El Sendero del Ánfora Sentado, en tu posición de meditación

El Sendero del Ánfora
Sentado, en tu posición de meditación predilecta. Luego de eliminar tensiones y respirar adecuadamente, los
ojos cerrados... sientes que es una cálida tarde de verano a tu alrededor.
Estás caminando a través de amplios y bien cuidados jardines. Entre prados cubiertos de flores que
desprenden delicados aromas. Aquí y allá, algunos arbustos salpicados de tonos verdes y dorados. Hay una
gran calma penetrando el ambiente, unida al murmullo del viento entre las hojas y el tenue zumbido de
amables insectos inofensivos volando entre los cálidos rayos del Sol.
No estás solo, pero aun no puedes reconocer a las otras personas que también se pasean por nuestro jardín.
Todos nosotros nos dirigimos hacia el mismo lugar a lo largo de una allanada senda pavimentada con
suave arena y minúsculos guijarros. La senda, luego de pasar por un angosto puente de madera que cruza
un riachuelo de agua clara, se dirige hacia arriba, entre elevados árboles.
A la sombra de los árboles la senda trepa hacia la cumbre de una pequeña colina. Cuando alcanzas la cima
te detienes, volviendo la vista hacia el jardín y el riachuelo. Pero luego, sigues adelante.
Más allá de los árboles, el paisaje del valle es más escabroso y con escasa vegetación. Se encuentran en él
algunos arbustos de los cuales surgen enhiestas rosas, altas y pálidas lilas y flores silvestres de todos
colores elevándose sobre algunos pastizales.
Luego de descender por la ladera, al otro lado de la colina, entras en un círculo de bajos y florecidos
arbustos y encuentras un claro de césped cortado, muy verde, sobre el cual elevados árboles proyectan una
confortable sombra. Madreselvas y rosas perfuman el aire y la brisa. Los rumores no llegan al interior del
verde círculo: al entrar en él nos llama la atención que la atmósfera es más silenciosa.
Te sientas en el césped tibio, y los demás gradualmente te acompañan. Mientras tanto, por algunos
momentos, permaneces sentado, descansando en silencio, con los ojos cerrados.
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Poco después, abres los ojos y ves que estas formando parte de una gran rueda, muy amistosa, muy
agradable, de personas de todas clases, ataviadas con vestidos de diferentes razas y culturas, sentadas sobre
el césped en el borde del círculo. Todos lucen saludables, vitales, descansados, cómodos, tranquilos y
alegres.
Y uno de ellos tiene en sus manos una bellísima ánfora de cristal tallado, color verde-azulado. Otro de la
rueda ha abierto un recipiente de cerámica conteniendo agua mineral fresca, vibrante de vida, que vierte
dentro del ánfora. La primera persona deja caer unas gotas sobre el césped, lleva el ánfora como si fuera
una copa a sus labios y bebe un sorbo, pasándola luego alrededor del círculo.
Te das cuenta de que el paseo te ha dado mucha sed, y estas ansioso por beber de esa agua. Cuando llega tu
turno, hallas que el ánfora es más pesada de lo que parecía, y que necesitas de ambas manos para
sostenerla por sus asas. El agua está fresca, y sientes que hay abundante vitalidad en ella. Entonces, viertes
un poco frente a ti, saboreas un buen sorbo, y pasas el ánfora a tu vecino.
Otro compañero ha cocinado pequeños panecillos y los está sirviendo a cada uno en torno al círculo. Te sirves
uno de esos panecillos, tiras algunas migas a las pequeñas aves que revolotean cerca, y luego comes el resto,
encontrando que su sabor es muy agradable.
Ahora, reflexionas acerca del significado de compartir una sencilla comida con otros.
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A continuación, tal vez hablas con quienes están a tu lado, o prefieres escuchar lo que otros están diciendo.
Puede que el canto de los pájaros te deleite o que la brisa parezca traerte un mensaje sutil... Poco a poco, te
das cuenta que has comprendido lo que significa participar del compañerismo de estos Constructores de la
Nueva era de Acuario, el Ánfora, y que puedes acudir a esta reunión mental y espiritual en cualquier
momento del día o de la noche, por paz, inspiración y comprensión.
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Ha llegado la hora de volver. Te pones de pie y te despides de tus compañeros, porque esta reunión parece no
tener fin. En cualquier momento que llegues, habrá otros para recibirte, y cuando te vayas, muchos se
quedaran. Pero estas seguro de volver a encontrarlos.
Y vuelves sobre tus pasos, a través de los árboles, sobre la cima de la colina, de nuevo en el jardín de rosas y
lilas, otra vez entre la dulce fragancia de los campos tapizados de flores al atardecer..
Y suavemente, gradualmente, retornas a tu conciencia física, a tu cuerpo... pero espiritualmente unido, a
través de los Planos Internos, a tus compañeros del Programa Amphorae.
meditacadadia