necesario, serían únicamente los prelados y el estamento eclesiástico. Todos estos decretos de reforma, junto con los decretos dogmáticos, fueron promulgados y confirmados oficialmente por el Papa el 26 de enero de 1564, convirtiéndose en obligatorios para toda la Iglesia a partir del 1 de mayo del mismo año. La aplicación de las disposiciones conciliares en España por parte de Felipe II fue inmediata. Por Real Cédula de 12 de julio de 1564 quedaban convertidos los decretos tridentinos en leyes del reino. Esta incorporación de los cánones conciliares como leyes nacionales podía originar en algún caso, como en el que nos ocupa de las “leyes de pobres”, un contrasentido legal, por existir una relativa contradicción interna entre las vigentes leyes reformistas de 1540 y las nuevas prescripciones canónicas. Este sería, en nuestra opinión, el motivo de la promulgación de la nueva pragmática del 7 de agosto de 1565, con el título de “Nueva orden para el recogimiento de los pobres, y socorro de los verdaderos”, en cuya breve introducción se reconoce la ya clásica falta de eficacia de las leyes anteriores y el aumento de vagabundos y holgazanes que se ha producido, por lo que se dicta la nueva orden. Tras lo cual sigue un articulado que mantiene intacta la citada ley de 1540, con la excepción de la desaparición del famoso artículo décimo segundo. El hecho permite pensar que éste era el único objetivo de la nueva orden: suprimir la posibilidad legal de la inspección, centralización y control “municipal” sobre la administración de las rentas hospitalarias y de las instituciones benéficas -principal punto de contraposición de la vieja ley con los decretos tridentinos, que no negaban las reformas, pero las dejaban en manos de los prelados- y evitar, en consecuencia, la creación de “bolsas comunes” y reformas urbanas radicales como LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 81 las llevadas a cabo en los años veinte en Europa y en los cuarenta en Castilla. La “nueva” orden finalizaba, por lo demás, con un tajante mandato: “Porque mandamos a las dichas Justicias y a cada una de ellas en sus jurisdicciones, que sobre lo contenido en la provisión del año de 40, de que de suso se hace mención, y en los capítulos de Cortes en ella insertos, e instrucción que por ella se mandó guardar, solamente cumplan y ejecuten lo que por esta nuestra provisión se manda, según y como y por la forma que de suso se contiene; y contra ello no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en tiempo alguno, ni por alguna manera” (NR, VII, XXXIX, XIV). Así, pues, el sentido queda claro: de lo contenido en la ley del 40, solamente se cumpla y ejecute lo que la nueva ordenanza estipula. Es decir, todo menos el capítulo doce.13 Esta dimensión asistencial de la política de pobres se articulaba perfectamente con la dimensión represiva de las ordenanzas sobre vagos y vagabundos. Las penas de estos últimos habían ido en aumento a lo largo de la época, pasando del breve destierro temporal y los azotes al duro servicio de galeras. Las nuevas penas de los vagabundos y su destino a las galeras de la armada, que habían quedado establecidas en la pragmática dada por Carlos V en 1552, siendo ratificadas por Felipe II en 1560 y serían objeto de una nueva pragmática en 1566, con la finalidad de clarificar (y hay que pensar que también de ampliar) el concepto de vagabundo, facilitando a los justicias y alguaciles la ejecución de las disposiciones de 1552, que seguirían vigentes. A efectos de aplicación de la ley, se consideraban vagabundos: los gitanos (egipcianos), los caldereros extranjeros y los “pobres mendigos sanos”. Así que, aunque la mendicidad lícita no estaba prohibida, el mendigo que se comprobara que era “pobre fingido”, y lo era todo aquél que fuese útil para trabajar, se convertía en galeote forzado. La ordenanza estipulaba que la edad mínima para servir en las galeras se aplicase lo dispuesto para los ladrones y rufianes, es decir, una edad de 20 años, “aunque…, si tienen disposición y calidad para el servicio” bastaba que tuvieran los diecisiete (NR, XII, XIV, II). La gran amplitud de la tipología de individuos que podían ser condenados a galeras, como la misma pena en sí, muestra hasta qué punto la justicia penal durante los siglos modernos (del XVI al XVIII) estuvo al servicio de los intereses y las necesidades del Estado. La política española en el Mediterráneo obligaba a un incremento de su potencia naval, originando una demanda de galeotes siempre en aumento, que no era fácil de cubrir sin recurrir al uso La ordenanza sobre pobres se completaba con otro decreto firmado el mismo 7 de agosto de 1565, que promovía el establecimiento de hospitales por todo el reino (“ciudades, villas y lugares”) para recoger y atender a los pobres enfermos con llagas e infecciones, con el fin de evitar epidemias por contagio. Estos establecimientos sí estarían a cargo de los justicias y ayuntamientos (N.R., VII, XXXVIII, III). Venía a cubrir un vacío legal e institucional existente. Una necesidad (o pretexto tal vez) que había invitado en ocasiones a los concejos a intervenir, controlar y reconvertir los hospitales privados y eclesiásticos existentes en los periodos críticos. 13 82 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO de los “forzados”, modificándose así el modelo penal en beneficio de las carencias de la Armada. El sistema fue de uso general en Europa, no sólo como pena para delincuentes comunes y herejes (como en el caso francés, por ejemplo), sino también como solución de trabajo forzado para los mendigos válidos (como en Venecia desde 1528-29) (Geremek, 1973). El servicio de galeote, la pena más temida por los delincuentes, se mantuvo hasta el siglo XVIII inclusive. Fue suprimido en 1748 por Fernando VI al renunciar al uso militar de la vieja escuadra de galeras, y restablecido por Carlos III en 1784 al volverla a poner en uso por las necesidades del corso contra los argelinos, siendo abolida definitivamente por real orden de 30 de noviembre de 1803.14 3. De la caridad a la represión (trabajo, disciplina, corrección y encierro): la gestión de la pobreza En general la coyuntura económica de los siglos XVI y XVII, tanto en España como en gran parte de los estados europeos, aunque hubo diferencias regionales y ritmos distintos, sugiere la imagen global de una sociedad expansiva y en desarrollo durante casi los dos primeros tercios del siglo XVI, pero que sufre un estancamiento, primero, y un progresivo proceso de declive, después, que alcanza su punto de flexión definitiva en torno al cambio de siglo (1585-1600), para entrar en una clara curva descendente a lo largo del siglo XVII. A la decadencia económica se vinieron a unir los efectos negativos del endeudamiento del Estado y sus repetidas quiebras financieras. La Corona influyó de modo notable en todo el proceso económico hispano de la época.15 Y como era habitual en estos periodos, volvieron a aparecer los episodios de crisis agrícolas y epidémicas. Y así, se podría considerar que a partir de la década Quedaría tal vez fuera de lugar el intentar hacer aquí una descripción de la dureza cotidiana de la penosa vida del galeote. De las pésimas condiciones de alimentación y abrigo que padecía, de la aspereza del ejercicio del remo, de las habituales sanciones punitivas que soportaba y de las privaciones a las que muchos no sobrevivían, con el añadido de su encarcelamiento previo y de su transporte, aherrojado a una “cadena” de forzados durante centenares de kilómetros, hasta llegar al lugar de embarque. Una larga y dura “marcha” embrutecedora y deshumanizante, no exenta de actos de extorsión y de sadismo, que no todos superaban. Como “infiernos flotantes”, apodó Marañón a las galeras, hablando de las condiciones de vida de los galeotes. 15 Por una parte, el Estado, como consumidor sobresaliente de productos y servicios ejerció un papel estimulador del desarrollo productivo y comercial interior, por otra, como cliente moroso y repetidamente insolvente, generador, además, de una enorme presión tributaria, atenazó y frenó ese mismo desarrollo que estimulaba. En la segunda mitad del siglo, Felipe II decretó en dos ocasiones suspensión de pagos general y aumentó la ya pesada presión tributaria con una subida de los impuestos. Las sucesivas bancarrotas del Estado y los retrasos de los pagos llevaron a la quiebra a muchas empresas y a numerosos inversores y productores hispanos que servían a la Corona, al mismo tiempo que el aumento de la presión fiscal ahogaba al conjunto de una economía nacional que se encontraba ya en franca recesión. La producción descendía y el comercio se estancaba, y, sin embargo, los impuestos subían. 14 LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 83 de 1570 aproximadamente, las malas añadas vienen a reincidir sobre una sociedad que muestra síntomas de astenia y de debilitamiento y que va a ofrecer ya las primeras muestras de un abatimiento económico y social. Es decir, a la persistencia de las crisis cíclicas de subsistencias, mecanismo generador de los episódicos brotes de pauperismo, se suma ahora una situación económica declinante, que ya sólo por su propia dinámica genera un grave deterioro social, fuente de marginación y desviación. Uno de los más claros testimonios “sociales” de la recesión podría ser el número de indigentes y vagabundos que a partir de esas fechas se revela de nuevo como más elevado, especialmente en las ciudades, como lo afirman los escritos de numerosos testigos de la época. Y, precisamente, en correspondencia con este incremento, será en el tercio finisecular, cuando verán la luz los proyectos de Miguel de Giginta (1576)16 y de Cristóbal Pérez de Herrera (1595),17 los dos planes institucionales más ambiciosos que se idearon para “remedio de pobres” en la España de los Austrias. Con ellos, especialmente con Giginta, se iniciaba en nuestra península las políticas de “recogimiento”, el llamado en otros países el gran “encierro” de pobres. El “encierro” fue un movimiento que se dio en Europa desde la segunda mitad del siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, aunque sus modelos institucionales y sus funciones, cada vez más suavizadas y especializadas pervivieron durante el XIX y gran parte del XX. En el proceso de desarrollo que siguió se podrían distinguir, a modo de esquema, dos fases diferenciadas por la intensidad de la aplicación real del modelo y por los cambios de matiz en las razones que trataban de legitimarlo. Aunque el proceso manifestó algunas diferencias nacionales tanto en su evolución temporal como en características funcionales, de modo que se puede permitir hablar de casos específicos y diferenciales, fueron tantos los puntos comunes y las influencias mutuas, que el encierro de pobres se nos presenta, en realidad, como una política social uniforme a pesar de su diversidad. Miguel de Giginta, canónigo de la catedral de Elna (Rosellón), publicará su famoso Tratado de remedio de pobres (Coimbra, 1579), en el que defiende y desarrolla su proyecto de creación de instituciones de recogida de pobres, las llamadas Casas de Misericordia, que ya había presentado a las Cortes en 1576. Serían las primeras casas de “recogimiento” de pobres en España, antecedentes de los “hospicios” de los ilustrados del XVIII. En su Memorial a las Cortes y en su Tratado presenta un amplio y equilibrado plan de asistencia y reeducación social de los internos. Edición actual del tratado en Ariel, 2000. 17 Cristóbal Pérez de Herrera, Protomédico de las Galeras de España, amigo personal de Mateo Alemán, el autor de la célebre novela picaresca El Guzmán de Alfarache (1599), era un profundo conocedor de las condiciones de vida de la pobretería. Poseía un gran sentido práctico y una capacidad de síntesis poco común, que le permitió recoger lo mejor de todas las experiencias anteriores en materia de asistencia social y presentar el mayor y más completo plan general de política de pobres que ha conocido la España moderna. En 1595 lo presenta a las Cortes y lo publica, aunque la edición más completa es la de 1598 (Amparo de pobres). Es el promotor, entre otras muchas propuestas, de una nueva modalidad institucional de recogida y refugio para los pobres: los Albergues de pobres. Edición actual en la colección de Clásicos Españoles (Madrid, Espasa-Calpe, 1975). 16 84 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO El recogimiento, como respuesta social a la pobreza y marginación, estaba muy relacionado con las reformas asistenciales que vivieron las ciudades europeas a partir de 1520. La reclusión fue la lógica evolución de las medidas urbanas de control y prohibición de la mendicidad ante un problema que, lejos de ser solucionado por aquellas reformas, continuaba agravándose a medida que avanzaba el siglo XVI al compás de la evolución económica y de las crisis, como acabamos de ver. Tanto los fines de la reclusión y el modelo “reeducador” que desarrollaba, como la población a la que iba dirigida (su imagen negativa y peligrosa y las críticas y los argumentos que justificaban el encierro) eran los mismos de las tesis que ya justificaban la intervención en las reformas de los años veinte del siglo XVI. Y así, ante la magnitud del fenómeno del deterioro social y la insuficiencia de las medidas anteriores, el “recogimiento” se presentaba como una solución verdaderamente adecuada. Por una parte, ofrecía una respuesta inmediata a las necesidades básicas de techo y comida de los desheredados, un refugio físico donde podían acogerse evitando la mendicidad y el vagabundeo. Era, además, una solución que, al recogerlos, los apartaba del resto de la población, evitando así los presuntos riesgos de contagio de las enfermedades de las que se les suponía portadores, por lo que se convertía en una medida sanitaria. Éste era un argumento con importante peso específico en las sociedades modernas. Por otra parte, el encierro daba una posible respuesta también al problema de la corrección moral y de adquisición de hábitos sociales, ya que el espacio cerrado favorecía un orden que regulara su supuesta vida libertina e inmoral, generando los hábitos necesarios de disciplina social. Un lugar en el que recibirían las enseñanzas religiosas y prácticas laborales. Y, sobre todo, el encierro se convertiría en la mejor corrección contra su vida ociosa al obligar a trabajar a todos los que fueran útiles para ello. El trabajo, aunque se justificaba por razones económicas, ya que con él se mantendrían a sí mismos y a la institución, se defendía fundamentalmente por razones educadoras y éticas, ya que el trabajo crearía hábitos laboriosos y la formación laboral adquirida les ofrecería nuevas vías de integración social. Además, el trabajo podía tener asimismo una importante dimensión expiatoria de su anterior vida desviada e inmoral, ya que suponía un esfuerzo. A todas estas ventajas sociales y reeducadoras de la reclusión y del trabajo (propias del primer periodo de la política de encierro), se le añadirían en el siglo XVII los beneficios que veían en estas instituciones los teóricos del mercantilismo, ya que se convertirían en útiles para sí mismos y especialmente para el Estado todos los mendigos y pobres ociosos, obteniendo con su trabajo en los talleres y fábricas de las casas de reclusión un incremento de la producción que equilibraría la importaciones, mejoraría la economía nacional, abarataría los productos y aumentaría la población activa, causa en LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 85 los esquemas económicos de la época de la riqueza de una nación. Todo este conjunto de tesis económicas tuvieron un importante papel en el desarrollo y expansión de las instituciones de reclusión a finales del siglo XVII y durante el siglo XVIII (el segundo periodo de la política de encierro). Con todo, tanto el apartamiento como la reclusión temporal de los pobres y mendigos no deberían verse solamente como una evolución propia de la primeras reformas benéficas del siglo XVI, acentuadas y recomendadas más tarde por los autores economicistas, sino que habría que situarlas al mismo tiempo en la perspectiva del amplio movimiento de disciplinamiento social que caracterizó a la consolidación de los estados modernos en Europa, tanto en las zonas protestantes como católicas, y que se puso de manifiesto en una intensificación de la reforma de las costumbres y de moralización de la vida social a lo largo del siglo XVI y XVII. En el contexto de este amplio movimiento moralizador y socializador, todos los individuos o grupos sociales que ofrecieran resistencias a la integración en el orden diseñado, sea familiar, religioso, moral o económico, eran una población “al margen” que sería preciso o bien excluir o bien confinar e intentar reintegrar por la corrección y reeducación. Es en estas coordenadas reformadoras donde la reclusión correctiva tiene su espacio lógico, ya que la reforma de costumbres no se realiza por un acto singular y aislado, sino que es necesario un periodo de tiempo y de esfuerzo relativamente largo para modificar las conductas. De modo que el proceso de expansión del modelo del encierro de pobres en los siglos modernos tendrá desde sus comienzos puntos en común con otros movimientos, a veces simultáneos y paralelos, de instituciones de recogimiento y corrección (prostitutas, infancia abandonada, delincuencia, etc.), todos ellos con su propia historia particular, pero gestados todos en el substrato común de la atmósfera de reforma moral y social de los primeros siglos modernos. Entre esos otros modelos paralelos de instituciones de recogimiento y corrección, aparecen los dedicados exclusivamente a las mujeres “perdidas” (prostitutas, delincuentes y “malentretenidas”), que por su desorden moral y experiencias carnales no podían ingresar en las instituciones de pobres y mendigos (a pesar de ser mixtas), para evitar la promiscuidad y el contagio inmoral que suponían. Pérez de Herrera proponía en su plan general de Amparo de pobres (1595), la creación de unas Casas de Trabajo y Labor, erigidas en las ciudades más pobladas, donde se encerrarían a las vagabundas ociosas, hechiceras, ladronas, etcétera, con penas de uno a diez años, o de por vida, según el delito. Llevarían un vestido basto “de jerga”, pelo corto por limpieza y mortificación, comida moderada y “de poca costa”, y todo el mobiliario muy pobre. Y el trabajo obligatorio: hilados de algodón, lino, estopa y otros que pueden aprender, con el fin de que ganen lo que gastan y un poco más. Para Pérez de Herrera, sólo con esto sería suficiente para su enmienda. 86 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO El plan se haría realidad con la creación en Madrid de la “Galera” en 1604, propuesta por la madre Magdalena de San Jerónimo,18 que advierte, coincidiendo con los “tratadistas sociales” de la época, que “de veinte años a esta parte, más o menos”, en concordancia perfecta con la grave crisis que vive el país desde la década de 1580, se ha producido un “gran daño en las costumbres”, un grave deterioro social que, entre otras formas de desviación, se manifiesta en un aumento enorme de “la disolución, rotura y libertad de muchas mujeres”. Un remedio a tanta disolución podía ser la Galera, ya que no había “bastante castigo en España” para estas mujeres, por lo que se podría crear en cada ciudad una casa para recogerlas y castigarlas según sus delitos. Pero su propuesta completa consistía en la puesta en práctica de dos tipos de medidas. Una, preventiva, era la fundación de casas de huérfanas y abandonadas, y otra, represiva y correctora, era la fundación de Galeras. En primer lugar, se trataba de que en las ciudades en que fuera conveniente se crearan unas casas o colegios para niñas huérfanas y abandonadas, donde serían reeducadas y preservadas, preparándolas para colocarlas en el servicio doméstico a su tiempo, de modo que obtuvieran una pequeña dote y pudieran contraer matrimonio. Era esta medida preventiva “el remedio más principal” para intentar “atajar el daño en sus principios”. Pues una gran mayoría de las “mujeres perdidas” eran muy jóvenes o se habían iniciado en su infancia y primera adolescencia (“muchachas de diez y seis y menos años, que no se sustentan de otra cosa sino de mal vivir” y “algunas se han topado de diez y aún de menos años estragadas del todo”, Razón…, I). Y, en segundo lugar, para cuando prevenir es ya tarde, era necesaria una medida represiva y reeducadora que se cumpliría en las “Galeras”, cuya “forma y traza” bosquejaría la madre Magdalena para que cumpliera con sus fines correctivos y rehabilitadores. Las Galeras femeninas fueron progresivamente apareciendo en diferentes ciudades españolas a lo largo del XVII y del XVIII, y constituyeron los espacios correctores específicos para mujeres. No hubo reglamentos generales, sino que cada una de las Galeras se regía por sus propias y particulares constituciones, como correspondía a su variado y distinto origen, normalmente municipal o fruto de una comisión conjunta de las autoridades locales, 18 Su nombre civil era Beatriz Zamudio, una dama conocida y valorada en la corte de España y Flandes, que ha pasado a la historia con el nombre de Sor Magdalena de San Jerónimo, la fundadora en España de la “Galera” o casas de reforma para mujeres. Hacia 1586 estaba ya al frente de la Casa de Probación para prostitutas recogidas (Casa Pía de Santa María Magdalena) que había en Valladolid. Y en 1598 regentaba el colegio de Santa Isabel en Madrid, que había sido fundado por Felipe II en 1592 para recoger niños y niñas huérfanos. Estuvo en Flandes, junto a la gobernadora Isabel Clara Eugenia, entre 1598 y 1604. Ese mismo año, de regreso a España, como indica en la carta-prólogo de su obra (Razón y Forma de la Galera, 1608), propone al rey su proyecto y se funda la Galera de Madrid (1604). En 1605 vuelve a Bruselas, y será en su retorno a España, cuando publica en Valladolid, en 1608, su famosa Razón y Forma de la Galera, para salir al paso de las objeciones y acusaciones que se levantan contra la institución de la Galera. LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 87 eclesiásticas y estatales. En algunos casos, siguiendo las orientaciones de los ilustrados en la segunda mitad del XVIII, se incorporaron a los hospicios en departamentos totalmente independientes, llamados de corrección, pero, en general, pervivieron como casas independientes, manteniendo el nombre popular de “Galeras”, hasta que quedaron centralizadas en 1846 a cargo de la Dirección General de Presidios, pasando a llamarse “Casas de Corrección de mujeres”, dictándose un reglamento para el orden y disciplina del régimen interior (1847), aplicándoles las disposiciones generales de las ordenanzas y reglamentos de presidios. Con anterioridad a las “Galeras” femeninas, surgió también, desde el primer tercio del siglo XVI, una revitalización de toda una red de “casas” para refugio y asilo de mujeres que se encontraban en circunstancias morales y sociales difíciles o eran de vida airada. Fueron las llamadas casas de “arrepentidas”, de “recogidas”, de “penitencia”, reclusorios, refugios, casas de perseverancia o de probación, etcétera. Muchas de origen medieval y larga historia, otras emergieron a lo largo de los siglos modernos. Los objetivos eran recoger, corregir, reeducar e intentar reinsertar en la vida social, y los modelos institucionales y reglas de vida interna acentuaban el trabajo y la formación moral y religiosa. En general, todo este conjunto de iniciativas y experiencias de origen medieval, revivificadas en el siglo XVI y que evolucionarán en los siglos siguientes, aunque su eficacia cuantitativa fue limitada, tuvieron un enorme valor simbólico, que encontrará nuevos caminos en las numerosas iniciativas religiosas que durante el siglo XIX y XX van a intentar dar respuesta a la asistencia social de la mujer y a la desviación social femenina. 4. Los actores de la caridad: los estamentos, el Estado y la autoprotección popular Como síntesis de lo que ya hemos visto en el periodo estudiado, bastaría indicar que entre los “actores” o agencias principales de donde emanan los modelos asistenciales “organizados” son, en un primer momento, las instituciones religiosas, es decir, en los siglos medievales el agente protagonista de la acción social es la propia Iglesia, que se convierte en receptora de limosnas y donativos y en distribuidora de los mismos entre los necesitados. Junto a la acción de la Iglesia, como institución, está la acción individual de los fieles de cualquier estamento y grupo social, que se manifiesta en el ejercicio de la caridad particular, directamente a los pauperes o bien a través de las instancias eclesiásticas. Con el crecimiento urbano a partir del siglo XII, ese protagonismo de la instituciones religiosas en las actividades asistenciales oficiales pasa a ser cada vez más compartido con las autoridades municipales y las asociaciones laicas (cofradías, corporaciones gremiales, fundaciones 88 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO privadas…), si bien, la presencia directa de los eclesiásticos en los concejos urbanos y su papel director o inspirador en las actividades asistenciales laicas sigue siendo clave y significativo. En los siglos modernos, especialmente a partir del siglo XVI, con la conversión del pauperismo en un problema social de “orden público”, las respuestas sociales al problema son concebidas cada vez más como un deber de gobierno, responsabilidad del Estado moderno y de sus instancias de poder (municipales y estatales), por lo que se puede hablar de una progresiva asunción de las funciones y actividades asistenciales por parte de las autoridades seculares (control y administración de la asistencia social oficial). Representa el llamado proceso de secularización de la asistencia, esto es, la emergencia del Estado como benefactor oficial, junto a la Iglesia, que seguirá siendo enormemente activa, pero que irá representando cada vez más la iniciativa social privada, en colaboración, pero con independencia, del Estado. El proceso de secularización se desarrollará progresivamente a lo largo de los siglos modernos y, por supuesto, alcanzará nuestros tiempos contemporáneos. Un campo de estudio específico, dentro de la historia de la asistencia y del Trabajo Social, es el tema de las estrategias de autoayuda de los pobres frente a la ayuda “organizada” oficial o privada. De entrada, ha resultado un campo de estudio un poco más difícil de abordar, porque así como las instituciones y entidades dejan huellas (edificios, archivos documentales, registros, etc.), la solidaridad cotidiana popular pasa fácilmente por la historia sin hacer ruido. Aunque algunos trabajos recientes sugieren que su eficacia como respuesta social a los problemas de pobreza era realmente importante. Como ya dijimos, las redes informales de ayuda (familia y redes de parentesco, relaciones de amistad y compañerismo, laborales, relaciones de patronazgo [patrón, amo, empresario – trabajador], relaciones con otras familias del vecindario y con círculos de la comunidad local, etc.), ofrecían una asistencia capilar próxima (puerta a puerta) y discrecional, que era una acción social mutua, no sistemática, pero de gran eficacia a la hora de subvenir las necesidades. Las ayudas mutuas entre las familias de trabajadores y jornaleros pobres en tiempos de escasez, paro, enfermedad, muerte y en los nacimientos de hijos, eran habituales y suponían el recurso normal para hacer frente a las necesidades, y sólo en un segundo nivel, que podía ser complementario con el sistema de ayudas mutuas, recurrían cuando había posibilidad o se consideraba oportuno a las instituciones caritativas y asistenciales. Lo mismo parece que puede decirse del recurso a la mendicidad por parte de los verdaderos necesitados. En concreto, las redes familiares y de parentesco parecen revelarse como eficaces factores de ayuda mutua en los movimientos migratorios, que no solían ser necesariamente flujos sin rumbo, sino que estaban orientados la mayoría de las veces por contactos con parientes, a pesar de las dificultades LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 89 de comunicación existentes y del ocasional desconocimiento de localización de familiares que también se ha constatado. Estas redes podían tener una influencia sustantiva en los periodos de provisionalidad (facilitando alojamiento y mantenimiento, principalmente) de los recién llegados. También las redes de parentesco, en unión con las de amistad y compañerismo, solían ser muy útiles a la hora de buscar nuevos trabajos temporeros o más estables, tanto en el mundo rural como en el urbano, funcionando como contactos previos facilitadores del empleo. Y de modo especial, las relaciones con el vecindario más próximo parecen manifestarse como la fuente más inmediata de ayuda económica y social. Todo parece sugerir que, para los humildes trabajadores pobres, los vecinos, que podían encontrarse en situaciones similares de dificultad, eran la fuente de ayuda más importante, mucho más que las ayudas de familiares en muchos casos. Los apoyos podían ser tanto prácticos como emocionales, e incluir préstamos, alimentos, cuidados sanitarios, hospitalidad mutua y diversas colaboraciones a nivel familiar. Al margen o en relación con estas redes de relaciones, estaban también las posibles asociaciones profesionales de autoayuda (de origen gremial), que funcionaban como incipientes mutualidades, y la pertenencia voluntaria a cofradías o hermandades parroquiales o de ámbito local, entre cuyas actividades figuraban también los socorros y asistencia a sus miembros en determinadas circunstancias de necesidad. Con todo, y hasta que no dispongamos de más estudios, no convendría exagerar el significado asistencial que supusieron estas redes en el mundo medieval y moderno, aunque es necesario destacar su existencia y su función real junto a las funciones de la asistencia “organizada” (instituciones e iniciativas públicas y privadas). Resumen El concepto de pobreza es relativo y variable, y hay que fijarlo siempre en función de una sociedad y época histórica concretas. No obstante, presenta habitualmente dos notas comunes: la carencia de bienes y la incapacidad para cubrir las propias necesidades del individuo o su familia y una inferioridad y falta de consideración sociales. La dificultad de la definición alcanza también a los intentos de su cuantificación, ya que es en buena medida una realidad incuantificable, a la que históricamente los estudiosos se han aproximado a través de varios métodos (el uso de censos fiscales; los llamados “índices de subsistencias”; los registros de defunción y los “libros de pobres” [registros de las instituciones asistenciales]). La historia económica y social ha distinguido tres tipos de factores clásicos generadores de pobreza, son los llamados estructurales, los coyunturales y los accidentales, cada uno con sus procesos propios, pero con el resultado idéntico del aumento del pauperismo. 90 TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO Hay una tipología de la pobreza, con sus categorías tradicionales, que aparece reflejada en todas las fuentes documentales e iconográficas de los siglos estudiados. Su aumento y mayor visibilidad social en diversos momentos históricos ha ido generando diferentes formas de valorarla y ha influido en las actitudes colectivas ante el fenómeno de la pobreza y, en consecuencia, en las respuestas sociales que se han intentado dar, tanto a nivel legislativo como a nivel institucional y de los modelos de acción asistencial que se han propuesto a lo largo de la historia. Texto/Referencia a consultar por el alumno Actividad En 1526, en la segunda parte del “De Subventione Pauperum”, Juan Luis Vives aborda la responsabilidad fundamental que tienen las autoridades públicas en el “socorro de los pobres” y presenta un proyecto detallado de control y asistencia social a nivel municipal. La propuesta de Vives, que es el vivo reflejo de las cuestiones más candentes que están siendo tratadas en aquellos momentos por los concejos municipales de las ciudades alemanas y flamencas, describe también los miedos y “visiones” que tienen las nuevas clases urbanas de las turbas de desheredados, exponiendo los argumentos y razones por los que las autoridades públicas tienen que intervenir en el problema de los pobres. Es la legitimación de la intervención social. Y, desde entonces, sus argumentos se han convertido en clásicos, válidos para cualquier época. Comenta, ayudándote del contenido del tema, estos tres textos y define el tipo de argumento que, en cada caso, está dando Vives para justificar la intervención: Texto 1 “… En la República las clases humildes no se descuidan sin peligro de los poderosos; pues aquellos estrechados de la necesidad, …(…)…tienen envidia de los ricos; se indignan y se irritan que a aquellos les sobre para mantener bufones, perros, coimas, mulas, caballos, elefantes y que ellos no tengan cosa que dar a sus pequeños hijos, que padecen hambre; que aquellos abusen soberbia e insolentemente de unas riquezas que les sustraen a ellos y a otros semejantes. No es fácil imaginar cuántas guerras civiles han promovido en las naciones todas estas quejas; enardecidas por ellas las multitudes, rebosantes de odio sombrío, antes que nadie descargan y ejecutan su furia en las clases ricas.” (Subv., (ed. 1992), 146). LA pobreza, el pobre y la caridad en el mundo medieval y moderno 91 Texto 2 “… ¿Cuántas veces vemos que un solo individuo introdujo en la ciudad una cruel y grande dolencia que ocasionó la muerte de muchos, como peste, morbo gálico y otras epidemias semejantes? ¿Y qué es esto de que, cuando en un templo se celebra una fiesta solemne y concurridísima, se tenga que entrar, forzosamente, en el sagrado edificio por en medio de dos filas o escuadrones de enfermedades, tumores podridos, llagas y otros males cuyo solo nombre no se puede sufrir, y que éste sea el único camino por donde han de pasar los niños, doncellas, ancianos y mujeres en cinta? ¿Pensáis que todos son tan de hierro que no les impresione semejante vista, con el cuerpo en ayunas, y señaladamente cuando estas ulceras no sólo se meten en los ojos, sino que las acercan al olfato, a la boca, a las manos y al cuerpo de los que van pasando? ¡Tan descocado es el pordiosero! Omito decir que los hay que se confunden con la multitud, los cuales hace un momento que se separaron de la cabecera de un apestado que acaba de morir”. (Subv., (ed. 1992), 148). Texto 3 “Fuera de que no es propio de un magistrado sabio y celoso del bien público dejar que una parte tan grande de la ciudad sea no sólo inútil, sino perniciosa a sí y a los otros, porque cerradas la bondad y las manos de muchos, no teniendo los necesitados con qué sustentarse, vense forzados los unos a ejercer el latrocinio en poblados y en caminos; los otros hurtan escondidamente; las mujeres que son de buena edad, desechada la vergüenza, no pueden retener la castidad, vendiéndola en todas partes, y no hay quien las saque del cenagal en que atollaron; las viejas se consagran al celestineo; los hijos de los necesitados reciben pésima crianza; ellos, con sus críos echados delante de las iglesias o vagabundeando y pordioseando en todos los sitios, ni asisten a los divinos oficios, ni oyen la palabra de Dios, ni es fácil averiguar en qué ley o religión vivan, ni lo que sientan en lo que toca a la fe y a las costumbres”. (Subv., (ed. 1992), 149). Bibliografía Básica Geremek, B. 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