Opinión - Juventud Rebelde

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OPINIÓN
SÁBADO
09 DE ABRIL DE 2016
juventud rebelde
LA
CRÓNICA
por MARIO CREMATA FERRÁN
[email protected]
BELÉN Piqueras es una amiga
española. Descuelgo el teléfono y tras los saludos de rigor,
me dice, sin escamotear su
sorpresa: «¿Sabías que el año pasado
murió María Rosa?». «Sí —respondo—,
pero me enteré demasiado tarde». «De
todas formas debiste, al menos, escribir
algo», me reprocha con su acento grave
mientras yo vuelvo a lamentar cuando
se me acumulan los meses sin tener
noticias de gente querida.
Recuerdo entonces cómo 12 años
atrás una devoción nos vinculó a los tres
en el apartamento 505 del edificio Naroca: el legado de Herminio Almendros,
sabio pedagogo y escritor manchego
afincado en Cuba desde 1939 y hasta
su deceso, en 1974. María Rosa, más
que su hija, fue albacea moral e intelectual de una ilustre familia desgarrada
por la Guerra Civil y la secuela terrible
que supuso el franquismo. El equilibrio
hogareño se fragmentó cuando él, perseguido por sus ideas y métodos progresistas en el ámbito de la docencia,
debió huir primero a Francia y luego a
Cuba. Ni en la peor pesadilla imaginaron
que el reencuentro tardaría una década.
Suficiente para que ella, la mayor de tres
hijos, se hiciese mujer. De manera que,
al aterrizar en La Habana antes de cumplir los 22 años, pudo al fin decidir el
rumbo de su vida, lo cual no es poco.
El último palpitar de los Almendros
A los 25 se casó con Edmundo Desnoes,
con quien compartió inquietudes literarias
que no sé por cuáles motivos en ella se
malograron. Todavía faltaban tres lustros
para que él se convirtiera en el creador de
Memorias del subdesarrollo. Como ella
solía decir, madurarían durante los 17 años
subsiguientes. En ese ínterin viajaron por
el mundo. Residieron en Caracas y en
Nueva York, y hasta en una islita semidesierta de las Bahamas, por uno de esos
caprichos primitivos y casi surrealistas de
alejarse de la civilización en pleno siglo XX
para probar el sostén con lo elemental.
Pronto, obstinados ambos de la sublime
monotonía y acosados por jejenes, mosquitos y otras plagas de mayor calibre,
retornarían a la Babel de Hierro. No sin
antes jurarse el uno a la otra que bajo
ningún concepto volverían a intentar ser
Robinson Crusoe.
Muchos años después, consagrado
como uno de los pilares de la nouvelle
vague, ganador de un Óscar, director de
fotografía de culto tanto en Europa como
en la meca del cine, Néstor Almendros
rendiría un guiño cómplice a tan descabellada y fascinante experiencia en su
película La laguna azul, donde la belleza de
la principiante Brooke Shields congeniaba
perfectamente con la de su hermana.
Como en otros casos, el triunfo de la
Revolución Cubana selló el regreso. En el
vórtice de los acontecimientos de un
decenio decisivo, participaron de los avatares de Lunes de Revolución y se vincularon a la Casa de las Américas, donde en
calidad de fundadora María Rosa se ocupó de las relaciones públicas y luego del
departamento de Publicaciones. Y se instalaron en el apartamento que sería, para
ella, refugio perpetuo. Por cierto, próximo
al de los Pogolotti y contiguo a donde se
filmó la mítica secuencia en la cual Sergio
Corrieri redirige su telescopio justo para
ver precipitarse sobre el asfalto el águila
del Maine.
En los 70, roto el matrimonio, se hizo
acompañar por otro escritor no menos
célebre: Antonio Benítez Rojo. En esa
segunda temporada, esta vez al lado de
otro autor de obras significativas para
nuestra literatura como son el volumen de
cuentos Tute de Reyes y la novela El mar
de las lentejas, no corrió demasiada suerte. No obstante, disuelta la unión, luego
de otros avatares sentimentales recuperó
la felicidad en una edad complicada, con
alguien más «simple». Que a juzgar por la
veneración profesada aún después de
cerrarle los ojos, intuyo fuera su más amoroso compañero.
Ahora que lo pienso, María Rosa
Almendros Cuyás (1927-2015) fue, desde
varios puntos de vista, una sobreviviente.
No otra cosa puede ser considerada quien
evadió los bombardeos y el cerco fascista
en su tierra natal; pudo asistir a la caída
del régimen de Franco; vio morir a sus
padres, sus hermanos, su único sobrino,
la mayoría de sus amigos y hasta a dos
de los que fueran sus maridos…
Pero no creo que fuera irremediablemente triste. Mientras la frecuenté, su
incentivo era mantener viva la herencia
intelectual de su padre, abogando por la
publicación sistemática de al menos dos
títulos que han acompañado la formación de varias generaciones, como son
Oros Viejos y Había una vez. Otro deleite
serían las visitas a Las Terrazas, en cuyo
plan de reanimación comunitario se vio
involucrada por conducto de su fraterna
Marcia Leiseca.
Gentil y con un aire distinguido que
creo inherente; fumadora obsesiva y a
ratos nerviosa; lectora infatigable, amante de las plantas y anfitriona de ley; consecuente con sus ideas y sus actos…,
así surge en mi recuerdo su silueta delgada y ágil. Entonces caigo en cuenta del
legítimo reclamo de mi amiga Belén. Y
aunque tardíamente, intento reparar el
agravio. Motivo de evocación coyuntural,
su nombre, apenas un murmullo en
nuestro mapa cultural, se alza como un
resplandor en mis afectos. Por eso me
niego a creer que se trate del último
estertor de un apellido valioso, al tiempo
que, desde esta tribuna modesta, lanzo
un réquiem para que reverdezcan los
Almendros…
ACUSE
DE RECIBO
JESÚS ARENCIBIA LORENZO
[email protected]
BUSCANDO un lugar amplio y tranquilo donde su hijo —que padece de una enfermedad neurodegenerativa— pudiera montar
bicicleta sin riesgo, Carlos Camilo Viamontes Huerta (calle 282 No. 4711, La Lisa) se
encaminó con su familia hacia el emblemático Parque Lenin.
La excursión comenzó muy bien, pero a
las dos horas, según relata el papá, aquello
se tornó un «pequeño Oeste». «Llegó un grupo con unas motos de cuatro ruedas y
comenzaron a alquilarlas y quedamos en el
centro del circuito trazado por ellos. Nos fuimos a unos 200 metros de donde estábamos, bastante aislados y seguros, pero al
rato aparecieron unos cuantos jinetes que
alquilan los caballos y quedamos horrorizados de las carreras a toda velocidad y en
todas direcciones que hacían, sin importar
las personas, incluso niños, que deambulaban entretenidos en disímiles juegos», evoca el capitalino.
¿Una buena opción o un «pequeño Oeste»?
«Más de una vez —continúa— estuvieron a punto de provocar un accidente. Ante
esa situación atravesamos el auto de nosotros para interrumpir un poco el correcorre de los caballos y proteger al niño que
seguía montando bicicleta. Estuvimos muy
atentos para cuidarlo, pero de nada sirvió.
Ante nuestros ojos y sin poder hacer nada
un caballo impactó al niño por detrás y lo
tiró violentamente al suelo. Por suerte,
tenía un buen casco que siempre le ponemos previendo sus frecuentes caídas».
En medio de los gritos y el tropel, recuerda el padre, no se sabe aún a ciencia cierta cómo el jinete y la bestia no terminaron
causando heridas irreversibles al pequeño
Carlos Daniel. Aunque, inevitablemente,
quedó con bastantes arañazos en la espalda, los brazos y el cuello y en un estado de
pánico tremendo.
«¿Cómo es posible que un lugar creado
para el disfrute del pueblo, y en especial de
DIRECTORA: Marina Menéndez Quintero
SUBDIRECTORES EDITORIALES: Herminio Camacho
DIARIO DE LA JUVENTUD CUBANA
Fundado por Fidel el 21 de octubre de 1965
Eiranova, Ricardo Ronquillo Bello y Yailin Orta Rivera
Yurisander Guevara
Zaila
SUBDIRECTOR DE DESARROLLO:
los niños, haya caído en manos de estas
personas?», se pregunta el papá.
¿Qué nivel de legalidad cumplen los
susodichos alquiladores?, podríamos añadir, si, de acuerdo con lo narrado por el remitente, al pasar una patrulla de la PNR cerca
del lugar, se refugiaron a toda velocidad
dentro de la maleza.
Urgen las respuestas. Ya el daño físico y
psicológico al hijo de Carlos Camilo está
hecho, pero pueden y deben evitarse —sin
dilación ni justificaciones— otros sucesos
semejantes.
RECORDAR EL PLAN TARECO
Haciéndole honor a su nombre escribe
también desde La Habana, Patria San
Román Carrasco (calle 11 No. 212, apto. 8,
entre J y K, Vedado, Plaza de la Revolución.
Cuenta la lectora que cada anochecer un
camión recoge escombros y otros objetos
que son impunemente arrojados por algunos
SUBDIRECTOR ADMINISTRATIVO:
Enrique Saínz Alonso
REDACCIÓN: Territorial y General Suárez,
Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba.
APARTADO: 6344
inescrupulosos en las esquinas de calle 11
y J, y calle 11 y K. Con tristeza, observa la
capitalina, ya al amanecer de nuevo hay
sacos y otros trastos acumulados.
Y más allá de la indolencia social evidente, se pregunta si un sencillo programa
de recogida de escombros a nivel de consejo popular redundaría en una mejor disciplina social y en un ahorro de recursos económicos y laborales.
Y evoca el famoso «plan tareco» de los
años 80: Se planificaba un fin de semana
al mes para las distintas zonas y a nadie se
le ocurría arrojar muebles, sacos ni otras
cosas 24 horas antes de la fecha establecida. «La población agradecería que se organizara esta actividad. Si nos toca la recogida un lunes, por ejemplo, habría que sacar
los escombros a partir de una hora determinada del domingo», y así, en su opinión,
tal vez La Habana no será el basurero en
que los inconscientes pueden convertirla.
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